1
libros “Delitos a largo plazo” Jake Arnott ROJA Y NEGRA-MONDADORI Rodrigo Fresán es un tío gracioso. En principio es alguien que vive de la literatura sin poseer ningún talento especial- mente destacable y que tiene un desprecio por las normas elementales de la ortografía y la gramática que ya es marca de fábrica. Por eso es gracioso. Tanto como un vídeo en el que alguien se despeña por un barranco. O como su anti prólogo (en el sentido de que lejos de seducir al lector lo ahuyenta) para “Delitos a largo plazo”, primera novela de la trilogía sobre Harry Starks escrita por Jake Arnott. El libro, que está editado en la colección de novela policial Roja y Negra (con el propio Fresán como capitán de barco), es un divertidísimo ejercicio de reconstrucción del violento Londres de los sesenta a través del gangster-dandy Harry Starks, un trasunto nada ve- lado del real y mítico Ron Kray (ambos homosexuales, ambos obsesionados por la moda, la fama y el lujo y ambos psicópa- tas). Harry es el núcleo central de una novela de la que, sin embargo, no es el protagonista ya que se construye a través de cinco capítulos escritos desde la mirada de personajes relacionados con Starks. Para bien o para mal. Así circulamos, a través de frases cortas y descripciones fashionistas, por una ciudad y un momento histórico apasionantes sin que la reconstrucción literaria obstaculice el tono mostrando un mús- culo demasiado académico. Torturas, asesinatos, corrupción, anfetas, mods, skins, Judy Garland y los hermanos Kray. La receta de toda la vida, pero cambiando el sombrero Stetson y la gabardina por un Trilby y un Fred Perry. Daniel López Valle Antes que una exploración de la fascinante relación conyugal de los Fitzgerald o de la biografía de Zelda, esposa y musa atormentada del autor de “Suave es la noche”, “Alabama song” se alza como una novela redentora que libera a esa malograda mujer del estereotipo de loca histérica que la llevó a estar encarcelada hasta la tumba en numerosos psiquiátricos. Fue en el Highland Hospital de Ashville (Carolina del Norte), donde Zelda, “la hija del Juez. La futura prometida del futuro gran escritor”, murió como Bertha Mason en “Jane Eyre”: devastada por el fuego una noche de 1948. Las hermanas Brönte no son las únicas referencias que resuenan en la novela de Leroy; es inevitable recordar a Charlotte Perkins Gilmor, Emily Dickinson o Sylvia Plath, célebres por representar con maestría el binomio literatura –locura en relación con la opresión masculina, como también el estudio que Sandra Gilbert y Susan Gubar realizaron al respecto, “The madwoman in the attic: The woman writer and the nineteenth-century literary imagination” (1979). Más allá de la plasmación literaria de ese conflicto, Zelda o Plath lo sufrieron como víctimas en vida. Por ello, la gran cualidad de Leroy, al margen de su arrolladora narración, es haber sido capaz de que la princesa de la Era del Jazz, la hermosa sureña, vea por fin negro sobre blanco las letras que su esposo le prohibió durante su convulsa convivencia. Sesenta años después de su muerte, Zelda ha dejado de ser mito para convertirse en escritora. Chapeau. Arantxa Ruiz Encontrarse en las librerías en estos días de refundación del capitalismo, abueletes ninja televisivos o productos de con- sumo rápido de Sant Jordi en cuyas solapas vienen palabras como ‘crack’, ‘subprime’ y, la más llamativa, ‘crisis’ con un libelo (como el propio autor indica en el subtítulo: “Un libelo contra la econocracia”) llamado “La economía no existe” es algo sorprendente e insólito. Y más cuando Antonio Baños (pe- riodista, miembro de la banda de rock Los Carradines y ahora en solitario con su divertido proyecto Boncompain) es capaz de demostrarnos en poco más de doscientas páginas que a) la economía, realmente, no existe; y b) si existe, nos tiene co- gidos por los huevos a toda la humanidad. “La economía no existe” es uno de esos libros que se disfrutan con la sonrisa congelada. Baños aplica una fina ironía (y gruesa cuando hace falta) capaz de hacerte soltar la carcajada en más de un pá- rrafo, pero lo que cuenta es tan escalofriante que puede llegar a provocar pesadillas: la economía no es una ciencia sino un régimen de control del individuo. Con capítulos tan redondos (y tan divertidamente terroríficos) como “EconoMatrix” (como Neo en el film de los hermanos Wachowski sospechamos de la imperfección del sistema y de sus fallos pero no hacemos nada para impedirlo), Baños aplica tesis con una prosa ligera, analítica y certera hasta que llegamos a la conclusión de que la economía es una religión o una secta siniestra de la que so- mos todos devotos, aunque proclamemos a los cuatro vientos nuestro ateísmo. Manu González “Alabama song” Gilles Leroy RBA “La economía no existe” Antonio Baños LIBROS DEL LINCE “Segundo matrimonio” Phillip Lopate LIBROS DEL ASTEROIDE Una novela en los años 70, otra en los 80, ninguna en los 90 y ahora “Segundo matrimonio”. Como en su anterior y conmove- dora ficción, “El mercader de alfombras”, esta es de extensión breve y tono intimista como si, una vez decidido a regresar tras un paréntesis tan largo al terreno de la imaginación, Lopate se hubiera ratificado en la lección del provecho minimalista, se convenciera aún más de que con la cuchara de postre se pue- den rebañar contundentes manjares, de que lo crucial es poner un oído atento sobre el corazón del personaje y marcar con un dedo sus latidos. El ingeniero de sonido Frank y la publicista Eleanor son la enésima reencarnación de la locuaz pareja neo- yorquina que se regocija de su exquisito gusto para los vinos y se relame con el refinamiento de sus preferencias culturales, dos pedantes que se tienen por el colmo de lo liberal y que están convencidos que llevan a sus espaldas suficientes escar- mientos sentimentales como para pilotar su presente relación de pareja con sobrada mano diestra. Pero ya se sabe que un fin de semana a priori ideal es un marco inmejorable para que la fantasía se tuerza, el pastel se agrie, el espejismo se diluya. Lo hemos leído y visto un millón de veces, pero la estrategia de cercanía de Lopate, su capacidad para pendular de la miseria al alborozo a partir de una atención constante al gesto defini- torio, la palabra precisa y la reflexión inspirada, convierten esta jornada de confesiones, reproches, risas y llantos de una pareja que se soñaba estupenda en una agradecida violación de la intimidad ajena nada ajena. Antonio Lozano En un desordenado presente novelístico, cuando ya nos había dejado J. G. Ballard y Bradbury era un honorable aún-más-viejecito inacabable, un escritor con orígenes en el noroeste español se atrevió con una nueva fabulación sobre lo que nos espera en el futuro, un planeta que se consume a sí mismo y seres que inventan formas de sobrevivir en el caos de la distopía. Los elementos puestos en juego aquí son conocidos, poco delimitados —naturaleza masacrada, huma- nos gobernados por las grandes empresas, androides, aquí llamados símiles, humanizados, movimientos de resistencia—. Lo añadido sobre el esquema de la fábula futurista cifra en la pugna de los viejos, caducos sentimientos que animaban al mundo, que buscan perpetuarse en el más inhóspito de los hábitats. Un triángulo de personajes en apariencia des- conectados irá haciendo avanzar una trama a medio camino entre la aventura y el thriller, con buen ritmo y pulso ameno. Con un pelín más de arrojo en la poesía de las situaciones —que aparece, sí, leve, y es el mejor de los añadidos—, con un mayor trabajo sobre personajes que se adivinan potentes, con un poquito menos de apego a los tópicos —esas ‘van- guardias artísticas’ promovidas por los malos en el poder—, Rodríguez Rivera habría bordado una tercera novela sabrosa y entretenida. Y es ambas cosas, pero de aquel que debutó con un trabajo tan llamativo y perturbador como “Memorias del hombre buitre” (Lengua de Trapo, 2005), esperábamos algo más osado y cercano a la perfección. Carolina León La vida de Tiffani Figueroa metida a submáquina. Nada que ver con replicantes, sino más bien con pólvora. La submáquina es una especie de pistola que combina el disparo automá- tico con el cargador corriente. Es un puzzle de cinco piezas: cargador, resorte, seguro, recámara, gatillo, cañón. Piezas que actúan como capítulos, o como afilados relatos (el estilo de García Llovet es de cuchilla de afeitar), o como fogonazos de momentos clave de la vida de Tiffani, Tifa, musa de la segunda novela de la celebrada autora de la mutante “Coda”. De ella se sabe que fue policía pero que ya no, que se ha casado más de una vez, que tiene al menos un hijo, un hijo que se casa, como se casa la hija de Don Vito Corleone en “El Padrino”, que nun- ca pierde al póquer (es especialista en póquers de reyes), que conduce como un demonio y que está desaparecida. Aceptó un trabajo que no debería haber aceptado (como aceptó que un taxista algo cabrón la llevara un descampado e hiciera con ella lo que hizo el camionero con Thelma en el clásico de Ridley Scott) y cometió un crimen que quizá no tenía otro remedio que cometer. Construida a modo de rompecabezas, con prosa afilada y un estilo de película de tipos duros que lo tienen todo controlado (algo así como la serie “Ocean’s Eleven” de Steven Soderbergh), “Submáquina” pone al lector al otro lado de la cerradura de la puerta blindada en que ha convertido su vida la protagonista y le invita a mirar sin pudor, a echar un vistazo a la superheroína sin complejos Tifa Figueroa, acostumbrada a huir, a fardar y a ligar con jovencitos. Laura Fernández “Los guardianes durmientes” Luis Rodríguez Rivera 451 EDITORES “Submáquina” Esther García Llovet SALTO DE PÁGINA 114/115 libros

Alabama Song

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Reseña del libro "Alabama Song", de Gilles Leroy, para Go-Mag, mayo de 2009, número 100.

Citation preview

Page 1: Alabama Song

libros

“Delitos a largo plazo”Jake ArnottROJA Y NEGRA-MONDADORI

Rodrigo Fresán es un tío gracioso. En principio es alguien que vive de la literatura sin poseer ningún talento especial-mente destacable y que tiene un desprecio por las normas elementales de la ortografía y la gramática que ya es marca de fábrica. Por eso es gracioso. Tanto como un vídeo en el que alguien se despeña por un barranco. O como su anti prólogo (en el sentido de que lejos de seducir al lector lo ahuyenta) para “Delitos a largo plazo”, primera novela de la trilogía sobre Harry Starks escrita por Jake Arnott. El libro, que está editado en la colección de novela policial Roja y Negra (con el propio Fresán como capitán de barco), es un divertidísimo ejercicio de reconstrucción del violento Londres de los sesenta a través del gangster-dandy Harry Starks, un trasunto nada ve-lado del real y mítico Ron Kray (ambos homosexuales, ambos obsesionados por la moda, la fama y el lujo y ambos psicópa-tas). Harry es el núcleo central de una novela de la que, sin embargo, no es el protagonista ya que se construye a través de cinco capítulos escritos desde la mirada de personajes relacionados con Starks. Para bien o para mal. Así circulamos, a través de frases cortas y descripciones fashionistas, por una ciudad y un momento histórico apasionantes sin que la reconstrucción literaria obstaculice el tono mostrando un mús-culo demasiado académico. Torturas, asesinatos, corrupción, anfetas, mods, skins, Judy Garland y los hermanos Kray. La receta de toda la vida, pero cambiando el sombrero Stetson y la gabardina por un Trilby y un Fred Perry. Daniel López Valle

Antes que una exploración de la fascinante relación conyugal de los Fitzgerald o de la biografía de Zelda, esposa y musa atormentada del autor de “Suave es la noche”, “Alabama song” se alza como una novela redentora que libera a esa malograda mujer del estereotipo de loca histérica que la llevó a estar encarcelada hasta la tumba en numerosos psiquiátricos. Fue en el Highland Hospital de Ashville (Carolina del Norte), donde Zelda, “la hija del Juez. La futura prometida del futuro gran escritor”, murió como Bertha Mason en “Jane Eyre”: devastada por el fuego una noche de 1948. Las hermanas Brönte no son las únicas referencias que resuenan en la novela de Leroy; es inevitable recordar a Charlotte Perkins Gilmor, Emily Dickinson o Sylvia Plath, célebres por representar con maestría el binomio literatura –locura en relación con la opresión masculina, como también el estudio que Sandra Gilbert y Susan Gubar realizaron al respecto, “The madwoman in the attic: The woman writer and the nineteenth-century literary imagination” (1979). Más allá de la plasmación literaria de ese confl icto, Zelda o Plath lo sufrieron como víctimas en vida. Por ello, la gran cualidad de Leroy, al margen de su arrolladora narración, es haber sido capaz de que la princesa de la Era del Jazz, la hermosa sureña, vea por fi n negro sobre blanco las letras que su esposo le prohibió durante su convulsa convivencia. Sesenta años después de su muerte, Zelda ha dejado de ser mito para convertirse en escritora. Chapeau. Arantxa Ruiz

Encontrarse en las librerías en estos días de refundación del capitalismo, abueletes ninja televisivos o productos de con-sumo rápido de Sant Jordi en cuyas solapas vienen palabras como ‘crack’, ‘subprime’ y, la más llamativa, ‘crisis’ con un libelo (como el propio autor indica en el subtítulo: “Un libelo contra la econocracia”) llamado “La economía no existe” es contra la econocracia”) llamado “La economía no existe” es contra la econocracia”algo sorprendente e insólito. Y más cuando Antonio Baños (pe-riodista, miembro de la banda de rock Los Carradines y ahora en solitario con su divertido proyecto Boncompain) es capaz de demostrarnos en poco más de doscientas páginas que a) la economía, realmente, no existe; y b) si existe, nos tiene co-gidos por los huevos a toda la humanidad. “La economía no existe” es uno de esos libros que se disfrutan con la sonrisa congelada. Baños aplica una fi na ironía (y gruesa cuando hace falta) capaz de hacerte soltar la carcajada en más de un pá-rrafo, pero lo que cuenta es tan escalofriante que puede llegar a provocar pesadillas: la economía no es una ciencia sino un régimen de control del individuo. Con capítulos tan redondos (y tan divertidamente terrorífi cos) como “EconoMatrix” (como “EconoMatrix” (como “EconoMatrix”Neo en el fi lm de los hermanos Wachowski sospechamos de la imperfección del sistema y de sus fallos pero no hacemos nada para impedirlo), Baños aplica tesis con una prosa ligera, analítica y certera hasta que llegamos a la conclusión de que la economía es una religión o una secta siniestra de la que so-mos todos devotos, aunque proclamemos a los cuatro vientos nuestro ateísmo. Manu González

“Alabama song” Gilles Leroy RBA

“La economía no existe” Antonio Baños LIBROS DEL LINCE

“Segundo matrimonio”Phillip LopateLIBROS DEL ASTEROIDE

Una novela en los años 70, otra en los 80, ninguna en los 90 y ahora “Segundo matrimonio”. Como en su anterior y conmove-dora fi cción, “El mercader de alfombras”, esta es de extensión breve y tono intimista como si, una vez decidido a regresar tras un paréntesis tan largo al terreno de la imaginación, Lopate se hubiera ratifi cado en la lección del provecho minimalista, se convenciera aún más de que con la cuchara de postre se pue-den rebañar contundentes manjares, de que lo crucial es poner un oído atento sobre el corazón del personaje y marcar con un dedo sus latidos. El ingeniero de sonido Frank y la publicista Eleanor son la enésima reencarnación de la locuaz pareja neo-yorquina que se regocija de su exquisito gusto para los vinos y se relame con el refi namiento de sus preferencias culturales, dos pedantes que se tienen por el colmo de lo liberal y que están convencidos que llevan a sus espaldas sufi cientes escar-mientos sentimentales como para pilotar su presente relación de pareja con sobrada mano diestra. Pero ya se sabe que un fi n de semana a priori ideal es un marco inmejorable para que la fantasía se tuerza, el pastel se agrie, el espejismo se diluya. Lo hemos leído y visto un millón de veces, pero la estrategia de cercanía de Lopate, su capacidad para pendular de la miseria al alborozo a partir de una atención constante al gesto defi ni-torio, la palabra precisa y la refl exión inspirada, convierten esta jornada de confesiones, reproches, risas y llantos de una pareja que se soñaba estupenda en una agradecida violación de la intimidad ajena nada ajena. Antonio Lozano

En un desordenado presente novelístico, cuando ya nos había dejado J. G. Ballard y Bradbury era un honorable aún-más-viejecito inacabable, un escritor con orígenes en el noroeste español se atrevió con una nueva fabulación sobre lo que nos espera en el futuro, un planeta que se consume a sí mismo y seres que inventan formas de sobrevivir en el caos de la distopía. Los elementos puestos en juego aquí son conocidos, poco delimitados —naturaleza masacrada, huma-nos gobernados por las grandes empresas, androides, aquí llamados símiles, humanizados, movimientos de resistencia—. Lo añadido sobre el esquema de la fábula futurista cifra en la pugna de los viejos, caducos sentimientos que animaban al mundo, que buscan perpetuarse en el más inhóspito de los hábitats. Un triángulo de personajes en apariencia des-conectados irá haciendo avanzar una trama a medio camino entre la aventura y el thriller, con buen ritmo y pulso ameno. Con un pelín más de arrojo en la poesía de las situaciones —que aparece, sí, leve, y es el mejor de los añadidos—, con un mayor trabajo sobre personajes que se adivinan potentes, con un poquito menos de apego a los tópicos —esas ‘van-guardias artísticas’ promovidas por los malos en el poder—, Rodríguez Rivera habría bordado una tercera novela sabrosa y entretenida. Y es ambas cosas, pero de aquel que debutó con un trabajo tan llamativo y perturbador como “Memorias del hombre buitre” (Lengua de Trapo, 2005), esperábamos algo más osado y cercano a la perfección. Carolina León

La vida de Tiffani Figueroa metida a submáquina. Nada que ver con replicantes, sino más bien con pólvora. La submáquina es una especie de pistola que combina el disparo automá-tico con el cargador corriente. Es un puzzle de cinco piezas: cargador, resorte, seguro, recámara, gatillo, cañón. Piezas que actúan como capítulos, o como afi lados relatos (el estilo de García Llovet es de cuchilla de afeitar), o como fogonazos de momentos clave de la vida de Tiffani, Tifa, musa de la segunda novela de la celebrada autora de la mutante “Coda”. De ella se sabe que fue policía pero que ya no, que se ha casado más de una vez, que tiene al menos un hijo, un hijo que se casa, como se casa la hija de Don Vito Corleone en “El Padrino”, que nun-ca pierde al póquer (es especialista en póquers de reyes), que conduce como un demonio y que está desaparecida. Aceptó un trabajo que no debería haber aceptado (como aceptó que un taxista algo cabrón la llevara un descampado e hiciera con ella lo que hizo el camionero con Thelma en el clásico de Ridley Scott) y cometió un crimen que quizá no tenía otro remedio que cometer. Construida a modo de rompecabezas, con prosa afi lada y un estilo de película de tipos duros que lo tienen todo controlado (algo así como la serie “Ocean’s Eleven” de Steven Soderbergh), “Submáquina” pone al lector al otro lado de la cerradura de la puerta blindada en que ha convertido su vida la protagonista y le invita a mirar sin pudor, a echar un vistazo a la superheroína sin complejos Tifa Figueroa, acostumbrada a huir, a fardar y a ligar con jovencitos. Laura Fernández

“Los guardianes durmientes”Luis Rodríguez Rivera451 EDITORES

“Submáquina”Esther García LlovetSALTO DE PÁGINA

114/115 libros libros