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 El Obsequio de Amor Benevolente Por Ozmo Piedmont Guadalajara, México …Como una madre que lo protege con su vida  A su hijo, a su único hijo, Igualmente con un corazón ilimitado Deberíamos valorar todos los seres vivientes; Irradiando benevolencia sobre todo el mundo. El Buda sobre Amor Benevolente del Metta Sutta (Salzberg) Vivo en Guadala jara, México. Por mi correspo ndencia con mi maestra espiritual La Rev. Maestra Meiten en Victoria, Canadá, y por mis estudios de las enseñanzas de nuestra fundadora La Rev. Maestra Jiyu-Kennett, me enteré de un lugar especial llamado La Abadía de Shasta, un lugar donde se puede experimentar la integración de las enseñanzas del Buda en la vida cotidiana. Desde el primer momento que oí de La Abadía en el norte de California, de los Estado Unidos, y mirando fotos de sus montañas, monjes, salas de meditación, y comidas del medio día, me comprometí que un día la visitaría. Me tardé tres años en lograr mi sueño, recogiendo fondos, cambiando trabajos, arreglando itinerarios, y haciendo reservaciones. Pero por fin el día llegó cuando entré en La Abadía para un retiro de med itación de siete días para p rincipiantes. Me complacía mucho est ar allí. Ya encontré a g ente viviendo sus id eales espirituales, cuidándonos con un amable respeto, demostrado por su uso continuo de una inclinación reverencial que se llama en japonés gassho. Se la usa cuando uno está pasando los platos durante la comida, o cuando se entra en un cuarto, o durante las ceremonias, antes y después de la meditación, y al pasar frente al a ltar o imágenes sa grados. Por medio de este simple ademá n, aprendí el significado del amor benevolente. Sharon Salzburg, en su libro Loving-Kindness: The Revolutionary Art of Happiness, instruye a los lectores en el significado y práctica de metta, del Pali, el lenguaje del Buda, la cual significa “amor benevolente”. Ella escribe: “La palabra metta en Pali t iene dos acepciones. Una es ‘suave,’ como la lluvia suave que cae sob re la tierra…La otra es ‘amigo.’”(p. 30) Cuando tratamos al mundo con amor benevolente, nos volvemos en “amigos suaves”, o amigos verdaderos, bondado sos, y amables, los que se ayudan, se prot egen, y se cuidan entre sí, un refugio cuando tenemos miedo. Mi propio miedo comenzó cuando pensaba en mi papá – ya cumpliendo más de ochenta años, diagnost icado con la enfermedad de A lzheimer. Hacía poco sufrió un colapso y fue hospitali zado. Mi familia y yo nos preoc upábamos mucho por su salud y bienestar. Esto me indujo a preguntarle a un monje durante el retiro c omo se podría d ar consuelo a al guien enfrentando el miedo y la preocupac ión por su muerte inminente. Me respondió, “B usca el lugar del silencio y la impavidez en t i mismo. Entonces podrás estar c on otros, asegurándoles que no hay nada temer.” Estas palabras me penetraron al corazón mientras que el retiro progresaba. Me di cuenta que yo estaba

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Aprendiendo compasión y metta de amor benevolente en un retiro de meditación budista zen, el autor puede enfrentar la enfermedad del Alzheimer's de su papá.

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El Obsequio de Amor Benevolente

Por

Ozmo Piedmont

Guadalajara, México

…Como una madre que lo protege con su vida A su hijo, a su único hijo,Igualmente con un corazón ilimitadoDeberíamos valorar todos los seres vivientes;Irradiando benevolencia sobre todo el mundo.

El Buda sobre Amor Benevolente del Metta Sutta (Salzberg)

Vivo en Guadalajara, México. Por mi correspondencia con mi maestraespiritual La Rev. Maestra Meiten en Victoria, Canadá, y por mis estudios de lasenseñanzas de nuestra fundadora La Rev. Maestra Jiyu-Kennett, me enteré de

un lugar especial llamado La Abadía de Shasta, un lugar donde se puedeexperimentar la integración de las enseñanzas del Buda en la vida cotidiana.Desde el primer momento que oí de La Abadía en el norte de California, de losEstado Unidos, y mirando fotos de sus montañas, monjes, salas de meditación,y comidas del medio día, me comprometí que un día la visitaría. Me tardé tresaños en lograr mi sueño, recogiendo fondos, cambiando trabajos, arreglandoitinerarios, y haciendo reservaciones. Pero por fin el día llegó cuando entré enLa Abadía para un retiro de meditación de siete días para principiantes. Mecomplacía mucho estar allí. Ya encontré a gente viviendo sus idealesespirituales, cuidándonos con un amable respeto, demostrado por su usocontinuo de una inclinación reverencial que se llama en japonés gassho. Se lausa cuando uno está pasando los platos durante la comida, o cuando se entra

en un cuarto, o durante las ceremonias, antes y después de la meditación, y alpasar frente al altar o imágenes sagrados. Por medio de este simple ademán,aprendí el significado del amor benevolente.

Sharon Salzburg, en su libro Loving-Kindness: The Revolutionary Art of Happiness, instruye a los lectores en el significado y práctica de metta, del Pali,el lenguaje del Buda, la cual significa “amor benevolente”. Ella escribe: “Lapalabra metta en Pali tiene dos acepciones. Una es ‘suave,’ como la lluviasuave que cae sobre la tierra…La otra es ‘amigo.’”(p. 30) Cuando tratamos almundo con amor benevolente, nos volvemos en “amigos suaves”, o amigosverdaderos, bondadosos, y amables, los que se ayudan, se protegen, y secuidan entre sí, un refugio cuando tenemos miedo.

Mi propio miedo comenzó cuando pensaba en mi papá – ya cumpliendo más deochenta años, diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer. Hacía pocosufrió un colapso y fue hospitalizado. Mi familia y yo nos preocupábamosmucho por su salud y bienestar. Esto me indujo a preguntarle a un monjedurante el retiro como se podría dar consuelo a alguien enfrentando el miedoy la preocupación por su muerte inminente. Me respondió, “Busca el lugar delsilencio y la impavidez en ti mismo. Entonces podrás estar con otros,asegurándoles que no hay nada temer.” Estas palabras me penetraron alcorazón mientras que el retiro progresaba. Me di cuenta que yo estaba

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buscando la paz y la tranquilidad, y la valentía para enfrentarme aldesconocido.

A la mitad del retiro, ofrecí a cambiar mi habitación del dormitorio dehuéspedes por el piso de la sala de meditación, donde la gente medita variasveces al día frente a una estatua gigantesca del Buda con cuadros de

bodhisattvas y seres divinos a su lado. Había un participante enfermo el quenecesitaba la calidez y confort del dormitorio para curarse de su gripe. Loconsideraba una bendición tanto poder ayudar a un miembro de la comunidadespiritual, como la oportunidad dormir cada noche a los pies del Buda. Encierto sentido, me sentía que me vigilaba mientras dormía, mientras que almismo tiempo yo vigilaba a otro durante su tiempo de necesidad. Misresponsabilidades incluían llevarle comida tres veces por día. Siempre tocabaa su puerta suavemente, sonreía, la pasaba la bandeja, le preguntaba por susalud, y luego me despedía con un gassho y un deseo por su rápidarecuperación. Pensé en lo irónico que fue. Todos sufrimos, como nos señalóel Buda, y todos buscamos la cura. Somos tanto los enfermeros pacientescomo los enfermos necesitando ayuda. Este mundo inpermanente de samsara

no puede ser nuestro refugio. Por medio de la práctica espiritual, podemossuperar nuestra enfermedad existencial, nuestro sufrimiento de adhesión acosas pasajeras, para encontrar la paz.

El retiro continuaba desplegándose mientras que yo trabajaba en el jardín allado de los monjes y otros participantes. Tuve la oportunidad de poner enpráctica el amor benevolente durante todo el día. Lavando los platos y lasparedes, y barriendo el piso, todo llegó a ser una meditación de felicidad yparticipación comunal. Los monjes eran ejemplos perfectos, guiándonos conpalabras tiernas, recuerdos suaves, y ejemplificando la serenidad en acción.

Al final del quinto día, sin embargo, mi corazón pesaba con la anticipación dever a mi papá la primera vez desde su diagnosis. En la oscuridad iluminado

por una vela, me disponía para acostarme frente al altar del Buda, con laimagen de Kánzeon, la madre de compasión, a su izquierda, mientras que yooraba por consejo: “Por favor, querido Buda, guíame en el camino de laserenidad. Enséñame lo que necesito saber para servir. Déjame ser tu manode confort.” Me cerré los ojos para dormir.

Me desperté la próxima mañana del sexto día con una inexplicable ligereza delcorazón. Después de las meditaciones matutinas, comenzamos nuestra

 jornada de trabajo. Todo me parecía tener un suave fluir de energía, muynatural y sin gran esfuerzo. Quité el polvo de las paredes exteriores deltemplo, imaginándome que yo estaba quitándome el polvo del corazón. Luegoarranqué las malas yerbas del jardín, disfrutando el sol mientras trabajábamos

 juntos, enderezándome de vez en cuando para admirar la gama de colores ytexturas bailando frente a mis ojos. “Que bello,” pensé, “Todo es tan perfecto,esta gente, este lugar, este ritmo de vida. Tal vez esto es lo más importante,amar cada momento y a cada persona de esta forma, simplemente hacienda loque hay que hacer aquí y ahora, valorándonos el uno al otro, y abriéndonos ala paz, es todo lo que se necesita hacer.” Seguía mirando en silencio a la gentea mi lado. Una en particular me parecía muy tranquila y en paz. Era alta ymuy etérea, un tanto como una princesa de hadas. Con cuidado movía por el

 jardín, limpiando, arreglando, y arrancando las malas yerbas. Me pregunté

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quién era. No nos habíamos hablado durante el retiro entero, manteniendo laregla de silencio para que nuestras mentes pudieran aquietarse, volviendo laatención adentro. Me pregunté qué la había traído aquí. ¿Había encontrado loque buscaba, su propio refugio? ¿Qué llevaría de aquí cuando saliera?

Luego durante la comido, me encontré sentado enfrente de ella. Comimos en

silencio, cada plato pasado de una persona a la otra acompañado con gasshosde reverencia. Qué apreciado me sentía en la forma que la gente me pasabalos platos siempre con una ligera sonrisa cariñosa y un amable ademán dereverencia. Pensé, “Guau, qué lindos. Son un tesoro. Estos según parecenextraños se me han metido en mi corazón con su benevolencia. Aunquehemos hablado poco durante la semana, me siento como si nos hubiéramossido amigos desde siempre. Me siento tan apreciado por ellos.” Terminamosla comida y esperábamos la señal del monje que nos levantáramos. Elcomedor se puso callado. Desde arriba por las ventanas, el sol corría sobre lamesa. Me levanté la cabeza, viendo el Monte Shasta en la distancia,vigilándonos. En ese momento, la hada princesa delante de mí sacó de subolsillo un pedacito de chocolate envuelto en papel dorado, poniéndolo con

cuidado justo frente a mi. “Para quién es esto?” me pregunté. Miré a susojos. Me sonrió como para decir, “Pues, claro, es para ti!” De repente mesentí como un niño de cinco años extendiendo la mano con timidez paraagarrar este obsequio. Lo metí en el bolsillo de mi camisa, con un guiño del ojopara reconocer su amabilidad. Ella inclinó la cabeza con un gesto de gassho ysonrió.

Mientras que nos levantábamos para salir, pensé, “Que amable. Aunque no laconozco, nunca nos hemos hablado, y aunque no busca nada de mí, no teníaninguna razón hacer lo que hizo, sin embargo, me ofreció este obsequio.”Suponía que ella vio que yo estaba un poco pensativo y quería animarme,haciendo lo que es natural, como una madre para su niño. Como resultado, mesentía una abertura de inocencia abrirse en el corazón. Acepté esta

benevolencia con apreciación, y me asombraba por su sencillez. Caminandode regreso a la sala de meditación, desenvolví el pedazo de chocolate envueltoen papel dorado, dejándolo derretirse lentamente en la boca, saboreando sudulzura en la lengua. Seguía contemplando este acto de benevolencia,dejando su lección derretirse en mi corazón, y de la misma forma, mi corazóncomenzó a derretirse en lo Divino. Me acosté en el colchón para el descansode la tarde. Miré arriba a la cara del Buda, luego a la cara de Kánzeon. Lasimplicidad pura de este obsequio de benevolencia seguía penetrándome alcorazón. Cerré los ojos e imaginaba la mano de Kánzeon abriéndose para mí,entregándome lo que yo necesitaba tanto, este regalo de amor benevolente.Comencé a sentir lágrimas corriendo por mis ojos, deslizándose por lasmejillas, cayendo en mi almohada abajo. Me di cuenta que estaba llorando porfelicidad. Me quedé allí varios minutes, sintiendo las lágrimas limpiándome elcorazón, derritiéndome al yo chico interior. “Así,” pensé, “esto es laNaturaleza Búdica mostrándose. Esto es lo que significa Kánzeon.” Me sentí como si estuviera en un abrazo cariñoso, como un niño envuelto en los brazosde su mama, cerca a su corazón. Me di cuenta que estos actos de bondad sonmanifestaciones de la Bodhisattva, Kánzeon. Ella nos da sin expectativa. Lapura verdad en este simple gesto es la esencia de la curación, el acto de dar.

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Le di gracias a Kánzeon por este obsequio, sabiendo ya el próximo paso quedebería dar en mi camino espiritual.

Volé por avión a Kansas City, Missouri, en Los Estados Unidos, para visitar amis papás. Desde Guadalajara, México le traje a mi mamá un hermoso rebozoblanco pintado a mano. La cubrí sus hombres suavemente y luego la abracé.

Ella brilló con agradecimiento. La sonreí, sabiendo que lo llevaría puesto en laprimera oportunidad que tenga a su reunión dominical en la iglesia,pavoneándose con orgullo por su hijo que acaba de traerla este regalo lindodesde tan lejos. En los días siguientes, la observaría cuidando a mi papá,vistiéndole, protegiéndolo, y dándole de comer. La podría ver lo mejor de ellacomo un ser humano, una mujer con la capacidad y un esfuerzo tremendo parahacer lo necesario para su querido esposo, a pesar de la incomodidad,preocupación, y estrés que la causaba. Como la persona principal en el cuidarde mi papá, ella encarnaba dedicación y amor incondicional.

Luego volteé a mi papá. Allí estaba, debilitado por su enfermedad. “¿Mereconocería?” me pregunté. Le envolví en mis brazos y lo abracé fuertemente.Me parecía un poco desorientado al principio, pero me miró a los ojos, sonrió, y

pronunció mi nombre. Nos sentamos juntos por un rato. Había aquí el hombretan importante a su comunidad, el gran abogado de renombre, el que habíapeleado las grandes batallas el los tribunales, ganándose una buena reputacióny el respeto de su comunidad. No obstante, ya se veía debilitado en mente ycuerpo, luchando solo para encontrar unas pocas palabras, sus manostemblando. Luego durante el desayuno, derramó su café sobre su regazo.“Por Dios,” dijo impulsivamente, mirando al cielo, implorando ayuda divina quepudiera intervenir en su beneficio, dándole la paciencia para continuar,luchando a mantener algún vestigio de dignidad. Esta enfermedad le habíaquitado su trabajo, su orgullo, su poder y esfuerzo. Ya hasta le costaba tantoesfuerzo sólo para levantar una taza de café. Me extendí el brazo, poniendo mimano sobre la suya para estabilizarlo. “¡Qué cambio!, pensé, “Los papeles

están al revés. Cuando yo era niño el me había ayudado a comer y beber,tomándome la mano en la suya para estabilizarla también. Y ya hago lo mismopara él.”

Pasamos varios días juntos. Le abracé y le toqué mucho. Me senté a su ladopara leer en voz alta de un libro de arte con fotos de cuadros muy coloridos. Aveces deslizaba su dedo al lado de mi mano, tocándome el dorso de la manocon suavidad. Ya no más nos importaban los argumentos y confrontaciones demi juventud. En su lugar, ya podíamos simplemente estar juntos,compartiendo el silencio, una manera de entendernos y sentir un bienestar,con gratitud, por la vida. “Me vas a consentir demasiado”, me dijo un día,mientras que paseábamos, uno de mis brazos entrelazado en el suyo. “Pues,

claro que sí”, le respondí, “te lo mereces.”¿No es lo mismo para todos nosotros? ¿No merecemos todos sentirnosvalorados, amados, y honorados? ¿No es esto lo que de verdad buscamos,sentir esta valoración incondicional que sólo puede surgir del corazón, nuestraNaturaleza Búdica? Esto fue el obsequio curándonos, para él y para mí.Podríamos simplemente amarnos el uno al otro. De hecho es lo único quetenemos en este mundo. El cuerpo muere. Las ilusiones de poder y control se

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esfuman. Lo que queda es el amor, sin pretensiones, expectativas, niprejuicios.

Cuando nos despedimos, él estaba sentado en el asiento del pasajerodelantero del carro al lado de mi mamá, ella al volante, yo atrás. Me extendí por encima del respaldo del asiento para besar a mi mamá en su mejilla.

Luego me dirigí a mi papá. Radiante, él se extendió a mí, extendiéndose loslabios con todo corazón, besándome en la mejilla. Le miré a sus ojos. “Adios,”le dije.

Nunca sabemos el impacto que el amor benevolente pueda traer. En medio denuestra condición humana, nuestras debilidades e incomodidades,descubrimos las bendiciones. Llegamos a ver la cara verdadera de los quequeremos: la devoción cuidadosa de mi mamá, la apreciación tierna de mipapá, y un extraño ofreciendo un obsequio de ternura. Amor benevolente seextendió sobre la mesa un día, ofreciéndome un pedazo de chocolate. Amorbenevolente abrazó a mi mamá con un rebozo cálido, le estabilizó la mano demi papá, y me besó adiós a la mejilla. Esto es lo que nos obsequiamos, estosademanes sencillos que expresan lo Eterno, llegando a ser nuestro refugio. Lo

que se da, se vuelve. Es el obsequio radiante del amor.

Que todos los seres tengan salud, felicidad, y paz.

Que todos los seres sean libres de pesar y dolor.

Que todos los seres tengan buena fortuna continua.

Que todos los seres acepten todas las cosas como son.

Obras citadas :

Salzberg, Sharon. Loving-Kindness: The Revolutionary Art of Happiness. Shambala: Boston andLondon, 2008.