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América Latina: economía y políticaAuthor(s): Felipe HerreraSource: Foro Internacional, Vol. 3, No. 2 (10) (Oct. - Dec., 1962), pp. 159-175Published by: El Colegio De MexicoStable URL: http://www.jstor.org/stable/27737049 .
Accessed: 15/06/2014 01:01
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AM?RICA LATINA: ECONOM?A Y POL?TICA*
Felipe Herrera, del Banco Interamer?cano de Desarrollo
Independencia e interdependencia
Estudiar los motivos y el sentido de las tensiones en el mun
do, equivale, en mi concepto,
a analizar e interpretar la his
toria. Del mismo modo que un cuerpo en movimiento es un
cuerpo en busca de su reposo a trav?s de la contraposici?n de fuerzas que restablezcan un punto de equilibrio, igual mente un proceso hist?rico es, en esencia, la conjugaci?n de
energ?as sociales de toda ?ndole en pos de una situaci?n de es
tabilidad relativa, que se logra en un marco determinado de
tensiones que, de suyo, generan los elementos din?micos de un
cambio subsiguiente.
Quiz?s, por lo mismo, cada amanecer es el comienzo de una etapa hist?rica; pero, en los d?as en que vivimos, es tan
notoria la presencia de una transformaci?n de vastas propor ciones que, por vez primera, parecer? tener el devenir social
la misma fuerza de aceleraci?n que los adelantos cient?ficos o
los cambios tecnol?gicos. De un lado, como resultado de diversos factores y espe
cialmente del avance universal de las comunicaciones, el hom
bre, en todas partes, no acepta ya la pobreza
como condici?n
inevitable. Cree que es posible superarla, y en ello se empe
?a, aunque a veces no acierte en el m?todo o el camino. Ese
vuelco humano del fatalismo a la esperanza, del desaliento a
la acci?n, ha desatado un impulso de incalculables conse
Este ensayo fue le?do por primera vez, el 6 de agosto de 1962, en
la conferencia sobre "Tensiones en el desarrollo del Hemisferio Occiden
tal", que se reuni? en Salvador, Bah?a, Brasil.
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cuencias. De otra parte, desaparece ya la fuerza aglutinante del r?gimen imperial que, por m?s de cuatro siglos, dio cohe si?n al mundo que navegantes hisp?nicos y lusitanos abrieron
para el comercio y la conquista a una Europa m?s poderosa y tecnol?gicamente m?s adelantada. Naciones independientes surgen o resurgen de ese mundo para incorporarse
a la co
munidad internacional. Cinco en 1961, diecisete en i960 y as? hasta completar 104 pa?ses miembros de la Organizaci?n de las Naciones Unidas, que tuvo 49 al constituirse. Junto con su bandera de colores frescos, cada cual trae la decisi?n de autogobernarse y mantenerse independiente, y demanda una cuota de bienestar.
Este proceso, que lleva a una nueva ordenaci?n del mun
do, suscita tensiones inusitadas. Una de las mayores fuentes de inquietud en nuestro tiempo es precisamente la incertidum bre acerca del sistema que va a prevalacer para lograr la con
vivencia de todas las naciones. Parece que la dispersi?n no puede ser la clave para resol
ver los conflictos y salvar los obst?culos que esconde el futu ro. Son m?ltiples los aspirantes, pero la aspiraci?n es una.
Bastar?a este hecho para incitarnos a la acci?n com?n, si no
supi?semos que, adem?s, nos enfrentamos a un dilema de cisivo. El adelanto de la tecnolog?a moderna es tal, que puede aplicarse para romper definitivamente el cerco de la enfer medad y la miseria lo mismo que para el aniquilamiento de la especie humana. Hemos llegado otra vez a una encruci
jada que s?lo podremos cruzar con ayuda de un profundo sentido de la hermandad del hombre. "Solidaridad o Des
integraci?n" es el sugestivo t?tulo que en espa?ol lleva la
obra del eminente soci?logo sueco Gunnar Myrdal, donde se plantea con singular maestr?a la actual necesidad de su
perar las fuerzas centr?fugas opuestas al bienestar humano en el plano nacional o internacional.
La percepci?n cada vez m?s clara de una responsabilidad y un destino solidarios, ha determinado la b?squeda y el in
tento de soluciones colectivas. De este modo, el af?n por afrontar los problemas de la integraci?n econ?mica regio nal, que surgi? al terminarse la Segunda Guerra Mundial, ha
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conseguido resultados impresionantes. Europa avanza ya en forma resuelta por ese rumbo. Y a este respecto, deseo recordar aqu? unas palabras del Presidente Kennedy, del dis curso que pronunci? el ?ltimo 4 de julio, en Filadelfia, que dan la t?nica de la hora presente: "Dir? aqu? y ahora, en este d?a de la Independencia, que los Estados Unidos estar?n lis tos para una declaraci?n de la Interdependencia; que esta remos dispuestos a discutir con la Europa unida los medios
y procedimientos para formar una efectiva Sociedad Atl?n
tica, una sociedad mutuamente ben?fica entre la nueva uni?n
que ahora emerge en Europa y la vieja Uni?n Americana que se fund? aqu? hace 175 a?os."
Al pronunciar estas palabras, uno de los grandes l?deres
pol?ticos de hoy escogi?, con prop?sito deliberado, la oca
si?n, el lugar y el ?nfasis para marcar el advenimiento de un orden internacional de interdependencia irreversible. Cabe recordar que, hace poco m?s de un siglo, en agosto de 1849, fue un poeta, V?ctor Hugo, quien vaticin?: "Llegar? un d?a en que veremos a estas dos grandes aglomeraciones, los Es
tados Unidos de Am?rica y los Estados Unidos de Europa enfrent?ndose una a otra y tendiendo las manos a trav?s de los mares en estrecha cooperaci?n."
Nos estamos familiarizando con sucesos internacionales
que anuncian la reintegraci?n de naciones a las que a lo lar
go de los ?ltimos siglos la historia hab?a impuesto la ruptura de sus lazos cohesivos. El nacionalismo ?rabe, por ejemplo, a pesar de las inmediatas dificutades y tensiones entre los
pa?ses isl?micos, se ha transformado en una poderosa fuerza
centr?peta que busca una expresi?n propia ?pol?tica, eco n?mica y filos?fica? en el mundo contempor?neo. Las reci?n
emancipadas naciones africanas tambi?n tratan de encontrar
afanosamente puntos y esferas de cohesi?n. El panafrica nismo tiende a transformarse en otra interesante fuerza di
n?mica internacional. Hace s?lo unos cuantos d?as anunciaba
la prensa la posibilidad de una integraci?n econ?mico-pol? tica de los pueblos de origen malayo.
Nos parece que estos procesos est?n acentuando una ten
dencia "pluralista" en las relaciones internacionales. El es
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quema de la polarizaci?n de hace 15 a?os entre Rusia y los Estados Unidos va desapareciendo en esta d?cada que co mienza en i960, y es interesante anotar c?mo la nueva situa
ci?n expresa en gran parte la voz de las regiones subdesarro lladas. ?stas comprenden que no tienen un peso individual
apreciable en el campo internacional y que es indispensable la integraci?n de aquellas unidades que tienen mayor ana
log?a. El profesor Hans Kohn, en su sugerente libro The Age
of Nationalism: The First era of Global History sostiene que marchamos r?pidamente hacia un escenario de "pannaciona lismos,, o "nacionalismos trascendentes". Advierte el autor
en este proceso un elemento positivo de disminuci?n de las tensiones entre naciones. Dice: "Hacia i960 la situaci?n de las Naciones Unidas cambi?. Los principios democr?ticos de
pluralismo y libre competencia se afirmaron. El mundo co munista se hizo menos monol?tico. Naciones comunistas
como Yugoslavia, China, Albania, criticaron o se opusieron a las exigencias de Mosc? para ejercer un liderato ?nico. El nacionalismo y la diversidad probaron ser m?s fuertes que el autoritarismo dogm?tico y la unidad." Prosigue: "Otra dificultad a la que se enfrentan hoy las nuevas naciones, como tuvieron que enfrentarla las naciones avanzadas en el
pasado, es la integraci?n nacional de diferentes grupos ?tni cos, religiosos, sociales y culturales en una sociedad fuerte
mente integrada. De la soluci?n de este problema puede depender el progreso y aun la supervivencia de muchos pa? ses de Asia, ?frica y Latinoam?rica. La tarea es tan dif?cil
para las naciones nuevas como lo fue para las antiguas. El
federalismo pluralista puede superar muchas tensiones."
Tambi?n la Am?rica Latina ha dado pasos significativos en el campo de la acci?n colectiva. El propio Banco que
presido es una empresa cooperativa panamericana para la fi
nanciaci?n de proyectos de desarrollo. Por otra parte, ad
ministra el Fondo Fiduciario de Progreso Social, creado para llevar a la pr?ctica las Cartas de Bogot? y de Punta del Este, instrumentos tambi?n de alcance continental. En el terreno
estricto de la integraci?n econ?mica regional, aumenta el
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vigor de la Asociaci?n Latinoamericana de Libre Comercio, establecida por el Tratado de Montevideo, y el proceso de
integraci?n econ?mica centroamericana inicia una etapa de mayor efectividad, gracias a la reciente incorporaci?n de Costa Rica al Tratado y al Banco respectivos.
Sin embargo, hasta este momento, la acci?n tiende a orien
tarse tan s?lo hacia la confrontaci?n de los aspectos econ? micos y, a veces, simplemente comerciales del proceso de
integraci?n, desatendiendo los factores pol?ticos que por ne
cesidad intervienen en ?l. Puede decirse que nos hemos des lumbrado con los reflejos formales y t?cnicos del ejemplo europeo y hemos temido adoptar su esencia. En realidad, la
integraci?n es un fen?meno pol?tico-econ?mico tanto en los
objetivos como en los procedimientos. Hay una estrecha re
laci?n y una rec?proca influencia entre las esferas de la acci?n econ?mica y de la decisi?n pol?tica.
Las transformaciones de la econom?a para satisfacer los
requerimiento de un mercado m?s amplio pueden crear, en un momento dado, la necesidad de la unidad pol?tica, aun
que esto no significa que basten por s? solas para crearlas. Mil?n control? todas las rutas del comercio de Genova con
Europa; las dos Rep?blicas permanecieron durante siglos independientes y aliadas contra Venecia, hasta que Napole?n con sus legiones impuso la unidad pol?tica del valle del Po,
integrado naturalmente como pocos en el mundo.
Por otra parte, muchos problemas econ?micosc s?lo pue
den resolverse obedeciendo a medidas de car?cter pol?tico. El desarrollo y la orientaci?n del comercio regional, el man
tenimiento del pleno empleo, la regulaci?n de c?rteles y
monopolios, la prevenci?n de depresiones e inflaciones y la
coordinaci?n de planes econ?micos regionales, requieren ne
cesariamente disposiciones legales, decisiones ejecutivas y una armonizaci?n administrativa que corresponden
a las m?s
altas esferas del gobierno. Es ilustrativo al respecto recordar algunas ideas del Dr.
Hallstein, Presidente de la Comisi?n de la Comunidad Eco
n?mica, quien, al dirigirse el 19 de marzo de 1958 a la Asam blea Parlamentaria de esa Comunidad, se?alaba: "No debemos
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olvidar que el aspecto principal de lo que se integrar? en el Tratado de Roma no son las econom?as de nuestras nacio nes ?es decir, la suma total de las decisiones y actividades de los industriales, trabajadores, banqueros, comerciantes y consumidores?, sino la pol?tica econ?mica de los pa?ses par ticipantes. En otras palabras, no son los ciudadanos los que est?n haciendo un sacrificio para la comunidad, sino los go biernos. La fusi?n de las econom?as nacionales es s?lo un
resultado de este hecho y, en este sentido, tiene importancia secundaria. La significaci?n de nuestra comunidad radica tanto en el aspecto pol?tico de su estructuraci?n institucio
nal, como en las disposiciones administrativas pr?cticas. ?Qu? estamos tratando de alcanzar? Estamos luchando para trans
formar la sociedad. Queremos que nuestros ciudadanos, en
la medida en que se consideren seres pol?ticos, piensen que no son solamente miembros de una estructura nacional
tradicional, sino que son parte de la gran familia euro
pea." Si la Am?rica Latina quiere recobrar el tiempo perdido
y no quedarse definitivamente rezagada en la historia, tiene
que acelerar el ritmo de su integraci?n econ?mica, para lo cual debe mirar de frente a la necesidad de su integraci?n pol?tica. Muchas condiciones y circunstancias de su realidad
geogr?fica, hist?rica y humana favorecen uno y otro intento. La Am?rica Latina no es un conjunto de naciones: es una
gran naci?n deshecha. A ella, como unidad, le toca recobrar el impulso de un proceso de desarrollo econ?mico frustrado, m?s que iniciar uno nuevo.
La naci?n latinoamericana no es una entidad ficticia. En la ra?z de nuestros Estados modernos persiste como fuerza
vital y realidad profunda. Sobre su secular material ind?ge na, diverso en sus formas y maneras, pero id?ntico en su
esencia, lleva la impronta de cuatro siglos de dominaci?n
ibera. Experiencia, instituciones, cultura e influencia simi
lares la formaron desde M?xico al Cabo de Hornos. As?, unitaria en esp?ritu y en fuerza, se levant? para la indepen dencia.
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La Am?rica desintegrada
En esa naci?n pensaron los precursores de nuestra inde
pendencia, lo mismo Miranda con su proyecto de "Incanato",
que Nari?o, Caldas y Espejo con su "Escuela de la Concor dia". En esa naci?n pensaron los realizadores de nuestra
independencia; lo mismo el Padre Hidalgo en M?xico, al declararse "General?simo de las Americas", que Beigrano en
el Congreso de Tucum?n, al hablar de los representantes de las "Provincias Unidas de Sudam?rica". San Mart?n y
O'Higgins, Santander y S?nchez Carri?n, Moraz?n y Santa
Cruz, todos alimentaron con calor la idea federalista o anfic ti?nica. Bol?var, su mantenedor expreso, ya lograda la inde
pendencia, la enuncia en t?rminos concretos y pretende rea
lizarla en el Congreso de Panam?, al cual, vale la pena sub
rayarlo, invita al Brasil, que en 1826 era un Imperio. Bol?var fracasa en su intento porque est?n ya en juego
las fuerzas que han de producir, o han de contribuir en gran parte a producir, la dislocaci?n latinoamericana. En reali
dad, ninguno de los creadores de las nuevas nacionalidades se preocup? de robustecer o ampliar f?rmulas democr?ticas
impl?citas en instituciones del r?gimen colonial como, por ejemplo, el Cabildo. Todos se inspiraron en las ideas de la
Enciclopedia y adoptaron el modelo que hab?a servido para construir la Europa moderna. As? nacieron Estados-naciones en los que la naci?n era difusa y, por lo mismo, el Estado endeble.
Sostiene Toynbee que cuando dos culturas se ponen en
contacto, para que la m?s d?bil pueda resistir a la m?s
fuerte, no debe oponerle una resistencia impenetrable, sino adelantarse a utilizar con eficacia los m?todos y la tecnolog?a de esa cultura superior. De esta manera, no son los fan?ti
cos de la resistencia, sino los reformadores, casi siempre acu
sados de extranjerizantes, los que salvan en definitiva su
propia cultura. Es as? como Selim III, Pedro el Grande, Mustaf? Kemal Ataturk o los "Viejos Estadistas" del Jap?n lograron que sus naciones prevalecieran frente al Occidente utilizando armas occidentales. Es una iron?a de la historia
que el mismo Gandhi, a pesar de su genio, al tratar de evi
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tar que la India se occidentalizara en lo econ?mico, logr? impulsarla por el camino de la occidentalizaci?n pol?tica y guiarla triunfalmente hacia una meta de autogobierno nacio nal de signo occidental.
Se me ocurre que, de modo semejante, esa
europeizaci?n institucional e ideol?gica de los nuevos pa?ses de la Am?rica
Latina, sirvi? en parte para afirmar su permanencia
como
entidades independientes durante la ?poca en que persistie ron los intentos de reconquistarla. El detente diplom?tico de la Doctrina Monroe no bast? para mantener las flotas
europeas lejos de las costas de Am?rica. Fue Ju?rez quien tuvo que librar a M?xico de Maximiliano, y fueron Chile, Per?, Boliva y el Ecuador aliados, los que afirmaron el 1866 su independencia al ser v?ctimas de postreros afanes de do
minio espa?ol. Por lo dem?s, lograda la independencia, numerosas cau
sas conspiraban para la atomizaci?n de la nacionalidad lati noamericana. Es preciso, en este punto, dividir el an?lisis entre la mitad lusitana y la mitad hisp?nica de Latinoam?ri ca. Dudo mucho de los grandes "Si" hipot?ticos en la histo ria. Por eso no pretendo discurrir acerca de lo que hubiera ocurrido en la Am?rica hispana, si Fernando VII hubiese trasladado su corte y la capital de su imperio a una ciudad de las Indias. No me atrevo siquiera a suponer si hubiese sido para bien o para mal. Dicen que la historia se repite, pero parece dif?cil que a breve plazo y a corta distancia se
repitiera el caso admirable de Pedro II, quien llev? al Brasil del Imperio a la Rep?blica de modo pac?fico. Sin embargo, creo que se puede pensar que la nacionalidad latinoameri cana no se habr?a despedazado como lo hizo si hubiese ocu rrido tal cosa.
Es cierto que una de las causas m?s serias de desintegra ci?n en el periodo posterior a la independencia y que se con sidera determinante en la constituci?n de los sucesivos Estados
independientes, fue la extremada dificultad de las comuni caciones. A?n hoy, despu?s de 150 a?os de construir caminos
y ferrocarriles y con medios de transporte entonces descono
cidos, el 90 % del comercio interamericano se hace por v?a
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mar?tima. La falta de v?as terrestres y fluviales mediterr?neas es todav?a traba considerable para nuestro desarrollo. No cabe duda, por lo mismo, de que ?sta fue una causa decisiva de la desintegraci?n.
La dificultad en las comunicaciones hab?a sido id?ntica durante la colonia que, sin embargo, logr? mantenerse inte
grada. Una circunstancia modificaba radicalmente la situa
ci?n: la econom?a colonial no se hab?a organizado para ser
vir a las colonias, sino a la metr?poli. La econom?a de consumo era tarea de cada provincia; la econom?a externa
era manejada exclusivamente por la Casa de Contrataci?n de Sevilla que, al ejercer desde Espa?a un monopolio, re
presentaba un factor de cohesi?n en la vida econ?mica de las Indias.
Consumada la independencia y establecida la libertad de
comercio, la dificultad de las comunicaciones creaba barreras
infranqueables para la reconversi?n de una econom?a que hasta entonces se hab?a movilizado a trav?s de la metr?poli. Las nuevas actividades econ?micas tuvieron que circunscri
birse a los t?rminos provinciales de las econom?as de consu
mo, o girar alrededor de cuatro o cinco n?cleos que ten?an
una mayor actividad econ?mica. Un autor peruano explica este rompimiento en los siguientes t?rminos: "Estos distintos
reinos, seg?n la pol?tica espa?ola, estaban unidos con el n?
cleo principal: la Corona; pero tuvieron estrechos v?nculos entre s?. Podr?a decirse que el Imperio colonial espa?ol ten?a una forma estelar, pero no una forma circular o de cadena.
Este hecho ha tenido una importancia enorme en la historia de Hispanoam?rica. La independencia rompi? los radios que en ese sistema estelar un?an aquellas unidades con el centro,
o sea la Corona, y naturalmente las unidades quedaron abso
lutamente separadas y libres." *
Al trastorno econ?mico se sum? pronto el problema del
poder. Los ej?rcitos enrolados para las batallas de la liber tad no
pod?an f?cilmente licenciarse. Los antiguos terrate
nientes deseaban la vuelta al pasado, los nuevos criollos que
* V?ctor Andr?s Bela?nde, Bolivar y el pensamiento politico de la
Revoluci?n Hispano Americana, p. 176.
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r?an adquirir tierras. La inexperta administraci?n local era
incapaz de resolver los problemas nuevos. No pod?an espe rar los primeros caudillos ocasi?n m?s propicia. Lugarte nientes de los libertadores, a?n persist?a en ellos el aliento heroico suficiente para guiar a sus tropas, y detellos de gloria para seducir a los pueblos. Cada cual se labr? un Estado en el territorio que pod?an dominar sus armas. As? continu? la
disgregaci?n, y as? seguir?an apareciendo los filibusteros del
poder. Consolidada la actividad agr?cola dom?stica, el capital
extranjero empez? a interesarse en actividades que ped?an mayor tecnolog?a y rendimiento. Sin preparaci?n, y, ade
m?s, dispersos, nuestros pa?ses se incorporaron al mercado
internacional de las materias primas. Las fluctuaciones de este mercado constituyeron la clave de nuestro destino. Cada crisis repercuti? hondamente en la estabilidad de los pa?ses y cre? en ellos un tipo de nacionalismo negativo.
Con tales antecedentes, el pa?o a la etapa de la industria lizaci?n tuvo que ser espor?dico y artificial. Hubo a veces
que justificar el proteccionismo antiecon?mico con tesis na
cionalistas que aguzaban las suspicacias y los recelos rec?pro cos. Las voces de dentro y fuera, alzadas para defender los intereses de los empe?ados en mantener la "balcanizaci?n"
latinoamericana, tuvieron un timbre respetable. Los pa?ses se ignoraban cada vez m?s y se aislaban d?a a
d?a. Se aislaban estando juntos. Todos miraban al mar y se daban la espalda. El mar llevaba solamente hacia Europa. As? fue, por lo menos durante el siglo xrx y hasta la Primera Guerra Mundial.
La integraci?n pol?tica
Tal como se ha sostenido en las l?neas anteriores, mien
tras las naciones m?s desarrolladas del mundo marchan r?pi damente hacia la formaci?n de grandes grupos unitarios, cuya presencia en el plano mundial es cada cez m?s significativa, la parcelaci?n ideol?gica, cultural y econ?mica en que viven los pueblos de la Am?rica Latina ha determinado que sea cada vez m?s reducido nuestro poder de decisi?n en los gran
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des problemas que afectan a la humanidad. Podr?a afirmarse
que los espacios geoecon?micos peque?os que caracterizan a
la mayor parte de nuestras estructuras, han tendido a mini
mizar la participaci?n de la Am?rica Latina como fuerza
independiente y progresiva en el plano internacional y a crear pol?ticas tambi?n peque?as, incapaces de superar las tensiones internas si no es a trav?s de dictaduras y extre
mismos.
Es innegable que desde hace algunos a?os la idea de la
integraci?n regional se ha ido arraigando con fuerzas reno
vadas en el esp?ritu de muchos latinoamericano. En agosto de 1961, al formularse la Declaraci?n de Punta del Este, nues
tros pa?ses suscribieron los objetivos de la "Alianza para el
Progreso" y fijaron por primera vez metas colectivas de des
arrollo y bienestar social que deber?n alcanzarse en el trans
curso de la pr?xima d?cada. ?ltimamente, en diversas reunio nes internacionales, se ha reconocido como un imperativo el que cada regi?n haga un esfuerzo gigantesco para incre
mentar su capital de infraestructura, desarrollar sus indus trias b?sicas y aumentar sus inversiones sociales. Por otra
parte, se ha reconocido tambi?n que la fragmentaci?n del mercado latinoamericano en una multitud de mercados na
cionales, virtualmente aislados unos de otros, representa, como
resultado de las limitaciones en el volumen de la demanda, un serio impedimento para el desarrollo. En este ?ltimo as
pecto se han efectuado conferencias sobre mercados regionales y los t?cnicos del continente se han preocupado de buscar f?rmulas de acercamiento. Sin embargo, lo cierto es que en
cuanto a la creaci?n de un mercado com?n latinoamericano, estamos en 1962 repitiendo f?rmulas que en Europa se em
pezaron a utilizar en 1947 o 1947; estamos todav?a en la eta
pa del intercambio de opiniones entre t?cnicos, quiz? porque nuestros gobernantes y l?deres pol?ticos viven tan agobiados
por sus problemas locales inmediatos que les resulta impo sible estar en situaci?n de lanzar un programa con las bases
de una acci?n pol?tica continental de gran vuelo y remotos
alcances. Parece como si en este sentido los t?cnicos de todos
los campos, actuaran en el plano continental m?s f?cilmente
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que los l?deres pol?ticos y que no existiera un paralelismo entre la actitud de ?stos y la de aqu?llos. Nuestros pol?ticos, al apoyar la idea que los economistas y t?cnicos latinoameri canos tienen de nuestra integraci?n comercial, no deber?an olvidar que en el viejo Continente fue necesario el pensa miento de un Briand, de un Stresemann, de un Herriot y de un Churchill, para llegar a la actual cohesi?n.
?Ser? acaso prematuro y ut?pico plantearse en este mo
mento la necesidad de trabajar por la integraci?n pol?tica de Am?rica Latina? Creo que no; estoy convencido de que su
integraci?n pol?tica es un imperativo que no podemos seguir desatendiendo.
Podr?amos pensar, quiz?, que la unidad pol?tica ser? la resultante necesaria de las fuerzas de integraci?n econ?mica
que est?n empezando a movilizarse en el continente. Sin
embargo, ser? un camino largo, tanto m?s largo cuanto m?s
nos demoremos en reconocer que la integraci?n econ?mica no
puede lograrse exclusivamente a trav?s de medidas estricta mente econ?micas; que la integraci?n econ?mica por s? sola no basta para asegurar el progreso y bienestar de los pue blos; que todo proceso de desarrollo implica batallas simul t?neas en los frentes tecnol?gico, jur?dico, educativo, insti tucional y, fundamentalmente, en el frente pol?tico.
Parece como si nuestros pueblos, angustiados por la mi
seria, acorralados por un complejo de inferioridad que se acent?a al observar los progresos alcanzados en otras regio
nes, hubieran perdido la fe en su capacidad creadora. La Am?rica Latina necesita llevar a cabo la gesta de su unidad
pol?tica, no s?lo porque a trav?s de ella podr? dar un con tenido y una efectividad a la integraci?n econ?mica y el bien estar com?n que de ?sta se espera, sino, adem?s, porque esa
realizaci?n colectiva traer? consigo la creaci?n de fuerzas
espirituales din?micas que nos permitir?n consolidar las creencias en nuestros valores culturales y evitar que las expre ciones de este continente sean s?lo copia de conceptos fo
r?neos.
La integraci?n de Am?rica no es una utop?a; los hombres de esta regi?n est?n buscando emp?ricamente formas de ex
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presi?n com?n en el ejercicio de sus profesiones, la realiza
ci?n de sus negocios, el financiamiento y la ejecuci?n de sus
programas de desarrollo, la aplicaci?n de la t?cnica. El es
p?ritu popular tambi?n busca espont?neamente formas de acercamiento y de comunidad.
La integraci?n de Am?rica Latina constituir? un factor
poderoso para la mejor utilizaci?n de todas nuestras capaci dades colectivas, a las que no se da en la actualidad el debido
empleo por los factores de desuni?n prevalecientes. Creo que no viene al caso insistir en las ventajas de ?n
dole industrial y tecnol?gica que se derivar?n de la integra ci?n de nuestros variados espacios econ?micos en un gran
mercado regional. Es un hecho conocido que uno de los factores m?s serios que limitan el proceso de industrializa ci?n de la Am?rica Latina y su capacidad de aprovechar los
adelantos t?cnicos es la existencia de mercados fragmenta
dos. Precisamente los actuales prop?sitos de la Asociaci?n
de Libre Comercio Latinoamericano y del Tratado Gene ral de Integraci?n Econ?mica Centroamericana tienden a
superar dichos obst?culos.
Hay, adem?s, otros campos en los cuales la integraci?n latinoamericana puede impulsarse, desde luego, dentro de t?rminos posibles. Paso a referirme, brevemente, a
algunos
de ellos.
La Am?rica Latina cuenta en este momento con reservas
monetarias de un volumen muy significativo. Seg?n esta d?sticas recientes, a fines de marzo de 1962 las reservas mo
netarias en oro y divisas de la Am?rica Latina ascend?a a 2 615 millones de d?lares.
Estos recursos est?n parcelados en un alto n?mero de
compartimentos aislados, disminuyendo su verdadera gravi taci?n en la escala internacional. No se divisan inconve
nientes de orden t?cnico para hacer uso cooperativo y coordi
nado de esos fondos, es decir, para contar con una especie de
sistema de Banca Central en el Continente. Un mecanismo de esta naturaleza fortalecer?a las posibilidades de Am?rica
Latina, en conjunto, para enfrentar dificultades en el finan
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ciamiento a corto plazo. Adem?s, podr?a ?ste servir de factor multilateral para impulsar el comercio regional.
La Am?rica Latina tiene una posici?n determinante en
rubros b?sicos del intercambio mundial: 71 % de las expor taciones mundial de caf?; m?s del 50 % de las de cobre; m?s del 33 % de las de petr?leo; cerca del 40 % de las de cacao; m?s de 65 % de las de pl?tanos, e importante participaci?n en las correspondientes a algod?n, lana, esta?o y otros meta
les no ferrosos.
En algunos de estos campos, especialmente con respecto al caf?, nuestros pa?ses han tratado de formular y llevar a
cabo una pol?tica com?n de defensa de mercados y precios. ?No habr? llegado acaso el momento en que podamos actuar en forma coordinada en lo que se refiere a otros rubros b?si cos para evitar pol?ticas discriminatorias y para mejorar nues tras posibilidades comerciales?
En el ?ltimo a?o, despu?s de la firma de* la Carta de Pun ta del Este, es mucho lo que se ha avanzado en la formula ci?n de programas o planes de desarrollo econ?mico por parte de todos nuestros pa?ses. Casi todos ellos cuentan ya con organismos nacionales de planeaci?n y coordinaci?n de sus pol?ticas econ?micas. En muchos de ellos se est? traba
jando activamente para elaborar planes de desarrollo o para ponerlos en ejecuci?n. Debe reconocerse la valiosa labor t?c nica de los organismos regionales interamericanos para el
logro de estos objetivos. Sin embargo, debemos mirar este esfuerzo como una etapa preliminar para llegar a la formula ci?n de un programa global de desarrollo latinoamericano, en cuyo marco muchos problemas existentes podr?an solu cionarse o atenuarse: me refiero especialmente a la situaci?n creada por el exceso de materias primas que se encuentran en el mercado y a los esfuerzos por crear artificialmente una
industria.
La Am?rica Latina depende principalmente del exterior en lo que se refiere a los medios transporte y de comunica ciones. Nuestros pa?ses han tratado de desarrollar en forma
individual sus flotas mercantes y sus l?neas de aviaci?n. Cons
tituye una interesante excepci?n a esta tendencia la Flota
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Mercante Gran Colombiana, cuya eficiencia y ?xito comer cial es un hecho indiscutible. Todo aconseja que en estas actividades que requieren fuertes inversiones y necesidad de amplios mercados, la Am?rica Latina pueda actuar con
junta o coordinadamente.
La imagen de Am?rica Latina se presenta deformada al exterior. Nada se sabe de la forma en que se lucha en contra de la miseria; nada del trabajo de S?sifo que es alcanzar la estabilidad monetaria vulnerada por las ca?das en los precios de los productos de exportaci?n. Estoy convencido de que si nuestros ?rganos de publicidad pudieran cooperativamente organizar un "pool" de informaciones latinoamericanas, po dr?amos proporcionar un conocimiento m?s preciso que aqu?l que ahora el mundo exterior tiene de nosotros.
Nuestros pa?ses mantienen aproximadamente 650000 hombres sobre las armas y nuestros gastos militares suman 1 400 millones de d?lares anuales. Algunas naciones man tienen sobre las armas un n?mero de hombres proporcional al de los Estados Unidos o la Uni?n Sovi?tica. Aisladamente
considerados, pocos gobiernos est?n dispuestos a efectuar una reducci?n apreciable en sus fuerzas armadas. S?lo el desarme colectivo de nuestros pa?ses y el abordar en forma coordina da la tarea de la defensa continental, permitir?a superar mu
chos de los factores de tensi?n existentes, y producir? un notable ahorro de los recursos colectivos que podr?n desti narse ?tilmente a acelerar nuestro progreso.
Estas son algunas de las tareas comunes en las que el es
fuerzo latinoamericano podr?a multiplicar la capacidad crea dora del Continente. En todos estos frentes, y en aquellos relacionados con los sistemas jur?dicos, la salud y la educa
ci?n, el campo cient?fico y la pol?tica internacional, m?s que labor propiamente t?cnica, se necesita decisi?n y voluntad
pol?ticas. Hemos avanzado notablemente en los ?ltimos 15 a?os en el di?logo entre nuestros expertos. Toca ahora o?r
la voz y el eco de la direcci?n pol?tica continental. Si se
guimos pensando que la integraci?n de la Am?rica Latina es s?lo un problema de aranceles y no movilizamos sus fuerzas pol?ticas y sociales, los nuevos acontecimientos del
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mundo ?-de este mundo de hoy que camina hacia la inter
dependencia de los grandes estados continentales? nos en
contrar?n sumergidos, sin que nuestra voz signifique nada, ni siquiera para nosotros mismos.
El nuevo equilibrio
El ?nfasis que hemos puesto en las p?ginas anteriores
sobre la necesidad de acelerar, principalmente a trav?s de la
acci?n pol?tica, el proceso de la integraci?n latinoamericana, no implica dar a esta acci?n un sentido de aislamiento. Po
dr?a haberse desprendido una conclusi?n de esta naturaleza cuando era un hecho cierto la bipolarizaci?n de las naciones,
que se inspiraba en el bloque sovi?tico o en el mundo libre. Pero tal como se ha se?alado antes, en el campo de las relaciones internacionales se tiende hoy a expresiones "pluralistas". La mejor expresi?n de este nuevo esquema es
la "Comunidad del Atl?ntico": los Estados Unidos est?n
apoyando la integraci?n europea para que esta Comunidad descanse en dos pilares fundamentales.
Si estamos tratando de que la Am?rica Latina se fortalez ca y se mantenga en la familia de las naciones occidentales,
parece tambi?n l?gico arg?ir que nuestros pa?ses deben ser socios y part?cipes de dicha comunidad, en condiciones de
interdependencia funcional an?loga a la de los otros dos so cios antes citados. La asociaci?n de la Am?rica Latina a esa
empresa s?lo tiene sentido si concurrimos a ella con una
expresi?n propia, como Am?rica Latina. En esta form,a este
proceso de integraci?n pol?tica deja de tener s?lo una pers pectiva regional y adquiere una proyecci?n internacional,
para aquellos grupos humanos a los que estamos unidos por lazos te?ricos y filos?ficos comunes.
Creemos que s?lo as? nuestros pueblos pueden sentirse due?os de su propio destino y agentes efectivos en el actual
proceso de la historia mundial. La "Alianza para el Pro
greso" es la soluci?n t?cnica para abordar nuestras necesida des econ?micas, sociales y culturales: desgraciadamente, no se
ha pensado en crear una "motivaci?n" latinoamericana. Si
nuestras colectividades han entendido la "Alianza para el
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Progreso" s?lo como una pol?tica de los Estados Unidos "ofre cida" a Am?rica Latina, se debe a que ha faltado el conven
cimiento ?ntimo de que est?bamos tratando sobre un pie de
igualdad efectiva. Para que los pueblos latinoamericanos
superen el complejo de frustraci?n que resisten frente a los
pa?ses occidentales avanzados, es necesario que act?en con
juntamente al tratar con los Estados Unidos o con Europa. Al t?rmino de estas reflexiones queremos reiterar que la
integraci?n pol?tico-econ?mica de las colectividades latino americanas no s?lo tender? a superar las tensiones entre los
pueblos del Continente, sino que ayudar? tambi?n podero samente como factor de equilibrio en el concierto interna cional. Al respecto, nada nos parece m?s oportuno que recordar las palabras con que el secretario de Estado para Asuntos Europeos de la Rep?blica Francesa, Maurice Faure, exhort? a la Asamblea Francesa para que ratificase el Trata do de Roma, en julio de 1957: "Nosotros estamos viviendo a?n en la ficci?n de los cuatro grandes poderes. En realidad, solamente hay dos, los Estados Unidos y Rusia; ma?ana ha br? un tercero: China; depende de vosotros el que pueda existir el cuarto: Europa. Si fracas?is en la elecci?n, os con
den?is a caminar de espaldas hacia el futuro." De nosotros
latinoamericanos, depende tambi?n ahora marchar de frente hacia el futuro y constituir un nuevo factor creador de
equilibrio en el mundo interdependiente que estamos em
pezando a vivir.
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