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Miguel León-Portilla
Antología. De Teotihuacán a los aztecas Fuentes e interpretaciones históricas
Segunda reimpresión 1977
México
Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Históricas Colegio de Ciencias y Humanidades
1977
614 p.
Ilustraciones, mapas, texto
Lecturas Universitarias, 11
[Sin ISBN]
Formato: PDF
Publicado en línea: 5 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/teotihuacan_aztecas/132.html
DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos, siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
INTRODUCCIÓN
1) MÉTODO Y ESTRUCTURA DE LA ANTOLOGiA
Ayudar a comprender en qué consiste el proceso de la investigación histórica, tal es, escuetamente enunciado, el propósito principal de este trabajo. Para realizado podría haberse seguido el camino de una exposición teórica. Se ha preferido, en cambio, un acercamiento en el cual, a través de los ejemplos, puedan percibirse la metodología, los distintos criterios y enfoques adoptados por algunos de los que, en nuestro contexto cultural, han hecho profesión de historiadores.
Al igual que en varias obras ya existentes, se incluyen aquí una selección de fuentes documentales y asimismo páginas representativas de determinados autores. Ello podría hacer pensar que éste es un nuevo intento de volver asequible una serie de lecturas históricas sobre un tema en particular, en este caso, el pasado prehispánico. Pero tal cosa sería lo mismo que hacer una antología al modo tradicional y no es esto lo que ahora pretendemos. Importa, en consecuencia, decir ya cómo, por la vía de los ejemplos, queremos acercarnos a los procesos, en ocasiones muy distintos, que en fin de cuentas cristalizaron en la elaboración de imágenes, críticamente significativas, de un acontecer pretérito.
Recordemos algo de lo que es el modo de proceder de un historiador digno de tal nombre. Con su propio bagaje de cultura, a li:i vez riqueza e inevitable limitación de perspectiva, situado por necesidad vital en su propio tiempo y circunstancias, tiene él como oficio buscar la comprensión del pasado. Sus estudios le habrán hecho descubrir los métodos y criterios de objetividad que guiarán su trabajo. Al interesarse por un tema en especial, tratará de conocer y valorar, antes que nada, lo que acerca del mhmo hayan dejado escrito otros investigadores. Y si concluye que quedan aún aspectos por elucidar, o que tal vez las interpretaciones dadas carecen en ocasiones de fundamento, en una palabra, si cree que el tema lo amerita, iniciará entonces su propia búsqueda. Ello significa que habrá de inquirir en los distintos archivos, colecciones o repositorios, donde supone que existen las fuentes indispensables para ahondar en el asun�o de su
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interés. La documentación histbrica podní ser abundante o escasa; quiz,í.s estará dispersa en multiples archivos, nacionales y del extranjero. Y como sería ingenuo pensar que necesariamente habrá concordancia entre los distintos testimonios que aparezcan, en cada caso aplicará su ojo crítico con miras a valorar y situar en su correspondiente contexto las varias fuentes.
Cuando el historiador tiene al fi�1 la convicción de que ha hurgado en las fuentes hasta donde le ha sido posible, está todada muy lejos de haber alcanzado su propúsito. Le aguarda entonces la parte más difícil de su trabajo. Tendrá que alcanzar a formarse una imagen significativa <le lo que, con base en sus testimonios, le parece haber sido el acontecer pretérito. El auténtico historiador sobrepasará entonces el papel de mero compilador o editor de documentos para dar lugar a lo que con razón debe llamarse el proceso de creación.
Aun con la más rica documentación imaginable, nadie puede en realidad pretender lograr una especie de fotografía del pasado. La complejidad de los procesos culturales y de la vida humana, individual o social, escapará siempre a cualquier intento de comprensión exhaustiva o, lo que sería lo mismo, perfecta. En compensación, el historiador podrá ufanarse en algunos casos de haber descubierto más hilos en la trama de un acontecer que aquellos mismos que, inmersos en los hechos, sólo pudieron percibir algunos aspectos sin alcanzar visión alguna de conjunto. En este sentido, la imagen significativa, que quizás pueda forjarse el estudioso ele la historia, adquirirá el carácter ele :integración viviente de lós hechos antes aislados y será en consecuenci� descubrimiento, por lo menos parcial, de algo que permanecía oculto en espera de comprensión. Quien, con su propio bagaje cultural, llega, de un modo o de otro, a este punto y pone por escrito su propia visión de lo que fue, se situará con razón entre aquellos investigadores, tal vez no muy numerosos, que han realizado la que en rigor debe llamarse creación en el campo de la historia.
Esta somera descripción de los afanes de un historiador es señalamiento de lo que se pretende mostrar aquí por medio de ejemplos. Nos interesa acercarnos a casos concretos en que, a través de parecidos procesos, se llegó de hecho a la creaciún histórica. Veamos, por consiguiente, cuáles son las características de la presente antología que, en función del propósito enunciado, difiere de cualquier otra concebida al modo tradicional. Este volumen, que es parte de una serie, trata de la historia prehispánica. Los testimonios que en él se ofrecen se refieren todos a las culturas del altiplano central de México, particularmente a los grupos de idioma náhuatl. Hemos escogido cinco focos o puntos de atención,
J en torno a ellos queremos mostrar
la dinámica y la complejida de la investigación sobre el pasado.
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Los temas seleccionados se relacionan específicamente con la evolución de estas culturas y con la peculiaridad de alguna� de las instituciones a que dieron lugar, sobre todo en los tiempos inmediatamente anteriores a la conquista. En lo que toca a la secuencia histórica, los temas son: "Teotilnmcanos y toltecas" y "Significaciún de los aztecas en el México antiguo". Respecto de las instituciones, nos ocupamos de "La organizaciún social y política", "La vida económica" y "Religi(m y pensamiento".
A propósito de cada tema la antología se integra con doble serie de transcripciones. Primeramente se incluyen ejemplos de algunos testimonios o fuentes originales que son la materia prima de la historia. En segundo lugar, se ofrecen p{tginas o capítulos de distintos investigadores con las im,ígenes significativas, todas sobre el mismo asunto, alcanzadas por ellos a partir de las fuentes o testimonios de primera mano.
En el caso del pasado indígena que aquí nos ocupa, el elenco de los testimonios primarios comprende el contenido de los códices, así como los textos, principalmente en idioma nahuatl. tradiciones y �r<'micas que se redujeron al alfabeto latino a raíz de la conquista. También son fuente de conocimiento algunos de los escritos dejados por autores del siglo XVI, frailes como Toribio de Uenavente Motolinía y Uernardino de Sahagún y ero· nistas indígenas y mestizos como Alva Ixtlilxóchitl, Alvarado Tezozómoc y Muñoz Camargo. Y desde luego han de tomarse en cuenta asimismo, de modo muy especial, los datos que aportan la arqueología y aun en ocasiones la etnología al investigar algunas formas de supervivencia cultural. La transcripdún de ejemplos de estos testimonios originales que, como ya se apuntó, son en este caso la materia prima de la elaboraciún histbrica, se dirige a mostrar algunos de los principales puntos de apoyo que pudieron o debieron de tomar en cuenta los estudiosos que, en momentos posteriores y distintos, han querido esclarecer los correspondientes periodos o instituciones prehisp,ínicas.
Al aducir luego las p;íginas o porciones de las obras de esos estudiosos de la histona, la intención es reunir algunas de las diferentes interpretaciones que nos han dejado sobre el mismo tema respecto del cual encontramos información, en sí misma no interpretada, en las fuentes indígenas primarias. La confrontaci{m de las varias interpretaciones con el elenco y las muestras de los testimonios originales ayudar{t a percibir, al menos en parte, cuáles fueron los distintos enfoques propios de cada uno de los historiadores citados.
De algún modo se abre así la posibilidad de acercarse a las formas de investigaci<ín que permitieron, en cada caso, la elaboración de las distintas visiones históricas. Entre otras cosas, podr:í valorarse algunas ve{:es qué clase de testimonios tomó en
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cuenta un determinado historiador, si acudió o no a las fuentes primarias, si encontró en ellas fundamento para su trabajo o si tuvo razones válidas para prescindir de ellas. Mucho importa, y esto debe llevar a otra suerte de indagaciones, conocer en qué consistió, en cada caso, la crítica de las fuentes y.tracándose de documentos en otras lenguas, como las indígenas,poder decir si hay fidelidad en lo que toca a su traducción.
En un estudio como éste, que se refiere específicamente al pasado prehispánico, será igualmente interesante ponderar lo que significó para historiadores de épocas más antiguas no haber podido disponer de información como la que ha proporcionado, en tiempos más recientes, la arqueología. Y lo mismo podría decirse respecto de otras fuentes de carácter documental, por ejemplo, algunos códices o textos indígenas que tampoco habían sido descubiertos cuando se elaboró una obra histórica, la cual, por consiguiente, tuvo que verse afectada por lo que hoy se muestra como otra carencia de información. De cualquier modo que se mire, la confrontación de las distintas imágenes que se reúnen en una antología como ésta, a propósito de un mismo acontecer, tanto comparadas unas con otras, como en relación con las fuentes primarias que proporcionan los hilos de la trama original, se dirige a ensayar la comprensión de los procesos de investigación y creación históricas.
Si este volumen se considera no sólo como objeto de lectura, sino también de análisis y reflexión, podrán sacarse todavía otra suerte de consecuencias derivadas asimismo de los intentos de confrontación que aquí se han sugerido. Podrá reconocerse así que, implícitamente, cualquier obra histórica es resultado de una especie de diálogo entre la conciencia del historiador- y las voces del pasado -mejor o peor percibidas-, a través de los testimonios originales. Y en función de esto podrá entenderse por qué, irremediablemente, las interpretaciones históricas que se van elaborando sobre un mismo acontecer no son jamás idénticas. La explicación la darán no sólo los distintos métodos seguidos y el mejor o peor aprovechamiento de las fuentes, sino las diferencias de cultura, las ideas y motivaciones no iguales de cada historiador que, investigando, intenta su peculiar manera de diálogo con el pasado. Pero, a la vez, por esto mismo se comprenderá la necesidad permanente que tiene cada época de buscar su propia visión de la historia. Diferentes actitudes y diversos baga1es de cultura permitieron a hombres de épocas distintas percibir y destacar aspectos del pasado que antes quizás no fueron ni siquiera sospechados.1
1 Estas consideraciones son desde luego también aplicables a trabajos,de carácter antol6gico como · el que aquí se ofrece. Hemos tenido qu� hacer selecci6n al transcribir los ejemplos, tanto de las fuentes y testimo-
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Obvio es afirmar que cualquier intento de comprender un acontecer pretérito ha de llevarse a cabo desde un presente, o, lo ·que es lo mismo, desde un aquí y un ahora. Sólo hay historiaporque el pasado interesa de algún modo en función del presente. Cualquier acercamiento -si se lleva a· cabo con la crítica y laética que son profesión del historiador- será hallazgó de significación y por tanto riqueza para comprender lo humano a travésde la que con razón se llamó una vez sabiduría antigua y "maestra de la vida".
Por esto, el propósito de la doble forma de antología -testimonios primarios y elaboraciones posteriores-, se religa másque nada con el interés por comprender y en ello se incluyenconjuntamente la investigación y la creación históricas. Y digamos expresamente que, al hablar de posibles formas de valorar,no ha sido nuestra mtendón pretender dar aquí una especie denorma para aprobar o condenar determinados trabajos de investigación histórica. En ningún caso nos ha interesado, a lo largode este libro, exaltar o aminorar el posible valor de los ejemplostomados de las páginas de cualquier historiador. Algunos deestos ejemplos, como es natural, son muestra de la aplicaciónde una metodología más adecuada, en tanto que otros puedentener visibles deficiencias. Corresponderá �l lector, si en estose ocupa, sacar sus conclusiones. La finalidad principal de estetrabajo ha sido enunciada desde un principio y aun repetitivamente hemos tratado de explicarla.
Con criterio abierto nos hemos fijado en algo de lo que sonlos procesos de investigación y creación histórica y hemos insistido asimismo en b complejidad de sus problemas y en lainescapable limitación de todas las reconstrucciones que pueden.concebirse. Analizando los ejemplos que aquí se ofrecen, el lector alcanzará tal vez una perspectiva más amplia, comprenderápor qué sobre un mismo tema existen, de hecho, visiones diferentes y, en vez de asumir respecto de ellas la postura del juezque absuelve o condena, verá que más importa tratar de enten-
nios originales, como de lo que escribieron sobre el mismo tema algunos historiadores de periodos más cercanos. Y aunque afirmáramos, como Jo hacemos, que procuramos obrar con criterio objetivo, resultaría ingenuowponer que hemos escapado a las limitaciones que imponen las propias inclinaciones y los puntos de vista personales.
Otras muy distintas antologías podrán lograrse, bien sea al modo tradicional, o con el método que aquí hemos propuesto o quizás con otro que haya de considerarse más atinado. El camino que aqui seguimos no por ello dejará de ser, sin embargo, un intento de mostrar la complejidad y la dinámica de los procesos, en fin de cuentas jamás perfectos, de lo que es investigar para forjarse, en un presente, una imagen de algo que ocurrió
-en el pasado.
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der, desde dentro, las formas de significación que, en ocasiones, lograron descubrir los distintos historiadores. En el quehacer de éstos, si hubo autenticidad, debió de repetirse el diálogo: las preguntas, desde el propio presente, con la percepción, tan difícilmente lograda, de lo que puede escucharse del pasado.
Tal vez en esta doble forma de peculiar antología hallarán otros un camino para ensayar nuevas y mejores formas de diálogo. Sin límites es el afán de comprensión. El tema es lo humano, la vida a través de milenios que, en cada instante que transcurre, no deja de existir porque, una y otra vez, se convierte en historia.
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2) LAS CULTURAS DEL ALTIPLANO
Un marco de referencia
Los temas escogidos en la presente antología tratan, como ya lo dijimos, acerca de la evolución y las instituciones de las culturas prehispánicas del altiplano central de México. Tal selección en mono alguno significa desinterés respecto de otros periodos o formas de cultura a través del pasado prehispánico. Igual atención merecen, para mencionar sólo unos ejemplos, los grupos zapotecas y mixtecas de la zona de Oaxaca o la admirable cultura maya que floreció en los que hoy son los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán, el territorio de Quintana Roo y las repúblicas de Guatemala y Honduras. Al circunscribirnos aquí a las gentes del altiplano, y de modo especial a las de idioma náhuatl, lo hacemos por razones metodológicas esperando que· puedan prepararse más tarde parecidas antologías con testimonios y textos de las otras principales culturas indígenas.
Importa, sin embargo, situar- los capítulos que integran esta primera forma de antología dentro de una visión histórica de conjunto. Con este propósito, y al modo de un marco de referencia, señalaremos algunos antecedentes de los pueblos nahuas del altiplano, así como las relaciones más obvias que tuvieron éstos a lo largo de su evolución con los otros grupos de Mesoamérica.
Precisamente la adopción del término Mesoamérica supone ya implícitamente que las distintas culturas que aquí florecieron, no obstante sus diferencias, constituyeron una realidad unitaria, con muchos rasgos e instituciones características. Y dado que en este libro se empleará con frecuencia el término Mesoamérica parece co�veniente recordar desde luego cuál es su contenido de carácter geográfico y cultural. Se refiere éste a una vasta zona dentro de lo que hoy es la República Mexicana y el área de Centroamérica donde, desde los tiempos anteriores a la era cristiana y hasta el presente, han existido grupos indígenas en que son perceptibles esas importantes afinidades culturales. Primeramente pueden aducirse las múltiples comunidades sedentarias, muy semejantes entre sí, que practicaban ya la agri-
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cultura y produdan diversas clases de cerámica. Más · tarde, en· sitios determinados dentro de esta misma zona, comenzaron a surgir · diversas creaciones propias de una cultura superior. El influjo de esos más antiguos centros favoreció luego el nacimiento de culturas distintas, pero siempre afines, con centros religiosos y urbanos, con una compleja organización social, económica, política y religiosa, con extraordinarias producciones en el arte y en posesión de sistemas calendáricos y de escritura.
:Este fue el caso de algunas de las culturas que ya mencionamos; la de la altiplanicie central, las del área de Oaxaca, las de las costas del Golfo y la del mundo maya. Como obviamente la difusión de estos rasgos culturales no fue siempre la misma, a lo largo de los distintos periodos del pasado prehispánico, debe señalarse que la realidad geográfica de Mesoamérica tam· poco se mantuvo idéntica. En líneas generales puede decirse al menos que, desde algunos milenios antes de la era cristiana, abarcó la región central y todo el sur de la actual República Mexicana con algunas extensiones en lo que hoy son los estados de Nayarit y Sinaloa, así como del sur de Tamaulipas. Fuera de lo que es México, se incluyen también en Mesoamérica los territorios de las actuales repúblicas . de Guatemala, El Salvador, Honduras y parte de Nicaragua y lo que se conoce como Belice.
En el presente marco de 'referencia nos interesa justamente situar lo que fue la evolución de los pueblos nahuas de la altiplanicie dentro del gran contexto de Mesoamérica. Dejando a los prehistoriadores la serie de problemas que plantea la llegada del hombre al continente americano, hace probablemente cerca de treinta mil años, y también lo concermente a los primeros vestigios de su presencia en la región central de México, dirigimos la atención a los tiempos en que aparecen ya fonnas más desarrolladas de cultura en esta porción ael Nuevo Mundo. Los hallazgos de la arqueología muestran que, por lo menos desde el segundo milenio antes de Cristo, en el centro de México, en las costas del Golfo y en las del Pacifico, en el área oaxaquefia y en lo que habría de ser la zona maya, vivían numerosas comunidades de pueblos sedentarios que practicaban la agricultura y trabajaban el barro como verdaderos artífices. Los éspecialistas han logrado establecer una cronología más o menos definida· respecto de este periodo designado por ellos como horizonte i o etapa preclásica y que abarca hasta los primeros afios de loque en Europa se nombró la era cristiana.
Y es necesario destacar · que, en medio de la aparente homogeneidad cultural de las comunidades mesoamericanas durante este largo periodo preclásico, comienzan a ocurrir cambios, en , lugares determinados, que marcan los principios de nuevas etapas y aun de lo que llegará a ser una auténtica civilización. A lo largo de las costas del Golfo de México, en los límites de
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'los actuales estados de Veracruz y Tabasco, por lo menos desde los comienzos del primer milenio antes de Cristo, se erigen centros ceremoniales y con ellos surgen las más antiguas producciones de un arte que nadie puede llamar primitivo. Gran-. des esculturas en basalto, refinados trabajos en jade y preciosismo en la cerámica, juntamente con los recintos ceremoniales, son los testimonios, descubiertos por los arqueólogos, que .dejan
· entrever las transformaciones que entonces tuvieron lugar. A· los olmecas se atribuye la célebre escultura conocida como "elluchador", así como numerosas figurillas humanas de rostrosinconfundibles, unas con fisonomía de niños, otras con ojosoblicuos, nariz ancha y boca que recuerda las fauces del tigre.En sitios como San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes y otrosmás en esa área del· Golfo, comenzó a haber diversas formasde especialización en el trabajo. Algunas representaciones plásticas confirman que hubo agricultores, guerreros, comerciantes,
. artífices, sacerdotes y sabios. En esa misma región, la de loshombres del país del hule, la de los hulmecas. (los olmecas),ocurrió también un descubrimiento que llegó a tener trascen�dental importancia en la trayectoria de Mesoamérica. En el paísolmeca, verosímilmente en el primer milenio antes de Cristo,se inventaron las primeras formas del calendario mesoamericanoe igualmente la más antigua escritura en el Nuevo Mundo.
Los núcleos originales de esta cultura, quizás a través delcomercio, de conquistas o de otra clase de contactos, fueron
, difundiendo sus creaciones por otros muchos lugares del Méxicoantiguo. Su influencia se dejó sentir en la región del altiplano,
· en el área del Pacífico, en Guerrero y Oaxaca, e igualmente enlo que más tarde fue el mundo maya. De ello dan prueba múltiples hallazgos. que muestran cómo determinados elementos
· culturales se sobrepusieron en múltiples sitios a modo de fermento, origen de futuros cambios. La presencia de los olmecas,que coexistieron en el tiempo con los otros grupos mesoamericanos de menor desarrollo cultural, confiere así nuevo sentidoal que los arqueólogos han designado como periodo preclásico.De hecho fue entonces cuando se inició aquí definitivamente
' el proceso que culminó en el nacimiento de una civilización. Siglos después, hacia los comienzos de la era <;ristiana, el sur
. . gimiento de Teotihuacán en el altiplano, de Monte Albán y
. de otros sitios en Oaxaca y también la proliferación de centros . en el área maya son visible consecuenc.ia de que en Mesoamérica ' había comenzado a implantárse una cultura superior. Las crea
ciones de los teotihuacanos, los zapotecas y los mayas, para sólo mencionar a los grupos más conocidos, revelan la personalidad
·· propia de cada uno, pero a su vez dejan entrever la influenciade la que ha sido llamada cultura madre, la de los olmecas.
Por lo que toca a Teotihuacán, recientes investigaciones con-
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firman que el gran centro ceremonial llegó a com·ertirse en una enorme metrópoli. AJ lado de las pirámides y adoratorios se edificaron tambiért, siguiendo admirable organización urbanística, un gran número de palacios y residencias, escuelas para sacerdotes y sabios, almacenes y mercados. La grandios1d� de la traza teotihuacana, con multitud de espacios abiertos, calzadas y plazas, se vuelve hoy patente, mirando los planos de Teotihuacan que, gradas a la arqueología, han podido elaborarse. Esa ciudad, donde, según los mitos, había ocurrido la transformación de los dioses, fue paradigma no superado en el que habrían de inspirarse los demás futuros pobladores de la altiplanicie, Y lo mismo puede afirmarse respecto de su arte: pinturas murales, esculturas, bajorrelieves y cerámica de formas muy distintas pero siempre refinadas. La antigua visión teotihuacana del mundo y sus creencias y prácticas religiosas también ejercieron su influjo en otros grupos de la región central y aun de fuera de ella.
En Oaxaca, por el mismo tiempo, hubo parecido florecimiento cultural. :tste se hizo patente sobre todo en Monte Albán donde, desde su más temprana época, se conoció asimismo el arte de las inscripciones y de fas medidas calendáricas. Pue· den recordarse las varias estelas que se conocen con el nombre de "los danzantes" que muestran que quienes allí vivieron empleaban ya un calendario semejante al de la región del Golfo. La secuencia cultural de Oaxaca, sobre todo la de los zapotecas y mixtecas, · constituye otra variante en la asimilación de la anti• gua herencia olmeca.
Finalmente, los mayas, mejor tal vez que cualquier otro pueblo en Mesoamérica, aparecen como testimonio viviente de refinamiento cultural. En sus más antiguas ciudades, Tikal, Copán, Yaxchilán, Piedras Negras, Uaxactún, Palenque, y en otras como Chichén Iu:á, Kabah, Sayil, Labná y Uxmal, crean un arte extraordinario y asimismo sistemas para medir el tiempo cdn precisión que casi parece inverosímil. Cón base en recientes estudios puede afirmarse que, ya desde la época olmeca, se asignaba un valor a los números · en función de su posición. Esto llevó a concebir un concepto y un símbolo de completamiento muy semejante a lo que entendemos por cero. Las cuentas de los días, de los años y de ottos tvandes periodos que, por obra de los sabios mayas, se perfecoonaron cada vez más, dejan ver cómo el cero y el valor de los mímeros por su colocación fueron elementos de constante uso en los cómputos. Los resultados de las observaciones de los astros, las complejas anotaciones calendáricas y mucho más que no ha podido descifrarse, quedó en las inscripciones, sobre todo en las estelas de piedra. Precisa· mente la lectura de algunas de éstas ha permitido afirmar que los mayas lograron un acercamiento al año astronómico superior incluso al que tiene el año gregoriano.
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La civilización mesoamericana se extendió durante este periodo llamado clásico (siglos HX d. C.), hasta apartadas regiones habitadas antes tan sólo por comunidades de incipientes agricultores y alfareros. Un universo de símbolos, en el que quedaron reflejados los mitos y las creencias religiosas, denota profunda afmidad cultural, a pesar de todas las variantes, entre los distintos pueblos que habitaron un área tan vasta,
La decadencia que sobrevino entre los siglos Vil y IX de la era cristiana, con abandono de muchos de los centros y ciudades, no ha podido aún ser explicada en forma enteramente satisfactoria. Tal vez la presencia de otros grupos nómadas venidos del norte, así como cambios climáticos e incluso algunas transformaciones sociales o religiosas, puedan contarse entre las causas más probables, capaces de explicar este fenómeno cultural que puso fin al que hoy se conoce como periodo clásico en
· la evolución prehispánica de México.Sabemos al menos que la decadencia del antiguo florecimiento
no significó la muerte de la civilización en Mesoamérica. El reacomodo de pueblos y la penetración por el norte de otros grupospermiten entrever un dinamismo que sólo en pane ha comenzado a valorarse. Lugares como el Tajín en Veracruz, Cholula,en Puebla, Xochicalco en Morelos y después Tula en Hidalgo,la metrópoli de Quetzalcóatl, confirman que sobrevivió muchodel antiguo legado. Y otro tanto puede decirse de lo que ocurriópor el rumbo de Oaxaca e iguab::nente en el área maya, dondeperduraron centros importantes como los muy célebres de Yucatán. En esta época comienzan a trabajarse el oro, la plata y,en reducida escala, el cobre. Estas técmcas se adquieren comoresultado de una lenta difusión originada, al parecer, en elámbito andino y de las costas de América del Sur.
Fijándonos de modo especial en la región del altiplano central, podemos afirmar que en Tula parecen haberse fundidodiversas instituciones e ideas religiosas teotihuacanas con el espfritu guerrero de los grupos nómadas procedentes del norte. Recordemos a este propósito las colosales figuras de piedra, repte•sentaciones de guerreros, ·que se conservan actualmente sobre lapirámide principal de Tula. Influidos por la cultura teotihuacana, al igual que otroi¡ pueblos, como lo habían sido ya loshabitantes de la ciudaq-fortaleza de Xochicalco o las gentes deCholula, también los toltecas alcanzaron significativas formasde desarrollo. Mucho más abundantes son ya los testimonios quepermiten conocer algo de la historia, la religión y el pertsamienjode esta nueva etapa en Mesoamérica. Gradas a los hallazgosarqueológicos y también a los códices y textos en lenguas indígenas, de épocas posteriores, pero que hacen referencias a loque antes había ocurrido, es posible hablar de las formas degobierno y de orgapizadón social y religiosa que existieron en
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sitios como Tula. Recordemos, por ejemplo, la información que proporcionan crónicas en náhuatl como la Historia Tolteca
chichimeca y los Anales de Cuauhtitlán. Igualmente pueden citarse los relatos de documentos en varios idiomas de la familia maya. Y en el caso de los mixtecas de Oaxaca, como lo comprobó Alfonso Caso en una reciente investigación todavía inédita, a través de los códices es posible conocer las, genealogías y biografías de varios centenares de señores, a partir del siglo VII de nuestra era.
Los toltecas, que hablaban la lengua náhuatl, mantuvieron y difundieron el culto a la divinidad suprema, Quetzalcóatl. Hubo también entre ellos un célebre sacerdote, verdadero héroe cultural, de nombre asimismo Quetzalcóatl. Los textos indígenas describen sus palacios, sus creaciones, su forma de . vida, consagrado a· la meditación y al culto. Atribuyen también al sacerdote Quetzalcóatl la concepción de una doctrina teológica acerca del dios supremo, concebido como un principio dual, masculino y femenino a la vez, capaz de engendrar y concebir todo cuanto existe.
Pero, al igual que en el caso de las ciudades del esplendor clásico, Tula tuvo también un fin misterioso. Los textos indígenas hablan de la presencia de hechiceros que habían llegado con el propósito de introducir los sacrificios humanos. El sacerdote quetzalcóatl nunca quiso aceptarlos, porque, como dice un texto mdígena, "amaba mucho a. sus vasallos que eran los toltecas". Debido a esto el sabio Quetzalcóatl y muchos de sus seguidores toltecas tuvieron al fin que marcharse. Algunos se dispersaron por las orillas de los lagos en el valle de México. Otros llegaron al gran centro ritual de Cholula en el que, como ya se dijo, también había habido influencias culturales de los olmecas y los teotihuacanos. Y quienes más lejos llegaron, entraron en contacto con los pueblos mayas, particularmente con los que por ese tiempo daban nuevo esplendor a la ciudad sagrada de Chichén ltzá. Testimonio de la presencia tolteca en ese centro ritual lo ofrece, entre otras cosas, la pirámide conocida como templo de los guerreros que tanto se asemeja a la de Quetzalcóatl en Tula.
El abandono de la metrópoli tolteca hacia fines del siglo XI d.C. abrió las puertas a otro extraordinario proceso, plenamentedocumentable, de asimilación cultural de otros grupos procedentes del norte. Entre éstos ocuparon lugar especial los chichimecas, acaudillados por el gran jefe Xólotl. Ocurren entoncesnuevas mezclas de gentes y fusiones de cultura entre los reciénvenidos y algunos pueblos establecidos en la región central desdetiempos antiguos. Sabemos que hubo grupos de idioma otomí,otros de lengua chichimeca y también no pocos que hablabannáhuatl. Nueva fuerza adquirieron por ese tiempo (siglos XII-
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XIII d.C), algunos centros, habitados por lo menos desde el periodo clásico, como Azcapotzalco, Culhuacán y otros. Y a la vez nacieron varias ciudades-estados como Coatlichan, Huexotla, Tetzcoco y, más allá de los volcanes, las cabeceras de los señoríos tlaxcaltecas.
La larga serie de contactos, que entonces tuvieron lugar, hizo que los antiguos nómadas comenzaran a practicar la agricultura, transformaran poco a poco su organización social, económica y política y aceptaran vivir en pueblos y ciudades. En dichos centros proliferaron distintas formas de sincretismo religioso a la par que nuevas creaciones en el campo de las artes. Los tecpanecas de Azcapotzalco, que habían pasado por un proceso semejante, alcanzaron desde mediados del siglo XIII la hegemonía en el valle de México y en otras regiones. Un famoso soberano tecpaneca, Tezozómoc de Azcapotzalco, llegó a dominar los antiguos señoríos de Tenayuca, de Xaltocan, de Chalco y Amecameca e incluso pudo conquistar l:ugares más apartados como Ocuila y Malinalco, al sur y Cuauhnáhuac en Morelos y hasta algunas zonas del actual estado de Guerrero. El antiguo centro de Culhuacán, que había sido refugio de muchos toltecas, hubo de pagar entonces tributos a los dominadores de Azca-potzalco.
Éste era el escenario político del valle de México en el cual había penetrado, desde mediados del siglo XIII, el último de los gtu.pos procedentes del norte: los aztecas o mexicanos, gente de lengua náhuatl, .dotada de voluntad indomable que en poco tiempo habrían de convertirse en los amos y señores del México antiguo. Son muchas las fuentes indígenas que hablan de la peregrinación y padecimientos de los aztecas antes de llegar al valle de México. En una de ellas se dice que "nadie conocía su rostro". Por todas partes los pueblos ya establecidos preguntaban a los mexicas: "¿quiénes sois vosotros? ¿de dónde venís?" Los aztecas se establecieron por breve lapso en Chapultepec, pero tuvieron que salir de allí hostilizados por los de Azcapotzalco: El señor de Culhuacán, al sur de los lagos, les concedió un sitio agreste, donde abundaban las víboras, para
· que en él se asentaran. Pero aun de allí tuvieron que huir losaztecas, perseguidos de nuevo. Fue entonces cuando, en 1325,llegaron al fin al islote de México-Tenochtitlan, en medio dellago de Tetzcoco. En ese lugar encontraron el signo que leshabía dado su gran numen tutelar, el dios guerrero Huitzilopochtli. Como lo refiere la Crónica Mexicáyotl, "llegaron alládonde se yergue el nopal, entre las piedras vieron con alegríacómo se erguía el águila sobre el nopal; allí estaba comiendoalgo, lo desgarraba al comer ... "
Establecidos los aztecas en México-Tenochtitlan tuvieron quepagar tributo a la gente de Azcapotzalco que era dueña de la
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isla. Pero simultáneamente continuaron asimilando los elementos culturales que parecían convenir a su propio desarrollo. De hecho ya desde antes habían estado en contacto con formas de vida y pensamiento de origen tolteca, como fue el caso durante su estancia en las cercanías de Culhuacán. Los jefes y sacerdotes aztecas, cuando creyeron llegado el momento de tener un tlatoani o gobernante supremo al modo tolteca, eligieron precisamente a Acamipichtli, emparentado con la antigua nobleza de los culhuacanos. Se implantó entonces en Tenochtitlan una clase social superior, la de los pipiltin, distinta de la de los macehuales, o gente del pueblo. Con sus propios caudillos participaron por esos años los aztecas, forzados por Azcapotzalco, en las campañas de conquista que emprendía el estado tecpaneca. Quedó entonces manifiesta la energía . y capacidad guerrera de los seguidores de Huitzilopochtli,
Por su misma pujanza los aztecas necesariamente llegaron al fin a un enfrentamiento con Azcapotzalco. Ello coincidió con algo que les fue favorable: la determinación de no pocos señores del antiguo reino de Tetzcoco que había sido sojuzgado por las armas tecpanecas; Nezahualcóyotl, el más extraordinario entre los nobles de Tetzcoco, fue el sabio aliado de los aztecas que también contaban con hombres inteligentes y esforzados como ItzcóatY, Tlacaélel y Motecuhzoma Ilhuicamina. La guerra contra Azcapotzalco terminó con la victoria de aztecas y tetzcocanos.
Restablecida la paz hacia 1428, dueña ya Tenochtitlan de su independencia, se iniciaron reformas que trajeron consigo la proclamación abierta de un pensamiento místico-guerrero. El Pueblo del Sol se aprestaba así a cumplir con su destino de dominador supremo en el México antiguo. En alianza permanente con Tetzcoco y con Tlacopan o Tacuba, que sustituyó a Azcapotzako como cabecera de la región tecpaneca, los aztecas tuvieron gobernantes capaces de consolidar la hegemonía de Tenochtitlan. ltzcóatl, Motecuhzoma Ilhuicamina y Axayácatl, asesorados todos por el célebre consejero Tlacaélel, desempeñaron en . ello papel extraordinario. Modificando la visión de su propia historia, se pensaron a sí mismos como los herederos genuinos de la grandeza tolteca. Colocaron en lo alto de su panteón religioso a su antiguo numen Huitzilopochtli. En honor de él y de Tláloc, el dios de la lluvia, edificaron el suntuoso recinto del templo mayor. Distribuyeron tierras y títulos de nobleza, dieron nueva organización al ejército, consolidaron sus alianzas con otros Estados y comenzaron a enviar a sus comerciantes hasta regiones muy apartadas.
Con la idea de que eran los escogidos para preservar la vida del sol, que únicamente mantendría su vida si se le ofrecía la sangre como alimento, iniciaron los aztecas una serie de con-
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quistas. La guerra proporcionaba cautivos para el sacrificio y, a la vez, permitía ensanchar las propias fronteras. Primero sorne· tieron así a los pueblos más cercanos del valle de México. Avanzaron después hacia el rumbo de Veracruz y penetraron más tarde entre los señoríos zapotecas y mixtecas de Oaxaca. En honor de Huitzilopochtli y de otros dioses se celebraron entonces con mayor frecuencia las ofrendas de corazones. Su sentido guerrero, henchido de misticismo, transformó a los aztecas en señores de buena parte de lo que hoy es el centro y sur de la República Mexicana.
Hubo, sin embargo, algunos pueblos como los tarascos, y otros de lengua y cultura náhuatl que de un modo o de otro alean• zaron a preservar su independencia. Deben recordarse aquí las cuatro cabeceras de Tlaxcala que se mantuvieron siempre como entidades no sólo distintas sino también en actitud de oposición al poderío azteca. Pueden mencionarse asimismo los señoríos de Cholula y Huexotzinco con los que unas veces tuvieron los aztecas relaciones de amistad y otras de pugna. Muy distinto fue el caso de Tetzcoco, la metrópoli aliada. Allí vivieron gobernantes tan sabios como Nezahualcóyotl y su hijo Nezahualpilli que hicieron resurgir no poco de la antigua visión espiritualista, herencia de las doctrinas del sacerdote Quetzalcóatl. Para los aztecas los señores de Tetzcoco fueron, además de aliados, consejeros siempre oídos al tratar de resolver problema� o situaciones particularmente difíciles.
Tenochtitlan, durante el último tercio del siglo XV, comenzó a alcanzar su mayor esplendor. A ella afluían tributos procedentes de las regione¡. conquistadas: grandes cantidades de oro en polvo o transformado en joyas, piedras preciosas, cargas d� papel de amate, cacao, mantas de algodón, mantas labradas con diferentes labores, plumas finas, toda suerte de armas, diversas especies de animales, conchas de mar, caracoles, plantas medicinales, múltiples formas de cerámica, camisas, enaguas, esteras y sillas, algodón, maíz, frijol, calabazas, chía, madera, carbón y otras muchas cosas más. Sus últimos gobernantes o tlatoque, Tízoc, Ahuítzotl y Motecuhzoma Xocoyotzin, prosiguieron en diversos grados y formas por los mismos caminos, consolidando la que bien puede describirse como prepo(encia universal en Mesoamérica del Pueblo del Sol. El idioma náhuatl llegó a ser entonces lingua franca.
Los aztecas, herederos de más de dos milenios de creación cultural, destacaron asimismo como creadores en el campo del arte. En particular es esto verdad respecto de sus esculturas que cuentan entre las mejores en todo el ámbito del mundo pre,hispánico. Su pensamiento y su literatura escaparon al olvido y pueden estudiarse en los códices y en los textos que hoy se conservan
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en bibliotecas de América y de Europa. En ellos hay anales históricos, ordenamientos rituales y tradiciones religiosas, pláticas de los ancianos, enseñanzas en los centros de educación y, como muestra de su refinamiento espiritual, una rica poesía en la que se hace presente cuanto puede preocupar al hombre en la tierra. A través de estas fuentes y de los deScubrimien_tos de la arqueología, es posible comprender el sentido que dieron a su vida, y aun prácticas y ritos como los sacrificios humanos que hoy nos resultan tan sombríos. En el mundo azteca volvieron a hacerse patentes el dinamismo y las tensiones que caracterizaron a la trayectoria cultural mesoamericana. En él vivieron los tlamatinime, los sabios, 9.ue cultivaban la poesía y se planteaban problemas sobre la divinidad y el hombre, rtambién los guerreros que, para mantener la vida del sol, hadan conquistas y ofrecían la sangre y el corazón de las víctimas.
Precisamente durante el reinado del último de los Motecuhzomas la actitud místico-guerrera, por una parte, y la espiritualista por otra, imprimían un sentido de profundo dramatismo en la cultura del Pueblo del Sol. Entonces aparecieron por las costas del Golfo grandes barcos que semejaban montañas, con hombres blancos y barbados. a los que se confundió en un principio con Quetzalcóatl y los dioses que regresaban. La muerte de Motecuhzoma Xocoyotzin y la-defensa final del joven Cuauhtémoc simbolizan la derrota de un pueblo que, cautivado por el hechizo de su religión y de sus mitos, no pudo luchar con armas iguales a las de quienes lo atacaban, y, en plena grandeza. tuvo que sucumbir. Los mismos conquistadores, que contemplaron de cerca lo que era México-Tenochtitlan, nos dejaron también un testimonio acerca del mundo prehispánico precisamente en vísperas de su final destrucción.
Hemos recordado en este marco de referencia algunos de los momentos principales en la trayectoria cultural del México antiguo. El hombre indígena, a través de su aislamiento de milenios, desarrolló formas propias de alta cultura · y de auténtica civilización. Si algún contacto tuvo con el exterior fue transitorio y accidental, ya que no dejó vestigios de importancia que hayan podido comprobarse. Por esto una comparación, aunque sea rápida, de los procesos que aquí ocurrieron con lo que sucedió en el caso del Viejo Mundo, deja ver una serie de peculiaridades. a veces paradójicas que son prueba de las radicales diferencias.
Desde el primer milenio antes de Cristo, cuando nació entre los olmecas la alta cultura, sus creaciones en el campo del arte y del pensamiento, como las inscripciones y los· cómputos calendáricos, se lograron sin que hubieran desaparecido impresionantes limitaciones materiales y técnicas. A diferencia de lo que sucedió en Mesopotamia y en Egipto, aquí nunca pudo dispo--
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nerse de bestias domesticables porque sencillamente no existían, tampoco se empleó utilitariamente la rueda ni se pasó a la llamada edad de los metales, es decir al trabajo del bronce y del hierro, ni se llegó a tener en consecuencia mejor instrumental que el hecho de piedra, pedernal o madera. Y, sm embargo, proliferaron · en Mesoamérica los centros ceremoniales y se tornó compleja la organización social, política y religiosa. Lo que hoy llamamos el arte prehispánico adquirió grandes proporciones en la arquitectura, en los murales y esculturas. También se registraron las medidas del tiempo, apareció la escritura en las inscripciones y códices y se hizo posible la preservación definitiva del testimonio histórico.
La individualidad esencial de este· mundo de cultura parece derivarse así del hecho de que aquí, a diferencia de lo que ocurrió en el Viejo Mundo, dinámicamente se integraron instituciones y creaciones, que son atributo de una alta cultura ya urbana, con un instrumental y con recursos técnicos que nunca dejaron de ser precarios. En cambio, en Egipto y Mesopotamia, en el Valle del Indus y en las márgenes del río Amarillo en China, el desarrollo cultural supuso siempre una radical transformación en las técnicas, la domesticación de animales, el empleo constante de la rueda, la elaboración de instrumentos de bronce y hierro; en una palabra, nuevos medios para aprovechar cada vez mejor las potencialidades naturales.
Mesoamérica tipifica cómo se hizo realidad una muy diferente hipótesis: lo que ocurrió a los humanos cuando, en un medio distinto y básicamente aislado, superaron por su cuenta y en forma distinta el primitivismo y la barbarie. Por eso el pasado precolombino de México surge como experiencia de atractivo excepcional para el filósofo de la historia y para cuantos se interesan por conocer la realidad del hombre como creador de instituciones y de diversas formas de arte y pensamiento. La civilización mesoamericana, aunque alejada en tiempo y espacio de las altas culturas del Viejo Mundo, se sitúa por propio derecho al lado de ellas como algo distinto y a la vez paralelamente interesante. Es éste el otro único caso de pueblos que, a pesar de múltiples limitaciones, tuvieron ciudades y metrópolis, crearon un arte suntuario y descubrieron sistemas para preservar en inscripciones y códices el testimonio de su pasado también de milenios.
Esta visión de conjunto y las consideraciones que hemos hecho para destacar lo que fue peculiar en las culturas del México antiguo se dirigen, como ya se dijo, a facilitar la comprensión de los textos que integran la _presente antología. La lectura de las fuentes y testimonios pnmarios es acercamiento, el más directo, a lo que fue la realidad de Mesoamérica. La ulterior
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valoración de las páginas que se transcriben de distintos historiadores, ayudará a ver cómo, en épocas diferente!!, surgieron variadas visiones e interpretaciones de lo que pueden significar los procesos que aquí ocurrieron. Se trata de diversos intentos de comprensión que han buscado esclarecer y enriquecer la imagen de lo que fue este mundo de cultura. Reflexionar sobre esto será acercarse a lo que ha sido investigar, y también crear, en el campo de la historia.
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3) LOS TEXTOS QUE INTEGRAN ESTA ANTOLOGfA
Al hablar del método y la estructura de este libro señalamos que en él se atiende a cinco temas directamente relacionados con la evolución y las instituciones de los pueblos nahuas de la altiplanicie central. Indicamos asimismo que, en cada caso, se ofrecen primero algunas muestras de testimonios indígenas originales y a continuación las páginas o capítulos de varios investigadores, todas sobre el correspondiente asunto, cQn las interpretaciones o imágenes históricas logradas por ellos sobre la base de las fuentes de primera mano. El propósito de esta doble serie de transcripciones ha sido asimismo suficientemente explicado. Lo que ahora nos interesa precisar es el origen o procedencia de esas distintas clases de textos que aquí se aducen.
Fuentes escritas y hallazgos de la arqueología
Trataremos primeramente de las que deben describirse como fuentes originales. Éstas se distribuyen en las siguientes cate· godas:
a) Códices o libros de pinturas de origen prehispánico o elaborados con igual método en los años inmediatamente posteriores a la conquista.
b) Textos en lengua náhuatl escritos ya con el alfabeto latinosobre todo en el siglo XVI.
c) Testimonios en idioma castellano de cronistas, de frailesmisioneros, conquistadores y de algunos escritores indígenas y mestizos del siglo XVI.
d) Documentos e informes sobre los resultados obtenidos enlas excavaciones arqueológicas,•
A continuación nos ocupamos de cada una de estas categorías que, como ya se dijo, integran las fuentes o testimonios de primera mano. Posteriormente nos referiremos a algunas de las prin• cipales obras de los historiadores a quienes se deben las interpretaciones o imágenes históricas que se aducen asimismo en este libro.
a) Códices o libros de pinturas de origen prehispánico -o ela•borados con igual método en los años inmediatamente posteriores a la conquista
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Comencemos por decir que en todo el ámbito de Mesoamérica, a partir por lo menos del periodo clásico, se conocieron diversas formas de escritura. De esto dan testimonio las múltiples inscripciones que se conservan e igualmente algunos códices que han llegado hasta nosotros. Por lo que toca específicamente a la cultura náhuatl, tres eran las formas de escritura empleadas por sus tlacuilohque, los pintores o escribanos.
La más antigua era probablemente la que hoy nombramos pictográfica o sea meramente representativa de cosas. Por med�o de ella se pintaban de manera estilizada di.versos objetos: las calli o casas, los tlachtli o juegos de pelota, los cómitl o jarros, los señores sentados en sus icpalli o sillas reales y sobre un pétlatl o estera; los objetos que constituían los tributos, los bultos de maíz, mantas, plumas, cacao, etc. .
Una segunda forma la constituían los glifos \}amados ideográficos que representaban simbólicamente ideas. Entre ellos estaban todos los de carácter numeral, los calendáricos, los que expresaban conceptos, como el de "p
.ueblo o ciudad" (altépetl),
el de ,·ade o piedra preciosa (chalchihuitl), los de la noche(yohua li) y el día (ílhuitl) e incluso ideas abstractas y aun metafísicas como movimiento (ollin), vida (yoliliztli,) divinidad (teóyotl).
Finalmente hizo también su aparición entre los nahuas una tercera forma de es�ritura, la fonética o sea la que representa sonidos. Estos glifos fueron en su mayoría silábicos y sólo se conocieron tres como símbolos de vocales. De modo parecido a lo que ocurrió· en otras culturas, los glifos fonéticos se derivaron de la figura estilizada de objetos cuyo nombre comenzaba por la sílaba o por la letra que se quería representar. Ejemplos bien conocidos son los glifos para expresar las sílabas -tlan, "lugar de", -pan, "encima de", al igual que otros que podrían aducirse. Respecto de las vocales, la a se consignaba por medio de la estilización de a-tl (agua), la e, del glifo de e-tl (frijol) y la o de ohtli (camino) .2
Los escribanos indígenas, sirviéndose de estas tres formas de representación -pictográfica, ideográfica y fonética�. pudieron registrar en sus antiguos códices e inscripciones las fechas calendáricas y los cómputos numéricos, los rasgos y atributos de sus dioses, los principales acontecimientos en sus peregrinaciones, en su vida social, económica, política y religiosa, la sucesión de los gobernantes, las noticias de las guerras, sus triunfos y derrotas.
Aunque la mayor parte· de los antiguos códices fueron destruidos como una consecuencia de la conquista, hay sin embargo al-
• Véase sobre esta materia: Charles E. Dibble, "El antiguo sistema '
de escritura en México", Revista Mexicana de Estudios An.tropol6gicos, T. IV, pp. 105 y siguientes .
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C6dice Borgia, náhuatl, de la región de Puebla-Tlaxcala. Conservado en el Museo Vaticano, fol. 45.
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gunos que, en diversas formas, se han conservado hasta el presente. Pintados sobre papel hecho de la corteza del amate, o también de la fibra de maguey y otras veces sobre pieles principalmente de venado, esos libros de pinturas son de fundamental importancia para el estudio del pasado indígena. En el caso de la cultura náhuatl pueden mencionarse como de origen prehispánico los códices Borgia, Cospi, Fejervary Mayer, Laud y Vaticano B.3 Las designaciones que actualmente llevan estos manuscritos se relacionan con los nombres de sus antiguos po· seedores o con los sitios a que fueron llevados en distintos países del extranjero. El contenido de estos códices de modo general puede describirse como de carácter religioso, mitológico y calendárico.
Otros manuscritos de procedencia netamente azteca son el Códice Borbónico, la Matrícula de Tributos y la Tira de la Peregrinación. Los dos últimos se conservan en el Museo Nacional de Antropología de México, en tanto que el primero se halla en el palacio Bourbon, en la ciudad de París.4
Además de estos libros indígenas, tenidos como de origen prehispánico, existen otros que fueron pintados en los años que siguieron a la conquista. Algunos son copias de códices más antiguos hechas por sabios nativos sobrevivientes. Otros se elaboraron asimismo en el siglo XVI como diversas formas de tes• timonio a solicitud de las autoridades reales o fueron resultado de investigaciones llevadas a cabo, en colaboración con indígenas, por estudiosos como el célebre fray Bernardino de Sahagún. Er�tre los más conocidos códices, que provienen ya del siglo XVI y son de origen asimismo náhuatl, mencionamos al menos los siguientes: el Azcatitlan, el Cozcatzin, el Mendocino, el Mexicanus, el Telleriano Remensis, el Magliabecchi, el Códice Ríos, todos procedentes de la región azteca. Del antiguo señorío tetzcocano se conservan, entre otros: el Códice en Cruz, el Xólotl, los códices Tlotzin y Quinatzin, el Mapa de Tepechpan.
Para el estudio de la historia prehispánica, de las creencias reli�osas, o aun de aspectos de carácter económico como los antiguos sistemas de tributación, son de suma importancia los citados documentos, así como otros varios que se conservan en diversas bibliotecas y archivos. Si recordamos ahora el modo en que los sabios nativos se valían de los libros de pinturas en los centros prehispánicos de educación, comprenderemos la forma
• A modo de ejemplo, citamos la edición del Códice Borgia, con co• mentarios de Eduard Seleri traducidos_ al castellano, publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, 3 vols., 1963.
• Para una descripción de estos y los otros códices véase: Salvador Mateos Higuera y Miguel León-Portilla, Catálogo de los códices indígenas del MAxico antiguo, México, Secretaria de Hacienda, 1957.
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Códie, Borbónico, manuscrito azteca conservado en la Biblioteca del Palacio Bourbon, París, Francia, fol. 10.
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como, paralelamente, se preservó también otra suerte de textos por medio de una tradición sistemática. Tratar de esto equivale a ocuparnos de la segunda especie o categoría de fuentes indígenas.
b) Textos en lengua náhuatl escritos ya con el alfabeto latinosobre todo en el siglo XVI
Se sabe por el testimonio directo de conquistadores y cronistasmisioneros que en las escuelas indígenas, en los calmécac y telpuchcalli, los maestros explicaban el contenido de los c6dices haciendo que los estudiantes fijaran literalmente en su memoria, a modo de comentarios, distintos textos. Esta tradición sistemática, sobre la base de lo que se consignaba en los códices, se comunicaba fielmente de generación en generación. Entre los muchos textos que así se retenían en la memoria, junto con los comentarios de los sacerdotes v sabios, había relatos míticos, composiciones poéticas, huehuetlatolli o discursos de los ancianos e igualmente narraciones de contenido histórico.
Al sobrevenir la conquista, se inició, respecto de esos textos memorizados, un doble proceso. Por una parte, emprendieron su rescate algunos indígenas que habían estudiado en los centros prehispánicos de educación y que posteriormente, con ayuda de los frailes, habían aprendido el alfabeto latino. Los sobrevivientes de la antigua cultura pudieron poner por escrito -con el alfabeto recién aprendido, pero en su propia lengua- muchas de las tradiciones e historias memorizadas en sus días de estudiantes. Por otra parte, el empeño de humanistas como fray Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún, significó asimismo allegar materiales para el conocimiento del pasado prehispánico.
El primer intento por salvar del olvido textos históricos y literarios en lengua náhuatl, y de transcribirlos con el alfabeto latino, data de los años comprendidos entre 1524 y 1530. Esto lo hicieron algunos sabios nahuas respecto del contenido de varios códices y de las tradiciones relacionadas con ellos. Estos. textos, escritos en papel indígena, se conservan hoy en la Biblioteca Nacional de.París bajo el título de Unos Anales Históricos de la Nación Mexicana. En ellos se contienen las genealogías de los gobernantes de Tlatelolco, México-Tenochtitlan y Azcapotzalco, así como la más antigua visión indígena de la conquista.
Atención particular merecen las investigaciones de fray Bernardino de Sahagún. Había llegado éste a México en 1529 y aquí dedicó muchos años de su larga vida (1499-1590), a recoger testimonios de contenido cultural e histórico en diversos lugares de la región central. Auxiliado por sus discípulos indígenas del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, Sahagún comenzó a recoger multitud de textos de labios de ancianos que habían
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Una página de la Historia tolteca-chichimeca, fol. 14.
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vivido desde los tiempos anteriores a la llegada de los españoles. El mismo fray Bernardino describe el modo como fueron recogidos esos materiales: "las cosas que conferimos, me las dieron los ancianos por pinturas, que aquella era la escritura que ellos antiguamente usaban". E igualmente pedía a sus informantes le repitieran en náhuatl los comentarios de los códices, las crónicas, los mitos y poemas aprendidos en las escuelas prehispánicas. Sus disdpulos de Tlatelolco copiaban los glifos de las pinturas r transcribían además en la misma lengua náhuatl los textos e mformes que escuchaban. Con sentido crítico Sahagún repitió varias veces su investigación, pasando como él dijo, "por triple cedazo" cuanto iba allegando hasta estar cierto de su autenticidad.
Así reunió centenares de folios con poemas, cantares y testimonios acerca de las instituciones culturales del mundo náhuatl. Esos textos se conservan hoy día en los dos Códices Matritenses y en el Códice Florentino de la biblioteca Laurentiana.11 Pero la obra de fray Bernardino tuvo además otras consecuencias. Varios de sus discípulos indígenas, en quienes avivó el interés por que no se perdiera el recuerdo del pasado, continuaron también por cuenta propia este tipo de trabajos. Algunos pudieron compilar varias colecciones de antiguos cantares y diversos anales históricos en idioma náhuatl. En el campo de la literatura se sitúan tres de estos manuscritos, la Colección de cantares mexicanos que se conserva en la Biblioteca Nacional de México; el libro llamado de Los romances de los señores de la Nueva &paña, hoy en la Universidad de Texas, y otro documento más que fue a parar a la Biblioteca Nacional de París. Entre los textos de contenido histórico mencionaremos los Anales de
• Los textos en náhuatl de los informantes indígenas de Sahagún, incluidos en los Códicas Matritanses, han comenzado a ser publicados con su correspondiente versión al castellano por el Instituto de Investigaciones Hi1tóricas de la Universidad Nacional de México. Hasta el presente han aparecido los siguientes volúmenes:
Ritos, sac•rdotes )' atavfos d• los dioses, textos de los Informantes Indigenas de Sahagún, I, Edición de Miguel León-Portilla, México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958, (De esta obra existe reproducción publicada en Guadalajara, 1969, E. Aviña, Editor).
Y ei1U• himnos sacros de los nahuas. Informantes Indígenas de Sahagún,II, Mbico, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958.
Vida •con6mica de T•nochtitlan. Informantes de Sahagún, III, Ediciónde Angel Ma. Garibay K., México, Instituto de Investigaciones Históricas,1961
.1bgurios )' abusfon41s. Informantes Indígenas de Sahagún, IV, Edición de Alfredo L6pez Austin, México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1969.
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SAHAüÓH FRIMEROS f'IEMORIALES. CAF. 111.
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1C&l'k:e w..1trllar,se t!• ::i A�.:1dem1a ;fo :., HÍ$fotf;a. fol. 8,5 ft-.
SeÑORJO
Una página del Códice matritense del real palacio. Textos de los infonnantes de Sahagún, fol. 65.
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Cuauhtitlán, los de otros varios lugares de la altiplanicie y algunos escritos más, de distinta procedencia como la Historia Tolteca-chichimeca.
En la presente antología incluimos la versión · al castellano de algunas páginas de estos documentos. Así, en los capítulos que se refieren a "Teotihuacanos y toltecas" y a la "Significación de los aztecas en el Mexico antiguo", se aducen, como ejemplo de fuentes, varias porciones tomadas de los Códices Matritenses, de los Anales de Cuauhtitlán y de la Historia Tolteca-chichimeca. También se citan algunos de estos manuscritos en náhuatl a propósito de los temas "La organización social y política", "La vida económica" y "Religión y pensamiento". Conviene añadir que, en relación con estos puntos, son asimismo fuente de suma importancia varios códices o libros de pinturas. Por ejemplo, para estudiar la vida económica durante el periodo azteca, son imprescindibles la Matrícula de tributos y el Códice Mendaz.a.
e) Testimonios en idioma castellano de cronistas, de frailes misioneros, conquistadores y de algunos escritores indígenas ,mestizos del siglo XVI
Las obras incluidas bajo este rubro no pueden considerarse obviamente como fuentes indígenas de origen prehispániCQ. Hay en algunas de ellas, sin embargo, testimonios que deben tomarse en cuenta en cualquier estudio sobre las antiguas culturas. Mencionaremos, por ejemplo, las Cartas de relación, las crónicas o historias de los conquistadores Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia, Bemardino Vázquez de Tapia y Francisco de Aguilar. Si bien cabe suponer que existió en sus escritos el propósito de justificar y exaltar sus acciones, encontramos asimismo en ellos la expresión de recuerdos sobre los últimos tiempos en que mantuvo plena vigencia la cultura indígena. Distinto es el caso de las relaciones e historias debidas a la pluma de los frailes misioneros. Algunos de ellos como Motolinia, llegado a México en 1524, o fray Diego de Durán que pasó también a estas tierras poco después de la conquista, tuvieron oportunidad de conocer de cerca lo que quedaba de las antiguas instituciones y de conversar con sabios nahuas de avanzada edad. Al escribir sus historias estos frailes tomaron en cuenta mucho de lo que vieron y de lo que personalmente alcanzaron en sus pesquisas. Sus testimonios, claro está, deberán ser sometidos a una critica adecuada. Así podrá verse hasta qué grado son reflejo de la realidad y también a veces interpretaciones debidas a formas de pensar alejadas del fenómeno cultural prehispánico.
No es nuestra intención dar aquí la lista, bastante larga por cierto, de los trabajos que escribieron frailes misioneros como los ya mencionados e igualmente varios oficiales y funcionarios
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de la Corona. Sobre todo nos interesa señalar que en la copiosa historiografía de la Nueva España durante los siglos XVI y principios �el XVII hay obras que deben considerarse, con las cautelas y el sentido crítico correspondientes, como fuente para el conocimiento de las antiguas culturas.6
Especial atención merecen los trabajos históricos de personajes indígenas y mestizos de las primeras décadas del periodo colonial que escribieron en náhuatl o en castellano. Acudiendo con frecuencia a documentación de procedencia prehispánica, se propusieron algunos de estos autores rescat.ar del olvido sus tradiciones. No es raro percibir también a veces otras formas de interés en esos trabajos. Algunos se elaboraron para justificar pretensiones personales de nobleza y obtener así determinados beneficios.
Entre las obras de indígenas y mestizos del XVI y principios del XVII están las de Juan Bautista Pomar, Diego Muñoz Camargo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Hernando Alvarado Tezozómoc, y Francisco de S. Antón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin. Y conviene insistir en que, al acudir a sus trabajos como a posibles fuentes de información, corresponderá al moderno historiador aplicar su ojo crítico para valorar el sentido y el propósito de lo que en ellos se consigna.7 Ello no debe hacernos olvidar que es frecuente encontrar en las obras de estos cronistas transcripciones de documentos más antiguos a los que puede adjudicarse el carácter de fuentes indígenas prehispánicas.
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d) Documentos e informes sobre los resultados obtenidos en lasexcavaciones arqueológicas
Los descubrimientos hechos por los arqueólogos revelan primeramente multitud de vestigios materiales de las antiguas culturas. Sus hallazgos comprenden desde trozos de vasijas y otras producciones en cerámica hasta la impresionante realidad de los templos, monumentos, pinturas y esculturas en los centros ceremoniales y urbanos. Y como la moderna arqueología dispone de
'' Para quienes se interesan en un estudio de carácter historiográfico y
bibliográfico en relación con estos autores españoles de los siglos XVI
y principios del XVII, se mencionan aquí las siguientes obras de consulta: Francisco Esteve Barba, Historiografía Indiana, Madrid, Editorial Gre
dos, 1964, pp. 137-268. Miguel León-Portilla, "Introducción" a la obra Monarquía Indiana de
fray Juan de Torquemada, (Selección), México, Biblioteca del Estudiante Universitario, vol. 84, 1964. pp. XVII-XXXIII.
7 Pueden consultarse asimismo los trabajos citados en la nota anterior para obtener referencias más precisas sobre estos cronistas indígenas y mestizos.
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diversos sistemas para precisar la antigüedad de lo que se descubre, de ello se sigue que, con base en este tipo de investigaciones, es posible establecer la secuencia de las culturas, sus distintos periodos y mutuas relaciones. En el caso de la altiplanicie central en Mesoamérica, debemos a este tipo de trabajos el poder hablar de una época preclásica, anterior a la era cristiana, así como de las etapas teotihuacana o del esplendor clásico y más tarde del llamado horizonte tolteca, al que siguieron las invasiones chichimecas y la constitución de nuevos señoríos y, finalmente, el establecimiento y la gran expansión de los aztecas.
Pero si la arqueología revela vestigios materiales y es camino para fijar fechas y periodos, no debe perderse de vista que también a través de sus hallazgos cabe percibir elementos de cultura espiritual en sentido estricto. Bastará con mencionar, haciendo referencia al México antiguo, las inscripciones de algunos· monumentos, la simbología y las representaciones de carácter religioso en las pinturas murales, en las esculturas y en otras producciones. Gracias asimismo a los hallazgos arqueológicos puede conocerse algo de las formas de vida de los antiguos pobladores y sobre todo el gran conjunto de obras que integran lo que hoy llamamos el m.undo de su arte.
No es necesario insistir en la importancia que tiene para el historiador de las culturas prehispánicas conocer, tan amplia y profundamente como le sea posible, los resultados de la investigación arqueológica. Los estudios acerca de las otras fuentes primarias, los códices, los textos indígenas y de los cronistas españoles, adquieren nuevo sentido y pueden situarse mejor en su correspondiente momento, al ser relacionados con los descubrimientos arqueológicos. Para lograr esto el historiador tiene que analizar los distintos informes y documentos preparados por los arqueólogos acerca de los resultados de sus investigaciones. Tan sólo así, considerando a las fuentes escritas y a la arqueología como dos formas de conocimiento que deben convergir sobre un mismo punto, será posible penetrar cada vez más en un mundo de cultura sobre el que tanto queda por esclarecer.
En esta antología, al transcribir los textos que se relacionan con el tema de teotihuacanos y toltecas, e igualmente a propósito de la significación de los aztecas en el México antiguo, incluimos algunas páginas de los informes de arqueólogos que han trabajado en distintos lugares de la altiplanicie: en Teot.ihuacán, en Tula (estado de Hidalgo) o en otros sitios que más tarde dependieron de Tenochtitlan. El caso particular de los teotihuacano,s y toltecas ilustrará, tal vez mejor que otros, la importancia que ha tenido correlacionar las fuentes escritas con las investigaciones arqueológicas.
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Hasta aquí hemos tratado de las principal�s categorías en que pueden distribuirse las fuentes originales para el conocimiento del pasado prehispánico. De estos distintos testimonios se incluyen algunas muestras en los varios capítulos de la antología. Pero en ella se atiende además, de modo directo, a las interpretaciones o imágenes históricas logradas por distintos investigadores sobre la base de las fuentes. Conviene, por tanto, que nos ocupemos también brevemente de los principales autores de cuyas obras proceden las páginas que se aducen en este libro.
Historiadores cuyas obras se citan como muestra de interpretaciones o imágenes distintas del pasado
Imposible resulta, dentro de los, límites de esta Introducción, pretender dar un elenco con apreciaciones críticas acerca de las múltiples obras que integran la rica historiografía sobre las culturas prehispánicas de México. Nos restringimos, por consiguiente, a señalar por qué hemos incluido en la antofogía páginas o capítulos de determinados historiadores. Fundamentalmente nos ha interesado que esta selección fuese en verdad representativa de lo que se ha escrito acerca de los tenias que aquí se proponen. Con este fin se incluyen interpretaciones o imágenes históricas, a veces muy distintas entre sí.
En consecuencia, con criterio abierto, hemos acudido a las obras publicadas por numerosos autores desde la segunda mitad del siglo XVl hasta casi el momento actual. Recordaremos, por ejemplo, a algunos de los que se fijaron en el mundo prehispánico desde puntos de vista de un pensamiento todavía con raíces medievales. Otros, en cambio, se presentan con sus ideas características de la modernidad del siglo XVIII. Los hay que son muestra del enfoque positivista y de una actitud que se preciaba de científica en las investigaciones históricas durante la pasada centuria. Entre ellos, y también entre los que después vinieron, hay historiadores mexicanos y extranjeros. Ya de nuestro propio siglo, se aducen también páginas de no pocos estudiosos que, en diversos grados, han podiao disponer de los resultados de la moderna arqueología y de más abundantes trabajos sobre las fuentes éscritas.
Aunque no es raro encontrar en los cronistas del siglo XVI distintas maneras de interpretación a propósito de la realidad cultural indígena, hemo:; preferido situar a la mayor parte de sus obras en el campo de fas fuentes debido a la abundancia de materiales de primera mano que muchas veces proporcionan. En realidad sería en extremo difícil pretender trazar una línea divisoria entre los trabajos, fundamentalmente informativos, de los cronistas españoles y mestizos, y los estudios de síntesis, interpretación y creación históricas, debidos a autores que escribieron
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durante casi los mismos años. Como ejemplo de estos últimos hemos optado por fijarnos aquí en algo de lo que escribieron el dominico fray Bartolomé de Las Casas, el jesuita José de Acosta y el franciscano fray Juan de Torquemada.
De las numerosas obras de fray Bartolomé de Las Casas (1474-1566) sobresalen por su extensión y la importancia de su contenido la Historia de las Indias y la Apologética historia sumaria. Particularmente en esta última fray Bartolomé ofrece cuantos testimonios pudo reunir sobre las creaciones culturales de los indígenas americanos. Su propósito fue mostrar no ya sólo la evidente racionalidad de los indios, sino su plenitud de entendimiento y facultades, tal como se manifestaron en sus diversa1t instituciones, formas de pensamiento y de vida. Como el mismo título de la Apologética historia lo indica, fray Bartolomé <luiso hacer así la mejor defensa posible de los derechos de los mdígenas que habfan sido víctimas de tantos agravios. En la presente antología se aducirán algunos capítulos en los que el dominico trata de las formas de culto religioso de los antiguos mexicanos e igualmente de los sistemas de elección y sucesión de sus gobernantes.
Con un enfoque distinto, el jesuita José de Atosta (1540-1600) publicó, entre otras cosas, su Historia natural y moral de las Indias, aparecida en 1590. Paralelamente a la Apologética historia del padre Las Casas, también esta obra de Acosta estuvo referida de manera general al ámbito americano, aunque en ella se concedió atención muy especial a las dos regiones más importantes, la Nueva España y el virreinato del Perú. Acosta, a diferencia de Las Casas, no tuvo, sin embargo, propósitos apologéticos. Su intención fue lograr un cuadro o visión de conjunto en la que se diera a conocer lo más importante de las antiguas realidades naturales y humanas del Nuevo Mundo. Si bien subsisten en el pensamiento de Acosta criterios y enfoques de raíz medieval, su trabajo histórico deja traslucir asimismo una actitud considerablemente abierta a la modernidad. En lo que toca a la exposición que hace de las instituciones culturales del México antiguo es cierto que no le fue posible realizar por sí mismo, de manera directa, una investigación en las fuentes primarias. Acudió, sin embargo, a los testimonios que otros habían recogido y sobre ellos elaboró la síntesis que presentó en su libro. De él se citan aquí algunos capítulos en relación con las creencias religiosas y otros aspectos de la cultura del México antiguo.
A fray Juan de Torquemada (1557-1624) se debe otra obra, también de síntesis, aunque referida de manera exclusiva a las antigüedades prehispánicas de México y al primer siglo de vida de la Nueva España. Su trabajo, los Veintiún libros rituales y Monarquía indiana, escrito en México, apareció por vez primera
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en Sevilla, en 1615.8 Como podrá verse, a través de las páginas que aquí se citarán de Torquemada, fundamentalmente sus criterios históricos se derivaron de formas de pensamiento y de creencias medievales. Mas no por ello, en las interpretaciones que ofrece de la realidad cultural indígena, deja de haber atisbo� dignos de ser valorados. Par otra parte, gracias a Torquemada, que realizó por sí mismo investigación directa, se salvaron del olvido numerosos testimonios nativos que incorporó con acierto al conjunto de su obra.
Más entrado ya el siglo XVII hubo otros investigadores que, en diversas formas, se ocuparon también de las culturas prehispánicas de la región central. Mencionaremos a don Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), que llegó a escribir sobre la historia del imperio de los chichimecas, la genealogía de los reyes mexicanos, así como en relación con el calendario indígena. Desgraciadamente estas obras suyas, que nunca llegaron a publicarse, se perdieron al parecer para siempre. Se conserva al menos su Teatro de virtudes políticas, publicado en 1680, en el que presenta como dechados a algunos de los gobernantes de los tiempos indígenas. Se debe también a Sigüenza y Góngora haber reunido considerable número de códices y documentos, fuentes para la historia antigua de México, muchos de los cuales pudieron ser después consultados por otros investigadores.
Habrá que aguardar, sin embargo, hasta el siglo XVIII para encontrar más amplios trabajos de síntesis acerca del mundo prehispánico de la región central de México. Muy peculiar forma de trabajo es el que llevó a cabo, entre los años de 1736 y 1746, un célebre personaje de origen italiano, Lorenzo Boturini Benaduci. Venido a estas tierras en 1736, desarrolló aquí infatigable actividad dirigida_prinieramente a buscar testimonios en apoyo de las apariciones de la virgen de Guadalupe y después también, de manera más amplia, para conocer todo lo referente a la cultura <le los pobladores nativos. Pudo allegar así un conjunto de códices y testimonios en idioma náhuatl que se proponía aprovechar en los estudios que tenía en preparación. Expulsado por dispo·· sición de las autoridades virreinales, tan sólo alcanzó a completar Boturini un trabajo que tituló Idea de una nueva historia general de la América Septentrional.9 El interés de esta obra radie.a más que nada en su acercamiento filosófico a estas antiguas cul-
• Esta obra en tres volúmenes volvió a ser editada en Madrid, 1723.De esta última edición existen dos reproducciones facsimilares, la última de éstas con estudio introductorio de Miguel León-Portilla, publicada por la Editorial Porrúa, México, 1969.
9 Lorenzo Boturini Benaducí, J dea de una nueva historia general de la .4mé-t.ica Septentrional, Madrid, 1746.
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turas, aplicando las categorías de la Ciencia Nueva del sabio napolitano Juan Bautista Vico. Boturini, que se vio desposeído de los documentos que había alcanzado a reunir, no pudo servirse de ellos en su trabajo. Sin embargo, y a pesar de las fantasías en que varias veces incurrió, su libro quedó como un primer intento de concebir al mundo indígena americano a la luz del sistema elaborado por su contemporáneo Vico, iniciador de la filosofía de la historia en la época moderna. Del trabajo de Boturini se incluyen aquí algunas muestras, particularmente de su interpretación de la religión de los antiguos mexicanos.
A no dudarlo, de cuanto se publicó en el siglo XVIII sobre las culturas prehispánicas es la Historia antigua de México, de Francisco Javier Clavijero, el trabajo más importante y el que mayor resonancia logró. Con el sentido que puede tener de la historia un hombre de vasta y honda formación, Clavijero recreó en esta obra una imagen de las antiguas culturas que, rebosando mexicanismo, fue a la vez ejemplo de elaboración acuciosa, con criterio abierto y en busca también de significación universal. La Historia antigua de México fue escrita en italiano durante los años de exilio de Clavijero, que había salido de su patria como consecuencia de la real orden que expulsó a los jesuitas de los dominios españoles. Su libro, que apareció en la ciudad de Cesena en 1780, fue recibido con grande interés y pronto fue traducido a varias lenguas extranjeras. A casi dos siglos de distancia, podemos afirmar que la Historia de Clavijero mantiene en muchos aspectos su vigencia, y es obra de requerida y grata lectura para quienes se interesan por el tema del pasado indígena. En ella no sólo tenemos una visión de conjunto de la evolución cultural de los pueblos de Anáhuac sino también exposiciones y análisis pormenorizados acerca de sus principales instituciones. En la antología veremos algo de lo que escribió Clavijero en relación con la vida económica, la organización social y política y el pensamiento religioso de los mexicanos anteriores a la conquista.
Contemporáneo de Clavijero fue don Mariano Fernández de Echeverría y Veytia (1718-1779) , al que se debe también otra Historia antigua de México que no llegó a imprimirse sino hasta 1836. Carente del enfoque universalista y del criterio de. modernidad que tiene el trabajo de Clavijero, el esfuerzo de Veytia en modo alguno merece quedar en el olvido. Como auténtico historiador, consultó t.ambién importantes fuentes tanto para el conocimiento de la secuencia cultural prehispánica como también para penetrar en la estructura de los antiguos sistemas calendáricos. De su obra se incluirán aquí algunas páginas.
Investigación de índole muy distinta fue la que sacó a luz en 1792 don Antonio León y Gama (1735-1802). Bajo el título de
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Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que, con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaz.a principal de México, se hallaron en ella en el año de 1790 .. . , ofreció una de las primeras elaboraciones de carácter arqueológico. Las dos piedras a que se refiere el trabajo de León y Gama fueron nada menos que la colosal escultura de la diosa Coatlicue y la llamada Piedra del Sol o Calendario azteca. Y juntamente con su "Descripción" publicó un estudio sobre el calendario, la mitología, los ritos y ceremonias "que acostumbraban los mexicanos en tiempo de su gentilidad".
Más numerosas son las obras que en el siglo XIX se escribieron, bien sea a modo de síntesis o sobre un aspecto determinado de la historia del México antiguo. Alejandro de Humboldt (1769-1859), que tan hondamente se interesó por las antigüedades americanas, se ocupó de ellas en varios trabajos suyos, y de modo especial en sus Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, publicada en París en 18U. Sus descripciones de monumentos y vestigios arqueológicos del México antiguo son, desde todos los puntos de vista, muy dignas de tomarse en cuenta. Particularmente debe hacerse referencia a sus estudios sobre los que él llamó manuscritos jeroglíficos de los aztecas. De éstos examinó algunos durante su estancia en México y también en museos y bibliotecas como las de Bolonia, el Escorial, Roma, Viena y Berlín. La gran difusión que tuvieron las obras de Humboldt fue además poderosa llamada de atención sobre la importancia del pasado indígena de México.
La primera mitad del siglo XIX, a partir sobre todo de la revolución de independencia,. trajo consigo posturas muy distintas respecto del mundo prehispánico. A modo de ejemplo pueden recordarse las ideas que en este punto se forjaron hombres como fray Servando Teresa de Mier (1765-1827) y don Carlos María de Bustamante (1774-1848). Ni uno ni otro hicieron en rigor investigación sobre esa etapa de nuestra historia. Sin embargo, el mundo indígena fue concebido por ellos como la raíz más honda del ser histórico del país que comenzaba a ser independiente. El legado prehispánico podía y debía contraponerse a la realidad cultural española. El sistema político de la colonia había sido suprimido, pero era menester liberarse asimismo de su influencia.ideológica. De aquí el interés por propiciar, en todas las formas posibles, el conociQliento de las antiguas culturas. Ello explica, en buena parte, el inter� de fray Servando por las tradiciones nativas, y los empeños de Bustamante en editar, por vez primera, obras como la Historia general de las cosas de Nueva España de fray Bernardino de Sahagún.
De un modo o de otro tal actitud y diversas publicaciones como las que sacó a luz Bustamante acrecentaron el interés por
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adentrarse seriamente en la investigación de las antiguas culturas. Esto ocurrió sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Estudiosos como don José Femando Ramírez (1804- · 1871) y don Joaquín Garda lcazbalceta (1825-1894) se cuentan entre los primeros que se dedicaron a editar no pocos documentos inéditos, que habrían de ser de enorme importancia en las ulteriores investigaciones.
Don Manuel Orozco y Berra (1816-1881), que tanto hizo en el campo de la indagación histórica, comenzó a preparar, probablemente a partir de 1870, la que llegaría a ser su magna Historia antigua y de la conquista de México. Quiso Orozco apartarse en ella de posiciones extremistas para buscar con criterio objetivo una idea más cabal de lo que había sido el mundo prehispánico. Los trabajos realizados por investigadores extranjeros sobre las mitologías del mundo clásico, le permitieron, por ejemplo, relacionar los mitos y leyendas indígenas con los "principios universales" de lo que pudiera llamarse la facultad humana creadora del mito. Más que un intento de carácter humanístico, su actitud reflejó sobre todo el "cientificismo" de su tiempo. Su Historia la distriguyó en cuatro grandes partes: "La civilización prehispánica", en que estudió las instituciones principales de los pueblos aborígenes; "El hombre prehistórico de México", donde acumuló cuantos materiales pudo reunir acerca de los más remotos antecedentes y la evolución de los distintos grupos que . poblaron lo que más tarde fue territorio de la República Mexicana; "La historia antigua", en la que trata acerca de los señoríos de la región central, aquellos que, como lo muestra en la última parte de su obra, "La conquista de México", habrían de sufrir más que nadie las consecuencias de la penetración hispánica. La Historia antigua y de la conquista de México que, en cuatro volúmenes, comenzó a publicarse en 1880, continúa siendo trabajo digno de ser consultado. Las páginas que aquí citaremos de este libro permitirán apreciar el sentido crítico con que fue escrito hace ya casi un siglo.
Poco tiempo después de publicada la Historia de Orozco y Berra apareció otra obra, de igual título, preparada por don Alfredo Chavero (1841-1906) . La Historia antigua y de la conquista que éste elaboró vino a constituir el tomo I, publicado en 1887, de la magna visión de conjunto, México a través de los siglos. Chavero había publicado ya diversos documentos y otras obras en relación con el pasado precolombino. En su Historia antigua pretendió reunir cuanto se sabía en su tiempo acerca del México prehispánico. Debemos decir, sin embargo, que ni por su método ni por s.us fuentes de información llegó a superar lo que había ofrecido Orozco y Berra. Mérito de Chavero fue al menos haber acrecentado el interés por estos estudios, a los que se dio cabida
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con justa razón en una obra de síntesis tan importante como México a través de los siglos. En esta antología se incluyen muestras de sus escritos.
Como ya lo hemos dicho, nuestra intención no es hacer aquí un elenco completo de las múltiples.obras que se han publicado sobre el tema que nos ocupa. Por ello, llegados a este punto, optamos por mencionar, tan sólo de manera escueta, a los principales autores de tiempos más recientes, algunos de ellos contemporáneos, cuyos trabajos habrán de citarse en el presente libro. Mencionaremos así al distinguido investigador alemán Eduard Seler (1849-1922) , moderno fundador de la que puede describirse como "escuela germánica" de estudios sobre las antiguas culturas mexicanas. Como arqueólogo, etnógrafo y filólogo, Seler dejó numerosos trabajos que posteriormente han sido reunidos en cinco gruesos volúmenes titulados Gesammelte Abhandlungen zur Amerikanischen Sprach und Altertumskunde (Colección de tratados sobre las lenguas y antigüedades americanas), Berlín, 1902-1923 y reeditado por Akademische Druck und Verlagsanstalt, Graz, Austria, en 1960. En esta antología se cita su Comentario al Códice Borgia en la sección en que trata acerca de la figura del dios y héroe cultural de los toltecas, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl.
Contemporáneo de Seler fue don Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916), infatigable investigador que pudo reunir varias de las más importantes fuentes para el estudio del México antiguo. Como un ejemplo mencionamos sus trabajos en relación con los Códices Matritenses y Florentino, en los que se conservan los textos recogidos en náhuatl por fray Bernardino de Sahagún de labios de sus informantes indígenas. Puede decirse que las aportaciones de Seler y Del Paso y Troncoso dejaron establecida para siempre la necesidad de tomar en /Denta los testimonios escritos en permanente relación con los nallazgos arqueológicos.
De los distintos investigadores, mexicanos y extranjeros, de épocas más recientes, y cuyos trabajos citaremos, damos a continuación únicamente la lista de sus nombres, destacando a la vez el campo en que se sitúan - sus principales aportaciones.
Adolfo F. Bandelier (1840-1914). Investigador suizo-norteamericano que realizó trabajos de arqueología en los Estados Unidos. Con base en las teorías de Lewis H. Morgan sobre la· sociedad primitiva, Bandelier se dedicó asimismo al estudio de la organización social y política en el México antiguo. En esta antología se incluye una parte de su trabajo sobre "La organización social y forma de gobierno de los antiguos mexicanos".
Manuel Gamio (1883-1960). A él se debieron las primeras excavaciones estratigráficás en el Valle de México y el primer trabajo de carácter integral en el área teotihuacani. De la obra, di-
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rigida por él, La población del Valle de Teotihuacan, 3 vols., México, 1922, se atarán aquí algunas páginas.
Hermann Beyer (1880-1942). Discípulo de Seler y más tarde colaborador de Gamio. Trabajó como arqueólogo, estudioso del calendario prehispánico y de textos en lenguas indígenas. Buena parte de la obra escrita de Beyer ha sido reunida y publicada en castellano bajo el título de Mito y simbología del México antiguo, Revista El México Antiguo, T. X, 1965.
Walter Krickeberg (1890-1962). Investigador alemán que se ocupó del estudio de varias instituciones prehispánicas. Se cita aquí su libro Las antiguas culturas mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1961.
Angel Ma. Garibay K. (1892-1967). Humanista, investigador de la literatura en lengua náhuatl y editor de diversos textos de contenido histórico, etnográfico y poético de la antigüedad mexicana. A él se deben asimismo ediciones de obras como la de fray Bernardino de Sahagún y de fray Diego Durán. De él se citan la Historia de la literatura náhuatl, 2 vols., Editorial forrúa, México, 1958-1954, y los textos que tradujo sobre la Vida económica de Tenochtitlan, Instituto de Investigaciones Históricas,. Universidad Nacional, México 1961.
George C. Vaillant (1901-1945) . Arqueólogo norteamericano que realizó diversos trabajos en la región central de México. Se cita su conocido libro La civilización az.teca, Fondo de Cultura Económica, México, 1944.
Salvador Toscano (1912-1949) . Investigador mexicano que se ocupó del derecho y la organización social prehispánicos. A él se debe asimismo la importante obra Arte precolombino y de la América Central, 3f edici9n, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1970. De él se aducen aquí algunas páginas en relación con el tema de la organización social de los aztecas.
Alfonso Caso (1896-1970). Arqueólogo que realizó muy importantes trabajos en el área de Oaxaca, asimismo estudioso de los sistemas calendáricos y de los códices mixtecas. Las obras suyas que aquí se citan son: "El paraíso terrenal en Teotihuacán", Cuadernos Americanos, vol. VI, N9 6. México, 1942; "El águila
· y el nopal", Memorias de la Academia Mexicana de la Historia,Tomo V, N9 2, México, 1946 y El Pueblo del Sol, Fondo deCultura Económica, 1953.
Justino Fernández (n. 1904.). Historiador del arte en México.Ha realizado diversos estudios sobre las producciones artísticas,principalmente esculturas del periodo azteca, en estrecha relación con la visión del mundo y el pensamiento religioso de eseperiado. Se cita: Coatlicue: estética del arte indígena antiguo>
2• edición, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1959.
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· Jacques Soustelle (n. 1912). Etnólogo e historiador francés.Se cita su obra ·La vida cotidiana de lo, aztecas, México, Fondotle Cultura Económica, 1956.
, Manuel M. Moreno, Etnohistoriador que se ha ocupado del �tudio de. las instituciones prehispánicas: La organización polit,ca y social de los aztecas, � eaiclón, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1962.
Wigberto Jiménez Moreno (n. 1912). Estudioso de la historia antigua de México y de la documentación en lengua náhuatL A él se debe la correlación de los textos y los hallazgos arqueológicos a propósito de los toltecas de Tula. De él se cita: "Tula
.· y los toltecas según las fuentes históricas", Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, tomo V, Núms. 2-8, México, 1941.
Ignacio Bernal (n. 1918). Arqueólogo que ha trabajado en elárea de Oaxaca y · asimismo en Teotihuacan. De él se citan Tenochtitlan en una isla, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México 1959 y "Notas preliminares sobre el posible imperio teotihuacano", Estudio, tle Cultura Náhuatl, Instituto de Investigaciones Históricas. vol V, México, 1965.
Jorge R. Acosta (n. 1915). Arqueólogo que ha realizado diversos trabajos en las zonas de Tufa y de T'eotihuacán. Se cita su "Interpretación de algunos de los datos obtenidos en Tula, relativos a la época tolteca", Revista Me1eicana de Estudios Antropológicos, tomo XIX, 2f parte, 14, México, 1956-1957.
Arturo Monzón (n. 1918). Etnohistoriador mexicano. De él se cita El calpulli en la Mganización social de los tenochcas, México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1949.
Charles E. Dibble y Arthur J. Andenon. Investigadores norteamericanos que han publicado la paleografía y la versión com
·. pleta al inglés del Códice Florentino: Florentine Codex, librm1-12, Santa Fe, Nuevo México, 1950-1969.
Laurette Séjourné, arqueóloga francesa que ha realizado investigaciones arqueológicas principalmente en Teotihuacán. De ella
se cita: Pensamiento y- religión en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, México, 1957.
·· Friedrich Katz (n. 1922) . Historiador austriaco. Entre susobras destaca: Situación social 'Y económica de los aztecas en los
· siglos XP' y XP'I, Instituto de Investigaciones Históricas, México,1966.
Carlos Martínez Marln (n. 1924) , etnohistoriador de las culturas indígenas del centro de México. Se cita aqu.l su trabajo:"La cultura de los mexicas durante la migración", Actas y Memorias del XXXY Congreso Internacional de Jfmericanistas, 5
· vols., México, 1964. T. II, pp. 115-125.Miguel León-Portilla (n. 1926). Historiador y editor de textos
· en idioma náhuatl. Se citan: Ritos, sacerdotes '1 atavlos de los
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dioses, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1958; Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, 3\1- edición, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1966, y Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo de Cultura Económica, México, 1961 y 1968.
René Millon, arqueólogo franco-norteamericano que ha trabajado en la zona de Teotihuacán. Se cita: "Extensión y población de la ciudad de Teotihuacán en sus diferentes periodos", Onceava Mesa Redonda: Teotihuacan, Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1966.
Alfredo López Austin (n. 1936). Historiador y editor de textos en idioma náhuatl. Se cita: La constitución real de México-Tenochtitlan, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1961, y "Religión y magia en el ciclo de las fiestas aztecas", Religión, mitología y magia, vol. 11, México, Museo Nacional de Antropología, 1970.
Las obras de los autores que se han mencionado, a partir de los trabajos de fray Bartolomé de las Casas, José de Acosta y fray Juan de Torquemada, dan muestra de diversos intentos de interpretación a propósito de uno o varios de los temas que integran esta antología. Como es obvio, en cada caso se aducirán algunas páginas de los investigadores que específicamente se han ocupado del tema en cuestión. Por otra parte, antes de presentar en cada capítulo-estas interpretaciones o imágenes históricas, ofreceremos las correspondientes transcripciones de las fuentes indígenas y de los informes sobre los hallazgos de la arqueología. Al insistir así nuevamente acerca del método que hemos adoptado, pretendemos que no se pierda de vista .la peculiar estructura de la antología.
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