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ANEXOS Exposición de motivos del Código Penal de 1871 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 Debates del Constituyente de 1917 en torno a la pena de muerte . . . . . . . . . . . . . . 111

ANEXOS Exposición de motivos del Código Penal de 1871 · mente la proporción que debe haber entre la culpa y el castigo, valiéndose de un medio de represión que, siendo verdaderamente

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ANEXOS

Exposición de motivos del Código Penal de1871 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

Debates del Constituyente de 1917 en torno ala pena de muerte . . . . . . . . . . . . . . 111

ANEXOS

EXPOSICIÓN DE MOTIVOSDEL CÓDIGO PENAL DE 1871*

Cuando estén ya en práctica todas las prevencionesque tienen por objeto la corrección moral de los cri-minales; cuando por su trabajo honesto en la pri-sión puedan salir de ella instruidos en algún arte uoficio y con un fondo bastante a proporcionarse des-pués los recursos necesarios para subsistir; cuandoen las prisiones se los instruya en su religión, en lamoral y en las primeras letras; y, por último, cuan-do nuestras cárceles se conviertan en verdaderaspenitenciarías de donde los presos no puedan fugar-se, entonces podrá abolirse sin peligro la pena ca-pital. Hacerlo antes sería, a mi juicio, comprometerla seguridad pública, y tal vez reducir a nuestra so-ciedad al extremo peligroso de hacerse justicia porsí misma, adoptando la bárbara ley de Lynch.

No piensan así los demás miembros de la comi-sión, quienes decididamente están por la inmediataabolición de dicha pena. Así es que no figuraría en

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* La exposición de motivos fue firmada por el presidente dela Comisión, Antonio Martínez de Castro, el 15 de marzo de 1871,y la dirigió al “ciudadano ministro de Justicia”. Según anotaMartínez de Castro en los debates sobre las penas, al tratar lapena de prisión y la pena de muerte, se hizo hincapié en la si-tuación inadecuada en que se encontraban las prisiones, por locual en la exposición de motivos se determinó lo que en estedocumento se transcribe. Estos textos se extrajeron de Leyes penales mexicanas, Mé-xico, Instituto Nacional de Ciencias Penales, 1979, pp. 341-346.

nuestro proyecto, por ser yo el único que ha soste-nido ser necesario conservarla todavía, a no habermanifestado el Supremo Gobierno, por conducto deese Ministerio, que adoptaba mi opinión, la cual nodifiere substancialmente de la de mis dignos compa-ñeros. Como ellos, veo con horror el derramamientode sangre humana, y anhelo como ellos vivamenteque desaparezcan de entre nosotros esos supliciossangrientos; pero a mi juicio, no ha llegado ese sus-pirado día, y todo lo que podemos hacer es trabajarempeñosamente, hasta hacer innecesaria la penacapital. Manifestaré los fundamentos de mi opinión.

Los enemigos de ella la tachan de ilegítima, de in-justa, de que no es ejemplar, de indivisible e irre-vocable, y por último, de innecesaria. Y a la verdadque si tales tachas fueran ciertas, habría que con-fesar desde luego que no debía durar un día másesa terrible pena; pero semejantes objeciones estánmuy distantes de la realidad, y hay en ellas no pocode alucinación.

La de ilegitimidad, que es la más débil de todas,se funda en que no pudiendo los particulares dis-poner de sus propias vidas, tampoco puede hacerlola sociedad, porque ésta no tiene ni puede tenermás facultades que las que le delegan los asociadosal constituirla.

Como se ve, esa teoría da por supuesto el contratosocial de Rousseau, que si en un tiempo estuvo enboga, hoy es tenido como una quimera, como unsueño, como una fábula. Ya no se busca el origende la sociedad en un convenio de los asociados, sinoen la naturaleza misma: el estado social es una nece-sidad moral del hombre, es un deber que se le ha im-puesto para su propia felicidad; porque es tan inhe-

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rente a su naturaleza el ser sociable, como el ser li-bre, sensible e inteligente.

Destruida, como está por su base, la doctrina dela ilegitimidad de la pena de muerte, doctrina quehoy está casi abandonada, preciso es buscar en otrafuente el derecho de la sociedad para castigar a losdelincuentes; y no se encontrará otro que el derechoque ella tiene para procurar su propia conservacióny la de los asociados, empleando para ello todos losmedios que sean necesarios dentro de los límites delo justo. Uno de esos medios es la pena, puesto queno hay otro para hacer efectiva la justicia social,que es un deber; o en otros términos: el derecho decastigar se deriva de la justicia y de la utilidad uni-das. Así es que la verdadera dificultad que hay queresolver está reducida a averiguar si su imposiciónes necesaria todavía, una vez que no se pueda yaponer en duda que hay derecho de aplicarla. Peroantes de entrar a este terreno, examinemos las de-más objeciones, por ser de más breve solución.

Una de ellas es la de que la pena de muerte es in-divisible, y en este punto me hallo enteramente con-forme con los abolicionistas; mas no lo estoy en laconsecuencia que deducen. Ellos infieren que enningún caso debe imponerse el último suplicio; y yodeduzco que no debe prodigarse, como antes se pro-digaba, aplicándolo a toda clase de delitos. Esto sísería una gran injusticia; porque destruiría entera-mente la proporción que debe haber entre la culpay el castigo, valiéndose de un medio de represiónque, siendo verdaderamente extremo, no debe em-plearse sino contra delitos de suma gravedad. Mas¿qué desproporción habrá en aplicar la última penaal autor de algunos delitos que menciona el artículo23 de la Constitución Federal? ¿Quién podrá decir

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que hay injusticia en privar de la vida al que come-tió un asesinato ejecutado con la más refinadacrueldad, con notoria premeditación, alevosía y ven-taja? La indivisibilidad de la pena nada importa enel presente caso, porque no se hace más que apli-car el mayor de los castigos a uno de los delitos queocupan el lugar más alto en la escala del crimen.

Alguna más fuerza hace la calidad que la pena ca-pital tiene de ser irrevocable. Pero además de queesa circunstancia es hoy inherente a toda pena, porestar prohibida la revisión de los procesos en el ar-tículo 24 de la Constitución, yo no alcanzo que hayainconveniente en decapitar a un reo cuando haya cer-tidumbre de que él cometió el delito de que se leacusa. El peligro estaría en condenarlo a muerte enel caso contrario; y lo que de ahí se infiere es, úni-camente, que debe obrarse con mucha mesura, congran circunspección, en la averiguación de los deli-tos y de los delincuentes; que no debe condenarsea nadie a sufrir esa pena terrible, sino empleandoen el proceso todas las formas tutelares que son lagarantía de la inocencia; y por último, que no debeperdonarse medio, esfuerzo ni gasto alguno, paraapresurar el día en que se pueda abolir para siem-pre la pena capital.

Objétase también que por no ser ejemplar es inú-til, y en prueba de ello se alega que, a pesar de suaplicación, se continúan cometiendo los mismos crí-menes. Pero si esa razón probara algo, serviría tam-bién para proscribir todas las otras penas, pues apesar de ellas siempre ha habido, hay y habrá de-lincuentes, mientras no se cambie el corazón huma-no. Lo posible, y lo que el legislador debe únicamen-te procurar, es que las penas sirvan de escarmiento,si no a todos los habitantes, sí al menos a un gran

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número de ellos, y este efecto lo produce la pena demuerte en más alto grado que otra alguna, como lodemuestran los criminalistas con multitud de casosy razones de gran peso.

¿Pero qué mejor prueba puede darse que lo acae-cido en México en 1861 a la entrada del ejército li-beral, y lo que vimos al ocupar con sus tropas estacapital el General Díaz, en junio de 1867? En la pri-mera de estas dos épocas bastó ejecutar una mediadocena de criminales, para que la seguridad, queestaba gravemente amenazada, se restableciera deltodo, no obstante que en pos del ejército vinieronbandas enteras de foragidos, alentando la esperanza deentregarse impunemente a todo género de crímenes.

Más felices fuimos el año de 1867, pues sin ne-cesidad de hacer ni un solo ejemplar, disfrutamosde una seguridad mayor que nunca, a pesar de queel pueblo estaba hambriento y en la mayor miseria,por el largo asedio que acabábamos de pasar. Y ¿áqué debimos tanta fortuna? Al bando que se publicóantes de la entrada del ejército, amenazando con elúltimo suplicio a los delincuentes, y a que éstos sepersuadieron de que serían pronta e irremisible-mente ejecutados, si cometían alguno de los delitosa que el bando se contraía. Se ve, pues, que la penade muerte tiene la mayor eficacia cuando su aplica-ción es indefectible y pronta, y esto explica por quéotras veces no ha dado los mismos resultados. ¿Yno hemos palpado también los buenos efectos de laley de plagiarios? ¿No está muy disminuida esa pla-ga; no obstante que los recursos de amparo han im-pedido a veces el castigo de algunos, y que esto haceconcebir a los otros la esperanza de salvarse, auncuando sean aprehendidos y condenados?

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Si la pérdida de la vida, que es el mayor de todoslos bienes, no intimida a los criminales, y no sécomo podrán explicarse los inauditos esfuerzos quetodos los condenados a muerte hacen por conser-varla, ya embrollando sus procesos, ya implorandoindulto, ya pidiendo amparo, y ya, en fin, suplican-do encarecidamente que se les condene a prisión oa presidio. ¿Será porque la pena de muerte no lesparezca bastante castigo de su delito y prefieran quese les aplique la de prisión como más grave?

Desvanecida la objeción de que la pena capital noes ejemplar, veamos si es innecesaria, como dicenlos enemigos de ella. El fundamento único de estaaseveración se reduce a que, por medio de otras pe-nas, se puede conseguir no sólo la intimidación,sino lo que es más, la corrección y enmienda de losdelincuentes, que no se logra decapitándolos. Si talcosa fuera posible en las actuales circunstancias,sería yo el primero en pedir la inmediata aboliciónde la pena de muerte; pero me parece que se enga-ñan los que tal dicen, y que, ofuscado su entendi-miento por la vehemencia de sus filantrópicos de-seos, no ven la realidad.

Tal vez por eso arguyen dando por supuesto lomismo que debían probar. En efecto, ¿cuál es esapena ejemplar, correccional y reparadora que pien-san sustituir a la de muerte? ¿Será la de presidio?Esta pena no tiene ni podrá nunca tener todas esascalidades, porque, sobre ser esencialmente desmo-ralizadora, no hay hoy seguridad de que se hagaefectiva. ¿Será la de prisión? Tampoco, y es fácil de-mostrarlo con los mismos principios que proclamanlos abolicionistas.

La intimidación, dicen, y dicen bien, más que dela severidad de las penas, depende de que ellas sean

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inevitables, de que se apliquen sin demora y cuandoaún está viva en los ánimos la impresión que causael delito; pero si se deja pasar ese tiempo y se per-suaden los malvados de que pueden delinquir sinque sus crímenes se averigüen, o de que, compro-bados que sean, pueden con la fuga o de otro mododejar burlada la ley, no podrá ésta infundirles ni elmás mínimo temor. Pues bien: ¿no leemos todos losdías en los periódicos, partes oficiales de continuasevasiones de presos? ¿No es preciso que las haya,estando las cárceles mal guardadas, y no bastandocustodia alguna para impedir que los cabecillas deasonadas saquen de las prisiones a cuantos en ellasse encuentran? Pues si esto es innegable, no sécómo puede haber quien se alucine hasta el gradode creer que los famosos delincuentes se detenganen la pendiente del crimen con el amago de unapena de que podrán librarse fácilmente.

Pero si no es posible la intimidación, por el fatalestado de nuestras cárceles y nuestros presidios, loes menos todavía conseguir en ellas la enmienda delos condenados. Para demostrarlo sería muy fácilañadir a lo ya expuesto nuevas y poderosas razones;pero las omito por no cansar la atención de Ud., ypor parecerme bastantes las que expuse antes, alhablar de los inconvenientes de la comunicación delos presos entre sí.

A pesar de esas observaciones, hay todavía quieninsista en sostener que debe abolirse desde luego lapena capital, alegando que la Constitución no exigeque haya verdaderas penitenciarías, sino simple-mente que se establezca el régimen penitenciario; ycreen que eso puede conseguirse respecto de los quedebieran ser condenados a muerte, si se los pone enprisión solitaria, y privados de toda comunicación,

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como puede hacerse ya, por haber unas cuantaspiezas en la cárcel de Belén adecuadas a ese objeto.Pero no basta, ciertamente, porque, como dice Or-tolan: “Mucho se engañaría el que creyese que contener el edificio material; que con la prisión celularde noche y trabajo en común, guardando silencio,o con la prisión solitaria de día y noche, todo seconsigue, y que se obtiene con cualquiera de estasdos fórmulas el régimen penitenciario; por el contra-rio, podría suceder que resultara la base de una delas más abominables penas de prisión. En efecto:esas fórmulas no se dirigen sino a uno sólo de lospuntos que debe abrazar ese régimen, la comunica-ción; y ya sabemos que hay otros muchos que re-glamentar, ya sea en cuanto al tratamiento físico, yaen cuanto al tratamiento moral y ya en lo concer-niente a las medidas de transición”, es decir, a lasque tienen por objeto preparar a los reos para quepuedan pasar de la prisión a la sociedad, sin peligrode una recaída.

Nada de esto se logra con tener algunos aposen-tos separados en una mala cárcel, ni con poner aunos cuantos reos en prisión solitaria. Hacerlo asísería, además, una crueldad suma, porque encerrara un hombre en un calabozo, sin proporcionarle ins-trucción ni ocupación alguna, es condenarle a la so-ledad más espantosa, es entregarle a la desespera-ción y acaso a la demencia.

Ninguna fuerza tiene contra lo expuesto hastaaquí, el hecho de que en algunas naciones esté yaproscrita la pena capital: en primer lugar, porque noha pasado el tiempo suficiente para poder decir, contoda seguridad, que esta medida ha producido losbuenos resultados que de ella se prometían; puesvarias de esas mismas naciones han dado otras ve-

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ces ese paso en la vía del progreso, y han tenido queretroceder a poco tiempo, forzadas por la necesidad.Así ha sucedido con la Toscana y la Alemania, si da-mos crédito a lo que dicen Bonneville y Simonet. Ensegundo lugar, porque si la medida de que se tratatal vez no presente graves inconvenientes en nacio-nes antiguas, de pequeño territorio, bien pobladas,con buenas prisiones, y que han gozado de una lar-ga paz; sí puede ser muy peligrosa en una nacióncomo la nuestra, despoblada, montuosa, con pési-mas cárceles, con una policía todavía imperfecta,que ha estado en guerra continua por espacio de se-senta años, con su industria y comercio abatidos, yen momentos en que comienza a restablecerse la se-guridad. Yo creo que en vista de estas circunstan-cias no se atreverían a abolir en México la pena demuerte, ni los mismos legisladores que han creídopoder hacerlo sin peligro en sus propias naciones,porque no siendo absoluta la necesidad de conser-var esa grave pena, sino relativa el estado, costum-bres e instituciones de cada país, es inconcuso que,aun cuando en algunos pudiera proscribirse sinriesgo, será en otros preciso conservarla provisional-mente como una áncora de salvación.

En este último caso se halla nuestra patria; y pormás que tratemos de hacernos ilusiones, es necesa-rio confesar que se comprometerían altamente la se-guridad pública y privada, si la pena de muerte seaboliera del todo, sin tener establecido para substi-tuirla el sistema penitenciario, que es el único, sinduda, con que pueden alcanzarse los dos grandes fi-nes de las penas: el ejemplo y la corrección moral.Pero también es preciso convenir en que sería unainiquidad dejar vigente dicha pena, y no hacer des-

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de luego los mayores esfuerzos para lograr cuantoantes que sea innecesaria su aplicación.

Cuando no se emplea medio alguno para la co-rrección moral de los condenados; cuando sólo seprocura la intimidación por medio de la severidaden el castigo, y éste se llega a ejecutar, en vez deenmendarse el que lo sufre, sólo respira odio y ren-cor contra los que lo condenaron. Si, por el contra-rio, la pena no llega a hacerse efectiva y logra bur-larla, entonces no concibe más que desprecio a laley y a sus ejecutores. Pero ¿cómo no han de ins-pirarle respeto aquéllas y éstos, cuando vea que sele castiga sin saña, y que no se trata de satisfaceruna venganza, sino de hacerle el bien, de proporcio-narle recursos de que subsistir, de instruirlo, demoralizarlo y de volverlo a esa misma sociedad quelo había arrojado de su seno? ¿No verá en esto latierna solicitud de un padre? ¿No se resignará en-tonces a sufrir sumiso la pena, como una conse-cuencia justa de su delito? ¿No procurará corres-ponder a estos afanes y hacerse acreedor, con subuena conducta, a que se modere el castigo que sele había impuesto?

He ahí las principales razones en que descansami opinión, que bien puede resumirse en estas bre-ves palabras de Carlos Lucas, autor laureado y unode los más distinguidos escritores sobre el sistemapenitenciario:

“Sea cual fuere el talento de los hombres ilustra-dos que defienden la subsistencia de la pena demuerte, no podrán luchar largo tiempo contra lairresistible fuerza de la civilización cristiana, quedebe borrar de nuestros Códigos criminales esa úl-tima huella del Talión. La causa de la abolición dela pena de muerte está ganada ya para lo futuro, si

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apoyándose en el progreso de la razón pública, enla dulcificación de las costumbres y en el desarrollode la reforma penitenciaria, se libra de la temeridad delos impacientes”.

Poner los medios para lograr este noble fin es loque, a mi juicio, aconseja la prudencia; lo que meparece más conforme a lo prescrito en el ya citadoartículo 23 de la Constitución Federal, y lo que yohe procurado al proponer los artículos adoptadospor la comisión, que se refieren a la reclusión y pri-sión, a la instrucción que debe darse a los reos, asu fondo de reserva, a la retención por su mala con-ducta, a su libertad preparatoria, y, en suma, todaslas prescripciones del proyecto que tienden a la co-rrección y enmienda de los condenados.

Mientras no pueda abolirse sin peligro la pena ca-pital, lo único que puede hacerse es ir reduciendogradualmente a menor número los casos en que seaplique, como aconsejan los criminalistas moder-nos; y para demostrar que así lo ha hecho la comi-sión, creo bastante hacer una comparación de loscasos que en el proyecto tienen señalada la pena demuerte, con los casos en que, con arreglo a la le-gislación vigente debe aplicarse.

Conforme a la ley de 6 de Diciembre de 1856, seimpone a los capitanes de buques que se dedican ala piratería o al comercio de esclavos; y en el pro-yecto sólo se aplica en el primer caso y no en el se-gundo, por no estar comprendido en el artículo 23de la Constitución.

En la citada ley se castiga el delito de traición im-poniendo la pena capital:

1o. A todos los que invadan a mano armada el te-rritorio de la República, sean extranjeros o mexica-

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nos; y en el proyecto sólo se impone a los segundos,porque sólo ellos cometen el delito de traición.

2o. A todo mexicano que sirva en las tropas ene-migas; y en el proyecto sólo se impone esa pena alos que sirvan como generales, en tropas regulares,o como jefes de banda en tropas irregulares.

3o. También se impone el último suplicio por elsimple atentado contra la vida de los ministros ex-tranjeros, del Presidente de la República, de sus Mi-nistros o de cualquiera de los representantes de laNación; por la rebelión contra las instituciones po-líticas; por la sedición para que se dicte, omita, re-voque o altere alguna providencia de la autoridad;a los militares, de capitán arriba, que se pasen alenemigo, y a los militares o paisanos que, despuésde haber hecho armas contra el Supremo Gobierno,reincidan en el mismo delito; y la comisión no se-ñala la pena de muerte en ninguno de esos casos.

En cuanto al robo, se aplica hoy la pena capitala todo cabecilla o jefe de salteadores, aun cuandoel delito se cometa en poblado y sin ninguna cir-cunstancia agravante; pero la comisión no lo haceasí, y consulta que se imponga la pena de prisión.

Tampoco se aplica dicha pena en el proyecto a losplagiarios, sino en raros casos; ni al homicidio pre-meditado que se ejecute en riña, sin ventaja ni ale-vosía; y todo lo contrario está dispuesto en las leyesactuales.

Pues si a esto se agrega que la comisión consultael derecho limitado de conceder indulto de la penacapital, y que en ningún caso se imponga a los ma-yores de setenta años, a los menores de dieciocho,a los que tengan alguna circunstancia atenuante decuarta clase, o varias que tengan el valor de aquella,ni cuando hayan pasado cinco años después de co-

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metido un delito por el cual debiera imponerse, na-die podrá negar que hemos restringido muchísimola aplicación de dicha pena y dado un paso de pro-greso en este punto.

Por lo que hace a la reforma de las prisiones, la co-misión no puede hacer otra cosa que indicar la ur-gente necesidad que hay de ella; pero el SupremoGobierno, cuya ilustración no puede desconocer laalta importancia de esa mejora, se apresurará sinduda a formalizar la iniciativa conveniente para elestablecimiento de una penitenciaría digna de la ca-pital de la República...

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DEBATES DEL CONSTITUYENTE DE 1917EN TORNO A LA PENA DE MUERTE*

En el artículo que estudiamos [22, párrafo 2o.] seconserva la pena de muerte en los mismos casosque expresa la Constitución de 1857, extendiéndolatambién al violador. Ciertamente, el delito de viola-ción puede dejar a la víctima en situación moral detal manera miserable y lastimosa, que hubiera pre-ferido la muerte; el daño causado por ese delito pue-de ser tan grande, como el producido por un homi-cidio calificado, lo cual justifica la aplicación deigual pena en ambos casos.

El C. Diputado Gaspar Bolaños V. pretende la abo-lición de la pena de muerte, salvo el caso de traicióna la patria, fundando su iniciativa, sintéticamente,en las mismas razones que han venido sosteniendolos abolicionistas de la pena capital; ésta constituyeuna violación al derecho natural: su aplicación escontraria a la teoría que no autoriza las penas sinocomo medio de conseguir la corrección moral del de-lincuente; es inútil la pena de muerte, porque no esverdad que tenga la ejemplaridad que se ha preten-dido; quien menos sufre con la aplicación de esapena, es el propio delincuente; a quien afecta prin-cipalmente es a su familia; y, por tanto, es injusta

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* Sostenidos por el Constituyente de Querétaro en su 39a.sesión ordinaria, celebrada en el Teatro Iturbide el viernes 12de enero de 1917.

aquélla, porque castiga con rigor implacable a quienno tiene culpa; la irrevocabilidad de tal pena no dejalugar a la enmienda de errores judiciales; en el es-tado actual de la ciencia, no puede asegurarse si uninfractor de la ley es un criminal o un enfermo; pormedio de la pena de muerte se confunden los dos ca-sos de una manera irreflexiva e injusta. La delin-cuencia entre nosotros es fruto de la ignorancia;mientras la sociedad no haya cumplido con su deberde extirpar ésta, no tiene el derecho de aplicar lapena de muerte, supuesto que los delitos a que ellase aplica son el fruto de la omisión de la misma so-ciedad. Por último, está cumplida la condición bajola cual los constituyentes de 1857 ofrecieron al pue-blo la abolición de la pena capital; ya se ha estable-cido el régimen penitenciario; no debe demorarsemás el cumplimiento de esta solemne promesa.

...Por tanto, proponemos a esta honorable Asamblea

se sirva aprobar textualmente el artículo de que setrata, que es el siguiente:

“Artículo 22. Quedan prohibidas las penas de mu-tilación y de infamia, la marca, los azotes, los palos,el tormento de cualquier especie, la multa excesiva,la confiscación de bienes y cualesquiera otras penasinusitadas y trascendentales.

“No se considerará como confiscación de bienes,la aplicación total o parcial de los bienes de unapersona hecha por la autoridad judicial para el pagode la responsabilidad civil resultante de la comisión deun delito, o para el pago de impuestos o multas.

“Queda también prohibida la pena de muerte pordelitos políticos, y en cuanto a los demás, sólo po-drá imponerse al traidor a la patria en guerra ex-tranjera, al parricida, al homicida con alevosía, pre-

112 DEBATES DEL CONSTITUYENTE DE 1917

meditación o ventaja, al incendiario, al plagiario, alsalteador de caminos, al pirata, al violador y a losreos de delitos graves del orden militar.”

Sala de Comisiones.— Querétaro de Arteaga, enero 6de 1917.— Francisco J. Múgica.— Alberto Román.—L. G. Monzón.— Enrique Recio.— Enrique Colunga.

...El C. Cravioto: Con fundamento en el artículo 106

del Reglamento, pido la palabra antes de que co-mience el debate, para hacer una interpelación. ElReglamento, en su artículo 106, dice lo siguiente:

“Siempre que al principio de la discusión lo pidaalgún individuo de la Cámara, la Comisión dictami-nadora deberá explicar los fundamentos de su dic-tamen y aun leer constancias del expediente si fuesenecesario; acto continuo, seguirá el debate.”

Este artículo, señores diputados, tiene por objetoevitar discusiones inútiles; por consiguiente, aho-rrar tiempo. Por lo tanto, yo me permito hacer unaserie de interpelaciones a la Comisión, que esperose servirá contestarme de una manera categórica yprecisa. El proyecto del artículo, tal como lo presen-ta la Comisión, tiene como novedad incorporar alviolador en la carne patibularia, y al violador, asícomo suena sin adjetivos, sin limitaciones, sin cir-cunstancias determinadas, de tal manera y a no serpor un ligero fundamento que hay en la exposiciónde motivos, se podría extender la pena de muertehasta al violador del secreto de Estado, hasta al vio-lador de correspondencia; indudablemente que nose trata de esta clase de violadores, sino del violadorde vírgenes. El violador es el individuo que ejerceviolencia carnal sobre una mujer, y en eso, señoresdiputados, hay una seria intención de malicia. To-dos ustedes comprenden que no es lo mismo este

DEBATES DEL CONSTITUYENTE DE 1917 113

delito cuando se comete en la persona de una niñade 15 años, que cuando se comete en una joven nú-bil de 18 o cuando se comete en una jamona de 40años, viuda y alegre. Yo pregunto si está en la ínti-ma convicción de la Comisión, si está en el ánimode la Comisión pedir la pena capital para toda estaserie de violaciones. Hay además otra serie de gra-dos que dependen de los medios empleados; las vio-laciones se cometen por violencia física brutal, em-pleando la fuerza; también por el uso de narcóticos,de bebidas embriagantes, de sugestión lenta por pro-promesas de coacción moral, etcétera; todo esto vacaracterizando peculiarmente el delito, haciéndolomás o menos grave. El proyecto dice simplemente:al violador, y en este concepto tendrán que ser fu-silados todos los violadores. Hay otra consideración.Yo pregunto: ¿La Comisión ignora acaso que ennuestras costumbres arraigadas todos nuestros jó-venes, casi en su totalidad, tienen su iniciación pa-sional por medio de comercios violentos con lascriadas y las cocineras? (Risas y aplausos.) ¿Hapensado la Comisión en el chantaje abominable aque va a dar lugar ese artículo si se aprueba? Yoquiero que me digan también en qué estadística for-midable se han basado para incorporar al violadorentre los señalados para el patíbulo. ¿Estamos aca-so amenazados de una epidemia de satiriasis? (Ri-sas.) ¿Temen los señores de la Comisión que estéencima de nosotros, apremiante e indefinido, elRapto de las Sabinas? ¿Será que Priapo está actual-mente a las puertas de la República, cabalgando so-bre el caballo de Atila? Por último, señores diputa-dos, quiero que me diga la Comisión, ya que nomenciona ni edad ni sexo en el artículo del proyecto,si en el espíritu de la Comisión, ya que no es el dic-

114 DEBATES DEL CONSTITUYENTE DE 1917

tamen, caben para aplicárseles la pena de muertelas mujeres y los niños. Si la Comisión no respondecategóricamente estas preguntas, saldrá sobrandola discusión, y la Asamblea en masa, en una acla-mación de protesta, echaría abajo la barbarie de esedictamen en honor de nuestros fueros de civiliza-dos. (Aplausos.)

El C. Pastrana Jaimes: Pido la palabra para unainterpelación que se relaciona con el doctor Romány sería bueno que la contestara.

El C. presidente: Tiene usted la palabra.El C. Pastrana Jaimes: En algunas sesiones se ha

citado aquí que todos los delincuentes son enfer-mos. Esto lo enseña la ciencia penal, ha sido un ar-gumento en manos de abogados; pero en la Comi-sión figura el señor doctor Román, a quien creobastante competente en criminología y deseo pre-guntarle si ha puesto en antecedentes a la Comisiónacerca de los medios que se conocen para corregira los delincuentes.

El C. Lizardi: únicamente para una pequeña in-terpelación a la Presidencia.

El C. presidente: Diga usted.El C. Lizardi: ¿Se servirá decirnos si el señor Cra-

vioto hizo uso de la palabra para una interpelacióna la Comisión o para alusiones personales? (Siseos.Risas.)

El C. presidente: Tiene la palabra la Comisión.El C. Román, miembro de la Comisión: Como a to-

dos ustedes les consta, el artículo que está a discu-sión y respecto al punto que trata el ciudadano di-putado Cravioto, absolutamente es cosecha de laComisión. Como ustedes verán, la Comisión se halimitado a presentar el artículo tal como lo trae elproyecto. Este asunto fue ampliamente discutido en

DEBATES DEL CONSTITUYENTE DE 1917 115

el seno de la Comisión. Había una diferencia de cri-terio bastante marcada entre los miembros de la Co-misión. Las objeciones que acaba de hacer el ciuda-dano diputado Cravioto, se hicieron allí; pero noqueriendo con ese motivo presentar el que habla unvoto particular ni alguno de los otros miembros dela Comisión, creyó más conveniente traer al debatede esta Asamblea el artículo tal como está presen-tado. No solamente esas objeciones pueden hacersea este propósito y voy a dar las que se presentaronen el seno de la Comisión para que sirvan comotema del debate.

En lo general, la Comisión acepta la pena de muer-te como una necesidad, como una triste y dolorosanecesidad, sobre todo para nuestra patria. En tra-tándose del traidor en guerra extranjera, aun el se-ñor diputado Bolaños, que presentaba una iniciativapidiendo la abolición de la pena de muerte, conveníaen la necesidad de este medio como un recurso ver-daderamente radical y eficaz para evitar que siguie-ran empleando medios verdaderamente desventajo-sos para la defensa de la nación. Otro tanto podrádecirse de los delitos cometidos con premeditación,alevosía y ventaja, pues indudablemente que los cri-minales que tienen tales condiciones son un verda-dero peligro social; respecto del salteador de cami-nos, es una verdadera necesidad para conseguir lapacificación de la patria. Muchos de los que estamosaquí presentes, todavía recordaremos cómo en regio-nes apartadas del país, en una nación como la nues-tra, de un territorio verdaderamente grande, suma-mente extenso y accidentado, la pacificación es unproblema que tiene la revolución que resolver poste-riormente y que se presenta, casi pudiéramos decir,como un fantasma. Y en estos casos, la pena de

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muerte se impone para ciertas regiones. La Comisióntiene la convicción de que en muchos casos ha sidola única solución que se ha dado para combatir esemal para regiones como el Estado de Morelos. Con-súltese la Historia y la Historia dirá los medios quese emplearon en estas regiones accidentadas, y severá cómo en algunos pueblos pequeños, en los másescarpados de la sierra, después de eliminar tres ocuatro personalidades de aquellos delincuentes, seconsiguió dar mayor seguridad a los caminos. Quizámuchas de las diferencias dependen de nuestra prác-tica en el sistema penal, pues muchos de los que secogían por los caminos como presuntos salteadores,aun habiendo las mayores probabilidades de su cul-pabilidad, se les llevaba a la cárcel y casi siempre seveía que ese sistema no era bastante para acabar conesa plaga social. Otro tanto se diría respecto de losincendiarios, plagiarios y piratas, pero no así respec-to al parricida y al violador. Respecto al parricida,que indudablemente no quiso el ciudadano Craviotohacer mención de ello, este es un crimen verdadera-mente raro, no sólo en México, sino en todo el mun-do; y a este propósito, ¿qué objeto tiene aquí la penade muerte? ¿Es acaso para evitar esa clase de delitoexcepcional? Indudablemente que no. ¿Por qué sepone aquí? Porque es un crimen verdaderamente mons-truoso que afecta al sentimiento y a la conciencia delas multitudes, pero en verdad la pena de muerte norestringe este delito sumamente raro, porque su res-tricción está más bien en la organización del hogar,en la tradición, etcétera. Otro tanto se debe decirrespecto al corruptor de menores, y que es este casocinco veces más urgente, porque el Estado tiene eldeber de proteger a los menores. Respecto del vio-lador, nosotros hemos comprendido que es casi una

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limitación; el linchamiento en Estados Unidos, pro-bablemente fue lo que sugirió esta clase de recur-sos, pero en Estados Unidos el linchamiento es másbien un brote de pasión, una represalia entre dos ra-zas que se odian; así es que si pensamos en todoslos inconvenientes que tenemos, deberemos fijar ennuestra legislación la pena de muerte a propósitodel violador. Respecto de las condiciones especiales,los señores abogados de la Comisión nos informa-rán que la legislación deberá seguramente precisarlas condiciones en que deberá aplicarse esa pena,porque indudablemente para esas variantes, quemuchas son, como la Asamblea perfectamente lo hacomprendido con lo que ha dicho el señor diputadoCravioto, sería verdaderamente ridículo aplicar lamisma pena, y que además, en muchos casos, da-das nuestras costumbres, se prestaría muchísimo alas mayores injusticias. La idea, el concepto que ha-bía quedado en la Comisión del caso único en quequizá pudiera aplicarse la pena de muerte, seríacuando se tratara de una mujer de menor edad,porque en estos casos la protección a la inocencia,a las menores, se tendría en cuenta, además de quees un caso verdaderamente monstruoso, pues en ta-les circunstancias no habría ni la satisfacción de unapetito sensual, sino que sería un crimen monstruo-so como en el caso de los parricidas.

El C. Cravioto: Es necesario aclarar si están in-cluidos en la pena de muerte las mujeres y los niños.

El C. Román: Respecto a los delitos graves del or-den militar, probablemente, como la pena de muerteaplicada al traidor en guerra extranjera, quizá se-rían los puntos que con más ventaja pudieran sos-tenerse en el curso de este debate.

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El C. Ilizaliturri: Mi interpelación la dirijo princi-palmente a los abogados que forman parte de la Co-misión. (Voces: ¡Tribuna! ¡Tribuna!). Yo quisiera queme hicieran el favor de decirme cuál es la definicióno los elementos constitutivos de este delito que lla-man salteador de caminos; pero por la redacción deeste artículo parece que se trata del robo con vio-lencia, que sí es un delito previsto y penado por elCódigo Penal al que impropiamente se le llama sal-teador de caminos. No me toca a mi contestar lasinterpelaciones del señor Cravioto, pero para que secalmen sus temores, le diré que conforme a ese ar-tículo 22 se faculta a las legislaturas de los Estadospara que castiguen la violación con la pena demuerte, pero estoy seguro que ningún Código Penalde ningún Estado va a imponer la pena de muertepor el delito de violación.

El C. presidente: Tiene la palabra en contra el ciu-dadano De los Ríos.

El C. De los Ríos: Señores diputados: Hace algu-nos días me pareció notar que desde esta tribuna elseñor general Múgica decía a ustedes, con motivo deun suceso por medio del cual un hombre iba a per-der la vida por una injusticia, que esto se debía alo malo que son los Consejos de Guerra; no, seño-res, ese hecho sólo demuestra lo malo que es laaplicación de la pena de muerte. En la concienciade todos los hombres avanzados, en el criterio de to-dos los hombres liberales y rectos está ya escrita laabolición de la pena de muerte, por inútil y por in-justa. Yo sé bien que por ser esta una instituciónde siglos, es muy difícil arrancarla de la costumbre,como fue muy difícil lograr la abolición de la escla-vitud, de los tormentos y de las marcas infamantes,pues hasta en su agonía, esas instituciones tuvieron

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defensores para subsistir. Yo, que no niego al orga-nismo social el perfecto derecho que tiene de defen-der sus intereses, usando de todos, absolutamentede todos los medios que para ello le sea necesario,no comprendo que la pena de muerte sea precisa;al igual la razón y la conciencia la rechazan; y deseovivamente que sea suprimida, que desaparezca parasiempre de nuestros códigos esa pena innecesaria,cruel, embrutecedora de las masas, que en tropel seapiñan cuando se practica, para presenciar las es-pantosas convulsiones del ajusticiado; de esa penacreadora de los verdugos, indigna de estos tiemposa que asistimos, de este tiempo de grandes adelan-tos en que vienen a tierra todos los prejuicios delpasado, pero que necesitan para completar su escu-do, que la pena de muerte se borre de sus códigos.Y bien, señores diputados; este principio que fue ob-jetado por la Legislatura de 1857, hoy, sesenta añosdespués, en un Congreso que quiere hacer obra quepase a la Historia, debe ser abolido, pues de lo con-trario, en lugar de progresar, retrocederíamos. El ar-tículo 25 de la Constitución de 1857 reconoció lapena de muerte, no como un principio nuevamenteestablecido, sino como un principio perfectamentedefinido y perfectamente establecido. Determinópara su aplicación una condición, la de que se es-tableciera el régimen penitenciario y aun exigió queesa condición se llevara a cabo a la mayor brevedadposible. Pero sabéis, señores diputados, ¿qué se nospropone con ese dictamen? Nada menos que la re-forma hecha por don Porfirio Díaz a ese artículo 23de la Constitución; pero no, algo más: se nos pro-pone una adición exótica, sicalíptica; en nuestrostiempos, señores, nadie se atreve a sostener la penade muerte como benéfica ni aun como justa; ésta es

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una institución que pertenece al pasado, es el últi-mo resquicio de la Inquisición, es algo así como unamomia que hoy se pretende desenterrar aquí. Lapena de muerte fue digna de Porfirio Díaz y de Vic-toriano Huerta y a ellos pertenece, a ellos, señores,que desplegaron la crueldad y el sarcasmo en el su-plicio; que arrojaron la afrenta atroz, la burla queecharon sobre el sepulcro del ajusticiado; pero en-tonces se levantó una revolución contra esas infa-mias y por eso nosotros debemos abolir la pena demuerte a favor de los vientos revolucionarios quehan socabado las carcomidas bases de aquella so-ciedad que estaba ya de por sí amagada de terriblesconvulsiones, de profundas mudanzas, de imponen-tes cataclismos. Dos motivos o pretextos tiene lapena de muerte para su subsistencia: el primero essegregar un miembro gangrenado de la sociedad, yel segundo la ejemplaridad que produce, para queno se sigan cometiendo los delitos por los cuales seaplica. La sociedad tiene el perfecto derecho de de-fenderse, pero cuando ella se defiende es cuando yano hay agresión, cuando el peligro ha pasado, cuan-do el hombre, el reo, maniatado, inerme, impotente,ya nada puede contra la sociedad; el cuerpo que sedesploma en el cadalso es el de un individuo que hallegado a él cercado de bayonetas, humillado por lacuriosidad del populacho, y entonces, señores, eneste caso, la pena de muerte no es sino una ven-ganza del fuerte contra el débil, y un baldón parael que la ejecuta. La sociedad puede arrancar de suorganismo un miembro enfermo e incurable sin ne-cesidad de acudir al asesinato. La eliminación qui-zá, seguramente en el mayor número de casos, noprecisa mendigar auxilios a la muerte. ¿Quién hadado a los hombres, y éste es un argumento muy

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viejo, el derecho de suprimir a sus semejantes? Estederecho no tiene el mismo origen de las leyes quelo produjeron. La soberanía de las leyes no es otracosa sino la suma de pequeñas funciones de liber-tad contra cada uno; pero, ¿quién ha querido dar alos hombres el derecho de quitar la vida? Si unomismo no tiene el derecho de matarse, ¿puede de-jarse este derecho a los demás o a la sociedad en-tera? No, señores; en este caso la pena de muerteno se apoya en ningún derecho, no es sino una gue-rra declarada por la nación a un ciudadano. Cuan-do la sociedad aplique la pena de muerte, por ejem-plo, en el caso de un homicidio, como proporcionalal delito que se cometió, se coloca en la misma es-fera de la justicia penal antigua y nos hace retroce-der a aquellos tiempos de la pena del Talión, de “ojopor ojo y diente por diente”, que ha sido ya conde-nada por bárbara y por inhumana. Un escritor fran-cés, según creo, Alfonso Carl, decía: “Si no queréisque se mate, empezad vosotros, señores asesinos".Pues bien, señores diputados, estas palabras que noson sino una bella frase literaria y un pensamientode Alfonso Carl y de todos los que como él juzgan,es una verdadera protesta hecha a nombre de lasnaciones civilizadas contra los asesinatos en estaterrible y constante lucha en la que a golpe dadohay golpe recibido y en la que se colocan a la mismaaltura las grandes colectividades honradas y los se-ñores asesinos, como decía irónicamente el autorfrancés. Pasemos ahora a la cuestión de ejemplari-dad. Ya se ha dicho que las penas no son ejempla-res, ni tienen por qué serlo, puesto que los múlti-ples móviles que orillan a un hombre al crimennefando o al simple delito, no se modifican con elcastigo a otros, pues aun tratándose de aquellos ra-

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ros y monstruosos de que nos hablaba el señor Ro-mán, del parricidio, son el patrimonio de unos po-cos; éste es justamente el motivo de su rareza y nola duda del miedo a perder la vida, sobre todo cuan-do se trata de nuestras clases inferiores en que eldesprecio a la existencia es proverbial y asombroso.Por regla general, los dramas pasionales son los quesuministran mayor contingente de condenación alos cinco verdugos oficiales. Este hecho, que estáconsignado en muchas estadísticas, demuestra queel cadalso nunca amedrenta al que mató por odio,por venganza o por celos. Los criminales animadosde esta pasión desprecian la existencia y van al lu-gar de la ejecución más bien como objeto de admi-ración que como un ser depravado o de aversión. Elcastigo de esa manera, menos efecto hace en el es-píritu humano que la duración de la pena, porquenuestra sensibilidad es más fácil y más constante-mente afectada por una impresión ligera y frecuen-te que por una sacudida violenta y pasajera. Lapena de muerte es funesta a la sociedad por losejemplos de crueldad que da a los hombres; en la ne-cesidad de la guerra han aprendido a derramar lasangre humana las leyes, cuyo objeto es dulcificarlas costumbres, y, entiéndalo bien la Comisión, si lasleyes son hechas para dulcificar las costumbres, siese es su objeto, ¿cómo se va a pretender, seño-res, que se mate castigando al asesino?, ¿no es ab-surdo pensar que se pueda ordenar una muertepública para prohibir a los ciudadanos el asesina-to?, ¿qué se debe pensar mirando a los sabios ma-gistrados, a los ministros encargados de la justiciamandar a la muerte a un reo con indiferencia, contranquilidad, con ceremonia? Por otra parte, se hadicho muy bien que la verdadera víctima es la fa-

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milia; el individuo a quien matan ya no puede pres-tar ningún servicio a la familia (Risas), el individuo aquien se le deja la vida, puede aún en la prisión, conel fruto de su trabajo, sostener a sus deudos. ¿En-tonces de qué nos habría servido esa balumba desabiduría que nos han traído aquí los señores abo-gados a propósito de las colonias y del régimen pe-nitenciario? Por otra parte, y es el argumento eter-no: la irreparabilidad de la pena. A un individuo aquien por otro crimen se le encarcela, si es inocente,si se descubre su inocencia, se le puede decir: usteddispense; pero al que se mata, a ese hombre ya nose le puede decir una palabra (Risas), ese hombreya pasó a la otra vida. Nos dice la Comisión en sudictamen que la pena de muerte está en vigor en lasnaciones europeas y en alguna otra parte, creo queen los Estados Unidos, por más que en EstadosUnidos, en una buena parte ya se ha abolido lapena de muerte. Valiente argumento: ¿porque lasnaciones europeas en su mayor parte son monár-quicas, nos van a traer el régimen monárquicoaquí?, ¿porque en los Estados Unidos existe la leyde Linch, la vamos a aceptar nosotros?, ¿porque elSultán de Turquía tiene un serrallo, la Comisiónnos va a traer un serrallo? No, señores diputados;es necesario borrar ese artículo que nos proponen,hay que suprimir ese castigo terrible que arrebatapara siempre un ser al mundo, que no corrige ni re-para, que arroja sangre sobre sangre y que lleva ala ley, escudo de la vida y del derecho de los ciu-dadanos, todas las negruras del sepulcro, todos losvapores de la sangre, todas las nieblas heladas dela muerte; a nosotros, señores, a los revoluciona-rios, nos toca llevar a cabo esta obra; a la revolu-ción, que ha sabido quitar todos los escollos opues-

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tos a sus ejércitos en su marcha hacia el ideal; asícomo las revoluciones biológicas, señores, conver-gen a crear el organismo humano que es el compen-dio de la naturaleza, así también todas las revolu-ciones sociales deben converger a crear el derechoy la justicia, que son el compendio de la sociedad.Era, señores, en la Convención francesa; un negrohabía llegado allí saliendo de su condición de paria;se trataba de los derechos del hombre y exclamó:“Señores, ustedes dicen que el hombre es libre, quela idea es libre, que el pensamiento es libre; puesyo digo a ustedes que todo esto es mentira; yo nosoy un hombre libre”. Y bien señores; en esa mismanoche la Convención francesa abolió la esclavitud yuno de sus miembros exclamó: “Señores, no discu-tamos eso, porque nos deshonramos”. Yo también,señores, apelo al sentimiento de todos ustedes y digocomo el convencional francés: “no discutamos esto,señores, porque nos deshonramos”. (Aplausos.)

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadanoCedano, en pro.

El C. Cedano: Señores diputados: Me permitiréisque haga un pequeño paréntesis, porque os debouna explicación. En la vez anterior, al hacer uso dela palabra, noté cierto cansancio en la Asamblea, talvez por la monotonía de mi discurso; yo no tengo eldon de la palabra y realmente no quisiera jamás te-nerlo, porque la experiencia me ha enseñado que to-dos los grandes tribunos y, sobre todo, nuestrosoradores parlamentarios, nunca han sido sinceros;prefiero verter lo que diga mi corazón, a tener queforjar discursos que podría pensarlos, pero no sen-tirlos. Contrayendo ahora mi discurso al sentir de ladiscusión, debo decir desde luego que no voy a de-fender el dictamen por el solo hecho de mi carácter

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de militar, ni por el hecho tampoco de que sea pre-cisa en los actuales momentos la aplicación de lapena de muerte. La defensa, en este lugar de la abo-lición de esa pena, equivaldría desde luego a la san-ción de todos los crimenes, supuesto que estamosactualmente en un medio que no es posible todavíatener en cuenta para la abolición de la pena demuerte. ¿Vamos a forjar lirismos? pues aprobemosdesde luego esa abolición; ¿vamos a hechos prácti-cos? pues entendamos que para poder reducir nues-tra nacionalidad a la paz, que para poder traer anuestra legislación un principio que garantice a la so-ciedad, necesitamos de todos modos mantener, si bienmuy limitada, la institución de la pena de muerte. Mereferiré brevemente a los argumentos que se han ex-puesto aquí. Creo yo que la Comisión ha dejado per-fectamente deslindado el hecho de que la pena demuerte queda abolida desde luego para los reos po-líticos. Creo que la razón no se oculta a ninguno denosotros; los delitos políticos envuelven, desde unpunto de vista moral, el deseo de mejoramiento dela patria, el deseo del establecimiento de nuestrasinstituciones y el deseo del verdadero respeto anuestras leyes, cuando estas leyes están debida-mente fundadas. Nosotros no podemos tomar comoejemplo el caso local que se refiere a la sentencia demuerte dictada por un Consejo de Guerra; clara-mente dice el dictamen que la pena de muerte enestos casos queda para los delitos graves del ordenmilitar. Nosotros ya estamos completamente con-vencidos de que no se trata aquí de un delito gravedel orden militar; pero eso no corresponde estable-cerlo dentro de los límites de un precepto constitu-cional. Ese precepto constitucional no puede indicaren qué casos hay hombres que quieren torcer la jus-

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ticia, en qué casos hay hombres que quieren ejercervenganzas personales y en qué casos los hombrespueden equivocarse; todo esto queda naturalmentedentro del criterio de los hombres sensatos y hon-rados. Esto no es, pues, un ejemplo del que nos pu-diéramos valer para decir que es peligrosa e innece-saria la pena de muerte. Muchos de los señoresconstituyentes que actualmente están en esa Asam-blea, comprendieron que nosotros no admitiríamosel régimen de Porfirio Díaz, pero sí recordamos queentre las obras que la sociedad le agradeció al prin-cipio de su administración, fue la extinción del ban-dolerismo, herencia fatal que queda siempre a todaslas revoluciones. Es la conciencia necesaria y fun-damental de que el engañado de aquel que falsa-mente invoca una bandería política, de aquel quepretende reformar la patria, para dar pábulo a suspasiones y para dar toda la expansión que necesitansus intenciones, en estos casos, señores, es cuandoprecisa mejor que en ningún otro la aplicación de lapena de muerte, porque se dirá si puede establecer-se un régimen penitenciario como se ha dicho ya,porque si es necesario corregir, si podemos creerque se trata de enfermos, como alguno de los seño-res diputados ha dicho, es verdad; pero si examina-mos cada uno de los casos es que la pena de muertepuede ser aplicada, conforme el criterio de la Comi-sión, veremos que no se trata aquí sino de casos nopsicológicos, sino de caracteres de idiosincrasia quees imposible corregir, ni con la medicina ni con losregímenes penitenciarios. Veamos los casos: sólopodrá imponerse al traidor a la patria en guerra ex-tranjera. Es necesario convenir que el que no amaa su patria no puede tener afecto alguno sobre latierra; el amor a la patria es superior en muchos ca-

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sos al amor a la madre; por lo tanto, aquel que re-niegue de su patria, aquel que la traicione, es tantoo peor que el parricida. El parricida está por natu-raleza propia condenado a la pena de muerte, por-que se supone en ese individuo la carencia total desentimientos y, como he dicho, puede darse el casoen que alguna vez se trate de enajenación mental;esto algunas veces se ha visto; pero en la mayoríade los casos es una amoralidad incalificable, ente-ramente incurable, es una amoralidad que solamen-te con la instrucción, con la educación, se puedecorregir; supuesto que hemos visto en muchas na-ciones civilizadas que estos individuos amorales,que aun cuando se llamen cultos y civilizados, siem-pre eluden y siempre tratan de escapar a la acciónde la ley, luego son plenamente responsables, luegoson plenamente conscientes, y ¿vamos a dejar den-tro de la sociedad un miembro corrompido, para quese gangrene el resto de la sociedad. Se diría que elapartamiento de estos individuos, de estos crimi-nales, para que se pudieran dañar, sería el mejorde los remedios; está bien; pero si llegamos al caso deaplicar esta pena a los salteadores de caminos que,como he dicho, al final de las revoluciones son siem-pre numerosos, pretextando banderías políticas,¿qué prisión pudiéramos tener para ellos?, ¿cuál se-ría entonces el dique que pudiera oponerse a estedesbordamiento de pasiones, a este estado psicoló-gico de la sociedad en la cual todos, por el hechode verse garantizados contra la pena de muerte, qui-sieran cometer toda clase de desmanes? Yo creo,como digo, que es un idealismo, y en nuestro mediono debemos pensar en idealismos; tal vez dentro decincuenta años, tal vez dentro de cuarenta años, talvez dentro de veinte, podrá quitase de nuestros có-

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digos la pena de muerte; pero si vamos a considerarque estos artículos tienen que entrar en vigor el mespróximo, dentro de un período de tiempo que es im-posible la extinción de esas gavillas, ¿qué es lo quevamos a hacer de la grandiosa obra de la revolu-ción? Tal vez tengamos el caso de que dentro dequince o veinte años que nuestra sociedad no nece-site ya de las garantías del Gobierno, que nuestroestado social se haya elevado un poco de nivel in-telectual y moral, al grado de que no sea necesariala aplicación de la fuerza para la extinción de todoese desbordamiento de pasiones, entonces se puede,por los Congresos que entonces existan, borrar,como digo, estos preceptos que de momento son en-teramente necesarios, porque, como he dicho, san-cionar la abolición de la pena de muerte, equivalea sancionar la muerte de la revolución. Creo yo quetodos los demás casos que se prevén en el dictamende la Comisión, por ejemplo, el parricida, el incen-diario, el pirata y el de los delitos graves del ordenmilitar, se comprende desde luego que todos estosdelitos tendrán que ser calificados dentro de los pre-ceptos legales, estableciéndolos, como dije, bajo unestudio severamente hecho, una vez concluida laobra constitucional y establecida la obra que pudié-ramos decir de reglamentación de esos principiosconstitucionales. En la reglamentación de estos pre-ceptos cabe, naturalmente, la ampliación de todosaquellos casos en que sea necesario quitar a los in-dividuos esa espada que se cierne sobre ellos, cuan-do no tenga razón de ser. Yo creo que es tambiénun idealismo suponer aquí el asesinato político,pues vemos que todos estos delitos, la aplicación dela pena de muerte fuera de los puntos establecidospor nuestras leyes, es herencia de Huerta y Félix

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Díaz, es también herencia de Francisco Villa o Do-roteo Arango; pero digo, ¿cómo por esto vamos a ex-tirpar por completo la necesidad de esta pena? Por-que mientras nosotros tratemos de garantizar losderechos del hombre, hay que considerar que elhombre quiere estas garantías cuando sean aplica-bles al ejercicio de sus derechos y al ejercicio de suslibertades, sancionadas por la moral y por la razón.Si la aplicación de los derechos del hombre, si la ga-rantía de esos derechos se quiere para dar libre vue-lo, toda la expansión a las pasiones humanas, ydebe tener su límite, yo creo que nosotros estamosobligados a establecer pretextos que lo impidan, acompletar aquí la obra salvadora de la revolución,que los verdaderos principios de las garantías indi-viduales son los que primero garantizan a la socie-dad y después al individuo; luego para garantizar alindividuo se necesita que aquel individuo no puedalesionar el derecho de tercero; que pueda ser respe-tuoso con los demás; que en ejercicio de sus dere-chos tenga por límite el derecho de los demás, y entodos los casos que establece la Comisión se ve cla-ramente que los individuos, los delincuentes, norespetan los derechos de los demás, sino que, porel contrario, se han hecho acreedores a una penaque equivale precisamente al quebrantamiento delas libertades ajenas. No quiero yo hacerme dema-siado extenso sobre este particular; simplemente,como digo, y mi principal razón es ésta, debe pre-valecer la pena de muerte para todos aquellos casosen que los delincuentes sean enteramente conscien-tes y creo yo que en los casos aquí previstos, la de-lincuencia se considera como originada de un esta-do individual en el cual se ha reflexionado sobre loshechos, como puede indicarlo el mismo texto del

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precepto. Al homicida con premeditación, alevosía yventaja, porque nosotros sabemos que hay indivi-duos que premeditan sus crímenes antes de come-terlos, que estudian, si es preciso estudiar para elasesinato, como los grandes bandidos intelectualesde Norteamérica, y en todos estos casos hay que es-tablecer un principio, porque aun cuando nuestroestado intelectual progresó, también la intelectuali-dad criminal tendrá que progresar; en cuanto a la penaaplicable al delito de violación, creo yo que la Co-misión tuvo la intención de establecerlo en los casosen que, como dije hubiere agravantes notorias,como la violencia, como la minoría de edad y comootros casos especiales que aquí en concreto pudieracitar; recuerdo, entre otros, algunos hechos delic-tuosos cometidos por grupos de individuos porejemplo en Calitlán, del Estado de Jalisco, en quebajo el pretexto de un movimiento revolucionario, selevantaban grupos de individuos, con el único fin,oídlo bien, de ir a raptarse a las jóvenes que habíaen esos lugares y abandonarlas en seguida. Creoque la diputación de Jalisco puede recordar estoshechos y aun puede ser que tenga datos aplastan-tes, bastante amplios sobre esta materia; el mismocaso pudiera decir yo o hechos semejantes pudieranarrar de otros individuos o de otros grupos dehombres, que, bajo el pretexto de principios entera-mente políticos, cometían fechorías de esta natura-leza, entre los cuales podríamos contar a un PedroZamora, a un Roberto Moreno, a grupos de indivi-duos que sería largo enumerar, para cimentar aquíla necesidad de establecer un principio que conven-za a esta Asamblea de que no es todavía el momentode apoyar la abolición de la pena de muerte, que esees un gran principio, que es un gran ideal que gra-

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vita en las esferas metafísicas de nuestra patria yque si nosotros queremos ir a suelos extraños a to-mar principios que no se adaptan a nuestro mediopsicológico, a nuestro medio biológico, entonces po-dríamos concluir con la necesidad de que tendría-mos que establecer una serie de principios que noestamos en el caso de instituir.

El C. presidente: Tiene la palabra en contra el ciu-dadano Porfirio Castillo.

El C. Del Castillo: Ciudadanos diputados: Vengoa impugnar el dictamen de la Comisión en la partetercera del artículo 22, y a llamar a vuestra concien-cia para que votéis conmigo contra los casos quevoy a determinar.

Se deja establecida la pena de muerte para el trai-dor a la patria en guerra extranjera, para el autorde homicidio con premeditación, alevosía y ventaja;para el parricida; para el incendiario; para el plagia-rio; para el salteador de caminos; para el pirata;para el violador y para el reo de delitos graves delorden militar. Seguramente, señores diputados queno estamos legislando para un momento anormal ypara circunstancias especiales, sino que vamos acrear leyes para la vida normal del pueblo y debe-mos tener presente este principio para ser más jus-tos en nuestras apreciaciones y ser más rectos ennuestro criterio. Para el traidor a la patria, no vengoa pedir clemencia; para él, justicia, y justicia terri-ble; para ese ser ruin que juega con los dolores dela patria en momentos de angustia, no bastaría se-guramente toda su existencia para pagar su crimenmonstruoso. No bastaría toda su sangre para lavaresa mancha horrenda, y si no nos conformáramoscon la pena de muerte, habría que inventar otro tor-mento más cruel que desencajara uno por uno to-

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dos sus huesos, que extrajera gota por gota toda susangre y que sus despojos de traidor ni siquiera me-recieran sepultura en el suelo patrio profanado.(Aplausos.) Para los indignos que diesen la espaldaante una avalancha enemiga, que viene hollando elsuelo de la patria y profanando nuestros lares, paralos indignos que van a llamar a las antesalas delcastillo de Miramar o al Capitolio de Washington, ya implorar el apoyo de su déspota para venir a des-truir nuestras instituciones, para venir a atentarcontra nuestra autonomía; para esos, señores dipu-tados, necesitamos justicia inexorable, justicia cruelsi fuera esto posible. Pero para los demás delin-cuentes, para el parricida, yo no puedo creer, seño-res diputados, que exista un hombre a tal grado de-pravado que pudiera, con toda serenidad y cálculo,estar afilando el puñal con que asestar golpe demuerte al corazón de su madre; yo no puedo creerque llegue hasta allá el individuo en su depravaciónmoral, y si alguna vez, por circunstancias fatales,por coincidencias funestas, llega a cometer tan ho-rrendo delito, yo creo, señores diputados, que no setrata en ese caso de un criminal; no podemos con-cebir ese crimen tan monstruoso; porque ¿quién nosiente ese respeto y ese amor tierno y entrañablepara los seres queridos que nos han dado la exis-tencia? Seguramente que aquel individuo que en sumomento desgraciado cae en tan funesto delito, haprocedido impulsado por otras causas distintas;considero que podrá ser un loco, un idiota, un bru-to, un candidato al manicomio, pero no un candi-dato al patíbulo. La Comisión nos ha dicho por con-ducto del ciudadano diputado Román, que elparricidio es un delito tan monstruoso como tanraro, sumamente raro; y en verdad que, al menos

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yo, no recuerdo haber conocido o leído siquiera uncaso de parricidio. Igualmente son delitos gravesque casi van extinguiéndose o han pasado ya a lahistoria, los delitos de piratería y de plagio. Y sipues todos esos delitos son una rara excepción,¿por qué, señores, vamos a asentar por una excep-ción una regla general?, ¿por qué vamos a consig-nar en nuestro código supremo ese borrón?, ¿porqué vamos a dejar en pie la pena de muerte? El pla-giario se produce, generalmente, en los momentosde agitación, en los momentos revolucionarios y tienepor objeto principal el robo, y para estos casos sa-bemos que las leyes penales son terribles. El pirataes otro delito que, como dije pasó a la historia; eladelanto de la marina cada día ha ido destruyendoesos peligros y tenemos esperanzas de que desapa-rezcan totalmente; pero en caso remoto de que sur-giera hoy un pirata con un submarino o con un aco-razado moderno, ¿qué haríamos nosotros, señoresdiputados, con nuestros humildes huacales del Gol-fo y del Pacífico, para ir a perseguir a aquel pirata?En ese caso nuestra sentencia de muerte resultaríauna amenaza irónica y risible para aquel culpable.Los salteadores de caminos son generalmente, comolo ha confesado el mismo señor Cedano, que vino ahablar en pro del dictamen, y también el señor Ro-mán, casos raros, y éstos se producen generalmentedespués de las agitaciones; son las colillas que de-jan siempre las revoluciones, son los residuos revo-lucionarios que no se han podido extirpar de unsolo golpe, como después de los combates de Celayay León, aún vive Francisco Villa y sigue con suschusmas merodeando la República. Así, pues, lossalteadores de caminos son el último reducto de lasrevoluciones, el último residuo, y no propiamente

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criminales especiales. Ahora bien, señores dipu-tados, digamos la verdad: si en estos casos y paratodos esos delincuentes la sociedad exige sus dere-chos y aplica el rigor de una manera inexorable,veamos si la sociedad ha sabido también de unamanera inexorable cumplir con sus deberes, cum-plir primero con sus obligaciones, para luego podercastigar e invocar la justicia. Los delincuentes, a mimodo de ver, a mi modo de entender, tienen tres orí-genes funestos: la miseria, el vicio y la ignorancia;y no es justa, para el delincuente que ha surgidoimpulsado por la miseria, esa represalia cobarde yese asesinato colectivo que no tiene razón. Hagamospor un momento consideraciones sobre los casosprácticos de la vida; veamos un ejemplo de esa so-ciedad que, embriagada en sus placeres, embriaga-da en el confort de sus caudales, es enteramentesorda a los gritos del dolor y de la miseria; es siem-pre indiferente y criminal, y jamás se inclina conmano generosa a levantar a los que se extravían;cierra sus ojos para no ver al que sufre, y se yergueinexorable para descargarle todo el peso de su in-justicia. Supongamos una mujer: aquella mujerhonrada que sale del hogar donde ha dejado al hijohambriento y desesperado, donde ha dejado a lamadre moribunda; que sale y llama a las puertas dela sociedad, que impetra auxilio y, que en todas par-tes se encuentra las puertas cerradas, que la socie-dad despiadada y cruel es indiferente, que nadie laescucha, que la dejan morir en su impotencia ycuando aquella mujer desesperada, desencantadaprofundamente de la indiferencia de la sociedad, nole queda más recurso que lanzarse a las calles paracambiar con las caricias de su cuerpo el mendrugoque irá a salvar de la muerte a los suyos, entonces

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la sociedad se levanta airada e inexorable y marcaen su frente el estigma de la deshonra; entonces lasociedad se avergüenza de que pertenezca a ella; en-tonces esa mujer, impelida por una lucha desespe-rada, ha sido víctima del egoismo de la sociedad, yno víctima de sentimientos depravados, ve cómojuzga y cómo castiga la sociedad. (Aplausos.) Vea-mos ahora esa población de niños, esa multitud defuturos delincuentes que pululan por las calles, queduermen en las puertas de los palacios de los mag-nates, desesperados de hambre y de frío; a esos cri-minales en embrión, ¿cuándo la sociedad se inclinapara recogerlos y educarlos?, ¿cuándo se interesapor remediar sus defectos?, ¿cuándo los lleva a lascasas de corrección para corregirlos?, sólo cuandohan cometido la primera falta, cuando aquellos ni-ños, impelidos por la miseria y por el hambre, arre-batan el primer pedazo de pan, entonces la sociedadlos relega a las casas de corrección, que yo llamo decorrupción; pero aun en estas casas, la sociedad nose ha preocupado por establecer los medios apropia-dos para corregir y encauzar los hábitos del indivi-duo, sus vicios y sus inclinaciones malas; jamás seocupa de ellos, los deja abandonados y que acabende pervertir sus sentimientos; y cuando se ha can-sado de mantenerlos, los arroja otra vez a la calle;y ese individuo, que vuelve otra vez a la lucha porla vida con la misma desventaja y que encuentra asu paso las mismas dificultades, el mismo egoísmo,decepcionado otra vez, desesperado por la indiferen-cia glacial de la sociedad, se vuelve contra ella y lecomete nueva falta; entonces la sociedad se acuerdanuevamente de que es juez, y con mano inexorable,recoge al que ha delinquido y lo envía al presidio.Mas no sólo la sociedad deja que esa población ado-

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lescente muera en la miseria, abandonada, olvidaday desheredada, sino, por el contrario, diremos laverdad sin temores: la sociedad misma coopera amultiplicar esa población de futuros criminales, ellamisma multiplica su número, porque veamos estecaso, que se encuentra diariamente en la vida prác-tica: en las clases humildes, en el pueblo bajo, enesa colectividad que se debate en las charcas delodo, que por su indumentaria humilde y porque sepresenta desarrapada y triste, ha creído siempre lasociedad despótica que es allí el último reducto delos vicios y de la inmoralidad. Pues bien, señores di-putados, yo voy a decir a ustedes que no es así: ladoncella sencilla y honrada de aquella clase, la mujersincera y humilde, sin comprender los altos concep-tos de la dignidad y del honor, pero de una manerainstintiva, si se quiere, los sabe presentir e interpre-tar; esa mujer que en un momento de debilidad, delocura, de éxtasis amoroso, cae en brazos del aman-te y más tarde recibe el fruto de sus entrañas comopremio a su debilidad, esa mujer, desafiando la ma-ledicencia siempre egoísta del vulgo, desafiando larepresalia de sus familiares, desafiando la censurade la sociedad, sabe cumplir con sus deberes demadre, aprieta contra su pecho al hijo de sus en-trañas, y vaga por las calles pidiendo limosna, si espreciso, para amamantarlo y procurar su educa-ción, y esa mujer más tarde se nos presentarápurgada de su falta por su sacrificio de madre en-tregándole a la sociedad un hijo útil, un hombrehonrado, y a veces a la patria un héroe o un ciu-dadano digno. (Aplausos.) En cambio, veamos en lasociedad altiva y cruel a la doncella, preparada paradesempeñar papel importante en la mascarada so-cial, cómo ha sabido coger su careta para ocultar

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artificialmente todas las debilidades de su medio ylos errores de su educación; todas las farsas de lasociedad y cómo sabe esconder entre los plieguesdel encaje y de la seda las corrupciones de su cuer-po; por eso encontramos a diario, señores diputa-dos, multitud de fetos y de niños envueltos en paña-les de seda, arrojados al arroyo; y aquella doncella,acostumbrada a revolotear como las mariposas, des-hojando galanteos y prendiendo ilusiones con susbesos, queriendo demostrarnos que se avergüenzade su deshonra, que teme a la sociedad y a la cen-sura, nos muestra solamente las tenebrosidades desu alma, nos demuestra que no teme al crimenmonstruoso del infanticidio, que no teme la desgra-cia en que abandona al niño de sus entrañas, al serproducto de sus veleidades y de su educación. Aho-ra bien, señores diputados: creo haber demostradocómo la misma sociedad, en vez de corregir a esapoblación adolescente, futuro semillero de crimina-les, la olvida, la abandona y da lugar a las conse-cuencias que después quiere castigar con la pena demuerte. Otro tanto pudiéramos decir del hombre;del hombre, del padre de familia, del jefe de un ho-gar, que por la explotación en que vive, por las cir-cunstancias miserables en que la sociedad lo sujeta,lucha siempre en la miseria, tiene su hogar sumidoen la orfandad, tiene a los hijos desnudos y a la es-posa llorosa; cuando ese hombre, fatigado, sale a lacalle a llamar a las puertas del taller para recogerla limosna del trabajo, encuentra, como la mujerhonrada, que todas las puertas están cerradas; quees sorda la sociedad, que le es indiferente y lo aban-dona; y cuando ese hombre, por el mismo instintode conservación y por los gritos de sus hijos que lepiden pan, se rebela contra la sociedad y coge de

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donde encuentra algo para su subsistencia, enton-ces la sociedad sólo sabe pedir justicia; lo coge conmano implacable para llevarlo a la prisión o hastaal patíbulo si cuadra a su capricho; y después desu fin trágico y sangriento, la sociedad no se vuelvea acordar de que atrás ha quedado un hogar sumidoen la ruina y en la ignorancia; no se acuerda deaquellos seres que habitan allí, creciendo tendrániguales inclinaciones que el padre, y que aquellosseres indefensos necesitan protección, necesitaneducación, necesitan que la sociedad les tienda lamano para apartarlos del vicio; pero no, la sociedadse olvida de todo esto, no le importa, ella los dejaabandonados, y cuando aquellos hijos crezcan y co-metan iguales crímenes que su padre, llegarán tam-bién hasta el patíbulo, castigándoles allí la sociedadcon mano inexorable. Así cumple sus deberes la so-ciedad: egoísta y despiadada, no quiere que se turbesu tranquilidad y su paz; no quiere que se cometauna falta que la conmueva, se horroriza de los es-pectáculos inmorales, y en cambio, señores, no sehorroriza de su indiferencia cruel, de su criminal in-diferencia hacia la miseria y hacia el pobre. (Aplau-sos.) La segunda causa, el vicio: ese pueblo misera-ble, que vive siempre en la indigencia, siempreolvidado y siempre débil, cuando necesita educaciónpara regenerar sus actos, cuando necesita que leimpartamos una educación que le dé armas eficacespara luchar con las vicisitudes de la vida, cuandovuelve los ojos a la sociedad para pedirle esas ar-mas, no encuentra más que este criminal resultado:que la sociedad, en su afán de lucro, en su afán derobo, le ha multiplicado las tabernas, le ha puestoun garito junto a cada taberna, junto a cada taber-na una casa de juego, junto a cada casa de juego

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una casa de prostitución, y si hiciéramos una esta-dística de todos esos comercios, encontraríamos,por cada cien casas de explotación y vicio, apenasuna escuela. (Aplausos.) Así, señores, la misma so-ciedad, en su afán de lucro, repito, está inyectandotodos los días en el organismo colectivo el virus dela depravación; está inyectando diariamente en lasangre del pueblo todos los gérmenes del crimen, yluego se convierte en juez para castigarlo inexora-ble. La ignorancia, decía, para mi modo de enten-der, que es otra causa de la criminalidad. Aquelloshombres que no pueden, por su falta de ilustración,por falta de preparación y de instrucción, saber es-coger el camino del bien y del mal, saberlo apreciaren toda su amplitud para conducirse de una mane-ra correcta, de una manera consciente y que nopueda causar trastornos en la vida social, ¿por qué,señores, se les condena en la obscuridad? Pareceque la sociedad, cuando llega a este punto, se con-vence de su falta, de su injusticia, y entonces, comosalida de pie de banco, le dice al delincuente: no teaprovecha que hayas delinquido ignorando que laley castiga, no obstante que tu ignorancia es culpade mi egoísmo: ¡Muere! ¿Hasta cuándo, pues, la so-ciedad, señores diputados, si quiere castigar y apli-car la pena de muerte, imparte la debida moralidadde instrucción para evitar futuras consecuencias?Estamos acostumbrados al ningún respeto a la vidadel hombre, porque siempre ha sido consideradacomo una cosa despreciable; pero para mí es el de-recho más sagrado. ¿Para qué nos sirve, señores,que nos estemos preocupando por las garantías in-dividuales? ¿Para qué nos sirve ese ramillete de her-mosos ideales sí se niega algo principal, algo supre-

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mo, el mayor derecho que debiera conservarse, enla vida?

...Por los delitos graves del orden militar, veamos

un momento la vida práctica del cuartel. NuestroEjército, y hago una salvedad: en estos momentosnuestro glorioso Ejército Constitucionalista, no esesta casta militar y tenebrosa que horroriza al señordiputado Ibarra; no es esa espada matona que, pen-diente sobre nuestras cabezas como la de Democles,esté amenazándonos de muerte constantemente yque el señor Ibarra siente que ya le parte el cerebro;no es esa bota de soldado que se posa brutal sobrenuestro cuello y que el señor Ibarra teme que lo es-trangule prematuramente; no, señores diputados;no son nuestros cuarteles esos bosques de puñalesy bayonetas que están apuntando al corazón de lapatria y de los ciudadanos honrados, y que el señordiputado Ibarra, en el exceso de sus temores, sienteque le llegan ya al corazón; no: el Ejército Constitu-cionalista de hoy está identificado por el ideal, estáidentificado por sus principios, lleva las mismas as-piraciones, está unido por los antecedentes; entre eljefe y el soldado no hay más antecedentes que el decompañeros y el de hermanos así se ha creado ellazo formidable que nos une, con el que hemos es-tado juntos en el sacrificio y en el ideal, y con el quellegaremos juntos hasta el fin, vencedores o venci-dos; pero siempre unidos, siempre identificados ennuestros principios nobles; en consecuencia, nues-tro Ejército Constitucionalista de hoy no está bajolas condiciones del Ejército permanente; pero su-pongamos que llegara a resurgir esa casta infameotra vez, que llegara a entronizarse ese medio decuartel. Entonces veréis, señores la ordenanza mi-

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litar, la tiranía del Ejército, y veréis la vida positivadel cuartel; veréis al inferior sujeto al capricho delsuperior, porque el superior se acostumbra a man-dar sin réplica de ninguna clase; se acostumbra aser autoritario en nombre de la ordenanza y disci-plina, y no solamente esto, sino que somete a lashumillaciones más bajas la dignidad del soldado, yquien por el hecho de ser inferior está condenado asufrir en silencio, sin protestar, por más grave quesea la injusticia o la ofensa, y a veces hasta la amena-za para su honra y su familia, en nombre de la tira-nía y del capricho de la autoridad a que se acostumbranlos superiores; y muchas veces, cuando se registrael crimen de insubordinación con vías de hecho, ge-neralmente no es más que la resultante del abusode autoridad de los superiores; y en ese caso, ¿porqué sostenemos la pena de muerte implacable ycruel?, ¿porque segamos la vida del inferior, la exis-tencia consagrada a la defensa de principios y decausas grandes?, ¿porqué sin analizar las circuns-tancias que concurren en la vida del cuartel se con-dena irremisiblemente al soldado? ¿No tenemos,acaso, en nuestro Código Militar penas severas,hasta crueles para conservar la disciplina? Pues en-tonces, señores, respetamos siquiera el derecho devida a esos hombres que la consagran para la de-fensa de la patria y el sostén de las instituciones;para sostén de las instituciones; he dicho, señoresdiputados; porque no estoy de acuerdo en este pun-to, aunque respeto profundamente el talento del ciu-dadano diputado licenciado Medina, en que el Ejér-cito no sea el sostén de las instituciones; las ins-tituciones, a pesar de que cuenten con toda la san-ción de la soberanía popular, necesitan del apoyodel Ejército para hacer respetar sus determinacio-

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nes; para obligar al cumplimiento de la ley, esa leyque el mismo pueblo se ha dado y que es el primeroa quien tenemos necesidad de imponerla y hacerlacumplir.

Hay más todavía; vamos a conceder por un mo-mento que la pena de muerte fuese justa y equita-tiva; que la sociedad la necesita para conservar sutranquilidad y para poder mantener el orden. ¿Perosabe siquiera, la sociedad, aplicar la pena de muer-te? No; la pena de muerte será para el débil, parael inferior, señores diputados; nunca será para elmagnate, nunca será para la sociedad altiva, parael pobre será ineludible la muerte, porque el pobresufre todos los rigorismos de la ley, porque él no tie-ne elementos de defensa, no tiene recursos de apo-yo, y cuando implora justicia, la justicia le vuelve laespalda. ¿No conocemos, acaso, multitud de injus-ticias que se cometen y de crímenes que quedan im-punes? ¿No sabemos de muchos casos en que el ha-cendado saca la pistola para quitar la existencia alpeón y después de dos o tres meses de cárcel, enque se acumulan los elementos de defensa, en quelos abogados hacen milagros, en que la sociedad co-rre en su auxilio, el magnate, que tiene la potenciadel oro, sale libre a pasear su desvergüenza por lascalles, insultando a la misma sociedad y burlandoa la misma justicia? Es así, como se aplica la penade muerte, al débil y al vencido; pues vengo, seño-res diputados, en nombre de esos vencidos, en nom-bre de esa colectividad sujeta a todos los caprichos,a pediros que al votar sobre el dictamen llevéis lamano a vuestro corazón y que sintáis sus palpita-ciones nobles, y que hagáis justicia a esa colectivi-dad; de lo contrario, cuando ella suba al cadalso,tendrá mucha razón de maldecir a la sociedad y de

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decirle: ¿esta es vuestra justicia? Pues es tiranía. Yen este gesto de infinito desprecio, y en comuniónsublime con el sacrificio, nos arrojará al rostro suprimera bocanada de sangre. (Aplausos.)

— El C. Presidente: Tiene la palabra en pro el ciu-dadano diputado Rivera.

— El C. Rivera José: El aplauso otorgado a micompañero el señor diputado Porfirio del Castillo,ha traído a mi ánimo ciertos temores; ha venido amí el recuerdo de un libro que vi en el aparador deuna casa comercial de la ciudad de los palacios. Yahabréis visto como en las librerías, con su afán mer-cantilista, exhiben libros con pastas mas o menosllamativas, con carátulas picarescas, pastas de co-lores llameantes o pastas en las cuales hay dibuja-dos dragones y sombras. Vino a mi mente una quevi hace pocos días: hay en ella dibujada una caver-na sombría y negra como el infierno de que nos ha-bla el Dante. A las puertas de esa caverna hay unindividuo, con el pelo todo revuelto, con las órbitasde los ojos muy dilatadas, con los músculos contraí-dos en una forma siniestra. Tiene en la diestra norecuerdo si un enorme puñal y en la mano izquier-da, sosteniendo como un trofeo de triunfo, una ca-beza que aún chorrea sangre, que aún parece queesa sangre cae sobre la civilización; pues bien, se-ñores, creo yo que como el señor del Castillo piensa,yo le debo de parecer en estos momentos como elhombre fiera a que me referí y cuya obra apareceautorizada con la firma de Víctor Hugo. A esto meha hecho venir a este tribunal sangriento, porque laverdad, lleno de ciertos temores, yo no quiero apare-cer como sanguinario ni como cruel. Vengo a pedirgarantías para la sociedad. Yo deseo que la socie-dad, mañana, satisfecha de nuestra labor, bendiga

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al Congreso Constituyente y no tenga que maldecir-lo por haberla dejado a merced de cualquier montónque venga a arrojar una mancha más sobre el pue-blo mexicano. Respecto a la pena de muerte, esta-mos de acuerdo todos, es detestable, es sanguina-ria; esto se ha dicho desde el insigne filósofo deGalilea hasta nuestros días. Se ha discutido mucho,se han escrito muchos tratados y pronunciado bri-llantes discursos en todos los parlamentos del mun-do; solamente los tratadistas no han estado confor-mes a este punto: cuándo debe de abolirse la penade muerte; aunque le han dado una salida muy sen-cilla; cualquier autor que escriba sobre esto, dice:“seguirá el segundo tomo”, cuando mucho, y losparlamentaristas ponen un artículo de transgresióno ponen un artículo de restricción; pero el caso esque nunca han abolido la pena de muerte. Esto hasido un ideal y ya vosotros habéis oído, con la flui-dez de palabra del licenciado Medina, lo que es unideal, y yo me atrevo a decir que nosotros podremosabolir la pena de muerte cuando ya podamos resu-mir los artículos de nuestro código en diez artículoscuando más, cuando ya acaso no haya ni necesidadde hacer constituciones; pero por ahora creo que esprematuro. Una causa justa, por noble que sea,pierde mucho su mérito, o cuando menos gran partede su mérito, cuando no se hace oportuno uso deella; creo que si nosotros deseamos conquistarnoslos parabienes de la sociedad para abolir la pena demuerte, lo único que lograremos conseguir será unestigma para la Constitución de 1917. Hay que re-cordar el aforismo de que la naturaleza no procedepor saltos; hay que ir paso a paso. Víctor Hugo, contoda la nobleza de su alma, nos ha escrito su obramemorable de “Las últimas horas de un condenado

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a muerte”, nos habla del sentenciado escuchandosu sentencia, nos pinta con colores vivísimos la an-gustia que aquel hombre sintió al escuchar del juezque, sereno e impasible, en nombre de la justicia locondenaba a muerte; allí nos describe la carcajadatrágica que lanza la esposa del condenado a muerte,cuando escucha la sentencia; nos pinta como pasaaquel condenado sus últimas horas en la capillasombría, nos pinta con vivísimos colores los sufri-mientos de aquel desdichado, con palabras que nosllevan hasta las lágrimas, nos pinta cómo la madre,la esposa, los hijos, quisieran que aquel individuose convirtiera en un momento en fluido, para arran-carlo del lado de sus verdugos; allí nos pinta a lasmultitudes cómo con cierta bestialidad van a con-templar el trágico fin de aquel hombre, y la verdades que todos sentimos conmiseración; ¿quién no lasiente, señores, de que en nombre de la justicia ten-ga que aplicarse tan tremenda pena? Se han pro-nunciado brillantes discursos, se han escrito librosde la naturaleza del de Víctor Hugo, y muy pocos,señores, salvo las crónicas reporteriles, se han ocu-pado del caballero que toda su vida ha estado de-dicado al trabajo, que va pasando por la calle muytranquilo, pensando en su hogar, en la esposa quele espera a que tome el pan de cada día junto consus hijos, pensando en sus hijos que estarán allí lle-nos de ansia porque llegue el padre con el juguete,con cualquier golosina de esas que piden los niñosy que las reciben tan llenos de gusto, y ya os ima-ginaréis qué contraste será cuando, en lugar del ha-lago del padre, llegue el aviso de que éste ha caídoherido por un puñal traidor que por la espalda, concertero tino, le ha privado de la existencia, y que,no conforme con haberle quitado la vida a aquel in-

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dividuo, se harta el asesino con la sangre de su víc-tima; de eso no se han querido ocupar muchos, se-ñores; tampoco han querido ocuparse, señores, delgalán que discurre lleno de amor, pronunciando pa-labras de ternura junto a la dama que piensa llevaral altar y que mientras con una mano le acariciauna mejilla, con la otra le entierra el puñal; no,tampoco de eso se han querido ocupar, porque esuna vergüenza de la civilización; no han queridotampoco mencionar que cuando una familia va a es-perar al padre que trabaja en los ferrocarriles, por-que hace tiempo que no los ve y desea verse rodeadode su familia, la mano criminal del zapatista, llegay vuela el tren y, no conforme con aquel crimen, to-davía va allí haciendo víctimas sin piedad; de esotampoco nos quieren decir nada los señores que pi-den la abolición de la pena de muerte; de eso no nosquieren decir, cuando las víctimas hincadas, implo-rando su gracia, ofrecen todo lo que tienen porquese les perdone la vida; cuando una mujer en lascumbres de Ticumán, poniendo ante sí a su hijo,ofrecía todo el dinero que tenía, el honor, la vida contal de que se le perdonara la vida a la criatura, aaquel pedazo de sus entrañas ¡y la criatura y la mu-jer cayeron bajo la bala del zapatista!, eso no noslo quieren decir los que quieren que se quite la penade muerte en nuestra Constitución. Mucho tendríaque decir de nuestro criminal mexicano, vergüenzadel pueblo mexicano y de la civilización; estoy segu-ro de que tenemos un criminal nato, muy especial,un tipo muy mexicano, que hay que abolir, porquees la gangrena del pueblo mexicano, y el miembrogangrengado, no tiene remedio; tenemos que quitar-lo de un tajo. Muchos oradores vendrán después ahablar en contra, porque hay bastantes inscritos

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para hacerlo; pero yo, en nombre de las víctimas deTicumán, en nombre de las víctimas de la barbariede los zapatistas y de los asesinados mexicanos, ospido que por ningún motivo os dejéis ilusionar y quepor un lirismo vayáis ahora en contra del dictamen.Repito, señores; la pena de muerte, en mi concepto,debemos dejarla como una válvula de seguridadpara la sociedad; hay que recordar que en un tiem-po de paz, que en el tiempo del general Díaz, se apli-có relativamente poco esta pena, bien porque los de-litos que el artículo de la Constitución pena con lamuerte son poco comunes, porque se ha confesadoaquí que la piratería y el parricidio, y no recuerdoque otro delito, han desaparecido, así es que, repito,nada nos cuesta dejarla como válvula de seguridadpara los intereses sociales. Todavía más; el criminalque ha caído en el delito y es sentenciado a la penade muerte, tiene una esperanza en nuestros grandesmandatarios, que por lo general están llenos de cle-mencia, por lo general perdonan, por lo general im-parten el indulto; así, pues, recuerden los señoresque piden la abolición de la pena de muerte, que tie-nen el indulto de su parte y que muchos de los cri-minales irán a las famosas colonias penales y laspenitenciarías. Algunos señores dicen: debemos qui-tar la pena de muerte; ¿por qué la sociedad cruel,que no ha impartido enseñanza, que no ha estable-cido escuelas, viene ahora a exigir a los criminalesque no cometan esos delitos, viene ahora a castigar-los con una verdadera crueldad, viene ahora a cas-tigar a esos ignorantes, a las víctimas precisamentede la sociedad, víctimas por no haber ido a la es-cuela? Y bien, señores, ¿porque la sociedad no hapodido o no ha querido establecer escuelas, porqueno ha podido impartir toda la cultura necesaria, va-

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mos ahora a dejar a esa misma sociedad a mercedde cualquier matoide? Yo creo que no, señores; hayque escoger el mal menor. Temo que si votamoscontra el dictamen, señores diputados, dentro deunos cuantos meses, acaso dentro de dos o tres, yael Gobierno tendrá forzosamente la necesidad de pe-dir la suspensión de garantías individuales; contoda seguridad que tendrá que recurrirse a ese ex-tremo para exterminar el bandolerismo y, lo que esmás, que se burle a la ley, por no haber tenido eltacto y la entereza suficiente de quitar de nuestraconciencia estos escrúpulos. Dicen algunos señores:parece que estamos legislando para tiempos anor-males, parece que estamos legislando para épocasen que no va haber paz; y yo también digo: ¿paraqué hemos estado tan escrupulosos en la cuestióndel voto, de la justicia y del obrero?, ¿para qué he-mos estado tan escrupulosos en la cuestión hacen-daria?, ¿no estamos legislando para una época felizde paz, en aquel el capitalista le dará al obrero loque justamente le corresponda? Pues claro que no.Precisamente, yo soy el primero en reconocer que nonecesitamos lirismos ni sueños. Yo creo que si vie-nen Mondragón, De la Barra, Cárdenas, pregunto:¿que regeneración vamos a hacer de ellos?, ¿qué re-generación se espera de estos señores? Sería uncaso muy típico, digno del estudio de Lombroso. Al-gunos señores venían diciendo que la pena demuerte sólo se aplica al desvalido y al pobre, a lasgentes ignorantes y no al rico, al acaudalado y alpotentado, y yo les digo, señores, las últimas pala-bras del Primer Jefe: “Tened fe en la justicia cons-titucionalista y recordad a García Granados, que noobstante su capital, cayó bajo la justicia inexorabledel constitucionalismo”. Para no cansar más a us-

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tedes, debo de confesar una cosa: yo comulgo conlos señores que son enemigos de la pena de muerte;pero si no voy de acuerdo en que la suprimamosahora, sino mañana o pasado; tengamos esperan-zas, será pronto, será tarde, pero el caso es que porahora no debemos votarla. Yo suplico a todos loscompañeros y en nombre de la sociedad os pido ga-rantías y os suplico que se las deis y no vayáis avotar en contra de ese dictamen. (Aplausos). (Voces:!A votar! !A Votar!).

— El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadanoJara, en contra.

— El C. De la Barrera: Para una moción de orden.Desde luego protesto enérgicamente contra actos de laSecretaría. Yo estoy apuntado en tercer lugar de losoradores en contra.

— El C. Jara: No tengo inconveniente en cederlea usted mi turno.

— El C. De la Barrera: Yo también se lo cedo austed, señor Jara: yo únicamente protesto contra elproceder de la Secretaría.

— El C. Jara: Señores diputados: Vengo a hablaren contra del dictamen, porque contiene variascláusulas que no están de acuerdo con mi sentir ycreo que tampoco con el sentir de la Asamblea. Lapena de muerte, en el sentido en que queda esta-blecida, hasta para los violadores, de los cuales seha mostrado defensor nuestro distinguido colega elciudadano diputado Cravioto, es sencillamente pres-tar la ley para que se hagan a nombre de ella loschantajes más infames. No está establecido todavíasi es precisamente la pena de muerte un correctivopara los males que afligen a la sociedad, Muchos devosotros recordaréis que cuando se procedió en Mé-xico con toda energía contra los falsificadores de

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cartones y contra aquellos ladrones que se les llamó“del automóvil gris”, muchos de ellos iban allá a laEscuela de Tiro a recibir la muerte con la mayortranquilidad, con el mayor desprecio; casi se les ha-cía un réclame. Recuerdo que alguno de mis compa-ñeros del Ejército Constitucionalista me refirió el casode que uno de los ajusticiados le preguntó el oficial,momentos antes de ordenar la descarga, que qué sele ofrecía, que qué encargo dejaba, y dijo: “hombre,lo que se me pudiera ofrecer no puedo realizarlo, loúnico que siento es no echármelo a usted por de-lante”. De manera que el arrepentimiento buscadopor este medio, no se encuentra todavía, y más aún,cuando en un país se echa mano a la pena de muer-te con mayor frecuencia, cuando se suceden casi adiario las ejecuciones, eso indica debilidad, porqueno se cuenta con otro remedio que privar de la vidaal que delinquió. Cuando no basta para corregir elmal, la aprehensión por medio de la policía, de lafuerza armada, sino que viene de tal manera el malacentuándose y aumentando, al grado de que sonincapaces los medios preventivos para contenerlo,entonces quiere decir que se está en un estadoanormal, y para los estados anormales hay procedi-mientos precisamente anormales. Bien que nosotrosno estamos legislando para una época anormal, es-tamos haciendo una Constitución que debe llevarsea la práctica precisamente en las épocas normales,y sería deplorable consignar en la Carta Magna la pe-na de muerte en la forma en que la presenta la 1a.Comisión, que no sólo queda como estaba consig-nada en la Constitución de 1857, sino corregida yaumentada, como si la criminalidad en México hu-biera aumentado a tal grado que fuese necesarioconsignar en nuestra Carta Magna preceptos terri-

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bles para contener esa criminalidad. La hecatombede Ticumán y otros puntos del Estado de Morelos,a que ha hecho alusión el compañero Rivera, no soncasos que puedan traerse a colación para apoyarsus conclusiones. Allá en el Estado de Morelos seestá en estado de guerra, allí todos aquellos desma-nes, todos aquellos crímenes horrendos, todos aque-llos cuadros trágicos de horror, de infamia y de sal-vajismo, son producto de la guerra, son productodel estado en que está Morelos en la actualidad ypor eso es que se han mandado fuerzas para com-batir ese mal; es que allí se está en el estado anor-mal, es que esa región no está en estado normal, y,por consiguiente, allí no se pueden aplicar los pro-cedimientos que se emplean en las partes en quehay un curso natural y normal. No quiero participarde los idealismos en que algunos de mis compañe-ros se engolfan, no quiero que la pena de muer-te quede abolida por completo de nuestras leyes,porque desgraciadamente hay casos en que creo quedebe aplicarse; tenemos aquí, por ejemplo, entre losdelincuentes abominables, entre los delincuentesque no merezcan tenerlos en reclusión, que es ne-cesario extirparlos de la sociedad en que viven, quees necesario, más aún, sacarlos para siempre delpaís por los delitos en que incurren en primera líneaa los traidores a la patria, y estoy conforme con queel que comete el grave delito de traición a la patriasea condenado a muerte, porque esos individuos de-muestran que no tienen cariño en lo absoluto porel jirón de tierra en que vieron la primera luz; latraicionan y comprometen a todos sus hermanos;hacen porque el extraño venga a hacer botín de gue-rra a su país y hacen porque se favorezcan los pla-nes siniestros en el país; está bueno que sobre él

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caíga todo el peso de la ley, está bueno que sobreél caiga toda la maldición de la sociedad y del pue-blo, y para éste yo quiero que se deje en el dictamenque se consigne en el dictamen sencillamente: altraidor a la patria, y no agregando en tiempo deguerra, porque en tiempo de guerra el delito de trai-ción es tan abominable como en tiempo de paz; entiempo de guerra el traidor a la patria puede causartanto daño como en tiempo de paz. Supongamosque las relaciones entre México y otro país se ponendelicadísimas, que es probable un rompimiento, queno es difícil que se llegue a las armas y que por me-dio de ellas se resolverá la cuestión de ambos países,y que en un estado Mayor hay un plan determinadode campaña, que hay planos de las fortificaciones,etcétera, y que sean substraídos por cualquier trai-dor que, a cambio de unas cuantas monedas de oro,vaya a entregarlos al extranjero, diciéndole: aquí tie-nes el proyecto de defensa del pueblo mexicano,dame unas cuantas monedas de oro que necesito,y aquí está para que tú puedas ir contra ese pueblocon más éxito. ¿No es un error de nosotros que undelito que debe castigarse con toda la energía de laley, con toda su fuerza, digamos que únicamente entiempo de guerra será castigado así? Consignandoen nuestra Constitución que la pena sea aplicableal incendiario, al plagiario, al salteador y al violador,pondríamos a muchos inocentes en las manos delos criminales de oficio, de los matones, de los quetienen a gala segar la vida de cualquiera de sus ve-cinos; se han dado muchos casos, durante la dicta-dura porfiriana, en que era suficiente que cualquie-ra, en combinación con un jefe político de esos tanabominables, de esos de tan triste memoria, quisie-ra hacer aparecer como salteador a cualquiera, a un

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inocente de quien deseaba vengarse por cualquierasunto baladí, y éste era mandado aprehender porlos rurales y en el camino se le aplicaba la ley fuga.Ahí precisamente, en el Estado de Veracruz, en Aca-yucan, cuando el pueblo, cansado de sufrir las ve-jaciones de los jefes políticos, cansado de soportarlas expoliaciones de que le habían hecho objeto, serebelaba en justa ira y el Gobierno del Centro em-pezaba a sentir el malestar de aquel pueblo que nopodía contenerse; allí, entonces, se registraron mu-chos casos de asesinato; fueron verdaderos asesina-tos políticos, valiéndose del estribillo de llamar sal-teadores e incendiarios a los que se deseaba hacerdesaparecer, y el medio era bastante fácil, pues lascasas de aquel pueblo con techos de palma, con unaligera chispa se incendiaban; ya tenían preparado elardid para perjudicar a cualquier desgraciado, puesbastaba la denuncia del amigo del jefe político paraque fuera triado el designado ya para sufrir la penade muerte, el martirio, y fuese ejecutado sin mastrámites que levantar el acta. Respecto a los viola-dores, parece que como dijo nuestro compañero eldiputado Cravioto, tenemos ahora una verdaderaepidemia, parece que sea necesario consignar en laley algún castigo para el violador, porque se ha de-sarrollado en México un mal gravísimo en ese sen-tido; tal parece que entonces se justifican las pala-bras de nuestro compañero De la Barrera, cuandose oponía a que fuese admitida una taquígrafa, poraquello del temperamento de los señores diputados,y si nosotros cosignamos eso en la ley, pareceríaallá en el extranjero que se va a dictar en esa formala ley por el temperamento de los mexicanos; yocreo que debemos hacernos más honra; ciertamenteque hay quien se goce en sacrificar a bellas vírge-

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nes, ciertamente que hay quien en su deseo salvaje,no respeta ni la niñez ni a la hermosura; pero paraellos están los códigos; para ellos están nuestras le-yes secundarias, que se podrán aplicar de una ma-nera conveniente sin necesidad de consignarlo en laCarta Magna, que debe ser por todos títulos respe-tables para nosotros. Así, pues, señores diputados,en cuanto a los graves delitos militares, desgracia-damente, mientras se necesite del uso de la fuerza,mientras no podamos prescindir de ella, es necesa-rio recurrir a medios dolorosos y enérgicos. Hay enel ramo militar mucho que afecta a la disciplinacuando no se corrige a tiempo, hay en el ramo mi-litar mucho que podrá traer consecuencias funestassi no se pusiera un correctivo eficaz y pronto; por-que en la milicia no hay tiempo muchas veces paraseguir todos los trámites que pueden seguirse en elramo civil; son procedimientos sumamente distin-tos, son instituciones enteramente distintas y, porconsiguiente, no creo que convenga exceptuar alramo militar de la pena de muerte; los graves delitosmilitares deben ser castigados de una manera seve-ra, porque de otro modo se relajaría la disciplina, deotro modo no tardaría en caer el desprestigio de unaorganización que necesita tener buena disciplina,que necesita tener mucha unidad para que su ac-ción sea benéfica, para que su acción sea eficaz.Así, pues, señores diputados, yo quisiera que uste-des acordasen que la Comisión retirara su dictamenpara presentarlo en la siguiente forma, en la parterelativa: “será aplicable la pena de muerte al traidora la patria”. Porque los delitos de piratería ya casihan desaparecido de la historia; un buque pirata nose acerca a nuestras costas desde hace mucho tiem-po; los que se dicen piratas son los que han traído

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parque a los rebeldes, y estos son buques extranje-ros, y para perseguir a un buque extranjero se ne-cesita marina bien armada, y ya el hecho de perse-guirlo, de entrar en combate con él, significaría ladeclaración de guerra entre nuestra nación y aque-lla a la cual pertenecía el barco, no sé que se hayaprobado hasta ahora de una manera irrecusableque hayan venido esos barcos abanderados conbanderas extranjeras a dejar parque a las costas dela República; pero ya repito, esa no sería la manerade castigar la piratería, y en este caso no sería deli-to de piratería, sino sería ya la protección de unanación extranjera a los rebeldes, presentando sus bar-cos para el transporte de parque. He omitido tam-bién aquí que sea consignado el delito de parricidio,porque el que comete delito de parricidio debe con-siderarse como un verdadero loco; a nadie que noesté fuera de sus facultades mentales creo que se leocurriría ir a hundir el puñal de asesino en el co-razón de su padre; por consiguiente, ese para mí esun verdadero enfermo, ese para mí no es un crimi-nal, sino algo extravagante, algo extraño, y más quela pena de muerte y más que ocupar a cinco solda-dos para que perforen su cuerpo, merece que se lemande a una Castañeda a otro establecimiento parasu curación. Por consiguiente, señores diputados,estimo que así estaríamos en lo justo, que así que-dará perfectamente equilibrado lo que se busca, asíse procurará el castigo del que realmente lo merecey se evitará el pretexto para que los que se gozanen matar, para los que se gozan en verter sangre,no puedan hacerlo al amparo de una Constitución.(Aplausos.)

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— El mismo C. secretario: El señor diputado Mar-tí ha presentado la siguiente moción de orden, ten-dente a reformar el artículo a discusión. (Leyó.)

— El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadanoLizardi, en pro.

— El C. Lizardi: Señores diputados: No vengo adefender la pena de muerte en general, porque yasabemos que el discurso más elocuente que se pue-de hacer a favor de la pena de muerte lo hizo el Ce-rro de las Campanas, que al mismo tiempo que hasido el cadalso de un intruso, ha sido el Tabor delpueblo mexicano y de las dignidades nacionales.(Aplausos.) La misma defensa puede hacer el polí-gono de San Lázaro, que al mismo tiempo que hasido el cadalso de un García Granados, ha sido lasalvación de la revolución constitucionalista. De con-siguiente, señores, creo que no necesito ocuparmede hacer la defensa de la pena de muerte en gene-ral, porque ha sido una necesidad social, como lareproducción de la especie, que todas las sociedadeshan sentido, y que en estos momentos, con el santoderecho de defensa ejecutamos cuando es necesa-rio, haciendo efectiva la ley de 25 de enero de 1862contra todos los traidores y salteadores de caminos.Por consiguiente, señores, me parece inútil defenderen general la pena de muerte. La pena de muertedebe ser abolida después de un debate sosegado; esun bello sueño, como deben ser abolidos los ferro-carriles cuando haya aeroplanos de guerra, pero en-tretanto debemos atenernos a lo que tenemos, a lasvoladuras de trenes por los zapatistas, como tendre-mos que resignarnos a la muerte de algunos de losconstituyentes cuando sea necesario matarlos, comose arriesga la cirugía a la pérdida de un brazo o deuna pierna cuando es necesario salvar al indivi-

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duo. No es necesario defender la pena de muerte; lahan defendido los grandes poetas: Víctor Hugo;probablemente el señor Cravioto y tal vez MarcelinoDávalos, los poetas de la Asamblea; pero los hom-bres prácticos jamás tendrán necesidad de defenderla pena de muerte, como no tienen necesidad de de-fender a la reproducción de la especie, como no tie-nen la necesidad de defender a los excusados, quesuelen producir tifo, pero que son necesarios. De lamisma manera, acaso no tendría yo necesidad dedefender la pena de muerte para el violador; peroestá puesto el asunto en tela de debate. La experien-cia de muchas generaciones nos ha enseñado quela pena de muerte ha sido necesaria, que en casi to-dos los países existe y que los países que la abolie-ron tuvieron necesidad de restablecerla; se nos ale-ga que no es ejemplar la pena de muerte, porquedespués de ser fusilado un individuo hay otro indi-viduo que incurre en el mismo delito; y yo preguntoseñores, ¿todos aquellos ciudadanos, muchos deaquellos ciudadanos afectos a la estadística, que sa-ben que después de que un asesino fue sentenciadoa la pena de muerte, hubo otros asesinos que co-metieron el mismo delito, saben acaso el número delos que se abstuvieron de cometerlo? Eso no lo sa-ben, y seguramente los asesinos son malos y lapena de muerte es ejemplar, como lo demuestra elhecho de que todos los gobiernos, cuando han que-rido combatir con energía el crimen, todo individuoque ha tenido necesidad de hacerse fuerte, el hom-bre mismo que ha tenido la necesidad de hacer res-petar sus propios intereses, ha tenido que incurrira la pena de muerte de los que lo atacan en sus in-tereses más legítimos; pero ahora se trata de unainnovación; la innovación que se propone en estos

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momentos, es la pena de muerte para el violador, ynos viene el señor diputado Cravioto con una seriede interpelaciones sarcásticas a la Comisión, unaserie de interpelaciones que en el fondo no signifi-can otra cosa sino uno de los chispazos de luz queda el talento literario artístico del señor Cravioto,pero que en el fondo no significan absolutamentenada. Le pregunta a la Comisión: Todo el mundo,todos los jóvenes, todos los que han iniciado los pri-meros instintos eróticos, han violado a la cocinera,han violado a la camarera, y, señores, yo no presu-mo de santo, pero la verdad, no imito en eso al se-ñor licenciado Cravioto. (Risas. Aplausos.) Por otraparte, señores, ¡cuántas veces en vez de ser el jovenel que viola a la cocinera, es la cocinera la que violaal joven! (Risas.) No se trata de asambleas popula-cheras; popular y nada más que palabras; esas sonfrases bonitas que tienen un gran éxito cuando setrata de asambleas populacheras; popular y muyrespetable es ésta, pero no me refiero a las popula-cheras; esas palabras hubieran tenido un éxito gran-dísimo en la plazuela de Tepito, después de haberingerido varios barriles de pulque, cuando se grita-ba ¡vivan los zapatistas! entonces habrían tenidogran éxito esas palabras; pero ante una Asambleapopular, seria, genuinamente representante de laintelectualidad nacional, no son más que palabras,palabras y palabras, como antes dije. El violador,señores, no es todo aquel que tiene contacto con al-guna mujer; el violador, señores, es aquel que abu-sa de la fuerza; yo me explico perfectamente bienque no sea castigado el héroe aquel con que soñabanuestro poeta el señor licenciado Cravioto, que arro-dillado a los pies de una mujer decía:

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¿No es verdad, ángel de amor,que en esta apartada orillamás pura la luna brillay se respira mejor?

(Risas. Aplausos.)

No, señores, este no es el crimen que nosotrosqueremos castigar; el crimen que queremos castigares otro más grave; la seducción es una de tantasformas del amor, y Jesucristo, al venir al mundo,perdonó a la que había amado por su propia volun-tad, no a la que se había dejado violar. Es una cosaperfectamente distinta; no veo en estos momentospor aquí al ciudadano diputado Machorro y Narváez;yo lo interrogaría, yo le preguntaría: ¿no sabe acasoque en estos momentos hay bandas de forajidos queentran a los pueblos y que en vez de saquear los co-mercios, los empeños, atacan los hogares y se llevancuarenta o cincuenta doncellas para hacerlas pasardebajo de la lujuria de toda la horda de cafres?, ¿nosaben, señores, que todos esos individuos que seencuentran en ese caso atentan contra algo más sa-grado que la bolsa, algo que es más sagrado que elhonor?, ¿vamos a quitar la vida al salteador que nosquita nuestro bolsillo más o menos repleto de dine-ro, pero que el día de mañana podemos recobrar; yque si no se recobra, siempre su pérdida no habrásignificado para nosotros la pérdida de la estima-ción de la sociedad, y vamos a tolerar sencillamenteque un grupo de bandidos... Aquí está el señor Ma-chorro y Narváez. (Señalando al señor Machorro yNarváez, que en esos momentos entraba al Salón.)¿No es cierto, señor Machorro y Narváez, que existeen estos momentos bandas de forajidos que entran

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a los pueblos para robar y violar doncellas más quepara robar y violar las cajas fuertes de los ricos?

— El C. Machorro y Narváez: Si es cierto, ciuda-dano Lizardi.

— El C. Lizardi: ¿No es cierto, señor que en unpueblo se han llevado a más de cuarenta doncellaspara saciar en ellas sus instintos lascivos todos losforajidos que componían esa banda?

— El C. Machorro y Narváez: Eso pasó en Tapalpa.— El C. Lizardi: Pues bien, señores, he aquí el

testimonio que yo he invocado. En estas condicio-nes, señores diputados, repito, al enamorado, al quepor promesas seduce al que por la belleza literariade su estilo es capaz de conquistar el corazón deuna dama, ya sea taquígrafa o no, al que en esascondiciones es perfectamente capaz de hacerse delamor de una mujer, lo admiro, lo respeto y lo envi-dio, pero abomino del que valiéndose de la fuerza delas armas, de las amenazas, de los malos tratamien-tos, se hace dar un beso más duro, más terrible,más sangriento para quien lo da, que los tormentossufridos en el séptimo círculo del infierno por loscondenados del Dante. En estas condiciones, seño-res diputados, podemos llegar a otra consideración,consideración que pueden hacer valer los enemigosde la tesis que sostengo; el delito de violación esmuy raro; la mujer que se dice violada, casi nuncalo ha sido, casi siempre no es sino un chantaje quetrata de explotar. Es cierto, señores diputados, sepresentan muchos casos de estos, pero nuestras le-yes distinguen perfectamente la clasificación entrela seducción y el estupro y la violación. Son tres de-litos distintos que tienen sus características perfec-tamente distintas, perfectamente definidas y no hayque confundir el uno con el otro; por otra parte,

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puede haber circunstancias atenuantes en la mismaviolación, y cuando nuestro Congreso Constituyenteautorice la pena de muerte para el violador; no quie-re decir que imponga la obligación de aplicar esapena, en determinadas circunstancias, circunstan-cias que fijarán las leyes, se fijarán cuando se im-ponga, y yo creo, señores, que si la sociedad en superfecto uso del derecho legal de defensa, puedecastigar al hombre que proclama unas ideas anar-quistas que mata a la familia de un gobernante,perfectamente bien puede castigar con la pena demuerte al que lanza una bomba de ponzoña quemata a todos los descendientes de un humilde ciu-dadano honrado, bomba lanzada por las satiriasiscon que nos amenazaba el señor Cravioto, por lasarmas o por la fuerza bruta de uno de esos indivi-duos degenerados que retrogradan saltando haciaatrás y que han conservado los instintos lascivos deotras edades y toda la fuerza bruta de aquellos mo-nos antropoides que en otros tiempos fecundaban ala casta humana estrechando entre sus brazos ve-lludos a las hembras que les deparaba el acaso. Enestas condiciones, siendo el delito de violación mu-chísimo más grave de lo que parece, y dejando a laprudencia de la Legislatura el saber cuando es pro-piamente delito de violación y cuando se trata de unsimple estupro o de una sencilla seducción, en estecaso, señores, creo que se debe proceder con todaenergía, con la misma energía con que sostenemosla organización de la familia, a pesar de que hay al-gunos señores que piensen en el amor libre, con esamisma energía con que sostenemos el respeto al ho-gar, a lo mas sagrado que tenemos, debemos aceptaresta innovación que no nos calificará de bárbarosante el extranjero, sino, al contrario, nos calificará

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de civilizados, como hombres que queremos antetodo garantizar lo que tiene de más sagrado el hom-bre: la inviolabilidad de su hogar. (Aplausos.)

— El C. secretario: Se pregunta si está suficien-temente discutido. Las personas que estén por laafirmativa, sírvanse ponerse de pie. Si está suficien-temente discutido.

— El C. Calderón: Señores diputados: Creo yoque no esta uniforme el sentir de la Asamblea porlo que toca al último delito de que nos habló el se-ñor licenciado Lizardi, y aunque esto significa unapérdida de tiempo, quería yo consultar a ustedes siestarán de acuerdo en que esa proposición se sepa-rara. (voces: ¡No! ¡No!), Si no, tendremos que separartodo el dictamen.

— El C. González: El inciso es potestativo paraaplicar la pena al violador o no aplicarla; hay, ade-más, una circunstancia: en la Constitución de 57 seusa la palabra “abolir”, que significa no existir, nodarle existencia alguna a la pena de muerte. En esesentido creo que es más perfecta la palabra abolirque prohibir, porque el verbo prohibir necesita unasanción y la sanción precisamente se la da la ley se-cundaria, pero en este caso, no obstante, la palabraprohibir es más acertada que la de abolir. Prohibidoo abolido el castigo de la pena capital para el delitopolítico, lo demás puede perfectamente aplicarse alviolador cuando la ley secundaria así lo considerenecesario. Con la palabra violador se explica perfec-tamente el delito de violación, no hay temor de creerque el violador puede ser el que viole la correspon-dencia o en alguna otra acepción de la palabra quese quiera aplicar al violador.

— El C. Palavicini: Pido la palabra para una mo-ción de orden.

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— El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadanoPalavicini.

— El C. Palavicini: Tengo entendido que la Secre-taría no se ha explicado perfectamente bien, puestoque la proposición del señor Calderón está previstaen el Reglamento, además, es justo, porque si no,sucedería que algunas personas como yo tendránque votar en contra de todo el artículo, porque noestoy conforme únicamente en el último inciso. ElReglamento previene que cuando pida un repre-sentante que se separe un inciso, y lo apoye la Cá-mara, se puede separar. Si el señor secretario, des-pués de esta aclaración, pregunta a la Asamblea sida su aprobación, la cosa cambiará radicalmente. Elseñor Calderón pide esto que, a mi juicio, es razo-nable: que se separe para la votación el delito deviolación, de manera que así podamos votar el restodel artículo los que estamos convencidos de que lapena de muerte debe aplicarse en los casos y no enel de la violación, porque de otro modo tendremosque votar por la negativa en todo el artículo.

— El C. Calderón: Señor presidente: Inspiradosolo en mi conciencia, como siempre he dado prue-bas, e importándome bien poco la significación delas personas o el bando a que pertenezcan, tengonecesidad de repetir la creencia de que esa propo-sición debe para la votación, el hecho ése que se-ñaló el ciudadano diputado Lizardi, al ciudadano di-putado Machorro y Narváez, y que consta a toda ladiputación del Estado de Jalisco, es cierto, es dolo-roso; pero le aseguro, señor presidente que si unbandido de esos cae en nuestro poder, no llega nial pueblo, exista o no exista en la Constitución. Porlo demás, creo que es peligroso, y esta es una opi-nión muy mía, es peligroso consignar la pena de

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muerte para este delito, porque desgraciadamente,el nivel moral de nuestro pueblo no esta a la alturaque lo deseamos.

— El C. Ibarra: Pido que se separen para su vo-tación los delitos de traidor a la patria en guerra ex-tranjera, el asesinato con premeditación y el viola-dor con violencia; que esos tres casos se separenpara votarse. (Voces: ¡No!, ¡No!) Tengo derecho, se-ñores, de proponerlo.

— El C. secretario: Para proceder con orden, elciudadano presidente me ordena que se repita lapregunta de si se toma en consideración la propo-sición del ciudadano diputado Calderón. Los que es-tén por la afirmativa, que se pongan de pie. Si setoma en consideración.

Se pregunta a la Asamblea si se toma en consi-deración la proposición del ciudadano diputado Iba-rra. Los que estén por la afirmativa, que se sirvanponerse de pie. Desechada por unanimidad.

El artículo 22, dice:“Artículo 22. Quedan prohibidas las penas de mu-

tilación y de infamia, la marca, los azotes, los palos,el tormento de cualquier especie, la multa excesiva,la confiscación de bienes y cualesquiera otras penasinusitadas y trascendentales.

“No se considerará como confiscación de bienes,la aplicación total o parcial de los bienes de unapersona, hecha por la autoridad judicial, para elpago de la responsabilidad civil resultante de la co-misión de un delito, o para el pago de impuestos omultas.

“Queda también prohibida la pena de muerte pordelitos políticos, y en cuanto a los demás, solo po-drá imponerse al traidor a la patria en guerra ex-tranjera, al parricida, al homicida con alevosía, pre-

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meditación o ventaja, al incendiario, al plagiario, alsalteador de caminos, al pirata y a los reos de de-litos graves del orden militar.”

— El C. Alonzo Romero: Yo propongo a la hono-rable Asamblea suprima esas palabras “azotes ymarcas”, puesto que se trata de seres humanos y esbastante ridículo (voces: ¡No!, ¡No!)

— El C. secretario: Se da principio a la votación.— El mismo C. secretario, después de ella: Resul-

tado de la votación: 110 votos por la afirmativa; 71por la negativa.

...— El C. Palaviccini: Moción de orden, señores.

Conforme a la votación económica y declarado porla Mesa, hubo mayoría para separar el inciso rela-tivo al delito de violación; suplico atentamente a laComisión que retire su dictamen sobre ese particu-lar y nos evite una votación inútil, porque la vamosa desechar.

— El C. secretario: La Comisión manifiesta que noretira su dictamen. (Voces: ¡A votar! ¡A Votar!) Seprocede a la votación del inciso separado.

— El mismo C. secretario: Resultado de la vota-ción: 119 de la negativa por 58 de la afirmativa.

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