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Libro escrito por Fernando Román Vico, alumno de 6º de Educación Primaria del colegio Zola Las Rozas
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1
Fernando Román
EL LADO
OSCURO
2
Ángel Caído, I
GELÁNIAVENTURAS A
LO GRANDE II.
FERNANDO.
ROMÁN
3
Se lo dedico a mi familia
Que me animaba constantemen-
te.
Y cómo no, a mis mejores ami-
gos:
Jorge, Alejandro, Guille, Fe-
lipe y Fidel.
Por último, a Tocha mi profe-
sora de lengua.
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5
La Cuarta Generación
hristopher es un niño con cara de for-
ma redondeada, adornada con una nariz pe-
queña y unos ojos azul oscuro como las
olas del mar. Vive en las afueras de Hel-
sinki una ciudad de Finlandia cercana al
mar Báltico. Esa noche estaban cayendo
del cielo unos enormes copos de nieve, la
etérea luz de la luna y la tenue luz de
las estrellas apenas se vislumbraba tras los grandes
copos de nieve.
C
6
Cuando Christopher se fue a la cama pensó en
ideas fantásticas como que las nubes son peces en el
amplio mar del cielo. Cogió un viejo volumen y leyó
hasta que oyó un ruido. Christopher, sobresaltado,
se levantó de la cama, dejó el volumen y sin preocu-
parse por sus pies, fue descalzo a una salita que
construyó su padre para las cosas que él clasificaba
como inútiles como los libros de niños, que habían
plagado la estancia. Christopher cogió un candelabro
de una mesa situada a la derecha de donde ahora es-
taba. En la ventana resonaba la nieve al caer. Pero
a él no le preocupaba demasiado eso, seguía buscando
el objeto que había producido el ruido, mas todo
permanecía imperturbable. Christopher, al ver todo
igual que antes, decidió irse a leer pero un ruido
lo frenó justo cuando estaba cerrando la puerta. Se
volvió hacia atrás y se cercioró de que todo estaba
igual. Pero ahora un libro estaba en el suelo. Se
abrió de golpe y de él salió un pájaro que voló tor-
pemente hacía la puerta y se escabulló pasando por
encima de Christopher que se acercó al libro y lo
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hojeó. Miró el reloj y al ver que era tarde cogió el
libro y se fue a su cama a leerlo. No había nada in-
teresante que leer, lo puso bajo la almohada, esa
era una de sus extrañas costumbres y cerró los ojos…
los sueños brotaron de su mente y se durmió.
A la mañana siguiente, nada más abrir los ojos,
saltó como un resorte hacía la ropa. Se vistió,
desayunó y salió al jardín, donde estaba situada su
bicicleta. La cogió y se fue por el atajo del bosque
que iba directo al colegio. Nada más llegar aparcó
la bicicleta atándola a un poste de metal con una
gruesa cuerda. Y se fue a su clase corriendo. Hacía
frío. En su clase, él se sentaba al lado de la ven-
tana, una ventaja; ya que las clases se pasan muy
rápido mirando las nubes… mientras la nieve caía. En
el patio jugaron al fútbol en un porche que habían
construido para que los niños jueguen al fútbol ya
que como siempre está nevando no pueden jugar al ai-
re libre, sin un techo que los proteja de la nieve.
Jugaron un partido.
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Cada uno era guardameta un día según el día que
se le hubiese asignado. Ese día era lunes y le toca-
ba a Christopher. Empezaron bastante mal ya que, a
pesar de que empezaran sacando ellos, enseguida se
la quitaban al delantero y tras una jugada indivi-
dual, uno de los contrarios chutó como una bestia y
dio al larguero pero por suerte, para los rivales,
se encontraba un centrocampista que remató y marcó
el primer gol. El equipo de Christopher sacó y empe-
zó a tocar como Dios manda, toque, toque, toque y la
centra el banda, remata de cabeza el delantero cen-
tro y la para el guardameta. Córner. Christopher
subió a la delantera y se metió en el área. Remató
con todas sus fuerzas y… ¡gooollll! Los rivales se
enfadaron tanto que tiraron nada más sacar y… Chris-
topher no tuvo muy buena suerte ya que le dio en la
cabeza y cayó al suelo.
Frío.
Tenía frío.
Todos le rodearon y le preguntaron: « ¿estás
bien?» hasta que vino la profesora y le examinó. Se
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había desmayado. Pasado un tiempo, al despertar no
estaba en el colegio, sino en un extraño lugar, todo
era transparente y no había nada, estaba flotando,
no estaba respirando ni sentía ganas de hacerlo, só-
lo sentía miedo y confusión y luchaba por contener
las lágrimas pero no pudo reprimir un chillido de
verdadero terror que resonó por todo el lugar (si es
que lo era). Estuvo caminando durante horas si es
que había, pero frenó en seco al ver un montón de
astros tremendamente transparentes. Se fijó en un
grupillo repleto de ellos. Chocaron y hubo una luz
cegadora. Se hizo un agujero del que salieron de
nuevo los astros formando un planeta… o por lo menos
algo parecido. Y en la lejanía se vislumbró la si-
lueta de varias personas. Era extraño, parecía que
habían salido del planeta que acababa de aparecer.
Caminaron hacia Christopher y, con una eficaz técni-
ca; lo desmayaron y lo alzaron. Le estaban llevando
hacia el único material tangible de aquel lugar, el
mini-mundo. Llevaba muchas horas sin comer pero no
tenía hambre, solo tenía el deseo de desaparecer de
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aquel lugar o retroceder en el tiempo para poder es-
quivar el balonazo. Sentía ganas de ir a su casa y
ver a sus padres. Pero no podía librarse de aquellos
hombres. Forcejeó con los hombres que lo llevaban,
pero sin resultado. Sintió falta de aire y se volvió
a desmayar.
Al despertar se encontraba en un camastro muy in-
cómodo, situado en un cuarto de grises paredes y
transparentes ventanas. Se fijó en las ventanas, no
había nada translúcido en aquel lugar. Un rato más
tarde, entró un individuo con un semblante serio.
—Te hemos metido en Rehitolen porque detectamos
magia en tu ser. Me gustaría saber cómo se llama el
niño que te dio el balonazo.
—Se llama Fergus.
—Ese chico no es normal, te hemos curado con ma-
gia, y, de no haberlo hecho, te podría haber matado.
Además, para entrar en la transparencia se necesita
magia o un golpe que te hiera profundamente, que se-
ría muy peligroso para Rehitolen. No creo que Fergus
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tenga tanta fuerza en el pie como para herirte pro-
fundamente.
—No entiendo nada —replicó Christopher.
—Nosotros tampoco sabemos mucho, solo sabemos que
un trío de brujas embrujó un bosque en un mundo mis-
terioso. Al parecer es el bosque con más árboles de
todo el planeta y se encuentra al norte de Finlan-
dia.
—En el libro que encontré en un lugar de mi casa
que hablaba de un bosque con grandes Serpientes y
tres brujas de las que mataron una. También hablaba
de unos aventureros.
—Tráeme ese libro —ordenó.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó Christopher.
—Mi nombre es de vital importancia para ese li-
bro, ya que en él aparece, y te lo voy a decir, pues
te será útil cuando hayas leído un poco más, me lla-
mo Glavertine ¿y tú?
—Christopher.
Cuando Glavertine se fue, Christopher se escapó
sigilosamente del edificio de Rehitolen y sin saber
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cómo, entró en su casa y cogió el libro, y volvió a
Rehitolen y leyó con atención su libro pero no en-
tendía por qué su nombre era tan importante. Leyó
durante horas pero no encontraba nada interesante.
Más tarde, se acomodó en su cama, puso el libro bajo
su almohada, se cubrió con el grueso y cálido edre-
dón y se durmió.
Al día siguiente, Glavertine le llevó a su casa,
con sus padres, y después, Glavertine, se volvió a
Rehitolen.
Fergus solía ir a recogerle pero ese día no le
recogió y tuvo que ir solo en bicicleta por las
frías calles de Helsinki. Fergus no fue al colegio
ese día y nadie sabía por qué. Ahora tenían uno me-
nos para jugar en el patio y tuvieron que jugar un
gol regate. Ese día nevó mucho y Christopher no pudo
volver a su casa en bicicleta y la tuvo que llevar a
rastras por la nieve. Al llegar a su casa, merendó
gachas y un vaso de leche y más tarde, para quitarse
el gélido sentimiento de encima se dio un baño bien
calentito. Se vistió y se fue a su cuarto a hacer
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deberes. Esa gélida tarde fue muy larga. La usual
llamada de su madre para cenar no llegaba y la noche
se cernía sobre la tierra. Bajó las escaleras y miró
a ver si su madre estaba en la cocina y después en
el salón, pero nada, era como si se la hubiesen tra-
gado las paredes o como si el viento se la hubiera
llevado y su padre tampoco se encontraba en la casa.
Christopher, ya muerto de hambre decidió preparase
un bocata de jamón y queso. Al ver que no venían,
cogió su libro e intentó ir a Rehitolen pero la ma-
gia no le salía. Fue al jardín a tomar una bocanada
de aire. Llamaron al timbre. Christopher abrió la
puerta y vio a Fergus y a sus padres. Un pálido mor-
tecino disfrazaba sus caras. Les preparó un té ca-
liente con el objetivo de que recuperasen su color
natural de piel.
— ¿Qué os ha pasado? —preguntó Christopher.
—Hemos visto los ojos de la muerte —respondió su
padre.
— ¿Dónde? —preguntó Christopher.
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—Verás —empezó Fergus— tus padres y los míos fue-
ron a visitar el bosque que va desde el norte de
Finlandia, de Canadá y otros países cercanos, ro-
deando el círculo polar ártico. Vimos Serpientes —
fue al grano, Fergus—, sus ojos eran terroríficos.
La miramos y casi… no salimos de esa.
Su madre llevó a Fergus hacia el coche y se diri-
gió a donde vivía Fergus. Su padre se había ido al
supermercado y él no tenía nada que hacer, por lo
que se durmió. Tardó en dormirse pero cuando lo hizo
soñó que una especie de dios destruía toda la vida
que se interponía en su camino mientras unos hombres
lanzaban olas de oscuridad y otros luchaban. Se des-
pertó con el rumor del crepitar de un fuego que le
rodeaba. Era imposible, había utilizado la magia pa-
ra protegerse de la pesadilla.
Una mujer de grises cabellos y ojos negros.
Christopher se levantó e hizo ademán de coger una
pistola de balines. Disparó. La señora lanzó una on-
da de aire que impulsó el balín hacía Christopher
que se agachó y lo esquivó. Otra mujer igual salió
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de la nada e intentó matarle. Cuando iba a matarle,
un hombre lanzó un cuchillo que hizo que las brujas
se fueran. Eran Glavertine y otro de sus hombres.
—Me llamo Trebo —se presentó— fui guerrero con tu
tatarabuelo Remo hace mucho tiempo.
—Espera, entonces soy la cuarta generación de ese
tatarabuelo que fue un gran guerrero —dijo Chris-
topher.
—Él tenía una amiga llamada Luna que falleció al
igual que Remo –dijo Glavertine.
— ¿Y qué la pasó?
—Nada murió de vieja.
—Remo murió en una batallita que tuvimos con unos
Nigromantes… —dijo Glavertine.
— ¿Y vosotros, por qué no morís igual que todo el
mundo?
—Veras en la transparencia, no solo existe Rehi-
tolen, sino que también hay otros… planetas, mundos.
De donde nosotros venimos, solo se muere peleando,
no hay muerte por ser viejo y por esa razón hay más
peligros —mintió Glavertine, en realidad había que
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hacer un juramento, pero prefería no decírselo toda-
vía—. Cuando Fergus y tus padres fueron a ese bosque
y vieron las Serpientes enormes con los ojos de la
propia Muerte, es, digamos, que hay un vínculo entre
este planeta y del que provenimos. Piensa en un
ocho, el círculo de arriba hace un vínculo con el de
abajo, pues es igual: el sur de mi planeta se junta
con el norte del tuyo; ese bosque también existe en
mi mundo —explicó Glavertine.
—Es alucinante —dijo Christopher.
—Sí, pero eso no es lo importante. Hay leyendas
que dicen que una familia tiene héroes cada cuatro
generaciones y después de Remo vas tú —siguió expli-
cando Trebo.
—Insinúas que mi familia es esa tan especial —
adivinó Chris.
—No lo insinúo, sino que lo afirmo. —dijo Trebo.
—Cuatro generaciones antes, es decir, con Remo
hicimos muchos aliados pero también muchos enemigos:
una sociedad traficante, una horda de nigromantes,
un ejército normal, las brujas y un Dios que ahora
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anda perdido en otra dimensión gracias al Maestro,
nuestro jefe, un mago tele-transportador. Tenemos
que matar a las dos brujas y a los enemigos que en-
contremos.
—Cambiando de tema, ¿qué quieren las brujas? —
preguntó Christopher.
—Matar a todos los que tengan magia en este pla-
neta —contestó Glavertine —pero en Rehitolen estás
a salvo.
Cuando Trebo y Glavertine se fueron Christopher
estuvo un buen rato ordenando su cuarto. Al día si-
guiente tendría que ir al colegio y su madre ya es-
taría cerca de su casa.
Su madre llegó sobre las diez, media hora más
tarde del acontecimiento con las brujas y su padre
vino más o menos a la vez. Cenaron tortilla con en-
salada y después todos se fueron a dormir. Todo es-
taba tranquilo desde la tarde. Se durmió.
Al día siguiente se despertó a las siete y media
por el pitido del despertador y a partir de eso el
día pasó lentamente. Cada hora del colegio era eter-
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na: examen de inglés a primera, ejercicios de mate-
máticas a segunda, más tarde, y —por fin—, recreo,
que pasó rápidamente jugando al fútbol. Todo el día
así. Hasta que llegó la hora de irse a casa. Chris
tenía una extraña sensación. Quería llegar a casa y
ver que sus padres estaban bien. Corrió todo lo rá-
pido que pudo durante el trayecto hacia su casa.
Sentía que sus piernas le flaqueaban y se cayó pero
se levantó y volvió a caerse unos instantes más tar-
des hasta que llegó. Su corazón le dio un vuelco al
ver la puerta. «Ha entrado alguien antes que yo»,
pensó. Entró: estaba todo desordenado y las sillas
estaban tiradas. Pero lo que más miedo le dio fue
encontrar a su padre en el suelo, corrió a tomarle
el pulso y… ¡Estaba vivo! Había tenido suerte. Pasó
a la habitación contigua, con cautela, aunque no le
sirvió de nada ya que nada más entrar, salió despe-
dido hacia el corredor. Volvió a entrar, pero esta
vez escondido y espió. Vio a una bruja que sostenía
el cuerpo herido de Glavertine que apenas podía
abrir los ojos. La bruja le amenazaba con una daga
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en su cuello. Christopher ladeó un poco la cabeza
miró a la otra bruja: sostenía otro cuerpo como el
de Glavertine herido. Se fijó en su pierna casi
inerte por un desgarrón profundo del que emanaba
sangre, mucha sangre. Parecía que se iba desangrar
de un momento a otro. Dejó de mirar el cuerpo del
desconocido. Le daba nauseas. No sabía lo que hacer
y se dejó llevar por su instinto. Se dejó ver y dio
un paso para adelante.
—No te muevas niño —dijo una de las brujas alzan-
do su mano desafiante.
Christopher sin saber por qué, también lo hizo y
de ella brotó una magia que dio a la bruja de pleno
y soltó a Glavertine, que cayó al suelo. Un niño ru-
bio apareció de la nada firme y dispuesto.
Chris todavía sentía el cosquilleo de la magia y
la energía en la punta de los dedos. En cuanto al
niño rubio no sabía que hacía ahí. La otra bruja
quedó perpleja, la tensión era agobiante. La bruja
hizo ademán de matar al desconocido, pero el niño
rubio lanzó un cuchillo a la velocidad del rayo que
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rozó a la bruja. Una advertencia. Esta se vio obli-
gada a soltar al individuo que sostenía. A juzgar
por su apariencia era un joven bastante agradable y
jovial. Pero, ¿si es así por qué le habían atrapado
justo a él entre las personas de ese grupo? Tal vez
le habían atrapado simplemente por pertenecer al
grupo. ¿De dónde había salido el niño rubio? ¿Forma-
ría parte del clan? Pronto lo descubriría.
Christopher estaba muy atosigado por las infini-
tas preguntas que se le ocurrían, una tras otra sin
dejarle un segundo en paz. Necesitaba esa informa-
ción, su ser la requería. Aquellos días fueron de lo
más extraños para él. En cuanto al libro antiguo que
aquel día encontró en la habitación, ya había leído
más de la mitad. Es más, ya se lo estaba acabando
cuan largo era. Ya había aparecido Remo y otros mu-
chos extravagantes personajes, vestían como caballe-
ros medievales. Chris supuso que sería otro mundo
que flota en la transparencia. Si ese mundo está
subdesarrollado todavía estarán más o menos en la
época de la Guerra Mundial o un poco más atrasada,
21
aunque con esas cosa nunca se sabía. Otros persona-
jes como Glavertine, Tobilklo Laney y su hermano que
muere, un tal Trebo y otros más de los que la inmen-
sa mayoría acaba muerta. Una hora más tarde llegaron
sus padres que fueron recibidos con un largo beso y
un abrazo, más tarde cenaron. Al día siguiente sería
sábado con lo cual sus padres no irían a la oficina
y el lunes tampoco irían porque ya estaban de vaca-
ciones, ¿cómo volvería a Rehitolen sin que sus pa-
dres se enterasen? No quería pensar en ello en aquel
momento. En consecuencia al sueño que tenía encima,
se empezaban a notar las ojeras dibujadas en sus
facciones, y prefería dormir sin el presentimiento
de que las gélidas miradas de las brujas le vigila-
ban y se cercioraban una y otra vez de matarlo. Lo
pensaría al día siguiente. Cerró los ojos y se dur-
mió. Otra vez el mismo sueño: Verdes praderas y fér-
tiles tierras que dan fruto a varias plantas de un
tamaño descomunal. Bajo la fresca sombra un banal
personaje entrena con la espada. De la nada aparece
un nigromante que le desafía en una pelea a muerte.
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Lanza una especie de ola de oscuridad en vano, ya
que el banal personaje se aparta con la rapidez de
una pantera y con una sola estocada le desarma de su
cayado y le mata con crueldad y se va sin más. Deja
a su víctima tendida en el suelo, emanando sangre. Y
al darse la vuelta, encuentra a Christopher y le mi-
ra a los ojos, pero en lugar de ver unos ojos verdes
ve una barrera de hielo que demuestra sus voraces
ganas de que sus ojos beban imágenes de sangre.
“Soy un Dios. Muestra tu respeto ante mí”, dijo
el asesino. “Sé lo que soy, un Dios”, repitió.
El asesino envainó su espada y desafió la barrera
de hielo que había visto en los ojos de Chris. Sin
embargo, no consiguió derribar la barrera de hielo.
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«Lo más frío que te puedo dar»
l día siguiente, en Rehitolen, Glaver-
tine y Tobilklo (el desconocido para Chris-
topher), se hallaban en la enfermería recu-
perándose de sus heridas con ayuda de Ren-
sif que concentraba su magia y la ponía so-
bre la herida. Glavertine sentía la agrada-
ble calidez de la magia de Rensif, sentía
como sus heridas se cerraban. Rensif ejecu-
tó el mismo hechizo con Tobilklo que en un rato pudo
percibir como el dolor se iba, sentía que de sus he-
ridas dejaba de emanar sangre y se sustituía por una
sensación de calidez.
El Maestro se volvió a sentar en la silla y se
puso a estudiar de nuevo las Serpientes, seres de
A
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grotesco tamaño y que según la Profecía había una
que sería alada. La fascinante Serpiente alada, cu-
yos gélidos ojos congelan hasta los sentimientos,
solo sus profundos ojos azules revelan su identidad,
su cuerpo es capaz de moverse elegantemente a una
velocidad felina ondulando en cada movimiento y sus
alas siempre camufladas. El libro que había alimen-
tado la sabiduría del Maestro, quien a pesar de ha-
ber vivido durante mucho tiempo en el Bosque de las
Serpientes no sabía demasiadas cosas acerca de
ellas. Se tele transportó a la casa de Christopher a
llamarle y traerlo de vuelta a Rehitolen.
Chris se vistió nada más levantarse, desayunó a
la velocidad del relámpago y se tumbó en su cama a
leer. El día anterior se había fatigado mucho y
apenas le quedaban fuerzas para pensar. Sonrió al
ver al Maestro tras una nube violácea. Se había tele
transportado con uno de sus poderosos hechizos. Se
le congeló la sonrisa al ver que el pomo de la puer-
ta se movía. El Maestro lo percibió y con un elegan-
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te movimiento felino consiguió ocultarse. El padre
de Chris entró pero sólo encontró a un fatigado
Chris tumbado en la cama.
—Perdón me había parecido oír sonidos extraños.
—No pasa nada —dijo Christopher.
—Vas a ir a algún sitio hoy —preguntó su padre.
—No pretendía, ¿por?
—Vamos a ir a casa de Morla —respondió su padre.
— ¿Te refieres a la tortuga?
Su padre asintió.
—Está bien, iré —dijo Chris.
—Hoy no puedo ir a Rehitolen, mis padres están
en casa y se darán cuenta —dijo Chris una vez que su
padre se hubo ido.
Para el Maestro fue muy fácil responder a esta
pregunta.
—Hay una solución —murmuró.
— ¿Cuál? —pregunto Chris.
— ¿Tienes algún espejo?
—Mmm, sí en el armario, en la puerta.
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—Refléjate en él y junta las yemas de los de-
dos. Concéntrate y haz acopio de energía, ten en
cuenta que vas a crear a otro tú —concluyó.
—Vale —murmuró Chris.
Un rato más tarde el reflejo ya sabía su misión
y… ¡no solo eso sino que la estaba haciendo!
Se esfumaron de allí y tras pasar una nube violá-
cea llegaron a Rehitolen.
—Habrá una reunión dentro de un rato —avisó el
Maestro.
Chris asintió. Fue directo a su habitación y se
tumbó en la cama a descansar. Suspiró, estaba ate-
rrado por el reflejo: no vería a sus padres en bas-
tante tiempo y solo podría saber lo que hacían y lo
que veían a través de un clon.
Un rato después lo llamaron para la reunión. Bajó
las escaleras y giró a la izquierda. Entró en una
habitación bañada por una fresca y deliciosa luz
azul.
— ¿Qué es está zona? —preguntó en un susurro casi
inaudible a Glavertine.
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—Una importante sala mágica de reuniones —
respondió—. Antaño fue una biblioteca.
Se sentaron en unas cómodas sillas y dejaron que
la poderosa luz azulada penetrase en sus ojos.
—Nos hemos reunido para conocer a Christopher, un
chico de unos quince años que anda bajo la amenaza
de las brujas.
Fue presentando uno a uno a los hombres que allí
se hallaban: Tobilklo Laney, cuyos ojos almendrados
acompañaban su aceitunada tez; Gimlard un hombre ex-
traño que poseía una lengua bífida, Rensif un elfo
poderoso con el don de curar las heridas más graves.
Habló también de un tal Hugo un gólem de tierra y
de un hombre lagarto al que acababan de poner nom-
bre: Yeviess, que era el único de su raza que podía
hablar, aunque muy rápido. Antaño había servido como
conejillo de indias para los de su tribu ya que era
intrépido y sabía ejecutar las estratagemas pero se
vio obligado a traicionar a su estirpe y a ver morir
a sus mejores amigos por culpa de Leonardo, un anti-
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guo enemigo del clan. Gimlard se levantó de su
asiento en señal de que quería comunicar algo.
—Lamentablemente, para mí claro, Yeviess y yo so-
mos más semejantes de lo que parece. Yo albergo dos
almas en mi interior desde que nací —dijo con amar-
gura—. Y Yeviess también pero él no sabe cambiar de
uno a otro y yo solo puedo con el influjo de la luna
llena.
— ¿Qué es un Multimórfico? —preguntó Chris.
—Un mago que pertenece a una Orden de otro mun-
do que flota en la transparencia. También existen
los Nigromantes; los Polimórficos, los Mestizos que
son mezclas de razas como Yeviess o Gimlard, los Oc-
tavios, criaturas anfibias escamosas de colores vio-
láceos; y por último los Banales como los fantasmas,
espectros y los Sers, curiosos seres del desierto;
los férnilos que son seres que manejan el aire y
pueden volar pero no se consideran Grandes Seres co-
mo el resto al igual que otros muchos; capaz de usar
la magia de los Polimórficos y la de los Nigroman-
tes.
30
»Ahora que ya estás preparado debes saber que te…
mentimos, en realidad no morimos porque pertenecemos
a la Orden del Deseo Ardiente y juramos proteger a
los dos Mundos, el Mundo Tangible y el tuyo, la Tie-
rra. Y esa orden es como una llama que no se puede
extinguir y por esa razón somos… inmortales y por
esa razón creamos el clan. Y los demás seres son… —
buscó la palabra adecuada— por naturaleza inmortales
en cuanto al tiempo.
— ¡¿Por qué no me lo explicasteis antes?! —
preguntó Chris enfurruñado.
—Porque no estabas preparado —replicó Glavertine
con calma—, en toda la vida de Remo y Luna no les ex-
plicamos nada de Rehitolen ni de la transparencia y
tampoco del Mundo Tangible, las cosas que les enseña-
mos fueron mucho más reducidas, ni siquiera les ha-
blamos de la orden del Deseo Ardiente ni del juramen-
to.
Chris saltó de su asiento y fue corriendo a su
cuarto, se deslizó a su habitación y hundió su ros-
tro en la almohada y tras un sollozo las lágrimas
31
empezaron a resbalar por sus mejillas. Tragó saliva
y siguió llorando durante horas. Cuando el sol co-
menzó a perderse por las montañas Yeviess le visitó
y le susurró palabras consoladoras al oído.
«ElMaestrodicequepuedeshacereljuramentocuando-
quieras», le informó Yeviess.
—No me interesa.
— ¿Porqué? —preguntó rápidamente.
—Estoy demasiado confuso como para asumir que se-
ré inmortal.
—Túabuelolohizo —lo apremió.
— ¿Y dónde está ahora?
—Probablementesehayavínculadoaotrapersona —
aventuró.
—Me lo pensaré.
—Vale —dijo Yeviess.
— ¿Todos lo habéis hecho ya? —preguntó Chris.
—Sí, hace bastante tiempo, puedes preguntar a
Rensif, si te decides, claro —respondió.
Yeviess se fue de su cuarto y suspiró. Lo pensó,
volvió a suspirar y fue a hablar con Hugo.
32
Zarzai avanzó hasta una pequeña duna de K´mam, el
gran desierto del Mundo Tangible. Se asomó y encon-
tró una patrulla de férnilos dirigida por dos Mesti-
zos, estaban por todo el desierto y por casi todo el
mundo. De tres torres solo una permanecía en pie pe-
ro poco a poco se iba debilitando y ya ninguna era
completamente inexpugnable. El joven Sers estaba
atrapado mirara adonde mirase todo estaba patrullado
por férnilos y Mestizos. Nadie lo había localizado
todavía pero si lo hacían… Debía salir de ahí. Era
urgente. Se asomó a otra duna y observó como la cor-
dillera del Eisheggtesh sobresalía por encima de las
nubes, solo tenía una escapatoria. La cordillera del
Eisheggtesh, la gran cadena de montañas escarpadas,
era como un infame dragón herido por afiladas agujas
clavadas por todo el cuerpo, de pies a cabeza. Debía
llegar hasta la torre de Fersakk, situada en los
confines del sur. Corrió por la duna en dirección
sur. Hacia los escarpados picos del Eisheggtesh. Co-
rrió todo lo que pudo hasta que sus piernas le fla-
33
quearon y tropezó cuan largo era. Miró a su alrede-
dor alerta. Se giró hacia la duna que había dejado
atrás. Estaba plagada de patrullas de férnilos que
lo miraban. Los férnilos parecieron escuchar una or-
den telepática porque todos asintieron y formaron
filas de a dos. Avanzaron hasta Zarzai a paso lige-
ro. El Sers intentó escapar pero sus piernas le fa-
llaron. K´mam iba a formar parte de las pertenencias
de los Mestizos. Zarzai se levantó con infinitos es-
fuerzos y desenvainó una espada de dorada empuñadu-
ra. Los férnilos se dispersaron y lo rodearon. Uno
de ellos se adelantó y le plantó cara. Zarzai aceptó
el desafío. El rival le miró a los ojos. El Sers le
sostuvo la mirada y… tardó un poco en comprender que
era una distracción porque otro férnilo le lanzo una
estocada con todas sus fuerzas. Zarzai interpuso su
acero entre él y la espada del rival. Hizo una finta
y aguardó a que su rival lo atacase. Su contrincante
le lanzó una lluvia de estocadas. Su técnica era
tosca y muy agresiva, sin fintas, ni amagos, sola-
mente su fuerza. Zarzai hizo un amago elegante y
34
luego hundió su espada en el vientre de su rival y
lo tiró al suelo herido de muerte. De su vientre
emanaba sangre amarilla de férnilo. Un Sers solía
ser letal en su territorio. Sintió algo frío a su
alrededor. Sintió la esencia de un Mestizo por de-
trás. Se dio la vuelta y vio un rostro de un blanco
mortecino con manchas púrpuras pero que a pesar de
todo se asemejaba a la piedra de la montaña. Era de
Nesolia. Era una mezcla de gólem y de un muerto de
Gibaín. Una espada le atravesó el hombro. La espada
de Zarzai cayó al suelo produciendo un horrible rui-
do. El Mestizo alzó la espada con el fin de dar pun-
to y final a esa pelea. Atravesó el cuerpo del Sers
de parte a parte y Zarzai cayó al suelo. Tiritaba de
ira, odio y… frío. En el desierto no hacía frío. Por
alguna razón que a él se le escapaba tenía frío. Su
rostro lampiño se retorcía en muecas de dolor.
—Odlor-ardiente —dijo antes de desmayarse.
Era el código de la Orden del Deseo Ardiente.
35
Khanssash, el Mestizo que había herido a Zarzai
ordenó a su patrulla que cargaran con él y lo lleva-
sen ante el señor del Mundo Tangible: Aliizer Bugg.
— ¿Por qué no le has clavado la espada en el co-
razón? —le reprochó Yter, su compañero.
—Porque le podemos encerrar y sacarle información
sobre los renegados—respondió.
Yter pensó en la idea de Khanssash. Era buena.
Además, no podía desobedecer a su líder. Asintió.
Un férnilo llegó corriendo e informó a Khanssash
de quién había caído a manos del Sers.
— ¿Kuyrt? —gritó el líder al enterarse—. Sabía
que alguien había caído pero… ¿Kuyrt? Era tan solo
un aprendiz que… llegaría lejos, muy lejos.
Esa pérdida había sido dura para los nuevos go-
bernantes de K´mam. Yter no se había atrevido a con-
tarle eso a su líder. Sabía que eso bajaría la moral
de Khanssash y eso no sería nada bueno en la lucha
por K´mam. Pero él ya lo sabía y eso podría ahogar
cualquier tipo de esperanza por conquistar K´mam.
36
Yter hizo ademán de irse. No tenía ganas de ver a un
Mestizo enfadado.
Los Mestizos y férnilos partieron tres días más
tarde, cuando el sol empezaba a declinar. Se diri-
gían hacia Porkes situado al norte. Tenía ganas de
entrevistarse con Aliizer Bugg y sus dos mejores
hombres: un mago y un Mestizo. Dos días más tarde
habían llegado a Fhrirr. Cuando pasaran Fhrirr lle-
garían a Porkes. Fhrirr había sido el primer lugar
en plantar cara a Aliizer Bugg y en consecuencia ha-
bía quedado arrasada. En aquel lugar no había nada
más que ceniza y no era de extrañar encontrar una
res abandonada vagando por el desierto. Era tierra
de nadie. Era yerma y pocos animales sobrevivían más
de dos noches seguidas en aquel infierno. La mayoría
de reses morían de hambre o de calor. Solo los joi-
gebs eran capaces de vivir en esos lugares.
—Un soldado ha muerto, un férnilo —informó Yter
cuando el sol se posaba sobre las montañas y la luna
emergía del horizonte.
37
Utter, el enfermero corrió a atenderle. Su cora-
zón no latía y sus sienes ardían. Su piel era pega-
josa.
—Ha muerto de calor —informó—. Necesitan más
frío.
—Puedo hacer que corra el viento —dijo Yter.
—Hazlo —ordenó Khanssash.
Yter onduló el aire y pronunció unas palabras
en el idioma arcano. El aire comenzó a fluir por
aquellas tierras yermas.
—Vale, descansemos —dijo el líder—. Ya no hay
problemas con el calor. Podemos pasar la noche en
Fhrirr —anunció.
El Maestro lo había percibido, en alguna parte del
Mundo Tangible algo no iba bien. Alguien de la Orden
del Deseo Ardiente estaba siendo utilizado y había
pronunciado el código. Llamó a Hugo. Debían pensar
en el Portador de Yatass. La Daga. Forjada por Zra-
kax, un Nigromante del Lago de las Lágrimas que aho-
ra se había secado. En Nesolia, al sur. El Portador
38
encontraría el istmo entre los dos planetas y abri-
ría el Portal, para derrotar a Aliizer. O al menos
eso quería.
Hugo llegó un rato más tarde. Venía con Laney,
Trebo, Glavertine, Gimlard. A Hugo se le habían
caído las cuerdas vocales como a todos los gólems de
arena cuando pasaban del siglo de edad. Ahora se co-
municaba expandiendo información, era algo entre la
telepatía y hablar.
— ¿Quién va a ser el Portador? —preguntó el Maes-
tro.
—Yo voto por Yeviess o por Chris —opinó Gimlard.
—No, ellos no están preparados, Chris tiene quin-
ce años y Yeviess es un hombre-lagarto, no pueden
cargar con esa responsabilidad —desaprobó Glaverti-
ne.
—Podría ser el Maestro—sugirió Trebo.
—No, yo no —respondió el aludido.
—Sí, yo no puedo porque soy un Mestizo, ¿quién
será? —preguntó Gimlard.
39
«Mmmm, Rensif», dijo Hugo.
—Sí, Rensif, el elfo, es buena idea —admitió el
Maestro.
Un rato después, Yeviess, el híbrido, irrumpió
en la sala rápida y atropelladamente.
—Meheenteradodeloqueestáocurriendo, ¿por quéno-
contaísconmigo parahablardeesto? —dijo.
—Rensif va a ser el Portador —anunció Tobilklo.
—Yotambiénestoydeacuerdo —dijo Yeviess—. Hoyes-
plenilunio.
—No, no, no puede ser, hoy no —dijo Gimlard asus-
tado—. Hoy me convierto en Serpiente.
—Ah, tengo que hablar contigo Gimlard —dijo el
Maestro.
— ¿A solas? —preguntó.
El Maestro asintió. Todos se fueron a sus respec-
tivas habitaciones. El Maestro y Gimlard se quedaron
a solas.
—Hace unos días —empezó el Maestro— estuve inves-
tigando sobre las Serpientes y una leyenda dice que…
40
—buscó palabras— una Serpiente es, bueno, alada, y
quería saber si eres tú.
—No.
—Solo era eso.
Gimlard se fue a su cuarto y el Maestro quedo so-
lo.
Khanssash no había dormido en toda la noche, la-
mentaba la perdida de Kuyrt. Reprimía su instinto
por no matar al renegado Sers y se le ocurrió una
fantástica idea. Necesitaba un ayudante y un doctor
y tal vez a Utter. Paró a todo el grupo y les habló:
—Cambio de idea, me voy con Yter, Cotess y Ut-
ter. Decidle a Aliizer que iré en unos días.
—Vale —dijo Ash.
—Dirige tú el grupo, Ash —dijo Khanssash.
Khanssash se dio la vuelta y se fue directo a
K´mam. Ya casi habían pasado Fhrirr cuando un joigeb
se abalanzó sobre Cotess.
— ¡Yter! ¡Ayúdale! —ordenó el líder.
41
Yter desenvainó su espada y corrió hacia la bes-
tia. Una lluvia de mandobles cayó sobre el joigeb
que chilló y tiró a Cotess al suelo. Lanzó una mira-
da asesina a Yter y se abalanzó sobre él. Khanssash
se convirtió en gólem y lanzó su puño sobre el joi-
geb.
—Maldita sea, ¡mi brazo! —chilló Yter.
El joigeb cayó al suelo con un chillido agóni-
co. Cotess posó el filo de su espada sobre el cuello
del animal y le cortó la cabeza.
—No hagas más eso, Cotess, no me gusta ese estilo
de lucha —dijo el líder.
Caminaron durante horas y horas hasta que llegó
la noche. Descansaron bajo un árbol cuyas raíces so-
bresalían del suelo. Arrancaron hierba y la pusieron
bajo las raíces para acolchar el suelo.
—Mañana tendremos que caminar hasta donde murió
Kuyrt. Si un joigeb no se ha comido sus restos po-
dremos hacer lo que quiero si no… habremos hecho el
viaje en vano —dijo Khanssash.
42
—Pues, más vale que no sea así, estoy muy cansa-
do. Ya casi no puedo mantener el viento —dijo Yter.
Khanssash señaló el horizonte.
— ¿Lo ves?
— ¿Qué tengo que ver? —preguntó el férnilo.
—La arena roja.
Yter oteó el horizonte y efectivamente la arena
roja estaba ahí. La línea que separaba la arena roja
de K´mam de la gris de Fhrirr. Era como un oasis en
medio de un infierno.
—Al fin —gritó al cielo. La noche ya casi había
pasado y la arena se divisaba a la perfección.
Utter estaba muy cansado. Apenas hablaba y no co-
mía demasiado. Hacía lo que tenía que hacer y punto.
Y en esa lista no estaba apuntado comer.
Yter corrió hacia K´mam gritando de alegría. Co-
tess lo imitó. Khanssash observaba como iban hacia
la muerte. No habían visto lo que se ocultaba tras
la duna. Utter se tiró contra el tronco del árbol
solitario en el que habían dormido estremeciéndose
43
de puro miedo. El semblante serio de Khanssash se
torció en una mueca de horror.
Ash ya había llegado a Porkes y a la Torre de
Porkes. Les había costado convencer a los guardias
un férnilo y un humano de que venían de K´mam y de
que Khanssash se había retrasado. Burbull el rey de
los férnilos les había recibido en la puerta de la
Torre de Porkes. Iba acompañado por un Multimórfico
que había traicionado a su estirpe: Vollten. Ash
examinó a Burbull y después a Vollten. Se fijó en
los ojos de Vollten, una espiral de oscuridad y ti-
nieblas que amedrentaban al más fiero de los bárba-
ros. Sus ojos irradiaban ira, odio y frío. Ash re-
primió el odio y la ira que le inspiraban sus ojos y
les siguió por la escalera de caracol. Algo en esa
Torre latía como un corazón rebosante de alegría, de
magia o de poder. Llegaron a la parte de arriba de
la Torre que se dividía en varios pasillos como un
laberinto. Entraron por el del lado derecho. El pa-
sillo era estrecho y a Ash le costó pasar con el
44
cuerpo del renegado Sers. Vollten le quitó el cuerpo
del Sers y se lo llevó a una mazmorra. Los soldados
de Khanssash le acompañaron. Un rato más tarde entró
en el cuarto de Aliizer Bugg.
—Me he enterado que Khanssash te ha enviado como
jefe del grupo, Ash —dijo Aliizer.
Ash asintió.
—He oído que habéis conquistado K´mam.
Ash volvió a asentir. Hizo una elegante reveren-
cia y se deslizó al pasillo.
Se encontró con Burbull en el pasillo pero no le
dio mucha importancia y siguió caminando. Bajó las
escaleras de caracol atropelladamente. Quería ver a
sus soldados. Salió de la Torre a un cobertizo con
varias cabañas y un césped mal cuidado y muy creci-
do. Los soldados entrenaban la esgrima y la magia en
los distintos cobertizos de la Torre de Porkes.
Gimlard avisó a Chris de que Rensif iba a ser el
Portador de la Daga, y le explicó que era un arma
legendaria. Christopher no tardó en comprender lo
45
importante que era esa información y tampoco tardó
en asimilarlo.
— ¿Y por qué solo lo puede coger Rensif? —
preguntó Chris.
—Es el símbolo de la Orden del Deseo Ardiente —
explicó—. Tiene el código escrito en la empuñadura y
no solo eso, la Daga es el Deseo Ardiente y por lo
tanto esta hecho por fuego azul. Fuego que quema lo
de dentro y la superficie la deja intacta. El Maes-
tro utilizará poderosos hechizos para convertir a
Rensif en el Portador.
— ¿Cuál es el código?
—Odlor-ardiente —respondió el hombre-serpiente.
Chris fue con Gimlard al cuarto de Rensif, debían
avisarle del prestigioso cargo que le iban a otor-
gar.
—Tenemos que hablar –empezó Gimlard.
Rensif les sonrió. Miró a Gimlard y después se le
congeló la sonrisa al ver el semblante serio del
hombre—serpiente.
— ¿Qué… qué ocurre? –preguntó.
46
—Vas a ser el Portador –respondió Chris.
—Portador de qué.
—La Daga. Vas a ser el Portador de la Daga –
respondió Chris.
—No puede ser… no, no puedo ser yo, solo soy un
elfo que domina el arte de la magia.
—Pero eres sensato y muy poderoso –dijo Gimlard.
Rensif asintió.
—Está bien —cedió Rensif.
Yeviess irrumpió en la habitación ondulando su
larga cola.
—Veoqueyaselohabéisdicho. »MañanaelMaestroejecu-
taráelhechizodetransformación.
Yter y Cotess cruzaron la frontera de Fhrirr gri-
tando de alegría. Khanssash permaneció callado con
Utter sin poder hablar. Un tornado de fuego voló ha-
cia Cotess que se lanzó al suelo con el fin de es-
quivarlo. El tornado de fuego chocó contra el suelo
y se esfumó. Una espiral de tinieblas se precipitó
contra Cotess que intentó esquivarlo. La espiral de
47
fuego viró y formó un círculo alrededor de Cotess.
El círculo se fue estrechando lentamente. El profe-
sor chilló aterrado y se consumió entre las llamas.
Le sangró la nariz. El círculo se esfumo en el aire
y Cotess quedo en el suelo moribundo. Una criatura
muy grande de expresión indefinida. Salió corriendo,
o mejor dicho volando. Yter arrastró a Cotess de-
jando un rastro carmesí tras de sí. Llegaron a donde
Khanssash y Utter aguardaban bajó el árbol en el que
habían pasado la noche. Cotess tenía el rostro yerto
y pálido.
—Aplicaré ungüentos sobre el cuerpo de Cotess y
hechizos también.
»Esto es lo más frío que te puedo dar dijo —Yter
mirando el rostro yerto de Cotess.
—No creo que pase la noche –opinó Utter.
Khanssash miró a Cotess y negó con la cabeza. De
detrás de la duna apareció algo, que desprendía un
halo de energía muy fuerte. Todo se hacía negro a su
paso. Era una criatura divina de un tamaño grotesco,
era imposible adivinar su rostro. Era un Dios, un
48
halo de energía gigantesco que destruye todo a su
paso. Cotess cerró los ojos con un soberano esfuer-
zo. Utter supo que era posible que no los volviese a
abrir. Los labios amoratados de Cotess se torcían en
muecas de dolor. Utter resopló. La cara de Cotess
palideció y su corazón se paró. Khanssash se fue a
dormir, se mantuvo entre el sueño y la vigilia. Yter
cayó profundamente dormido mientras que Utter se
quedó despierto observando el rostro yerto de Co-
tess. Se estremeció al ver tiritar al fallecido, pe-
ro, ¿cómo iba a haber tiritado un muerto? Tiritó aun
más. Después paró y se movió frenéticamente. Utter
había estudiado esta clase de fenómenos relaciona-
dos, a veces, con la nigromancia. Veló por el Alma
que acababa de salir del cuerpo de Cotess. Veló por-
que su muerte hubiese tenido algún sentido.
Pasó toda la noche observando el cuerpo de Co-
tess, esperaba algún otro movimiento con vehemencia
por su parte, pero esto no sucedió.
49
Khanssash despertó de aquel fino sueño caracte-
rístico suyo. Estaba contento y eso lo demostraba su
sonrisa.
—Vamos a hacer un zombi —fue lo primero que dijo.
Le dio muchas instrucciones a Utter. Se colocaron
al lado de Cotess y le metieron arena en la boca.
Khanssash extrajo una cantimplora de un zurrón que
colgaba de su cinto y vertió parte del líquido que
guardaba en su boca.
Cotess fue reaccionando poco a poco. Su carne
era de color verdusco.
— ¿Qué me habéis hecho? –preguntó.
—Eres un zombi – dijo Khanssash.
50
3
La Oleada Zombi
ras muchos días de camino Khans-
sash, Yter, Utter y Cotess ya del
todo recuperados avanzaron hacia el
corazón de K´mam.
Cotess avanzaba lentamente y con la cabeza gacha,
no bebía ni comía. Hacía tiempo que Cotess avanzaba
de aquella forma. Khanssash ya se lo esperaba porque
sabía que los zombis eran lentos y actuaban como
cualquier Mestizo en la transparencia. A pesar de
todo podía ser un beneficio ya que les ayudaba a
ahorrar víveres y si seguían comiendo así las provi-
siones, les duraría toda la vuelta.
Acamparon cuando la luna se alzó llena con todo
su esplendor y al zombi se le acababa la energía. La
noche paso rápido y se levantaron dispuestos a en-
T
51
contrar el cuerpo de Kuyrt. Habían conseguido mucha
energía.
— ¡Ahí está! ¡Ahí está! —gritó Yter con júbilo.
Se había empezado a podrir y habían llegado a
tiempo, si se hubiese degradado por completo ya no
hubiesen podido hacer nada y su viaje habría sido en
vano.
Se arrodillaron en torno a Kuyrt y Yter y Utter
comenzaron un ritual en el idioma arcano de los do-
blealma, que así eran como llaman a los Mestizos. El
cadáver fue adaptando un tono de piel ligeramente
verdusco. Los ojos de Kuyrt relucieron por un ins-
tante y luego volvieron a su color normal. Khanssash
dejó escapar una risa malévola.
Llegaron hasta Fhrirr rápidamente ya que los zom-
bis habían encontrado dos joigebs en los que po-
drían montar los cuatro. Las criaturas no dieron mu-
chos problemas eran animales capaces de comer arena.
Hasta que llegaron a la frontera de Fhrirr con Por-
kes. Estaba todo lleno de rocas en lugar de arena y,
a pesar de que los joigebs tenían unas poderosas
52
mandíbulas capaces de comer de todo, no podían comer
aquella roca porque en la frontera el sol pegaba muy
fuerte y la roca no podía soportar tal calor, por lo
tanto, se fundía. Ahí empezaron los problemas, ten-
drían que dar un rodeo porque las patas de los joi-
gebs no soportaban tal calor.
Rensif ya era el Portador de Yatass. Él, Gimlard
y todos los demás habían emprendido una búsqueda pa-
ra conseguir un objeto del Mundo Tangible.
Llegaron al hogar de Christopher en Finlandia,
pero no se les ocurrió pasar a saludar, fueron dis-
cretos, abrazados por las sombras, por la oscuridad.
—Me parece que esta búsqueda no va a acabar nunca
—jadeó Chris.
» ¿Por qué no usamos a Yatass? —preguntó. Al
terminar la pregunta se estremeció, «Maldita Ya-
tass», pensó. Otro estremecimiento le recorrió la
espalda. Se mordió el labio inferior con rabia.
—Porque abrir la Puerta merece un sacrificio, por
eso el objeto se destruiría —respondió el Maestro.
53
A Chris no se le escapó que al decir, se destrui-
ría, Rensif oprimió con más fuerza su maravillosa
Daga.
Trebo oteaba cada recoveco que veía. Puso la mi-
rada fija en un resquicio extrañamente pequeño. Me-
tió la mano por él y al sacarla tenía un líquido
pringoso.
—Me parece que lo he encontrado –comentó con una
sonrisa.
El Maestro metió la mano y encontró la fuente
del líquido pringoso. Una araña blanca de un tamaño
colosal.
—Servirá —dijo el Maestro con aprobación.
Quitaron las hojas que había de por medio, dejan-
do una tierra lisa y perfecta. Depositaron el líqui-
do viscoso y a la araña en el suelo. El Maestro de-
positó toda su energía en la Puerta. Unos granitos
de luz púrpura se fueron depositando en el aire di-
bujando una silueta redonda.
El Maestro intentaba abrir la Puerta. Jadeó y
volvió a la carga. No tenía más energía y la Puerta
54
apenas se había abierto. Cerró los ojos y volvió a
jadear. Dejo que la energía de su alma fluyese por
sus dedos. Se empezaba a sentir vacío.
—Un poquito… más —dijo con un soberano esfuerzo.
Una lágrima recorrió su mejilla. El Maestro si-
guió dando parte de su alma. Abrió los ojos y vio
que la puerta púrpura estaba abierta. Envió a su im-
pronta, que se había quedado flotando en el aire, la
impronta entró por la Puerta y se metió en ella. Un
rato más tarde salió y desapareció. Ahora les toca-
ba a ellos.
El Maestro dejo de expulsar parte de su alma.
—Cruzadla vosotros —jadeó.
— ¿Y tú? —preguntó Gimlard.
El Maestro sollozó y pronunció unas palabras in-
comprensibles antes de caer al suelo.
—Rensif, ayúdame a cogerle. No voy a permitir que
se quede aquí.
El aludido asintió con la cabeza.
Poco a poco todos fueron cruzando la Puerta. Esta
se cerró tras ellos.
55
Zarzai llevaba días vagando por Porkes. Las ratas
habitaban por las calles y todo estaba lleno de ba-
rro y las tabernas estaban construidas con bambú.
Habían puesto barras para evitar que aquel local se
hundiese en el fango. Entre las tablas de bambú se
colaban monedas. Zarzai no tenía dinero por lo tanto
ese era su trabajo. A ese local acudían asesinos pa-
ra matar a las ratas que se escondían bajo los ci-
mientos de aquel local, para robar. Zarzai se había
escabullido innumerables veces arrastrándose por el
fango. El joven ladrón se tumbó en el barro y se
arrastró por él. Al sumirse en el abrazo de la oscu-
ridad distinguió una moneda de oro. Alargó la mano
para cogerlo pero enseguida la madera de bambú se
combó amenazando al ladrón con romperle el brazo.
Zarzai sumergió su cabeza en el barro para evitar
una rotura. Estuvo a punto de respirar bajo el barro
pero pudo reprimirlo. Por fin pudo respirar. Cogió
el oro y salió. Un asesino le esperaba con la espada
desenvainada.
56
—Soy un ejecutor podría matarte, rata —le escu-
pió.
—Vete a la mierda —dijo Zarzai.
El ejecutor le escupió y le propinó varias pata-
das.
—Vas a morir —le dijo con una sonrisa sádica.
El Sers retrocedió hasta alcanzar una piedra. La
oprimió con fuerza hasta que le salió sangre.
—En ese caso moriremos los dos —replicó Zarzai
con tono burlón.
El ejecutor lanzó un grito de guerra y se abalan-
zó sobre el Sers. Zarzai cayó al suelo estrepitosa-
mente con el ejecutor encima. Zarzai le pegó una pa-
tada con la pierna que le quedaba libre. El asesino
estuvo a punto de caer pero no lo hizo. El ejecutor
intentó inmovilizar también la pierna que le quedaba
libre. Zarzai calculó los movimientos de su rival y
cuando este levantó el vientre su puño derecho quedo
libre. Aferró la piedra y se la lanzó a su rival en
la cabeza. Este cayó hacia atrás. Zarzai se levantó
de un salto y con la palma de la mano le pegó un
57
tortazo en la oreja. El ejecutor se desplomó muerto
al suelo. Zarzai se volvió hacia atrás y entró en la
taberna. El tabernero se había ido cuando aquél eje-
cutor había matado al bárbaro. Buscó algún resquicio
en las cañas de bambú donde el tabernero pudiese
guardar su dinero. Zarzai vio que una baldosa del
suelo estaba mal fijada, pegó puñetazos y patadas
hasta que por fin la caña se desprendió, no obstan-
te, no había nada guardado. Siguió rompiendo el sue-
lo y las paredes hasta encontrar el dinero. Dos
oros, tres con el que había robado; cuatro platas y
ocho cobres. Suficiente para esta semana. Salió de
la taberna y se internó en el bosque sonriendo.
Christopher abrió los ojos por la noche. Las es-
trellas brillaban con fuerza y le pareció que la lu-
na era más grande, lo comprobó y efectivamente era
un pelín más grande que la luna de la tierra. Se le-
vantó y buscó al resto del Clan. El Maestro y Gla-
vertine no estaban. Se internó en el bosque. El via-
je le había sentado mal y tenía una pequeña jaqueca.
58
Se le pasaría. Encontró a una persona con la camisa
ensangrentada y unos pantalones holgados teñidos de
rojo.
—No me intentes matar no lo conseguirás –murmuró.
—Acabo de venir de mi planeta no sé nada, solo
conozco a los Sers, Octavios, Nigromantes y Multi-
mórficos.
—Soy un Sers –dijo la persona con orgullo.
—Yo soy Christopher.
— ¿Te puedo llamar Christoph? Yo me llamo Zarzai.
—La gente me llama Chris.
—Prefiero Christoph.
Chris se encogió de hombros.
—Estoy buscando a Glavertine y al Maestro.
—A Uroth… quiero decir al Maestro y a Glavertine
–sonrió.
— ¿Uroth?
—Se llama Uroth pero no le gusta, prefiere Maes-
tro.
— ¿De qué les conoces?
59
—La Sagrada Orden del Deseo Ardiente, Odlor—
Ardiente –dijo con ímpetu.
Los dos recorrieron la espesura hasta que encon-
traron al Maestro o a… Uroth y a Glavertine.
Se saludaron con un cálido abrazo y todos dijeron
el código.
—Odlor-Ardiente.
Regresaron al campamento con una amplia sonrisa.
Zarzai se presentó y todos gritaron: “Odlor-
Ardiente”.
Khanssash, Yter, Kuyrt, Cotess y Utter llegaron
al castillo aquella noche. Ash ya no mandaba era
simplemente Ash pero, Khanssash tampoco el indiscu-
tible jefe era Aliizer Bugg.
—Zombis, debéis crear más zombis –ordenó.
Los dos asintieron.
Partieron aquel mismo día. Fueron por Porkes. Pa-
saron por la taberna del fango. Estaba destartalada.
La habían saqueado. Dos ejecutores yacían muertos en
el fango. Primero reanimaron al bárbaro que según la
60
sangre llevaba más tiempo y luego al que parecía más
fuerte. Luego pasaron por una aldea gobernada por
Yapikatane. Entraron en una posada de un tal Vau-
rien. Entró Cotess con indiferencia. Metió su mano
en un bolsillo de su cazadora. Avanzó unos pasos sin
fijarse con quien se chocaba.
— ¡Eh tú! —le espetaron algunos.
Él no les prestaba atención. Fue seguro de sí
mismo hasta la barra de la taberna. Acuchilló a Vau-
rien y luego le metió un líquido por el ojo y este
se puso de pie. Había adquirido un tono verdusco,
los dos zombis salieron y todo se acabo en el bar.
Algunos bebieron hasta tener resaca y otros tu-
vieron pesadillas durante varios días. Estuvieron
varios días recaudando zombis, sembrando el terror y
la pesadilla por las ciudades. Nesolia era un caos.
La gente corría por las calles y se escondía en los
recovecos más oscuros del país. Solo Kaysa, una ciu-
dad de Nesolia permanecía normal, peligrosamente
normal.
61
En una taberna se agrupaba un grupo de asesinos.
Makerace era uno de los asesinos de la taberna.
— ¡Que se beba otra birra! ¡Qué se beba otra bi-
rra! –todos gritaban a su alrededor en una competi-
ción. El primero que se emborrachase o cayese dormi-
do perdía. Cada uno debía apostar cinco oros que pa-
ra ellos era un pastón.
Uno de los participantes cayó al suelo mareado y
empezó a decir cosas incomprensibles. Makerace sin-
tió muchísima presión ya que un mogollón aplastante
animaba a uno de sus últimos rivales. Debía ganar.
Por su familia. Por su casa. Y por Iata, su mujer.
Su rival eructó con violencia y cayó rendido al sue-
lo. Los gritos de la gente habían empezado a animar-
le a él. Su presión bajo aliviadoramente pero empezó
a tener una vergüenza bestial. Puso su vaso con
vehemencia sobre la mesa.
— ¡Otra! –pidió.
— ¡Ehhhh! –corearon los demás.
Solo quedaba otro rival y el pastón apostado se-
ría suyo. Frunció el ceño y bebió copa tras copa. De
62
repente la puerta se abrió. Makerace vio a Iata en-
trar y empezar a echarle la bronca.
— ¡Makerace, qué haces!
—Ganar dinero –dijo. Siguió bebiendo hasta el
punto de no hacer caso.
»Debes saber hasta qué punto te obedezco por el
hecho de que seas mi mujer. Luego hablamos.
Su mujer salió de la taberna sobre la que se cer-
nía un terrible olor a alcohol y tabaco. Siguió be-
biendo. Estaba empezando a desarrollar un ligero
burbujeo en la barriga. Su enemigo empezó a tamba-
learse y Makerace sonrió. Dejó su vaso en la barra y
cogió el dinero y se fue.
— ¿Puedo ser tu amigo, maese Makerace? –le pre-
guntaba la gente.
—Un asesino perfecto no tiene más amigos que su
sombra.
—Hola Iata —le dijo a su esposa con una sonrisa.
— ¿Cuánta pasta has ganado? —preguntó su esposa.
—Veinticinco oros —dijo Makerace.
63
—Dios mío podríamos comprar una casa con eso,
cambiar nuestra vida pordiosera por una vida de ri-
co, podríamos ser… dioses —dijo Iata emocionada.
— ¡Iata la diosa! Suena bien –bromeó Make. En
inglés significa hacer y su esposa se refiere a que
sabe hacer muchas cosas bien cuando le llama así.
— ¡Make el dios! –le devolvió.
—Prefiero Make el asesino perfecto.
—Para mi eres un dios.
—Como quieras, diosa.
Empezaron a llamarse dios o diosa. Rieron durante
horas.
El Clan estaba buscando refugio en R`oth. Habían
acabado con la vida de varios férnilos y algún zom-
bi. Caminaban con pesar y suponían que una oleada de
zombis les iba a atacar tarde o temprano, no podían
luchar a campo abierto. Habían entrado en un hostal
de un piso con tres habitaciones. Buscaron a gente
que los fuese a ayudar a luchar. Encontraron un mago
elemental y un caballero de Kaysa.
64
—Pronto vendrán —dijo Zarzai— han evacuado la
frontera con K`mam.
Efectivamente en una hora se empezó a divisar un
gran ejército verdusco. En eso de una hora les ve-
nían zombis por los cuatro costados.
—Hora de matar a la escoria no muerta —sonrió el
elemental.
—Rebanemos vidas —resumió Zarzai.
Empezaron a sonar golpetazos en la puerta y en
las paredes, el miedo se palpaba en el ambiente, un
ambiente sudoroso y pegajoso.
—Voy a salir —anunció el caballero de Kaysa.
Abrió la puerta pero una fila de zombis lo espe-
raba. Intentó apartarse y retroceder pero era dema-
siado tarde. Había puesto un pie fuera de la casa y
le habían agarrado por todas sus extremidades. Los
zombis empezaron a tirar de ellas. Se le arrancó un
brazo e intentó llevarse su otra mano al muñón pero
no pudo soltarse. Una a una los zombis le fueron
arrancando las extremidades. Un zombi agarró el
cuerpo del caballero y lo estrelló contra la puerta
65
que se derrumbó y el zombi entró con el cuerpo ago-
nizante del Kaysano. Chocó la cabeza del caballero
contra una pared y le dio muerte al Kaysano. Trebo
lanzó un cuchillo arrojadizo que trazó extraños
efectos en el aire y mató al primer zombi que pasó
por la puerta. Laney se lanzó con su espada corta
al mogollón.
—Morid sacos de mierda –gritó.
—Laney, ¡sal de ahí! –avisó el elemental.
El Maestro y el elemental lanzaron un hechizo de
fuego que quemó a una buena parte de zombis. Zarzai,
el sanguinario mató a muchísimos zombis y su ropa
era prueba de ello. Divisó al tabernero de su taber-
na favorita.
— ¡Vaurien! Ven aquí pequeño borracho —gritó. El
tabernero acudió a él con infinitas precauciones.
»Me vas matar zombi.
—Esta vez no, asesino.
—Yo no tengo amigos, zombi.
— ¿Y…?
66
El sanguinario le clavó un cuchillo antes de que
acabase de hablar. «Traidor», pensó.
El elemental se había fatigado y había parado de
utilizar hechizos. Un zombi le empezó a pegar puñe-
tazos hasta dejarle la cara irreconocible. Le empo-
tró contra la pared hasta matarlo. Casi al instante
Chris estaba pegándole tortazos con todas sus fuer-
zas. Desenvainó su cuchillo y le propinó una muerte
lenta y dolorosa. Rensif mataba de maravilla con Ya-
tass.
Makerace había acudido a la batalla a pesar de lo
que había bebido. Mató zombis hasta saciar su hambre
de sangre. Mató a sangre fría. Sin pensar en dinero
ni en nada. Sólo en sangre, rojo, rojo. Era el te-
rror de los zombis una pesadilla de fintas y fantás-
ticas estocadas. Un hombre serpiente comía zombis y
después los escupía machacados.
Los dos se acercaron hasta llegar al hostal.
Chris se reunió con el hombre de su sueño. Makerace
que mataba gritando: “Soy un dios”.
67
Iata mataba con un arco. Vestía unos pantalones
demasiados holgado y, sin embargo, una camiseta
apretada.
El número de zombis había descendido radicalmen-
te. Quedaban cuatro. Laney y todos fueron a por
ellos.
— Matad a tres y dejad a uno para que cuente el
terror del Clan.
Entonces Cotess huyó aterrorizado.
—Ya sabemos quién es el que se salva –dijo Iata
con una sonrisa.
Kuyrt peleó con fiereza. Tuvo un error demasiado
malo y mató al que le cubría las espaldas. Gruñó y
apretó los dientes. Lanzó una mirada calculadora y
buscó un resquicio entre los miembros de la orden.
Encontró un rincón y pasó arrastrándose por debajo
de las piernas de Zarzai.
Trebo preparó un cuchillo arrojadizo y le persi-
guió con sigilo. Kuyrt miró hacia atrás para cercio-
rarse de que nadie le seguía. Entonces observó, no
sin horror, que un humano lo seguía armado. Vio un
68
cuchillo acercándose hacia él lentamente. Cuando es-
tuvo cerca vio que la punta desprendía veneno la
única forma de matar a un zombi, a excepción de Ya-
tass. Kuyrt mantuvo la sangre fría hasta el último
instante y lo paró con su mano color verdusco. Una
sangre tibia y viscosa emanó de su mano. Se llevó su
otra mano al corte con el fin de detener la hemorra-
gia. Ya había muerto una vez a manos de un Sers. Tu-
vo suerte porque su piel de zombi absorbía la sangre
de tal forma que nunca morían desangrados.
—Lo has hecho de maravilla, dios Make –dijo Iata.
—Tú también, diosa de las maravillas.
Se abrazaron con cariño. Makerace hundió los de-
dos en el cabello de su diosa. Crispó los dedos en
un mechón de pelo y lo trenzó con esmero. Se besa-
ron. Un beso intenso y electrizante.
—Ojalá la guerra se acabase ya –murmuró Iata.
—No todo es tan sencillo –replicó Make.
69
—Las divinidades del cielo… ojalá quisieran una
tregua eterna. Se fueron a dormir cuando ya era no-
che cerrada. Los demás se habían ido ya.
70
4
Una Perturbación En El Ambiente
as estrellas relucieron con mucha in-
tensidad durante un instante y luego se
apagaron todas a la vez.
Yapikatane ya había visto aquel fenómeno días
atrás y su población se había quedado sin luz. Temía
por su poblado. Él había luchado contra esa mons-
truosidad destructora que atacaba a todo. Ya lo ha-
bía demostrado años atrás y el Maestro lo había ex-
pulsado del Mundo Tangible milagrosamente sin que
costase su propia vida. Pero eso no impedía que el
Lado Oscuro absorbiese la energía del ambiente y lo
usase para destruir el mundo paralelo que el Maestro
había hecho con la energía de los dioses. El Lado
Oscuro había elegido este mundo. Para expulsarlo del
todo se necesitaría crear un universo entero. Esta-
L
71
ban en tiempos difíciles y les costaría superarlos.
Todo el mundo rezaba en sus casas por no quedarse
sin luz por la noche. Yapikatane se mordió el labio
inferior y esperó a que el sol espantase a la penum-
bra. Un tímido rayo de sol asomó por el horizonte.
La Luz poco a poco fue venciendo a la Oscuridad.
Yapikatane agarró la antorcha con fuerza y con-
templó como la extraña oscuridad se disipaba poco a
poco y daba lugar a un pegajoso calor.
Días atrás la taberna de la Birra Sonriente había
sido atracada y en ese saque habían tenido lugar dos
asesinos. El asesino había tenido suerte. Yapikatane
y él habían sido amigos de pequeños y los dos son de
la misma orden, la Orden del Deseo Ardiente y no po-
dían morir de forma natural, es decir, de viejo. Re-
zó a los dioses para que el Lado Oscuro se fuese
pronto. Se fue a la cocina y se apoyó en una alace-
na. Pisó el suelo y abrió una trampilla. Envainó su
espada y se la cargó al cinto. Cogió una espada cor-
ta y dos dagas.
72
Se encapuchó y salió de la cocina como una som-
bra. Salió a la calle y fue directo a la parte de
las tabernas, dejó atrás las casas bonitas y las ro-
pas limpias para sumergirse en una parte embarrada y
sucia. Caminó como una sombra silenciosa y dando pa-
sos cautelosos. Miró hacia una chabola. Entró.
—Ya no eres el rey. No lo eres desde que la Torre
de Porkes se erigió en tu pueblo, en tu ciudad —dijo
Zarzai.
—Para ti lo sigo siendo, soy un rey digno del
trono, para ti —le espetó.
—Soy un ladrón, un ejecutor, no tengo superiores.
—Te has escapado de los Mestizos, de Aliizer
Bugg.
—Y ese tal Bugg ha sido el que te ha quitado el
liderazgo.
—Y ahora es el líder del mundo.
—Está haciendo tratos con las brujas. ¿Era esa la
información que querías?
—No, era acerca del Lado Oscuro. Va a matar a to-
dos.
73
—Si Bugg lo quiere, pero de momento no le viene
bien. Tiene buenos aliados.
— ¿A qué te refieres?
Zarzai suspiró.
—Bugg tiene poder sobre los férnilos y Mestizos
porque tiene tres espíritus. Podría dar dos espíri-
tus al Lado Oscuro para chantajearle para atacarnos.
—Al Lado Oscuro le atraen las sombras –dijo Zar-
zai.
—No podremos ganar. Pero antes de morir quiero
ser como tú, tu aprendiz.
—Un rey aprendiendo de un ejecutor.
Yapikatane se encogió de hombros.
—Acepto. Desenvaina tu espada y atácame, mátame.
El rey aferró su espada con fuerza e intentó
matar a Zarzai. Este desvió la estocada con un ele-
gante movimiento. Dio una vuelta y trabó su pie en-
tre las piernas de su contrincante, Yapikatane cayó
al suelo. Rodó sobre sí mismo y tiró a Zarzai al
suelo. Yapikatane se levantó e intentó matarle. Zar-
74
zai se desenvolvió bien y le pegó una patada al rey,
que cayó al suelo.
—No está mal. ¿Conoces a Khanssash?
—Sí.
—Mata a su soldado de confianza, Ash.
— ¿Dónde está?
—Torre de Porkes.
— ¿Cómo me infiltro?
—Espérale en el bosque, al lado de la taberna de
la Birra Sonriente. Es el tabernero. Los que van son
férnilos camuflados o Mestizos.
—Fácil. Seré una sombra.
—Mata a Ash.
Chris había peleado en una batalla contra zombis
y dos habían huido. Había visto sangre, mucha sangre
y se había mareado. Ahora todos iban a por Yapikata-
ne. Zarzai se había ido hacía tiempo. Yapikatane era
un miembro de la Orden. Ya no era el Clan. Había co-
menzado la matanza de Bugg. De las brujas, de los
Mestizos y férnilos. Ya estaban en Porkes. Llegaron
75
a la parte embarrada. El Maestro reconoció la taber-
na de Zarzai al instante y entró en la chabola sin
siquiera llamar.
— ¿Qué has hecho con el rey?
Zarzai sonrió con aspecto siniestro.
—Mi aprendiz está continuando la matanza que em-
pezamos el siglo pasado.
— ¿A quién va a matar?
—Ash. Hombre de confianza de Khanssash.
—Glavertine vigila la taberna de la Birra Son-
riente. Chris ve con él.
Salieron de allí. Se fueron a la taberna.
Glavertine vio una sombra y la siguieron. La som-
bra agarró a un guardia de la taberna le ahogó sin
dejarle hablar
Glavertine se acercó. Chris y él entraron en la
taberna. Se pusieron en un rincón. Todos se fueron
de la taberna. Yapikatane se lanzó sobre un hombre
corpulento. Ash le pegó un puñetazo y una patada. El
rey cayó al suelo.
76
—Eres muy flojo. En mi entrenamiento no podía ser
como tú o me pegaban y tú eres una cagarruta de al-
cantarilla.
Yapikatane desenvainó sus dos dagas y fue a por
su rival. Ash lo tiró al suelo innumerables veces.
El rey utilizó su talento para las sombras y saltó.
Trepó por el techo y saltó sobre Ash. Le hizo un ta-
jo en el pecho. Ash apenas se mostraba herido. Ash
dio un paso hacia adelante. Glavertine y Chris pu-
sieron el pie y Ash cayó. Yapikatane le pegó golpes
en la cara. La cara de Ash estaba destrozada y Gla-
vertine dudaba que estuviese sufriendo, sus faccio-
nes apenas se torcían en muecas de dolor.
Una oleada de recuerdos acudieron a la cabeza de
Christopher, en R´oth no les habían dejado quedarse
días atrás, James y Yeviess no habían ido a este
mundo. Los zombis caían al suelo, muertos.
El rey odiaba a Ash. Él había trabajado para
Aliizer Bugg. Ash pegaba puñetazos al aire. Había
perdido su orientación y con ello algunas de sus fa-
cultades.
77
Todo fue rápido. Yapikatane salió de la taberna y
se escondió. Glavertine y Chris saltaron sobre Ash y
le intentaron estrangular. Ash lanzó un manotazo ha-
cia la cara de Glavertine que salió despedido hacia
atrás. Chris le quitó el arma y la tiró fuera de la
taberna. Ash le sacaba dos cabezas y media y un com-
bate cuerpo a cuerpo no estaría nivelado. Christop-
her saltó por la puerta y salió al aire libre. A Ash
no le importó y fue a por Glavertine. Yapikatane, el
rey desterrado por sus enemigos saltó hacia Ash y le
tiró al suelo. Agarró una espada corta y dio fin a
la existencia de alguien gigantesco, Ash, le brindó
una muerte rápida.
—Gracias —pudo decir Yapikatane. Se sentía nau-
seabundo y totalmente asqueado. Lo había matado a
base de puñetazos y una espada. Había matado en
otras ocasiones pero nunca había tenido objetivos y…
no los había matado así. Les había matado rápidamen-
te. Y en un combate más o menos nivelado. Nunca con-
tra un hombretón que le saca una cabeza y media. Pe-
ro lo había conseguido, había hecho el trabajo impo-
78
luto no había fracasado. No había matado a nadie
más, solo al objetivo.
Zarzai seguía con el resto de la Orden. Esperando
a que el ejecutor le trajese la cabeza del objetivo.
De que llegase asqueado y nauseabundo como las pri-
meras veces. De que le hubiese hecho el trabajo que
el boidah había ordenado. El jefe de los objetivos.
Él mandaba los objetivos. El jefe del ejecutor, cada
ejecutor tenía un boidah. Por fin llegó su objetivo.
Una cabeza llena de cicatrices y heridas recientes.
—Buen trabajo –murmuró.
— ¡Solo eso! ¡Eso es mi recompensa!
—Eres tú el que me debería dar dinero a mí. Te
doy una enseñanza. Igual que yo tuve esa enseñanza
del boidah, de una persona neutra. Que no es de nin-
gún bando solo da objetivos a un ejecutor. Qalegar
recibía mucho dinero. Ahora recibe cabezas. Las per-
fuma y las vende como un anti espíritus. El gana di-
nero así. Antes no. Yo le pagaba por la enseñanza,
pero ahora no. Porque no tiene nada que enseñarme.
79
Yapikatane no supo qué responder. Qalegar, el
boidah se estaba haciendo rico vendiendo las cabezas
de los objetivos. Mientras que él tenía recaudador
de impuestos. Tenía. Ya no. Por gente como a la que
acababa de matar. Y comprendió que su siguiente ob-
jetivo sería Khanssash o alguien importante para sus
rivales. Hasta que Bugg se quedase sin hombres y le
pudiesen matar. Era la voluntad de Qalegar. El se-
creto de los ejecutores rebeldes o renegados como
decían los férnilos. Su objetivo múltiple. Todo es-
taba encadenado. Matar a alguien es poner el si-
guiente objetivo. Todo tenía un sentido muy enreve-
sado para los ejecutores y boidahs.
»Nunca veras a mi boidah. Porque un boidah jamás
se deja ver por un ejecutor y menos por su aprendiz.
Yapikatane asintió.
—Que así sea —dijo.
—Así me gusta. Así me gusta —murmuró Zarzai,
Carzo Zarzai. Carzo Zarzai, el ejecutor.
80
Carzo Zarzai se quedó solo en su chabola. Hacía
frío. Cogió algunas prendas de ropa que había robado
y recubrió la chabola con las prendas de vestir. Al
entrar sintió un ambiente tórrido en comparación con
el anterior. Suspiró. El equipo de Buscadores lo en-
contraría pronto y lo llevaría de nuevo a la prisión
de la Torre de Porkes. Carzo estaba acabado. La
parte moderna de la ciudad ya estaba registrada. So-
lo quedaba la parte del barro. Registrarían todas
las chabolas y saquearían por diversión. Lo encon-
trarían.
Necesitaba a Wandiel y a Kòps. Ellos eran maes-
tros del disfraz. Lo ayudarían. Salió de la chabola
y corrió todo lo rápido que pudo en el fango. Trope-
zó y cayó cuan largo era. Una mujer salió de la cha-
bola más cercana y lo riñó.
—Has estropeado mi invento, mira por dónde vas –
le espetó.
—No tengo tiempo para pelear señora —dijo antes
de salir corriendo.
81
Zarzai llegó en un rato a la casa de Wandiel y
Kòps. Llamó a la puerta con fuerza.
— ¡Ya voy! –dijo una voz femenina.
— ¿Quién va? –dijo otra voz masculina.
—Soy Carzo Zarzai.
Un señor de avanzada edad y una mujer de pelo
blanco abrieron la puerta.
— ¿A quién buscas? –preguntaron.
—A Wandiel y a Kòps.
—Se mudaron hace años.
— ¿A dónde?
—A Porkes al lado de la Torre de Bugg.
— ¿Podríais ayudarme?
—Claro. ¿A qué?
—Ocultadme de los Buscadores.
—Cinco oros.
—Tres.
—Cinco o nada.
—Hecho.
Carzo le entregó el dinero y se ocultó. Yapika-
tane ya no volvería a ser su aprendiz, no podía per-
82
mitírselo. Ahora solo se ocuparía de sí mismo, de
nadie más.
«Mi vida tiene un precio.»
— ¿Dónde está la cámara secreta o el escondite?
— ¿Eres un ejecutor que va por las sombras? ¿O
no? —le dijo el hombre.
Carzo asintió.
Entró rápidamente en la casa sin hacer el menor
ruido.
«Pueden estar en cualquier lugar»
Entró en la cocina y se arrastró bajo la alacena.
«Es un sitio demasiado obvio»
Se descubrió buscando con desesperación un escon-
dite en el salón. Esa casa no tenía escondites. Se
obligó a relajarse para no confundirse.
«A veces lo que buscamos está justo delante»
Alzó la vista y vio un trozo grueso de cuerda,
lanzó una mirada calculadora al techo. Era bajito no
como los abovedados techos de los condes y duques de
Nesolia. Se impulsó hacia arriba una y otra vez in-
83
tentando alcanzarlo y agarrarse. La cuerda era escu-
rridiza y no conseguía escalarla.
Un rato después se descubrió corriendo escaleras
abajo. Respiró hondo y se agazapó en un rincón os-
curo en el que casi nadie podría encontrarlo.
Respiró hondo y desenvainó. Vio un destartalado
mueble a su lado. Parecía hecho para alzarse sobre
el barro como la taberna que había atracado, tenía
cuatro grandes patas sobre las que se alzaba. Lamen-
tó el mal estado de este porque en mejores condicio-
nes no se hubiese rifado de ese modo. En ese rincón,
algún mago podría encontrarlo. Habría entrado en
aquel mueble grande y se hubiese agazapado en el
fondo. Le habría dado igual aunque hubiese cucara-
chas por doquier. Se hubiese escondido y punto.
Un horroroso ruido de sangre salpicando contra
una pared lo sobrecogió. Se temió lo peor.
—Señor, señora —impuso su orgullo al miedo.
—Shhhh —le chistó la señora.
84
Se alegró al saber que la señora estaba viva… pe-
ro su semblante pálido dejaba entrever una máscara
de un miedo indescriptible.
—Lo van a matar –lloró.
—No.
Qetniss Keyl sintió el lamido cortante de un ace-
ro helado. Un puñal le atravesó el hombro limpia-
mente. Otra puñalada le atravesó un pulmón y este
reventó envuelto en sangre. Qetniss erró en una es-
tocada y tosió sangre. Lo estaban matando a puñala-
das. Sintió que el pulmón se inundaba de sangre. To-
sió con el fin de despejarlo pero se volvió a llenar
enseguida. La vista se le empañó terriblemente rápi-
do. Creyó ver una sombra matando al Buscador y luego
a otro y a otro. Le estaba defendiendo. ¿Sería Carzo
Zarzai? Esbozó una sonrisa, probablemente su última
sonrisa. Su vista se fue haciendo más nítida. ¿Iba a
morir? ¿Sería el fin del señor Keyl? ¿La última son-
risa de Qetniss Keyl sería esa? No se sabía. Empezó
a respirar entrecortadamente. No había sido buena
85
idea ocultar a un ejecutor. Pero él venía a salvar
su vida. Se lo debía. Zarzai onduló el aire y un
Buscador salió despedido. Qetniss forzó la vista pa-
ra descubrir quién era su rescatador. Pero solo con-
siguió que su vista se fuese haciendo todavía más
nítida. Su rescatador lanzó un cuchillo arrojadizo y
en un santiamén ya tenía otro preparado. Había mata-
do a seis Buscadores, con lo cual le quedaban dos
víctimas. Keyl se desmayó y Carzo lo agarró y lo al-
zó para llevarlo al escondite de la señora Keyl.
Carzo tumbó a Qetniss sobre el destartalado mueble.
No debía de ser muy cómodo pero había dos razones
para no dejarlo en otro sitio, la primera era la más
evidente: no había otro sitio; y la segunda razón es
que si lo acomodaban en un lugar mejor tal vez, no
despertase. A lo mejor se sumía en el sueño eterno.
Quería ayudarle. Era un caprichito… tal vez igual
que Yapikatane.
Qetniss resopló y se movió en sueños. La señora
Keyl lloraba, desesperada. Zarzai se envolvió en
sombras y fue hacia los Buscadores de Bugg.
86
Se impulsó escaleras arriba, aun sabiendo que un
Buscador le estaría esperando. Sintió una perturba-
ción en el ambiente, una perturbación oscura y tene-
brosa. De repente un Buscador rodó por las escaleras
e hizo que resbalara. Carzo le resquebrajó el cuello
con un cuchillo. Se oyó un grito de terror y un sal-
picón de sangre golpeando la pared. El grito se aho-
gó después de oír la sangre rebotar en la pared. Un
gritito de mujer salió de la habitación que acababa
de abandonar. Un estremecimiento le recorrió la co-
lumna vertebral. Regresó sobre sus pasos dando por
hecho que corrían peligro y ese peligro no era por
el dominio de Aliizer Bugg ni por sus Buscadores,
sino por la perturbación en el ambiente de la que se
había percatado minutos atrás. El cuerpo de la seño-
ra Keyl yacía inerte sobre el del señor Keyl. Qet-
niss tosió sangre y se arrastró hacia el suelo. Llo-
raba y en sus facciones se denotaba un semblante
triste.
«El Lado Oscuro ya ha llegado»
87
Sacó Qetniss Keyl de allí y se fue de la casa en-
vuelto en sombras y en la penumbra más absoluta que
nunca. Subieron las escaleras todo lo rápido que pu-
dieron. Zarzai intentó derrumbar la puerta pero esta
no cedió. Estaba atascada. Miró a los lados y se di-
rigió a la cocina. Rompió la ventana y salió al ex-
terior. Corrió con Qetniss en brazos. Llegaron a la
chabola en un santiamén. Entró y habló con el resto
de la Orden. El Maestro suspiró nuevamente cuando
Carzo entró.
—Ya ha llegado –dijo sin alzar demasiado la voz.
—Todavía no ha llegado. Tenemos tiempo para ro-
bar un barco y pirarnos a las islas de Gibaín las
Malditas.
—Eso no me exime del deber como Archimago, debo
crear otro mundo. Sacrificarme –dijo el Maestro.
Desvió la vista hacia Qetniss Keyl, estaba tosiendo
en sueños y se movía frenéticamente. Estaba fatal –
.no creo que el señor sobreviva.
88
—Sobrevivirá, se lo debo. Arriesgó a su mujer por
mí, arriesgó su vida, su destino. Ahora vivirá eter-
namente –le espetó al Maestro.
—Y cómo pretendes que sobreviva en esas condicio-
nes –le preguntó Laney.
—Haciendo el Juramento de la Orden del Deseo Ar-
diente.
— ¡ODLAR-ARDIENTE! –recitaron todos al unísono.
—Lo hará cuando esté medianamente recuperado y
por lo menos pueda hablar y aprenderse el Juramento:
“Por la Sagrada Orden
Del Deseo Ardiente
Yo Qetniss Keyl me
Propongo y estoy
Conforme a hacer el
Juramento de esta Orden”.
—Estoy de acuerdo –esas palabras las fueron reci-
tando todos hasta llegar al Maestro.
—Vamos a aceptar a todos. ¿Makerace también va a
hacer el Juramento?
—Si –dijeron todos con solemnidad.
89
—Qué haremos cuando llegue el Lado Oscuro a noso-
tros. No podemos ignorarle. Es un peligro y pronto
se van a celebrar los Juegos de Sacrificio.
— ¿Qué es eso? –preguntó Christopher.
—Son Juegos mortales. Cogen a cinco representan-
tes de cada país. Van al Panteón y abren el estadio
del Equilibrio. Allí hacen los Juegos. Se llama es-
tadio del Equilibrio porque se dice, que los dioses
necesitan sacrificios a cambio de equilibrar el Mun-
do Tangible.
— ¿Debe ser necesariamente en el Panteón? –
preguntó Chris.
—En el Panteón del Mundo Tangible, en Gibaín. To-
dos los que lo presencien también debían hacer el
sacrificio de viajar en barco hasta Gibaín. Los pi-
ratas de la tripulación de Glasdus acechan por aque-
llos mares. Han descubierto su guarida en Ykler la
isla de las Malditas situada más cerca de Gibaín. –
Respondió Glavertine.
—Este año los Juegos del Sacrificio estarán im-
pregnados de trampas para que el grupo de cinco del
90
rey Uksuul quede finalista. He oído que las tierras
del norte, principalmente Carsolia que son las tie-
rras de Uksuul andan muy pobres –dijo Trebo.
— ¿Y cuál es la recompensa a parte del Equili-
brio?
—Si quedan los cinco finalistas, doscientos cin-
cuenta oros; si quedan cuatro, doscientos oros; si
quedan tres, cien oros; y si quedan dos, cincuenta
oros –respondió Laney.
Chris evocó cuando el Maestro le mintió diciéndo-
le que eran inmortales por haber nacido en un mundo
de peligros. Y luego se excusó diciéndole que no es-
taba preparado. Le preguntó por qué al Maestro. Y él
le respondió:
—Se requiere magia para el Juramento. Queríamos
asegurarnos de que la tenías. Por eso te cogí pero
debía asegurarme –le respondió.
Cuando el sol le cedió el puesto a la luna y el
día a la oscuridad, todos se habían ido menos Carzo
y Christopher. Carzo Zarzai murmuró algo incompresi-
91
ble y convirtió su semblante en una expresión indes-
cifrable.
— ¿Qué?
— ¿Conoces el significado de tu nombre? –Zarzai
si sabía el suyo y quería poner a prueba al mucha-
cho.
El chico se encogió de hombros.
—No, señor.
—Es bueno saberlo. Deberías habértelo preguntado
y haberte interesado por ello.
—Nunca me había formulado esa pregunta, señor.
—Mi madre solía contarme historietas relacionado
con eso. Cuando tenía seis años se fue a la Gran
Guerra para no dejar solo a mi padre. Me dejó con
Cicatrices. Me contaron el significado de mi nombre:
Carzo. Y lo comparó con el de Cicatrices.
»Nunca te has preguntado por qué tú o yo tenemos
esos nombres tan… —buscó la palabra adecuada— privi-
legiados. Y por qué el Maestro se llama Maestro. Por
qué hay personas con nombres privilegiados y otras
con motes que no llegan a ser nombres propiamente
92
dichos, o con nombres de esclavos: Cicatrices, Maes-
tro, Cartero…
—No, señor –no se atrevía a llamarlo Carzo, o
Zarzai o Carzo Zarzai. Nunca había hablado a solas
con él.
—Mi madre estudió los nombres cuando mi familia
era rica, hasta que mis padres murieron y ahora… yo
soy un donnadie y en el colegio fui el hazmerreir.
Soy la… un cacho de impronta de la sombra de un gran
señor –dijo lastimeramente—. Mi madre me puso este
nombre, Carzo, porque mis ojos, según mi madre, eran
como el cuarzo, igual de reveladores por así decir-
lo. Se veía la verdad reflejada en mis ojos. Un glo-
bo ocular casi perfecto. Por eso soy uno de los me-
jores ejecutores de Nesolia. Unos ojos semi—etéreos
casi como los de los dioses.
—Ahhh –dijo Chris con gesto aprobador –pero, ¿qué
tiene que ver eso con el Lado Oscuro y Aliizer Bugg?
—Conoces la expresión de: como que me llamo…
¿Verdad?
Chris asintió con la cabeza.
93
—Resulta que a veces un nombre es una debilidad y
una puerta a la derrota y a veces es nuestra mejor
arma.
»Es un punto débil porque cuando has apostado
cinco oros para que alguien mate a alguien y dice:
«Lo voy a conseguir como que me llamo…» Sabes que va
a ir a por todas. Entonces si el rival tiene esa in-
formación va a pretender que caigas en una trampa.
Estarás motivado y entonces tu nombre habrá actuado
en tu contra. Por haber jurado diciendo tú nombre.
Sin embargo, si mantienes la sangre fría lograras
convertir tu nombre en la vulnerabilidad del otro.
¿Entiendes?
El chaval asintió y sonrió.
— ¿Es ese tu propósito para vencer al rival?
—A los humanos. Sólo a los humanos.
94
5
Mudanza A Las Malditas
Hanssash se acababa de enterar de
la pérdida del robusto Ash. Y de la
llegada de Cotess y de Kuyrt. Ese
Clan era terrible en las batallas y
el único nombre que le habían dado del enemigo había
sido Makerace el Dios de la Guerra y la Matanza. El
sucesor de Ash fue Yter. Era un férnilo que había
llegado a ser la mano derecha del comandante de Por-
kes. Eso merecía un aplauso pero no en estos tiem-
pos. Los Juegos del Sacrificio se acercaban y nece-
sitaban dos de Porkes y otros tres del resto de Ne-
solia. Uksuul iba a ser la primera víctima del Lado
Oscuro. Lo citaría en su propio reino para que re-
sultase convincente para él y todo el gobierno que
seguía al rey Uksuul. Todo su séquito y sucesores
K
95
del rey caerían y la línea sucesoria se borraría del
mapa y así un enclenque subiría al Trono y Carsolia
sería débil y la línea sucesoria consistiría en ple-
beyos tan enclenques como el propio rey escogido al
azar. Yter sería uno de los ejecutores de la línea
sucesoria, él iría personalmente a envenenar a
Uksuul cubriendo todas las pistas, ya que el veneno
que administraría al rey no iba a ser venenoso solo
atraería al Lado Oscuro de tal forma que se lo co-
miese a él y al resto del pueblo. Le hipnotizaría y
le ordenaría que no exterminase todo Carsolia. Ese
programa de guerra todavía no se lo había hecho sa-
ber a nadie. Tampoco se le había escapado que Uksuul
iba a sabotear los Juegos de Sacrificio para ganar
doscientos cincuenta oros. Uksuul era un experto en
eso pero esta vez un espía le había oído hablarlo
con el príncipe. Los árbitros estarían pendientes de
que los combates serían limpios y vigilarían a
Uksuul. Las brujas tampoco se le habían escapado del
plan. Ellas harían el hipnotismo al dios negro. Y
conquistarían Carsolia. Uksuul estaría acabado. Los
96
soldados irían con los médicos, entre ellos Utter, y
los dos zombis que sobrevivieron a la batallita con-
tra los miembros del Clan o como quiera que se lla-
mase. Aquel grupo era una amenaza para la línea su-
cesoria de la que Yapikatane por supuesto no formaba
parte. Era un grupo de personas banales que en cual-
quier momento podrían causar un golpe de estado o
una guerra. Nadie estaría pendiente de ellos y ellos
podrían asestar un golpe inesperado en cualquier mo-
mento. Años atrás existió una sociedad traficante
que les ayudaba con las armas y batallas, pero esta
se había disuelto al morir el jefe. Antes había pre-
tendido que el ejército de zombis fuese el sucesor
al gran Imperio de Leonardo. Pero acababa de descu-
brir que era imposible sustituir a la magnificencia
del Imperio de Leonardo. Había sido un fracaso que
se sumaba a la lista de actos fracasados de los go-
bernantes criminales que habitaban Porkes. La muerte
de Ash había sido un golpe inesperado como el golpe
de estado que podía producir el Clan en cualquier
momento. Todo eso eran bofetadas a los gobernantes.
97
La muerte de Ash había sido una de esas bofetadas,
cuál sería la siguiente. Yter no era ni la mitad de
robusto de lo que era Ash. Lo peor era que el Clan
empezaba a ser grande, no cuatro personas.
— ¡Cicatrices! —llamó a su esclavo favorito.
Un esclavo esbelto y lleno de cicatrices abrió la
puerta y asomó una cabecita pequeña.
— ¿Qué quería, amo?
—Fuiste el tutor de un niño llamado Carzo Zarzai.
¿Verdad?
—Sí, amo —respondió rápidamente.
—Te gusta ser esclavo —trató de decir las pregun-
tas como si fuesen afirmaciones para imponer respe-
to.
Cicatrices no sabía que decir, en el fondo no le
gustaba pero si decía la verdad le podrían matar a
pedradas.
Iba a decir algo pero pensó que si mentía a un
máster, un mago con una única capacidad: leer la
mente.
—No —decidió decir la verdad.
98
—Pues dejas de serlo a partir de hoy.
—Pero Khanssash, Bugg os castigará, a usted y a
mí.
—Me encargaré de que eso no pase.
—Sí señor.
Khanssash tenía la información del fugitivo en la
palma de la mano. Cicatrices le ayudaría a convencer
a Carzo Zarzai, preso 2 a matar a un hombre de la
línea sucesoria. Uksuul y Carsolia irían directos a
la bancarrota y a la muerte. Glasdus también era pe-
ligroso. Ykler también formaba parte del territorio
que Bugg le iba a conceder. Acabarían también con
los piratas de Ykler. Los Juegos de Sacrificio se
acercaban. Los dos elegidos de Porkes serían el rey
Yapikatane y el preso 2 o el chaval. El chaval tiene
magia pero necesita someterse a demasiada presión
para utilizarla. La estratagema resultaría algo evi-
dente para los demás, porque como los Juegos se
acercaban convenía acabar con Carsolia.
—Cicatrices, escribe una carta a Aliizer Bugg con
el plan que te dicte.
99
—Como desees.
El barco de Carsolia hacia Gibaín ya había parti-
do días atrás. Los soldados y un alguacil los acom-
pañaban. El recorrido era largo y complicado debido
al clima y a los piratas de Glasdus. El capitán Pes-
hoa manejaba el barco. Una docena de esclavos rema-
ban para hacer que el barco fuese más rápido. Peshoa
había empezado a notar el hedor que desprendían sus
grumetes. Un hedor de alcohol, comida caducada, pes-
cado… Acabarían ahogándose entre malos olores.
Uksuul iba en el navío que los acompañaba. Una bar-
caza de guerra rápida y eficaz. Peshoa era conscien-
te de que ellos constaban de menos protección y de
que llegar a Ykler ya era costoso pero a Gibaín la
isla Maldita, era casi imposible. La niebla se los
tragaría.
— ¡Piratas, piratas! —gritó el vigía.
Peshoa viró bruscamente y varios tripulantes ca-
yeron al agua y fueron rescatados más tarde por el
tercer navío que estaba tripulado por médicos. El
100
barco de Peshoa fue colocado en la vanguardia y el
de médicos y el de rey en la retaguardia. El barco
de la vanguardia disparó sus cañones quemando así el
mástil enemigo. Se acercaron más pero un desagrada-
ble recibimiento con cañones les esperaba. El barco
fue herido por la proa y la borda. Empezó a inundar-
se y con ello a hundirse. Peshoa saltó hacia la par-
te más hundida del barco. Intentó salir por la proa
pero un esclavo muerto atascaba la salida. Subió de
nuevo y escaló el suelo ya casi vertical. Llegó al
ventanal cuando estaba medio barco hundido. Lo rom-
pió y salió al exterior. Alguien le esperaba. El pu-
ñetazo con el que rompió la ventana lo prolongó y
golpeó al pirata en la cara, este cayó al mar. La
barcaza del rey había salido con el rabo entre las
piernas y la de médicos luchaba por salvarle.
Saltó y se agarró a la mano de un médico.
—Gracias.
Peshoa contempló hasta el final como su barco se
hundía lentamente entre los cañonazos del barco de
Glasdus. El barco se hundió, y con él todos sus re-
101
cuerdos y antiguas añoranzas para llegar a ser capi-
tán en una de esas expediciones a las Malditas. En
cuanto el barco se sumergió en las aguas se internó
en el barco que le había salvado la vida. Fue a la
cocina. Sus tripas rugían como dos perros peleando
por un bistec. No pudo evitar que unas lágrimas car-
gadas de recuerdos y antiguas añoranzas resbalasen
por sus mejillas.
«Adiós, adiós a todo lo que constituía en mi vida
de capitán»
Christopher se fue a la cama sin cenar aquella
noche. Le costaría asimilar su nueva arma, hacer que
los demás juren por su nombre.
«Los nombres son armas, pero no por ello debo ol-
vidar que los cuchillos también»
Durmió. Esta vez las pesadillas no le dieron mie-
do. Sabía que las podría matar como a un muriente
más.
«Nunca te acuestas sin saber algo más», pensó
sarcásticamente.
102
Despertó temprano. El sol todavía no se alzaba en
todo su esplendor y decidió dormir más. Cerró los
ojos y se recostó sobre la enorme cama. No soñó en
nada. Todo blanco, sin hambre, sin frío, sin nada.
Era la transparencia. Yapikatane le había caído bien
y Zarzai también, pero sabía que no debía confiarse
con ellos o su cabeza rodaría por el mármol de un
castillo, por las escaleras de una casa del árbol o
en el fango. Una luz le obligó a abrir los ojos. Mi-
ró por la ventana. Se le había olvidado cerrar las
cortinas de ropa. Esta vez no había dormido en la
chabola de Carzo. Estaba en la taberna de Vaurien.
Le sonaba ese nombre a zombi, pero era la única ta-
berna con habitaciones. Vaurien llevaba un tatuaje
mágico en el brazo. Se llamaba zahir, el tatuaje.
Significaba segunda vida. Era un zombi revivido. Un
empleado se llamaba Bill el bebio. Tenía fama como
asesino, pero era el mejor bebedor de cerveza, de
momento. Su próximo rival como asesino sería en Gi-
baín contra Carzo. Bugg lo había proclamado así.
Bill el bebio tenía pinta de turista. Ropas extrava-
103
gantes, ojos pintados de morado por debajo debido al
alcohol.
Movió sus extremidades a lo largo de la cama bus-
cando calor. Pero el otro lado de la cama estaba
frío. Se desperezó moviendo la cabeza frenéticamen-
te. Levantó la liviana sábana con la que se tapaba
con vehemencia. Sentía en su boca un sabor rancio
parecido al del… ¡veneno! No podía ser. No podía mo-
rir. Escupió en un pañuelo de seda, (¡de seda! ¡Un
pañuelo!). Se tocó el paladar con la lengua y luego
volvió escupir en el pañuelo de seda. Sentía la tri-
pa revuelta y una jaqueca terrible. Se fue a mear.
El veneno le había fastidiado bastante. La meada
trazó un arco antes de rebotar contra el baño. Salió
del baño y se volvió a recostar en la enorme cama.
Se tapó con la liviana sábana de nuevo. Volvió a mo-
ver las extremidades buscando un calor imposible de
encontrar volvió a escupir. Vio una sombra en la
ventana por la que se filtraba la luz del sol. Se
miró las manos e hizo una prueba para saber si esta-
ba delirando. No. No deliraba, lo había visto. Si
104
iba a morir, mataría a su asesino antes de que las
puertas de la vida se le cerrasen en las narices. Se
puso las calzas moteadas de gris y negro y un traje
a juego. Se envolvió en sombras. Había presenciado
el asesinato de Ash y había aprendido a ocultarse.
Salió por la ventana sin cristal y caminó, siempre
por el borde más próximo a las paredes, sobre un
toldo. Escaló las paredes. Llegó hasta arriba. En
cuanto tocó la azotea sintió que pisaban su mano. La
otra mano resbaló por la pared desnuda. Una cara en-
mascarada se mostró y rió a carcajadas. Le levantó y
le pegó un puñetazo en el pecho. Se quedó sin oxí-
geno y cayó al suelo cuan largo era. Se sintió
desorientado. Parpadeó y respiró. Tragó saliva y se
mordió el labio inferior.
«Maldición»
Se le había escapado pero lo encontraría. Corrió
y saltó de azotea en azotea. Corrió y forzó la vista
hasta ver una sombra justo debajo.
«La ha cagado».
105
Saltó sobre él y los dos cayeron al toldo de aba-
jo.
—Esto por el veneno —le pegó un puñetazo rompién-
dole la nariz.
»Esto otro por hacerlo a traición —le dejó sin
aire —.Y esto otro por intentar acabar con nosotros
—le rompió la muñeca y le inmovilizó.
El asesino sonrió.
—Ya os he matado.
— ¡Eso es mentira! ¡Todos los venenos tienen un
antídoto!
— ¿De verdad crees eso? ¿Alguna vez te han enve-
nenado con veneno de áspid blanco?
— ¡No, maldito! –le tiró del pelo y le hizo su-
frir.
—Mi vida ya ha cumplido su misión. El veneno ha
sido mi vida, traficar con plantas ilegales en Neso-
lia. Me iban a arrestar y quería hacerle un favor a
Bill el bebio.
—Pues muere… ¿Para quién trabajas?
—Si te lo digo… ¿me matarás?
106
—No.
—Para el Ba`yagé.
—Y el Ba`yagé, ¿incluye a Bugg?
—No, incluye a Uksuul y al capitán Peshoa. Somos
de Carsolia, estoy contra Bugg y sus Mestizos y fér-
nilos.
—Me has intentado matar.
—No he fingido matarte.
— ¿Qué?
—Khanssash me obligó a quitaros de en medio para
hacer un favor a Bill, su siguiente combate en los
Juegos son contra Carzo Zarzai. Quería fingir que os
envenenaba con veneno de áspid blanco.
—Únete al Clan. ¿Conoces a Makerace?
—Gran bebedor.
—Sí. Está con nosotros.
—No sé. No sé cuál es vuestra función.
—Matar enemigos. Los que surjan. Matamos a Ash.
—El Ba`yagé tiene la misma función.
— ¿Te unes?
—Carsolia entera con vosotros.
107
—Vamos a irnos a las Malditas a cazar a Glasdus y
a los Juegos de Sacrificio.
—Iré contigo.
Volvieron juntos y contentos a la taberna de Vau-
rien. La Birra Sonriente había sido cerrada por
Khanssash tras la muerte de Ash.
Llamó a los componentes del Clan –ya no era el
Clan, pero no se había atrevido a decir delante de
alguien a quien no conocía demasiado bien, la Orden
del Deseo Ardiente –tocó la puerta de la habitación
del grupo. El Maestro abrió la puerta y dejó entrar
a Chris.
— ¿Quién es?
—Nuevo.
Le dejó entrar. Qetniss Keyl estaba como nuevo y
Makerace e Iata estaban ahí.
—Triple Juramento.
Todos tomaron asiento a excepción de los recién
incorporados a la Orden. El Maestro fue al grano.
Empezó por Makerace que estaba aparentemente tran-
quilo. Con el pelo despeinado y ligeras ropas de
108
asesino: moteadas de negro y gris. Asentía con la
cabeza cada vez que el Maestro pronunciaba las pre-
guntas. Empezó a asentir con vehemencia como un bo-
rracho, demasiadas preguntas. El Maestro le hizo una
seña para que no se pasase. Luego, empezó con Iata.
Siempre con su arco y un carcaj repleto de flechas
afiladas. Ella decía “sí” a todas las preguntas y en
las preguntas más evidentes respondía frases más
complejas como “como no” o “no hace falta responder
a esa pregunta”. Llevaba el pelo recogido en una co-
leta y llevaba pantalones holgados y una camisa li-
gera. Pero toda la ropa moteada de puntos grises y
negros.
Por fin empezó con Keyl. Él tenía manchas de san-
gre en la boca, señal de haber escupido sangre. Su
pelo corto no necesitaba ser peinado. Él decía “sí”
pero muy bajito porque la pelea contra los Buscado-
res le había rasgado las cuerdas vocales. Luego pasó
con el nuevo.
— ¿Cómo te llamas?
—Jed Dews de Carsolia.
109
—Empecemos.
Jed fue tímido y asentía con la cabeza. Su pelo
quedaba oculto tras la máscara. Pero se la tuvo que
quitar a petición del Maestro. Jed Dews fue directo
y no tardó mucho. Finalmente hicieron una piña entre
todos los de la Orden y el Maestro los hizo inmorta-
les. Todos reían a carcajadas. Las vidas de Jed
Dews, Qetniss Keyl, Iata y Makerace habían dado un
giro. Lo peor es que no había vuelta atrás. Al fin y
al cabo era un Juramento.
El Maestro y Carzo Zarzai robaron una embarcación
lo suficientemente grande como para llevar a todos
hasta Gibaín. La llevaron hasta el mar y llamaron al
resto. Keyl arrastró la embarcación hasta mar aden-
tro y cuando el agua cubría su pecho, subió a la em-
barcación. Iata comenzó a remar y todos la imitaron
al darse cuenta de que las olas los llevaban de nue-
vo hacia la costa. Remaron y remaron, día y noche,
día y noche y así sucesivamente.
110
Al tercer día Glasdus los alcanzó. Ellos remaron
frenéticamente. Si Glasdus estaba allí, ellos esta-
ban cerca de Ykler. Remaron cuan pudieron. Y se tur-
naron para manejar el timón. Ahora estaba Chris al
timón y le pareció un videojuego de la Tierra. Es-
quivó todos los cañonazos destinados a matarles.
Dews empezó a remar más que frenéticamente. La costa
se empezaba a ver y los piratas se acercaban. Chris
hizo cuan pudo y siguió virando el barco.
Un pirata entró en el barco. Carzo dejó su puesto
y se envolvió en sombras. Onduló el aire y el pirata
salió despedido hacia atrás. Carzo Zarzai le mató y
saltó al barco de Glasdus. Iata suspiró.
—Asesinos locos.
Carzo fue por las sombras apuñalando a los pira-
tas uno a uno. Estos caían a la cubierta como mario-
netas. Parecía una serie de humor negro. Una sombra
iba por un barco matando a gente que caía al suelo
como fardos.
111
Apuñaló a uno más y al acabar con su vida sintió
un pinchazo en el hombro. Un pirata apareció detrás
de él y se rió.
—Sois vos tan atrevido como para infiltraros en
mi barco.
Carzo corrió por la cubierta y saltó al otro bar-
co. Glasdus estuvo a punto de cogerle pero no lo
consiguió. Zarzai entró en el barco y avisó al resto
del inminente ataque. Makerace y Jed Dews se levan-
taron dispuestos a ayudar. Christopher los siguió un
poco más apartado. Iata, Tobilklo, Trebo y el Maes-
tro se quedaron remando, mientras que Glavertine ha-
bía tomado el mando del barco siguiendo las indica-
ciones que Qetniss Keyl le daba.
Makerace mató a muchos piratas y seguidores de
Glasdus a sangre fría mientras que Chris lo hacía a
traición, por la espalda, y siempre envuelto en som-
bras; Carzo Zarzai mató a una gran suma de piratas
con la elegancia de siempre, pero no pudo evitar
pensar en Yapikatane. Pero, ¿dónde estaba? Carzo
evitó a Glasdus y a su hermano M`lasus que parecía
112
concentrado en las ordenes. Buscó a Yapikatane por
toda la cubierta y luego entró en las habitaciones
inferiores. Una sombra lo rozó. Él se dio la vuelta
y buscó con la mirada al rey de Nesolia.
«Ya ha aprendido»
Un acero intentó atravesarle pero Carzo estuvo
listo y muy rápido y lo esquivó.
— ¿Qué haces?
—Eres el próximo muriente de Bill el bebio.
— ¿Pero por qué…?
—Ciento veinticinco oros.
—Traidor —esquivó otra estocada.
El rey quedó paralizado al ver que Carzo Zarzai
era mejor que él y sabía esquivar estocadas.
— ¡Hemos llegado! –dijo Makerace.
— ¡O me matas o te mato! –gritó el ejecutor.
Yapikatane huyó y salió de la embarcación. Todos
se fueron dejando atrás a M’lasus y a Glasdus. Ha-
bían llegado.
113
6
El Sabotaje Del Ba’yagé. L Ba`yagé atracó en la dársena
cuando el sol desaparecía por el hori-
zonte. Uksuul y el capitán Peshoa se
comunicaban verbalmente.
—Ejecute el plan —le ordenó Uksuul.
—Sí, señor.
El sol se sumergía en el horizonte mas no había
anochecido. Tenían tiempo para planearlo y para li-
brarse de los guardias del afamado torneo. Un Mesti-
zo alto y fornido se les presentó mientras trazaban
la estratagema. Peshoa lo tiró todo al suelo y se
escondió bajo la cama. ¡Bajo la cama, un lugar para
principiantes, para esconderse de un tonto! No les
habían dejado llevar tantas personas a los Juegos de
Sacrificio, ya que Khanssash planeaba contra Carso-
lia.
— ¿Cuántos sois? –preguntó el Mestizo.
—Seis. Cinco luchadores y yo, el rey Uksuul.
E
114
—El rey dios Bugg, gobernador del Mundo Tangible,
me ha ordenado vigilancia a todas horas.
—Sólo somos seis –dijo Flup, uno de los luchado-
res —se puede pirar, no molestamos.
El vigía lo fulminó con la mirada y un rechino de
dientes sonó de su mandíbula.
—He oído siete voces y exijo saber la verdad.
—Flup está afónico y a veces la voz… —mintió
Uksuul con un hilito de voz. Ese vigía estaba rodea-
do de un halo de fuerza y manipulación.
—Llamaré a Vürd, el máster del castillo de Gi-
baín.
—Adelante.
—Les aconsejo que no tomen la mentira como atajo
o sus luchadores drogadictos y usted no saldrán vi-
vos de los Juegos de Sacrificio.
Peshoa se encogió bajo la cama. Y después, esperó
pero, ¿a qué? No lo sabía ni él.
La puerta se cerró y Flup llamó a Peshoa. El alu-
dido salió de su escondite.
115
—Qué haremos con el máster. Sabrá al instante
nuestra gran conspiración. Además, ¿y Jed Dews?
—Le buscaremos, Flup.
Flup y el capitán se encogieron de hombros.
—La familia de los Gywe está aquí. Le robaremos
todo el oro que tienen y si la cosa se complica nos
iremos, con Jed o sin Jed.
Todos asintieron.
—Dews era del Ba`yagé, nos visitará y nos expli-
cará todo –predijo el capitán —. Uksuul, serás el
rey dios. Te lo prometemos.
Los luchadores se encogieron de hombros.
—Los Gywe tienen más dinero que nosotros, contra-
taran un asesino. Seguramente elija entre Carzo Zar-
zai de Nesolia o de Bill el bebio que también es de
Nesolia. Los Gywe adoran Porkes a pesar de vivir en
Ykler, compartiendo tierra con Glasdus –dijo Uksuul—
. Aliarnos con Glasdus sería buena idea pero aliar-
nos con alguna Orden Mágica nos vendría mejor.
—Glasdus no es fiable —recomendó Flup.
116
—Nos aliaremos y punto. No sabemos hasta qué pun-
to serán nuestros o nosotros seremos suyos, el
Ba`yagé no sabe cuán fiables son –dijo Flup—. Tene-
mos tiempo hasta que llegue el máster Vürd, si llega
ellos no fallarán.
—Escondámonos. Vayamos a Ykler –dijo Peshoa.
La puerta se abrió repentinamente. A Peshoa se le
antojó esconderse tras un mueble semi pegado a la
pared, un pequeño caprichito no vendría mal.
Vürd agarró a un luchador y le quiso leer la ver-
dad. El luchador se desenvolvió bien y una lluvia de
estocadas rebanó al Mestizo vigía. Uksuul desenvainó
y se preparó. Un charco de sangre acompañó a las re-
banadas de Mestizo. Vürd intentó escapar de aquella
carnicería pero la mano de Flup lo agarró.
—No quieres jugar —se burló un luchador.
—La muerte es un arte y el Ba`yagé lo ejecuta a
la perfección —dijo Uksuul—. ¿Quieres comprobarlo?
Vürd tenía una cara lívida, su semblante torcido
en una mueca de terror.
117
—Yo pinto con la sangre de una muerte. Dibujo
rostros aterrados o prefieres un rostro herido que
recuerden a la gente la muerte de Vürd, de tu espí-
ritu, serás un ser sin espíritu, sin derecho a vi-
vir. Tu vida de muerte empieza hoy, ahora –dijo un
luchador transmitiendo miedo al máster.
A Uksuul le encantaban aquellas situaciones, sus
luchadores sembrando el terror entre sus enemigos.
Lo extraño era que esta vez estaban transmitiendo
miedo a un máster. No debían darle ninguna oportuni-
dad, Vürd no desaprovecharía ninguna ocasión para
leerles la mente y escapar. Uksuul acercó su espada
al cuello de Vürd.
Peshoa se deslizó por detrás del mueble. El esta-
dio se veía tras el cristal de la ventana. Estaba
completamente desprotegido. Ni un guardia apostado
en la entrada. Se cercioró de tener razón. Vio un
guardia apostado en una especie de compartimento se-
creto.
«Maldita sea, tenía que haber un guardia en el
lugar con mejores vistas al estadio»
118
Se agachó, avanzó lentamente. Vürd no lo obser-
vaba. Saltó por la ventana y cayó sobre un asiento
alejado. Se tumbó y se fue acercando al guardia.
Lanzó una mirada acusadora al máster y siguió avan-
zando. Se paró en un lugar oculto con vistas al lu-
gar del que había saltado. Vürd había quedado bajo
la amenaza de Flup, si decía algo sería hombre muer-
to. El máster se volvió hacia atrás y salió por la
puerta casi esprintando. El capitán subió por los
asientos saltando. Peshoa se atascó entre dos asien-
tos. Miró hacia atrás y no le gustó lo que vio. Una
persona hablaba discretamente con el guardia. La
persona habló con el vigía hasta el punto de olvi-
darse de lo que estaban haciendo. El vigía estaba
muy serio, no le gustaba. Tiró con fuerza de su
puerta. Peshoa siguió caminando. Trepó por la pared
desnuda. «Maldita sea», maldició por el color de la
pared. Sus dedos presentaban cortes y arañazos de
trepar. Entró por la ventana de la habitación. Vol-
vió a maldecir en voz baja.
— ¿Dónde estaba capitán? –preguntó Uksuul.
119
—Oculto —dijo muy serio— Vürd es hombre muerto y
ustedes saben perfectamente por qué.
—Acabamos de llegar y ya tenemos objetivos, eso
me gusta —comentó Flup.
—Debe morir antes de los Juegos de Sacrificio —
dijo Uksuul—, ahora Vürd es más peligroso que Alii-
zer Bugg y mis planes para ser rey dios.
—Está usted en lo cierto, rey Uksuul –dijo una
voz desde la puerta.
Todos se giraron hacia él y sonrieron.
—Bienvenido Jed Dews, bienvenido al Ba`yagé.
—Yo también me alegro de veros –respondió e re-
cién llegado.
— ¿Dónde has estado?
—Con la Orden del Deseo Ardiente.
—Estábamos pensando en aliarnos con una Orden.
Buen trabajo –le dijo Uksuul.
—Carzo está con ellos. Nuestro sabotaje debe in-
cluir la supervivencia de la Orden.
—Como quieras –le respondieron todos.
—Pues adelante. Asesinato y sabotaje –dijo Flup.
120
—Os presentaré a la Orden. Les permitieron llevar
a muchas personas. En lugar de cinco luchadores y un
anfitrión –les prometió Jed.
—Maese Dews —dijo un luchador— os esconderemos a
los dos.
Todos asintieron.
—Empecemos con el complot —dijo Uksuul impacien-
tándose.
»Flup acaba con el máster, como primer paso; lue-
go vuelve y si no ha conseguido matar a su objetivo
le echaremos una mano; si ha salido victorioso, nos
infiltraremos en la sala de calendarios, donde se
escriben los nombres de los luchadores y de su ri-
val. Cambiaremos los nombres y luego nos tocará lu-
char y ganar. Más tarde nos encargaremos de mantener
con vida la línea sucesoria de Carsolia. De todas
formas Si murieseis todos los Gywe se ocuparían de
nuestras tierras.
—Sólo veo un defecto al complot –dijo Peshoa.
— ¿Cuál? —dijo Uksuul con voz pesada.
121
— ¿Cómo se supone que vamos a entrar en la sala
de calendarios?
—Hay un verbo que se lama “matar”, ¿lo conoces? —
respondió Uksuul burlón.
—Limpiemos las rebanadas del Mestizo muerto antes
de que nadie las vea.
Tanto luchadores, reyes, capitanes y amigos se
pusieron a ocultar las rodajas del Mestizo vigía por
todo el cuarto. Cuando terminaron ya casi era la
hora de cenar. Vürd fue a avisar de que acudiesen al
gran salón a cenar.
Flup se quedó un rato más. Iba a ejecutar su par-
te antes de lo esperado. Un veneno de áspid blanco
reposaba sobre un cojín rojo. Introdujo el veneno en
otro frasco con algo parecido a la leche mezclada
con agua. Deseaba saborear la muerte del máster.
Deseaba sentir los jugos sanguinolentos deslizándose
por su barbilla. Que exquisitez. También hubiese es-
tado bien cortarle la cabeza. Que su cabeza cayese
sobre el plato. Él sí que saborearía un plato san-
guinolento. La forma más discreta sería envenenar su
122
comida. Y él había preferido esa forma. Los cocine-
ros serían ahorcados o llevados al verdugo, pero su
vida permanecería exacta. El único órgano invisible
que quedaría tocado sería la compasión. Y a él no se
le había escapado aquel detalle. Se disfrazó de ca-
marero y bajó discretamente a cenar.
Le tocó llevar la comida a varias mesas. Algunas
caras le sonaban, eran de algún distrito de Carso-
lia. Pero… ¿dónde estaba el máster? No lo veía por
ninguna parte. Paseó una vez más la mirada por las
mesas más próximas y por las más lejanas pero no ha-
bía ni rastro del máster.
«Maldita sea»
Flup volvió a la barra y pidió el encargo de una
mesa especial. Espera, en las mesas especiales,
aparte de tener manteles de seda, ¡seda! También ce-
naban los atributos del torneo más importantes. Eso
también incluía a reyes, anfitriones y… ¡Eso es! ¡En
las mesas especiales también había másteres! Rezó y
cruzó los dedos. Pero Vürd no estaba. Maldijo esta
vez en voz alta pero con el farfullo de la gente no
123
se le oyó. Pidió una docena de encargos, ya que ha-
bía doce mesas especiales. Fue cumpliendo encargo
tras encargo pero no estaba el máster por ninguna
parte. Se ocultó y se quito el disfraz. Fue a la me-
sa del Ba`yagé.
—Objetivo no localizado.
—Morirá, tarde o temprano pero Vürd caerá.
La ciudad de J`khif nunca le había gustado, aquel
distrito de desierto: K`mam, Fhrirr y R’oth. Y no
era por los Sers. Era por la abundancia de másteres.
—Veneno.
—De áspid blanco mezclado con leche y agua.
—Buena mezcla —le felicitó Peshoa.
—Eso no importa, lo que importa es darle una
muerte discreta. Sin pistas.
Todos asintieron.
—El r’otheño nos tiene pillados. Debe morir ya.
Sino… —dijo Uksuul.
—Ese malnacido morirá pronto, Uksuul, sólo dale
tiempo –le tranquilizó Dews.
124
— ¡Tiempo –rugió Uksuul indignado –, no le puedo
dar algo que no tengo!
Peshoa le dio una palmadita en la espalda y le
tranquilizó pronunciando unas palabras tranquiliza-
doras.
—Claro que este complot funcionará, ya lo creo
que sí –se rió el rey carsoliano.
Un halo de esperanza los embadurnó a todos. El
plan no podía fallar, claro que no.
—Voy a entrar en la habitación del máster. Casi
seguro estará dormido. Verteré el veneno por su boca
y… —saboreó la muerte, tragó el sanguinolento jugo.
Deseaba la muerte de aquel hombrecillo que tanta in-
felicidad les había causado—. Morirá pronto.
La gente les había oído pero a trozos y la gran
mayoría había sacado la conclusión de que estaban
borrachos y otros se habían inclinado a pensar que
los carsolianos estaban locos.
Flup se retiró el primero, subió una escalinata
que llevaba a las habitaciones de alto rango. Había
varias puertas, reyes, generales… y másteres. Entró
125
por la puerta de másteres y la cerró con sumo cuida-
do. «Adelante». Entró en la habitación uno, luego en
la dos. Hasta llegar a la quince. Vürd lloraba en
sueños. Eso no le hizo retroceder. Vio a una mujer
triste. Vürd se lo había contado, su posible muerte
aquella noche. La mujer le había apenado.
«El Ba`yagé o esta desdichada familia. Decide ya
maldita sea». Miró fijamente a Vürd. Su muerte no le
aterraba, pero la cara triste de la mujer… No quería
ver a la mujer de Vürd andando sola por la calle,
triste por ser viuda. Escribió una nota anónima a la
mujer del máster:
«No he matado a tu marido, hoy no. No quiero verte por las calles caminando
triste. Vürd no está en tu cuarto del castillo de los Juegos. Os esconderé. A ti y a él.
Me encargaré de que permanezcáis ocultos pero… siempre felices. No quiero que
Vürd me moleste, ni a mí, ni a mis amigos. Si no cumple tu marido morirá. Encontra-
rás a tu marido en un habitáculo secreto de la isla de Ykler. Cerca de la mansión de los
Gywe. Muro derecho. Cinco pies. Cava cinco pies hacia abajo. Por favor haced lo que
os diga. En el plenilunio me reuniré con vosotros. Mantened esto en secreto».
Anónimo.
126
Cogió a Vürd y se marchó. Sintió que su caligra-
fía no fuera demasiado buena. Bajó la escalinata.
Salió del castillo por el estadio. Flup robó una ca-
noa y remó durante una hora hasta llegar a Ykler.
Esquivó el refugio de Glasdus y se puso al lado de
la mansión de los Gywe. A los cinco pies encontró un
habitáculo con cama y suficiente comida para un año.
Depositó al máster en la cama y se fue de nuevo. Re-
mó y se fue a Gibaín. Ya había cumplido. Mentiría y
harían la segunda parte del complot. Al día siguien-
te empezarían los Juegos, por la tarde. Tenían la
mañana para ejecutar la estratagema.
127
7
Inauguración
Ed Dews iba y venía. Nadie sabía que ha-
cía en el tiempo que no estaba. Qetniss
Keyl se había inclinado a pensar que se
iba para rezar. Pero nadie creía eso.
Christopher pensaba que se iba con otra
gente. O recopilaba información. No sabía
qué día era en la tierra. No sabía nada acerca de su
reflejo. Cómo iría en el colegio. En qué curso esta-
ría. Qué tema estudiaría si estuviese allí. Chris se
había acostumbrado a no saber nada de eso. Dentro de
dos días sería la inauguración de los Juegos de Sa-
crificio. De Nesolia sólo había cuatro. Carzo Zar-
zai, Bill el bebio, un tal Kuyrt y Cotess. Chris la-
mentaba haber dejado atrás una vida sin muerte. Sin
que un grupo ilegal gobernase el Mundo Tangible.
Ojalá todo fuese más fácil. Sin conspiraciones. Sin
J
128
rey dios. Sin nada de eso. Mas no todo podía ser
así.
Jed Dews llegó unos instantes más tarde. Chris
sabía que algún día Dews se iría. Se dispersarían
por el mundo. Cuando hubiese paz. Christopher había
aprendido a mantener la sangre fría hasta el final.
Su forma de pensar era matar o morir. El tiempo le
había inculcado conocimientos o frases “ayudantes”.
Solo los muertos han visto el final de la guerra. La
vida es un pasajero más en un tren infinito. Esas
frases lo ayudaban a decidir.
—Hola —saludó.
Jed le saludó con la cabeza. Christopher se fijó
en la forma más triste con la que había saludado. Se
iba en poco tiempo. Lo agarró por el hombro sabiendo
que no tenía muchos días antes de que se fuera.
—Cuando no estás, ¿dónde estás?
Vio la cara de “no comprendo” típica de su nuevo
amigo.
—Ahhh –dijo al entenderle—. Es difícil de expli-
car.
129
—Dilo.
—En Carsolia hay una especie de grupo tan secreto
como la Orden. Se llama el Ba`yagé. El rey Uksuul
está con nosotros.
—Grupo legal —bromeó.
—Cuando dije que Carsolia estaba con vosotros me
refería al Ba`yagé.
—Ba` yat –dijo intentando decir el nombre.
—Es difícil de pronunciar. Si te unieses y fueses
una especie de agente doble se te haría un tatuaje
mágico, invisible para la vista normal. Te enseña
cosas —pensó antes de hablar—. Tu magia ha empezado
a florecer, el ejercicio da frutos. Recuerdas cuando
le lanzaste una bola de fuego a una bruja.
—Sí.
—Fue instintivo. La magia hace que la curiosidad
y algún poder aumenten. Tu magia es asesina. Eres
una máquina para matar. No es que te guste pero son
como envolverte en sombras, ocultar el ruido de tus
pisadas, menos dolor —aclaró—, te sigue haciendo he-
rida pero con menos sufrimiento.
130
Le pareció fascinante a la vez de aterrador. En
Helsinki, en su casa en el colegio con Fergus… Nunca
hubiese matado a nadie, ni lo habría intentado y,
sin embargo, era un asesino, un ejecutor.
—No… sé qué… decir…
—Te entiendo… ¿Confías en mí?
—Claro —dijo sin pensárselo dos veces.
—El Ba`yagé está haciendo una gran conspiración.
Sabotaje.
A Christopher se le quedó una cara indescifrable.
Sabotear el primer torneo al que iba a acudir en to-
da su vida.
»Lo hacemos para que Carsolia y Nesolia ganen. ¿O
acaso quieres que mis amigos mueran?
—No, ni hablar.
—Pues no lo cuentes —le espetó.
Chris supo que él se iba. No hizo nada por evi-
tarlo. Iban a matar a Aliizer Bugg o a Khanssash. No
tenía ni la menor idea.
Buscó a Qetniss. Le había caído muy bien. Como
Makerace y Jed Dews.
131
Entró en el castillo. Subió por la escalinata pa-
ra salir del comedor. Giró hacia las habitaciones de
luchadores. Entró en su habitación.
Todos le saludaron. Iata estaba ahí. En el cas-
tillo había encontrado a un tal Kòps. Su esposa se
llamaba Wandiel. Para Iata, Wandiel era su enemiga
porque Kòps le había gustado. Era un hombre fornido,
alto con ojos verdes, Su cabello cobrizo destacaba
sobre todos sus rasgos. Lo malo para Iata era que
ella misma estaba casada con el dios Make. Un gran
asesino bebedor. Al igual que Carzo.
Carzo tenía la vista en la mujer de Makerace. Le
daba la sensación de que un amigo estaba a punto de
morir. No le gustaba esa sensación. Christopher se
había fijado en eso. Y el resto no tardaría en darse
cuenta.
Tuang-sssss. Sonó la cuerda de un arco al tensar-
se y luego el recorrido de un virote por el aire. Se
estrelló con la pared. Todos se lanzaron al suelo.
Tuang-sssss. Otro virote apareció por la cerradu-
ra de la puerta. La habían ampliado silenciosamente.
132
«Maldición». Chris se deslizó por el suelo directo
hacia la pared. Vio una espada. Era la de Carzo. A
su lado estaba Yatass. Chris la cogió con cuidado y
avanzó espada en mano.
Tuang-sssss. Chris llegó a ver a cuatro arqueros
enmascarados en la puerta. Detrás había una bruja.
Supuso que un gran asesino los acompañaba. Rensif y
Gimlard atacaron a la vez. Gimlard empujó la puerta.
Los muy cerdos los habían encerrado. Las bisagras
temblaron y desprendieron polvo. Rensif había tensa-
do su pequeño arco en comparación con los carsolia-
nos de los rivales.
Gimlard volvió a placar la puerta. Esta no hacía
más que desprender polvo. Gimlard se transformó en
hombre serpiente. Se deslizó por la cerradura rota.
Tuang-sssss. Se oyó el siseo de una serpiente y
el tensar de un arco carsoliano. Chris se situó al
lado de Rensif y pegó un puñetazo a la puerta.
—Los malnacidos han puesto magia. ¡Rensif dispa-
ra por la cerradura!
133
Rensif disparó. Gimlard parecía mudo y todos ha-
bían desenvainado. El gólem se había encogido. Por
fin se oyó la voz de Gimlard maldiciendo. Un siseo y
otra maldición.
Tuang-sssss. Gimlard no pudo acabar la maldición.
Christopher se había hartado y lanzó una bola de
fuego por la cerradura. Luego intentó quemar la
puerta. La puerta por fin cedió. Zarzai se quitó una
camisola y la dejó sobre la alcoba. Carzo atacó con
el torso desnudo. Chris se aseguró de tener las som-
bras consigo imitando a Zarzai. Salió. El cuerpo de
Gimlard había caído por la rampita que había para
entrar en la habitación. Pero… no le gustó lo que
vio… la cabeza había caído por separado. Gimlard, el
hombre serpiente, ayudante del Maestro. No podía
ser. Gimlard había muerto. «Ni hablar». Carzo se es-
condió. Chris no. Saltó en plancha a por los arque-
ros. Su vida estaba vacía. Gimlard, le conocía desde
mucho tiempo atrás. Casi un año.
Se impulsó hacia arriba y se agarró a una de las
vigas. Se tumbó y avanzó por ella. Saltó sobre un
134
arquero y le clavó la espada entera en el ojo. Era
una máquina de matar. Lanzó un tajo ascendente a
otro arquero. Sintió como los tejidos del rival se
resquebrajaban. Le agarró, dio una vuelta y dejó in-
movilizados a dos arqueros a la vez. Les rajó una
arteria del cuello y los dejó tirados desangrándose.
Solo quedaban tres en la pelea y pocas fuerzas.
Chris sintió un pinchazo en el hombro. Pero no dema-
siado. Pero sobresalía por su carne. Era una ilu-
sión, lo supo en cuanto vio que Carzo estaba detrás.
Una distracción. «Ahora». Se lanzó sobre el último
arquero.
Tuang-sssss. Chris vio un cuchillo arrojadizo vo-
lando por la habitación. Vio que la hoja era negra.
Trebo. El último arquero lo esquivó tirándose al
suelo. Zarzai fue a por él y le pegó un puñetazo.
Christopher le rajó la misma arteria que a los otros
dos. La bruja se había esfumado. Khanssash los que-
ría muertos. Y ya.
135
Khanssash no había querido celebrar los Juegos de
Sacrificio ese año. Pero Bugg sí. Estaba furioso, él
debería ser el rey dios. Aliizer era irritante.
Khanssash había reclutado un ejército de carsolianos
traidores y de Sers, la mayoría r’otheños. Había in-
troducido «topos» en el torneo. La Orden y Carsolia
eran peligrosos. Iría en una expedición a Carsolia a
matar al príncipe. Los Gywe también deberían morir.
Visitaría Gibaín en ese mismo día. La inauguración
sería todo tejidos resquebrajados y cuerpos decapi-
tados. Uksuul moriría el último. Quería ver una más-
cara de sufrimiento en su cara. Su esposa, sus hijos
todos muriendo. La inauguración sería su día de des-
canso. Cicatrices mataría a todos. Aparte de esclavo
era asesino a sueldo. Los arqueros que había mandado
eran profesionales. Eran duros de pelar. Se imaginó
una habitación con montones de muertos y charcos de
sangre. Era una exquisitez para cualquier artista
del asesinato. No para los ejecutores. «Me pondré
las botas». Ahora mismo Aliizer debía morir. Era su
próximo objetivo. Lo estropeaba todo. Salió de sus
136
aposentos y salió al patio exterior, Yter y sus sol-
dados estaban ahí. Entre ellos Cicatrices.
— ¿Objetivo?
—Mataremos a Aliizer Bugg. El rey dios. En la
inauguración. El será el presentador. Cortadle la
cabeza. En público, que sepan quienes mandan —les
dijo a sus ayudantes. La casa de los Gywe, en Ykler
estaba al lado de la de Khanssash. Se habían alojado
al lado de la mansión de los Gywe. Dormían al aire
libre. La chimenea de la mansión daba calor. Glasdus
cazaba animales por lo que no muchos se atreverían a
acercarse a humanos.
Khanssash había ido acumulando enemigos y objeti-
vos a pesar de que no era ejecutor. La línea suceso-
ria de Carsolia, los Gywe entre ellos; el Clan o lo
que fuese y Aliizer Bugg. Sabía que era difícil pero
era posible. Yter, los dos zombis, las brujas y mu-
chos ejecutores y montañeses atacarían por la noche
la fortaleza de Aliizer Bugg. Después de los Juegos,
Nesolia y el Mundo Tangible sería suyo. Aunque Bugg
muriese los soldados, nobles, y que viven bien con
137
el reinado de Aliizer se resignarían y lucharían
hasta el último aliento. Después de todo eso se en-
cargarían del Lado Oscuro. Quedaría vedado el acceso
a lugares que ocupe el Lado Oscuro.
—Señor. Si cumplimos la misión, ¿nos entregará
una recompensa?
—Seréis soldados de alto rango. Palacios y dine-
ro.
—Ya creo que lo haremos.
«Estos codiciosos»
Una bruja se tele transportó a su lugar.
—Hemos matado al hombre serpiente.
— ¿Sólo?
—Son fuertes. Un ejecutor joven mató a los cuatro
arqueros con un tajo y un corte.
—Con qué esas tenemos ¿Ehhhh?
—Atacaremos con la artillería más pesada que ten-
gamos. Ese ejecutor saldrá de la sombra en la que
vive. Me habéis quitado a uno de en medio.
138
Christopher no quería celebrar la inauguración
después de unos sucesos terribles. No se había lava-
do la sangre de las manos. Porque era una máquina de
matar. Quería llevar una marca para recodarse lo que
era. La ropa se la había cambiado. El Maestro se ha-
bía puesto una túnica dorada. El dorado representaba
la magia en abundancia.
— ¿De verdad queréis celebrar hoy la inaugura-
ción? –dijo con la voz áspera y en un tono seco,
signo de que no se había guardado las lágrimas.
Nadie respondió. El silencio era sepulcral. Todos
tenían la voz estrangulada. Los malditos arqueros
los habían dejado secos.
Gimlard había muerto y Jed Dews pertenecía a otro
grupo llamado el Ba`yat o algo así. Dos bofetadas
fuertes.
—Anhelo los comentarios de Gimlard —soltó de
pronto.
—Todos le queríamos —respondió el Maestro con un
hilito de voz.
139
Rensif trataba de ocultar su aljaba y su arco en
unos pantalones holgados o algo así. Ningún lugar
era tan espacioso para guardar el arco y se disfrazó
de guardia.
Chris llamó a Carzo. No dudó en contarle por
quién estaba Iata. Carzo sonrió y murmuró algo. Bajó
corriendo las escaleras con Chris. Doblaron esquinas
y corrieron. Zarzai parecía saber a dónde iba. Llamó
a una puerta y vio el indudable rostro envejecido de
Kòps. Wandiel salió a trompicones para verle.
—Maldita sea ¿dónde te habías metido cacho memo?
–dijo Kòps.
—Soy un ejecutor. He estado en las sombras.
—Cuántas vidas habrás arrebatado ya –murmuró Wan-
diel.
Zarzai no respondió.
— ¿Irás a la inauguración?
—Sí. ¿Y tú?
—Yo también. Tengo objetivos.
—Aliizer Bugg.
140
—En realidad mi deber es observarle y hacer que
alguien se me adelante. No quiero complicaciones.
—Hasta luego —dijo el matrimonio.
Carzo se caló el sombrero que se había puesto pa-
ra la celebración.
—La vida es una cáscara sin frutos. Está vacía.
No pienses en Gimlard. Estará en el Paraíso con el
resto de los caídos.
«Palter, Roble, Melfar, Malfor…»
Hicieron de nuevo el recorrido y Chris aprovechó
para asimilar los hechos. Ha matado como un verdade-
ro aprendiz. Lo llevaba en la sangre. Yapikatane les
avisó de que la ceremonia empezaba. Rensif y el res-
to bajaban detrás. Recogieron armas de la alcoba y
bajaron la rampita de la puerta. Bajaron por la es-
calinata y llegaron al comedor. Salieron al exterior
y montaron guardia. Khanssash y sus hombres y Jed y
sus amigos estaban allí.
Algunos bailaban a la luz de la luna. Makerace e
Iata no estaban de humor. Kòps y Wandiel bailaban
141
con una felicidad incalculable. Chris respiraba len-
ta y pesadamente. «La vida está vacía».
Carzo vigilaba disimuladamente a Bugg. Chris-
topher miraba a Kòps y luego a Wandiel. Se echó a la
boca un diente de ajo. Carzo le había regalado una
de sus espadas. Los dos iban vestidos de negro mo-
teados de gris. Asesinos. Eso eran los dos. Se ocul-
taron y esperaron.
PACIENCIA. ¡PACIENCIA! LOS DOS A LA VEZ. La pa-
ciencia de un maldito ejecutor. La paciencia que se
deshacía como se separa el agua del metal o la roca
y la arena.
Aliizer Bugg iba a empezar a hablar de un momento
a otro. Chris mantuvo la sangre fría y contuvo la
voz.
Un gritito sonó de repente. Salieron disparados
hacía el lugar del grito. Una mujer yacía muerta en
el suelo despilfarrando la sangre que le quedaba.
Unas letras habían quedado grabadas en el cuerpo.
«El rey dios va a ser destituido, y va a haber muertos».
142
El ejecutor moriría pronto porque seguro que ese
rey dios no velará cada noche por el futuro del Mun-
do Tangible. La inauguración había sido trasladada
al comedor.
Gaelan había sido el ejecutor que Khanssash había
elegido para la inauguración. El sargento Ilem se lo
había recomendado. Ilem también había acudido a pre-
senciar la matanza del rey dios. Gaelan se deslizó
por una viga del techo desprendiendo volutas de pol-
vo. Desenvainó un cuchillo arrojadizo. Una persona
cayó al suelo. Luego otra. De lo que no se dio cuen-
ta fue de quién le seguía. Otra persona cayó al sue-
lo. Ilem disfrutaba de la caída de los nobles al
suelo. Gaelan se movió un poco más y volvió a dispa-
rar.
—Estamos aquí… —Aliizer siguió despilfarrando pa-
labras para la inauguración de su vida eterna.
Gaelan mató a otro y se siguió desplazando. Miró
hacia atrás y vio a dos asesinos más. Chilló y cayó
con estrépito.
143
— ¡Maldita sea! –gritó el sargento Ilem. Carzo se
ocultó con Chris.
Khanssash se agachó. Gaelan emitió un quejido y
resopló indignado. Khanssash le «arrestó».
Al cabo de un rato volvieron a entrar y no hubo
ni una molestia en toda la celebración. Gaelan no
podía interrumpir más. Ilem no era capaz de involu-
crarse.
Khanssash pospuso la matanza para otro día. Había
fallado. Gaelan había fallado, el sargento Ilem ha-
bía fallado. Todos habían fracasado.
«Maldita Orden. Morirán»
144
8
Los Juegos De Sacrificio
LEM estaba decepcionado con Gaelan. El
ejecutor estaba perdiendo facultades.
Seguían en Gibaín. En una gran casa
al borde del mar.
Gaelan y él se habían peleado y se
volvían a pelear con sólo verse.
Khanssash estaba con el resto de su séquito. Ilem
encontró a Gaelan entrenando en el piso de arriba.
Ilem desenvainó. Gaelan cambió de arma y esperó a
que Ilem le atacase.
—Puedes camuflarte en las sombras, puedes parecer
un borrón de sombra pero nunca serás invisible —dijo
Ilem.
Gaelan arqueó una ceja. Ilem embistió. El elegido
de Khanssash se apartó con elegancia. Gaelan hizo
una finta y atacó. El sargento lo paró con su acero
I
145
en el último instante. Gaelan desenfundó una cuchi-
lla e hizo un amago de tirársela. Ilem quitó la es-
pada y golpeó la cuchilla de Gaelan. Esta cayó. Gae-
lan sonrió y lanzó una estocada a Ilem. El sargento
rodó por los suelos esquivando los golpes que Gaelan
le propinaba. Gaelan tropezó y cayó. Ilem se levantó
y se aferró a una barra metálica, trepó por ella y
se asió a uno de los ganchos que pendían del techo.
Hizo fuerza para mantenerse con pies y manos aferra-
dos a unos ganchos. Gaelan lo imitó. El sargento no
se movió ni hizo ningún movimiento de ataque. Gaelan
poseía más fuerza y pudo avanzar. Observó el techo
alto y comprobó que podía levantarse. Se levantó y
caminó. Tropezó y cayó. Se aferró a los ganchitos
más cercanos y siguió avanzando. Estaba al lado del
sargento y no tenían manos para pegarse.
—Suéltate —sonrió Gaelan. Ilem soltó los pies y
quedó en la misma posición que Gaelan. Saltó. Al
caer flexionó las piernas y rodó.
146
Al incorporarse, Gaelan no estaba. Se había embo-
zado con los colores del lugar. Caminó pulcramente y
buscó. Una sombra le empujó bruscamente hacia delan-
te. Gaelan se hizo perceptible a su espalda. Ilem se
puso al lado de la chimenea. El rumor de unos dedos
de fuego crispándose sobre unos troncos no lo dis-
trajo. Gaelan lo acorraló e intentó matarle con la
espada. Ilem se agachó y pasó por debajo de sus
piernas.
«Nunca he intentado hacer eso, va él y le sale»,
pensó Gaelan. Se volvió y un sablazo lo recibió. Lo
paró con la mano. La espada, por suerte, no le atra-
vesó sino que le hizo un tajo. Se agachó y lanzó un
cuchillo arrojadizo. Ilem cerró las piernas cuando
estaba pasando por ellas. Su cara se aplastó entre
las piernas del sargento. Hizo fuerza para escapar
del abrazo rival. Se arrastró y escapó. Ilem le em-
pujó. Chocó contra un ventanal. Este resistió al im-
pacto. Otro sablazo le rozó la mano. Su mano herida
no le serviría de mucho. Las preocupaciones ajaron
su rostro prematuramente. Otro sablazo iba destinado
147
a él. Interpuso su acero que salió despedido hacia
el ventanal. El ventanal se rompió. Ilem empujó a
Gaelan que se precipitó por él. Unas barras metáli-
cas curvadas pertenecientes al balcón en construc-
ción le permitieron agarrarse a algo antes de preci-
pitarse al vacío. Se aferró a una barra. Estaba oxi-
dada y su rostro se ajó aun más.
Su mano herida se cortaba mucho con la barra oxi-
dada. Su mano se ajó todavía más que su rostro. Ob-
servó que Ilem se iba escaleras abajo a ver su cadá-
ver flotando en el mar. Se aferró con fuerza sin im-
portarle nada la salud de sus manos. Subió la otra
mano a la barra. Destrabó su mano herida del metal
oxidado. Su sangre se despilfarró sobre el vacío.
Ilem estaba justo debajo.
Tuang—sssss. Un virote atravesó su pie. Soltó un
alarido. El arco carsoliano se volvió a cargar y
disparó. Tuang—sssss. Le acertó en el otro pie. ¡Lo
estaban acribillando!
Ilem tenía a la milicia detrás y le había delata-
do. Ilem había sido ascendido a sargento superior.
148
Tenía derecho a tener un castillo y un palacio con
esclavos. «Maldito retrasado». Gaelan trató de esca-
lar. Se rajó la espalda. Y la mano se ensangrentó
con rapidez. No conseguía subir con dos pies inertes
y una mano herida.
Se soltó.
Se agarró a otro balcón rajándose la mano y reci-
biendo flechazos. Tuang-sssss. Un virote venenoso
pasó próximo a su cara. Ya no quedaban balcones an-
tes del impacto contra el mar. Un último flechazo le
atravesó el pie antes de sumergirse en el mar.
El agua atravesó sus labios y penetró por su boca
a una velocidad vertiginosa. Su boca recibió un sa-
bor salado. Escupió pero enseguida una ola lo volvió
a sumergir. Nadó buscando un lugar en la orilla que
no ocupase la milicia. Todo estaba repleto. Bugg es-
taba ahí. Sintió que no pertenecía a ninguna parte
del mundo. Su sargento le había traicionado. La mi-
licia le buscaba.
Se camufló. Salió para coger aire y nadó hacia la
orilla. Saldría pasara lo que pasase. El agua ya no
149
le cubría y apenas le alcanzaba la cintura. Salió
del agua y escupió en la arena.
Tuang-sssss. Le habían visto. Corrió. Un soldado
le seguía. Se paró y le clavó la espada.
Una sombra apareció por el horizonte. Parecía un
ángel caído que iba a recogerle. Iba vestido de eje-
cutor. Un rebelde. Mataba como un dios. Una cresta
de sangre rodeaba las cabezas que cortaba.
Gaelan salió corriendo hacia la batalla. Era una
locura estando herido pero no iba a dejar al asesino
solo.
Tuang-sssss. El asesino esquivó el flechazo. Ilem
fue contra Gaelan. Él le pegó un puñetazo. Luego
otro. Y otro. Quería mutilar a Ilem. Matarlo a puñe-
tazos.
¡Crac! La nariz de Ilem se rompió. Ilem le inten-
tó pegar un tortazo.
Al instante una espada estaba en su garganta.
Gaelan nunca perdería sus facultades. Ilem era escu-
rridizo tanto para él como para todo el mundo. Se
escapó.
150
Los que quedaban, que no eran pocos, se recluye-
ron en la casa.
Gaelan y el otro ejecutor entraron. Fueron al
cuarto donde se recluían todos.
Entonces se produjo uno de esos momentos de una
cotidianidad aterradora que se daban en pleno caos
de una batallita; Gaelan los había presenciado antes
y nunca podría acostumbrarse.
Uno de los arqueros pasó su arma a un compañero,
derrumbó la puerta y la cogió.
—Disculpa —dijo al capitán que había intentado
contribuir en la matanza de los ejecutores. En su
voz no había sarcasmo, sino simple educación. Arran-
có la puerta de los dedos agarrotados del capitán
caído, volvió al hueco de la escalera y colocó la
puerta en su quicio ante la mirada de los dos ejecu-
tores.
En ese momento atemporal, antes de que la reali-
dad se les echara encima de nuevo, el ejecutor Gae-
lan observó a los soldados, nobles. Ellos lo mira-
ron. Esas eran las personas que habían estado dis-
151
puestos a jugarse la vida para rescatar al rey dios.
Hombres valientes, por muy necio que fuera alguno,
pensó mirando a Ilem escudado tras un cuadro. Esos
eran los hombres que le habían querido matar y a los
que él había conducido a la muerte.
Gaelan mató a casi todos menos a los más necios
que se le escaparon, como Ilem. Al matar a esos hom-
bres, Gaelan eliminaba a quienes probablemente más
se opondrían al escape del ejecutor y su rescatador.
Por debajo del borboteo y la respiración trabajo-
sa del soldado moribundo, Gaelan oyó otro sonido.
Sus oídos lo identificaron de inmediato: el cabes-
trante de una ballesta al cargarla.
Clic, clac. Clic, clac.
—Para que sepáis a quién maldecir cuando muráis
—dijo una voz con siniestro regodeo desde su escon-
drijo—, soy el cabo…
El hombre que les seguía cayó muerto al suelo. El
borboteo de la sangre aumentó. Había otro asesino.
Bajaron la escalera. Una chica llorando se interpuso
entre ellos y la salida.
152
—Han… matado a mi… padre… ustedes… qué clase de…
de monstruos sois –farfulló la chica desconsolada-
mente.
Gaelan hizo ademan de abrazarla para consolarla.
Su salvador adivinó un brillo metálico bajo el ves-
tido de la chica.
—Me llamo Chris —dijo su salvador. Agarró un cua-
dro y golpeó a la chica con él—. Apártate de ella.
El llanto de la chica se hizo insoportable. El
borboteo y la respiración trabajosa de los moribun-
dos cesaron por un momento. El llanto de la chica se
volvió inaudible y luego fue ahogada por la respira-
ción cada vez más trabajosa de los moribundos. Se
convirtió en un gruñido. Acuchilló al aire y luego
fue acuchillada por su propia arma. Chris le pusó el
cuadro y la cuchilla encima caballerosamente.
—Yo me llamo Gaelan.
Salieron de aquel valle de sangre y fueron a al-
gún lugar más tranquilo. Todo por una pelea con
Ilem. Habría acabado en una pelea a muerte entre
dos. Y no en una guerra civil contra ejecutores.
153
—Salí a cazar algo para comer –contó Chris— cuan-
do vi a toda la milicia reunida persiguiéndote. Mi
instinto me obligó a ayudarte. Soy una máquina de
matar.
—Para mí eres un salvador –en su voz no había
sarcasmo, sino agradecimiento. Buscaron a Ilem para
mutilarlo. El tiempo pareció pararse en todo lo que
estuvieron buscando. La gente se tiraba horas ha-
ciendo la misma cosa repetitivamente. Ilem probable-
mente matar. El despilfarro de sangre de la casa to-
davía resonaba en la mente de Gaelan. La gente tra-
bajaba en las cosas más cotidianas de la vida. Como
si nada hubiese pasado. Aquella fase atemporal ex-
traña ya había pasado. Iban a matar a Ilem.
—Disculpa —le dijo a Gaelan con educación— los
Juegos de Sacrificio…
—Lo sé –dijo con pesar—. Habrá guardias aposta-
dos en todas partes.
—Iré contigo otro día. Mataremos a Ilem.
—Le mutilaremos –corrigió Gaelan.
154
Los dos asesinos se despidieron y cada uno se
fue por su lado. Gaelan lo sabía todo. Había mentido
a los soldados de Aliizer Bugg. Él también estaba
involucrado en la estratagema de Khanssash. Ilem ha-
bía engañado a los gobernantes criminales del mundo
y sin darse cuenta él también estaba cometiendo un
delito.
Christopher anduvo deprisa. La leve brisa del
atardecer azotaba su cara y revolvía su pelo. Andan-
do a ese ritmo llegó pronto al castillo de Gibaín.
Una torre vigía antaño abandonada, estaba siendo
utilizada para administrar nombres.
El Maestro sería el hombre que dijese los nombres
del primer combate. El resto de la Orden, luchadores
y espectadores, estaría presente. Sería rápido. Los
Juegos se iniciarían ese mismo día. El límite de
tiempo antes del empate era del momento en que em-
pieza el combate hasta que anocheciese o fuese la
hora de comer. No era complicado.
155
Vio a Zarzai con Makerace y Rensif. Sonrió. Alii-
zer Bugg ya había llegado. Era la hora. Le tendió la
mano al rey dios y este correspondió al saludo.
El rey dios no era malo. Al principio, mataba a
los que se le oponían. Luego las cosas se tranquili-
zaron y Bugg era un buen rey dios.
—Próximo combate: Trrojz de Torrealta contra Zo-
cat de Lactora, la isla perdida —anunció el Maestro.
Torrealta tenía mejores luchadores que Lactora.
Lo más probable era que Trrojz ganase a Zocat.
El Maestro avistó a Chris en la lejanía. Ya ve-
nía. Trrojz y Zocat subieron a la plataforma en la
que el Maestro y Bugg se habían saludado amigable-
mente. Cogieron armas. Trrojz calentó —cosa que lo
calificaba buen deportista —mientras que Zocat lan-
zaba estocadas al aire calculando los sonidos que
producían. Se notaba su gusto por las armas ligeras.
Clic, clac. Clic, clac.
El oído del Maestro identificó una ballesta, el
cabestrante de una ballesta al recargar. ¡Un asesino
intentaba infiltrarse! Se oyeron gritos de mujer. El
156
Maestro y Bugg se tumbaron detrás de una protuberan-
cia de la plataforma. En esos tiempos, las cosas es-
taban preparadas por asesinatos y atentados en fes-
tejos.
Christopher estaba atemorizado al oír el cabes-
trante de una ballesta al recargar. Temía por Gae-
lan. Fue el primero en correr hacia la puerta, pero
también el único. Los demás se habían refugiado, y
si alguien más había salido ese era Carzo Zarzai. No
era Gaelan. Pero la imagen helaba la sangre en las
venas. Jed Dews y el resto de su grupo habían llega-
do después. Un compañero puso una cara extraña al
ver al máster tirado en el suelo con sangre en el
labio y un proyectil clavado en el costado. Para
alivio de algunos la herida era superficial.
Todos los compañeros de Dews y él miraron a un
luchador que ponía cara de «no fastidies».
— ¡Flup! –le regañaron los del Ba`yagé.
157
—Vi a su mujer –replicó Flup—. No podría verla
viuda. Era terrible y no sé cómo pero han vuelto de
Ykler.
Chris alargó la vista. Efectivamente, una mujer
estaba tendida boca abajo en el suelo mirando a su
marido.
—Hola –dijo el máster. La pierna del máster esta-
ba hendida en dos —. Soy Vürd, el máster. Sé por qué
sigo vivo. Mi mujer hizo retroceder a un ejecutor.
Flup asintió con la cabeza.
—A la horca, ¡intento de asesinato!
La voz de Zarzai acalló al guardia.
Todos se desplazaron al estadio. Trrojz y Zocat
se colocaron en sus posiciones.
—Que empiece el combate –dijo el guardia. Al ins-
tante Zocat estaba cuerpo a cuerpo contra Trrojz. Le
había arrebatado sus armas. Trrojz se alargó buscan-
do su espada. Zocat le inmovilizó incrementando más
fuerza a cada movimiento. Trrojz de Torrealta reptó
como una serpiente intentándose librar del abrazo de
Zocat.
158
Por un momento, Trrojz sólo se fijó en el rumor
del público animándole a matar a Zocat. Una patada
en el costado hizo rodar a Zocat de Lactora por los
suelos. Trrojz se agarró y se equipó de su espada
más la de su rival. Zocat se deslizó como un felino
reptando por el suelo. Trrojz no consiguió fijar a
su objetivo y recibió varios golpes en la cara por
la distracción de las voces del público. Un golpe de
suerte a favor de Zocat le hizo conseguir de nuevo
su arma. Ahora, Trrojz tendría una distracción a
parte de Zocat, el fervor del público.
Zocat le asestó un golpe seco en la mejilla.
Trrojz volvió a encargarse de su problema principal.
Una lluvia de estocadas y fintas cayó sobre Zocat
que iba retrocediendo poco a poco. El atributo de
Lactora paró forzadamente las ligeras y dolorosas
estocadas, sabiendo que el más nimio de los fallos
que cometiese conllevaba la muerte. Otra fuerte es-
tocada cayó ligera como una gota de lluvia sobre su
espada que estaba empezando a partirse. Trrojz lanzó
la espada buscando un poco de suerte pero esta gota
159
de esperanza nunca existió. El público ovacionaba
ahora a Trrojz por sus osados movimientos. A Trrojz
le pareció ver unos ojos vidriosos en Zocat pero,
por desgracia, era sólo una ilusión. El lanzamiento
de su espada nunca sirvió.
Zocat no tenía los ojos vidriosos, lloraba de
ira. Se sentía traicionado por el público. Lanzó los
mejores golpes de espada que sabía ejecutar, pero
Trrojz se movía a la velocidad del relámpago. Él no
podía lanzar estocadas a la velocidad del atributo
de Torrealta. Sin darse cuenta estaba haciendo re-
troceder a Trrojz hacia donde yacía su espada.
Trrojz esquivó un golpe y se apoyó contra la pared
del estadio circular. Esquivó otro golpe que Zocat
le proporcionaba. La espada semi rota chocó contra
la pared y cayó al suelo hendida en dos partes.
—Disculpad —dijo Trrojz con respeto al agarrar su
espada. Sin sarcasmo, solo era caballeroso. Alzó la
espada e hizo que Zocat se arrodillara. Alzó la es-
pada todavía más alta y la dirigió hacia el pescuezo
160
de Zocat. En el último momento Zocat lo esquivó y
agarró su espada rota.
—Discúlpeme usted a mí —se burló Zocat. Trrojz
imitó a Zocat. Se apartó. Hizo una finta y descargó
los mejores golpes que pudo.
Una ligera llovizna cayó sobre ellos. La tierra
se ennegreció hasta parecer barro o tal vez serlo.
Las paredes caladas de agua se volvieron negro aza-
bache. Zocat resbaló. Trrojz esta vez sí, le cortó
la cabeza. El cuerpo de Zocat cayó al suelo causando
no gran estrépito. Su cabeza se unió al estadio como
una piedra más.
—Trrojz de Torrealta es el vencedor –proclamó el
Maestro. Velaron por el difunto Zocat e hicieron un
pequeño festejo por el primer combate.
Christopher presenció el encontronazo carente de
emoción. A él le gustaba matar, no presenciarlas. El
festejo no había sido largo, sucedió en mesas en las
que cabían una docena de personas o el doble catorce
escalones debajo de la sala del trono (evidentemente
161
ocupado por Aliizer Bugg). Bugg llamó a un bufón.
Chris salió del estadio y del castillo. Buscó a Gae-
lan. Ilem iba a ser mutilado según había dicho Gae-
lan. Chris «necesitaba» matar. Se internó en la es-
pesura que separaba la costa del centro. Caminó du-
rante horas en busca de una sombra algún clic, clac.
Clic, clac o un Tuang—sssss que sus oídos pudieran
identificar.
Silencio. Un silencio sepulcral y siniestramente
peligroso se cernía sobre la espesura.
— ¡Ahhhhhhh! –unos gritos de guerra resonaron por
la espesura. ¡Todo un campamento Hy`shuy se le venía
encima!
La tribu de Hy`shuys avanzaba imparable por la
espesura.
Tuang-sssss. Llevaban buenas armas. Clic, clac.
Clic, clac. Un humano medio animal cayó. Era una
tribu Mestiza. Otro ser irracional cayó. Un arquero
estaba clavando virotes en los cuerpos Mestizos. Es-
caló el árbol más cercano y saltó a otro. Gaelan se
giró y le saludó.
162
—He descubierto los planes de Khanssash –informó.
—Soy todo oído.
—Aliizer Bugg adora Nesolia. Y Khanssash también.
Pretende ser rey dios.
Rey. Solo rey. Sin esa ínfula de dios que se pro-
clamaban los reyes a sí mismos. Por gobernar casi
todo el Mundo Tangible, a pesar, de que haya más no-
bles al servicio de sí mismos que al del rey.
»Hy`shuy, nobles, montañeses, férnilos y Mestizos
a su servicio, es todo lo que he oído –dijo Gaelan.
—Los Hy`shuy son los más débiles –dijo Chris.
—Han matado al barón Hatov, primo de los Gywe –
dijo Gaelan. Era su forma de decir que eran peligro-
sos.
—Y a…
—Gimlard, un hombre…
—…serpiente que era mi amigo –completó Chris.
—Lo siento.
Christopher ladeó la cabeza. Los Hy`shuy obede-
cían órdenes de un mayor. Le resultó familiar y a
Gaelan le recorrió un sudor frío.
163
—Ilem –murmuró.
Saltaron del árbol y caminaron sigilosamente ha-
cia el sargento. Este ladraba órdenes como un loco.
El ejecutor lanzó un guijarro blanco al Hy`shuy más
cercano. Otro guijarro blanco recorrió el aire di-
recto hacia Ilem. El objetivo se apartó y se alejó
del grupo.
«Perfecto –pensó Chris—, justo donde queríamos»
Tuang—sssss. Gaelan condujo a varios hombres a la
muerte y después lanzó otros tres guijarros. Ilem se
hallaba no muy lejos del cauce de un río. Otro gui-
jarro, esta vez negro, flotó en el aire y rebotó
contra Ilem que cayó sobre una roca. Chris y Gaelan
agarraron dos guijarros negros y comenzaron a matar
a pedradas al hombrecillo infeliz.
—Muere… infeliz –dijo Gaelan con una voz curtida.
Amorataron los ojos de Ilem y con una espada tra-
zaron cicatrices con forma de equis y flechas. El
fino pelo castaño de Ilem caía en cascada a sus hom-
bros. Pronto ese pelo acabó en el suelo totalmente
164
enredado. Los ojos amoratados de Ilem suplicaban
piedad.
»Me deberías haber dado otra oportunidad. Ahora
muere.
Otro guijarro golpeó la cara de Ilem. A Chris le
gustaba cargarse personas, pero no de ese modo. Le
dio dos pedradas más y le hizo un tajo ascendente
que cruzaba la yugular. Un baño de sangre inundó el
cuerpo del difunto. Sus pulmones, seguramente estu-
viesen cargados de sangre y una vez en la Vida Eter-
na, en el Paraíso, sus peores pesadillas serían
aquellos guijarros blancos. Los negros golpeando su
cara, y el rasgar de las cotas de malla. Sobre todo,
los guijarros acabando con su vida, golpeando su ca-
ra.
A Chris le hubiese gustado ejecutar directamente
el tajo que cruzaba la yugular de ese hombre, pero
Gaelan no se lo había permitido. Gaelan había dejado
claro que nadie jugaba con él, él jugaba con ellos.
El final de Ilem, había sido también la venganza de
Gaelan.
165
Gaelan envainó la espada y miró a Chris.
—Ángel Caído, ese eres tú —dijo.
—Solo
Los golpes y cicatrices eran justicia y el tajo
final piedad. Acabar con su vida redimiéndole de una
muerte lenta.
166
9
El Fin De Glasdus
ter se había permitido el lujo de que
otro participase en los Juegos en su lu-
gar. Christopher había sido el elegido por
Khanssash. Utter también se había permiti-
do ese lujo. Alguien fuerte pero poco im-
portante, Me. Mequino Gorgol. El luchador.
Me Gorgol. Yter gozaba ahora de un profundo sueño en
el que soñaba:
Los Juegos de Sacrificio han comenzado, la vuelta
atrás es inexistente, imposible. Los atributos de-
ben saltar a la arena. El primer combate de Trrojz
contra Zocat muy empatado en el que al final la ca-
beza de Zocat rueda por los suelos. Yo debo salir a
luchar contra Carzo Zarzai, el famoso asesino de Ne-
solia. Todo por un sabotaje. Lucho con calma pero
con la certeza de caer de bruces y no sentirlo por-
Y
167
que he perdido la sensibilidad, porque he muerto. Me
muevo a un lado y luego interpongo mi acero ante el
de Zarzai. El sabotaje ha hecho que los atributos de
Nesolia peleemos contra los representantes de nues-
tro propio país. El combate empieza con el fin de la
frase del sargento Ilem, tras la muerte del Maestro.
Zarzai oculta sus pisadas y su cuerpo nada más empe-
zar el combate. Me muevo y un sablazo corta el aire
al lado de mi cabeza. Respiro aliviado y trago sali-
va sabiendo que esa pelea lleva atados con gruesas
sogas esos peligros.
Yter se movió en sueños, parpadeó aturdido en
sueños y volvió a cerrarlos… tal vez para siempre.
Un golpe en la tripa me deja aturdido y caigo al
suelo con la respiración entrecortada. Me levanto
entre jadeos e interpongo mi espada parando otra
perfecta estocada del rival. La arena se levanta
ayudada por el viento. Respiro profundamente inha-
lando arena. Lanzo un cuchillo arrojadizo al ejecu-
tor que trastabilla esquivando sus golpes. Carzo se
echa a la boca un diente de ajo y una de las bolitas
168
de patatas que lleva en un pequeño cinto. Yo aprove-
cho para atacar. Zarzai se mueve hacia un lado. Me
Gorgol lo observa desde las gradas. La zaga de Zar-
zai se debilita a cada golpe. Yo jadeo de emoción.
El rostro de Zarzai se aja al ver un cuchillo arro-
jadizo volar por el aire. Meridano Gorgol tuerce el
rostro en una mueca de horror al ver el cuero cabe-
lludo de Carzo ensangrentado. Yo recibo con euforia
el abrazo de las voces del público. La arena se
vuelve a elevar por los aires y a penetrar por las
narices de los rivales. Carzo tose sangre y muere
ahogado por la arena y mi mano desnuda apretando su
cuello. Zarzai muere. De pronto un flechazo atravie-
sa mi pulmón.
— ¡Trampa! ¡Tramposos! –grita el dueño del viro-
te.
Siento que mis pulmones revientan y se inundan.
Chillo involuntariamente y voy perdiendo la nitidez,
oigo un pitido muy agudo incesablemente. Me ha desa-
parecido. Todo ha desaparecido. Solo veo blanco. Mi
cuerpo ya no respira y he perdido completamente la
169
sensibilidad y entonces voy ascendiendo hacia el
cielo o… al infierno.
Yter se levantó gritando y empapado de sudores
fríos. Jadeó y se estiró temblando. No es justo.
Siempre que Yter ganaba una pelea en sueños, siempre
acababa muerto. ¿Por qué? ¿Por qué el codicioso de
Khanssash era superior? No entendía por qué.
— ¡Yter! —Utter le llamaba dándole bofetadas—.
Despierta, dormilón.
Yter saltó de la cama, se vistió y miró por el
ventanal. El sargento Ilem hablaba con Khanssash.
Esos miserables Ilem y Khanssash no se merecían sus
puestos. Habían traicionado a Bugg y era casi seguro
que una docena de hordas Hy`shuy estuviesen atacando
la Casa de Bugg. Y también la Mansión Gywe. Los Gywe
estaban con Bugg. Ahora mismo él era un infiltrado,
él trabajaba con Aliizer. Nada de Khanssash. Se iba
hoy. Utter lo acompañaría.
—Adelante –dijo Yter ya dispuesto a irse.
Bajaron y salieron por la puerta trasera. Se fue-
ron.
170
Bugg había contemplado las muertes de sus solda-
dos. Tanto tiempo de paz no podía ser tan bueno. No-
lin de Gywe ladraba órdenes a los soldados y Ulaine
el general supremo peleaba con fiereza. El general
supremo Ulaine y Nolin de Gywe defendían a Aliizer
IX de Bugg. Un Hy`shuy lanzó una flecha a la venta-
na. Utter e Yter vendrían.
—La planta baja esta libre, han matado a todos
menos a algún noble que se haya escapado –informó
Nolin de Gywe.
—Tu hermana, Natalye de Gywe está bajo nuestra
protección –aseguró el general supremo Ulaine.
El señor Gander de Gywe estaba en Ykler luchando
contra Glasdus. Y Natalye, Nolin y Cesia de Gywe es-
taban protegidos por el general supremo Ulaine y el
propio Bugg. Cesia y Natalye estaban en uno de los
pasadizos del castillo. Todos los que quedaban se
recluían en la sala del Trono.
Ulaine arrebató la vida a tres hombres y cerró la
puerta.
171
—Nolin ayúdame a mantener fuera a los Hy`shuy –
dijo Ulaine.
Aliizer IX de Bugg ejecutó un hechizo de blo-
queo en la puerta. Un arco se clavó en la puerta.
Dos hordas de soldados se prepararon esperando una
orden del rey dios Aliizer IX de Bugg o del general
supremo Ulaine o incluso del señor Nolin de Gywe.
Nolin pensó en Gander de Gywe, su padre matando
a Glasdus. Eso le dio fuerzas. Cuando el corazón de
Glasdus hubiese dejado de latir, Gander y sus tropas
les ayudarían. Otra flecha se clavó en la puerta. Se
oyó un salpicón de sangre rebotando contra las pare-
des. Toc, toc.
— ¡Abrid! –gritó alguien tras la puerta.
— ¿Quién es?
—Soy el barón Hatov –dijo.
—Entonces está muerto –dijo Nolin de Gywe.
— ¡Me van a matar!
—Abrid –ordenó el rey dios –si es otro usurpador
Hy`shuy matadlo, preparaos.
Abrieron la puerta y dos soldados cayeron.
172
—El barón Hatov es un usurpador y no le mataron –
dijo el general supremo Ulaine.
— ¡Maldita sea cerrad la puerta! –dijo un soldado
antes de pasar a soldado difunto.
Me Gorgol era uno de los soldados. Me era fuerte
pero herrero. Mató a un soldado y después se ocultó.
—Cargaos a Hatov –ordenó Aliizer IX de Bugg.
Hatov salió corriendo a la planta baja del casti-
llo. Los Hy`shuy le imitaron. Un mago apareció blan-
diendo una espada de poder.
—Tienen a Jo, la espada mágica –gritó un soldado
antes de acabar masacrado por Jo.
Nolin, Ulaine y Aliizer saltaron por un pasadizo
secreto. Un hatajo de idiotas Hy`shuys se puso de-
lante del hechizo de Jo.
El general supremo atrajo a los soldados de los
dos escuadrones y entraron en el pasadizo. Cesia y
Natalye de Gywe estaban allí. Cerraron las puertas
tras de sí. Eran solo dos veintenas de hombres.
Tuang—sssss.
—Tardarán días en derrumbar la puerta.
173
—Tienen a Jo –dijo Nolin de Gywe.
—Entonces recemos –dijo Aliizer IX de Bugg.
Esperaron a que sucediese algún milagro en Gi-
baín.
Gander de Gywe luchaba contra los piratas de
Glasdus. Yurik y Povic luchaban con él. Glasdus mató
a tres hombres de una estocada. El escuadrón Acero
había caído al instante pero la Horda del Nono, he-
cha en honor a Aliizer IX de Bugg, no. El escuadrón
que manejaba el ujier del palacio de Ykler permane-
cía en pie. El ujier era Jastro que ahora luchaba
contra Glasdus. Jastro lanzó una estocada ligera pe-
ro Glasdus lo esquivó y cortó la aorta y en un tajo
ascendente la yugular. Jastro murió tosiendo sangre.
Glasdus solo disponía de una docena de piratas.
Glasdus era temido y Jastro acababa de entender por
qué. Yurik mató a un cuarto de los soldados que que-
daban. Povic a otro cuarto eso le llevaba a tener
que matar a media docena de piratas y a Glasdus. La
Horda del Nono había perdido a la mitad de hombres
174
que los piratas. Gander de Gywe había comprendido ya
el ritmo de las peleas. Giro e inmovilización. Tajo
ascendente y puñetazo. Patada en la tripa y puñeta-
zo. Corte y defensa. Todo tenía su propia canción. Y
su propio ritmo. Jadeó y mató a dos hombres. Una es-
tocada le pasó a medio centímetro de cortarle la ca-
beza. Otra a un cuarto. Y no hubo otra. Povic jadea-
ba contento y esbozaba una sonrisa satisfactoria. Le
tendió la mano. Yurik le ayudó a defenderse. Gander
desenvainó de nuevo y mató a otros dos hombres. El
resto, incluido Glasdus les habían acorralado. Po-
vic, Yurik y él suspiraron.
—Vosotros ganáis —se rindió el señor de Gywe.
—Tirad las armas —les ordenó Glasdus.
Povic y Yurik nunca se rindieron. Mataron a to-
dos los soldados de Glasdus pero Povic cayó primero.
Glasdus avanzó un poco y posó su cuchillo en la gar-
ganta de Gander de Gywe. Yurik gritó y tiró a Glas-
dus al suelo. Yurik era un mago profeta además de
gran luchador de la Horda del Nono. Rodaron por el
suelo.
175
—O le matas ahora o todos tus amigos y familia-
res morirán –profetizó Yurik.
Glasdus estaba bocabajo. Y él tenía un cuchillo
en la mano. Avanzó un paso y cortó la piel del pira-
ta. No quiso clavar el cuchillo.
—Mátalo —ordenó Yurik—.O si no voy a morir.
Le tembló la mano, clavó el cuchillo en el cos-
tado y lo retorció. A Glasdus le dio una infame ra-
bia sentir el cuchillo retorciéndose. Gander de Gywe
destripó al pirata y le rajó el cuello. Glasdus es-
bozó una sonrisa amarga.
—Morir no esta tan mal. Nunca… pensé que hoy se-
ría mi último día. ¿Quién lo iba a decir? –dijo an-
tes de morir.
—Yurik, volvemos a Gibaín. Rescatemos a Aliizer
IX de Bugg y a los Gywe.
Yurik asintió. Recogieron armas y acudieron a la
costa. Alquilaron una barcaza y regresaron a Gibaín.
—Glasdus, el temido, el pirata ha muerto –comentó
Gander de Gywe.
Avanzaron lentamente por las aguas.
176
Al llegar desembarcaron y corrieron a la ciudad.
Había indicios de una avanzadilla de Hy`shuys avan-
zando. Cruzaron el Puente Real de Oriente a toda
prisa. Gander conocía con detalle todos los pasadi-
zos secretos del castillo. Povic, uno de sus hombres
de confianza había muerto a manos de los piratas, o
del pirata.
Sobornaron al guardia y entraron. La planta baja
estaba repleta de Hy`shuys felices por su cacería.
Pasaron inadvertidos gracias a la sombra de las ri-
gurosas estatuas de mármol. Subieron las escaleras
agachados y en ocasiones, fingiendo ser dos de los
cientos de cadáveres.
En la planta de arriba un mago manejaba la espada
legendaria, Jo. Yurik le ahogó y dejo a Jo en el
suelo. La vida importaba más que una espada que solo
podían coger los grandes magos. Distinguió un pasa-
dizo marcado por una gota de sangre. Que astutos los
Gywe. Lamentó no haber traído tropas. Uno o dos mi-
llares de soldados poblarían la planta baja en cuan-
to mandasen soldados. Si es que al poderoso noble
177
que había mandado Hy’shuys se le antojaba. Abrió el
pasadizo y él y Yurik entraron antes de que los
Hy’shuys se enterasen de la caída del gran mago que
manejaba a Jo. Cerró la puerta tras de sí. Nolin,
Cesia, Natalye de Gywe y el general supremo Ulaine
los saludaron. Aliizer IX ya había visto que sólo
venían dos.
— ¿Cómo diablos les venceremos? Los refuerzos
son Khanssash y los suyos. Me temo lo peor y Khans-
sash no lo sabe –dijo Aliizer IX de Bugg.
Gander de Gywe supo que esta vez no había escapa-
toria, la familia de los Gywe podía desaparecer.
—Luchemos. Tenemos a Jo –dijo Nolin de Gywe.
—Pero a nadie para empuñarla –replicó el general
supremo Ulaine.
Nolin abrió el pasadizo. Tenía la sangre de un
verdadero guerrero.
— ¿Quién me sigue?
El general supremo Ulaine levantó la mano. Gan-
der, su padre también. Un grupillo de cinco soldados
del escuadrón del Nono le seguían.
178
—Peleemos –dijo Nolin de Gywe.
Cesia, Natalye y el rey serían protegidos por los
soldados del escuadrón. Un noble se les había unido.
Seis personas contra tal vez millares de Hy`shuys.
Era un suicidio. Uno a gran escala.
— ¿Alguno es mago poderoso? —preguntó Gander.
El noble que se había unido era un mago, no le-
gendario ni mucho menos. Pero era una pequeña ayuda.
Yurik les seguía. Era uno de los seis.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó Yurik al noble.
—Soy Fergus. Vengo de la tierra.
Fergus, Yurik, Gander, Nolin y el general supremo
siempre acompañado por un soldado bajaron las esca-
leras cautelosamente. Un Hy’shuy fue ahogado y su
cuerpo ocultado. Yurik era el más adelantado. A la
señal disparó un cuchillo arrojadizo al guardia más
apartado. El guardia encargado de escoltar a Ulaine
parecía nervioso. Su rostro estaba cubierto por una
gruesa tela.
Se retiró la tela para coger un poco de aire. Me-
ridano Gorgol. Nolin le reconoció al instante. Yurik
179
avanzó más. Un poco más. Se puso al lado de un
guardia.
—Hola —susurró. Acto seguido le mató sin darle
oportunidad para engendrar al más mínimo sonido.
Todos se pusieron a su altura. A eso se le podía
llamar matanza: avanzar sigilosamente matando a cen-
tenares de personas.
Se tiró al suelo hacia el general supremo Ulaine.
Miraron la estructura del techo, con vigas de made-
ra. Esa cámara tenía recovecos en lo alto del techo.
Sin duda, estaba preparada para espías. Un espía
lanzaba bolas acabadas en punta, seguramente envene-
nadas. Otro cuchillo arrojadizo voló hacia el espía.
Se cayó sobre el recoveco aparentemente dormido, pe-
ro en realidad muerto. Los Hy`shuys les habían des-
cubierto.
Tuang-sssss. Meridano volvió a salvar a Ulaine de
la mortífera flecha de un arco carsoliano. Povic era
un experto en homicidios y magnicidios. Pero había
muerto junto a Jastro, el ujier, contra Glasdus aho-
ra muerto. Un Hy`shuy corrió, espada en mano, direc-
180
to a ellos. Nolin de Gywe también corrió hacia él.
Se agachó esquivando la estocada enemiga y asestando
un golpe letal en el corazón.
Gander y Yurik se unieron a él. Me y Ulaine se
limitaron a matar a los hombres que pasaban la zaga
que Yurik, Gander y Nolin les proporcionaban. Fergus
creó una barrera defensiva. Era endeble y fina pero
aguantaría lo suficiente para poder matar a los es-
pías apostados en el techo sin que ellos les mata-
sen. Ulaine lanzó otro cuchillo al espía más próxi-
mo. Este no moría.
— ¡No merecéis ni que os diga mi nombre para po-
der maldecirme cuando tengáis una espada clavada en
el costado! ¿Me oís pequeños usurpadores? Al Nono
ni una pero para vosotros todas –dijo Nolin de Gywe
matando al último Hy`shuy de las escaleras.
El general supremo vio una sombra. ¿Era Khans-
sash? ¿Los rescataba o venía para matarles?
181
Cesia y Natalye no aguantaban más tiempo en ese
refugio. Aliizer IX de Bugg se movía nervioso. Tam-
poco parecía gustarle aquel lugar.
Se abrió la puerta trasera del pasadizo. Yter y
Utter venían para salvar al rey.
—Cien montañeses con nosotros –dijo Yter sonrien-
do.
—Gander de Gywe y su hijo están con Meridano Gor-
gol y con el general supremo Ulaine. Un noble mago
que se hace llamar Fergus va con ellos. Matando –
aclaró la señora de Gywe.
—Entrad por la puerta delantera. Asestemos un
golpe a traición –propuso Natalye de Gywe gesticu-
lando con las manos.
El Nono aprobó la propuesta pero él no podía
arriesgarse. Los Hy`shuy no eran tontos. Cesia y Na-
talye estarían con él. Pero… en el exterior. Nada de
pasadizos y refugios. Yter y Utter salieron con los
que restaban del escuadrón del Nono. Los montañeses
no se andaban con chiquilladas. Habían asistido a
182
los problemas menos nimios que habían surgido en el
Mundo Tangible.
Yter dirigió a los soldados. Con una seña todos
se movieron a paso ligero pero silencioso. Dos colo-
caron paja en la puerta cerrada del castillo. La
prendieron usándola como combustible para quemar la
puerta de madera. Corrieron hacia atrás y escucharon
la agonía de los Hy`shuys que morían quemados. Apa-
garon el fuego y derrumbaron lo que quedaba de la
puerta. Tres hombres murieron aplastados por el peso
de la puerta.
Los montañeses atacaron derrumbando o masacrando
todo con lo que tropezaban. Todas las piedras del
camino. Yter atacaba en la vanguardia con fervor.
Utter se quedó en la retaguardia curando a los heri-
dos. Tuang—sssss. Un virote se clavó en la coraza de
uno de los montañeses. Nolin de Gywe y Gander de
Gywe acompañaron al general supremo y a su escolta
reducida a un solo hombre a seguir a Fergus que co-
rría hacia los montañeses. El mago había generado
183
una gran protección en torno a ellos. Un hombre sa-
lió volando, literalmente, hacia atrás.
Les había quedado claro que Khanssash podía ser
acusado de traición. Khanssash era un usurpador. Él
conocía los pasadizos y podría obligar a Aliizer
Bugg a cederle el puesto. Me divisó a Khanssash en
la lejanía. Escapaba hacia la entrada del pasadizo.
Me avisó a Yter del peligro inminente.
Los dos corrieron cruzando el Puente Real de Oc-
cidente. Khanssash no les quedaba muy lejos. Un cu-
chillo arrojadizo se clavó en su coraza sin llegar
si quiera a hacerle un rasguño. El también cruzaba
por el largo Puente Real de Occidente. Su pesada ar-
madura podía ahogarle. ¿Sería esa su perdición o ga-
naría el puesto de rey? Ahora mismo la traición no
importaba. Lo que realmente importaba era la salud
del rey.
Sin duda pasar de nuevo por la adaptación del
Mundo Tangible al nuevo rey dios no podía significar
otra cosa que muerte.
184
10
Salvación O… Perdición
os Juegos de Sacrificio no continuarían
hasta que hubiese un rey dios claro. Era
imposible celebrarlos en aquellas condicio-
nes. Matones de las diferentes hermandades
vigilaban todos los Puentes Reales y puer-
tos. Nadie debía irse de la isla. Cualquie-
ra podría tomar papeles en el asunto. Dos guardias
estaban apostados en el Puente Real de Occidente.
Christopher los tenía en frente. Los matones de las
hermandades se distinguían de los guardias por los
ropajes y armas. En los puertos había callejeros ma-
tones y en los Puentes Reales había guardias. Pre-
tendían tener la ciudad perfecta, la isla perfecta.
Pero nadie podía vigilar a las sombras. Nadie podía
vigilarle. Sobornar a los matones era fácil. Y a los
guardias había que matarlos. Su plan era infiltrar-
se en el castillo matar a Khanssash y pirarse. Los
L
185
Puentes Reales estaban muy bien vigilados. Pero no
vigilaban las aguas del río Klin. Daban por hecho
que cualquiera que hubiese perdido el juicio inten-
taría pasar por el río Klin, actualmente de alto
caudal, sería arrastrado y moriría ahogado. Pero
afortunadamente Chris lo había perdido hacía tiempo.
Además, ¿cómo arrastrar a una sombra? Era un suici-
dio. Que los guardias cayesen “accidentalmente” era
fácil. El Puente Real de Oriente estaría despejado.
Él prefería lo arriesgado, aunque en cualquiera de
los casos encontraría riesgos. Los férnilos los re-
servaban para las guerras y conflictos, aprovechando
su inteligencia e instinto para sobrevivir. Escudri-
ñó el extraño color del río Klin. Se deslizaba por
debajo del Puente Real de Oriente, Resultaría una
bendición para cualquier hombre que no hubiese bebi-
do en más de dos semanas, a excepción del color.
Se dejó caer al rio. Olvidándose por completo de
camuflar el sonido. Total los ignorantes guardias
creerían que un gran pez estaba en el río Klin e in-
tentarían pescarlo y pescarían su muerte. Nadó hacia
186
la primera columna del Puente Real de Oriente. Se
encaramó a ella para no ser arrastrado. Buceó y nadó
hacia la segunda. Se encaramó a ella aferrándose con
toda la fuerza que tenía. El Klin le hacía sufrir la
presión del agua contra la columna. Cogió aire y
volvió a bucear. El agua apestosa le hacía situarse
bajo el puente. Él se encaramó a la siguiente colum-
na. Sucedió eso sucesivamente. Hasta que llegó a la
orilla. Un guardia le vio y avisó al segundo. Murie-
ron en el acto. Chris no debía arriesgarse. Arrojó
los cuerpos al río Klin. Corrió y se ocultó. Khans-
sash corría y tres personas le perseguían. Iban ha-
cia una pared. ¿Pretendían atravesarla? No podía ser
una cosa tan absurda. Debía de haber un pasadizo o
algo así. Se quedo para verlo.
Les siguió de cerca, espada en mano. Khanssash le
pegó una patada a una piedra y pateó el suelo. La
pared se abrió como una puerta. Distinguió la figura
del Nono y de dos doncellas de prestigio encerrados
en el pasadizo o tal vez no estuviesen escondidos
sino refugiados… ¡Eso es! Refugiados. Corrió adelan-
187
tando a los tres hombres. Ellos también parecían ser
de prestigio.
Khanssash pretendía matar a Aliizer IX de Bugg.
Una bola de fuego se formó en la mano de Chris. La
magia se iba desarrollando en su interior con el pa-
so del tiempo. La lanzó contra Khanssash. Una oreja
ardió y se consumió sin más. La sangre cayó a borbo-
tones por su cabeza. El fuego mágico se propagó se-
gún su deseo. Su otra oreja se desintegró bajo el
poder del fuego. Khanssash soltó un alarido y se
arrodilló involuntariamente. Aliizer le propino dos
bofetadas sin importarle en absoluto los hilos de
sangre que recorrían su cara, con un pañuelo se lim-
pió la sangre de sus manos.
Los tres hombres llegaron a su posición en un
santiamén. Los dos empapados en sudor. Parecían a
punto de desfallecer.
—Soy Nolin hijo de Gander, señor de Gywe – se
presentó el primero, él también se había unido en el
último momento, su buena forma le había permitido
alcanzarlos.
188
—Soy Yter, mano derecha de Aliizer IX de Bugg –se
presentó el segundo.
—Soy Meridano Gorgol, Me, el herrero y luchador
de los Juegos de Sacrificio –se presentó el último.
Chris lanzó otra bola de fuego al usurpador. Vol-
vió a rugir esquivando la nueva bola de fuego. Chris
comprendió que aunque él era casi invisible, el fue-
go no. Khanssash miraba hacia su posición fijamente.
Cambió de posición situándose detrás de él. Onduló
el aire y Khanssash salió despedido hacia adelante.
El usurpador desenvainó y lanzó una estocada a cie-
gas a Me. Este la esquivó y desenvainó. Tensó sus
músculos advirtiéndole del poder que poseían. Khans-
sash volvió a atacar. Erró y acabó pillado por los
protuberantes bíceps de Gorgol. Yter y Nolin le ayu-
daron a sostenerlo. Este gritaba y maldecía en voz y
en grito. Me apretó más los brazos. Christopher se
hizo visible.
—Tú. Tú serás el primero en morir –dijo Khans-
sash.
—Me parece que vas a morir antes –bromeó Chris.
189
Chris le ató una cuerda en el pie.
—A pescar –gritó.
Lanzaron a Khanssash al río Klin. Ataron la
cuerda a un barrote del puente y abandonaron a
Khanssash. El agua era profunda. Acabaría ahogado.
Era lo más probable.
Natalye y Cesia de Gywe salieron con el Nono. No-
lin las saludó y caminó en busca de Gander. Chris se
marchó en busca de Laney y Trebo para librar esa ba-
talla. Al llegar a la taberna en la que estaban aco-
gidos llamó a Trebo y a Laney.
—La última vez que el Lado Oscuro emergió de las
aguas que habita, hubo un proceso llamado, el Ciclo
de la Muerte –contó Trebo—. No se completó por la
mudanza interdimensional de una muchacha.
—Lo profana el Lado Oscuro, eso explica la muerte
de Gimlard. En Keyl hemos detectado amenazas por
grandes indicios de magia –continuó Tobilklo Laney.
—En cuanto todo esto acabe debemos vigilarle. Se
lo hemos encomendado a Makerace, Iata, Rensif y a
Carzo.
190
Salieron de la taberna y corrieron hacia el Puen-
te Real de Occidente. Al alcanzarlo cruzaron por él.
La entrada estaba infestada de cuerpos caídos. La
mayoría Hy`shuys. Los montañeses lanzaban flechas y
mataban. Debían de ser unos setenta o por ahí. Un
soldado les saludó. Era el general supremo Ulaine, a
su lado Yurik, fiel amigo de Gander Gywe.
—Disculpad, ¿queda algún enemigo? –preguntó Trebo
con sarcasmo.
—Planta de arriba.
Subieron todos. Tuang—sssss. La bala voló hacia
Yurik que la esquivó con una facilidad insultante.
Chris lanzó una bola de fuego. Dos brujos cayeron al
suelo, muertos. Trebo lanzó cuchillas a trancas y
barrancas. Chris mató a otros dos brujos. Una espada
desprendía un haz de energía.
— ¡Chris, no la cojas! –gritaron todos.
Este no les hizo caso. Estalló en llamas todo a
su alrededor. Los enemigos se desplomaron muertos
sobre el suelo.
191
—Se ha ido –lloró Laney. Antes de ver que todos
los cuerpos a su alrededor estaban tendidos en el
suelo.
Los siguientes minutos fueron eternos. Dos enemi-
gos saltaron del techo y le intentaron matar. Laney
se agachó y les mató. Yurik, Gander, Trebo y Me no
podían estar muertos, y Chris no podía haberse suma-
do. La cantidad de energía mágica había matado a to-
dos. Bajó a la planta baja. Una estatua se alzaba en
el medio de la estancia.
Reconoció sus rasgos, eran los de Christopher.
Rompió toda la piedra. Un cuerpo cayó. Parecía elec-
trificado. Su ropa rezumaba de magia. Los cuerpos de
sus amigos yacían más allá. El corazón de Chris la-
tía. El de los demás también pero a una velocidad
mucho más lenta. Pidió ayuda. El Nono apareció con
Nolin, Cesia y Natalye de Gywe.
— ¿Qué ha pasado aquí? –exigió saber el rey.
—Jo –respondió Laney atemorizado.
—Esa maldita espada.
192
Alzaron a Chris recibiendo fuertes descargas. Le
soltaron metiéndole en una especie de vitrina metá-
lica grande. Los demás cuerpos fueron colocados al
lado. Así los trasladaron a otro lugar. Dos montañe-
ses se habían convertido en supervivientes. Los ayu-
daron y luego volvieron a su turno.
Lo llevaron a la taberna. También había muertos
tendidos en el suelo. Al estar cerca, Gander y el
resto de gente como él, sobrevivieron como Chris, Un
escudo se podría haber proyectado protegiéndoles.
Tendieron a los heridos en la cama de la habitación.
El Maestro y los demás exclamaron sorprendidos.
Carzo examinó a Chris y maldijo.
— ¿Qué imbécil ha llevado a Jo?
—Los Hy`shuy.
— ¿Khanssash, ha conseguido el trono? –preguntó
Qetniss Keyl.
—No –dijo Aliizer IX de Bugg.
Rensif ejecutó varios hechizos. Pero era imposi-
ble, rebotaban contra el halo de brujería que des-
prendían los cuerpos.
193
Trebo lo animó. El elfo ejecutó el mismo hechizo.
Volvió a rebotar.
—Esto no debería estar pasando –murmuró el Maes-
tro –el Lado Oscuro…
Qetniss intentó con su hechizo más poderoso, pero
¿quién sería capaz de inhabilitar la energía de la
esencia del mal? Nadie.
Chris yacía completamente paralizado en una pose
heroica, debía de tener a Jo entonces. Trebo contem-
pló una carta en la repisa de la habitación.
CURA DE ACCIDENTES:
Os voy a comunicar varios hechizos:
*Galán de hoja punta, contempla el sol en su hora
punta.
*Tremenda criatura, picadura mortal cuidado con
el veneno que no te cura.
El resto se había quedado borroso. Se lo enseñó a
Keyl. Este pronunció los dos, la segunda hizo que
Chris y los demás abriesen los ojos. Se incorporaron
lentamente.
194
—Jo, es terrible pero no debemos abandonarla, es
la clave. Sacrificios se requieren –murmuraban to-
dos.
— ¡Cuánta razón tienen! –dijo Nolin de Gywe.
—Jo matará al Lado Oscuro, pero se requiere un
sacrificio –completó Keyl.
—Seré yo. Pero deseo que el mundo me recuerde –un
hombre fornido y con la barba descuidada entró por
la puerta.
— ¡Gaelan! –saludó Chris.
—Hola –saludó el ejecutor.
El resto de la Orden desenvainó. Chris les calmó.
Gaelan había venido a vincularse a la Orden.
Pasó un rato y Gaelan recitó las palabras para
unirse a la Orden. La Orden era muy numerosa, pero
algunos morirían como lo había hecho Gimlard.
Laney, Chris, Trebo, el Maestro, Carzo Zarzai,
Makerace, Iata, Hugo, el gólem; Qetniss Keyl, Ren-
sif. Todos miembros de la Orden del Deseo Ardiente.
— ¡ODLAR—ARDIENTE! –exclamaron al unísono.
195
Saltaron por la ventana. Un gritito los había
asustado.
Unas garras esqueléticas agarraron a una señora
que iba por la calle. Ella gritó pero la calavera
del esquelético la destruyó.
—Imbécil disfrazado, deje ya sus bromas –le espe-
tó el barón Nº I9, un superviviente. Una garra oscu-
ra y esquelética despedazó su cuerpo y se lo llevó a
la boca. Corrieron. El Puente Real de Occidente les
quedaba no muy lejos.
El cuerpo de Khanssash seguía en el río Klin ata-
do por cuerdas. Seguía vivo. Debía de haber empleado
magia. Moriría en las próximas horas. Pero nadie se
había dado cuenta de que otra sombra observaba la
escena. Chris saltó. El agua amortiguó su caída pe-
ro el Lado Oscuro acechaba la ciudad. Corrió y se
arrastró por la orilla. Se envolvió en sombras.
Tuang—sssss. El virote voló hacia el Lado Oscuro.
Su esqueleto no se rompió. Su mano agarró el virote
y lo lanzó hacia un soldado. Este murió. Otro virote
más ligero voló hacia la esencia del mal. Otro sol-
196
dado cayó. Un valiente intentó cortarle la cabeza
pero nada sucedió, solo provocó su propia muerte.
Trebo salvó al resto en varias ocasiones. De mo-
mento estaban a salvo en la sala del trono pero
Chris no aparecía. Por fin, su silueta se dibujó en
la puerta. El general supremo Ulaine cerró la puerta
tras Chris. Yter se cubrió con una mugrienta sábana.
La puerta salió volando hacia ellos. Una garra
oscura intentó agarrar a Laney. Este la esquivó y
corrió. Subieron una escalera y entraron en otro de
los muchos pasadizos del castillo. Un vagón de made-
ra estaba atado a la puerta con dos cuerdas, Laney
las cortó con su espada una vez todos estuvieron en
el vagón. Este descendió. Cayeron y cayeron por la
infernal rampa subidos en el vagón. Una abertura se
abría ante ellos en el techo en una recta del ser-
penteante pasadizo. Chris alternó la mirada entre
los miembros del vagón. Podía abandonar a sus amigos
de lado y matar él al Lado Oscuro, cosa que no con-
seguiría o huir de él saltando por una ventana.
197
Así hizo, saltó y se asió al borde de la abertu-
ra. Se incorporó y caminó por el finísimo borde.
Respiró hondo y caminó con una tranquilidad imper-
turbable. Observó como el vagón seguía su curso como
una roca en un río. Saltó el último trecho de la
abertura y buscó una salida. Se había metido en una
habitación con un pequeño ventanuco y sin puertas.
Era una habitación segura, un refugio. Escaló la pa-
red y se metió por el ventanuco, saltó.
Khanssash renovó su burbuja mágica de aire. El
Lado Oscuro le convertiría en un difunto en unos
instantes. Koth, el matón del Puente Real lo obser-
vaba impasible. No sabía si le convenía salvarle.
Era posible que le matase, o que le nombrase su mano
derecha, pero fuese como fuere Koth no pensaba ofre-
cerle ayuda. Un hilillo de sangre se expandía por el
río, y atravesaba el Puente del Klin.
Khanssash alzó las manos señalando al Lado Oscu-
ro. Koth miró atrás, se aproximaba. Mojó las manos y
desató la soga que ataba a Khanssash. Este nadó e
198
inhaló el aire como el bien más preciado. El arma
que Koth sostenía, un kantô, una cuchilla de fácil
agarre con una hoja de lo más finita. El kantô pasó
a la mano de Khanssash. Koth se giró imaginándose
que Khanssash mataría a la esencia del mal con el
kantô, pero no, un pinchazo en una pequeña parte del
estómago lo alertó, pensaba que era la garra del La-
do Oscuro, pero le asustó recibir otra puñalada y
otra, acabó cayendo de rodillas a orillas del Klin.
Cuando Khanssash ejecutó el golpe final Koth cayó al
Klin y fue barrido por el agua.
—Oh, Lado Oscuro, tu belleza es lo mejor de este
mísero mundo –pronunció Khanssash –introduce mi alma
en tu cuerpo para permitirme el lujo de ser una par-
tícula del Lado Oscuro. Yo Khanssash paso a ser Koth
en este mismo instante. Quiero ocultar mi verdadera
identidad –dijo Koth (Khanssash).
Los globos oculares de Koth resbalaron por sus
mejillas como lágrimas, como lombrices atravesando
un montón de tierra. La piel de Koth se transparen-
199
tó. Todo desapareció de la cara de Koth. Excepto la
cara. Su cara se alargó y su pelo cayó.
«Tú, no serás parte de mí, serás Boca de Koth.
Verás sin ojos, oirás sin oídos pero tu palabra será
mortal, una palabra será tan poderosa como el tri-
dente de Zeus», oyó la voz grave del Lado Oscuro.
«Llámame Karlya». La voz del Lado Oscuro resonó en
su cabeza antes de desaparecer.
Koth… Boca de Koth nunca pensó que el Lado Oscu-
ro fuese una chica, Karlya.
Sus poderes no eran ni mucho menos como los de
Karlya, pero más poderosos que los del Archimago más
poderoso del mundo. El kantô se resbaló de su mano.
Fluyó por el Klin mientras Koth asimilaba los he-
chos. En un momento de salvación o perdición, el La-
do Oscuro… Karlya le había salvado la vida, infun-
diendo el terror en Koth, el matón de hermandades.
Boca de Koth pronunció la palabra «morir» y sin-
tió como en su mente se proyectaban líneas y como
una se convertía en un hilo y luego se fundía, le
gustaba, lo malo era que él podía morir, Karlya no.
200
Khanssash se había esfumado de la faz del Mundo Tan-
gible, ahora era Koth… Boca de Koth, sirviente del
Lado Oscuro, él era el portador del nombre de la
esencia del mal, en otras palabras: Karlya.
Pero, ¿había muerto? ¿Se habría escacharrado el
perno que hacía que su vida fluyese? Él no lo
creía, simplemente era otra persona. Pero con venta-
jas, una magia negra incalculable. Saltó y se esfumó
del río Klin, el que casi podría haber sido su lecho
de muerte.
«Los que fastidiaron mi plan… ya pueden decir
adiós»
Los días siguientes, Boca de Koth era sólo Koth y
con su magia había dibujado ojos, nariz, pelo y ha-
bía aumentado su estatura para imponer respeto. Los
Juegos de Sacrificio eran los torneos que más le ha-
bían horripilado desde la infancia. Y gracias a él
se habían anulado. Agarró su kantô y se apartó de la
ciudad instantáneamente, con tan sólo desearlo. Vol-
vía a Nesolia y con él Karlya. Era hora de poner or-
den en la ciudad. Sin Juegos todo el mundo volvería
201
a su ciudad. El Ba`yagé a Carsolia. La Orden a Neso-
lia.
Eso de ser Boca de Koth no le parecía nada malo.
Había averiguado los nombres de sus mayores enemi-
gos.
«Perfecto»
202
11
Objetivo
staba en frente de dos de los mato-
nes del puente levadizo, en el castillo
de Gibaín. Uno agarraba una espada gan-
cho con un dedo y la hacía dar vueltas.
El otro no hacía más que bostezar y en-
fundar y desenfundar su daga. Observó
hacia los lados para asegurarse de que
solo había dos matones. Pero nunca era fácil. Un
tercero vestía una cota de malla y saltaba con ner-
viosismo haciéndola sonar frenéticamente.
Christopher examinó a los tres matones que iba a
tener que matar de más para completar el objetivo
que Carzo le había encomendado. Avanzó. El nervioso
tenía que fingir matarlo, era Jake. Los otros dos
tenían que ver como Jake mataba a un ejecutor. Los
otros le tendrían miedo y Jake los mataría. Jake
E
203
portaba las llaves del cuarto del general Tecious
Hallin, el objetivo. Jake desenfundó con vehemencia.
—Hay alguien.
—Que va.
—No nos pongas nerviosos, Jake –dijo un tercero.
—No pienso salvaros el culo, cuando el borboteo
de vuestra sangre fluya por el Klin —dijo Jake.
Christopher saltó con su kantô en mano.
El kantô se había convertido en un arma corta y
buena con muy buena fama.
Jake lanzó un cuchillo arrojadizo. Chris lo es-
quivó. Jake se lanzó a por él con el cuchillo, detu-
vo un golpe de Chris e imitó una escena en la que
Jake le clavaba un cuchillo con una ilusión. Se dejo
caer. Por desgracia cayó al foso en un fallo.
—Nos has salvado el trasero, Jake –dijo alguien.
Jake forzó una sonrisa y les empujó. Clavó el cu-
chillo en la espada gancho de su antiguo amigo.
—Me hubiese gustado trabajar más tiempo contigo,
una pena que nos hayamos conocido hoy –dijo Jake.
204
Agarró otro cuchillo y lo clavó en la piel del
otro. En un giro hizo que la espada gancho cayese al
foso. Clavó la daga en el pecho del centinela y lo
dejo morir.
Chris ya no oyó más. No supo si había sucumbido,
tal vez hubiesen pasado diez minutos desde su caída.
Vio una cuerda que cayó al foso. La agarró y la es-
caló. Una balsa de madera le esperaba en el foso,
¿una balsa en un foso?
El rey Uksuul, Peshoa y otros dos a los que no
conocía, le esperaban.
—Flup, súbelo –dijo uno.
—Vürd ayúdale –ordenó el capitán Peshoa.
Al subir miró el puente levadizo, Jake se había
ido sólo.
Conoció a los dos que no conocía y saltó con
ellos al puente levadizo. Corrieron por él y entra-
ron en el castillo.
Las entradas estaban adornadas con arcos apunta-
dos y delgadas columnas sujetaban las techumbres.
Flup y Vürd saltaron los últimos. Siguieron corrien-
205
do por las angostas callejuelas que formaba el cas-
tillo. Por fin, llegaron al patio de armas. Jake los
esperaba.
— ¿Creías que te daría el mérito de héroe a ti?
Dijo Jake— sé lo que eres y lo que significa tu nom-
bre.
—Dime.
—Doce platas.
—Seis.
—Diez.
Chris le entregó las diez platas que exigía Jake.
—Eres un Ángel Caído. Un demonio, una máquina de
matar traída del cielo. Un Expulsado.
—Y tú un estúpido.
— ¿Qué?
Chris le asestó un golpe en la mandíbula. Jake
desató la furia de un titán, se le abalanzó e inten-
tó rezagarle, y matarle. Jake salió despedido con un
hechizo. Y cayó por un agujero del suelo que llevaba
directamente al foso.
— ¿Por qué has hecho eso? –preguntó Flup.
206
—Egoísta. Eso era Jake –soltó Chris malhumorado.
Tecious Hallin. Él era su objetivo, no Jake, pero
este no le caía nada bien. Uksuul avanzaba con la
espalda recta y llevaba el pecho desnudo. Flup y
Peshoa le seguían por detrás. Vürd avanzaba por de-
trás de Christopher.
—He oído pasos –dijo una voz.
— ¿Por dónde? –pregunto otro.
—Escalera abajo.
Se pudo apreciar el sonido de un grupo de solda-
dos de guardia que bajaba. Chris se camufló y ayudó
a sus amigos a esconderse.
Los soldados se contaron para asegurarse de que
no había ninguna baja.
—Soldado X, Soldado O… Maese G —contó en voz al-
ta.
Soldado X cayó en frente de su posición y a Chris
no le quedó más remedio que matarlo. Soldado O les
vio y se lanzó sobre el Ba`yagé. Chris zancadilleó a
Soldado O y le pegó un puñetazo con todas sus fuer-
zas. Uksuul salió al descubierto con sus dos amigos,
207
Peshoa y Flup, a luchar. Chris mató a Soldado O con
un cuchillo arrojadizo y se lanzó sobre el que esta-
ba contando.
— ¡Por Tecious Hallin y Azaed de Gyterl! –gritó
uno antes de morir. Azaed de Gyterl debía de ser
otro noble importante, pero no era un objetivo, a él
le dejarían en paz, por ahora. Pero Tecious debía
morir, por fingir un asesinato. Su “víctima” estaría
pudriéndose en prisión.
Maese G observaba todo sin entender absolutamente
nada. Los soldados caían como moscas. Corrió hacia
la salida para llamar al Ejército. Sin embargo, la
misión se la había encomendado Bugg a través de Ja-
ke. No le haría demasiado caso. El tema eran los ma-
tones, o… Khanssash, en caso de seguir vivo. Maese G
salió esquivando cuchillos arrojadizos. Aún en la
calle corrió hasta oírles decir algo.
—A ese le dejamos.
La habitación de Tecious Hallin no les quedaba
lejos. Al final del pasillo había una puerta con el
nombre del objetivo grabado. Chris hizo una seña pa-
208
ra que el Ba`yagé avanzase. Los carsolianos corrie-
ron cautelosamente por el pulcro pasillo. Las pala-
bras de Jake retumbaban en su cabeza. ¿Era él un Án-
gel Caído? Sí. Y él lo sabía, sólo que le costaba
asimilarlo. El Ángel Caído avanzó con la elegancia
de lo que era, un Ángel, porque era un Ángel a fin
de cuentas.
Llegaron a la puerta de Tecious Hallin con rapi-
dez. Chris examinó la cerradura, había tres trampas.
En la ranura para la llave, había un proyectil enve-
nenado. En las bisagras había pinchos que se lanza-
ban y en el timbre, una campana pequeña, había un
frasco de cristal con veneno de áspid, veneno mortal
al tacto, el frasco tenía forma campaniforme por lo
que se adaptaba al timbre y era bastante frágil.
Rompió el frasco con un cuchillo arrojadizo. Le
cortó un mechón de pelo a Flup y lo utilizó como
llave, al instante se retiró de la cerradura al ver
que un virote envenenado volaba hacia él. Retiró los
proyectiles de las bisagras y giró el pomo de la
puerta.
209
Unos pasos se oyeron tras la puerta. Un hombre
corpulento y fornido fue tras ellos. ¡El guardaes-
paldas de Tecious! Cómo era posible que se hubiesen
olvidado de él. Hallin seguía al guardaespaldas mur-
murando palabras.
— ¿Qué queréis? –dijo el guardaespaldas con voz
grave.
—N… a… nada –farfulló Peshoa.
El guardaespaldas descargó un puñetazo sobre Pes-
hoa que calló anonadado.
Hallin iba a sobrevivir, con un guardaespaldas
así no le mataba ni una horda entera de montañeses.
Tecious salió detrás del guardaespaldas.
— ¿Queríais algo? —preguntó con una voz muy ama-
ble.
—Fingió usted el asesinato del barón Hatov, re-
cién fallecido, antes de repoblar el castillo por el
incidente —dijo el rey Uksuul con un tono potente.
—No señor —respondió inocentemente Tecious
Hallin— yo no cometí tal crimen.
210
—Tengo informes de arrestarlo por ello –dijo
Uksuul.
—Pasen y les contaré la historia.
Pasaron al cuarto de Hallin y se acomodaron para
escuchar la historia.
—Cuente.
—El barón Hatov y yo teníamos pensado casarnos
con la misma mujer. Pero Hatov no sabía que yo tam-
bién quería a aquella mujer y un día intentó aniqui-
larme, cuando se enteró, claro está.
— ¿Hatov era malvado? –interrumpió Peshoa.
—No. Al ser joven no. Pero al convertirse en ba-
rón Hatov el poder le envileció. Habíamos quedado
para una pelea por la mujer, pero Hatov no quería
pelear por lo que lo hicimos a suertes. Le tendimos
un puñado de pajas a un voluntario para ayudar. Em-
pezamos a sacar pajas y a mí me tocó la pajita cor-
ta. Perdí. A Hatov no le gustó ganar así. Por ello
me engaño para que cometiese un crimen, fingir un
asesinato. Yo no creí que mi asesino se fuese a pu-
drir en prisión y a morir más tarde en una pelea.
211
Entonces él fingió que yo moría para quitarme de en
medio. Así tendría fácil acceso hacia ella. Yo soy
inocente.
Chris lo había apuntado todo en un papiro como
informe a Bugg.
—Informaremos a Aliizer Bugg –prometió Flup.
—Gracias por entenderme.
Se despidieron cortésmente.
Uksuul silbó llamando a un halcón mensajero. Le
tendió el papiro y lo mandó al cuarto de Aliizer IX
de Bugg, en el otro torreón.
Tecious Hallin cerró la puerta y suspiró. El am-
bicioso barón Hatov le había condenado a una vida
llena de preguntas por un crimen que no había come-
tido y lo peor era que si le arrestaban, no eran
unos carceleros corrientes. Era un Gobierno crimi-
nal, con matones que hacen lo que les dé la gana,
usurpadores, traidores, alguaciles aliados con otros
países o legiones y a él le pretendían arrestar por
un delito inexistente. Eso era la gota que colmaba
el vaso.
212
Salieron de la habitación y supieron que su obje-
tivo no era el duque Tecious sino Azaed de Gyterl el
señor por el que los soldados habían velado. Azaed
de Gyterl y Tecious Hallin los dos duques.
Azaed de Gyterl caminó orgulloso por los pasillos
del torreón que compartía con Tecious Hallin. Maese
G llamó a la puerta. Azaed esperaba verle con sus
soldados, Soldado X o Soldado O, iba sólo.
El barrigón de Azaed botaba al caminar a pesar de
estar sujeto por un apretado cinturón marrón con he-
billa de oro.
Saludó a Maese G.
— ¿Qué ha pasado? –dijo Azaed de Gyterl.
—Ataque –respondió.
—Llama al general supremo Ulaine con refuerzos –
ordenó.
—Como usted diga Azaed de Gyterl –se despidió
Maese G.
Azaed perdió de vista a Maese G cuando se acabó
el pasillo. Sonrió. No sabía quiénes se habían in-
213
filtrado pero su espada temblaba. Indicios de magia
de Ángel y un Ángel no podía bajar al Mundo Tangible
a no ser que fuera un Expulsado del Cielo. ¡Era un
Ángel Caído!
El general supremo llegó en unos instantes. Se
saludaron. Maese G acudió a su lado y el general su-
premo Ulaine esperaba órdenes.
—Protéjanme a mí y al Nono. Mejor sólo a mí –
dijo. No era ambición era que los asesinos estaban
en su torreón y si quisiesen matar a Tecious ya le
habrían matado.
Cuatro guardias formaron una barrera. Otros dos
se apostaron en la puerta. El general supremo y Mae-
se G entraron con Gyterl. Otros se dispersaron.
Por fin, un ejecutor con ropas negras moteadas de
gris se divisó al final del pasillo. El general su-
premo abrió un ventanuco situado en la parte alta de
la puerta. Disparó una ballesta. Sin resultado. Lo
intentó de nuevo pero sin resultado. Se agacharon
tras la puerta preparados para atacar.
214
Vieron como los soldados caían. Maese G le puso
un mote a uno. El Dagas. Su cuerpo estaba lleno de
ellas y era con lo único con lo que mataban. Gritó
su nombre antes de morir. Enzerberguer. Lo olvidó
porque sabía que había muerto. Le puso mote al si-
guiente Klin porque el color de la tez de su cara
era del color de las pestilentes aguas del río. Este
también murió. Tras él otro, tras él otro. Hasta
caer todos.
—Seguidme —dijo Azaed. Le siguieron y bajaron
por una cuerda en un pasadizo. Bajaba mucho proba-
blemente hasta el foso. Caerían sobre el puente le-
vadizo. Un soldado intentó llegar hasta ellos pero
pareció muerto. No, era la puerta la que había caí-
do. El soldado vivía.
215
12
Yatass No Importa
ed Dews avanzó por el pasillo del cas-
tillo. Jake había sido su disfraz. Había
conseguido sobrevivir gracias a un salien-
te del agujero por el que había caído. ¿Y
Chris? ¿Se habría ido ya? Subió las esca-
leras a una marcha forzada. El torreón estaba despe-
jado. Se subió en una especie de estatua ocultándo-
se. Los refuerzos llegaban aunque sólo había cuatro
brujos. Uno indicaba ser de prestigio y los otros
tres sus aprendices. Uno de ellos lo miró.
—Jefe, ¿ese de ahí es uno de los brujos o Nigro-
mantes nuestros o un infiltrado?
El jefe le miró con fijeza sin hacerle un apéndi-
ce de gracia.
—No. Pero… tiene a Jo.
J
216
Yurik y Rensif salieron de detrás de la estatua.
Yurik llevaba una burbuja protectora pero Jo era pa-
ra asustar. Rensif desenvainó a Yatass. Una explo-
sión de magia hizo temblar los cimientos del casti-
llo y un ruido sordo rompió los cristales. Los cua-
tro magos quedaron reducidos a ceniza.
Rensif envainó a Yatass y la sustituyó por un
kantô. Caminaron por la estancia y subieron las es-
caleras. El rey Uksuul y el Ba`yagé estaban con
Chris. Comentaban acerca de que se había producido
un “desborde” de magia.
Jed instó a los demás a entrar en la habitación
de Azaed de Gyterl. Flup derribó la puerta y todos
entraron. Un pasadizo se abría ante sus pies. Jed no
dudo un instante y saltó por él. Flup lo imitó. Lue-
go Vürd. Chris, Rensif, Yurik y Uksuul se metieron
los últimos.
La oscuridad reinaba en aquel pasadizo tan extra-
ño. Hacía frío y la magia era casi tangible en ese
lugar. Varios candiles estaban apagados pero no se
quisieron parar a encender uno. A nadie le hubiese
217
gustado entrar y ni mucho menos pararse a encender
una maldita vela.
Ni por asomo les hubiese gustado entrar en aquel
agujero. Los ladrillos eran más que tétricos. Uksuul
encabezaba el grupo con Rensif. El elfo había desen-
fundado a Yatass. Cuanto más avanzaban, más se nota-
ba la falta de oxígeno. Christopher detuvo al grupo,
aunque no les apeteciese era casi obligatoria.
— ¿No escucháis los gritos? –dijo Chris.
Efectivamente se oían gritos de puro pánico. Es-
cucharon solo un grito. Parecía de soldado. Corrie-
ron todo lo que pudieron. Llegaron a un descansillo
un poco más iluminado. Jed Dews y Christopher desen-
fundaron el kantô casi al mismo tiempo. Olían el pe-
ligro.
Uksuul se detuvo a encender un candil.
— ¡No! –le dijeron todos.
Era tarde. El candil estaba encendido.
—Era una trampa. Podemos morir. ¡Por un maldito
candil! –le espetó Yurik.
218
Se oyó otro grito. Uksuul se apresuro a apagar el
candil. Esta vez el rey de Carsolia se puso una
prenda sobre su pecho desnudo. Tenía frío.
Yurik empezó a moverse. Buscaba calor. Todos le
imitaron menos Rensif. El elfo apretó a Yatass. Esta
envió un poderío mágico tremendo al aire que se ca-
lentó y se volvió a oír un grito… de agonía.
Corrieron más que nunca. Un cuerpo de soldado
yacía en el suelo. No era Azaed de Gyterl. Maldije-
ron y continuaron la búsqueda de Azaed. Cada vez ha-
bía más luz mágica que natural. La silueta de un
hombre insufló sus corazones de esperanza. No era un
hombre sino una mujer. Era muy alta y esbelta. Unos
ojos dorados brindaban con un pelo de mechones co-
brizos. Por supuesto aquella esperanza se esfumó. La
mujer llevaba pendientes con forma de gotas de agua.
Incluso el fornido rey Uksuul se acobardó al ver a
aquella mujer. Una explosión de luz y color los en-
volvió. Chris no dudo ni tan siquiera un instante
para atacar. Un hechizo de luz lo deslumbró y le hi-
zo errar.
219
—Soy la Señora de Todo y de Nada –dijo la horri-
pilante mujer—. Nada me vence pero no pierde. No
arrebato vidas…
—…a los inocentes. Y que yo sepa ninguno de voso-
tros es inocente –dijo la Señora de Todo y de Nada.
La Señora le empujó y Chris cayó al suelo. Vürd
se puso delante de Uksuul y Flup atacó con Chris. La
Señora de Todo y de Nada hizo que dos rayos de luz
les atravesasen. Nadie murió. Se sintieron desorien-
tados.
Chris hizo acopio de fuerzas y lanzó bolas de
fuego a diestras y siniestras. Estas rebotaron con-
tra la pantalla de luz que la enemiga había proyec-
tado en su derredor. Flup se lanzó contra ella.
Este también cayó al suelo. Rensif apretó con to-
das sus fuerzas a Yatass. Una explosión de magia os-
cureció la luz que desprendía la Señora de Todo y de
Nada. Yurik, Flup y Chris atacaron a la enemiga.
Flup cayó al suelo de nuevo.
—No podéis matarme –dijo la Señora—. No con un
asesino protegiéndome las espaldas.
220
Cicatrices tensó un arco carsoliano y disparó.
Tuang—sssss. Esta vez Flup no se levantó. Pero se-
guía vivo. Respiraba forzosamente y el borboteo de
la sangre resonaba por la estancia. Jed Dews le le-
vantó y se escabulló del lugar. Con Flup. Se refugió
en un rincón. La maldita Señora de Todo y de Nada.
—Huye conmigo –le dijo una voz. Se lo repitió
hasta que Jed le miró.
—Soy el general supremo Ulaine, estoy con Azaed
de Gyterl y con Maese G –prosiguió la voz.
—Yo soy Jed Dews, estoy con Flup.
Contemplaron la pelea. Uksuul y Vürd también se
retiraron un rato más tarde.
—He solicitado refuerzos –dijo Azaed. Efectiva-
mente en la escalera se oían pasos. Y al cabo de un
rato llegaron. Trrojz de Torrealta y unos cuantos
más llegaron. Meridano Gorgol también estaba. Y para
su sorpresa más atrás, estaba el Nono con dos de sus
mejores hombres, Vollten y Burbull.
Los contó:
221
Me, Trrojz, Vollten, Burbull y otros muchos. Pero
uno vestía con túnicas negras con líneas doradas en
la manga, un mago. Se presentó.
—Soy Fergus.
Todos fueron a pelear a excepción de Aliizer IX
de Bugg, Vollten y Burbull. Burbull atendió a Flup.
Chris luchaba con Yurik. Trrojz, Me y otro que le
resultaba familiar se habían unido a la pelea. Se
acordó al instante y exclamó:
— ¡Fergus! –sin distraerse de la lucha, se echó
hacia atrás y dio varias vueltas para llegar a Cica-
trices. Le rompió el arco y le inmovilizó con hábi-
les movimientos.
La Señora de Todo y de Nada, lanzó luz cortante a
Chris que salió despedido hacia atrás.
Al levantarse respiró hondo y sondeó su mente en
busca de un hechizo. Lo encontró al instante. Y lo
ejecutó al momento. Cicatrices se desplomó muerto.
La Señora de Todo y de Nada lanzó múltiples rayos
222
cortantes de luz pero, con varios hechizos la Señora
desapareció en luz.
La sala quedó oscura y sus “moradores” se des-
plomaron al suelo, abatidos. Fergus habló con Chris-
topher.
—Al dejarte inconsciente con el balonazo, yo ya
conocía la magia por mi tío Blas. Él me lo contaba
todo. Y quise acompañarte. El viaje no salió muy
bien y aparecí en las Cumbres. Fui a Kaysa y para
los Juegos de Sacrificio recién anulados vine a las
Malditas, a Gibaín.
—Yo he estado principalmente en el casco pobre de
Nesolia.
Se levantaron y salieron de aquel pasadizo.
Jed no había pensado ni por asomo contarle lo de
Jake a Chris. El objetivo era mentira. Se lo había
inventado por Hatov.
A pesar de los hechos volvieron a intentar dete-
ner a los infiltrados pero iban a por Yurik, Rensif
y a por Jed Dews. Estaban en un puerto del castillo.
223
Cuatro brujos los perseguían y el resto eran solda-
dos. De haber tenido ganzúas podrían haber llegado
al barco más cercano pero no era así.
—Recuerda, Yatass no es importante –recordó Yu-
rik.
Rensif asintió.
Un virote de un arco medianamente bueno atravesó
la mano de Yurik. De parte a parte. Un brujo resbaló
y se hizo una brecha. Se la curó con su propia magia
y continuó la persecución.
Yurik torció el rostro en una mueca de dolor. Se
lanzó al mar. A una cuerda que sujetaba un barco.
Sus ropas pesaban demasiado y se hubiese ahogado de
no haber esa cuerda. La sangre caía en tropel por su
herida mano.
Rensif aferró a Yatass y todos los soldados mu-
rieron. Los cuatro brujos, los persiguieron. Yatass
se despegó de la mano del elfo y cayó.
Yurik se sostenía con una mano en la cuerda a un
par de metros, y Yatass estaba a su otro lado a otro
par de metros. Jed intentó ayudarle pero resbaló y
224
se torció el cuello. Hizo un último esfuerzo pero
otro hechizo le torció el pescuezo de nuevo. Jed
Dews murió.
Mientras tanto Rensif elegía, Yatass o Yurik; Yu-
rik o Yatass. Escogió por la vida de su amigo. Los
brujos se apoderaron de Yatass alzándola con hechi-
zos. Yurik le dio la mano a Rensif que tiró de ella
hasta llevarla hasta él.
Yurik y Rensif escaparon como lo habían hecho en
anteriores ocasiones el resto de la Orden y el
Ba`yagé. Al filo de la muerte. Y Jed más allá de
ella. Yurik tenía razón, Yatass no importaba.
225
12
De Vuelta A Nesolia
a habían planeado la vuelta a sus paí-
ses. El Ba`yagé a Carsolia. La Orden del
Deseo Ardiente a Kaysa en Nesolia. Wandiel
y Kòps al casco pobre de Nesolia. Trrojz
de Torrealta sería soldado para Tecious
Hallin en Porkes. Me Gorgol se iría con el
rey Uksuul y el Ba`yagé a Carsolia. Bill el bebio
sería guardia de los Gywe que se iban a Lactora.
Vürd se iría a investigar en las Cumbres.
Y Chris pretendía robar un barco en el puerto pa-
ra irse de vuelta a Nesolia, seguramente a Kaysa.
Agarró el kantô y corrió hacia el puerto. Un guardia
vigilaba los barcos con cierto desdén en sus ojos,
probablemente desdén a su jefe. Chris no quería man-
charse las manos de sangre, pero si tenía que herir
o matar a alguien no dudaría en hacerlo.
Y
226
La razón por la que intentaría robar de día era
porque embozarse en sombras por la noche reducía su
campo de visibilidad. Además, el puerto estaba muy
adornado con árboles y sombras.
Se acercó al guardia y simplemente conversó con
él.
— ¿Has visto algo, compañero?
—No —dijo con un tono muy grave.
—Me había parecido ver un kantô tras los arbus-
tos.
—Iré a comprobarlo, Comadreja —dijo el guardia
fulminándolo con la mirada.
¿Comadreja? ¿Le había llamado Comadreja? Su cara
se había grabado en su mente. Nariz grande, ojos ma-
rrones… Decidió llamarle el Napias.
«Comadreja y el Napias. ¡Qué originalidad!»
Lo pensó con evidente sarcasmo.
Se acercó lentamente al Napias.
—Aquí no hay nada —dijo el Napias.
— ¿A no? —Le empujó al arbusto y le tiró el
kantô a la pierna—. No hables o te mataré.
227
Se acercó al segundo barco. Negro moteado de
gris. El barco perfecto.
—Lo llaman el ‘Assasin’ –dijo el Napias. (Assasin
es asesino en inglés).
Chris sabía que una amenaza vacía era como comer-
se una cascara de huevo. Prefirió no soltar otra.
Cogió el ‘Assasin’ y esperó a sus amigos.
Al cabo de un rato el Napias dijo algo.
— ¡Chist! Comadreja, ¿son esos tus amigos?
Chris los identificó al instante y asintió. Fal-
taban tres.
Su carro ascendía por las leves rampas que rom-
pían las llanuras de Gibaín. Eran dos personas que
parecían querer rectificar algo de un pasado muy
próximo al presente inmediato. El carro continuaba
avanzando. Si las piedras tuviesen sentimientos, se
hubiesen sentido impotentes para parar aquel carro.
—Lo siento, Rensif –decía Yurik atormentado.
— ¿Por qué? –dijo Rensif apenado.
228
—Yo lo sabía –dijo Yurik echándose las manos a la
cabeza—. Yo sabía lo que iba a pasar, pero no le hi-
ce demasiado caso y no os lo conté.
— ¿Por qué no nos lo dijiste, maldito desdichado?
—Creí…
—Siempre fallas en tus creencias. Jed Dews ha
muerto, Yurik. Sal de ese río en el que vives, asoma
la cabeza –dijo Rensif un pelín más calmado.
—Creí que tú o él escaparíais con Yatass y sin
mí, el Destino habría cambiado –murmuró Yurik miran-
do al suelo.
—Sí. Pero prefiero que la vida de mi amigo perdu-
re –dijo Rensif alzando el tono. Estaba claro que él
no era un profeta como Yurik.
—No sabes los sacrificios que vas a tener que ha-
cer para que mi vida perdure –rió el profeta.
—Supongo que nuestras vidas están llenas de peli-
gros, pero Jed sigue muerto –añadió Rensif melancó-
lico.
229
—Además, sigo sin entender el porqué de tu deci-
sión. ¿Por qué saltaste a la cuerda? –prosiguió Ren-
sif.
—No tenía escapatoria. Con la mano herida era lo
único que podía hacer. Pensé que estaría atada a un
barco y… ahora entiendo el error que cometí. Perder
a Yatass y a Jed Dews en una pelea… no es algo muy
normal –añadió Yurik intentando que Rensif lo perdo-
nara.
Rensif cambió de tema al instante. Le había per-
donado.
—Ya llegamos.
—Cierto. –dijo Yurik al divisar a dos ejecutores…
tres ejecutores (Gaelan).
Llegaron rápidamente sobrepasando las fronteras
entre las llanuras y colinas y el puerto.
Saludaron y montaron en una embarcación. La gente
los miraba sorprendidos y Christopher fue el primero
en preguntar.
— ¿Y Jed Dews?
230
—Muerto. A manos de cuatro brujos –dijo Rensif
gesticulando—. Yatass se perdió.
Chris no se lo podía creer y su expresión no daba
duda de que su rabia no cabía en sí.
—La recuperaremos. Estará en el continente, Neso-
lia, Carsolia y las Cumbres –añadió Yurik.
—Los brujos no tenían aspecto de cumbrainí, pero
tampoco nesoliano o carsoliano –hizo memoria Rensif.
—Y nadie nace en las Malditas –añadió Yurik.
— ¡Eran lactorianos! –coincidieron los tres.
—Piel blanca lactoriana, atuendos cumbrainíes
proporcionados seguramente por su maestro, ojos ne-
gro azabache…
—Completamente lactorianos, pero si sirven a
Azaed de Gyterl irán a Porkes –completó Yurik.
Un hombre con aspecto leporino tenía un kantô
clavado en una pierna. Preguntaron quién era y Chris
dijo, el Napias.
—Comadreja, puedo ir con vosotros.
—Sí, a Kaysa.
—O.K.
231
—Adelante
El barco partió sin problemas. Sin Glasdus y sin
su hermano M`lasus todo era más fácil.
Boca de Koth avanzó por las calles de Porkes con
poco entusiasmo. Karlya estaba en su casa en la que
construyó cuando todavía era Khanssash. En Nesolia
se habían quedado los matones, un usurpador se había
proclamado rey en ausencia del Nono, había grafitis
en las paredes… Boca de Koth, era Koth al andar con
matones, con una ilusión su cara se ocultaba y se
cambiaba por la de Koth. El usurpador no era otro
que Aj Leporino. En cuanto el Nono llegase, Khans-
sash tendría que estar muerto, Koth más vivo que
nunca y Leporino moriría.
¿Si querían darlo por muerto? No pasa nada, ni
caso. ¿Qué querían jugar sucio? Se mancharían ellos.
¿Qué quieren encerrarle en las mazmorras sin comida
ni agua? Ellos serían su comida. Para él lo demás le
era indiferente. Ojo por ojo, diente por diente. Así
jugaría él.
232
Sobrevivir. Ese era su objetivo. Y matar a los
que se interpusiesen. La invasión de Carsolia era
inminente pero a él ya nada le ataba a Nesolia. Las
calles siempre habían jugado sucio con él. Ahora
quería venganza. Aún sabiendo que la venganza es un
plato que se sirve frío.
Ya se divisaba la costa desde el barco. Muchos
saltaron, entre ellos Chris, Carzo y Gaelan. Tres
almas gemelas. El Napias les imitó.
— ¡Ehhhh! Comadreja. Espérame.
—Tranquilo, Napias –dijo Chris.
—Yo estoy tranquilo –dijo el Napias—. No me llamo
así pero me gusta.
Carzo, Chris, Gaelan y el Napias escalaron el
puerto. El duque Tecious Hallin hablaba amistosamen-
te con el duque Azaed de Gyterl. Dos matones se pe-
leaban. El Nono avanzando imponente hacia sus rique-
zas en su Trono. Eso era Nesolia. Y además se habían
ganado un amigo, el Napias.
«Hogar. Nesolia. Kaysa»
233
14
Cuestión De Tronos
j Leporino cruzó la calle y se fue
al castillo con la cabeza gacha. Alii-
zer IX de Bugg ya había llegado. Aj se
sentó sobre el Trono y esperó a que
llegase la muerte.
Lo matarían en cuestión de horas pero le había
resultado llevadera la idea de proclamarse rey. El
Nono nunca tenía piedad, con los traficantes, usur-
padores, saqueadores, herboristas con plantas ilega-
les, y ese tipo de cosas. El verdugo no solía ser
muy majo con los presos, pero… ¡Maldita sea! Se te-
nía que librar. Se frotó el cuero cabelludo con to-
das sus fuerzas. El Nono no disponía de muchos más-
teres.
«Maldita sea, piensa Aj Leporino»
— ¡Garl! —llamó a su mayordomo.
— ¿Qué quiere, señor?
—Un plan para que no me maten.
A
234
—Lo siento, pero yo no soy el típico que tiene
pájaros en la cabeza y vos lo sabéis —dijo Garl.
Leporino agarró el kantô.
—Ilusiones, ese es el plan. ¡Maldita sea, que los
dioses se apiaden de mí! –gritó Garl. Era obvio que
Garl era el mayordomo del Nono.
—Gracias, Garl.
Una lágrima recorrió la mejilla de Garl. El ma-
yordomo conocía aquella media sonrisa de Aj. La hor-
ca le esperaba.
—MALDITO USURPADOR —chilló Garl.
—No me hagas reír —se burló Aj.
— ¡POR EL NONO! —Garl cogió un kantô e intentó
acuchillar a Leporino.
—No me llamo el Nono. Soy Aj Leporino —rió Aj.
Dos personas entraron en la cámara del Trono.
Luego otras tres.
Luego el Nono.
— ¿Quiénes sois? —murmuró Aj.
—La pregunta no es esa. —Dijo un ejecutor vestido
de negro moteado de gris— ¿Quién eres tú?
235
—Yo soy Aj Leporino, el rey dios.
—No. —Corrigió de nuevo el mismo ejecutor— Tú
eres mi muriente.
»Y yo tu ejecutor. Y para maldecir. Me llamo
Chris.
Leporino dejó su pecho desnudo. Garl se separó de
él y se unió a todas las personas.
—Si quieres nos presentamos —dijo el Nono.
—Christopher, Gaelan, Carzo, Qetniss Keyl, To-
bilklo Laney, Trrojz, Iata, Makerace…
—Y tú ya sabes lo que eres. Un muriente.
Aj Leporino miró hacia los lados intentando es-
quivar las miradas que se dirigían hacia él. Lepo-
rino miró a Garl y este le miró a él. En la sala del
Trono sólo había una salida y no podría matar a to-
dos esos.
Bill el bebio disfrutaba de una agradable cena
con los Gywe. Era su recompensa por haber estado de
guardia durante todo el día desde que habían llegado
a Lactora. Allí no había conspiraciones, ni homici-
236
dios, ni magnicidios, ni saqueadores, ni usurpado-
res… En el pueblo sin nombre en el que estaban todo
era paz.
—Bill, ¿te gusta tu nueva vida en Lactora? –le
preguntó Gander de Gywe.
—Mucho, señor –respondió Bill.
Gander rió. A todo el mundo le gustaba Lactora
más que Kaysa o que Porkes.
—Aquí no tendrás que preocuparte de asesinatos o
invasiones como en Nesolia –dijo Cesia.
—Nadie querría perturbar una paz tan absoluta –
explicó Natalye.
—Aquí, como puedes observar, los pueblos no ne-
cesitan delimitaciones entre ellos. Nadie va a lu-
char. No se necesitan fronteras
La explicación de Nolin de Gywe resultaba con-
vincente, mas había conocido hombres como Uksuul a
los que lo único que les importa son los territorios
que conquistan, sin preocuparse por los hombres a
los que mata.
237
—Hace siglos, Lactora era tan solo una isla per-
dida gobernada por los mismos dioses. ¡Dioses! Sabes
el poder que tenía Lactora –prosiguió Nolin.
Bill asimiló la información.
— ¡Señor! ¡Cuidado! –gritó Shirukteino, el guar-
dia de los Gywe. Normalmente mayordomo.
Shirukteino irrumpió en la sala.
— ¿Qué ocurre? –preguntó Gander.
—Hay Sombras en la isla.
— ¿Qué? –dijo Bill.
—Sombras. Ángeles Caídos esbirros de demonios –
explicó Shirukteino.
— ¡Ya llegan!
Chris se acercó a Aj Leporino y le clavó el kantô
en el muslo. Lo retorció y lo sacó. Repitió el pro-
ceso en el estómago y luego en el corazón. Él sujeto
apenas opuso resistencia. Sacó dos sanguinolentos
tejidos del cuerpo del difunto usurpador y se lo en-
señó al Nono. Aliizer ordenó a Garl que limpiase el
Trono. Llamó al Napias y le adjudicó un puesto entre
238
sus soldados personales. El general supremo acudió
al instante.
—Me gustaría hablar con el rey dios y con el Án-
gel Caído —dijo. Christopher se adelantó y Aliizer
IX de Bugg hizo una seña para que todos se fueran.
Se sentaron en una mesa de madera los tres.
»Santidad, el rey Uksuul de Carsolia pretende or-
ganizar una rebelión contra usted. Mis espías lo
afirman. Y no creáis que Carsolia no tenga un buen
ejército. Santidad, le ruego que haga algo.
—Tengo varios amigos allí —dijo Chris—. Podría
ofrecerles cosas e irlos destruyendo por dentro.
—No —el Nono hizo un gesto con la mano como si
tratase de apartarlo—. Los llevaremos hasta la cor-
dillera del Eisheggtesh y los destruiremos allí.
—Puedo reclutar a los que viven en la parte po-
bre de Nesolia, si usted me da el permiso. No creo
que nadie tenga algo que perder. —Ofreció el general
supremo buscando mejorar su reputación.
»En el Eisheggtesh los pobres lucharan bien, ya
que nacen acostumbrados al fango. El honor de morir
239
en la guerra los impulsará a combatir el miedo. No
veo por qué no.
—Acepto —sentenció Aliizer IX de Bugg.
—Yo también —dijo Chris aun sabiendo que por mu-
cho que él hubiese dicho que no la opinión del Nono
valía el doble que la suya.
—Hasta que no recibamos un ataque de las tropas
de Uksuul, no atacaremos. Cuando un nesoliano muera
a manos de un carsoliano, la guerra habrá empezado —
ordenó Aliizer IX de Bugg.
—Sí, santidad —dijo el general supremo Ulaine—.
Así haré.
Shirukteino guió a los Gywe y a Bill por Lactora.
Las Sombras habían recibido las dotes de un dios.
Bill tropezó varias veces por las sendas que Shi-
rukteino les ofrecía. Todavía no habían visto a nin-
guna Sombra, pero todo estaba por llegar. A no ser
que no quisiesen destruir Lactora, y causasen daños
a su paso.
240
« ¿Estarán acudiendo a la llamada del Lado Oscu-
ro?», pensaba Bill el bebio. A pesar de haber cam-
biado de vida, le gustaba conservar su mote.
No fueron a ningún puerto. Se refugiaron en un
abrigo natural formado por un tronco y un desnivel
del suelo.
—Voy a explorar —dijo Shirukteino. Se fue.
Shirukteino oía el retumbar de la isla a cada pi-
sada de la Sombra. Cada vez oía los pasos cada menos
tiempo y llegó un momento que los pasos resonaron
incesables. Tragó saliva y regresó a su escondite.
—Están corriendo o algo así —informó.
—Investiga. Sigue investigando. Observa su rumbo
—
Ordenó Gander de Gywe.
Shirukteino se volvió a ir. Las pisadas parecían
estar cada vez más lejos… Siguió el sonido. Pronto
un chapuzón se escuchó. Fue a las orillas y se es-
condió tras un árbol grandioso, evidentemente dotado
de un poder de crecimiento inmenso. Dos Sombras go-
241
zaban de un baño. Sólo se veían dos caras horripi-
lantes, esqueletos oscuros. Shirukteino miró hacia
todos los lados. El Lado Oscuro no iba con ellos.
Sonrió aliviado. Su cara estaba pálida. Si él
medía dos metros, por una vez se sintió bajo. Escu-
driñó las aguas que rodeaban Lactora, estaban oscu-
reciéndose.
Las Sombras, salieron del agua un rato después.
Él se agazapó tras el árbol.
«Corre, Shirukteino corre, maldita sea»
Estaba totalmente paralizado. Los Gywe y Bill es-
taban ocultos tras otro de esos árboles. Habían sa-
lido del refugio. Les hizo una seña para que volvie-
sen al refugio, pero ellos negaron con la cabeza, no
querían perder a su mayordomo. Una lágrima se desli-
zó por su mejilla.
Nolin desenvainó esperando otra seña de Shi-
rukteino. Pero este no quería dar otra seña. No que-
ría arriesgar a aquella familia. Nolin pareció de-
sesperado y señaló a su espalda. Shirukteino hizo
acopio de valor y miró. Las Sombras se acercaban.
242
Dio un paso cauteloso hacia adelante. Otro más. El
árbol cayó. Shirukteino saltó hacia un lado y rodó
por el suelo.
Una garra rajó el suelo a su lado. Él se levantó
y salió despavorido.
— ¡Corred! —gritó a los Gywe.
—No te vamos a dejar aquí. ¡Maldita sea Shi-
rukteino! —gritó Nolin de Gywe.
Shirukteino corrió pero una garra oscura le para-
lizó.
— ¡No! —gritó Nolin.
El mayordomo tenía el semblante lívido.
—Adiós. —dijo.
La Sombra le mordió la barriga. Los ojos de Shi-
rukteino se enrojecieron y luego se ennegrecieron.
Las piernas y brazos del mayordomo se oscurecieron y
después la carne se despegó dejando un esqueleto.
Pasó lo mismo con todas las partes de su cuerpo. Los
huesos se ennegrecieron como los ojos y quedó otra
Sombra.
243
Se lanzó al agua y luego salió como las otras
dos.
Los Gywe y Bill corrieron buscando su casa, Se
aseguraron de que las Sombras cambiaban de rumbo y
se protegieron.
—No quería dejar atrás a Shirukteino —lloró Na-
talye.
—Oh vamos hermana, sigue vivo —la intentó conso-
lar Nolin.
—Nunca había visto algo parecido —murmuró Bill el
bebio.
—No vamos a perder a nadie a partir de ahora —
afirmó Gander sin mucha convicción.
—Esto es la guerra. ¡Por Shirukteino! —dijo Cesia
de Gywe.
—Contra el Lado Oscuro y sus Sombras —completó
Natalye secándose las lágrimas.
« ¿En qué lío nos vamos a meter esta vez?»
244
15
«El Preludio De Una Guerra»
¿General supremo, que he de hacer en
esta guerra frente a Carsolia? —preguntó
Chris.
—Vigila Carsolia, desde las sombras —respondió—.
Tenía… tenía unos papeles por aquí de tu tatarabuelo
que me dio el Maestro… a… Aquí están —dijo.
Se los entregó.
—Me encargaré de leerlos dentro de mucho tiempo
—dijo Chris. Se los guardó en el zurrón del cinto—.
Gracias de todas maneras.
—Ulaine, estás seguro de lo de Carsolia —Aliizer
hizo la pregunta a modo de afirmación—. Azaed de
Gyterl y Tecious Hallin lo niegan.
»Ah, y Chris, ¿me han dicho que intentaste matar
al duque de Azaed de Gyterl, y antes habías estado
vigilando a Tecious, quién te lo ordenó?
—
245
—Un tal Jake —respondió el Ángel Caído—. Me dijo
que era orden tuya.
—Azaed y Tecious son duques famosos por todo Ne-
solia. No hablamos de Porkes o de Kaysa, hablamos de
todo Nesolia ¡dioses, si los hubieses matado! —dijo
el Nono.
—Santidad, le prometo que yo no me lo inventé —
replicó Chris a la defensiva.
El Nono asintió.
—Chris te tienes que ir a Carsolia —le instó el
general supremo.
—Ya voy, no se impaciente.
—Corra.
Chris corrió a por su arma y una vez listo salió
del castillo. Un carruaje le esperaba en la puerta.
Sonrió; el Nono le había alquilado un carro con cho-
fer. Subió y sentó en los asientos traseros. Un bo-
wing-knife reposaba sobre la tapicería de cuero.
—Lléveme a Carsolia —le pidió al chofer.
—O.K.
246
El viaje fue lento y monótono, pero permaneció
muy despierto. En varias ocasiones se descubrió afe-
rrado al kantô sin coger, por instinto, el bowing-
knife del asiento.
— ¿De dónde es usted? —preguntó el Ángel Caído
aburrido.
—De las Cumbres —respondió el chofer.
— ¿Para qué este viaje?
— ¿Qué?
— ¿Para qué este viaje? —repitió el cum-
brainí.
—Asuntos del trabajo —respondió Christop-
her.
— ¿Para quién trabajas?
—Para mí —respondió Chris.
— ¿Quién te manda la misión? —preguntó el
cumbrainí.
—El Nono y el general supremo Ulaine —respondió
el ejecutor serio.
El chofer no volvió a hablar hasta que llegaron.
—Bájese —dijo.
247
«Con el mismo gusto con el que cumpliré la mi-
sión»
El rey Uksuul se paseó por los pasillos de su
castillo. Flup y Vürd lo seguían. El capitán Peshoa
traía el cargamento más pesado (armas y mercancías
robadas) y vendría más tarde.
Pensó en su lista de objetivos de Nesolia a los
que mataría en la invasión.
«Tecious Hallin, Azaed de Gyterl, el Ángel Caído,
la Orden y por supuesto al rey»
Aj Leporino había sido un intento de conquistar
el Trono mediante un usurpador, pero el Nono nunca
estaba solo. Chris sólo había sido un compañero, no
un amigo ni socio. No le importaba matarlo. Mataría
a cualquiera para ser rey dios.
Pensó de qué manera mataría al Ángel Caído.
Sacar uno a uno los sanguinolentos tejidos no le
gustaba, contrataría a un ejecutor. Seguramente al
más famoso de Carsolia, Van Whell Sangre. Van Whell
248
Sangre le retorcería los órganos y le estrujaría los
sesos, literalmente.
—Majestad, ¿cuándo iniciaremos la invasión? —Dijo
Vürd leyéndole los pensamientos—. Van Whell Sangre
me parece un buen ejemplo de ejecutor—dijo para
chinchar al rey.
—A la próxima te citaré con el verdugo—amenazó
Uksuul—. Sabes que no me importas.
Vürd tragó saliva; Flup le miró sin comprender la
estupidez del máster. Siguió a Uksuul. El rey estaba
llamando a un guardia.
»Llévate a Vürd a las mazmorras. Tenle sin comer
en la jaula de los irracionales—así llamaba él a los
moradores de la celda en la que permanecían sin co-
mer—. Una semana. Sí, ya te avisé Vürd. Flup te de-
bería haber matado.
— ¡No puedes hacerme esto! —gritaba el máster.
—Calla, ¡máster de pacotilla!—le espetó.
Uksuul le sonrió burlón.
«Quien ríe último ríe mejor»
—Flup, infórmate de la posición de Peshoa.
249
—Sí, santidad —respondió.
Chris estaba oculto en una de las calles de Car-
solia. Todo parecía tranquilo. Peligrosamente tran-
quilo. Aguzó el oído, pero no se oía nada. Salió de
las sombras y un hombre que vestía igual que él le
acalló situando su mano sobre la mano de Chris.
— ¿Qué haces aquí?—le preguntó Carzo Zarzai.
—El Nono y el general supremo me han contratado,
¿y tú?
—Es una misión del boidah, Qalegar, ¿recuerdas? —
le respondió.
Christopher asintió.
—No debo matar a nadie, vengo para espiar —dijo
Chris.
—Yo debo matar al conde Versena—dijo poniendo una
cara rara al pronunciar el nombre.
—Suerte—le dijo Chris.
—No creo que la necesite—dijo Carzo—. Nos vemos
en Kaysa.
250
Chris se limitó a asentir con la cabeza. Chris se
desplazó hacia la derecha buscando una buena vista
de la ciudad. El castillo estaba a unos cuantos me-
tros de él. Corrió y se situó tras un transeúnte que
pretendía entrar en el castillo. Entró tras él con
cautela y se situó en la pared, envuelto en sombras.
Cada vez que alguien pasaba él le seguía. Con un po-
co de suerte uno iría hacia los aposentos del rey
Uksuul.
Uno de ellos, parecía la mano derecha del rey
subió las escaleras. Se situó tras él a una veloci-
dad felina y le siguió como si fuera su sombra. Lle-
garon al piso superior en un santiamén. El transeún-
te miró hacia atrás y Chris se tuvo que agachar.
¡Era Flup! El sujeto subía las escaleras con elegan-
cia, sin prisas.
Por fin, llegaron a los aposentos de Uksuul. Flup
se sentó en una silla.
Chris se quedó fuera escuchando.
—Santidad, ¿cuándo iremos a Nesolia para la inva-
sión? —preguntó Flup con firmeza.
251
—Cuando venga Vürd—dijo Uksuul
—A propósito, ¿dónde está Vürd? —lo dijo aposta,
el ya conocía su paradero.
—Pudriéndose en las mazmorras.
Era obvio que Flup lo había dicho para hacer rec-
tificar a Uksuul.
» ¿Sabes tú parte? —Flup negó con la cabeza—. De-
bes luchar con mis soldados y tú, eres el más apto
para luchar contra el Ángel Caído, porque fuiste su
amigo. No creo que vaya a matar a su viejo amigo
¿no?
—Disculpa, pero usted sabe perfectamente que un
Ángel Caído mata a su enemigo y punto. Usted no sabe
hasta qué punto le va a mandar. Él es libre. ¿No lo
entiende?
— ¿Cree que he nacido ayer? —se burló el
rey.
—No, santidad —negó Flup.
Chris ya sabía que le querían matar a manos de
Flup. Y que la invasión era inminente
252
—Dentro de seis días atacaremos Porkes y luego
Kaysa. La parte de los pobres no importa—dijo el
rey Uksuul.
Chris se fue de vuelta con su chófer. Repitió
el proceso de seguir a los transeúntes del casti-
llo para salir.
«Este es el preludio de una guerra. Tengo seis
días»
253
16
La Cordillera Del Eisheggtesh
hris ya había llegado al castillo de Por-
kes. El plan se había modelado un poco con la
información que había traído. En lugar de irse
a K`mam para ir a la cordillera del Eisheg-
gtesh, algunos se refugiarían en la parte po-
bre de Nesolia. Porque sabían que esa parte no
la conquistarían.
—Ahí sólo se refugiaran algunos—decía Ulaine—. Noso-
tros haremos otro ejército en K`mam. Tenemos a Carzo,
como dice Chris, es un Sers.
—Yo iré a K`mam contigo y con el Ángel Caído más los
que se unan—dijo el Nono.
—El duque Azaed de Gyterl y Tecious Hallin irán
con nosotros y seguramente con la Orden—dijo Chris.
—Alguien debe liderar a los pobres—dijo el gene-
ral supremo.
—El anterior rey de Nesolia, Yapikatane—dijo
Chris.
C
254
—Santidad, ¿usted qué opina? —dijo Ulaine.
—Llamad a Yapikatane—dijo Aliizer IX de Bugg.
Christopher se fue a llamar a Yapikatane por Kay-
sa. No estaba muy lejos. Al salir del castillo ya le
divisaba. Corrió y lo llamó.
—Tienes un trabajo.
— ¿Cuál?
—Ven.
Le guió hasta le despacho del Nono.
—Debes quedarte donde los Pobres…—le contó el
plan.
—Cualquier cosa por recuperar mi dignidad.
—A reclutar soldados —le instó el general supre-
mo.
Yapikatane se fue.
—Una parte está hecha —dijo el general supremo.
Llamaron a varios hombres a la orden de Bugg.
Yter, Glavertine, y un bárbaro llamado Lengar, que
al parecer tenía una espada llamada Otengar.
—Lengar —le examinó el Nono—. ¿Qué tipo de magia
tiene Otengar?
255
—Elemental —respondió Lengar con rapidez.
El general supremo Ulaine pululaba por la habita-
ción dubitativo.
—Chris, ¿qué escuchaste? —dijo Ulaine.
—En seis días será la invasión de Uksuul —repitió
Chris.
—Yter, liderarás cuatro equipos de pobres —dijo
Ulaine, todavía dubitativo.
Miró a Glavertine y se frotó la barbilla.
—Tú, liderarás una de las cuatro torres de defen-
sa del castillo —le dijo a Glavertine.
Se volvió para mirar a Lengar, que sostenía a
Otengar como si le fuese la vida en ello.
—Tú harás una prueba a los pobres y escogerás a
los más fuertes para proteger la línea sucesoria y a
la nobleza.
—Partiremos dentro de tres días, cuando queden
tres días para la invasión —dijo el Nono.
Lengar, el bárbaro; Yter, el férnilo; y Glaverti-
ne, el Multimórfico, se fueron cada uno por un ca-
256
mino. A cumplir su misión. El Nono los observó hasta
que desaparecieron por los corredores.
—Chris, espero que estés seguro de que van a in-
vadirnos dentro de seis días —dijo Aliizer IX de
Bugg.
—El rey Uksuul lo dijo —replicó el Ángel Caído.
—Ya podéis iros —suspiró Aliizer.
El general supremo y el Ángel Caído desaparecie-
ron de la estancia al instante.
Christopher tenía cosas que hacer, asuntos con
Carzo Zarzai, en Kaysa. Por suerte la Torre de Por-
kes estaba justo en la frontera de las dos ciudades.
Llegaría en unas horas. Quería hablar con él. Y tam-
poco desaprovecharía la oportunidad de avisarle de
la inminente invasión.
Van Whell Sangre recorría Porkes envuelto en som-
bras. Disfrutando del pensamiento asesino para matar
al rey dios. Tejidos sanguinolentos deslizándose por
el cuerpo del difunto rey dios. Un estremecimiento
bastante satisfactorio le recorrió la espalda. «Le
257
clavaré la punta de dos cuchillas en las pupilas.
Las haré girar lentamente y luego le sacaré los glo-
bos oculares. Una vez haya cegado a mi víctima, le
romperé las costillas y lo heriré de muerte.» Otro
satisfactorio estremecimiento le recorrió la espal-
da. Van Whell Sangre trepó por una pared del barrio
nobiliario. El castillo se veía desde allí. Se sentó
en una de las balconadas de las viviendas nobilia-
rias y descansó. Una doncella salió a limpiar la
balconada. No le vio, él sabía cómo esconderse. La
doncella volvió a entrar y a cerrar. No tenía ni
idea de qué noble habitaba en aquella vivienda, le
importaba lo mismo que la vida de un sirviente.
Sólo servía a Uksuul por el estupendo placer de
matar a Aliizer IX de Bugg. Y por una maravillosa
pasta. Veinte oros.
Van Whell Sangre saltó del tejado y aterrizó fle-
xionando las piernas. Desde hacía mucho le gustaba
pegarse caminatas pero, también matar. Y a eso le
sacaba provecho: primero, una larga caminata para
inspeccionar la ciudad y si acaso el lugar de la
258
sentencia; y después, mataba. Pero su deber, no su
derecho, era matar. Necesitaba manejar ese arte,
pintar con la sangre, con pinceles…
Se acercó a una herrería situada al final de la
calle. El maestre herrero le dejó entrar. La sala
tenía una forma de hemiciclo, y límpidos suelos
adornaban la estancia, en la techumbre abovedada,
habían hecho un minúsculo agujero para que el humo
de la hoguera ascendiese hasta atravesar el agujero.
Van Whell Sangre preguntó por una espada adornada
con dragones y una piedra en la cruceta. Le habían
respondido que era una imitación de la que su maes-
tro guardaba en su casa. La imitación era barata y
cualquier imbécil la hubiese pagado. Valía quince
platas, la de verdad valdría veinte oros, su recom-
pensa.
—Valioso hantð —le sorprendió una voz.
El maestro estaba a su lado sobre un hantð proba-
blemente hecho por algún aprendiz experto. Nunca ha-
bía oído hablar de esa arma en Carsolia, ni en las
Malditas, sólo en una de las herrerías que probable-
259
mente, por su diseño, hubiese ido adquiriendo más
fama que cualquier otra herrería de Nesolia, tal vez
del Mundo Tangible.
Van Whell Sangre salió de la herrería y se desli-
zó por la calle perfectamente disfrazado de borra-
cho. Se apoyó en una pared fingiendo tambalearse.
Escuchó una voz ronca. No miró.
Al cabo de un rato, un matón le salió al paso pa-
ra saquearle y dejarle sangrando igual que a otro
drogadicto al que le oía el aliento desde su posi-
ción, tenía la dentadura mellada por la droga y unas
estupendas ojeras adornaban su cara. Los párpados se
le caían demasiado, como si le pesasen. Aquellos ma-
tones no sabían a quién se enfrentaban.
—Eh tú —le llamaron—. ¿Qué, a qué esperas?
Van Whell Sangre le sonrió forzosamente, obvia-
mente fingiendo ser un borracho.
Se había disfrazado de borracho para matar a un
grupillo de matones. Y ahí estaban.
—La pasta, leñe —dijo otro matón. Eran tres, car-
gados con porras. Le dieron una patada.
260
«Ahora empieza la fiesta»
Le asestó cuatro puñetazos sin ninguna pausa y
lanzó una patada al primero. ¡Crac! Sintió como las
costillas se rompían. Su rival cayó al suelo. El se-
gundo saltó con la porra y le dio una patada en la
tripa. Van Whell Sangre no gritó, soltó un puñetazo
a su cara. Le rompió la nariz.
El jefe desenvainó una espada larga. El asesino
se quitó el disfraz para que el matón supiese quién
era. El rival exclamó y lanzó dos puñetazos. Van
Whell Sangre lo paró y estrujó la mano del matón co-
mo si de un tomate se tratase, el jefe gritó. El
asesino retrocedió para coger carrerilla y placó al
matón contra la pared. Al cabo de un rato, se descu-
brió dando patadas y puñetazos al cuerpo de un muer-
to. Sonrió. El primero tenía las costillas rotas y
le costaba respirar. Le torció el cuello. Repitió la
acción con el siguiente. Se convulsionaba.
Gaelan le había estado observando durante toda la
acción. Estaba aburrido y había buscado peleas por
261
Porkes. Esta era, sin lugar a dudas, la más intere-
sante. Sostenía un arco en la mano. Por si acaso.
Saltó a otro tejado y observó al asesino. Nadie
era mejor que el Ángel Caído. Se descubrió trotando
por los tejados vigilando al asesino. Su ropaje es-
taba más ensangrentado que el cuerpo del mismísimo
muriente.
Aquella vida, sin boidah o algo por el estilo,
todo era mucho más monótono. Y ahora no sabía si de-
bía matar al asesino o dejarlo con vida. Había visto
los ojos de la Muerte en su cara, los movimientos de
un felino y aun así, no superaba a Chris. Era extra-
ño.
Los tres días siguientes hizo lo mismo. Vigilar.
El asesino de la otra noche ya no salía. Había mata-
do a tres sobre cuatro de un grupo. Tensó el arco y
pensó. « ¿Va a ser mi vida tan remotamente aburri-
da?» Soltó la cuerda y vio los extraños que la fle-
cha hacía en el aire. El objetivo cayó.
262
El general supremo Ulaine, el rey dios, el Ángel
Caído, Lengar, la Orden del Deseo Ardiente y los po-
bres que Glavertine les había ofrecido.
Desde luego no eran muchos, pero realmente era lo
que Ulaine había intentado, de haber sido de otra
forma, hubiesen tardado meses en llegar a K´mam, y
tal vez más para llegar, a la parte baja de la cor-
dillera del Eisheggtesh. Sin embargo, siendo pocos,
llegarían en dos días. No disponían de carruajes ya
que en K`mam la arena impediría el movimiento del
vehículo.
Pasaron las fronteras de Nesolia pasado un día. Y
en otro ya se divisaba la cordillera. En poco tiempo
llegarían, y con ello la invasión. Las últimas noti-
cias de Yapikatane y Glavertine era la finalización
del sencillo entrenamiento.
Les habían dejado Nesolia, pero no el puesto de
rey dios. Protegerían al Nono hasta el último alien-
to. Uksuul jamás obtendría el título de rey dios… o
por lo menos mientras el rey dios Aliizer IX de Bugg
no hubiese sucumbido.
263
17
Invasión
Lavertine, Yapikatane, Trrojz y Yurik esta-
ban allí, en el Casco Pobre, donde habían
creado la guarnición de Ejecutacabeza. Si
Carsolia vencía a la guarnición estarían
acabados. Me entrenaba a los pobres. Los
pobres luchaban con porras y palos. Si les
tendías una armadura, espada, vaina… se convertían
en patos mareados.
—No creo que esto vaya a resultar. Si pasan la
guarnición Ejecutacabeza estaremos acabados. Toda la
milicia estará aquí al alba. ¿Podríamos irnos a la
cordillera del Eisheggtesh? —preguntó Yurik.
—No pienso dejarlos abandonados a su suerte.
—Es muy noble por tu parte decir eso, Yapikatane
—respondió Glavertine.
—Y también suena a suicidio —dijo Trrojz de To-
rrealta.
G
264
Glavertine reflexionó. Trrojz tenía toda la ra-
zón. Es como intentar matar a un ciclón. No podían
con Carsolia. El rey Uksuul dominaría Nesolia, pero,
mientras Aliizer IX de Bugg se mantuviese con vida,
el puesto de rey dios no sería sucedido.
— ¡Ya vienen! —gritó Me—. Suerte a todos.
Esas palabras insuflaron esperanza en ellos y
también en los pobres, o al menos eso parecía. Desde
la guarnición rudimentaria de Ejecutacabeza, se di-
visaban tres barcazas. Me Gorgol subió hasta la po-
sición de Yapikatane, Yurik, Glavertine y Trrojz.
—En caso de pérdida de todo nuestro pobre ejérci-
to iremos al Eisheggtesh —añadió Me.
Justo como habían planeado, tres hombres a caba-
llo avanzaban en la vanguardia del grupo, y la parte
de la retaguardia iba en filas de a dos.
—Vollten y Burbull, ¿están con nosotros? —
preguntó Trrojz.
—No.
Otearon el horizonte pidiendo ayuda al Dios, Él
era el único capaz de salvarles. Luego bajaron la
265
mirada hacia los pobres que precipitaban su mirada
por la bajísima muralla para ver a los carsolianos.
Esos pobres morirían con honor. Su mísera vida podía
acabarse en aquel momento tan lúgubre y macabro.
Me daba órdenes a sus «soldados» como un loco
mientras que Yapikatane y Glavertine se ponían con
los brazos en jarra para observar como se les plan-
teaba la batalla de Ejecutacabeza. Trrojz y Yurik
fueron a buscar todo tipo de armas cuchillos, espa-
das, dagas, espadas gancho, espadas gemelas, arcos,
aljabas con flechas, un bote con veneno de áspid
blanco.
Glavertine se cogió un arco, una espada y varios
cuchillos. Tensó el gran arco cumbrainí que había
escogido y se recostó sobre la pared delante de una
ventana sin cristales. Disparó. La flecha trazó su
trayectoria hasta topar con carne.
Ese disparo habría sido uno de sus mejores dispa-
ros si se hubiese fijado en su trayectoria en lugar
de defenderse. Los quinientos pobres que estaban ba-
tallando caían como moscas y eso no hacía más que
266
insuflar miedo, que se iba convirtiendo en pánico.
Aquellos hombres tan viles y crueles no les intimi-
darían.
Una flecha atravesó la ventana y se clavó en la
pared. Yapikatane se asomó y otra flecha salida de
la nada se clavó en la pared. Yapikatane se escon-
dió.
Van Whell Sangre no se había querido perder aque-
lla batalla. Sus ansias de matar no eran nimias.
Desde la pelea de los matones que se habían pasado
al barrio nobiliario, sus ansias de matar no habían
hecho más que hincharse. Disparaba flechas desde
treinta pasos de distancia embozándose en las som-
bras de la noche que permanecían al alba.
Los quinientos soldados con los que se habían to-
pado se habían reducido a doscientos y el proceso de
reducir el ejército, continuaba.
Sus flechazos habían quitado de en medio a dos-
cientos. La guarnición de Ejecutacabeza no tardaría
en caer. Trescientos pobres con armaduras y espadas
267
que apenas podían levantar no les iban a ganar, y
sus superiores lo sabían, la guarnición de Ejecuta-
cabeza no era rival para él.
Van Whell Sangre saltó impulsado por su propia
magia y trepó por la muralla. Un pobre le salió al
paso y él, con una vuelta barrió sus pies y le tiró.
El pobre cayó de bruces y para él no fue difícil ma-
tarlo. Corrió lanzando flechazos sin importarle la
ausencia de sombras. Lo importante era lo importan-
te. Matar.
Yurik se había sumido en uno de sus sueños del
futuro. Todos los de esa fortaleza iban a morir. De
forma heroica, pero esa parte de la trama no la des-
cifraba: ¿quién ganaría la batalla o la guerra?
— ¡Yurik! —oyó la voz de Me y el silbido de una
flecha.
Se movió y volvió a concentrarse en su trance.
Las voces y el borboteo no le dejaban pensar.
Al abrir los ojos y oír un nuevo silbido de una
flecha, se refugió con los demás.
268
—Ajá —Yapikatane había conseguido aprender a car-
gar un arco carsoliano que encontró por el suelo.
Tuang-sssss. El virote salió disparado hacia el
mogollón que colapsaba la puerta principal recién
abiertas. Ni siquiera se fijó en la víctima de su
proyectil, se refugió.
—Chist —susurró Trrojz—. No tenemos tiempo.
Glavertine se aferró a su kantô. Se apreciaba el
salpicar, de un tajo perfectamente ejecutado, de la
sangre contra la pared principalmente de barro re-
forzado con piedras. Chin, una espada desenvainándo-
se produjo un extravagante sonido y después todo se
quedó en silencio.
—Voy a mirar —dijo Trrojz de Torrealta.
Trrojz salió al corredor, espada en mano, saltó y
con un grito de guerra lanzó una estocada a su con-
trincante. El enemigo tenía la cara sudorosa pero
sonreía y no olía mal. Su rival la esquivó y lanzó
su espada hacia Trrojz sin siquiera rozar al sujeto.
Le agarró del pelo y tiró hasta hacer sangrar su
cuero cabelludo.
269
— ¿Quiénes sois? —dijo el asesino.
—La guarnición de Ejecutacabeza.
Trrojz sintió más presión en su pelo.
—Chico valiente, ¿eh?
Trrojz saltó a un lado desprendiéndose de su pe-
lo. Pero una fuerza lo levantó por los aires y lo
tiró hacia atrás. El asesino escupió. El dolorido
Trrojz hizo un último intento de matar al ejecutor,
pero otro puñetazo le hizo salir despedido hacia
atrás. Un kantô voló por los aires y mató a Trrojz;
que fue perdiendo la nitidez poco a poco.
El ejecutor entró en el cuarto lanzando cuchillas
por doquier.
-Una buena defensa para mi honor perdido ¿no?
Aquel pensamiento dejó casi sin aliento a Yapika-
tane. El asesino que acababa de entrar lanzó un vi-
rote hacia Glavertine que resbaló y esquivó el viro-
te.
—Marchaos —dijo Meridano Gorgol.
—No —dijeron Glavertine y Yurik mientras Yapika-
tane salía escopetado.
270
Me les empujó y cerró la puerta para que huyesen.
Miró a su rival, le reconoció al instante.
—Van Whell —dijo—. ¿Por qué?
—Sangre —añadió el sanguinario.
Una cuchilla asomó por la manga de Van Whell San-
gre y Me se defendió. Un kantô voló hacia Meridano,
que con un grácil movimiento esquivó el arma. Aun
así, la pelea no duró demasiado. La mente de Me se
nubló y fue directamente a matar y Van Whell lo mató
con crueldad. Tumbó la puerta y lanzó cuchillas a
Yurik que quedó tendido en el suelo moribundo, a
Glavertine le pasó más de lo mismo. Yapikatane co-
rrió pero nadie le podía ayudar, todos estaban muer-
tos. Van Whell Sangre le mató. La guarnición de Eje-
cutacabeza había sido abatida.
271
18
Los Abrasantes
HRIS despertó al lado de Makerace y de
Zarzai. El rey dios dormía con Vollten,
Burbull, Yter y Utter en una tienda de
campaña mientras que el resto dormía al
raso. Al alba (en ese momento) tenían que
atacar o esperar el ataque. Chris despertó a todos,
incluido a Aliizer y a sus soldados importantes.
Maese G lideraba en la retaguardia.
— ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Maese G.
—Extraño. —Respondió— he matado mucho, pero nunca
en una guerra.
—Mata como siempre —dijo.
—Así haré —Chris le dio una colleja sonriendo con
sorna.
Maese G se despidió con un abrazo y ocupó su
puesto junto al rey dios y sus soldados de confian-
C
272
za. Tecious Hallin y Azaed de Gyterl reían junto al
rey dios; Rensif se marchaba a investigar en las
Cumbres, buscando lugares habitables. Gaelan, Carzo
y Makerace eran los únicos que le comprendían excep-
to por ser un Ángel Caído.
Unos jinetes acudían a caballo armados en la le-
janía. Se lo esperaban. Arrasaban todo a su paso. No
estaban lejos. Maese G incendió la punta de las fle-
chas.
—Carguen —ordenó—, preparen y… ¡lancen!
Una lluvia de balas cayó sobre los jinetes y mu-
chos cayeron. La arena de K`mam, no parecía arena,
parecían llamas del infierno.
«Mataré como en un homicidio.» Pensaba Chris an-
sioso por la llegada de los jinetes. Chris trató de
mantener su mente fría.
Los jinetes traían a un asesino que se embozó en
sombras después de la caída de flechas.
Por fin llegó. La primera fila de soldados fue
arrasada en un instante, la segunda resistió y por
fin, llegó el momento de Chris. El ejecutor no era
273
Van Whell Sangre, era uno menos diestro que el san-
guinario asesino perfecto de Carsolia. Estocada iz-
quierda, estocada derecha, estocada izquierda y
vuelta. Chris ya había memorizado los pasos de su
enemigo asique en uno de ellos esquivó la estocada y
clavó una espada en el costado del ejecutor. Luego,
Chris sentenció la pelea con una filigrana con la
espada y un tajo descendente por la aorta.
Carzo mataba con Iata y Makerace. El Maestro y
Qetniss les ayudaban por detrás. Y ese fue el pro-
blema. Qetniss.
Boca de Koth había informado a Karlya de las per-
sonas a las que matar. En K`mam podía hacer aumentar
el calor por una zona y eliminarlos con más facili-
dad. Y así hizo. Su primera víctima fue Qetniss
Keyl. Sus ojos resbalaron como lombrices y su pelo
cayó al suelo, después el sujeto vomitó y murió. As-
queroso.
El Maestro se resistió más y se podría decir que
mató a Karlya, porque se tele-transportó con ella al
274
fondo del mar. Boca de Koth intentó detenerle, pero
no podía detener tanto poder. No fue efusivo con na-
die, ni siquiera con viejos amigos.
Karlya había emergido en Lactora. Oía pasos de
Sombras. Maldijo en su idioma telepático y por des-
gracia dos Sombras acudieron a su encuentro. Por
primera vez se sintió vulnerable. Las Sombras acaba-
ron con Karlya, con el Lado Oscuro, con la esencia
del mal.
Boca de Koth sintió como si una parte de él se
desprendiese de su cuerpo. Volvía a ser Khanssash.
El Ángel Caído fue a por él. Pelearon hasta el últi-
mo aliento. Su espada desprendía oscuridad y la del
Ángel Caído luz. Fue una pelea rápida. Pero las es-
tocadas de la máquina de matar, eran irregulares,
con cambios de marcha; sin embargo sus estocadas
eran más pausadas.
— ¿Quién eres? —preguntó Chris evocando a al-
guien.
—Nadie.
Una cabeza totalmente redonda. Sin orejas.
275
— ¡Khanssash!
Atacó con furia. Destrozó cada parte de su cuer-
po. Lo mató. Con su kantô y le robó un arma, que ha-
bía conocido hacia poco, el hantð. Tecious Hallin se
fue quedando poco a poco sin escolta y en un descui-
do él y Azaed de Gyterl estaban muertos. Vollten y
Burbull tampoco tardaron en morir. Yter y Utter lu-
charon matando a cientos en la batalla que poco a
poco iba alcanzando su fin. Corta, pero dura. Utter
murió, en un descuido había perdido el arma. A Yter
le pasó más de lo mismo. Maese G huyó hacia Chris y
el resto de la Orden reunida en la retaguardia, im-
potentes, ¿cómo matar a un ejército de carsolianos?
El rey dios encaró a Uksuul que lo superaba en en-
vergadura. Su cabeza rodó por los suelos. El rey
dios Uksuul dominaba los tres desiertos, Carsolia,
aulló de alegría. Los carsolianos habían triunfado.
276
18
Investigaciones
ensif acababa de hallar un cadáver de
joigeb helada. Aquel joigeb se debió de
extraviar. Estaba en una caverna repleta
de cadáveres de animales congelados. En-
tre todos aquellos había descubierto unos
bastante familiares. Uno de ellos lo ha-
bía descongelado con magia: Malfor. Acababa de en-
contrar otro cadáver humano, era un soldado que ha-
bía quedado irreconocible. Rensif sondeó la tierra y
se cercioró de que no había muchos cadáveres, des-
pués se aseguró de que ninguno era humano.
Se trasladó a otra parte de la gigantesca caver-
na. Excavó y sacó otro cadáver congelado. Era com-
pletamente irreconocible. Lo dejó a un lado y desen-
terró otro. Aquello era una cripta.
R
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Desenterró otro cadáver fácilmente reconocible,
Leonardo. Lo dejó apartado junto al otro. Sondeó en
la nieve buscando otro cadáver pero no había nin-
guno. Cavó en otro lugar. La tierra empezó a temblar
y una estalactita cayó sobre el agujero, era como si
nadie quisiese desenterrar aquel cadáver.
Rensif cogió uno al que no había reconocido y sa-
lió corriendo de la cripta helada. Una cripta que se
derrumbaba era ir al infierno.
—Maldita sea. —Sabía que había perdido su único
refugio en aquel desierto helado.
Corrió hasta caer rendido sobre el cadáver ya ca-
si descongelado gracias a su magia.
Al día siguiente el cadáver seguía irreconocible.
Pero sin hielo. La cara se iba colocando según pasa-
ban los días, y lo peor era que no podía acelerar el
proceso. Se descubrió varias veces corriendo con el
cadáver a rastras para entrar en calor, y de paso
buscaba plantas y maderos para prender fuego en al-
gún abrigo natural de las Cumbres.
278
Depositó el cadáver en una roca y volvió a correr
exhalando su aliento para calentar sus manos.
« ¿Era necesario pasar frío?»
279
Epílogo:
Esperanzas
staba corriendo por el gélido territorio de
las Cumbres cargando con el cadáver. El pa-
so del tiempo no implicaba sed, ya que co-
gía nieve y la derretía en sus manos. Pero
no tenía comida. Sólo un trozo de un cadá-
ver de joigeb. Poco a poco también surgía
sed porque granizaba y el hielo tardaba en derretir-
se ya que a Rensif, el elfo, se le congelaban las
manos con el hielo.
Gritó al cielo suplicando ayuda, ayuda para en-
contrar otras cavernas o una cripta, desde que se
derrumbó la anterior había vagado suplicando un pe-
dazo de carne.
Un abrigo en las montañas había sido lo único que
el Dios le había ofrecido. Rensif no prescindiría de
aquel regalo
E
280
No ahora. La cara del cadáver se leía cada vez
más, y más. Ya tenía una idea de que podía ser Poler
u otro Nigromante, pero cada día sus pensamientos se
alejaban más de lo que era.
Sólo le quedaba el pelo. Y el color. Esperaba y
esperaba hasta el anochecer que fue cogiendo color
hasta ser todo lo contrario de lo que Rensif había
esperado. Una satisfacción inundaba su alma en aquel
momento.
El Maestro vagaba por Lactora, perseguido por
Sombras, desorientado. Poco a poco las olas del mar
cubrían el sonido de sus pisadas y le hacían orien-
tarse.
Se tele-transportó. Vagaba por una dimensión, un
túnel mal alumbrado de color morado y con pliegues
se extendía, y por otro lado una fuerza lo llevaba a
otro oscuro. La Casa de la Muerte. Interpuso sus
fuerzas y se internó en el túnel morado. Vio una luz
y llegó a K`mam. Su regreso insuflaría esperanzas en
los renegados a Uksuul, sus amigos.
281
¡Remo! ¡Ante sus ojos Remo! Rensif había encon-
trado a Remo, y él hizo el Juramento, era inmortal.
Durmió eufórico.
Al alba descongeló el cuerpo y alma de Remo, es-
taba dispuesto a hacerlo vivir. Pasaron días, tal
vez semanas o meses…
Rensif despertó de un trance de sueño, como la
hibernación. Remo había cuidado de él. Remo no había
muerto, eso insuflaría esperanzas en la Orden del
Deseo Ardiente. Y en Nesolia. Remo no había muerto.
Remo estaba vivo.
Final del primer libro.