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ANTIPSIQUIATRIA Aunque a algunos no les guste saberlo la desconfianza hacia la neutralidad ideológica de los médicos y, en concreto, de la naciente y renaciente institución psiquiátrica fue cuestionada desde los albores del Siglo XIX. No hubo que esperar a la psiquiatrización de las mujeres u otras minorías (en el sentido deleuziano el término) ni a la pasividad, la moralina y los intereses creados en torno a la pandemia del VIH. Así algunos autores rusos afirmaron enseguida que “la medicina instituciona lizada se había convertido en un seri o problema para la salud pública”. Anton Chejov escribió su conmovedor relato “El pabellón nº 6” -que se adelanta a los discursos antisiquiátricos,- al igual que algunas obras breves de Tennesse Williams, William Inge o cuentos de Carson McCullers que reivindican la legitima subjetividad de los y las considerados “anormales”. Aunque la palabra de reclusos como Artaud (desde el manicomio de Rodez) o el recientemente fallecido (Leopoldo Panero) que atacaban a la institución no fue tomada en serio lo cierto es que, entre la propia clase médica, siempre hubo rivalidades y gente dispuesta a desenmascarar la violencia o inutilidad de algunas de las prácticas de sus colegas. Como ocurrió con el celador Ken Kessey- conejillo de indias de experimentos con el LSD- que se hizo famoso contando abusos en un aparentemente tranquilo psiquiátrico. Pero es en la segunda mitad del siglo XX cuando el psicoanálisis es cuestionado e incluso reinventada y, sobre todo, se cuestiona la utilidad o salubridad de las instituciones de encierro y los dispositivos de control vigentes que remitían en algunos casos- directamente a prácticas algo cercanas a la tortura o el encarcelamiento “Los esquizofrénicos son los poetas estrangulados de nuestra época” afirmó David Cooper, responsable del término “antipsiquiatría” que alcanzó su apogeo en los años sesenta y setenta con nombres como Laing, Foucault, los beatniks (Ginsberg, Burroughs) Bassaglia, Deleuze, Guatari y el propio Cooper (“La muerte y la familia”, “La gramática de la vida”). No obstante, estos opositores (muchos de ellos también médicos o con conocimientos de medicina) se opusieron a Freud y sus discípulos, pero no los desecharon del todo. Si desecharon el encierro, las instituciones de control y sus

ANTIPSIQUIATRIA

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el negocio de la psiquiatria

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ANTIPSIQUIATRIA

Aunque a algunos no les guste saberlo la desconfianza hacia la neutralidad ideológica

de los médicos y, en concreto, de la naciente y renaciente institución psiquiátrica fue

cuestionada desde los albores del Siglo XIX. No hubo que esperar a la psiquiatrización

de las mujeres u otras minorías (en el sentido deleuziano el término) ni a la pasividad, la

moralina y los intereses creados en torno a la pandemia del VIH. Así algunos autores

rusos afirmaron enseguida que “la medicina institucionalizada se había convertido en un

serio problema para la salud pública”. Anton Chejov escribió su conmovedor relato “El

pabellón nº 6” -que se adelanta a los discursos antisiquiátricos,- al igual que algunas

obras breves de Tennesse Williams, William Inge o cuentos de Carson McCullers que

reivindican la legitima subjetividad de los y las considerados “anormales”. Aunque la

palabra de reclusos como Artaud (desde el manicomio de Rodez) o el recientemente

fallecido (Leopoldo Panero) que atacaban a la institución no fue tomada en serio lo

cierto es que, entre la propia clase médica, siempre hubo rivalidades y gente dispuesta a

desenmascarar la violencia o inutilidad de algunas de las prácticas de sus colegas. Como

ocurrió con el celador Ken Kessey- conejillo de indias de experimentos con el LSD-

que se hizo famoso contando abusos en un aparentemente tranquilo psiquiátrico. Pero

es en la segunda mitad del siglo XX cuando el psicoanálisis es cuestionado e incluso

reinventada y, sobre todo, se cuestiona la utilidad o salubridad de las instituciones de

encierro y los dispositivos de control vigentes que remitían – en algunos casos-

directamente a prácticas algo cercanas a la tortura o el encarcelamiento

“Los esquizofrénicos son los poetas estrangulados de nuestra época” afirmó David

Cooper, responsable del término “antipsiquiatría” que alcanzó su apogeo en los años

sesenta y setenta con nombres como Laing, Foucault, los beatniks (Ginsberg,

Burroughs) Bassaglia, Deleuze, Guatari y el propio Cooper (“La muerte y la familia”,

“La gramática de la vida”). No obstante, estos opositores (muchos de ellos también

médicos o con conocimientos de medicina) se opusieron a Freud y sus discípulos, pero

no los desecharon del todo. Si desecharon el encierro, las instituciones de control y sus

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peores prácticas y la alienación social. Laing y Cooper promovieron la idea de las

“comunas” (famoso es el centro de Kingsey Hall, una suerte de comuna en la línea de la

época ) para curar o apoyar de forma abierta a los pacientes de la esquizofrenia

provocada, según ellos, por la estructura de la familia autoritaria inserta en una

sociedad autoritaria de la que la psiquiatría no es más que un eslabón más. . Su legado

ha sido limitado pero incontestable y la corriente contrapsicológica o antipsiquiatría

sigue viva, aunque claramente desprestigiada. Como testimonio de esa época tenemos

no solo los libros publicados por ellos (entre los que se destacan “El yo dividido” de

Laing y el “Anti-Edipo” de Deleuze y Guatari, que opone el discurso de la

esquizofrenia a la moral buguesa e introduce el concepto de “maquinas deseantes” para

referirse a flujos que circulan en sociedades capitalistas pero también atentas a la

vigilancia del uso que hacemos o no de nuestro cuerpo. Ken Loach, en el cine y la

televisión, recogió algunas de las ideas de Laing en forma de terapias. “Family life”

uno de los primeros éxitos del realizador británico (desarrollo de su mediometraje para

televisión “In two minds”) nace a la luz de las ideas de su compatriota Laing, pero

muestra cómo la psiquiatría tradicional logra secuestrar y sofocar las nuevas ideas e

imponer los viejos métodos parapoliciales. No obstante la más popular de todas dentro

de una corriente crítica fue “Alguien voló sobre el nido del cuco” (oscarizada en

muchas categorías), basada en un best-sellers de Ken Kessey. Aunque Kessey, que

trabajó de enfermero en un hospital además de experimentar en su propio cuerpo con el

LSD para obtener dinero, contó una historia de rebeldía que superó las expectativas de

popularidad. Como, de forma menos beligerante, “Nido de víboras” de Anatole Litvak

(basada en una novela autobiográfica de Mary Jane Ward) , volvió a sensibilizar a la

gente sobre la situación real de los internos en los hospitales mentales (a los que la

sociedad “del éxito” daba la espalda) , además de erigirse en un icono contracultural,

aunque el propio Kessey haya desmentido la intención de denuncia social de su libro,

exponiéndolo como una visión pesimista de la raza humana, no de la sociedad

estadounidense. Kessey ha escrito más libros sin traducir y el algo oportunista

periodista Tom Wolfe escribió un libro sobre su famoso “autobús lisérgico”. Pero ya

antes gente como Huxley en “Las puertas de la percepción” habló de las drogas (en

concreto la mezcalina) como remedios contra la esquizofrenia una idea que a los

psiquiatras al uso no solo les desborda sino que va contra sus más elementales

principios. Las drogas son su industria, las demás son perniciosas y además ilegales. .

La película de Forman- hoy muy discutible desde diferentes ángulos- fue Aclamada por

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público y crítica (y respaldada por la academia) , no obtuvo el beneplácito de los

médicos aunque hizo famosos a Kessey, a Nicholson y a una novela regular convertida

en película interesante con algunos momentos de humor irónico o salvaje y también

de tristeza conmovedora con cierto espíritu combativo y anti-institucional que

emparentó a Kessey con nombres como Ginsberg, Burroughs o Joseph Heller que en su

“Trampa 22” (rodada por Mike Nichols) dada por también muestra un sanatorio para

veteranos de la guerra de Vietnam recurriendo a un humor irreverente que llegaría hasta

algunas propuestas de la década siguiente ( Robert Altman, Martin Ritt, Mulligan,

Lumet, Paul Newman…) Pero luego llega la “revolución conservadora”, el mandato de

Reagan y la progresiva banalización de la industria de Hollywood en el campo del cine

mainstream. Todavía hoy en hospitales de pequeñas ciudades hay profesionales que no

han perdonado a Kessey (que trabajó para ellos como limpiador) que realizara un

retrato tan pesimista, vigoroso y combativo contra algunas de las prácticas vigentes en

los psiquiátricos y que además enganchara al gran público con ritmo y buenos actores.

Resulta curioso que una película hoy tan inofensiva y tan clásica siga irritando a la clase

médica. Un estamento, que, desde su endogamia, muestra, con pluma pesimista, lo que

allí ocurría y además alcanzó repercusión mundial. Desde un punto de vista de género la

película es muy discutible con esas chicas “fáciles” conducidas al psiquiátrico o la

maldad de la enfermera (Rachel) encarnada por Louise Fletcher (que se llevó otro

Oscar). Kessey aclara que esa enfermera jefe es parte del sistema allí establecido, no

deja de ser un elemento más, una víctima-verdugo más, pero la película parece mostrar

cierta complacencia y sadismo en el comportamiento frio y desalmado de una mujer

que llega a incitar al suicidio a uno de los pacientes. El final del filme es doblemente

provocador al dar la voz de la libertad a un indio norteamericano, ausente en el cine de

Hollywood salvo en las películas del oeste y actualmente recuperado en filmes como

“Jimmy P” de Arnaud Desplechin. La todavía aún polémica en algunos sectores

reaccionarios de la profesión Alguien voló sobre el nido del cuco es una adaptación algo

libre la novela homónima del beat de Ken Kessey, a partir de sus experiencias con LSD

(experimentos que realizó por dinero para el ejercito de los EEUU y para la propia

industria farmacéutica.) Narra la rigidez de la vida en un psiquiátrico semipenitenciario,

las normas carcelarias, denuncia social, crueldad de la enfermera jefe, desafío a las

normas establecidas, el miedo y la insolidaridad humana. La novela y el filme se

convirtieron en inesperados fenómenos e iconos de la contracultura estadounidense del

momento. El pulso narrativo, la tensión de las relaciones humanas y la bella fotografía

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del comprometido Haxel Wexler consiguieron un filme respetado desde su estreno y

que provocó reacciones contrapuestas, aunque aún hoy día la “clase médica” no le ha

perdonado ni a Ken Kessey ni a Milos Forman ni a Jack Nicholson (ganador del Oscar

por su interpretación del inconformista McMurphy) que les hicieran cambiar cosas

como el uso frecuente del electroshock y la visión del enfermo mental en la sociedad de

estadounidense de la época. Años antes en “Morgan un caso clínico” Mercer, buen

conocedor de los mecanismos de exclusión adoptados por la moderna psiquiatría,

contrapuso la maravillosa locura de Morgan, una suerte de revolucionario vagabundo, a

la locura gris de los valores dominantes en la Inglaterra de la época.

En ese tiempo David Cooper escribe “La muerte de la familia” y Laing “El yo

dividido” y algunos textos de Foucault se atreven a discutir desde distintas posiciones

la neutralidad social y política de las instituciones relacionadas con la salud mental y

algunas de sus prácticas, algo que ya se insinuaba en filmes de los cincuenta y

principios de los sesenta “La tete contre les murs” de Franju o incluso “Corredor sin

retorno” de Samuel Fuller. Esto será recogido por cineastas pioneros en el cine de

denuncia social como el británico Kenneth Loach u otros directores y directoras como

Sheila McLughin (“Caged”, sobre Frances Farmer, la violencia psiquiátrica y la caza de

brujas ) o algunos de los trabajos de los directores del free cinema o la nouvelle vague o

incluso el nuevo cine europeo (“Morgan, un caso clínico”, “Pierrot le fou”,

“Providence” de Resnais, “Accidente” de Losey o “El grito”, de Antonioni) Pero

cuando son los propios médicos o psicólogos (como ocurre en la obra de Laing, Cooper,

Bassaglia o Alice Miller, entre otros muchos) los que desenmascaran prácticas

institucionales surge el enfrentamiento entre la tradición y el inmovilismo. Esto se

refleja en algunas (pocas) películas que nacieron mostrando su oposición a la ideología

de las instituciones como la citada “Family life” de Loach, “Morgan un caso clínico” de

Karel Reisz, basado en un guión de David Mercer (paciente de la psiquiatría tradicional

y luego guionista y escritor crítico y mordaz con la institución) , algunos títulos

europeos como “El fuego fatuo” de Louis Malle , “Persona”- la obra maestra de

Bergman, un autor nórdico que expuso el amor entre mujeres pero, sobre todo, el

silencio de Dios y la incomunicación. Bergman tiene varias películas que se acercan

(desde su punto de vista entre el existencialismo y el pesimismo de raíces protestantes)

al tema de la locura como “De la vida de las marionetas”, “Como en un espejo” o “El

silencio”, además de una influencia desmedida en el cine posterior a él, que, aunque

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toma algunos elementos de Dreyer, es absolutamente persona, rabiosamente

contemporánea y con una subterránea carga autobiográfica. También existen casos

aislados como “La naranja mecánica” de Kubrick (a partir de una novela de Anthony

Burgues, conocedor de los recientes experimentos del conductismo) Un trabajo de

mordaz, delirante y brutal pesimismo que, no obstante, pone en evidencia la violencia

de las instituciones de reeducación y sus, muchas veces, lamentables resultados. Una

distopía estropeada por cierta tendencia del realizador al histrionismo. La película de

Kubrick como, de otra manera la de Kessey, cosecharon un extraordinario éxito de

taquilla lo que sobre todo en el caso de “El cuco” llamar la atención del público de la

época sobre la situación de los enfermos mentales recluidos en centros especiales. El

estamento médico más retrógrado no ha perdonado a Kessey que pusiera como ejemplo

de la alienación y la insolidaridad de la sociedad estadounidense la vida en el interior

de un psiquiátrico El pesimismo de la obra de Kubrick también mostraba la inutilidad

de la brutalidad que se escondía bajo ciertas e prácticas psiquiátricas, pero su carácter

futurista, irónico e irreverente la hizo mas inofensiva e irreal. Parte de esta corriente

antipsiquiatría está relacionada con la llamada “psicología social” o “psicología crítica”

que se refleja en filmes sobre la alienación en la sociedad occidental y capitalista en

filmes como “La jauría humana” o algunos títulos pioneros dentro del cine europeo

como “Morgan, un caso clínico” o las españolas “Con el culo al aire” de Carles Mira o

“Mi hija Hildegart” de Fernando Fernan Gómez sobre un episodio negro pero todavía

capaz de fascinar acerca de la primitiva unión entre el anarquismo, la eugenesia, la

emancipación femenina o la dictadura dentro del núcleo familiar, así como versiones

nuevas de presupuestos heredados del psicoanálisis o el nacimiento movimiento de

emancipación femenina, levemente reflejado en “Una mujer bajo la influencia” de John

Cassavettes en el personaje de Mabel, la esposa sensitiva y nerviosa de un trabajador de

la construcción, que se deteriora peligrosamente aunque eludiendo cualquier tipo de

tremendismo o explicaciones fáciles además de abordar sus cambios con ironía y

naturalidad.

Family Life de Ken Loach, rodada a principios de los años setenta, recoge algunas

ideas sobre la antipsiquiatría europea al mostrar una joven esquizofrénica que accede a

nuevas terapias ajenas al encierro, alejándose de la rigidez de su estirada familia

británica y cuestionando los esquemas de la sociedad en la que vive, un modelo de

organización social secuestrada, tomada por burócratas, policías, doctores y

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enfermeros/as sin ganas de verdaderos cambios que implicaban romper la barrera fijada

entre cuerdos y enfermos. . Al unir médicos y policías como aliados del concepto más y

tradicionalista de familia planea un desafío aunque el final es poco esperanzador ya que

la psiquiatría clásica apoyada en las “fuerzas del orden y la ley” impone su criterio.

Salvo la secuencia de la terapia con otra gente y la breve amistad con un psicólogo poco

común (con esa maravillosa secuencia en la que pintan con spray los “enanitos de

jardín”, reivindicando la fantasía sobre la mediocridad) el filme está dominado por la

presencia policial y los valores de la familia tradicional que imponen su criterio sobre la

joven y frágil protagonista femenina. La película de Loach, que desarrolla la idea

expuesta en “In two minds,” de nuevo retrata a la clase trabajadora donde la joven vive

en un entorno caduco y rígido y los tratamientos y persecución de que es objeto resulta

bastante agobiante. Algo que vuelve a ocurrir en un filme posterior como “Ladybird,

Ladybird” sobre una mujer a la que los asistentes sociales le retiran progresivamente la

custodia de sus hijos, creyéndola incapaz de cuidarlos. Salvo excepciones, los

psiquiatras oficiales de la época la encontraron digna pero algo maniquea. Las

corrientes anti-psiquiátricas, con sus éxitos y fracasos, fueron barridas por una

contrarreforma que, sutilmente, fue avanzando y a la vez volviendo a los viejos

tratamientos bajo formas más refinadas: la medicación sintética y la relativa

criminalización de algunos enfermos mentales. La película pertenece a la primera etapa

de Loach que, aunque se ha hecho famoso gracias a películas contra el Gobierno de

Tatcher o al retratar a la clase obrera de su país (“Riff-Raff”,” En un mundo libre”), en

sus primeros largos realiza algunas piezas minimalistas sobre la alienación juvenil que

demuestran su conexión con el free cinema, como esta intimista y desgarradora “Family

Life” con un discurso humanista que contiene elementos de la antipsiquiatría inglesa

del momento o la lirica “Kess” sobre un joven campesino apegado a su mascota: un

halcón. Posiblemente “Family life” sea la película más valiente sobre la alienación

familiar y la violencia psiquiátrica pero su repercusión, adscrita al cine de autor y bajo

presupuesto, la hicieron menos conocida.

También perteneciente a la llamada “época hippy” y constestaria de los años setenta con

un enfrentamiento satírico y algo más amable a las instituciones encontramos Harold y

Maude de Hal Asby con un cuidado y mordaz guión del dramaturgo Colin Higgis. Una

comedia dramática y negra sobre la relación entre un adolescente depresivo y una

anciana vitalista (interpretada por la veterana Ruth Gordon). Retrato intimista y a la vez

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deslumbrante de la era hippie. La relación- con tintes de amor- con la anciana cambia

la forma de ver el mundo del joven depresivo y con ideas suicidas. Era Hippy que se

refleja en la indumentaria de los protagonistas y en su comportamiento en ocasiones

excéntrico y/o imprevisible, buscando la autenticidad, como se refleja, con menos

humor y destreza en algunas películas como “El restaurante de Alicia” de Arthur Penn o

algunos títulos de Robert Altman (Tres mujeres, Images etc) . Ridiculización del

establishement y los valores caducos de la clase alta. Vitalismo de la anciana y tristeza

del joven, recuperación de la ilusión de vivir. Una película cercana a los movimientos

contraculturales y uno de los últimos papeles de la inmensa Ruth Gordon, guionista de

comedias de Cukor y ahora actriz mayor pero enérgica en sus apariciones. Siendo este

posiblemente su gran papel, aunque se la recuerde por su papel de anciana misteriosa en

“La semilla del diablo”). “Harold y Maude” es un canto a la vida dentro de un filme

lleno de funerales y tragicómicos además de aparatosos simulacros de suicidio. Refleja

una ideología vigente en el movimiento hippy y anti institucional de la época al igual

que filmes como “Trampa 22” de Mike Nichols o algunos trabajos de Robert Altman, el

primer Woody Allen o los directores franceses de la nouvelle vague que más se

aproximaron al tema de la enfermedad mental (Godard, Resnais) o los británicos (Karel

Reisz, Tony Richardson, Joseph Losey, Karel Reisz), manteniendo un sano equilibrio

entre la comedia colorista, la comedia negra, el drama y la sátira de costumbres. Harold

y Maude es un canto a la vida en un filme lleno de ataúdes y coches fúnebres pero

también de música folk, amor intergeneracional y búsqueda de la autorrealización.

Algunos de sus elementos han sido recogidos por películas posteriores como “Taking

Woodstock” de Ang Lee o la más reciente “Retless” de Gus Van Sant.

El avance del movimiento feminista se refleja en películas luego discutidas por el

propio movimiento como “Buscando al Sr Goodbard” de Richard Brooks, “Una mujer

bajo la influencia”, “Images” de Robert Altman o algunos títulos del sueco Ingmar

Bergman que con filmes como “El silencio”, “Como en un espejo”, “De la vida de las

marionetas” o sobre todo “Persona” da un nuevo sentido a la psicología tradicional

enmarcándola dentro de un ambiente europeo, intimista, que huye de explicaciones

fáciles y sobre todo se acerca a posturas marcadas por las dudas religiosas, el

existencialismo y la dificultad de la comunicación humana, entre el pesimismo y los

atisbos de esperanza. Persona es posiblemente la película más personal y arriesgada

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del maestro sueco y un punto de inflexión en su compleja y completa carrera. Aunque

no podemos considerarla como bastión de la antipsiquiatría si que muestra la alienación

de un personaje así como las jerarquías vigentes y la delgada línea entre la estabilidad y

el desequilibrio, con carácter introspectivo. La película cuenta la estrecha relación

entre una paciente (Elizabeth Vogler) que ha perdido el habla y su enfermera, Alma,

encarnadas por Liv Ulman e y Bibi Anderson respectivamente. Atmósfera desnuda y

calvinista, atrevida composición estética con elementos que pueden irritar al espectador

acostumbrado al ritmo del cine comercial Un bello y estremecedor filme sobre la

soledad, el silencio de Dios, la viole y la violencia soterrada en la sociedad

contemporánea y en las relaciones humanas. Mutismo, esquizofrenia, toques de

transferencia, desdoblamiento y lesbianismo reprimido, por todo ello algunos

comentaristas la han considerado uno de los pilares del cine moderno, con inesperados

saltos espacio-temporales y una intención de experimentación a través de los

sentimientos reprimidos o desatados de estas dos mujeres aisladas. Una película sobre

la incomunicación y una forma muy personal de locura, marcada por una extraña

relación entre la paciente y la enfermera, casi únicas en el conjunto del filme. Persona es

la película más psicológica de Bergman pero no la única. Junto a esta obra maestra

encontramos títulos muy interesantes sobre la salud mental como” De la vida de las

marionetas” o “Como en un espejo”. Bergman ha tenido una enorme influencia en el

cine europeo e incluso en algunos autores estadounidenses como Woody Allen que con

“Otra mujer” protagonizada por Gena Rowlands o “Blue Jasmine” logra intensos

retratos femeninos, al tiempo que en otros de sus filmes expone sus complejos de

urbanita neurótico. “Persona” (la máscara de los griegos, el encierro y el rostro en el

cine intimista Bergman) nos habla del silencio ante la sociedad y de la incomunicación

entre los seres humanos. El filme trata muchos temas y tiene diversas capas de lectura

desde la incomución a la aproximación íntima pasando por el consabido silencio de

Dios o la angustia existencial. Algunas imágenes son perturbadoras, hay secuencias

enteras narrativamente muy arriesgadas (con salto de racord y cortes inesperados) y el

filme además de sobre la incomunicación y la enfermedad trata sobre el aislamiento de

dos mujeres ante las nuevas formas de violencia sutil instaladas en la sociedad

contemporánea: que ya ha conocido Hiroshima y va a empezar a conocer nuevas

guerras y nuevas masacres. ¿Pero existe una posibilidad de huir de todo eso como lo

plantea la protagonista del filme, el mutismo? El tema del género y la salud mental

aparece narrado con virulencia por Sheila McLughin en “Atrapada” (sobre la vida de

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Frances Farmer). El tema de Farmer (actriz con mala fortuna pero mucha personalidad)

vuelve a aparecer en esta ocasión en una gran producción de Hollywood que lograría

varias nominaciones al Oscar. El filme Clifford no es ninguna obra maestra (y se pliega a

algunas concesiones al melodrama) pero se apoya con inteligencia en la fuerza que

Jessica Lange da a un personaje desdibujado en la memoria del Hollywood dorado, que

aquí muestra su peor cara en un elegante biopic. La actriz (que se desenvolvía mejore en

el teatro de denuncia social que en los platos de Hollywood) fue, rechazada finalmente

por su madre y sus vecinos (que condeno sus viajes a Rusia y su talente inconformista),

traicionada por su marido y sometida a shocks y finalmente a una lobotomía que

interrumpió su carrera, relegada a los programas de televisión y recordada como una

leyenda incómoda para la fábrica de sueños que por fin podía contar ciertas cosas sin

miedo. El tono de melodrama, poco imaginativo visualmente, daña un poco el filme

pero la interpretación de Lange, y la cuidada ambientación compensan una dirección

algo impersonal. No obstante, la fotografía de Lazlo Kovacks, la música de John Barry,

la intensidad del relato original y verídico y el tour de force interpretativo de la Lange

logran mantener la atención en un filme algo alargado y lastrado por los tics del cine de

la época y las concesiones sentimentales al gran público y a la Academia de los Oscars.

Puede que el carácter de heroína o víctima que la película le otorga sea algo exagerada

(por ejemplo en lo que se refiere a la pasividad de su padre frente a una mujer

dominante) pero muestra con solidez el asilamiento de un ser humano frente a dos

maquinarias tramposas: la familia tradicional o los estudios de Hollywood y sus

exigencias como actriz El tono de melodrama, poco imaginativo visualmente, daña un

poco el filme pero la interpretación de Lange, la música de Barry y la cuidada

ambientación compensan una dirección algo impersonal. El espléndido equipo técnico

artístico, la intensidad del relato original y verídico y el tour de force interpretativo de

la Lange (en su actuación mas espectacular) logran mantener la atención en un filme

algo alargado, desigual y lastrado por los tics del cine de la época y las concesiones

sentimentales al gran público y a la Academia de los Oscars que nominó a la Lange.

La historia trágica de la errática senda vital de la actriz de los años treinta Frances

Farmer -señalada por la derecha de su país- y su prevención al glamour y las

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imposiciones fue objeto de un airado filme independiente de Shelia McLughin donde se

mezclan los elementos carcelarios con los psiquiátricos, los interrogatorios con la

alienación femenina dentro del cine independiente. Con posterioridad el personaje de

Frances volvería a ser objeto de un más ambicioso aunque irregular biopic dirigido por.

Graeme Clifford. Frances con Jessica Lange como protagonista asboluta nos acerca

desde la ficción y el melodrama a la historia real de la actriz (hoy poco recordada) , una

mujer que logró cierta fama en el Hollywood clásico y sobre todo en el Broadway de

los años treinta, pero tuvo malas experiencias con los hombres, con su rígida madre y

debido a sus simpatías izquierdistas y las traiciones de algunos mecenas, productores y

compañeros de viaje. Fue incapacitada por su familia, rechazada finalmente por su

madre, traicionada por su marido y sometida a shocks y finalmente a una lobotomía

que interrumpió su carrera, relegada a los programas de televisión y recordada como

una leyenda incómoda para la fábrica de sueños que por fin podía contarse sin miedo. El

tono de melodrama, poco imaginativo visualmente, daña un poco el filme pero la

interpretación de Lange, la música de Barry y la cuidada ambientación compensan una

dirección algo impersonal. No obstante, la fotografía de Lazlo Kovacks, la música de

John Barry, la intensidad del relato original y verídico y el tour de force interpretativo

de la Lange logran mantener la atención en un filme algo alargado y lastrado por los tics

del cine de la época y las concesiones sentimentales al gran público y a la Academia de

los Oscars.

Posiblemente en el campo de la ficción el final de “Frances” sea el alegato más violento

del cine de los ochenta y, es posible, que de todo el cine comercial hollywoodiense

contra la lobotomía y los abusos psiquiátricos. Relegada a los programas de televisión

de segunda el descontrol mental de la protagonista femenina se ve iluminado por un

destello de lucidez cuando cara a cara se encuentra con el personaje interpretado por

Sam Sheppard (antiguo compañero de batallas perdidas y casi el único personaje

masculino positivo del filme.) “A partir de ahora las cosas van a ir despacio, muy

despacio. ¿Sabes a lo que me refiero? pero nunca nos detendremos ¿verdad Harry?”

En los años noventa aparecen filmes menores pero incisivos como Some Voices, la

traducción de Algunas voces, esas voces causadas por la proximidad del protagonista

(Daniel Craig) al enajenamiento o como consecuencia de la esquizofrenia o los

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llamados brotes psicóticos. Un joven esquizofrénico pero con gran vitalismo (o así

parece definido) de talante inestable sale del psiquiátrico y va a vivir con su hermano,

que aparece como “socialmente más responsable” y que se dispone a cuidarlo. . Pero el

protagonista tiene comportamientos llamados “asociales”, no toma bien la medicación

(lo que lógicamente es una imprudencia) y no se encuentra bien trabajando en el

restaurante de su hermano hasta que no conoce a una chica nada común que le ayuda a

abrirse al mundo. El tono es relativamente amable aunque algunas secuencias no lo son

tanto. Impresionante interpretación de Daniel Craig en uno de sus primeros papeles

para la gran pantalla. El personaje principal se gana las simpatías del espectador a pesar

de su inestabilidad y ocasional temeridad que repercuten en la vida y el negocio de su

hermano. En Some Voices como en otras películas progresistas la enfermedad mental

parece un contraste a la mediocridad o la alienación pero también un riesgo para el

personaje que la sufre y los que le rodean. El filme aborda con valentía el choque de un

joven pero animoso esquizofrénico con las normas sociales y también sus dificultades

para entrar en la normalidad personal y laboral que representa su hermano, superado por

las circunstancias. Craig se gana al espectador en secuencias muy concretas y resulta

abrumador en otras, aun sin caer nunca en el maniqueísmo. “Some Voices” representa

un avance por la naturalidad con la que presenta la vivencia de la esquizofrenia, el amor

y la repercusión ambivalente de las vidas imaginativas y en ocasiones nada prácticas de

los enfermos mentales frente a su familia o amigos. Some Voices se desmarca del

convencionalismo, aunque no en exceso, al mostrar un final abierto en que ambos

hermanos se reconcilian a pesar de sus caracteres opuestos y la enfermedad crónica de

uno de ellos, que no impide ratos de lucidez e inteligencia con respecto al medio y la

mediocridad en una sociedad desestructurada. Lo que parece claro es que a pocos les

interesa saber lo que dices esas voces que atormentan al incómodo protagonista.

En el Estado Español tenemos el triste recuerdo de la colaboración de algunos famosos

psiquiatras con la dictadura franquista. López Ibor, Nájera etc, que aplicaron lobotomías

contra “rojos” y “maricones”. Aunque la ideología de los psiquiatras no garantizaba

necesariamente posiciones homófilas, ni entonces ni ahora. Practicas agresivas que

aparecen en películas como “Electroshock” (sobre una pareja de lesbianas destruida por

las ideas médicas dominantes) o el documental de Javi Larrauri “Testigos de un tiempo

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maldito”. La historia de gentes que siguen esperando alguna reparación ante la

violencia, la represión selectiva y el ostracismo del que fueron objeto.