Añón_La Tematización de La Memoria

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Artículo sobre memoria e historia en las obras del Inca Garcilaso de la Vega y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.

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  • Clementina Battcocky Sergio BottaCoordinadores

    en Mesoamrica y Andes

    Acerca de la (des)memoria y su construccin

    Ediciones QuiviraColeccin Historia

  • Battcock, Clementina ; Botta, Sergio, (coordinadores). Acerca de la (des)memoria y su construccin en Mesoamrica y Andes / Introduccin de Clementina Battcock y Sergio Botta. Primera edicin digital. Mxico : Quivira, 2015 Coleccin Historia ; 1 Mesoamrica ; Andes ; Memoria ; Recuerdo 2015 Los autores 2015 Ediciones Quivira Excelsior 239, 07870, Mxico, D. F. Se prohbe la reproduccin parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso o digital, sin el permiso escrito del autor y del editor. ISBN 978-607-9153-17-5 Programado y editado en Mxico

  • La tematizacin de la memoria en las Crnicas mestizas: a propsito de las Obras Histricas de Fernando de Alva Ixtlilxchitl y el inca Garcilaso de la Vega Valeria An IDIHCS-Universidad de La Plata-CONICET, UBA, Argentina. El tema de la memoria (y su contrapartida esencial, el olvido) se ha instalado de manera central en las ciencias sociales y humanas en las ltimas dcadas. Revisado a partir de reflexiones en torno al Holocausto y, en especial en el Cono Sur, en relacin con las ominosas consecuencias de las dictaduras recientes, a la necesidad de la memoria, a los trabajos de la memoria1 se le han contrapuesto tambin reflexiones en torno a los abusos de la memoria2 y los usos del olvido,3 entre muchos otros. Se abren as dimensiones de anlisis que piensan los vnculos entre historia y memoria; entre memoria, documento y monumento; entre olvido, silencio y trauma; entre las artes de la memoria4 y las transformaciones vinculadas con la escritura como nueva actitud intelectual.5 Para dar cuenta de estas capas memorialistas y de las acepciones de la memoria, estudiosos de lo ms variados, desde distintas disciplinas (historia, filosofa, antropologa, crtica literaria), han vuelto tambin a los clsicos greco-latinos y, en la lnea planteada por Francis Yates, se han centrado en los vnculos entre memoria y retrica, por un lado, y entre memoria y mnemotcnica, por el otro. De all que, de la mano de la atencin a las tpicos y los tropos de la memoria, sta haya ingresado como tema central tambin en los estudios literarios, ms an en torno a modulaciones testimoniales y cronsticas que adquirieron progresivo lugar en el campo desde los aos noventa. Los estudios coloniales hispanoamericanos, revisados crticamente desde los aos ochenta, tampoco han sido ajenos a estas preguntas, en especial en la medida en que memoria e identidad y olvido y grietas en la configuracin identitaria constituyen dimensiones entrelazadas que impactan de lleno en las principales preguntas actuales en torno al corpuscronstico temprano (me refiero especficamente a textos del siglo XVI y comienzos del XVII, antes de la consolidacin del orden colonial).6 En torno a las crnicas de tradicin occidental, se estudi el arte de la memoria en la Nueva Espaa, en especial en relacin con la Rhetorica cristiana de fray Diego Valads;7 se investigaron las propuestas retricas de Juan Luis Vives y el lugar de la memoria en stas;8 se indag la relacin entre las reglas de la historia y las inflexiones de la memoria en crnicas como las de Francisco Lpez de Gmara, Bartolom de Las Casas, lvar Nez Cabeza de Vaca, Bernal Daz del Castillo, entre otros.9 Paralelamente, se prest especial atencin al vnculo entre memoria y discurso legal, plasmado en probanzas, relaciones geogrficas y relatos de viajeros, para poner en evidencia otras de las inflexiones de la memoria, que anclan en la primera persona protagonista y narradora, y en el relato de la experiencia su valor de verdad.10 Un poco ms tardamente, las crnicas mestizas11 y las crnicas de tradicin indgena en particular en el mbito novohispano, segn lo entiende Jos Rubn Romero Galvn12 han llamado la atencin de los estudiosos en torno a la memoria y la historia, buscando dar cuenta del complejo y tensionado entramado de tradiciones discursivas y modos de concebir la memoria y el relato respecto del pasado, entre los cuales la funcionalidad y las caractersticas de la oralidad y la escritura ocupan un lugar no menor. A partir de los vnculos entre memoria, escritura e inscripcin del pasado, que buscaban asegurar alguna supervivencia para culturas en vertiginoso proceso de astillamiento y reconversin, se ha aludido a la escritura y la memoria como estrategia textual en busca de una armona imposible, en particular en las historias del Inca Garcilaso de la Vega13 y al vnculo entre escritura, silencio y trauma, tanto para cronistas novohispanos en particular Alva Ixtlilxchitl14 como andinos.15 Deudora de estas lneas de investigacin es la aproximacin que presento aqu, la cual apuesta a la lectura contrastiva de obras cronsticas mestizas de autores, espacios y tiempos diversos: me refiero a las Obras histricas de Fernando de Alva Ixtlilxchitl en Mxico (Tetzcoco, 1578?-1650),16 y a los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega (Cuzco, 1539-Crdoba, 1616),17 entre Per y

  • Espaa. Compuestas entre fines del siglo XVI y las primeras dcadas del siglo XVII, me permito intentar salvar las obvias distancias a partir de una propuesta comparativa que busca delinear los vnculos en estas crnicas mestizas en torno a los usos de la memoria en su contexto especfico de enunciacin, as como tambin a sus lecturas en el largo plazo. Mi tesis central es que, en estas crnicas, la apelacin a la memoria (colectiva, oral, dialgica) constituye, en un principio, el leitmotiv de la escritura misma, para ampliarse entonces hacia los dos planos convergentes de toda representacin: el contenido y la forma. As, la memoria es tematizada (como mandato, como problema, como prdida, como bien que autoriza la enunciacin) y es formalmente articulada por medio de figuras de diccin (en especial, figuras de transformacin) y figuras de amplificacin, de acumulacin y de definicin. Articulando tradiciones occidentales e indgenas, estas crnicas tematizan la memoria y hacen de ella un locus polmico a partir del cual se configura un nuevo espacio de enunciacin que posibilita la reconversin y la supervivencia. La memoria tematizada en las Obras Histricas de Fernando de Alva Ixtlilxchitl En los diversos estudios crticos mencionados al comienzo, la definicin misma de memoria resulta problemtica y heterognea. De una concepcin espiritual y sensible como la que provee el Diccionario de Autoridades: Es una de las tres potencias del alma, en la qual se conservan las especies de las cosas passadas, y por medio de ella nos acordamos de lo que hemos recibido por los sentidos,18 se pasa a concebir la memoria en sus funciones biolgica y neurolgica, pero tambin histrica, antropolgica, social.19 De all que Jacques Le Goff pueda afirmar que la memoria, como capacidad de conservar determinadas informaciones, remite ante todo a un complejo de funciones psquicas, con el auxilio de las cuales el hombre est en condiciones de actualizar impresiones o informaciones pasadas, que l imagina como pasadas,20 asocindola de manera intrnseca al lenguaje, claro, pero tambin en relacin con lo afectivo y lo sensible, y los modos en que estas dimensiones inciden en lo que se recuerda y lo que se olvida. Como facultad individual, intrnseca al hombre, la memoria se asocia tambin a la huella (en una funcin entre metonmica y metafrica), y a sus soportes, que inevitablemente vuelven a remitir a la imagen y al lenguaje, ya sea en forma de relato oral o de biblioteca, por nombrar dos polos posibles de un amplio espectro. En ese trnsito entre la memoria y su inscripcin, entre esta y el acto efectivo (y volitivo) de recordar, se constituye tambin la memoria de un grupo o una comunidad (la memoria colectiva segn la describi Halbwachs), que articula recreacin del pasado, imaginera, lenguaje e identidad.21 Estas acepciones, pensadas en general para una tradicin occidental,22 pueden ser recuperadas tambin para dar cuenta de las representaciones de la memoria en las crnicas mestizas. En este punto quiero detenerme porque es esencial para comprender esta propuesta: no se trata de interrogar la memoria que estas crnicas construyen y de someterla a un cotejo con otras memorias para llegar a una verdad; tampoco se busca entender cmo funciona fsica o antropolgicamente la memoria en estas comunidades. En cambio, se trata de pensar las representaciones de la memoria y la memoria como representacin: la tematizacin de la memoria, la memoria como argumento legal e histrico, como excusa y como mandato; tambin la memoria como forma que articula y organiza un texto (o diversas zonas de este), y define tpicos y tropos. Esta toma de posicin representacional busca eludir la trampa de la verdad o la legitimidad con que se ha interrogado a estas crnicas, al tiempo que permite poner en evidencia los usos de la memoria en la construccin de nuevas culturas, ni por completo autctonas ni por completo occidentales. Claro que ello no implica que debamos elidir las peculiaridades de la memoria indgena, directamente vinculada con la oralidad y lo colectivo. Por el contrario, entender cmo sta era concebida, aunque sea de manera general, permitir asediar de modo ms eficaz las peculiaridades de su representacin. Recordemos en primer trmino que la memoria mesoamericana presenta un tipo especfico de relacin con el pasado, entendido como memoria prctica de lo vivido y heredado, aplicada a la

  • sobrevivencia del grupo23 y como constitucin y afirmacin de la identidad de dicho grupo en el largo plazo. En trminos generales, esta memoria posee tres caractersticas: es una creacin colectiva; est soportada en el lenguaje oral, entendiendo por ste la lengua oral, los saberes kinsicos, las representaciones performativas, los cantares; su ncleo fue el pasado de estos pueblos, sus valores, sus mitologas.24 En tanto, si la pensamos en trminos filolgicos e histricos, el historiador mexicano Jos Rubn Romero Galvn explica que en lengua nhuatl existe un trmino especfico para memoria: tlalnamaquilitzli, que proviene del verboilanamiqui, que significa recordar, al que se agrega el prefijo tla, para significar que la accin recae sobre una cosa y no sobre una persona y los sufijos liz y tli, que hacen del verbo un sustantivo que significa el resultado de la accin descrita por el verbo,25 donde la memoria connota el recuerdo inscripto en un objeto (pliego, pintura o relato), a la manera de un memorial, entendido en trminos de soporte material y vinculado con alguna institucin especfica. Romero Galvn remite tambin a una frase vinculada con la memoria, de aparicin frecuente en las crnicas de tradicin indgena: lo que se dice y cuenta acerca de la antigua forma de vida (itlahtollo in ipohualloca in huehuenemiliztli),26 cuya definicin alude a la narracin oral respecto del pasado de una comunidad (un pasado entendido de manera amplia, en sus connotaciones mtico-culturales). Adems, el ltimo trmino del sintagma enva a conceptos fundamentales del mundo nhuatl:huehuetlahtolli (palabra antigua); huehuenemiliztlahtolli (palabra o discurso de la antigua forma de vida o de la vida de la antigedad); altepehuehuetlahtolli (antigua palabra de la ciudad).27 Esta genealoga exhibe cmo la lengua nahua subraya el sentido de la palabra antigua asociada a la sabidura de los ancianos y vinculada con las enseanzas transmitidas por generaciones (huehuetlahtolli), y con la pervivencia de la cultura y la identidad de cada comunidad. A ello se suma el hecho de que las dos ltimas inflexiones articulan memoria y acontecimiento trascendente, presentando el relato del pasado como la reconstruccin de acontecimientos memorables: en ese sentido, ms cercano al registro de la historia. Entonces, el concepto de memoria y los trminos asociados a ella remiten a un discurso articulado en la oralidad y el universo colectivo, en torno a una palabra sabia detentada por los ancianos nobles de cada comunidad. Se trata de una memoria plural (aunque no mltiple) y annima, cuyo soporte lo constituyen las voces de los encargados de aprenderla y transmitirla, y tambin otro tipo de materialidades como los cdices o las inscripciones directamente vinculadas con el estamento dominante. Esta dimensin puede ser rastreada en todas las sociedades de la antigedad: una memoria de la comunidad que no es libre o fluctuante, sino que est vinculada a la imagen del rey y el estamento gobernante, tambin al desarrollo urbano y las posibilidades que ste brinda a la memoria en trminos de inscripcin.28 Claro que la apelacin a una memoria y una identidad colectivas no implica la fijacin de los acontecimientos recordados y recreados; no asume la verdad en trminos de algo objetivo, exterior, unvoco; tampoco implica la referencia general a un mundo nahua o mexicano. En cambio, conduce a un particularismo tnico caracterstico de los relatos indgenas,29 es decir, a memorias, narraciones e identidades enfrentadas, en la medida en que cada pueblo recrea su pasado, su conformacin histrico-mtica en los relatos del origen del mundo y migraciones, su temporalidad incluso; sus linajes gobernantes; su conformacin y apogeo en los enfrentamientos con otros pueblos.30 Se trata de comunidades que recrean y reconstituyen sus memorias, apelando a ciertos usos del pasado de acuerdo con las bsquedas y ambiciones de la nobleza indgena, en un contexto donde diversas memorias coexisten en toda su complejidad.31 Todo ello sufri un impacto sin parangn con la experiencia de la conquista, en la que prevaleci una impiadosa trasposicin e imposicin de cdigos, lenguas, modos de representacin, tipos y formaciones discursivas, y tambin, en buena medida, con un proceso de representacin destructora llevado a cabo por el brazo evangelizador del proyecto imperial espaol, que, junto con los procesos de persecucin de creencias, festejos, imgenes y pinturas indgenas en el mundo mesoamericano y su correlacin en el mundo andino bajo el sintagma extirpacin de idolatras, pona en escena un acto ritual y coercitivo en el cual se [exiga] la exposicin sistemtica de lo que hoy llamaramos cultura, a fin de que sea englobada, enjuiciada y, finalmente, anulada o aniquilada por el poder soberano.32

  • Este es el marco en el cual, hacia fines del siglo XVI, se gestan las Obras histricas de Fernando de Alva Ixtlilxchitl.33Configuradas de manera progresiva, articulando tipos discursivos que van desde lo legal (la relacin-testimonio-probanza) hasta la escritura de la historia (en su sentido ms fuertemente occidental y, por tanto, institucional), estos textos registran y se articulan a partir de heterogneas formas autctonas de registro del pasado: cantares y poesa oral; cdices pictogrficos, transcriptos y mixtos; mapas y pinturas; representaciones de linajes; relatos del origen del mundo y el desarrollo de cada pueblo hasta el presente. La memoria se convierte as en tema y en mandato, a partir del cual ingresan en el texto (y en las instituciones legal e historiogrfica occidentales) otros modos de rememorar y de narrar el pasado, cuyo despliegue hace a la imaginacin identitaria de cada comunidad. A partir de ellos se configura una historia distinta del pasado y la conquista de estos pueblos, no contraria a la versin occidental (eso sera imposible en una sociedad altamente controlada como la colonial), sino complementaria, aunque difiera en sus silencios y en algunas crticas, soterradas. En un entorno de enfrentamientos discursivos, en el cual todo cronista debe medirse con las ya escritas (y autorizadas) crnicas de tradicin occidental desde los relatos experienciales del capitn Hernn Corts hasta las versiones encontradas de Las Casas o Lpez de Gmara por ejemplo, la validacin del locus de enunciacin resulta crucial, en particular en la medida en que la nocin misma de lo verdadero y lo verosmil est puesta en juego.34 De all que, en todas las crnicas que constituyen el corpus atribuido al historiador tetzcocano, las formas autctonas de la memoria y la inscripcin del pasado sean presentadas como fuentes privilegiadas; sus voces y relatos constituyan el saber diferencial aportado por esta crnica mestiza, entrecruzado con las historias de tradicin occidental. Por eso, afirma nuestro cronista: sta es la verdadera historia de los tultecas segn yo lo he podido interpretar y los viejos principales con quien lo he comunicado me lo han declarado, y otros memoriales escritos de los primeros que supieron escribir me lo han dado, as de esto como de los chichimecos, y otras cosas curiosas y dignas de traer a la memoria, siendo cosas verdaderas y ciertas.35 Si bien este tipo de declaracin se reitera en el resto de la obra,36 quiero detenerme en este ejemplo en particular porque condensa las numerosas dimensiones de la construccin de un discurso asociado a la memoria de una comunidad especfica: la afirmacin de verdad; el rol del intrprete en tanto mediador crucial e irreemplazable, nexo entre dos mundos que requieren ser comunicados; la referencia a los diversos soportes de la memoria, que aseguran la veracidad de esta trasposicin al castellano escrito: las voces de los ancianos guardianes de la memoria;37 la referencia a los memoriales, modos de inscripcin pintados o escritos que vinculan de manera directa el relato de los mayores con el discurso forense.38Pero la afirmacin del cronista excede lo legal-notarial (y, por tanto, la memoria como argumento de reclamo); a ello aade cierto ideal historiogrfico: la memoria colectiva, entonces, como sostn fundamental de la escritura de una historia que no deja de medirse segn parmetros occidentales tales como lo notable, el inters y el deleite (de all la referencia a las cosas curiosas y dignas de traer a la memoria).39 Vemos entonces que, desde sus comienzos,40 la obra historiogrfica del tetzcocano alumbra una difcil coexistencia entre modos, voces, prosodias, concepciones de la memoria y del pasado; ideales de inscripcin y de discurso. Esta difcil coexistencia en la cual es ineludible la preeminencia del universo occidental a travs de la tecnologa de la escritura y de la lengua castellana vuelve imprescindible la figura del cronista-mediador-traductor, aqul que puede colocarse entre dos mundos para asegurar la pervivencia escrita aunque, por ello mismo, transformada, reducida, incompleta de una parte al menos (la cultura, las perspectivas, la historia) del universo autctono. An ms, si la polmica con los discursos occidentales hegemnicos se desarrolla sin tregua pero de manera soterrada es en funcin de la constante afirmacin del contacto directo con las voces y las pinturas indgenas, transmitidas adems en su lengua original: ello es lo que define la autoridad del traductor-historiador, tanto en el caso de las obras de Alva Ixtlilxchitl como en los Comentarios Reales que analizaremos enseguida.

  • De all que esta tematizacin de la memoria como argumento, como mandato y como bien se represente siempre junto a su contrapartida, el olvido. Pero no se trata de un olvido fisiolgico o natural, sino que es producto de la sistemtica destruccin de los soportes de la memoria autctona. El cronista se encuentra ante la necesidad de tematizar memorias perseguidas, ocultadas, destruidas, soterradas, por eso estas son las zonas textuales que habilitan una crtica abierta contra conquistadores y frailes. De all que en la Sumaria relacin de todas las cosas, el tetzcocano se lamente: [] se juntaron todos los sabios tultecas as astrlogos, como dems artes, en Huehue Tlapalan, ciudad cabecera de su seoro, en donde trataron de muchas cosas, as de sucesos, calamidades que tuvieron y movimientos de los cielos desde la creacin del mundo, como de muchas otras cosas, que por haberles quemado sus historias no se han podido saber ni alcanzar ms de lo que aqu se ha escrito. [] stas y otras muchas cosas alcanzaron los tultecas desde la creacin del mundo, y casi hasta en nuestros tiempos, que como tengo dicho, por excusar prolijidad no se ponen segn en sus historias y pinturas parece, principalmente de la original, que todo es cifra en comparacin de las historias que mand quemar el primer arzobispo que fue de Mxico.41 La puesta en escena alude a una dinmica de configuracin colectiva y dialgica del conocimiento, donde el sintagma sabios tultecas denota la suma de todos los saberes que hacan a esa comunidad, desde su memoria y sus mitos fundacionales hasta conocimientos astronmicos, naturales, vitales. En un esfuerzo de recomposicin en el marco de un texto controlado y sinttico, el narrador enumera saberes e intenta una infructuosa trasposicin, al tiempo que hace ingresar el lamento por lo perdido. La elisin como figura del olvido est al servicio de la crtica y la denuncia de la destruccin por el fuego, y tiene un primer responsable identificado con claridad: el primer arzobispo que fue de Mxico. Sin embargo, es preciso hacer dos salvedades: en primer lugar, la ambivalente colocacin del enunciador que, si bien se configura como un narrador en singular, lo hace desde un locus de portavoz de la memoria dialgica de una comunidad a la que representa por mandato de la misma. En segundo lugar, esta crtica es uno de los puntos comunes que organiza una retrica de la memoria y el olvido en las crnicas mestizas en general. Jugando en el impreciso lmite entre la sospecha y la censura a que todos estos textos estaban sometidos, tanto las crnicas mexicanas como las andinas osan criticar abiertamente la impiadosa destruccin de los saberes y la cultura autctonas, aun cuando ello implique una crtica al poder eclesistico evangelizador: otra de las aristas de la enunciacin tensionada que las crnicas mestizas escenifican. Pero no se trata slo de un lamento nostlgico por lo perdido, sino del reconocimiento de que esa destruccin arras con saberes preciosos tambin para el mundo occidental. Y aqu es donde tiene lugar otra torsin fundamental en la colocacin de la memoria como sostn de la enunciacin: la concepcin afirmativa, positiva, elogiosa de las memorias y saberes tetzcocanos le permite al cronista ponerlos frente a frente con la memoria, la historia y los conocimientos de tradicin occidental, en un movimiento de analoga que tambin se verifica en las crnicas andinas y que realza el mundo indgena. En este marco, la prdida de la memoria es la prdida del saber producto de un accionar brbaro, esta vez a manos occidentales; los argumentos anatematizadores invierten su objeto y sus sujetos: es ahora el accionar del conquistador/evangelizador lo que se censura; es el historiador-cronista quien, en aras de un ideal historiogrfico asociado al correcto trabajo con las fuentes, lamenta su prdida, es decir, utiliza los ideales retricos occidentales para ensalzar las versiones autctonas y, por tanto, su vnculo privilegiado con estas. Claro que nos equivocaramos si tiramos de este lamento todo el cuerpo de las obras del cronista tetzcocano. Por el contrario, esta dimensin coexiste con un esfuerzo historiogrfico ingente que busca armonizar, reunir, recuperar en trminos de rememoracin pero tambin de reconstruccin histrica. Con diferentes nfasis y despliegues retricos en cada uno de sus textos, el cronista tetzcocano articula la reconstruccin de mitos y creencias autctonos a partir de una narrativa de continuidad que enfatiza la armona y la conciliacin entre el mundo autctono (tetzcocano) y el extranjero. De all que todas sus historias comiencen desarrollando el mito del origen del mundo

  • narracin crucial de la identidad autctona en la versin conocida como la Leyenda de los Soles, que involucra cinco edades del mundo asociadas con elementos de la naturaleza (la tierra, el viento, el fuego, el agua y el movimiento), aunque el cronista tetzcocano elide la quinta edad, en un esfuerzo por asimilar la tradicin indgena a la tradicin bblica.42 A partir de all se erige una trama ordenada a partir de una perspectiva providencialista de lo histrico, en la cual el pueblo tetzcocano y su principal gobernante-hroe, Nezahualcyotl, cumplen un fundamental rol evangelizador (an en el desconocimiento efectivo de la Palabra Divina) y una inflexin hacia el monotesmo (en las remisiones al dios superior, Tloque Nahuaque, creador de los hombres y del mundo) analoga que tambin encontraremos, aunque con inflexiones ms complejas, en las crnicas andinas del Inca Garcilaso en relacin con la figura y el nombre de Pachacmac. Este esfuerzo de asimilacin y equivalencia pone de manifiesto los usos de la memoria que aseguran la pervivencia de estas versiones; an ms, pone en escena un ideal de coexistencia armoniosa entre algunas concepciones de las culturas originarias, y la monoltica religin cristiana de la que este narrador-cronista tambin se encuentra embebido. En esta dimensin de la memoria que las crnicas tetzcocanas proponen no se subraya la herida ni el trauma sino, antes bien, cierto tipo de continuidad y armona, que contradice las concepciones occidentales acerca de la conquista, las cuales conciben el contacto en trminos de ruptura y transformacin absoluta. De all que nuevos modos de la tensin tengan lugar a la hora de dar cuenta de la religin prehispnica, sus ritos y transformaciones. Para ello esta crnica articula una metonmica retrica de la sugerencia, a partir de silencios, omisiones, elisiones y reconversiones del relato del pasado a travs de la cual consigue callar lo idoltrico en el mundo tetzcocano. Es en este sentido que el narrador de las Obras histricas utiliza los relatos autctonos para reconfigurar el significado de ciertos lugares de la memoria43 prehispnica de manera que acuerden con el relato providencialista y civilizador que se pretende para el pueblo tetzcocano. Tal es el caso de una famosa descripcin del Tetzcutzinco, cerro cercano a Tetzcoco, rodeado de imponentes jardines y parques, donde los reyes tetzcocanos edificaron sus palacios, incluido en el captulo XLII de la Historia de la nacin chichimeca, y que el cronista reconstruye textualmente a la manera de los grandes palacios reales occidentales, en movimiento de semejanza que elide el contenido religioso y, por tanto, idoltrico segn los parmetros occidentales de la arquitectura autctona.44 En este breve ejemplo se percibe cmo la reescritura del pasado permite una reutilizacin del Tetzcutzinco, lugar de la memoria que no desaparece, pero cuyo sentido cambia (aunque conlleve la inevitable prdida de toda obliteracin). Silencio, censura, adecuacin, ajuste, invencin son operaciones de reescritura de una memoria agrietada, mutilada, dispersa por el impacto de la conquista, cuyas modulaciones corren efectivo riesgo de prdida completa, ya que buena parte de estos relatos se soporta en el memoria (en el cuerpo) de los informantes, hombres sabios, tlamatinime, muchos de ellos muertos o muy ancianos hacia 1608, cuando Alva Ixtlilxchitl escribe sus historias. Para sobrevivir, estos espacios y estos relatos deben ser sometidos y transformados en la sintagmtica textualidad mestiza, donde son colocados en dilogo con tradiciones occidentales. En esta dimensin de reconversin de la memoria tetzcocana, ms que reparacin lo que prevalece es la bsqueda de un espacio privilegiado en el mundo colonial, donde el pasado y la memoria de los antepasados es uso que permite proyectarse a futuro. La memoria sensible en los Comentarios Reales del inca Garcilaso de la Vega En relacin con los Comentarios Reales del Inca Garcilaso la crtica ha sido muy abundante, profusa incluso.45 Sometidos a una intensa recepcin ya desde sus primeras ediciones a principios del siglo XVII y traducidos enseguida al ingls (Londres, 1625) y al francs (Pars,1633), pronto se convirtieron en principal versin autctona del pasado incaico, al menos hasta el siglo XVIII, cuando se vieron

  • relacionados con las rebeliones indgenas, y el siglo XIX, cuando fueron asociados a los movimientos independentistas al tiempo que comenzaban a ser criticados, con nuevos criterios de objetividad y cientificidad, por historiadores como William H. Prescott.46 Entre los lectores mltiples a lo largo de los siglos prevaleci el inters por lo relatado en la primera parte de losComentarios Reales, quiz debido a las arduas implicancias polticas e ideolgicas de la Historia general del Per, que lo volvieron menos legible y ms polmico. En el siglo XX se reiter esa preeminencia, tambin debido al inters de la crtica literaria que, en principio, busc en esta primera parte ciertos orgenes de la novela hispanoamericana o su vocacin literaria.47 En las ltimas dcadas, en consonancia con el creciente inters por los relatos indgenas y las crnicas mestizas, la crtica se ha volcado hacia la revisin de este universo, a partir de los aportes de Beatriz Pastor48 y Jos Antonio Mazzotti49 entre otros.50 Es precisamente el texto de Mazzotti, que define un subtexto andino legible en la prosodia, la acentuacin, el ritmo de la edicin prnceps de 1609, as como tambin metforas e imgenes que remiten a la cosmovisin y religiosidad andina, el que ha propuesto una de las ms interesantes hiptesis respecto de la configuracin de la memoria indgena en el texto garcilasista. En tanto y en relacin especfica con el evento conocido como encuentro de Cajamarca, Antonio Cornejo Polar puso en dilogo diversas memorias e historias (occidentales e indgenas) y, en ese marco, mostr la peculiaridad de la reconstruccin garcilasista, centrada en la crtica a la figura del traductor Felipillo, intrprete defectuoso cuya incidencia en una mala comunicacin habra contenido, metonmicamente, la gnesis del enfrentamiento entre espaoles e indgenas.51En un trabajo ms reciente, Christian Fernndez analiza la textualizacin de la memoria andina,52 en la difcil transformacin de la oralidad a una escritura que ha fijado el discurso oral andino en forma textual convirtindolo en historia.53 Claro que, para dar cuenta de estas inflexiones, la crtica se ha detenido en el Libro Primero y, en especial, la escena del dilogo del Inca con el to, que est en el captulo 15 y que, a decir de algunos investigadores como Antonio Cornejo Polar,54 contiene in nuce la dinmica de la representacin entre la memoria, la prdida y la nostalgia de todo el relato posterior. En este apartado propongo un breve recorrido por otros momentos puntuales de los Comentarios Reales, que me permitirn dar cuenta de las modulaciones diversas e incluso contradictorias de la memoria y la lengua. En principio es preciso sealar que, en trminos de tematizacin de la memoria, los Comentarios Reales exhiben una colocacin coincidente con la de las obras de Alva Ixtlilxchitl. Entre la crtica soterrada, el lamento y la nostalgia, por un lado, y la bsqueda de cierta armona entre culturas representada por medio de figuras como la analoga, la comparacin y la metfora en el tratamiento del pasado prehispnico, la perspectiva providencialista y la praeparatio evanglica con que se caracterizan las religiones autctonas por el otro, se configura un lugar de enunciacin nuevo, privilegiado. Dicho locus basa en la traduccin, la intermediacin y el trabajo directo con las voces y memorias indgenas tanto su valor de verdad como cierta supremaca frente a las versiones occidentales, aunque ello no pueda ser afirmado de manera tajante en ninguna crnica mestiza. Dado que estas dimensiones ya han sido desplegadas,55 me propongo aqu enfatizar la dimensin entrelazada de la memoria, el discurso y la lengua, escenario de transformaciones entre diversas tradiciones discursivas, analizando en particular momentos del texto poco abordados por la crtica. En primer trmino es posible afirmar que los Comentarios Reales ponen en escena, de manera central, la representacin de este mecanismo fundamental de la constitucin de una historia y de una identidad andina que es el de la memoria oral. Claro que, como ya sealamos en el apartado anterior, el sintagma memoria oral rene, en aparente univocidad, una enorme cantidad de referencias y significaciones. En principio, la memoria oral se relaciona con la memoria colectiva, vinculada a una comunidad. No se trata de la memoria de un individuo ni la que se constituye con la sumatoria de individuos, sino que hace al entramado de la comunidad misma, a su modo de articulacin. Dicha articulacin est vinculada con un modo de concepcin de la historia, el pasado y el discurso, atravesada por lo oral, lo colectivo y lo sensible, entendido este ltimo en trminos de un modo de conocimiento y de transmisin del relato que por otro lado tambin estaba presente en concepciones occidentales de la memoria en el siglo XVI y que puede verificarse en especial en los relatos memorialistas enunciados a partir de la experiencia de los soldados cronistas.

  • Me permito aqu hacer una breve digresin para exhibir una de las formas en que esta memoria sensible aparece. Hay una escena en los Comentarios Reales, en la que, antes de partir a Espaa, al Inca Garcilaso se le permite ver las momias de sus antepasados (en la casa del Corregidor de Cuzco, por entonces el licenciado Polo de Ondegardo), y l la toca: Acurdome que llegu a tocar un dedo de la mano de Huaina Cpac; paresca que era una estatua de palo, segn estava duro y fuerte. Los cuerpos pesavan tan poco que cualquiera indio los llevava en brazos o en los hombros, de casa en casa de los cavalleros que los pedan para verlos. Llevvanlos cubiertos con sbanas blancas; por las calles y plaas se arrodillaban los indios, hazindoles reverencia, con lgrimas y gemidos; y muchos espaoles les quitavan la gorra, porque eran cuerpos de Reyes, de lo cual quedavan los indios tan agradescidos que no saban cmo decirlo.56 Esa escena tiene varias interpretaciones posibles.57 Por un lado se inscribe por medio de ella una idea constante en losComentarios y que sustenta muchas de sus crticas: la nocin de un mltiple y rico universo sagrado en el mundo andino, en el cual los antepasados ocupan un lugar de privilegio, y que ha sido arrasado, desacralizado por la mano brbara del conquistador la escena misma subraya que se trata de un espacio cerrado, vedado en por el poder colonial, que controla quin accede a ellas. En ese marco, se articula lo pasado-sagrado, que da sentido a un mundo en progresiva desaparicin, con la imagen de la prdida y el lamento para quien se est yendo y est tocando por ltima vez a sus antepasados reparemos en que el Inca parte hacia Espaa a los veinte aos y nunca podr regresar. Tambin funciona en el texto como estrategia de legitimacin: quien estuvo all, fue testigo, vio y experiment esa presencia del pasado, viva, es quien reconstruye ese universo en el presente de la escritura. Pero an es posible recuperar otra dimensin, puesto que tambin est funcionando aqu la escenificacin de un modo de conocimiento vinculado con lo sensible, con la experiencia del mundo a travs de los sentidos. Recordemos que, ms all de sus inflexiones relacionadas con nuevos modos del conocimiento en el universo discursivo occidental, y en los cuales las crnicas de Indias tienen un rol fundamental, ese es un modo central de conocimiento y de organizacin discursiva de estas sociedades prehispnicas. De all que este momento digresivo, que cierra el libro V y detiene el relato antes de dejar partir al narrador-protagonista (para siempre exiliado), exhiba la memoria de un modo de ser en el mundo, la voluntaria rememoracin de los ltimos destellos de una comunidad y de un sujeto que, en el presente de la escritura (dcadas despus, en Espaa) aora la sensibilidad, el tacto de ese acceso al conocimiento. De all que, frente a la memoria de los ancestros, la escritura se erija en el oxmoron de una infructuosa restitucin: el sujeto recupera el recuerdo de la experiencia sensible slo en la escritura posterior. Este modo de inscripcin de la memoria sensible hace ingresar dos perspectivas complementarias respecto del pasado: por un lado, una perspectiva nostlgica, vinculada a aquello que se ha perdido; por otro lado, una contraposicin permanente entre oralidad y escritura, donde esta ltima ha pasado a ocupar un rol fundamental, tan esencial para este enunciador que a ella apuesta la posibilidad misma de supervivencia de una memoria rota y le dedica el proyecto de una vida. Pero esta dualidad oralidad-escritura no se supera ni se resuelve nunca: antes bien, existe una permanente apelacin a la actualizacin del universo discursivo oral, colectivo, dialgico, en especial en la figura del to en el seminal captulo 15 del libro I, aunque no solamente. De hecho, este sujeto que elige la escritura, en muchos pasajes se lamenta de no haber escuchado ms a sus parientes incas, sus historias de enorme densidad metafrica, sus memorias de un pasado glorioso y un presente derrotista. (Por ejemplo, la escena antes mencionada se cierra con la siguiente afirmacin: Esto es lo que se pudo haber de las hazaa del Inca Viracocha; las dems cosas ms menudas de hechos y dichos de este famoso Rey no se saben en particular, por lo cual es lstima que, por falta de letras, muriesen y se enterrasen con ellos mismos las hazaas de hombres tan valerosos.58 A ello suma un reiterado nfasis en explicar los distintos modos de transmisin de la memoria en estas sociedades que carecan de escritura, desde una perspectiva tensionada, contradictoria incluso. Esto es as porque, si bien insiste en subrayar los mecanismos de construccin discursiva y recreacin del pasado en su comunidad de

  • origen, oral (como veremos enseguida), en otras zonas del texto la falta de escritura aparece como una carencia, ms o menos velada, con respecto a los modos de representacin. En distinta medida, la falta de escritura tambin aparece vinculada a la prdida. En su dimensin complementaria, este enunciador caracteriza a las fuentes orales como fuentes privilegiadas en la escritura de la historia, incluso por encima de otros textos de historiadores renombrados a los que cita de manera constante, como Francisco Lpez de Gmara y Jos de Acosta, por ejemplo.59 A ello se suma el nfasis en la explicacin puntual de los diferentes objetos, mecanismos y sujetos que sostienen esta estructura social vinculada a la memoria, a la construccin de la historia y a la oralidad, y que sustenta la naturaleza de sus fuentes autctonas. Si bien estas dimensiones pueden verse a lo largo de todo el texto, quisiera detenerme en dos momentos especficos: el captulo VII del libro VI, titulado Postas y correos, y los despachos que llevaban, donde se da cuenta de los chasquis; y el captulo VIII del mismo libro, titulado Contaban por hilos y nudos; haba gran fidelidad en los contadores, donde se habla de los quipus. En el captulo VII el narrador despliega, con un enorme conocimiento, los distintos modelos de transmisin de los mensajes, soportados en los sujetos. Se trata de mostrar cmo estas sociedades que carecan de escritura podan constituir un imperio y establecer redes de comunicacin muy complejas a travs de la corporalidad de los chasquis. Esto habla del funcionamiento social de estos sujetos, definidos por esta transmisin de mensajes, y anuda memoria sensible y corporalidad. Por otro lado, este captulo exhibe el acabado conocimiento del sujeto enunciador acerca de la organizacin social a la que se est refiriendo. No slo lo ha ledo y se lo han contado, sino que, como ha experimentado y ha mamado la misma lengua en la que se construy la sociedad, puede dar cuenta de diferentes modos de constitucin de la misma, y hacerlo de forma detallada (por ejemplo, cuando diferencia los tipos de posta, los tipos de mensajes, sus intenciones y utilidades). En su despliegue de saber tambin est construyendo una autorizacin con respecto a su conocimiento de esa sociedad y est proveyendo un plus de informacin: es la informacin vinculada a este entrelazamiento entre la tradicin occidental y la tradicin indgena donde se constituye como sujeto. Dicha estrategia de legitimacin (este uso de la memoria) se refuerza en el captulo siguiente, donde habla de los quipus. Aqu ya no son los sujetos sino los objetos lo que sostienen el lenguaje y la memoria. Se trata de un captulo de gran inters que contina en el captulo IX, titulado Lo que asentaban en sus cuentas y cmo se entendan, porque organiza en detalle la explicacin acerca de cmo eran los quipus (algo que, como sabemos, hasta el da de hoy presenta problemas para los investigadores). En ambos el narrador se dedica a explicar cmo funcionaban y qu tipo de clasificaciones sostenan estos elementos, que funcionaban como archivo cuantitativo e histrico de los diferentes momentos del imperio, en trminos econmicos, sociales y polticos. El soporte que necesitaban los quipus eran los sujetos capaces de leerlos, llamados quipucamayoc, quienes portaban los quipus, pero que tambin eran capaces de leerlos, construyendo un relato o una historia a partir de los elementos que el quipu provea. Garcilaso afirma que cada ciudad, por pequea que fuera, tena que tener al menos cuatro quipucamayos, porque de esa manera se almacenaba en varios lugares y con distintas miradas esta historia. Los quipucamayos permitan la transmisin de conocimientos (soportados en estos objetos-archivo, y en los sujetos capaces de leerlos) durante siglos. Vemos entonces cmo este enunciador, que muchas veces llama historiadores a los quipucamayos, conoce el objeto, el sujeto y es capaz de explicar el modo de construccin de un discurso a partir de ambos. Al mismo tiempo, se coloca a s mismo en el lugar de mediador entre la tradicin occidental (incapaz de entender cmo funciona este sistema) y la tradicin indgena, que tambin desconfa del acercamiento de los conquistadores. De hecho, al final del captulo IX se presenta la escena en donde el sujeto se coloca como intermediario y mediador: Yo trat los quipus y udos con los indios de mi padre, y con otros curacas, cuando por San Juan y Navidad venan a la ciudad a pagar sus tributos. Los curacas ajenos rogavan a mi madre que me mandasseles cotejasse sus cuentas, porque, como gente sospechosa, no se fiavan de los espaoles que les tratassen verdad en aquel particular hasta que yo les certificava della, leyndoles los traslados que de sus tributos me traan y cotejndolos con sus udos, y de esta manera supe de ellos tanto como los indios.60

  • La construccin de esta escena pone en relieve el cruce de tradiciones al que ya nos hemos referido; asimismo, perfila cierta apuesta a la posibilidad de resolucin del conflicto en la figura de un mediador. Quien aprendi porque experiment y funcion como mediador es quien ahora se constituye como sujeto de la escritura. A ello se suma la inscripcin textual de las dos vertientes a las que se suele hace referencia cuando habla de los Comentarios Reales: reparemos en que, cuando deben solicitar ayuda para cotejar lo escrito, los curacas hablan con la madre del Inca y no con el padre, que es aquel a quien deben pagar el tributo. Ese yo que rememora es tambin el que certifica lo que los libros dicen frente a los quipus, por medio de un doble movimiento que semeja la traduccin. El narrador-personaje conoce ambos sistemas, por su experiencia y su formacin; en virtud de ello, coteja y traduce para los indgenas aquello que aparece escrito en los textos espaoles coteja que las cuentas sean exactas, pero adems puede llevar a cabo una intermediacin entre sistemas de signos diferentes: de lo oral a lo escrito y viceversa. Detengmonos ahora en el captulo XXVII del libro II, que habla de los distintos sujetos que construyen el discurso, ms vinculados a la historia, a lo legendario y a lo potico: los amautas y los harauicus. El captulo se titula La poesa de los incas amautas, que son filsofos, y harauicus, que son poetas.61 Aqu, el narrador-historiador describe el rol y las actividades que desarrollan estos filsofos y estos poetas, nombrndolos primero por su nombre indgena y luego proponiendo una traslacin, por analoga, al universo occidental. Este sistema de comparacin por semejanza funciona a lo largo de todo el captulo, cuando habla de los amautas, que eran filsofos que tenan habilidad para componer comedias y tragedias.62Hace referencia entonces a gneros que estn vinculados con la tradicin occidental, dado que este captulo busca explicar el funcionamiento de estos sujetos en trminos de construccin del relato para un destinatario occidental. El narrador trabaja buscando la similitud que permita explicar el funcionamiento de estos sujetos pero, adems, en esta comparacin los coloca en un lugar de privilegio, connotados positivamente. A ello se suma la afirmacin de que, a pesar de que no posea escritura alfabtica, el imperio incaico tena filsofos y poetas de la ms refinada capacidad para poner en escena el pensamiento y el relato. Para mostrarlo, el Inca despliega toda una descripcin de la manera en que se construan los relatos, los cantares y los versos; explica puntualmente qu tipos de versos utilizaban y relaciona los textos de estos filsofos con la construccin de un discurso histrico. Por ejemplo: Tambin componan en verso las hazaas de sus Reyes y de otros famosos Incas y curacas principales, y los enseavan a sus descendientes por tradicin, para que se acordassen de los buenos hechos de sus pasados y los imitassen. Los versos eran pocos, porque la memoria los guardasse, empero muy compendiosos, como cifras.63 Se presenta de este modo el funcionamiento de la transmisin de los relatos en una sociedad bsicamente oral: se trata de una tradicin vinculada con el traspaso del relato de generacin en generacin, y con la idea de guardar el relato en la memoria y transmitirlo para que perdure. Por otro lado, es claro que el enunciador relaciona los relatos de las hazaas de los reyes con una finalidad moralizante, ya que afirma que los enseaban para que se acordasen de los buenos hechos de sus pasados y los imitassen.64 Se trata de escenificar una cercana con la idea de ensear lo bueno para imitarlo, vinculada con la finalidad moralizante del discurso histrico. Ahora bien, el narrador no slo seala qu tipos de versos se hacan sino que, adems, explica el motivo de la escritura de esos versos. Reparemos entonces en que se trata de un sujeto que permanentemente est anudando forma y contenido, y que provee una explicacin en trminos de un funcionamiento social. Eso es lo que este sujeto puede hacer frente a otros sujetos que escriben con una sola tradicin; este es el plus de conocimiento y de aprehensin del pasado indgena que el texto pone en escena de manera constante. Un poco ms adelante aade otra inflexin de la discursividad: Los versos amorosos hazan cortos, porque fuessen ms fciles de taer en la flauta.65 El cronista da cuenta de otro de los modos de transmisin y puesta en escena del relato, entrelazando palabra y musicalidad. Claro que, para hacer

  • inteligible estas formas discursivas a un lector peninsular, el narrador marca los diferentes tipos en trminos de gneros discursivos, acercando estos ltimos a la tradicin occidental. De all que se detenga en explicar las diferentes slabas, los usos sociales y los modos de transmisin, los contenidos, los referentes, y las intenciones con las que ese texto se produca. Una vez ms, su legitimidad enunciadora se organiza a partir del despliegue de un enorme conocimiento del funcionamiento del discurso del relato en el mundo prehispnico. De este modo, se construye una trama de diferentes articulaciones entre lo social, lo cultural, la forma y el contenido del discurso en el mundo prehispnico. Claro que, al exponer esta complejidad, el narrador tambin se est colocando en un lugar de preeminencia donde entronca con su funcin como traductor: no slo es un traductor cultural, sino tambin un traductor especficamente vinculado a cuestiones de lengua.66 As, tematizacin de la memoria, experiencia sensible del pasado, saber privilegiado construido en el entrelugar de los linajes materno y paterno hacen de este narrador modelo de un espacio de enunciacin nuevo. Espacio que inscribe en lo simblico un proyecto de convivencia donde el universo autctono no se repliega sino que se re-erige: esta es la apuesta central de las crnicas mestizas que analizamos aqu. Bibliografa

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    Notas 1 Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002. 2 Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria, Barcelona, Paids, 2000. 3 Yosef Yerushalmi, et al, Usos del olvido, traduccin de Irene Agoff, Buenos Aires, Nueva Visin, 1998. 4 Francis Yates, El arte de la memoria, traduccin de Ignacio Gmez de Liao, Madrid, Taurus, 1974. 5 Jack Goody, The Domestication of the Savage Mind, Cambridge, Cambridge UP, 1977, p. 109. 6 Un texto ineludible an hoy para dar cuenta de estas preguntas es Nuevas perspectivas en los estudios literarios coloniales hispanoamericanos de Rolena Adorno, Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, Lima, ao XIV, nm. 28, 1988, pp. 11-37. Analizo los desarrollos y los problemas de estos interrogantes, dos dcadas despus, en Valeria An, La materia de la memoria: reflexiones sobre lecturas y debates coloniales en torno a crnicas de Indias del siglo XVI, en Laura Catelli y Mara Elena Lucero (eds.), Actas del II Coloquio Internacional CIETP, Rosario, Universidad Nacional de Rosario, 2014, en prensa. 7 Ren Taylor, El arte de la memoria en el Nuevo Mundo, Madrid, Swan, 1987, p. 13. 8 Sarah J. Beckjord, Territories of History, Pennsylvania, Pennsylvania UP, 2007, p. 15. 9 Karl Kohut, et al., Narracin y reflexin. Las crnicas de Indias y la teora historiogrfica, Mxico, El Colegio de Mxico, 2007. 10 Elena Altuna, El discurso colonialista de los caminantes. Siglos XVI-XVIII, Ann Harbor, Michigan, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar y Latinoamericana Editores, 2002, p. 25; Jimena Rodrguez, Conexiones transatlnticas. Viajes medievales y crnicas de la conquista de Amrica, Mxico, El Colegio de Mxico, 2010, p. 171. 11 Martin Lienhard, La crnica mestiza en Mxico y el Per hasta 1620: apuntes para su estudio histrico-literario, Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, Lima, ao IX, nm. 17, 1982, p. 105. 12 Jos Rubn Romero Galvn, Historiografa novohispana de tradicin indgena, vol. 1, direccin de Rosa Camelo y Jos Rubn Romero Galvn, Mxico, UNAM, IIH, 2003, p. 12. 13 Antonio Cornejo Polar, Escribir en el aire. Ensayos sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas, Lima y Berkeley, Celacp-Latinoamericana editores, 2003, p. 81. 14 Valeria An, La palabra despierta. Tramas de la identidad y usos del pasado en crnicas de la conquista de Mxico, Buenos Aires, Corregidor, 2012, p. 67. 15 Beatriz Pastor, El jardn y el peregrino. El pensamiento utpico en Amrica Latina, Mxico, UNAM, 1999, p. 467. 16 La obra historiogrfica de Fernando de Alva Ixtlilxchitl fue fijada hacia fines de la dcada de los setenta por Edmundo OGorman y su equipo para el Instituto de Investigaciones Histricas de la UNAM. No se cuenta con original alguno del autor; antes bien, existen mltiples manuscritos (realizados por diversos copistas) y ediciones parciales en archivos mexicanos y europeos. En un enorme esfuerzo filolgico e histrico, el maestro OGorman y su equipo cotejaron los manuscritos y acometieron la difcil tarea de fijar los textos definitivos, definir las obras y su cronologa e interpretar datos (o realizar inferencias) que dieran cuenta de hitos biogrficos de Fernando de Alva Ixtlilxchitl y permitieran leer mejor la continuidad y los cambios entre sus obras. De este modo, OGorman concluye que la obra de Alva Ixtlilxchitl se compone de cuatro relaciones histricas (la Sumaria relacin; la Relacin suscinta en forma de memorial de las historias de la Nueva Espaa y sus seoros hasta el ingreso de los espaoles; el Compendio histrico del reino de Texcoco; la Sumaria relacin de la historia general de la Nueva Espaa desde el origen del mundo hasta la era de ahora, colegida y sacada de las historias, pinturas y caracteres de los naturales della y de los cantos antiguos con que la observaron y la Historia de la nacin chichimeca, la ms conocida de este autor). Fernando de Alva Ixtlilxchitl,Obras histricas, 3 vols., edicin facsimilar, estudio introductorio y apndice documental de Edmundo OGorman, Mxico, Instituto Mexiquense de Cultura, UNAM, IIH, 1997, p. 18. 17 La primera edicin de los Comentarios Reales tuvo lugar en Lisboa en 1609, mientras que la de la segunda parte, conocida como Historia general del Per, tuvo lugar en Crdoba, Espaa, en 1617. Si bien el problema filolgico,

  • textual y gentico an dista de haber sido resuelto, como seala Jos Antonio Mazzotti, Criterios transatlnticos para una nueva edicin crtica de los Comentarios Reales, en Ignacio Arellano y Jos Antonio Rodrguez (eds.), Edicin y anotacin de textos coloniales hispanoamericanos, Madrid y Frankfurt, Iberoamericana, Vervuert, 1999, pp. 125-142, la edicin an hoy ms aceptada y citada es la de ngel Rosenblat, con prlogo de Ricardo Rojas (1933-34). A ella se sumaron las ediciones de Carmelo Senz de Santa Mara para la Biblioteca de Autores Espaoles (incluida dentro de las Obras completas) y la de Carlos Arancbia para Fondo de Cultura Econmica. En este artculo trabajo con la edicin de Rosenblat e indico las citas refiriendo tambin el tomo. 18 Diccionario de Autoridades, 3 vols., edicin facsimilar, Madrid, Gredos, 1974, p. IV. 19 Paolo Rossi, El pasado, la memoria, el olvido, traduccin de Guillermo Piro, Buenos Aires, Nueva Visin, 2003, p. 21; Jol Candau,Antropologa de la memoria, traduccin de Paula Mahler, Buenos Aires, Nueva Visin, 2002, p. 15. 20 Jacques Le Goff, El orden de la memoria, traduccin de Hugo F. Bauz, Barcelona, Paids, 1991, p. 131. 21 Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, traduccin de Federico Balcarce, Buenos Aires, Mio y Dvila, 2001. Su texto seminal, seguido y discutido por la mayora de los investigadores del campo. 22 Francois Barret-Ducrocq (dir.), Por qu recordar?, traduccin de Silvia Pea W., Barcelona, Granica, 2002. 23 Enrique Florescano, Memoria indgena, Mxico, Taurus, 2000, p. 13. 24 Adems, segn este investigador, existieron dos paradigmas mesoamericanos que unificaron la reconstruccin del pasado: el mito de la creacin del cosmos; la fundacin del reino maravilloso (Tolln) y Quetzalcotl, creador de estados y dinastas, ibid., p. 20. Respecto de la memoria indgena en el mundo nahua vanse tambin los trabajos de Miguel Len Portilla, Toltecyotl. Aspectos de la cultura nhuatl, Mxico, FCE, 1980; Miguel Len Portilla, El destino de la palabra. De la oralidad y los cdices mesoamericanos a la escritura alfabtica, Mxico, El Colegio Nacional, FCE, 1997; Patrick Johansson, La palabra de los aztecas, Mxico, Trillas, 1993 y Patrick Johansson, La palabra, la imagen, el manuscrito. Lecturas indgenas de un texto pictrico en el siglo XVI, Mxico, UNAM, 2004. 25 Jos Rubn Romero Galvn, Memoria, oralidad e historia en dos cronistas nahuas, Estudios de cultura nhuatl, Mxico, UNAM, vol. 38, 2007, p. 170. 26 Ibid. 27 Ibid., p. 171. 28 Al respecto afirma Jacques Le Goff que no slo la ciudad capital se convierte en el perno del mundo celeste y de la superficie humanizada, (y el punto focal de la poltica de la memoria), sino que el rey en persona despliega, en toda la extensin sobre la que tiene autoridad, un programa de memorizacin del que l es el centro, Le Goff, op. cit., p. 141. 29 Danna Levin Rojo y Federico Navarrete, Introduccin: el problema de la historiografa indgena, en Levin Rojo y Federico Navarrete (coords.), Indios, mestizos y espaoles. Interculturalidad e historiografa en la Nueva Espaa, Mxico, UAM, UNAM, 2007, p. 22. 30 Respecto de las formas de inscripcin y de escritura, sigue siendo de relevancia la siguiente compilacin: Writing Without Words, en Elizabeth Boone y Walter D. Mignolo (eds.), Duke: Duke UP, 1994 y la obra de Elizabeth Boone Stories in Red and Black, Texas, University of Texas Press, 2008. Ms reciente, y con nfasis tambin en el mundo colonial: Pablo Escalante Gonzalbo, Los cdices mesoamericanos antes y despus de la conquista espaola, Mxico, FCE, 2010. 31 Como veremos ms adelante, este funcionamiento de la memoria no es privativo del mundo mesoamericano, sino que tambin atraviesa el mundo andino, donde, segn Frank Salomon, varias verdades existen lado a lado sin necesidad de cotejarlas en foro comn, salvo en caso de litigio o disputa. Frank Salomon, La textualizacin de la memoria indgena en la Amrica andina: una perspectiva etnogrfica comparada, Amrica indgena, Mxico, vol. 54, nm. 4, 1994, p. 238. 32 Ibid., p. 236. En los ltimos aos, este proceso ha sido ampliamente documentado y analizado. A mi juicio, dos trabajos continan siendo ineludibles al respecto: Serge Gruzinski, La colonizacin de lo imaginario, traduccin de Jorge Ferreiro, Mxico, FCE, 1995 y Walter D. Mignolo,The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1995. Para el mundo andino, entre muchos otros, Martin Lienhard, La voz y su huella, La Habana, Casa de las Amricas, 1990. En relacin con la presencia de subtextos andinos: Jos Antonio Mazzotti, Coros mestizos del Inca Garcilaso. Resonancias andinas, Mxico, FCE, 1996 y Carlos Garca Bedoya,La literatura peruana en el perodo de estabilizacin colonial, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2000. Ms reciente, se destaca tambin Gonzalo Lamana, Domination Without Dominance, Durkham, Duke UP, 2008. 33 Fernando de Alva Ixtlilxchitl (1578-1650) fue descendiente, por linaje materno, de los reyes Nezahualcyotl y Nezahualpilli. El principal patrimonio de su familia materna fue el cacicazgo de San Juan Teotihuacn, del cual su abuela, Francisca Verdugo Ixtlilxchitl, fue principal. Alva Ixtlilxchitl fue gobernador de la ciudad de Tetzcoco (1612-13), juez gobernador de la provincia de Chalco (1619-1622), intrprete del Juzgado de Indios en 1640 (se

  • desconoce desde qu fecha). Paralelamente, compuso sus obras histricas. A su muerte, su hijo hered sus papeles, los cuales don aos despus a su amigo, don Carlos de Sigenza y Gngora. 34 Valeria An, Realismo, detalle y experiencia: acerca de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espaa, Latinoamrica, Mxico, CIAL, UNAM, nm. 57, 2013, p. 231. 35 Alva Ixtlilxchitl, op. cit., Sumaria relacin de todas las cosas, vol. 1, p. 287. Salvo indicacin en contrario, todos los subrayados me pertenecen. 36 Otros ejemplos posibles: Las cuales relaciones, principalmente la mexicana, que est ms especfica, he tenido en mi poder, y conforma en todo la original historia, conforme tengo escrito, y escribir lo que me queda por escribir, ibid., p. 286; Esta es la verdadera historia original de los seores de Mxico, porque todo lo dems es falso y compuesto, ibid., Relacin sucinta en forma de memorial, p. 409. 37 Le Goff, op. cit., p. 137. 38 Recordemos que, segn el Diccionario de Autoridades, una de las acepciones del trmino memorial remite a ello: se llama en el forense el apuntamiento en que se contiene todo el hecho de algn pleito o causa. Diccionario de Autoridades, op. cit. 39 Dichos parmetros haban sido puestos en escena por Francisco Lpez de Gmara en su Hispania Vitrix (1553), texto que tanto Alva Ixtlilxchitl como el Inca Garcilaso conocen y citan. Respecto de este ideal historiogrfico vase: Nora Edith Jimnez, Francisco Lpez de Gmara. Escribir historias en tiempos de Carlos V, Mxico, El Colegio de Michoacn, INAH, 2000 y mi trabajo: Valeria An, Autora, historia y polmica: aproximaciones al archivo colonial en las historias de la conquista de Mxico de Bernal Daz del Castillo y Francisco Lpez de Gmara, Filologa, Instituto de Filologa Hispnica Dr. Amado Alonso, Universidad de Buenos Aires, nmero especial dedicado a Ana Mara Barrenechea, a cargo de la Dra. Mara del Carmen Porra, 2014, en prensa. 40 Edward Said, Beginnings. Intention & Method, New York, Columbia University Press, 1985, p. 29 41 Alva Ixtlilxchitl, op. cit., Sumaria relacin, vol. 1, p. 265. 42 Salvador Velazco, Visiones de Anahuac. Reconstrucciones historiogrficas y etnicidades emergentes en el Mxico colonial: Fernando de Alva Ixtlilxchitl, Diego Muoz Camargo y Hernando Alvarado Tezozmoc, Mxico, Universidad de Guadalajara, 1996, p. 62 43 Jimnez, op. cit. 44 He analizado estos usos, su funcionalidad en la trama de esta crnica y sus similitudes con algunos fragmentos de los Comentarios Realesen Valeria An, De Mxico a Cuzco: nostalgia, memoria y usos del pasado en crnicas de tradicin indgena, Vanderbilt e-Journal of Luso-Hispanic Studies, nmero especial sobre literatura colonial a cargo de David M. Solodkow y Hugo Ramrez, marzo de 2014, en prensa. 45 Nacido en Cuzco en 1539 y bautizado como Gmez Surez de Figueroa, hijo del capitn espaol, Garcilaso de la Vega, y de madre inca, ChimpuOcllo, el Inca Garcilaso (como luego se renombr a s mismo) es una de las figuras ms destacadas del mbito de las letras hispanoamericanas en el siglo XVI. Si bien se crio en torno a su madre y a sus parientes maternos, tuvo intenso contacto con su padre y sus compaeros de batallas y conquistas, de quienes escuch numerosas historias. Ambas vertientes seran luego centrales en la construccin de su trabajo fundamental, los Comentarios Reales. En 1560, pocos meses despus de la muerte de su padre, el Inca emprendi su viaje a Espaa, cumpliendo con el mandato paterno. Luego de un rocambolesco periplo, el Inca lleg a destino, donde luch porque se le reconocieran los mritos de su padre en la conquista del Per (con resultados infructuosos) y ms adelante, entre marzo y diciembre de 1570, particip de las mesnadas seoriales contra los rebeldes moriscos en las Alpujarras. Desde entonces se dedic a la traduccin y la escritura: los Dilogos de amor de Len Hebreo (1586), la Florida del Inca (Lisboa, 1605), la primera parte de los Comentarios Reales (Lisboa, 1609). La segunda parte, conocida luego como Historia general del Per, vio la luz en Crdoba, Espaa, en 1617, pocos meses despus de la muerte del Inca. 46 Paloma Jimnez del Campo analiza la recepcin y las distintas ediciones de los Comentarios Reales desde el siglo XVII en Paloma Jimnez del Campo, Lectores y lecturas de los Comentarios Reales, en Romiti y Song No (eds.), 400 aos de Comentarios Reales. Estudios sobre el Inca Garcilaso y su obra, Elena Uruguay, Aitana ediciones, 2010, pp. 231-251; Christian Fernndez alude a las crticas historiogrficas en Inca Garcilaso. Imaginacin, memoria e identidad, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2004. La tesis ineludible es la de Mara Fernanda Macchi, Incas ilustrados, Madrid, Frankfurt, Iberoamericana-Vervuert, 2012. 47 Walker Enrique Pupo, La vocacin literaria del pensamiento histrico en Amrica, Madrid, Gredos, 1982, p. 96. Dicha preeminencia est siendo revertida en las ltimas dos dcadas, en particular a partir del anlisis de Roberto Gonzlez Echevarra, Mito y archivo, traduccin de Virginia Aguirre Muoz, Mxico, FCE, 2000. 48 Pastor, op. cit. 49 Mazzotti, Coros mestizos, op. cit. 50 La descripcin pormenorizada de la crtica garcilasista excede en mucho los propsitos de este texto. Me limito aqu a aludir slo a aquellos que directamente se vinculan con las tesis de este trabajo. No obstante, es preciso no

  • olvidar, en relacin con la tradicin occidental en la que estos Comentarios Reales tambin abrevan, los trabajos de Jos Durand, El Inca Garcilaso de Amrica, Lima, Biblioteca Nacional del Per, 1988 y la lectura filolgica de Margarita Zamora, Language, Authority and Indigenous History in the Comentarios reales de los incas, Cambridge, Cambridge UP, 1988. 51 Cornejo Polar, op. cit., p. 37. 52 Fernndez, op. cit., p. 130. 53 Ibid., p. 150. 54 Cornejo Polar, op. cit., p. 43. 55 Una enumeracin que no intenta ser exhaustiva no puede dejar de sealar los aportes de Nicols Wey Gmez, Dnde est Garcilaso?: la oscilacin del sujeto colonial en la conformacin de un discurso transcultural, Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, Lima, ao XXXIV, nm. 17, 1991, pp. 7-31; de Jos A. Rodrguez Garrido, La identidad del enunciador en los Comentarios Reales, Revista Iberoamericana, Pittsburg, vol. 61, nm. 172-73, 1995, pp. 371-383; de Beatriz Pastor, La razn utpica del Inca Garcilaso, en Mabel Moraa (ed.),Indigenismo hacia el fin de milenio. Homenaje a Antonio Cornejo Polar, Pittsburg, Instituto de Literatura Iberoamericana, 1998, pp. 39-60 y de Jos Antonio Mazzotti, En virtud de la materia: nuevas consideraciones sobre el subtexto andino en los Comentarios Reales, Revista Iberoamericana, Pittsburg, vol. 61, nm. 172-73, 1995, pp. 387-421. Todos ellos articulan enunciacin, traduccin y representacin, y dan cuenta de la representacin del universo (religioso, histrico, filosfico incluso) a partir de la figura de Pachacmac. 56 Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales de los Incas, ngel Rosenblat, editor, Ricardo Rojas, prlogo, Buenos Aires, Emec, 1943, Libro V, cap. XXIX, p. 288. 57 De hecho, Paul Firbas la caracteriza como una escena con cierta autonoma narrativa que, de algn modo, cifra el proyecto de escritura del Inca y ofrece un caso ejemplar para estudiar la relacin de su discurso con los hechos histricos. Paul Firbas, La momia del Inca. Cuerpo y palabra en los Comentarios Reales, Revista de Crtica Literaria Latinoamericana, Lima, ao XXXV, nm. 70, 2009, p. 39. No obstante, en mi trabajo selecciono esta escena para remarcar el vnculo con la memoria sensible y el subtexto indgena. 58 Garcilaso de la Vega, op. cit., Libro 1, cap. XV. 59 Sobre este elemento puntual trabaja Margarita Zamora, op. cit., p. 549, quien seala el rol que se le da a las fuentes orales en losComentarios Reales como modo de valorar esas fuentes en el marco de la historiografa humanista y renacentista. 60 Garcilaso de la Vega, op. cit., Libro VI, cap. IX, p. 26 61 Ibid., Libro II, cap. XXVII, p. 121 62 Ibid. 63 Ibid., p. 115. 64 Ibid., p. 121 65 Ibid. 66 El rol del Inca como traductor ha sido ampliamente analizado y excede el propsito de este trabajo dar cuenta pormenorizada de ello. Entre los textos clsicos, remito a Traduccin, escritura y violencia colonizadora. Un estudio de la obra del Inca Garcilaso de Susana Jkfalvi-Leiva, Syracuse, Maxvell School of Citizenship and Public Affairs, 1984 y a El Inca Garcilaso, traductor de culturas de Mercedes Lpez Baralt, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana, Vervuert, 2011. Ms recientes, se destacan El Inca Garcilaso y la traduccin de Julio Ortega, en Jos Antonio Mazzotti (comp.), Renacimiento mestizo. Los 400 aos de los Comentarios Reales, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana, Vervuert, 2010, pp. 343-352 y Escenas de traduccin en los Comentarios Reales de Rodrigo Caresani, Anclajes, vol. XVII, nm. 1, 2013, pp. 1-20.