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APUNTES PARA LA HISTORIA LINGÜÍSTICA DE MADRID F. GONZÁLEZ OLLÉ Universidad de Navarra 1. Cuenta Tierno Galván1 —alcalde de Madrid hace pocos decenios— que, al comienzo de la transición, hallándose con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, un muchacho pasó junto a éste y le gritó: «¡Rojo!». Carrillo soltó —insinúa Tierno— una grosera imprecación. El joven «se marchó con azoramiento», sorprendido de que un hombre, largos años ausente, hubiese «empleado el deje madrileño e incluso la actitud corporal del madrileño castizo»2. El deje madrileño. Sobre el habla de Madrid3 se han emitido muchas opiniones, breves y subjetivas, más afectas al carácter de los madrileños y a su comportamiento social que a sus peculiaridades lingüísticas. Expresiva, vivaz, ingeniosa, efusiva, etc., o reticente, redicha, des- deñosa, displicente, etc., son algunas. Pero apenas se ha descrito con algún detalle para caracterizarla idiomàticamente. Parece que, como ocurre en el pasaje citado, cualquier traza de la personalidad madrileña no requiere aclaración, se da por sabida. Cierto es que en buena medida así sucede. Contrasta esta práctica con la aplicada a otras regiones españolas de arraiga- da imagen tradicional, según atestigua otro pasaje posterior de Tierno: «Albino es castellano [...]. Nos entendimos en la adolescencia y nos entendemos ahora sin titubeos, hablando el castellano pausado y firme de Castilla la Vieja». 2. Como apuntes, abiertos al sentido pictórico del término, presento unos trazos del habla madrileña antes que una tarea consumada. No empezaré, pues, por el Fuero de Madrid, cuya lengua supone la extensión del romance burgalés, redactado en «un castellano muy primitivo y con notables dialectalismos mozárabes»4, peculiaridad que el propio nombre de Madrid parece acusar. Mi propósito se encamina a precisar algunos rasgos de época mucho más reciente. 1 E. Tierno Galván, Cabos sueltos. Barcelona, Bruguera, 1981, 601. 2 Debo puntualizar que Carrillo nació en Gijón, 1915. 3 Madrileño la denomina F. López Estrada, «Notas del habla de Madrid. El lenguaje en una obra de Arniches». CLC, 1943, 7, 261-272. 4 R. Lapesa, «El lenguaje del Fuero de Madrid», en El Fuero de Madrid. Madrid, Ayuntamiento, 1963, 149-163; 154. «El Fuero madrileño concede un margen relativamente pequeño al elemento dialectal no castellano y es una preciosa muestra de la expansión con que el lenguaje de Burgos estaba rompiendo la continuidad geográfica entre los romances peninsulares del Este y del Oeste para crear en el Centro una nueva unidad». Ib., 162.

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APUNTES PARA LA HISTORIA LINGÜÍSTICA DE MADRID

F. GONZÁLEZ OLLÉ Universidad de Navarra

1. Cuenta Tierno Galván1 —alcalde de Madrid hace pocos decenios— que, al comienzo de la transición, hallándose con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, un muchacho pasó junto a éste y le gritó: «¡Rojo!». Carrillo soltó —insinúa Tierno— una grosera imprecación. El joven «se marchó con azoramiento», sorprendido de que un hombre, largos años ausente, hubiese «empleado el deje madrileño e incluso la actitud corporal del madrileño castizo»2.

El deje madrileño. Sobre el habla de Madrid3 se han emitido muchas opiniones, breves y subjetivas, más afectas al carácter de los madrileños y a su comportamiento social que a sus peculiaridades lingüísticas. Expresiva, vivaz, ingeniosa, efusiva, etc., o reticente, redicha, des­deñosa, displicente, etc., son algunas. Pero apenas se ha descrito con algún detalle para caracterizarla idiomàticamente. Parece que, como ocurre en el pasaje citado, cualquier traza de la personalidad madrileña no requiere aclaración, se da por sabida. Cierto es que en buena medida así sucede. Contrasta esta práctica con la aplicada a otras regiones españolas de arraiga­da imagen tradicional, según atestigua otro pasaje posterior de Tierno: «Albino es castellano [...]. Nos entendimos en la adolescencia y nos entendemos ahora sin titubeos, hablando el castellano pausado y firme de Castilla la Vieja».

2. Como apuntes, abiertos al sentido pictórico del término, presento unos trazos del habla madrileña antes que una tarea consumada. No empezaré, pues, por el Fuero de Madrid, cuya lengua supone la extensión del romance burgalés, redactado en «un castellano muy primitivo y con notables dialectalismos mozárabes»4, peculiaridad que el propio nombre de Madrid parece acusar. Mi propósito se encamina a precisar algunos rasgos de época mucho más reciente.

1 E. Tierno Galván, C a b o s s u e l to s . Barcelona, Bruguera, 1981, 601.2 Debo puntualizar que Carrillo nació en Gijón, 1915.3 M a d r i le ñ o la denomina F. López Estrada, «Notas del habla de Madrid. El lenguaje en una obra de Arniches».

C L C , 1943, 7, 261-272.4 R. Lapesa, «El lenguaje del Fuero de Madrid», en E l F u e r o d e M a d r id . Madrid, Ayuntamiento, 1963, 149-163;

154. «El Fuero madrileño concede un margen relativamente pequeño al elemento dialectal no castellano y es una preciosa muestra de la expansión con que el lenguaje de Burgos estaba rompiendo la continuidad geográfica entre los romances peninsulares del Este y del Oeste para crear en el Centro una nueva unidad». I b ., 162.

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3. El hablar madrileño cuenta con pocos estudios5, en desfavorable y llamativa despropor­ción respecto de otras áreas, máxime si se atiende a la importancia política y cultural de Madrid, con su consecuente influencia lingüística sobre todo el mundo hispanohablante. Durante siglos, Corte, título que, según remota tradición europea, confería el de modelo idiomàtico6. Así se ha reconocido hasta un pasado próximo, no solo por la opinión común, sino por lingüistas (cf. § 6).

Se repite con rutinaria convicción que el yeísmo, el laísmo, determinados neologismos, etc., se extienden a lugares lejanos por irradiación desde Madrid, en un principio mediante la acción de la imprenta; luego, de los medios informativos. Creencia muy anterior a haberse emprendido estudios idóneos7 sobre la situación madrileña. Según antes indiqué, parece que siempre se ha sabido con detalle, sin necesidad de exponerlo, cómo se hablaba en Madrid.

4. En mi opinión, el concepto de habla de Madrid, aunque circula sin reparo alguno, precisa radical aclaración, dotarle de univocidad operativa. Voy a intentarlo.

Por habla de Madrid se viene entendiendo la peculiaridad idiomàtica de sus clases bajas (hoy, populares), dándose por supuesto el exclusivismo de tal adscripción, circunscrita a una época iniciada hace un siglo largo, tramo que podría o debería ser acortado por sus extremos. Tales son las dimensiones histórica y social del estereotipo lingüístico madrileño. Si bien creo que muestras aisladas se detectan, por cuanto sé, desde fines del siglo XVII (§ 23).

Huelga decir que el núcleo de esa modalidad se ha identificado con la exhibida por los personajes de Arniches y de sus predecesores. No participaré aquí en el viejo debate sobre el sentido (quién imita a quién) de esa identificación8. Pero no oculto mi postura. Estoy con los pocos, pero buenos, valedores de que los madrileños son la fuente en que bebieron los escritores costumbristas. Ahora bien, aunque se probase la postura opuesta, mayoritaria, el habla de aquéllos no dejaría de ser peculiar a causa de haberla adoptado. ¿Acaso los orígenes de una variedad idiomàtica han de ser siempre obscuros y remotos, cuando no faltan testimonios de lenguas que proceden de determinadas acuñaciones literarias?

5. El habla de Madrid, habla del Madrid barriobajero. Aquí está el equívoco. Pues, ¿no es habla de Madrid la de sus minorías cultas, la que no ha mucho empezó a investigarse mediante encuestas? ¿Por qué no se considera o, mejor, por qué no se llama habla de Madrid la que utilizan —establezco una referencia analógica— los personajes de la alta comedia del madrile­ño Benavente, nacido en el mismo año (1866) que Arniches? Si éste cambia su registro madrileñista en algunas tragicomedias9, también lo cambia Benavente en sus dramas rurales, conscientes ambos del nexo entre lengua y situación.

La modalidad alta, si así cabe denominarla, del habla madrileña no había pasado desatendi­da, como se supondrá, antes de las encuestas aludidas. Con todo, su condición específica paradójicamente quedaba casi inadvertida, a mi entender, por haberse erigido, de tiempo atrás,

5 Apenas se ha incrementado el elenco de 3. Polo, «El español familiar y zonas afines (ensayo bibliográfico)». Y e lm o , 1972, 8, nos. 852-871. Desde R. Pastor y Molina, «Vocabulario de madrileñismos». R H , 1908, 18, 51-72, han aparecido parvas recopilaciones, de dudosa fiabilidad algunas; con patente intención cómica, varias, que descarto. Sí mencionaré otras novedades, aunque, por razón de espacio, no he podido servirme de todas.

6 Cf. F. González Ollé, «Orígenes de un tópico lingüístico; alabanza de la lengua cortesana y menosprecio de la lengua aldeana». B R A E , 1999, 79, 197-219.

7 De 1964 es el proyecto de E s tu d io c o o r d in a d o d e la n o r m a l in g ü ís t ic a c u l ta e n la s p r in c ip a l e s c i u d a d e s d e

I b e r o a m é r ic a y d e la P e n ín s u la I b é r i c a , que incluye el de L a n o r m a l in g ü ís t i c a c u l ta d e la le n g u a e s p a ñ o la h a b la d a e n

M a d r id . Tras un cuestionario (1971-1973), se publicó el volumen de M. Esgueva y M. Cantarero, E l h a b la d e la c iu d a d

d e M a d r id . M a te r ia l e s p a r a s u e s tu d io . Madrid, CSIC, 1981, seguido por otros, en colección, y algunos artículos.8 Sí quiero decir, porque me parece olvidado, que el dilema se planteó antes, en relación con las obras de López

Silva. Sobre este autor, cf. J. M. González Calvo, «Acercamiento al lenguaje de López Silva». A I E M , 1979, 16, 485- 493.

9 L a h e r o ic a v i l la , por ejemplo, no ofrece grandes inconvenientes para pasar por obra benaventina.

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según ya noté, en norma suprarregional. No descubro una verdad, pero quizá sea oportuno airearla con testimonios expresos, procedentes de dos prólogos (es útil releer los de obras de frecuente consulta).

6. La más influyente exposición de fonética española en el siglo XX ha sido la de Navarro Tomás10. Al examinar las diferencias regionales, indica: «Unas mismas palabras no se pronun­cian, por ejemplo, entre las personas de la alta sociedad madrileña de igual modo que entre las personas del pueblo bajo de Madrid». Por eso precisa la fuente elegida para su tarea: «La pronunciación [...] castellana sin vulgarismo y culta sin afectación, estudiada especialmente en el ambiente universitario madrileño, es la que en el presente libro se pretende describir». La denomina correcta, dada «la estimación que en los pueblos se siente por el habla cortesana, y, sobre todo, la unanimidad con que los diversos elementos que forman en Madrid la clase intelectual, siendo en su mayor parte de origen provinciano, adoptan espontáneamente esta pronunciación, ocultando cada uno, como mejor puede, las huellas fonéticas de su tierra natal».

La más autorizada gramática del mismo siglo XX (para ser la mejor le faltó el quedar completa), la de Fernández Ramírez11, advierte: «El material que he utilizado es exclusivamente literario [...]. Pero no debe perderse de vista que mi objetivo es el español común, el español cuidado que hablan las gentes cultas y universitarias de Madrid. Y entre este español hablado y el literario no existe, sobre todo en nuestros días, una distancia considerable. Las diferencias son más de léxico que de gramática». Discernirá lo literario de lo coloquial; lo popular, de las modas, con esta justificación: «Estimo, además, poseer un criterio bastante seguro, pues yo soy natural de Madrid, de antepasados madrileños por la rama paterna y solo muy breves tempora­das he residido fuera de la capital de España» (palabras faltas de toda petulancia, como podrían dar fe sus amigos).

7. Aventuro que nadie compartirá hoy las apreciaciones de los dos maestros (por de pronto, Navarro Tomás cambió la suya, como luego se verá). Apenas debo decir que las diferencias verticales por ellos observadas, ciertamente efectivas, se han borrado en gran parte, consecuen­cia de una sensible nivelación social. Pero sin olvidar que, ya hace un siglo largo, Fortunata variaba su registro locutivo según variaba de estamento, y que en Juanito Santa Cruz descubría su madre «inflexiones muy particulares de su voz y lenguaje. Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a lay consonante, y se le habían pegado modismos pintorescos y expresio­nes groseras»12.

También han variado los criterios vaiorati vos y hasta la firmeza estimativa. Pero no se pierda de vista el momento de los juicios recordados, aunque aquellos libros sigan hoy sobre nuestra mesa; ni se olvide mi propósito historicista. He presentado actitudes normativas datadas hace más de medio siglo.

Con ellas he pretendido principalmente rescatar la otra faz, la culta, tan válida como la tópica, del habla de Madrid, para proporcionar una imagen más completa, por tanto, más exacta, y escrutar ambas en adelante. De nuevo, Navarro Tomás13: «Hay un acento local madrileño, cuyo uso, característico del pueblo bajo de esta ciudad, alcanza también, en gran parte, a ciertos elementos de la clase media». Pero no solo el acento. Mostraré que otros rasgos, tenidos como exclusivos del habla inculta, son compartidos por hablantes cultos.

10 T. Navarro Tomás, M a r m a i d e p r o n u n c ia c ió n e s p a ñ o la [1918]. Cito por la edición de Madrid, CEH, 19324, 7- 9, la más antigua que he conseguido consultar. Me permito suponer que los pasajes citados mantienen la redacción original.

11 S. Fernández Ramírez, G r a m á t ic a e s p a ñ o la . Madrid, Revista de Occidente, 1951, xvii.12 B. Pérez Galdós, F o r tu n a ta y J a c in ta , en O . c . , Madrid, Aguilar, 1961, V, 42b .

13 T. Navarro Tomás, «La metafonía vocálica y otros temas del Sr. Colton». R F E , 1923, 10, 26-56; 29.

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Buena prueba de esa indiscriminada participación ofrece Pedro Salinas (1891), madrileño y madrileñista, poeta y catedrático, dedicaciones que ocultan, salvo para quienes lo trataron, un carácter abierto y festivo, es decir, el propio de sus paisanos o a ellos atribuido14. En carta, 1927, a Jorge Guillén, le comunica15 que va a componer «unos tercetos peninsulares [...]. Primer verso en catalán; segundo en galaico portugués y tercero en chamberilero o dialecto de Ardavín»16. La mención a Chamberí, uno de los barrios más castizos de Madrid, identifica el registro elegido. Pero es que el propio Salinas compartía naturalmente ese d i a l e c t o . Tendré enseguida ocasión de advertir bastantes huellas de él en sus textos informales y en su poesía, al igual que ocurre con otros escritores madrileños.

8. El material que manejo, procede en primer lugar de mi propia experiencia de madrileño, con títulos familiares no inferiores a los de Fernández Ramírez, aunque yo lleve muchos años fuera de la capital. Pero salí de ella con mi bagaje idiomàtico, natural y libresco, ya bien asentado. Situación, la del alejamiento, que posee sus ventajas, porque, al volver, permite observar con nueva perspectiva el cuadro de cuanto se habla por la calle, bien para avivar y garantizar recuerdos, bien para incorporar novedades que, a veces, resultan redescubrimientos. No por esa circunstancia personal dejo de acudir a fuentes escritas y bibliografía. Para evitar peticiones de principio, a Arniches solo recurro con fines comparativos.

El análisis de fenómenos que, por indicios diversos, admitían considerarse madrileñismos, según mi propio juicio o autorizadas opiniones, consciente del margen de apriorismo que cabe en esta operación, me condujo a buscar una causa común a todos o casi todos ellos. Tiempo después he reparado en que mi método venía a coincidir con el c í r c u lo f i l o l ó g i c o de la estilística de Spitzer17: desde la periferia, sede de los rasgos peculiares de un texto, debe buscarse el é t i m o

e s p i r i t u a l o d e n o m i n a d o r c o m ú n , según su terminología, que explica la aparición de esos rasgos. Aunque situado así en la tan olvidada doctrina idealista, estimo desmesurado afirmar la existencia del genio peculiar de Madrid a juzgar por su revelación lingüística. Pero sí cabe suponerle, en la línea de Vossler, una forma interior de la cual brotan aquellos rasgos. Pues bien, asumo que esa forma interior consiste en el destacado relieve que se otorga a procedimientos propios de una de las funciones del lenguaje establecidas por Jakobson18: la función poética. El atender al mensaje por sí mismo, sin menoscabo de las otras funciones lingüísticas, el aplicar el principio de equivalencia desde el eje de la selección al de la combinación, corresponden a una actitud que, asiduamente, adopta el madrileño, lejos, por supuesto, de la f a t r a s i e , la jitanjáfora, etc. La voluntad de evitar la dicción mostrenca en favor de la distinguida o inesperada por su registro, suscita casi todas las innovaciones que examinaré.

Como se sabe, Jakobson ilustra la función poética con el eslogan I l i k e I k e /ay layk aik/, del General Eisenhower en las elecciones de 1953 a la Presidencia de los Estados Unidos. Mensaje político, dígase solo para no olvidar su básica función conativa, Jakobson analiza con mano maestra sus rasgos fonéticos: formado por tres monosílabos, cuenta con tres diptongos /ay/,

14 Entre otras análogas, selecciono este rápida semblanza de J. M. Blecua, «En la muerte de Pedro Salinas». E l

H e r a ld o d e A r a g ó n , 17. XII. 51: «Salinas era un conversador agudísimo, ingenioso y con la gracia y sutileza de un madrileño cien por cien». Jorge Guillén, «Poeta y profesor». H , 1952, 35, 148-150; 148, lo recuerda como «aquel madrileño tan divertido, tan llano y campechano».

15 P. Salinas y J. Guillen, C o r r e s p o n d e n c ia ( 1 9 2 3 - 1 9 5 1 ) . Ed., intr. y notas de A. Soria Olmedo. Barcelona, Tusquets, 1992, 71.

16 Luis Fernández Ardavín (Madrid, 1891-1962), notable poeta modernista, obtuvo popularidad como dramatur­go. Compuso obras del género chico y zarzuelas de ambiente madrileño. A esta actividad debe de aludir Salinas.

17 L. Spitzer, L in g ü ís t i c a e h i s to r ia l i t e r a r ia . Madrid, Gredos, 19682, 7-53.18 R. Jakobson, E s s a i s d e l in g u is t iq u e g é n é r a le . Paris, Minuit. 1963, 209-248.

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cada uno seguido simétricamente por una consonante, sus dos grupos fónicos riman, etc., disposición que encuentra en sonetos de Keats.

9. Reiteradamente he oído en conversaciones informales la locución, quizá caduca, desco­nozco su presencia escrita, t o m a r a a lg u i e n p o r e l in s t r u m e n t o s i l b a n t e d e l v i g i l a n t e n o c tu r n o ,

variante, más expresiva, de t o m a r a a l g u i e n p o r e l p i t o d e l s e r e n o 19, a mi parecer, ajena a un origen literario; la tengo como obra ... de la gente (entendido que cualquiera es g e n t e ) . Por complacencia lingüística, por pretendida elegancia locutiva, con su dosis de humor, se desdo­blan las designaciones simples y se sustituyen por las compuestas, en una formulación mera­mente descriptiva, al margen de cualquier apropiación metafórica, pero con relevante efecto fónico, merced a una triple aliteración. Baste tan somero análisis, pues de inmediato se percibe que la acuñación madrileña no solo es equivalente al eslogan electoral, sino que en ella, casi irrelevante la función conativa, la poética incrementa su papel, con la doble marca de aliteración y circunloquio.

El circunloquio no es exclusivo del nivel callejero. También lo alberga la elocución de un intelectual muy madrileño. En un artículo de 1925, Ortega y Gasset20 declara su imposibilidad para acudir a Buenos Aires: U n d e s t i n o a d v e r s o m e i m p i d e e s t e a ñ o gravitar desde esa ciudad h a s t a e l c e n t r o d e l a t i e r r a . En las clases de Juan de Mairena se hubiera dicho: N o p u e d o e s t a r

e n e s a c i u d a d . El enfático circunloquio (prolongado con pleonasmo) para el verbo e s t a r (tan apreciado del filósofo en su contraste con s e r ) no refleja sino la preferencia por la expresión novedosa y ennoblecida, que elude un verbo tan frecuente por necesario. De igual modo, el significado ‘mirar’, ‘ver’, muy recurrido por Ortega, suele presentarse con circunloquio (y eludido o j o )21: S o b r e l a v i d a e s p o n t á n e a d e b e abrir [...] su clara pupila l a t e o r ía . —Revolcar la retina s o b r e p a i s a j e s .

La minucia del objeto nombrado como in s t r u m e n to s i l b a n t e suscitará la comicidad al oír tan jactanciosa designación. No la suscitan las frases de Ortega, amenazadas hoy —cambian los gustos— de ridiculas, ausente del lector tal predisposición. Si hallase en Aleixandre: G r a v i t a r

d e s d e e s a c i u d a d h a s t a e l c e n t r o d e l a t i e r r a , se sentiría sobrecogido —oso suponer— ante una de sus imágenes cósmicas: Buenos Aires se hundía hollada por un gigante.

Tampoco excluye Ortega, para la función poética, relieves sonoros22: D a n d o c o r c o v o s c o m o

u n c o r z o .— E s t o e s d e m a s i a d o p o c o o s o : e s t o e s l o q u e l l a m a n e s c a s e z d e l a c a z a .— Incluso rebusca un adjetivo para activarlos: C o n la l e n g u a p é n d u l a .

La estrategia creadora de las clases populares madrileñas coincide, mejor, es la misma, según he pretendido mostrar, que la de otro madrileño de alta posición e inclinación aristocratizante, pero no exento de talante madrileñista. A su anecdotario me remito.

Por contraste, hago notar que el circunloquio no caracteriza la lengua de Arniches. Al menos sus estudiosos no le prestan específica atención.

10. En nivel intermedio entre los dos aludidos, el anónimo y el filósofo, un tercero, el de los universitarios que durante los años centrales del siglo XX pasean por la madrileña calle de Serrano (el t o n t ó d r o m o , según ellos mismos; quede incluida, innecesaria la glosa, esta inven­

19 Aunque de mucho antes existían negaciones expresivas como m e im p o r ta u n p i t o , o reforzadas con el sustantivo, como n o v a l e u n p i t o , etc., la supongo acuñada sobre una frase de L a v e r b e n a d e la P a lo m a (1894. El sereno, para calmar una trifulca, quiere llamar a los guardias: P u e s s i y o to c o e l p i t o , / s e a c a b a la c u e s t ió n , pero el tabernero se opone: N i u s t é to c a e l p i t o , / n i u s té a q u í to c a n a . El testimonio más reciente que conozco es el de E. Mendoza, L a

c iu d a d d e lo s p r o d ig io s . Barcelona, Seix Barrai, 1986, 75: P ie n s a n q u e p u e d e n to m a r m e p o r e l p i t o d e l s e r e n o .

20 J. Ortega y Gasset, «Pleamar filosófica» [1925], en O . c ., Madrid, Revista de Occidente, 1947, III, 346-347;346.

21 Id., «Verdad y perspectiva» [1916], en O . c ., 1946, II, 15-20; 17, e «Ideas sobre Baroja»[1916], ib., 67-123; 76.22 Id., L a c a z a y l o s to r o s [1942], Madrid, El arquero, 1968, 15, 58 y 75.

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ción léxica), sitúo, por experiencia, que se origina i n c i n e r a r e l c i l i n d r i n para ‘encender el pitillo’. Aunque la génesis quizá responda a exhibición de ingenio, muestra cómo recurre a procedimientos de la función poética, a juzgar por sus efectos fónicos, de sabia e intensa resonancia: una serie triple (artificiosamente, hasta cuádruple) de aliteraciones (segmento in ) \

otra doble (sílaba c¿); fusión de ambas (segmento e in )', etc.11. Corpus Barga, madrileño (1887), también madrileñista, periodista y ensayista, inicia sus

memorias (1957) con una amplia visión costumbrista del Madrid primisecular, en estilo vivaz, limpio de artificios formales. Conoce bien, por familia, el ambiente de la alta burguesía; a la vez, cultiva el trato con las clases inferiores.

Copio una frase23: S e c a s ó c o n u n b a r b i á n d e l o s b a r r i o s b a j o s , e s t a s b e s b i l a b i a l e s e r a n

m u y m a d r i l e ñ a s . De nuevo, una triple aliteración (b a ), que enfatiza la caracterización, patente por la semántica, del sujeto mencionado. El autor, mediante su comentario, dejado caer con desgana madrileña, explicita el efecto sonoro buscado, al tiempo que lo prolonga con tres nuevas b e s . La obviedad de indicar la condición bilabial de la b , admisible en un profano24, encierra mayor relevancia que la aparente.

A riesgo de innovar la terminología, diré, apoyado en Bühler, que se trata de un comentario en p h a n t a s m a . Barga invita a que, como él, quien pueda, claro, evoque la audición de las b e s

propias del personaje. Y, ahora, Bühler25: «Un narrador lleva al oyente al reino de lo ausente recordable o al reino de la fantasía constructiva y lo obsequia con los mismos demostrativos [textuales], para que vea y oiga lo que allí hay que ver y oír», no con ojos y oídos exteriores, sino con «los interiores o espirituales».

Al deje madrileño se le imputa r e c a l c a r la elocución. «Hablaba con el seco y recalcado acento de la plebe madrileña», escribe la Pardo Bazán, I n s o l a c i ó n (1911), juicio compartido por Baroja, L o s c a m i n o s d e m u n d o (1914): «Joven, dijo, recalcando las palabras como un madrile­ño»26. Esta es la característica fónica que atribuyo, así fundamentada, a la secuencia de b a r b i á n .

En ella, valga decirlo, solo la primera b , ante nasal, es oclusiva. Ahora bien, según la doctrina de Navarro Tomás27, la b fricativa «llega, en pronunciación enfática, a convertirse fácilmente en b

oclusiva», énfasis que, en la evocación, afecta a toda la secuencia. De modo que se han podido articular como oclusivas todas ellas, incrementando así la percepción de bilabialidad. Una tensión articulatoria muy marcada llegaría hasta el ensordecimiento, como ocurre tras conso­nante sorda. Confirman mi tesis unas observaciones de Zamora Vicente28.

La y del yeísmo madrileño, «que percibimos en el tranvía o en el metro», es «más tensa que de ordinario, se enuncia con marcado énfasis y puede llegar a ser [...] africada», próxima a la c h \ por tanto, a ensordecerse. Precisamente lo que da su personalidad a «la pronunciación local es el indudable énfasis con que se presenta. Énfasis que produce lo que, a mi juicio, es el más claro índice de madrileñismo: articulación muy tensa de las consonantes que perviven en la palabra, a veces con cierto aire de geminación: p p e r o m b b r e , ‘pero, hombre’; a n d d a y y a , ‘anda ya’. También

23 C. Barga, L o s p a s o s c o n ta d o s . U n a v id a e s p a ñ o la a c a b a l lo e n d o s s ig lo s . Manejo la edición española, Barcelona, 1963, 155.

24 A la luz de la fonética histórica, no juzgo acertada, en cuanto a su causa, esta otra observación de C. Barga, L o s

p a s o s c o n ta d o s . II, P u e r i l i d a d e s b u r g u e s a s . Barcelona, Edhasa, 1964, 240: «Los madrileños, debido también al género chico, pronunciaban en broma la d e como z e ta » . Idéntico origen atribuye a formular preguntas y, sin esperar respuesta, seguir hablando.

25 K. Bühler, T e o r ía d e l le n g u a je . Trad, de J. Marías. Madrid, Revista de Occidente, 1967, 200.26 A p u d T. Navarro Tomás, «La metafonía ...», 29.27 T. Navarro Tomás, M a n u a l . . . . 85.28 A. Zamora Vicente, «Una mirada al hablar madrileño». A B C , 11.VI, 1961, recogido en L e n g u a , l i te r a tu r a ,

in t im id a d . Madrid, Taurus, 1966, 63-73.

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se produce por igual causa una labialización, o por lo menos un adelanto de la articulación». El «casticismo local» pronuncia «con rápido y duro golpeteo: p p e r o t ú k k e tá s k k r e íd ó m b r e » 29. Además, «una viva labialización es fácilmente perceptible en cuanto el habla pretende exagerar algo», alteración que afecta incluso a las vocales30.

12. Especie particular de la aliteración, la rima, presente en alguno de los testimonios expuestos. Ahora la examino en aquellos mensajes exclamativos o imperativos, a veces sin inmediata interpretación semántica, incrementados con una palabra irrelevante para la función comunicativa, inserta por pura satisfacción verbal31. Generalmente es un antropònimo, con referencia que, solo en principio, cabe dar por consabida: ¡ E c h a e l c i e r r e , R o b e s p i e r r e ! , ¡ N o t e

e n r o l l e s , C h a r l e s B o y e r ! , o falta de toda referencia histórica o social: ¡ T o m a d e l f r a s c o , C a r r a s c o ! ,

¡ Q u e t e v e o , T im o te o ! Suelen cerrar la frase, circunstancia que interpreto como gusto por prolongar la comunicación, también así realzada su función. A veces, van en cabeza: ¡ C a l ix to ,

q u e t e h a n v i s to ! , y otras, menos, se intercalan: ¡ T o m a , J e r o m a , p a s t i l l a s d e g o m a ! , sin que el orden sea rígido, aunque en algunos casos se estabilice.

Unico, por cuanto sé, es ¡ N a s t ic , m o n a s t i c ! , que, en términos métricos supondría sustitución de una rima pobre por una rica, más efectista, pues se origina en ¡ N a d a , m o n a d a ! , que ha prevalecido.

13. Este último recurso se revela con mayor nitidez, como floreo verbal, en el incremento paragógico de algunas palabras, sin efectos gramaticales ni semánticos, mediante seudosufijos, pues la mayoría más característica no figura en el inventario previo de morfemas derivativos (aunque luego, por irradiación sinonímica, antonimica, etc., algunos se incorporen precariamen­te a aquel estatuto. Claro que también habría de investigarse, caso por caso, su origen). Es la sufijación que Seco32 denomina p a r á s i t a .

Para atestiguarla, recurro a mi experiencia familiar, bien entendido que está lejos de ser fuente única. Ante preguntas que solo requerían una obvia afirmación o negación, la respuesta de mi madre, entre la ironía y el desdén afable, era, a veces, en uso que fue abandonando: s ip i ,

n o p i , n a t u r a c a 33. Coincide con un truco universal o, probablemente, se origina en él, de las jergas de ocultación (adición de un segmento arbitrario a todas las palabras)34, que yo mismo practicaba por juego en mi infancia.

29 La misma observación en A. Quilis, «Description phonétique du parler madrilène actuel». P h o n e t i c a , 1965, 12, 19-24; 23, quien considera rasgo muy madrileño la gran tensión articulatoria: las oclusivas se alargan, sin llegar a la geminación, hasta el punto de que sus alófonos fricativos se realizan como oclusivas. En consecuencia, p e r o , b u e n o ,

¿ q u é te h a d a d o e s a ? se pronuncia: [p: éro b: wéno / k: é t: a d: áo ésa]. Para M. Seco, A r n ic h e s y e l h a b la d e M a d r id .

Madrid, Alfaguara, 1970, 213, «es sobre todo en la pronunciación donde se ha estereotipado el personaje madrileño que deja caer las sílabas con un ritmo lento y recortado, junto con una cierta tensión muscular, de donde resulta una machacona solidez que parece subrayarlas una por una [...]. Lo que tiene de diferencial respecto a otras hablas regionales o locales, es lo que ha motivado que esta pronunciación haya llegado a ser vista como la «normal» del pueblo madrileño».

30 La tendencia a la labialización ha sido asimismo señalada por A. Quilis, «Description ...», 20, a propósito de la vocal o , precisamente cuando se articula con energía.

31 W. Beinhauer, E l h u m o r is m o e n e l e s p a ñ o l h a b la d o . Madrid, Gredos, 1973, 123nl0, aduce testimonios similares de otras lenguas, pero los juzga faltos de una persistencia comparable.

32 M. Seco, A r n i c h e s . . . , 177.33 Solo muchos años después supe por R. Pastor y Molina, «Vocabulario ...», que la difusión arranca del sainete

L a m a la s o m b r a de los Alvarez Quintero. Según mis averiguaciones, se estrenó en 1906, luego aquellas palabras estarían de moda cuando, dos años después, las recoge Pastor (apostillo que los personajes del sainete hablan un andaluz estereotipado al máximo). Caso similar, en cuanto a creación y propagación, es el aclarado por F. Ruiz Morcuende, « S ic a l ip s i s y s i c a l í p t i c o » , R F E , 1919, 6, 394: dos palabras aparecidas, 1902, en ramplones anuncios publicitarios, luego difundidas merced a su incorporación al género chico.

34 J. López Silva, L a m u s a d e l a r r o y o . Madrid, 1911, incluye estas palabras en un «rufianesco argot». Ninguna figura en Arniches. A. Casero, L o s c a s t i z o s , Madrid, 1911, 45: ¿ E s c a p r ic h o d e u s té ? Sipi.— E lla , q u e s í ; y o , q u e nopi, 127. N a tu r a c a , con apócope y posterior paragoge, en Valle-Inclán, L u c e s d e b o h e m ia .

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Tengo por más general otro adverbio, a q u i q u i (también pronombre de primera persona), solo similar a los anteriores, puesto que la innovación consiste en un eco de la última sílaba. Sin tanta garantía sobre su origen madrileño, la negación expresiva a s í o a s a o se vale de la elongación para reproducir un significante conocido, cuyo significado, en su día activo, realza la locución, con el mismo efecto que c h u lo convertido en c h u le ta , o c o m e r convertido en c o m e r c i o . Mientras que la variante, de menor incidencia, a s í o a s á , responde al gusto por las locuciones apofónicas, como m o n d o y l i r o n d o .

La prolongación afecta también a la frase. Quizá a veces resulte necesaria para conseguir efectos expresivos sobresalientes, sin mengua del puro agrado por dilatar la andadura sintáctica, mediante un extenso circunloquio —de nuevo, este rasgo característico—, el cual permite la inserción de otros elementos enfatizadores, si no es que la suma de ellos despliega la sintaxis. Protestas, amenazas, ponderaciones, comparaciones, hipérboles se valen con eficacia de este recurso.

Para desafíos amistosos ha circulado, con las naturales concesiones a la inventiva personal: A n d a , v e t e a b u s c a r e l p i j a m a , p o r q u e d e l a b o f e t a d a q u e t e v o y a p r o p in a r , e s t a n o c h e v a s a

p e r n o c t a r f u e r a d e c a s a . AI atravesar una fila de albañiles que se pasaban ladrillos, oí una vez: ¡ P e r o s i tú n o h a s c o m i d o c a l i e n t e h a s t a q u e u n d í a d e f i e s t a t e i n v i t é y o a u n h e l a o ! Recogida en libro35, encuentro: E s t e t i p o s a b e m e n o s q u e A d á n , q u e l e e n g a ñ ó u n a m u j e r q u e n i ta n

s i q u i e r a h a b í a i d o a l a e s c u e l a . Casi microcuentos, género tan en boga hoy, dicho sea para quien dude de su función poética. En estas manifestaciones sí creo descubrir la influencia de los autores costumbristas para suministrar el molde. Recordaré a Arniches36: ¡ L á r g u e s e u s t é u le

d o y u n a p a t á q u e t i e u s t é q u e e s t a r m e s y m e d i o s e n t á n d o s e a l s e s g o ! Pero sin dudar de la espontánea capacidad creativa, que aflora también en Salinas cuando, en 1948, para dar recuer­dos a toda una familia, escribe37: S e o s a m a d e e x t r e m o a e x t r e m o , d e d o n J o r g e a A n tó , c o n e l

d e b i d o r e s p e t o a l o s d e e n m e d i o .

En unas y otras de todas estas manifestaciones subyace la analizada tendencia a mantener el gustoso ejercicio locutivo (valga mi personal circunloquio).

14. El acortamiento ha afectado a muchas más palabras que la prolongación y, desde luego, con efectos persistentes, pues algunas formas regresivas han acabado suplantando a las primiti­vas en todos los niveles: b ic i , c i n e (con la etapa intermedia c i n e m a y la efímera c i n i ) , f o t o , m i l i

(con rápida inclusión en textos formales, no hace muchos años), r a d i o y, especialmente, en el coloquial: c o le , p o l i , p r o f e . En estas deformaciones, tan estudiadas, debe procederse con gran cuidado para calificarlas de madrileñismos. Previamente habrá que asegurar —no será fácil— en qué estrato surgen, en qué registro se instalan antes de generalizarse, etc. Palabras vigentes en la conversación general antes de mediar el siglo XX han desaparecido, al menos con aquella difusión: c o c í ‘cocido’, p e q u e ‘(niño) pequeño’ (constante en las cartas de Salinas), p e r m a n é n

‘permanente, ondulación artificial del cabello’ (que abre la rima a gratas voces exóticas: c r e a m

y K e n t , en un madrileñísimo chotis), p r o p i ‘propina’, r i d i ‘(hacer el) ridículo’, s e c r e ‘secretario’ y ‘(policía) secreta’, s u b s e ‘subsecretario’. El auge de esta moda había sido mayor, a juzgar por textos de Arniches, Valle-Inclán y diversos escritores costumbristas.

Para más segura noticia (con otras aquí oportunas) de su adscripción no necesariamente literaria acudo a una obra testimonial de Baroja38, escrita hacia 1930, sobre la vida madrileña a comienzos del siglo XX. B e l t r á n , farolero (oficio con vitola castiza), tenía «acento madrileño y

35 A. Velasco Zazo, P a n o r a m a d e M a d r id . F r a s e s y m o d is m o s . Madrid, 1951, 37.36 C. Arniches, S a n d ía s y m e lo n e s , en O . c . Ed. de M. V. Sotomayor. Madrid, Castro, 1995, II, 1092.37 P. Salinas y J. Guillén, C o r r e s p o n d e n c ia . . . . 447.38 P. Baroja, L a s n o c h e s d e l B u e n R e t ir o . Barcelona, Tusquets, 1999, 58-59.

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una voz más madrileña aún». «Hombre muy rico de léxico, muy observador, Beltrán hablaba con mucha precisión y con muchos requilorios», más abundantes usos metonímicos. Le gustaba «hacer el resumen de una conversación con alguna frasecilla medio argótica o medio gitana», tal como E c h e le u s t e d h i lo a l a c o m e t a . «Estas frases las decía llevándose el dedo índice al párpado inferior del ojo derecho». Además, Beltrán solía «cortar las palabras, y la milicia era la m ili-, la Delegación, la D e l e g a [también en Arniches y Valle-Inclán], y la comisaría, la c o m i» ' , al vino de Valdepeñas llamaba v a l d e p e ñ í (el apócope facilita insertar un sufijo con resonancia caló).

Pocos años antes, 1927, declaraba un personaje de Arniches39: «La llaman la Pompadur, pero como en este pajolero Madrid too lo cortan, la han dejao en la Pompa».

Nueva confirmación, en la práctica de Pedro Salinas. En carta40, 1927, consigna que iba a la R e s i , por R e s i d e n c i a (apostillo: como sus convecinos y él mismo iban a merendar a la B o m b i ,

por B o m b i l la ) ' , y en otra41, 1948, D a m a s , por D á m a s o , carta que atestigua g o d e o por r e g o d e o ,

con inusual falsa regresión.En 1963, con referencia a ese mismo año, aseveraba Lapesa42 sobre acortamientos como los

citados que «fuera de ambientes arnichescos, la poda de finales parece decaer hoy». En un hoy continuador del citado, dicha tendencia ha cobrado nuevo y notable auge (c o r t o [ m e t r a j e ], m ic r o

[ f o n o y b ú s ] , p o r n o , p r o g r e , t e l e , etc.), cuyo madrileñismo requiere examen.T a q u im e c a , ‘taquígrafa y mecanógrafa’, de mi inicial vocabulario laboral43, con fusión de

sus dos componentes, previo corte de ambos, obtiene un sensible efecto fónico, comparable con los casos de aliteración vistos o con la resonancia de a q u i q u i . No recuerdo ningún proceso semejante, salvo, mucho después, p o l i m i l i 44.

Aunque formalmente antitéticos, apócope y paragoge (o perífrasis) activan de idéntico modo la función poética: destacan las unidades significativas con un sorprendente corte o un inespe­rado alargamiento.

15. Entre las singularidades del habla madrileña no veo mencionado el tono sentencioso, que estimo vigente. Se ha confundido con una ingénita actitud engreída, petulante, etc. Vinculo dicho tono a la tensión articulatoria antes examinada, en especial si afecta a palabras inusuales enlazadas con máxima economía sintáctica, compensada merced a contrastes tonales.

En torno a 1950, mientras esperaba un autobús, asistí a esta escena. Un operario de la Telefónica (la determinación no es irrelevante) iba soltando un cable que otro, a gran altura, sujetaba en una pared. El de arriba decía algo a su compañero, pero éste, mirándole, reiteraba que no le oía. Hasta que, bajando la cabeza y encogiendo los hombros, exclamó para sí mismo: A p a l a b r a s n á u f r a g a s , o í d o s t r a n s o c e á n i c o s 45. Mi inmediata impresión fue, al percibir una larga pausa tras cada palabra, todas r e c a l c a d a s , que no repetía una frase sabida, sino que improvisaba una sentencia, expresión de un juicio desdeñoso sobre su compañero. Exentas de toda intención cómica, ausente la función conativa por falta de receptor válido, aquellas palabras eran neta fruición verbal del locutor para desahogarse.

39 C. Arniches, E l s e ñ o r A d r iá n e l P r im o , en T e a tro c o m p le to , Madrid, Aguilar, 1948, III, 541-629; 603.40 P. Salinas y J. Guillen, C o r r e s p o n d e n c ia . . . . 78.41 Ib., 440.42 R. Lapesa, «La lengua desde hace cuarenta años». R O c , 1963, 3, 193-208; 202.43 E. Lorenzo, E l e s p a ñ o l d e h o y , le n g u a e n e b u l l ic ió n . Madrid, Grefos, 19944, 17, califica a ta q u im e c a de voz

anticuada desde la primera edición, 1966, de esta obra, ejercida entonces la profesión.44 M. Casado, T e n d e n c ia s e n e l lé x ic o e s p a ñ o l a c tu a l . Madrid, Coloquio, 1985, 49, rechaza su condición de

acrónimo, para considerarla lexía compleja abreviada.45 Comp, con J. Ortega y Gasset, «El origen deportivo del Estado» [1930], en O . c ., 1946, II, 601-617; 602: E s a

f i s o n o m ía transcientífica d e l m u n d o .

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Huelga proceder al análisis de la s e n t e n c ia , obvia su peculiar selección léxica y combinatoria, muy apropiada para debatir si imita formas de comicidad teatral o si, por el contrario, algunos dramaturgos explotaron este filón popular.

De tono sentencioso, una anécdota46, que ilustra también la espontaneidad madrileña, referi­da por Bergamín, yerno de Arniches. Presenció éste, en una taberna, la entrada de un castizo, empapado por un chubasco. Su saludo: «¡Buenas noches!», lo completó, tras una pausa, con la coda: «¡Hipotéticamente!». Permítaseme fantasear y suponer que, si Arniches se hubiera valido del suceso, habría dado un paso más y hubiera escrito en uno de sus sainetes, como efectiva­mente hizo47: E s t o y f i l o s o f e a n d o y, p o r l o t a n to , h a b l o e n s e n t i d o hipotecario.

16. No me detengo en el empleo, acertado o no, siempre sabroso para el madrileño, de palabras cultas, tanto por el significante como por el significado, fuera de su registro habitual, ni de tecnicismos faltos de necesidad onomasiològica. En los testimonios aquí aportados con otro fin quedan oportunas muestras, a las que añado otro recuerdo, situado en Cuatro Caminos. Descendía del segundo piso de un autobús un viajero que sujetaba a su hijo de pocos años. Tras un vaivén que casi los precipita por la escalerilla, exclamó el padre: ¡ S u j é t a t e b ie n , m a c h o , q u e ,

s i e l t í o e s t e p e g a o t r o f r e n a z o , t e s a l e s p o r e l retrovisor/Asimismo prescindo de palabras y locuciones de origen caló o procedentes de ciertos

ámbitos (tauromaquia, flamenco, delincuencia), algunas incorporadas al español común48. Acu­dir a estas fuentes léxicas es recurso de que se valen los costumbristas para producir determina­dos efectos. Nada cualitativamente valioso sé añadir a la bibliografía madrileñista, en estos puntos sí copiosa.

Con brevedad, requiero atención hacia una lengua sectorial, cuya influencia no ha merecido, a mi entender, una específica consideración. Me refiero a la judicial y administrativa49, cuyo peso en épocas pasadas podía afectar más a la capital. De mi directa experiencia extraigo unos cuantos términos, usados fuera de su campo originario, con adecuada o desfigurada adaptación semántica: C o m p a r e c e , c o n e l d e b i d o r e s p e t o (testimoniado antes en Salinas), d e b i d a m e n t e

a u t o r i z a d o , d e j a n d o a s a l v o , d e s a f e c t a d o , e l ( a b a j o ) f i r m a n t e (también en Salinas50, 1928), e l

a n t e d i c h o , e l c o m p a r e c i e n t e , e l i n f r a s c r i t o , e l q u e s u s c r i b e , e n s u v i r tu d , e n d o s a r , o r d e n o y

m a n d o , r e a l d e c r e t o , s e h a c e s a b e r , s i h u b i e r e lu g a r , s i p r o c e d e , s o l i c i t a , t e n g o a b i e n , etc. Su uso extemporáneo ilustra el r e d i c h i s m o madrileño, tantas veces imputado sin pruebas testimo­niales, solo por la cadencia locutiva.

17. La incorporación de una palabra excéntrica al registro de su contexto, la fruición con la insólita o exótica, el jugueteo con variaciones fónicas de los significantes, etc., según he procurado mostrar, solazan también a escritores madrileños, sin más diferencia, respecto del pueblo, que la contención en el ejercicio lúdico. De Salinas recuerda un testigo51 cómo le gustaba decir c o p i r i , oído en una imprenta, por c o p y r i g t h , «con la más retorneada delectación y

46 Recogida por F. Ros, «Notas parciales sobre Arniches». C H A , 1953, 16, 297-314; 302.47 C. Arniches, L o s a te o s , en S a in e te s . Madrid, Calleja, 1918, 312.48 En el pasaje antes citado, Baroja añade que Beltrán usaba palabras «de las afueras» de Madrid; saboreaba otras

«de caló y de germania», que conocía abundantemente.49 Ajeno lógicamente al interés presente, el libro de L. Calvo Ramos, I n tr o d u c c ió n a l e s tu d io d e l l e n g u a je

a d m in i s t r a t iv o . Madrid, Gredos, 1980.50 P. Salinas y J. Guillén, C o r r e s p o n d e n c ia . . . , 91.51 H. Capote, «Memoria de Pedro Salinas». E s tu d io s a m e r ic a n o s , 1952, 4, 55-62; 58. Arniches fue su modelo

para L a e s t r a to e s f e r a , escrita, valga decir, en d ia l e c t o c h a m b e r i l e w , la forma de su primera palabra, s a lu z , presagia el resto.

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con la más pura fonética del inglés de Chamberí. Presumía de saber de eso más que el mismo Arniches». Su correspondencia refleja este hábito en muy diversas formas. Una —irán apare­ciendo más— de particular agudeza, en carta, 1924, a Guillén52: B u s c o l a t r a d u c c ió n d e haikai e n e u s k a r a [...], p r o b a b l e m e n t e a d o p t a r é jai alai. De 1929, al mismo destinatario53: T e s i e n t o

p r e o c u p a d o interlinealmente, es equiparable a la anécdota consignada en § 15.En Ortega, la complacencia verbal llega a muy peculiares cotas54. No es grave exageración

afirmar que en cualquier página suya el lector encuentra, cuando menos, una palabra nueva o sorprendente, bien por su significante, bien por su significado. Unas veces, la novedad estará provocada por necesidad onomasiologica. En la mayoría, revela el placentero ejercicio de la función poética, cuyo efecto queda en el mero ornamento o, esporádicamente, sirve al eufemis­mo, la ironía, etc. Con suma facilidad se atestigua ese regusto, pero ninguna prueba mejor que la confesión, expresa o latente, del autor. Escribe Ortega55: A l a e v e n t u a l i d a d o chance [...] c o r r e s p o n d e [.. .] l a e v e n t u a l i d a d d e rentrer bredouille. Y anota: ¿ H a y e n e l v o c a b u l a r i o c a s t i z o

d e l a c a z a u n a e x p r e s i ó n q u e d i g a e s t o t a n s a b r o s a m e n t e c o m o lo d i c e l a l e n g u a f r a n c e s a ? M e

i n t e r e s a r í a a v e r i g u a r l o .

A mi entender, la función poética se manifiesta de modo insistente y muy particular mediante las rupturas diafásicas (s i t u e n ia u e r b o !): sea el paso de un registro a otro, más elevado o más bajo56; sea el cambio de una lengua, el español, a otra, clásica o moderna; sea la suplantación de una palabra española por un barbarismo57; sea la acumulación de sinónimos funcionales en una o varias lenguas (alguna vez, sin consignar término español); sea el desvelamiento semántico; etc., recursos concurrentes muchas veces en una misma secuencia. Algunos ejemplos: S o m o s u n o s

parvenus, u n o s golfos, u n o s arrivistas, c o m o d i c e n messieurs les français58.— L o ficticio, l o dado, lo gegeben59.— L a s e r e n i d a d ( ¡ s í s e ñ o r ! l a sofrosine)60.— U n o r d e n reducido, borné61.— [Un crítico teatral repartía] l a s a l a b a n z a s y l a s c e n s u r a s s e g ú n u n régimen financiero62.— U n desafío a l c o s m o s , u n s o b e r b i o malgré lui63.— L o q u e s u g e s t i v a m e n t e l l a m a percepturitio, e s d e c ir , une tendance à nouvelles perceptions64.— L o s bourgeois d e O c c i d e n t e 65.— E l e t e r n o malentendu e n tr e

52 P. Salinas y J. Guillén, C o r r e s p o n d e n c ia ...,47.53 Ib., 99.54 «Se complacía con las palabras, las castellanas, las latinas, las griegas, las alemanas; las acariciaba y les

preguntaba el secreto de sus tiempos». A. Rosenblat, O r te g a y G a s s e t . L e n g u a y e s t i lo . Caracas, Universidad Central, 195S, 19. Esta obra y la de R. Senabre, L e n g u a y e s t i lo d e O r t e g a y G a s s e t . Salamanca, Universidad, 1964, ilustran bien las peculiaridades léxicas de Ortega.

55 J. Ortega y Gasset, L a c a z a ..., 47.56 Este será el más llamativo en Ortega, a causa del alto registro usual de sus obras. Me falta espacio para demorar

la explicación. Apuntaré solo que en L a c a z a la exposición propia del género didáctico cede al deleite verbal, salpicada de espléndidas frases suntuarias como: L o s m i le n io s h a b ía n t e j id o la s p r o d ig io s a s c a p a s p lu v i a l e s d e l iq ú e n e s y h o n g o s ,

abundan otras antitéticas como: ¿ Q u é d ia b l o d e o c u p a c ió n e s é s t a ?.— S e le h a c e la b o c a a g u a .— N o s q u e d a e l r a b o

p o r d e s o l l a r , y palabras como p e l ia g u d o , r e p ip i e z , etc.57 A este respecto no será ocioso recordar la presencia en Arniches de galicismos y anglicismos en boga, con las

oportunas distorsiones de efecto cómico. Distorsiones que, lejos de esa finalidad, se hallan en Ortega, como enseguida diré.

58 Carta, 1904, en E p is to la r io c o m p le to O r i e g a - U n a m u n o . Ed. y notas de L. Robles y A. Ramos. Madrid, El arquero, 1987, 30,

59 Carta, 1910. Ib., 163.60 Carta, 1907. Ib., 159 (en caracteres griegos).61 J. Ortega y Gasset, «Leyendo el A d o lf o , libro de amor» [1916], en O . c . , II, 24-27; 24.62 Id., «Estética en el tranvía» [1916], ib., 32-38; 35.63 Id., «Tres cuadros del vino» [1916], ib., 48-56; 55.64 Id., «Ideas sobre Baroja» [1916], ib., 67-123; 75.65 Id., L a r e b e l ió n d e la s m a s a s [1930]. Madrid, Alianza, 1988, 197.

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in g l e s e s y e s p a ñ o l e s 66.— Yo l a [convicción] he abrigado [...]. S e r í a in t e r e s a n te a v e r i g u a r p o r q u é

n u e s t r o i d io m a s u p o n e q u e l a s c o n v i c c i o n e s y la s e s p e r a n z a s s o n t o d a s bronquíticas y n e c e s i t a n

ser abrigadas66 67. Junto a innumerables casos como los citados, cuentan las pruebas —las he llamado latentes— indicativas de un apasionamiento atolondrado. Desvelo algunas.

El joven Ortega escribe68: S o n pasteach c u l t u r a l e s . Su afán por el realce léxico le lleva a crear, sin pararse en barras (él mismo lo hubiera juzgado así), un fantasma en el vocabulario inglés, desde el francés p a s t i c h e s , conocido de oídas. También69: S in f u e n t e s hontas. Interpreto el nuevo fantasma como anticipo fallido de una creación (h o n t a n a r ) que posteriormente reitera­rá70. En plena madurez incurre en algún lapsus similar, sin duda arrastrado en la elección léxica por el prurito poético, superior al cuidado y a la reflexión. El pasaje71: S o n u n s e c r e t o d e l a

h i s t o r i a d e l t o r e o q u e n o v o y a aventar a q u í . E s p e r e e l l e c t o r l a p u b l i c a c i ó n , parece advertir que no va a descubrir el secreto. Pero al verbo a v e n t a r no pertenece el significado ‘descubrir’, sino el de ‘difundir’. Por eso estimo que ha querido decir, con vulgarismo semántico intencionado (cf. supra), notable el talante descarado de todo el pasaje, r e v e n t a r .

Espero haber mostrado que un mismo impulso poético, con diferente envoltura, distorsiona el vocabulario en Salinas, en Ortega y en el S e ñ o r A d r i á n e l P r i m o .

18. «La gente del pueblo —asegura Beinhauer72— tiende a ocultarse así [sustitución de y o por s e ] detrás de la generalidad refugiándose en esta expresión anónima». También con otros medios, entre ellos el circunloquio (cf. § 16), en el cual la satisfacción lúdica, de muy diversa naturaleza, queda patente: s u s e g u r o s e r v id o r , e s t e a m ig o , e l h i jo d e m i m a d r e , m e n d a ( l e r e n d a ) , etc.

Radicalmente distinta, por su naturaleza gramatical, es la automención con el pronombre u n o , procedimiento muy intencionado de enmascarar el y o (a la vez que e n g a ñ o a l o s o jo s , pues la situación, el gesto, la continuidad del diálogo, etc., lo revelan enseguida) para connotar falsa modestia, fingida indiferencia, participación cauta, etc. El pintor Solana (madrileño de 1886), tan entrañado en las clases populares, usaba u n o de modo habitual en la conversación, según quienes lo trataron. Lo mismo que Pedro Salinas73, alternando con s e (según quedó ya documen­tado): P a r a n o h a b l a r m á s d e uno.— S e q u e d a uno v a c i l a n t e .— P a r a v i v i r a q u í h a c e uno t a n t a

c o s a q u e n o q u e r r í a h a c e r [...]. H a c e r l a p a r a q u e n o c r e a n q u e s e r e s e r v a uno.— Uno s i e n t e l a

i m p o s i b i l i d a d a b s o l u t a , p a r a uno, d e v i v i r e n E s p a ñ a . Y a l m i s m o t i e m p o se r e s p e t a , y c a s i d i r í a

q u e se a p r u e b a , s u r e s u e l t a d e c i s i ó n .

No es difícil encontrarlo en Ortega. Elijo un pasaje74 en que, paradójicamente, reprueba el vulgarismo: M i v i d a h a c o i n c i d i d o c o n e l p r o c e s o d e c o n q u i s t a d e l a s c l a s e s u p e r i o r e s p o r l o s

m o d a l e s c h u l e s c o s . L o c u a l i n d i c a q u e n o h a e l e g i d o uno l a m e j o r é p o c a p a r a n a c e r .

66 Ib., 247.67 J. Ortega y Gasset, L a c a z a . . . . 52. La apostilla admite reformularse fácilmente como un chiste arnichesco.68 Carta, 1906, en E p is to l a r i o c o m p le to . . . , 58. Así lo interpretan los anotadores.69 Carta 1907, ib., 63. La grafía está clara, advierten los anotadores.70 Testimonia J. Marías, O r te g a . C ir c u n s ta n c ia y v o c a c ió n . Madrid, Revista de Occidente, 1960, 337: «Usa con

frecuencia la palabra h o n ta n a r , viva en el lenguaje, poco usada, de singular belleza fonética, capaz de hacer vibrar cualquier contexto».

En la misma correspondencia: L a intelligenz, c o m o d ic e n e n R u s ia (1914, 118).— T r a i t - d ’u n io n , (1917, 77).71 J. Ortega y Gasset, L a c a z a . . . , 46n.

72 W. Beinhauer, E l e s p a ñ o l c o lo q u ia l . Madrid, Gredos, 1978, 166.73 P. Salinas y J. Guillen, C o r r e s p o n d e n c ia . . . , 101, 105, 113, 439, respectivamente, y passim. Fuera de ella, en

carta a Dámaso Alonso, 1948, tras abominar del b r e b a je llamado w h is k y y encomiar el mazapán: O ja lá p u d ie r a uno d a r s e u n a v u e l te c i ta p o r la p la z a . D. Alonso, «España en las cartas de Pedro Salinas». ín s u la , 1952, 74, 1.

74 I. Ortega y Gasset, «Democracia morosa» [1917], en O. c., II, 133-137; 135. El texto copiado continúa así: «Porque antes de entregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Avapiés, claro es que ha adoptado más profundas y graves características de la plebe».

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A p u n te s p a ra la h is to r ia l in g ü ís t ic a d e M a d r id 721

Ejemplar, éste del costumbrista Díaz Cañabate75: Claro, uno, como es de Madrid, no puede apreciar esto [un fandanguillo]. Años después afirmaba Quilis 76 que «el uso de uno como impersonal está muy extendido».

19. A los rasgos fónicos antes señalados añado todavía otro, más constante, por natural, cuya configuración básica resiste ocasionales impulsos emocionales y, en consecuencia, más relevan­te para la caracterización. En 1948 sentaba Navarro Tomás77: «En el habla popular madrileña, el giro circunflejo, repetido como mecánica cantinela al final de los grupos melódicos, es un signo característico de entonación pasiva o dialectal». Huelga recordar que la inflexión circunfleja, propia de la entonación emotiva, con variadas connotaciones, falta en la enunciativa. Un lingüista colombiano78, con motivo de su estancia en Madrid el año 1965, hacía notar, por contraste con la bogotana, que en la entonación madrileña «lo más notable para mí son las constantes y profundas modulaciones circunflejas, cosa que está de acuerdo con la extraordina­ria emotividad del habla corriente». Esta descripción mereció un inmediato comentario de Navarro Tomás79: «La particular entonación que matiza las frases de tinte emocional y se caracteriza por el giro circunflejo de la voz repetido al final de cada grupo fónico, expresando cierto efecto de apremiante cordialidad persuasiva, hecho que denota la influencia expansiva de la típica melodía del habla vulgar madrileña tan imitada y divulgada por los intérpretes de los sainetes de Carlos Arniehes».

No parece necesario, ni aun posible, atribuir la aludida emotividad a continua aparición de hondos sentimientos exultantes o depresivos ni a su alternancia. Bien podría ocurrir —lo presento como hipótesis— que radicara en «la predisposición del pueblo madrileño al énfasis», advertida por Seco80. De ser así, se atestiguaría una nueva y fundamental presencia de la función poética.

20. Insistentemente denunciado, el laísmo se remonta en Madrid varios siglos. Sabida su presencia en autores clásicos madrileños81, unas breves puntualizaciones sobre su altura social en el siglo XX. Al dar Flórez82 escueta noticia con ejemplos de «la por le», apostilló Navarro Tomás83 que «no habían subido hace treinta años por encima del nivel del habla callejera», más una inmediata conclusión que estimo, cuando menos, precipitada. Atribuye el vulgarismo actual de Madrid a la inmigración rural, mientras que supone que no ocurrirá así en Toledo, Cuenca, Segovia y Avila, donde se mantendrá la diferencia entre cultos e incultos anterior a la guerra civil. «Madrid, por su parte, ha venido a perder el papel que le distinguía como centro señaladamente representativo del español normal».

Ahora bien, posteriores encuestas orales84 a personas cultas exigen una compleja matización, que aminora anteriores creencias: la(s), complemento indirecto femenino, solo alcanza un 5’7%

75 A. Díaz Cañabate, H is to r ia d e u n a ta b e r n a . Madrid, Espasa, 1945, 156. Estima su libro como «una evocación del Madrid que se fue».

76 A. Quilis, «Notas para el estudio del habla de Madrid y su provincia». A I E M , 1966, 1, 365-372; 372.77 T. Navarro Tomás, M a n u a l d e e n to n a c ió n e s p a ñ o la . México, s. e., 19663, 227.78 L. Flórez, «Apuntes sobre el español en Madrid. Año 1965». B I C C , 1966, 21, 156-171; 157.79 T. Navarro Tomás, «Vulgarismos en el habla madrileña». H , 1967, 50, 543-545; 544è.80 M. Seco, «Sobre un sufijo de la lengua popular», en S tu d ia H i s p a n ic a in h o n o r e m R . L a p e s a . Madrid, Gredos,

1972, III, 453-463; 462.81 Para varios de estos, cf. F. Marcos Marin, E s tu d io s s o b r e e l p r o n o m b r e . Madrid, Gredos, 1978.82 L. Flórez, «Apuntes ...», 162.83 T. Navarro Tomás, «Vulgarismos ...», 544è.84 A. Quilis y otros, L o s p r o n o m b r e s le, la, lo y s u s p lu r a l e s e n la le n g u a e s p a ñ o la h a b la d a e n M a d r id . Madrid,

CSIC, 1985, 208.

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722 E GONZÁLEZ OLLÉ

de los casos; en consecuencia, poco significativo. Pero al ser el laísmo constante con verbos de alta incidencia: d a r , d e c ir , h a b la r , v e r , etc., produce la impresión de estar generalizado.

Sin embargo, en Ramón Gómez de la Serna, madrileño (1888), frecuentador de barrios populares, unas calas85 dan la proporción de 25/1, favorable al laísmo. También lo refleja Pedro Salinas, incurso en laísmo hasta el punto de que en la segunda edición de sus P o e s í a s c o m p l e t a s

(Barcelona, 1981) su hija Solita, madrileña, introduce esta advertencia: «No se ha mantenido (como se hizo en las P o e s í a s c o m p l e t a s de 1955) el madrileñismo en el empleo de l a por le : ha sido suprimida esta peculiaridad lingüística (no obstante ser tan propia de Pedro Salinas) en todos los poemas que no lo requerían por su tema o por su tono». Tal reconocimiento acredita de nuevo, por quien mejor podía hacerlo, su adscripción al d i a l e c t o c h a m b e r i l e r o * 6. Así, de un montón de testimonios, en carta, 1912, a su futura esposa87: La e n v i a r é p o s ta l e s ' , en carta, 1928, a Guillén88: Entregarla l o s p o e m a s .

21. He procurado mostrar la comunidad de rasgos entre el habla popular madrileña y la propia de varios escritores del mismo origen, para establecer una imagen del habla de Madrid más real que la exhibida hasta ahora. Se podría objetar que aquéllos los revelan con parsimonia. Cierto. Pero en ese sentido, la proporción necesariamente ha de ser inversa a la existente con el costumbrismo literario, que los acumula y potencia para alcanzar variados fines89. En escritores como Salinas, Ortega, etc., se hallan dosificados: es preciso, según obras, rastrear su presencia; no constituyen los trazos definitorios de ellas. Aun así, el epistolario de Salinas rezuma popularismo madrileño, que llega hasta su poesía. El examen, aquí circunstancialmente preterido, de Ramón Gómez de la Serna, desde la elección, que no creación, de la palabra g r e g u e r í a 90,

muestra enseguida su radical atención, en diversos registros, hacia la función poética, tan afín al vasco Unamuno91 en el afán de desentrañar palabras.

No se me oculta que en escritores no madrileños, con decidida voluntad de estilo (por ejemplo, autores barrocos), algunos de aquellos rasgos alcanzan una intensa y extensa presen­cia, sumados a otros diversos, para conseguir altas metas literarias. Tal finalidad, con su exasperación formal, ni siquiera, obviamente, es entrevista por el hablante madrileño.

22. Confirmada, si he acertado, la propuesta inicial de que el habla de Madrid prima bastan­tes recursos peculiares de la función poética, procede averiguar sus repercusiones. Aun sin

85 S. Fernández Ramírez, G r a m á t ic a .... 201.86 En el mismo sentido, la afirmación, aun imprecisa, de A. del Río, «El poeta Pedro Salinas. Vida y obra». R H M ,

1941, 7, 1-32; 5, sobre «el aire de hombre seguro, muy madrileño, que tiene en la vida; un dejo castizo que asoma alguna vez en su poesía». Como última de las coincídentes referencias aquí consignadas sobre Salinas, el recuerdo de su hija Solita, «Un poeta en Baltimore», D ia r io 1 6 , 23.XI.91. Al dicho de Juan Ramón Jiménez: «Yo no hablo inglés para no estropear mi español», oponía: «Yo no hablo inglés para no estropear el inglés». En efecto, con él ejercía la función poética, igual que con español; de ahí suplantaciones como s o r b e te por s u r v e y . Además, «procuraba ahuyentar la nostalgia de la lengua hablada, la oída de niño en su Madrid, leyéndonos obras de Arniches, oyendo discos de la Chelito o antiguos chotis como E l C ip r ia n o o E l E s ta n is la o » . Fruto mayor de esta actitud, su citado sainete L a e s tr a to e s f e r a .

87 P. Salinas, C a r ta s d e v ia je . Ed. de E. Bou. Valencia, Pre-textos, 1996, 27.88 P. Salinas y J. Guillén, C o r r e s p o n d e n c ia 89.89 Por ser cuestión marginal, un solo ejemplo, antes aludido (§ 14), de Arniches. Por su nivel social ya resulta

cómico llamar P o m p a d u r (sic) a cierto personaje. Luego se apocopa en P o m p a y, como es una m ia j i t a t r i s te , acaba con el mote de P o m p a f ú n e b r e .

90 F. González Ollé, «N o m e n , o m e n . Sobre el origen de g r e g u e r ía y de la greguería». H o m e n a je a F r a n c is c o

Y n d u rá in . Pamplona, Príncipe de Viana, 2000, 165-188.91 Descartada así toda apariencia de determinismo, no conviene olvidar que en la historia literaria española están

ya fijadas etiquetas caracterizadoras según la procedencia regional: escritores andaluces, aragoneses, gallegos, etc. Aunque muy prematuramente, también cabría presuponer la de madrileños.

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pretenderlo el hablante —queda claro en varios testimonios aducidos— la función conativa también gana fuerza, pues el oyente se verá sorprendido y, por tanto, obligado a aguzar su inteligencia para descifrar el mensaje.

La mayoría de estas creaciones resulta efímera; algunas pueden recibir su pronta lexicalización, con la amenaza de hacerse opacas y aun de alterar su significado. Muy otra es la suerte de las procedentes de obras literarias (J u l iá n , q u e t i e s m a d r e .— S a n s e a c a b ó .— P a m í, q u e n i e v a .— A n d a y q u e t e o n d u l e n .— Etc.): la fijación y repetición de éstas facilita su arraigo.

23. Sita la época dorada del madrileñismo lingüístico, según se acepta, antes de mediar el siglo XX, mi estudio resulta ya histórico. No constituiría novedad atestiguar aquél en los últimos decenios del siglo XIX. Sí descubrir precedentes de notable mayor antigüedad. Conoz­co varios, de los que ahora copio uno92, datado a finales del siglo XVII, partícipe de rasgos arriba examinados.

Al acercarse un galancete ruínmente vestido hacia dos mozuelas de humilde y desenvuelta condición, una de ellas le saluda así: S e r v i to r , s e o r c h u la m p o , z e r o d e l a m a n z a . Un espectador de la escena pregunta a su compañero qué significa tal saludo. Ésta es la respuesta: E n a q u e l

m e t r o l e l l a m ó z a p a t e r o d e v i e jo , q u e f u e c h u lo d e l c e r o t e d e l a m a n z a n a .

24. Como dije al principio, los a p u n t e s aquí trazados y, por imperativo de espacio, abruptamente interrumpidos no permiten aún adivinar una completa imagen lingüística de Madrid. Espero continuarlos en otra ocasión con los que ya tengo en cartera y con cuantos alcance a enriquecerlos.

9 2 F. S a n to s , El vivo y el difunto. P a m p lo n a , 1 6 9 2 , 7 6 .