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Ensayo sobre la dimensión ético-religiosa en el film Mi nombre es Kanh y no soy terrorista
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AMOR, VIOLENCIA RELIGIOSA Y DISCURSO PENAL DEL ENEMIGO.
Ensayo sobre Mi nombre es Khan y no soy terrorista.
Josué Fossi
C.I.:16.762.406
Mi nombre es Khan no es una historia, al menos son dos. Por un lado, es
una traducción de la mejor condición humana: la de ser especial. Bajo una
exploración psicológica Khan es el reflejo de lo que esta fuera de cualquier
estructura social, es decir, de la condición autentica de un ser humano, lo que
Heidegger (1951) llamaba una existencia autentica, o sea, un modo de vida
que no se deja llevar por lo que se dice, que va más allá de la relación sexual
entre sujeto y cosa. Khan es un ejemplo de que el reconocimiento de un ser
humano significa comprender que el amor es el dispositivo que permite la
formación de todos los ámbitos de acción social. Todo lo social está referido a
las formas de interacción y solo puede haber interacción en un encuentro entre
sujetos. Lo que media entre sujetos para interactuar es el amor que permite
entre ellos formar un dominio de acciones. Él es modelo de vida enmarcado el
respeto intrínseco del Otro.
Khan es la experiencia de lo que el biólogo chileno Maturana (1990) ha
enfatizado sobre la dimensión emocional de la constitución de la esfera social y
del lenguaje en el amor. Para él “No hay acción humana sin una emoción que la
funde como tal y la haga posible como acto”. En su pensamiento, “para que un
modo de vida basado en el estar juntos en interacciones recurrentes en el plano
de la sensualidad en que surge el lenguaje se diese, se requería de una emoción
fundadora particular sin la cual ese modo de vida en la convivencia no sería
posible. Tal emoción es el amor”. En este sentido, para Maturana el “amor es la
emoción que constituye el dominio de acciones en que nuestras interacciones
recurrentes con otro hacen al otro un legítimo otro en la convivencia”.
Cualquier forma de interacción reiterada en el amor “amplían y estabilizan la
convivencia”, mientras que, las que se reiteran en la agresión “interfieren y
rompen la convivencia”. De allí que, para Maturana: “el lenguaje, como
dominio de conducciones conductuales consensuales, no puede haber surgido
en la agresión que restringe la convivencia aunque una vez en el lenguaje
podamos usar el lenguaje en la agresión” (Maturana, 1990:23)
Por tanto Khan es una metáfora sobre el “amor como dominio de las
conductas relacionales a través de las cuales el otro, la otra, o lo otro surge
como legitimo otro en convivencia con uno, amplía la visión y el
entendimiento en el placer de la cercanía corporal” (Maturana, 2011:138). En
esta obra puede verse como la cercanía corporal, el placer de esta proximidad,
crea toda una formación de vínculos sociales fundamentados en el hecho de
que sea fruto del lenguaje del amor.
Como sostiene Agamben (1996) el amor no se dirige jamás hacia esta o
aquella propiedad del amado (ser blanco, pequeño, dulce, cojo), pero tampoco
prescinde de él en nombre de la insípida abstracción (el amor universal):
“quiere la cosa con todos sus predicados, su ser tal cual es. El amor desea el cual
sólo en tanto que es tal y éste es su particular fetichismo. Así, la singularidad
cualsea (lo Amable) no es jamás inteligencia de algo, de esta o aquella cualidad
o esencia, sino sólo inteligencia de una inteligibilidad. Ese movimiento, que
Platón describe como la anamnesis erótica, transporta el objeto no hacia otra
cosa y otro lugar, sino a su mismo tener lugar, hacia la Idea”. Esta obra es una
combinación de valores individuales (competencia, constancia, libertad) y
colectivos (solidaridad, empatía, alteridad).
Sin embargo, Khan no es una obra que aborde el valor del amor sino
también el de respeto. En especial la idea de respeto hacia cualquier forma de
trascendencia expresada principalmente bajo los tres monoteísmos (judaísmo,
cristianismo y el islán). Como sostiene Sloterdijk (2011) frente al politeísmo de
las grandes culturas antiguas, surgió el monoteísmo judío como una teología de
protesta, como una religión del triunfo en la derrota. Si en el judaísmo la
religión permaneció limitada al propio pueblo, el cristianismo desarrolló su
mensaje apostólico con una predicación de contenido universal. El islam, por
su parte, recrudeció el universalismo ofensivo transformándolo en un modo
político-militar de expansión. Estas tres formas de trascendencia han
mantenido históricamente un cuerpo moral que ha creado distintas
perspectivas de proyección social que se traducen cada vez en conflictos
armados.
Aunado al problema de la violencia religiosa, Khan muestra el
enmascaramiento de los valores de libertad bajo los valores que encarna el
Derecho. En esta obra se muestra como el aparato normativo a través de la
introducción de falsos valores elimina verdaderos valores bajo el amparo de la
libertad y de la democracia, es decir, la obra refleja lo que hoy se denomina
Derecho penal de enemigo. Este mecanismo de control social es aquel en
donde se determina la punibilidad ante delictum. O sea, la violación de
garantías constitucionales procesales para luchar contra la criminalidad. Los
ataques terroristas han sido una fachada perfecta para legislar contra valores
esenciales de la democracia, además de todos los procesos de estigmatización
social que este tipo de legislaciones implican.
REFERENCIAS
Agamben, G. (1996) La comunidad que viene. España: Pre-Textos.
Maturana, H. (2011) La objetividad. Un argumento para obligar. Argentina:
Granica.
Maturana, H. (2011) Emociones y lenguaje en educación y política.
Argentina: Dolmen Ediciones.
Sloterdijk, P. (2011) Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos.
España: Siruela.
Heidegger (1951) El ser y el tiempo. México. Fondo de Cultura Económica.