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Aguafuertes de un porteño retornado

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Crónicas, aguafuertes y poemas del regreso a la ciudad que vio nacer a Menzo Menjunjes luego de 4 años de ausencia.

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Con la compra de esta revista ud financia varios proyectos subversivos talescomo HISTORIAS NoMaDeS, un libro de viajes

2012. Menjunjes Ediciones.Para leer y reír cagando.

Escrito entre Madrid, Misiones, Rosario y Buenos Aires 09/10.Corregido y editado en Buenos Aires Mayo 2012.

Correción final: PilianaPermitida la reproducción sin fines comerciales.

Textos, imágenes, correcciones y errores de tipeo: Menzo.

Contactos, críticas, citas (hasta el 4/6 nomás) y/o [email protected] Cambalache en FB

Te quedaste con ganas de más…www.menjunjes.blogspot.comwww.menzoviaje.blogspot.com

o pregunta por otros Folletines Menjunjes Coleccionables.------------------------------------------------------------------------------

Siento heladas las mejillas de nubarrones y brisases noche fría

de encuentros, despedidas, bienvenidasel círculo comienza cerrarse

volver a donde partíMadrid, 26 Noviembre 2009

Nunca se vuelve al mismo sitio, ni a ser el mismo después de tantaagua que pasa por el torrentoso rio de un viajero

Río de Janeiro, 27 de Noviembre 2009

Estoy a un paso, estoy listo, con ganas, con ánimo y con ansias. Feliz.Cuando el tiempo te separa de las cosas queridas y de los recuerdos,

volver es todo un redescubrir.Rosario, 15 de Diciembre 2009

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I. El regreso

Cerca, Rosario siempre estuvo cerca -dijo Fito alguna vez.Y creo que estuve bien en elegir Rosario como la ciudad que mebrinde la bienvenida a este mundo de la argentinidad. Fuerontres largos años de viaje por Latinoamérica, seis meses másentre España y Portugal. Un largo periplo que llegaba a su fin.Un vuelo Madrid-Paris-Rio de Janeiro (con escala de 15 días) metraería al continente antes de pisar tierra Argentina víaMisiones-Rosario.

Poema escrito mirando el paisaje Misionerosentado en las escaleras del bus.

En bus no es viajar

Exuberancia de unatarde nublada y descalzacuánto quisieramanchar mis piesen esta tierra misionerabajarme del busy sentir la brisa enprimavera

vuelvo al surenfrascadoen un micro encerradoy con la seguridadde que voy llegar

se despierta mi curiosidadesa que nunca debedescansar

como aquietar las ganas deviajar

cercos de árbolesrosas y floreschaparrones y lloviznaruta 12 bien rojiza

quería llegarahora transitardefinitivamenteen bus no es viajarperdés lo maravillosovez el mundo pasarsin oler, tocar, ni pisarlo que a tus ojosle despierta curiosidad

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Tras un largo viaje de casi 20 horas, llegué a Rosario. Enla caminata de la terminal a la casa de Diego, mi primotitiritero, supe entender y darle nombre a las cosas que extrañéen estos 4 años de ausencia. Era el fin del 2009 y Newlsdisputaba el campeonato.

Extrañé las calles en damerolos pasajes tranquilos

las veredas de baldosas tramposas y cuadradaslos baches, los buracos y el empedrado

las viejas con vestido y ruleroslos árboles que rompen veredas y lanzan bolitas pinchudas

los soretes secándose al sollas sillas en la puerta y el mate en las plazas

la costumbre de andar en bici

los basureros de verde corriendo al camiónlos autos destartalados

las esquinas en ochava con persianas bajas grafiteadaslos locutorios en cada esquina

y los teléfonos públicos que no andan

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los viejos en los bares cambiando el mundo.Caminar sin subidas ni bajadas

preguntar por calles con respuestas certerasalmorzar ñoquis con tuco

con una gran panera en la mesa

las facturas los bizcochospuertas y molduras de hierro

gárgolas y zaguanespica bajada cordón

taxi amarillojoya nunca taxila onda verde

ph con pasillo al fondolos repartidores de pizza en moto

los autos que nunca más vi, el fitito, el 504las heladerías llenas y el helado cremoso

la gente haciendo picnic en las plazaspibe sos un capo, re grosso chabón

¿será hoy la lepra campeón?

Rosario, fin diciembre 2009Cuántas cosas más.... me voy de Rosario y aterrizo de a poco en

la gran urbe.

Que extraña vueltaen el equipaje:montón de historiascrónicas de un largo viajeotros tantos kilospoca ropa, un perroy mucho cachivache

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I. Las enseñanzas del viaje

En el primer asiento de un bondi proveniente de Rosario,entrando a Buenos Aires (en el trayecto Panamericana Pacheco-Av. Lugones) un 15 de diciembre del 2009 escribía lo siguiente:

Aprendí de geografíasin mapas ni guíasaprendí gastronomíacon menús caseros hechosen el día

Aprendí a saber esperares mejor dejar el bus pasarolvidar los planes y dejartellevar

aprendí a transitarsin saber que irá a pasar

aprendí a sorprendermede curvas y mundosque vienen a verme

aprendí de encuentrosque se dicen casualespero que hacen de la vidamomentos por demásesencialesy porque no especiales

aprendí a valorarla simplezade comer con amigossin silla ni mesas

aprendí a sembrar sin planesa enchastrarme con frutasa dormir en el suelocon un saco no muy nuevo

aprendí que la memoriaes la más fiel de las novias

la que trae sonrisasde amigos a miles de millas

aprendí a seguir siempre unpoco mása no querer llegarporque eso implica parar

aprendí a ducharmesin calefón bañera ni tanque

aprendí a transformarel miedo en curiosidad

aprendí a saber reírmede mi inseguridad

aprendí a ser fuertey poder llorar

aprendí que el delirioes buscar la libertad

aprendí que la bananano madura en el bananal

aprendí a caminarcon los pies sobre la tierray la cabeza por los aires

aprendí a transitara sentir olores purosa refrescar el sudorcon lujos que pocos

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se pueden daro ni siquiera imaginar

aprendí a zambullirmeen ríos desconocidosinstante de exclusividadlanzarse a un ríouna cascadaun manantialo la pileta de un maren una noche estrelladao una tarde soleada

aprendí a combinar mundosque no sabían encontrarse

aprendí a bailarritmos diversospor el hecho de andaren fiestas popularesde sitios tropicales

aprendí a sancocharla yuca y el ñameel plátano y la malangala auyama y el sukiniy amasar chapati

aprendí a unir las fronterasque dividen a Sudamérica

aprendí a sentirme partea reinventar mi artea cambiar horizontesa respirar en el monte

aprendí que los díasno se recuerdanpor sus nombressino por los hombresy mujeres

aprendí que las despedidas

son heridasque cierran día a díay que dejan abierta la puertapara una segunda vuelta

que no existen rencuentrosno se repiten los momentoscada instante es un mundopropio, único y profundo

aprendí a soñarsin pastillasni clonacepanhacer piruetassin recetas

aprendí a llegara donde nadie meha de esperaraprendí a extrañarsin desesperar

aprendí a encontrarsin saber qué buscar

aprendí que hay quepoder salir aunque cuestedigerirel desapego nos ayuda a vivir

aprendí a huir de las grandesvíasa crear camino propios

aprendí que del otro lado deGeneral pazésta provincia y las puertashacia algo más

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III. El Barrio y sus Personajes

Regresar al lugar que te vio nacer y crecer es permitirsevolver a vivir los mismos lugares de siempre con nuevos ojos.Agudizar la mirada, la perspicacia, la curiosidad. Sin esaimperiosa necesidad de sentir las cosas desde otra perspectivala vuelta se hace insostenible.

Por momentos es deprimente estar de regreso. Creer quetu sagacidad de explorador quedará en la gaveta hasta unnuevo viaje es algo que te quita el sueño. Pero es necesariohurgar más profundo, hilar más fino, redescubrir situaciones,historias y personajes que antes pasaban desapercibidos.

Mi primera visita de viajero en mi ciudad fue al mercadoboliviano de Liniers. Sentirse extraño en tu ciudad es un pocouna forma de seguir de viaje. Compré esas cosas que sólo seconsiguen en el país hermano. Tomé jugo de maní, mocochinche, una salteña y una sopita. Volví con la mochila pesadacomo en tantas ciudades donde esa carga en la espalda se hacecostumbre. Me bajé del tren en Primera junta y desandé callesya conocidas. No pensaba en nada hasta que lo encontré…

a. El vendedor de cubre manteles.

De vuelta por el barrio, caminando por Rivadavia desdePrimera Junta, escuché un cantito que me retrotrajo en eltiempo:-Para cubrir la mesa, para proteger el mantel, aproveche los cubremanteles, por solo 10 pesos.

Me remitió inmediatamente a mi adolescencia. Me pudever saliendo del subte en la Estación Acoyte, subiendo por lasescaleras mecánicas, percibiendo a lo lejos este repetitivocantito, que hoy 10 años después era el mismo, idéntico. Ni unaletra más, ni una menos.

Vio Don cómo son las cosas. Mientras unos cambian susvidas algunas otras permanecen inmutables, impasibles al pasodel tiempo. Y la calle es un gran espejo, un reflejo, una vitrinapública de esa realidad.

Lo que me resultó extraño fue escuchar el cánticoproveniente de la esquina contraria. Seguí el sonido, giré lacabeza y lo vi... Ese señor, petiso, correcto, peinado con gomina,gafas, bigotitos a lo Hitler; de traje gris, camisa a rayas yzapatitos negros: sí, era el mítico vendedor de manteles.

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Estaba más avejentado, el pelo dejaba entrever algunascanas, su voz ya no era tan contundente ni potente. Su cantoahora más agudo todavía se escuchaba. Obviamente pasaronlos años. Ahora bostezaba mientras voceaba su discurso. Perotodavía estaba ahí en la misma esquina de siempre. Mepreguntaba por qué motivo habrá dejado su habitual parada dela salida del subte. Ahora cantaba su versito en la puerta delBanco Nación, sentado y con un cartel que decía: su preguntano molesta.

Escribí unas anotaciones en la libreta apoyado en lasalida de aire del subte, mientras me decidía a acercarme ycharlar. Me presenté como periodista para agilizar las cosas yentablamos una charla amena.-Ignacio, sí, Ignacio me llamo. Y mirá, yo estoy acá desde el 83.Se van a cumplir 27 años.Su revelación me pareció increíble. Toda una vida en esaesquina vendiendo el mismo cubre manteles de nylon.-Hay un modelo redondo y otro cuadrado. Del austral que salíaen la época de Alfonsín a los 2 pesos durante el Menemismo,hoy en día subieron a 10. Ya estoy pensando en subirlo a 11.Pero como todavía tengo stock a precio viejo… Igual te digo queen las fiestas no voy a subir los precios -me confesó mientrasatendía a una vecina de caballito, cliente fiel del único vendedorde manteles de Buenos Aires.- Obviamente a todos nos viene la duda, ¿como surgió esa ideade vender manteles? –arremetí.- Y, yo en esa época trabajaba en una ferretería industrial, en loadministrativo, y una día le compré al dueño un rollo depolietileno porque en mi barrio había un ferretero que cadatanto lo vendía por pedazos para hacer manteles. Y ahí se meocurrió. Tenía el rollo en mi casa y cuando me pedía el ferreterole vendía por metro. Después me di cuenta que no habíamercado de eso. Me armé los manteles de 2,20 por 1,80 y mevine a la estación Acoyte. Sabés lo que pasa pibe, es que en estono hay competencia. Hay que invertir. Hay que invertir 2000pesos de entrada. ¿Qué vendedor ambulante tiene eso? Nadie.Yo porque tenía otro trabajo. Además la ventaja de esto es queno tiene fecha de vencimiento.Eso es ser un buen vendedor. Creer firmemente en la utilidadde tu producto.-Los chicos también se lo llevan para el campamento, paraponerlo abajo de la carpa, sino se llena de bichos.

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La gente pasa y lo saluda. Se ha ganado un respeto luego decasi 30 años.- Y la policía no me dice nada. Ahora me pongo acá en el Bancoporque ya estoy grande. Tengo 67, viste. Me jubilé hace dosaños. Ahora vengo al mediodía, en horario bancario. Si mequedo en mi casa me aburro -me confiesa, al tiempo que vendeotro mantel y anota en su libreta de estadísticas: un círculopara los redondos, un cuadrado para los rectangulares. De esaforma contabiliza en que horario vende más.Antes de jubilarse trabajaba doble turno, en la oficina y de 6 a 9vendiendo manteles.- Yo a veces prefiero irme que quedarme una hora para venderdos, viste. Vivo en Tapiales y la verdad me puedo tomar el bondiahí (me señala la parada) pero prefiero caminar cinco o diezcuadritas. Si no imagínate, estoy todo el rato acá quieto paradoy encima después me subo a un bondi, no va. También hagociclismo. Un tiempo venía en bicicleta. Ahora no me da el cuero.Se interrumpe la charla una vez más. Pasa un borrachín que letrae ropa. Un pijama, una camisa y unos zapatos.-¿Cuánto querés por todo?- dice feliz de su nueva adquisición-¿Diez pesos? Tomá. Tráete la próxima unos joggings.-Y viste, yo a estos muchachos los ayudo. Ellos van a la iglesia abuscar ropa y algo me lo traen por acá y yo le doy para el vino.Me enternece su desprejuiciada confesión. La charla no quiereagotarse. Le pregunto sobre el futuro de su oficio, ¿quiéntomará la posta, quién seguirá en la esquina con los manteles?– Tengo 3 hijas, dos están casadas y a la más chica yo le digo

que venga a probar, pero por ahora no quiere.Ignacio me hace acordar a algún personaje de Benedetti. Vive lamisma rutina hace décadas. El discurso es un clásico delbarrio. Cualquiera que haya pasado por Acoyte y Rivadaviamiente si no recuerda haber escuchado: Para cubrir la mesa,para proteger el mantel, aproveche los cubre manteles.Le pido de tomar una foto y orgulloso recuerda que ya lehicieron varias notas.-Un día va a venir Mirtha o Tinelli, pero se van a tener queponer, van a tener que poner la torta en la mesa.Se ríe. La foto no se concreta porque mis pilas no andan. Lodespido, doblo en Acoyte y me voy pensando. Es raro por demása esta altura del milenio encontrar este tipo de personajes. Loscambios son vertiginosos y ya nada dura para siempre. Ignaciose mantiene inmutable en esta alocada ciudad que dice

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progresar barriendo a su paso los vestigios del pasado.

b. El mendigo legendario

Pedaleo rumbo a mi casa en bici al tiempo que como unafaina de la Fábrica de Pizzas. Doblo en la esquina del viejoCorreo en contramano y paso por la puerta de una Ugis. Pienso,la Ugis adquirió prestigio, dejó de ser grasa. O tal vez lo sea perohoy en día sale el doble que la de la Fábrica de Pizzas.

Voy por la vereda y en la puerta de la Iglesia reconozcouna imagen que ya creo haber visto. Una foto que ha envejecidopor el paso del tiempo, pero que no deja de ser la misma. Unseñor de lentes y ropa sencilla pero no andrajosa, sostiene sobresus piernas cruzadas un cartel que dice: Busco Trabajo. Aceptoayuda y colaboraciones.

Otro golpe más a mi memoria. Es el mismo señor quesiempre estuvo en la puerta de esa iglesia con ese mismo cartel.El mismo que nunca pareció ni un linyera ni un indigente. Elmismo que vaya a saber porqué la vida lo llevó a esa situación.El mismo que hoy ya canoso sigue ahí, esperando la buenavoluntad divina, la misericordia de los fieles o la solidaridad delos vecinos de Caballito. Se me pasa por la cabeza si estuvoestos cuatro años ahí religiosamente todas las tardes. O sivuelve por rutina o por costumbre cuando las vacan flaquean.Me entristece. Pienso en parar y hablarle, escucharlo.

Qué absurda condena es la costumbre. Cuántos queviven día a día sin vislumbrar posibilidad alguna de nuevoshorizontes. ¿Por qué será que volvemos una y otra vez a loconocido? ¿Por qué se hace tan difícil dejar atrás una vida ycomenzar otra?

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c. Las viejas de los gatos

Parque Centenario. 1ro de Enero 2010.

Comencé el año en una fiesta en la sede de Marcelo T deSociales. La jungla de cemento en su máxima potencia.Medio amanecidos, intentando huir un poco de los ladrillos ylos edificios, rumbeamos con un grupo de ciclistas inconformesal Planetario... De vuelta a media mañana el Rally se preparabapara partir y los más viejos salían a recibir el nuevo año en latranquilidad una mañana casi dominguera. Llegando al parqueuna escena me conmovió:

Rejas del Museo de Ciencias Naturales. Dos viejas mediojorobadas alimentan a casi una centena de gatos. Parecenhermanas. En unchanguito guardan elalimento de los mininos.No escatiman enensuciarse y tomar ensus manos los menudosde pollo para darle lacomida en la boca.

Un gato gris separa en dos patas y haceun show para recibir unayapita. Las viejas sequejan ante losdesprevenidostranseúntes, corredores odeportistas ocasionalesque corren alrededor delparque.

Una madre llevaupa a su niña, para paraenseñarle a los gatos.Una de las viejasarremete:-Hay que traer todo. Todo lo que sobra. Cómo puede ser. Ahorame van a decir que no sobra nada. Ellos no tienen a nadie (losgatos) son solos, pobrecitos. Baja la cabeza y se lamenta.

La madre sorprendida se ríe ante la recriminación y se

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disculpa:- Ah, no sabíamos, nos somos de acá, la próxima.

Siguen alimentándolo y el espectáculo se arma. Un señor condos perros medio feos se para al costado de un poste y observala escena. Claramente le gustaría poder estar haciendo lo quelas viejas.

El gato gris sigue haciendo piruetas. Sigue a su benefactoraen dos patas, da saltos y brincos graciosos. Una de las viejasrepite las quejas como un disco rallado:

-No puede ser. Nadie trae nada. Si tienen un hambre bárbarolos gatitos. Todos miran pero nadie trae un menudo de pollo.Antes sobraban un montón de cosas.

Logra hacerme sentir un poco culpable. En eso llega otravecina. Un poco más pituca. Trae alimento balanceado. Lamiran medio mal. La otra vieja sigue persiguiendo a uno que noquiere comer. Vaya a saber cómo logra diferenciarlo entre lamontonera de gatos. La escena es graciosa.

La vieja delicada le pone la comida en el piso, mientrasque las viejas jorobadas se la dan casi en la boca. Repiten otravez su queja ante la humanidad despreocupada por la suerte deestos gatos.

-Imagínate cuando llueve, se mojan, se pueden resfriar, siacá no hay techo. Ellos no tienen a nadie, a nadie me entendés,pibe. Nadie trae nada.

No puedo evitar reírme un poco. Siempre me preguntoporqué las viejas se sensibilizan más por los gatos que por losseres humanos que viven en la calle. No quiero entrar enpolémicas. La vieja pituca se va y la critican.

-Pero por favor, le trae semillitas de colores. Creen que coneso se les va el hambre, semillitas de colores, dios mío-rezongan.

De a poco van recogiendo las cosas, el gato gris se esfuma.Los otros se meten dentro de la reja y las viejas siguen camino aotro sector del Parque donde hay más gatos. El sol del primerdía del año está calentando. Me subo a la bici y voy para casafeliz de ver algo diferente.

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d. El Gordo franela

Abasto. Doce y media de la noche. Frente al Coto deGuardia Vieja, tomo una cerveza y leo Roberto Arlt. Espero queabra el Uniclub, un boliche donde puedo revivir el ambientecaribeño, bailar salsa y traspirar al ritmo de la música.

La bici estacionada en la vereda es presa de las miradasde un Gordo con franela: es el cuidador de la cuadra. Se acerca,agarra una botella del piso y me pregunta: - ¿es tuya, pibe? Ledigo que no, que la lleve y me hace un comentario: - atá la bicial palo de ahí. Gracias - le respondo. Llega un auto y el Gordo leindica dónde estacionarlo. Se bajan dos pibes. El gordo seacerca, se presenta y al tiro va al grano:-¿Qué tal muchachos, bien? Les cobro ahora. Son 6 pesos. Yaclara -Hasta las 8 de la mañana. Los pibes se miran y seresignan, no alegan. Sacan 10 mangos y le dan vuelto.

Yo me quedo impresionado. Cómo cambió esta ciudad.Todos se avivaron. Me da mucha gracia. La inflación hizo quenadie espere más la buena voluntad de la gente.

Volví otro día al Uniclub y el Gordo Franela seguía ahísiempre a la orden con los consejos.- No llegues a la puerta con la cerveza- opina- van a creer queestás mamado, tomátela acá. Si querés dejala, cuando salís te ladevuelvo. Igual no te preocupes, mira que yo no tomo.

d. bisEn mi segundo día en Buenos Aires, acompañaba a una

amiga a la parada del bondi a las tres de la matina. En Gascóny Córdoba un guacho re pasado lanza una poesía. - Esta temanda saludos- le dice a tres chicas de la vereda de enfrente,tocándose la poronga. Nos encara a mi y a mi amiga, perocuando ve a mi perro de peluche se flashea. Se zarpa en un tirotocándolo y le cortamos el rostro. Sigo caminando. Cuando mevoy, me manguea:- Ey amigo, no tenés dos pesos para una birra.- ¿2 pesos? Volá guacho- Ah bueno cómo estamos. Ya no temanguean una monedita. Ahora son dos mangos. Ta dura lacalle.

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IV. Crónicas Suburbanas

Una avenida en Gerli. Doce de la noche. A la puerta de unaremisería llega un ciclista perdido. Detrás de las rejas dos telemarketersatienden teléfonos, anotan direcciones:

- Disculpa, la calle Gutiérrez?- interrumpe el ciclista- Acá en Gerli no es, ¿no será en Lanús o Avellaneda?

La cara de duda embarga al ciclista. Las telemarketers de remiseríabuscan con esmero en su Guía T electrónica. Ante el resultado sonríenorgullosas al corroborar sus presagios:

- No existe, acá en Gerli, Gutiérrez no existe.- Es Gutiérrez, entre Luro y Olivera.

Una niega con la cabeza rotundamente. La otra de pura amabilidad sedirige al mapa gigante de Capital que tapiza la pared.

-Mira pibe, hay tres Gutiérrez en Capital. Si te dijeron que seencontraban en Avellaneda es por que seguro iban a Capital.

Se esfuerza en buscar las coordenadas de las 3 Gutiérrez deCapital, hace mediciones extravagantes, hasta utiliza los dedos paracalcular distancias. El ciclista perdido, intenta aclarar que busca la calleGutiérrez de provincia.

-Yo conozco todo por acá. A ver le preguntamos a Oscar que espalabas mayores- llaman por Handy- negativo, si Oscar no sabe es queacá no es. Ah, esperá, me dice de un Gutiérrez por Avellaneda.

-Sí, afirmativo, eso es cerca del Doque- opina la otra- A doscuadras de la autopista Buenos Aires - La Plata. Pero ahí no hay ningúnbar.

El ciclista se lo toma con soda. Sigue deambulando y para en otraremisería, de esas que ya no hay en Capital. Un viejo detrás de unescritorio niega con la cabeza ante la reiterada pregunta.

Definitivamente el ciclista está perdido. Respira, disfruta de lanoche. Dobla en una avenida iluminada. Hay heladerías semi vacías. Unpar de patrulleros en un reten nocturno. Un kiosko atendido por su dueñocon teléfono de monedas y un ciber que solo recibe clientes asiduosdespués de las 12 de la noche. No lo quiere dejar entrar. Insiste y lo logra.Busca la dirección. No era Gerli, sino Glew, o sea unas 10 estaciones máspara el sur. Vuelve a la estación y agarra el último tren a Glew.

Corre un viento especial propio de una noche primaveral.

Tren al sur. Imágenes de un furgón un viernes por la noche.

Dos barriletes durangas discuten por la mandanga. ¿No tenés uncigarro amigo?- me piden gritando. Te lo compro, ehhhh.El infaltable grupo de jugadores de truco me miran raro cuando pidopermiso para colgar la bici. Y cuando parece que no pasa más nadaaparece el vendedor de flautas: Para que los chicos se diviertan miren loque traigo la ra la ra ra la rai A solo 3 pesitos. Una maravilla.

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