Alonso de Castillo Solórzano - Tardes Entretenidas en Seis Novelas

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  • ALONSO DECASTILLO SOLRZANO

    Tardes entretenidasTardes entretenidasen seis novelasen seis novelas

  • [Preliminares] ................................................................................................................................... 3 Introduccin ..................................................................................................................................... 6 Tarde Primera ................................................................................................................................... 8

    novela primeraEl amor en la venganza .............................................................................................................. 11

    Tarde Segunda ............................................................................................................................... 33 novela segundaLa fantasma de Valencia ............................................................................................................ 35

    Tarde Tercera ................................................................................................................................. 51 novela terceraEl Proteo de Madrid ................................................................................................................... 52

    Tarde Cuarta ................................................................................................................................... 75 novela cuartaEl socorro en el peligro .............................................................................................................. 77

    Tarde Quinta ................................................................................................................................ 105 novela quintaEl culto graduado ..................................................................................................................... 107

    Tarde Sexta .................................................................................................................................. 122 novela sextaEngaar con la verdad ............................................................................................................. 123

  • [PRELIMINARES]

    AL EXCELENTSIMO SEOR

    don Francisco Gmez de Sandoval, Padilla y Acua, Duque de Uceda y Cea, Adelantado mayor de Castilla, Conde de Santa Gadea y Buenda, Marqus de Belmonte, seor de las villas de Dueas, Ezcaray, Caltaazor, Corraqun, Balgan y sus partidos, Comendador de la Clavera de Calatrava y Gentil hombre de la cmara del Rey nuestro seor.

    POR DON ALONSO DE CASTILLO SOLRZANOAo 1625.

    CON PRIVILEGIO

    LAS NOVELAS QUE TIENE ESTE LIBRO

    El amor en la venganza.La fantasma de Valencia.El Protheo de Madrid.El Socorro en el peligro.El Culto graduado.Engaar con la verdad.

    FE DE ERRATAS

    Este libro intitulado Tardes entretenidas, est bien y fielmente impreso con su original. En Madrid quince de Marzo de mil y seiscientos veinte y cinco,

    El Licenciado MURCIA DE LA LLANA.

    TASA

    Yo, Diego Gonzlez de Villarroel, Escribano de Cmara de Su Majestad, de los que en su Consejo residen doy fe, que habindose visto por los seores del un libro intitulado Tardes entretenidas, compuesto por D. Alonso del Castillo Solrzano, que con licencia de los dichos seores fue impreso, tasaron cada pliego de los del dicho libro cuatro maraveds; y este precio y no ms mandaron se venda, y que esta tasa se ponga al principio de cada un libro de los que ans se imprimieren, y para que dello conste de mandamiento de los dichos seores del Consejo, y de pedimiento del dicho D. Alonso del Castillo Solrzano doy esta fe, en Madrid veinte y uno de Marzo de mil y seiscientos veinte y cinco aos.

    DIEGO GONZLEZ DE VILLARROEL.

    SUMA DEL PRIVILEGIO

    Tiene privilegio de Su Majestad por tiempo de diez aos, D. Alonso del Castillo Solrzano, para poder imprimir este libro intitulado Tardes entretenidas, y no otra persona sin su licencia, so las penas en l contenidas, como consta de su original, despachado en el oficio de D.

  • Hernando de Vallejo, Secretario de Su Majestad, y su Escribano de Cmara. Su fecha en Madrid veinticuatro de Setiembre de mil y seiscientos y veinte y cuatro aos.

    APROBACIN DELP. F. PLACIDO DE ROJAS,

    DE LA ORDEN DE SAN BENITO

    Por comisin del Sr. D. Diego Vela, Obispo electo de Lugo, del Consejo de Su Majestad y Vicario General de Madrid, he visto un libro intitulado Tardes entretenidas, compuesto por D. Alonso de Castillo Solrzano, el cual libro corresponde muy bien con el ttulo, porque gustosamente entretiene y deleita y aun ensea, pues de sus novelas se puede sacar moralidad y avisados documentos para proceder cuerdamente en muchas ocasiones; el estilo es apacible y fcil, ni por lo claro bajo y de menos estima, ni por lo ingenioso y curioso tan alto, que slo venga ser de gusto los que le tienen en hacer escabrosa y desconocida la lengua espaola. No tiene cosa contra la fe ni contra las buenas costumbres, antes es una lectura ingeniosa y honesta, que puede andar sin riesgo en todas manos, por lo cual me parece que se le puede dar la licencia que pide para imprimirle. Fecha en San Martn de Madrid 5 de Setiembre de 1624.

    F. PLCIDO DE ROJAS.

    LICENCIA DEL SEOR DOCTORD. DIEGO VELA,

    ELECTO OBISPO DE LUGOY VICARIO DE MADRID.

    He hecho ver este libro intitulado Tardes entretenidas, y por no hallar en l cosa contra la fe y buenas costumbres, antes una leccin agradable y para todos estados, por lo que m toca, dando los seores del Consejo licencia se puede imprimir. En Madrid siete de Setiembre de mil y seiscientos y veinte y cuatro aos.

    DOCTOR. D. DIEGO VELA.Ante m, DIEGO DE RIVAS, Notario.

    Muy poderoso seor:Este libro que su autor llama Tardes entretenidas, y V. A. me manda ver, es muestra de la

    fertilidad de ingenios de Espaa; pues con tanta abundancia como facilidad, no ofendiendo las buenas costumbres, antes aprovechando con avisos morales, divierte y deleita en variedad de asuntos y artificio de trazas notables, donde los entretenimientos desta leccin reconocern muchos caudal y gracia. Puede V. A. servirse de dar licencia para que se imprima, con ms razn que otros, quien no se ha negado. Madrid, 18 Setiembre 1624.

    DON JUAN DE JUREGUI.

    AL EXCELENTSIMO SEORDON FRANCISCO GMEZ DE SANDOVAL,

    PADILLA Y ACUA

    Duque de Uceda y cea, Adelantado Mayor de Castilla, Conde de Santa Gadea y de Buenda, Marqus de Belmonte, Seor de las villas de Dueas, Ezcaray, Caltaazor, Corraqun, Balgan y y sus partidos, Comendador de la de Calatrava y Gentilhombre de la Cmara del Rey, Nuestro Seor.

    La eleccin que hice (Excelentsimo Seor) cuando acab de escribir este pequeo volumen, de consagrarle V. E., me facilit las dudas y asegur los temores que tena de

  • sacarle luz, en teatro donde tantos Zoilos asisten, ms censurar las faltas ajenas, que enmendar las propias. Vuestra Excelencia admita esta humilde ofrenda, que con su generoso patrocinio tendr el realce que le falta, seguridad de loa mordaces, y ellos envidia del favor que recibe. Guarde Dios V. E. como deseo.

    DON ALONSO DEL CASTILLO SOLRZANO.

    A LOS CRTICOS

    Ya, gremio censurador, me consta tu modo de vivir, y por las diversas herramientas que en tus oficinas he visto (cuidadosamente afiladas del ocio) conozco de cuantos oficios se forma tu perniciosa congregacin.

    S que no hay en nuestra repblica pao que no tundas, seda que no acuchilles, cordobn que no piques, holanda que no cortes, cabello que no rasures y, finalmente, ua, aunque sea del mismo Pegaso, que no cercenes. No me admiro que tengas tantos aceros si tienes por consorte la murmuracin, que los ms cubiertos de orn acicala y los ms botos afila. Seis novelas te presento, adornadas con diferentes versos, cuyo volumen doy el ttulo de Tardes entretenidas; si te lo parecieren, poco te habrn hecho de costa, y en parte te hallas donde podrs lograr el ttulo con los muchos divertimientos que te ofrece la corte; lo que te puedo asegurar es que ninguna cosa de las que en este libro te presento es traduccin italiana, sino todas hijas de mi entendimiento; que me corriera mucho de or de m lo que de los que traducen trasladan, por hablar con ms propiedad. Los muchos defectos que hallares esperan en tu prudencia su correccin; pero si falto de piedad y llevado de tu mordaz impulso no quisieres desdecir de tu satrica costumbre, poco me importar congratularme contigo, y as me consolar con ver que ms agudos escritos no has perdonado, entre los cuales puede pasar ste con la misma pensin, si bien envidioso de los que no la tienen en las opiniones de los cuerdos y desapasionados. Vale.

    DEL LICENCIADOD. GABRIEL DEL CORRAL

    AL AUTOR

    Su primera luz os llama(Alonso) el Polo espaol,si Febo el Pindo por Sol, vos por su aurora os ama;oscurece vuestra famamuchos ingenios cobardesy as, suspendiendo alardesde luz vuestra cortesa,altera la ley del da,y amanecis por las tardes.

  • INTRODUCCINIluminaba con sus lucientes rayos el hermoso desprecio de la ingrata Dafne, alma del

    mundo y cuarto planeta, la celeste casa de los dos hermosos hijos de Leda, hermanos suyos, que por partir la divinidad entre s, con permisin de su poderoso padre, fueron colocados en la tercera mansin del Zodiaco, cuando por principio del alegre mes de Mayo, la solcita Flora se ocupaba con mayor cuidado en la composicin de los campos y en el adorno de los jardines, vistindolos de varias y fragantes flores, con que si aqullos lucan naturalmente, ostentando en sus espacios vistosos tapetes de diferentes colores, stos artificial hacan alarde de hermossimas labores, como los hacen los bien compartidos matices en el estirado campo del grosero caamazo. Las inquietas avecillas, traveseando por las verdes ramas de los frondosos rboles con su armnico lenguaje (por ser el tiempo del celo), se decan enamorados requiebros, y todas juntas aplaudan en concertadas capillas, la deseada salida de la Aurora por las puertas del Oriente, haciendo alegres salvas las frescas y cristalinas fuentes, disipando su lquida plata por los verdes prados fertilizaban sus amenos sitios, pagndoles rditos la lucida repblica de las flores en hermosas guirnaldas que coronaban sus nativos originales.

    Pues como en este alegre tiempo conviden con su fertilidad, los campos que los gozen, y los amenos jardines que los asistan: uno, afrenta de los de Hibla y admiracin de los de Cipro, cuyas vistosas cercas adornadas de intricadas yedras y trepadores jazmines, aprisionaba el risueo Manzanares con grillos de cristal cerca de la antigua Mntua, de compuestos cuadros, tejidos cenadores y artificiales fuentes, eligieron por estancia todo el de Mayo dos nobles familias, que cansadas del ruido y confusin de la corte quisieron desenfadarse huyendo de los enfadosos cumplimientos de forzosas visitas, obligaciones si buenas para conservar amistades, tal vez penosas para desazonar quietudes.

    Eran las personas que estas familias contenan, dos ancianas viudas, que habindoles faltado sus esposos, personas de calidad y que haban ocupado honrosos puestos, les dejaron bastantes haciendas, que ellas iban aumentando para dar cada dos hermosas hijas que tenan, copiosos dotes en iguales empleos. Doa Violante Centellas (que as se llamaba la una destas seoras), natural del noble reino de Valencia, tena por hijas doa Lucrecia y doa Constanza, cuya hermosura y discrecin eran dos milagros de naturaleza, con quien haba pocas en la corte que compitiesen, pues su agradable vista era una exageracin de la hermosura humana y un vivo reconocimiento de la perfecta y divina mano que las form. Doa Luisa de Ribera, amiga desta seora, tena doa Angela y doa Laura; y si no tan hermosas como las primeras, podan tener el lugar segundo de la belleza, y el supremo en las gracias y habilidades adquiridas, porque sus dulces y regaladas voces, acompaadas de igual destreza, eran lo celebrado de la corte y la suspensin de los que, por grandsimo favor, merecan orlas.

    Estas seoras vecinas de dos capaces cuartos que tena una casa propia de doa Luisa, con dos criadas, dos ancianos escuderos y dos pajecillos, determinaron ir holgarse la quinta referida, con presupuesto de estarse en ella todo el florido mes de Mayo, donde las damas, como poco acostumbradas salir de su casa y mucho , la golosina de los bcaros; vicio tan dilatado, que pierde quilates de dama la que no se precia de su experiencia, haban determinado tomar el acero y hacer con l ejercicio que ordenan los mdicos costa de no pocos cansancios.

    Venido, pues, el da de los dos gloriosos apstoles San Felipe y Santiago, que da principio al mes y las holguras con la salida de toda la corte al Sotillo que llaman de Santiago el Verde, mientras en l paseaban en coches, ya propios ya prestados, hermosas damas y acomodados caballeros, gozando del alegre sitio, de los regocijados bailes y de las prevenidas meriendas, dispusieron su ida estas seoras al jardn, haciendo antes llevar l de sus casas cuanto era necesario para pasar aquel entretenido tiempo. Y entrndose en su carroza fueron solamente acompaadas de los referidos escuderos, que iban en dos mulas, y de Octavio un gracioso sujeto

  • entretenido cerca de las personas de muchos generosos prncipes de la corte; que costa de ddivas, con su vivo ingenio les diverta con donaire y con su voz alegraba con bien cantados tonos, siendo por sus habilidades generalmente bien recibido en sus casas con sumo gusto, aprobacin de los que le tienen bueno, cuando se entretienen con personas de tan calificados humores, como por el contrario los que emplean mal sus vestidos y dineros, dndoselos gente insulsa, que con nombre de bufones quieren acreditarse de graciosos, siendo la misma frialdad. Llegados, pues, la quinta, en ella tratando de comenzar el siguiente da las damas su medicinal ejercicio, le dijo Octavio estas razones, que prestaron grato silencio:

    Vuestra venida este alegre jardn, oh, hermosas y discretas damas! ha sido el primero intento curaros de vuestras opilaciones, que pudirades haber excusado, pues ha estado en vuestra mano absteneros de la superflua golosina de los bcaros, requisito que parece forzoso en todas, pues lo usis por no desdecir las damas, y el segundo divertiros, desenfadaros y entreteneros fuera de los cumplimientos y obligaciones que debe acudir quien desea amistades iguales correspondencias. De lo primero trate el mdico, que por lo que dista este sitio de Madrid que ha de andar su mula cada dia, s que no ser el peor librado en la paga, ni mal encarecida su cura; de lo segundo me toca m la disposicin; pues no me preciara de buen humor si en lo que tan bueno se ha de gastar no diese mi parecer con vuestra buena licencia. La salida destas damas andar con el acero ha de ser muy de maana, de suerte que las ocho han de estar ya reposando de vuelta, habiendo hecho su ejercicio. Aqu el mayor divertimiento y que ms bien les est su comodidad, es el almuerzo y despus dl el reparo de su desvelo con dormir; y ninguna la juzgo tan limitada en el sueo, que no se alargue hasta el medioda, ya desnuda en la cama, ya sobre ella echada, que cuando la voluntad est dispuesta, de cualquier suerte se goza del sueo gustosamente. Hasta aqu mi persona no hace papel ninguno; y as por no perder mis comodidades y relieves que tengo los mediodas la vista de las mesas de algunos seores, me excuso de veros hasta las cinco de la tarde. En un macho andador vendr este jardn esta hora, donde estar ms asistente en l que los mrmoles de sus fuentes, cerca de la que ms gustredes, pues hay tantas en que escoger, dispongo de entreteneros las tardes hasta la noche, y ha de ser desta manera.

    Que la persona que le tocare, por suerte mandato, cuente todos una novela con la mejor prosa que de su cosecha tuviere, y luego que se acabe, lleve dos remates con dos ingeniosos enigmas, que digan as mismo otras dos personas que para esto sean sealadas por sus turnos, mientras durase este gustoso ejercicio, sazonando yo todo esto antes y despus, cantando alguna letra romance hecho algn gracioso suceso, repentinamente al asunto que se me sealare, que con eso y con cantar tres y cuatro voces algunos tonos que yo he enseado estas seoras, pienso que podremos dar esta conversacin el ttulo de las Tardes entretenidas, y espero de los agudos ingenios de todas estas damas que han de novelar muy imitacin de lo de Italia donde tanto se han preciado desto.

    A todos pareci bien la disposicin del desenfadado Octavio, y aprobndola por buena, qued concertado que para el siguiente da le tocase la suerte del novelar doa Angela, y los dos enigmas doa Laura, su hermana, y doa Lucrecia; y con esto se despidi Octavio, prometindoles de venir el siguiente da la hora concertada, sin hacerles falta su honesto entretenimiento.

  • TARDE PRIMERAYa el rubio pastor de Admeto, dilatando las sombras, apresuraba su curso por la luciente

    eclptica, deseando descansar en el martimo albergue, donde la hermosa Tethis, con los dos coros de ninfas y neredas le prevenan lechos de cristal en que cobrase nuevo aliento para hacer otra salida en el antrtico polo, cuando aquella hermosa congregacin de damas que asista en la amena quinta (habiendo por la maana hecho su ejercicio y descansado dl) salieron de su estancia espaciarse por el fresco y deleitoso jardn, gozando de sus bien compuestos y lucidos cuadros, de la amenidad de sus niveladas calles y de la alegra de sus artificiales fuentes, y la vista de una (cuyo terso y blanco mrmol representaba con los primores de la escultura la persona de aquel troyano joven, arrebatado por el ave reina para ser copero del mayor de los dioses) determinaron pasar lo que faltaba de la tarde sentadas junto ella, en los artificiosos asientos que de una verde y bien compuesta murta la cercaban, donde para comenzar su novela doa Angela, slo aguardaban la venida del gracioso Octavio, acusndole todas su tardanza, pues haba excedido una hora ms de la sealada. Pero este tiempo le oyeron llamar la puerta de la quinta con grandes golpes; y mandando doa Violante al jardinero que le abriese, la obedeci con notable presteza. Con la misma lleg Octavio donde aquellas bizarras damas le esperaban, dicindoles:

    Esta vez, hermosas y discretas seoras, con justa causa debis culparme; pues como el que establece la ley debe ser el primero que la guarde, para ejemplo de los que la han de observar, as yo, que os seal hora para dar principio este honesto entretenimiento, que por todo Mayo hemos de continuar aqu, debiera ser puntual en venir l; ms same disculpa para con vuestras hermosuras el haber acudido al reparo de un fuego que se encendi en la casa de un gran prncipe de esta corte, que haca esplndido banquete cierto embajador, y por la parte de las cocinas se aprendi de tal suerte, que con ellas se hubiera de arruinar toda la casa; y en atajarle se han hecho todas las diligencias posibles, y yo hice las mas en su servicio con tanto afecto que me han valido este vestido que traigo, habindoseme echado perder el que ayer me vistes. Esto he medrado de mi trabajo, y un romance nuevo, que os he de cantar, que hice mientras descansaba de la pasada confusin, dndome motivo para hacerle un maestresala deste principe, tan puntual como necio, que teniendo su cuarto sobre las mismas cocinas se entr por el mayor peligro del fuego sacar dl su mujer, cosa que maravill muchos que conocan el sujeto de la seora, que es de la peor condicin del mundo, y con quien su marido no tiene horas de paz. Venga la guitarra, que el romance no es para perder, aunque va en nombre del Troyano Eneas, y doile en l al tal maestresala el ejemplo que haba de imitar para habar andado ms cuerdo, y el que nos dio aquel esforzado capitn.

    Dironle la guitarra y habindola templado cant desta suerte:

    De aquel caballo de Palasque en Troya postr edificios,sbado por lo relleno,por lo festivo domingo.Fu partera media nocheaquel mozo fugitivo,que con astucias de griegofingi miedos de judo.Derecho se vino al parto,ms de su especie distinto,porque de padre caballonacieron hijos erizos.

  • Con brevedad se aligeradel embarazo prolijo,que puro parir barbadosqued su vientre lampio.Del elemento fogosocada cual va apercibido,como zorras de Sansnpara echar por esos trigos.Ya en la troyana sartnchillaban torreznos vivos,manjar de hambrientas venganzas,que no desgana por frito.Un ensayo de la muertehace el sueo en los sentidos;pero fu el postrer ensayorepresentacin al vivo.Desvelado estaba Eneas,maquinando en un arbitriocon capa de utilidady cuerpo de desatino.Que el arbitrio y el desvelosiempre son correlativos,y haciendo iguales efectosson znganos del jucio.Veloces nuncios del fuegofueron el humo y el rudo,que para la mala nuevajams hay nuncio tullido.Salt Eneas de la cama,puesto de grana un justillo;que el temor de sabaonesle hace dormir con abrigo.Y viendo el fuego vorazque emprende abrasar sus quicios,el colorado pimientoya es matraca de dormidos.Despierta su anciano padreque con sosiego tranquiloesa noche al orinalrditos neg remiso.Dorma Creusa apartede su esposo, que el estohace expulsin de mujeres,y repudio de maridos.Con el socorro del moo, Troya recin venido,reposaban sin cuidadode madrugar hacer rizos.

  • Siente el humo, mira el fuego,oye el llanto en varios gritos,y en camisa baja al patioabrazada con su hijo.A su cuello aplica Eneaslas alforjas de camino,donde todos los penatestrasladaba de sus nichos.Pareca con los fardos,si bien de Dioses antiguos,titerero caminanteque anda ganar con su oficio.Carg con su padre cuestas,que cargarse de aos quiso,como testigo de Asturiasque hay de mil aos testigo.Tom Ascanio de la mano,y su esposa le di avisoque le siga sin perdersehasta salir del conflicto.Fu dicha que como suerteatrascartn la ha perdido,porque otra busque en barajasdel gnero femenino.Puso la carga en el suelo,pesaroso en lo fingidocuanto en lo cierto gozoso,chanza del socarronismo.Volver por ella pretendesin sacarla del peligro,que es discreto en el amagono necio en lo ejecutivo.Si el humo y mujer, de casaechan al hombre mohino,tonto ser si se vuelvedonde estn sus enemigos.Bien pudo temer Creusade su nimo encogido,que no ha de hacer por un polloel que se precia de po.Morir quiere confesorde sus enfados prolijos,que adonde no espera premiono es bien pretender martirio.Oh, cunta envidia te tienen,gran Troyano, los maridos,que de sus cargas pesadasestn pretendiendo alivios!

  • Que hay casado que desea,tras este fracaso mismover su mujer puesta en frentespor el mircoles corbillo.

    Mucho alabaron aquellas damas el jocoso y agudo romance que cant Octavio, habiendo recibido gran gusto en orle, as se lo dijo doa Violante, que respondi:

    Yo me huelgo mucho de haber aliviado el cansancio del fuego con escribirle y por haberos servido despus con controsle; lo que importa ahora es, que mi seora doa Angela, se disponga decirnos su pensada novela, quitando estas seoras el vergonzoso temor para hacer adelante lo mismo.

    Mucho siento, dijo doa Angela, que por m se comience tan gustoso entretenimiento, pues si bien los medios y los fines pueden hacerle tal, mi principio os le ha de dar con poca gracia desazonado; pero habiendo de ser fuerza obedecer, ya que me ha tocado la suerte (como les tocar las que fueren sealadas para suplir mis faltas), comenzar as mi novela:

    NOVELA PRIMERAEl amor en la venganza

    No solo deben mirar los que novelan, que sus discursos entretengan y deleiten los oyentes, sino que sirvan de ejemplo general todos los estados para reformacin de las costumbres, y aviso de las inadvertencias. Esta novela que pretendo contaros, quiero que su moralidad sea avisar los reyes cunto les importa conocer los sujetos de los seores y caballeros de sus cortes para elegir los convenientes y dems para hacer sus embajadas otros reinos, en particular si en ellas se pretende la conservacin de sus paces; cunto deben mirar de quien se fan, para guardarse de las traiciones de sus pblicos y secretos enemigos. A los amantes cun neciamente se cansan en seguir imposibles, guiados por su amorosa pasin, de donde slo vienen resultar peligros y menoscabos en el honor de quien pretenden, y, finalmente, reprende el descuido de los que habiendo agraviado otros andan poco recatados de los ofendidos y con estas advertencias (perdonando las faltas que en mi narracin hubiere), le dar principio.

    Ricardo, si felicsimo rey de Inglaterra, querido y respetado, as de sus vasallos como de las naciones extranjeras por la generosidad de su nimo, valor y virtudes, el dcimo ao que reinaba en pacfico y tranquilo sosiego, sin haber rebelde en su reino que se le alterase, ni Prncipe convecino ni remoto que le moviese la guerra, quiso por regocijo de su corte y divertimiento de la hermosa Leonora, hija suya, que en la gran ciudad de Londres (Metrpoli de aquel britano reino), se hiciesen unas solemnes fiestas, cuya publicacin se hizo el da de la Pascua en que el divino Espritu baj la tierra para consuelo de la Emperatriz de los Cielos y Colegio Apostlico.

    Era una real justa que mantena Eduardo, conde de Leste, mancebo gallardo, por casar, de edad de veintisis aos, corts, liberal, afable, amigo de sus iguales, y sobre todo muy valiente caballero; cuyas experiencias se haban visto bien en las ocasiones de las guerras que el rey haba tenido al tiempo que comenz gobernar aquel reino, donde mostr el valor de su nimo, la gallarda de su resolucin y la ilustre sangre que le honraba; por lo cual era muy favorecido de l, honrado y estimado de los ancianos seores de su corte y aplaudido de lo noble y plebeyo della.

    El da sealado para estas grandiosas fiestas, fu el de aquel divino Precursor, que mereci dar al Mesas prometido el santo bautismo, en las sagradas aguas del cristalino Jordn; las prevenciones que se hacan eran grandes, los gastos excesivos y la gente que se conmova para venir verlas, mucha.

  • Quince das antes del sealado lleg la corte un embajador enviado por el rey de Escocia tratar con el ingls de unos medios importantsimos para sosegar ciertas diferencias que en los confines de los convecinos reinos haban causado vasallos de los dos reyes, sobre lo cual haba habido algunas muertes; y temase, si no se remediaba sto los principios, que el negocio se empeorase y de all redundasen guerras, cosa muy contingente; pues por no obviar el menor dao, suele redundar en mayor, costa de los que han estado remisos en dar el conveniente remedio.

    Hzose junta del Parlamento, en que se hall el rey, y uno de los que ella asistan como consejero dl, era Eduardo, de cuyo juicio, aunque juvenil edad, fiaba el rey mayores cosas.

    Era el embajador hombre arrogante, altivo y poco corts, partes en caballero, que cualquiera dellas suele deslucir la ms acreditada nobleza, y que debiera bien mirar su rey, informndose primero dellas para no fiarle aquella embajada, que cuando se pretende la conservacin de los estados por medios blandos y suaves, como aqu intentaba el de Escocia, es bien que los reyes, antes que fen sus legacias de sus embajadores, se informen primero de sus partes, y si es conveniente enviarles semejantes cosas, porque de no mirarlo con la prudencia y cordura que se requiere, suceden muy en contra de lo que se pretende.

    Tratse, pues, en el Parlamento, de la pacificacin de aquella gente por parte del rey y sus ministros, pero estaba el presumido y bisoo embajador tan en la ponderacin de las ofensas recibidas por los ingleses, tocndole el agravio por tener en la provincia de donde se mova la queja, parte de sus estados, que se le fu el tiempo ms en prevenir amenazas que en solicitar quietudes, tanto que con el estilo descorts de su pltica en presencia del rey, que modestamente sufri como embajador, alter los nimos de los consejeros, particularmente el de Eduardo, que, como joven brioso y alentado le dijo, si era enviado de su rey desafiar, componer, porque de sus razones infera que vena ms lo primero que lo segundo, y que cuando no fuera esto la voluntad de quien por embajador le enviaba, como se crea, el de la suya la alteraba con el descorts trmino que trataba sus cosas delante de su majestad. El escocs que tena ms de atrevido que de modesto, le respondi libremente que su rey libraba en l la disposicin de aquellos medios, no tan informado del agravio de los ingleses como l lo estaba, que ms enteramente que su majestad saba la demasa que haba tenido con los de Escocia, y que as propona los medios ms en su favor con el rigor que peda la razn; y de palabra en palabra se vino encontrar con Eduardo, de manera, que porque no pasase el enfado adelante, fu necesario interponer el rey su autoridad real, y por entonces se dej la junta, remitiendo para otra, el da siguiente la resolucin de aquel negocio. De las razones que entre Eduardo y el embajador pasaron le pareci al escocs que no se haba satisfecho como quisiera, por estorbrselo la presencia del rey, presumiendo que los caballeros de la junta le tendran por hombre de poco nimo y valor, si fuera della no haca una demostracin con Eduardo; y as aquella noche se determin enviarle un papel con un paje, que hallndole algo ocupado en prevenciones de las fiestas que se esperaban, se le di, y en l ley Eduardo estas razones:

    "No cumplieran con las obligaciones que deben su noble sangre los caballeros de Escocia, y menos yo que me precio tanto de la ma, si cuando quedase cortos en sus resoluciones por la presencia de los reyes y lugar de su Parlamento, sin ella, y en el campo no mostrasen quien libremente les habla el valor de sus nimos. Para que conozcis el mo, y que s mejor ejecutar, que amenazar (depuestas las preeminencias de que gozo por embajador), os aguardo esta noche solo con un criado detrs del Parque con las armas que sealredes, fiando de vos, que como caballero sabris acudir lo que os debis y dar muestras de quien sois. El Conde Guillermo."

    Mucho sinti Eduardo ver que el papel del embajador le obligase aceptar el desafo; no por que tema del valor del escocs que le haba devencer, que del suyo fiaba mayores trances, sino por lo que haba de sentir el rey, que con embajador de otro prncipe, y que haba venido su corte tratar de medios para conservar las paces, fuera de haber tenido disgusto en el

  • Parlamento (que su majestad haba atajado), se remitiesen satisfacciones de venganza en el campo, de lo cual se le haba de imputar l la culpa, y mucho ms si con muerte del contrario sala victorioso de aquel desafo, de que se podan esperar sanguinolentas y durables guerras entre los dos reinos: y aunque el papel del escocs orgulloso le poda ser de alguna disculpa, viendo por l que fue provocado al desafo, como los embajadores antes se les debe agasajar que ofender mientras asisten sus embajadas, porque de su estimacin nace el buen tercio que hacen con sus reyes; quisiera excusarse de salir por alguna va que no perjudicara su reputacin; y consideraba que si por obviar esto daba cuenta dello al rey; el embajador le podra infamar de cobarde, diciendo, que lo haba hecho de temor; no obstante que su opinin estaba tan acreditada as en Inglaterra como en aquellos reinos convecinos. En esta confusin estaba el valiente Eduardo, considerando lo que ms le convendra en este caso, y al fin venci la gallarda de su mocedad con la confianza del ser favorecido del rey para inclinarse salir al campo con el arrogante escocs, porque echasen de ver l y los de su nacin, que no era aquella la vez primera que los britanos se les oponan con animoso esfuerzo su soberbia; y para responder al papel pidi recado de escribir, haciendo que el paje del embajador no se fuese hasta llevarle su dueo la respuesta, que escribi desta suerte.

    "Nunca he puesto dudas en la opinin de los caballeros de vuestro reino, y menos la pusiera en la vuestra, que tan acreditada tenis, aunque con poca dicha en las ocasiones que con los ingleses se ha ofrecido, cosa que no ha disminudo el nimo, antes acreditdole, que con haber salido perdidosos se est en un ser. Por lo que debo al servicio de mi rey me holgara que las preeminencias de embajador, que os alentaron para ser libre, no las desestimrades para proseguir con vuestra inclinacin; pero, puesto que no os queris aprovechar de ellas para veros en la ocasin que me provocis, yo, debindola excusar con otro, no la quiero perder con vos, y as acudir al puesto que me habis sealado con la compaa de otro criado, y con mi espada solamente, que estas son las armas que sealo, con que pienso ser rayo, ms en la ejecucin que en la amenaza. Eduardo, Conde de Leste."

    Este papel lleg brevemente manos del embajador, y habiendo visto en l sus picantes razones, se mostr tan ofendido que no va la hora que hallarse con Eduardo en el aplazado sitio, para darle entender como igualaban sus obras sus amenazas. Mand Eduardo un criado suyo que le acompaase, y los dos se fueron por extraordinarias calles por no ser conocidos, al lugar sealado donde aguardaron hasta que el escocs llegase que no tard mucho. Saludronse los dos cortsmente como si no hubieran de reir, que en cualquiera ocasin tiene lugar la cortesa: el que primero se adelant hablar fue el, escocs, que algo turbado dijo:

    Bien seguro podr estar seor Eduardo, como caballero que sois y tan preciado de vuestra noble sangre que no vendris con ms prevencin de armas que las que en vuestro papel me sealstes; yo, por la fe de caballero, os juro, podis estar cierto que vengo de la misma suerte; en cuanto al criado que me acompaa (por si acaso temor deseo de defenderme en apretado trance le obligaba mayor prevencin de la que traigo) os certifico lo he reconocido muy mi satisfaccin, no findome de su verdad, y esto mismo creo habris hecho con el vuestro.

    Eduardo le asegur que en cuanto armas, no hallara ventaja de su parte; pero que le adverta, que una vez llegados aquel puesto, era con resolucin de darle conocer el descorts modo con que haba procedido delante de su rey y graves consejeros del Parlamento, no usado en semejantes lugares, ni bueno para quien traa el cargo que l; pues ms atraen las voluntades la afabilidad y cortesa, no slo de las personas superiores l, como era el rey, pero de las que son iguales su calidad. Responderle quera el embajador, pero no le di lugar Eduardo, porque sacar la espada y revolver la capa al brazo todo fu casi un tiempo: lo mismo hizo el escocs y con grande nimo: y al cabo de varios lances venidas, en que cada uno procuraba ofender su contrario, se hall Eduardo con una pequea herida en la cabeza y el escocs pasado el cuerpo,

  • aunque de soslayo, de una estocada. Apenas cay en el suelo, cuando acudi defenderle su criado sacando la espada, ms el de Eduardo (que era espaol y valiente, quien estimaba en mucho por sus buenas partes) se le opuso con la suya en blanco para estorbar su intento. Eduardo, que se pona en medio de ellos para evitar que no se ofendiesen, vi venir este tiempo de hacia la parte de palacio muchas luces y soldados de la guarda del rey, acompaando su capitn y teniente que venan caballo. Y era el caso, que habiendo aquella noche enviado el rey llamar Eduardo para comunicarle ciertos negocios, queriendo saber el caballero que le fu buscar dnde con ms certeza le hallara, se inform apretada y curiosamente de un pajecillo suyo, delante del cual haba pasado el leer el papel del embajador, responder l Eduardo, llamar al criado espaol y darle cuenta de lo que pasaba, inadvertido de que aquel muchacho les pudiese oir lo que trataban. Deste, pues, supo el caso el caballero enviado por el rey, el cual bien informado de todo y del lugar donde iban reir, parti de la posada de Eduardo con gran priesa palacio dar cuenta de lo que pasaba al Rey, con las cuales nuevas se indign tanto contra Eduardo, que al punto mand llamar al capitn de su guarda, dndole aviso de esto, con orden que sin dilacin ninguna fuese con sus soldados al lugar del desafo; y hallando Eduardo all, en otra parte, le prendiese y pusiese en una fuerte torre con prisiones y guardas, sin permitirle en su compaa ms que un criado, ni darle lugar que fuese visitado de nadie, y hecho esto volviese darle cuenta de todo; y esta era la gente que Eduardo vea venir con luces y alboroto, cuando acababa de derribar su contrario en el suelo. Llegaron, pues, adonde estaban los dos caballeros, y el capitn de la guarda, habindose apeado, dijo:

    Seor Eduardo: al Rey tenis muy enojado de haber sabido vuestra briosa resolucin, que en vos es ms culpable que en otro; y traigo orden suya para poneros en una torre con prisiones y guardas. Mucho temo su enojo cuando sepa que el Embajador est tan mal herido; por ser vos mi amigo, quisiera que hubirades excusado esto; y ya que no ha podido ser, lo menos que no os hallara en este puesto por si esta herida es mortal; forzoso lance es, por los que nos miran, y por lo que toca mi oficio cumplir con el mandato del Rey: perdonad, y dadme la espada, viniendoos conmigo preso.

    Aunque quisiera evadirme de salir al campo (dijo Eduardo), fu lance tan forzoso el que me oblig ello, como podris ver por ese papel, y si mi reputacin le estuviera bien comunicarle con su Majestad, lo hiciera antes; pero por no perderla, me ha forzado lo que habis visto; estimo la merced que me hacis y conozco bien vuestra voluntad: mi espada es esta y mi obediencia la misma que el Rey ha conocido en m para no salir de lo que fuere su gusto.

    Con esto se entraron en una carroza que llevaban prevenida, el capitn y Eduardo; y el teniente con algunos soldados, se qued que llevasen en una silla al Embajador su posada, que estaba muy desangrado y con poco esfuerzo. A Eduardo pusieron en una torre con el rigor que el Rey haba mandado, y en el nterin se trat de la cura del Embajador, hallndose ella los ms acertados mdicos y cirujanos que tena el Rey, los cuales por entonces no determinaron declarar si la herida era mortal hasta la segunda visita, y as se lo fueron decir al Rey, con que aument ms el enojo contra Eduardo, diciendo que le haba de mandar cortar la cabeza, aunque el Embajador viviese. Ninguno de los Grandes y Ttulos que se hallaron presentes, quiso por entonces interceder por l, siendo Eduardo amigo de todos, porque van la razn del Rey, y estar el enojo tan fresco, que no era ocasin de tratar de templarle, hasta que con el tiempo y la mejora del embajador se fuese mitigando.

    El segundo da se hallaron los mdicos la cura y habiendo visto bien la herida, declararon que no era mortal, aunque con cualquier accidente que le sobreviniese, como estaba el sujeto flaco, poda temerse peligro, y as pensaban irse con mucho tiento en su cura: Ese da fu el Rey visitar al Embajador su posada, acompaado de toda la corte, cuyo favor le alent mucho; y en cuanto pudo (como buen caballero), procur disculpar Eduardo de haber salido al campo, culpndose s por haberle provocado ello por un papel. Algo se moder con esto el grande enojo del Rey, si bien no de manera que estorbase hacer con Eduardo las demostraciones que adelante dir.

  • Las fiestas que estaban prevenidas para el da de San Juan se suspendieron por entonces; as por la herida del Embajador como por la prisin de Eduardo, que era la principal persona que los alentaba; y aunque el Embajador iba ya mejor y podan los caballeros proseguir con sus prevenciones, el ver al Rey tan severo el tener Eduardo preso con tanto rigor, que no se pudo alcanzar dl que sus cercanos parientes y mayores amigos dejase entrar visitarle, les obligaba no tratar de nada por no saber si se disgutar dello.

    Seis das haba que estaba preso Eduardo, cuando el Conde Anselmo; caballero anciano, y el mayor soldado que conoca el reino ingls, cuyas hazaas premi el antecesor de Ricardo, dndole el estado que gozaba con grandes rentas, envi la corte , la hermossima Isabela, nica hija suya, cifra de la beldad de todo aquel reino, en quien concurran las mayores partes de perfeccin gracia y donaire que en sujeto humano se hallaban. Vena estar en servicio de la princesa Leonora, por dama suya. El recibimiento que se le hizo fu muy grande, porque no qued seora en la corte que no saliese recibirla, admirando todos su grande hermosura, que no di pocos desvelos muchos caballeros mozos, que con aficin la miraron siendo imn de sus voluntades y apreciable Argel de sus albedros. Vena en una hermossima carroza, que conducan seis hermosos frisones, guiados por dos cocheros de lucida librea. Traala su mano derecha una anciana seora, que la Princesa envi de palacio para que viniese en su compaa. Con ella entr besar la mano al Rey, el cual la honr mucho, as por lo que estimaba su anciano padre, como por las gracias y perfecciones que en ella vi, seguras cartas de recomendacin para ganar las voluntades. En la de la Princesa hall grande valimiento; pues dems de los grandes favores que la la hizo, con no poca envidia de sus damas, la mand sealar posada muy cerca de su cuarto y continuamente estaba con ella sin hallarse un punto sin su compaa. Los galanes que intentaron servirla, fueron muchos, obligndoles ello, as amor como deseo de sus acrecentamientos por el extremo que llegaba de su privanza con la Princesa. Y as procuraron que los ms diestros y valientes pinceles de aquel reino copiasen su belleza, hallndose por muy desgraciado el que primero no alcanzaba tener un hermoso trasunto de tan perfecto original. Entre los muchos que se dilataron por la corte, lleg uno las manos de Eduardo en la prisin donde estaba, cuyo divino objeto, suprema beldad y rara perfeccin, la primera vista le enajen los sentidos, le cautiv la libertad y limit el albedro de suerte, que no era otro su gusto, su entretenimiento y alegra, sino contemplar en la hermosa copia de Isabela, con quien solas tena mil enamorados coloquios, hacindosele las horas que pasaba en la prisin, sin asistir servirla, aos, los minutos meses y los instantes das.

    Con quien comunicaba sus penosos cuidados era con aquel criado espaol, privado suyo, que slo le permitieron en su compaa, llamado Lucindo, hombre bien nacido, de buenos respetos, y con muchas habilidades; porque en la poesa era sumamente erudito y en la msica consumado. Este, pues, era el alivio de sus penas y el consuelo de sus aflicciones.

    Dos das despus de la venida de Isabela lleg la corte el almirante de Inglaterra que vena de reconocer las costas de aquel reino, limpindolas de enemigos y corsarios. Era caballero mozo, discreto, bien intencionado y quien el rey estimaba y quera mucho, as por su persona como por haber sido su padre grande privado suyo, quien haba poco que heredara. Hizo su entrada muy lucida y fue besar la mano esotro da al Rey y la Princesa, siendo entonces la primera vez que vio la hermosura de Isabela, de quien qued sumamente aficionado, y desde aquel da trat de servirla con mucho cuidado y puntualidad, hallando en ella gusto para que lo continuase. Esto supo luego Eduardo en la prisin, donde con estar cercado de guardas no fueron poderosas defender la entrada al amor y despus los celos. Estaba el gallardo joven impaciente de que el enojo del Rey no se aplacase ni diese lugar que los que hacan sus partes intercediesen por l; va que la mejora del Embajador iba muy adelante, pues se comenzaba levantar y que l mismo, sin queja ninguna de su parte, mostraba deseos de que saliese de la prisin; oa decir que se volvan hacer las prevenciones de las fiestas, y que en su lugar (con gusto del rey), se haba ofrecido ser mantenedor el Almirante, previnindose de costosas galas y nuevas invenciones, y esto era lo que ms senta, considerando lo que haba de lucir un tan

  • gran prncipe en esta fiesta; causa para obligar Isabela que le favoreciese con ms veras, pues ya se le mostraba inclinada.

    Un da despus de comer se hall solo, metido en estos pensamientos, y ocupando la vista para divertirlos en el retrato de Isabela, not con ms cuidado la perfeccin de sus hermosos ojos, que la realzaban ms el ser dormidos cuanto l le daban mayor desvelo; y llamando Lucindo, le mand que escribiese unos versos en alabanza suya, el cual, viendo el gusto de su dueo puesto en sola la contemplacin del trasunto de la que adoraba, procur drsele; y retirado su aposento, dentro de media hora le trujo hechas estas liras que le ley, diciendo as:

    Divinas luces bellas,de la esfera de amor ardientes rayos,que oscureciendo estrellasal mismo Febo le causis desmayos;de vuestra lumbre puraqu altiva libertad est est segura?A tan rara bellezaninguno destos siglos aventaja;que la naturalezaquiso favoreceros con ventaja;y con tales favoresal mismo Dios de amor matis de amores.Si del humano velono mirara cubiertas dos beldades,pensara ser del cieloesas dos peregrinas claridades;y el primer soberanoan pone duda si es de ser humano.Negros ojos dormidos,guave esmalte que os di la gran pintora,Argel de los sentidos, donde el preso vuestra luz adora;engaos encubiertosguardis dormidos, por matar despiertos.Amorosas saetasdispara amor con tan divinos ojos,almas tenis sujetasque de vuestras victorias son despojoque en vista recogidacon puntera ejecutis la herida.Si adormecer la vistaes para dar ms fuerza su luz clara,quin habr que resistasu fortaleza, Isabela, cara cara?dislumbrado y no ciego,(si no de amor) tu piedad me entrego.

    Mucho agradeci Eduardo Lucindo el cuidado con que le haba servido, estimando sus versos y leyndolos muchas veces, como cosa con que reciba mucho gusto y porque ste se le estragaba el agrio de los celos que ya del almirante tena; le mand que le hiciese un soneto ste asunto, y l se le ofreci hacer, el cual dir en su lugar que ahora no nos le da el alborozo que mostraban los cortesanos y forasteros, esperando ver las fiestas que se haban publicado para de all dos das.

  • En este tiempo todos los amigos de Eduardo y el mismo Embajador de Escocia (que ya estaba casi convalecido) suplicaron al Rey fuese servido de sacarle de la prisin; pues no era justo que en tiempo que todos participaban de tanto regocijo, l estuviese sin l, preso y tan apretado que slo eso le bastaba para castigo, aunque el mayor que haba recibido era el tener enojado su majestad. No gust mucho el Rey que en aquella ocasin le hablaran en sto, y as quiso mudar de pltica, pero no obstante los seores y caballeros que sto haban ido y el escocs con ellos, instaron con l en que les haba de hacer la merced que le suplicaban.

    Vindose el Rey tan importunado de todos y que el Embajador, siendo la persona que haba de mostrarse ofendida, era quien ms le suplicaba por la soltura de Eduardo, di un medio en ella, dicindoles:

    Yo estaba determinado de castigar muy severamente Eduardo, y no menos que con prdida de la vida, hacindole cortar la cabeza, porque vean mis vasallos que quien ms priva conmigo quiero que guarde mejor mis rdenes y no contravenga ellas con la confianza de mis favores; mas, pues tantos me rogis por su libertad, soy contento que la tenga despus de ser pasadas las fiestas, pero ha de ser con destierro de mi corte por seis aos, obligndole asistir en uno de sus lugares el ms distante de ella, de donde no ha de salir sino dos leguas en contorno hasta ser cumplido este tiempo; y por vida de la Princesa, que quien esto me replicare, pierda mi gracia para siempre.

    Admirados dej todos la resolucin del Rey, y no le os nadie hablar en ello, antes le besaron la mano por merced que Eduardo haca, al cual di licencia para que se aliviasen las prisiones y le visitasen sus amigos, no quedando ninguno en toda la corte que no le fuese ver aquel da.

    Sumamente estaba afligido el gallardo joven del rigor que el Rey haba mostrado con l, y no le sintiera en otra ocasin tanto como en sta, por estar tan enamorado da la hermosa Isabela.

    Esa noche que se hall solo, despus de haber hecho varios discursos sobre la queja que tena del Rey, que tanto le haba favorecido antes, se qued por un rato suspenso, contemplando en el hermoso retrato de Isabela, que tena colgado frontero de donde estaba. Vindole desta suerte Lucindo, por divertirle su pena, habiendo all dentro templado un laud; porque en su presencia no le causase el hacerlo, cant el soneto que le haba mandado hacer, diciendo, con grave y sonora voz, as:

    Celos traviesos, duendes invisibles,si bien con quien os siente sois palpables,contra uniones de amor inexorables,contra la fe severos y terribles.Cifras la verdad inteligibles,por quien las inocencias son culpables.Siempre con la sospecha sois estables,certificando dudas increbles.El que de lo que sois menos ignora,ase de ser dichoso ms alcanza,pues lo que no conoce no le ofende.Quien os experimenta slo llora,no asegurando el bien con la esperanzapues le hiela lo mismo que le enciende.

    Despus de este soneto le cant Lucindo otras letras al propsito de su pasin; con que Eduardo, as esta noche como otras que estuvo melanclico, diverta algn tanto su pasin, haciendo l asimismo versos en lengua espaola, que se preciaba mucho de hablarla, y era muy amigo desta nacin.

    Llegado, pues, el da de la real justa, que dejar de referir por no causar proligidad, fu hecha con la mayor ostentacin de galas invenciones que hasta entonces se haban visto,

  • sealndose entre todos el Almirante con grandes ventajas, mostrando en sus colores, letra invencin, ser Isabela el nico dueo de sus pensamientos; dejndola, con haberle visto tan gallardo y alentado en la justa, del todo aficionada y con grandes deseos de favorecerle declaradamente, con lo cual casi los ms caballeros sus aficionados que la galanteaban y servan, viendo tan grande competidor, desistieron de su pretensin, dejndole en ella slo, sin haber quien se le opusiese.

    Dos das despus de la justa se parti Eduardo de la corte cumplir su destierro, acompaado de guardas hasta dejarle en un lugar suyo, treinta millas de Londres. Decir cunto senta su partida en ocasin tan apretada que va al Almirante gozar de los favores de Isabela, quien l amaba tiernamente por slo su retrato, y haber perdido la gracia del Rey, sera alargar mucho este discurso; al fin se hubo de armar de paciencia y sufrir esto golpe de fortuna, que es el mayor que le puede venir un caballero, habindose visto pocos das antes gobernar todo aquel reino, y ya sin el favor del Rey, desterrado de su corte y forzado vivir en un corto lugar.

    Lleg, pues, al que le tenan sealado, adonde se entretena en la caza, sin exceder ms que las dos leguas que le daban de ensanche; tambin se ejercitaba en compaa de Lucindo su fiel criado y consuelo de todas sus penas en hacer versos, y l le diverta con la msica, estando el desgraciado caballero ms enamorado cada da de Isabela.

    No se pas un mes que Eduardo haba salido de la corte, cuando habiendo granjeado el Almirante con su puntualidad y desvelo, papeles y otras correspondencias la gracia y favor de Isabela, teniendo della su beneplcito le suplic al Rey se la diese por esposa, en remuneracin de los servicios que le haban hecho l y sus antecesores. Viendo el Rey cun bien les estaba los dos, y que al conde Anselmo, su anciano padre, le daba en el Almirante un calificado yerno con que le ilustraba su casa, condescendi con la splica, por lo cual el Almirante le bes la mano, loco de contento, y de all se la fue besar la Princesa, por mandado del Rey, y ella le dio el parabin de su buen empleo, si bien con pena de perder la compaa de Isabela.

    Dise aviso al conde Anselmo, y vino la corte, donde dentro de quince das se efectuaron las bodas con grande regocijo y fiestas, y el Almirante goz en posesin de la mayor beldad de la Europa con envidia de los caballeros de Inglaterra.

    A nuestro Eduardo le quisieron encubrir sto los amigos con quien se corresponda, sabiendo la pena que haba de recibir por estar tan rendido su hermosura; mas al fin l lo lleg saber, y fu tanta la pasin de sus celos, que olvidado de su prudencia y cordura, daba por las salas y aposentos de su casa voces como un loco, llamndose mil veces sumamente desdichado. Lucindo trabajaba cuanto poda por consolarle y divertirle de su celosa pasin; pero tenala tan arraigada en el alma, que ninguna cosa era bastante darle alivio. Maldeca mil veces la ocasin en que el Embajador de Escocia le puso, pues por ella perdi la gracia del Rey, y la que pudiera haber granjeado de Isabela, asistiendo servirla; pues como privado del Rey era fuerza que estimara sus servicios prefirindole todos, y le favoreciera.

    En estas consideraciones, sin poder alegrarse, pas un mes, en el cual tiempo muri el conde Anselmo de un pequeo accidente, que con la larga edad fu bastante dar fin , sus cansados das. Despus de haberle hecho las funerales exequias conforme su calidad, y asistido el Rey ellas por particular favor, quiso el Almirante ir tomar en los estados de su suegro la posesin, y que le reconociesen por su nuevo seor sus vasallos; y as pidi licencia al Rey para ir en compaa de su esposa esto, y ella se la pidi tambin la Princesa. Para ir al principal lugar del estado, se pasaba cerca del en que estaba Eduardo, el cual supo luego su venida, con que le alboroz mucho, determinando ir encubierto ver la hermosa Isabela, y cumplir con verla sus afectuosos deseos. Hzolo as, vistindose l y Lucindo de villanos; y con este disfraz llegaron al lugar en que haban de hacer noche, cuando el luciente Febo se ausentaba de nuestro hemisferio; y esta misma sazn llegaron tambin el Almirante y su esposa la posada que les tenan prevenida; y entre la gente que ordinariamente suele llegarse ver estos seores cuando se apean, se metieron Eduardo y Lucindo, donde pudieron ver muy su gusto la bizarra dama, con cuya vista, no obstante que se vi imposibilitado de remedio, qued Eduardo mucho ms aficionado y perdido, y no quisiera apartarse un punto de sus

  • hermosos ojos; tanto que por cumplir en esto con su gusto, procur tener lugar de verla cenar esa noche, y cada accin suya era una penetrante flecha para el corazn del tierno amante, sin discurrir que aquella dama tena dueo de tan grandes calidades, y quien estaba sumamente aficionada. Hizo el Almirante que despejasen la posada de aquella gente, con que fu fuerza irse Eduardo, bien contra su voluntad, desde all al lugar de donde haba venido, porque no acertasen conocerle, determinando con el mismo disfraz ver Isabela en su mismo estado, pues caa cerca del suyo para consuelo de su pena.

    Llegaron, pues, el Almirante y su amada esposa la principal villa de su tierra, donde se le hizo un grande recibimiento, y por ser el rigor de los caniculares determinaron quedarse all, sin pasar las dems villas y lugares de que haban de tomar posesin. El Almirante se entretena en ir caza algunos das, en jugar la pelota y otros ejercicios, mostrndose muy humano y afable con sus vasallos, una de las causas por donde son amados los seores, y deseados en sus tierras.

    En este tiempo Eduardo, tan enamorado de Isabela como siempre, no tena olvidados los propsitos de ir encubierto verla, y para hacerlo con ms recato, tena un criado en la villa en que asista, que le avisase con grande cuidado cuando hubiese buena ocasin para esto, porque la deseaba en tiempo que el Almirante no estuviese all. Ofrecise, pues, que le previnieron una caza de montera seis leguas de aquel lugar en que se haba de entretener tres das, porque el tiempo no permita andar en el campo sino slo por las maanas, muy tarde, por el rigor del sol. Desto fu avisado Eduardo por su secreto espa, dndole la instruccin de lo que haba de hacer y donde se haban de ir posar secretamente. Parti el enamorado ingls, acompandole Lucindo, yendo los dos disfrazados en el traje que haban ido ver Isabela, prevenidos por lo que sucediese de armas de fuego, que secretamente llevaban encubiertas. Llegaron con grande alborozo al lugar del Almirante, la misma hora que l se acababa de partir, habindose despedido de su esposa, no con pocas lgrimas, que aunque la jornada era corta, tanto le quera, que breves horas de su ausencia le parecan dilatados siglos. Ya el criado que tena all de secreto Eduardo haba sobornado un jardinero del Almirante para que les diese entrada en el jardn de palacio, donde saba que todas las maanas sala Isabela con sus damas hacer ejercicio, y sta se baj solamente con una que privaba con ella mucho, la cual era espaola y muy diestra en la msica.

    Ya Eduardo haba entrado en el jardn, y estaba escondido entre los mirtos que adornaban una pequea placeta en que estaba una hermosa fuente de terso y blanco alabastro y cerca della un agradable cenador, donde Isabela y su dama se sentaron. All pudo Eduardo de su espacio gozar de su hermosa vista, en quien ocupaba la suya con grandsima atencin, transformado en su rara hermosura, notando della hasta la mnima de sus perfecciones para retratarlas mejor en su idea. Bien quisiera el enamorado caballero salir del sitio donde se haba escondido con sus dos criados y hablarla, no obstante que se extraase verle all, y tuviese por atrevida su accin; mas viendo que Rosaura (que as se llamaba la dama que acompaaba Isabela), templaba una arpa que le haban, trado para cantar, se detuvo por entonces; Isabela le dijo mientras templaba:

    No te puedo encarecer, Rosaura ma, cuan ta pena me ha dado la partida de mi esposo, que aun con saber que es por tan poco tiempo, su ausencia me ha tenido desvelada toda esta noche de manera, que he dormido muy poco, casi nada della, y cuando me venca el sueo, recordaba asustada, con los tristes aullidos de un perro que debajo de la ventana de mi cuarto se puso para aumentar mi desasosiego, y estoy desde entonces con una melancola tan profunda, que no puedo alegrarme. Canta, por tu vida, alguna cosa de gusto, y sea en la lengua espaola, pues sabes cun aficionada les soy las cosas de esa tierra.

    Una letra, dijo Rosaura, te podr cantar, que me dieron cuando part de Londres, que en tu alabanza hizo un criado del Conde Eduardo estando en la prisin con su dueo.

    A m me hizo letra?, dijo Isabela.S, dijo Rosaura, y cierto que me dicen que es la cosa que anda ms valida en la corte.Pues cmo, sin conocerme, se dispuso escribirla, (dijo Isabela) que cuando yo llegu

    Londres ya Eduardo estaba preso por el desafo que tuvo con el Embajador de Escocia, y se

  • trataba entonces dello, como caso recin sucedido? La fama de tu hermosura, que por todas partes se extiende, dijo Rosaura, lleg la rigurosa prisin de Eduardo; y aun, segn despus he sabido, un hermoso retrato tuyo sus manos, de quien estaba muy enamorado.

    Rigor mostr con l el Rey, replic Isabela, pues de lo que todos sentan su destierro, ech de ver cuan bien recibido estaba en la corte, y aun yo, sin conocerle, por slo lo que oa alabarle en el cuarto de la Princesa, fu una entre los muchos que sintieron la cada de su privanza.

    Acab de templar Rosaura, en tanto que pasaron estas razones, lo ms cierto era que traera templada la arpa, y mejorndose en el asiento, con grave y sonora voz, cant este romance:

    La tirana de la vidatemiendo estaba rigoresdel Alba, que con su luzsus negros tellizos rompe.Dejando el esposo ancianoalegra los horizontescon que las flores y plantasrestituye sus colores.Alegre salva le hacenlos pajarillos conformes,cantando varios motetesen la amenidad de un bosque.Alborozados los campos,aguardan que los mejoren.y que sus verdes espacioscon menudo aljfar borde.Y las cristalinas fuentesmuestran en lquidas voces,y en cuerdas de undosa plataser instrumentos concordes.Duda ponen si estas fiestaspor ver el Alba se gocen, porque sale Belisa ser el sol destos orbes.Con su presencia divinael alba parece noche cuya hermosura Elicioaquestos versos compone."Tantas fiestas causa Belisacuantas mira en el campo flores, las fuentes aumenta la risa,y su canto los ruiseores"Cada estampa de sus piesproduce con su favor,al malograr una flor,que della renazcan tres.Viendo el campo el intersy medra con que enriquece,

  • fiestas y gustos le ofrece sus divinos primores.Tantas fiestas, etc.Suspende el sol su carrozaen las puertas del Oriente,por ver que otro ms luciente los campos alboroza,no hay pastor que de su chozano se rinda la beldadde tan divina deidad,que todos mata de amores.Tantas fiestas, etc.

    Mucho gusto le dio la hermossima Isabela la letra, que no hay mujer que no gaste de ser querida y alabada, y queriendo mandar Rosaura que cantase otra, oyeron ruido en la puerta falsa del jardn, y era que se abra, y por ella entraron caballo el Almirante y su caballerizo, y dejando los caballos, mand la dems gente que se fuese palacio. La breve vuelta, sin llegar donde iba, fu por saber en el camino que un to suyo vena ser su husped aquella noche, y porque no le hallase fuera de su casa, tuvo dicha el toparse poco trecho de su camino con el aviso. Con esto se volvi toda prisa, y viendo que aquella era hora en que Isabela bajara al jardn hacer ejercicio, quiso entrarse por su puerta falsa con llave maestra que traa della y de todas las de su palacio. Turbada hall su amada esposa de ver su impensada vuelta, hasta que supo la causa de ella, aunque se soseg. Sentronse en la parte que hall Isabela, y estando los dos en apacible conversacin con mucho gusto entretenidos, de la parte de donde estaban Eduardo y sus criados escondidos, oyeron ruido de las hojas de los rboles; y era el caso, que por lo que sucediese, se aperciban de las armas de fuego que traan encubiertas. Alborotse el Almirante, y llegndose la parte que sinti el rumor, vi bultos de hombres, que entre lo ms espeso de las ramas se procuraban encubrir, cosa que le puso en cuidado, y con l se fu acercando ms, acompaado de su caballerizo, y desviando las ramas de una mesa que los mirtos formaban, reconoci la gente, si bien no los rostros, por que se le encubran, embozndose. Acometironles con las espadas desnudas, de tal suerte, que vindose apretado Eduardo, sali de la espesura que le ocultaba la placeta, y descubriendo algo ms el rebozo, fue apuntando con una pistola al pecho del Almirante en forma de quererla disparar, y desta suerte retirndose l y sus criados procuraban salirse de aquel sitio sin dar lugar que les conociera. Pero habiendo dado al Almirante con el traje, la resolucin y las armas sospechas de que no era persona baja la que aguard ocasin de ausencia suya para venir aquel secreto lugar, donde no se permita entrada nadie sino su esposa y damas, pudo presumir que era llamado de alguna. Isabela estaba temblando, mirando el presente espectculo, temerosa de algn trgico suceso. Al fin, con resolucin de saber el Almirante quines eran los tres embozados, sin, temer las pistolas que vea cargadas amenazndole, les acometi con gallardo aliento, ayudado de su criado; Eduardo se fu retirando cuanto pudo, y lo mismo hacan sus dos criados, pero diles tal priesa el Almirante yendlos acuchillando, que, por no verse morir sus manos se quit el rebozo del todo, y de nuevo previno la pistola, dicindole en voz alta:

    Seor Almirante, Eduardo soy, si acaso no me conocis; el traje, la estancia, las armas con que vengo y prevencin de criados, confieso que arguyen sospecha, para que no creais que me ha trado aqu ms curiosidad de ver vuestra esposa, que otro intento alguno, que como mi venida no poda ser en pblico por el destierro que me ha dado el Rey, quise venir en este traje tan mala ocasin que os hallase ausente, de que me ha pesado, porque vos y vuestra esposa traa intento descubrirme: de no hallaros aqu, no quise irme sin verla, pero de suerte que no me conociese, y valime del jardinero que hall esa puerta por donde entrastes, que me puso en

  • aquel oculto lugar: esto es lo que ha sucedido, y como caballero os juro que esta es la verdad del caso.

    En notable confusin se vio el Almirante despus que conoci Eduardo en aquel hbito, con aquella prevencin de armas y guarda de criados, y aunque la satisfaccin que tena de su esposa le poda asegurar en aquel caso (pues para con l estaba tan asentada su opinin) el haberse entrado all en tiempo que l estaba ausente, y el recatarse despus de que no le viese, escondindose entre las mirtas del jardn, le dej sospechoso de que vena emprender algo contra su honor, si bien, sin consentimiento de Isabela, y por haber dos testigos desto, que eran su caballerizo y dama de su esposa, consider cuanto importaba su reputacin, que no se fuesen l y sus criados sin el castigo de su atrevimiento, tomando resolucin de que no saliese de all ninguno con la vida, aunque l perdiese la suya en ello, y as les volvi acometer como antes, no obstante que Eduardo le procuraba reportar por satisfacerle de nuevo, que no dando atencin el Almirante les iba acuchillando con ayuda de su criado todos tres. Mas como Eduardo viese en peligro su vida y que ni satisfacciones ni amenazas de dispararle la pistola le reportaban, di fuego la que traa metindole dos balas en el cuerpo, con que el Almirante cay herido de muerte sus pies. Lo mismo intent hacer Lucindo de su caballerizo, pero fue ms dichoso, porque ladendose el cuerpo le acert en el brazo izquierdo, con que tuvo lugar de acometer al otro criado y darle dos heridas en la cabeza, por no haber dado fuego su pistola.

    Viendo Eduardo lo que haba hecho, llegse al Almirante, que se estaba revolcando en su sangre, ya en los ltimos trminos de la vida, y sacndole la llave maestra de sus calzas, se salieron l y Lucindo del jardn, dejando hecho el dao que habis odo, Isabela desmayada en las faldas de Rosaura, y al caballerizo sobre el que haba herido, dndole de pualadas. A las voces que haba dado Rosaura, acudieron algunos criados de casa, y hallaron su dueo muerto, al criado de Eduardo en esos trminos, y al caballerizo herido. Vino luego la justicia, y del criado que estaba para expirar, pidiendo confesin sacramental, en la que le tomaron judicial, se supo todo el caso, haciendo que se escribiese; cosa que import mucho para dejar asentada y segura la opinin de Isabela, quien el criado de Eduardo disculp en su confesin. Y despus de haber hecho la que ms le importaba para su salvacin, muri antes de dar lugar que la ciruga conociese de sus penetrantes heridas. A Isabela llevaron su cuarto desmayada, y por remedios que la hicieron, no volvi en s en ms de cuatro horas, que fu con tan copioso llanto y tan lastimosas quejas, como el trgico suceso peda.

    Eduardo lleg su lugar, y tomando postas, joyas y dineros, en breve tiempo se puso en Espaa, yndose amparar del rey Don Alfonso VIII, que tena entonces su corte en la imperial ciudad de Toledo, de quien fu generosamente recibido, y dndole cuenta de lo que le haba sucedido, le prometi favorecer en cuanto pudiese, que ya tena nuevas de quin era Eduardo, y de cunto lo haba sido de su Rey. Advirtile que por unos das importaba que estuviese retirado fuera de la corte, sin que se dejase ver de nadie, hasta saber cmo lo tomaba su Rey, y as le seal por estancia un monasterio que distaba de la ciudad un cuarto de legua.

    Supo el Rey de Inglaterra la lastimosa muerte de su Almirante, y que el homicida haba sido Eduardo, y con el grande enojo que concibi contra l, diera la mitad de su reino por tenerle preso, para quitarle luego la vida. Hizo al punto que le buscasen con todas las diligencias posibles, con deseo de ejecutar en l su clera, prometiendo por pregones que se daban en todos los lugares del reino, 30.000 ducados quien se le entregase vivo, y la mitad al que le matase; pero estaba tan bien recibido Eduardo en las voluntades de todos, que se dudaba mucho haber quien hiciera la muerte prisin en toda Inglaterra, aunque fuera doblado el inters. El Rey y su hija enviaron visitar Isabela, y de parte de la Princesa iba orden para si quera volverse su compaa, que la llevasen luego; que no se determin la desgraciada seora, resolvindose acabar su vida all, acompaando los huesos de su malogrado esposo.

    Seis aos se pasaron despus de la muerte del Almirante, y de todo este tiempo estuvo los tres retirado Eduardo en el monasterio que el Rey le haba sealado, hasta que le di licencia para salir dl y asistir en su corte y palacio con los Grandes y Ttulos que acudan su servicio, honrndole en todas ocasiones, porque saba las partes que tena para merecer su favor.

  • Bien supo el Rey de Inglaterra, que Eduardo estaba en Espaa, y las honras que su Rey le haca, y no quisiera que se ofreciera ocasin tan forzosa, como en la que haba menester Alfonso, para pedirle que se le entregara; mas intentaba Ricardo hacer una lucida jornada la Tierra Santa de Jerusaln para rescatar el sagrado mrmol de poder de infieles, triunfando de los que tirnicamente posean tan divino tesoro, y haba de valerse de la ayuda de todos los prncipes de la Cristiandad para esta santa conquista, y principalmente del favor del Rey de Espaa, a quien tambin deseaba tener por hijo, casndole con la hermosa Leonora; y esto le hizo el no darse por entendido que Eduardo estaba en su corte, donde, como en su natural patria, gan en este tiempo las voluntades de todos, siendo muy querido y estimado.

    En esta sazn se le ofreci enviar el Rey de Espaa una Embajada Inglaterra sobre ciertas cosas que tena que comunicar con el Rey, con quien siempre tena confirmadas paces y profesaba amistad, y quiso Eduardo irse en compaa del Embajador dar una visita sus estados encubierto; y aunque de sus amigos fue aconsejado que no le convena, y aun del mismo Rey, ms l les facilit que lo poda hacer sin dao suyo, ni peligro de que le conociesen, con que se parti proponiendo de dar presto la vuelta y desto le pidi la palabra el Rey, hacindole merced de una grande ayuda de costa para la jornada, en la cual no llev consigo ms que Lucindo, fiel acates de sus peregrinaciones, y otro criado.

    Llegados Inglaterra, media jornada de Londres se despidi Eduardo del Embajador, tomando desde all el camino para su estado, con presupuesto de caminar siempre de noche y con grande recato por no ser conocido, pues le importaba en ello no menos que la vida. Al primero lugar que lleg supo como el Rey andaba cazar por unos montes cercanos l, donde haba gran cantidad de jabales y venados. Pas de all, proveyndose de lo necesario para cenar aquella noche en el campo, y en el primero monte que toparon con la grande espesura que en l haba, y la oscuridad de la noche, perdieron el camino, y andndole buscar se hallaron metidos en lo ms espeso dl, lo cual visto por Eduardo mand que se apeasen todos y que parasen all hasta que saliese la luna, para que con ella caminasen. Hzose as, y sacando lo que traan de repuesto, cenaron todos en buena compaa, sin haber diferencia entre amo y criados, pues el lugar y la brevedad lo peda.

    Acabada la cena al tiempo que la hermosa Cintia, con la luz que le presta su luciente hermano, plateaba los horizontes, oyeron cerca de s rumor de gente y caballos, de quien vieron apearse cuatro hombres, y que los ataban con las riendas los robustos troncos de las envejecidas encinas.

    Eduardo mand sus criados que no hiciesen rumor por no ser sentidos, y estando atentos por or lo que hablaban, escucharon uno de los cuatro que deca sus compaeros desta suerte:

    A esta hora, dijo Otn, que traera por este camino al Rey, descaminndole de su montera, y no querra que me faltase la palabra que me tiene dada. Luego se oy otra voz que dijo:

    Si l le aparta de su gente como prometi, no hay duda sino que la podr cumplir, encaminndole donde d fin su vida, y vos vuestra venganza.

    Ms atento se puso escuchar Eduardo, despus que oy hablar al segundo, por parecerle que esta era alguna traicin que tenan ordenada contra el Rey, y en ser Otn el que le haba de traer por aquel camino confirm ms en sospecha por ser un caballero que nunca le haba tenido por bien intencionado ni seguro para con sus amigos. En esto oy decir otro:

    Qu sea se ha de hacer los que han de acudir ayudarnos?Una corneta traigo dijo el que primero haba movido la pltica, que apenas la habr

    tocado cuando acudan Riniero, Gridoro y Eurico, que vienen bastantemente apercibidos de armas.

    Aqu acab de conocer Eduardo que era el autor de la conjuracin el Barn de Belflor, un anciano caballero, cuyo hijo haba el Rey mandado cortar la cabeza por una alevosa que haba hecho, sacando una hija de un caballero pobre de la casa de su padre, quien forz y di la muerte despus; y en venganza desta justicia, que l tena por agravio, intentaba aquella infame

  • traicin. Mucho se holg Eduardo de llegar tan buena ocasin que pudiese favorecer su Rey en tan apretado trance. Ofrecisela presto el cielo, porque Otn, el caballero por cuya orden corra el disponer esta traicin, haba apartdose con el Rey y el Condestable de Inglaterra, un caballero anciano, con el engao de que haba visto un javal hacia aquella parte, y trayendo los dos descaminados por una y otra senda, cerro la noche hallndose algo lejos de la dems gente, y fingiendo Otn que se haban perdido, en vez de guiarles por parte donde pudiesen salir al camino real, como saba bien el monte, los llev entregar en manos de sus fieros enemigos.

    Llegados aquella parte, mostrndose Otn dudoso, por la grande espesura del monte, de topar con el camino, les hizo apear para aguardar que la luna se manifestase ms la tierra, por que con su luz se pudiesen volver donde les aguardaba la dems gente. Hzolo as el engaado Rey con el Condestable y apenas haban arrendado los caballos, cuando se hallaron cercados del Barn de Belflor y sus compaeros dicindole al rey en altas voces:

    A tiempo estamos, severo Ricardo, que me vengar del rigor que tuviste con mi hijo Filipo, quien hiciste quitar la vida sin admitir intercesores que te pidieron su perdn; y para que los reyes sean ms misericordiosos que justicieros, servir tu muerte de ejemplo otros, porque no ejecuten como t todo el rigor que disponen las leyes, sin excepcin de personas, cuyos padres les han servido, defendindoles, en peligrosas guerras, costa de su sangre, sus estados; y por que no te fes que en tu compaa traes Otn, sabe que l mismo, como deudo mo, y no menos ofendido que yo deste agravio, te trae este lugar descaminado, para que sin el favor de tu gente nos venguemos todos costa de tu vida.

    Y este punto Otn, declarndose por enemigo del Rey, se puso la parte del vengativo Barn.

    Admirados quedaron el poderoso Ricardo y su Condestable de ver la resolucin del alevoso caballero y la cautela con que les haba trado su deudo, y vindole en tal empeo le dijo el Rey:

    No pens, Barn de Belflor, que los castigos que con justicia y rectitud hacen los reyes para escarmiento de los dems sbditos, se pagaban con traidoras asechanzas infames conjuraciones, al cabo de tres aos que h que se ejecut la justicia en vuestro hijo. Pero cuando yo muera engaado de ese traidor, de quien me he fiado, y as mismo mi leal Condestable, ser vendiendo bien nuestras vidas; y ya que acaben los filos de tan infames aceros como los vuestros, vasallos tengo y l deudos tan nobles y leales que sabrn vengar nuestras muertes, aunque vuestra fuga sea los ms remotos climas del Orbe.

    Y volvindose al Condestable, le dijo:Ea, buen amigo, ya que nuestra corta dicha nos ha trado poder de estos alevosos,

    donde no se nos excusa el perder las vidas, sea tan costa de su sangre, que conozcan el valor de nuestros nimos en su ofensa.

    Y sacando tras estas razones la espada, y el Condestable haciendo lo mismo, se comenzaron acuchillar con ellos. Todo sto haba estado oyendo Eduardo y sus criados, aguardando la apretada ocasin; y saliendo de donde estaba mudando la voz y hablando en lengua francesa para no ser conocido, le dijo:

    Invicto Rey: no permita el cielo que vuestra vida, que tanto importa la cristiandad, perezca manos de desleales vasallos vuestros: aqu tenis mi ayuda, que, aunque soy de diferente nacin, sabr defenderos con el mismo amor y voluntad que pudiera el ms favorecido vasallo vuestro.

    Y habiendo apercibido la pistola, y asimismo sus criados, las dispararon casi un tiempo contra todos los traidores, derribando al Barn, Otn y otro (no les dando lugar para poderse defender) atravesados de tres balazos por los pechos, cayendo muertos en el duro suelo. Su compaero, que se vi solo, comenz huir por lo espeso del monte, mas presto fu alcanzado de Eduardo, y dej la vida los rigurosos filos de su espada. Esto fu con tanta presteza, que al Barn no le dieron lugar de hacer la seal con la corneta, como tena concertado, para que acudiese ayudarle su gente.

    Vuelto Eduardo de haber muerto al que se le pens escapar huyendo, en la misma lengua francesa dijo al Rey:

  • Ya, poderoso Seor, no tenis que temer vuestros enemigos, que el cielo, que tanto cuidado tiene de la conservacin de vuestra vida, ha permitido que mueran vuestras manos, escapndoos de tan peligroso trance.

    A las vuestras debo, gallardo mancebo dijo el Rey la que hoy gozo, pues milagrosamente os hallasteis en mi defensa. Tomad mis brazos y decidme quin sois, para que conforme vuestros mritos os honre y haga mercedes.

    La mayor que me podis hacer, por ahora, y la que yo os suplico me hagis, es no procurar saber quin soy, por ciertas causas que me obligan andar encubierto; tiempo vendr en que yo bese vuestra real mano, para el cual libro el deciros mi nombre, suplicndoos al presente no permitis que lo diga, en pago de este pequeo servicio que os he hecho, y de otro que antes que os partis de aqu pienso haceros.

    Mucho se maravill el Rey de que se le quisiese encubrir el que, despus de haberle hecho un tan grande servicio, poda esperar largas mercedes de su generosa mano y tener su privanza, hallar en l calidad y partes; ms visto que instaba tanto en no dar conocerse no quiso apretar ms en saberlo, y as le dijo:

    Pues el servicio y socorro que me habis hecho me presentis por obligacin, no de haceros por ahora merced, sino de que no trate de saber quin seais, quiero daros ese gusto, aunque contra mi voluntad; y as me partir de aqu sin saberlo, cumplindome la palabra que me disteis de que me lo diris en otra ocasin, y para que os acordis desto, tomad esta sortija con el sello de mis armas.

    Eduardo la recibi besndole la mano, ratificndose en cumplir lo que haba prometido, que sera con mucha brevedad, y quitndole al Barn de Belflor la corneta que traa al cuello, con que haba de avisar su gente para ayudarle en la traicin que traa concertada, la toc lo ms recio que pudo, haciendo antes de esto prevenir las pistolas, cuyo sonido llegaron caballo cuatro criados del difunto Barn, que le preguntaron si era la hora que haba de llegar Otn con el Rey. Apenas le acabaron de oir esto, cuando les hizo que se apeasen mal de su grado el salitrado elemento mezclado con el ardiente plomo, que despidieron las pistolas, dejando los tres muertos acompaando su dueo; castigo condigno sus depravados intentos. El que qued caballo con lo que haba visto no tuvo nimo para huir, y as fu luego preso y maniatado por los criados de Eduardo, llevronle la ciudad hasta la cual fu Eduardo acompaando al Rey, y llegando ella media hora antes que la aurora saliese desterrar las obscuras sombras de la noche, suplic Eduardo al Rey le diese licencia para partirse, dicindole como era un caballero francs que haba de hallarse brevemente en Pars un desafo que tena aplazado, por lo cual no haba dicho su Majestad su nombre, porque si su suerte no le sala favorable, venciendo, no era bien hubiese ms testigos de su conocimiento. El Rey le torn referir la promesa que tena hecha de volverle ver, y abrazndole con muestras de mucha aficin, prosigui Eduardo su comenzado camino, y el Rey y el Condestable entraron con el preso en Londres, y yendo Palacio hallaron aquella hora muchos caballeros que temerosos de que por su tardanza no le hubiese sucedido algo, queran partir en su busca. Holgronse sumamente con su venida, contndoles el Rey lo que les haba sucedido y el socorro del caballero francs, con que los dej admirados de ver la alevosa del Barn y cautelosa traicin de Otn, su deudo, entregndoles el Rey el preso, para que sin aguardar dilacin la maana se hiciese justicia dl, y mand que fuesen buscar al monte los cuerpos de los traidores, y quitndoles las cabezas, las pusiesen en escarpias, donde fuesen vistas, para escarmiento de todos, haciendo confiscar los estados y rentas del Barn, y de los dems, para su Real Corona, no acabando de alabar el animoso esfuerzo del caballero francs, deseossimo de conocerle.

    Eduardo, luego que se parti del Rey, durmi aquel da en un pequeo lugar, hasta que vino la noche, con la cual continu su viaje, haciendo una corta jornada hasta otro pequeo pueblo del estado de la hermosa Isabela, donde cerca de media noche vino parar. All resida la hermosa viuda, porque la amenidad de los campos, claras fuentes y sanidad del temple la haban hecho venirse vivir l, y esto no lo saba Eduardo, el cual se ape en una buena posada. Luego que el husped de ella vi al recin venido caballero, le conoci, dndole suma

  • alteracin su vista, de tal suerte, que apenas saba dar el recaudo necesario que le pedan. Cenaron retirados, aunque no tanto, que otra vez no procurase con curiosidad certificase el husped de nuevo en su conocimiento, y habindoles dejado acostados y reposando, entregados al blando sueo, se parti aceleradamente dar cuenta la hermosa Isabela de como Eduardo estaba, en su casa, y le dejaba durmiendo con mucho descuido. Como oy la nueva la hermosa, cuanto desgraciada seora, fu notable el susto que recibi, tanto que por un rato no pudo hablar palabra, representndosele en este tiempo la rigurosa muerte que di su malogrado esposo, discurriendo brevemente por las circunstancias que tuvo de crueldad como de peligro en su opinin. Y como la ira y venganza echan mayores races en los femeniles pechos, en ella estaba tan viva esta pasin, que no haba da que no resfrescase la memoria con el lastimoso suceso, deseando grandemente ver en su poder el homicida de su esposo, para ejecutar en l el mismo rigor que con el difunto Almirante haba tenido. Vnole pues medida de sus deseos la ocasin, con aumentos de enojo, pues de habrsele entrado por su misma tierra, infera el poco caso que haca de su sentimiento y del castigo que poda esperar del Rey ser sabidor de su venida. No quiso perder tiempo en vengarse la hermosa Isabela; y habiendo brevemente prevenido el modo, hizo que le llamasen todos sus criados, y tenindoles presentes con alguna admiracin de la novedad, por ser la hora en que los llamaban tan fuera del uso de su recogimiento, les habl desta suerte:

    Amigos; el Cielo, que dispone todas las cosas medida de su justicia, ha permitido que hoy la haga de quien con tanto desalumbramiento se atrevi quitar la vida mi amado esposo. Este hombre me acaba de decir, como el fiero Eduardo ha llegado esta noche su posada, y que le deja encerrado en un aposento, sepultado en blando sueo. La causa de su venida ignoro, cuando la de mi venganza me est pidiendo voces que ejecute en l el merecido castigo. Este no le libro en vuestras manos, por reservarle para las mas; yo misma he de ser la homicida de quien lo fu de mi esposo, pues con un acerado pual que llevar para el efecto, pienso dar fin su vida y dejar eterno nombre de mi valor: Vosotros me habis de acompaar hasta su aposent, donde yo he de entrar sola, y llevando una pequea linterna, su luz ejecutar en l la muerte que merece. Ninguno me replique lo dicho, pena de mi desgracia, antes me obedezca, yendo todos prevenidos de armas por lo que sucediese.

    Suspensos los dej la resolucin de su vengativa seora, afecto que ellos no imaginaran de su beldad, pues quien la tiene en tanta perfeccin parece que desmiente rigores y disimula crueldades. Todos se dispusieron obedecerla, y prevenidos como les haba mandado, la fueron acompaando con grande silencio, guindoles el husped hasta su casa, donde les subi la sala antes del aposento en que el cansado Eduardo dorma, bien descuidado del dao que le esperaba. Quedronse los criados all, y con la oculta luz en una mano, y el agudo pual en la otra, hizo Isabela al husped que abriese la puerta del aposento; l la obedeci, no poco pesaroso de ser con su apresurado aviso causa de la muerte que al descuidado joven se le prevena.

    Entr Isabela donde estaba la cama, y llegndose cerca della, descubri la luz para ejecutar el riguroso impulso de su enojo, y vi (como otra Pfiqus) no un hombre como ella le figuraba en su idea (por no haberle visto bien cuando mat su esposo) fiero, robusto y de aspecto cruel, que esto aprende el ofendido cuando no conoce al ofensor, sino un mancebo de treinta aos, hermoso de rostro, con las mejillas vertiendo leche y sangre. Tenale el cansancio y calor encendida la cara, por la cual estaban esparcidos parte de sus cabellos, con que acrecentaba ms su perfeccin. Los brazos tena desnudos descubriendo en ellos la proporcin bastante para por ella sacar cul sera la perfecta de su cuerpo. Atenta se puso la hermosa Isabela contemplar al dormido caballero, y fu tan poderosa la fuerza de su amable objeto, que excediendo la de su venganza, olvidada de la ofensa del amor de su difunto esposo, y de lo que podan decir sus criados que esperaban afuera los efectos de su varonil resolucin, perdi su libertad, olvid su rigor y ador su gallarda sin hacer resistencia ninguno de los inconvenientes que se le oponan, ratificando su buena eleccin cuanto ms ocupaba la vista en el dormido joven.

  • Estvose desta suerte un breve espacio, cuando al fin deste tiempo record Eduardo, cuidadoso de madrugar proseguir con su viaje; y como vi la luz de la lanterna tan cerca de sus ojos, dislumbrado con ella para no ver quin la llevaba, temise de algn doble trato, y comenz voces llamar sus criados. A este tiempo ya Isabela le haba tomado la espada de la cabecera de la cama, y saliendo donde sus criados le aguardaban, les dijo (fingiendo venir con pesadumbre) que por haber recordado al tiempo de la ejecucin, no le haba dado la muerte. Diles orden que le prendiesen y pusiesen en una torre de su palacio con prisiones y guardas, rigor que dispuso ms por cumplir con ellos, que por su voluntad; y con esto se fu, dejndoles muy encargado que hiciesen lo que les mandaba.

    Entraron luego con luces en el aposento, hallando Eduardo, que se haba levantado buscar la espada, que ya echaba de menos, por donde confirm la sospecha que haba tenido. Dijronle en breves razones la parte en que estaba, el aviso que haba tenido Isabela de su venida, y como ordenaba que l