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Promoción 2010 - 2014 Primera fila: Jhonatan E. Checca Flores, Mae, Evelin Sara Quenaya Condori, Rosa Elena Arango Sánchez, Yemileth Zenovia Flores Burgos, Alberto Aldair Rojas Calle. Segunda fila: David, Érika Celeste Tesillo Flores, Lizbeth Perlita Tipo Sardón, Donnyh Alcázar Álvarez, Fabián Yair Vélez Coronel, Milguar Aarón Silva Cerrato, Áxel Ríchard Cutimbo Ccapa, Fernando José Ticona Luiz. Tercera fila: Rubén Jesús Barrenechea Flores, Danny Hernán Checca Achata, Edwin Ismael Chata Saravia Faltan Guadalupe de los Ángeles Mamani Carrillo, Giomar Mamani Samata, Fernando Rojas Flores y Calef Mendoza Ayvar. VÍCTOR ARPASI FLORES Relatos escritos para los estudiantes de los ciclos VI y VII de la I.E.P. Francisco Fahlman Selinger que, en algunos casos, fueron utilizados para el desarrollo de las clases, evaluaciones escritas y ejercicios o lecturas en aula.

Al Abrir Los Ojos

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A manera de presentaciónDiez años. Recuerdo que cuando me pasaron la voz de que me buscaban, me hallaba esperando la combi para bajar a la ciudad a fin de hacer alguna gestión. Bien, tenía que ir para ver de qué se trataba. Vamos a hallar la respuesta a la interrogante, me dije. Y llegué al Francisco Fahlman, cuya dirección quedaba en la calle Ayacucho. Un pasadizo que había recorrido en otras oportunidades, cuando en ese lugar funcionaba la Superintendencia de Contribuciones o algo así. Allí, la directora, profesora Rhilma Fuentes me comunica que la profesora Evita Zeballos, profesora de Lengua y Literatura, había fallecido y que había indicado que si necesitaba a algún docente para que la reemplace sea yo esa persona. Dos sorpresas: Saber que la profesora ya no estaba con nosotros. La profesora Eva Zeballos tuvo la gentileza de escribir las palabras introductorias de mi libro de acentuación y tildación que había escrito. Y el saber que se había acordado de este servidor como quien le debía suceder en su cargo conmovió mi sentimiento. Ese día prometí dedicarle el diccionario de ortografía que el terremoto del 2001 había interrumpido su preparación, pero que, pasada la conmoción de no tener casa, nuevamente había retomado dicho trabajo. Y se presentó el dilema que una vez se me presentó en la vida. ¿Qué hacer? ¿Enseñar o seguir con mis tareas literarias y lingüísticas? Ante esta disyuntiva pesó mucho el noble gesto de la profesora Evita; sin embargo, tengo pendiente la promesa hecha en esa oportunidad. No seguí desarrollando el diccionario, sea porque tenía que preparar las clases, corregir…, o porque, a decir verdad, la tarea de ser docente me absorbió demasiado que hasta este momento no he podido cumplir dicha promesa. Y tengo que cumplirla. Creo que ella, desde donde se encuentre, ha de estar mirándome, y estoy seguro que siempre debe haberme iluminado cuando se me presentaron problemas de enseñanza y aprendizaje con los estudiantes. Creo, también, que es un deber ineludible cumplir lo prometido.Diez años… con logros y fracasos. Como todo en la vida. He conocido excelentes profesores que me dieron y me dan su amistad. Una amistad extendida, franca, solidaria. Mi corazón les agradece en silencio. Maestros al fin. ¡Qué decir de las alumnas y de los alumnos! Es el recuerdo gratísimo de estos diez años de labor docente. Comencé a tratar a los adolescentes, muchachos y jovencitas de 16 a 18 años en la Universidad, en la Escuela de Lingüística y Literatura. Yo, una persona de 40 años en ese tiempo, aprendí mucho de ellos: Su dinamismo, resolución y valor en defender sus ideas, su lealtad y solidaridad fueron para mí en esos años inapreciables experiencias. Siempre hubo para mi persona una palabra de comprensión y ayuda. Si terminé la carrera fue gracias a ellos; y su manera de ser me hizo querer a esa tierra, Arequipa, y a su gente. Ahora he tratado con púberes y adolescentes, una realidad diferente; pero, poco a poco, los estudiantes del Fahlman me fueron enseñando cómo ser docente. Su propia paciencia en escucharnos me dieron paciencia; su propia afán de aprender, me impulsaron a estudiar. Es decir, más que docente he sido un alumno de ellas, de ellos. Ojalá no haya sido un mal estudiante.Producto de estos diez años hay en mi computadora muchos trabajos preparados para las clases. Relatos, descripciones, ejercicios de ortografía, de gramática oracional y de gramática textual, poemitas.,y muchos textos más.... Pues, no sé si para bien o para mal, tengo el prurito de no utilizar ejercicios ya usados, salvo que sirvan para algunas comparaciones. Esta forma de trabajo me ha servido para que vaya aprendiendo un poco más: ya que las tareas las construía con mucho cariño; tenía la esperanza de que ayudarían para que los estudiantes mejoren su dominio del idioma. Pienso que algo se ha avanzado en estos diez años.Por supuesto, no todo ha sido un lecho de rosas, como suele decirse popularmente. Hubo tropiezos, frustraciones y cie

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  • Promocin 2010 - 2014 Primera fila: Jhonatan E. Checca Flores, Mae, Evelin Sara Quenaya Condori, Rosa Elena Arango Snchez,

    Yemileth Zenovia Flores Burgos, Alberto Aldair Rojas Calle.

    Segunda fila: David, rika Celeste Tesillo Flores, Lizbeth Perlita Tipo Sardn, Donnyh Alczar lvarez, Fabin

    Yair Vlez Coronel, Milguar Aarn Silva Cerrato, xel Rchard Cutimbo Ccapa, Fernando Jos Ticona Luiz.

    Tercera fila: Rubn Jess Barrenechea Flores, Danny Hernn Checca Achata, Edwin Ismael Chata Saravia

    Faltan Guadalupe de los ngeles Mamani Carrillo, Giomar Mamani Samata, Fernando Rojas Flores y

    Calef Mendoza Ayvar.

    VCTOR ARPASI FLORES Relatos escritos para los estudiantes de los ciclos VI y VII de

    la I.E.P. Francisco Fahlman Selinger que, en algunos casos,

    fueron utilizados para el desarrollo de las clases, evaluaciones

    escritas y ejercicios o lecturas en aula.

  • ii

    Agradezco

    a la Prof. Rhilma Fuentes de Galdos, Directora de la I.E.P. Francisco Fahlman S.,

    a la Prof. Nora Gabriela Cam H. de Changa, Docente de Ingls,

    al Prof. Alberto Colana Cuaila, Docente de Historia, Geografa y Economa,

    y a don Hugo Romn, nuestro Promotor quienes me orientaron, en todo momento y me apoyaron

    con ideas y documentos para el mejor desempeo de mis funciones.

    Asimismo, va mi agradecimiento

    a los profesores Carlos Choque, Carmen Ccopa, David Latorre,

    Germn Parillo, Alfonso Ramos, Guillermo Curasi, Evanjelina Roque;

    a las profesoras Aid, Noem, Estalini y Zoila

    y a los profesores Oscar Cusacani y Reynaldo Calizaya

    del nivel Primario y a la profesora Deni Nina de Inicial a la Sra. Maruja de Gutirrez, a la Srta. Nely Mendoza, a don Luis Muchaipia

    y todas las personas que tambin me ayudaron

    en mi labor docente y otras actividades inherentes a la misma.

    Gracias por todo.

  • iii

    Con fraternal aprecio a Rosa Elena Arango Snchez,

    a Guadalupe de los ngeles Mamani Carrillo,

    a Yemilteh Zenovia Flores Burgos

    a Kendy Luca Challa Aari,

    a Linda Eva de Jess Mayta Garca,

    a Mara del Pilar Apaza Vilca

    a Uds..mi eterno agradecimiento

    porque veo en Uds un ejemplo de la generosidad

    de los estudiantes del Fahlman.

  • iv

    Dedico este sencillo trabajo

    a mis alumnas y alumnos del Francisco Fahlman Selinger.

    Para Rosa Elena, Guadalupe de los ngeles, Lisbeth Perlita,

    Yemileth Zenovia, Donnyh, Evelin, Dany, Iskra, rika, Edwin,

    Rubn, xel Richard, Calef, Milguar, Fabin, Fernando Jos,

    Alberto, Jhonatan, Giomar, Fernando, , y muchos ms del 5 grado, Promocin que el destino ha de

    deparar la conquista de vuestros ideales. Id con Dios.

    Para Linda Eva de Jess, Kendi Luca, Mara del Pilar, Kamila,

    Jean Pool, lvaro, Flavio, Hannah, Lilia, Katherinee, Berly,,

    Lizbeth, Felipe, Jefferson, Mario,,Erick, Enmanuel,

    Diego, Lucero, Dhara, Roco, Joel, Fiorella

    y todos los del 4 grado, futura Promocin de 2015.

    Para Emma, Anthony, Andrea, Vanessa, Adriana, scar,

    Dhennys, Carlos, Juan Diego, Nilsson, Mariam, rika, Mlany,

    Paulo, Mauricio, Luis ngel, Melissa, Stefana, Keffer y Fiorella, y todos los del 3 grado.

    Para Diana, Miluska, Nicole, Michael, Jess, Marcos, Cielo,

    Jremi, Flix, Rodrigo, Carlos, Luis, Jeb, Diego

    y todos los del2 grado.

    Para Ynifer, Thayl. Eva, Karen, Grecia, Marilyn, Haziel, Diana V,

    Diana C., Claudia, Anthony, Arnold, Jefferson, Kristopher, Emanuel,

    Csar, David, Giovana, Andrs, Wanders y todos los del 1 grado.

    ,

    Al nombrarlos, en realidad, nombro a todos

    quienes fueron mis alumnas y alumnos en estos diez aos

    de experiencia docente, y les agradezco su paciencia

    para con mi persona y por ser, ms que alumnos,

    amigas y amigos

  • v

    LA CONSTANTE HUMANA

    El ser humano se caracteriza por su empeo en lograr las metas que se propone. Nada que

    perdure o satisfaga con felicidad se consigue sin esfuerzo. sta es una constante humana; por eso la cuesta de la civilizacin est marcada con los hitos que han puesto muchsimas veceslas personas y los pueblos con sudor, lgrimas y sangre. A veces las derrotas o los fracasos son incentivos para lograr el triunfo. Aunque debe ser el motor de nuestros actos la nobleza o la gratitud, porque poseen el milagro de la vida y el don de la razn, de los sentimientos y de la voluntad, y, en mayor medida, porque somos realidades o entes sociales que precisamos ser solidarios para sentirnos humanos.

    No debemos olvidar que si se fracasa en una empresa o en el logro de una meta, no es digno

    buscar un culpable, cuando sabemos que el culpable es uno mismo. Asumir la responsabilidad es el primer paso para conseguir el triunfo.

    En esta lucha permanente que significa la vida, no hay mejor conquista que la conseguida

    con honestidad y valor. Si el triunfo ha significado sacrificio dado con alegra, el galardn aun es ms meritorio. Es lo mismo que luchar por gratitud; tiene mayor profundidad y vala que cuando se triunfa solo por el xito mismo.

    PMC

  • vi

    A manera de presentacin

    iez aos. Recuerdo que cuando me pasaron la voz de que me buscaban, me hallaba esperando la combi para bajar a la ciudad a fin de hacer alguna gestin. Bien, tena que ir para ver de qu se trataba. Vamos a hallar la respuesta a la interrogante, me dije. Y llegu al Francisco Fahlman, cuya direccin

    quedaba en la calle Ayacucho. Un pasadizo que haba recorrido en otras oportunidades, cuando en ese lugar funcionaba la Superintendencia de Contribuciones o algo as. All, la directora, profesora Rhilma Fuentes me comunica que la profesora Evita Zeballos, profesora de Lengua y Literatura, haba fallecido y que haba indicado que si necesitaba a algn docente para que la reemplace sea yo esa persona. Dos sorpresas: Saber que la profesora ya no estaba con nosotros. La profesora Eva Zeballos tuvo la gentileza de escribir las palabras introductorias de mi libro de acentuacin y tildacin que haba escrito. Y el saber que se haba acordado de este servidor como quien le deba suceder en su cargo conmovi mi sentimiento. Ese da promet dedicarle el diccionario de ortografa que el terremoto del 2001 haba interrumpido su preparacin, pero que, pasada la conmocin de no tener casa, nuevamente haba retomado dicho trabajo. Y se present el dilema que una vez se me present en la vida. Qu hacer? Ensear o seguir con mis tareas literarias y lingsticas? Ante esta disyuntiva pes mucho el noble gesto de la profesora Evita; sin embargo, tengo pendiente la promesa hecha en esa oportunidad. No segu desarrollando el diccionario, sea porque tena que preparar las clases, corregir, o porque, a decir verdad, la tarea de ser docente me absorbi demasiado que hasta este momento no he podido cumplir dicha promesa. Y tengo que cumplirla. Creo que ella, desde donde se encuentre, ha de estar mirndome, y estoy seguro que siempre debe haberme iluminado cuando se me presentaron problemas de enseanza y aprendizaje con los estudiantes. Creo, tambin, que es un deber ineludible cumplir lo prometido.

    Diez aos con logros y fracasos. Como todo en la vida. He conocido excelentes profesores que me dieron y me dan su amistad. Una amistad extendida, franca, solidaria. Mi corazn les agradece en silencio. Maestros al fin. Qu decir de las alumnas y de los alumnos! Es el recuerdo gratsimo de estos diez aos de labor docente. Comenc a tratar a los adolescentes, muchachos y jovencitas de 16 a 18 aos en la Universidad, en la Escuela de Lingstica y Literatura. Yo, una persona de 40 aos en ese tiempo, aprend mucho de ellos: Su dinamismo, resolucin y valor en defender sus ideas, su lealtad y solidaridad fueron para m en esos aos inapreciables experiencias. Siempre hubo para mi persona una palabra de comprensin y ayuda. Si termin la carrera fue gracias a ellos; y su manera de ser me hizo querer a esa tierra, Arequipa, y a su gente. Ahora he tratado con pberes y adolescentes, una realidad diferente; pero, poco a poco, los estudiantes del Fahlman me fueron enseando cmo ser docente. Su propia paciencia en escucharnos me dieron paciencia; su propia afn de aprender, me impulsaron a estudiar. Es decir, ms que docente he sido un alumno de ellas, de ellos. Ojal no haya sido un mal estudiante.

    Producto de estos diez aos hay en mi computadora muchos trabajos preparados para las clases. Relatos, descripciones, ejercicios de ortografa, de gramtica oracional y de gramtica textual, poemitas.,y muchos textos ms.... Pues, no s si para bien o para mal, tengo el prurito de no utilizar ejercicios ya usados, salvo que sirvan para algunas comparaciones. Esta forma de trabajo me ha servido para que vaya aprendiendo un poco ms: ya que las tareas las construa con mucho cario; tena la esperanza de que ayudaran para que los estudiantes mejoren su dominio del idioma. Pienso que algo se ha avanzado en estos diez aos.

    Por supuesto, no todo ha sido un lecho de rosas, como suele decirse popularmente. Hubo tropiezos, frustraciones y ciertas circunstancias que es mejor no recordar. Acuden a m estos grados recuerdos: las palabras de un compaero de estudios de Lingstica y Lingstica e la UNSA, Javier, y las de una alumna del Fahlman, Leticia, que tienen cierta similitud. Creo que las recomendaciones que me diera mi padre, don Julio, un da antes de partir al viaje eterno, no han sido en vano: Comprender a los dems, no insultar; saber escuchar, resolver antes que odiar y no guardar rencor es lo mejor de la vida. Leer las palabras de aquellos estudiantes, despus de varios aos, ayuda a soportar las vicisitudes a veces dolorosas de la existencia. Asimismo, ver las lgrimas de una alumna o alumnas por la despedida del cierre de ao es tan maravilloso que uno olvida todo lo malo. Escuchar que un alumno le diga como despedida Ha sido un gusto conocerlo o que otro le pregunte si uno va a seguir el prximo ao, son gestos, son palabras que reconfortan y compensan el esfuerzo. Por eso digo, con el sentimiento ms puro que puede tener mi espritu: Gracias, alumnas, alumnos. En estos diez aos de labor docente ustedes me han dado lo ms maravilloso que he vivido.

    En este dcimo ao, nombrara a uno y otro, a una y otra. Yo s que ustedes sabis, cunto os aprecio y admiro!

    Gracias Prof. Rhilma Fuentes de Galdos, gracias profesoras, profesores, gracias padres de familia, gracias mil, alumnas y alumnos, razn de estos diez aos de trabajo.

    Vctor Arpasi Flores

    D

  • vii

    Soneto de la amistad

    Aqu tienes mi mano amiga, ante cualquier circunstancia, No interesa si parece que no tuviera ya tiempo;

    Siempre lo habr! No lo olvides; porque pienso que maana Tambin has de dar el tuyo si alguien lo quiera un momento

    La amistad es la paciencia que nos devuelve la calma; Es presencia que da al da las respuestas de lo incierto; Es comprensin en la duda y es ayuda en la desgracia,

    Convierte los sinsabores en un algo pasajero!

    Yo soy amistad, segura, de ayer, de hoy y maana; En las buenas o en las malas; bajo el grito o el silencio, Siempre habr la voluntad de estar a tu dicho atento

    La amistad es universo; es rbol, camino, da;

    Es caminar conversando, de tus problemas y el mo: Es sabes? sentir a Dios entre los dos que camina

    VAF

  • viii

    Soneto de la juventud y la primavera

    Primavera tierna y dulce! Cuando llegas traes lumbre Y un incendio que devora la hojarasca y las espinas

    Que en el alma convirtieron una amarga pesadumbre, En pual que la torpeza o nos mancha o nos lastima.

    Primavera, luz y bro de ternura adolescente!

    En ti se hallan los vstagos que renuevan el cansancio; En ti bullen la esperanza y el mpetu emergente

    En ti, la juventud nclita que es imagen de entusiasmo.

    Juventud y Primavera!, sois dos ros luminosos Que humedecen con la vida pedregales y desiertos, Y los vuelven mil oasis de fruta, de paz y cielo

    Juventud, sol y tesoro, riqueza de todo pueblo,

    No olvides que es el estudio lo que te da fortaleza Y es el hogar y tu escuela quienes guan tu certeza!

    VAF

  • ix

    LA LECTURA (Una reflexin)

    La lectura es la mejor actividad para aprender a conocer el mundo. No slo el mundo que nos rodea, sino aquello que se encuentra lejos de nosotros. Lo real y lo irreal. Lo objetivo y lo subjetivo; aquello que es material y aquello que se encuentra en nuestro espritu y en el de otras personas. La lectura es una maravilla. Cmo es posible que con unos cuantos signos podamos abrazar toda la inmensidad de la vida, de la existencia? En la vida tenemos seres de todo tipo, concretos y abstractos, que vemos y que no vemos. Tenemos alegras, tristezas y sentimientos como el amor que nos hace tanto bien, o como el odio que nos causa terrible dao. En la realidad existen nuestros ms amados familiares y tambin extraas personas, tan cercanas o tan lejanas a nosotros, que a veces nos sorprenden con su inteligencia, su buen humor, o nos apenan y hieren con sus malos procederes. La realidad es mltiple, variada, amplia, profunda y a veces inaccesible. Algunas veces la llegamos a conocer algo; otras, casi nada La realidad tambin eres t, l, yo; somos todos nosotros ms ellos; lo que est aqu y ms cerca aun, y lo que est all y ms all Es una integridad, y no la alcanzamos ni la conocemos en su totalidad. Y he aqu, felizmente, tenemos una amiga formidable, bellsima amiga, que nos ayuda a compenetrarnos en esa realidad, y esa amiga se llama Lectura.

    La lectura es la mejor compaera que nos gua en el conocimiento del mundo y de la vida. Si se trata constantemente con ella, nos va a dar inteligencia, capacidad para enfrentar los problemas, y lo que es ms provechoso, va a darnos al espritu la comprensin para que se aprecie ms a los padres y al prjimo, al amigo y a sus padres, a sus parientes, a los compaeros de clase, a las personas extraas, a los animales, a las plantas y tantos seres ms. La lectura nos da una mejor manera de ver las cosas. Har ms mujercita a quien es nia; ms hombrecito a quien es varn; en total, nos har ms humanos, que es algo que se debe construir momento a momento. La lectura es la llave de la maravilla. Con la lectura se sabe de relatos, fbulas, novelas y cunto ms. Se deleita con los hermosos mitos y leyendas de pueblos antiqusimos, cmo se cre el mundo, las estrellas, cmo apareci el hombre y la mujer sobre la Tierra. En fin, la lectura, en s misma nos har conocer ms a Dios y a nosotros mismos y a la progenie humana, porque hemos nacido humanos, pero slo seremos tal si nos comportamos como tales, y eso se logra leyendo. No es extraordinario?

    La lectura es la llave que abre el cielo y el infierno. La lectura es el rbol del bien y del mal. Leer es el acto que ensea a conocer de verdad. No perdamos de nuevo el paraso; ms bien encontrmoslo a cada instante leyendo.

    PMC

  • x

    BIENVENIDOS!

    Permitidme, por favor,

    Dirigiros la palabra;

    Buenos das os d Dios,

    En esta hermosa maana;

    Y a usted, seora Directora,

    Nuestro aprecio con el alma;

    Y al Promotor, el saludo

    Nuestro corazn le alcanza;

    Y a todos los profesores

    Este sentir que os abraza

    Con gratitud y promesa

    De ser ms con su enseanza;

    A los paps, padre y madre,

    Solo me queda decirles

    Que sois la columna clara

    Que apoya nuestra esperanza;

    Y a ustedes, nios y nias;

    Del Inicial y Primaria;

    Reciban con alegra

    Estar en la Escuela Fahlman;

    Y a ustedes, de Secundaria,

    Jvenes y seoritas,

    Os damos la bienvenida

    Con esta humilde palabra.

    Es preciso renovar

    Una promesa que nazca

    Con seriedad y energa,

    Con voluntad acerada,

    Ser mejores cada vez Porque lo exige la Patria,

    Y esta tierra que nos brinda

    Cada da su alborada En este da sereno

    Prometamos con el alma,

    Ante Dios, Moquegua y padres,

    De entregar en nuestras aulas

    Todo el esfuerzo que exija

    El estudiar y sus prcticas;

    Que han de ser gran provecho

    Para ser algo maana;

    Practiquemos la honradez

    Tambin la accin solidaria,

    No perdamos el respeto,

    Seamos personas gratas;

    Que el insultar no nos manche,

    Practiquemos la templanza

    Y valores que engrandezcan

    Nuestra calidad humana

    Bienvenidos, bienvenidas,

    A esta tambin vuestra casa!

    Nunca jams olvidemos

    Que sois del FRANCISCO FAHLMAN!

    (Poemita declamado por el alumno Jremi

    Gutirrez N. a inicios del ao escolar 2014)

  • xi

    Contenido

    Agradecimiento ( ii )

    Agradecimiento (iii)

    Dedicatoria (iv)

    La constante humana (v)

    A manera de presentacin (vi)

    Soneto de la amistad (vii)

    Soneto de la juventud y la

    primavera (viii)

    La lectura: una reflexin (ix)

    Bienvenidos! (x)

    Contenido (xi)

    Imgenes del recuerdo (xii)

    Al abrir los ojos y otros relatos (1)

    El nombre (1)

    El paquetito (

    La noche del espejo (3)

    La sentencia (4)

    La puerta (5)

    Al abrir los ojos (7)

    Ciego (8)

    As muri (8)

    El regreso (9) El agua es vida (10)

    Y se perdi en el infinito (11)

    Los dos verdugos (13)

    Un muchacho sencillo (14)

    El encantador de serpientes (18)

    El amor materno en la naturaleza

    (20)

    La espuma (21)

    El castigo (21)

    Qu inocencia! (22)

    He vuelto (22)

    La hazaa (23)

    El encuentro (23)

    Somos lo mismo (23

    La leyenda (24)

    Iba y vena (25) El toro (25)

    El creador (26)

    Solo un trapo rojo? (26)

    La casona (27)

    El ltimo deseo (28)

    La cometa (28)

    El encierro (29)

    El secreto del guardin (29)

    La viuda (30)

    Usted es la culpable! (31) No fue un da como cualquier otro (32)

    El rbol (34)

    Durante el sismo (34)

    La felicidad (35)

    La cada (36)

    La entrevista (37)

    El camino hacia el futuro (39)

    El corredor (41)

    La promesa (42)

    La risa (42)

    La guerra de las palomas (42)

    El salto (44)

    La serpiente (44)

    El Hada de ka Maravilla (45)

  • xii

    1. La Prof. Rhilma Fuentes de Galdos, Directora de la I.E.P. Francisco Fahlman, en la clausura del ao 2008. 2. Desfile de Fiestas

    Patrias: Prof. Alberto Colana C., Padre Braulio Chou, el autor, Prof. Celia Machaca. 3. Texto de Javier, compaero de estudios de la

    Escuela de Lingstica y Literatura de la UNSA, por las fiestas navideas. 4. Texto de Leticia al terminar sus estudios secundarios y

    por motivo de la Navidad. 5. El autor desfilando por la I.E.P. Francisco Fahlman y el prof. Germn Parillo. 6. El autor en el patio del

    primer local de la I.E. y una barca en plena navegacin.

    1 2

    3

    4

    5 6

  • 1

    AL ABRIR LOS OJOS y otros relatos

    EL NOMBRE

    e haban dado un nombre, y todos

    lo utilizaban para llamarlo. l

    escuchaba y responda. No

    faltaba quien con mucho cario lo

    llamaba con diminutivos. Le pareca

    empalagoso y hasta irrisorio; si ahora l

    ya se senta todo un hombre, un poco

    ms y se pondra a fumar con fruicin un

    cigarrillo, pero no lo haca porque saba

    que era daino para la salud, y para qu

    complicarse la vida, ni tonto que fuera.

    Diminutivos?! Vaya, vaya, como si

    fuera un bebito. Su nombre? Qu le

    deca su nombre? Nada, de verdad nada

    le deca; slo le serva para responder si

    le llamaban o para decir que su nombre

    era as o as; nada ms. Le preguntaban

    por su nombre; l responda, pero no

    lograba identificarse con la estructura de

    sus sonidos. En realidad era un nombre

    como cualquier otro.

    Haban comenzado las clases. Los

    primeros das fueron pasando con su

    lentitud inicial... As le pareca. Bah!,

    pensaba, parecen nios. Los das se

    volvieron rutinarios y no encontraba la

    manera de divertirse, de sentirse

    integrado. l era diferente, se deca...

    Sus compaeros de saln, eran

    precisamente eso y nada ms. Qu

    quera? Amigos? Podra hablarse de

    amigos a esa edad donde los cambios

    son algo comn? De verdad no saba qu

    quera; pero s estaba consciente de que

    tena su nombre, era la costumbre, la

    tradicin, la ley...; no lo saba,

    simplemente tena que tener su nombre,

    y eso le bastaba, pero no le serva de

    nada.

    Pasaron los das, y los mismos rostros,

    las mismas palabras; hasta se dira: los

    mismos sucesos. Rostros iguales.

    Iguales? S; pero algo haba cambiado;

    algo que desconoca Desde cundo?

    Recin? No sabra decirlo. Importaba?

    La mir nuevamente. S, s, era

    diferente. Escuch su voz, y le pareci

    extraordinaria. Le oy rer, y de verdad

    le era algo inusitado.

    Son el timbre del recreo. Salieron en

    tropel. l sali con su habitual

    parsimonia. Al salir, escuch su nombre.

    Su nombre pronunciado por aquella voz

    maravillosa. Su nombre adquira forma y

    sentido. Se fue reconociendo en esa

    palabra y la sinti ms de l. Ese nombre

    era l y estaba siendo pronunciado por la

    voz que le sonaba diferente, msica

    divina!, se deca exagerada y

    mentalmente. Su nombre haba sido

    pronunciado por aquellos labios; y al

    escucharlo comprendi que se haba

    identificado con el mismo. Volte, la

    mir, y balbuce S?, me llamabas? Y

    vio que todo era distinto como si el sol

    se pusiera a retozar en el recreo del

    colegio.

    L

  • 2

    EL PAQUETITO...

    orri. Pareca que la muerte le

    persegua. Tal vez... S, s, era la

    muerte que iba tras de sus talones.

    Y corra despavorido. Verle el rostro, era

    ver a la cruel agona: daba espanto. Sus

    ojos, oscuros, relmpagos de fiebre,

    rompan sus rbitas. Llova. Y llova un

    infierno de fuego en la ansiedad que lo

    flagelaba... El hombre se detuvo. Quien lo

    mirase, en ese momento, hubiera visto

    una fiera convulsa, acorralada; pero el

    enemigo que lo martirizaba estaba en s

    mismo, devorndolo.

    Su brazo deslea rojiza mancha. Sangre?

    de quin? de l? de otro? La pregunta

    rompa su razn; pero debajo de las ramas

    del sauce del viejo parque, donde muchas

    veces su niez persigui gorriones; all,

    encogido hundi las garras de sus dedos

    en la ropa y desgarr brutalmente la

    manga ensangrentada.

    En su recuerdo reson el grito de aquella

    mujer que desesperada trataba de ocultar

    aquel paquetito que con cunto sacrificio

    l haba comprado. El demonio, que

    habitaba en su interior, le ordenaba

    conseguir el paquete suceda lo que

    suceda. Incluso que matara. Qu le

    significaba matar? NADA! Quitar la vida

    a otra persona no le significaba nada,

    NADA! Le era indiferente.

    Instintivamente saba que slo quera

    aquel paquetito para vivir, porque mora

    por esa ansiedad inasible, traicionera,

    insufrible; y no quera morir. No quera

    morir? Slo era ese dolor catico. Senta

    que estaba siendo triturado por los dientes

    de un monstruo asesino. La droga le

    carcoma la entraa. Su madre lanz el

    horrible grito cuando el hijo revent en su

    cabeza aquella botella repleta de alcohol.

    El cristalino lquido se desparram

    enrojecido por la sangre de aquella

    desesperada madre, que apenas alcanz a

    susurrar: Hijo, no, no lo hagas, es...es...,

    y la noche cubri sus ojos trgica e

    imperturbablemente. l, ciego, sin pizca

    de culpa, tom el sobrecito y loco

    desapareci del lugar. Sali a la calle

    huyendo de su demonio; pero ste se

    solazaba en su alma y le hincaba el

    tridente en sus agotadas carnes.

    El hombre, levantando la cabeza como si

    desafiara el destino, tom el pequeo

    envoltorio y lo abri vido, y tal si fuera

    la vida misma absorbi el polvillo blanco

    que en l se encontraba... Luego, el

    papelito, vaco, inocente, cay al suelo...

    El hombre, en vez de sentir la

    recuperacin que esperaba, sinti fuego

    derretido correr por su sangre. Fue una

    violenta hoguera la que comenz a

    devorar sus sentidos, sus clulas. El grito

    terrible que iba a lanzar su tortura, apenas

    lleg a su garganta y quedose ah

    apretando, apretando... Luego como un

    monigote cay tratando de atrapar el aire

    con los dedos.

    En el papel que jugaba con el viento,

    poda leerse: VENENO PARA RATAS.

    C

  • 3

    LA NOCHE DEL ESPEJO

    staba la tarde en ese momento no

    s en qu. No saba si ya estaba de

    noche, aunque la oscuridad la

    presenta prxima. En el poniente del

    cielo, el ocaso perda su rojo intenso en

    sombras cada vez ms negras. En ese

    lmite de lo indefinido, me encontr

    inesperadamente con l. Quin era? No

    lo s. No lo conoca. Bueno, as lo crea.

    Mi mente no asociaba su rostro con

    ningn recuerdo mo. Lo mir como si no

    lo mirara. El lugar no ofreca seguridad:

    eran los lmites de la ciudad. Quise

    desentenderme de su presencia como si no

    me preocupara e hice notorio un andar

    descuidado tratando de ganar la otra calle.

    Pero, su voz trmula me detuvo.

    Pronunci mi nombre y al mirarlo

    fijamente vi frente a m un par de brazos

    que se abran como alas negras. Vi su

    sorpresa. Mis ojos buscaban en mi mente

    aquel rostro, aquella voz. No recordaba

    haberlo visto; tampoco el sonido ni el eco

    de ese tono en las palabras. Sucede a

    veces que uno tiene amigos o rostros

    cercanos y conversaciones en momentos

    que parecen eternos que pese a todo uno

    no toma en cuenta; momentos que el

    olvido los va cubriendo con otros

    recuerdos, con otros momentos. Y estaba

    all con su sorpresa. Su rostro me pareca

    una sombra, precisamente, como ese

    mismo momento perdindose en la

    noche...

    No lo recordaba. No tena ni la

    menor idea de quin era. Sin embargo, el

    atropellamiento de sus palabras

    demostraban cmo me conoca, y los

    acontecimientos vividos entre ambos

    fluan incontroladamente en un lenguaje

    que asaltaba uno tras otro los sucesos que

    se le escapaban. Vea mi niez, mis

    tropelas y mis sandeces en sus palabras.

    A ratos balbuceaba un turbio recuerdo y

    se quedaba ensimismado, triste. De pronto

    una risa inusitada asaltaba su boca y la

    carcajada resonaba en la casi tarde con

    estentrea persistencia. Yo no saba qu

    hacer. Slo me preguntaba dnde lo he

    conocido? Dnde? Cmo se llama?

    Tena vergenza de preguntarle su

    nombre; tema tal vez ofender su

    expresividad de afecto si le preguntaba de

    qu me conoca. En este ofuscamiento me

    vino una sospecha de repente y me asust;

    pens que quizs este amigo haba

    averiguado muchas cosas de m, y ahora

    pensaba asaltarme y me estaba dando

    confianza. Busqu instintivamente con

    qu defenderme. Felizmente no tengo

    nada de dinero, me dije.

    Le escuch decirme que le pareca

    que yo dudaba de su persona, o seguro

    quiz no me acordaba de l. Negu

    radicalmente que no lo conoca; hice un

    trabalenguas para que tuviera la certeza de

    qu s saba quin era. En realidad, lo

    desconoca totalmente. Empero, buce en

    mi memoria: los recuerdos, s los haba

    vivido; mas segua la interrogacin

    machacando mi cerebro con aquel terrible

    quin era?: no lograba ni adivinarlo.

    Sus palabras provenan ahora de

    una persona ebria. Su brazo izquierdo

    sobre mis hombros me proporcionaba

    calor. Su brazo derecho gesticulaba al

    E

  • 4

    ritmo de su voz, a ratos suave, dulce,

    armoniosa, de improviso rompa su

    cadencia y prorrumpa en maldiciones. No

    estaba ebria. La emocin lo envolva en

    ira o en un profundo desprecio del cual

    sala a duras penas en un estertor de

    agona. Al salir de este abismo, rea

    desaforadamente. Trataba de comprender

    este encuentro.

    Lo apart de m: Est demente, me

    dije. Sus ojos estaban ahora entrecerrados.

    Pareca como que haba llorado. Se alej

    de m, y se fue a sentar sobre una pequea

    roca. Lo observ. La noche vena ya de

    golpe sobre nosotros. Qued en silencio.

    Inusitadamente se levant y nuevamente

    el silencio fue roto con el rtmico trote de

    sus palabras. Habl y habl. Dios! Fue

    interminable. Habl del dolor y la

    soledad, del desprecio y el abandono, de

    las heridas que la traicin embarra con

    ponzoa y burla; habl de la muerte y del

    adis que se cubre con el lamento

    hipcrita; grit alaridos preados de odio;

    habl del engao, de las minucias que nos

    quitan la vida; su voz reclamaba

    venganza, y una risa quebrada golpeaba

    sus labios; su voz machacaba creencias,

    supersticiones, ritos; rompa su palabra en

    vibraciones al hablar de la esperanza, de

    los oasis, del desierto; su grito amargo

    transformaba su rostro hrridamente. En

    la noche las blasfemias se sucedan unas a

    otras; el rencor lo arrastraba entre los

    guijarros...Comenz a llover. Pero su voz

    segua imperturbable en ese ro cenagoso

    de improperios. Era una larga cadena de

    hierros apretados en la carne viva de un

    condenado.

    La lluvia segua aumentado el

    grosor de sus gotas.

    Mis ojos elevaron su vista para

    mirar el cielo. Las nubes lo haban vuelto

    oscuro. En medio de esta barahnda de

    sensaciones y palabras, vi desenroscarse

    lenta y torvamente una serpiente larga,

    larga,... Qued absorto. El cielo

    desencaden su aguacero. El agua golpe

    mi rostro. Como si despertara me acerqu

    al amigo para hacer que se guareciera:

    slo hall un tarro de basura...vaco!

    Asustado corr bajo el alero de una

    casa vecina, y protegindome bajo estos

    aleros fui entrando a la ciudad que

    brillaba de luz en medio de la cortina

    acuosa. De pronto se hizo la oscuridad:

    haban cortado la energa.

    LA SENTENCIA

    erlo, fue un golpe para su

    memoria. Record las veces que

    fue vapuleado por la ira, pero ms

    por la burla de ese nio, que ahora

    hombre, hecho y derecho, como diran

    los viejos de aquel entonces, lo tena

    delante. Pareca que los das se agolpaban

    en su cerebro viendo las travesuras de

    aquel pilluelo que hacan de blanco a los

    profesores, e incluso le lleg como una

    luz cuando aquella mano, entrenada,

    lanz la almohadilla mojada con tinta a la

    cabeza del profesor cuando ste se hallaba

    de espaldas escribiendo en la pizarra, lo

    que caus la hilaridad de todo el saln; y

    V

  • 5

    que a l le ocasion la suspensin de una

    semana de las clases, y la reprensin de

    sus padres con la sentencia de que nunca

    iba a tener compostura; en realidad, fue

    acusado por aquel diablillo que nunca

    haca nada malo: pues, antes le haba

    manchado los dedos con tinta... Ahora lo

    vea frente a l con su semblante de

    muchas calles e infinitas experiencias.

    Le mir sus ojos, y observ que la

    astucia y sinuosidad un tanto ingenuas en

    aquellos aos se le haban acentuado y

    expresaban la fiereza contenida del asalto

    premeditado. Fue el bacancito del saln.

    Experto en el barullo y en la amenaza.

    Hablaba de las cosas de adultos como si

    las conociera al dedillo. Por sus manos

    pasaban las revistas altamente excitantes.

    Bah!, poca cosa!, deca. Sus compaeros

    eran niitos frente a l, que era un

    verdadero hombre. Ahora lo vea delante

    de l hecho un hombre; pero qu clase

    de hombre? El tiempo y las vicisitudes

    como los logros de la vida, le haban

    hecho olvidar aquellos y otros sinsabores,

    que consideraba propios de la niez,

    necesarios en la formacin humana. Pero

    el destino nunca pierde la oportunidad de

    darnos sus lecciones y de decirnos si

    hemos hecho bien o mal. A aquel antiguo

    compaero de clases a quien haba

    olvidado y, tal vez, perdonado, ahora lo

    vea frente al estrado hecho un avezado

    delincuente. Y, como tal, tena que recibir

    la sentencia que l, como Juez, tena que

    darla. Todas las pruebas sealaban que el

    crimen haba sido cometido con todas las

    agravantes. No poda perdonar, as

    quisiera. Y dio su sentencia, y al darla vio

    cmo se aplastaba la almohadilla llena de

    tinta en el crneo del profesor, y escuch

    las palabras de su padre que le deca que

    nunca iba a tener compostura.

    LA PUERTA

    as gentes pasan y pasan por mi

    lado. Veloces, confusas,

    zigzagueantes, neblinosas. Sin

    embargo, la luz asoma por el sonido de

    mis pasos. Avanzo en medio del tropel

    humano. No me fijo ni en sus rostros ni en

    sus cuerpos. Todos van a un punto, que

    acaso ni siquiera lo sepan, ni menos lo

    vislumbren. Como yo? Alguien re,

    alguien grita. Uf!, las calles son algo

    callado, poblado de extraos sucesos, de

    ropas que hablan, de cigarros agazapados,

    de ruidos que ladran, que muerden, de

    automviles mudos que derriban

    silencios, de parejas rodando en sus

    extremidades, de risotadas enroscndose

    en la humedad de las lgrimas; y muchos

    panes devorados por perros, mientras yo

    murindome...

    L

  • 6

    Mas qu importa. Si he roto la

    celda que maltrataba mi libertad. Sus

    paredes levantadas por la clera y la

    vulgaridad yacen hechas polvo. Mientras

    odio resuman las palabras claveteadas

    torpemente en las piedras calizas, algo de

    calor humano lata en el hierro de mi

    tortura. Mora. S, mora a cada momento.

    Senta aumentar un vaco que lo llenaba

    con mis pensamientos. Y tanto tanto! fui

    dndome a ese hoyo negro, que me he

    quedado sin m mismo. Ahora ese vaco

    soy yo. Tengo que serlo? No hay otra

    alternativa?

    Miraba la puerta..., la puerta!...

    Quin la hara! Por esa puerta entr sin

    saber el porqu a la celda. Fue la

    fatalidad de la desidia, del abuso?; fue la

    consabida frialdad del papel membretado?

    La muerte se convierte en el enemigo

    diario, oscuro, mediocre, que se recrea en

    mil congneres que como araas patudas

    deshilachadas en redes y redes nos atrapa

    y disuelve en desesperados trances. La

    muerte es la puerta del lmite inasible.

    Ah, si no hubiera existido, jams

    mi cuerpo hubiera sufrido la prisin del

    odio; de aqul que proviene del poder del

    escritorio, de aqul que no tiene decisin

    ms que sa que viene de no se sabe qu

    inaccesibles lugares, pero que mquina

    bpeda e implume, cunto ms anodino y

    grisceo se vuelve, afianza sus tenazas en

    su silla y se encrespa, se enfurrua y

    descarga su guadaa. Es el que en un

    rapto fatdico de oscurecimiento ide la

    celda: seis lmites; una tumba y le puso

    una puerta para diferenciarla. All me

    llevaron. Y entre gritos y puntapis me

    lapidaron: culpable! De qu? Por qu?

    Tantos aos han, y an no comprendo por

    qu me encerraron en esa huesa.

    Sin embargo, ahora me hallo libre.

    Mis pasos van socavando la noche. Mis

    manos quiebran las horas que martillan

    mis sueos: volutas disueltas por el viento

    fro. El insomnio apretuja el recuerdo; lo

    acorrala, lo agiganta. Sigo caminando por

    las calles y el insensible ruido va

    rodeando mis pasos y la luz se disuelve en

    pequeas gotas oscuras, negras...

    Ya no hay gentes. Por mi lado

    pasan ahora puertas y puertas: cerradas

    todas. Ms all fueron quedando los

    destinos de otras gentes; y todo, todo fue

    quedando tras de mis pasos poco a poco.

    Ahora, siguen puertas y ms puertas;

    todas cerradas desde aquella vez que

    deshice mi maldita celda. He dicho ma?

    Qu irona! No, no era ma. Era una

    celda ajena, enemiga, lejana; pero que,

    all, estaba cercando la vida de mi cuerpo

    y de mi mente; cercndolos hasta

    convertirlos en el amasijo de sombras que

    llenaba el vaco que me dejaban los

    pensamientos al huir hacia ms all de

    aquella puerta muda. Pero, ahora estoy

    libre.

    Ahora, ando por estas callejas; y

    de esto hace ya tantsimos aos que sigo

    as Hasta cundo? Ya no hay viento, ya

    no hay ruido. No siento ni el silencio.

    Slo yo y el nudo gordiano de lo cerrado,

    abierto ya. Sur y Norte aqu en mi centro,

    Este y Oeste confundidos; de tal manera

    que mis huellas digitales se hallan

    destrozadas. An las astillas de las

    odiadas maderas de la cruz siguen

    hincando mi sangre. An arrastro el

    alarido de los golpes secos de las balas en

    mi cuerpo. An escucho las sirenas y me

    alumbra el resplandor que enmarc mi

    fugitivo cuerpo. An siento la neblina de

    la celda cubriendo mi cara. Y corro...,

    corro... An creo que hallar una puerta

    abierta, aunque sea en el ltimo segundo

    de estos lentos pasos de mi sangre abierta

    .

  • 7

    AL ABRIR LOS OJOS

    e vio de pronto cubierto de niebla.

    Se dijo que por ms espesa que sea,

    la niebla tena que pasar. Pens en

    el ardiente sol que en las ridas maanas

    le violentaba la sed y lo apretaba a la seca

    tierra con la fuerza de la indolencia o de

    la desesperanza. Sin embargo, ahora,

    estir los brazos y abri las manos para

    atrapar entre sus dedos la espesa soledad

    de la niebla. Abri y cerr los puos;

    luego, lentamente los fue abriendo, y en

    medio de cada palma trato de adivinar la

    leve gotita de agua que titilaba entre sus

    speras hendiduras. Qu hacer ante la

    niebla que torva se adhera ms a su

    cuerpo? Saba que all estaba una gotita,

    menudita, fresquerita, pura Al percibir en su imaginacin tal portento, la niebla

    se espesaba a su alrededor cada vez ms

    como si le atenazara. Sus pasos eran

    dados con mucho esfuerzo, como si

    cortara con sus piernas una masa casi

    slida..., que poco a poco fue

    introduciendo un miedo horroroso en su

    menteTrat de mirar la gotita, cuando de pronto sus pies tocaron el vaco, y cay

    y cay en medio de un grito que le

    destrozaba la garganta. Sin embargo, en

    sus puos contrados por el vaco que

    tajaba sus carnes la gotita segua titilando

    pura, inocente, calladita. Su cuerpo rebot

    al tocar la profundidad de la sima adonde

    haba cado. Sus ojos huyeron hacia las

    lgrimas y sus labios musitaron algo

    parecido a una palabra. De pronto, a su

    rostro lleg el ltigo terrible de la

    cancula. Abri sus manos, y all las

    gotitas fresquecitas de la niebla recibieron

    alborozadas otras dos gotitas, eran dos

    lgrimas de su vaco... Sinti sed, una

    desmesurada sed. Mir sus manos, ajadas,

    rotas casi, en el centro las gotitas de agua

    y sus lgrimas titilaban. Acerc sus

    heridos labios a las palmas que se haban

    unido guardando en su hondura aquel

    lquido bendito y lo bebi en un lento

    sorbo La sangre empez a bullir en sus venas Levantose y comenz a ascender la escabrosa cuesta de aquel

    precipicio que presenci indiferente su

    cada. Al ascender, la neblina segua

    espesndose, pero ahora le calmaba la

    fiebre que atizaba el fuego en sus venas.

    Sudaba y la sed iba en aumento. Cada

    esfuerzo de sus brazos magullados le

    apretaba el dolor, pero segua. Algo le

    deca que all, en la cumbre estaba la

    quietud de su sed atormentada y

    atormentadora. Y sigui. Estando ya con

    los ltimos residuos de energa, alcanz la

    planicie. Al fin!, y sus ojos se cerraron

    agotados Y la bruma se fue diluyendo,

    diluyendoPasaron minutos? horas? das? Abri los ojos, al abrirlos, no haba

    niebla, solo, all lejos, un cerco de altas

    cumbres

    S

  • 8

    CIEGO!

    La noche cay sobre sus ojos de repente.

    Dios!, grit. Luego hinc sus rodillas en

    el polvo helado del camino. El viento

    golpeaba su cabellera y su rostro con

    rudeza; sin embargo l no daba muestras

    de sentir el latigazo frgido que bajaba de

    la cordillera. Quedose esttico. Pareca

    una estatua. Qu hacer? Ciego en esa

    inmensa soledad! Quedarse all? Dios!,

    exclamacin que se refunda en su mente

    con dolor. El miedo comenz a retorcerse

    en su imaginacin y se vio muerto,

    heladocomido por los buitres y otros carroeros que sinuosos pululan por la

    planicie... Un estremecimiento sacudi su

    cuerpo. Las lgrimas corrieron tibias por

    sus speras mejillas. El viento segua

    ladrando en sus odos. Casi l no

    escuchaba otro sonido ms que el

    golpeteo de la sangre que se agolpaba en

    su cerebro. Ciego! Record apenas el

    tropezn y la cada y el golpe El dolorY de improviso: la noche! Por qu? Por qu? Y emiti un gemido leve.

    Lloraba, mientras el fro atenazaba sus

    msculosDe pronto, un leve gemido. Un ruido de pedrusco que rodaban.

    Dios!, felizmente que oa. Algo tibio

    roz por su rostro. Un animal estaba a su

    lado! Qu era? Reconoci el olor: del

    animal. Una llama! Impulsado por la

    desesperacin sus brazos entumidos se

    extendieron para asirse del animal. Sus

    manos asieron el pelaje y se abraz de

    aquel espcimen andino. Sus manos

    sintieron el palpitar del cuerpo del animal.

    Gracias, Dios!, se dijo. Camin

    trastabillndose. Sus manos se haban

    convertido parte de la piel de aquel ser

    que surgi de la noche Luego voces y voces. Los pastores se acercaron a l Ciego!, reson en su mente. Hermano!,

    escuch que decan. Luego voces a su

    alrededor. Su voz apenas

    musitGracias, Dios mo!

    AS MURI

    inti el chasquido de los percutores

    de los viejos mosquetes. Una razn

    le impuso mantenerse delante del

    pelotn de fusilamiento: el dominio de su

    miedo. Su rostro acusaba la noche pasada

    en vela esperando la decisin final de sus

    captores. Saba que la sentencia era la

    muerte. No estaba arrepentido. Su muerte,

    pensaba, sera el derrotero por donde iran

    otros, y muchsimos ms, para lograr la

    libertad de la patria que an no todos

    vislumbraban en sus amplios alcances.

    S

  • 9

    Estaba all, frente al pelotn de

    fusilamiento. Uno de los verdugos se le

    acerc y quiso vendarle los ojos. Hizo un

    gesto de rechazo. Hara frente a la muerte

    con entereza. La patria y Silvia eran el

    fuego que devoraba su corazn. La pasin

    por ella era la vida en su sangre; la patria

    era el corazn mismo que lo mantena en

    pie. La inalcanzable Silvia, quien le

    impuso la dura cadena de la afliccin y

    que no hallaba ms remedio sino en la

    muerte, estaba cerca y lejana. Era dolor y

    amor.

    No, no mora por ella; pensaba. Miraba

    los diminutos orificios de los mosquetes

    de sus enemigos. All, delante de l,

    desconocidos iban a matarle. Su alma

    estaba llena de una decisin tenaz: La

    libertad de la tierra donde haba nacido!

    La libertad de quienes ms amaba! Su

    anciano padre, all en la casona sobria,

    rodeado de sus hermanos y hermanas,

    llorara su muerte. Que Dios te proteja,

    hijo!, le haba dicho; luego, el silencio y

    el enjugarse de lgrimas; el abrazo callado

    de la madre; las lgrimas de hermanos y

    hermanas Y parti. Parti a la luchar por el ideal que haba construido viendo a

    las humildes gentes de la sierra heridas,

    despreciadas y crucificadas una y otra vez

    en las minas, en los obrajes y en los

    campos; donde un animal era mejor

    tratado que aquellos miserables hombres

    y mujeres de piel cobriza.

    I fue a enfrentar a su destino. De los

    rebeldes, era el auditor de guerra, y la

    cobarda no caba en su alma. Sus dos

    excelsos amores le infundan la fuerza

    suficiente para soportar las duras jornadas

    de la campaa. Ahora, ante los malignos

    ojos oscuros de los mosquetes, pensaba:

    Si Dios hizo que toda criatura naciera

    libre; por qu el hombre no tiene que

    serlo? Por qu unos son libres y otros,

    esclavos?... El chasquido de los

    percutores reson en la frialdad de la

    cordillera. Y aqul, quien sera el mrtir

    de la libertad del Per, mirando a sus

    ejecutores sin rostros y sin nombres, se

    pregunt: Slo la muerte ha de

    liberarnos?. De pronto, el estampido de

    una descarga quebr el pesado silencio. El

    poeta, porque era poeta, abri la boca

    como queriendo atrapar el aire que se iba

    a borbollones rojos de su pecho. Luego

    cay de rodillas, y desplomose sobre la

    helada tierra En el cielo, extenda sus alas el ave milenaria de las nevadas

    cordilleras como si rindiera tributo

    pstumo al hijo de la patria que naca de

    la muerte de sus mismos vstagosAs muri Mariano Melgar.

    EL REGRESO olvi a mirar el espejo y este

    reflej su rostro sombro. Las

    lgrimas haban hecho surcos en

    sus mejillas. El tiempo pasaba sin dejar la

    sensacin de su paso. No haba pasado ni

    una hora de que su madre ya no lo

    acompaaba. El fatdico viaje de

    vacaciones cort las alas de sus

    aspiraciones, de las tantas tareas que se

    haba programado. Su madre no tena

    reposo. Era la accin misma. Ahora, slo

    quedaba este recuerdo que le laceraba.

    Quera llorar. Mir alrededor suyo y slo

    hall silencio, soledad. Ya nadie lo

    acompaaba. Qu hacer? Enfrentarse

    como lo haca ella con

    decisin? Lo hara? No

    era ella la fuente de sus

    decisiones y la fortaleza

    de sus esperanzas? En su

    ensimismamiento,

    percibi un leve golpe en

    la puerta de calle. No se

    movi. Estaba aletargado. Los abrazos de

    psame parece que le haban cansado.

    Rostros y rostros pasaron por su lado... De

    nuevo el insistente suave toque. Quin

    ser?, se pregunt. Hizo un gran esfuerzo

    y dirigi sus pasos hacia donde el sonido

    le urga. Abri All estaba su madre!

    V

  • 10

    EL AGUA ES VIDA

    amin a duras penas. Sus labios resecos no beban ms que el

    sabor salado de las gotas de sudor

    que el fuerte sol del medioda extraa de

    su rostro. Le pareca raro que siguiera

    caminando. Ignoraba cmo se encontraba

    en tal situacin y en tal estado. Lejos,

    muy lejos quedaba el recuerdo del agua

    que beba a borbotones. Apenas se

    movan sus pies, apenas Agua!...agua!, gritaba su cerebro.

    Recordaba, como en sueos, o tal vez

    como si fuera una pesadilla, cuando viva

    a la orilla de un riachuelo junto con sus

    padres y sus hermanos Cuntas veces se revolc con su perrito en medio de las

    aguas frescas, cristalinas, dulces! Ahora, ese recuerdo le martirizaba, pero

    tambin le impulsaba a seguir y seguir.

    Siempre le haban dicho que se

    caracterizaba por ser tenaz. Era

    persistente Tena que encontrar agua En medio de su desesperacin y sopor

    prometa adorar el agua. Iba a amar al

    lquido elemento como se ama a la madre

    de uno, se deca; como se ama al hijo;

    como se ama a la vida cuando nace o

    cuando quiere irse para siempre. El agua,

    Seor!,... es la maravilla de la existencia,

    porque es la vida misma, es la vida ma.

    El agua es mi corazn, mi alegra El aguael agua Y el pensamiento del caminante se perda en las caricias

    fresquecitas del recuerdo Pero el sol segua cayendo como fuego derretido

    sobre el cuerpo insensible del hombre que

    buscaba el agua, el agua que ha tiempo

    haba tenido en demasa y que no supo

    cuidar

    Se vio de pronto ante una inmensa

    planicie O tal vez ante un inmenso vaco. A lo lejos puntitos y puntitos.

    Sinti que su ser adquira una sensacin

    de plenitud indescriptible. Mir su cuerpo

    y vio luz, slo luz. He renacido del

    desierto? He vuelto de la nada? He

    sacudido las prisiones de la muerte a las

    que el sol ardiente y la caliente arena me

    lanzaran inmisericordes? Movi sus

    manos. Rojas y laceradas manos del

    perdido. Levant su mano derecha hacia

    la boca, y toc una leve gota de roco que

    resbalaba. Su lengua hinchada quiso

    articular una palabra, slo un leve ruido.

    De pronto, una gota ms cay sobre sus

    labios. Qu sabor! Qu dulzura! Qu

    delicia! Otra gota ms de frescura lquida

    roz sus labios. stos pronunciaron la

    oracin divina de la vida. Sus ojos dbiles

    trataron de abrirse Otra gota lleg a sus labios Bendita agua! Agua bendita! Y las gotas fueron llegando a los labios del

    moribundo lentamente, hasta que poco a poco la razn fue acudiendo a su

    mente

    El hombre sacudi con dolor sus brazos.

    Su cabello haba adquirido el color gris de

    la arena quemada del desierto. Sigui

    caminando. Era su sino. Seguir y seguir.

    Sus pies, en vez de arena, rozaba durezas

    ahora. Tena roca viva bajo sus pies. Y su

    mente se perdi en el recuerdo. Por esos

    caminos haba recorrido cuando la nieve

    los cubra. Las altas cumbres haban

    protegido sus sueos y sus esperanzas Ahora, el futuro se vislumbraba

    sediento Las nieves haban desaparecido. El fuego del cielo se

    empecinaba en absorber el agua

    congelada de esas altsimas cumbres. El

    futuro ser de arena penetrante y piedra

    dura. Los das que vendrn sern de sed

    insaciable e inacabada. Y junto a la sed y

    C

  • 11

    el sufrimiento se aparejar el odio entre

    los hombres. Y el caminante sigui

    caminando destrozndose las plantas y

    tratando de encontrar una gota de agua

    entre los resquicios de las ahora ardientes

    piedras de los Andes Segua la tortura, y antes, mucho antes, esperaba, en su

    valle la venida de las aguas de las altas

    nieves, ahora slo vea el fuego que se derreta sobre las piedras ysobre sus hombros.

    Cansado Agotado, el hombre se mir a s mismo. Vio desalado su martirio Se dara cuenta que todo lo que le haba

    acontecido en el desierto y en las altas y

    heladas cumbres de piedra oscura era slo

    el producto de sus propias manos? Se

    dara cuenta? Tal vez. Cmo hacer

    recorrer la misma ruta a quienes destruyen

    nuestro mundo, impulsados por las ansias

    de ganancia y poder acuoso ilimitados! Y

    son seres humanos! O no lo son?,

    recorri como la luz este pensamiento su

    mente.

    Cmo elevar un grito ante el Mundo que

    conmueva la razn, el corazn y la

    voluntad del mismo ser humano? Todas

    las voces, todos los hombres y mujeres,

    como dijera, nuestro inolvidable Csar

    Vallejo, se acercaran al cadver y le

    dijeran: Vuelve a la vida, te amamos

    tanto!...Todava es tiempo. Todava no

    hemos muerto. Sigamos en el camino,

    como Pablo, llevando la voz a las gentes,

    y gritemos con la esperanza que acta,

    que trabaja, que energiza, que mueve

    montaas, que crea mundos: EL AGUA

    ES VIDA!...EL AGUA ES VIDA!, clamaba el caminante del desierto

    Y SE PERDI EN EL INFINITO

    o hallaron en el borde de la

    acequia. Tena la boca abierta, y en

    el rostro el rictus desesperado de

    quien le falta el aire. Su cuerpo retorcido

    entre las ramas hmedas mostraba los

    despojos de una vida perdularia: Los

    huesos quebrantados hablaban de una

    tortura hecha con meticulosidad

    desmedida. Pareca que le fueron

    quebrando los huesos uno tras otro hasta

    el alarido ms abyecto. Sus manos eran

    una criba. En vez de sangre goteaban de

    sus orificios agua oscura y purulenta. Le

    haban sellado los odos con plomo. La

    piel quemada del pabelln de la oreja

    denotaba la furia infernal que posea al

    torturador o torturadores. Las vacas

    cuencas de sus ojos decan de un acto

    desmesurado de odio. Al abrirle la boca,

    los dientes quebrados y astillados

    L

  • 12

    resuman la barbarie de alguien sin

    lmites. La lengua estaba cortada en tiras;

    de cada tajo tronaba sordamente la

    maldicin del dolor infinito. El cuero

    cabelludo tena muchos tajos, sin orden y

    de diferente profundidad. El sadismo del

    asesino pareca no tener lmites en su

    insania. l, que observaba al raro cadver,

    guard en su memoria las lneas

    aparentemente revueltas de los cortes en

    la cabeza. Se dibuj en su mente el

    smbolo que los viejos sacerdotes del

    lugar teman (odiaban). Ese signo estaba

    cruzado por varios cortes como si se

    hubiera deseado borrarlo, luego de

    haberlo marcado.

    Lo record. No slo l. Otros ms

    comenzaron a darle formas en su

    recuerdo. Hablaban del muerto, primero

    un tanto temerosos, luego sus palabras

    abundaban de referencias... Haban odo

    sus palabras. Y no slo sus palabras, sino

    que haban sido guiados en sus pasos por

    tortuosos caminos. A nadie hizo dao,

    susurraban. Ms bien era solcito, se oa.

    Una noche de luna llena, en el Campo de

    las Amapolas, muchsima gente lo rode

    entre risas, palabrotas y ruegos. La

    muchedumbre semejaba una gran bestia

    que a momentos ruga y reclamaba paz,

    comida y agua. La fiera de mil cabezas se

    mova con torvas intenciones: quera

    devorarlo para calmar su hambre. Aquel

    hombre mirndolos con la suavidad de su

    inocencia abri los brazos y dijo a quienes

    le rodeaban: Denles de comer y de

    beber, y aparecieron apetitosos panes y

    agua fresca y dulce, y apareci pescado

    asado y fruta del aoFue un acontecimiento inagotable. Y recordaban

    cmo les hablaba y cmo calmaba la furia

    de sus corazones y llenaba el vaco de sus

    mentes. Y le siguieron por todos los

    caminos, anduvieron por sobre todos los

    desiertos y por las orillas de lagos salados

    y negros, recorrieron los desfiladeros de

    la duda y anduvieron por los precipicios

    del infortunio. Y en todos esos avatares

    tuvieron la presencia dulce de aquel a

    quien vean deshecho en sus rganos y

    entre desechos de la vida l lo record como al hermano.

    Bebi su vino y escuch su voz; era su

    amigo. Ahora estaba all con miedo y con

    un silencio que le iba invadiendo hasta

    romperle los odos que cay de rodillas

    con un gemido. Al caer de rodillas,

    sonaron las monedas que le dieron para

    que traicione al amigo diciendo por dnde

    iba a caminar aquella aciaga noche.

    Fueron llegando ms y ms gentes.

    Hombres y mujeres y nios y nias.

    Llegaban tambin los perros y las hienas.

    Los asesinos, sin rostro y sin manos,

    tambin se fueron acercando. Y entre

    todos lo levantaron. Al hacerlo, varios

    pedazos de su cuerpo cayeron a la tierra, y

    all quedaron enterrndose solos. Algunas

    gotas de su sangre aguosa se desliz a la

    hmeda tierra. Y llorando y gritando lo

    llevaron hacia una cumbre, la ms alta.

    All, arrancaron de las zarzas unas ramas

    y le hicieron una corona y se la pusieron;

    otro arroj sobre su cuerpo un manto rojo

    para cubrir su desnudez; otro quiso probar

    si estaba efectivamente muerto y le

    introdujo su cuchillo en el costado; otro le

    ech vinagre a la boca para lograr

    cerrarlaIban gritando y llorando; uno que otro cantaba Ya no habr pescado

    asado ni agua fresquita ni pan sabroso Y llegaron a la cima. Y el hombre

    muerto, torturado hasta la infinitud de la

    sevicia, al ver a tanta multitud tembl, sus

    cuencas vacas se llenaron de luz y sus

    brazos astillados se fueron transformando

    en dos poderosas alas blanqusimas que al

    agitarse envolvi con un aire fresco los

    cuerpos cansados de aquellos seres que lo

    haban llevada hacia esa cumbre.

    En medio de ese recogimiento, un

    grito horrendo rompi los tmpanos de la

    gente. Alguien se haba lanzado al vaco,

    y en la cada fue regando la tierra con la

    prueba de su execrable delito: unas

    monedas sin valor. Ms all, en el cielo

    del infinito se perda un ave de alas

    blanqusimas.

  • 13

    LOS DOS VERDUGOS

    ir su rostro en el espejo, si as

    podra llamarse un pedazo de

    vidrio de filosas aristas que

    insinuaban cmo es la vida: slo un

    reflejo de algo inusitado, un fondo que se

    repeta innmeras veces, nebuloso o claro,

    y el contorno de una feroz y filosa

    presencia de la asechanza que hiere al

    menor descuido. Se mir acabado. Las

    hondas grietas de su frente le marcaban

    los das terribles de la existencia que vivi

    a salto de mata tratando de hallarse

    libre.Levant la vista y encima del espejo una araa columpiaba su trgico

    destino. Solo unas horas ms, y colgara

    insensible ante la multitud de

    horrorizados ojos que mucho ms

    martirizaban sus pieles y sus brazos y sus

    cuerpos en ser viles esclavos de la

    crueldad de un seor sin ms entraas que

    el odio y la avaricia. Mir el espejo y all

    en el fondo un nio rea mientras un

    minino ronroneaba entre sus piernitas; un

    perro pastor le lama las manos y cerca

    del rosal su hermanita rea tambin al no

    poder alcanzar las mariposas que

    pululaban en ese jardn de la inocencia.

    Cerr los ojos y agach la cabeza como si

    le pesara un mundo. De nuevo mir aquel

    remedo de espejo y se vio en un camino:

    alto, joven, robusto; bello el rostro; los

    ojos, fros y torvos, se escondan mirando

    el terreno abrupto; caminaba, y su andar

    era violento, altanero; se le notaba

    deshonesto, abusivo. As no fue todo el

    tiempo. Qu le sucedi? Qu demonio

    se adueo de su alma? Qu fiera se

    volvi todo su ser? En rpida sucesin de

    hechos, el espejo le mostraba sus actos

    ms irreflexivos y perversos; y al

    observarlos el horror iluminaba su rostro.

    De pronto, alcanz, entre brumas, verse

    mutilando a los seres que ms le amaban.

    Al ver los cuerpos destrozados a sus pies,

    quiso arrancarse los ojos para no verlos,

    pero en ese preciso instante un golpe casi

    le destroza el crneo Ahora estaba all

    en esa prisin

    esperando que se

    cumpla la

    sentencia.

    Piltrafa humana,

    consumo

    irremediable de

    su tormento. Ha

    de morir colgado.

    Se sacudi la

    espesa cabellera. Quiso secarse algo de

    los ojos. No, no eran lgrimas; capaz,

    sudor o la humedad de la maana. Sus

    ojos estaban secos. Mirose por ltima vez

    en aquel pedazo de vidrio que quiso

    muchas veces utilizar para cortarse las

    venas, pero en su lucidez se deca que

    tena que cumplir el castigo. El demonio

    que habitaba su alma no iba a lograr que

    se suicidase. Esa lucha constante lo tena

    agotado. Felizmente ya llegaba la hora

    ltima. El suplicio iba a terminarRuido de pasos. Escondi en las grietas del muro

    aquel pedazo de vidrio que durante el

    encierro le haba acompaado con el

    recuerdo; fatal recuerdo, pero recuerdo al

    finEntr un grupo de alguaciles, un sacerdote y un petimetre con lentes

    absurdos, al cual le segua otro hombre

    menudo, esculido casi, y de mirada

    huidiza, que llevaba en las manos un largo

    cuchillo: daba miedo observarlo. Este

    ltimo se acerc al reo y lo tom del

    cabello con fiereza. El preso se sinti

    levantado violentamente. Apenas, un

    gemido. Salieron en silenciosa marcha:

    fnebre, se dira. El aire de la noche

    golpe las caras oscuras del verdugo y del

    sentenciadoUn monstruoso grito hizo temblar la plaza alumbrada

    fantasmagricamente por antorchas

    humeantes: Asesino! Asesino!, era el

    iracundo grito, y la fiera multiforme

    reclamaba sangre, venganza, justicia! El

    verdugo empuj al condenado hacia el

    patbuloLe puso la sogaY ante el rugido de la turba enloquecida aquel

    M

  • 14

    despojo humano colg su cuerpo en el

    vacoUn alarido bram en la plazaLuego el silencio. El verdugo, aquel hombrecito de ojos huidizos, mir

    con desprecio el cadver que estara all

    colgando hasta el da siguiente para que

    nadie se atreva a cometer los mismos

    actos malditos; terminara colgado como

    este pobre infeliz. Luego, aquel sayn se

    perdi por las callejuelas negras y

    angostas del Barrio de las Angustias, e

    ingres a su cuartuchoSe quit la tosca caperuza que le protega la cabeza; luego

    mir su rostro en el espejo, si as podra

    llamarse un pedazo de vidrio de filosas

    aristasque luego guard en una grieta del viejo muro

    UN MUCHACHO SENCILLO

    a tierra estaba dura, casi ptrea,

    con costurones blanquizcos donde

    agonizaban arbustos, cardos,

    cactus... La sequa estaba dejando los

    campos, antes frtiles, como desiertos

    inacabables. Cunto tiempo de esta

    calamidad insufrible? Haban transcurrido

    nueve aos, y pareca una eternidad. En el

    pueblo, la gente desesperaba no saba qu

    hacer.

    Algunas

    familias

    haban

    decidido

    irse a otras

    tierras.

    Pensaban

    que era la nica manera de superar la

    desgracia que les haba cado como una

    maldicin. Pero, al llegar el dcimo ao,

    la decisin de salir del pueblo se volvi

    un imposible o una tragedia. No se sabe

    cmo ni cundo se haban ido incubando

    terribles seres que aparecieron con sus

    cuerpos y rostros deformados por una

    sonrisa purulenta de odio. Surgieron de

    alguna sombra maldita y cruzaron las

    calles polvorientas de aquel casi agnico

    pueblo, y arrastrando sus poderosas patas

    fueron dejando sinuosas marcas por los

    cuatros caminos que tena el pueblo. Se

    dirigieron hacia los cuatro puntos

    cardinales. Desde aquel entonces, a las

    salidas del pueblo, pasado un recodo, se

    hallaba uno de esos extraos seres, tenan

    alas y rostro humano, y en sus pies

    resaltaban largas y potentes garras.

    Quines eran o qu eran esos horribles

    seres?

    Nadie lo

    saba.

    Nadie saba

    cmo se

    haban ido

    formndose

    en las

    entraas mismas de ese casi abandonado

    pueblo. Nadie tampoco poda abandonar

    aquel ahora maldito lugar. Nadie. Sin

    embargo, no faltaba quien se aventurara a

    hacerlo. Muchos no regresaban, y los que

    lo lograban, contaban que el monstruo se

    les presentaba primero con mucha

    dulzura, luego les deca que si no

    respondan a sus preguntas, iban a formar

    parte de la

    legin de sus

    esclavos, o

    moriran

    desgarrados

    por sus

    terribles

    zarpas; luego

    profera una

    escalofriante

    carcajada que

    enloqueca. Esto contaban quienes haban

    sido capaces de huir de esas bestias Todos los senderos estaban vigilados por

    esas arpas, surgidas del mismsimo

    L

  • 15

    infierno! Estaban atrapados sin remedio!

    La gente lloraba, se lamentaba,

    gritaba.El terror fue invadiendo casa por casa, calle por calle, barrio por barrio.

    De igual manera el hambre, martirizaba

    los vientres de los nios y nias, de los

    mayores, de las mujeres, de los ancianos.

    Los hombres aguantaban; coman apenas

    lo suficiente para que los menores tengan

    un poco ms de alimento. Las madres con

    mayor abnegacin cuidaban de sus

    pequeos.

    Pasaron los das, pasaron las noches.

    De pronto surgi una voz, surgida de la

    desesperacin, y fue recorriendo toda la

    comarca:

    Reunin! Reunin! decan Reunin! Todos a la plaza! Todos a la

    plaza! De quin fue la idea de reunirse? Nadie lo saba. Alguien dijo A

    la plaza!, y todos repetan en cada puerta

    A la plaza!, y a la plaza fueron

    acudiendo como atrados por una fuerza

    irresistible Y el pueblo se fue juntando y

    juntandoLa plaza rebosaba de pobladores: hombres, mujeres de todo

    nivel, pobres, ricos, nobles, plebeyos,

    blancos, oscuros, altos, bajos, nios,

    jvenes, adultos, ancianos Todos estaban all! Tal vez esperaban or que ya

    no haba peligro, all, en los linderos del

    pueblo. La gente estaba contrita, asustada,

    silenciosa. Y como si despertara, se

    levant un rumor que iba de uno a otro

    lado. Nadie saba quin haba llamado a la

    poblacin. Nadie. Nadie, tampoco, asuma

    un liderazgo. De improviso, alguien trajo

    un banco, y, de en medio del bullicio,

    sali un hombre, grueso, robusto, alto, de

    poderoso pechoSu andar era pausado. Es el herrero!, se oy musitar. Es el

    herrero!, decan. El hombre subi a la

    banca, Todos guardaron silencio! Esperaban la buena noticia; esperaban

    escuchar que los monstruos haban

    desaparecido Sin embargo, el hombre con voz tronante dijo:

    Estamos aterrados! Estamos peor que en una crcel! Ciudadanos,

    ciudadanas, no podemos seguir as.

    Alguien sabe los nombres de los

    monstruos que cierran nuestras calles?

    Alguien sabe de dnde vinieron?...

    Todos movieron la cabeza de un

    lado a otro como diciendo que no lo

    saban.

    Oh, no lo saben! sigui el herrero. Las fieras que nos encarcelan de esta cruel manera son la Envidia, la

    Mentira, el Odio y el monstruo ms abominable es la Falsedad! Cuando

    alguien se enfrenta al monstruo, este les

    pregunta Eres envidioso?, y si le

    responden que no, el monstruo lo

    despedaza, porque como el monstruo es la

    Envidia o la Mentira u otro vicio maldito,

    no pueden engaarle, porque poseen unos

    ojos rojos que penetran hasta lo ms

    hondo del alma. Y as son destrozados,

    porque no reconocen lo que son! Ante estas palabras todos quedaron

    enmudecidos. Cul de ellos no era

    mentiroso? Cul de ellos no era

    envidioso? Cul de ellos no guardaba

    odio en su corazn? Quin no era

    falso?... Todos en su interioridad

    ocultaban una de estas maldiciones que

    les carcoma la vida El herrero al observar el profundo

    silencio de los vecinos, exclam:

    Solo alguien que sea puro de corazn, ha de ser capaz de vencer a los

    monstruos que nos rodean! Quin ha de

    ser? Un silencio ms pesado que el granito cay sobre la plaza.

    Una voz sali de la multitud:

  • 16

    T, herrero! T eres fuerte! T eres honesto!

    No puedo! Yomuchas veces no he puesto el hierro necesario para sus

    herramientas.dijo arrepentido el viejo herrero.

    Otra voz dijo:

    Que vaya el maestro de escuela! Ha muerto dijo desolado el herrero.

    Que vaya el santo padre de la iglesia!

    Se resbal apenas lleg ante el monstruo y se golpe con una aguda

    piedra la cabeza.

    Y as fueron nombrando los candidatos.

    Unos haban sido ya destrozados por las

    garras de los fatdicos seres y otros se

    escondan en la muchedumbre.El desnimo fue cundiendo entre todosEl herrero impuso en su voz la esperanza, y

    dijo:

    Tenemos que encontrar esa persona sencilla e inocente, a quien los

    vicios de la mentira, el odio, la falsedad

    no la hayan contaminado Cmo podemos saberlo?

    Abridme paso! Abridme paso! reclamaba un gil anciano que llevaba en la mano una palangana. Djadme pasar! gritaba. Al llegar cerca del herrero, le extendi uno de los brazos, a

    fin de que le ayude a subir sobre la

    banca Pueblo de insensatos! comenz diciendo el anciano. Reconozcmonos pecadores! Reconozcmonos tales como somos,

    hijos del desierto! Mas, de algo no tengo

    duda: en medio de nosotros hay ms de

    uno que sea puro de corazn En medio del desierto siempre suelen crecer las ms

    hermosas plantas! Por eso, aqu tiene que

    haber alguien que nos puede salvar: un

    hombre bueno o una mujer buena; incluso

    un nio o una niaYo guardaba como un tesoro esta agua maravillosa. Quien

    ponga sus manos en su frescura, sabr si

    su alma es pura o impura. VamosNo retrocedis. Quin se atreve a dar el

    primer paso? Y el anciano adelant el recipiente hacia la muchedumbre que se

    arremolinaba delante de l, como que se

    acercaba como que se retiraba.

    Aqu est el agua mgica que nos dir quin lo es! Y enseaba a la multitud la palangana. Slo el murmullo

    del miedo fue la respuesta.

    Y el anciano sigui clamando:

    He aqu el agua de la pureza! Quien introduzca la mano en esta fuente y

    el agua no cambia de color, esa persona

    es la elegida! El agua le dar la fuerza

    necesaria para vencer a los monstruos!

    Todos levantaron el rostro; luego escondieron sus manos. No queran pasar

    la prueba. Aquellos que se animaron a

    introducir su mano en el agua, sufrieron

    no sabemos si un alivio o una vergenza,

    pues el agua cambiaba de color. No haba

    un vecino honesto! Moriremos todos!,

    pens el herrero.

    Despus de varias horas, ya nadie

    quera pasar la prueba. Todos haban

    empezado a reconocerse cmo eran

    realmente. De pronto, de en medio de la

    multitud se fue abriendo paso un joven

    que se acerc a donde estaba el herrero.

    Su figura denotaba serenidad, confianza,

    y se coloc al costado del herrero. Al lado

    de este, pareca un cachorro de len junto

    a un poderoso rinoceronte.

    Hermanas, hermanos! empez diciendo el mancebo, acabo de dejar delicada a mi madre, est tranquila en su

    lecho. Le dije que iba a acudir al llamado

    del pueblo, y me dio su permiso. No voy a

    preguntar por qu nadie puede o no quiere

    enfrentarse a los demonios que nos

    oprimen. Cada quien tiene que

    responderse a s mismo. No s si en mi

    corazn haya envidia, odio, venganza,

    rencor, mentira, falsedad, lujuriaSoy sincero, no lo s. Pero, una verdad s es

    una verdad. Y esa verdad se relaciona con

    mi madre: Debo llevarla al pueblo vecino

    para que vea a su madre, a mi abuela;

    porque sta se aproxima a realizar el viaje

    a la Eternidad, y es justo que mi madre

  • 17

    quiera verla por ltima vez. Amigas y

    amigos, permitidme ir a hablar con los

    horribles seres!...Yo no tengo miedo Que meta la mano en el agua justiciera! grit una voz desde un sitio donde nadie se diera cuenta de quin era..

    S! rugi la multitud. El herreno le acerc la jofaina llena del

    agua clarsima. El joven introdujo sus dos

    manosY todos esperaban el resultado El herrero mir con tosca ternura al joven

    muchacho a quien am desde cuando

    jugaba con su inocencia en medio de los

    carbones y las cenizas; cuando llevaba el

    agua para templar el aceroMiro el aguay esta fue ponindose aun ms relucienteque de entre ella surgi rayos de luzTodo murmullo desapareci de la plaza.

    Anda, hijo mo. El destino te ha designado a ti. Todo miedo que tengas ha

    desaparecido. El agua maravillosa te ha

    dado el poder suficiente para que salgas

    victorioso. Ve, hijo dijo el anciano. El muchacho baj de la banca y apenas piso

    el suelo, la muchedumbre se abri

    cedindole el paso. El joven se dirigi

    hacia el final del camino, hacia el sur,

    donde se hallaba el engendro de la

    Envidia El tiempo se fue deteniendo, cuando de pronto se escuch un horrible

    alarido. Pobrecito!, murmuraron una y

    mil voces. En medio de la consternacin

    del fracaso, el muchacho apareci

    caminando con paso lento. No haba en su

    corazn ni rastro de envidia. Sigui

    caminando. Todos le miraron

    estupefactos, y se hacan a un lado. El

    muchacho se perdi por el oscuro sendero

    del norteLa poblacin esperaba, esperabaUn alarido, mucho ms terrible que el anteriorAhora, nadie musit palabra alguna. El muchacho no guardaba

    odio en su pecho; ahora se dirigi al este.

    Al cabo de un momento, otro horrendo

    grito. Pasaron las horas y no apareca

    nadie. Cuando se preguntaban qu habra

    pasado?, un potente rugido casi rompi

    los tmpanos del pueblo, luego un ay!

    largo, largo, se fue extendiendo por los

    airesPor ltimo, como si un volcn erupcionara, la tierra comenz a temblar

    Y all, lejos, lejos, por los anchos espacios, las nubes se fueron

    arremolinando, primero fue un rojo

    bermelln lo que fue cubriendo el cielo,

    luego oscuras nubes se apilaban y

    apilaban unas sobre otrasY un viento fresco comenz a soplar por entre las

    calles y la plaza All! All! grit alguien. Y all vieron venir al muchacho con paso cansino, sudoroso, pero sereno. Traa en

    sus manos una cabeza. Era la cabeza del

    monstruo, cuyos ojos an parecan tener

    vida. Quienes se acercaban desviaban la

    vista: no podan sostener la mirada de

    esos ojos muertos El muchacho amonton lea y

    puso all la cabeza de la arpa de los

    cuatros senderos; luego encendi la

    hoguera; y al llegar el fuego a la cabeza,

    esta se convirti en un resplandor y

    desapareci.

    El muchacho subi a la banca y

    dijo sencillamente:

    He cumplido! , luego baj y le dio un abrazo al herrero, al cual le dijo

    en voz muy tenue: Cuando les dije que

    no tena miedo, les mentVoy a ver a mi madre, padrino

    Gracias, hijo musit conmovido el viejo herrero, gracias...

    El muchacho comenz alejarse

    con paso lentoAs como se fue alejando, empezaron a caer gotas de

    lluvia; primero, leves; luego, con ms

    intensidad. La sequa dejaba de ser. .

  • 18

    EL ENCANTADOR DE SERPIENTES

    pareci una maana por esa calle,

    la de La Burbuja. Vesta traje

    rado y de color indefinido; color

    que el sol haba borrado con la insidia de

    su diaria trashumancia. Cubra su cabeza

    un sombrero de amplias alas que caan

    torcidas sobre la frente, las orejas y la

    espalda. Una larga cabellera canosa,

    donde la brisa esconda sus secretos. De

    sus hombros, se descolgaba un sencillo

    morral. Llamaba la atencin el tamao y

    forma de sus orejas y el zarcillo que las

    adornaba como si fuera un reptil que se

    enroscaba alrededor de aquellas. El

    caminante pareca que haba surgido de

    uno de esos fantsticos cuentos de hadas

    de la niez. La gente que pasaba por su

    lado lo miraba absortaNo falt quienes le siguieron, tal vez atrados por el halo

    misterioso que desprevenido surga de su

    cuerpo. El hombre ni siquiera se fijaba en

    quien o quienes estaban en las calles,

    pues, segua caminando como si estuviera

    solo en la amplia calleja de guijarros

    indecisos entre aquel polvo desidioso que

    se levantaba ante la parsimonia de su

    caminar antiguo. La callejuela lo condujo

    a la plaza del pueblo. Aqu, se detuvo bajo

    la sombra de un grueso rbol, se sacudi

    los anchos pantalones, y ante una banca

    que lucia la vetustez de su piedra spera y

    rajada tom asiento. Mir el vaco, respir

    profundamente, luego se puso de pie y

    subi sobre la banca. Mir al este y al

    oeste, luego exclam, agitando el

    estrafalario sombrero, dirigindose a

    quienes lo haban seguido, pero que se

    mostraban un tanto alejados:

    Venid! Venid! abra y mova los brazos como si quisiera atraer a

    la gente hacia su pecho. Y la gente se

    arremolinaba. Sentan que una fuerza

    sobrehumana los jalaba hacia aquel

    estrambtico personaje; aunque, claro

    est, un oscuro temor los detena. Estaban

    entre esas dos fuerzas: la curiosidad y el

    miedo indefinido. A qu se deba esa

    sensacin que embargaba a los

    pobladores? Tal vez la extraa forma de

    sus orejas? Quiz era un duende surgido

    de las entraas del submundo para

    engaarles?Haba aparecido cierta suspicacia de no s qu recodo en esas

    sencillas gentes; o, tal vez, gentes

    consumidas por la rutina de sus

    quehaceres entre la maledicencia y la mal

    decencia; que vean pasar sus das y sus

    noches de troleros en tiendas y en

    tenduchos Ver aparecer un extrao hombre con una vestimenta rara y

    fantsticas orejas, seguro, no era para

    tomar las cosas tranquilamente de buenas

    a primeras Venid! Venid! repeta el caminante Miren la maravilla de la suerte! Abri su morral, y todos, espeluznados, vieron asomar un tringulo

    de figuras geomtricas de colores pardos

    y verdes. Una linda y voluminosa cobra!

    Los ojillos de la serpiente reflejaban la luz

    del da. Movi la cabeza hacia todos los

    lados mostrando la lengua larga y bfida.

    El caminante extrajo de su pecho una

    larga flauta y comenz a tocar una

    sinuosa meloda. La musiquita se fue

    extendiendo por los aires y llegaba ntida

    a los odos de los aldeanos. Algunos se

    sentan atrados por esas notas y se fueron

    acercando, casi arrastrndose, y botando

    lagrimas a torrentes y lanzando lamentos

    maldecidos; otros sentan deseos de

    golpear a las personas, y las golpeaban;

    otros, pensaban en devolver lo que haban

    hurtado, e iban presuroso a hacerlo; no

    A

  • 19

    faltaba quin se arrepenta de haber

    pegado a sus nios, y se desgaitaba

    gritando su terrible culpa; no faltaba

    alguna mujer que se arrepenta de haberle

    echado mucha sal a la comida del marido

    porque haba dejado de

    quererloTampoco fue ausenta la voz ronca de alguien que se machacaba las

    manos porque estas haban tomado el

    dinero de su oficina La meloda de la flauta, al penetrar al cerebro de los

    pobladores, haca que estos manifestaran

    los delitos que ocultaban De improviso, alguien de entre la gente grit

    desaforadamente: Yo soy un ladrn!,

    Yo soy un ladrn!, Yo le rob las

    gallinas a mi compadre!; otro, ms lejos

    vociferaba: Mrenme!, s, mrenme!

    Yo, el juez de la comarca, he sentenciado

    a la prisin a inocentes, porque sus

    acusadores me pagaron con dos bueyes!;

    otro deca: Ja, ja, ja, ja, qu zonzonazos

    son mis vecinos; son unos verdaderos

    estpidos! Nunca se dieron cuenta que yo les hurtaba sus cuyes y sus gallinas!

    Ja, ja, ja, ja!.... Otra voz deca: Al

    burro del teniente gobernador yo lo

    remat en la feria, y ni cuenta se dio el

    cado del palto! Y Ja, ja, ja!, rea Y as, cada poblador que

    escuchaba la msica de la flauta gritaba lo

    que guardaba en lo ms recndito de su

    mente. La increble meloda impulsaba a

    decir la verdad, sea cual fuere el acto, sea

    cual fuere el pensamiento, el deseoque por ms enterrado que se hallare, la

    msica haca que saliera con la fuerza

    propia de un volcn. Y cunto ms era su

    culpa, ms hipnticos miraban los vivaces

    ojillos del la vbora Ese era el secreto del caminante y de su flauta mgica.

    Cuando ces la msica, los

    vecinos se dieron cuenta de que se haban

    mostrado tales cuales eran, y una

    vergenza cubri sus rostros, y escaparon

    rpidamente a sus casas; pero, otros,

    furiosos, se armaron de piedras y palos, y,

    presos de la furia ms proterva se

    dirigieron a donde estaba el raro

    caminante, con el fin de herirlo,

    mancharlo, pisotearlo, desalmarlo,

    incluso, matarlo. Mientras que otros, ms aleguleyados, fueron a buscar a la

    autoridad para que obliguen al estrafalario

    flautista a irse del pueblo o que lo metan a

    la crcel, o no s qu, pero algo tenan

    que hacer contra ese esperpento

    maldito Ante esta nueva actitud de la

    gente, la msica de la flauta surgi

    suavemente, y vieron que la serpiente

    enroscaba y desenroscaba su fino cuerpo.

    Mova su cabeza como si efectivamente

    escuchara las notas que salan, ahora, a

    borbotones del fino instrumento Y los enfierecidos pobladores se fueron

    acercando, acercando Alguien levant el brazo para lanzar una piedra, y vio que

    se le converta en una vbora que se

    diriga a sus ojos, y slo un grito horrendo

    rompi su garganta; otro, que traa una

    vara, se le transform en otra serpiente

    que le comenz a apretar el cuelloY as... El pavor cundi entre la gente que

    vea que sus piedras o sus palos o sus

    correas o sus sogas o sus corbatitas se

    tornaban en venenosas spides que se

    volvan contra cada quien. La plaza se

    volvi un loquero. La gente corra para

    todos los lados, se chocaban entre ellos,

    resbalaban, se empujaban, se pateaban, se

    escupan, se araabanPensaban que estaban defendindose de las

    serpientes, aunque en realidad no haba nada de eso, todo era una ilusin: la

    ilusin venenosa de sus mentes

    culpables De pronto se sinti el redoblar de

    unos tambores: Ratatn! Rat, rat, rat,

    ratatn! Rat, rat, rat, ratatn, rat! Sonaban con marcial ritmo unos viejos

    tambores. Al lado venan muchos vecinos

    azorados y enardecidos en contra del

    Caminante. No tenan vergenza, la

    haban perdido en un juego de naipes

    marcados o a la carambola del embuste y

    la tramoya. Delante de ellos vena el Jefe

    de la comarca, con su bastn de mando,

    su banda de arlequines y tres sombrillas

    de buen tamao que le cubran la cabeza

  • 20

    plana que tena; en otro grupo estaba el

    mandams del Consorcio de la Pampa de

    Lechugas acompaado de los repipitos

    expertos en torcidas y quebradera de

    manos y movidas de lenguas viperinas.

    All estaban los dos ms excelsos

    capitostes del poblado de marras aquel.

    Pobre encantador de serpientes!,

    ahora s que la cosa estaba seria,

    demasiado seria. Se iba a enfrentar a los

    Mefistfeles de las enredaderas y a los

    truchimanes ms truchas de la comarca.

    Pobrecito el caminante! Ahora s sabra

    lo que es bueno! Venirme a m con

    viboritas y flautitas! Bah, insensato! No

    sabes con quines te has metido,

    maledificioso!

    Los ratatn se ubicaron alrededor

    de los Mandones, y sin cesar de tocar su

    marcial tamborileo fueron acercndose al

    flautista del camino. Este los mir y al ver

    al seor Truchimn Menor y al seor

    Truchimn Mayor del Consorcio de La

    Chamullada, dej de tocar su delicada

    flauta y los mir con cara de bebito

    inocente.

    Oh, no hay caso que le metimos miedo a este fullero de

    mircoles! dijeron los atorrantes, a pesar de que era jueves, dando a conocer

    su vulgar vocabulario y que estaban ms

    despistados que pinginos en el desierto.

    Atrpenlo! grito el mandams ms decidido Atrpenlo!...

    Vana ilusin. El flautista del

    camino reinici su meloda y la serpiente,

    su fiel compaera, cerr los ojos para no

    ver el prodigio que iba a acontecer en los

    prximos minutos. Un prodigio que jams

    se iba a olvidar en el devenir de la

    rimbombante historia de aquel pueblo de

    las historias perdidas. La meloda se fue

    intensificando y se fue

    intensificandoOh, maravilla! El seor Truchimancito y la digna autoridad de la

    SS (Solucin Solapada) sintieron,

    primero, un cosquilleo en las orejas, luego

    un hormigueo, luego horror!...Sus papachungos gritaron:

    Tiene las orejas de burro! Tiene las orejas de burro! Los dignos Mandones sintieron de repente un escozor

    en los pies que les fue subiendo,

    subiendo. Miraron hacia abajo, oh,

    portento!, sus piececitos se estaban

    convirtiendo en unos bellsimos cascos Fue algo trgico y cmico a la vez.

    Unos y otros se miraban absortos las

    grandes orejas que les seguan creciendo.

    Un rugido de clera y miedo revent en la

    plaza. Luego, como si hubiera sucedido

    un terrible terremoto, slo polvo se vio en

    la plaza. Todos, sin excepcin, todos,

    corran con la velocidad que les daban sus

    casquitos y sus potentes orejas de burro.

    Detrs de ellos huyeron despavoridos los

    ms truchas y los menos, los rataplanes y

    los burbujas impunes.

    El encantador de serpientes dej

    de tocar su flauta mgica, guard el ofidio

    en el rado morral, sacudi su sombrero, y

    se fue como quien no quiere la cosa

    silbando la Cancin de los Imposibles.

    Unos dicen que el fantstico caminante

    fue el Flautista de Hamelny lo han visto viniendo para estos rumbosUsted qu piensa, amable lector? Quisiera que

    venga a nuestro pueblo?

    EL AMOR MATERNO EN LA

    NATURALEZA

    quella tarde nos fuimos con mi

    mamita a los pastizales de la falda

    cordillerana. El sol calentaba

    nuestros cuerpos dbilmente. El ao

    pasado dos primitos mos murieron dicen

    con pulmona, y le echaron la culpa al

    fro. Yo pienso que tambin lo son sus

    padres por no saber cuidarlos como me

    cuida a m mi mam. Est al tanto de lo

    que me pasa. Cmo ests, me pregunta

    A

  • 21

    siempre, y me arropa y me cuida por

    donde vaya. Yo la quiero mucho, cmo

    no voy a quererla si es lo nico que tengo;

    aunque, para ser sincero, yo soy muy

    diferente a ella. Hasta dicen que no soy su

    hijo, sino que me recogi; dicen que me

    hall abandonado en la plaza del pueblo

    donde nadie daba razn de cmo aparec

    por ah envuelto en una lliclla. Cuentan

    que todos pasaban de lado, hasta que se

    acerc una mujer y movi el bulto y,

    dicen, que el bulto lanz un sollozo. Se

    sorprendieron todos los curiosos.

    Abrieron el bulto y estaba una guagita de

    color clarito; y comentan que estir los

    bracitos y que empec a llorar. Como

    nadie daba razn de mi presencia, ni de

    dnde haba venido ni de quin me haba

    dejado, qu iba a ser de m? Preguntaron

    si alguien me haba olvidado por casualidad, y nadie deca nada. Cuentan

    que vino el teniente gobernador y

    pregunt a todos si saban que alguien

    haya dado a luz en los ltimos meses, y

    todos los nacidos estaban con sus

    mamitas. Y yo, para mi pena, quedaba sin

    nadie que dijera quien me haba

    aban