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Analisis Picaresca Siglo9 de ORO

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Begoña Rodríguez Rodríguez, Antología de la novela picaresca española (2005)

© Centro de Estudios Cervantinos

INTRODUCCIÓN

Panorama crítico-bibliográfico de la «novela picaresca» Hablar de novela picaresca exige, naturalmente, referirse a Lazarillos, Guzmanes, Pablos

o Justinas, pero, más allá de esa evidencia, si intentamos profundizar en el entramado del género picaresco, nos vemos expuestos a continuas contradicciones. Por una parte, es bien sabido que el fenómeno picaresco hunde sus raíces en todas y cada una de las manifestaciones culturales, así como de las circunstancias históricas, típicas de nuestra época áurea, lo que lo convierte en un género firmemente asentado en nuestra tradición, plenamente reconocido en su contexto histórico por escritores y público…; sin embargo, y a pesar de su relevancia, no se contempla en ningún tratado poético y las innumerables aproximaciones críticas que se le han dedicado distan mucho de ponerse de acuerdo en su caracterización. Parece tratarse, grosso modo, de una corriente literaria puramente intuitiva, no sometida a criterios poéticos claramente reglamentados. Aunque la novela picaresca –como decimos–, está profundamente enraizada en el momento histórico en el que se desarrolló, siglos después ha suscitado todo tipo de polémicas en cuanto a sus características formales, sus integrantes, su cronología e incluso su etimología…; es decir, nos las habemos con un género tan relevante y prolífico como controvertido.

En efecto, pese a la ingente bibliografía que se ha dedicado al mundo picaresco, los acuerdos críticos brillan por su ausencia: ni siquiera se ha definido su concepción, tampoco sabemos mucho de su trayectoria e incluso carecemos de acuerdo alguno sobre la nómina de sus integrantes. Más aún, el grado de picarismo que asignemos a una obra, con su consiguiente inclusión o exclusión del género, depende exclusivamente del patrón genérico que sustentemos. Ardua tarea, por tanto, a la vista de los innumerables acercamientos al género existente, ya iniciados a mediados del siglo XIX.

Si hemos de resumirlos a voz de pronto, cabe enumerar los siguientes1: 1. Referencialistas que prestaron especial atención a los contenidos históricos: recuérdense

los estudios de Chandler, que entendía la picaresca como el resultado de una paupérrima situación histórico-social; Pfandl, que estableció una división en tres grandes grupos, distinguiendo entre obras con enfoque «idealístico-satírico», como el Guzmán y el Buscón; otras «realístico-optimista», como la Pícara Justina, La hija de Celestina o el Estebanillo y, por último, «novelesco-descriptivo» como el Segundo Guzmán, el Marcos, la Desordenada Codicia o el Alonso, sin embargo, cometió el gran error de dejar fuera de su clasificación al Lazarillo. Miguel Herrero se dedicó al estudio del ascetismo2 como factor definitorio del género, a pesar de que no era un rasgo típico de la picaresca sino que, más bien, se trataba de una característica muy presente en todo el Siglo de Oro; Valbuena Prat presenta una perspectiva omnicomprensiva e incluye, por tanto, cualquier título que roce el tema picaresco y presta especial atención a la enseñanza ética que subyace en el Lazarillo, el Guzmán, y la Pícara Justina, entre otros.

2. Temáticos, centrados en conceptos como la «delincuencia», la «honra», el «antihonor»: véanse los trabajos de Alexander Parker que consideró el tema de la delincuencia3

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como motor de la novela picaresca y, aplicando este criterio a las distintas obras, decidió cuáles eran picarescas y cuáles no: el Lazarillo no sería picaresca4, el Guzmán sería el prototipo, el Buscón el cenit y el Estebanillo el nadir; el problema estriba en la absoluta atención al contenido, el exclusivismo temático y la demasiada atención al Guzmán. Con Marcel Bataillon ocurre algo parecido, se centra en la honra5 y deja fuera al Lazarillo, la Pícara y el Marcos. Maurice Molho se detiene en el honor y entiende al pícaro como la encarnación del antihonor, que a diferencia de otros críticos, solo encuentra en el Lazarillo, el Guzmán y el Buscón. Enrique Tierno Galván entendía la picaresca como la lucha de clases y por tanto, solo el Lazarillo, el Guzmán, la Pícara, el Buscón y el Estebadillo serían propiamente picarescas.

3. Unificadores que conjugan los rasgos formales y el contenido: piénsese, por ejemplo, en Samuel Gili Gaya, que asocia los rasgos formales y de contenido ya presentes en el fundador del género, el Lazarillo. Alberto del Monte, por su parte, concibe el género de forma abierta y dinámica: distingue entre género picaresco y gusto picaresco y reconoce tres fases cronológicas: el «nacimiento» con el Lazarillo, la «apoteosis» con el Guzmán y la «agonía» con el Buscón, dejando fuera títulos como la Pícara Justina, el Marcos o el Estebanillo.

4. Formalistas en busca de los rasgos organizativos del género: a la cabeza de este enfoque se encuentra Lázaro Carreter que critica a sus antecesores por la excesiva atención a los contenidos en detrimento del diseño estructural, por considerar al género como un todo en lugar de como un organismo dinámico o por la elección de un representante como espécimen puro. Su propuesta radica en el planteamiento de la picaresca como una poética común expuesta a modificaciones, repeticiones, supresiones o combinaciones en la que la cabeza visible es el Lazarillo y será el Guzmán el verdadero constituyente del género6. Establece además unos rasgos de poética que serán aceptados por la inmensa mayoría de los estudiosos:

a) utilización del «yo autobiográfico» para referir las peripecias, en sucesión

jerárquica, de un ser perteneciente a la más ínfima extracción social. b) vertebración de la autobiografía en el «servicio a varios amos»7. c) justificación retrospectiva de toda la narración, desde el «caso» final8. d) comienzo «ab origine», con la subsiguiente temporalidad (nacimiento-madurez)

que el hecho implica. e) «genealogía vil» con sus secuelas sociales «fundamental motivo biográfico de los

padres viles –con la correlativa transgresión del cuarto mandamiento–, recibió la bellaquería anejada con la sangre»9.

f) «punto de vista único», es decir, presentación de una visión de la realidad unilateral, casi siempre marcada negativamente.

g) carácter «picaresco» del protagonista; apicarado por la confluencia de: linaje vil, malas compañías y mundo hostil.

h) alternancia de «fortunas y adversidades». Francisco Rico, cuyos planteamientos son herencia de los de Lázaro, profundizó en el

concepto de novelización del punto de vista, que aplicó especialmente al Lazarillo, y

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estableció su propia trayectoria genérica atendiendo a la propiedad con que se manejó la poética establecida por los creadores. A pesar de la trascendencia crítica de los estudios de Lázaro y Rico, son muchos los aspectos que ponen en entredicho la validez de sus propuestas: entre ellas, la aceptación del punto de vista único. Bien es cierto, que ya desde el Lazarillo contamos con un protagonista-narrador que filtra la información; pero, dado el esfuerzo de los escritores por inventar un destinatario a quien dirigir las aventuras del pícaro, este destinatario será quien condicione lo narrado, por encima de las intenciones del narrador (ya lo vio bien Cervantes en Rinconete y Cortadillo o el Coloquio de los perros). Luego, resulta difícil aceptar que la novela picaresca se rija por un punto de vista único, cuando, en todo diálogo, emisor y receptor ven modificadas sus intervenciones en función de las preguntas, ruegos, curiosidades o intromisiones del otro.

Evidentemente, aquí no contamos con el espacio suficiente para presentar todos los acercamientos críticos que se han dedicado a la novela picaresca, sin embargo, señalaremos algunos otros que han ido adoptando rasgos y teorías ya elaboradas por sus predecesores: Gustavo A. Alfaro concibe la picaresca como la autobiografía de un antihéroe y la sucesión cronológica de incidentes, y a partir del concepto de antihéroe estratifica en tres tipos: el pícaro, el antipícaro y el bufón, y en función de la sucesión de peripecias, las clasifica en lineales, digresivas o mixtas. Oldřich Bělič se centra en varios rasgos (el viaje, el servicio a varios amos y la autobiografía), a partir de los cuales establece el siguiente corpus: Lazarillo, Guzmán, Buscón y el Segundo Lazarillo son auténticamente picarescas; la Pícara Justina, La hija de Celestina, el Gregorio Guadaña y el Estebanillo serían pseudopicarescas, y el Marcos, el Alonso y el Periquillo serían antipicarescas. Antonio Rey adopta una postura intermedia y justifica la variatio poética argumentando que el género resultaba atractivo a los autores –normalmente, no profesionales– por su permisividad crítica y polémica, excepcionalmente apta para ser abordada desde las posiciones socio-morales más diversas. Florencio Sevilla, más recientemente, ha replanteado los pros y los contras de la «poética» generalmente aceptada, evidenciando lo afuncional de la misma a la hora de fijar el corpus genérico y apostando por un replanteamiento teórico del género que él hace depender, esencialmente, del entramado «dialogístico» detectable en la práctica totalidad de los títulos10.

Así pues, pese a tan gran número y tanta diversidad de estudios críticos consagrados al universo picaresco, en busca de respuestas que permitan dilucidar su génesis, sus características, su trayectoria y los títulos que lo integran, no son demasiados los acuerdos consensuados por los especialistas, aunque algunos se han logrado: entre ellos, que la novela picaresca se entiende como la única corriente realista comprometida con su tiempo frente a una tradición literaria tendente a la idealización (libros de caballerías, libros de pastores, novela bizantina…), entendiendo por «realista», sencillamente, un género que busca el compromiso verosímil y creíble para con su circunstancia histórica. Está pensado, en consecuencia, como espacio creativo capaz de exteriorizar inquietudes, anhelos, disconformidades que no tenían cabida en otras corrientes literarias.

En todo caso, el escollo más arriesgado viene dado por la forma de proceder a la hora de definir el género, pues no sabemos bien si hemos de partir de los títulos para establecer los rasgos que luego se aplicarán a las obras, o bien si establecer los rasgos «poéticos» previamente y luego compulsar con ellos a los presuntos integrantes; de hecho, ninguna de las dos opciones ha funcionado hasta la fecha. Cuando se fijan unos rasgos y se intenta

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elaborar un corpus de obras a partir de ellos, nos encontramos con que es muy difícil que haya más de una obra que recoja todas y cada una de las características propuestas (así ocurre con los rasgos formales propuestos por Lázaro y Rico, que dejan fuera a la inmensa mayoría de los títulos para quedarse sólo con unos cuantos); por otro lado, si se parte de los títulos para extraer unas características comunes a todos, podemos perdernos en un laberinto de rasgos. No hay más remedio que dejarse llevar por la corriente crítica y asumir las características generalmente aceptadas por la crítica, al menos, desde la propuesta de Lázaro Carreter, bien que matizada con los demás enfoques apuntados: la autobiografía, la vida de servicio, la estructura de viaje, el compromiso ideológico, el ambiente realista… Incluso, cabría cuestionar si estamos ante un tronco común o si, más bien, se trata de una génesis bifurcada entre el Lazarillo y el Guzmán, de modo que cada uno habría generado su propia saga: de un lado, estarían las obras centradas en la acción y de carácter conceptista y satírico (Buscón, Segundo Lazarillo, Gregorio Guadaña, Estebanillo), inspiradas en el primero; de otro, las inclinadas a la digresión, más retóricas y conformistas (Pícara Justina, Marcos, Alonso), alentadas ahora por el Guzmán.

No obstante, nos parece que, a pesar de la dependencia de los modelos (Lazarillo y Guzmán), existe una autonomía de apropiación en el resto de autores que denota un esquema implícito variable, en el que las directrices esenciales serían el respeto de los ambientes propios de los pícaros y la asunción (aunque sea remota) de la configuración esencial de sus relatos. Puesto que son muchos los rasgos (autobiografía, servicio a varios amos, compromiso ideológico, alternancia entre narración y digresión, etc.), los temas (limpieza de sangre, inmovilismos social, delincuencia, mendicidad, erasmismo y contrarreforma, hidalguía, afán de medro, apariencia, riqueza, justicia…) y las intenciones narrativas de estos autores, resulta casi impensable poder establecer unas características genéricas absolutas. Lázaro Carreter ya señaló la necesidad de «no concebirla [la novela picaresca] como un conjunto inerte de obras relacionadas por tales o cuales rasgos comunes, sino como un proceso dinámico, con su dialéctica propia, en el que cada obra supuso una toma de posición distinta ante una misma poética»11. Se trata, más bien, de un género que alcanzó el siglo de vigencia y que se convirtió en el reducto perfecto para la expresión del inconformismo personal, de ahí que se haya llamado tanto la atención sobre la inexperiencia novelesca de sus autores, que, tal vez, se vieron atraídos por las implicaciones semánticas y la adaptabilidad del esquema novelesco.

En resumidas cuentas, los autores de las obras picarescas son novelistas inexpertos que asumen el discurso picaresco animados por el compromiso ideológico (téngase en cuenta que proceden de estratos sociales bien diferentes: desde marginados a nobles) que permite, por primera vez12, dar voz a personajes de ínfima extracción social (son antihéroes que aparecen en las páginas áureas junto a caballeros, pastores, príncipes… que son quienes inundan las páginas de la literatura coetánea) para narrar sus peripecias mediante un diseño dialogístico mejor o peor empleado en función de la pericia del novelista.

En definitiva, y según las palabras de Alberto del Monte, el pícaro es «el eterno protagonista de la vida errada, de la falta de suerte, del esfuerzo inútil, del nomadismo sin gloria»13. También Rico apuntaba que «El personaje del pícaro es un carácter (picaresco a ratos, a ratos tal vez no) y el esquema de una vida: esquema que no se desprende necesariamente de la realidad, sino que deriva de una afortunada elaboración novelesca»14.

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Quizás así sea más fácil reconocer de entre la maraña de personajes del hampa, aquellos que verdaderamente responden al espíritu picaresco.

Llegados a este punto, hemos de conformarnos con examinar cada una de las obras que hemos incluido en este volumen con la esperanza de encontrar el grado de filiación picaresca y las características que cada uno de los títulos ofrece. Quizás no podamos establecer una poética cerrada y homogénea, pero es probable que distingamos rasgos que faciliten la comprensión de las obras aquí reseñadas y que justifiquen su inclusión en esta galería bribiática. Procedemos, a fin de facilitar la consulta y la apreciación de la evolución genérica por parte del lector, por orden cronológico en el recorrido que va del Lazarillo de Tormes al Estebanillo González.

Comenzamos el recorrido con el opúsculo anónimo de 1554 (La vida de Lazarillo de

Tormes y de sus fortunas y adversidades), cabeza visible del género –aunque fundador para unos y precursor para otros–, sin lugar a duda: uno de los textos claves en el panorama picaresco como bien lo corroboran las continuaciones que se llevaron a cabo en 1555 y 1620. Su importancia se deja ver también con la aparición de las cuatro ediciones que se conservan de 1554 (Medina del Campo, Alcalá de Henares, Burgos y Amberes). Pero, no solo sus continuadores demuestran su relevancia, sino que también podemos rastrear sus huellas en el Guzmán, y en autores como Cervantes (recuérdese el pasaje de Ginés de Pasamonte).

–Es tan bueno –respondió Ginés– que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de

aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.

–¿Y cómo se intitula el libro? –preguntó don Quijote. –La vida de Ginés de Pasamonte –respondió el mismo15.

Son muchas las interpretaciones que han intentado explicar la epístola anónima: algunas

tradicionales y clasistas, no ven en ella más que la idea del determinismo y la imposibilidad de ascenso social; otras, más innovadoras, ven en el caso de Lázaro un ascenso social que está a la altura del protagonista y otros tan solo perciben una pura exhibición humorística del autor salteada por cuentecillos folklóricos. Rico, señala el Lazarillo como la primera novela picaresca16, y cree que tras la obrita se esconde una pluralidad de significados, cierta ambigüedad e ironía fruto del escepticismo y del relativismo de su autor. Lo que sí parece meritorio es que las páginas de la novela están protagonizadas por un representante del antihonor, por un antihéroe, más preocupado por satisfacer sus necesidades que por proteger su apariencia, como ya anotó Alberto del Monte. Lázaro Carreter incide en la novedad que aporta el personaje a la literatura del momento: «Lázaro decidió tomar la historia por el principio, desde su nacimiento mismo, erigiéndose así en el primer personaje literario con conciencia de que, en un momento de su vida, es resultado simultáneo de su sangre, su educación y su experiencia»17.

Importa poco ahora si el Lazarillo fue el fundador o el precursor de la novela picaresca, lo que sí resulta relevante es que de entre sus páginas podemos extraer ya los rasgos que caracterizarán al género: entre ellos, la autobiografía (que permitía la justificación de una actitud o situación) enmascarada en formato de carta que, como ya apuntó Rico, aunaba la tradición retórica y la historicidad, convirtiéndose así en un texto apto para la confidencia y la confesión; el caso, del que depende la autobiografía que, a su vez, lo justifica; el punto de vista, ya que nos acercamos a la vida del pícaro desde los ojos del Lázaro adulto quien

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realiza la selección y la organización de los elementos autobiográficos (siempre acordes a las exigencias del receptor «Vuestra Merced», añadimos); el servicio a varios amos, el origen vil, la sarta de aventuras, etc.

Como ya señalamos, La segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, publicada en Amberes en 1555 (también de anónimo autor) se aprovecha del éxito de la epístola anónima para imprimirle un toque lucianesco próximo a la literatura de transformaciones. Obra de corte alegórico, su mayor mérito fue el de ser el primer continuador del Lazarillo de 1554, como bien notó en su día Alberto del Monte:

La anónima continuación del Lazarillo de Tormes […] no tiene nada en común con el género picaresco. Es una fábula de metamorfosis alegórica, estimulada por el mismo gusto que ya había motivado el Diálogo de las transformaciones, el Crotalón y la ya citada versión castellana del Asno de Oro de Apuleyo, y se remonta a la tradición de la sátira lucianesca más que a la novela picaresca18.

El año 1599 supuso, a todas luces, toda una revolución en el panorama picaresco. Casi

metidos en el oscurantismo barroco, se alza la obra cumbre del género, y, para muchos, la verdadera iniciadora de la novela picaresca: la Primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, que había bebido de las fuentes lazarillescas, se proclama como el pícaro por excelencia y dota a la novela picaresca de una nueva funcionalidad, la de utilizar los más bajos ambientes y los personajes más viles para moralizar, para aleccionar y mostrar que la salvación del ser humano depende de su arrepentimiento. Resulta, más bien, una obra aleccionadora en la que las aventuras son las que sirven de ejemplario a los sermones; es decir, no se plantea a partir de las vivencias del pícaro, de las que se han de extraer lecciones moralizantes, sino que éstas sirven para esclarecer las prédicas. Es evidente también que las peripecias del personaje contribuyen a dotar a los sermones de un cariz de realidad y de experiencia vivida. Blanco Aguinaga insistía en su intención escolástica y sermonística:

[…] la lógica escolástica y el lenguaje inquisitorial son, muy naturalmente, una misma cosa en esta novela de la Contrarreforma española, y desde ese concepto del mundo crea Mateo Alemán, advirtiéndonos desde el preámbulo a la prehistoria de la historia que nos va a narrar que estamos en la realidad de la verdad demostrable racionalmente y que su novela es, como silogismo medieval, un perfecto círculo cerrado que procede de la definición a lo definido19.

Desde el punto de vista interpretativo, Alberto del Monte la definía como una obra de

desengaño y de descubrimiento de la realidad. Rico, en su afamado libro, ya señalaba que la primera novela picaresca era el Lazarillo y que el género cuaja con el Guzmán: será de la dialéctica entre ambas de donde surja la novela picaresca. A partir de este momento, y sentadas ya las bases del género, se llevarán a cabo intentos más o menos acertados por parte de los continuadores del género20.

La trascendencia del primer Guzmán se refleja claramente en la inmediata continuación de Luján de Sayavedra (Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, 1602), que, a pesar de respetar la fórmula novelesca, introduce interminables digresiones que acaban, en palabras de Florencio Sevilla, «declarando dos cosmovisiones incomparables». Dos formas de escribir que se verán aún más enfrentadas con la segunda parte de Mateo Alemán (Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana de 1604), en la que, según Edmond Cros:

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Alemán liberta al protagonista del seudo Luján y hace que reniegue de su creador: haciendo todavía más nebulosa la personalidad de su rival, ya harto falta de consistencia, intercambia los respectivos papeles del creador y de la criatura y hace relatar por Sayavedra la vida de Martí. ¡Notable reversibilidad de los planos de la ficción, que preludia los juegos estéticos de Cervantes, Pirandello o Unamuno!21

Con la aparición de los epígonos comienza lo que para muchos estudiosos es la

desintegración del género, a pesar de la proximidad temporal con la que aparecen. De 1604 es la Primera parte del Guitón Onofre, escrita por Gregorio González y que debió

circular manuscrita. Esta obra hilvana rasgos procedentes del Lazarillo (fortunas y adversidades), del Guzmán (habilidades mercantilistas) e incluso del Buscón (afán de medro y desfachatez palabrera). Se trata de una sucesión lineal de situaciones que responden a una simple imitación de un continuador.

Probablemente, otro de los hitos importantes de la novela picaresca se encierra en las páginas del Libro de entretenimiento de la pícara Justina. En 1605, Francisco de Úbeda (hoy puede que Baltasar de Navarrete, según las últimas investigaciones de Javier Blasco y Anastasio Rojo) escribe una mascarada cortesana de raigambre picaresca en la que el protagonista es, por primera vez, una mujer. A pesar de su innovación y del esfuerzo por respetar las convenciones genéricas tales como el uso de la primera persona pseudoautobiográfica, el origen vil, la estructura de viaje y algunos otros, no pasa de ser una «delirante esquematización escolástica y retoricista de la distribución en partes del propio libro, dependiendo de las acciones, de los estados o de las condiciones de la rufiana»22 con el único afán de exhibir las dotes estilísticas de su autor. Como indicaba Rico, la Pícara Justina no responde más que a un mimetismo insustancial. Otros, como Alberto del Monte, son aún más duros con esta novela a la que no reconocen como picaresca, sino más bien como la burla de un bufón de corte.

Pero si Lazarillo y Guzmán representan los más aclamados exponentes del género picaresco –para Alberto del Monte el nacimiento y la apoteosis del pícaro–, con la Historia

de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños se alcanza la agonía del pícaro. Aunque se publica en 1626 parece que debió escribirse por las mismas fechas que la Pícara. La maestría de Quevedo ya se percibe en el tercer gran hito del género, en el que sobresale la esperpentización de la poética heredada, el recurso de la caricatura y de la hipérbole consiguen descarnar el género para dejar clara constancia de los recursos poéticos subyacentes. Como señala Florencio Sevilla, es la «novela picaresca de un gran señor» que, en este caso, parece arremeter contra el compromiso ideológico y social de los marginados, dando un varapalo feroz a aquellos miserables que buscan ascender; resulta así, una contra-poética del género, pues es posible que Quevedo no viera con buenos ojos la asunción del protagonismo novelesco por parte de ganapanes de la peor extracción social. Sin embargo, se percibe un claro abandono de la explicación de la autobiografía, ya no hay caso ni perspectiva desde la que se narran las fortunas y adversidades del pícaro.

Si, en líneas generales, resulta complejo decidir qué títulos deben incluirse dentro de la novela picaresca, esta tarea se hace más difícil con las obras que nos falta por considerar. Entre ellas, La hija de Celestina, también conocida como La ingeniosa Elena, de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, publicada en dos versiones 1612-1614. En el debate sobre su

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inclusión en el género, unos se posicionan a favor (Antonio Rey Hazas) y otros muchos en contra (Alberto del Monte, que percibe en ella, tan sólo, cierto «gusto picaresco»). En cualquier caso, entramos en una serie de títulos de clara vertiente cortesana aderezadas por algunos de los aspectos más relevantes de los títulos más puramente picarescos, como el uso de la primera persona autobiográfica que alterna, en este caso, con la aparición de un narrador omnisciente que asume la relación global de la novela.

Le tocaría el turno ahora a Miguel de Cervantes y sus relatos picarescos (publicados en 1613), sin embargo, la crítica no ve con buenos ojos la inclusión de obras como Rinconete y

Cortadillo, La ilustre fregona o el Coloquio de los perros dentro de la novela picaresca23; aunque, bien es cierto que este último cuenta con la aceptación de algunos estudiosos que ven en él una «metanovela picaresca», una superación del esquema picaresco. Sin embargo, hemos decidido ser cautos y no recogerla en las páginas de nuestra antología.

Con la novela de Vicente Espinel (Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón, 1618) resulta aún más complicada la filiación picaresca, pues es una obra que se aviene mal con las características del género. Resulta, en realidad, un libro de memorias enmarcado en un patrón pretendidamente picaresco del que conserva el relato autobiográfico, el servicio a varios amos o la alternancia entre anécdota y digresión, pero en el que ni siquiera el personaje responde a la definición del pícaro24. Ya Antonio Rey Hazas insistió en esta distinción:

La importancia del hidalgo como personaje axial de la novela picaresca era tanta, su visión crítica negativa resultaba tan obvia, que Vicente Espinel escribió su novela picaresca […] con la intención primordial de rehabilitar su figura, la del escudero, precisamente dentro de los cauces del género que la denostaba sistemáticamente. De ahí las peculiaridades formales y semánticas de su novela, cuyo héroe, Marcos de Obregón, no está configurado como un pícaro, sino como un «escudero» (tal y como reza en el título), pero cuya autobiografía no tiene sentido si no es como novela picaresca25.

Algo parecido ocurre con La desordenada codicia de los bienes ajenos, del doctor Carlos

García, publicada en 1619, que parece más cercana a los tratados sobre el mundo del hampa que a la novela picaresca (solo mantiene el entramado dialogístico y la primera persona); además de la desaparición de la problemática moral peculiar de la novela picaresca. Como ha destacado el profesor Sevilla:

De picaresca, ciertamente, aquí no quedan sino las trapacerías de Andresillo, no poco divertidas –eso sí– como cuentecillos que son protagonizados aquí por el ladronzuelo o por alguno de sus colegas: robo de las botas, hurto de las gallinas, entrada en una casa, sarta de perlas, fuga de las galeras, etc. Pero el camino no va de las rapacerías del muchacho –de lo autobiográfico–, a las peroratas descriptivas de la cárcel o de la vida delictiva organizada –a lo digresivo–; más bien la trayectoria es inversa, pues no se trata exactamente de la rememoración seudoautobiográfica de un delincuente entrecortada por los comentos ascéticos que la reconducen hacia lo moral –caso del Guzmán de Alfarache–, sino de un diálogo teórico sobre el tema del hurto salpimentado con algunos pasajes, elegidos sin orden ni concierto, de la vida truhanesca llevada por el narrador26.

En 1620 aparecen otras dos continuaciones del Lazarillo: Segunda parte de la vida de

Lazarillo de Tormes, sacada de las corónicas antiguas de Toledo de Juan de Luna y Lazarillo de

Manzanares, con otras cinco novelas de Juan Cortés de Tolosa. Con el Lazarillo de Luna comienza, según señalaba Alberto del Monte la deformación caricaturesca de la realidad y la deshumanización de los personajes, que ya tenía su precedente en la obra de Quevedo. La

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otra continuación de 1620 de Juan Cortés de Tolosa denota una mezcla entre ascetismo y burla de lo cortesano con lo bribiático; en palabras de Florencio Sevilla:

[…] no pasa de engrosar la nómina de los integrantes de la picaresca sin pena ni gloria. Lo mismo había ocurrido con la sentimental, la caballeresca, la pastoril y con las demás series de moda: era inevitable que surgiesen imitaciones de tres al cuarto. La picaresca no iba a ser distinta y el Lazarillo de Manzanares representó ese papel en su escenario, lo que no autoriza en absoluto a desterrarlo de los anales del género27.

Próximos a la decadencia del género (la agonía como la denominó Alberto del Monte), nos encontramos con las dos partes del Alonso, mozo de muchos amos (1624 y 1626) en las que, a imagen y semejanza del Marcos, nos encontramos con un personaje de nacimiento honrado, que rememora su vida mediante el «simple aprovechamiento devoto del viejo esquema novelesco difundido por la picaresca» en palabras de Florencio Sevilla28. Es una obra en la que predomina el ascetismo y en la que se entremezcla la literatura con la predicación. Más aún, Alberto del Monte no ve en ella más que una novela de aventuras protagonizada por un antipícaro al que califica como «honrado pelmazo».

La aparición de un novelista profesional en el entorno picaresco se convierte en una de las principales aportaciones de La niña de los embustes Teresa de Manzanares, publicada en 1632 por Alonso de Castillo Solórzano. Sus obras (como Las aventuras del bachiller Trapaza o La

garduña de Sevilla), rechazadas por muchos estudiosos de la novela picaresca, se encuentran a caballo entre la picaresca y la literatura cortesana, destinada a la evasión de los nobles, ya lo vio Alberto del Monte al apuntar hacia la urbanización y la comercialización del género. Son muchas las ausencias en esta obrita: entre ellas, el compromiso ético o social, la situación dialogística o el punto de vista; parece que, como ya veíamos con otros autores, se anteponen los intereses estéticos en detrimento del compromiso ideológico que pareció predominar en los textos promovedores del género. Como ya lo puntualizó el profesor Sevilla:

[…] ni la situación dialogística ni la consecuencia con el punto de vista único se respetan: aquélla porque no existe, ésta porque tiende a confundirse ocasionalmente con la tercera persona; el comienzo en el nacimiento se respeta y aun abulta, […] pero sin sentido aparente, pues no se extrae determinismo alguno; la condición antiheroica del personaje se desvanece en los ambientes cortesanos por los que transita y en la sucesión de fortunas –inusitadamente cuantiosas– y adversidades –pronto remediadas– que padece; el servicio a varios amos se respeta –comprensiblemente al tratarse de una pícara– sólo como punto de partida (dos señoras y una condesa), pero pronto se sustituye por la «caza de marido rico», haciéndose pasar por dama de alcurnia […]; etc.29

Solo nos resta mencionar un par de obras de mediados del siglo XVII en las que ya se

aprecia, sin ninguna duda, la distancia producida durante el siglo de vigencia del género con respecto a sus progenitores. El primero de ellos es la Vida de don Gregorio Guadaña, publicada en 1644 por Antonio Henríquez Gómez, en la que se aprecia un retorno al ámbito lucianesco de las transformaciones con los tópicos impuestos por la novela cortesana. Tan sólo perduran los ambientes y los tipos apicarados sin mayor esfuerzo organizativo o semántico. Tanto el uso injustificado de la primera persona como la inconsecuencia de la configuración autobiográfica son clara muestra de la disolución de la novela picaresca.

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Begoña Rodríguez Rodríguez, Antología de la novela picaresca española (2005)

© Centro de Estudios Cervantinos

El otro título, de difícil adscripción al género por su entronque histórico, es La vida y

hechos de Estebadillo González, hombre de buen humor, compuesto por el mesmo (1646), que entremezcla las memorias de un bufón con la autobiografía de un soldado. Posible crónica burlesca, la autobiografía no responde a otro objetivo que al de concatenar las peripecias de Estebanillo sin ningún plan organizativo que las dirija. A pesar de todo, son las palabras del propio protagonista las que establecerán su vinculación al entorno picaresco:

yo me llamo Estebanillo González, flor de la jacarandaina. Y te advierto que no es la fingida de Guzmán de Alfarache, ni la fabulosa de Lazarillo de Tormes, ni la supuesta del Caballero de la Tenaza, sino una relación verdadera sólo sé de mi nacimiento que me llamo Estebanillo González; tan hijo de mis obras, que si por la cuerda se saca el ovillo, por ellas sacarás mi noble decendencia. [...] por lo cual me he juzgado por centauro a lo pícaro, medio hombre y medio rocín30

Son muchos otros los títulos que han sido encuestados en busca de rasgos picarescos:

varias obras de Castillo Solórzano, el Periquillo el de las Gallineras, el Viaje entretenido, el Viaje

de Turquía, la Varia fortuna del soldado Píndaro, la Vida de Torres Villarroel, y tantos otros que, de incluirlos en la corriente literaria que nos ocupa –según han hecho varios estudiosos–, terminarían difuminando irreconociblemente los perfiles genéricos. Así las cosas, sólo nos resta invitar al lector a recorrer los pasadizos picarescos siguiendo el rastro de pícaros, amos, sirvientes, honras y deshonras, apariencias, verdades y mentiras... En definitiva, creemos que sólo podemos llegar a una percepción global de la novela picaresca con la aproximación a un buen número de obras (quizás las que nosotros extractamos en estas páginas no sean suficientes, o resulten demasiadas…) y valorar, no sólo los rasgos comunes a todas y cada una de ellas, sino las peculiaridades de cada relato para poder entender un poco mejor uno de los géneros más asentados y más enraizados en nuestra tradición literaria.