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"Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión"

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Reflexión de la HOAC ante la Crisis de la Política y la necesidad de aplicar la Comunión a la vida social

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La Hermandad Obrera de Acción Católica —HOAC— queremos ofrecer esta reflexión: Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión, para ayudar a discernir, desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, qué está ocurriendo con la vida social y la acción política que, lejos de responder a las necesidades de toda la persona y de todas las personas, las está empobreciendo y deshumani-zando. Y, en concreto, queremos reflexionar si sobre nuestro sistema político está contribuyendo a una vida social a la altura del ser humano.

Desde el Evangelio queremos anunciar que sí es posible construir otra vida social y otra política que haga posible que la persona sea lo primero. Eso supone orientar nuestras vidas, personal y socialmente, y la actividad política desde la comunión, desde las necesidades de los empobrecidos.

Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión

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ANTE UNA DEMOCRACIA ROTA, OTRA POLÍTICA ES POSIBLE

DESDE LA COMUNIÓN

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Cuadernos HOAC

© Hermandad Obrera de Acción Católica

Portada: Ignacio Rojo

ISBN: 978-84-92787-17-3Depósito legal: M. 10708-2013

Preimpresión e impresión:Gráficas Arias Montano, S. A.

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Índice

I. Importancia de la acción política para construir una vida social a la altura del ser humano ..................................... 6

1. La acción política como respuesta a la necesidad de vida social del ser humano ..................................................... 6

2. Tres claves para comprender la acción política como respuesta a la necesidad de vida social ............................ 8

II. Contexto actual en el que se desarrolla nuestra vida so-cial y la dinámica política ............................................................... 9

1. Un contexto actual marcado por una profunda trans-formación o mutación social .................................................. 9

2. El espíritu de la dinámica política predominante ....... 10

3. La lógica capitalista se ha convertido en cultura tam-bién en la acción política .......................................................... 14

4. La organización social derivada de la orientación in-dividualista de la política ........................................................ 16

III. Fe cristiana y acción política ......................................................... 26

1. Otra política es posible desde la comunión .................... 27

2. ¿Cómo hacer cultura una acción política orientada por la comunión? ......................................................................... 30

3. Hacia una organización social derivada de una acción política orientada para la comunión .................................. 31

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IV. ¿Qué retos nos plantean esta vivencia de la política orientada por la comunión para la acción evangeliza-dora? Retos para la comunidad eclesial y para los cris-tianos ........................................................................................................ 41

V. Cuestionario para la reflexión personal y en grupo ........ 45

Títulos publicados colección «Cuadernos HOAC» .............................. 47

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Ante una democracia rota, otra política es posible

desde la comunión1

…5.965.000 personas en paro según la E.P.A., una tasa de desempleo del 26,02%

Más de dos millones de personas en paro no cobran ninguna prestaciónCasi un millón de españoles han emigrado desde 2011

Más de 500 desahucios diarios en 2012153.000 inmigrantes irregulares sin cobertura sanitaria

El 27% de la población española, cerca de 13 millones de personas, bajo el umbral de pobreza

Las ganancias de la banca crecen un 20,12% en 2012Las ayudas públicas a la banca en España ascienden

a 53.000 millones de eurosSe estima que las personas más ricas del mundo tienen

21 billones de dólares en paraísos fiscales…

La realidad que vivimos no deja duda. La manera en cómo orga-nizamos nuestra vida social no tiene al ser humano como centro de la misma. La consecuencia es evidente, los hombres y las mujeres del

1 Este documento se ha elaborado a partir del Plan Básico de Formación Política de la HOAC.

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mundo del trabajo, especialmente las personas y las familias más dé-biles y excluidas, son las víctimas. Su empobrecimiento y el no reco-nocimiento de sus derechos sociales son un fracaso de la política y una negación práctica de Dios. Nuestra sociedad se hace injusta e indecen-te, se deshumaniza. Esta realidad social genera mucho sufrimiento.

La Hermandad Obrera de Acción Católica —HOAC— queremos ofrecer esta reflexión: Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión, para ayudar a discernir, desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, qué está ocurriendo con la vida social y la acción política que, lejos de responder a las necesidades de toda la persona y de todas las personas, las está empobreciendo y des-humanizando. Y, en concreto, queremos reflexionar sobre nuestra democracia como sistema político: ¿Está contribuyendo a una vida social a la altura del ser humano?

La realidad se empecina en no ser buena noticia, especialmente, para los pobres. Pero desde el Evangelio queremos anunciar que sí es posible construir otra vida social y otra política que haga posible que la persona sea lo primero. Eso supone orientar nuestras vidas, personal y socialmente, y la actividad política desde la comunión, desde las necesidades de los empobrecidos.

I. Importancia de la acción política para construir una vida social a la altura del ser humano

1. La acción política como respuesta a la necesidad de vida social del ser humano

La vida social es una necesidad humana, es crucial para que las personas podamos ser y desarrollar nuestra existencia. Las perso-

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nas no somos islas, somos seres sociales. Por tanto, tenemos una radical necesidad de vida social. Somos y vivimos en la medida que convivimos. Es en esa vida social donde las personas podemos des-plegar nuestra verdadera humanidad y experimentar la felicidad.

«Dios no ha creado al hombre como un ser solitario, sino que lo ha creado como un ser social. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con los otros.»2

Por ello, la manera en cómo se organice esa vida social tiene una gran influencia en nuestra realización y felicidad. En esa realidad social es donde se pueden reconocer o no los derechos personales y sociales que cada persona, por el hecho de serlo, poseemos para vivir plenamente y con dignidad.

La política es la actividad que los seres humanos desarrollamos para responder a esa necesidad de vida social. Según el sentido de esa respuesta, el ser humano se realiza o se deshumaniza, crece o se deforma.

Por este motivo, la política no es ajena a nosotros, ni una cuestión de la que podamos prescindir o delegar en otras personas, ni un mal menor, ni algo optativo en nuestra vida La política, en sentido amplio, es la acción del ser humano como ser social y pertenece a la misma naturaleza humana que, para realizarse, necesita construir relaciones sociales humanas, crear vida social. La manera de organi-zar y regular las relaciones entre las personas, de tomar las decisio-nes, de satisfacer las distintas necesidades humanas —económicas, educativas, culturales, sociales…— están dentro del ámbito de la política. La política, por tanto, se ocupa del cuidado de la vida, de que todas las personas tengan vida, especialmente las más débiles. Por ello, la justicia es inseparable de una acción política a la altura

2 Libertatis constientia, 32

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del ser humano. Hablar de empobrecimiento y de empobrecidos es, sin duda, hablar de política y de cómo esta debe orientar la econo-mía para que esté al servicio del bien común

Esta capacidad humana de responder a la necesidad de la vida social, que es la política, hemos de cultivarla. Aquellas capacidades que no se forman conscientemente terminan por deformarse, por ser conformadas por otros. Y, entonces, lo que se deforma es realmente la persona. Sólo tomando conciencia de nuestra necesidad de vida social y de la respues-ta política para construirla junto a otras personas, podemos realmente ser constructores y protagonistas de nuestra humanidad.

Desde esta perspectiva, a quien le importe la persona necesaria-mente le importa la política en un sentido amplio. Nadie que diga que le interesa el ser humano, que la persona es lo primero, puede desentenderse de la actividad política.

2. Tres claves para comprender la acción política como respuesta a la necesidad de vida social

La acción política, como respuesta a la necesidad que tenemos las personas de vida social, se va construyendo desde tres claves fundamentales:

a) La política siempre responde a un sentido, una finalidad. Esa orientación puede hacer la política más humana y gene-radora de humanidad o puede convertirla en un instrumento que quiebra la vida. Ese sentido o espíritu que orienta la ac-ción política y es norte para la vida social está muy unido a la visión que se tenga del ser humano, de su vocación más pro-funda, de lo que lo realiza e impulsa vitalmente su existencia.

b) La acción política necesita hacer cultura su sentido y finali-dad: Extender una manera normal y natural de comprender-

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la y vivirla. El espíritu que orienta la acción política requiere que sea asumida por el mayor número de personas. Ese sen-tido y orientación ha de ser comprendido y experimentado como la manera normal y natural de vivir, como la más cohe-rente con nuestro ser persona. Necesita convertirse en cultura.

c) Esa orientación y concepción de la política se materializa en un sistema de organización social. Ese sentido de la política y esa cultura política se concreta en un conjunto de elementos bá-sicos de la vida política como son: las relaciones económicas, el sistema de producción y consumo, la familia, la comunidad po-lítica y el sistema de gobierno, la cultura, los medios de comu-nicación, la educación, la comunidad internacional Toda esa acción política es la que posibilita organizar y configurar la vida social para responder o no a las necesidades de las personas.

II. Contexto actual en el que se desarrolla nuestra vida social y la dinámica política

1. Un contexto actual marcado por una profunda transformación o mutación social

En múltiples ocasiones hemos oído decir que vivimos un cambio de época y no solo una época de cambios acelerados. Incluso, también se

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afirma que vivimos una mutación social y cultural tan profunda que marcará un antes y un después en la historia humana. Es decir, que nuestra sociedad se está transformando profundamente. Por tanto, la crisis económica y financiera que venimos padeciendo desde 2007, espe-cialmente en los países ricos, no es ni más ni menos que una pequeñísi-ma punta de un enorme iceberg: la transformación de un modelo social.

En nuestro contexto histórico más próximo comprobamos cómo la sociedad que nació tras la Segunda Guerra Mundial y que —no sin esfuerzo y sin luchas políticas, sindicales y sociales— fue cua-jando en el llamado Estado del Bienestar, comenzó a transformarse desde la década de los años 80 del siglo pasado. En estos últimos años, con la actual crisis económica y financiera y las decisiones po-líticas para afrontarla, esa dinámica social de cambio se ha acelera-do y ha mostrado el verdadero rostro que el neoliberalismo nos pro-ponía. Es como si los cambios económicos que durante décadas se han ido introduciendo hubieran horadado la vida social y política para, en un estallido, arrasar el estado social y de derecho conquis-tado y construido con tanto esfuerzo. Aunque no podemos olvidar que ese Estado social y de derecho se circunscribió a los «países ricos» y, en gran medida, se edificó sobre el empobrecimiento y el endeudamiento de los países del Sur del Planeta.

Estos cambios están mutando la realidad social y, por tanto, tam-bién están transformado la dinámica política: su finalidad y espí-ritu, la manera natural de comprenderla y vivirla y el entramado institucional, ideológico y normativo que la materializa.

2. El espíritu de la dinámica política predominante

El espíritu, el sentido y orientación de la dinámica política que encontramos como predominante en el actual contexto, responde,

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especialmente, a la concepción de persona que el capitalismo ha ido configurando. Un ser humano comprendido como:

a) Individuo competitivo. Una persona dotada de una racio-nalidad «maximizadora», es decir, que trata de buscar las máximas ganancias a toda costa. Desde esta visión, la per-sona desarrolla su bienestar y su felicidad en la medida que «libremente» busca su bien individual o corporativo. La bús-queda del interés particular es la vocación del ser humano. Desde esta concepción se atribuye mucha importancia al individuo y a la libertad humana entendida como la capa-cidad de elección a la hora de buscar el interés particular o de grupo, especialmente en el ámbito económico. El ser hu-mano es, por tanto, individualista y competitivo. Entonces, la persona contempla al otro, a la hora de maximizar las ga-nancias, como un rival y un competidor. Las relaciones que se establecen entre personas o grupos son utilitaristas, están en función de que reporten algún beneficio.

b) Individuo productor y consumidor. El modelo de producción y consumo en el que vivimos configura un modelo de persona en el que toda su existencia se ve forzada a adaptarse a los requerimientos del mismo. Una persona que desarrolla las di-mensiones de su naturaleza que responden a esas exigencias y que anula o atrofia aquellas que son un impedimento para el desarrollo de ese sistema. La dimensión política del ser huma-no, aquella que se preocupa de los demás, del cuidado de la vida de los otros, se termina atrofiando. Pero además, la perso-na desarrolla una identidad consumista que tiene importantes consecuencias en la orientación de la acción política. Es una persona que todo lo valora —seres humanos, familias, com-promiso, vida social…— desde las características de un objeto de consumo: elegibles, flexibles, sustituibles, prescindibles…

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La libertad se concibe como la capacidad de elegir productos —aunque esos sean opciones políticas— que satisfagan el de-seo individual o de grupo. A los más débiles y empobrecidos se les contempla, no como una posibilidad de ser, sino como un lastre para satisfacer el deseo y el interés particular.

Desde esta visión del ser humano cobran especial importancia algunas instituciones como el libre mercado, la libertad de contra-tación y la acumulación de propiedad privada. Las dos primeras, porque son consideradas como las que mejor posibilitan a las per-sonas intercambiar y producir bienes y servicios y maximizar las ganancias. La última, porque es la que mejor contribuye a preservar y aumentar el bien particular —individual o de grupo—. La econo-mía, desde esta concepción del ser humano, recibe una importancia preponderante como camino de realización y desarrollo humano y social. Instituciones como el libre mercado o la libertad de contrata-ción o la acumulación particular y sin límites de propiedad privada se absolutizan convirtiéndose en bienes que defender a toda costa.

Esta visión de la persona nos hace entender la vida social no como una necesidad intrínseca al ser humano, sino como un contra-to social donde nos unimos a otros para buscar el beneficio indivi-dual o de grupo. La acción política se orienta, desde esta concepción del ser humano, por el amor propio y se concreta en la lucha por la existencia, donde se impone la ley del más fuerte3.

La política, entonces, tiene sentido como instrumento para pro-porcionar bienestar a los ciudadanos y ciudadanas —bienestar individual o corporativo— y como mecanismo para conseguir y mantener los intereses de los más fuertes. La justicia, que crea las

3 Comisión Permanente de la HOAC (2012): Derechos y Justicia en Guiller-mo Rovirosa.

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condiciones para que a todas las personas se les reconozca su dig-nidad y pone en el centro de la vida social a los empobrecidos, no tiene cabida. La comunidad política, desde esta perspectiva, sirve para favorecer esta manera de entender a las personas y a la vida social, así como garante de la propiedad privada sin límites y de la libertad individual, especialmente, la libertad económica —libertad de contratación, de empresa, de mercado—. Por ello, las organiza-ciones políticas, el Estado, las leyes están dirigidas a favorecer el desarrollo de esta comprensión.

Desde esta óptica se considera que la sociedad se desarrolla cuando crece económicamente y es posible la acumulación de capi-tal independientemente de que esa riqueza se distribuya de forma muy desigual y de que el enriquecimiento de unos se produzca a costa del empobrecimiento de otros. La sociedad se organiza a tra-vés de la acción política para crear las condiciones que favorezcan este crecimiento económico y atraigan la inversión y el aumento de beneficios. Todo lo demás, los derechos sociales y laborales, la edu-cación, la sanidad, el cuidado de los dependientes, el medio am-biente están, en la práctica, subordinados a los fines economicistas. Esta comprensión cobra más fuerza en momentos de crisis econó-mica y de aumento de la pobreza. La consecuencia de esta dinámica economicista es lógica: aquellas personas y grupos más poderosos son los grandes beneficiarios de esta orientación política y los em-pobrecidos son las víctimas.

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3. La lógica capitalista se ha convertido en cultura también en la acción política

Esta concepción de la acción política es la que se va propagando, la que va calando en cada uno de nosotros, en los distintos ambien-tes y se ha convertido en la manera natural y normal de vivir. Algu-nos de los rasgos que se van extendiendo y viviendo como norma-les, que se van haciendo cultura, son:

•   Una visión reducida de la política: La concepción de la ac-ción política en la que hemos ido profundizando conlleva una reducción de la misma que hace que muchos problemas sociales que padece el mundo obrero y del trabajo no sean considerados como problemas políticos. La política se redu-ce, en la práctica, al ámbito de las instituciones legislativas, de gobierno y a los partidos políticos. Se suele dejar al margen de la misma todo lo que hace la sociedad civil, por ejemplo, a través de multitud de organizaciones sociales. Se extien-de, también, una visión de la política donde la persona no es concebida como sujeto y fin de la misma. Solo es política la actividad propia de unos pocos, los especialistas, los que se dedican a lo político y a las instituciones políticas. Lo que conlleva que las personas, en lugar de ser actores, protago-nistas de la acción política, se convierten en meros especta-dores. La política, entonces, olvida una labor fundamental: el cultivo de la dimensión política en la vida de las personas. Lo que se extiende como normal es una despreocupación por la formación política, por la configuración de una ética cívica y por el fomento de las virtudes sociales.

•   Una concepción mercantilista y consumista de la política. La política se comprende igual que una actividad mercantil: concurrimos al mercado de las votaciones donde se presen-

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ta una oferta de opciones políticas, votamos y cada periodo de tiempo evaluamos la gestión. La responsabilidad ante los problemas siempre se deriva hacia los profesionales de la política. Esta dinámica favorece la irresponsabilidad ante la realidad social.

Desde esta lógica, la política se reduce a la técnica de conquista, ejercicio y conservación del poder, a toda costa, de las institucio-nes legislativas y de gobierno. Entonces se deteriora la manera de ejercer la autoridad y el poder, se debilitan los mecanismos de con-trol de dicho poder y los cauces de participación en la vida política. Esta lógica favorece la aparición de casos de corrupción política que terminan siendo percibidos como algo consustancial a la actividad política. Y por último, la política se reduce a la gestión. Entonces es percibida como el «arte de lo posible» y no como el «arte de hacer posible lo necesario para los empobrecidos».

• Un desprestigio y percepción de la política como algo ajeno a la naturaleza humana. No es de extrañar que esta realidad difunda un gran desprestigio de la vida política que cada vez aparta más a las personas de la misma. La política entonces es percibida como algo ajeno, como una actividad prescindible que no forma parte del ser de las personas. Esta situación no sólo produce una deformación de la política, sino que termi-na viéndose como normal y natural una deformación del ser humano.

Una consecuencia, especialmente preocupante, de esta concep-ción de la política hecha cultura es la formación de una ciudada-nía pasiva. Una ciudadanía que ha perdido la capacidad de defensa de sus derechos y de sentirse responsable hacia los demás y hacia la vida social y, por tanto, que no participa de manera activa en la construcción de unas relaciones más humanas.

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4. La organización social derivada de la orientación individualista de la política

Esta orientación individualista de la política que predomina en nuestra sociedad y que se ha convertido en la forma normal y na-tural de entenderla, se materializa en un sistema de organización social. En el actual contexto histórico nuestra realidad social está subordinada a una concepción económica, el capitalismo neolibe-ral, donde la persona no es el centro.

Algunos de los rasgos de cómo se está configurando nuestro sis-tema de organización social son:

a) Se ha ido produciendo un proceso de eliminación de los controles y de la supervisión de la actividad económica y financiera. Este proceso desregulador, ayudado por la globa-lización y el desarrollo tecnológico, especialmente en comuni-cación e información, ha favorecido la preponderancia de la economía financiera y especulativa sobre la economía pro-ductiva, y la consolidación de un poder monetario privado, al margen del control político y de la ciudadanía, que condi-ciona toda la vida social y las distintas políticas económicas.

«La libertad de movimientos del capital, la independencia de los bancos centrales y el fortalecimiento de la capacidad de maniobra de los fondos y entidades financieras han sido los factores que princi-palmente han contribuido a este fenómeno contemporáneo que hace que, en la práctica, los gobiernos tengan completamente atadas las manos frente a los mercados, que no son otros que los grandes pro-pietarios de capital, que se consideran a sí mismos los amos del mundo»4

4 Navarro, V., y Torres, J. (2012): Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero. Barcelona: Espasa.

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La construcción de la Unión Europea, especialmente econó-mica y monetaria, ha favorecido esta libertad de movimiento y de desregulación, y también ha significado una cesión de poder político de los Estados, no hacia una autoridad política europea sino hacia centros de poder económico y financiero.

b) La concentración del poder económico y, por tanto, tam-bién político en conglomerados empresariales y financie-ros. El proceso de desregulación de los mercados y de elimi-nación de los controles ha favorecido la concentración cada vez mayor del poder económico. Una realidad que rompe permanentemente la idea de un «mercado libre» defendida por los propios neoliberales, porque lo que encontramos son mercados controlados por grandes empresas, en los que ac-túan como monopolios imponiendo precios y condiciones de venta o llegando a acuerdos entre ellas para que la com-petencia no les merme las ganancias.

«Así, y por poner sólo unos pocos ejemplos de este extraordina-rio nivel de interrelación y concentración, sabemos que solo seis grandes compañías controlan la industria discográfica mundial; cuatro, el 70% del comercio mundial de comida, y tres, el mercado de café tostado molido. Y en muchos otros mercados esenciales, solo las diez más grandes controlan la mayor parte de las ventas: el 53% del mercado farmacéutico mundial, el 54% del beneficio del sector de la biotecnología, el 62% del sector de la farmacéutica veterinaria,

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el 80% del mercado global de pesticidas y del comercio mundial de alimentos, el 95% del mercado de semillas comerciales, práctica-mente la totalidad del mercado internacional del petróleo»5.

Pero, los grandes conglomerados financieros son realmente los que ostentan mayor poder. De las 147 grandes empresas mul-tinacionales que controlan el 70% del negocio internacional, las tres cuartas partes son entidades financieras6. Un poder que le vie-ne especialmente a la Banca por su capacidad de liquidez, de tener dinero legal, y el privilegio de crearlo —hablamos del dinero bancario que son los medios de pago que se producen a través de la concesión de créditos—. Esta realidad les da, a dichas entidades financieras, la capacidad de comprar e inter-venir en multitud de empresas, extendiendo los negocios en los que actúan y controlan. Un control que desarrollan no solo en dichas empresas y actividades productivas, sino también en gobiernos y en ciudadanos a través de su endeudamiento.

«Causan alarma los focos de tensión y contraposición provoca-dos por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predo-minio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado»7

c) Una transformación del modelo de empleo que lleva a los trabajadores a una pérdida de derechos y de control polí-tico. «Uno de los derechos y deberes sociales más amenazados ac-tualmente es el derecho al trabajo. Esto se debe a que, cada vez, el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los traba-jadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los

5 Ídem.6 Ídem.7 Mensaje de Benedicto XVI, 46ª Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2013.

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mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros»8

La economía productiva, ante la hegemonía de la activi-dad financiera y especulativa, ha necesitado hacerse atrayen-te ante los inversores y aumentar su rentabilidad, lo que ha supuesto abaratar los costes de producción, especialmente a través de una mayor explotación del trabajo humano. Un mercado global, con procesos de deslocalización de la pro-ducción, ha llevado a reorganizar esta para hacerla más efi-ciente y flexible. Esta realidad está acarreando altas tasas de desempleo, un trabajo asalariado más precario, pérdida de derechos de los trabajadores a través de sucesivas reformas laborales, reducción de salarios —con la existencia cada vez mayor de trabajadores pobres—.

Paradójicamente, esta situación está suponiendo mayores beneficios y poder para los grandes grupos empresariales; ya que, al bajar la demanda de productos por los ciudadanos (con bajos salarios y pérdida de la capacidad de endeuda-miento), han bajado también los beneficios de muchas pe-queñas y medianas empresas, viéndose estas obligadas a cerrar y favoreciendo, como hemos comentado, la concentra-ción de esa actividad económica en los grandes grupos em-presariales. Además, esta situación supone una dinámica de exclusión social y de pérdida de control político de muchos hombres y mujeres del trabajo, de muchos ciudadanos. Este proceso de transformación del empleo está fragmentando el mundo del trabajo y debilitando su capacidad de organiza-ción y de respuesta ante la situación que está viviendo.

8 Ídem.

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d) Se va transformando el papel del Estado y de la comunidad política.

El desarrollo de las políticas neoliberales, que nos han llevado a esta crisis y que se presentan como camino para solventarla, está diluyendo el Estado de Bienestar y subordi-nando su función y la de la comunidad política a las exigen-cias de los poderes económicos.

El Estado de bienestar ha desarrollado una labor clave como activador de la economía productiva y amortiguador de las diferencias sociales a través de: las inversiones en in-fraestructuras; el desarrollo de empresas públicas en sectores que garantizaban bienes y servicios fundamentales; la aplica-ción de políticas impositivas que favoreciera una más equi-tativa distribución de la renta; la garantía de un conjunto de derechos esenciales para la población en materia de sanidad, educación, jubilación , lo que, al mismo tiempo, potenciaba la capacidad de consumo de amplios sectores de la población.

Las políticas neoliberales han ido minando esta concep-ción y función del Estado y el papel de la propia comunidad política. Para ello han puesto en juego distintas estrategias:

•   La propagación de teorías que justifican el desmantela-miento de este Estado de Bienestar: la ineficacia e ineficien-te gestión pública y, por el contrario, la eficiencia del sector privado; la necesidad de frenar el despilfarro que supone el gasto público pasando la prestación de servicios públicos a empresas privadas; la necesidad de reducir los impuestos a los que tienen más dinero para que lo puedan invertir; la importancia de crear condiciones económicas, laborales, impositivas… favorables y flexibles que atraigan capital e inversión; etc. Teorías que además de plasmarse en deci-

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siones políticas, se van extendiendo entre la población. Los medios de comunicación, controlados por potentes grupos empresariales y financieros, juegan una importante labor en la difusión y justificación de estos planteamientos.

•   El crecimiento especulativo de la deuda pública que ha transformado la función del Estado y modificado las de-cisiones de la comunidad política. El endeudamiento de los Estados se convierte en uno de los mecanismos de mayor control y poder del capital financiero. Un ejemplo lo tenemos en la modificación de la Constitución españo-la para garantizar el pago de la misma.

•  La modificación del papel económico de los Estados abriendo a los mercados los servicios esenciales que pres-tan a los ciudadanos; es decir, convirtiendo en negocio la sanidad, la educación, las pensiones, los cuidados de los dependientes Y, por otro lado, trasvasando dinero públi-co a manos privadas a través de: el pago de una especulati-va deuda pública; la privatización de empresas y servicios públicos; políticas de fomento del empleo y de la activi-dad empresarial con ayudas económicas o con rebajas en las cotizaciones; eliminación de impuestos a las grandes rentas o de amnistías fiscales a los defraudadores…

Esta realidad hace que la comunidad política, y los gobier-nos, hayan cedido gran parte de su capacidad real de deci-sión y poder. Nos encontramos con una gran amenaza para la democracia: la comunidad política y los gobiernos, en con-creto, se presentan a los ciudadanos como irresponsables de sus acciones y decisiones: «tenemos que tomar medidas que no nos gustan, que nos duelen… pero son necesarias». Necesarias ¿para quién? La hegemonía de los grandes conglomerados

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empresariales y financieros nos hace ver que una cosa es el gobierno y otra el poder.

Un ejemplo lo tenemos en el papel de la llamada Troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y la Comisión Europea) cuyas decisiones, al servicio de los poderes económicos y financieros, están dirigiendo las po-líticas de los países europeos, especialmente los mediterrá-neos. Este hecho es una muestra evidente de la quiebra de la democracia. Los gobernantes elegidos por la población son presionados a cambiar sus políticas e, incluso, a dimitir y ser sustituidos por tecnócratas cuando no responden a sus exi-gencias.

e) El desarrollo democrático constitucional se quiebra.

A pesar de que la democracia desarrollada en nuestras sociedades capitalistas nunca ha sido plena y real, porque ha puesto el acento más en los procedimientos de elección, representación y decisión que en garantizar los derechos so-ciales de los ciudadanos y el protagonismo de las personas como sujetos de la vida política, en estos momentos y ante la realidad descrita, esta sufre una importante quiebra. La democracia se rompe porque se impide un proyecto común de convivencia y de fraternidad. Y se hace atacando pilares fundamentales para su desarrollo: la igualdad, la libertad y el protagonismo de la ciudadanía.

El pilar de la igualdad: En nuestra realidad social, el siste-ma democrático no consigue ser una democracia sustancial, es decir, que llegue a reconocer los derechos personales y so-ciales del conjunto de la ciudadanía. Solo reconociendo en la práctica esos derechos podremos caminar en igualdad y, por tanto, en democracia real. Un Estado Constitucional como el

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nuestro debería poner límites y establecer el marco de acción a la labor del gobierno elegido en las urnas. Ese límite es el reconocimiento efectivo de los derechos personales y sociales recogidos en la Constitución. Sólo desarrollando en la prác-tica esos derechos, nuestro sistema será democrático. Pero la realidad nos habla de lo contrario. Las presiones del poder económico y financiero resquebrajan la capacidad de la comu-nidad política para desarrollar la democracia, para reconocer y respetar esos derechos sociales, para avanzar en igualdad.

Sin reconocimiento real de los derechos sociales no es po-sible la libertad plena. Las personas no estamos en condicio-nes de tomar libremente decisiones, (en concreto, decisiones políticas), si no tenemos garantizados derechos básicos como el derecho al trabajo decente, a la vivienda digna, a una sani-dad y educación de calidad, a una jubilación

El pilar de la libertad y del protagonismo de la ciudada-nía: Otro aspecto importante en nuestro sistema democráti-co es que está amenazada la capacidad de deliberación y de elección por parte de los ciudadanos. Es decir, no está ga-rantizada la libertad ni la soberanía del pueblo. Cada vez las personas están más alejadas de la deliberación de las cues-tiones políticas y del control real de sus representantes. Los mecanismos de participación se debilitan y no se avanza en

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reformas que favorezcan un control real de los ciudadanos. Lejos de esto, lo que va avanzando es la «tecnocracia», la par-ticipación de expertos, de técnicos en las labores de gobierno que son «inmunes» a las exigencias de la ciudadanía. Solo así, se argumenta, se pueden tomar las decisiones impopulares pero necesarias para salir de la crisis y activar la economía. Desde esta perspectiva no es de extrañar que la democracia económica sea sólo una quimera sin desarrollar.

f) Las organizaciones políticas, sindicales y sociales han ido perdiendo capacidad de respuesta. Una creciente indigna-ción ciudadana.

Las políticas neoliberales han vulnerado la función que mu-chas organizaciones políticas, sindicales y sociales desarrolla-ron durante la época llamada del Estado de Bienestar. En esos años muchas organizaciones y proyectos políticos que repre-sentaban al mundo obrero y del trabajo han ido asumiendo la democracia representativa y un capitalismo atenuado por el reconocimiento de derechos sociales y por las mejoras de las condiciones de vida que generaba una sociedad de pleno empleo. La dinámica de lucha y reivindicación ponía el acen-to en el aumento del poder adquisitivo para la mayor parte de los trabajadores, lo que les posibilitaba más capacidad de consumo. Las organizaciones obreras se fueron comprendien-do más como gestoras de la única realidad posible y han ido abandonando su función cultural, generadora de conciencia social y política, y la aspiración de un cambio de sociedad.

Con el neoliberalismo los derechos sociales y las condicio-nes de trabajo y de vida están saltando por los aires. El gran problema es que las fuerzas políticas, sindicales y sociales que habían renunciado a la transformación social han que-

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dado debilitadas y, en gran medida, «absorbidas» por el pro-pio sistema. Y, lo que es peor, la sociedad ha quedado pro-fundamente despolitizada y atrapada por una orientación política individualista. Este proceso ha ido provocando una importante desafiliación y desapego de muchas personas a estar organizadas. Ante el desmantelamiento progresivo del Estado de Bienestar que esta crisis acelera, las organizacio-nes políticas y sindicales han ido perdiendo capacidad de respuesta real. Durante años han amortiguado el desmontaje de derechos laborales y sociales. Su acción ha sido defensi-va pero no de propuesta alternativa de otra sociedad y otra organización social. Y, además, han ido dejando de repre-sentar a los sectores más empobrecidos de la sociedad. Aún así, su importancia sigue siendo vital para intentar frenar y construir otra realidad social y, especialmente, para ayudar a devolver el poder al conjunto de la población.

En estos momentos, las consecuencias de la crisis, junto a la subordinación de la política a las exigencias del poder económico y financiero, están provocando una corriente de indignación entre la ciudadanía. Indignación que está exi-giendo una nueva democracia y un nuevo papel del poder político y de las instituciones. Una indignación que se expre-só de manera más clara el 15 de mayo de 2011 y que se ha ido articulando y configurando en sucesivas dinámicas de protesta, reflexión y acción. Al mismo tiempo que han ido surgiendo movimientos sociales que creativamente propo-nen nuevas formas de acción política, las redes sociales están siendo cauces de convocatoria, de denuncia y de propuesta que están enriqueciendo la vida política. Muchas de sus ini-ciativas están abanderando la desobediencia civil ante leyes que consideran injustas e instituciones de las que no se sien-

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ten representados. Una desobediencia que está encontrando, por parte del Estado, un autoritarismo creciente. Los jóvenes son una fuerza social importante en estas iniciativas.

III. Fe cristiana y acción política

Ante esta realidad social es necesaria otra manera de concebir, vivir y desarrollar la acción política. Es fundamental que personas y grupos con distintas visiones y concepciones ideológicas, filosóficas y/o reli-giosas, pero que compartimos un profundo humanismo, podamos dia-logar y buscar juntos caminos para desarrollar otra vida social que re-conozca la dignidad humana, especialmente de los más empobrecidos.

La Iglesia debemos también, humildemente, contribuir a esa re-flexión-acción transformadora que construya fraternidad y comu-nión en la vida social. Y hemos de hacerlo desde nuestra vida com-prometida y ofreciendo, desde el Evangelio y desde nuestra Doctrina Social, principios de reflexión, criterios de juicio y líneas de acción que contribuya a avanzar hacia una verdadera familia humana.

La fe cristiana aporta una manera de entender la vida so- cial como lugar de encuentro y experiencia con Dios. Los em- pobrecidos, las víctimas, son el auténtico rostro de Jesucristo. «Os lo aseguro: Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humil-des, lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 40). Pero también son presencia de Él todas las iniciativas de cooperación, solidaridad, compromiso por el bien común, lucha por la justicia, indignación… Son semillas de su Reino presentes en nuestra historia.

Y, además, la fe nos ofrece un sentido para orientar la necesaria ac-ción política, una manera natural y normal de vivirla y unos principios y criterios desde los que construir, junto a otros, una nueva vida social edificada desde la comunión y la centralidad de los crucificados.

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1. Otra política es posible desde la comunión

Una acción política desde el sentido que nos aporta la fe en Jesu-cristo es necesaria. Desde la concepción de persona que nos aporta la fe cristiana, la vida social y la acción política han de estar al servicio de que todos los seres humanos vivan con la dignidad plena de hijos de Dios. La persona es imagen y semejanza de Dios. Un Dios que no es un ser solitario, sino que es comunión en el amor. Y, por tanto, la persona es y se realiza en la medida que desarrolla su vocación más profunda al amor y a la comunión en libertad. El amor no se puede imponer. Por ello, la vida social, solo se puede desarrollar humanamente en la medida que busca construirse de acuerdo con lo que el ser humano es y con su vocación. Es decir, tejiendo relaciones de fraternidad.

Pero esa vocación del ser humano, como hemos dicho, solo es posible si la desarrolla siendo libre. «Para que seamos libres nos liberó el Mesías…» (Gál 5, 1). Una libertad donde la capacidad personal de elegir está al servicio de lo verdaderamente humano: buscar el bien de los más débiles. «Vosotros habéis sido liberados para cuidar unos de otros por amor» (Gál 5, 13). Hemos sido liberados para liberar, para cargar con la cruz de los crucificados de la historia.

La política, desde esta concepción, es liberadora y constructora de fraternidad cuando responde a las necesidades humanas más radicales. Entonces, se convierte en instrumento de humanidad por el que «nadie busca su propio interés, sino el del prójimo» (1ª Corintios 10,24); en un medio «no para ser servido, sino para servir» (Mt 20, 28); y en camino para «buscar el Reino de Dios y su Justicia» (Mt 6, 33). La política, responsabilidad de todos los miembros de la sociedad, buscará el bien común: la creación de las mejores condiciones so-ciales posibles en cada momento para que cada persona y todas las personas puedan vivir de acuerdo a su dignidad y realizarse como tales.

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Por tanto, el verdadero sentido de la política es la comunión. Una comunión que solo es posible vivirla desde la Caridad. Por ello, des-de la fe cristiana, política y caridad son inseparables. «La caridad es el amor que nos hace ser capaces de poner por delante lo que necesita el otro, que nos lleva a poner la vida al servicio de que el otro viva, realice su hu-manidad y así crezcamos juntos como personas. En particular es la reacción ante el sufrimiento del otro y a sentir que no hay excusa posible para hacerlo. La política es la actividad de toda la sociedad, de las personas, de las organi-zaciones sociales, de las instituciones , para colaborar a construir una vida social más justa y humana, relaciones sociales de mayor fraternidad9

Desde esta perspectiva toda acción política se tiene que vertebrar por la búsqueda de la justicia, especialmente con los más empobrecidos. Una justicia que solamente es tal, si está fundamentada en el amor, en la caridad. Y un amor que es inviable vivirlo personal y socialmente si no hay justicia. «El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia».10 A esta forma de vivir la política uniendo amor y justicia en la vida social es a lo que la Iglesia llamamos Caridad Política. Una caridad política que es la expresión y la vivencia de la misericordia, de poner a los empobrecidos en el corazón de la vida social y de nuestra existencia.

9 HOAC: Editorial de Noticias Obreras, n.º 1.543. 10 Centesimus Annus, 58.

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Pero para que la vida social y la acción política que la construye esté orientada por la comunión y por la caridad política necesita de la vivencia de unos valores sociales que la han de sustentar: libertad —libertad para liberar—, justicia —que antepone al más débil— y verdad —que busca la verdadera vocación del ser humano—. Valo-res que solo podemos vivir desde la honradez y la coherencia.

La política entonces no está orientada por la lucha por la existencia que domina al individuo competitivo, productor-consumidor; sino por la cooperación por la existencia que necesita la persona-omunión. La vida social fundamentada en la búsqueda del bien común se ha de organizar desde el reconocimiento de los derechos personales y sociales que poseemos las personas por el hecho de serlo. Derechos que no pueden estar instrumentalizados ni subordinados a ningún tipo de exigencia económica, tecnológica, ideológica…

Cuando la política, orientada por la comunión, busca el bien co-mún, identificamos progreso no con crecimiento económico, sino con el desarrollo integral de todas las personas. Entonces reconocemos el destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho de todos y cada uno al uso común de los mismos y a poseer lo necesario para vivir con dignidad. Desde esta visión, la propiedad privada sólo pue-de ser a la altura del ser humano, de todos los seres humanos, y «no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uno exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario»11.

Para que esta orientación de la acción política sea posible es fun-damental extender entre nuestros compañeros y compañeras otra manera distinta, a la actual, de concebirla y de experimentarla. Otra política no solo es necesaria sino que, desde los signos que encon-tramos ya en la historia, es posible.

11 Populorum progressioi, 23.

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2. ¿Cómo hacer cultura una acción política orientada por la comunión?

Extender esta visión de la política como comunión necesita trans-formar la concepción predominante y desprestigiada de la misma. Siendo una terea difícil, es urgente y necesaria para la vida humana y, especialmente, para la vida de los pobres.

Una acción política orientada por la comunión necesita recuperar y difundir una concepción amplia de la política como dimensión de la naturaleza humana que construye la vida social. El ámbito de la política, por tanto, ha de ser entendido como toda la vida en sociedad, también las iniciativas que llevan a cabo las distintas organizaciones sociales y no solo los partidos políticos y las administraciones. Una acción política en la que todas las personas debemos ser sujetos de la misma. Todos debemos ser corresponsables y hemos de poder delibe-rar y decidir sobre lo que es común. Hemos de recuperar y extender la necesidad del debate público sobre los problemas que afectan a nues-tra vida en sociedad. Y hemos de potenciar cauces de participación y mecanismos de control de la autoridad. «No entiendo de política», «No me hables de política, no me interesa», «la política para los políticos» son planteamientos que hemos de combatir porque, además de mostrar irresponsabilidad e indiferencia, son profundamente deshumaniza-dores e insolidarios con los más débiles y en el fondo las decisiones políticas, tarde o temprano, nos afectan personal y comunitariamente.

Sin embargo, esta manera de concebir la política requiere exten-der también la necesidad de cultivar la dimensión socio-política de nuestra existencia. Por este motivo, la formación política debe convertirse en algo normal y natural para las personas y para las distintas organizaciones sociales. Y es que, desde nuestra libertad, tenemos la capacidad de orientar nuestra vida de una u otra forma

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en todas sus dimensiones, también en la política. Pero cuando no lo hacemos conscientemente, se termina configurando por lo que pre-domina en la sociedad en la que vivimos. Y, entonces, nos deshu-manizamos, nos dejamos empujar al individualismo, al hedonismo y a la despreocupación por la vida social.

Esta formación debe ayudarnos a vivir un conjunto de virtudes políticas. Virtudes entendidas como la manera de sentir, de enten-der y, sobre todo, de experimentar vivencialmente valores de pro-fundo contenido moral y ético orientados hacia la comunión y la fraternidad. No vale sólo configurar y consensuar un marco de va-lores que presidan la vida social sino que hemos de ayudarnos unos a otros a vivirlos, a hacerlos práctica cotidiana, hábitos de conducta Eso son las virtudes políticas. Y para hacer esto, son fundamenta-les experiencias de comunidades y organizaciones de todo tipo que den testimonio, cuiden y valoren el cultivo de la dimensión política de sus vidas orientada por la comunión. Una formación no sólo in-telectual, sino como procesos de discernimiento de sus vidas desde un conjunto de valores y principios éticos.

Hacer cultura una concepción política orientada por la comunión y no por el individualismo, nos ha de llevar desde una ciudadanía pasiva hacia una ciudadanía plena. Todos responsables de todos.

3. Hacia una organización social derivada de una acción política orientada para la comunión

La política orientada por la comunión y la fraternidad debe pre-sidir toda la construcción de la vida social. Para salir de la situación actual en que nos encontramos, el camino consiste en vivir como ciudadanos del Reino de Dios. Y hacerlo en toda nuestra vida y

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nuestra actividad: familia, empresa, finanzas, política, acción sin-dical... en cualquier tipo de iniciativa. Comunión o caos, estas son las dos opciones que tenemos. La Comunión nos exige  una trans-formación radical de nuestros modos de sentir, pensar  y actuar. Es, también, el contenido de la nueva evangelización y de la necesaria renovación de la Iglesia.

Una vida social donde se materialice e institucionalice esa orien-tación requiere:

a) Promover una democracia plena y participativa. La política es la que debe articular toda la vida en sociedad concretada en una democracia más profunda. No puede ser la «mala» economía y los intereses de los grupos y personas más po-derosas las que usurpen la capacidad de decisión a los ciu-dadanos y construyan una comunidad política de espaldas al desarrollo integral de las personas. La democracia se debe convertir en el sistema político que nos ayude a construir un proyecto de convivencia en la fraternidad. Un proyecto que busque: la igualdad, la libertad y que coloque a todas las per-sonas como sujetos de dicha vida social. Algunos caminos para avanzar en este sentido pueden ser:

•   La  igualdad  basada  en  la  igual  dignidad  de  todas  las personas. La democracia debe ser un instrumento polí-tico que regule jurídicamente la forma más efectiva de garantizar la igualdad de todos los miembros de la so-ciedad. Igualdad ante la ley que reconozca los derechos políticos y sociales de las personas. Es más, que ponga dichos derechos en el centro de la organización social y que articule medios efectivos para construir esa igualdad a través de la búsqueda de la justicia. De ahí que la prio-ridad de las necesidades y derechos de los empobrecidos

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sea característica fundamental de un sistema democráti-co al servicio de la dignidad humana. El respeto efectivo y la promoción de los derechos humanos son clave en el fundamento del sistema democrático. Una democracia, además, cuyas decisiones deben generar una sociedad abierta y solidaria con otras personas y otros pueblos y, al mismo tiempo, corresponsable con la vida de futuras generaciones.

•   La libertad de las personas. La democracia debe recono-cer, respetar y promover la pluralidad de opciones, opi-niones y propuestas políticas como un bien para la vida social. Pero para que la libertad de todos los ciudadanos sea realmente reconocida y ejercida, el sistema político debe garantizar que los intereses particulares no se im-pongan sobre la búsqueda del bien común. Los intereses de las grandes empresas multinacionales y de las enti-dades financieras no se pueden anteponer, bajo ningún argumento, a las necesidades de los empobrecidos.

•   El carácter de sujeto de la vida social propio de las per-sonas. La democracia debe promover y posibilitar la participación de todos en la vida social como camino de humanización. Esto requiere que una sociedad de-mocrática promueva: la capacidad de los ciudadanos de elegir y controlar a sus representantes y gobernantes; la capacidad de intervenir de diversas formas en la toma de decisiones y de participar en diversas asociaciones y organizaciones de la vida social; la vertebración de la sociedad civil; la existencia de información plural, veraz y libre evitando la concentración en pocas manos de los medios de comunicación; la educación y formación de los ciudadanos para la participación en la vida pública.

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Este camino requiere superar la comprensión de la democracia como un sistema reducido a procedimientos administrativos y burocráticos, una democracia mera-mente formal y vacía de contenidos éticos compartidos. Hoy día, nos encontramos que uno de los mayores retos es el fundamento ético de nuestra democracia. El relati-vismo moral y el subjetivismo, que ponen el interés par-ticular como criterio de la vida social, rompen la demo-cracia. «Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos de-mocráticos: la dignidad de toda la persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del «bien común» como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un con-senso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad»12

b) Construir la vida social mediante un nuevo modelo de de-sarrollo y de economía. Una economía de comunión. «Para salir de la actual crisis financiera y económica —que tiene como efecto un aumento de las desigualdades— se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la crea-tividad humana para aprovechar incluso la crisis como ocasión de discernimiento y de un nuevo modelo económico. El que ha preva-lecido en los últimos decenios postulaba la maximización del prove-cho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas por su capacidad de responder a las exigen-cias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, pues-

12 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n.º 407.

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to que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don»13.

Para construir este nuevo modelo de desarrollo y de eco-nomía «es fundamental e imprescindible, además, la estructura-ción ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; estos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los pobres»14. Pero es más, tenemos el desafío urgente de introducir «en las relaciones mercanti-les el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad» para que tengan «espacio en la actividad econó-mica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo»15. Y es que «la jus-ticia afecta a todas las fases de la actividad económica, por-que en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la pro-ducción, el consumo y todas las fases del proceso económi-co tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»16.

Desde esta perspectiva, la acción política necesita intro-ducir cambios importantes en la vida económica. Transfor-maciones que nos ayuden a transitar del actual modelo eco-nómico neoliberal a una economía de comunión. Iniciativas que ayuden a que la democracia penetre en la economía. Algunas de ellas deben ir encaminadas a: regular y contro-lar las transacciones económicas; delimitar y garantizar el

13 Mensaje de Benedicto XVI, 46ª Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2013.14 Ídem.15 Caritas in veritate, 36.16 Caritas in veritate, 37.

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papel de la economía financiera poniéndola al servicio de la economía productiva; potenciar políticas de desarrollo in-dustrial y agrícola sostenibles con el medio ambiente; blin-dar la prestación de servicios fundamentales a la ciudadanía de los ataques de la lógica mercantil; potenciar mecanismos reales de redistribución de la riqueza; luchar contra los pa-raísos fiscales y contra el fraude; frenar los monopolios de empresas y entidades financieras y el control del mercado por las mismas; regular y limitar la capacidad de creación de dinero de la banca privada; potenciar el desarrollo de una banca ética; introducir medidas que garanticen el reco-nocimiento práctico de los derechos sociales; abrir un deba-te social sobre un modelo de desarrollo basado en el decre-cimiento económico; etc.

c) Defender el trabajo decente como camino de transforma-ción social. «...La dignidad del hombre, así como las razones eco-nómicas, sociales y políticas, exigen que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan. La condición previa de este ambicioso proyecto es una renovada consideración del trabajo, basada en principios éticos y valores espirituales, que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valien-tes políticas de trabajo para todos»17.

Esa renovada consideración del trabajo solo puede ser po-sible fuera de la lógica mercantil. Ante la situación de trans-formación del modelo de empleo que vivimos es fundamen-tal exigir nuevas y valientes políticas de trabajo en una doble vertiente: por un lado, haciendo que el empleo —el trabajo

17 Mensaje de Benedicto XVI, 46ª Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2013.

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asalariado— sea decente y con derechos; y, por otro lado, re-conociendo y potenciando socialmente otras formas de tra-bajo, que sin estar dentro del mercado, son fundamentales para las personas y para la vida social: el trabajo del hogar, el cuidado de las personas dependientes, la participación en la vida comunitaria … Pero esta dinámica necesita que un conjunto de derechos fundamentales para que las personas y las familias puedan vivir dignamente estén desvinculados del trabajo asalariado. Y, por tanto, deben ser reconocidos a todos los seres humanos por el hecho de serlo. Derechos tales como: derecho a una renta digna básica, a la vivienda, a la sanidad, a la seguridad social, a la jubilación Desde esta perspectiva, el trabajo y la persona que lo realiza estarán en condiciones de ser libres al no estar sus necesidades sujetas a las leyes del mercado. El empleo que socialmente se requie-ra, será decente o no será.

d) Una comunidad política al servicio del bien común y un Estado como garante de la prioridad de la persona y de to-dos sus derechos. La comunidad política es el conjunto de instituciones y relaciones que las personas hemos creado para organizar la vida social y abarca tanto la sociedad ci-vil como el Estado. «La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes»18.

El Estado debe servir a la necesidad que tiene la comuni-dad política de ordenarse hacia el bien común. Por ello, el Estado no es un fin en sí mismo, sino solo un instrumento al

18 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n.º 389.

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servicio de la sociedad civil. La actual crisis y la lógica eco-nomicista nos hacen experimentar al Estado al servicio de los intereses de los poderosos grupos empresariales y financie-ros y no de la sociedad. Tal vez, por este motivo, el Estado es tan deficiente como garante de la prioridad de la persona y de todos sus derechos.

El Estado, en su servicio a la sociedad, debe ser promo-tor de la solidaridad desde la subsidiariedad. Es decir, para construir una vida social desde la comunión y la fraterni-dad, el Estado debe garantizar la solidaridad que implica la justicia con los más empobrecidos y potenciar que dicha solidaridad se construya desde el respeto y la promoción de la libertad, la justicia, la iniciativa y la responsabilidad de las personas, los grupos y organizaciones sociales. El Estado debe garantizar los derechos personales y sociales de todas las personas, especialmente de las más empobrecidas. Pero también debe promover que la sociedad civil pueda, desde la solidaridad y la búsqueda del bien común, hacerse corres-ponsable en esta tarea. En estos momentos de crecimiento de la pobreza, de altas tasas de desempleo…, cobra especial im-portancia defender un Estado que asegure las prestaciones y servicios que reconocen prácticamente los derechos sociales de las personas, sacándolos de la lógica del mercado.

Para que el Estado pueda desarrollar un servicio al bien común es urgente que pueda obtener los recursos necesarios para reconocer dichos derechos. Es fundamental una políti-ca de impuestos que haga avanzar en justicia contributiva —quien más dinero tiene es justo que contribuya más al bien común— y distributiva —es justo que se atiendan priorita-riamente las necesidades de los más empobrecidos—. Y es clave poner en marcha iniciativas que rompan con el chan-

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taje de la deuda inmoral con la que los poderes financieros nos tienen sometidos. Nunca puede ser prioritario el pago de una deuda que condena a la miseria a las personas.

e) La importancia de la vertebración y organización de la so-ciedad civil. El papel de las organizaciones políticas, sindi-cales y sociales.

Como ya hemos dicho, en democracia es fundamental el protagonismo y la participación de las personas. Es funda-mental una vertebración y organización de la sociedad civil. Los nuevos cauces y movimientos de participación social —15M; Afectados por las hipotecas y Stop-desahucios, Plata-formas en defensa de la educación y la sanidad— están sien-do caminos que reclaman una regeneración de la vida y de la acción política. En este sentido, las nuevas tecnologías están jugando un papel crucial para la participación política y para movilizar y encauzar el desencanto y la indignación ante la quiebra de la democracia que estamos viviendo. El reto que se presenta es que la respuesta política ante dicha indigna-ción no quede en algo momentáneo que, por ejemplo, solo requiere apretar un botón del ordenador, sino que nos lleve a participar con otros, a conocernos y comprometernos juntos, a crear lazos de amistad y cooperación. El gran desafío es que todas estas movilizaciones no supongan un cuestionamiento de la democracia y del necesario papel de las instituciones, sino que contribuyan a su renovación y a su profundización.

Las organizaciones políticas, sindicales y sociales siguen teniendo un papel fundamental para la participación política y la responsabilidad social. Pero necesitan revisar su funcio-namiento y tarea para seguir construyendo el bien común, generando cauces de formación de la dimensión política de

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sus miembros, colocando a los empobrecidos en el centro de su acción y preocupaciones, promoviendo una dinámica política que genere participación y protagonismo de las per-sonas… Las organizaciones tienen que comprenderse como medios para la construcción social y no como fines en sí mis-mas. En definitiva, extender entre sus miembros y en sus estructuras y funcionamiento una dinámica de comunión y fraternidad, de cooperación por la existencia.

Construir una acción política desde la comunión requie-re, también, que toda la sociedad civil y las organizaciones obreras y sociales personalicemos la justicia19. La vida social que estamos llamados a construir debe fundamentarse des-de la corresponsabilidad de todas y cada una de las perso-nas en la construcción de la justicia debida a los empobreci-dos. No es posible desarrollar políticas bajo el paraguas del interés general cuando, en la práctica, ese interés no tiene en cuenta a los más débiles socialmente. Es más, ese interés general hace que los empobrecidos —como los trabajadores precarios, por ejemplo— terminen generando riqueza para

19 A. A. Maestre: «Personalizar la justicia. Política en zapatillas», ¡Tú!, n.º 143.

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los ricos a cambio, en el mejor de los casos, de migajas. La búsqueda del bien común consiste en compartir la vida con el que sufre la injusticia y la opresión. Así es como persona-lizamos la justicia, haciéndonos responsables de que ni un solo empobrecido quede al margen de la comunión. Por ello, la sociedad civil y las distintas organizaciones debemos po-ner rostro a las injusticas y construir otra vida social desde iniciativas y propuestas políticas que generen y sirvan a la vida respondiendo a problemas concretos que sufren perso-nas concretas. Es más, como hemos dicho, haciéndolas pro-tagonistas de dichas iniciativas y propuestas.

IV. ¿Qué retos nos plantean esta vivencia de la política orientada por la comunión para la acción evangelizadora? Retos para la comunidad eclesial y para los cristianos

Para la comunidad cristiana este año de la fe y de celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II ha de ser un tiempo de con-versión. La experiencia del Dios de Jesús como amor-comunión de personas es central en la vivencia de la fe. Y cultivar esa experiencia, a la que nos llama la Iglesia, debe llevarnos en la vida social a vivir la solidaridad y la fraternidad con todas las personas, especialmen-te con los empobrecidos. Pero es más, el Concilio nos propone con fuerza la necesidad de situarnos en nuestra vida personal y social no de una manera individualista, sino comunitaria para vivir el auténtico sentido de nuestra humanidad a la luz de Jesucristo. La Iglesia, nos sigue diciendo, hemos de ser signo e instrumento de esa nueva manera de vivir.

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Por tanto, la vivencia de la dimensión política de nuestra vida desde la fe en Jesucristo debe estar orientada por la comunión. Lo que se expresa en la caridad política: «un compromiso activo y ope-rante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, a favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a los más pobres»20.

La caridad política es una dimensión de la evangelización en la que «el amor cristiano al prójimo y la justicia no se pueden separar»21. Por tanto, ante el problema de injusticia y empobrecimiento que vivimos en nuestra sociedad, especialmente agravada por la cri-sis, y la deshumanización a que nos está llevando la actual con-figuración de la vida social, es clave que vivamos y ayudemos a vivir la caridad política. Un compromiso que nos debe llevar a ofrecer una manera de ser, desde Jesucristo —vivir cumpliendo la voluntad de Dios (Lc 4, 1-12)—, que se expresa en un hacer, una misión — «anunciar la Buena Noticia a los pobres: para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Una misión que solo podemos vivir encarnados en la realidad de sufrimiento de los sectores más débiles del mundo obrero y del trabajo, las verdaderas víctimas de esta crisis y de esta organiza-ción social.

Para la comunidad eclesial y para cada uno de los cristianos, hoy nuestra vivencia de la caridad política nos lleva a ofrecer:

•   Una manera de vivir…: Ser una comunidad que experimenta la comunión y vive las dimensiones del Amor de Dios —hu-mildad, pobreza y sacrificio—. Una comunidad que es signo

20 Los Católicos en la Vida Pública, n.º 61.21 Sínodo Mundial de los Obispos: «La justicia en el mundo».

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de fraternidad, que quiere ser relato de Jesucristo y, por tan-to, que carga con la cruz de los empobrecidos. Una comuni-dad que hace creíble que otra manera de vivir y de construir las relaciones entre sus miembros y con otros, especialmente los empobrecidos, es posible. Es necesario que mostremos iniciativas y experiencias que inviten a la esperanza y anun-cien el Reino de Dios: compartir nuestros bienes, acompañar y cuidar la vida de las víctimas, celebrar nuestra fe desde su sufrimiento y desde sus anhelos, participar activamente en la comunidad…

•   …Que se expresa en un quehacer apostólico con un fuerte carácter político: La comunidad y cada uno de los cristia-nos debemos también desarrollar un compromiso evan-gelizador a la intemperie de la vida social. Un compromi-so dirigido a ofrecer a Jesucristo como propuesta de vida personal y de relaciones sociales. Una tarea que lleva a la promoción y al protagonismo de las personas, a hacerlas sujeto de sus vidas y de la sociedad. Y, al mismo tiempo, a alumbrar un tipo de cultura y de organización social que respete la dignidad de la persona y que se construya desde la fraternidad. Un compromiso que se ha de desa-rrollar a través de:

— La propia comunidad eclesial: Aportando, desde el Evangelio y la Doctrina Social, principios, criterios de juicio y pistas de acción de fuerte contenido ético para la construcción de la vida social y el ejercicio de la polí-tica; promoviendo y acompañando la formación, desde la fe, de la dimensión política de la vida de los cristianos; ofreciendo al conjunto de la sociedad una voz profética ante la injusticia que ayude a la reflexión y a la acción política orientada por la comunión; testimoniando en la

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Comisión Permanente de la HOAC

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sociedad la vivencia de la Caridad política expresada en la lucha por la justicia y en iniciativas concretas de solidaridad y apoyo a las víctimas; desarrollando una pastoral atenta a la realidad del trabajo humano donde se genera tanta injusticia y tanto sufrimiento; y culti-vando la espiritualidad cristiana que sustenta la vida corresponsable con los empobrecidos y con el conjunto de la sociedad.

— Del compromiso personal —evangelizador y, por ello, político— dirigido a construir una vida social desde la comunión y la fraternidad. En esta tarea es clave que la comunidad nos acompañe y que la fe informe nuestras motivaciones, los contenidos de nuestras propuestas y la metodología de la acción que hemos de llevar a cabo: generar el protagonismo de las personas como sujetos de la actividad política. En todo este proceso es donde estamos llamados a anunciar a Jesucristo.

Y toda esta tarea con el convencimiento de que es la acción del Espíritu la que nos mueve y nos sostiene. Por este motivo, es fun-damental cultivar nuestra fe y nuestra espiritualidad. Cultivar el encuentro con Jesucristo Resucitado en el corazón de la vida social.

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V. Cuestionario para la reflexión personal y en grupo

1. Abrimos un diálogo sobre el texto que hemos leído: Aclara-mos las dudas y compartimos los aspectos en los que esta-mos de acuerdo y en los que no.

2. En tus ambientes ¿qué visión tienen de la política? Y tú ¿Qué opinión tienes? ¿Crees que la política es importante para la vida humana? ¿Por qué?

3. Recordamos y compartimos hechos y/o situaciones en los que la acción política ha sido vivida desde la orientación in-dividualista. ¿Qué consecuencias han tenido sobre las perso-nas? ¿Y sobre los más empobrecidos?

4. Ahora, recordamos y compartimos hechos y/o situaciones en los que la acción política ha sido vivida desde la orienta-ción a la comunión y la fraternidad. ¿Qué consecuencias han tenido sobre las personas? ¿Y sobre los más empobrecidos?

5. La caridad política supone experimentar formas de vida y de acción personal y en comunidad orientadas por la comunión. ¿En qué podemos avanzar cada uno/a y nuestra comunidad u organización? ¿Qué implicaciones o compromisos tendrían para tu vida o la de tu comunidad u organización?

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Títulos publicados colección «Cuadernos HOAC»

n Cuadernos HOAC n.º 1: El cuento del trabajo. Qué necesitamos saber para saber lo que necesitamos.

n Cuadernos HOAC n.º 2: Trabajar y consumir. ¿Eso es vida? Cul-tura conumista y libertad del hombre.

n Cuadernos HOAC n.º 3: Inmigrantes: Romper fronteras, construir humanidad.

n Cuadernos HOAC n.º 4: Crisis económica. ¡Justicia para el mundo obrero empobrecido!

n Cuadernos HOAC n.º 5: ¿Qué hacer con las pensiones?

n Cuadernos HOAC n.º 6: Derechos sociales, un deber de justicia.

n Cuadernos HOAC n.º 7: Ante un democracia rota, otra política es posible desde la comunión.

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La Hermandad Obrera de Acción Católica —HOAC— queremos ofrecer esta reflexión: Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión, para ayudar a discernir, desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, qué está ocurriendo con la vida social y la acción política que, lejos de responder a las necesidades de toda la persona y de todas las personas, las está empobreciendo y deshumani-zando. Y, en concreto, queremos reflexionar si sobre nuestro sistema político está contribuyendo a una vida social a la altura del ser humano.

Desde el Evangelio queremos anunciar que sí es posible construir otra vida social y otra política que haga posible que la persona sea lo primero. Eso supone orientar nuestras vidas, personal y socialmente, y la actividad política desde la comunión, desde las necesidades de los empobrecidos.

Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión