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 Jacques Bénigne Bossuet, “  Discurso sobre la historia univ ersal” Biografía: Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704). Obispo, escritor y céebre pre!ica!or cat"ico #rancés apo!a!o $% &guia !e 'eau. *ue or!ena!o sacer!ote en 16+2. obra!o Obispo !e on!o (/ers) en 166, subor!in" !es!e 1670 a 161 sus actii!a!es pastoraes a a #unci"n !e preceptor !e 3e # n 5uis !e *rancia, i o !e rey 5uis 89: y !e 'ar a ;eresa. %scribi" arios ibros para su auno, !e os cuaes e <s #aoso es e “Discurso  sobre la historia universal”, !e 161. %n 161 #ue no bra!o Obis po !e 'eau y uc", coo te"ogo, contra os protestantes y os quietistas, corriente espiritua esta =tia que  postuaba a b=sque!a !e 3ios con un aor pu ro. Bossu et tiene una interpretaci"n teo"gica !e a istoria. >ubraya !os aspectos !e a istoria uniersa? e !esarroo !e a reigi"n y e !e os iperios. @ues a reigi"n y e gobierno potico son os puntos en torno a os cuaes giran to!os os asuntos uanos. % estu!io !e a istoria pue!e ostrar a os prncipes a ineit abe presencia y a iportancia !e a reigi"n, en sus sucesi as #oras y as causas !e os cabios potic os y !e as transi ciones !e unos iperio s a otros. Bossuet recono ca, por as !eciro, !os panos ist"ricos. >e tiene e pano !e as causas particuares, consi!era!as  por e istoria!orA pero tabién s e tiene e pano !e a interpretaci"n teo"gica, seg=n e cua se cupe a 3iina @roi!encia en y por os acaeciientos ist"ricos. &s renuea Bossuet en e sigo 8:99 e intento !e >an &gustn !e !esarroar una #ioso#a !e a istoria. Edición: BO>>%;, $  Discurso sobre la historia universal”, Barceona, erantes, 140 (o. @rncipes !e a 5iteratura, 8898A tra!ucci"n !e 'anue !e 'ontoiu, pr"ogo !e B. 'oraes >an 'artn), pp. 42C-42, +24-+2 CAPÍTUL P!"#E!  Las revoluciones de los imperios están ordenadas por la Providencia y sirven para humillar a los Príncipes. &unque no aya na!a coparabe a esta continui!a! !e a er!a!e ra 9gesia que os e represent a!o, a continui!a! !e os ipe rios, que es preciso poneros aora ante os oos, no es uco enos proecosa, no !iré so aente a os gran!es pr ncipes coo os, sino tabién a os particuares que contepan en estos gran!es obetos os secretos !e a !iina @roi!encia. @rieraente, estos iperios tienen en su ayor parte una igaD"n necesaria con a istoria !e puebo !e 3ios. 3ios se siri" !e os asirios y babionios para castigar a este  pueboA !e os persas para restabeceroA !e &ean!ro y !e sus sucesores ine!iatos para  protegeroA !e &ntoco el Ilustre y !e sus sucesores para e ercitar oA !e os roanos para sostener su iberta! contra os reyes !e >iria, que no pensaban <s que en !estruira. 5os  u!os estuieron asta Jesucristo bao e po!er !e os isos roanos. uan!o o !esconocieron y cruci#icaron, estos isos roanos prestaron sus anos, sin sabero, a a enganDa !iina y eterinaron a este puebo ingrato. 3ios, que aba resueto reunir en e iso tiepo a puebo nueo !e to!as as naciones, reuni" prieraente as tierras y os ares ba o este iso i perio. % coercio !e tantos pueb os !i ersos, en otro tiepo etraEos unos a otros, y uego reuni!os ba o a !oinaci"n roana, #ue uno !e os <s 1

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discursos de la historia

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BOSSUET, Jacques Bnigne: Dscours sur l'Histoire universelle ; Tercera parte, cap

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Jacques Bnigne Bossuet, Discurso sobre la historia universalBiografa: Jacques Bnigne Bossuet (1627-1704). Obispo, escritor y clebre predicador catlico francs apodado El Aguila de Meaux. Fue ordenado sacerdote en 1652. Nombrado Obispo de Condom (Gers) en 1669, subordin desde 1670 a 1681 sus actividades pastorales a la funcin de preceptor del Delfn Luis de Francia, hijo del rey Luis XIV y de Mara Teresa. Escribi varios libros para su alumno, de los cuales el ms famoso es el Discurso sobre la historia universal, de 1681. En 1681 fue nombrado Obispo de Meaux y luch, como telogo, contra los protestantes y los quietistas, corriente espiritual esta ltima que postulaba la bsqueda de Dios con un amor puro. Bossuet tiene una interpretacin teolgica de la historia. Subraya dos aspectos de la historia universal: el desarrollo de la religin y el de los imperios. Pues la religin y el gobierno poltico son los puntos en torno a los cuales giran todos los asuntos humanos. El estudio de la historia puede mostrar a los prncipes la inevitable presencia y la importancia de la religin, en sus sucesivas formas y las causas de los cambios polticos y de las transiciones de unos imperios a otros. Bossuet reconoca, por as decirlo, dos planos histricos. Se tiene el plano de las causas particulares, consideradas por el historiador; pero tambin se tiene el plano de la interpretacin teolgica, segn el cual se cumple la Divina Providencia en y por los acaecimientos histricos. As renueva Bossuet en el siglo XVII el intento de San Agustn de desarrollar una filosofa de la historia.

Edicin: BOSSUET, Discurso sobre la historia universal, Barcelona, Cervantes, 1940 (Col. Prncipes de la Literatura, XXIX; traduccin de Manuel de Montoliu, prlogo de B. Morales San Martn), pp. 423-429, 524-529

CAPTULO PRIMERO

Las revoluciones de los imperios estn ordenadas por la Providencia y sirven para humillar a los Prncipes.

Aunque no haya nada comparable a esta continuidad de la verdadera Iglesia que os he representado, la continuidad de los imperios, que es preciso poneros ahora ante los ojos, no es mucho menos provechosa, no dir solamente a los grandes prncipes como vos, sino tambin a los particulares que contemplan en estos grandes objetos los secretos de la divina Providencia.

Primeramente, estos imperios tienen en su mayor parte una ligazn necesaria con la historia del pueblo de Dios. Dios se sirvi de los asirios y babilonios para castigar a este pueblo; de los persas para restablecerlo; de Alejandro y de sus sucesores inmediatos para protegerlo; de Antoco el Ilustre y de sus sucesores para ejercitarlo; de los romanos para sostener su libertad contra los reyes de Siria, que no pensaban ms que en destruirla. Los judos estuvieron hasta Jesucristo bajo el poder de los mismos romanos. Cuando lo desconocieron y crucificaron, estos mismos romanos prestaron sus manos, sin saberlo, a la venganza divina y exterminaron a este pueblo ingrato. Dios, que haba resuelto reunir en el mismo tiempo al pueblo nuevo de todas las naciones, reuni primeramente las tierras y los mares bajo este mismo imperio. El comercio de tantos pueblos diversos, en otro tiempo extraos unos a otros, y luego reunidos bajo la dominacin romana, fue uno de los ms poderosos medios de que se vali la Providencia para dar curso al Evangelio. Si el mismo imperio romano persigui durante trescientos aos a este pueblo nuevo que naca por todas partes en su recinto, esta persecucin confirm a la Iglesia romana e hizo brillar su gloria con su fe y su paciencia. Al fin cedi el Imperio romano: y habiendo encontrado algo ms invencible que l, recibi apaciblemente en su seno a esta Iglesia a la que haba hecho una guerra tan larga y cruel. Los emperadores emplearon su poder en hacer que se obedeciera a la Iglesia; y Roma ha sido la cabeza del imperio espiritual que Jesucristo quiso extender por toda la tierra.

Cuando lleg el tiempo en que el poder romano deba caer, y cuando este gran Imperio, que se haba prometido vanamente la eternidad, haba de sufrir el destino de todos los dems, Roma, convertida en presa de los brbaros, conserv por la religin su antigua majestad. Las naciones que invadieron el Imperio romano aprendieron poco a poco la piedad cristiana, que suaviz su barbarie; y sus reyes, ponindose cada cual en su nacin en el puesto de sus emperadores, no encontraron otro ttulo ms glorioso que el de protectores de la Iglesia.

Pero es preciso en este punto descubriros los secretos juicios de Dios sobre el imperio romano y sobre la misma Roma: misterio que el Espritu Santo revel a San Juan y que este gran hombre, apstol, evangelista y profeta explic en el Apocalipsis. Roma, que haba envejecido en el culto a los dolos, experimentaba una pena extrema en deshacerse de ellos, incluso bajo los emperadores cristianos; y el Senado tena a honor defender a los dioses de Rmulo, a los cuales atribua todas las victorias de la antigua Repblica. Los emperadores estaban cansados de las diputaciones de este gran cuerpo que pedan el restablecimiento de sus dolos y que crean que corregir a Roma de sus viejas supersticiones era hacer una injuria al nombre romano. As es que esta asamblea, compuesta de cuanto el imperio tena de ms grande y una inmensa muchedumbre popular en la que figuraban casi todos los ms poderosos de Roma, no podan ser arrancados de sus errores por la predicacin del Evangelio ni por un tan visible cumplimiento de las antiguas profecas, ni por la conversin de casi todo el resto del Imperio, ni, en fin, por la de los prncipes cuyos decretos autorizaban el cristianismo. Por el contrario, continuaban cargando de oprobios a la Iglesia de Jesucristo, a la que acusaban an, a ejemplo de sus padres, de todas las desgracias del Imperio, siempre dispuestos a renovar las antiguas persecuciones si no hubiesen sido reprimidos por los emperadores. Las cosas estaban an en este estado en el siglo IV de la Iglesia, y cien aos despus de Constantino, cuando Dios se acord finalmente de tantos sangrientos decretos del Senado contra los fieles y a la par de los gritos furiosos con que el pueblo romano, vido de sangre cristiana haba hecho resonar tan frecuentemente el anfiteatro. Entreg, pues, a los brbaros esta ciudad embriagada con la sangre de los mrtires, como dice San Juan. Dios renov en ella los terribles castigos que haba descargado sobre Babilonia: la misma Roma es llamada con este nombre. Esta nueva Babilonia, imitadora de la antigua, como ella engreda de sus victorias, triunfante en sus delicias y en sus riquezas, manchada con sus idolatras y perseguidora del pueblo de Dios, sufre como aqulla una gran cada y San Juan canta su ruina. La gloria de sus conquistas, que ella atribua a sus dioses, le es arrebatada: es presa de los brbaros, tomada tres o cuatro veces, saqueada, destruida. La espada de los brbaros slo perdon a los cristianos. Otra Roma completamente cristiana sale de las cenizas de la primera; y slo despus de la irrupcin de los brbaros termina enteramente la victoria de Jesucristo sobre los dioses romanos, que se ven no slo destruidos, sino tambin olvidados.

As es como los imperios del mundo han servido a la religin y a la conservacin del pueblo de Dios: por esto este mismo Dios, que hizo predecir a sus profetas los diversos estados de su pueblo, les hizo predecir tambin la sucesin de los imperios. Habis visto los pasajes donde Nabucodonosor est sealado como el que deba venir para castigar a los pueblos soberbios y, sobre todo, el pueblo judo, ingrato con su autor. Habis odo nombrar a Ciro doscientos aos antes de su nacimiento como el que deba restablecer el pueblo de Dios y castigar el orgullo de Babilonia. La ruina de Nnive fue predicha menos claramente. Daniel, en sus admirables visiones, hizo pasar en un instante ante vuestros ojos el imperio de Babilonia, el de los medos y el de los persas, el de Alejandro y los griegos. Las blasfemias y crueldades de un Antoco Epfanes fueron profetizadas, as como las milagrosas victorias del pueblo de Dios sobre tan violento perseguidor. Se ve a estos famosos imperios caer unos tras otros; y el nuevo imperio que Jesucristo deba establecer, est marcado tan expresamente con sus propios caracteres, que no hay medio de desconocerlo. Es el imperio de los santos del Altsimo; es el imperio del Hijo del Hombre: imperio que debe subsistir en medio de la ruina de todos los dems y el nico al cual ha sido prometida la eternidad.

Los juicios de Dios sobre el mayor de todos los imperios de este mundo, es decir, el Imperio romano, no nos han sido ocultados. Acabis de aprenderlos por la boca de San Juan. Roma ha experimentado la mano de Dios, y ha sido como las dems un ejemplo de su justicia. Pero su suerte fue ms feliz que la de las dems ciudades. Purgada por sus desastres de los restos de la idolatra, no subsiste ms que por el cristianismo que anuncia a todo el universo.

As es que todos los grandes imperios que hemos visto sobre la tierra concurrieron con diversos medios al bien de la religin y a la gloria de Dios, como el mismo Dios ha declarado por sus profecas.

Cuando Vos leis tan frecuentemente en sus escritos que los reyes entrarn en masa en la Iglesia, y que ellos sern los protectores y sustentadores de la misma, reconoceris en estas palabras a los emperadores y a los dems prncipes cristianos; y como los reyes antepasados vuestros se sealaron ms que los otros protegiendo y engrandeciendo la Iglesia de Dios, no vacilo en asegurar que ms que todos los reyes son ellos los anunciados ms claramente en estas ilustres profecas.

Dios, pues, que tena el designio de servirse de los diversos imperios para castigar, o para ejercitar, o para extender o para proteger a su pueblo, queriendo darse a conocer como autor de un consejo tan admirable, descubri el secreto a sus profetas y les hizo predecir lo que haba resuelto ejecutar. Por esto, como los imperios entraban en el orden de los designios de Dios sobre el pueblo que haba escogido, la fortuna de estos imperios fue anunciada con los mismos orculos del Espritu Santo que predijeron la sucesin del pueblo fiel.

Cuanto ms os acostumbris a seguir las cosas grandes y a recordarlas en sus principios, ms admiracin os causarn estos designios de la Providencia. Importa que sobre esto tengis desde muy pronto ideas, que se esclarecern da tras da, cada vez ms en vuestro espritu, y que aprendis a relacionar las cosas humanas con las rdenes de esta sabidura eterna de que dependen.

Dios no declara todos los das su voluntad por medio de sus profetas respecto a los reyes y monarquas que levanta o destruye. Pero habindolo hecho tantas veces con esos grandes imperios de que acabo de hablaras, nos muestra, con esos ejemplos famosos, lo que hace con los dems; y ensea a los reyes estas dos verdades fundamentales: primeramente, que es l el que forma los reinos para darlos a quien le place; y, en segundo lugar, que sabe hacer que sirvan, en el tiempo y en el orden que ha resuelto, los designios que tiene sobre su pueblo.

Esto es lo que debe mantener a todos los prncipes en una completa dependencia y hacerles siempre atentos a las rdenes de Dios con el fin de coadyuvar a lo que l medita para su gloria en todas las ocasiones que les presenta.

Pero esta sucesin de imperios, an considerndola ms humanamente, tiene grandes utilidades, principalmente para los prncipes, puesto que la arrogancia, compaera ordinaria de una condicin tan eminente, resulta tan vigorosamente humillada por este espectculo. Por cuanto si los hombres aprenden a moderarse viendo morir a los reyes, cunto ms impresionados se sentirn viendo extinguirse a los mismos reinos? Y cmo recibir una ms bella leccin de la vanidad de las grandezas humanas?

De este modo, cuando veis pasar en un instante ante vuestros ojos, no digo a los reyes y emperadores, sino a esos grandes imperios que han hecho temblar a todo el universo; cuando veis a los asirios antiguos y nuevos, a los medos, los persas, griegos y romanos presentarse ante vos sucesivamente y caer, por decirlo as, unos sobre otros: este estruendo espantoso os hace sentir que no hay nada slido entre los hombres y que la inconstancia y la agitacin es la suerte propia de las cosas humanas.

CAPTULO VII

La explicacin de la serie de cambios de Roma

[Tras exponer sintticamente los principales acontecimientos de la historia de Roma, desde sus orgenes hasta Carlomagno, fundador del nuevo imperio, Bossuet concluye as:]

Ahora resulta fcil conocer las causas de la elevacin y de la cada de Roma. Veis que este Estado fundado en la guerra y por esto naturalmente dispuesto a dominar a sus vecinos, someti a todo el universo bajo su yugo por haber llevado a su ms alto grado la poltica y el arte militar.

Conocis las causas de las divisiones de la repblica, y, finalmente, su cada, por las rivalidades entre sus ciudadanos y por el amor a la libertad llevado hasta un exceso y una susceptibilidad insoportable.

No tenis que esforzaros mucho para distinguir todos los tiempos de Roma, bien queris considerarla en s misma, bien la examinis en relacin con otros pueblos; y ya veis los cambios que deban sobrevenir por la disposicin de los asuntos en cada tiempo.

La veis en s misma al comienzo siendo un Estado monrquico establecido segn sus leyes primitivas, luego en su libertad y luego sometida nuevamente al gobierno monrquico; pero por la fuerza y la violencia.

Se concibe fcilmente de qu modo se constituy el Estado popular, despus de los comienzos que tuvo desde los tiempos de la realeza; y veis con no menor evidencia cmo se establecan poco a poco en la libertad los fundamentos de la nueva monarqua.

Porque as como habis visto el proyecto de erigir la repblica en la monarqua por Servio Tulio, que dio algo as como el primer gusto de la libertad al pueblo romano, tambin habis observado que la tirana de Sila, aunque pasajera, aunque corta, dio a entender que Roma, a pesar de su orgullo, era asimismo capaz de soportar el yugo que sufran los pueblos que ella haba avasallado.

Para conocer lo que produjo sucesivamente esta furiosa rivalidad entre los rdenes, slo tenis que distinguir los dos tiempos que os he sealado expresamente: uno, cuando el pueblo era contenido en ciertos lmites por los peligros que lo rodeaban por todas partes, y, el otro, cuando, no teniendo que temer ya nada del exterior, se abandon sin reservas a su pasin.

El carcter esencial de cada uno de estos dos tiempos es que en uno el amor a la patria y a las leyes contena a los espritus, y que, en el otro, se decida por el inters y por la fuerza.

De esto se segua tambin que, en el primero de estos dos tiempos, los hombres de mando, que aspiraban a los honores por la va legtima, tenan a los soldados sujetos al freno y unidos a la repblica, mientras que, en el otro tiempo, en que la violencia se sobrepona a todo, no pensaban ms que en contentarles para hacerles entrar en sus designios a pesar de la autoridad del Senado.

Por este ltimo estado, la guerra era necesaria en Roma; y por el genio de la guerra el mando recaa necesariamente en las manos de un solo jefe; pero como en la guerra, en la que las leyes nada pueden, slo decide la fuerza, era preciso que el ms fuerte se erigiera en amo, y, por consiguiente, que el imperio recayese en el poder de uno solo.

Y las cosas se disponan por s mismas de tal modo, que Polibio, que vivi en el tiempo ms floreciente de la repblica, previ, basndose en la disposicin de los asuntos, que Roma, a la larga, se convertira en una monarqua.

La razn de este cambio fue que la divisin entre los rdenes slo pudo cesar entre los romanos por la autoridad de un seor absoluto, y que, por otra parte, la libertad era demasiado amada para ser abandonada voluntariamente. Haba, pues, que debilitarla poco a poco con pretextos especiales y hacer por este medio que pudiese ser arruinada por la fuerza.

El engao, segn Aristteles, deba comenzar halagando al pueblo y ser seguido, naturalmente, por la violencia.

Pero por aqu se haba de caer en otro inconveniente por el poder de las gentes de guerra, mal inevitable en este estado.

Efectivamente, la monarqua que formaron los Csares, erigida por las armas, hubo de ser totalmente militar; y por esto se estableci bajo el nombre de emperador, ttulo propio y natural del mando de los ejrcitos.

Por todo lo cual habis podido ver que as como la repblica tena su punto dbil inevitable, esto es, la rivalidad entre el pueblo y el Senado, la monarqua de los Csares tena tambin el suyo; y esta debilidad era la licencia de los soldados que los haban hecho.

Porque no era posible que los hombres de guerra que haban cambiado el gobierno y establecido a los emperadores, permaneciesen mucho tiempo sin advertir que eran ellos, en efecto, los que disponan del imperio.

Ahora podis aadir al tiempo que acabis de observar aquellos que os marcan el estado y el cambio de la milicia; aqul en que est sometida y unida al Senado y al pueblo romano; aqul en que los eleva al poder absoluto con el ttulo militar de emperadores; aqul en que, dueo [sic] en cierto modo de sus propios emperadores, los creaba, los haca y los deshaca a su antojo. De aqu la relajacin, de aqu las sediciones y las guerras que habis visto; de aqu, en fin, la ruina de la milicia con la del imperio.

Tales son los tiempos notables que nos sealan los cambios del estado de Roma considerada en s misma. Aquellos que nos la hacen conocer en relacin con otros pueblos, no son menos fciles de discernir.

Hubo un tiempo en que combati con sus iguales y en los que estuvo en peligro. Dur algo ms de quinientos aos y acab con la ruina de los galos en Italia y con la del imperio de los cartagineses.

Hubo otro en que combati, siempre ms fuerte y sin peligro por grandes que fueran las guerras que emprenda. Dur doscientos aos y llega hasta el establecimiento del imperio de los Csares.

Otro en que conserv su imperio y majestad. Dur cuatrocientos aos y acaba con el reinado de Teodosio el Grande.

Y otro, en fin, en que su imperio, atacado por todas partes, cay poco a poco. Este estado, que dur tambin cuatrocientos aos, comienza en los hijos de Teodosio y acaba en Carlomagno.

No ignoro, Monseor, que se podra aadir a las causas de la ruina de Roma muchos accidentes particulares. Los rigores de los acreedores con sus deudores, provocaron grandes y frecuentes revueltas. La prodigiosa cantidad de gladiadores y esclavos en Roma e Italia, fueron causa de espantosas violencias y hasta de guerras sangrientas. Roma, agotada con tantas guerras civiles y extranjeras, cre tantos nuevos ciudadanos, por lucro o por razn, que apenas si poda reconocerse a s misma entre tantos extranjeros como haba naturalizado. El Senado se llenaba de brbaros; la sangre romana se mezclaba; el amor a la patria, por el cual se haba elevado Roma por encima de todos los pueblos del mundo, no era natural en estos ciudadanos venidos de fuera; y los dems se aleaban con la mezcla. Las parcialidades se multiplicaban con esta prodigiosa multiplicidad de nuevos ciudadanos; y los espritus turbulentos hallaban nuevos medios de perturbar y actuar.

Mientras tanto, el nmero de pobres aumentaba incesantemente por el lujo, por la corrupcin y por la ociosidad que se introduca. Cuantos se vean arruinados no tenan otro recurso que el de las sediciones, y, en cualquier caso, se preocupaban poco de que todo pereciese tras ellos. Se sabe cul fue la causa de la conjuracin de Catilina. Los ambiciosos y los miserables, como no tienen nada que perder, ven con gusto siempre el cambio. Estos dos gneros de ciudadanos prevalecan en Roma; y como el estado intermedio, que nicamente en los Estados populares es el fiel de la balanza, era el ms dbil, era preciso que la repblica cayese.

Se puede unir a esto, adems, el humor y el genio particular de aquellos que causaron los grandes movimientos, me refiero a los Gracos, a Mario, Sila, Pompeyo, Julio Csar, Antonio y Augusto; pero me he consagrado a descubrir las causas universales de la verdadera raz del mal, es decir, la rivalidad entre los dos rdenes, cuyas grandes consecuencias os importa a vos mucho considerar.