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Antología de literatura romántica IES Clot de l’Illot Departamento de lengua castellana

Antología de literatura romántica

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Antología de literatura romántica

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Antologíade

literatura romántica

IES Clot de l’IllotDepartamento de lengua castellana

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Antología de literatura

romántica

IES Clot de l’Illot Departamento de lengua castellana

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Selección de textos Sergio Galindo Mateo Pedro Mendiola Oñate

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Romanticismo alemán Novalis (1772-1801) Himnos de la noche (1800)

Avanza horrible espectro hacia los convidados y llena su alma toda de un gran terror secreto hasta los mismos dioses se sienten conturbados ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto. Era misteriosa de esta visión la senda; no aplacaba su rabia ni súplica ni ofrenda. ¿Sabéis qué era? La Muerte, que esa deshecha orgía con dolor y con lágrimas y miedo interrumpía. Forzado a separarse, al fin, eternamente de lo que el alma mece en el más dulce encanto, de todo lo que inspira, con un amor ferviente, anhelo infatigable e inextinguible llanto al mortal parecía tan sólo reservado un sueño mortecino, luchar desesperado. Del placer, estrellada ya estaba la ola loca del hastío infinito en la funesta roca. Embelleció al espectro queriendo hacerle inerme la osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa; un dulce adolescente la luz apaga, y duerme; será el fin apacible como el gemir de un arpa. dilúyese el recuerdo de sombras en raudales: el canto del destino, tal fue, de los mortales. Más de la eterna muerte quedó el misterio arcano. Oh, ¡Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder lejano!

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Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) Las desventuras del joven Werther (1774) “Reina en mi espíritu una alegría admirable muy parecida a las dulces alboradas de primavera, de que gozo aquí con delicia… Cuando el valle se vela en torno mío como un encaje de vapores; cuando el sol del mediodía centellea sobre la impenetrable sombra de mi bosque sin conseguir otra cosa que filtrar entre las hojas algunos rayos hasta el fondo del santuario; cuando tendido sobre la crecida hierba, cerca de la cascada, mi vista, más próxima a la tierra, descubre multitud de menudas y diversas plantas; cuando siento más cerca de mi corazón los rumores vivientes de ese pequeño mundo que palpita en los tallos de las hojas…”, “Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe que el río había salido de madre, que todos los arroyos de Wahlheim corrían desbordados y que la inundación era completa en mi querido valle. Me dirigí a él cuando rayaba la media noche, y presencié un espectáculo aterrador. Desde la cumbre de una roca vi, a la claridad de la luna, revolverse los torrentes por los campos, por las praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo todo, vi desaparecer el valle; vi, en su lugar, un mar rugiente y espumoso azotado por el soplo de los huracanes. Después, profundas tinieblas; después, la luna, que aparecía de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito… venían a estrellarse a mis pies violentamente… Un extraño temblor y una tentación inexplicable se apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él”. “Veamos si podemos representarnos de otro modo lo que debe sentir el hombre que se resuelve a deshacerse del peso, tan ligero para otros de la vida. Pues sólo esforzándonos por sentir lo que él siente, podremos hablar honradamente del tema. La naturaleza humana -proseguí- tiene sus límites; puede soportar hasta cierto grado, la alegría, la pena, el dolor; si pasa más allá sucumbe. No se trata pues, de saber si un hombre es débil o fuerte, sino de si

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puede soportar la extensión de su desgracia, sea moral, sea física; y me parece tan ridículo decir que un hombre que se suicida es cobarde, como absurdo sería dar el mismo nombre al que muere de una fiebre maligna”.

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Una cosa hay que me disgusta más que todas… Una cosa hay que me disgusta más que todas; otra que me resulta odiosa, su solo pensamiento me trastorna. Quiero confesároslo amigos: me disgusta el yacer solitario en la noche. Pero lo más odioso es temer serpientes en el camino del amor y veneno entre las rosas del placer, cuando en el más bello momento de la alegría que se entrega, a tu cabeza hundida se aproxima la pena. Por eso Faustina me hace feliz, comparte contenta el lecho conmigo y permanece fiel. La ardiente juventud desea obstáculos; a mí me complace gozar el bien seguro. ¡Qué dulzura! Cambiamos besos, aspiramos, confiados, respiración y vida. Así gozamos de la larga noche, unidos nuestros pechos y escuchamos lluvias, torrentes y aguaceros. Así alborea la mañana, y las horas nos traen nuevas flores, con que adornar el día alegremente. ¡Concededme, oh Quírites, la felicidad y que el dios dispense a cada cual el primero y último de todos los bienes de la tierra!

Traducción de Carmen Bravo Villasante

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Friedrich Hölderlin (1770-1843) El cementerio

Silencioso lugar verdeante de hierba joven, donde yace hombre y mujer y se yerguen las cruces, adonde van acompañados los amigos, donde fulguran en claro vidrio las ventanas. Cuando en ti fulge la alta llama del cielo a mediodía, cuando la primavera te frecuenta y se demora, y va la espiritual nube húmeda y gris, con hermosura el día escapa dulcemente. Qué tranquilidad hay cerca del muro grisáceo encima del cual pende un árbol con frutos: negror mojado de rocío, follaje todo duelo; pero los frutos son densos preciosamente. Hay en la iglesia una tranquilidad oscura y también el altar en esa noche se recoge; aún allá quedan varias cosas hermosas, mas en verano canta alguna cigarra en el campo. Allí, cuando las oraciones del pastor se escuchan en tanto al lado está el grupo de amigos que con el muerto van, qué vida singular y qué espíritu, devotamente descuidado.

Traducción de Luis Cernuda

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Mitad de la vida

Con amarillas peras y llena de rosas silvestres asoma la tierra en el lago; vosotros, cisnes benignos, embebidos de besos sumergís vuestra testa

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en el agua sagrada y virgen. ¡Ay de mí! ¿Dónde buscar durante el invierno las flores, dónde el fulgor del sol y las sombras del suelo? Están los muros en pie mudos y fríos, en el viento rechinan las veletas.

Traducción de Luis Cernuda Heinrich Heine (1797-1856)

El triste

A compasión mueve a todos triste y pálido mancebo, que en el rostro lleva escritos sus callados sufrimientos. Sus sienes calenturientas refresca piadoso el viento; doncellas bien desdeñosas le ven con ojos benévolos. Huyendo de todos, corre al bosque, donde risueños los pájaros y las hojas forman alegre concierto. Pero enmudecen las aves y ruge el bosque siniestro apenas ven que se acerca el afligido mancebo.

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Tormenta

Sobre la mar tenebrosa yace la hinchada tormenta; murallón de obscuras nubes el turbio horizonte cierra, y con angulosas ráfagas resplandece el rayo entre ellas; resplandece y se disipa, cual luminosa ocurrencia que cruzó del padre Jove por la olímpica cabeza. Sobre las desiertas olas el trueno retumba y rueda; desenfrenados galopan con las blancas crines sueltas, corceles que engendró el Bóreas en las erictonias yeguas; y las marítimas aves lúgubres revolotean, cual las sombras de los muertos en las estigias riberas, cuando Carón las rechaza de su barca ya repleta. ¡Ay, desdichada barquilla! ¡Ay, infeliz barquichuela, que la danza estás danzando más peligrosa y siniestra! Eolo burlador envía porque su juguete seas, los músicos más sonoros de su estrepitosa orquesta. Unos silban, otros soplan, otros te acosan y obsequian con figles que se acatarran o trompas que se destemplan, y el piloto dando tumbos, junto al timón, siempre en vela,

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fija la vista en la brújula, alma del bajel inquieta, alza las manos y exclama: «¡Acudid en mi defensa, Cástor, triunfador jinete, Pólux, invencible atleta!».

E.T.A. Hoffmann (1776-1822) El hombre de arena (1817) Mi padre fumaba su pipa y bebía un gran vaso de cerveza. Con frecuencia nos contaba historias maravillosas, y sus relatos lo apasionaban tanto que dejaba que su pipa se apagase; yo estaba encargado de encendérsela de nuevo con una astilla prendida, lo cual me producía un indescriptible placer. También a menudo nos daba libros con láminas; y permanecía silencioso e inmóvil en su sillón apartando espesas nubes de humo que nos envolvían a todos como la niebla. En este tipo de veladas, mi madre estaba muy triste, y apenas oía sonar las nueve, exclamaba: «Vamos niños, a la cama... ¡el Hombre de Arena está al llegar...! ¡ya lo oigo!» Y, en efecto, se oía entonces retumbar en la escalera graves pasos; debía ser el Hombre de Arena. En cierta ocasión, aquel ruido me produjo más escalofríos que de costumbre y pregunté a mi madre mientras nos acompañaba: -¡Oye mamá! ¿Quién es ese malvado Hombre de Arena que nos aleja siempre del lado de papá? ¿Qué aspecto tiene? -No existe tal Hombre de Arena, cariño -me respondió mi madre-. Cuando digo "viene el Hombre de Arena" quiero decir que tienen que ir a la cama y que sus párpados se cierran involuntariamente como si alguien les hubiera tirado arena a los ojos. La respuesta de mi madre no me satisfizo y mi infantil imaginación adivinaba que mi madre había negado la existencia

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del Hombre de Arena para no asustarnos. Pero yo lo oía siempre subir las escaleras.

Romanticismo inglés Lord Byron (1788-1824)

En este día completo mi trigésimo sexto año

Hora es que este corazón ya no se conmueva, como otros, ha dejado de moverse: aún así, aunque no pueda ser amado, ¡dejadme al menos que ame! Mis días tienen ya hojas amarillas; idas las flores y los frutos; el gusano, el cancro, y el dolor ¡son solo míos! El fuego que de mi pecho hace presa, es solitario como volcánica isla; ninguna antorcha se enciende con su llama: una pira mortuoria. La esperanza, el miedo, el celoso afecto, la exaltada parte del dolor y la fuerza del amor, no puedo compartir aunque desgastan la cadena. Pero no es así y no es aquí, pensamientos estremeceríanme el alma, ni ahora, cuando la gloria engalana el féretro del héroe o ciñe su frente. ¡La espada, el estandarte y el campo,

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la gloria y Grecia a mi alrededor veo! El espartano, caído sobre su escudo, no fue más libre. ¡Despierta! (No Grecia: ¡ella está despierta!). ¡Despierta, espíritu mío! Piensa mediante quién la sangre de tu vida rastrea su lago paterno ¡y luego vuelve a casa! Sigue a esas pasiones que reviven, ¡indigna humanidad!, para ti ¡indiferente debería ser la sonrisa o el ceño de la belleza! Si tú lamentas tu juventud, ¿por qué vives? La tierra de la muerte honorable es esta: ¡ve hacia el campo y entrega allí tu aliento! Busca la tumba del soldado, menos buscada a menudo que hallada, para ti la mejor; luego mira alrededor y escoge el sitio, y toma tu descanso.

Traducción de José María Martín Triana

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Entonces ya no vagaremos más

Entonces ya no vagaremos más tan tarde por la noche, aunque el corazón siga tan amante, y siga tan clara la luna. Pues la espada dura más que la vaina, y el alma agota el pecho, y el corazón tiene que detenerse y respirar y el mismo amor tener descanso. Aunque la noche fue hecha para amar, y el día regresa demasiado pronto, aún así, ya no vagaremos más bajo la luz de la luna.

Traducción de José María Martín Triana

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John William Polidori (1795-1821) El Vampiro (1819) La tormenta había cesado, y Aubrey, incapaz de moverse, gritó, siendo oído poco después por los portadores de antorchas. Entraron a la cabaña, y el resplandor de la resina quemada cayó sobre los muros de barro y el techo de bálago, totalmente lleno de mugre. A instancias del joven, los recién llegados buscaron a la mujer que le había atraído con sus chillidos. Volvió, por tanto, a quedarse en tinieblas. Cual fue su horror cuando de nuevo quedó iluminado por la luz de las antorchas, pudiendo percibir la forma etérea de su amada convertida en un cadáver. Cerró los ojos, esperando que sólo se tratase de un producto espantoso de su imaginación. Pero volvió a ver la misma forma al abrirlos, tendida a su lado. No había el menor color en sus mejillas, ni siquiera en sus labios, y en su semblante se veía una inmovilidad que resultaba casi tan atrayente como la vida que antes lo animara. En el cuello y en el pecho había sangre, en la garganta las señales de los colmillos que se habían hincado en las venas. —¡Un vampiro! ¡Un vampiro! —gritaron los componentes de la partida ante aquel espectáculo. Rápidamente construyeron unas parihuelas, y Aubrey echó a andar al lado de la que había sido el objeto de tan brillantes visiones, ahora muerta en la flor de su vida… Percy B. Shelley (1792-1822) Adonais (Fragmento)

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Indestructible es la unidad del mundo. Solo apariencia son cambio y olvido. La luz del cielo brilla eternamente. Las sombras de la tierra se disipan.

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La abigarrada bóveda de vidrio de la existencia mancha la radiante blancura de lo Eterno, hasta que un día la Muerte la hace añicos. Muere, muere, si a confundirte plenamente aspiras con todo lo que anhelas. Marcha pronto adonde todo ha huido. El deslumbrante y azul cielo de Roma, las estatuas, la música, las flores, las ruinas y las palabras, todo es impotente para expresar en su verdad exacta toda la gloria que transfunden ellos.

Traducción de Vicente Gaos

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No despertéis jamás a la serpiente

No despertéis jamás a la serpiente, por miedo a que ella ignore su camino; dejad que se deslice mientras duerme sumida en la honda yerba de los prados. Que ni una abeja la oiga al arrastrarse, que ni una mosca efímera resurja de su sueño, acunada en la campánula, ni las estrellas, cuando se escabulla silente entre la yerba, escurridiza.

Traducción de Juan Albeleira y Alejandro Valero William Blake (1757-1827)

El jardín del amor

Al jardín del amor yo me introduje y miré lo que nunca había visto: en su centro erigida una capilla

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donde jugar solía entre la yerba. Y sus rejas estaban clausuradas y el mandato «No debes» en su puerta; al jardín del amor entré de nuevo, adornado con tantas dulces flores, y colmado lo vi de sepulturas, en vez de estar con flores alfombrado, y clérigos de negro lo cruzaban anudando con zarzas mis anhelos.

Traducción de Ricardo Silva Santisteban

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La rosa enferma

¡Oh Rosa, estás enferma! El gusano invisible que vuela en la noche, en la furiosa tormenta, ha descubierto tu lecho de alegría carmesí; y su amor, oscuro y secreto, destruye tu vida.

Traducción de Soledad Capurro Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

A la naturaleza

Cierto que puede ser fantasía si yo quiero sacar de todas las cosas de este mundo gozo interior profundo que las ciña apretado; y rastrear en hojas y flores, que me envuelven, lecciones de cariño y de piedad sincera. Sea así: y aunque el ancho mundo resuene en burla

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de tal creencia, a mí no me trae temor, ni me trae dolor, ni perplejidad vana. Así voy a elevar mi altar entre los campos, y será el cielo azul mi cúpula policroma, y la dulce fragancia que da la flor silvestre será todo el incienso que te ofreceré a Ti, a ti, mi único Dios, que no despreciarás ni aun a mí, sacerdote del pobre sacrificio.

Traducción de José María Valverde y Leopoldo Panero

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Desesperación

He experimentado lo peor, Lo peor que el mundo puede forjar, Aquello que urde la vida indiferente, Perturbando en un susurro La oración de los moribundos. He contemplado la totalidad, desgarrando En mi corazón el interés por la vida, Para ser disuelto y alejado de mis esperanzas, Nada resta ahora ¿Por qué vivir entonces? Aquel rehén, que el mundo mantiene cautivo Otorgando la promesa de que aún vivo, Aquella esperanza de mujer, la pura fe En su amor inmóvil, que celebró en mi su tregua Con la tiranía del amor, se han ido. ¿Hacia dónde? ¿Qué puedo responder? ¡Se han ido! ¡Debería romper el infame pacto, Este vínculo de sangre que me ata a mi mismo! En silencio lo he de hacer.

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El argumento del suicidio

Sobre el comienzo de mi vida, Si lo deseaba o no, nadie jamás me preguntó, No podía ser de otra manera. Si la vida era la cuestión, Una cosa enviada a intentar La afirmación del vivir, ¿Algo que no puede ser? Un intento de morir. La Respuesta de la Naturaleza: ¿Se retorna igual que al ser enviado? ¿No es peor el cansancio, el desengaño? ¡Piensa primero en lo que eres! ¡Convoca a tu antigua conciencia! Te he dado inocencia, Te he dado esperanza, Y salud, y genio, y una amplia mañana, ¿Retornarás culpable, aletargado, Abatido por la desesperanza? Escribe por lo que debes vivir, Haz un inventario, compara. ¡Entonces muere, si te atreves!

John Keats (1795-1821)

¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz lo dice

¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz lo dice; ningún dios ni demonio de severa respuesta se digna replicar desde cielo o infierno. Así, a mi corazón humano me dirijo: ¡Corazón! Tú y yo estamos aquí tristes y solos; escúchame: ¿por qué reí? ¡Oh dolor mortal! ¡Oh tiniebla, tiniebla! Siempre habré de gemir

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interrogando a Cielo, Infierno y Corazón. ¿Por qué reí? Este plazo de ser que se me ha dado lleva mi fantasía a sus más altas dichas; pero acabar querría hoy mismo, a medianoche, viendo rotas las claras banderas de este mundo: verso, fama y belleza son mucho, ciertamente, pero la muerte es más: el premio de la vida.

Traducción de José María Valverde y Leopoldo Panero

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Sobre la muerte

I. ¿Puede la Muerte estar dormida, cuando la vida no es más que un sueño, Y las escenas de dicha pasan como un fantasma? Los efímeros placeres a visiones se asemejan, Y aun creemos que el más grande dolor es morir.

II. Cuán extraño es que el hombre sobre la tierra deba errar, Y llevar una vida de tristeza, pero no abandone Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo Su destino funesto, que no es sino despertar.

Romanticismo francés Víctor Hugo (1802-1885) Nuestra Señora de París (1831) La aclamación fue unánime. Todo el mundo se dirigió hacia la capilla y sacaron en triunfo al bienaventurado papa de los locos y fue entonces cuando la sorpresa y la admiración llegaron al colmo, al ver que la mueca no era tal; era su propio rostro.

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Más bien toda su persona era una pura mueca. Una enorme cabeza erizada de pelos rojizos y una gran joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho. Tenía una combinación de muslos y de piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas y, además, mirándolas de frente, parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos; unos pies enormes y unas manos monstruosas y, por si no bastaran todas esas deformidades, tenía también un aspecto de vigor y de agilidad casi terribles; era, en fin, algo así como una excepción a la regla general, que supone que, canto la belleza como la fuerza, deben ser el resultado de la armonía. Ése era el papa de los locos que acababan de elegir; algo así como un gigante roto y mal recompuesto. Cuando esta especie de cíclope apareció en la capilla, inmóvil, macizo, casi tan ancho como alto, cuadrado en su base, como dijera un gran hombre, el populacho lo reconoció inmediatamente por su gabán rojo y violeta cuajado de campanillas de plata y sobre todo por la perfección de su fealdad, y comenzó a gritar como una sola voz: -¡Es Quasimodo, el campanero! ¡Es Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora! ¡Quasimodo, el tuerto! ¡Quasimodo, el patizambo! ¡Viva! ¡Viva! Fíjense si el pobre diablo tenía motes en donde escoger: -¡Que tengan cuidado las mujeres preñadas! -gritaban los estudiantes. -¡O las que tengan ganas de estarlo! -añadió Joannes. Las mujeres se tapaban la cara. -¡Vaya cara de mono! -decía una. -Y seguramente tan malvado como feo -añadió otra. -Es como el mismo demonio -porfiaba una tercera.

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Con el alba, mañana...

Con el alba, mañana, cuando el campo blanquee, voy a irme. Sé bien que me estás esperando. Andaré por los bosques, cruzaré las montañas. Porque lejos de ti ya no puedo seguir. Andaré con los ojos fijos en lo que piense, sin ver nada de fuera, sin oír ningún ruido, solitario, encorvado, con las manos cruzadas, triste, anónimo, el día será igual que la noche. No veré ni los oros de la tarde que cae, ni a lo lejos las velas dirigiéndome a Harfleur, y al llegar dejaré en tu tumba unas ramas del acebo más verde y de brezos en flor.

Traducción de Carlos Pujol Gérard de Nerval (1808-1855)

Versos dorados ¡Así es, todo es sensible!

Pitágoras

¡Hombre libre que piensas! ¿Crees que solo tú piensas en un mundo en que estalla toda cosa de vida? De tus fuerzas dispone lo que es tu libertad, mas jamás mudarán tus consejos el mundo. Oh, respeta en la bestia el espíritu activo; cada flor es un alma manifiesta en Natura; un misterio de amor duerme en todo metal; ¡influyente y sensible es en ti toda cosa! En el muro que es ciego unos ojos te espían: en la misma materia hay un verbo que actúa... ¡No la emplees en algo cuyo fin sea impío! En los seres oscuros hay un Dios escondido; y como ojos nacientes que sus párpados cubren, un espíritu puro hay en todas las piedras.

Traducción de Carlos Pujol

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Romanticismo italiano Giacomo Leopardi (1798-1837)

A sí mismo

Descansarás por siempre, cansado corazón. Murió el engaño que eterno yo creí. Murió. Bien siento que de amados engaños, no solo la esperanza, el ansia ha muerto. Reposa ya. Bastante palpitaste. No valen cosa alguna tus afanes, ni es digna de suspiros la tierra. Aburrimiento es tan solo la vida, y fango el mundo. Cálmate. Desespera por una vez. A nuestra especie el hado solo nos dio el morir. Desprecia ahora a Natura, al indigno poder que, oculto, impera sobre el daño, y la infinita vanidad del todo.

Traducción de Rafael Morales

Romanticismo norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1848)

El cuervo

Cierta noche aciaga, en que triste y débil meditaba, sobre el lustre de viejos tomos de memoria olvidada, cuando adormecido cabeceaba, oyéronse golpes

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cual si despacio llamaran a la puerta de mi habitación. «Un visitante —musité— que toca a la puerta de mi habitación. Eso es y nada más». Ah, lo recuerdo claramente, corría un frío diciembre, y las ascuas al morir dejaban huella de su espectro. Yo ansiaba ver la aurora, tras haber buscado en vano en mis libros un consuelo, por la pérdida de Leonor; esa joven tierna y resplandeciente que los ángeles llaman Leonor. Nadie aquí la nombrará jamás. Y el purpúreo oscilar del sedoso y triste cortinaje me infundía en su crujir un terror jamás antes sentido; y a fin de sosegar mi corazón enardecido, otra vez me dije: «Será algún huésped que toca a la puerta de mi habitación, alguien que, rezagado, pide paso en la puerta de mi habitación; eso es y nada más». Recobrado al punto mi coraje, sin más tardanza exclamé: «Señor, o señora, os ruego que disculpéis, dormido me había quedado, y a mi puerta habéis tocado tan suave, con tal sigilo llamasteis a mi habitación, que supuse no era nadie». Y aquí la puerta abrí de par en par. Todo era oscuridad, nada más. Largo rato escruté aquel oscuro vacío, solitario, cavilando temeroso, vacilando entre sueños que mortal alguno osara jamás albergar; mas el silencio no se quebró, y en un susurro aislado oyose el nombre de Leonor. Lo repetí, y el eco murmuró el nombre de Leonor. Solo esto y nada más. Ya de vuelta en mi aposento, el alma en mi interior ardiendo, volví a escuchar un suave toque, algo más fuerte que el anterior. «De cierto —dije—, de cierto hay algo en la contraventana, indaguemos este oscuro misterio, veamos de qué se trata, indaguemos este oscuro misterio, con el alma sosegada; ¡será el viento y nada más!». De un tirón abrí el postigo, y adentrose batiendo sus negras alas un majestuoso cuervo, surgido de un tiempo remoto y sacro. Alborotado revoloteaba, sin hacer siquiera una reverencia; mas con aire señorial en lo alto de la puerta se posó,

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sobre un busto de Palas, en la puerta de mi habitación. Quieto allí quedó, y nada más. Mas el pájaro de ébano trocó en sonrisa mi triste fantasía, dado el porte severo y adusto que su semblante adoptaba: «Aun con ser tu cresta lisa y rala —dije— un cobarde no pareces sino cuervo antiguo y errante, surgido de la orilla de la noche. ¡Conocer quisiera tu alto nombre en la orilla plutoniana de la noche!». Dijo el cuervo: «Nunca más». Pasmado escuché tan rotundas palabras salir de aquel pajarraco, pese a hallar en la respuesta escaso juicio y poca relevancia; pues justo es admitir que no haya humano o viviente que por ventura un ave viera posarse sobre la puerta de su alcoba, ni bestia otra ninguna, sobre el busto de su alcoba, atendiendo al nombre de «Nunca más». Pero el cuervo, sentado en solitario sobre aquel plácido busto, lo mismo repetía, como si al decirlo se le fuera el alma. No dijo luego más palabras ni movió una sola pluma hasta oírme decir en voz baja: «De otros quedé abandonado, y él se marchará mañana, igual que antes mi esperanza». Dijo entonces el cuervo, «Nunca más». Asustado por la rota quietud de réplica tan bien dada, «sin duda —me dije— se afana en repetir lo único que sabe, cogido de algún desdichado amo, al que el destino implacable hirió con tal saña que al fin sus versos todos igual leyenda forjaran, y aun las endechas de su anhelo la triste leyenda llevaran de “Nunca, nunca más”». Y pues el cuervo en mí alentara el capricho de sonreír, presto arrimé un blando sillón, frente a busto, pájaro y puerta; y hundido en mullido terciopelo, me puse a elucidar, hilvanando las quimeras, lo que esta vieja ave sintiera, este espantajo de mal agüero, surgido de una edad lejana, quería decir al graznar «Nunca jamás». Sentado así cavilé, sin decir una sola palabra, mientras su mirada de fuego las entrañas me quemaba;

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esto y más conjuré, postrado allí, con la cabeza reclinada en un blando cojín donde la luz de mi farol jugueteaba, dulce terciopelo violeta donde la luz se deleitaba, mas donde ella ¡ay! ¡nunca más se reclinara! Me pareció, de repente, que el aire inundaba el perfume de un invisible incensario, mecido por serafines cuyos pies tintineaban en el alfombrado: «Desdichado —grité—, con estos ángeles Dios te ha enviado el filtro embriagador con que olvidar a Leonor; ¡bebe de él y olvida a Leonor!». Dijo el cuervo, «Nunca más». «Profeta —exclamé—, ¡trasgo infernal, ave o demonio mas profeta al fin! Sea que el diablo a tentarme te enviara, o la tormenta te arrojara, impávido aunque afligido, a esta orilla desierta y encantada, a esta casa por el horror hechizada, dime, te lo imploro: ¿por ventura aguarda el bálsamo en Galaad? ¡Dime, te lo imploro!». Dijo el cuervo, «Nunca más». «Profeta —exclamé—, ¡trasgo infernal, ave o demonio mas profeta al fin! Por el cielo que se cierne sobre ambos, por ese Dios al que adoramos, dile a esta alma angustiada si allá, en el Edén lejano, podrá abrazar a esa doncella santa, a quien los ángeles llaman Leonor, a esa joven tierna y resplandeciente, a quien los ángeles llaman Leonor». Dijo el cuervo, «Nunca más». «¡Ave o demonio! —irguiéndome grité—, sellen tus palabras tu partida. Retorna a la plutoniana orilla de la noche tormentosa, y no dejes rastro del plumaje oscuro de tu alma mentirosa. No enturbies más mi soledad, abandona el busto que corona mi puerta, sácame el pico del corazón, y aleja tu semblante de mi puerta». Dijo el cuervo, «Nunca más». Y el cuervo seguía estático, sin moverse, allí posado,

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sobre el pálido busto de Palas, sobre la puerta de mi habitación. Sus ojos son la imagen de un demonio que acaso soñase, y el farol que le alumbra, su sombra proyecta en mitad de la estancia, y al fin mi alma, de esa sombra que en el suelo flota engañosa, ¡no se levantará... nunca más!

Traducción de José Luis Palomares

Romanticismo español José de Espronceda (1808-1842)

(A ,,,, dedicándole estas poesías) (ca. 1840)

Marchitas ya las juveniles flores, nublado el sol de la esperanza mía, hora tras hora cuento y mi agonía crecen y mi ansiedad y mis dolores. Sobre terso cristal, ricos colores 5 pinta alegre, tal vez mi fantasía, cuando la triste realidad sombría mancha el cristal y empaña sus fulgores. Los ojos vuelvo en su incesante anhelo, y gira en torno indiferente el mundo, 10 y en torno gira indiferente el cielo. A ti las quejas de mi mal profundo, hermosa sin ventura, yo te envío: mis versos son tu corazón y el mío.

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El diablo mundo (1841)

EL POETA ¿Dónde estoy? Tal vez bajé a la mansión del espanto, tal vez yo mismo creé tanta visión, sueño tanto, que donde estoy ya no sé. Hórrida turba, quizá, que en tormenta y confusión a anunciar al mundo va su ruina y desolación, mensajeros de Jehová: ¿Quiénes sois, genios sombríos que junto a mí os agolpáis? ¿Sois vanos delirios míos, o sois verdad? ¿Qué buscáis? ¿Qué queréis? ¿Adónde vais? Mas de la Célica cumbre llameante catarata en ondas de viva lumbre súbito miro saltar. Y ola tras ola de fuego vuela en el aire y se alcanza con estruendo y furor ciego, como despeñado mar. Y al hondo abismo en seguida se precipita y se pierde la catarata encendida que en arco rápido cae. Océano inmenso volcado rojos los aires incendia, en tumbos arrebatado recia tormenta lo trae, y en medio negra figura levantada en pie se mece,

de colosal estatura y de imponente ademán. Sierpes son su cabellera que sobre su frente silban, su boca espantosa y fiera como el cráter de un volcán. De duendes y trasgos muchedumbre vana se agita y se afana en pos su señor. Y allí entre las llamas resbalan, se lanzan, y juegan y danzan saltando en redor. Bullicioso séquito que vienen y van, visiones fosfóricas, ilusión quizá. Trémulas imágenes sin marcada faz, su voz sordo estrépito que se oye sonar, cual zumbido unísono de mosca tenaz. Allí entre las llamas hirviendo en montón, no cesa su ronco monótono son, murmurando a un tiempo mismo todos juntos y a una voz, y apareciéndose súbito ora fuego, ora vapor.

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Canción del pirata

Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, 5 por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, 10 y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, 15 y allá a su frente Estambul: «Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza 20 tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho 25 del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. 30 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad,

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mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá muevan feroz guerra 35 ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo tengo aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. 40 Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta 45 mi derecho y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, 50 mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. A la voz de «¡barco viene!» es de ver cómo vira y se previene 55 a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido 60 por igual; sólo quiero por riqueza la belleza

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sin rival. 65 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! 70 Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío. 75 Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo 80 del esclavo, como un bravo, sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, 85 mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor 90 de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, 95 y del viento

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al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado 100 por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar». 105

Ángel María de Saavedra, duque de Rivas (1791-1865) Don Álvaro o la fuerza del sino (1835)

Escena IX

El teatro representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de malezas, atravesado por un arroyuelo. Sobre un peñasco accesible con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio ermita con puerta practicable, y una campana que pueda sonar y tocarse desde dentro; el cielo representará el ponerse el sol de un

día borrascoso, se irá oscureciendo lentamente la escena y aumentándose los truenos y relámpagos, DON ÁLVARO y

DON ALFONSO salen por un lado. DON ALFONSO De aquí no hemos de pasar. DON ÁLVARO No, que tras de estos tapiales bien sin ser vistos, podemos terminar nuestro combate. Y aunque en hollar este sitio cometo un crimen muy grande, hoy es de crímenes día,

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y todos han de apurarse. De uno de los dos la tumba se está abriendo en este instante. DON ALFONSO Pues no perdamos más tiempo, y que las espadas hablen. DON ÁLVARO Vamos; mas antes es fuerza que un gran secreto os declare, pues que de uno de nosotros es la muerte irrevocable, y si yo caigo es forzoso que sepáis en este trance a quién habéis dado muerte, que puede ser importante. DON ALFONSO Vuestro secreto no ignoro, y era el mejor de mis planes para la sed de venganza saciar que en mis venas arde, después de heriros de muerte daros noticias tan grandes, tan impensadas y alegres, de tan feliz desenlace, que al despecho de saberlas, de la tumba en los umbrales, cuando no hubiese remedio, cuando todo fuera en balde, el fin espantoso os diera digno de vuestras maldades. DON ÁLVARO Hombre, fantasma o demonio, que ha tomado humana carne para hundirme en los infiernos,

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para perderme..., ¿qué sabes?... DON ALFONSO Corrí el Nuevo Mundo... ¿Tiemblas? Vengo de Lima... Esto baste. DON ÁLVARO No basta, que es imposible que saber quién soy lograses. DON ALFONSO De aquel virrey fementido que, pensando aprovecharse de los trastornos y guerras, de los disturbios y males que la sucesión al trono trajo a España, formó planes de tornar su virreinato en imperio, y coronarse, casando con la heredera última de aquel linaje de los Incas, que en lo antiguo, del mar del Sur a los Andes fueron los emperadores, eres hijo. De tu padre, las traiciones descubiertas, aún a tiempo de evitarse, con su esposa, en cuyo seno eras tú ya peso grave, huyó a los montes, alzando entre los indios salvajes de traición y rebeldía al sacrílego estandarte. No los ayudó la Fortuna, pues los condujo a la cárcel de Lima, do tú naciste...

(Hace extremos de indignación y sorpresa DON ÁLVARO.)

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Oye..., espera hasta que acabe. El triunfo del rey Felipe y su clemencia notable, suspendieron la cuchilla que ya amagaba a tus padres, y en una prisión perpetua convirtió el suplicio infame. Tú entre los indios creciste, como fiera te educaste, y viniste ya mancebo con oro y con favor grande, a buscar completo indulto para tus traidores padres. Mas no, que viniste sólo para asesinar cobarde, para seducir inicuo y para que yo te mate. DON ÁLVARO (Despechado.) Vamos a probarlo al punto. DON ALFONSO Ahora tienes que escucharme, que has de apurar, ¡vive el cielo!, hasta las heces el cáliz. Y si, por ser mi destino, consiguieses el matarme, quiero allá en tu aleve pecho todo un infierno dejarte. El rey, benéfico, acaba de perdonar a tus padres. Ya están libres y repuestos en honras y dignidades. La gracia alcanzó tu tío, que goza favor notable, y andan todos tus parientes afanados por buscarte para que tenga heredero...

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DON ÁLVARO (Muy turbado y fuera de sí.) Ya me habéis dicho bastante... No sé dónde estoy, ¡oh cielos!..., si es cierto, si son verdades las noticias que dijisteis..., (Enternecido y confuso.) ¡todo puede repararse! Si Leonor existe, todo. ¿Veis lo ilustre de mi sangre?... ¿Veis?... DON ALFONSO Con sumo gozo veo que estáis ciego y delirante. ¿Qué es reparación?... Del mundo amor, gloria, dignidades, no son para vos... Los votos religiosos e inmutables que os ligan a este desierto, esa capucha, ese traje, capucha y traje que encubren a un desertor que al infame suplicio escapó en Italia, de todo incapaz os hacen. Oye cuál truena indignado

(Truena.) contra ti el cielo... Esta tarde completísimo es mi triunfo. Un sol hermoso y radiante te he descubierto, y de un soplo luego he sabido apagarle. DON ÁLVARO

(Volviendo al furor.)

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¿Eres monstruo del infierno, prodigio de atrocidades? DON ALFONSO Soy un hombre rencoroso que tomar venganza sabe. Y porque sea más completa, te digo que no te jactes de noble... Eres un mestizo fruto de traiciones. DON ÁLVARO

(En el extremo de la desesperación.) Baste. ¡Muerte y exterminio! ¡Muerte para los dos! Yo matarme sabré, en teniendo el consuelo de beber tu inicua sangre.

(Toma la espada, combaten y cae herido DON ALFONSO.) José Zorrilla (1817-1893) Don Juan Tenorio (1844)

Escena II

DON JUAN, la ESTATUA de don Gonzalo y las sombras. ESTATUA Aquí me tienes, don Juan, y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están.

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DON JUAN ¡Jesús! ESTATUA ¿Y de qué te alteras, si nada hay que a ti te asombre, y para hacerte eres hombre platos con sus calaveras? DON JUAN ¡Ay de mí! ESTATUA ¿Qué? ¿El corazón te desmaya? DON JUAN No lo sé; concibo que me engañé; no son sueños... ¡ellos son! (Mirando a los espectros.) Pavor jamás conocido el alma fiera me asalta, y aunque el valor no me falta, me va faltando el sentido. ESTATUA Eso es, don Juan, que se va concluyendo tu existencia, y el plazo de tu sentencia fatal ha llegado ya. DON JUAN ¡Qué dices! ESTATUA Lo que hace poco que doña Inés te avisó,

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lo que te he avisado yo, y lo que olvidaste loco. Mas el festín que me has dado debo volverte, y así, llega, don Juan, que yo aquí cubierto te he preparado. DON JUAN ¿Y qué es lo que ahí me das? ESTATUA Aquí fuego, allí ceniza. DON JUAN El cabello se me eriza. ESTATUA Te doy lo que tú serás. DON JUAN ¡Fuego y ceniza he de ser! ESTATUA Cual los que ves en redor; en eso para el valor, la juventud y el poder. DON JUAN ¡Ceniza bien; pero fuego...! ESTATUA El de la ira omnipotente, do arderás eternamente por tu desenfreno ciego. DON JUAN ¿Conque hay otra vida más y otro mundo que el de aquí?

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¿Conque es verdad, ¡ay de mí!, lo que no creí jamás? ¡Fatal verdad que me hiela la sangre en el corazón! ¡Verdad que mi perdición solamente me revela! ¿Y ese reloj? ESTATUA Es la medida de tu tiempo. DON JUAN ¿Expira ya? ESTATUA Sí; en cada grano se va un instante de tu vida. DON JUAN ¿Y esos me quedan no más? ESTATUA Sí. DON JUAN ¡Injusto Dios! Tu poder me haces ahora conocer, cuando tiempo no me das de arrepentirme. ESTATUA Don Juan, un punto de contrición da a un alma la salvación, y ese punto aún te le dan. DON JUAN

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¡Imposible! ¡En un momento borrar treinta años malditos de crímenes y delitos! ESTATUA Aprovéchale con tiento,

(Tocan a muerto.) porque el plazo va a expirar, y las campanas doblando por ti están, y están cavando la fosa en que te han de echar.

(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.) DON JUAN ¿Conque por mí doblan? ESTATUA Sí. DON JUAN ¿Y esos cantos funerales? ESTATUA Los salmos penitenciales que están cantando por ti.

(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.) DON JUAN ¿Y aquel entierro que pasa? ESTATUA Es el tuyo. DON JUAN ¡Muerto yo!

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Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) Rimas y leyendas (1871)

VII

Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve, que sabe arrancarlas! ¡Ay, -pensé-, cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma y una voz, como Lázaro, espera que le diga: "Levántate y anda"!

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XLI

Tú eras el huracán y yo la alta torre que desafía su poder: ¡tenías que estrellarte o abatirme!... ¡No pudo ser! Tú eras el Océano y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén ¡tenías que romperte o que arrancarme!... ¡No pudo ser! Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder;

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la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No pudo ser!

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LII

Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nube de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las sangrientas orlas, arrebatado entre la niebla oscura, ¡llevadme con vosotras!. Llevadme, por piedad, a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!

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LIII

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarán; pero aquéllas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...

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esas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde, aun más hermosas, sus flores se abrirán; pero aquellas, cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... esas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón, de su profundo sueño tal vez despertará; pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate: ¡así no te querrán!

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LXVI

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero de los senderos busca: las huellas de unos pies ensangrentados sobre la roca dura; los despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas te dirán el camino que conduce a mi cuna. ¿Adónde voy? El más sombrío y triste de los páramos cruza; valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas. En donde esté una piedra solitaria

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sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba.

Rosalía de Castro (1837-1885)

A la sombra te sientas de las desnudas rocas

A la sombra te sientas de las desnudas rocas, y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto, y allí donde las aguas estancadas dormitan y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños, ¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores, cuando con leve paso y contenido aliento, temblando a que percibas mi agitación extrema, allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo! -¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres las femeninas almas, los varoniles pechos: tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura del desencanto amargo y a que remueva el cieno donde se forman siempre los miasmas infectos. -¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto? ¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo; dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas y huyendo de los hombres vas buscando el silencio. -Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras, y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso, que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno. Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo: encierra el alma humana tan profundos misterios, que cuando a nuestros ojos un velo los oculta, es temeraria empresa descorrer ese velo;

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no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso. -Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero. Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces la pena de saberlo.

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Alma que vas huyendo de ti misma

Alma que vas huyendo de ti misma, ! ¿qué buscas, insensata, en las demás? ! Si secó en ti la fuente del consuelo, !secas todas las fuentes has de hallar. ! ¡Que hay en el cielo estrellas todavía, ! y hay en la tierra flores perfumadas! !¡Sí!... Mas no son ya aquellas ! que tú amaste y te amaron, desdichada.

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Poema 59

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, de mí murmuran y exclaman:—Ahí va la loca soñando con la eterna primavera de la vida y de los campos, y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. —Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, con la eterna primavera de la vida que se apaga y la perenne frescura de los campos y las almas, aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan. Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

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