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Aída Castañeda

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tarea de filosofia

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Page 1: Aída Castañeda
Page 2: Aída Castañeda

Aída Castañeda

SI SE PUDIERA CONGFELAR EL

TIEMPO

Cuentos

1ra Edición

R&D Mercado profesional

Tegucigalpa, Honduras, CA

1995

Page 3: Aída Castañeda

Índice

Si se pudiera Congelar el tiempo ................................................................................................................................. 5

El Anciano ................................................................................................................................................................... 6

LA VERDAD ................................................................................................................................................................. 7

Rosario ....................................................................................................................................................................... 8

El mejor regalo ............................................................................................................................................................ 9

Racismo maternal ..................................................................................................................................................... 10

Un amigo peligroso ................................................................................................................................................... 11

La respuesta.............................................................................................................................................................. 12

El niño descalzo ........................................................................................................................................................ 13

La calumnia ............................................................................................................................................................... 14

Libros del mal ........................................................................................................................................................... 15

El error...................................................................................................................................................................... 16

¿Me da jalón señor?.................................................................................................................................................. 17

Era un día lunes ........................................................................................................................................................ 18

León de oro............................................................................................................................................................... 19

Page 4: Aída Castañeda

Introducción

A continuación veremos unos cuentos acerca de los escritos de Aída

Castañeda del libro Si pudiéramos congelar el tiempo con el propósitos de

darles conocimientos de ellos los cuentos en este documento están resumido e

ilustrados cada cuento con una imagen respecto al contenido en estos cuento

encontraras cosas que tal vez ya las hayas vividos o que te sientas reflejado

en ellos y quizás puedas encontrar consejos que te ayuden a solucionarlos.

Page 5: Aída Castañeda

Si se pudiera Congelar el tiempo

El húmedo viento con olor a lluvia soplaba afuera, golpeando puertas y ventanas en aquel pintoresco pueblecito de

Honduras: Ojojona. Daniel Ruiz bostezó, levantándose del sillón donde descansaba, para asegurar el pasador de la

ventana de la habitación que le había destinado su tía María Eugenia, mientras duraba su estancia en aquel lugar.

Encendió un cigarrillo y observó con atención la calle desierta. La llovizna empezaba a hacer más fresco el ambiente,

causándole una sensación de bienestar. Sonrió y en lugar de asegurar el pasador, decidió abrir la ventana de par en

par. - ¡Demonios! -exclamó-. Un poco de lluvia a esta hora del almuerzo me caerá bien; a esta hora nunca puedo

trabajar. ¿Podré encontrar en este pueblo una musa para terminar mi obra? Dirigió la mirada hacia el lugar donde

tenía colocado el cuerpo de mármol de una mujer cuyo rostro le faltaba pulir para borrar aquellos surcos y sombras

que lo hacían verse grotesco. Deseaba encontrar en aquel lugar una joven bonita que sonriera con la ingenuidad de

las muchachas pueblerinas. Patricia, su última modelo, no era la muchacha adecuada. Era una loquita de discoteca,

de otro ambiente. De aquel rostro inexpresivo de su estatua tenía que surgir otro de gran belleza, digno del cuerpo

creado por él. Ya había conseguido cierto éxito como escultor, ahora con esta obra vendría la consagración. Miró

por segunda vez hacia afuera concentrando la mirada, no en el espacio de enfrente, sino a la derecha. El corazón

comenzó a palpitarle más rápido que de costumbre al observar de espaldas a una mujer toda vestida de negro,

incluso su paraguas. Se dirigía aprisa, quien sabe hacia dónde, quizás para evitar ser atacada por el fuerte aguacero,

el que se anunciaba ya, con la llovizna, el rugir de los truenos y el reflejo azulado de los relámpagos. La mujer era

alta y más bien delgada y hubiera jurado que sus piernas bien formadas hacían equilibrio con el resto de su cuerpo. -

¡Dios mío, qué mujer! -casi gritó Daniel-lanzándole una mirada mórbida. La emoción lo empujó a actuar ir

reflexiblemente. Salió a la calle y como un loco corrió tras la mujer en medio de la lluvia. Dio la vuelta en una

esquina. Y cuando slio tras ella no pudo ver nada las calles estaban desiertas y regreso a su casa. Salió a buscarla por

toso el pueblo hasta que llego a un estanco y le pregunto a un seños y mientas conversaban un señor de una meza

exclamo ¡Hey, señor Ruiz! -le gritó un hombre dos días después, mientras él caminaba por una acera

¡Mire! ¿Será esa mujer vestida de negro la que busca? es Dolores Morán... fue reina de belleza. ¡Sí... es

ella, es ella! -exclamó- embriagado de dicha. Hasta que la encontró - Señorita... yo... perdone... quizás

sea un disparate... bueno, soy escultor... egresado de Bellas Artes... también estudié en París... me

llamo Daniel. Su... su... cuerpo es . . . divino... perdone... imagino su rostro, ¡por favor! ¡Míreme!

¡Déjeme ver su cara!... ¡por favor! Dolores Morán se limpió los ojos marchitos, sin luz y el rostro lleno

de surcos y de sombras. ¡Dios mío! -murmuró-: ¡Si se pudiera congelar el tiempo! Su mente retrocedió

muchos años en el recuerdo y vio al Alcalde de Tegucigalpa, don Marcelo Maldonado, entregarle un

cetro y una corona a ella, a la muchacha más linda de Honduras. Levantó con valentía su mentón

prominente y siguió su camino: un camino duro, lleno de guijarros, el mismo que había recorrido

durante setenta años.

Page 6: Aída Castañeda

El Anciano

Los que han roto su brújula por el peso de los años, van por el mundo como niños perdidos arrastrando su gran

soledad. No hay nada que los anime, quizá un techo seguro, una caricia, Un beso tierno, haga menos pesado Su

incierto caminar. Como niño perdido y arrastrando su soledad, camina el anciano a la par de su hija Fidelia, quien lo

conduce apresuradamente porque pronto cerrarán el asilo, su retiro involuntario del cual será difícil escapar. Fidelia

ignora los pasos como de ánima atormentada del anciano y aunque sabe que pronto cumplirá los cien años y ya no

tendrá ilusiones ni esperanza en el mañana, no puede ser condescendiente. El anciano le implora un techo, un

pequeño espacio en la casa que hasta hace un mes fue suya, y le es negado, porque Fidelia es una mujer soltera que no

quiere tener compromisos con un padre que siempre fue déspota, demasiado autoritario con sus tres hijos y su difunta

esposa, a quien castigó siempre compartiendo su libido con sus sirvientas. No, no puede tener clemencia con un ser

que blasfema diariamente, aunque éste sea su padre y esté perdiendo la vista, aunque le duelan las articulaciones por

su reumatismo, aunque se le inflame el bazo. No, no puede tener conmiseración a un padre que le amargó su niñez y

juventud, gritándole siempre de esquina a esquina, con su voz de barítono destemplado. Hoy, en ese retiro

involuntario, más bien forzado, al que lo lleva Fidelia, extrañará por primera vez el llanto y las risas necesarias de sus

nietos, el ruido peculiar que hacen los mozos al levantarse, las verdes praderas llenas de reses y el cloqueo de las

gallinas de la hacienda que les traspasó a sus hijos, por fin de tantos ruegos. Porque tampoco sus hijos Roberto y

Hernán quieren vivir con él, aduciendo que sus mujeres no soportan que se orine en los pantalones, reniegue por todo

y su carácter siempre agresivo, sea un mal ejemplo para los niños. Hoy, por primera vez, sabrá lo que es llevar una

existencia sin acentos de alegría. Hoy, por primera vez, en un cuarto lóbrego compartido, pensará mucho, rumiará su

dolor en silencio. Los recuerdos vendrán y se irán como las

Olas del mar y quizás llegue a tener visiones de mujeres impolutas que un día le sonrieron sin falsedad y que le

ayudarán a olvidar un poco la cruda realidad presente. Y mañana sabrá, por primera vez, lo que es comer verdura

semicocida, tortillas frías, duras como caites y carne invisible, que es todo lo que el Estado puede darle, fijará la

mirada en el esplendente astro que con su lumbre coloreó sus mejillas infantiles, hoy flores marchitas sin color ni

perfume, y deseará por primera vez, que esa lumbre maravillosa se apague para siempre, ¡de una maldita vez!

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Page 7: Aída Castañeda

LA VERDAD

Nadie en el pueblo sabía de dónde había llegado aquella mujer tan hermosa, con el cabello negro-plateado rozándole

la cintura, a pesar de sus sesenta primaveras. La tenia Varón era su nombre y vivía en su casona colonial sin hacer

nada. Se puede llamar a pasarse todo el día en medío del jardín ejecutando en el acordeón extrañas melodías. La gran

variedad de pájaros al escucharla, quedaban como hipnotizados en el brocal del pozo o en el árbol de aguacates

aguzando el oído a lo mejor para aprenderse de memoria cada nota que con maestría interpretaba. Por las tardes,

cuando el reloj de pared marcaba las cinco, ella se recogía en su aposente y rezaba un rosario sentada en la cama de

dosel, entre almohadones, mientras afuera los pajarillos intentaban repetir las notas musicales con las que ella los

confundía diariamente. ¿Quién era esta dama? ¿Por qué nadie la visitaba? ¿Acaso no tenía hijos ni nietos? Llegó al

pueblo solo, con las maletas en las manos, mirando para todos lados, mas no como animalito asustado. Miraba con la

cabeza muy erguida mientras se limpiaba el sudor del rostro con un pañuelo de encajes, con movimientos mecánicos.

Su vieja criada, Berta Lemus llegó dos días después. Nadie sabía de qué vivía doña Lastenia, pero no les quedaba duda

de que era una verdadera dama, honesta y de buenos sentimientos. Socorría a los pobres e iba a misa los domingos,

solamente los domingos porque los demás días no hacía nada. Aquel sábado invernal, Berta la observaba a través de

los cristales de una ventana, en tanto doña Lastenia sonreía enigmáticamente y les tiraba miga de pan a los pajarillos.

Miraba hacia el horizonte cubierto de celajes, mientras un sol indeciso trataba de asomar la cabeza inútilmente.

¡Cuánto hubiera dado Berta por conocer uno tan sólo de los pensamientos de su patrona, a la que adoraba como a una

virgen por su don de gran señora y, además, porque desde que estaba a su servicio, jamás la había regañado, ni

siquiera cuando le rompió su colección de copas de cristal. "Cuando Dios la „lame a su lado, -le había dicho Berta el

día interior-, los pajarillos que la visitan diariamente, cantarán en su ventana, es usted tan buena, señora, que estoy

segura que lo harán... la música le abrirá las puertas del cielo...". A las cinco de la tarde, doña Lastenia descansaba ya

en su cama cuando sintió un leve dolor en el brazo izquierdo que luego se extendió al hombro. Al día siguiente Berta

la encontró muerta, había sufrido un infarto. Tenía "os ojos muy abiertos y la cabellera extendida hacia atrás, sobre la

almohada. Berta abrió la ventana. Ni siquiera un pajarillo se veía en el aguacate ni en el brocal del pozo. ¡Pajarillos

mal agradecidos! -gritó- ¿por qué no vienen a cantarle a quien tanto le deben? Las vecinas llamaron al sacerdote vj

vistieron a doña Lastenia con una túnica blanca, porque seguramente blanca era su alma y le pusieron un escapulario

entre las manos, "Padre Nuestro que estás en el Cielo...".De pronto la muerta se enderezó de un salto. Buscó con la

mirada a su fiel sirvienta, hasta que la encontró, y con voz desfallecida le dijo: Ber... ta... Ber... ta... ¿Cantaron loa

pajarillos? Berta retrocedió hasta la puerta y quién] sabe de dónde sacó fuerzas para mover la cabeza de izquierda a

derecha. Entonces... -dijo doña Lastenia-, loa pájaros saben la verdad. Dame el acordeón. Ante la mirada atónita del

sacerdote y de las pocas personas que tuvieron el valor de quedarse, doña Lastenia tocó una balada triste, muy triste, y

poco a poco fue cerrando los ojos oscuros, tan oscuros como su viaje a la eternidad. Una semana después, Berta

quemaba en el patio muchos recortes de periódicos y fotografías de una mujer joven y bella que salía desnuda y en

poses eróticas en una cama. ¡Jesús, María y José! -exclamaba cada vez que miraba una fotografía-, ¡con razón los

pájaros no cantaron! ¡Ay, patronal, quién iba a decirme que usted era una famosa prostituta de Comayagüela, pero no

se preocupe que los pájaros no hablan y yo guardaré bien su secreto... Aunque Berta era la única heredera de doña

Lastenia Varón, tuvo que abandonar la casa precipitadamente, porque nueve días después, comenzaron a escucharse

en el jardín, algunas notas tristes que salían de un acordeón.

Page 8: Aída Castañeda

Rosario

Rodeada de una nostalgia permanente y con la certeza de que en la casona de su marido, el general Lorenzo Acuña,

ella no era más que una sombra en constante movimiento, un fantasma advertido solamente por su olor a humo, a

condimentos, a detergentes y a tantas cosas más, menos a mujer joven todavía. Una mujer con casi todos sus sueños

evaporados o destruidos por haber cometido el error de casarse con un hombre mayor. Se multiplicaba diariamente

para cumplir con las obligaciones de la casa, y atender al impertinente marido y a los niños como él les llamaba

siempre a sus tres hijos de ocho, dieciséis y diecisiete años. Rosario recorría la vieja casona de extremo a extremo,

siempre con la mirada baja, con la espalda encorvada, como su moral. Con pasos de heroína cansada, iba de la cocina

al comedor, del comedor al lavandero, del lavandero al tendedero, del tendedero al cuarto de planchar y todavía por

las noches tenía que frotar con ungüento "milagroso" el pecho de mono del General, para evitarle según él, la

persistente tos que le ocasionaba el puro. Si se pudiera retroceder el tiempo y volver a empezar, regresaría a los veinte

años y rechazaría rotundamente al General, quien aprovechándose de su orfandad le propusiera matrimonio. Pero

mese puede deshacer lo hecho, ni desandar lo andad c su mundo ahora son ellos. Ellos solamente con sus gritos, sus

reproches y su falta de respeto. Jamás olvidaría el día de ayer cuando Alicia, una amiga de Samuel, su hijo mayor, le

preguntó a este cuando ella entraba a la casa con las compras del mercado, vistiendo un traje pasado de moda-

"¿Quién es esa vieja?". Porque viejo o vieja Ies dicen los muchachos a las personas que pasar, de los treinta. Ella,

Rosario, advirtió que su hijo obviaba la contestación; quizás se avergonzó de sus ropas raídas o de su penetrante olor a

humo, a todo menos a mujer. Ya en su cuarto, la ira le hizo romper el vestido que llevaba puesto mientras gritaba

como una loca: ¡Soy su mamá! -Mamá esa palabra dulce y a la vez amarga que no logra hacer brotar como una semilla

milagrosa de los labios de sus tres hijos. A pesar de ser un primate para su mujer, siempre se ha ufanado ante los niños

de ser hombre de una sola palabra, así que cuando Leticia vuelve a preguntar ¿y quién me bañará a Peluche? él

contesta: Si ella quiere trabajar que trabaje y que se las arregle como pueda con los oficios de la casa, ¡soy hombre de

una sola palabra! Esa noche Rosario no puede dormir, cuando al fin el cansancio le cierra los párpados, son las tres de

la mañana. Tiene un sueño muy revelador. Su subconsciente hace remembranza de todo lo sucedido en la entrevista

cuando solicitó trabajo: Un hombre vestido de blanco, muy atractivo, la recibe en la puerta de los "Laboratorios

Mejía", con una sonrisa prometedora. "Siéntese, señorita..." "¿Cuántos años tiene?" "Treinta y ocho" "¿Veintiocho?"

"¡Treinta y ocho!" "No lo creo... en todo caso es usted una persona muy conservada, tiene una cabellera hermosa, y

¡qué ojos! tan negros como su cabello. Si se soltara el moño se vería más guapa...Ella sonríe y se lo suelta. "El trabajo

es suyo señorita... señora. En realidad no hay nada más estimulante para un hombre que trabajar con mujeres bellas,

pero por favor... la mirada baja solamente cuando trabaje". Ella la levanta y despierta. Se ve en el espejo. ¿Soy

hermosa? Sí, sí, sí, soy hermosa todavía. Abre el closet y revisa su vestuario ¡pobre vestuario! Apenas unas cuantas

blusas y faldas raídas. Bueno, mañana se pondrá un suéter de su hija. Un suéter, unos zapatos y todo lo que necesite.

Mañana, pasado, hasta finales de mes. Aunque se enoje, bastante le ha servido durante dieciséis años. Ha estado tan

desubicada que hasta hoy se dio cuenta que las faldas se usan una cuarta arriba. Un mes después: Rosario entra a la

sala con la cabeza alta y la espalda recta. Está guapísima con sus zapatos nuevos muy altos y su falda una cuarta

arriba. Despide un delicioso olor a Gucci, otea el ambiente, el General ve televisión con una cerveza en una mano y un

puro en la otra. Leticia boca arriba en el sofá, saborea un chocolate, Samuel y Carlitos juegan "escondite" detrás de los

muebles.

Page 9: Aída Castañeda

El mejor regalo

Demasiado elegante y enjoyada, la señora Miriam de la Cruz se vio obligada por las circunstancias a visitar por

primera vez el Banco de Sangre. Su hijo de dieciséis años sería intervenido quirúrgicamente y necesitaba una pinta

de sangre del tipo AB negativo, que en ese momento el hospital no tenía. En la sala de espera miraba a los posibles

donantes con cara angustiada. La sangre, las agujas y las sondas le causaban vértigo. Tres mujeres jóvenes, un poco

desaliñadas platicaban entre ellas, más bien se lamentaban sobre lo cara que se había puesto la vida. Un muchacho

de aproximadamente veintidós años, alto y robusto, que lucía muy bien una camisa roja, trataba de distraer a otro

de aspecto famélico, quien se veía bastante nervioso. Le leía un poema de la Antología: Las mil mejores poesías de la

Lengua Castellana. Parecía que sus intentos por calmarlo no eran en vano porque el otro muchacho -de tez muy

pálida, casi amarillenta-, a veces sonreía y deslizaba la mira: hacia el libro, tratando de leer el poema. Observó por un

momento sus anillos, cada uno valía una fortuna. Le pareció que lucirlos ante aquella gente era una ostentación, una

ofensa para su infortunio. Se los quitó con disimulo guardándolos en la cartera, lo mismo hizo con el semanario.

Sentía dentro de ella una sensación de malestar .Se apostó junto a la ventana para respirar aire fresco. Con visible

esfuerzo trató de recuperar la calma. Sus pensamientos navegaban ya por aguas claras, cuando una enfermera de

pelo rubio teñido asomó la cabeza por la puerta de los laboratorios y gritó ¡Sergio Valladares! El muchacho de

camisa roja fue hacia la enfermera, quien le dijo fríamente: No puede vender su sangre, tiene VIH. ¡Juan Antonio

Bravo! - gritó por segunda Vez. Soy yo -replicó el muchacho de aspecto Famélico- dirigiéndose hacia ella y guardando

e la Antología un papelito en el que momentos añil había estado escribiendo algo. Le dio a Sergio golpecitos en la

espalda, quien parecía no acepta su sentencia de muerte, porque se mesaba 1: cabellos y sacudía la cabeza una y

otra vez. Mil con ojos asustados a Juan Antonio y éste en lugar de consolarlo le apostrofó: ¡Te dije que no salieras

con Lupe! ¡Te lo di ¡Seguramente no te protegiste! El silencio de todos los presentes fil inmediato, respetando el

dolor del muchacho. ]j anciano de barbas níveas, -haciendo caso omiso del rótulo que había en la pared y en el que j

prohibía fumar- encendió un cigarrillo y se ofreció. Él comenzó a fumar con desesperación lentamente se dirigió a la

salida. Ya casi en puerta, Juan Antonio lo alcanzó y le entrego! Antología. Él le dijo que se quedara con ella, que ya no

la necesitaba porque no pensaba regresar colegio, ¡Juan Antonio Bravo! repitió la enfermera. El muchacho murmuró

algo y en un segundo se colocó frente a ella. Yoooo... no tengo SIDA ¿verdad señorita? -le preguntó- sintiendo que el

miedo comenzaba a penetrarle los huesos. Señor... Señor... ¡Usted, abuelo! Su sangre- está buena, pero si se

desmaya cuando se saquemos no nos vaya a culpar... Ah, yo no que usted tenga cincuenta y nueve años...El anciano

le mostró su tarjeta de identidad ella pareció tranquilizarse y dirigiéndose a d Miriam le preguntó: ¿Aceptaría la

sangre del abuelo? Es. Negativo...Ella no contestó. Tenía una sensación náusea. Deseaba correr, estar afuera de ese

vértigo insidioso de dolor y de espanto y que las per soque lo tienen todo como ella, ignoran. ¡Caramba! Si otros

vendían su sangre para sobrevivir en este mundo miserable y triste, ella le daría la suya a su hijo por amor. Por amor

se sometería a la angustia de las agujas, de la sonda, de todo, ah, pero eso sí, cuando él estuviera recuperado, lo

llevaría al Banco de Sangre, veinte... treinta minutos... los necesarios para convencerlo que usara uno de los

"regalos" que le compraría ahora mismo en una farmacia y que tendría que utilizar siempre en sus francachelas con

sus "amiguitas de sociedad".

Page 10: Aída Castañeda

Racismo maternal

Ocho años atrás, su nombre corrió de boca en boca. La amargura de aquel recuerdo se refleja desde entonces

en sus ojos y explota en su garganta como una bomba de irascibles repulsas cada vez que su mirada choca

con la de uno de sus dos hijos: José Luis:

“¡Este niño es un burro, no aprende nada!"

"¡Animal! Eso es lo que eres, un animal, ¡sólo sirves para hartarte!"

"¿Cuándo aprenderás a comportarte como "Rafaelito?"

Ese día, después que la bomba explota, el desventurado José Luis mira a "Rafaelito" su hermano menor y

con los ojos anegados en lágrimas le pregunta:

"¿Por qué no me quiere? ¿Por qué me odia tanto mi mamá?"

"Rafaelito" no sabe la respuesta, mas, en gesto amoroso y fraternal, cubre con sus manos blancas las negras

de su hermano.

Page 11: Aída Castañeda

Un amigo peligroso

La criatura yacía en el suelo cerca de una charca. Se ahogaba en su propia miseria. ¡Ayúdenme, ayúdenme por favor! -

gritaba- tratando de quitarse las manchas de lodo que le salpicaban el rostro. Un deslumbrante personaje que en aquel

momento pasaba, le extendió la mano adornada con anillos de brillantes y, al inclinarse, muchas cadenas de 21

quilates oscilaron en su cuello. La criatura escondió la cara entre las manos para que el personaje no pudiera escrutarle

los ojos de india avergonzada. Comenzó a caminar como sonámbula, llena de golpes de la cabeza a los pies.El

personaje la miraba con asombro. Observó detenidamente su traje azul desvanecido, y dándole palmaditas a la

espalda, le Dijo: Te ayudaré. ¡Quiero agua! -exclamó ella- necesita ¡Sólo Dios sabe cuántas cosas necesito! Te ves

maltrecha, criatura. Con mi ayuda desaparecerán tus llagas, bueno, un poco. . me lo permites. ¿Qué quieres decir?No,

no me mires como si fuera el me Diablo. Entonces, ¿quién eres? Soy alguien que se alimenta de intereses y exigencias.

Cariñosamente me llamán "Papa Fondo". Si tú quieres puedes llamarme as simplemente FMI. ¿FMI? Sepa Dios qué

pretendes ayudarme. Ya lo sabrás. Por lo pronto si solicitas i ayuda -agregó, susurrándole al oído- so tienes que:

bsss...bsss...bsss. La criatura no lo pensó dos veces. Quizá fue su infortunio quien la obligó a enredarse con el

personaje, lo cierto es que a todo dijo sí. El personaje desembolsó muchos millones de dólares y la atónita criatura los

recibió con gran alegría pensando que con ese dinero podría, al menos, curarse algunas llagas o aligerar un poco la

miseria que la torturaba gracias a la corrupción galopante de muchos de sus hijos. Antes de despedirse, el personaje la

miró como si fuese una indigente. Le repitió las palmaditas a la espalda, recordándole cumplir con sus

recomendaciones. Cuatro años después, "Papá Fondo" 11 al mismo lugar, observó con el ceño contra el paisaje. Antes

le había parecido hermoso ahora era deprimente. Los pinos habían desaparecido a causa de los depredadores, pájaros

habían huido a otro suelo y lo que peor, la criatura no estaba. Grandes nubarrones danzaban lúgubremente en el cielo.

Miró reloj y expulsó una maldición. El sol quema más de la cuenta cuando la criatura llego duras penas caminaba, y

en cada sollozo parecía escapársele la vida. Sangraba, y ? llagas despedían un hedor que a "Papá Fondo. Le produjo

náuseas. ¡Ah, criatura! -le dijo-. Cómo se ve que sigues desgobernada. No me importa la deuda si eres puntual con los

intereses. A cobrarlos vengo. Ella tragó saliva, antes de contestar: No puedo cumplir "Papá Fondo" ¡Ayúdame!, mis

hijos se mueren de hambre. Los lamentos de la criatura despertaron en Papá Fondo" mayores exigencias: Seré

magnánimo contigo -le dijo su- zurrándole nuevamente al oído-, pero: bsss... bsss...bsss. ¿Todo eso me pides? Mi

puritana criatura, tienes que hacerlo. En realidad eso que te pido, es nada, para los milloncitos que te he dado y te

daré... Solamente tienes que elevar un diez por ciento el impuesto sobre ventas... incrementar el costo de los servicios

generales y sobre todo, nada de subsidios al transporte, la harina, Diésel, kerosina... ¡nada! ¡Nooooo! -exclamó la

criatura-. ¡Eso i lo acepto! ¡Y no sólo eso! -prosiguió- "Par Fondo", también: bssss...bssss...bssss. El personaje optó

por no contestarle. Dio '.a vuelta para alejarse definitivamente, convencido de que esta vez había hecho un mal

negocio. No siempre las cosas le salen bien. La criatura prosiguió gritándole: engañador... trapacero... tramposo...

engañamundos... embelecador... engañabobos, pero... ¡te necesito! ¡Te necesito "Papá Fondo" ¡Por favor, dame otra

oportunidad.

Page 12: Aída Castañeda

La respuesta

Diariamente me esforzaba en amarrar cierta pregunta, la que a la vez deseaba expulsar y no podía. Siempre se me

quedaba en la punta de la lengua. Deseaba empujarla para que saltara de una vez y sin embargo, me arrepentía en el

último momento. La masticaba lentamente, tragándomela y causándome por dentro un efecto desastroso. La

impaciencia luchaba contra mi paciencia para que mis nervios -los que tenía bien amarraditos- no se desataran

ocasionándole daño a mis seres queridos, culpables sin saberlo, del resentimiento que me amargaba y que dejaría de

sentir cuando la pregunta saltara y reventara afuera. Necesitaba estar sola tan siquiera unas horas, perdida en mis

lecturas y meditaciones, pero ellos no dejan que mi barca surque la mar tranquilamente: "¿Puedo entrar? Necesito

hablar contigo". "¿Cuándo vas a salir para que mires trabajo?" "Alguien ha venido a visitarte". "La comida está lista

pero todos dicen. La sirva usted". Todo eso me cansa. Me desespera. T los días lo mismo. ¡Hoy soltaré la pre Hoy me

darán la respuesta. Mientras t hacen la siesta, iré al corredor -mi lugar favorito para escribir- a terminar el cuento que

ten medio camino. ¡Qué alegría! Voy por el nudo y no ha habido distracciones. Parece que por fin" terminaré: Y el

hombre salió corriendo con el machete la mano. Ella lo miró con angustia infinita y... Ahí viene alguien. ¡Oh, no!

Ahora que lo terminaba. Es mi esposo. Me llevo las m a la cabeza con desesperación y suspende tranquilo de mi

máquina. Esto es una locura. Todos los días lo mismo. Cierro los párpados y puedo verlo sentado, mirándome, sin

notar mi agitación. Sin notar que concentro todo mi esfuerzo para que mis nervios no se suelten y lo dañen con mi

pregunta. El ignora por completo mi trabajo y comienza con su bla... bla... bla. Estoy tan molesta que la cólera y la

impotencia comienzan a hacerme muecas por dentro. Llega mi hija y también bla... bla... bla. Falta mi hijo, parece que

hoy se ha atrasado diez minutos, ahí está, viene hacia acá... Yo estoy muda pero ellos se divierten. De vez en cuando

me preguntan algo y les contesto con monosílabos. Ni siquiera finjo prestarles atención. Durante mucho tiempo he

practicado a ser paciente conmigo misma y con los demás, pero hoy parece que mis nervios están cansados de estar

amarrados y quieren vacaciones. Llega la sirvienta y me dice que se terminó el gas y la harina de maíz. La pregunta

me.

Page 13: Aída Castañeda

El niño descalzo

El niño se limpió los pies desnudos. Se quitó la gorra y con timidez empujó la puerta del restaurante. Deslizó la

mirada hacia dentro escudriñando el ambiente. ¡Qué alivio! Casi todas las mesas estaban vacías, excepto la que

ocupaba el dueño del negocio y su hija, -estudiante universitaria- quien subrayaba un libro de Sociología a la vez que

almorzaba, otra de las mesas la ocupaba un señor de prominente barriga, éste leía un periódico mientras el joven

mesero le servía su orden de chuletas con papas. El niño carraspeó y caminó hacia dentro seguido de dos niñas

escolares debidamente uniformadas, de su misma edad, oscilando entre los once y doce años y de otros dos niños

calzados; pero que más les habría valido andar con los pies desnudos como él, porque los zapatos estaban tan echados

a perder que los dedos asomaban como avergonzados entre el cuero y el hule. Se acomodaron en dos mesas. El niño

descalzo con las dos niñas ocupó la mesa que estaba cerca del mostrador donde había un arreglo floral de fragantes

rosas blancas. Los otros dos en otra a la par de ellos. El mesero dirigió la mirada hacia don encontraba el dueño del

negocio, como pidiendo su aprobación para dejar entrar a los niños hizo un gesto afirmativo, mientras se levar para

salir a la calle. Entonces de mala gana v el entrecejo contraído, el mesero se dirigió al niño descalzo: ¿Vas a pedir

algo? ¿Traes dinero? El niño buscó en sus bolsillos y sin inmutarse sacó un billete de regular denominación-

abanicándolo como para espantar el c preguntó: ¿Alcanzará para cinco hamburgués cinco refrescos? Claro que sí

caballero -replicó- con ton: burla el mesero. En un momento le sirvo, también le alcanza para la propina... Por segunda

vez el niño buscó en sus bolsas' y con aire triunfal sacó dos monedas de cincuenta centavos y las colocó sobre la mesa.

Poco después les servían las hamburguesas y los refrescos y el niño descalzo tuvo que llamar al orden a los demás

niños que celebraban la llegada del festín con gritos y carcajadas. Ya no queremos -contestó la niña de die giro

versado-, además desayunamos bien en: Caminó hacia la salida y su compañera la sig. Habían aceptado la invitación

del niño descalzo por no desairarlo, ya que él ese día, las había salvado del ataque de un perro callejero. Apenas

habían salido las niñas cuando cuatro. Manitas sucias cayeron en un santiamén sobre restos de comida. Después

corrieron a mordisquear los huesos de las chuletas que había de, el señor de prominente barriga, mientras estudiante

hacía un alto en su trabajo y observo sorprendida la escena. El niño descalzo trataba inútilmente de controlar a los dos

niños que seguían buscando entre los platos vacíos una migaja que se les hubiera escapado a la vista. El rostro del niño

descalzo se volvió escarlata. ¿Quién era? ¿De dónde había sacado aquel billete de cien lempiras, que lo hizo sentirse

por un momento un caballero? ¿Sería un ladronzuelo con suerte o uno de esos niños que fingen tapar baches en las

calles para disimular la mendicidad? La estudiante presintió que aquellas criaturas no volverían a saborear la delicia de

una hamburguesa o un refresco durante mucho tiempo, porque sus padres, si es que los tienen, ni siquiera alcanzan

para los frijoles. De lo que sí está segura, es que lo que ha visto hoy, le ha tocado tanto el corazón de tal manera, que

hasta le servirá para terminar con broche de oro su monografía sobre: EL HAMBRE QUE ABATE A LA NIÑEZ

DESPOSEÍDA DE HONDURAS. El niño descalzo la miró detenidamente y exclamó: Así son los niños de la calle,

señorita: perdónelos, y tomando por la camisa a las criaturas se dirigió a la puerta de salida. ¿Qué modales son esos?

¡Qué vergüenza la que me han hecho pasar!- les dijo. No te enojes Pablo... Pablito -contesto de ellos-, es el hambre y

el hambre no sabe nada; ¡Qué ricas son las hamburguesas! Adiós señorita -dijo el niño descalzo-. Tienes razón mi

amiguito: el hambre no sabe nada.

Page 14: Aída Castañeda

La calumnia

Se tocó el ampuloso y palpitante vientre y sonrió con satisfacción. Su embarazo iba "viento en popa". El bebé nacería

dentro de cinco meses. ¡Qué cara la que pondría su Cornelio cuando le diera la noticia: ¡Vas a ser papá! ¿No es que

Amelia Cardenal estaba muy vieja para tener hijos? Cuando se casaron apenas meses atrás, ella tenía cuarenta y dos

años; Cornelio treinta y seis. El día de la boda, tuvo que soportar las miradas maliciosas de la gente y hasta alcanzó a

escuchar a su tía Ernestina: "Pobrecita, se casó tan vieja que no podrá darle hijos a Cornelio ¡por lo menos ya no será

la solterona más desprestigiada del pueblo, -y agregó-: ¡Qué valiente es Cornelio! Ella ya estaba quedada, ¡vaya

suerte! Él lavará su mancha al elevarla al nivel de señora". Y don Manuel Tobar, el propietario de la tiendita "La

Esquina", le había comentado a su primo Carlos: "Estoy seguro que la calumnia que ha rodeado a Amelita, como una

serpiente venenosa, durante tantos años, al fin se olvidará, Cornelio se lleva una buena... muchacha -le no muy

convencido de sus palabras". Y es que "pueblo pequeño, infierno gran- Entre más pequeño es el pueblo más rápido c

la maledicencia. Cuando Amelia tenía veinte años, era sin d alguna la muchacha más linda y admirada de Juan,

máxime siendo la hija de don Fernando Cardenal, el hacendado más rico a diez millas redonda. Amelia palideció, lloró

y pataleó. Ahora sabía por qué la gente de San Juan, la veía como a una leprosa. Ahora sabía por qué el cura de la

parroquia había sido trasladado a otro pueblo más miserable que aquél, a raíz del problema que tuvo ella con el

sacristán, a quien buscó por todas partes y no encontró. Sabiendo que siempre sería vista con muchacha más

desprestigiada del pueblo, opto por encerrarse en la hacienda de sus padres, durante muchos años convencida de no

encontrar nunca un "salvador" que gritara a los cuatro vientos verdad, que la librara de aquel murmurio escandaloso,

salido de la jeta inmunda solapado sacristán. Pero su Cornelio, su am Cornelio -Contador de su padre- quien llegó m

capital, le había ofrecido la "amnistía" al cas con ella. ¡Oh Dios! ¡Cómo lo amaba! Sobre I cuando al día siguiente de

la boda, fue a quitarse la goma a "La Esquina" de don Manuel, y les preguntó entre serio y malicioso, cómo h.

encontrado a la muchacha. Le dio de trompad horas después le llevó al sacristán, al mal sacristán que buscó en un

pueblo vecino, h encontrarlo, para que le escupiera la verdad, verdad que corrió de boca en boca por toe pueblo y que

le satisfizo en parte, no del i porque ella sabía que cuando una calumnia c nadie puede detenerla, ni echarla en un

aljibe sin fondo. Es como si rompiéramos un papel con mil palabras inmundas y lo regáramos en una calle, luego,

cinco minutos después intentáramos recogerlos, ¡imposible! faltan muchos pedacitos, que quizás alguien o muchos

han leído ya.Mas, el amor es el mejor cicatrizante para un corazón erosionado, y un bebé, la realización de toda mujer.

Un bebé vendrá a fortalecer su matrimonio. Mañana invitaría a almorzar en su casa a sus familiares más cercanos y les

daría la noticia ¡Qué noticia! Amelia, la solterona más vieja del pueblo tendrá un bebé. Durante los últimos meses

había sentido todos los síntomas del embarazo, incluso, había notado el aumento de tamaño del vientre. También

había tenido antojos de mango verde, de tomar agua de coco a las tres de la mañana y de comer sandía a media noche.

Amelia regresaron al pueblo un mes después. Ella con la mirada vencida y los cachetes encendidos por la vergüenza.

El cargando un hermoso recién nacido que, por supuesto, no es de Amelia. ¿Adoptado? ¿Robado? Sólo ellos lo saben,

más si algún día se descubre la verdad, será como una calumnia más que la desdichada Amelia tendrá que afrontar. En

el pueblo nadie sospecha nada. Unos le encuentran parecido al bebé con Amelia, otros a Cornelio, pero el orgulloso

abuelo, don Fernando, asegura que la criatura será la viva estampa de su difunto padre.

Page 15: Aída Castañeda

Libros del mal

Presa de una rara fascinación iba colocando las joyas en línea sobre la cama, dándoles forma de avecillas. Avecillas

doradas cuyos ojos eran piedras preciosas que refulgían como estrellas con el reflejo de la luz de la lámpara que

pendía del techo. También los ojos de ella brillaban, pero no con el fulgor de las piedras preciosas. No, era algo

superior. Tenían un destello extraño ¿de avaricia? No lo creo. Era un brillo diferente. El que nos proporciona la

satisfacción, el orgullo de poseer algo que hemos ido formando día a día con nuestro sudor, con nuestras lágrimas y

privaciones. Mientras ella contemplaba aquel tesoro que había ido acumulando a través de los años; yo la miraba por

la rendija de la puerta de su dormitorio y me dio miedo aquel extraño fulgor en sus ojos. ¿Cuánto le duraría? De lo que

sí estaba segura era de que mientras ella, mi madre, fuera dueña de aquel tesoro, tendría fuerzas para seguir luchando

en este mundo lleno de miserias: mañana, pasado y siempre. Ahora comprendía por qué se encerraba en su dormitorio

por largas horas. Empujé la puerta y entré intempestivamente. Parecía una reina cubierta de joyas. Las tenía en el

cuello, en los brazos, en las manos y hasta en la cabeza, aparte que había una buena cantidad en la cama. El brillo de

aquel tesoro me cegó un instante, momento que aprovechó para tratar de quitárselas del cuerpo. Imposible, eran

muchas. Entre bromas y una risita más bien nerviosa, me le acerqué y jugué con ella, tratando de arrebatarle algo de su

tesoro. Me coloqué en el cuello cinco cordones de 21 quilates. En los brazos muchas pulseras, no sé cuántas. Mis

pequeñas manos se veían hermosas, miento, más bien ridícula con tantos anillos. En aquel momento imaginé ser

dueña de aquella mínima parte de sus alhajas y me sentí feliz. Al principio, ella se mostró confusa, muy nerviosa,

pálida -no por la luz de la lámpara-, luego comenzó a reír desaforadamente y yo la acompañé. Mamá... ¿son suyas? ¿to

das? -le pregunté con un hilo de voz. Si hija, todas. Desde antes de casarme he ido Invirtiendo mis ahorros en esto. -

Colocó un cordón En el cubrecama y formó rápidamente la figura de un ave-. Le puso dos rubíes como ojos y como

pico una esmeralda. ¡Ay, mamá! quién lo hubiera creído, ¡qué extraña coleccionista es usted...! ¡Viva mi mamá! -le

grité-. ¡Viva! -replicó ella, extendiendo un gran pañuelo y guardando en él sus sueños, sus ilusiones doradas. De

pronto me miró fijamente y me recomendó que le guardara el secreto, que por favor no se lo contara a mis hermanos.

"Será de ustedes pero... hasta que mi vida termine -me dijo-. Ella odiaba pronunciar la palabra muerte Bueno... casi

todas. Algunas están empeñadas. Esta vida se está poniendo tan difícil que prestar dinero por joyas es en realidad una

bonita forma de trabajar descansando. Fingí creer su mentira. Creo que lo hice bien porque ella suspiró aliviada y

cambió la conversación. Yo residía en Juticalpa y un mes después de este incidente, una amiga me llevó la desagra-

dable noticia: ¡Le robaron a su mamá! ¡Le llevaron todas sus joyas! Lloré, lloré mucho, no tanto por las joyas. Lloré

porque sabía que en los ojos negros de mi madre, jamás volvería a ver aquel fulgor, aquel brillo extraño que le

proporcionaba el orgullo de saberse poseedora de aquel tesoro. Murió meses después a los setenta y cuatro años y

nadie me quita de la cabeza que su muerte se precipitó por la ausencia de sus avecillas, ¡efímeros lirios del mal!*. Sino

las hubiese perdido quizá habría conquistado la longevidad del águila o del cisne. Hoy, frente a su cama vacía,

hundida en el recuerdo de aquel día, en medio de este silencio infame, que hiere y despedaza, me burlo de la noche -y

ella se burla de mí- mientras escribo este "cuento" que por ser tan real es una pesadilla que acabará solamente cuando

cruce en mi camino una avecilla dorada. ¿Dónde están avecillas doradas? ¿Adónde volaron? ¿En qué cuello infame

anidan ahora? ¿En qué manos profanas refulgen las estrellas de mi madre? No sé... yo jugué con ustedes, ¡conozco su

brillo! Y juro que si algún día las encuentro, acabaré con su vuelo y con el poder de quien las robó.

Page 16: Aída Castañeda

El error

Durante mucho tiempo la viejecita estuvo presintiendo aquel regalo. Se trataba de un perfume que allá en sus años

mozos había sido el deleite de su ya difunto esposo. Aquella fragancia tan cara, le recordaba los momentos más gratos

de su vida.

El valioso frasco por fin llegó a sus manos gracias- al recuerdo constante de su único Rijo, quien desde niño conocía

lo que significaba en especial aquel perfume. Ella lo recibió llena de expectación. Percibió la magia sutil del contenido

a través del material que lo envolvía, como se percibe a un ser ausente y querido con el pensamiento. Con manos

temblorosas abrió el regalo, obviando por primera vez la tarjetita, que llevaba el acostumbrado mensaje: "Mamá, te

quiero" y que la llena siempre de un sentimiento etéreo, difícil de describir. A medida que ha ido envejeciendo,

necesitaba con más desesperación esas expresiones de cariño que penetran en su corazón con la fuerza de un

"Levántate y anda". Hoy ha cometido un error que deja huella en su hijo, y la ancianita que siempre ha sido muy

espiritual, se ha ganado el mote de "madre materialista".

Cada Día de la Madre, cada cumpleaños, cada Navidad, ella recibe un caro obsequio de su parte. Busca con la mirada

llena de agüita una inexistente tarjeta que quizás en los años que le quedan por vivir, nunca volverá a encontrar.

Page 17: Aída Castañeda

¿Me da jalón señor?

Miré mi licenciado... todo comenzó así como le va contar, pero antes déjeme decirle que mi nombre es Manuela del

Socorro Domínguez. Pues resulta mi Lic., qué el marido mío y yo, trepamos de la montaña a Goyito, mijo bien

enfermo el progresito, para llevarlo al pueblo. Dicen allá en la montaña quera de cólera... ¿Cómo iba ser de cólera si

él nunca fue arrecho como el marido mío? Mi angelito lo que tenía era una gran diarrea, vómitos v calentura. Nos

encontrábamos esperando en la carretera sin una alma se condoliera de nosotros y nos diera jalón para traerlo al

hospital. Cuando pasaba algún camión le hacíamos la señal y nada, más luego si ban, levantando una gran polvazón

que casi nos aficiaba, ¡y con la calor que hacía, pues eran como las doce en punto! El chigüincito ya ni se quejaba,

pero, eso sí, seguía mojando como pato. De repente el marido miyo estiró el pescuezo, se rascó la cabeza y me dijo:

Nela, munús otra vez pa la montaña que ya Goyito ni se queja y con este sol que derrite, más luego se nos va a

morir.Yo miré a mi criaturita con aquella gran tranquilidá en su carita y le grité al marido miyo: ¿No ves que en el

hospital hay medecinas y lo van a curar?¿Entonces?

Me gustaría llevarle el caso para que ese señor escarmiente y no vuelva a darle aventón a cualquiera...

¿A cualquiera? Si juimos trabajadores dél. Sernos gente humilde de la montaña, pero...

¿Y por qué se fueron de la hacienda? ¿Por qué los despachó don Nemesio?

Ejem... dicen que a los abogados hay que dicirles siempre la verdá, y la verdá, es quél marido miyo le ro... robó una

escopeta y también don Nemesio lo encontró en el mercado de Catacamas vendiendo dos quesos de su hacienda...

¿Qué son dos quesitos y una escopeta vieja para una persona que tiene tanto pisto? ¿Idiái, mi Lie? ¿Le cobramos

más por mi angelito?

¡Se lo cobraremos! Y que le pase por bruto, por pena... ya lo dijo usted, para eso estamos los abogados, si me ando

con muchos remilgos otro lo hará. ¡Y ojalá que Dios o el Diablo me pongan algún día a este inocente señor en una

carretera! Ya quisiera ver su cara cuando le dijera ¿Me da jalón, señor?

Page 18: Aída Castañeda

Era un día lunes

Después del día domingo cuando puedo dormir a mis anchas, quizá más de la cuenta, o leer el libro que durante toda

la semana he intentado terminar, el día lunes lo siento realmente tedioso, agobiador, sobre todo cuando el auto de la

casa está "enfermo", me veo obligada a tomar un taxi y no lo encuentro, entonces tengo que abordar un autobús

repleto de pasajeros. Tuve suerte este día. El autobús cuya ruta es Loarque - Lomas, estacionó en la esquina donde

esperaba taxi desde hacía más de media hora, mientras frotaba mis brazos más helados que de costumbre, por culpa de

la mañana que se había iniciado muy friolenta como consecuencia del aguacero del día anterior. En cada parada la

gente baja y sube, miro y remiro a los pasajeros y no he encontrado a nadie más que me llame la atención. Lo que sí

noto en la gente, es un velo de preocupación. Suben al autobús y no saludan, se han olvidado por completo del

"Buenos días, señor" o del "Hasta luego, señora". Dos amas de casa comentan entre sí, que antes compraban en el

súper y ahora con esto de los "paquetazos" progresivos del Gobierno, tienen que arriesgarse a que las asalten por

comprar en el mercado. En mi casa -dice una de ellas, casi con nostalgia- comíamos carne todos los días; hoy

solamente una vez a la semana.-La otra suspira y le contesta-: dichosa tú, que todavía comes carne; yo engaño a mis

hijos con frijol de soya-. Le da una receta que yo escucho atentamente, sin perderme ningún detalle. Sonrío y recuerdo

que en casa hay un poco de soya. Lo prepararé cuando regrese. Algunos pasajeros sonríen, otros contraen el entrecejo

y miran por la ventanilla indiferente a las canciones que ellos interpretan. En la siguiente parada, subió un joven alto,

muy alto, sus ojos azules observaron uno a uno los pasajeros. "Éste es un ser silencioso e inexpresivo, -me dije- pero a

pesar de eso me inspira confianza su mirada abierta y serena". Ahora, este muchacho era mi objetivo, mis

pensamientos venideros se los dedicaría a ese bello ejemplar masculino. Como si él hubiera adivinado mis

pensamientos, me sonrió encantadoramente, lanzándome una mirada larga. Si yo hubiese tenido treinta años menos,

quizá mi corazón habría comenzado a palpitar alocadamente, pero no, mi corazón siguió caminando con su ritmo

acostumbrado, más en mi interior, deseé ser la colegiala del asiento de al lado, para devolverle una sonrisa llena de

promesas. Le dediqué dos minutos con treinta segundos exactamente y cuando terminé con las interrogantes de

costumbre, concentré la mirada en una mujer que iba parada con un niño en brazos. Con voz suplicante se atrevió a

pedirle el asiento a un muchacho de aproximadamente dieciséis años, quien iba a la par de ella. El la miró con

indiferencia y le dijo: Pídaselo a otro que yo tengo que trabajar mucho este día. Observé nuevamente al estudiante con

el cual yo compartía asiento. Seguía ensimismado en la lectura de uno de sus libros. De pronto comenzó a moverse

inquieto y levantó la mirada, la que chocó con la de los ojos azules. El de ojos azules tenía la mirada fija en él, nunca

me miró a mí y no era una mirada inexpresiva, era una mirada tierna, atrevida, voluptuosa. Yo observaba a uno y a

otro. El estudiante seguía revolviéndose en su asiento; luego de unos minutos, se quedó quieto, parecía hipnotizado,

con la mirada del ojo azul. ¿Qué diablos estaba pasando? ¡No comprendía nada! Como una débil luz me llegó al

cerebro, la realidad de lo que estaba sucediendo: ¡Amor a primera vista entre dos homosexuales! Su mirada parecía

unida por un hilo invisible. Me levanté un tanto nerviosa para ofrecerle el asiento a la muchacha que cargaba al niño y

sucedió algo que me causó una sorpresa infinita: el ojos azules se abrió paso como pudo y antes de | que yo pudiera

ofrecerle el asiento a la muchacha, se acomodó al lado del estudiante, y sin dejar de mirarlo le dijo: ¿Estudias

medicina? Yo... computación... ¿Podrías correrte un poco para que también se siente la señora? Estaremos un poco

apretaditos, ¿no te importa? En lo absoluto -contestó el estudiante, con voz afeminada-. Se veía feliz, radiante, sus

labios se plegaron en una sonrisa y su rostro parecía teñido de un leve color rosa. El cobrador casi nos revienta los

Page 19: Aída Castañeda

tímpanos cuando gritó: ¡Córranse! Usted señora ¡la del vestido verde! córrase que todavía caben cinco personas

más.Sonreí por no llorar. No cabía un alma más en aquel autobús. Una alma más que por necesidad tiene que subirse a

esos monstruos de metal y en donde a diario se ven tantas cosas y surgen de repente historias como éstas. ¡Dios que se

apiade de nosotros!

León de oro Mis ojos se prendieron anhelantes y escrutadores en el rostro de mi padre, quien yacía postrado en su cama, casi

inmóvil, fumando incesantemente y con la mirada fija en el techo. Hacía unos meses que su mente vagaba por mundos

oscuros de los que nada ni nadie lo hacía regresar. ¿Cómo era posible que un hombre tan vital, pudiera estar ahora en

ese estado de laxitud? Lo observé por unos minutos y me desesperó verlo como a un pajarito al que han cortado sus

alas y que ni siquiera gorjea cuando tiene hambre. Le hablé. Le estuve hablando por unos minutos y tal vez reconoció

mi voz porque sus ojos se alegraron un poco. No podía aceptar verlo como un vegetal. No, una inteligencia tan lúcida

como la suya no debía perderse así, seguramente estaba dormida para despertar en cualquier momento. No sé qué

hubiera pensado el presidente Callejas al escucharlo. Yo lo miré con tristeza y conmiseración, lo arropé y le di un beso

en la rrente. El me apretó una mano y me dijo que le diera otro besito (pesito) de los que servían para [comprar

cigarrillos o cervecitas. Siendo siempre tan especial aún en su estado, disfrazaba la palabra pesito con "besito". Le di

cinco lempiras y me fui al cuarto que siempre me destinaba mi madre cuando llegaba a la casa. Hoy, un día antes de

mi cumpleaños, no sé cuánto daría para que él me pidiera un "besito". A duras penas me ha contestado algunas

preguntas con monosílabos. Creo que ni siquiera se ha dado cuenta que soy su hija. Siempre me había preocupado la

idea de saber cómo me sentiría cuando llegara a alcanzar el medio siglo. ¡Y por Dios, que mi ánimo anda por el suelo!

Me siento mal, verdaderamente mal. Me observo en el espejo: el paisaje de mi rostro no me gusta. Hay nuevos

caminitos y algunos surcos que no tenía el año pasado. Me tiendo en la cama y pienso. Las interrogantes van y vienen

y cada vez estoy más confusa. Comenzaré a orar en silencio. Le daré gracias a nuestro Señor, por haberme permitido

navegar en este mar de lágrimas y sonrisas hipócritas durante cincuenta años. Oraré por mis hijos, mi madre, mis

hermanos, por una Honduras y una humanidad sin tanta hambre y dolor, y sobre todo, oraré por mi padre. Él había

recuperado su lucidez por unos minutos, para ofrecerme su último abrazo, su último Happy Birthday ¡Mi ídolo secreto

no me había fallado! Aunque para algunos que le conocieron en sus últimos días y que lean este relato, que por

supuesto no es fantasía, él quizás les habrá parecido un insignificante ratoncillo, por aquello de su canción eterna y por

su pequeña estatura, más para mí siempre será: Mi León de Oro y así pasen los días, los meses y los años, vibrará

siempre en mi corazón el recuerdo de aquel día, cuando el amor de un padre cariñoso, venció las fuerzas poderosas de

lo... ignorado para felicitar por su caminata de medio siglo a su hija mayor, la que le brindó por primera vez la alegría

y el orgullo de sentirse PADRE.