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Agua y
EspírituÓrgano de difusión del Catecumenado de GetafeNº 6 Diciembre 2007
La fotografía que ilustra este espacio corresponde al rito
de “Admisión al Catecumenado”, que celebramos en
la catedral el 4 de noviembre.
Hasta este momento, José Vicente, Joao, Paulino,
Jusileida, Karina, Ainoa, Gissel, Beatriz, Estefanía, Juneisy,
Melanie y Jesús, han recibido de la Iglesia, por medio de sus
catequistas, aquel tesoro del que Pedro y Juan hacían
partícipes a quien pedía una ayuda para sobrevivir:
(Hch 3,1-8 )
Desde entonces, la Iglesia no
se conforma con dar una ayuda
para sobrevivir, sino que regala un
verdadero tesoro, que inunda de
gozo el corazón del hombre:
Jesús, muerto por amor nuestro en
la cruz y resucitado. Y estos doce
nuevos catecúmenos lo han
acogido como su Salvador y han
manifestado su voluntad de
aprender a seguirle y a amarle.
En el exterior de la Iglesia,
tienen lugar gran parte del rito:
Allí el obispo les pregunta sobre lo
que buscan en la Iglesia y sobre su
disposición a emprender el
camino de la fe. Luego, con el
poder de Cristo, les exhorta a abandonar a los ídolos.
Después son marcados con la cruz, el signo de Cristo,
El Obispo los marca con la cruz en la frente, en los
oídos, en los ojos, el la boca, en el pecho, en la espalda, para
que todo su ser sea atraído por este amor que los llama
desde la cruz.
Y los catecúmenos, en su primer paso de este itinerario
de fe que los llevará hasta el Bautismo, ofrecen su frente, su
corazón, su alma a este signo del amor de Dios que ha
vencido a la muerte, para caminar después en pos de él.
Nosotros no tenemos oro o
plata, sólo a Cristo, vivo, presente,
operante entre nosotros, como
entre los primeros discípulos. Es lo
que ofrecemos, como Pedro y Juan
al tullido del Templo, que tras
acogerlo, entró con ellos saltando y
alabando a Dios.
Por eso, tras ser signados,
también los nuevos catecúmenos,
entran en la Iglesia siguiendo la
cruz. Y allí reciben a Cristo
Palabra, que se deja oír en el
interior de la Iglesia y resuena en el
alma de los que le dan fe.
Y después de escuchar las
lecturas y las palabras del Obispo,
se acercan a besar el Evangelio,
que habrán de hacer suyo durante
el tiempo del catecumenado.
Enrique Santayana
Pedro
y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona.
Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que
llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del
Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los
que entraban en el Templo. Este, al ver a Pedro y a Juan que
iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó
en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos.»
El les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos.
Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te
doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar.»
Y tomándole de la mano derecha le
levantó... Entró con ellos en el
Templo andando, saltando y
alabando a Dios.
donde
murió de amor, donde nos salvó, donde venció al pecado, al
demonio y a la muerte. Es el gran signo de este rito. Ese,
que para muchos es signo de derrota y de humillación, y
que para nosotros se ha convertido en signo de amor, de
victoria y de gloria. El signo de un amor más fuerte que la
muerte, de un amor que es la razón de ser del universo y el
fin del hombre.