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ANUARIO de la sociedad protectora de la balesquida Número 4 Oviedo 2019 Pablo de Lillo Sauras (Avilés, 1969), Humor supermodernista redescubierto (número 3), 2017

ANUARIO - Dialnet · mado en 1839 por Joseph Thomas, litografi ado por W. Wood y estampado en Londres (1.º de enero de 1851) por Ackermann & Compañía. «Mucho más que eso», era

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ANUARIOde la sociedad protectora de la balesquida

Número 4 Oviedo 2019

Pablo de Lillo Sauras (Avilés, 1969), Humor supermodernista redescubierto (número 3), 2017

ANUARIO

de la sociedad protectora de la balesquida

Número 4 año lxxxix Oviedo • 2019

La revista no asume ni se responsabiliza de las opinionesmanifestadas por sus colaboradores.

Coordinación editorialJavier González Santos y Alberto Carlos Polledo Arias

Edita:sociedad protectora de la balesquidaPlaza de la Constitución. Ofi cina de Turismo, 2.ª planta33009 Oviedo. Teléfono 984 281 [email protected] | www.martesdecampo.com

Horario de oficinaLunes a viernes, de 10,00 a 13,00 horas

Ilustraciones de la cubierta y la portadaPablo de Lillo Sauras (Avilés, 1969), número 3 de la serie Humor supermodernista redescubierto (libro de artista), 2017; impresión digital a partir del collage original (cubierta y portada), y Pablo Ramón Iturbe (Oviedo, 1963), Ventana con hermosas vistas, 2019; óleo sobre lienzo, 73 × 54 cm (contracubierta y colofón)

Composición y maquetaciónKrk Ediciones. C/ Álvarez Lorenzana, 27, 33007 Oviedowww.krkediciones.com

ImpresiónGrafi nsa. Oviedo

issn 2445-2300 • d. l. as-970-2016

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Índice

SalutaciónJosé Antonio Alonso Menéndez . . . . . . . . . . . . 5

Pregón de las fiestas de 2018Casi toda una vida

Pablo Junceda Moreno . . . . . . . . . . . . . . . 9

Estudio generalesReminiscencias históricas en la división provincial española

María del Carmen López Villaverde . . . . . . . . . . . 29

Estudios sobre AsturiasEl territorio de Primorias y los inicios del Reino de Asturias

Javier Rodríguez Muñoz . . . . . . . . . . . . . . . 63La iglesia de San Pedro de Nora: caracterización del monumento en función

del análisis contextual y compositivo-metrológico Francisco José Borge Cordovilla . . . . . . . . . . . . 85

Juan de Celis (1605/1606-1662), arquitecto asturiano de la primera mitad del siglo XVII: obras religiosas, públicas y diversasCelso García de Tuñón Aza . . . . . . . . . . . . . . 111

Estudios ovetensesTruébano, de aldea milenaria a efímera ciudad sanitaria

José Enrique Menéndez Menéndez . . . . . . . . . . . 139Dimes y diretes sobre el bulevar de Santullano

Manuel Gutiérrez Claverol . . . . . . . . . . . . . . 173

índice4

La revista Oviedo, publicada entre 1948 y 1953 Javier González Santos . . . . . . . . . . . . . . . 207—Índice cronológico de la revista Oviedo. Edición para las fi estas de San Mateo

(1948-1953) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

—Índice de autores, ilustradores, artistas, fotógrafos, asuntos y dedicatarios . . . 247

Relatos y poemasDoña Velasquita, que en paz descanse

José Manuel Vilabella . . . . . . . . . . . . . . . . 263La ausencia (poemario)

Francisco José Manzanares Argüelles . . . . . . . . . . . 271

OpiniónEncuentros con los asturianos de Venezuela.

Ocurrió en dos ocasiones, hace treinta añosJuan de Lillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279

Nostalgia del quiosco Luis María Alonso . . . . . . . . . . . . . . . . . 299

Semblanza y un inéditoLa cultura musical en Oviedo: a propósito de una conferencia inédita de

Luis Ruiz de la Peña sobre la zarzuelaÁlvaro Ruiz de la Peña Solar . . . . . . . . . . . . . 303

La zarzuela (conferencia) Luis Ruiz de la Peña (†) . . . . . . . . . . . . . . . 319

Nuestra galeríaDos visiones muy distintas sobre el arte

Luis Feás Costilla . . . . . . . . . . . . . . . . . 345

opinión 279

Opinión

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Encuentros con los asturianos de VenezuelaOcurrió en dos ocasiones, hace treinta años1

juan de lillo

En los primeros años sesenta del siglo pasado, cuando me iniciaba en el periodismo en La Nueva España, arrancaba la emigración masiva de espa-ñoles hacia Europa y se me despertó un gran interés por conocer cuál sería la vida de los asturianos en aquellos países de promisión. Salían diariamente autocares repletos de viajeros y equipajes, con preferencia hacia Francia, Alemania y Bélgica; también a Suiza y otros destinos, pero de notable me-nor cuantía. El director, Arias de Velasco, autorizó mi viaje, tomé plaza con una de aquellas expediciones, compartí noche e incomodidades con ellos y permanecí varias semanas entre alemanes y belgas en diferentes etapas, y conté su aventura en el periódico.

Dos décadas después, en los ochenta, me encontré, en compañía de mi inolvidable compañero José Vélez, con los emigrantes asturianos en Argenti-na, Méjico, Venezuela, Perú y Cuba. Fueron días inolvidables, de emociones y de acercamiento a la historia de generaciones de paisanos nuestros que buscaron una vida mejor, que no pocos encontraron con tesón y sacrifi cio. Fue una auténtica odisea que dejó huella imborrable en aquellos países. Fue en los meses de febrero y mayo de 1989 cuando estuve en Venezuela, el último de los países ultramarinos al que se incorporó la emigración asturia-na, tras el hallazgo de petróleo en torno al lago Maracaibo. Ocurrió en los últimos cuarenta y primeros años cincuenta del siglo pasado, y aquella gran avalancha fue la postrera gran emigración con la que se cerró el trasvase en

1 Resumen de reportajes publicados por el autor en la Hoja del Lunes de Oviedo, en febrero y mayo de 1989.

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busca de «las américas», iniciado el siglo xix. Las oportunidades aparecían y el dinero corría al ritmo que fl uía el petróleo. Muchos buscaron la riqueza urgente, no importaron los medios, y la consiguieron. Otros, menos auda-ces, se esforzaron de sol a sol, ahorraron y abrieron comercios, restaurantes, agencias de viajes, hoteles. Los sin suerte ni oportunidades regresaron en número importante, aunque hubo a quienes el pudor y reconocimiento del fracaso impidieron aparecer en sus pueblos con la maleta vacía.

Capital peligrosa que creció como un bosque de hormigón armado

En los inicios de febrero de 1989 yo también llegué a Maiquetía y subí autopista arriba para encontrarme en Caracas como muchos de aquellos as-turianos que, alejados de su tierra, vivían la frenética rutina. La capital vene-zolana creció con las prisas del dinero que inundaba a chorros el país. Aquella avalancha signifi có la otra refundación de la ciudad. Escribió Maurice Wisen-thal que «Caracas tiene la biografía de una infancia apacible, una cuna tierna y vegetal: el valle de Guaire», a la que el vértigo transformó en un bosque de hormigón armado; gigantes de cemento que brotaron oscureciendo los entrañables barrios coloniales, como el de Candelaria, dominado por los ca-narios, la colonia más numerosa de la emigración española. Por esa razón, los peatones no tienen muchas oportunidades, porque la ciudad creció para las prisas y para búsqueda inmediata del dinero, aunque bien trazada y con no-table orden. Autovías que se entrecruzan y siguen el curso del valle que sube desde el aeropuerto, escoltadas por miles de ranchitos, las chabolas que cuelgan de la ladera como amenaza de la pobreza, residuo de la esperanza frustrada.

La capital, por esa razón, era insegura y muchos de sus barrios, un peligro para los viajeros, turistas, a quienes conocen bien los buscavidas. Los siguen pacientemente y les dan el susto en cualquier recodo de la céntrica Sabana Grande, en el metro, en un parque o a la entrada del mismo hotel de cua-tro o cinco estrellas. Eso le ocurrió a Jesús, un astur-mexicano de Llanes, a quien dos descamisados asaltaron a la salida del hotel, lo lanzaron al suelo y le arrancaron del cuello la gruesa cadena y cruz de oro. Y, tras el susto y los desgarrones del forcejeo, nos dijo que había tenido mucha suerte, «porque no advirtieron que llevaba un chaleco interior en el que escondía varios cientos de dólares, si no, allí me dejan».

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Y fue aquel mismo mes de febrero cuando la crisis estalló en pillaje, y de los ranchitos bajaron miles de los olvidados, a los que se unieron nume-rosos delincuentes callejeros, asaltaron establecimientos de comestibles, de electrodomésticos, joyerías, mueblerías y en todos cuantos locales tuvieran algo de valor en sus estanterías. Aquellos tres días salvajes, zarandearon los sentimientos del pueblo venezolano. El ejército dejó sobre el asfalto a cerca de trescientos marginales y el resto regresaron a sus barrios de miseria, tras la cruenta y pírrica revancha por tantos años de miseria.

El Centro Asturiano nació del apoyo a los recién llegados

Pero no hubiera hecho justicia a Caracas si me hubiera detenido en el pozo de miseria que había dejado aquella primera explosión de riqueza. Porque aún le quedaba la cara buena, la visión optimista si se mira el largo y angosto valle desde la cima del Ávila, para verlo fl uir corriente abajo como un río bravo en marcha, todavía capaz de revivir su prosperidad tras la pri-mera quiebra que dejó a la intemperie heridas del deterioro, que entonces aún no habían cicatrizado. Creo que a partir de entonces Venezuela inició su lento desplome, desde el Gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, en su segundo mandato, hasta la aparición de Hugo Chaves, el ilumi-nado militar que asaltó el poder, pasó por la cárcel y reapareció por las urnas después de sembrar de populismo bolivariano y promesas de prosperidad para todos. Y desde entonces, la inmensa mayoría de los venezolanos a los que prometieron el paraíso han acabado en la miseria con el déspota Ma-duro, sostenido por la corrompida cúpula de los generales, que no lo dejan caer porque les van en ello sus negocios.

En los años cuarenta habían llegado a aquella ciudad provinciana los pri-meros asturianos, desde las Cuencas, del campo o la mar: Langreo, Aller, Mie-res, Navia, Siero, Cabrales, Cabranes, de Llanes (se decía que de Porrúa había uno de cada casa), de Cangas de Onís o de Gijón y Oviedo, muchos de los cuales lograron con trabajo y sacrifi cios hacerse una posición. Y cuando lle-garon a poner un cierto sosiego a sus vidas y a disfrutar del primer tiempo li-bre, se buscaron para convivir esas horas y desahogar sus nostalgias, y ayudarse.

––Para divertirse hay muchos clubes en Caracas, pero nosotros necesitá-bamos mucho más que eso.

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Caracas guardaba cuando llegaron los primeros emigrantes el aspecto provinciano de otros tiempos. Vista de Caracas desde El Calvario, 1851; litografía en color; diseño for-mado en 1839 por Joseph Thomas, litografi ado por W. Wood y estampado en Londres (1.º de enero de 1851) por Ackermann & Compañía.

«Mucho más que eso», era un Centro Asturiano, una idea muy arraigada en algunos de ellos que habían conocido, y lo habían practicado, el apoyo de los asentados a los recién llegados. Y cuando las circunstancias lo favore-cieron, dieron los primeros pasos. Sin embargo, todas las obras precisan un comienzo y los comienzos nunca son fáciles. Oliverio Alas, de la estirpe de los Alas de Clarín, fue, con veintisiete años, el más joven de los que en marzo de 1954 iniciaron las reuniones fundacionales. Era un pequeño grupo de asturianos entusiastas, unidos por vínculos de amistad o de intereses, pero, sobre todo, por la voluntad de llevar a término su idea.

––Al principio, me dijo Oliverio, el nombre suscitó algún debate, porque unos querían el de Centro Asturiano de Caracas y otros que de Venezuela.

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La ciudad se había convertido en un bosque de hormigón armado.

Finalmente, prevaleció el de la capital para no monopolizar un nombre tan totalizador, por si los asturianos de otras ciudades querían fundar su propio Centro.

Fueron ocho asturianos y un vallisoletano, de padres asturianos, quienes integraron la comisión que debía concretar las bases sobre las que habría de apoyarse la institución.

––La situación económica no era favorable para muchos, pero nos lan-zamos a la aventura con imaginación y algunos bolívares que encontramos por los bolsillos.

Presidió aquella comisión inicial el popular confi tero asturiano César González Berdayes, cuyos pasteles gozaban de gran fama en la Caracas de los años cuarenta. Y era una costumbre arraigada que los caraqueños, des-pués de la misa en la catedral pasaran por su establecimiento para tomar un pastel y una copa de vino Sansón. Y el propio César puso a disposición de

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los fundadores su casa colonial de la calle de Ferrenquín para celebrar sus reuniones. Y disponían de una máquina de escribir que era en aquellos días, recordaba Alas, «un verdadero privilegio».

La primera asamblea se celebró el 31 de octubre de aquel mismo año. El primer recibo mensual fue expendido algunos días después y su cuantía era de diez bolívares. Y a medida que la noticia circulaba entre los medios asturianos, fue aumentando el número de socios hasta alcanzar los dos mil, doblada la mitad de los años ochenta. Con las primeras cuotas saldaron los primeros gastos, que hasta entonces habían cubierto los miembros de la co-misión organizadora. No sé cuál será ahora la realidad de la Gran Casa de los asturianos en Caracas, pero pienso que no boyante ni un lugar para el des-canso y el encuentro de los cientos de familias, como tuve oportunidad de conocer. Sin embargo, creo que para hacer justicia a la brillante trayectoria de los asturianos en la capital venezolana, quiero recordar los nombres de aquel animoso grupo fundacional, cuyos nombres tomé uno a uno: Fidel García Santirso, vallisoletano, hijo de asturianos; Mauro David Iglesias, de Gijón; César González Berdayes, el popular propietario de la pastelería «Tri-cas»; Rogelio Baragaño Díaz, de Tudela de Agüeria; Alberto Suárez, Isidoro Trapote, ex árbitro de fútbol, y Oliverio Alas, los tres de Oviedo, y Luis Gonzalo Blanco, de Bimenes. Ellos, con tesón y sus aportaciones, pusieron la primera piedra de la institución, cuya sede está situada entre los kilóme-tros cuatro y cinco de la vieja carretera de Baruta, desde donde se domina una amplia y bella vista de la ciudad.

De una tejera en Siero a profesor de Universidad y presidente del Centro

Presidía el Centro en aquel año de 1989, en que se cumplía el trigésimo quinto aniversario de su fundación, el poleso José Rodríguez. Tenía cuaren-ta y siete años, y su peripecia personal es la del emigrante que con tesón y sacrifi cio logró una situación a la que el trabajo premia con el éxito. Había llegado en 1960, cinco años después de que lo hubiera hecho su padre.

––¿Por qué vino a Venezuela? –– Como la gran mayoría, porque en España no había horizontes y

buscarse la vida era duro y difícil. Desde muy pequeño tuve que arrimar el

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Directiva que regía los destinos del Centro Asturiano en 1989. José Rodríguez, el tercero por la izquierda de la fi la de pie.

hombro en casa, porque el esfuerzo de mis padres en la casería y en la mina no era sufi ciente para salir adelante, y apenas tuve tiempo para ir a la escuela. Primero trabajé en casa, después aprendí el ofi cio de mecánico, pero antes, a los trece años trabajé en una tejera. Así que en 1955 mi padre dejó Mos-quitera y decidió venir con mi madre y mis hermanos.

––¿Cuál fue su primer trabajo aquí?––Mi padre trabajaba en una tejera y encontré un puesto a su lado. Des-

pués fui a un taller mecánico y, fi nalmente, pude entrar en la siderúrgica, gracias a que jugaba al fútbol, que no es mala forma de entrar en una em-presa. Hay que aprovechar cualquier habilidad para lograr un puesto de trabajo.

Paso a paso, con esfuerzo, sacrifi cio y muchas renuncias, el joven tejero llegó a convertirse en empresario y, durante un año, profesor de la Univer-sidad de Santa Rosa, un salto sobresaliente para quien llegó a Caracas con muy poco en los bolsillos en busca de fortuna.

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––Un paso de mucho mérito. Pero ¿cómo desde la siderurgia llegó a la Univer-sidad?

––Sí, un salto largo y nada fácil. Tuve que trabajar mucho. En la empresa había más de cien asturianos que procedían de Duro-Felguera. Como dije, gracias al fútbol y a una buena valoración profesional me pasaron al archivo, que fue el momento en que empecé a estudiar contabilidad. A los veintiséis años comencé el sexto grado para iniciar el bachiller, y a los treinta y tres me gradué en Contabilidad y después en Economía. Posteriormente, pasé a la Contaduría Pública, equivalente en España a censor de cuentas, y fui profesor de la facultad de Economía.

––¿Y después, a dónde?––Poco a poco me convertí en empresario. Ahora tengo varias empresas

de refrigeración, instalaciones frigorífi cas y de construcción.––¿Cuál fue durante estos años la conexión de los asturianos de aquí?––Prácticamente ninguna. Sólo la que cada uno mantenía con sus amigos

o familiares. Nada más. Sin embargo, en los últimos años las autoridades se dieron cuenta (trabajo costó) de que no podían abandonar a los asturianos que vivimos en este lado del mar, y que lo hacemos con añoranza de nuestra tierra y que precisamos apoyo para mantener los lazos. Nosotros estamos agradecidos a Pedro de Silva por su visita del año pasado, la primera vez que una autoridad de la región vino a compartir nuestras preocupaciones. Y le transmitimos nuestras urgencias, carencias y necesidades, tanto en el orden personal como de la institución.

––¿Cuáles eran sus prioridades?––El apoyo para quienes tienen menos recursos e intentar que la Se-

guridad Social llegara a todos, porque nuestra aspiración fue siempre ser españoles de primera, como los de allá, y no de segunda.

––¿Se cumplieron algunas de sus aspiraciones?––Sí. Conseguimos una ayuda del Principado para las obras de amplia-

ción del Centro de tres millones de pesetas, que ahora nos va a comer la mitad la galopante infl ación. Y se acaba de fi rmar un convenio bilateral sobre Seguridad Social, que no es lo que queríamos, pero es algo. Y estamos agradecidos al presidente y a Rafael Fernández, presidente del Consejo de Comunidades Asturianas.

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Treinta y seis horas de vuelo entre Madrid y Caracas, y otras aventuras

No llegué a conocer a alguno a los que no favoreció la fortuna, porque seguramente el pudor hizo invisible su vida. Hubiera querido hablar con ellos, pero no tuve ocasión. Sin embargo, conocí a algunos que, como José Rodríguez, llegaron a Caracas sin más fortuna que sus manos y su voluntad, que fue el mejor capital para iniciar su batalla en un país que se podía rendir a su talento y tesón. Gervasio Fernández salió en 1949 de su Armental natal, en el occidente asturiano, para agarrarse a la primera oportunidad, que fue fregar los lavabos de una pensión «por veinte bolívares diarios, cinco para comer, siete para dormir y los ocho restantes para tabaco y muy poco más». Pero aquella vida no era su meta y compró un camión con el que hizo por-tes por todo el país, y pudo ahorrar algo. Tampoco aquella era su meta y se convirtió en vendedor de coches, «porque era un buen momento, ya que la gasolina era muy barata y se vendían muchos carros y la gente empezaba a tener dinero». Pero le pareció que no podía quedarse ahí, «y se me ocurrió entrar en la industria para hostelería; además era un momento en que nadie importaba de España, porque lo de allí no tenía mucho prestigio y pocos lo querían».

––¿Y pese a todo se decidió?––Soy español y quería vender aquí maquinaria de mi país. Fue como

un reto que me hice, porque sé que hubiera sido más fácil importar de Norteamérica, aunque lo hice y los sigo haciendo, pero en mucha menor proporción. Empecé vendiendo a algunos españoles. Luego se corrió la voz de que lo que vendía tenía calidad, y poco a poco me abrí camino. Ahora, importo el ochenta por ciento de España. Mi negocio mueve ahora mil millones de pesetas.

––¿Piensa en algún momento en regresar?––Eso siempre. Lo que ocurre es que la vida se complica y acaba por no

dejarte hacer lo que quieres. La propia tierra nunca se puede olvidar y el pensamiento de volver es una compañía permanente.

En el creciente grupo de asturianos que llegaban a Venezuela, hubo quienes fueron piedra angular de iniciativas para evitar que el descon-cierto de los primeros momentos los dispersara. Y había unanimidad en

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reconocer la permanente presencia de Emilio García, un tinetense que llevaba cerca de cuarenta años en Caracas, y que ejercía una asturianía discreta y efi caz, tan imprescindible para lograr que las cosas funcionen, sin que un excesivo protagonismo despertara recelos. En 1950, había decidido emigrar y que ya no trabajaría más en la fábrica de embutidos en la que estuvo desde los diecisiete años y que el campo tampoco prometía mejores horizontes.

––Había ido de Tineo a Vigo para conseguir el visado y allí me hablaron de hacer el viaje en avión por un buen precio. Creo que la mayoría de los emigrantes hicieron la travesía en barco, pero me decidí, aunque entonces un viaje en avión era una aventura. Era un aparato de hélice y tardamos treinta y seis horas en llegar a Caracas, con salida de Madrid y escalas en Lisboa, Azores y Bermudas. Tenía entonces veinticinco años, sin una sola dirección, sin referencia de persona alguna a la que pudiera dirigirme.

Su primer trabajo fue un frigorífi co de carne y a los cuatro meses ya era socio industrial. Y dos años más tarde compró la otra parte y se hizo dueño de la empresa. Después llamó a su hermano, «que trabajó duro, como yo, y hace veinte años que vive en Oviedo». Llegó soltero y se casó con una catalana, tienen tres hijos y el viaje de novios tuvo a Cataluña y Asturias como destinos.

––El mayor de los hijos tiene treinta y dos años y es arquitecto; el segun-do es ingeniero técnico y tiene veintiséis años, y la última estudia Adminis-tración en la Universidad. Ellos van con frecuencia a Asturias, porque no quiero que pierdan el contacto. Además, les gusta, y tengo dos nietos.

El caso de Oliverio Alas, sobrino nieto de Clarín, no fue el de un emi-grante tradicional sino el de un viajero ocasional a quien una circunstancia familiar convirtió en vecino de Caracas para siempre. Fue uno de los nueve fundadores del Centro Asturiano. Su llegada fue la de un turista, invitado por su suegro Manuel Torres, emigrante político, que había sido alcalde de Cangas de Onís durante la República.

––Era ingeniero agrónomo y llegó como otros muchos exiliados. Yo le había escrito una carta para pedirle autorización para casarme con su hija y él nos invitó a pasar la luna de miel en Venezuela durante dos meses. Mi mujer estaba ya embarazada cuando llegamos, así que lo que iban a ser un par de meses acabó siendo defi nitivo. Hice cinco asignaturas para que me

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convalidaran el título de Derecho e ingresé por oposición en el Instituto Agrario Nacional para ejercer en el departamento jurídico. Después pasé al ministerio de Fomento para que preparara el organigrama para el Instituto de Fomento. Allí trabajé veintiséis años y ahora disfruto de los benefi cios de la jubilación.

Ricardo Concha tenía cuarenta y dos años y era cabraliego, de Ortigue-ro, emigrante de segunda generación y miembro de una colonia de más de sesenta familias procedentes del concejo oriental. Vivía en Asturias con su abuela mientras sus padres hacían fortuna en Caracas, y estudió en los je-suitas de Gijón, «un curso posterior a Pedro de Silva». Pero un día la familia decidió reunirse y tuvo que irse, «porque no podíamos vivir en dos mun-dos». Fue el año 1965 y desde entonces «Asturias es la tierra donde tengo el alma». Empezó a trabajar con un brocker de seguros y después, junto con un llanisco, Antonio del Cueto, en 1973 creó una empresa de seguros.

––Nos fue bien, pero trabajamos muy duro y hoy estamos entre las diez primeras aseguradoras del país, entre más de trescientas. Es cierto que mis padres me solucionaron los problemas mientras fui estudiante. Y nunca me faltó de nada. Pero mi carrera de empresario la hice yo sólo, con formación previa y mi esfuerzo. Creo, y lo digo con toda naturalidad, que mi carrera como empresario de seguros es una de las más brillantes que se conocen en este país.

Pienso que en España también hubiera hecho carrera, pero seguramente con menos oportunidades que un país como Venezuela, que vivía la gran explosión económica y tenía muchas cosas por hacer. Ricardo Concha era, cuando hablé con él, vicepresidente de la Cámara de Comercio.

Desde el pozo San Jorge de Caborana a empresario importador de pescado

Enrique González llegó a Caracas en 1957. Es de La Primayor, un pue-blo situado en una de las laderas de los montes que rodean Moreda. Había trabajado desde 1950 en el poco San Jorge, en Caborana, y antes de emigrar se casó por poder con la allerana Pilar Rodríguez que ya vivía en la capital caribeña. Empezó como camarero, después trabajó en un aparcamiento has-ta que se estableció por su cuenta.

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––Desde hace veintitrés años tengo una pescadería al por mayor. Hasta hace poco importaba productos españoles en exclusiva, como angulas de Aguinaga, y ostras, boquerones, etcétera, de Estados Unidos.

Desde 1972, Enrique viajaba todos los años a Moreda por San Martín, porque no quería faltar a la fi esta que convoca a muchos alleranos dispersos por otros países de América y Europa. Formaba parte de equipo de bolos del Centro Asturiano, con el que viajó a México y Argentina para participar en los campeonatos del mundo. Tenía tres hijos, el mayor de los cuales traba-jaba como corredor de seguros. Los otros dos estaban con él en su negocio.

––Tuve tentaciones hace unos años de abandonarlo todo y regresar a As-turias aquel «viernes negro» de la prohibición, en el que creímos que todo se venía abajo. Mis hijos me echaron una mano y decidí quedarme.

Jaime Acero, vaqueiro de Busmente, y José López, de Villayón, son cu-ñados y socios en el restaurante «La Tertulia», muy popular en la ciudad, y situado en el barrio de La Candelaria, patrona de la numerosa colonia ca-naria, que conserva su viejo sabor provinciano y familiar. Comparten otros negocios. En ambos casos, la mala situación del campo en nuestra región los forzó a la salida. José López hizo su primera etapa en Cuba y cuando empezaba a abrirse camino, llegó Fidel «y tuve que irme de allí sin nada; y menos mal que pude hacerlo, después de diez años de trabajar sin tregua».

Jaime Acero llegó a Caracas en 1972 y me dijo que cualquier día prepa-raría las maletas para regresar, «porque tengo la gran ventaja de que mis tres hijos, que nacieron aquí, quieren irse a vivir a España, que no a todos los españoles les ocurre los mismo, porque los atan sus hijos y sus nietos que ya son venezolanos…»

No sé qué fue de todos ellos. Algunos habrán muerto y otros regresarían, y a muchos entre Chaves, Maduro y su cohorte de militares corruptos, los habrán llevado a la ruina o, tal vez, tuvieran su dinero a buen recaudo fuera del país, porque fueron previsores desde el primer bolívar que ganaron. Y llegaron noticias de que varios murieron asesinados, sufrieron secuestros y extorsiones antes y ahora, porque en un país en abundancia descontrolada, crecen las mafi as, las bandas que amenazan cada día las fortunas y las vidas. Y ocurre ahora que la escasez, el hambre y la miseria convierten las nece-sidades en amenazas y peligros permanentes. No merecían que la avaricia de un poder despótico e inmisericorde acabara con el esfuerzo, la capacidad

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emprendedora y el talento que generaron bienestar y porvenir para familias que lo sacrifi caron todo, arrancándose de sus raíces en busca de una opor-tunidad que les arrebataron. Son víctimas de un poder desalmado camino de la nada, como ocurrió con todos los tiranos desde Dionisio de Siracusa.

El hijo de asturianos que lideró el comando que secuestró a Di Stefano

Y a modo de coda de aquel doble encuentro de febrero-mayo de 1989 con los asturianos de Caracas, cuando ya se acercaba el regreso, me hablaron de un pintor reconocido en el país, de barba entrecana, de modales y gestos apacibles y voz pausada. Tenía cuarenta y cinco años, se llamaba Paúl del Río, había nacido en Cuba y era hijo de Jesús del Río, un cenetista gijonés que había participado en la Revolución del 34, en la Guerra Civil y, tras la derrota, embarcó hacia La Habana y, fi nalmente, se afi ncó en Caracas.

Pero aquel pintor famoso se hizo llamar en su juventud Máximo Canales, el guerrillero más buscado en la década de los sesenta, porque el sábado, 24 de agosto de 1963, junto con otro colega penetró a las seis de la mañana en el hotel Potomac, cruzaron el vestíbulo, tomaron el ascensor y llegaron ante la puerta 219 dentro de la que dormían los futbolistas del Real Madrid Alfredo Di Stefano y José Santa María. El equipo debutaba al día siguiente en El Mundialito, un torneo que disputaban cada año clubes de prestigio de Europa y América. En aquellos años, el argentino-español era el futbolista de mayor nombre del mundo. El secuestro duró tres días y el comando se encargó de dar información abundante sobre su acción a los medios de comunicación.

Vivía en Palo Alto, un barrio residencial situado en la ladera de uno de los valles que dan cauce a la ciudad, desde donde se disfruta la vista de un bello paisaje urbano de hormigón armado y vegetación tropical.

––¿Cómo fue la evolución del joven revolucionario al sereno adulto y pintor?––El tiempo y las circunstancias. Yo entonces tenía diecinueve años y el

país estaba convulsionado y disociado por las tremendas luchas políticas y militares. Ahora la situación es muy distinta.

––¿Cree que algo tuvo que ver en aquel ímpetu juvenil la herencia de su sangre revolucionaria?

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––Sí, creo que sí. Mi padre y mi madre eran de la cnt y fai. Mi hermana y mi hermano también fueron guerrilleros.

––¿Y cuál es su actitud en este momento?––No he cambiado de manera de pensar, pero no me gusta la violencia,

ni yo la inventé. Y, verdaderamente, soy apacible. Sigo siendo de izquierdas, pero no estoy comprometido con nada; solamente con la pintura.

––¿Queda en su obra alguna huella del pasado?––No. Tiene contenido social, pero en modo alguno panfl etario. ––¿Por qué decidieron secuestrar a Di Stefano?––Después de éxito del secuestro de Fangio en La Habana, podríamos

hacer lo mismo en Caracas para llamar la atención del mundo sobre nuestra lucha.

––¿Con qué pretexto llegaron hasta la habitación?––A aquellas horas en el hotel sólo estaba el recepcionista y un botones.

Les dijimos que necesitábamos hablar con Di Stefano; que éramos policías y que era preciso que el futbolista nos acompañara para cumplir unas dili-gencias, puro papeleo. Cuando estuvimos ya en el carro, le aclaramos cuál era el verdadero objeto del viaje.

––¿Cuál fue su reacción del futbolista?––La normal. Al principio se asustó, pero lo tranquilizamos. Le dijimos

que no le pasaría nada y que procuraríamos tratarlo como su prestigio me-recía.

––¿Os dijo algo durante el camino?––Sí, hablamos. Nos pidió que si nos descubría la policía y había tiroteo,

que procuráramos protegerle las piernas porque eran su vida. Le respon-dimos que no tuviera miedo, que si aparecía la policía, antes de llegar al tiroteo nos rendiríamos.

––¿Lo hubieran cumplido?––Con toda seguridad. En la prensa se armó un gran revuelo porque

durante el secuestro le hicimos fotos con nosotros y las enviábamos a los medios. Dieron la vuelta al mundo. Creían que lo habíamos llevado fuera de la ciudad, pero lo tuvimos en un apartamento dentro de la propia capital.

––¿De qué hablaban con él?––Le explicábamos cuál era nuestro objetivo y le reiteramos que no le

sucedería nada. Estuvo tranquilo. Hablamos de todo, jugamos al ajedrez y

encuentros con los asturianos de venezuela 295

Paúl del Río, Máximo Canales, el hijo de asturianos que secuestró a Di Stefano en 1963.

hasta hicimos un boleto de las carreras. Pero no acertamos. Si hubiéramos ganado, le hubiéramos dado su parte. Nos contó muchas anécdotas de su vida futbolística en Argentina, Colombia y España, su patria de adopción.

––¿Cuándo decidieron liberarlo?––Cuando creímos que ya habíamos conseguido el objetivo. Lo dejamos

en la avenida del Libertador, cerca de la embajada española. Durante el secuestro me dio una insignia del Real Madrid. Yo creo recordar que le di una boina.

––¿Llegaron a detenerlo?––Estuve tres años y medio en la cárcel. Cuando salí tenía treinta años.

Después, en 1979, estuve con los sandinistas hasta que salió Somoza. Desde entonces solamente me dedico a la pintura.

Hasta entonces no había vuelto a ver a Di Stefano. Pero me dijo que tenía previsto un viaje a Madrid. Un amigo común le prometió que cuando fuera se encontrarían. No sé si aquel encuentro llegó a producirse.

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C/ Llamaquique, 2 ∙ 33005 Oviedo ∙ Teléfono 650 082 847

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Este cuarto número delAnuario de la Sociedad Protectora de La Balesquida,

con el que solemniza los seculares festejos patronales yel popular Martes de Campo en Oviedo

(primer martes después del domingo de Pentecostés),se acabó de imprimir el viernes, 26 de abril.

oveto, a. d. mmxix _______

…declaré que lo universal es lo local sin paredes(Mig uel Torga, «Prólogo a la versión castellana» de

Cuentos de la montaña, 1987)