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1 MÁSTER EN CIENCIA DEL LENGUAJE Y LINGÜÍSTICA HISPANA PRAGMÁTICA Y COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA Profesoras: Victoria Escandell Vidal- Aoife Kathleen Ahern Alumna: Paloma Losada Romero TEMA 6. CODIFICACIÓN E INFERENCIA 6.1. El modelo del código frente al modelo inferencial A primera vista, podría decirse que la comunicación se produce cuando dos mecanismos se transfieren pensamientos entre sí a través de una modificación sensorial del entorno común (o “señal”). Como no hay una relación lógica entre los pensamientos transmitidos y la señal, tiene que haber un código, un sistema que asocie convencionalmente las señales con los conceptos, para que la transmisión sea posible. Esta explicación de la comunicación, intuitiva y sencilla, predominó durante mucho tiempo en la mayoría de los estudios lingüísticos, siendo los modelos más conocidos los de Roman Jakobson o Shannon y Weaver. Sin embargo, en la práctica, los pensamientos casi nunca se reproducen exactamente. Cualquier ejemplo de comunicación lingüística revela numerosas inadecuaciones entre esas correspondencias establecidas por el código y lo que los interlocutores interpretan en realidad. Solo con el recurso al código no podríamos explicar cómo los hablantes resuelven ambigüedades, completan elipsis y otras secuencias incompletas, identifican los referentes de palabras como pronombres, o la fuerza ilocutiva, interpretan tropos o recuperan la información implícita que responde a intenciones no coincidentes exactamente con lo que se dice. En todos estos procesos de interpretación intervienen, además del código, diversos factores contextuales (la situación de comunicación, el entorno lingüístico, factores culturales y sociales...), y además implican que los participantes no se limiten a codificar o descodificar, sino que pongan en juego también sus conocimientos, creencias o deseos. El primer paso realmente significativo para dar una explicación sistemática a estas aparentes inadecuaciones vendría, curiosamente, no del ámbito de la Lingüística, sino de la Lógica. Continuando la tradición de la filosofía que se preguntaba por las diferencias entre los enunciados lógicos y el uso cotidiano del lenguaje, Paul Grice llegó a la conclusión que estas diferencias no estaban en los enunciados mismos, sino en la intervención de factores conversacionales. Según su modelo, un emisor racional intenta respetar determinados estándares, que él sistematiza en el Principio de Cooperación, enunciado como sigue: haga que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito o la dirección del intercambio comunicativo en el que está usted involucrado. Esa regla fundamental se concreta en una serie de “máximas”: cantidad (proporcione toda la información necesaria y no más información de la necesaria); cualidad (no diga lo que cree que es falso-no diga algo de lo que no tenga pruebas); relación o relevancia (sea relevante); y modalidad o manera (evite la ambigüedad, sea breve; sea ordenado). Aunque no es un principio prescriptivo, sino descriptivo, los hablantes cuentan con que se respeta, y combinan esas expectativas con el contexto para inferir la intención de su interlocutor. La visión de Grice establece un límite claro entre lo que se dice (lo explícito) y lo que se comunica, que es mucho más amplio. La distancia entre estos dos contenidos está constituida por lo implícito, y el modelo griceano, de base lógica y conversacional, pretende explicar esas inferencias que los hablantes

Apuntes Pragmática Largo

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Resumen sobre la Teoría de la Relevancia y sus aplicación al estudio de la lengua

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MÁSTER EN CIENCIA DEL LENGUAJE Y LINGÜÍSTICA HISPANA

PRAGMÁTICA Y COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA

Profesoras: Victoria Escandell Vidal- Aoife Kathleen Ahern

Alumna: Paloma Losada Romero

TEMA 6. CODIFICACIÓN E INFERENCIA

6.1. El modelo del código frente al modelo inferencial

A primera vista, podría decirse que la comunicación se produce cuando dos mecanismos se transfieren

pensamientos entre sí a través de una modificación sensorial del entorno común (o “señal”). Como no hay

una relación lógica entre los pensamientos transmitidos y la señal, tiene que haber un código, un sistema

que asocie convencionalmente las señales con los conceptos, para que la transmisión sea posible. Esta

explicación de la comunicación, intuitiva y sencilla, predominó durante mucho tiempo en la mayoría de los

estudios lingüísticos, siendo los modelos más conocidos los de Roman Jakobson o Shannon y Weaver.

Sin embargo, en la práctica, los pensamientos casi nunca se reproducen exactamente. Cualquier

ejemplo de comunicación lingüística revela numerosas inadecuaciones entre esas correspondencias

establecidas por el código y lo que los interlocutores interpretan en realidad. Solo con el recurso al código no

podríamos explicar cómo los hablantes resuelven ambigüedades, completan elipsis y otras secuencias

incompletas, identifican los referentes de palabras como pronombres, o la fuerza ilocutiva, interpretan

tropos o recuperan la información implícita que responde a intenciones no coincidentes exactamente con lo

que se dice. En todos estos procesos de interpretación intervienen, además del código, diversos factores

contextuales (la situación de comunicación, el entorno lingüístico, factores culturales y sociales...), y además

implican que los participantes no se limiten a codificar o descodificar, sino que pongan en juego también sus

conocimientos, creencias o deseos.

El primer paso realmente significativo para dar una explicación sistemática a estas aparentes

inadecuaciones vendría, curiosamente, no del ámbito de la Lingüística, sino de la Lógica. Continuando la

tradición de la filosofía que se preguntaba por las diferencias entre los enunciados lógicos y el uso cotidiano

del lenguaje, Paul Grice llegó a la conclusión que estas diferencias no estaban en los enunciados mismos,

sino en la intervención de factores conversacionales. Según su modelo, un emisor racional intenta respetar

determinados estándares, que él sistematiza en el Principio de Cooperación, enunciado como sigue: haga

que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito o la dirección del

intercambio comunicativo en el que está usted involucrado. Esa regla fundamental se concreta en una serie

de “máximas”: cantidad (proporcione toda la información necesaria y no más información de la necesaria);

cualidad (no diga lo que cree que es falso-no diga algo de lo que no tenga pruebas); relación o relevancia (sea

relevante); y modalidad o manera (evite la ambigüedad, sea breve; sea ordenado). Aunque no es un principio

prescriptivo, sino descriptivo, los hablantes cuentan con que se respeta, y combinan esas expectativas con el

contexto para inferir la intención de su interlocutor.

La visión de Grice establece un límite claro entre lo que se dice (lo explícito) y lo que se comunica,

que es mucho más amplio. La distancia entre estos dos contenidos está constituida por lo implícito, y el

modelo griceano, de base lógica y conversacional, pretende explicar esas inferencias que los hablantes

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extraen de los enunciados, según dependan de las palabras (presuposiciones e implicaturas convencionales)

o del respeto o violación de las máximas que constituyen el principio de Cooperación (implicaturas

conversacionales).

De esta manera, en el análisis lingüístico se añadió un nivel nuevo (el pragmático) a los ya existentes

(fonológico, sintáctico y semántico), llegando a una explicación por la cual primero se descodifica el

significado explícito de la oración y después se completa ese mensaje lingüístico para inferir la intención del

hablante. El lenguaje hace posible la comunicación, pero no necesitamos codificar todo lo que queremos

decir, o codificarlo exactamente, porque podemos confiar en la inferencia (la capacidad para extraer

deducciones a partir de un supuesto o una actuación) para que el oyente lo reconstruya a partir de sus

conocimientos, del contexto y del contenido codificado.

A partir de ahí, la aportación más trascendente al estudio de los procesos de interpretación de

enunciados llegaría en los años 80 del pasado siglo, con la Teoría de la Relevancia postulada por Sperber &

Wilson, que parte de la visión lógica y conversacional de Grice para adaptarla a un enfoque cognitivo. Estos

autores toman del Principio de Cooperación griceano dos ideas clave: la importancia del reconocimiento de

la intención del hablante en los procesos de comprensión y la idea de que las emisiones lingüísticas generan

unas expectativas (para Grice, basadas en el Principio de Cooperación) que influyen en el proceso.

Rechazan, sin embargo, la necesidad de postular un principio de cooperación y su conjunto de máximas (ya

que, como veremos, consideran que todas ellas pueden limitarse a la de relevancia), la limitación de la

pragmática al estudio de implícito, y la interpretación del lenguaje figurado o indirecto como violación de las

máximas. Por el contrario, la Teoría de la Relevancia integra los procesos de comunicación verbal en una

visión global de la cognición y de la comunicación humanas, de manera que la inferencia, determinada por el

principio de relevancia, no es ya un proceso añadido a la codificación o que afecte solamente a los

contenidos implícitos, sino el mecanismo que orienta todos los aspectos del proceso comunicativo.

En conclusión, el modelo inferencial interpreta la comunicación no como una mera transmisión de

información entre dos mecanismos, sino como un proceso interpretativo en el que el destinatario es capaz

de manipular las evidencias proporcionadas, combinándolas con su conocimiento del contexto y con las

expectativas que tiene sobre la comunicación, para INFERIR contenidos que van más allá de lo estrictamente

comunicado.

6.2. Los procesos de inferencia

Por tanto, en una explicación inferencial de la comunicación, los enunciados lingüísticos son solo un

medio para llegar a interpretar la intención del hablante, siguiendo un proceso en el que intervienen

diversos factores, lingüísticos y extralingüísticos, y en el que el contexto juega un importante papel.

Ahora bien, manejar las diversas informaciones que se combinan para dar lugar a la inferencia requiere

que estas tengan una naturaleza común. Desde un punto de vista cognitivo, esto no presenta ningún

problema porque se considera que la mente trabaja con representaciones, de manera que los diversos

factores que intervienen en un proceso inferencial (el propio enunciado, el entorno físico, los participantes

reales, los conocimientos sobre el mundo), lo hacen a través de las construcciones mentales que los

interlocutores se hacen de ellos, y tienen por tanto una naturaleza similar, lo cual permite que la mente

pueda combinarlas en el proceso interpretativo. Además, desde este punto de vista, el fin último de la

comunicación no es estrictamente duplicar los pensamientos, sino incrementar el espacio del entorno

cognitivo mutuo, constituido por las representaciones comunes a los entornos cognitivos individuales de los

participantes.

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En muchos estudios pragmáticos, comenzando por Grice, se consideró la inferencia como una capacidad

añadida a las tradicionalmente reconocidas por la Lingüística. Sperber &Wilson, sin embargo, creen que la

comunicación es primero una cuestión de inferencia, y que el lenguaje es un añadido. Para ellos, la

comunicación comienza en el momento en que nuestros ancestros comenzaron a comprender el

comportamiento de otros como algo cargado de una intención. En el ejemplo de Sperber (How do we

communicate?), cuando Jack ve a Jill recogiendo frutos, es capaz de predecir que tiene la intención de

comerlos. Incluso en ausencia del lenguaje, puede deducir la intención que existe detrás de una acción

porque posee una “teoría de la mente”, una capacidad para hacerse representaciones de las

representaciones de sí mismo y de los otros (meta-representaciones). Puede también inferir creencias, como

la de que esos frutos son comestibles, y aprovecharse de ese conocimiento. Pero además, Jill, que posee esa

misma capacidad y por tanto es capaz de predecir las inferencias de Jack, puede utilizarla para comunicarle

intencionalmente su creencia de que los frutos son comestibles solamente haciendo el gesto de recogerlos.

La capacidad inferencial es por tanto previa al lenguaje, y afecta en general a todo tipo de comunicación

humana. Es un proceso por el que se reconstruyen los vínculos entre una señal indicial y el contenido al que

esta se refiere, utilizando conocimientos extralingüísticos e integrando contenidos de diferentes

representaciones internas. Cuando un hablante utiliza consciente e intencionalmente esa capacidad, hace

manifiesta la intención de hacer manifiesto algo (manifiesto es un hecho que un individuo puede

representarse mentalmente), decimos que su comportamiento es ostensivo. De esta forma, en una

comunicación intencional, la ostensión (por parte del emisor) y la inferencia (por parte del destinatario) son

procesos estrechamente relacionados: el destinatario capta la intención del emisor porque este produce

conscientemente un estímulo para que esta sea captada, y para que la comunicación se lleve a cabo con

éxito es necesario que la persona que recibe el estímulo lo perciba como intencional.

En el caso de la comunicación verbal, ese proceso ostensivo-inferencial se ve completado por el de

codificación-descodificación, indispensable para producir y captar el estímulo que, combinado con otros

supuestos, dará origen al proceso interpretativo. La capacidad inferencial procesa así representaciones de

fuentes diversas, combinando las informaciones obtenidas de la descodificación lingüística con otras

contextuales (entendiendo por contexto el conjunto de representaciones que el individuo pone en juego

para procesar el estímulo que le llega). Se trata pues de un proceso por el que el destinatario otorga validez

a un supuesto sobre la base de la validez de otro supuesto (un supuesto es cada uno de los pensamientos

que un individuo tiene catalogados como representaciones verdaderas del mundo).

De esta manera, Sperber &Wilson integran el lenguaje en las demás capacidades cognitivas: el uso del

lenguaje es resultado de la manera en que interactúan el sistema lingüístico y otras capacidades generales,

una articulación específica y genéticamente predeterminada que resulta de nuestra adaptación al medio y

de la que el lenguaje se aprovecha en mayor medida.

6.3. La asignación de recursos cognitivos y la selección del contexto

6. 3.1. El papel de la inferencia en la cognición: Principio Cognitivo de Relevancia

La cognición humana está orientada a incrementar el conocimiento individual, mediante la selección de

inputs relevantes. Dicho de otra forma, nuestros sistemas cognitivos están diseñados para seleccionar, entre

todos los estímulos que nos rodean, aquellos más prominentes, y procesarlos de la manera más eficaz

posible, de forma que podamos gestionar de manera eficaz los recursos cognitivos limitados de los que

disponemos para incrementar nuestro “entorno cognitivo” (el conjunto de representaciones que nos

hacemos sobre el mundo real), y mejorar así nuestro conocimiento sobre el mundo.

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Cuando un input se relaciona con la información previa que posee el sujeto, provoca algún resultado en

su representación mental del mundo (un efecto cognitivo), que le permite incrementar su entorno cognitivo,

confirmando, revisando o abandonando los supuestos anteriores. La inferencia es el proceso por el que un

supuesto (la información nueva) se acepta al ser comparado con otros previos. La información que no da

lugar a efectos contextuales (porque no hay interacción con la información previa, porque el nuevo supuesto

no modifica la fuerza de los anteriores, o porque la información es incoherente con respecto a un supuesto

anterior, y más débil que él) se dice que es irrelevante.

Ahora bien, resultaría imposible para el ser humano procesar, o siquiera evaluar, la enorme cantidad de

información potencial que le rodea: entre todos los estímulos que le rodean, debe seleccionar solo aquellos

que producen mayores efectos cognitivos en un contexto dado. Esos efectos se producen en función del

grado de fuerza de los supuestos implicados, ya que no todos representan el mundo con el mismo grado de

veracidad. La fuerza depende en primer lugar su propio procesamiento, de la manera en que se adquirieron,

siendo los más fuertes los que se adquieren por experiencia; los que se adquieren a través de otra persona

dependen del crédito que otorguemos a esa persona; en los obtenidos por deducción, la fuerza del supuesto

está en función de la fuerza de las premisas. Así pues, la fuerza es una propiedad funcional, y la relevancia

una cuestión de grado, con un carácter comparativo y no cualitativo.

Por otra parte, para evaluar la relevancia hay que tener en cuenta también el contexto, entendido como

el conjunto de representaciones que el sujeto pone en juego en un momento dado. Ese contexto no está

predeterminado, sino que puede elegirse, seleccionando los supuestos que intervendrán en el

procesamiento del nuevo: así, para procesar un estímulo, no es necesario activar todo el entorno cognitivo

del sujeto (lo cual, nuevamente, sería una tarea imposible), sino solo aquellos supuestos en base a los cuales

ese estímulo es potencialmente relevante. Esta selección requiere un esfuerzo que también es variable, y

que el sujeto también tiene en cuenta a la hora de decidir la relevancia de un estímulo, evaluando no solo la

relevancia de la información en sí (en función de su fuerza), sino la relevancia del esfuerzo exigido para su

procesamiento.

Así, por un lado, los efectos cognitivos aumentan la relevancia y, por otro, el esfuerzo requerido para

procesarlos la disminuye. Esta idea constituye lo que Sperber & Wilson llaman el Principio Cognitivo de la

Relevancia (o Primer Principio de Relevancia): el conocimiento humano tiende de manera natural a la

maximización de la relevancia, de modo que, en igualdad de condiciones, se escogerá el input que aporte

mayores efectos cognitivos o el que requiera menor esfuerzo de procesamiento.

6.3.2. El papel de la inferencia en la comunicación: Principio Comunicativo de Relevancia

La tendencia natural a maximizar la relevancia, junto con la capacidad humana para elaborar meta-

representaciones (representaciones de representaciones o estados mentales propios y ajenos), hacen

posible predecir y manipular los estados mentales de otros, ya que el emisor, por su propia experiencia

sobre la relevancia y la teoría de la mente que le hace consciente de ella, puede prever qué estímulo será

relevante para el destinatario, así como la manera en que puede atraer su atención para mostrárselo. Ahora

bien, para producir un estímulo relevante, que capte la atención del destinatario, el emisor no solo tiene que

transmitir la información, sino hacer manifiesta, ostensiva, su intención de transmitirla: cuando se presta

atención a un fenómeno, es porque se tienen unas esperanzas de relevancia. Si hay un estímulo ostensivo,

esas esperanzas se convierten en expectativas precisas, ya que al manifestar su intención de transmitir una

información, el emisor comunica al destinatario, de manera implícita, que el esfuerzo para procesar el

conjunto de supuestos que quiere transmitir merece la pena, y además que el estímulo que ha producido es

el que considera más apto para comunicarlos.

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En la comunicación humana hay, pues, dos niveles de información: la que se apunta intencionalmente

(intención informativa) y la de que la información apuntada directamente es mostrada de manera

intencional (intención comunicativa). Para acceder a la primera, el destinatario tiene que captar antes la

intención del emisor, y por eso la comunicación es ostensivo-inferencial (ostensiva desde el punto de vista

del emisor e inferencial desde el punto de vista del hablante): el emisor produce un estímulo que hace

manifiesto para él y para el destinatario que pretende, a través de ese estímulo, hacer manifiesto al

destinatario determinado conjunto de supuestos. La presunción de relevancia de los actos ostensivos se

añade, así, a la información sobre los efectos contextuales y el esfuerzo requerido.

En esto consiste el Principio Comunicativo de la Relevancia (o Segundo Principio de Relevancia): todo

estímulo ostensivo comunica la presunción de su propia relevancia óptima. Este principio se puede

fragmentar en dos: a) el estímulo es tan relevante que merece la pena procesarlo; y b) el estímulo es el más

relevante posible de acuerdo a las capacidades y preferencias del emisor.

El segundo aspecto hace innecesario el Principio de Cooperación postulado por Paul Grice: no es

necesario respetar ninguna “norma” o “máxima”, ya que el estímulo es el más relevante que el emisor desea

y puede producir. Si en la teoría griceana la inferencia se derivaba de la opción de seguir o no el Principio de

Cooperación, en el marco de la Teoría de la Relevancia los hablantes y los oyentes no necesitan conocer el

Principio de Relevancia; de hecho, no pueden elegir entre seguirlo o no, porque ese principio es una

generalización de características propias de la cognición humana y de la comunicación ostensivo-inferencial,

y consecuentemente se aplica sin excepción: la presunción de relevancia se comunica siempre, desde el

mismo momento en que alguien decide participar en una interacción.

6.4. La modelización de los procesos inferenciales

6.4.1. Proceso de interpretación

Del principio comunicativo de relevancia se extrae como corolario el proceso de comprensión, un

proceso inferencial no demostrativo, basado en hipótesis más que en deducciones lógicas. Ese proceso

consiste en una tarea global (inferir el significado del hablante), que se desarrolla en una serie de subtareas

pragmáticas: el destinatario toma el significado oracional codificado, lo enriquece a nivel explícito, extrae las

implicaturas necesarias, y se detiene cuando sus expectativas de relevancia se ven satisfechas o

defraudadas. Y así, gracias a la capacidad meta-representacional, el Principio de Relevancia organiza tanto la

producción como la interpretación: por un lado, el emisor selecciona, entre todos los enunciados posibles,

aquel que para su interlocutor pueda dar lugar a mayores efectos contextuales con menores costes de

procesamiento; desde el punto de vista del destinatario, la expectativa de relevancia se convierte en el

criterio para decidir cómo procesar y cuándo detenerse: se procesa tomando los supuestos contextuales en

el orden en que se presentan de manera espontánea en el individuo y se deja de procesar cuando se ha

logrado un equilibrio satisfactorio entre el esfuerzo y los efectos, ya que, al presumir que el emisor ha

elegido el estímulo más relevante, se hace innecesario continuar con el procesamiento. Llegamos así al

Corolario del Segundo Principio (o del Principio Comunicativo de Relevancia), que Sperber &Wilson expresan

así: Proceso de interpretación: siga la ruta del mínimo esfuerzo al computar los efectos cognitivos: pruebe las

hipótesis interpretativas en orden de accesibilidad. Deténgase cuando sus expectativas de relevancia se vean

satisfechas.

6.4.2. Proceso general de deducción

Hemos dicho ya que la inferencia se produce cuando un supuesto nuevo contrae una relación con un

supuesto o conjunto de supuestos existentes en el entorno cognitivo del sujeto, produciendo una

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confirmación o modificación del mismo en función de los efectos contextuales que se generan al

combinarlos.

La generación de efectos contextuales o implicaturas es un proceso deductivo, pero no en el mismo

sentido de la lógica, de ahí que se considere “no demostrativo”: en los procesos demostrativos, la verdad de

las premisas garantiza la verdad de la conclusión; la comunicación ostensivo-inferencial, sin embargo, es un

proceso no demostrativo, ya que la verdad de las premisas se limita a hacer probable, pero no garantiza, la

verdad de la conclusión. El sujeto maneja los supuestos en base a probabilidades, pero puede equivocarse.

Sin embargo, Sperber y Wilson, a diferencia de otros pragmáticos, consideran que los mecanismos

inferenciales, aun sin ser no demostrativos, también pueden describirse conforme a un sistema formal de

deducciones, regulado por un mecanismo deductivo, en el que intervienen diferentes capacidades

El punto de partida es un conjunto inicial de supuestos que se instalan en la memoria, y que está

compuesto la información nueva más el contexto. El mecanismo deductivo toma como input ese conjunto

de supuestos y sistemáticamente deduce conclusiones derivables del conjunto, y no de uno solo de ellos,

utilizando unas reglas de eliminación diferentes a las de la lógica estándar, lo cual le permite reducir el

número de conclusiones evitando aquellas que resultan innecesarias para ese proceso de comprensión.

Las reglas operan sobre los conceptos, que están compuestos de tres tipos de entradas: una lógica (las

reglas deductivas que se aplican a conjuntos de premisas en las que aparece ese concepto); otra

enciclopédica, (que contiene información sobre objetos, sucesos y propiedades que lo ejemplifican); y otra

léxica, (con información sobre la palabra o frase del lenguaje natural que lo expresa). El mecanismo

deductivo lee los supuestos iniciales y aplica a cada entrada de los conceptos que los componen dos tipos de

reglas: analíticas (tomando como base un solo supuesto, del que se derivan directamente las conclusiones

implicadas, que tienen la misma fuerza que el supuesto de origen); y sintéticas (tomando como base dos

supuestos diferentes, sin que la conclusión sea intrínseca a ninguno de ellos por sí solo, y que heredan la

fuerza de los supuestos originales, si es equivalente, o la del más débil, en caso de discrepancia). En primer

lugar, se derivan implicaciones analíticas del nuevo supuesto, y luego se elaboran todas las implicaciones

sintéticas que se pueden obtener por combinación del nuevo supuesto con otros supuestos ya existentes en

la memoria. Finalmente, se escriben las deducciones obtenidas, sin las redundancias y resolviendo los

conflictos en función a la fuerza relativa de los supuestos. Este procesamiento produce tres tipos de efectos

contextuales: la derivación de nuevos supuestos (implicaciones contextuales); el reforzamiento de viejos

supuestos; o la eliminación de supuestos viejos a favor de otros nuevos que los contradicen.

Así, utilizando esas reglas de eliminación, el mecanismo deductivo puede producir un conjunto limitado

de conclusiones a partir de un conjunto limitado de premisas, e incluso diferenciar implicaciones triviales/no

triviales, analíticas/sintéticas.

6.4.3. Codificación e inferencia

En el caso de la comunicación verbal, el estímulo que genera el proceso inferencial es el enunciado

lingüístico, por lo que al proceso de ostensión-inferencia, que permite identificar la intención del hablante,

hay que añadirle el proceso de codificación-descodificación, que permite dar forma a ese primer estímulo. Si

consideramos la comprensión como identificación de la intención del hablante, entonces la descodificación

no forma parte propiamente del proceso de comprensión, sino que se limita a proporcionar el input de ese

proceso.

Las primeras aproximaciones de la Pragmática atendían solamente a los procesos inferenciales que

explican la comprensión de contenidos implícitos (implicaturas), considerando lo explícito una producción

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exclusivamente del código. La Teoría de la Relevancia, sin embargo, ha demostrado que la inferencia,

determinada por el Principio de Relevancia, también afecta a la determinación de contenidos explícitos: para

identificar el referente de numerosos elementos lingüísticos (pronombres, expresiones definidas…), para

deshacer ambigüedades o para concretar expresiones vagas, el destinatario también sigue un proceso de

inferencia, basado en la determinación del supuesto más fuerte entre todos los que constituyen el contexto,

en función del Principio de Relevancia. El resultado de este nivel de inferencia se denomina explicatura.

Por otra parte, la descodificación y la inferencia, para la Teoría de la Relevancia, no son procesos

independientes o sucesivos, como se podría deducir del trabajo de algunos pragmáticos anteriores, sino que

se complementan mutuamente en todas las falses del proceso. Recordemos que el hablante intenta producir

un estímulo óptimamente relevante, para lo cual, además de atraer la atención del destinatario, debe

presentarlo de manera que provoque los máximos efectos contextuales al mínimo coste de procesamiento

posible. Este principio guía todos los aspectos de la comunicación humana, no solamente la extracción de

implicaturas, de modo que también en la codificación habrá, como veremos, elementos orientados a la

maximización de la relevancia, atrayendo la atención del destinatario o guiando la producción de inferencias.

Así, la Pragmática deja de ser un componente más del lenguaje, para pasar a definirse como el estudio de la

interacción entre un módulo lingüístico, que maneja los procesos de codificación-descodificación (siguiendo

la propuesta de Fodor), y unas habilidades inferenciales que tienen características propias del sistema

central (es decir, capaz de manejar la información de diferentes dominios procesada por otros módulos).

La información codificada, propiamente lingüística, da lugar a representaciones semánticas que no son

más que formas lógicas, esquemas del supuesto que se pretende comunicar, y que hay que completar

inferencialmente para llegar a las formas proposicionales, evaluables en términos de verdad (con contenido

verificativo-condicional). La primera tarea que debe realizar el destinatario en su proceso de interpretación

es identificar los contenidos explícitos que constituyen la forma proposicional. Esa tarea global se compone

de tres subtareas: desambiguación, identificación del referente, y enriquecimiento.

La segunda tarea es la identificación de las implicaturas, que se deducen de la combinación del

contenido explícito con el contexto, y para lo cual es necesario manejar unas premisas y unas conclusiones

implicadas. El hablante espera que el oyente sea capaz tanto de recuperar las premisas, (bien

recuperándolas de la memoria, bien construyéndolas para ese caso concreto) como de deducir las

conclusiones, porque se supone que ha sido manifiestamente relevante. Sin embargo, no todas las

implicaturas son igualmente manifiestas, porque no todas tienen la misma fuerza: son fuertes cuando la

manifestación mutua de la intención informativa es grande, pero pueden también implicar un conjunto

amplio de implicaturas más débiles, como en el caso del lenguaje figurado.

6.5. Codificación conceptual y codificación procedimental

La comprensión inferencial supone la construcción y manipulación de representaciones conceptuales. Si

la descodificación lingüística es el origen de este tipo de comprensión, tiene que codificar información de

dos tipos: conceptos (que permiten construir la representación conceptual) y procedimientos (que permiten

manipularla).

Los conceptos de codificación conceptual y codificación procedimental se fundamentan, por una parte,

en la distinción entre representación y computación, propia de la inteligencia artificial; y, por otra, en la

diferencia entre categorías léxicas y categorías funcionales establecida en el seno de la sintaxis generativa de

los años 80 (aunque no coincide exactamente con ellas). Las primeras, constituidas por las clases “mayores”

de palabra (sustantivo, verbo, adjetivo, adverbio, y, de un modo periférico, preposiciones), constituyen

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inventarios abiertos, tienen contenido descriptivo y sus propiedades son similares en todas las lenguas. Las

categorías funcionales, por su parte, constituyen paradigmas cerrados y de combinatoria restringida, no

tienen contenidos descriptivos, contribuyen a la interpretación de las categorías léxicas, son débiles fonética

y morfológicamente y varían mucho entre las lenguas (de hecho, son las que establecen los rasgos más

identificativos de las mismas).

La Teoría de la Relevancia retoma esta diferencia para clasificar los elementos lingüísticos en función de

la información que transmiten: algunas unidades codifican conceptos, representaciones conceptuales,

creando clases extensas y abiertas y con un contenido accesible a la introspección (que podemos explicar).

Las representaciones conceptuales tienen propiedades lógicas (entran en relaciones como implicación,

contradicción…) y veritativo-condicionales (representan estados del mundo).

Otras unidades codifican instrucciones, indican cómo manipular esas representaciones conceptuales,

guiando las inferencias del destinatario al especificar la manera en que las representaciones conceptuales

deben combinarse con la información contextual. El significado de este tipo de elementos es gramatical:

forman clases reducidas y cerradas, tienen contenidos no accesibles a la introspección y operan

necesariamente sobre representaciones de tipo conceptual. Al guiar la interpretación, estos elementos

constituyen una información computacional que restringe los procesos de inferencia, reduciendo el esfuerzo

de procesamiento y contribuyendo, consecuentemente, a aumentar su relevancia.

La diferencia entre codificación conceptual o procedimental es semántica, no pragmática (ya que remite

al código), pero los elementos procedimentales representan el puente de unión entre la descodificación y la

inferencia. De este modo la pragmática deja de verse como un componente o un nivel más de análisis

lingüístico (que se superpone a los tradicionales fonológico, semántico, sintáctico…) para convertirse en una

perspectiva general en el estudio del lenguaje.

TEMA 7. PROCESOS PRAGMÁTICOS

Los procesos pragmáticos son todos los procesos inferenciales que intervienen en la interpretación de

enunciados lingüísticos, permitiendo combinar inferencialmente la información obtenida en la

descodificación con otra información contextual. Como hemos visto en el tema anterior, son interpretativos

(no hay pautas fijas de combinación, los resultados son plausibles pero no seguros) y dependientes del

contexto (por lo cual no conocen límites al tipo y cantidad de representaciones que pueden manejar).

Hemos visto también que el proceso de comunicación verbal, cuyo objetivo es interpretar la intención

del hablante para ampliar el entorno cognitivo común, se compone de dos procesos interrelacionados: el de

codificación-descodificación, modular, que permite dar forma al estímulo ostensivo, y el de ostensión-

inferencia, que relaciona ese estímulo con otros supuestos (los que constituyen el contexto) para completar

la interpretación.

La comprensión inferencial supone la construcción y manipulación de representaciones conceptuales

(los supuestos). Una representación conceptual tiene propiedades lógicas: entra en relaciones lógicas

(implicaciones, contradicciones…), y puede funcionar como input de reglas inferenciales lógicas. También

tiene propiedades veritativo-condicionales, es decir, puede describir o caracterizar un estado de cosas. Pero

los procesos semánticos, constituidos por la codificación/descodificación del significado léxico y gramatical,

dan como resultado una representación muy esquemática, que no tiene en cuenta la información

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contextual. Son algorítmicos (se construyen de acuerdo a pautas fijas, que combinan los significados léxicos

de acuerdo con las instrucciones contenidas en la estructura sintáctica), e independientes del contexto, y no

pueden ser evaluados en términos de verdad, porque todavía no constituyen proposiciones. Para poder

desarrollar el proceso inferencial, pues, la primera tarea será convertir esa información algorítmica y

esquemática en proposiciones, en representaciones conceptuales con propiedades lógicas, para lo cual se

necesita reconstruir el contenido explícito mediante una serie de inferencias (las explicaturas). A

continuación, de ese contenido explícito, que ya es una proposición o representación conceptual, se extraen

las implicaturas (contenidos que hay que deducir basándose en supuestos anteriores) necesarias para

interpretar la intención del hablante.

7.1. Codificación conceptual y codificación procedimental

Como ya se ha dicho en el tema anterior, los procesos semánticos, que responden a la codificación, y los

pragmáticos, que producen inferencias, son autónomos, pero están conectados entre sí. No son sucesivos,

sino que se producen en paralelo y se van ajustando mutuamente, de forma que los contenidos codificados

lingüísticamente pueden tener repercusiones en los tres niveles (incluyendo los inferenciales). La forma

lógica producida por la codificación responde al Principio de Relevancia en el sentido de que las unidades

lingüísticas se orientan a atraer la atención del destinatario y guiar las inferencias que debe realizar para

reconstruir, primero, el contenido explícito, proposicional, y, finalmente, el implícito.

Hemos dicho también que las unidades lingüísticas pueden responder a una codificación conceptual

(que procesa contenidos de tipo representacional) o procedimental (instrucciones, indicaciones sobre cómo

combinar esos conceptos entre sí y con la información extralingüística). Estas instrucciones pueden guiar los

procesos semánticos (aquellas que indican relaciones de dependencia estructural, los indicadores de

función y concordancia), pero también los procesos inferenciales o pragmáticos, tanto los orientados a

restituir el contenido explícito, (procesos pragmáticos primarios), como los orientados a generar implicaturas

(procesos pragmáticos secundarios).

La diferencia entre codificación conceptual y codificación procedimental, como hemos visto, se inspira

en la clasificación de las categorías lingüísticas en léxicas y funcionales. Sin embargo, no hay una

correspondencia exacta entre ambas, ya que una responde a una diferencia lingüística y la otra a una

cognitiva. No se puede identificar el concepto de categoría léxica con el de significado conceptual, ya que

categorías léxicas como adverbios focalizadores, conectores y otros elementos tienen un significado

procedimental, que orienta la interpretación del hablante y la extracción de inferencias.

Sin embargo, las categorías funcionales sí son siempre procedimentales. Para Sperber & Wilson, una

entrada léxica (la información sobre las propiedades lingüísticas de las palabras) contiene un localizador

conceptual que puede remitir a dos nuevas entradas: una entrada lógica (de carácter computacional, los

tipos de encadenamientos deductivos posibles para ese término) y una entrada enciclopédica (de carácter

representacional, con información sobre la extensión y denotación de un concepto). La entrada léxica que

activan las categorías funcionales solo tiene significado computacional (remite sólo a una entrada lógica) y

carece de contenido representacional.

7.2. Procesos pragmáticos primarios

7.2.1. La determinación de las explicaturas

En un primer momento, en el seno de la Pragmática tendió a identificarse el nivel que Grice llamó “lo

dicho”, lo explícito, con el resultado de la codificación lingüística. Sin embargo, el propio Grice diferencia

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entre inferencias “convencionales” (entre ellas las “implicaturas convencionales”) que se derivan de las

palabras (codificadas semánticamente) aunque no afecten a la verdad de las proposiciones, diferenciándolas

de las implicaturas “conversacionales”, que se derivan del Principio de Cooperación. Por ejemplo, al

considerar las implicaturas convencionales transmitidas por los conectores discursivos, parece darles un

carácter conceptual: el mismo término “implicatura” indica que los concibe como proposiciones, y habla en

los mismos términos de lo implicado convencionalmente que de lo dicho. Ahora bien, cuando Grice trata

estos elementos como construcciones que contribuyen a lo implícito, está igualando lo explícitamente

comunicado con lo dicho, y las construcciones no veritativas caen automáticamente dentro de lo implícito.

La Teoría de la Relevancia tiene una concepción más amplia de lo explícito, y considera que la inferencia

no afecta solo a las implicaturas, sino que interviene también en las explicaturas que permiten el paso de

una forma lógica codificada, la oración (que, como ya se ha dicho, es solo un esquema, una representación

semántica abstracta, sin condiciones veritativo-condicionales) a una forma proposicional completa,

mediante inferencias que permiten asignar referentes, resolver ambigüedades y precisar expresiones vagas.

A ese supuesto explícitamente comunicado, que va más allá de la codificación, se le denomina explicatura, y

los procesos pragmáticos que llevan a ella constituyen los procesos pragmáticos primarios.

Los procesos inferenciales que determinan las explicaturas se componen de tres fases. La primera es la

desambiguación, consistente en la selección del significado adecuado en cada contexto para significantes

con varios significados asociados (por ejemplo, palabras como gato, que pueden referirse a diferentes

objetos, o como gafas, que pueden remitir a uno o varios objetos). Otra tarea es la asignación de referente,

especialmente clara en el caso de elementos anafóricos o deícticos, pero también en otros como los

sintagmas definidos (el libro). Finalmente, se hace necesario el enriquecimiento o especificación de

expresiones vagas: por ejemplo, una expresión como la casa de Pedro puede referirse a la que tiene en

propiedad, la que alquila, la que ha construido… Todas estas decisiones se toman de modo automático e

inconsciente, conforme al Principio de Relevancia, ya que solo si la elección más evidente no funciona

realizamos un proceso consciente de selección. Por otra parte, las proporciones relativas de intervención de

los procesos de codificación y de inferencia en la determinación de las explicaturas permiten hablar de

grados de explicitud.

Pero un enunciado no es solamente la proposición expresada por él, sino que además sitúa esa

proposición en una descripción de nivel superior, la descripción de un acto de habla o de una actitud. Estas

descripciones se reconstruyen también de modo inferencial, por lo que sería conveniente diferenciar entre

explicaturas de nivel inferior (que reconstruyen la forma proposicional) y explicaturas de nivel superior

(representaciones que caracterizan la acción verbal y la actitud del emisor). Desde un punto de vista

cognitivo, las explicaturas de alto nivel son representaciones conceptuales, ya que pueden ser verdaderas o

falsas por sí mismas, pero esas condiciones veritativo-condicionales no contribuyen a la verdad/falsedad de

las proposiciones presentes en el enunciado (los portadores de condiciones de verdad no son los enunciados

sino las representaciones conceptuales, las proposiciones que expresan).

7.2.2. Restricciones procedimentales sobre las explicaturas

La determinación de explicaturas se ve favorecida, como todos los procesos inferenciales, por

determinados elementos procedimentales de la codificación, que, en base a la diferencia entre explicaturas

de nivel inferior y de nivel superior, pueden ser también proposicionales (permiten la asignación de

referentes) o de nivel superior (restringen las posibilidades ilocutivas del enunciados). Estos elementos

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restringen la inferencia de explicaturas proporcionando indicios que guían la interpretación, y contribuyendo

a la relevancia al aminorar el esfuerzo del procesamiento.

Las restricciones procedimentales a las explicaturas de nivel inferior proporcionan instrucciones para

la asignación de referentes, que es un proceso inferencial porque debe ser completado con supuestos

contextuales, y por tanto requiere una selección del contexto. Contribuyen pues a la determinación de la

proposición expresada por el enunciado, y por tanto a sus condiciones de verdad (la información sobre

referentes es necesaria para poder evaluar el enunciado en términos veritativo-condicionales). Este tipo de

restricciones está determinada por elementos deícticos, determinantes y los morfemas verbales de tiempo.

Los primeros, a los que Victoria Escandell agrupa en una categoría a la que llama “determinantes

definidos”, son los artículos definidos, los demostrativos y los pronombres personales. La propiedad que

tienen en común, la “definitud”, es una instrucción que permite al destinatario acceder a una representación

mental adecuada al referente, garantizando que esa representación mental es inmediatamente accesible.

Induce así a construir los supuestos contextuales necesarios y a combinarlos con la información léxica para

localizar al referente. Esta visión explica casos muy variados de los significados que habitualmente se han

atribuido al artículo definido (primera mención, acomodación, usos deícticos y anafóricos, etc.). Algunos de

ellos, como los demostrativos, codifican instrucciones de procesamiento relativas a la accesibilidad del

referente, pero proporcionando instrucciones más precisas que el artículo o el pronombre personal.

El tiempo verbal también sirve para la asignación de referentes, en este caso no de objetos o

individuos, sino de momentos, intervalos, eventos o situaciones. Hay un paralelismo con el concepto

indefinido (que introduce referentes nuevos, como el pretérito indefinido) o el definido (que remite a

referentes accesibles). Nuevamente, esta interpretación integra las interpretaciones de los diferentes usos

de estos tiempos verbales.

El modo, por su parte, restringe explicaturas de nivel superior, que reconstruyen actitudes

proposicionales o intenciones ilocutivas. Se integra así en un grupo de elementos al que también pertenecen

la entonación, las partículas de modalidad, o el orden de palabras. Para explicar el significado del modo en

español Escandell se basa en el análisis de Rouchota para el griego moderno, según el cual el indicativo

presenta la oración como descripción de un estado de cosas en el mundo “base”, mientras que el subjuntivo

la presenta como descripción de un estado de cosas en un mundo “posible”, cuyos matices concretos

(deseo, exhortación, consejo, permiso o petición), debe derivarse por enriquecimiento inferencial a partir

del contexto, siguiendo el criterio de relevancia óptima. Partiendo de este análisis, Escandell propone que

en español el modo es una instrucción que permite interpretar el enunciado como información aseverada

(indicativo) o no aseverada (subjuntivo). Esta última noción incluye situaciones irreales como las descritas

por Rouchota pero también otras factuales, en las que el subjuntivo remite a una información dada o

presupuesta, y el hablante no comunica su compromiso con la información aportada.

Con respecto al orden de palabras, Sperber & Wilson lo utilizan para explicar cómo los efectos

contextuales de fondo suponen un ahorro de esfuerzo al hacer accesible el contexto que proporciona la

máxima relevancia a los efectos de primer plano, por eso suelen aparecer en las posiciones iniciales,

mientras que los efectos principales suelen aparecer al final. Así, el oyente interpreta lo primero como

contexto y lo último como la información que produce más efectos. Esto explica matices de interpretación

derivados del orden escogido, como la diferencia entre Leo compró a Peter un cuadro (que se interpreta

como una información sobre Leo) o Peter vendió un cuadro a Leo (que se interpreta como una información

sobre Peter). Esta diferencia fondo/primer plano, que integra otras que se han hecho en el marco de la

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pragmática (presuposición/foco, información vieja/nueva, topic/comment, tema/rema…) resultan de la

tendencia del oyente a maximizar la relevancia al facilitar la selección del contexto

Finalmente, las marcas de modalidad componen un conjunto muy variado (orden, entonación…),

que Mª Victoria Escandell agrupa en la categoría Complementador, una categoría funcional que se

manifiesta en rasgos de diferente naturaleza, no siempre léxica. Esta categoría no puede equipararse con la

fuerza ilocutiva, ya que esta no es una propiedad de la oración, sino un efecto interpretativo obtenido

inferencialmente, y por tanto pertenece a las explicaturas de alto nivel. Dentro de esta categoría, la sintaxis

declarativa o enunciativa presenta el enunciado como descripción de un estado de cosas, sea en un mundo

real o en algún mundo posible. Esta descripción de Sperber&Wilson es más amplia que las precedentes, y

deja abierta la posibilidad a que la instrucción se combine con otros supuestos contextuales para incorporar

matices como quién es el responsable de la afirmación y algunos otros. La sintaxis interrogativa provoca la

interpretación de un pensamiento deseable, representación de otra forma proposicional que a su vez

representa a un pensamiento que sería relevante si fuese verdadero. La información contextual permitirá al

destinatario completar matices como si el hablante conoce o no la respuesta, la persona para la que

resultaría relevante esa respuesta, en qué sentido será relevante la respuesta, etc. Finalmente, las marcas

imperativas presentan el contenido proposicional como potencial y deseable, incluyendo matices como

órdenes, sugerencias, indicaciones, permisos, buenos deseos, amenazas…

En cuanto a otros indicadores de fuerza ilocutiva y otras partículas del discurso, como los adverbios

ilocutivos y actitudinales, Sperber & Wilson consideran que una explicación procedimental de estos

elementos presentaría muchos problemas, y prefieren considerar que son elementos de codificación

conceptual que también codifican restricciones a la construcción inferencial de explicaturas de alto nivel. En

su uso no ilocutivo (Pedro dijo sinceramente que…) se ve que son conceptos, y en su uso ilocutivo mantienen

ese sentido, pero el oyente debe incluirlos en una explicatura de nivel superior (especificar la fuerza ilocutiva

del enunciado en términos de conceptos más ricos que un simple “decir” o “contar”), en la que algunos

elementos están inferidos, no codificados (Sinceramente, no creo que vaya a venir). No codifican pues una

representación conceptual, pero sí un conjunto de pistas para construir una, haciendo manifiesta la

relevancia debe ser vista.

7.3. Procesos pragmáticos secundarios

7.3.1. La determinación de las implicaturas

Llamaremos procesos pragmáticos secundarios a aquellos que permiten interpretar los contenidos

implícitos, integrando el contenido explícito con otras representaciones procedentes de nuestro

conocimiento del mundo y de las expectativas creadas por la situación. En esta fase utilizamos el enunciado

codificado lingüísticamente como un “indicio” (señal que conecta de manera natural con otro estado de

cosas) de nuestro objetivo comunicativo. No es pues una conexión simbólica (arbitraria) sino natural, en un

uso combinado de estas dos posibilidades comunicativas, al hacer un uso indicial de los símbolos. El

resultado son las implicaturas, supuestos o representaciones de algún hecho del mundo que el emisor trata

de hacer manifiestos a su interlocutor sin expresarlos explícitamente, y los procesos que llevan a este tipo de

inferencias se denominan procesos pragmáticos secundarios.

Los contenidos implícitos incluyen las conclusiones implicadas y el conjunto de premisas que llevan

a ella. Esas premisas son representaciones provenientes de diversas fuentes: del conocimiento del mundo,

de las representaciones compartidas por los interlocutores, de razonamientos que se deducen de lo

explícito…. De todas ellas, los hablantes solo reconocerán como implícitos las que le resultan nuevas. Por

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ejemplo, en un diálogo como el que propone Mª Victoria Escandel: ¿Has estado con Juan últimamente? / Yo

no me relaciono con delincuentes, el destinatario debe buscar la conexión que la convierte en un endo

adecuado. Para ello sigue tres pasos: en primer lugar tiene que suplir algunas premisas (Juan es un

delincuente); a continuación, combina la premisa con el supuesto explícitamente comunicado y extrae una

conclusión: no se relaciona con Juan; esa conclusión se convierte en una premisa para la conclusión

implicada general que sirve de respuesta: No ha visto a Juan.

Como puede observarse, las premisas son supuestos que debe suplir el que interpreta el enunciado,

bien porque los recupera de su memoria, bien porque los elabora a partir de esquemas deductivos generales

(tipo silogismos). Las conclusiones implicadas no las aporta el interpretante, sino que se obtienen de manera

necesaria, como consecuencia lógica. Sin embargo, tanto las premisas como las conclusiones están

predeterminadas, porque el emisor ha contado con ellas, en base a las hipótesis que se hace sobre los

conocimientos, supuestos y recursos de su interlocutor., así que no puede eludir la responsabilidad de

albergar en su mente esos supuestos.

Ahora bien, siguiendo el Principio de Relevancia, podría parecer incoherente el uso de implicaturas,

ya que el coste de procesamiento sería menor si se explicitara directamente lo que se quiere decir. Lo único

que puede justificar ese esfuerzo extra es la generación de mayores efectos contextuales. Efectivamente, las

implicaturas existen porque generan más efectos contextuales, que se perderían si el contenido fuese

explícito. En el caso anterior, se sugieren otros supuestos: que se ha roto la relación con Juan, que Juan ha

dejado de ser amigo, que uno desaprueba el comportamiento de Juan… Estas insinuaciones no son

exactamente implicaturas, ya que no se pueden calcular con precisión ni están predeterminadas, pero

aumentan la relevancia al enriquecer la interpretación. Por otra parte, la responsabilidad del emisor sobre lo

que dice es muy alta con respecto a las premisas y conclusiones implicadas, y muy baja con respecto a las

insinuaciones, lo que también funciona como un efecto contextual que justifica este tipo de enunciados.

Algo parecido ocurre en los enunciados “poéticos”, que no añaden nuevos supuestos fuertemente

manifiestos, sino que aumentan la manifestación de muchos supuestos débilmente manifiestos, al producir

una gran cantidad de “implicaturas débiles”. Por eso provocan una sensación aparentemente más afectiva

que cognitiva.

7.3.2. Restricciones procedimentales sobre las implicaturas

Los procesos pragmáticos secundarios que generan las implicaturas también pueden ser guiados a través

de elementos codificados procedimentalmente, que restringen las implicaturas imponiendo condiciones

sobre el modo en el que las informaciones deben relacionarse entre sí y con el contexto.

Obviamente, esa definición corresponde con los elementos que suelen integrarse en la categoría

marcadores discursivos, un grupo amplio y heterogéneo que incluye conjunciones, conectores, partículas

focalizadoras… Son procedimentales, por ejemplo, los conectores, que, tal como demuestra Diane

Blakemore, ayudan a seleccionar la información contextual más pertinente para una interpretación

óptimamente relevante. Frente a la idea de que estos elementos podrían codificar algún tipo de concepto,

esta estudiosa, así como los mismos Wilson & Sperber, consideran que es más adecuado describirlos en

términos procedimentales, ya que no contribuyen a las condiciones de verdad de los enunciados, sino que

guían la interpretación del oyente, la fase inferencial de la comprensión. En esa misma línea actúan

conjunciones como pero, que obliga a elaborar dos implicaturas contrapuestas o focalizadores como incluso,

que sitúa al elemento que lo sigue como el último de una lista sin expresarlo explícitamente (por ejemplo, en

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el enunciado Todos consiguieron llegar, incluso Luis, el destinatario es guiado para manejar la premisa de

que Luis tiene especiales dificultades para llegar).

Estos elementos guían la interpretación de los elementos a los que se asocian indicando qué premisas

del contexto debe seleccionar el destinatario para deducir la interpretación. Por ejemplo, en un ejemplo de

E. Montoliu (“La teoría de la relevancia y el estudio de los marcadores”, en Martín Zorraquino y Montoliu

Durán: Los marcadores del discurso. Teoría y práctica, Arco Libros), en una secuencia como Matilde se ha

apuntado a un gimnasio; además, ahora nunca toma postre, el marcador además indica que el segundo

enunciado debe interpretarse en relación a un efecto contextual que tenga en común con el primero (M.

quiere adelgazar)

Así pues, la Pragmática, surgida para explicar un conjunto de fenómenos que se escapaban a las

explicaciones tradicionales del lenguaje, ha dejado de ser una disciplina más para convertirse en una

perspectiva de análisis lingüístico. El enfoque pragmático permite integrar los diversos niveles que

tradicionalmente componen este estudio (sintáctico, semántico, textual…) proporcionando una explicación

de la relación entre ellos que permite dar una nueva coherencia y unidad al fenómeno del lenguaje,

integrándolo al mismo tiempo en una visión global de la cognición y la comunicación humanas.