Anacleto Gonzalez Flores - Martir Cristero

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    Anacleto Gonzlez Flores- Mrtir Cristero

    Consideraremos ahora una figura realmente fascinante, la de Anacleto Gonzlez Flores, uno de loshroes de la Epopeya Cristera. Anacleto naci en Tepatitln, pequeo pueblo del Estado de Jalisco,cercano a Guadalajara, el 13 de julio de 1888. Sus padres, muy humildes, eran fervientementecatlicos. De fsico ms bien dbil, ya desde chico mostr las cualidades propias de un caudillo de

    barrio, inteligente y noble de sentimientos. Pronto se aficion a la lectura, y tambin a la msica.Cuando haba serenata en el pueblo, trepaba a lo que los mexicanos llaman el kiosco, tribunaredonda en el centro de la plaza principal. Era un joven simptico, de buena presencia, galanteadorempedernido, de rpidas y chispeantes respuestas, cultor de la eutrapelia.A raz de la misin que un sacerdote predic en Tepatitln, sinti arder en su corazn la llama delapostolado, entendiendo que deba hacer algo precisamente cuando su Patria pareca deslizarse lenta

    pero firmemente hacia la apostasa. Se decidi entonces a comulgar todos los das, y ensear elcatecismo de Ripalda a los chicos que lo seguan, en razn de lo cual empezaron a llamarlo elmaistro, sin que por ello se aminorara un pice su espritu festivo tan espontneo y la amabilidad

    de su carcter. Al cumplir veinte aos, ingres en el seminario de San Juan de los Lagos,destacndose en los estudios de tal forma que sola suplir las ausencias del profesor, con lo que suantiguo sobrenombre qued consolidado: sera para siempre el Maistro.Luego pas al seminario de Guadalajara, pero cuando estaba culminando los estudios entendi quesu vocacin no era el sacerdocio. Sali entonces de ese instituto e ingres en la Escuela Libre deLeyes de la misma ciudad, donde se recibi de abogado. Quedse luego en Guadalajara, iniciandosu labor apostlica y patritica que lo llevara al martirio. Pero antes de seguir con el relato de su

    vida, describamos el ambiente histrico en que le toc vivir.I. AntecedentesPara entender lo que pas en el Mxico de Anacleto, ser precisoremontarnos ms atrs en la historia de dicha nacin. A

    comienzos del siglo pasado, los primeros conatos de rebelda,protagonizados por Hidalgo y Morelos, tuvieron unaconnotacin demaggica, de lucha de razas, as como deaborrecimiento a la tradicin hispnica. Poco despus, apareciuna gran personalidad, Agustn de Iturbide, con una visintotalmente diferente. En 1821 proclam el llamado Plan deIguala, con tres garantas: la independencia de Espaa, peroevitando una ruptura con la madre patria, la unin de todos losestamentos sociales espaoles, criollos e indios), y la ReliginCatlica, como base espiritual de la nueva Nacin. Sobre estastres bases, Iturbide fue proclamado Emperador de Mxico.

    Desgraciadamente, tal proyecto no se concret de maneraduradera.Un segundo momento en la historia de esta noble nacin es el

    que se caracteriza por la virulencia del liberalismo. Fue la poca de la Reforma de Benito Jurez,plasmada en la Constitucin de 1857. Con el nombre de Reforma se quiso probablemente aludir ala rebelin protestante contra la Iglesia. Tratse de un nuevo proyecto, eminentemente anticatlico yantihispano, que hizo del liberalismo una especie de religin laica, con lo que la Iglesia quedtotalmente excluida de la vida pblica mexicana, en la admiracin rendida a la mentalidad

    predominante en los Estados Unidos, y al espritu de la Ilustracin.La ulterior invasin de los franceses y la coronacin de Maximiliano, hermano del HabsburgoFrancisco Jos, como emperador, con el apoyo de los Austrias y de Napolen III, proyecto al que sealiaron grandes patriotas mexicanos como Miramn, Mrquez y Meja, trajo una esperanza y unaalternativa frente al influjo nefasto de los Estados Unidos. Pero este Imperio dur tambin muy

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    poco, cerrndose trgicamente con el fusilamiento de Maximiliano, Miramn y Meja, entre otros. Araz de la implantacin de la Reforma, tuvo lugar la primera resistencia catlica, popular ycampesina, sobre todo en Guanajuato y Jalisco, inspirada en la condena que Po IX hizo de aqullaen 1856. Ms adelante gobern Porfirio Daz, tambin liberal, pero que se abstuvo de aplicar lasleyes antirreligiosas ms virulentas de la Reforma.En 1910 cay la dictadura porfirista. Podrase decir que a partir de 1914 comienza el tercer perodode la historia de Mxico. Fue entonces cuando se reanud el proyecto liberal del siglo pasado bajoel nombre de Revolucin Mexicana, impulsada por los sucesivos presidentes Carranza, Obregn,Calles, Crdenas..., hasta el da de hoy, siempre con el apoyo de los Estados Unidos.Ante tantos males que heran el alma de Mxico surgi la idea de proclamar solemnemente elSeoro de Cristo sobre la nacin herida. Lo primero que hicieron los Obispos fue coronar demanera pblica una imagen del Sagrado Corazn, pero luego determinaron hacer ms explcito su

    propsito mediante una consagracin a Cristo Rey, donde se pona bajo su vasallaje la nacin, suscampos y ciudades. El pueblo acompa a los pastores con el grito de Viva Cristo Rey!,

    proferido por primera vez en la historia, lo que concit las iras del Gobierno.Fue el presidente Carranza (1917-1920), quien inspir la Constitucin de Quertaro de 1917, ms

    radical an que la de 1857. Un alud de decretos cay sobre Mxico, en un ao un centenar. Seimpuso la enseanza laica no slo en la escuela pblica sino tambin en la privada; se prohibieronlos votos y, consiguientemente, las rdenes religiosas; los templos pasaron a ser propiedad estatal;se declar a la Iglesia incapaz de adquirir bienes, quedando los que tena en manos del Estado; sedeclar el matrimonio como contrato meramente civil; se estableci el divorcio vincular; se fij unnmero determinado de sacerdotes para cada lugar, que deban registrarse ante el poder poltico. Asel catolicismo pasaba a ser un delito en Mxico y los creyentes eran vistos poco menos que comodelincuentes.En Guadalajara, patria pequea de Anacleto, la promulgacin de los decretos se llev a cabo conelocuencia jacobina. Un diputado local, que pronto llegara a Gobernador del Estado de Jalisco, trasrecordar que la humanidad, desde sus ms remotos tiempos, ha estado dominada por las castas

    sacerdotales evoc de manera encomistica la Revolucin francesa, para concluir: todos aquellosque estn dominados por la sacrista, son sangijuelas que estn subcionando (sic) sin piedad lasangre del pueblo. Para salir al paso de este primer brote anticatlico, el Arzobispo ordensuspender el culto en la dicesis, ya que la nueva Ley pareca hacerlo imposible. Todo el pueblo selevant en protesta contra el gobierno.El intendente de Guadalajara, preocupado, convoc a los ciudadanos para tratar de persuadirlos. Loscatlicos que haban tomado la costumbre de reunirse en las plazas y de convertir en templosalgunas casas particulares, acudieron a la convocatoria del gobernante, designando a Anacleto pararesponderle como corresponda. Comenz el intendente su discurso increpando duramente a losagitadores clericales, si bien habl con cortesa de las mujeres catlicas y disculp al pueblo all

    presente, ya que a su juicio haba sido embaucado. Insult a los reaccionarios y luego, fijando sus

    ojos en Anacleto, le dijo: usted acabar fusilado. Gonzlez Flores no se amilan sino que contestcon una enardecida arenga.El pueblo catlico se sinti confortado. Las protestas se multiplicaban, pidiendo la derogacin delos decretos.Ahora tuvo que intervenir el Gobernador. Que me prueben dijo que realmente es el pueblo elque est en desacuerdo. El pueblo entero se hizo presente frente a la Casa de Gobierno,encabezado otra vez por Anacleto. El Gobernador sali al balcn y comenz diciendo: Habis sidoreunidos aqu por un engao. Miles de brazos se alzaron y un enrgico no reson en la plaza.Os dijeron sigui el Gobernador, que yo quera una demostracin de que sois catlicos. S,s!, grit la multitud. Pues bien, ya lo s, ya lo saba hace mucho tiempo, pero vuestros sacerdotesos engaan, os han engaado. No, no!, contestaron los catlicos. Ellos no quieren acatar la

    ley. Pues bien, no tenis ms que dos caminos: acatar el Decreto expedido por el Congreso, oabandonar el Estado como parias.

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    Reson entonces una estrepitosa carcajada. El Gobernador volvi la espalda a la multitud, entreinsultos y gritos. Al fin no le qued sino ceder, revocando el Decreto.En el orden nacional sucedi a Carranza como Presidente el General Obregn (1920-1924), quientuvo la astucia de no aplicar ntegramente la Constitucin de 1917. De ello se encargara Calles(1924-1928), declarando la guerra al catolicismo mexicano. Fue durante su perodo en 1925 quePo XI instituy la solemnidad litrgica de Cristo Rey. Ulteriormente el Papa dira que el motivoque lo decidi a tomar dicha medida haba sido el fervor del pueblo mexicano en favor de laRealeza de Cristo.Durante estos ltimos aos, tan arduos, los catlicos haban comenzado a movilizarse. Destaquemosuna figura seera, la del P. Bernardo Bergend, de la Compaa de Jess, quien en 1918 fund laAsociacin Catlica de la Juventud Mexicana, la ACJM, con el fin de coordinar las fuerzas vivas dela juventud, en orden a la restauracin del orden social en Mxico. La piedad, el estudio y la accinfueron los tres medios elegidos para formar dichas falanges, no desdeando el ejercicio de la accincvica, en defensa de la religin, la familia y la propiedad. El lema lo deca todo: Por Dios y por laPatria.El P. Bergend se haba inspirado en el conde Alberto de Mun, creador de la Asociacin Catlica de

    la Juventud Francesa. Su idea era formar un buen contingente de jvenes estrechamente unidosentre s que, animados de una fe profunda en la causa de Dios, de la Patria y del alma popular,trabajasen a una por Dios, por la Patria y por el pueblo, amando a Dios hasta el martirio, a la Patriahasta el herosmo y al pueblo hasta el sacrificio. De la ACJM dira en 1927 el P. Victoriano Flix,

    jesuita espaol, que haba acertado con el ms perfecto modo de formar hombres, pues ha sabidoforjar mrtires.De la ACJM provinieron los jefes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa,organizacin encargada de coordinar las distintas agrupaciones catlicas para enfrentar la terrible

    persecucin. La Liga, de carcter cvico, no dependera de la Jerarqua, ni en su organizacin, ni ensu gobierno, ni en su actuacin, asumiendo los dirigentes la entera responsabilidad de sus acciones.En 1926, la Liga estaba ya instaurada en la totalidad de la Repblica. Slo en la ciudad de Mxico

    contaba con 300.000 miembros activos. Todas las organizaciones catlicas existentes se pusieronbajo su conduccin.Tal fue el ambiente en que se movi nuestro hroe. Su estampa nos ofrece dos principales facetas, ladel docente y la del caudillo.II. El MaistroYa hemos dicho cmo desde sus mocedades, Anacleto mostr una clara inclinacin a la docencia,inclinacin que se fue intensificando en proporcin al acrecentamiento de su formacin intelectual.Durante los aos de seminario, frecuent sobre todo el campo de la filosofa y de la teologa, conespecial predileccin por San Agustn y Santo Toms. Para su aficin oratoria sus guas principalesfueron Demstenes, Cicern, Virgilio, Bossuet, Fenelon, Veuillot, Lacordaire, Montalembert, deMun, Donoso Corts y Vzquez de Mella. Su amor a las artes y las letras lo acerc a Miguel ngel,

    Shakespeare e Ibsen. Su inclinacin social y poltica lo llev al conocimiento de Windthorst,Mallinckrodt, Ketteler, OConnel. Asimismo era experto en leyes, habiendo egresado de la Facultadde Jurisprudencia de Guadalajara con las notas ms altas. Fue un verdadero intelectual, en el sentidoms noble de la palabra, no por cierto un intelectual de gabinete, pero s un excelente diagnosticadorde la realidad que le fue contempornea.Y as, tanto en sus escritos como en sus discursos, nos ha dejado una penetrante exposicin de latormentosa poca que le toc vivir, no slo en s misma sino en sus antecedentes y races histricas.Entenda, ante todo, a Mxico, y ms en general a Iberoamrica, como la heredera de la Espaaimperial. La vocacin de Espaa, dice en uno de sus escritos, tuvo un origen glorioso: los ochosiglos de estar, espada en mano, desbaratando las falanges de Mahoma. Continu con Carlos V,siendo la vanguardia contra Lutero y los prncipes que secundaron a Gustavo Adolfo. En Felipe II

    encarn su ideal de justicia. Y luego, en las provincias iberoamericanas, fue una fuerzaengendradora de pueblos.

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    Siempre en continuidad con aquel da en que Pelayo hizo or el primer grito de Reconquista.Nuestra vocacin, tradicionalmente, histricamente, espiritualmente, religiosamente,

    polticamente, es la vocacin de Espaa, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestroespritu con la carne, con la sangre, con el espritu de Espaa, que desde el da en que se fundaronlos pueblos hispanoamericanos, desde ese da quedaron para siempre anudados nuestros destinos,con los de Espaa. Y en seguir la ruta abierta de la vocacin de Espaa, est el secreto de nuestrafuerza, de nuestras victorias y de nuestra prosperidad como pueblo y como raza.La fragua que nos forj es la misma que forj a Espaa. Nuestra retaguardia es de cerca de trecesiglos, larga historia que nos ha marcado hasta los huesos. Recuerda Anacleto el intento de Felipe IIde fundir, en un matrimonio desgraciado, los destinos de su Patria con Inglaterra. Tras el fracaso dedicho proyecto arm su flota para abatir a la soberbia Isabel y sus huestes protestantes, enfrentandola ambicin de aquella nacin pirata, vieja y permanente seora del mar.Tras el fracaso, sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor mstico deTeresa y Juan de la Cruz, se acercaron a la arcilla oscura de la virgen Amrica y en un rapto, quedur varios siglos, la alta, la imborrable figura de don Quijote, seco, enjuto, y contrado de ensueoexcitante, pero real semejanza del Cristo, como lo ha hecho notar Unamuno, se uni, se fundi, no

    se superpuso, no se mezcl, se fundi para siempre en la carne, en la sustancia viva de Cuauhtmocy de Atahualpa. Y la esterilidad del matrimonio de Felipe con la Princesa de Inglaterra se torn enlas nupcias con el alma genuinamente americana, en la portentosa fecundidad que hoy hace queEspaa escoltada por las banderas que se empinan sobre los Andes, del Bravo hacia el Sur, vuelva aafirmar su vocacin.Junto con Espaa accede a nuestra tierra la Iglesia Catlica, quien bendijo las piedras con queEspaa ciment nuestra nacionalidad. Ella encendi en el alma oscura del indio la antorcha delEvangelio. Ella puso en los labios de los conquistadores las frmulas de una nueva civilizacin. Ellase encontr presente en las escuelas, los colegios, las universidades, para pronunciar su palabradesde lo alto de la ctedra. Ella estuvo presente en todos los momentos de nuestra vida: nacimiento,estudio, juventud, amor, matrimonio, vejez, cementerio.

    Concretado el glorioso proyecto de la hispanidad, aflora en el horizonte el fantasma delanticatolicismo y la antihispanidad. Es el gran movimiento subversivo de la modernidad, encarnadoen tres enemigos: la Revolucin, el Protestantismo y la Masonera. El primer contrincante es laRevolucin, que en el Mxico moderno encontr una concrecin aterradora en la Constitucin de1917, nefasto intento por desalojar a la Iglesia de sus gloriosas y seculares conquistas. Frente aaquellas nupcias entre Espaa y nuestra tierra virgen, la Revolucin quiso celebrar nuevas nupcias,claro que en la noche, en las penumbras misteriosas del error y del mal. Las nuevas y disolventesideas han ido entrando en el cuerpo de la nacin mexicana, como un brebaje maldito, una epidemiaque se introdujo hasta en la carne y los huesos de la Patria, llegando a suscitar generaciones deciegos, paralticos y mudos de espritu.En Mxico han jurado derribar la mansin trabajosamente construida. Anacleto lo expresa de

    manera luminosa: El revolucionario no tiene casa, ni de piedra ni de espritu. Su casa es unaquimera que tendr que ser hecha con el derrumbe de todo lo existente. Por eso ha jurado demolernuestra casa, esa casa donde por espacio de tres siglos, misioneros, conquistadores y maestrossudaron y se desangraron para edificar cimientos y techos. Y luego esbozaron el plan de otra casa, ladel porvenir. Hasta ahora no han logrado demoler del todo la casa que hemos levantado en estos tressiglos. Si no lo han podido es porque todava hay fuerzas que resisten, porque Ripalda, el viejo ydeshilachado Ripalda, como el Atlas de la mitologa, mantiene las columnas de la autoridad, la

    propiedad, la familia. Sin embargo persisten en invadirlo todo, nuestros templos, hogares, escuelas,talleres, conciencias, lenguaje, con sus banderas polticas. Incluso han intentado crear una Iglesiacismtica, encabezada por el Patriarca Prez, para mostrar que nuestra ruptura con la hispanidadresulta inescindible de nuestra ruptura con la Iglesia de Roma. Son invasores, son intrusos.

    El trabajo de demolicin no ha sido, por cierto, infructuoso. Si hemos llegado a ser un pueblotuberculoso, lleno de lceras y en bancarrota, ha sido, es solamente, porque una vieja conjuracin

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    legal y prctica desde hace mucho tiempo mutil el sentido de lo divino. Mxico ha sido saqueadapor la Revolucin, por los Jurez, por los Carranza...Junto con la Revolucin destructora, Anacleto denuncia el ariete del Protestantismo, que llega aMxico principalmente a travs del influjo de los Estados Unidos. Gonzlez Flores trae a colacinaquello que dijo Roosevelt cuando le preguntaron si se efectuara pronto la absorcin de los puebloshispanoamericanos por parte de los Estados Unidos: La creo larga [la absorcin] y muy difcilmientras estos pases sean catlicos. El viejo choque entre Felipe II e Isabel de Inglaterra serenueva ahora entre el Mxico tradicional y las fuerzas del protestantismo que intenta penetrar pordoquier, llegando al corazn de las multitudes, sobre todo para apoderarse de la juventud.El tercer enemigo es la Masonera, que levanta el estandarte de la rebelin contra Dios y contra suIglesia. Anacleto la ve expresada principalmente en el ideario de la Revolucin francesa, madre dela democracia liberal, que en buena parte lleg a Mxico tambin por intercesin de los EstadosUnidos. En 1793, escribe, alguien dijo enfticamente: La Repblica no necesita de sabios. Y asla democracia moderna, salida de las calles ensangrentadas de Pars, se ech a andar sin sabios, endesastrosa improvisacin. Su gran mentira: el sufragio universal. Cualquier hombre sacado de lamasa informe es entendido como capaz de tomar en sus manos la direccin suprema del pas,

    pudiendo ser ministro, diputado o presidente. Nuestra democracia ha sido un interminable viacrucis, cuya peor parte le ha tocado al llamado pueblo soberano: primero se lo proclam rey, luegose lo coron de espinas, se le puso un cetro de caa en sus manos, se lo visti con harapos y, yadesnudo, se lo cubri de salivazos.La democracia moderna se basa en un eslogan mentiroso, el de la igualdad absoluta. Se echaron en

    brazos del nmero, de sus resultados rigurosamente matemticos, y esperaron tranquilamente lareaparicin de la edad de oro. Su democracia result una mquina de contar. Consideran a lahumanidad como una inmensa masa de guarismos donde cada hombre vale no por lo que es, sino

    por constituir una unidad, por ser uno. Todo hombre es igual a uno, el sabio y el ignorante, elhonesto y el ladrn, nadie vale un adarme ms que otro, con iguales derechos, con iguales

    prerrogativas. Y si esa democracia no necesita de sabios, ni de poetas, tampoco necesita de hroes,

    ni de santos. Para qu esforzarnos, para qu sacrificarnos por mejorar, si en el pantano, debajo delpantano, la vida es una mquina de contar y cada hombre vale tanto como los dems?Se ha producido as un derrumbe generalizado, un descenso arrasador y vertiginoso, todos hemosdescendido, todo ha descendido. Nos arrastramos bajo el fardo de nuestra inmensa, de nuestraaterradora miseria, de nuestro abrumador empobrecimiento. Democracia maligna sta, porque haroto su cordn umbilical con la tradicin, con el pasado fecundante. El error de los vivos no haconsistido en intentar la fundacin de una democracia, ha consistido y consiste sobre todo, enquerer fundar una democracia en que no puedan votar los muertos y que solamente voten los vivosy se vote por los vivos.Resulta interesante advertir cmo Gonzlez Flores supo ver, ya en su tiempo, el carcter destructivoe invasor del espritu norteamericano, incurablemente protestante y democrticoliberal. Concida

    con Anacleto el vicepresidente de la Liga, Miguel Palomar y Vizcarra, en un Memorandum relativoa la influencia de los Estados Unidos sobre Mxico en materia religiosa. All se lee: Elimperialismo yanqui es para nosotros, y para todos los mexicanos que anhelan la salvacin de la

    patria, algo que es en s mismo malo, y como malo debe combatirse enrgicamente. Bien ha hechoEnrique Daz Araujo en destacar la perspicacia de los dirigentes catlicos que no se dejaron engaar

    por la apariencia bolchevique de los gobiernos revolucionarios de Mxico recurdese que laConstitucin se dict precisamente el ao en que estall la revolucin sovitica, sino que losconsideraron simples sirvientes de los Estados Unidos. No era sencillo descubrir detrs del

    parloteo obrerista, indigenista y agrarista, la usina real que alimentaba la campaa antirreligiosa.Carlos Pereyra lo sintetiz as: Aquel gobierno de enriquecidos epicreos empez a cultivarsimultneamente dos amores: el de Mosc y el de Washington... La colonia era de dos metrpolis.

    O, ms bien, haba una sucursal y un protectorado. Despersonalizacin por partida doble, pero til,porque imitando al ruso en la poltica antirreligiosa, se complaca al anglosajn.

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    La poltica estadounidense se continuara por dcadas, como justamente lo ha observado JosVasconcelos: Las Cancilleras del Norte, ven esta situacin [la de Mxico] con la misma simpata

    profunda con que Roosevelt y su camarilla se convirtieron en protectores de la Rusia soviticadurante la Segunda Guerra Mundial. El regocijo secreto con que contemplaron el martirio de loscatlicos en Mxico, bajo la administracin callista, no fue sino el antecedente de la silenciosacomplicidad de los jefes del radicalismo de Washington con los verdugos de los catlicos polacos,los catlicos hngaros, las vctimas todas del sovietismo ruso.Tales fueron, segn la visin de Anacleto, los tres grandes propulsores de la poltica anticristiana yantimexicana: la revolucin, el protestantismo y la masonera.La revolucin escribe, que es una aliada fiel tanto del protestantismo como de la Masonera,sigue en marcha tenaz hacia la demolicin del Catolicismo y bate el pensamiento de los catlicos enla prensa, en la escuela, en la calle, en las plazas, en los parlamentos, en las leyes: en todas partes.

    Nos hallamos en presencia de una triple e inmensa conjuracin contra los principios sagrados de laIglesia.De lo que en el fondo se trataba era de un atentado, inteligente y satnico, contra la vertebracinhispnicocatlica de la Patria.

    III. El CaudilloPero Anacleto no fue un mero diagnosticador de la situacin, un sagaz observador de lo que ibasucediendo. Fue tambin un conductor, un formador de espritus, un apstol de largas miras.1. Mxico catlico, despierta de tu letargoEn sus artculos y conferencias nuestro hroe vuelve una y otra vez sobre la necesidad de serrealistas y de enfrentar lcidamente la situacin por la que atravesaba su Patria. Se nos ha cado lafinca, dice, hemos visto el derrumbe estrepitoso del edificio de la sociedad, y caminamos entreescombros. Pero al mismo tiempo seala su preocupacin porque muchos catlicos desconocen lagravedad del momento y sobre todo las causas del desastre, ignoran cmo los tres grandes enemigosa que ha aludido, el Protestantismo, la Masonera y la Revolucin, trabajan de manera incansable ycon un programa de accin alarmante y bien organizado.

    Estos tres enemigos estn venciendo al Catolicismo en todos los frentes, a todas horas y en todas laformas posibles. Combaten en las calles, en las plazas, en la prensa, en los talleres, en las fbricas,en los hogares. Trtase de una batalla generalizada, tienen desenvainada su espada y desplegadossus batallones en todas partes. Esto es un hecho. Cristo no reina en la va pblica, en las escuelas, enel parlamento, en los libros, en las universidades, en la vida pblica y social de la Patria. Quienreina all es el demonio. En todos aquellos ambientes se respira el hlito de Satans.Y nosotros, qu hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia, practicar algunos actosde piedad, como si ello bastase para contrarrestar toda la inmensa conjuracin de los enemigos deDios. Les hemos dejado a ellos todo lo dems, la calle, la prensa, la ctedra en los diversos nivelesde la enseanza. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposicin seria. Y si algunas veceshemos actuado, lo hemos hecho tan pobremente, tan raquticamente, que puede decirse que no

    hemos combatido. Hemos cantado en las iglesias pero no le hemos cantado a Dios en la escuela, enla plaza, en el parlamento, arrinconando a Cristo por miedo al ambiente.Urge salir de las sacristas, entendiendo que el combate se entabla en todos los campos, sobre todoall donde se libran las ardientes batallas contra el mal; procuremos hallarnos en todas partes con elcasco de los cruzados y combatamos sin tregua con las banderas desplegadas a todos los vientos.Reducir el Catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes

    pblicos cuando stos matan el alma nacional y atasajan en plena va la Patria, no es solamentecobarda y desorientacin disculpable, es un crimen histrico religioso, pblico y social, que merecetodas las execraciones.Tal es la gran denuncia de Gonzlez Flores hacia dentro de la Iglesia, el inmenso lastre de

    pusilanimidad y de apocamiento que ha llevado a buena parte del catolicismo mexicano al

    desinters y la resignacin. Las almas sufren de empequeecimiento y de anemia espiritual. Noshemos convertido en mendigos, afirma, renunciando a ser dueos de nuestros destinos. Se nos ha

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    desalojado de todas partes, y todo lo hemos abandonado.Ni siquiera nos atrevemos a pedir ms de lo que se nos da. Se nos arrojan todos los das lasmigajas que deja la hartura de los invasores y nos sentimos contentos con ellas. Tal encogimientoest en abierta pugna con el espritu del cristianismo que desde su aparicin es una inmensa yardiente acometida a lo largo de veinte siglos de historia. La Iglesia vive y se nutre de osadas.Todos sus planes arrancan de la osada. Solamente nosotros nos hemos empequeecido y nos hemosentregado al apocamiento.Hasta ahora casi todos los catlicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que l haga, quel obre, que l realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por esonos hemos limitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la mscara de una presuntaprudencia. Necesitamos la imprudencia de la osada cristiana.Justamente en esos momentos el Papa acababa de establecer la fiesta de Cristo Rey. Refirindose aello, Anacleto insiste en su proposicin.Desde hace tres siglos explica los abanderados del laicismo vienen trabajando para suprimir aCristo de la vida pblica y social de las naciones. Y con evidente xito, a escala mundial, ya que no

    pocas legislaturas, gobiernos e instituciones han marginado al Seor, desdeando su soberana. Lo

    relevante de la institucin de esta fiesta no consiste tanto en que se lo proclame a Cristo como Reyde la vida pblica y social. Ello es, por cierto, importante, pero ms lo es que los catlicosentendamos nuestras responsabilidades consiguientes. Cristo quiere que lo ayudemos con nuestrosesfuerzos, nuestras luchas, nuestras batallas. Y ello no se conseguir si seguimos encastillados ennuestros hogares y en nuestros templos.Hasta ahora nuestro catolicismo ha sido un catolicismo de verdaderos paralticos, y ya desde hacetiempo. Somos herederos de paralticos, atados a la inercia en todo. Los paralticos del catolicismoson de dos clases: los que sufren una parlisis total, limitndose a creer las verdades fundamentalessin jams pensar en llevarlas a la prctica, y los que se han quedado sumergidos en susdevocionarios no haciendo nada para que Cristo vuelva a ser Seor de todo. Y claro est que cuandouna doctrina no tiene ms que paralticos se tiene que estancar, se tiene que batir en retirada delante

    de las recias batallas de la vida pblica y social y a la vuelta de poco tiempo tendr que quedarreducida a la categora de momia inerme, muda y derrotada. Nuestras convicciones estnencarceladas por la parlisis. Ser necesario que vuelva a orse el grito del Evangelio, comienzo detodas las batallas y preanuncio de todas las victorias. Falta pasin, encendimiento de una pasininmensa que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado separadas de Cristo.Judas se ahorc dice Anacleto en otro lugar mas dej una numerosa descendencia, los herejes,los apstatas, los perseguidores. Pero tambin la dej entre los mismos catlicos. Porque se parecena Judas los que saben que los nios y los jvenes estn siendo apualados, descristianizados en loscolegios laicistas, y sin embargo, despus de haberle dado a Jess un beso dentro del templo,entregan las manos de sus hijos en las manos del maestro laico, para que Cristo padezcanuevamente los tormentos de sus verdugos. Se parecen a Judas los catlicos que no colaboran con

    las publicaciones catlicas, permitiendo que stas mueran. O los que entregados en brazos de lapereza, dejan hacer a los enemigos de Cristo. Tambin se le parecen los que no hacen sino criticaracerbamente a los que se esfuerzan por trabajar, porque contribuyen a que Cristo quede a merced delos soldados que lo persiguen.Como se ve, Gonzlez Flores traz un perfecto cuadro de la situacin anmica de numerososcatlicos, enteramente pasivos ante los trgicos acontecimientos que se iban desarrollando en laPatria mexicana. Fustig tambin el grave peligro del individualismo.Los catlicos de Mxico seala han vivido aislados, sin solidaridad, sin cohesin firme yestable. Ello alienta al enemigo al punto de que hasta el ms infeliz polica se cree autorizado paraabofetear a un catlico, sabiendo que los dems se encogern de hombros. Ms an, no son pocoslos catlicos que se atreven a llamar imprudente al que sabe afirmar sus derechos en presencia de

    sus perseguidores. Es necesario que esta situacin de aislamiento, de alejamiento, de dispersinnacional, termine de una vez por todas, y que a la mayor brevedad se piense ya de una manera seria

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    en que seamos todos los catlicos de nuestra Patria no un montn de partculas sin unin, sino uncuerpo inmenso que tenga un solo programa, una sola cabeza, un solo pensamiento, una sola

    bandera de organizacin para hacerles frente a los perseguidores.2. El forjador de caracteresHemos dicho que desde nio Anacleto fue apodado el maestro, por su nativa aptitud didctica.Este bautizo, que naci de manera espontnea, se troc despus en carioso homenaje y hoy esun ttulo glorioso. Maestro, sobre todo, en cuanto que fue un autntico formador de almas.Consciente del estancamiento del catolicismo y de la pusilanimidad de la mayora, o, como lmismo dijo, del espritu de cobarda de muchos catlicos y del amor ardiente que sienten por sus

    propias comodidades y por su Catolicismo de reposo, de pereza, de apata, de inercia y deinaccin, se aboc a la formacin de catlicos militantes, que hiciesen suyo el ideal de combate,convencidos de que su misin es batirse hoy, batirse maana, batirse siempre bajo el estandarte dela verdad.A su juicio, el espritu de los catlicos, si queran ser de veras militantes, deba forjarse en dosniveles, el de la inteligencia y el de la voluntad. En el nivel de la inteligencia, ante todo, ya que las

    batallas que tenemos que reir son batallas de ideas, batallas de palabras.

    Los medios modernos de comunicacin escribe aunque sirven generalmente para el mal, podrnayudarnos, si a ellos recurrimos, para que nuestras ideas se abran paso con mayor celeridad, enorden a ir creando una cultura catlica. No podemos seguir luchando a pedradas mientras nuestrosenemigos nos combaten con ametralladoras.En esta obra de propagacin de la verdad todos pueden hacer algo: los ms rudos e ignorantes,dedicarse a estudiar; los ms cultos, ensear a los dems; los que no son capaces de escribir nihablar, al menos pueden difundir un buen peridico; los que tienen destreza en hablar y escribir,

    podrn adoctrinar a los dems. No nos preguntemos ya cunto hemos llorado, sino qu hemoshecho o qu hacemos para afianzar y robustecer las inteligencias. A unos habr que pedirlessolamente ayuda econmica; a otros su pluma y su palabra; a otros que no compren ms los

    peridicos laicistas; a otros que vendan los peridicos catlicos.

    Ya llegar el momento en que, despus de un trabajo fuerte, profundo de formacin de conciencia,todos los espritus estn prontos a dar ms de lo que ahora dan y entonces los menos dispuestos asacrificarse querrn aumentar su contingente energa. Y de este modo habremos logrado que todosse aproximen al instante en que tengamos suficientes mrtires que baen con su sangre la libertadde las conciencias y de las almas en nuestro pas.Anacleto no se qued en buenas intenciones. Se propuso constituir un grupo de personas deseosasde formarse, no limitado, por cierto, a los de inteligencia privilegiada sino abierto a todos cuantosdeseasen adquirir una cultura lo ms completa posible. Para l dicha labor era superior a todas lasdems. La influencia de ese grupo resultara incontrastable, porque se hallara en posesin de los

    poderes ms formidables, cuales son la idea y la palabra.Para este propsito, Anacleto se dirigi principalmente a la juventud, a la que por once aos

    consagr lo mejor de sus energas. La amplia y arbolada plaza contigua al Santuario de Guadalupe,en Guadalajara, fue su primer local, el lugar predilecto de sus tertulias. Su verbo era fascinante. Noscuenta el Padre H. Navarrete que siendo l estudiante secundario, se encontr un da con Anacleto,a la sazn profesor de Historia Patria, reunido con un grupo en la plaza del Carmen.Sois estudiantes les dijo. Tras de largas peregrinaciones por aulas e Institutos, llegaris aconquistar vuestra inmediata ambicin: un ttulo profesional. Y bien, qu habris obtenido? Una

    posicin; es decir, pan, casa, vestido. Es esto todo para el hombre? Me diris que de paso llenisuna misin nobilsima cultivando la ciencia.Puede ser esa la misin de un ser como elhombre?No es la principal labor del hombre el cultivo

    del cuerpo, ni el de la inteligencia. Ha de ser elcultivo de las facultades ms altas del espritu.

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    La de amar; pero amar lo inmortal, lo nico digno de ser amado sin medida: amar a Dios. Sernpor ventura ustedes de los que se creen que se llena esa infinita ambicin con esas prcticasordinarias del cristiano apergaminado que asiste a misa los domingos? No. Eso no es ser cristiano.Eso es irse paganizando; es un abandonar plcidamente la vida cristiana, pasando a la vera delsagrado con antifaz carnavalesco, sonriendo al mundo y al vicio, mientras en la penumbra vaga delrincn de una iglesia, precipitadamente, en breves minutos con dolor robados a la semana, sesantigua la pintada faz del comediante...Amar a Dios, para un joven, debe significar entusiasmos sin medida, ardores apasionados de santo,sueos de herosmo y arrojos de leyenda. La vida es una milicia. Dice Navarrete que sas y otrasideas fueron brotando en medio de un dilogo vivaz, apasionante. A m no me caba duda. Aquelhombre alcanzaba los perfiles de los grandes lderes. La claridad brillante de sus ideas unida a lafrrea voluntad de un ardoroso corazn, lo delineaban como un egregio conductor de masas. Habaah madera para un santo, alma para un mrtir.Anacleto atrajo en torno a s a lo mejor de la juventud de Guadalajara. A pocas manzanas delSantuario de Guadalupe de dicha ciudad, a que acabamos de referirnos, una seora ofrecihospedaje y alimentacin tanto a l como a varios compaeros que estudiaban en la Universidad.

    All convocaron a numerosos jvenes para cursos de formacin. En cierta ocasin estabanestudiando los avatares de la Revolucin francesa, sus vctimas, sus verdugos, la Gironda, elJacobinismo, etc., y como la que cuidaba la casa se llamaba Gernima, y los vecinos la llamabandoa Gero o Giro, le pusieron a la sede el nombre de La Gironda y a sus ocupantes losGirondinos. Dicha casa tena slo tres habitaciones. Pero all se fueron arrimando un buen grupode jvenes, unos cincuenta muchachos, atrados por Cleto y sus compaeros de vida juglaresca.Lejos de todo estiramiento doctoral, la alegra juvenil del Maistro se volva contagiosa,mientras trataba temas de cultura, de formacin espiritual, de historia patria, trascendiendo a toda laciudad, pero ms directamente a la barriada del Santuario, donde estaba la Gironda. Refirindose aaquellos convivios dice Gmez Robledo que las ideas fulguraban en la conversacin vivaz y elgoce intelectual tena rango supremo.

    Anacleto estaba convencido de la importancia de su labor intelectual en una poca de tantaconfusin doctrinal. Era preciso formar lo que l llamaba la aristocracia del talento. Para ellonada mejor que poner a aquellos jvenes en contacto con los pensadores de relieve, los grandesliteratos, los historiadores veraces.Era sta su obra predilecta, su centro de operaciones y el albergue de sus amistades ms entraablesy de sus colaboradores ms decididos. A esos muchachos los consideraba como una ampliacin desu familia. En el oratorio de aquella casa contrajo matrimonio, y su primer hijo pas a ser un

    puntual concurrente a las reuniones dominicales.Anacleto era el maestro por antonomasia entre nosotros testimonia Navarrete. Estaba siempre a

    punto para dar un consejo, esclarecer una idea o forjar un plan, ya de estudio, ya de accin. Elespritu infundido por l hizo de nuestro grupo local una verdadera fragua de luchadores cristianos...

    Nos ense a orar, a estudiar, a luchar en la vida prctica y tambin a divertirnos. Porque l sabahacer todo eso. Lo mismo se le encontraba jugando una partida de billar, que de damas, taendo laguitarra o sosteniendo animados corrillos, con su inacabable repertorio de ancdotas. As fuimosaprendiendo poco a poco que la vida del hombre sobre la tierra es una lucha, que es guerraencarnizada y que los que mejor la viven son los ms aguerridos, los que se vencen a s mismos yluego se lanzan contra el ejrcito del mal para vencer cuando mueren, y dejan a sus hijos la herenciainestimable de un ejemplo heroico.Cuentan los que lo trataron que tena un modo muy suyo de ensear la verdad y corregir el error.Jams contradeca una opinin sin ser requerido, pero entonces era contundente. Para corregir losvicios de conducta, nunca llamaba la atencin del culpable en forma directa; cuando crea llegada laoportunidad, se refera a un personaje imaginario, de ficcin, afeado por los defectos que trataba de

    enmendar, presentndolo como insensato, como vctima de sus propios actos. Nunca le fall estemtodo de correccin. En cuanto a su modo de ser y de tratar, nos formaramos de l una

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    representacin incompleta si creyramos que nunca abandon la rigidez del gesto pico. Segn noslo acaba de describir Navarrete, era una persona de temperamento ocurrente, afectuoso y jovial. Sucasa de la Gironda se hizo legendaria como centro de sana y bulliciosa alegra, de vida cristiana y

    bohemia a la vez.Cre Anacleto varios crculos de estudio: el grupo Len XIII, de sociologa; el Agustn de laRosa, de apologtica; el Aguilar y Marocho, de periodismo; el Mallinckrodt, de educacin; elBalmes, de literatura; el Donoso Corts, de filosofa... Por eso, cuando se fund en Mxico laACJM, el material ya estaba dispuesto en Guadalajara. Bast reunir en una sola organizacin losdistintos crculos existentes, unos ocho o diez, perfectamente organizados. Especial valor le atribuaal crculo de Oratoria y Periodismo, ya que, a su juicio, el puro acopio de conocimientos, si no ibaunido a la capacidad de difundirlos de manera adecuada, se clausuraba en s mismo y perdaeficacia social. De la Gironda salieron numerosos difusores de la palabra, oral o escrita.Destaquemos la importancia que Anacleto le dio al aspecto esttico en la formacin de los jvenes.

    No en vano la belleza es el esplendor de la verdad. El bello arte dej escrito es un poder aadidoa otro poder, es una fuerza aadida a otra fuerza, es el poder y la fuerza de la verdad unidos al podery la fuerza de la belleza; es, por ltimo, la verdad cristalizada en el prisma polcromo y encantador

    de la belleza. Y as exhortaba a los suyos que pusiesen al servicio de Dios y de la Patria no slo eltalento sino tambin la belleza para edificar la civilizacin cristiana. Slo de ese modo la verdad sevolvera irradiacin de energa.Antes de seguir adelante, quisiramos dedicar algunas palabras a uno de los compaeros deAnacleto, quizs el ms entraable de todos, Miguel Gmez Loza. Naci en Paredones (ElRefugio), un pueblo de los Altos de Jalisco, en 1888, de una familia campesina. A los 20 aos, setraslad a Guadalajara donde estudi Leyes. All conoci a Anacleto, convirtindose en sulugarteniente y camarada inseparable. Era un joven rubio, de ojos azules, que irradiaba generosidad,de no muy vasta cultura pero de enorme arrojo y contagiosa simpata. Se lo apod el Chinaco.Los mexicanos llaman chinacos a los del tiempo de la Guerra de la Reforma, hombres engaados,

    por cierto, pero llenos de decisin y coraje. A Miguel se lo quiso calificar por esto ltimo, es decir,

    por su entereza y energa, si bien las emple con signo contrario al de aqullos.Una ancdota de su vida nos lo pinta de cuerpo entero. El 1 de mayo de 1921, con la anuencia delas autoridades civiles, los comunistas vernculos se atrevieron a izar en la misma catedral deGuadalajara el pabelln rojinegro. A doscientos metros de dicho templo, frente a los jardines que seencuentran en su parte posterior, estaba una de las sedes de la ACJM, donde en esos momentos seencontraban unos cuarenta muchachos. Conocedores del hecho, varios de ellos pensaron que era

    preciso hacer algo y por fin resolvieron dirigirse a la Catedral para reparar el ultraje. Pero al llegarvieron una multitud, y en medio de ella al Chinaco, con la cara ensangrentada. Es que mientras losdems discurran sobre lo que convena hacer, l ya se haba adelantado, y subiendo hasta elcampanario, haba roto el trapo y lo haba lanzado al aire, con ademn de triunfo. Acciones comosta, de un valor temerario, cuando estaba en juego la gloria de Dios o el honor de la Patria, le

    valieron 59 ingresos en las crceles del gobierno perseguidor. A lo largo de su corta existencia, viviel peligro en una sucesin constante de hechos atrevidos, deseados y buscados a propsito. Los

    jvenes lo admiraban. Era, as lo decan, el azote de los profanadores del templo, refractario a lasclaudicaciones, el hombre masculino por excelencia.La persistencia en la persecucin religiosa lo impuls a unirse con los heroicos cristeros que estabanen los campos de batalla, donde en razn de sus mltiples cualidades fue elegido Gobernador Civilde la zona liberada de Jalisco. Cuenta Navarrete que en cierta ocasin lo vio rodeado de unos 300soldados con sus jefes, todos de rodillas, desgranando el rosario. A su trmino, Gmez Loza rezesta oracin cristera: Jess Misericordioso! Mis pecados son ms que las gotas de sangre quederramaste por m. No merezco pertenecer al ejrcito que defiende los derechos de tu Iglesia y quelucha por Ti... Concdeme que mi ltimo grito en la tierra y mi primer cntico en el cielo, sea: Viva

    Cristo Rey!El 21 de marzo de 1928 se diriga con su asistente hacia el pueblo de Guadalupe, sede nominal del

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    Gobierno Provincial, cuando fue sorprendido por sus enemigos en un lugar llamado El Lindero.Lo ataron a un caballo, y lo arrastraron largo trecho. Luego uno de los soldados lo remat con su

    pistola.Hace pocos aos, tuve el gusto de conocer en Guadalajara a dos de sus hijas, ya ancianas. Una deellas me cont que cuando su padre se fue al monte, ella era pequea. Cierto da, en la misma casadonde estaba conversando conmigo, un vecino toc el timbre y le dijo que en la avenida contigua seencontraba tirado el cadver de un hombre que pareca ser su padre. Ella fue. Efectivamente: era l.

    No me pareci posible evocar la figura de Gonzlez Flores sin recordar la de Gmez Loza. Juntosse formaron, juntos lucharon, juntos sufrieron la persecucin. Anacleto era el fuego que todo loabrasaba, Miguel el difusor eficaz de las ideas del amigo; si aqul era la luz, l fue la antorcha quela refleja; si Anacleto era la voz, l fue su eco; si Anacleto era la idea que gobierna, l fue la accinque ejecuta. El Maistro y el Chinaco. El verbo de Anacleto y la accin de Miguel. Ambos tenandevocin por la Guadalupana y comulgaban diariamente en su Santuario de Guadalajara. Laamistad espiritual que los una se vio as sellada por la piedad eucarstica y mariana. Los dos fueroncondecorados por el papa Po XI el mismo da, a iniciativa del gran obispo de Guadalajara,Francisco Orozco y Jimnez, con la cruz Pro Ecclesia et Pontifice, en premio a su accin comn

    en defensa del catolicismo. Junto al obispo recin nombrado, forman un soberbia triloga. Anacletoy Miguel sufriran ambos el martirio, y hoy sus restos se encuentran, tambin juntos, en el Santuariode Guadalupe, tan frecuentado por ellos. Ante la losa que los custodia tuve el privilegio de orar convergenza y emocin durante largo rato.Volvamos a nuestro Anacleto. Hemos dicho que no slo se dedic a formar las inteligencias, aquellaaristocracia del talento, de que le agradaba hablar, sino tambin a robustecer las voluntades de losque lo seguan. No soy ms que un herrero forjador de voluntades, le gustaba repetir. Estehombre que al decir de Gmez Robledo era una afirmacin hirviente, tumultuosa, de sangre yhoguera, recomendaba siempre de nuevo: Hay que criar coraza. No se engaaba, la Patrianecesitaba caracteres recios. Por eso se dedic a avivar los rescoldos del herosmo: PatriaMexicana, no todos tus hijos se han afeminado, no todos se han hundido en el cieno; todava hay

    hombres, todava hay hroes.Pero don Cleto no se engaaba. Nadie puede llegar a ser un hombre de imperio, si primero no se hadominado a s mismo. Por eso les peda a los suyos que se volviesen abanderados de su propia

    personalidad y caudillos de su mismo ser.Porque dentro de cada uno de ustedes les deca hay un forjador en ciernes. Para forjarse a smismo no basta la cabeza bien formada, la inteligencia bien empleada. No bastan los filsofos y losmaestros, por buenos que sean. La pura formacin intelectual no alcanza. Era preciso agregar elencarnizamiento de las propias manos, de las propias herramientas, del propio corazn..., en casocontrario, todo quedar comenzado.Si se quiere hacer realidad la elevada y recia escultura viviente que Dios so para cada uno denosotros, habr que despertar al Fidias que duerme en nuestro interior. Si, por el contrario, se

    prefiere seguir siendo un mero boceto informe, un trazo borroso sin consistencia, una personalidadenclenque, habr que cruzarse de brazos, permanecer en espera del forjador que nunca llegar, delobrero que debe salir de nosotros mismos y que nunca saldr porque no hemos querido ni sospecharsiquiera nuestra personalidad.Anacleto quera que los suyos tuviesen temple de hroes, que no cediesen jams a transacciones ycomponendas, ya que tarde o temprano stas lo llevaran a la ms ignominiosa de lascapitulaciones. Para ello, deca, nada mejor que frecuentar a personalidades vigorosas, al tiempoque no dejarse intimidar por falsas prudencias.Cuando habla de esto, su verbo se enardece: Habis invertido el mandamiento supremo, porque

    para vosotros, hay que amar a Dios bajo todas las cosas! Por evitar mayores males os despedazarn,y cada trocito de vuestro cuerpo gritar todava dando tumbos: prudencia, prudencia! No temis a

    los que matan el cuerpo, sino el alma. Una sola noche de insomnio en un calabozo vale mucho msque aos de fciles virtudes.

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    Para formarse en la escuela del herosmo recomendaba Anacleto escoger cuidadosamente a losamigos, descartando los de espritu cobarde o los que de una u otra forma haban claudicado. Elcontagio de los amigos, sea para el mal o para el bien, resulta determinante.El da en que se logre encontrar un alto y firme valor de rectitud, de ideal y de carcter, habr quesellar con l un pacto de alianza permanente y unir lo ms estrechamente posible nuestra suerte,nuestro pensamiento y nuestra voluntad con ese nuevo complemento de nuestra personalidad,

    porque ser para nosotros un manantial fecundo de aliento y vitalidad.En medio de la borrasca poltica y religiosa, Anacleto soaba con alzar un muro de concienciasfuertes, de voluntades recias, de caracteres que sepan derrotar a la violencia bruta, no con el filo dela espada, sino con el peso irresistible y avasallador de una conciencia que rehye las capitulacionesy espera a pie firme todas las pruebas.Y a la verdad que dio ejemplo de ello, convencido de que el carcter es la base primordial de la

    personalidad. Como dice un compaero suyo, se haba forjado una voluntad tenaz e inconmovible,exenta de volubilidad y extraa al desaliento, superior e indiferente a los obstculos y a la magnitudde los sacrificios requeridos. La cultiv directa y deliberadamente, imponindose una disciplinarigurosa en lo cotidiano y pequeo para contar consigo mismo en los grandes esfuerzos y en las

    contingencias imprevistas. Elaborado un propsito, no descansaba hasta verlo realizado. Lacontinuidad fue la caracterstica de su accin en todos los rdenes. Fecundo en iniciativas, noabandonaba jams la tarea comenzada, sino que la prosegua hasta el fin.Otro de sus amigos nos dice: No recordamos en el Maistro el menor desfallecimiento ni la menordesviacin. Era una consumada realizacin de sus ideas y proyectos. En esta alianza indisoluble dela fe y la vida, de la doctrina que pregonaba y la conducta que segua, reside la principal razn de suinfluencia sobre los dems. Personalidad rotunda, elevada, avasalladora. l mismo deca, citando aGoethe, que la capacidad del conductor depende de su personalidad. Si posee una personalidadhecha, martillada sobre yunques slidos, si tiene una musculatura interior que no se cansa ni seabate, no le es necesario ni hablar, ni escribir, ni obrar; basta que se sienta la presencia de su

    personalidad, para que arrastre a los que lo rodean con la fuerza irresistible de la fascinacin.

    Miles de alumnos lo seguamos para escucharlo confirma uno de sus admiradores porquehablaba con autoridad, y sus palabras fluan como un torrente, proclamando el derecho y la verdad.Jams retrocedi ante las hogueras, ante las cruces, ante todo el aparato de ferocidad con que enesos tiempos se nos amenazaba, ni lo tent la codicia cuando con dineros y halagos intentaronseducirlo.

    Ni el calabozo, que conoci repetidas veces, logr doblegarlo. A una seora que le expresaba suafliccin porque en cierta ocasin haba sido detenido y llevado a la crcel, Anacleto le deca:Somos varios los jvenes que estamos presos, pero vivimos muy contentos en la crcel. Tenemosya establecido un catecismo para los dems prisioneros; rezamos todas las noches el rosario encomn, y en el da... ya usted lo sabe, trabajamos, acarreamos la lea para la cocina, llevamos la

    basura... Total, unas vacaciones pasadas por el amor de Dios. Pero no hay que dudar, este es el

    camino por donde los pueblos hacen las grandes conquistas.No en vano haba escrito: En las pginas de historia del Cristianismo siempre se va a la crcel unda antes de la victoria. Cumpla a la letra aquello que atribua a los grandes conductores:acometividad para abrirse paso y llegar; persistencia en quedarse, a pesar de todas las vicisitudes; yfuerte e incansable inquietud por dejar una sucesin. En este trabajo de formacin de dirigentes veala necesidad de proponer paradigmas, espejos donde mirarse. Por ejemplo el gran obispo Manrquezy Zrate, de quien deca:Tiene en medio de nosotros un alto y fuerte significado. Es l, en la medida en que lo puede ser unhombre, la expresin ms alta de la soberana de la verdad y la recia arquitectura del orden moralforjado en las fraguas nicas de la doctrina catlica... El hombre moral ha aparecido con toda lafisonoma radiante y el gesto contagioso, invenciblemente contagioso, del Maestro.

    Segn lo sealaba ms arriba uno de sus discpulos, a Anacleto nunca le faltaron ocasiones, en elMxico oficial corrompido de aquel tiempo, de lograr una posicin econmica ms que regular.

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    Estim como grave injuria la proposicin que le hicieron algunos agentes de las logias, para queingresase en la Masonera, que deseaba contar entre los hermanos a un dirigente de sus talentos yarrastre. Los opositores de Anacleto tenan tambin amigos en el alto Clero. Abogados influyentesiban por la maana al Obispado y por la tarde visitaban al Gobernador, proponiendo un cambio detctica: en vez del enfrentamiento, la componenda. No lo conocan a este hombre, que estaba a milleguas de todas las transacciones y los enjuagues, por disimulados que fuesen, el mismo que deca:El gesto del mrtir ha sido en todos los tiempos el nico que ha sabido, que ha podido triunfar detodos los tiranos, llmense emperadores, reyes, gobernantes o presidentes.As fue Anacleto, el gran caudillo del catolicismo mexicano. Sus actividades pronto se tradujeron enuna intensificacin de la presencia de los catlicos, principalmente en el Estado de Jalisco. Seabandonaba ya, en todos los ambientes, la apata y dejadez que durante tanto tiempo haban reinado.Era evidente que se estaban gestando los hombres del futuro poltico, cultural y religioso deMxico.3. Hacia un catolicismo pletrico de juventudCon cierta preferencia, como dijimos, Anacleto se diriga sobre todo a la juventud. Justamente

    porque pensaba que en su Mxico tan amado estaba declinando la esperanza, y por consiguiente la

    juventud languideca. Los horizontes eran cada vez ms pequeos, la mediocridad se encontraba ala orden del da; lo nico que interesaba era lo microscpico, mientras las alturas parecan causarvrtigo. Muchos jvenes, replegados sobre s mismos, sufran el impacto de este ambiente,limitando sus anhelos a la satisfaccin de las pasiones y a los deleites materiales.Gonzlez Flores quiso arrancar a la juventud de su letargo, de manera semejante a lo que en sutiempo intent Scrates, hermano suyo en el espritu.Su instinto de moldeador de porvenir escribe Anacleto hablando del pensador griego le habahecho prendarse por encima de todas las bellezas de Grecia, de la juventud. Viva embriagado conel aliento virgen, fresco como de odre perfumado. Con las manos hundidas en el barro humedecidode las almas, y los ojos en espera hacia la dinasta remota del nuevo da. As lo sorprendi lamuerte. Muri embriagado de juventud y rodeado de juventud. Un pensador que lo quiso arriesgar y

    perder todo por la juventud.Seala Gmez Robledo que nadie adivin mejor que Anacleto la causa de esa actitud, la razn deese enamoramiento. Lo adivin porque l mismo llevaba en s dichas razones. Fue una intuicinsoberana la que le hizo entrever que el amor a la juventud no es sino el amor a la vida en su instantems bello: cuando es peligrosa y se juega por un ideal.En vez de un catolicismo integrado por hombres decrpitos de espritu, Gonzlez Flores soaba conun catolicismo militante, juvenil, dispuesto a vivir peligrosamente.Hemos perdido el sentido ms profundo, ms caracterstico de la juventud: la pasin del riesgo, la

    pasin del peligro. Medimos todos nuestros pasos, contamos todas nuestras palabras,recomponemos nuestros gestos y nuestras actividades de manera de no padecer ni la ms ligeralastimadura y de quedar en postura bellamente estudiada, no para morir, como los gladiadores

    romanos, sino para una sola cosa: para vivir, para vivir a todo trance. Y as agrega son muchoslos que no se atreven a mover ni un dedo, por temor a despertar las iras del enemigo. Se ha formadouna generacin de viejos, que slo saben calcular, contar, comprar y vender, con la fiebrecaracterstica de la vejez, que es la avaricia.Todos recomiendan prudencia, y para ellos prudencia significa pensarlo todo, medirlo todo,calcularlo todo para salvar la tranquilidad y esquivar hbilmente todos los riesgos. Recomiendanquietud y medida en los movimientos, al tiempo que condenan a los exagerados, como llaman alos que se juegan por la verdad.Y esta es nuestra suprema enfermedad. Todas las dems parten de ella... Hemos logrado conservarnuestra vida; todava la tenemos, todava nos pertenecer, pero enmohecida, como espada quenunca ha salido de la vaina, como rbol que no ha tenido ni agua ni sol. Se nos ofreci la vida en

    cambio de nuestro sosiego y de nuestro silencio y de nuestra quietud, y slo se nos ha podido darvejez arrugada y marchita.

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    Ser preciso que la vida de los catlicos se rejuvenezca, sabiendo que el precio de la victoria ha sidosiempre el sacrificio y la lucha. Mientras los catlicos no nos decidamos a combatir, la victoria novendr. Nosotros hemos querido obtener la victoria al precio de nuestra cobarda y de nuestrainercia. Pero ello no ha sucedido. Tenemos que comprarla. Y su precio es el dolor, o al menos lafatiga y el esfuerzo. Habr que elevar el corazn, al conjuro de una sola frmula: vivir por encimade uno mismo. Esta frmula dicha hoy, maana, todos los das al sentir el roce clido de las alasnuevas de la juventud la echar toda entera con todos sus bagajes de roja y ardiente generosidadhacia todas las vanguardias.Recuerda Gonzlez Flores cmo cuando Platn quiso cuajar en el Fedn el recuerdo de su maestro,

    puso en los labios del mrtir estas palabras: El riesgo es bello y debemos embriagarnos con l.Lo que as comenta Anacleto: El riesgo fue la ms ferviente pasin de Scrates; haba apurado encada paso el cliz del riesgo, y tuvo razn para prendarse de la juventud, porque ante ella seencontr cara a cara con la belleza insuperable del riesgo, al paso de las almas vidas de altura. Deesta manera vivi Scrates, embriagado de riesgo, apurando el cliz del riesgo a cada paso, yentregando su cabeza al golpe ltimo en plena embriaguez de riesgo: el riesgo supremo de perder lavida. Tal fue el maestro ms elevado que tuvo la juventud de Atenas.

    Comentando las palabras de Anacleto afirma Gmez Robledo que ellas son definitorias para lainterpretacin esttica de su magisterio. Am a la juventud con el mismo arrebato psquico con queel artista intuye su creacin. Y es propio de los grandes artistas unir la intuicin a la aventura,

    jugarse la existencia por la belleza.Vincular, como en Scrates y Gonzlez Flores, el artista, el maestro y el mrtir, es leccin eternade fortaleza. Sus muertes no fueron sino las nupcias sangrientas del artista con la belleza delriesgo.Insiste Anacleto en que el cristianismo est inescindiblemente unido con la juventud de espritu. SiTertuliano dijo que el alma humana es naturalmente cristiana, se puede decir igualmente que la

    juventud, por lo que tiene de permanente osada, es naturalmente cristiana. Ms an, la juventud secompleta, se robustece y se asegura contra su debilitamiento o su extincin, ponindose bajo el

    aliento perpetuamente juvenil de Cristo. Porque el cristianismo es la doctrina del riesgo, o mejor,la que nos permite cruzar victoriosamente a travs de todos los riesgos.Incorporada la juventud de cada hombre en la juventud eterna de Cristo, se sumar una osada aotra osada; y sumadas esas dos grandes audacias, se formar el nudo que abarcar todos losdestinos.Ser preciso desposar la propia juventud, que es la audacia de un da, con la juventud de Cristo, quees la audacia de lo eterno. Los jvenes debern juntar sus dos manos, todava mojadas en el odre dela vida, con las dos manos de Cristo, mojadas todava en la sangre de su audacia. He ah lo queafirmaba Lacordaire: La juventud es irresistiblemente bella, con la belleza del riesgo, es decir, conla belleza de la osada, y tambin: La juventud es sagrada a causa de sus peligros. Habr quearrojarse en el mar del peligro, en la corriente de los riesgos, con la cancin en los labios, con un

    gesto de desdn en la boca y con plena confianza en el logro final. Esto es lo que necesita elcatolicismo mexicano: una transfusin de juventud.Es de ella de donde deben salir los valores que acabarn con nuestro empobrecimiento y connuestra mediocridad y que saltarn por encima de todas las murallas para quebrar medianas, para

    pisar nulidades y para empinar a Dios, majestuoso y radiante, sobre los tejados y sobre los hombrosde patrias y de multitudes. Nada de valores a medias; nada de valores incompletos; nada de valoresque se aferran a su aislamiento, que titubean, que se ponen en fuga frente a la Historia y que sesatisfacen con un milmetro de tierra.Slo harn la gran revolucin, la revolucin de lo eterno, las banderas tremoladas por la juventudque todava le reza y le canta al joven carpintero que a los 33 aos comenz la nica verdaderarevolucin, que es la revolucin de lo eterno, y que pasa por nuestras vidas como un huracn

    preado de herosmo.4. El enamorado del verbo

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    Destaquemos el valor que Anacleto le atribua a la palabra, sea oral o escrita. Como orador, fuefulgurante. Cual otro Esquilo, llen de almenas las alturas del lenguaje, con el fin de suscitar unaestirpe de hroes, al estilo de Godofredo de Bouillon, Guillermo Tell y el Cid, sus arquetiposfavoritos, que se pusiesen al servicio de la Patria y de la Religin conculcadas.En un artculo titulado Sin palabras afirma que una falsa e infundada apreciacin del significadoque tiene la palabra, ha hecho que en estos ltimos tiempos se la arroje el margen de la vida, ocuando menos, se la coloque en un lugar muy secundario. Poco se confa en la palabra, como si lonico importante fuese la accin. Los obreros que elevan edificios con palabras y no con ladrillos,son vistos con desdn, pensndose que una accin vale un milln de palabras. Ms bien debieradecirse que una accin es una palabra reciamente moldeada en el crisol encendido de la carne y del

    pensamiento. Ello no es todo. Detrs de cualquier gran accin est la palabra, como germen, comoimpulso, como estimulante. Tres palabras se encuentran una pgina antes de la destruccin deCartago, las de Catn: Delenda est Cartago. Frente a la Revolucin hemos carecido de las

    palabras adecuadas. Necesitamos empezar la obra de la reconquista. Solamente se comienza conpalabras. No hay fuerza que pueda oponerse a la palabra cuando se la pone al servicio de la idea,abrindose paso entre los que la objetan.

    Anacleto privilegi la palabra oral, dando numerosas conferencias en los ms diversos lugares delpas, pero principalmente en Guadalajara. Famoso fue un discurso que pronunci en el atrio colonialdel Santuario de Nuestra Seora de Zapopan, cercano a aquella ciudad, trepado en una pilastra delenrejado, frente a una multitud que colmaba el recinto de la plaza y los jardines adyacentes.En 1918, la ACJM de la ciudad de Mxico lo invit a dar una conferencia en la capital. Cuandolleg a la estacin, los que lo esperaban, que no lo conocan, quedaron poco impresionados por eltipo desgarbado de Anacleto, sus ojos hundidos y soadores. Horas despus subi al escenario consu atuendo sencillo, ante un auditorio donde predominaban los jvenes.Cuenta uno de ellos que los primeros diez minutos provocaron un gran desconcierto. sta es lamaravilla que nos manda Jalisco?, se preguntaban por lo bajo. Sin embargo, el tono del discurso,montono al principio, fue creciendo en vehemencia. Su pensamiento se lanz a las cumbres. Tras

    una hora, que pas fugazmente, la sala estall en aplausos. Vibraban nuestras almas al unsono conla suya, dijo uno de los oyentes.Su elocuencia no fue innata sino fruto de una larga preparacin. l mismo deca que Demstenes,desde el da en que sinti despertar su vocacin, padeci largos insomnios de aprendizaje y nodescans hasta conseguir que su palabra se volviese capaz de ganar las batallas de la oratoria.Anacleto comprenda perfectamente la necesidad de usar bien de la palabra para el combate de lasideas, ya que en torno a ella se trababan las grandes batallas culturales. Haba que evitar el gastarlas

    para discusiones banales reservndola para los temas trascendentes, en orden a rebatir las doctrinaserrneas que pretendan conquistar la supremaca sobre las inteligencias. Es all donde haba deresonar la palabra convincente.El genio escribi en uno de sus peridicos debe interrogar todas las lejanas hasta que su

    palabra, como luminar esplendoroso encendido sobre la llanura, alumbre todos los senderos, demodo que los que la oigan pierdan su cobarda y se lancen por la ruta que le trazan las palabras.Aconsejaba insistentemente, practicndolo l mismo, una preparacin concienzuda de los temas portratar. Pero a la hora de pronunciar el discurso, le bastaba con determinar las lneas maestras, lasideas principales, dejando la expresin concreta a la inspiracin del momento.Cansados estamos ya del arraigado y envejecido y ruinoso expediente de salir a la tribuna a leer enun pergamino o en la propia memoria, frases pulidas y martilladas con un siglo de anticipacin,

    joyas talladas en un taller distante y que han perdido la lumbre radiante que las transfigur, y el brotempestuoso que las dobl y abland, y la huella viva del hierro encendido, y la hoguera que llamesobre la frente del artfice. Puos de rescoldo, ceniza muda y entristecida que jams podr reavivaruna emocin fingida. Y esto es todo, menos elocuencia. Porque hoy ya nadie ignora que para que

    haya palabra totalmente elocuente es preciso que el canto resonante que dicen las rebeldas que seanudan, jadean y disputan la victoria, debe hallarse plenamente presente delante del auditorio

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    convulso, estremecido ante la batalla, aliado primero del hierro insurrecto, y despus, juntando elpeso inmenso de su corazn y de su espritu y de sus pasiones, del lado del brazo que golpea yarroja todo: lumbre, yunque, herramientas, clavos y espadas fundidas en el torrente de la accin.Segn se ve, conceba el discurso como un torneo entre el pblico y el orador, muy diversamente delo que sucede en el caso del escritor, que enva a lo lejos su mensaje. Al tratarse del orador, mslgicamente, ms exactamente que decir que es su palabra la que realiza el milagro de la accinsobre los dems, es preciso decir que es el orador mismo, porque l mismo es la palabra elocuente yes su propia palabra. Tal fue su ideal en esta materia: identificarse l mismo con su palabra.Su oratoria no estaba exenta de cierto barroquismo, pero en modo alguno era vaca, sin contenido.Repeta su mensaje de mil maneras, hasta el hartazgo, como para hacerlo llamear en todas susfacetas, apuntalndolo incansablemente con nuevos argumentos y citas, hasta dejar la forja jadeante.

    No gustaba de abstracciones deshumanizadas y generalizadoras. Prefera las imgenes individualesy concretas. Su pensamiento segua la curva parablica y no la recta silogstica. Era un artista de la

    palabra, entendiendo que mientras el silogismo pasa, agotndose en el momento en que realiza sulabor de conviccin, el smbolo no pasa, est preado de sugerencias, y por tanto se prolonga en susefectos, luego de terminado el discurso.

    Mas no slo fue orador, sino tambin, aunque secundariamente, escritor. En los pocos aos de suactuacin pblica, logr gestar varias revistas: La Palabra, La poca, La Lucha. Pero fue sobre todoen el peridico Gladium, que apareca todas las semanas, donde Anacleto revel mejor suidiosincrasia, mezclando la especulacin doctrinal con el cuento jocoso y la narracin familiar. Allsealaba los peligros del momento, la situacin trgica de la Iglesia frente a la Revolucin, as comolas medidas que haba que tomar. La revista tuvo amplia repercusin. Hacia fines de 1925alcanzara la tirada de 100.000 ejemplares. Miguel Gmez Loza estaba a cargo de la tesorera.Es preciso leer, les deca a sus jvenes, leer no slo revistas sino tambin y sobre todo libros. Ques un libro? Un polemista que tiene la paciencia de esperarnos hasta que abramos sus pginas paradilatar el imperio de un conquistador. Hunde su mano encendida en nuestras entraas. Porque todol fue hecho en los hervores de la fiebre, bajo el largo insomnio, bajo el ansia nunca extinguida de

    quedar, de prolongarse, de no morir. La obsesin de cada escritor es reproducirse en muchas vidas,renacer todos los das, baarse en sangre nueva, reaparecer en la larga hirviente que arroja todos losdas el inmenso respiradero del mundo, rehacerse con el aliento espiritual de las almas en marcha.Cada libro se presenta baado en la sangre todava caliente de nuevos e inesperadosalumbramientos.As como un viajero, escriba, cuando tiene que hacer un largo camino sucumbe si lleva sus alforjasvacas, as la juventud que no lee se queda sin provisiones. Para que mantenga el ideal, la gallarda,la generosidad, el arrojo y la audacia en pocas bravas, necesita de la ayuda de los libros. AlejandroMagno no hubiera llegado a ser Grande si no hubiese llevado consigo la Ilada, que tena siempre

    bajo su almohada; Aquiles, el hroe central de aquella epopeya, mantena enhiesta la llama delguerrero. El buen libro har que el joven lleve siempre vuelta la cara hacia el porvenir y logre

    clavar en las alturas la bandera de la victoria de su gallarda y de su atrevimiento.Anacleto fue un posedo del verbo, oral o escrito.IV. De la resistencia civil al combate armadoGonzlez Flores no limit su accin a individuos o a pequeos grupos, sino que la extendi aemprendimientos de alcance nacional. Particularmente se interes en el problema obrero, siendo elms decidido defensor de los trabajadores. Las injusticias del capitalismo liberal lo sublevaban.Conocedor avezado de la doctrina social de la Iglesia, abog por la organizacin corporativa deltrabajo, dentro de los principios cristianos, y su papel fue protagnico en la concrecin de unenrgico despertar de la conciencia social en Mxico. El Primer Congreso Nacional Obrero,celebrado el ao 1922 en Guadalajara, que congreg no menos de 1300 personas, con la asistenciade varios Obispos, tuvo en Anacleto a uno de sus principales gestores. Al fin qued organizada la

    Confederacin Catlica del Trabajo, que se extendi pronto por toda la Nacin. Desgraciadamenteeste proyecto promisorio sera aplastado por la Revolucin.

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    Ms all del problema obrero, Anacleto insista en la necesidad de organizar el conjunto de lasfuerzas catlicas, hasta entonces enclaustradas en grupsculos.Mientras nuestros enemigos afirmaba nos dan lecciones de organizacin, nosotros seguimosaferrados a la rutina y el aislamiento, aunque sabemos por experiencia que este camino sloconduce a la derrota. Continuamos confiando en nuestro nmero, satisfechos de que somos mayoraen el pas. Pero as seguiremos siendo una mayora impotente, vencida, sujeta al furor de nuestros

    perseguidores. De nada valdr el nmero si no nos organizamos. Organizados, constituiremos unafuerza irresistible. Y, entonces s, nuestro nmero se har sentir.1. La Unin Popular y la oposicin pacficaEntusiasmado con el procedimiento de los catlicos alemanes que con su resistencia pacfica contrala dura campaa de Bismarck, conocida con el nombre de Kulturkampf, haban logrado imponerseen los destinos de aquella nacin, crey que en el ambiente mexicano, tan distinto del alemn, se

    podran obtener los mismos resultados. Y as, inspirado en Windthorst, el gran adversario delCanciller del Reich, mont una organizacin a la que denomin Unin Popular. Haba all lugar

    para todos los catlicos. Cada uno deba ocupar un puesto, segn sus posibilidades, de modo que laaccin del conjunto se tornara irresistible.

    Propuso Anacleto tres cruzadas. La primera fue la de la propagacin de los buenos peridicos, juntocon la declaracin de guerra a los peridicos impos, que no se deberan recibir ni tolerar en elhogar. La segunda, la del catecismo, en orden a lograr que todos los padres de familia llevasen a sushijos a la iglesia para que recibieran all la enseanza religiosa; ms an, haba que tratar que seensease el catecismo en el mayor nmero de lugares posibles y se organizase la catequesis deadultos. La tercera, la cruzada del libro, que consista en limpiar de libros malos los hogares y

    procurar que en cada hogar hubiese al menos un libro serio de formacin religiosa. Escuela, prensay catecismo deca, sern las armas invencibles de la potente organizacin.Quiso Anacleto que la Unin Popular llegase a todas partes, la prensa, el taller, la fbrica, el hogar,la escuela, a todos los lugares donde hubiese individuos y grupos. Es la obra que generalizar elcombate por Dios, deca, ya que urge que el pensamiento catlico se generalice en forma de

    batalla y de defensa. Esta organizacin creci en gran forma, propagndose a los Estadoslimtrofes. Su rgano semanal, Gladium, al que ya hemos aludido, explicaba su propsito: hacer quetodos los catlicos del pas formasen un bloque de fuerzas disciplinadas, conscientes de suresponsabilidad individual y social, y en condiciones de movilizarse rpidamente y de un modoconstante, sea para resistir el movimiento demoledor de la Reforma, sea para poner en marcha lareconquista de las posiciones arrebatadas a los catlicos.Para el logro de tales objetivos, deban aunarse todos los esfuerzos, desde los econmicos hasta losintelectuales. Con engranaje sencillo y sin oficinas burocrticas, la Unin Popular controlaba a msde cien mil afiliados que se distribuan por todos los sectores sociales, tanto en la ciudad como en elcampo. Nadie deba quedar inactivo. Todos tenan una misin propia que cumplir para concretar el

    programa de accin delineado por el maistro Cleto y llevado a la prctica con certera eficacia por

    su colaborador ms estrecho, Miguel Gmez Loza.Cuando en el orden nacional apareci una nueva institucin, la Liga Defensora de la LibertadReligiosa, Anacleto no se sinti emulado. Ambas organizaciones trabajaban para los mismos fines.Durante algn tiempo mantuvo independiente a la Unin Popular. Era natural, ya que estemovimiento concentraba la mitad del poder con que se contaba en todo el pas para resistireficazmente las acometidas del Gobierno. As lo entendieron tambin los dirigentes de la Liga,adoptando incluso algunos de los mtodos de la Unin Popular. La ventaja era el carcter nacionalde la nueva organizacin, que permita formar cuadros en todo el pas, con jefes de manzana, desector, de parroquia, de ciudad, de provincia, etc. La idea era llegar con una sola voz, con una soladoctrina, con las mismas directivas a todo Mxico, en orden a vertebrar la multitud hasta entoncesinforme y atomizada. Al fin, la Unin Popular qued como sociedad auxiliar y confederada de la

    Liga. El mismo Anacleto fue designado jefe local de la Asociacin Nacional.La Liga consideraba como hroes paradigmticos a Iturbide, Alamn, Miramn y Meja, y

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    repudiaba por igual a los liberales, masones y protestantes, aquellos adversarios que haba sealadoAnacleto, tres cabezas de un solo enemigo que trataba de destruir a Mxico a travs delimperialismo norteamericano. El proyecto de la Liga, que empalmaba con el de la ACJM, erarestaurar todas las cosas en Cristo, fiel al lema comn: Por Dios y por la Patria. El programa,simple pero completo: piedad, estudio y accin. Su propagacin tuvo todas las peculiaridades deuna cruzada. Sobre esa base se fue educando una generacin de jvenes que aprendieron a detectary aborrecer al enemigo, exaltando el Mxico verdadero, el de la tradicin catlica e hispnica,asimiladora del indgena.Con el acceso a la presidencia de Elas Plutarco Calles, la persecucin arreci. El 2 de julio de 1926se hizo pblica la llamada Ley Calles, atentatoria de todas las libertades de la Iglesia. Deba entraren vigor el 31 de julio de dicho mes. Tres das despus de su publicacin, se dio a conocer una CartaColectiva del Episcopado Mexicano, en la que se haca saber que no era posible sujetarse a aquellaley, y por tanto, en seal de protesta, los cultos se suspenderan a partir de las 12 de la noche del 31de julio. Esta decisin irrit al tirano y fue motivo suficiente para declarar rebeldes a obispos ysacerdotes al punto que en todos los rincones del pas empezaron a caer asesinados o prisioneros.Ante esta agresin brutal, Anacleto, juntamente con los dems dirigentes catlicos, declar el boicot

    en todo el territorio nacional. Este mtodo se haba ensayado en Jalisco aos atrs, en 1918, a razde un decreto local, vejatorio para la Iglesia.No compre usted absolutamente nada superfluo. Lo necesario, cmprelo a un comerciantereconocidamente catlico, y que la mercanca sea producto de una fbrica cuyos propietarios yempleados sean catlicos. No compre nada a los enemigos.Siempre se caminaba de a pie, nada de paseos y diversiones; el servicio de luz qued reducido almnimo. En aquella ocasin el mtodo result, ya que el decreto infame tuvo que ser derogado.Ahora se retom dicho procedimiento. Al principio, los perseguidores se burlaban de este modo delucha. Calles lo llam ridculo Pero bien pronto comenzaron a sentir sus efectos: el comercio seresinti, muchos teatros y cines debieron cerrar sus puertas, mermndose as, por innumerablescanales, el dinero que aflua a las arcas del Gobierno. En Arandas, uno de los pueblos de Jalisco, se

    haba pedido que nadie comiera carne hasta nuevo aviso. Daba la casualidad de que el dueo de lacarnicera era el intendente. No hubo un solo cliente, fuera de los funcionarios. En Guadalajarafueron excluidos del consumo los cigarrillos el Buen Tono porque su gerente haba condecorado

    pblicamente a Calles en nombre de las Logias Masnicas Mexicanas, por su actuacin poltica enmateria de cultos.Una copla popular cantaba: Lanzarse al boicot / sin un alfiler / al grito de gloria y de triunfo / quedice Viva Cristo Rey! / Gritar con pasin, / volver a gritar / a cada descarga / con que intenten elgrito acallar.El boicot fue finalmente declarado criminal y sedicioso y con verdadera saa se persigui a susgestores. Pero los catlicos no retrocedieron.2. El paso a las armas

    Lleg el 31 de julio de 1926, que era el da sealado por el decreto presidencial para que entrara envigor la ley de cultos. Y era tambin la fecha que el Episcopado haba fijado para suspender el cultoen todos los templos del pas. La efervescencia fue enorme. A la medianoche del 31, los sacerdoteshicieron abandono de las iglesias, que quedaron al cuidado de los fieles. Comenzaron entonces lostumultos callejeros. En Guadalajara, un numeroso grupo de jvenes se congreg frente el Santuariode Guadalupe, gritando: Viva Cristo Rey, mueran los perseguidores de la Iglesia.Por aquel entonces nadie pensaba, ni por asomo, en recurrir a las armas. Ello era tan cierto que en elcaso particular de Jalisco la resistencia pasiva patrocinada por Anacleto fue interpretada por elGobierno como una actitud medrosa y cobarde, llamando a Jalisco el gallinero de la Repblica.El presidente Calles haba dicho con total claridad, en una entrevista concedida a un grupo decatlicos, que slo haba tres caminos para resolver el problema religioso: O se someten a las

    leyes, o acuden a las Cmaras, o toman las armas. Para todo estoy preparado. Someterse a lasleyes, segn l lo entenda, no era sino aceptar la destruccin de la Iglesia. Se intent as el segundo

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    camino, recurriendo a las Cmaras con un memorandum, firmado por dos millones de personas,donde se peda formalmente la revisin de la ley. Tambin ello fue intil; el documento y las firmasfueron a parar al cesto de los papeles. Se haban puesto ya todos los medios pacficos. No habrallegado la hora del combate armado? As lo pensaba el vehemente Armando Tllez Vargas:Nada tan frecuente como que los catlicos de figurn, los catlicos de fiestas de caridad, deantesala de Obispos y de primera fila de Pontificales, traten de contener los mpetus valerosos y

    justificados de la porcin que quiere luchar... Porque eso es lo que hacen los catlicos paladines dela prudencia y de la resignacin, negar la Verdad. Niegan la Verdad cuando aseguran que es precisala sumisin a la autoridad ilegtima y perseguidora de la Iglesia; cuando claman por la obediencia alas leyes tirnicas que tratan de sobreponerse a las leyes divinas; cuando invocan la mansedumbrecristiana para abstenerse de salir a la defensa de la Iglesia... El enemigo mayor no est fuera; esten casa vestido de hombre piadoso, de intelectual de gabinete, de filntropo!Aparentemente, slo quedaba alzarse en armas, el ltimo de los tres caminos que el propio Calleshaba sealado con anticipacin. Muchos catlicos comenzaron a pensar seriamente en dicha

    posibilidad, dispuestos a enfrentar con la fuerza al agresor injusto, conculcador de vidas y dehaciendas, y de algo que vale infinitamente ms: la fe, los derechos de Dios. Pronto las cosas

    pasaron a los hechos, formndose espontneamente pequeos grupos armados.Algunos Obispos estaban en contra de dicha decisin. Otros, a favor. Nombremos, entre estosltimos, a Francisco Orozco y Jimnez, el eminente obispo de Guadalajara. Era Orozco un hombrede gran cultura, que haba estudiado en la Universidad Gregoriana con maestros como Mazzela yBillot, versado principalmente en historia. Cual buen pastor, recorri su dicesis de punta a punta,con frecuencia a caballo. La Revolucin lo persigui con saa, expresin, segn l mismo dijo, delodio de la Masonera contra m. Su vida fue un continuo desafo a la poltica religiosa delGobierno, en constante zozobra y en peligros muchas veces inminentes. Durante cincuenta aos fueobispo de Guadalajara, vindose cinco veces desterrado de su sede. Se lo ha llamado el Atanasio delsiglo XX. Actualmente est en proceso de beatificacin.Para serenar la conciencia de los catlicos en lo tocante a la licitud del levantamiento se consult a

    los mejores telogos de las Universidades Romanas, los cuales respondieron que en las presentescircunstancias de Mxico, la defensa armada, ya que se han agotado los medios pacficos, no slo eslcita sino hasta obligatoria para aquellos que no estn impedidos. Y agregaban que sera un

    pecado prohibir a los ciudadanos catlicos hacer uso de ese derecho de defensa que poseen.En 1927, el Episcopado fij en un documento su posicin al respecto. All se afirmaba que losObispos haban manifestado su inconformidad con las leyes promulgadas, as como el propsito delograr su revisin. En lo que se refiere a los movimientos armados, se deca que aunque elEpiscopado era ajeno a ellos, cualquiera que conozca la doctrina de la Iglesia sabe que haycircunstancias en la vida de los pueblos donde se torna lcito defender por las armas los derechosque en vano se ha procurado poner a salvo por medios pacficos. No se trataba, pues, de unainsurreccin injusta, sino de un movimiento de legtima defensa. Un terrible duelo se haba

    declarado entre un pueblo que luchaba por su fe, y un Gobierno que se haba vuelto sordo a susreclamos. Por tanto, concluan, tanto la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, como loscatlicos en particular, si bien en el terreno religioso deben obediencia a los Obispos, son

    perfectamente libres en el ejercicio de sus derechos cvicos y polticos.Dicha Pastoral Colectiva fue confirmada por el Santo Padre. Como pudo leerse en aquellos das enel Osservatore Romano, al pueblo que no consenta en someterse a la tirana no le quedaba otrorecurso que la rebelin armada. Fue sobre todo desde Guadalajara, con el apoyo de Chamula,como apodaban sus adversarios al obispo Orozco y Jimnez, de donde parti el gran levantamientocristero, que luego se extendera a varios Estados de Mxico.3. La actitud de AnacletoAnacleto no se senta inclinado al recurso de la lucha armada. En un medio como el mexicano, tan

    propenso a las soluciones violentas, prefera la resistencia pasiva, a la que haba recurridoanteriormente y que ahora estaba dispuesto a replantear hasta en sus menores detalles. No porque en

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    principio rechazase el uso de la fuerza, dada la situacin a que se haba llegado. Pero pensaba queyendo a las armas se le haca el juego a Calles, enfrentndolo en un terreno donde ciertamentetendra ventaja. En cambio, sostena, la fuerza bruta, arma nica de la Revolucin, se romperacomo espada enmohecida al sentir no el choque del hierro sino de los caracteres que no capitulan,de aquellos capaces de repetir el grito de los que rodeaban a Napolen en la derrota de Waterloo, elgrito de los fuertes: La guardia perece pero no se rinde. Pona tambin como ejemplo la actitudserena y gallarda de los primeros mrtires, agregando que en todos los tiempos el gesto del mrtirha sido el nico que logr triunfar de los tiranos.Por eso su mensaje era una permanente convocatoria al martirio. Nos basta con la fuerza moral,deca. Y tambin: La Iglesia est nutrida de sangre de len. No se tiene derecho de renunciar a la

    prpura. Estamos obligados a mojarla con nuestra sangre. Por lo dems, lo que se escribe consangre queda escrito para siempre, el voto de los mrtires no perece jams. Era el famosoplebiscito de los mrtires, de que hablara con emocin en uno de sus alegatos.Anacleto no buscaba tanto el triunfo prximo cuanto la proclamacin heroica y martirial de laverdad. Mrtires ofrend la Iglesia primitiva, escriba, mrtires la epopeya de la cristianizacin delos indios, mrtires produjo la Revolucin francesa... En esta cadena de mrtires echa sus races la

    esperanza moral de la Patria. Por ellos, y slo por ellos, ha de llegar el da en que triunfe la verdad.Esta idea de Gonzlez Flores nos trae al recuerdo una reflexin de Mons. Gay, obispo auxiliar delcardenal Pie, y es que la Iglesia vive de dos principios, de dos sangres; de la sangre de Cristo, quese vierte msticamente sobre el altar, y de la sangre de los mrtires, que se derrama cruentamentesobre la tierra. Ni la Misa ni el martirio faltarn jams en la Iglesia.Mientras la carne tiembla afirma conmovido Anacleto, el mrtir, envuelto en la prpura de susangre como un rey que se tiende al morir, en un esfuerzo supremo y definitivo por salvar lasoberana del alma, abre grandemente sus ojos ante el perseguidor y exclama: creo. Ha sido laltima palabra, pero tambin la expresin ms fuerte y ms alta de la majestad humana.Cuando empezaron a caer los primeros mrtires mexicanos, en las cercanas del templo deGuadalupe, escribi:

    Hoy nos han cado cargas de flores, sobre el altar de la Reina... Hoy la Reina ha recibido la ofrendade nuestros mrtires; ha visto llenarse las crceles con los audaces seguidores de su Hijo; ha odoresonar y temblar los calabozos, en un delirio de atrevimiento santo, de osada sagrada... Y seguirla ofrenda. Porque ya sabemos los catlicos que hay que proclamar a Cristo por encima de las

    bayonetas, por encima de los puos crispados de los verdugos, por encima de las crceles, el potro,el martirio y de los resoplidos de la bestia infernal de la persecucin. Y seguir habiendo mrtires yhroes hasta ganar la guerra y llevar el Ayate hecho bandera de victoria, hacia todos los vientos.Por sublimes que fueran estos propsitos, no pensaba as monseor Jos de Jess Manrquez yZrate, obispo de Huejutla:Si estos tales aunque sean nuestros mismos gobernantes, lejos de encauzarnos por la senda del

    bien nos ar