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24 : Letras Libres Noviembre 2002 Arcadi Espada SODOMÍAS Autor de Samaranch: el deporte del poder, Raval o del amor a los niños y Contra Cataluña, Espada es un periodista a la vieja usanza, insatisfecho con las certezas establecidas y que siempre busca puntos de vista no complacientes ni cómodos. Este texto es una lectura personal de la sentencia que cierra el caso del execrable chantaje al que se vio sometido Pedro J. Ramírez. I E l 6 de marzo de 1997, que era jueves, el director del perió- dico El Mundo, Pedro J. Ramírez, acudió a casa de Exuperancia Rapú y mantuvo con ella relaciones sexuales que fueron filmadas con el desconocimiento del hombre, la anuencia de la mujer y la partici- pación técnica de un Sánchez-Cantalejo que, oculto en un armario, hizo funcionar una cámara de vídeo camuflada mediante un ele- mental pero eficaz procedimiento. La filmación resultante fue comercializada y llegó a algunos domicilios, particulares y de empresas, españoles y durante varios meses se convirtió en la abyecta comidilla de políticos, periodistas, empresarios y otras gentes de interés. Luego se convirtió, exactamente, en un clási- co, como se dice en una de las miles de alusiones al caso que circulan por Internet y que suelen incluir direcciones desde donde descargar el vídeo: “Es todo un clásico. Recuerdo perfec- tamente cómo en mi instituto se hicieron cientos de copias, jun- tábamos dos vídeos y dale que te pego, todo el mundo quería tener el vídeo, ¡hasta el director! Incluso hubo, dicen las malas lenguas, una cinta que pasó por el despacho de la junta de estu- dios, y eso que era un instituto de derechas.” Las escenas filmadas resultaban contradictorias con lo que el público esperaba de la vida sexual de Pedro J. Ramírez. Por varias razones. En primer lugar, el periodista estaba casado con una mujer distinta a Exuperancia Rapú, lo que era señal indis- cutible de adulterio. Bastante distinta, habría que añadir, y és- ta es la segunda razón del desconcierto: el imaginario público habría transigido con la prueba documental de un flirt entre iguales. Pero, desde el nombre, todo en Exuperancia Rapú re- sultaba excesivamente desigual y lóbrego. Aunque la moral bur- guesa asume determinadas formas de envilecimiento (la tournée des grands ducs suele culminar en un fin de fiesta sexual), no hay duda de que no incluye su pormenorización videográfica. Pero ni el adulterio, tout court, ni las características de su pareja ha- brían sido suficientes para el propósito de los que idearon el mon- taje. El vídeo se grabó y se distribuyó porque el director de El Mundo aparecía en él vistiendo un corpiño femenino, dicen que rosado y, en especial, porque su pareja lo sodomizaba con un vibrador, después (o quizá fuera antes) de orinársele. El juego erótico de la humillación en el que el periodista había partici- pado se convertía, a través de la grabación y distribución de las imágenes, en una humillación pública real que adquirió de in- mediato el perfil de la venganza. Tras encarar la primera ronda de problemas familiares y pro- fesionales, de evaluar algunas salidas del laberinto entre las que se contaba la de negar que el hombre del vídeo fuera él (parece que la mala calidad de las imágenes le permitía intentarlo), el 7 de noviembre de 1997 Pedro J. Ramírez denunció el caso ante un juzgado de Madrid. Este verano, después de cinco años y al- gunas peripecias judiciales, se hacía pública la sentencia. Los magistrados condenaron a la mujer y su cómplice y a otros dos hombres que intervinieron decisivamente en la producción y distribución del vídeo. El primero de estos hombres se llama Ángel Patón y el segundo José Ramón Goñi Tirapu. Condena- ron a otros dos también, pero no vale la pena ocuparse de ellos. II El 17 del pasado agosto, domingo, Shere Hite dedicó su habitual columna de El País Semanal a lo que llamaba “El erotismo mascu- lino oculto”. Las columnas de la sexóloga Shere Hite me pa- recen, por lo general, modélicas. Están escritas con claridad, manejan datos e informaciones concretas y aplican a los asuntos sexuales el principio de la realidad, que suele resultar alegremen-

Arcadi Espada

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A rc a d i E s pa da

SODOMÍASAutor de Samaranch: el deporte del poder, Raval o del amor a losniños y Contra Cataluña, Espada es un periodista a la vieja usanza,insatisfecho con las certezas establecidas y que siempre busca puntos de vistano complacientes ni cómodos. Este texto es una lectura personal de la sentenciaque cierra el caso del execrable chantaje al que se vio sometido Pedro J. Ramírez.

II

El 6 de marzo de 1997, que era jueves, el director del perió-dico El Mundo, Pedro J. Ramírez, acudió a casa de Exuperancia Rapúy mantuvo con ella relaciones sexuales que fueron filmadas con eldesconocimiento del hombre, la anuencia de la mujer y la partici-

pación técnica de un Sánchez-Cantalejo que, oculto en un armario, hizofuncionar una cámara de vídeo camuflada mediante un ele-mental pero eficaz procedimiento. La filmación resultante fue comercializada y llegó a algunos domicilios, particulares y deempresas, españoles y durante varios meses se convirtió en laabyecta comidilla de políticos, periodistas, empresarios y otrasgentes de interés. Luego se convirtió, exactamente, en un clási-co, como se dice en una de las miles de alusiones al caso que circulan por Internet y que suelen incluir direcciones desde donde descargar el vídeo: “Es todo un clásico. Recuerdo perfec-tamente cómo en mi instituto se hicieron cientos de copias, jun-tábamos dos vídeos y dale que te pego, todo el mundo queríatener el vídeo, ¡hasta el director! Incluso hubo, dicen las malaslenguas, una cinta que pasó por el despacho de la junta de estu-dios, y eso que era un instituto de derechas.”

Las escenas filmadas resultaban contradictorias con lo queel público esperaba de la vida sexual de Pedro J. Ramírez. Porvarias razones. En primer lugar, el periodista estaba casado conuna mujer distinta a Exuperancia Rapú, lo que era señal indis-cutible de adulterio. Bastante distinta, habría que añadir, y és-ta es la segunda razón del desconcierto: el imaginario públicohabría transigido con la prueba documental de un flirt entre iguales. Pero, desde el nombre, todo en Exuperancia Rapú re-sultaba excesivamente desigual y lóbrego. Aunque la moral bur-guesa asume determinadas formas de envilecimiento (la tournéedes grands ducs suele culminar en un fin de fiesta sexual), no hayduda de que no incluye su pormenorización videográfica. Peroni el adulterio, tout court, ni las características de su pareja ha-brían sido suficientes para el propósito de los que idearon el mon-

taje. El vídeo se grabó y se distribuyó porque el director de ElMundo aparecía en él vistiendo un corpiño femenino, dicen querosado y, en especial, porque su pareja lo sodomizaba con un vibrador, después (o quizá fuera antes) de orinársele. El juegoerótico de la humillación en el que el periodista había partici-pado se convertía, a través de la grabación y distribución de lasimágenes, en una humillación pública real que adquirió de in-mediato el perfil de la venganza.

Tras encarar la primera ronda de problemas familiares y pro-fesionales, de evaluar algunas salidas del laberinto entre las quese contaba la de negar que el hombre del vídeo fuera él (pareceque la mala calidad de las imágenes le permitía intentarlo), el 7 de noviembre de 1997 Pedro J. Ramírez denunció el caso anteun juzgado de Madrid. Este verano, después de cinco años y al-gunas peripecias judiciales, se hacía pública la sentencia. Losmagistrados condenaron a la mujer y su cómplice y a otros doshombres que intervinieron decisivamente en la producción ydistribución del vídeo. El primero de estos hombres se llamaÁngel Patón y el segundo José Ramón Goñi Tirapu. Condena-ron a otros dos también, pero no vale la pena ocuparse de ellos.

IIEl 17 del pasado agosto, domingo, Shere Hite dedicó su habitualcolumna de El País Semanal a lo que llamaba “El erotismo mascu-lino oculto”. Las columnas de la sexóloga Shere Hite me pa-recen, por lo general, modélicas. Están escritas con claridad, manejan datos e informaciones concretas y aplican a los asuntossexuales el principio de la realidad, que suele resultar alegremen-

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te perturbador. En la citada columna la señora Hite se extendíaen vívidos detalles sobre el placer que los hombres obtienen consu culo. Y acababa con este párrafo. Es largo, pero muy afinado:

Según mis investigaciones, la mayoría de loshombres no quieren que les penetren, ni fí-sica ni emocionalmente, y, sin embargo, sí quie-ren. Igual que en el amor y el matrimoniolos hombres creen que van a ser felices sidominan la relación, la controlan, en vezde arriesgarse a tener una relaciónmás equitativa, de toma y daca; enel sexo tradicional los hombres di-cen que quieren penetrar a la otra persona, empujar,estar al mando y decidir que el objetivo del sexo es suorgasmo, pero, al mismo tiempo, desean lo contrario, per-der el control, dejarse dominar por la otra persona. Contro-lar algo, sea en el sexo o en una relación, es aburrido a largoplazo. La mayoría de los hombres desean un contacto másíntimo, sentir más, y no sólo dominar, sino ser penetrados ydominados. ¿Cuántos se permiten intentarlo?

El periodista Pedro J. Ramírez se permitió intentarlo. Salía del trabajo, se llegó donde Rapú, y por la noche volvió a su casa. “Ser penetrado y dominado”, exactamente. Lo quieren lamayoría de los hombres, dice la Hite. Aunque sólo sea para variar. ¿Cómo es posible que la satisfacción de un deseo tan co-mún, tan inocente, tan barato se convierta en materia de unavenganza, en instrumento del descrédito social?

La respuesta a esta pregunta la dio en el juicio el propio periodista cuando le preguntaron por el desarrollo de los he-chos. “Rapú me dio una bebida en la que yo creo que había unasustancia destinada a alterar mi comportamiento, a inducir miconducta sexual.” Eso dijo. Whisky. Quizá fuera whisky. El quePedro J. Ramírez se comportara durante esa parte del juicio co-mo un pobre burgués atemorizado por sus fantasías confirma la plausibilidad del método empleado contra él por los delin-cuentes. Un bebedizo, que dice que le dieron, bastó para trans-formar al caballero penetrante en una piltrafa penetrada. El bebedizo, como deus ex machina del honor, tiene unalarga tradición literaria: asume por igual los vahí-dos de las jóvenes princesas de castillo como losderrapes burgueses.

Aún es difícil saber si el episodio que se ce-rró judicialmente el pasado verano afectará ala carrera profesional del director de ElMun-do. La frase siempre es la misma: “Siguesiendo director de El Mundo.” Unos la di-cen para demostrar la insólita toleran-cia de este país, e incluso la solidez de sufibra moral, y otros para probar el inexorable atasco en queha embarrancado la carrera de un hombre al que, siempre,se le verá el corpiño. Pero de ninguna manera su tierna alu-

sión al bebedizo modificará la percepción que se tenga de su ca-so. En realidad, el bebedizo no es más que la condición necesa-ria del impulso que lo llevaba a casa de Rapú. El buen burguésque para ultimar su goce necesita del doble fondo. Todo bella-

mente perdido, Pedro J. podría haber llegado hastael juez y dicho, con sequedad aristocrática: “Ése delvídeo soy yo, investigue quién lo grabó y quién lo

hizo correr; pero no espere que diga nada mássobre lo que hacen un hombre y una mujer

cuando cierran la puerta.” O podría ha-ber aprovechado el incidente para re-forzar su lado canalla, tan grato a la

mítica tradición periodística de la que gusta reclamarse.Bastaba con que dijera que un periodista, rozado siempre

con el mal y la basura, no tiene el culo de un monje de Silos. O que tiene el culo de un monje de Silos. Yo qué sé.

Algo que lo hubiese metido, si no en la historia, en el mito. Al-go para que lo rodara el Welles patrio que ahora estudia COU.Algo en realidad muy serio y profundo, fundamentado en la

agudeza de Miss Hite. Y luego como un perro en busca de quiénlo hizo. Pero optó por el bebedizo burgués y eso ha impedidoque salgamos a las calles con chapitas (“Yo también soy PedroJ.”), imitando a las chicas de la transición cuando salían procla-mando (aunque a algunas fuera tan difícil creerlas) “Yo tambiénsoy adúltera”.

IIILos dos condenados por la venganza de los que cabe ocuparseson Juan Ramón Goñi Tirapu y Ángel Patón. El primero fue go-bernador civil de la provincia vasca de Guipúzcoa entre 1987

y 1990. Éste fue el más importante de sus diversos cargos pú-blicos durante la etapa socialista al frente del gobierno de

España. Seis años más tarde, sin embargo, ocupó otro: la pre-sidencia de la Asociación de Amigos de la Guardia Civil. En-tre sus misiones como presidente figuraba la defensa del honordel general Galindo y de los otros guardias civiles condenadospor el asesinato de los presuntos etarras Lasa y Zabala.

Respecto a Ángel Patón, quien ha escrito más largo y con máscariño ha sido Julio Feo, que fue secretario de Felipe González

durante los cinco primeros años de su manda-to. En las memorias de Feo, tituladasAquellos años,

hay diversas referencias a Patón. La primera en elcapítulo de agradecimientos: “Me recordó anécdo-

tas e hizo un trabajo espléndido encontrandoen la hemeroteca datos, crónicas y artículos

que me eran necesarios.” Las más impor-tantes, sin embargo, son las que hacenreferencia al empleo de Patón en La

Moncloa, a partir del invierno de 1982:“Me llevé conmigo a un viejo colaborador, Ángel Patón.

Ángel había trabajado conmigo desde hacía muchos años enConsulta y luego también colaboró conmigo alguna vez en Co-municación 2000. Como sabía de su eficiencia, decidí ofrecer- Il

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le un trabajo. Ángel pertenecía al partido y yo necesitaba unapersona de mucha confianza en La Moncloa.”

Hay algunos párrafos más dedicados a la descripción de lastareas de Patón en La Moncloa, que básicamente consistían enrecibir a todos aquellos (gente del pueblo) que, para bien o pa-ra mal, querían ver al presidente González. Pero el que mejordescribe su trabajo y su rango quizá sea el siguiente:

Después de unos meses, ya cerca del verano, uno de los ordenanzas de Presidencia le dijo a Ángel: “Señor Patón, aho-ra entiendo la diferencia entre unos y otros a la hora de gobernar. Cuando le comento a mi mujer que allí se recibe a todo tipo de gente, no se lo cree. Que personas que no tienen ni para comer lleguen a cinco metros del despacho del presidente, hace dos años hubiera pensado que era unchiste.” No eran cinco metros, sino veinticinco, pero se lesatendía a todos. Ángel continuó en Moncloa dos años másdespués de irme yo y volvió a trabajar otra vez conmigo en laempresa privada, o sea, que de nuevo estamos juntos.

La sentencia que condenó al ex gobernador civil y al hombreque trabajaba a 25 metros del presidente prueba que la vengan-za contra el periodista tuvo un carácter político. Es decir, quegentes vinculadas al partido socialista y al anterior equipo degobierno participaron en la operación de convencer a una mu-jer para que sodomizara al director de El Mundo mientras unacámara filmaba la ceremonia. Por el contrario, la participa-ción de Rafael Vera, el ex secretario de Estado para la Segu-ridad, no pudo ser probada, a pesar de los indiciosque lo llevaron al banquillo de los acusados. Porcierto que los fundamentos de su absolución in-cluyeron la sintaxis inmoral que demasiados jue-ces practican cuando no pueden probar lo quecreen. Así el auto enfrenta un llamado “jui-cio de probabilidad” a otro “de certeza”, se-ñalando que sólo el primero resulta absolutorio para Vera. Lo que en una traducción literal quiere decir: “Estehombre es un canalla, pero no hay pruebas.” Lo que eleva elauto de un juez al rigor de una sentencia de café, pero voceán-dola de manera irresponsable. Lo que, en el fondo, supone laimprescindible necesidad (¡para ir tranquilo!) de probar la ino-cencia, es decir, la perversión fundamental del Derecho.

IVPor los días en que Shere Hite razonaba sobre el erotismo ocultode los hombres, el ex presidente del Gobierno, Felipe Gonzá-lez, publicó otro artículo que tituló “El sur del sur”. Aparen-temente, lo único que ha mejorado de Felipe González desdeque dejó el poder es su escritura. No es poca cosa. Quizá sus artículos no merezcan siempre el aplauso, pero son incompara-blemente mejores que los –pocos– que publicaba cuando erapresidente. Tal vez ahora los escriba él. Su escritura se ha vueltomás liviana y su mirada menos rígida; sus tesis se apoyan casi

siempre en un nivel apreciable de información y sus opinionessuelen ser razonables. Este último pertenecía al género veranie-go. Es decir, una suave meditación sobre los problemas de la po-lítica metido entre papas con mojo picón y playas de paredesvolcánicas. Este tipo de artículos no son en absoluto desprecia-bles. La literatura periodística española dispuso en el escritor ydiplomático José María de Areilza de un formidable maestro enese género: le salían magistrales incluso en invierno.

Las papas y las playas volcánicas tenían su razón accidentalde ser. Felipe había estado en Tenerife. De hecho había estadoen el sur de Tenerife. De ahí su título. Debo confesar que cuan-do leí ese título por un momento le di una interpretación absur-da, confirmando que mi primer pecado de lector es no leer loque pone. Me llevaría algún tiempo y demasiado espacio resu-mir con cordura esa interpretación, pero digamos que pensé enPedro J. Ramírez y en De Quincey. Lo de De Quincey es muyconocido, aunque siempre anima cualquier texto: “Si uno em-pieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importanciaa robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día delSeñor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar lascosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a desli-zarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse”. Yo pien-so, sincera y dolorosamente, que con el caso Pedro J. Ramírezlos socialistas han llegado a ese estado atroz en que uno empie-za a dejar las cosas para el día siguiente. Es decir, han llegado alsur del sur. Esto es, justamente, lo que había estado leyendo enel título. Y no se me escapa que en el caso de haber leído antes

lo de Shere Hite, también lo habría incorporado sin espe-cial problema a mi apresurada interpretación. Fue un mo-

mento; pero nítido: es que pensé, simplemente, queFelipe González iba a ponerse a hablar de Ángel

Patón y a partir de ahí, todo en cuesta. Todo encuesta, en una subida que no se acabaría

en ese artículo ni en el próximo ni en elde más allá.

No fue así. Es evidente que no fue así. En la desganadalectura del resto del artículo que siguió a mi descubrimiento

de la realidad papaya (el sur era el plácido y hermoso de Te-nerife), aún iba identificando aquellos lugares del discurso don-de el ex presidente podría haber torcido su rumbo para llegar alsur de De Quincey. Este: “Es también un lugar [el sur de Tene-rife] para la reflexión, que me retrotrajo a las conversaciones delaño pasado y a mis propias ilusiones de hace 20 años”. O bien:“Aprovechemos para reflexionar, para abrevar ideas que nos ayu-den a recuperar compromiso cívico.”

Abrevemos, pensé, y largué el diario.

VY vinieron a cometer la infamia más cutre, más inútil, más des-moralizadora sobre el que siempre consideraron su peor ene-migo, ese burgués avergonzado que ha acabado llevándolos a lacárcel o al sur de Tenerife. Nada dará mayor medida de su hu-millación y su impotencia. ~

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del cartel no se produzca el fundido en negro que exigiría lalógica y la película prosiga. Nunca debió proseguir. El objetivode La pelota... es la descripción de la tragedia vasca. Para cumplirlo se utilizan setenta testimonios. Algo menos, pero poco menos, de la mitad de los ciudadanos vascos no están re-presentados por esos testimonios. “¡Corten, fuera!”. Estas sonlas palabras que Julio Medem debió pronunciar. Pero dijo“¡Cámara, acción!”. Un cierto atrevimiento epistemológico: apesar de saber que la mitad del País Vasco no iba a estar en lapelícula decidió que haría una película sobre la tragedia vasca.Así la escribió y, en especial, así la vendió. Escasa novedad, enel business moderno, la de que una burda novelería pase por serprofunda expresión de lo real. Lamentablemente lo real esta-blece condiciones. Una película cuyo argumento es la situacióndel País Vasco, cosida a partir de decenas de testimonios, debeincorporar los del filósofo Fernando Savater, el político MayorOreja, el poeta Jon Juaristi o los de la familia de aquella víctimallamada Miguel Ángel Blanco. Una película con semejante argumento debe incluir a los militantes del segundo partido delPaís Vasco, el Partido Popular, y no dejarlos absolutamente almargen como hace ésta. Lo contrario es una broma, incluso

macabra. Si no se cumplen estas condiciones, y algunas más cu-ya enumeración sería fatigosa, no hay película ni posibilidad deella. Quizá haya otra película, pero siempre será una que no pue-de titularse –si no es en sentido recto: puramente deportivo– Lapelota vasca ni presentarse como descripción de la situación delPaís Vasco ni mucho menos (¡oh sarcasmo!, ¡oh monólogo!, ¡ohinmensas pelotas vascas!) proponerse como una invitación aldiálogo. Desconozco los pasos que el autor dio para incorporara los ausentes a su proyecto. Desconozco incluso si los pasos exis-tieron. Pero los resultados son indiscutibles: falta la mitad. Larealidad es una tentación narrativa permanente. Yo mismo, aun-que parezca sorprendente, tengo hermosas ideas cada mañana.Pero la mayoría debo desecharlas porque su desarrollo necesi-ta el acuerdo de lo real. Medem, autor de ficciones y, como tal,soberanista, no ha comprendido que en la fiction la soberaníasiempre se comparte. Y que los fracasos no se solucionan col-gando un cartel en la puerta, a modo de do not disturb moral.

IISe han hecho diversos comentarios sobre la equidistancia. Se hainterpretado que en la película recibe el mismo trato un gobier-

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LA TRAGEDIADEMEDIADAEspada, autor de Contra Cataluña, Raval: del amor a los niños yDiarios, aborda, con la mirada crítica y la ironía que lo caracterizan, lapelícula de Medem, La pelota vasca. Su conclusión es que, aun queriendohacer el elogio del nacionalismo, el documental acaba por proyectar laimagen de una sociedad enferma, digna de lástima si no diera miedo.

IndignaciónI

Es comprensible que indigne LA PELOTA VASCA. La ha hecho alguien que no ha reflexionado sobre las obligaciones del creadorque se encara con un hecho. Ahí está el cartel. Sobre las primeras se-cuencias de la película: “Esta película echará siempre de menos a los

que decidieron no participar en ella”. Es sorprendente que tras la aparición

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no democrático que una organización terrorista. Es cierto queno aparecen militantes del Partido Popular: ni tampoco de ETA.Las ausencias están equitativamente repartidas. Se ha subraya-do el tratamiento ponderado, en pulcro equilibrio sofístico, quereciben las víctimas del terrorismo y las víctimas de la violenciadel Estado democrático. Luego me ocuparé de las víctimas, aunque con la inseguridad del que, tal vez exasperado, cree quesólo las víctimas pueden hablar de sí mismas. Equidistancias.No son la peor ninguna de ésas. Hay otra más subterránea y perniciosa.

En la película se producen, a grandes rasgos, tres tipos de testimonios. Primero una serie de personas describen sus ex-periencias personales, luego dan sus opiniones y por último describen algunos hechos. Como es lógico, nada hay que decirsobre las experiencias. Sí, en cambio, sobre las opiniones. Aun-que no estemos acostumbrados a verlo así, una opinión es unpunto en un proceso. Quiero decir que se trata de un razo-namiento aún no sometido, por las causas que sean, a la pruebade los hechos. Esto por lo que respecta, naturalmente, a las opiniones que merecen consideración y no a las que por su pro-pia naturaleza no pueden encontrar el refrendo de los hechos.Opiniones del tipo “El invierno es odioso” que forman el gruesoprincipal de la opinión consentida en los periódicos latinos. Entre las opiniones que deben considerarse destacan las pro-féticas. Un ejemplo claro y representativo de ellas se producecuando Medem aborda el asunto de la ilegalización de HerriBatasuna y la posibilidad de que acabe siendo una decisión contraproducente para la solución de los problemas. El alcaldede San Sebastián, Odón Elorza, los periodistas Iñaki Gabilondoy Antoni Batista, el líder juvenil Eduardo Madina, y los polí-ticos Txiki Benegas y Patxi López opinan sobre la cuestión. El resultado, como dicen en la radio, no admite réplicas: sólo López defiende la ilegalización. Semejante proporción nada tiene que ver con lo real, pero es la consecuencia obvia de la decisión de Medem de hacer una película de ambición to-talizante con sumandos parciales. Ni que decir tiene que la desproporción se repite de manera más o menos llamativa concualquier asunto que la película proponga para la discusión.

La equidistancia sobre las opiniones se resuelve con estetongo. Algo mucho peor sucede con los hechos. Medem poneen marcha un mecanismo dominante en el periodismo contem-poráneo (y especialmente en el espectáculo del periodismo) porel que verdades y mentiras son tratadas en pie de igualdad. Laversión de los hechos. La celebérrima inversión. Es decir: no importa que el abismo entre lo verdadero y lo falso separe a loshistoriadores que defienden la existencia remota de un Estadovasco de las palabras concisas que pronuncia Antonio Elorza alrespecto; o que la memorable (por falsa, por impasible) justifi-cación del racismo de Sabino Arana que articula Joseba Arregui(“El discurso [de Arana] es racista como eran todos los discur-sos de entonces”) agreda las sobrias reflexiones de Iñaki Ezkerra,autor de una biografía intelectual de Arana que es un civet depesadillas guisado en los propios textos del Fundador de Todo

Esto. Verdad y mentira están tratadas con respetuosa equidis-tancia. Pero sólo cuando conviven. Porque nada ni nadie con-tradice la manera patética, intelectualmente patética, con la queCarlos Garaikoetxea (y es en el mismo comienzo de la película:a modo de clarín) equipara la violencia terrorista a la violenciadel Estado, sin sospechar ni siquiera (él, que ejerció como res-ponsable destacado de ese Estado) cuál es la ilegítima. Nada ninadie tampoco amenazan el triunfo solitario y pletórico de lamentira, como cuando ese Txomin Ziluaga, dirigente de HerriBatasuna, asegura con cara de ganador de Liga que el ejércitoespañol “ha perdido más generales y coroneles que en toda suhistoria” a causa del terrorismo.

Los hechos. Su tratamiento. El carácter que adopta el rela-tivismo en una situación totalitaria. Conviene repetir, y apren-derse de memoria, este párrafo de Hanna Arendt, de su Viaje aAlemania:

Sin embargo, el aspecto probablemente más destacado, y tam-bién más terrible, de la huida de los alemanes ante la reali-dad sea la actitud de tratar los hechos como si fueran merasopiniones. Por ejemplo, a la pregunta de quién comenzó laguerra se da una sorprendente variedad de respuestas. En elsur de Alemania una mujer –por lo demás de inteligenciamedia– me contó que la guerra la habían empezado los ru-sos con un ataque relámpago a Danzig (este es sólo el másnotable de los múltiples ejemplos). Pero la conversión de loshechos en opiniones no se limita únicamente a la cuestión dela guerra; se da en todos los ámbitos con el pretexto de quetodo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión, unaespecie de gentlemen’s agreement [pacto entre caballeros] segúnel cual todo el mundo tiene derecho a la ignorancia (tras loque se oculta el supuesto implícito de que en realidad lasopiniones no son ahora la cuestión). De hecho, este es unproblema serio, no sólo porque de él se derive que las discu-siones sean a menudo tan desesperanzadas (normalmente unono va por ahí arrastrando siempre obras de consulta) sino,sobre todo, porque el alemán corriente cree con toda serie-dad que esta competición general, este relativismo nihilistafrente a los hechos, es la esencia de la democracia. De hechose trata, naturalmente, de una herencia del régimen nazi.

España es un país intelectualmente bloqueado. En parte se de-be al “relativismo nihilista frente a los hechos”. Una herenciadel régimen de Franco.

IIISé, con Pascal Bruckner, que las víctimas no tienen siemprerazón. Aun sabiéndolo, me cuesta escribir lo que voy a escribir.Pero vamos. Los testimonios de los familiares de víctimas delterrorismo, y de algún malherido, es lo más desmoralizador dela película. De sus testimonios se deduce que a sus padres, ma-ridos, que al malherido mismo, les partió un rayo. Un temiblefatum los mató. Ahí están, hablando de sus muertos, narrando

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su suerte. A veces los envuelve unflou moral. La estética que con-viene al destino. Hay, incluso,una suerte de broma terrible.Cuando la mujer de uno de losasesinados recuerda la actitud desu marido en el juicio contra elgeneral Galindo, condenado porla muerte de Lasa y Zabala. Sumarido, que era un partidarioresuelto de que se investigarahasta el final ese crimen. Dice lamujer, sonriendo: “Y la miradaque le dedicó el señor Galindo aJuan María... Si las miradas mata-sen, Juan María habría muertomucho antes”. Escucho estas palabras, veo a la mujer, trato de escribir sobre ello y acabo arri-mándome a uno de esos grandesescritores nimios que cuando seencaran por azar con algo gran-de, con algo que justificaría su oficio aunque sólo fuese por unavez en su leve vida, pronuncian lapalabra inefable, apelan a los plie-gues freáticos de la capa humana(cualquier cosa así, ensayan) ysiguen en lo suyo nimio, nimiopara el óxido del alma, así huyen,y yo con ellos, jugueteando.

Pero no todas las víctimas deMedem lo han sido del fatum. Está, por ejemplo, la muchacha torturada por la policía. Hay diferencias entre ser víctima de la tortura de la policía españolay ser asesinado por un terrorista. Por ejemplo: al asesinado nose le puede tratar nunca de presunto. Yo no la voy a tratar depresunta. La muchacha torturada explica con detalles escalo-friantes las vejaciones que sufrió. Detrás de cada una de sus pa-labras está el policía. Está bien así. Es justo. Stephen Vizinczey,en su tremendo despiece del Billy Budd de Melville, asegura que“la mentira más repugnante” de la literatura es la de que un torturado puede acabar amando a su verdugo. También habría-mos querido ver al asesino detrás de cada una de las palabras delas víctimas. También aquí rige lo de Melville. Pero el fatum, aunque se siente, es invisible. Hay otras víctimas, recogidas porMedem en su viaje hacia las cárceles donde hermanos y maridosllevan décadas encerrados. Hombres encerrados porque matarona otros hombres. Los discursos de los familiares están llenos dedolor y de dureza. Está bien así. En ningún momento se hablade los hechos que llevaron a la cárcel a sus familiares. Es pro-bable que no fuese el momento oportuno. Una mujer de preso,sin embargo, sí dice algo al final de la película: “[los presos son]

las personas más altruistas, y más generosas, y ves que es unapersona tan cariñosa que no puedes concebir que lo que ha hecho lo haya hecho porque sí. Lo puedes compartir o no perosabes que hay una motivación muy fuerte para que haya llegadohasta allí”. ¡Claro que sí! ¿O es que acaso no se dice en los periódicos, de cualquier psicópata no político, que era un hom-bre “normal”, incluso “atento” con su vecinos, y cariñoso con losniños en el parque?

CelebraciónIEs comprensible que indigne esta película. Pero hay un análisisque la indignación no debe dejar en un velado segundo plano.De la película acaba surgiendo un retrato, a veces muy cruel, delnacionalismo. Es indiferente cuáles hayan sido, en este punto,las intenciones de Medem. Yo apenas sé quién es, pero no creoque saberlo tenga importancia. Sólo sé que en esta película esposible escuchar al independentista Arnaldo Otegi, el dirigentede la antigua Herri Batasuna, decir esto: “Cuando en Lekeitiodejen de hablar su lengua para hablar inglés, haya hamburgue-

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serías, se escuche música rock americana, se vista ropa ameri-cana y todo el mundo esté, en vez de contemplando los montes,funcionando por Internet, este será un mundo tan aburrido, tan aburrido, que no valdrá la pena vivir en él”. Este es Otegi.Aunque parezca lo contrario no es fácil verle. El Otegi habitual,el más visible es el que aparece después de un atentado, lamen-tándolo y atribuyéndolo al conflicto. Los efectos del terror, de su épica siniestra, son innumerables. Desde luego está el ennoblecimiento de la ruindad. Pero se ve menos, y es igual-mente destructivo, el ennoblecimiento de la banalidad. Un aura de hombres sometidos a las circunstancias más dramáticas,alanceados por las pasiones más innombrables, protege a muchosde los principales protagonistas del infierno vasco. Aparecencomo graves personajes de tragedia. ¡De acuerdo, viven una tragedia!: pero no saben hacer la o con un canuto.

El mérito de La pelota es habernos mostrado a Otegi en la in-timidad de su pensamiento. Pero no sólo a él. Hay una enormevariedad de testimonios, a cuál más ilustrado. “Nuestra lenguaes el camino hecho a medida para sacar nuestra sensibilidad ynuestro pensamiento”, dice José María Satrústegui, miembro dela Academia Vasca. Pocas veces, desde Herder, se habrá expre-sado con tanta precisión y delicadeza (¡y es sorprendente, por-que Satrústegui está diciéndolo en castellano!) la supersticiónque identifica lengua y pensamiento, que hace de la lengua unacosmovisión en sí. “Yo quiero que el pueblo vasco permanezca,que no se diluya en la historia”, dice luego el sociólogo JavierElzo, exhibiendo con finura sentimental el carácter necesario,ahistórico, de la sociedad anónima llamada pueblo vasco.

Ahí no hay que rondar mucho más. Los argumentos intelec-tuales que la película exhibe tienen la misma calidad que los nexos que utiliza Medem para coser el discurso. Sean los cabe-zazos entre carneros, el corte de troncos o el magreo de piedras.Otro acierto simbólico.

IIEs difícil que los nacionalistas pudieran haberse quejado de loque dicen. Dejarían de serlo. Menos entiendo, sin embargo, queno hayan protestado por la calidad del paraje donde Medem lesha colocado. La retórica de la película es simple: por un lado hayhombres que hablan sobre la violencia y por el otro paisajes violentos. Algunos sumamente violentos, como la naturaleza desatada sobre los arrecifes cantábricos, los frontones donde lapelota suena como una bala, o ese angustioso y eterno tirar deuna misma cuerda de dos grupos de hombres enfrentados. Elfolklore dialoga también con lo real: un violentísimo golpeteodel hacha sobre el tronco va introduciendo, por ejemplo, algu-nas imágenes de atentados: hasta que la secuencia se resuelve enun espasmo lírico: el aizkolari hace volar el hacha (no recuerdosi con el tronco definitivamente abatido) y el hacha –que es conla serpiente el símbolo de ETA– se pierde por los vacíos de la estratosfera. La tesis de que la violencia prende en un lugar atávicamente predispuesto a ella parece de idéntica calidad a la que sostiene que la Guerra Civil española fue consecuencia

de las corridas de toros. Pero, en fin, ya sabrá Medem cómo sostenerla.

Lo importante es que ese paisaje alegórico fue ideado, probablemente, para una película donde todas las opiniones vascas estuviesen representadas. Pero ya se sabe que la propor-ción de los nacionalistas –siete a uno, aproximadamente– es abrumadora. De tal modo que el paisaje, siguiendo la estela deldiscurso verbal, acaba identificándose estrictamente con los nacionalistas. Los efectos son devastadores: el Euskadi nacio-nalista aparece como un lugar inclemente donde la testuz sustituye al cerebro y donde amor se escribe con hacha. Ven ycuéntalo. La pregunta –reconozco que algo perturbadora paralos espíritus refinados– de cómo en un lugar tan abrupto podríasobrevivir la inenarrable delicadeza de la cocina vasca tiene respuesta en la película de Medem: tal delicadeza debe de serpatrimonio de los no nacionalistas. La identificación, así, de laviolencia telúrica, la pasión cegata y la rudeza espiritual con el nacionalismo es uno de los aspectos más sorprendentes de La pelota. Pero está ahí, en el texto de la película (con indepen-dencia del sesgo que acaben tomando los posibles paratextos dispuestos por el propio Medem o sus glosadores), tomándose la venganza de que el cineasta únicamente haya dado la voz a algunos de los protagonistas de la tragedia. No sólo les ha dadola voz: también la plena soberanía del reino de la testuz.

IIISobre el paraje sombrío, ya en los actos finales de la película,Xabier Arzalluz, el líder del Partido Nacionalista Vasco, dice:“Está altamente demostrado que aquí se vive mejor”. Pocas veces la alienación se habrá mostrado en un estado más crudo.Otro mérito de Medem. El País Vasco es el lugar de Europadonde peor se vive. Da igual lo que digan los indicadores másbrutales, como la renta, o incluso aquellos más sofisticados, ymágicos, como el que mide el estado de la felicidad colectiva.El País Vasco es el único lugar donde las ideas llevan guardaes-paldas. Donde la actividad más leve de la vida de un hombreestá condicionada por la violencia. Donde siempre se habla delo mismo, se hable de ello o se silencie. La patética altivez de Arzalluz ilustra hasta qué punto un hombre puede perderel contacto con la realidad. Pero ilustra también algo fatal, arrasador. Un secreto e indecible orgullo. La satisfacción de esaelite local, de ese establishment (a salvo, por supuesto: allí sólo lasideas llevan guardaespaldas) del que Arzalluz forma parte, ante el interés que despiertan sus asuntos. Condicionan desdehace 25 años la agenda de la democracia española. Convocan aentomólogos sociales de todo el mundo para que analicen suproblema. Aparecen cíclicamente en las páginas de cualquierperiódico del mundo. Euskadi, un pequeño país. Dos millonesde personas. Este orgullo. Con un par de pistolas. Escribiendoahora la nueva constitución. Con un par de pistolas: como siempre lo han hecho las naciones. La terrible película de Medem y en lo que queda el nacionalismo sin el lápiz ilumi-nador de la sangre. ~

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AE: El hecho de que en un libro sobre la foto-grafía y el dolor falte una alusión al Gulag essignificativo.SS: ¿Qué quiere decir?

AE: Bueno, de alguna manera corrobora la hipótesis de que el Gulag no ha penetrado en laconciencia contemporánea de la misma formaque lo habría hecho de haber habido fotografíasde la tragedia.SS: Yo he dicho eso mismo muchas veces.

AE: Sí, claro. Por eso se lo recuerdo.SS: Está en el libro. El Gulag está en ellibro.

AE: No recuerdo.SS: Está aunque usted no lo vea. Cuan-do digo que recordamos y nos preocu-pamos de lo que ha sido fotografiado esevidente que el primer pensamiento deestas líneas alude al Gulag. Y he dichoy he escrito repetidamente que una delas razones por las que la gente tardótanto en apreciar y entender el horrorcompleto del sistema soviético fue por

la ausencia de documentación fotográ-fica. Es evidente que cuando digo quelas fotografías identifican también quiero decir lo contrario: cuando no hayfotografía el olvido es más fácil. Y haydos ejemplos clásicos: el Gulag y la gue-rra civil de Sudán, una guerra que se hacobrado millones de vidas ante la in-diferencia más helada del mundo. O seaque sí. Implícitamente está el Gulag.

AE: Hay muchos ejemplos explícitos.SS: Y hay muchos otros que no he podi-do incluir. El libro ocuparía el doble.¿Lo entiende?

AE: No se lo tome como un reproche. No lo es.SS: Es que es obvio...

AE: Me parecía llamativo que no se aludieraen el libro a un tragedia no fotografiada. Llamativo y hasta coherente. Eso es todo.SS: Le enviaré un resumen con todos mistextos y declaraciones sobre el asunto.

AE: De acuerdo. “Encuadrar es excluir”, diceusted en un momento del libro.

SS: Sí, la exclusión puede ser tan signi-ficativa y ruidosa como la inclusión.

AE: Desde luego, pero querría preguntarle si nocree que esa selección puede reunir un grado talde objetividad que lo que se excluya sea irrele-vante.SS: No pienso en fotografías de unaforma tan abstracta. Cada proyecto fo-tográfico tiene una intención particular.Y está rodeado de una gran cantidad de contextos particulares. Pienso en lafotografía, tan famosa, de la caída de laestatua de Sadam en el centro de Bagdad.¿La recuerda?

AE: Sí, la estatua cayendo...SS: La estatua cayendo, derribada, y entorno a ella un grupo de personas miran-do satisfechas. No eran más de veintepersonas, pero la peculiaridad del encua-dre hacía creer que esas personas erancomo una sinécdoque de la plaza. El espectador creía que la plaza estaba repleta de gente que aplaudía satisfechael momento simbólico de la caída de laestatua del dictador. Era un momentomuy importante porque las tropas nor-teamericanas acababan de entrar en Bagdad. Bien: recordará usted todo eso.Bueno, pues lo cierto es que esas veintepersonas eran las únicas que estaban enla plaza. Yo he visto otras fotografías deaquel momento, en la plaza, tomadas con gran angular. La plaza está práctica-mente vacía.

AE: Pues en ese caso la foto era falsa. Porqueresulta contradictoria con lo que excluye.

Susan Sontag ha publicado recientemente en España Ante eldolor de los demás (Alfaguara, 2003), un ensayo sobre la vio-lencia y su representación, en el que contradice algunas de las tesisde su conocido libro Contra la interpretación. El libro y algu-nos de sus análisis es el principal tema de la conversación quemantuvo con Arcadi Espada, quien a su vez, en el libro Diarios(Espasa-Calpe, 2003), ha profundizado también en estos temas.

Arcadi Espada

ENTREVISTA CON

Susan SontagLa necesidad de la imagen

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SS: ¿Contradictoria? Yo hablaría másbien de énfasis. Ese encuadre pone el énfasis en un lugar... Otra fotografía, otro encuadre. La niña quemada por un bombardeo de napalm en una carreterade Vietnam. La foto forma parte de unpaisaje mucho más grande. La carreteraestá abarrotada de gente que huye despa-vorida y ella es una más en la tragedia.Naturalmente, el hecho de centrarse enuna parte de la imagen y excluir el restoes una forma de dirigir el significado dela foto, de subrayar lo que se pretende quevea el espectador. Luego hay otra cosa importantísima: las fotos no llegan des-nudas ni se muestran desnudas. El pie defoto, el contexto donde la foto aparece,quién la está contemplando y por qué, todo eso es fundamental para configurarel sentido definitivo que la foto acabeadoptando.

AE: Yo diría que hay una diferencia esencial entre la foto de My Lai y la de Sadam. En elcaso de la estatua de Sadam, lo que queda fuerade la foto contradice el fundamento de su discurso. Pero eso no sucede con la niña de lamasacre de My Lai, porque...SS: Déjeme interrumpirle. En el caso deBagdad induce a error. Eso podría decir-se. Es un fenómeno demasiado corriente,por desgracia. Muchas fotos inducen aerror.

AE: En My Lai el encuadre dramatiza, enfati-za, como usted dice. Personaliza una situacióngeneral, retórica muy propia del periodismo.SS: Sí, estoy de acuerdo. Yo siempre digoque el encuadre afirma y que, como cualquier información, puede inducir aerror. Es lo que distingue la fotografía de la pintura. No hay una afirmación pictórica.

AE: Resumiendo: encuadrar es excluir pero nosiempre con las mismas consecuencias.SS: Desde luego. Si no, todas las fotos in-ducirían a error. Y no todas las fotogra-fías son erróneas ni mienten. Yo no digoesto. No tendría sentido decir una cosaasí.

AE: En cuanto a la objetividad...

SS: La objetividad no es un término que yo tenga en gran estima. No creo queexplique demasiado. En parte porque esun elemento polarizado, parte de una di-cotomía. En el momento en que dices ob-jetivo obligas a hablar de subjetivo. Y no eseficaz. Es, como si dijéramos, una alter-nativa demasiado cruda. Y no creo que seala forma correcta de hablar de fotografía.Lo que hay que buscar en las fotografíases que sean capaces de darnos la mayorcantidad de información posible sobreuna situación cualquiera que se ha produ-cido, que ha sido real. Entendiendo siem-pre, claro está, que sobre una situación realla información será siempre incompleta.Yo creo que la tensión entre objetividad y subjetividad crea muchos problemas falsos, y que la primera obligación decualquier análisis es evitar la posibilidadde que aparezcan problemas falsos.

AE: Usted habla de la diferencia, en lengua inglesa, entre “tomar una foto (to take)” y “ha-cer una fotografía (to make)”. Es una diferenciamuy interesante.SS: Permite determinar la capacidad deintervención del fotógrafo, ja, ja.

AE: ¿En inglés no se ha producido un desplaza-miento léxico entre hacer y tomar?SS: No, no. Por fortuna.

AE: En español, al menos en el español de Espa-ña, ya nadie dice “tomar una foto”.SS: Pues lo siento, de veras.

AE: La ausencia de fotos en la catástrofe del 11de septiembre. De fotos de cadáveres...SS: Me pareció muy mal. Yo soy partida-ria de que circule siempre la mayor in-formación posible.

AE: Aunque sea brutal.SS: Las fotos brutales exigen una brutali-dad previa que es necesario conocer. Conla que es necesario encararse. Una socie-dad democrática debe someterse a ese tipo de ejercicios. Si no se convierte, encierto sentido, en una sociedad cómplicede la brutalidad.

AE: Antes de seguir en el análisis quisiera pre-

guntarle si efectivamente existen fotos del 11 deseptiembre vetadas al público.SS: Sí, existen...

AE: Hay quien dice que la tragedia no dejó nisiquiera cadáveres. Sólo cenizas.SS: Dejó muchas cenizas y muchos cadá-veres.

AE: ¿Usted ha visto alguna de esas fotos?SS: No, yo no las he visto. Pero las hanvisto gentes de mi máxima confianza,editores, cámaras, fotógrafos... Ellos mehan dicho repetidamente que esas fotosexisten.

AE: Y que fueron censuradas.SS: Exacto.

AE: ¿El cadáver de un acto terrorista no dejade ser un cadáver privado para convertirse, encierto modo, en un cadáver público?SS: Hummm. Pregunta perturbadora. Esverdad. Sí, creo que es verdad. Pero esmuy difícil atreverse a decir eso.

AE: Hace algún tiempo se lo pregunté al herma-no de una víctima del terrorismo etarra. Asintió con una claridad y una energía emocio-nantes.SS: Es muy duro. Y esa reacción que mecuenta es muy hermosa y valiente. Perono todas las víctimas reaccionan igual,claro. Y cómo no respetar el derecho delas víctimas en ese trance. Es un asuntomuy complicado. Pero, en fin, yo con-sidero, en cualquier caso, que la decisiónde ocultar el cadáver es mucho peor. Las consecuencias son mucho peores.Los familiares pueden prohibir la exhi-bición de las fotos o los vídeos, claro... Eslo que sucedió con el vídeo del asesina-to del periodista del Wall Street Journal,Daniel Pearl, por un grupo terrorista islámico.

AE: Realmente es un caso extremo. Es que nosólo se trata de un cadáver sino de un degüello,de la filmación de su asesinato.SS: Y filmado para que se exhibiera, des-de luego. Su exhibición se prohibió pordos motivos. Primero el buen gusto, elpudor. Luego, porque podría ofender a

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su viuda. Desde luego, no se trata de unadecisión fácil. Pero aun así, creo que deberíamos poder verlo.

AE: Sinteticemos, si le parece: ¿por qué debe-ríamos verlo?SS: Si se parte de la idea de que hay fotos que ayudan a entender la realidad,la cuestión se aclara. Aunque no de unamanera contundente, absoluta, porquesiempre habrá resquicios por donde secolarán los derechos y los sentimientosde los otros. En realidad mi libro está dedicado a saber cuánto puede mostrar-se de lo real. A mi entender esta es unapregunta clave.

AE: De la guerra puede mostrarse muy poco, dice usted repetidamente.SS: La guerra. Las fotos nos transmitenuna cierta imagen de la guerra, vincu-lada al acontecimiento, al estallido, a una acción determinada. Pero lo crucialde la guerra es lo que sucede después.¿Cómo se fotografía lo que sucede des-pués? O pensemos en la hambruna deÁfrica. ¿Cómo se fotografía el hambre,más allá de las circunstancias agónicas deestos niños esqueléticos que vemos cícli-camente cuando en un poblado o una región determinada la situación se des-borda? Bueno, éste es un problema muyimportante. Mucho más importante quesi a raíz de un hecho concreto se mues-tran o no determinadas fotos que puedanofender el gusto, la moral o la sensibili-dad.

AE: Habla de William Hazlitt y del ensayo quededicó al Yago de Shakespeare.SS: Sí, Hazlitt, Burke...

AE: Permítame que le lea a los lectores la citade Hazlitt, a propósito de la atracción de la mal-dad: “¿Por qué –se pregunta Hazlitt– siempreleemos en los periódicos las informaciones sobreincendios espantosos y asesinatos horribles?” Yresponde: “Porque el ‘amor a la maldad’, el amora la crueldad, es tan natural en los seres huma-nos como la simpatía”.SS: Sí, me parece que Hazlitt tiene razón.Y Burke, que decía que las desgracias delos demás nos procuraban placer.

AE: ¿No le parecen apreciaciones algo cargadasde malditismo literario?SS: No, la verdad.

AE: Quizá se trate sólo de un efecto parecido alde los cuentos de terror: realmente es horrible,pero yo no estoy ahí.SS: Es su opinión. Prefiero la de Hazlitt.Creo que su observación sobre los otroses muy atinada. Hay mucha gente que tiene un potencial sádico muy fuerte yque no lo externaliza a menos que la autoridad se lo permita.

AE: ¡Vaya! Fieras babeantes con bozal.SS: Le recomendaría que no se pusiera delante. Hay gente con una enorme capa-cidad de crueldad, que disfruta con el do-lor que se inflige a los demás. La verdad,no creo que sea una cuestión vinculada conel hecho de sentirse bien, con el hecho deno estar ahí, en el lugar del sufrimiento.

AE: ¿Por qué no?: al fin y al cabo, no es nadamás que la lógica banal del superviviente.SS: No lo creo. ¿Por qué la gente se paraen la carretera a mirar un accidente deautomóvil?

AE: Es una noticia. Una interrupción en la vida.Llama la atención.SS: Y excita.

AE: Insisto: ¿no cree que hay alguna literaturaque va muy cargada de demonio? El propio Bataille, que usted también cita a propósito de la foto del prisionero sometido a la tortura mortal de los cien cortes.SS: Me es indiferente. En realidad la li-teratura me es indiferente. Diga que citoporque queda bien.

AE: Muy bien.SS: Yo parto de la realidad. Ni me inte-resa Hazlitt, ni Burke, ni Bataille, niBaudelaire, ni el malditismo, ni lo demo-níaco, ni nada de eso. ¿Sabe lo que a míme interesa?

AE: ¿...?SS: Ruanda.

AE: El genocidio.

SS: El genocidio a cuchillo de Ruanda.La literatura es totalmente secundaria. A mí me interesa la realidad. En seis semanas, ochocientas mil personas,OCHOCIENTAS MIL PERSONAS, fueron asesinadas en Ruanda. Por su vecinos.POR SUS VECINOS. Cada una de esas per-sonas murió de una manera individua-lizada, pasada a cuchillo. Mire la historiade la humanidad. Mírela fijamente: ¡leimporta un rábano lo que dicen los es-critores! Ruanda. ¿Sabe usted lo que esRuanda?

AE: No, no lo sé.SS: Ruanda es un pequeño país. Un pe-queñísimo país. Más pequeño que Cata-luña. Y con un noventa y cinco por cien-to de sus habitantes que son católicos.¿Para qué tengo que leer a Baudelaire?

AE: ¿...?SS: Yo no apelo a la autoridad del inte-lectual. Insisto en que nadie ha escuchadoal intelectual. Tenemos que redescubrirel retorcimiento de los seres humanos. Yocito a estos escritores no para refugiarmeen su autoridad, sino sobre todo para decirqué extraño es que sigamos redescubrien-do a cada paso lo mismo. Qué extraño esque redescubramos lo evidente. Qué ex-traño es que no nos hayamos convertidotodavía en adultos morales o psicológicos.Lo siento: me siguen sorprendiendo estascrueldades indescriptibles de los seres humanos.

AE: Mostrar el dolor. Hace treinta años dijousted en Sobre la fotografía que la exhibiciónrepetida del dolor anestesiaba la percepción.SS: Siempre estoy en discusión conmigomisma. Hoy mismo ya me discuto cosasde este último libro. Imagínese lo quepienso de lo que escribí hace treinta años.Pero, en fin, creo que no es cierto que laexhibición de las imágenes del doloranestesien la conciencia del hombre.

AE: Este punto de vista acabó convirtiéndose enun lugar común. Hay muchos directivos en losperiódicos que se niegan a exhibir cadáveres in-vocando su punto de vista, aunque no sepan quees suyo.

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SS: Sí, parece que ha llegado a conver-tirse en un lugar común.

AE: ¿Qué le hizo cambiar de opinión?SS: La realidad. La imagen de Cristo, porejemplo. ¿Cuántos años llevan sus fielescontemplando ese hombre ensangren-tado, agonizante, desnudo, a tamaño natural? Si fuera cierto que nos acostum-bramos al sufrimiento, hace mucho quelos católicos habrían dejado de conmo-verse. No lo han hecho. Esto es lo real. A veces tenemos que someter lo que pensamos a este tipo de verificaciones decisivas. Si te sientes comprometido condeterminadas imágenes, las hayas vistouna o cien veces seguirás sufriendo.

AE: Sí. Una imagen contemporánea, por ejem-plo: el avión que va a estrellarse contra una delas Torres Gemelas.SS: Sí, claro, nadie va a olvidarla.

AE: Esa imagen ha sido observada estéticamen-te. Sí, digamos “estéticamente”.SS: ¿Quiere decir que hay quien la ha visto bella?

AE: Sí, eso mismo.SS: ¿Y?

AE: ¿Qué le parece?SS: Todas las fotografías embellecen loreal.

AE: Yo le pregunto si es posible advertir ahí labelleza, aunque se trate de una belleza sinies-tra.SS: Sí, es posible.

AE: ¿Pero el que mira no se ve automáticamen-te en el avión?SS: Hummm... No, no creo que la gentese sienta dentro. La gente siente, comoen la vieja frase de Aristóteles, lástima yterror. Pero de ahí no pasa. No creo quepor mirar las fotos de los bombardeos deMadrid del 36 la gente se instale auto-máticamente en el Madrid del 36. No, no me lo creo. Es respetable esa actitud,pero no creo que sea la del común de lasgentes. La gente ve una imagen y la juz-ga. La juzga, además, insisto, partiendo

del principio de que cualquier foto em-bellece la realidad. Y sobre todo, aunqueesté de moda ponerlo en duda, sabiendoperfectamente que una cosa es la fotogra-fía y otra distinta lo real.

AE: En realidad lo que yo quería preguntarle essi la belleza es un término operativo en este tipo de imágenes.

SS: Una foto puede ser terrible y bella.Otra cuestión: si puede ser verdadera ybella. Este es el principal reproche a lasfotografías de Sebastiao Salgado. Porquela gente, cuando ve una de esas fotos, tansumamente bellas, sospecha. Con Salga-do hay otro tipo de problemas. Él nuncada nombres. La ausencia de nombres li-mita la veracidad de su trabajo. Ahora

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bien: con independencia de Salgado ysus métodos, no creo yo que la belleza yla veracidad sean incompatibles. Pero esverdad que la gente identifica la bellezacon el fotograma y el fotograma, inevi-tablemente, con la ficción.

AE: Hay en su libro párrafos violentos contrala françoiserie: Baudrillard, Glucksmann...SS: Ja, ja, françoiserie. Es una visión muyprovinciana de lo real. Lo real no es unsimulacro. Desgraciadamente para mu-chas víctimas, lo real no es un simulacro.No creo que ese discurso merezca muchomás comentario.

AE: Es un discurso imperante en las universi-dades norteamericanas.SS: Hay muchos otros discursos en Amé-rica, y muy imperantes, que son despre-ciables.

AE: Usted suele hablar bien del periodismo. Másallá de sus simulacros, ¿cree que el periodismonos ha hecho más solidarios al extender el dolor de los demás?SS: Todo en el siglo veinte ha sido unarma de doble filo. También el periodis-mo. Es verdad que nos ha permitido sa-ber de los otros, de sus tragedias y de susnecesidades. Pero también ha contribui-do a una globalización cultural y moralque en buena parte está asentada sobrepremisas falsas. El periodismo ha llenadonuestra vida de imágenes falsas. Es ver-dad: tenemos una idea de lo que pasa enel mundo como nunca nadie la tuvo antes.Pero a veces esa idea es demasiado nomi-nal. Y se mezcla con la propaganda. Yave usted que voy de un extremo a otro.De un filo a otro. Aunque quizá lo peorde esta propaganda diseminada por elperiodismo sea este mensaje: “Esto es loque hay en el mundo, ahora ya lo conoces,pero poco puedes hacer para cambiarlo”.Esta impotencia. Este aviso de que el co-nocimiento de las cosas no se transformaen una energía para cambiarlas. La posi-bilidad, incluso, de que tanto y tan varia-do conocimiento llegue a aturdirnos y areforzar la impresión de que el cambio esmás complejo de lo que es en realidad.Porque luego es cierto que observadas las

cosas de cerca, una a una, no parecen tancomplejas.

AE: Sí, la saturación, el agobio mediático.SS: Y la posibilidad de que los horrorespuedan acabar convirtiéndose en unespectáculo. Yo defiendo el periodismo.Soy una gran defensora del periodismo.Viví en Sarajevo al lado de los perio-distas. Comprobé cómo trabajan. Puedodecir que la mayoría de ellos son gentehonrada. Y, sobre todo, no son gente endurecida, como quiere el tópico, sinoque tratan de contribuir con su trabajoa la mejora de las condiciones de vidagenerales. Cuando la gente habla de lacorrupción del periodismo hay que mi-rar en muchas direcciones. También enla dirección de los propietarios de los pe-riódicos. O sea que, en este sentido, Bau-drillard y demás podrían tener su partede razón, cuando sugieren que debido aesta corrupción el común de los hombresse vería en dificultades crecientes paradistinguir entre las imágenes y la reali-dad. Pero esa visión siempre sugiere unmenosprecio de lo real, y del que sufrelo real, falso: aun hipnotizada, drogada,la gente no pierde el sentido de lo real.

AE: La gente...SS: Déjeme explicarle un anécdotasignificativa. Mire, después del ataquea las Torres Gemelas, varios grupos de personas que habían conseguido es-capar fueron apareciendo por las calles.Los iban entrevistando las cámaras detelevisión. Estaban todos ellos cubiertosde ceniza, agobiados, aterrorizados. Lesponían el micrófono en la boca y les pre-guntaban cómo se sentían, cómo habíasido, esas cosas. Algunos de ellos expli-caban: “Ha sido como una película”.¿Quiere eso decir que lo real y lo ficti-cio ya no se distinguen? En absoluto. Esafue una interpretación muy extendidaen aquellos días, pero falsa. Lo cierto esque cuando se produce un trauma de estas características se tarda un poco enabsorber la realidad. Hace cien años estas gentes habrían dicho que era comoun sueño. Hoy dicen que como una película. Pero a nadie de aquellos que

salían se le habría ocurrido dudar de queaquello fuese cierto. Sólo decían que lessorprendía mucho que lo que habíanvisto en las películas se hiciese de pron-to realidad. Era su forma de significarla magnitud de la catástrofe. No de sig-nificar sus dudas. Lo que importa de laspersonas son las experiencias propias.¿Me deja que le cuente otra anécdota?

AE: Y mil que contara.SS: 1969, en el sur de Marruecos. Plenodesierto. Una pequeña cabaña con luzeléctrica y un café con televisión. Arms-trong acaba de pisar la Luna. Yo me acerco al hombre que sirve el café. Porla tele se ven los saltitos de los astronau-tas. Yo se lo comento al hombre: “¡Esfantástico, la gente está en la Luna!”Mueve la cabeza y dice que no. “¡Cómoque no!”, le digo y casi le obligo a salirfuera, y mirar al cielo, donde brilla laLuna. “¡Están ahí!”, le digo, señalandoindistintamente la Luna y la televisión.El hombre se ríe, me mira y me dice:“¡Qué va: es sólo televisión!” En ciertomodo está bien fiarse de las experien-cias personales.

AE: Al final del libro dice usted que la guerraes inefable.SS: Sí, me acuerdo.

AE: Es desmoralizador.SS: ¿Por qué?

AE: Es desmoralizador que el arte no sirva enlos momentos gigantescos.SS: No es cero o cien. No se trata de queno sirva. Se trata de que cualquiera quehaya visto la guerra sabe que su repre-sentación poco tiene que ver con ella. Sí,está Tolstoi, está Goya. Pero no estabanallí. El ruido, por ejemplo, el ruido de laguerra. Si no ha estado no puede imagi-nárselo. Como un concierto de rock enel que usted estuviera con la oreja pega-da al altavoz y multiplicado ese ruido porcinco. ¿Donde está ese ruido? ¿En quécine? ¿En qué sala de concierto? ¿En qué teatro? El arte sólo es un gesto en ladirección de esas experiencias. Un gestosolo, aunque imprescindible. ~

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lejos de Europa. Más lejos de lo que se presentía cuando Europa (su modernidad y su libertad) era el referente del na-cionalismo antifranquista. Y más lejos de Europa (lo nuncasospechado) que el resto de las comunidades españolas. La noticia es tan insólita como irrevocable: alrededor de una tercera parte de los votantes catalanes y vascos han exhibidosu defección europea. Veamos algunas cifras concretas. En España. Un 77% dijo sí, un 17 no y un 58 se abstuvo. En Cata-luña. Un 65% dijo sí, un 28 no y un 59 se abstuvo. En el PaísVasco. Un 64% dijo sí, un 34 no y un 61 se abstuvo. En Galicia,una de las llamadas comunidades históricas, votó sí más del81%. El mismo porcentaje de Murcia, que tal vez sea con Extre-madura (85%) la comunidad que ha desarrollado con menornitidez una identidad colectiva al margen de la española.

La defección europea de parte del electorado en Cataluñay el País Vasco no ha tenido el eco público que su trascendenciamerece. Se diría que hasta los propios partidos que propug-naron el no al referéndum se encuentran incómodos con la situación derivada. Y ya no digamos el Partido Socialista, cuyaalianza tácita y fáctica con Esquerra Republicana, firme par-tidaria del no, es imprescindible para la continuidad de su gobierno en España y Cataluña. La noticia tampoco es buenapara los nacionalistas vascos. El porcentaje de rechazo a la Cons-

titución incluye seguramente muchos votantes habituales delPNV, que desoyeron la consigna oficial de asentimiento. Sóloel PP se ha referido al porcentaje del rechazo. Pero incluso éllo ha hecho con menos desenvoltura de la que cabría esperar.Europa no ha sido un asunto sobre el que la derecha españolahaya proyectado nunca su probada capacidad de cariño. Y esevidente que en los porcentajes de rechazo no atribuibles a lainfluencia nacionalista (especialmente significativos en Ma-drid) había votantes habituales del Partido Popular.

Así pues, y desde la mayoría de rincones, se ha tendido a contrarrestar el contundente efecto de los datos. Como es habitual cuando la realidad trae problemas, el silencio ha sidola respuesta predominante. Pero en este caso también ha habi-do aclaraciones. Curiosas aclaraciones, todas ellas basadas enla necesidad de perseverar en la estrategia de la ilusión. El nacionalismo transversal, vasco y catalán, ha aclarado que deninguna forma puede inferirse una defección europeísta delresultado electoral; que el no es también una respuesta a favorde Europa. Que lo que quería el frente del rechazo, dicen conaspiraciones cínicas pero sin sobrepasar la candidez, era, enrealidad, más Europa. O sea que el Tratado de la Unión Euro-pea era poca Europa para ellos.

El argumento se mueve en la misma lógica abstracta y va-

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A rc a d i E s pa da

Y NOSOTROS S.A., QUE LA QUISIMOS TANTO

Los nacionalismos catalán y vasco siempre vieron a Europa como un anhelofrente a la “bárbara España”. Después de años de gobierno nacionalista, sonestos territorios los menos europeístas de la geografía nacional. Espada, conla punzante ironía que lo caracteriza, desnuda esta aparente paradoja.

Europa. Se trató, acaso, de la más grande ilusión de los na-cionalismos antiespañoles. Ahora es un dato. Los resultados del re-feréndum sobre el Tratado de la Unión Europea inducen a muchasreflexiones. Pero hay una clave: tras veinte años de hegemonía moral,

cultural y política del nacionalismo, Cataluña y el País Vasco están hoy más

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ga que ha tenido Europa para los europeos. Una Europa cur-siva. Más que un concepto un contenedor. Una Europa queservía igual para los pueblos que para los Estados; para las regionesque para las ciudades; una Europa por igual jacobina que abier-ta partidaria del principio de subsidiariedad. Dado que eratodo, no era nada. Pero el Tratado de la Unión Europea ha acabado con esa indefinición. En un sentido perfectamentereal y concluyente Europa es ese Tratado. Es decir, que las líricas ya tienen un pie de rey. Probablemente la vida sea posi-ble, e incluso buena, fuera del Tratado de la Unión Europea.Pero Europa ya no existe fuera de él.

Lo que hay allí dentro, escrito y numerado con la torpezagramatical con que a veces se expresan los acuerdos hondos y difíciles, ha costado un número infinito de desgracias, unacantidad inexpresable de dolor. Pero los valores ya están redactados. Entre ellos, uno, sobresaliente. Está en el 1.1: “Lapresente Constitución, que nace de la voluntad de los ciu-dadanos y de los Estados de Europa de construir un futuro común, crea la Unión Europea...”. Europa: una democracia organizada en Estados. No me importa bordear el pleonasmo.Porque entre las aportaciones decisivas del Tratado de la UniónEuropea está la imposibilidad de una doble identificación sanguinaria: la que vincula obligatoriamente al hombre con lanación y a la nación con el Estado.

Es decir, esto es Europa y a ello habrá que referirse cada vez que se invoque su nombre. Un lugar donde la soberaníareside en los ciudadanos y en los Estados. Y, en consecuencia,donde el pueblo no sobrevive como sujeto político. No es, desdeluego, la sentencia que los nacionalismos catalanes y vascosesperaban de la historia.

Su invocación de Europa es antigua. El PNV puede presumir,con razón, de haber estado en la vanguardia de la construccióneuropea al lado de Schuman, Monnet, Adenauer y De Gas-peri.1 Uno de sus recientes documentos oficiales dice, y conrespeto general por la verdad:

La vocación europeísta jalona la trayectoria de EAJ-PNV des-de los inicios de su actuación política. Ya en 1916 participaen la Tercera Conferencia de las Nacionalidades en Lau-sana. Es la primera implicación del Partido en un foro multinacional. La celebración del Aberri Eguna de1933, que bajo el lema Euzkadi-Europa contó conla presencia de delegados de otras nacionessin Estado del continente europeo, es el símbolo más palpablede ese europeísmoprecoz de EAJ-PNV.Que veinticuatro añosantes de la firma del Tra-tado de Roma (1957) el Partido NacionalistaVasco organizase un evento de estas caracterís-

ticas –acompañado de reflexiones del diputado en Cortespor Álava, Javier de Landaburu, que apostaba por hacercompatible la nación vasca con la creación de estructuraseuropeas federales– es algo que no todos los partidos po-líticos que hoy se dicen europeístas pueden exhibir.

Aunque bien es cierto que uno de sus dirigentes, Manuel deIrujo, escribió estas palabras inequívocas sobre el ánimo de losnacionalistas después de su participación, en 1948, en laAsamblea de La Haya: “Los vascos llevaban en la mente y enel corazón la Europa de los Pueblos. Lo que nacía no era la Europa de los Pueblos, sino la Europa de los Estados. ParaAguirre y los suyos el dilema planteado no era el de una Eu-ropa u otra, sino el de la Europa de los Estados o ninguna. Yaceptaron la Europa de los Estados.”2

La doctrina posibilista del lehendakari José Antonio Aguirreha llegado intacta hasta nuestros días. Y está en el origen delresignado asentimiento que ha dado el PNV al Tratado. Europaha sido para el nacionalismo vasco (y también para el catalán)la condición de una debilidad. Lo expresa muy bien esta definición de la doctrina Aguirre:

La Doctrina Aguirre arranca del europeísmo tradicional de EAJ-PNV, que el Lehendakari adapta a los tiempos paraapostar por la construcción de una Europa política, desdeel convencimiento de que las facultades que los Estados habrían de ceder en materias de legislación, moneda, adua-nas, tribunales, migración, asistencia social, comercio ex-terior, política internacional, ejército y defensa, son preci-samente aquellas que el régimen autónomo reservaba a lasoberanía del Estado.3

Este ha sido, tradicionalmente, el núcleo del europeísmo

1 eaj-pnv ante el tratado por el que se instituye una constitución para Europa. Dictamen final. Noviem-bre 2004.

2 Op. Cit.

Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Alejandro Magallanes

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5 0 : L e t r a s L i b r e s A b r i l 2 0 0 5

A rc a d i E s pa da : Y No s o t ro s s . a . , q u e l a q u i s i m o s ta n t o

nacionalista. Europa, como debilitamiento. La cruda realidadse expone ahora. Así comienza el Plan Ibarretxe: “El PuebloVasco es un Pueblo con identidad propia en el conjunto de lospueblos de Europa [...], que se asienta geográficamente en siete Territorios actualmente articulados en tres ámbitos jurí-dico-políticos diferentes ubicados en dos Estados. El Pueblovasco tiene derecho a decidir su propio futuro.” Es obligato-rio y elemental comparar ese preámbulo con el punto 1.1 delTratado que he reproducido más arriba. Las conclusiones soninequívocas. El sujeto político que invoca el Plan Ibarretxe esradicalmente antagónico al que invoca el Tratado europeo y nulas las posibilidades de conciliación ideológica entre elEuskadi nacionalista y Europa.

Si a pesar de sí mismo el PNV ha defendido el asentimientoal Tratado no habrá sido por la similitud ideológica que ve entre sus posiciones y el discurso de Europa. Ni siquiera, a menos de que no haya querido cerrar voluntariamente los ojos,porque la letra o el espíritu de ese Tratado permitan seguirconcibiendo la viabilidad de la doctrina Aguirre. A diferenciade los otros capítulos previos en la larga construcción europea,si algo hace este Tratado es, precisamente, fijar claramente loslímites del debilitamiento de los Estados. Baste recordar queel Tratado es muy respetuoso con la autodeterminación de sali-da (fácilmente puede abandonarse Europa), pero en absolutocon la de entrada. Una cuestión, por cierto, que plantea el de-bate sobre la autodeterminación en los únicos términos seriosy reales en que puede hacerse: lo trascendental de autodeter-minarse no es de dónde sales sino adónde entras. Es el PNV,desde luego, el que sabrá por qué ha apoyado un Tratado queimpugna radicalmente su táctica y su estrategia y que hundesus raíces ideológicas y morales en valores que el partido des-precia. Sin adentrarnos nada más que levemente en el proce-so de intenciones, es fácil deducir que son las domésticas contiendas con el pueblo que al partido le esperan y la corre-lativa necesidad de no asustar a un electorado (aunque, por lodemás, ya bastante marmóreo del susto desde hace tiempo) lasque deben de haber estado entre las razones de una decisiónpolítica completamente ilógica.

En cuanto al nacionalismo catalán qué decir del anhelo, lamanera suplicante que ha caracterizado siempre sus relacionescon Europa. Una manera que incluye actitudes de deslealtadhacia España muy difíciles de calibrar. Como cuando el secre-tario del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, viajóa Londres, en 1938, en plena agonía republicana, a ofrecer queCataluña se pusiera bajo protectorado inglés. La paz separada.La misma iniciativa, por cierto, que había tomado poco antesel nacionalista vasco Luis de Arana. De hecho la oferta delsecretario de Companys, Batista i Roca, era perfectamente coherente con la vinculación entre hecatombe española y/o europea y libertad catalana que los nacionalistas han estable-cido siempre. Y que llega a nuestros días. Es una evidencia, y

el paso del tiempo y la emergencia de documentos hoy reser-vados no harán más que confirmarla, que el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, acarició por última vez la idea de una independencia catalana, más o menos convencional, fiadoal gran terremoto de fronteras que el desgarro del telón de acero y la caída del imperio soviético podía provocar. Y queprovocó, aunque Cataluña no estuviera, para la desgracia nacionalista, en la zona erógena de la historia.

Respecto a la política exterior del nacionalismo catalán, pocos textos habrá más significativos y excitantes que la po-lémica que Gaziel, el gran escritor catalán, director del perió-dico La Vanguardia, mantuvo en 1923 con algunos articulistas deLa Publicitat, el periódico nacionalista más leído de la época.Es una polémica muy interesante, por su capacidad reductivay por su anclaje perfectamente moderno. Tuvo, además, unnacimiento irónico y pintoresco. La crónica que Josep Pla enviara a La Publicitat en marzo de 1923, donde narraba las dificultades que atravesaron un grupo de comerciantes cata-lanes empeñados en dejar un ramo de flores en la tumba delsoldado desconocido. El problema no eran las flores, natural-mente, sino la bandera que agitaba uno de los comerciantes.Con mucha gracia explica Pla que, apercibidos dos municipalesde la ceremonia de los catalanes, se pusieron a consultar conparsimonia y precisión el libro donde figuraban el nombre delas calles y plazas, la dirección de las embajadas, bancos, igle-sias... y las banderas de los Estados. Parece que los gendarmesunos a otros se miraron.

–C’est drôle...–Je connais pas, moi, le rayon des drapeaux.Sin embargo, los comerciantes catalanes no se arredraron.

Especialmente desde el punto de vista sentimental. Y les di-jeron a los guardias, explica Josep Pla, que si los alemanes nose la pudieron hacer plegar en Verdún cómo iban a plegarlaahora. Pero lo hicieron, claro. Plegaron la bandera y se mar-charon.

Gaziel cogió este ínfimo incidente y clavó tres artículos magistrales sobre la política exterior del nacionalismo4. Artículos que partieron de esta consideración: “El definidormás característico del grupo de Acció Catalana, autor casi exclusivo de sus fondos periodísticos doctrinales y comentaristadiario de la política internacional, nos lo ha dicho varias veces.La norma exterior del catalanismo, según él, debe consistir enbuscar y obtener protecciones valiosas, pero en especial la deFrancia.” El comentarista era Rovira i Virgili, uno de los másconocidos teóricos del nacionalismo y probable autor de algunosde los textos anónimos que formaron parte de la polémica. Gazielcalificaba así la política exterior diseñada por Rovira: “El pulsointernacional de ese nacionalismo varía diametralmente segúnse trate de España o de Francia. Para la primera, late con infi-nito desprecio; para la segunda, con inefable amor de colegialatortolado y enamoradizo”. Su último artículo describía ceñi-

4 La Vanguardia, 11, 18 i 25 d’abril del 1923.3 Op. Cit.

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damente cuál había sido la actitud tradicional de Francia res-pecto a tal amor: “Pronto hará treinta años que el catalanismoactúa políticamente, sin que jamás Francia haya vuelto haciaél los ojos, como no sea para sacudir accidentalmente algunade las manifestaciones extrafronterizas, del mismo modo quese sacude un moscardón inoportuno. Ante lo mismo que enEspaña llamamos el problema catalán, Francia experimenta,de buena fe, la más absoluta indiferencia”.

El fondo de la argumentación de Gaziel era ya trans-parente en 1923. Cuando aún no habían pasado por Europa la Segunda Guerra ni el orden de Yalta, aunquesí la devastación del mundo anterior a 1914 queGaziel vivió como una devastación propia quemarcaría a fuego su vida. Respecto a Catalu-ña, Francia (es decir, Europa) no hará nun-ca nada cuando lo que esté en juego seanlos intereses del Estado. En 1923 eratransparente, pero cada año que hapasado desde entonces sólo ha ser-vido para ilustrar esa profundailusión del catalanismo político.

En cualquier caso, la diferen-cia con el pasado es obvia y tra-baja en contra de los intereses na-cionalistas. Europa ya está políti-camente construida y esa construc-ción ha sido obra de los Estados. Y aúnmás: obra principal de la alianza entre Francia y Alema-nia, sobre cuya tradicional incertidumbre basculaban lasprobaturas nacionalistas, tanto vascas como catalanas.De esa construcción lo más importante no es que secierre el camino a la hecatombe. La hecatombe tienedemasiadas veces un perfil completamente imprevi-sible. Lo realmente trascendental es que la promul-gación del Tratado de la Unión Europea cierra cual-quier camino a ese independentismo tranquilo que laparte quizá más lúcida del nacionalismo venía más o menoscautamente pregonando. No hay ya semejante posibilidad. Elreconocimiento del principio de subsidiariedad marcha pare-jo con la inviolabilidad de las soberanías estatales.

El nacionalismo antiespañol es ya por definición irrevocableun nacionalismo antieuropeo. La realidad es cruda. Europa eslo que ha ayudado a construir el Estado español. Y no los pue-blos español, catalán o vasco. Es probable que durante algúntiempo los nacionalistas puedan seguir entreteniendo a sus seducidas clientelas con la ficción de que los caminos estánabiertos y que Europa aún está por hacer. Son especialistas enficciones y sobre todo en creérselas y hacer que las crean susseguidores. Pero tarde o temprano el principio de la realidadimpondrá su sentencia y será (ya es) Europa la que impediráque cuajen las pretensiones nacionalistas. Y no lo hará solamenteinvocando principios, sino lo que es más temible, reglamentos5.El reglamento que el visionario Gaziel ya observaba en el su-

ministro de los hechos aportado por Josep Pla. El reglamentocontenido en la libretita del gendarme francés.

Con sus dos terceras partes de rechazo, Cataluña y el PaísVasco, a falta lógicamente de los resultados de las diversas con-sultas que han de hacerse en los próximos meses, se situaránprobablemente entre las regiones menos europeístas. ¡Quiénpodía preverlo! Y quién iba a prever, salvo el lúcido Gaziel,

quizá, que sólo acertaba predicciones a más de mediosiglo (un clásico), que el principal responsable del an-tieuropeísmo iba a ser, precisamente, la política na-cionalista, y que su Castella endins, su Castilla aden-

tro iba a refrendar el ideal europeísta. Y aúnmás que su iberismo, la utopía de confluenciahispano-portuguesa que compartía con Una-

muno y Joan Maragall iba a desarrollar-se, casi en los mismos términos en que

él lo soñara, gracias al Estado y encontra de la reticencia de buena par-te de los catalanes, de esos catala-nes que después de veinticincoaños de democracia habían alcan-zado un nivel de autonomía polí-tica y cultural inédito, incluso en

los textos.Murió a tiempo.

La hora de Europa ha sonado defini-tivamente para los nacionalistas catalanes y vascos.Cierto que en unos términos que no imaginaron. Ahora

tienen un reto extraordinariamente preciso. Puedenseguir cultivando el sentimiento antieuropeo debuena parte de la población y enroscarse, incluso,en una suerte de victimismo frente a Europa (¡Laculpa es de Bruselas!) de perfiles tan divertidos co-mo grotescos. O bien pueden hacer algo muchomás inteligente y práctico. Lo que, en realidad,

deberían haber hecho en la pasada campaña elec-toral. Sostener que esta Europa es también suya. Que su in-fluencia ha sido decisiva en el interior de los Estados y por lotanto en la construcción europea que han decidido los Esta-dos. Algo así como esos lúcidos marxistas que se aprestaron adefender que su mayor éxito se había producido en el interiorde las sociedades capitalistas.

Porque su influencia ha sido cierta. Tanto como es ciertoy ciego el final, inevitablemente acompañado con música decisnes, de su ciclo histórico. ~

5 Y reglamentos que vigilan la intimidad más profunda de las políticas locales. Sólo cabereseñar con qué interés ha examinado la oficina anticorrupción de la Unión Europea la cri-sis política catalana del 3%, desencadenada a partir de la acusación genérica y sin pruebasdel presidente del gobierno regional, Pasqual Maragall, al partido que durante 23 añosformó gobierno en Cataluña. La cifra del 3% alude, presuntamente, al porcentaje que esepartido ingresaba en concepto de comisión por la adjudicación de obra pública. Según laedición del periódico El Mundo del 14 de marzo, la Unión Europea no sólo se ha interesadopor la veracidad de esa acusación, sino también por la posibilidad de que, tras el exabruptode Maragall, el Partido Socialista y Convergència i Unió decidieran echar tierra conjunta alasunto en evitación de males mayores.

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sta primavera se produjo un inci-dente de interés en las páginas del diario El País. Uno de sus articulistas más relevantes, el filósofo Fernando Savater, envió un artículo que no fue publicado. Savater lleva treinta años enviando artículos a la misma direc-ción y jamás le habían rechazado nin-guno. El artículo se llamaba “Casa tomada”,� como el célebre cuento de Julio Cortázar, y aparte de constatar el fracaso de la estrategia negociadora del presidente del Gobierno español

respecto a eta contradecía un editorial y un artículo ante-riores del propio periódico. Como viene siendo costumbre Savater envió una copia del artículo al diario digital Basta Ya, una empresa política fundada, entre otros, por el propio Savater, y con cualquier ánimo menos el de lucro, que se nutre de la filantropía intelectual de sus socios y amigos y que de inmediato lo colgó en su primera página. Así pasaron unos diez extraños días: el artículo de Savater seguía colgado y a disposición de cualquiera en la web de Basta Ya, pero su destinatario inicial, el periódico El País, no lo publicaba. Me interesé por el asunto y escribí una nota� en mi blog contándolo.

El análisis de un caso puntual (la no publicación de un texto de Fernando Savater en El País, simultánea a su aparición en una página web), lleva a Arcadi Espada a reflexionar sobre el derrumbe del monopolio de la información ante las puertas abiertas del periodismo digital.

Periodismo e(n) internet

Arcadi Espada

atrapados en la red

Al cabo de tres días el artículo salió finalmente publicado, aunque en las páginas del diario local El Correo Vasco, otro de los lugares donde Savater colabora. La evidencia de que El País había censurado al primer intelectual español me llevó a escribir otra vez� sobre ello. Naturalmente cualquier diario tiene el derecho de decidir qué originales publica. Incluso si se trata de originales solicitados, como era en este caso, en virtud del largo contrato intelectual que une a Savater con el que ha sido siempre su periódico. La cuestión importante para mí, sin embargo, era la de constatar un desencuentro algo más que simbólico: por vez primera un artículo de Savater no encontraba sitio en el periódico.

A partir de estas primeras informaciones la discusión se fue extendiendo por internet en los términos fácilmente deducibles; se multiplicó con la confirmación de la censura y llegó hasta el propio diario El País. El canal fueron los comen-tarios del blog� recientemente abierto por el periodista Lluís Bassets, director adjunto del diario. El día en que el diario vasco publicaba el artículo de Savater varios internautas empezaron a interpelar a Bassets por el caso. La interpelación tenía sentido: aunque dedica su blog a la política interna-cional, Bassets es el responsable en primera instancia de las páginas de opinión del diario. Su reacción inmediata ante la proliferación de comentarios fue dar instrucciones para que se eliminaran todos los que se refiriesen al Caso de la Casa

E1. Casa tomada

� El cuento aquí: http://www.lainsignia.org/�00�/enero/cul_0��.htm. El artículo aquí: http://www.arcadi.espasa.com/mt-static/�007/05/httpwwwelcorreodigitalcomvizca.html� http://www.arcadi.espasa.com/mt-static/�007/05/hoy_cumple_diez_dias_en.html

� http://www.arcadi.espasa.com/mt-static/�007/05/httpwwwelcorreodigitalcomvizca.html� http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/

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Tomada. El sistema de mode-ración del blog, sin embar-go, permitía que la mayoría de comentarios de ese estilo apareciesen fugazmente y que sólo al cabo de pocos minutos se eliminaran.

La nueva censura enfadó a los internautas. Algunos empezaron a dejarme copias de sus mensajes5 en el correo de mi blog, y yo publiqué algunos de ellos. La inmensa mayoría de los que llegaban eran perfectamente correctos y se limitaban a pedir expli-caciones al responsable del periódico. Después de algu-nas horas de toma y daca, de envío y borrado, y cuando ya bastantes blogs empezaban a dar refugio a los comentarios censurados, Bassets cambió de opinión y ordenó que la discriminación acabara. Algunos internautas aprovecharon la circunstancia para volver a enviar los mensajes anteriormente censurados.� El dueño del blog (con ese título anuncia en la home, hasta el día de hoy, que los comentarios serán moderados) escribió al día siguiente una breve nota embozada sobre el asunto.7

2. El dEsdEñoso pErfilEl Caso de la Casa Tomada es muy instructivo sobre algunas de las cuestiones que afectan la relación entre el periodismo e internet. Cabe decir, para empezar, que El País no ha publicado hasta ahora (un mes después de que el filósofo Savater enviara su artículo) un solo detalle de esta historia, ni en sus secciones convencionales ni tampoco en la columna de El Defensor del Lector. Tampoco el propio Savater hizo mención en el siguiente artículo que publicó en el periódico. Es decir, el diario ha aplicado los habituales criterios del “caso interno”. El problema es que, gracias a internet, el caso ha sido público desde el primer momento, es decir desde la aparición del artículo en la web de Basta Ya. Es fácil imaginarse lo que habría sucedido hace diez años: la censura a Savater habría quedado en uno de esos sucedidos confidenciales que se unta de mano en mano la pomada habitual de periodistas y políticos. El escaso número de miembros de esa corte, pero sobre todo su carácter endogámico, ya habituado a los sobresaltos del doble circuito informativo, justificarían, probablemente, que el periódico se

hiciera el sueco, aunque sólo fuera por meras razones de cál-culo. Ahora bien: ¿pueden los periódicos seguir ahora con su pose de desdeñoso perfil, apli-cando la máxima de que lo que no sale en El País (o en cualquier otro diario de los llamados “de soberbia”) no existe?

No lo parece, con franque-za. Obviamente no tengo datos empíricos que lo justifiquen, pero parece razonable suponer que una sólida cantidad de fie-les lectores de El País conoce El Caso de la Casa Tomada, aun-que no sea por lo menudo. Es muy probable, asimismo, que esa inquietud se haya manifes-tado en varias cartas al director o al Defensor del Lector de las que no ha tenido conocimiento el resto de lectores. Tampoco

es inverosímil especular sobre la inquietud que debe de producirles el hecho de que su periódico haya reaccionado con un silencio conventual, más hijo de la pacatería que de la sobria meditación. La reacción no parece respetuosa con unos lectores que de alguna manera pueden entonar el lamento del burlado y decirse que han sido los últimos en enterarse. Pero este artículo no quiere insistir en las cuestiones morales, no sólo porque sean obvias.

Mi interés, como he avanzado, es examinar esta historia a la luz de los cambios que el uso de la red ha traído al perio-dismo. Y de la dificultad de entenderlos. Internet, por poner en solfa el primer cambio, ha acabado con la militarización del lector. Es decir con ese hombre (más que mujer) que se formaba cada mañana ante el kiosco, elegía su periódico y lo recorría disciplinadamente como quien desfila. Algo que en menor grado se ha dado también entre las cadenas de radio, pero ya no entre la televisión. Un lector militarizado habría dado por bueno no sólo el silencio del periódico sino la propia censura del artículo de Savater. Ese lector aún existe, pero cada vez menos. La facilidad que da hoy la red para contrastar las informaciones, y el tono y mesura de las informaciones, vence las estructuras de carácter más rígidas. El periódico como weltanschaung (cosmovisión) ha desaparecido. El lector no puede entender que en nombre de ella (eligiendo, claro está, la hipótesis de censura más noble) desaparezca de sus páginas el artículo de un colaborador habitual y querido. Enseguida volveré (y triunfalmente) a esa melancolía.

La historia tiene otro aspecto clave. Hoy los periódicos se llenan la boca con la interactividad. Ofrecen todo tipo de

5 http://www.arcadi.espasa.com/mt-static/�007/05/httpwwwelcorreodigitalcomvizca.html� http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/�007/05/gol_por_la_escu.html#comments7 http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/�007/05/la_galera_de_la.html#

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Arcadi Espada

atrapados en la red

servicios para estrechar la relación con su público. Juguetean con el ciudadano periodista, se ofrecen para alojarle sus blogs, permiten los comentarios de sus noticias e incluso organizan sus portadas y la jerarquización de las informaciones en razón de la opinión de los lectores. Nunca, aparentemente, un periódico fue más de ellos. Por desgracia, el Caso de la Casa Tomada revela hasta qué punto hay que tomarse con una relativa ironía y circunspección este periódico de puertas (y despachos) abiertos que se nos propone.

Sin embargo, no quiero acabar este repaso sin una cele-bración. Aunque sea (inevitablemente) la celebración de un anacronismo. El Caso de la Casa revela, paradójicamente, un conmovedor respeto a las opiniones. Porque sólo alguien convencido de que un artículo cambia el mundo, sólo alguien formado (aunque perversamente, qué más da) en la retórica y en ideal del “Yo acuso” o del “No es esto, no es esto” puede tomarse la molestia de censurar un artículo y pensar que los beneficios de hacerlo son mayores que los de publicarlo. Es una muestra de dudoso discernimiento sobre el valor de las opiniones en el mundo moderno que desde luego, y como los que van a morir, yo saludo y honro.

Es difícil, y sobre todo prematuro, listar las transforma-ciones que internet ha aportado al periodismo. Se piensa nor-

malmente en las transformaciones que experimenta el lector, es decir, si seguirá leyendo en papel, si será capaz de leer en el futuro textos que sobrepasen los diez mil caracteres (que, naturalmente, son los que tendrá este artículo) o si en internet se leen las imágenes y los sonidos, del mismo modo que en la televisión se ven o en la radio se oyen. Menos se piensa en las que está experimentando el propio oficio de periodista y menos aún en las que dentro de ese capítulo son poco espectaculares. Por ejemplo, la importancia que internet ha tenido en la mejora de la precisión del periodismo y en su inteligibilidad. Pero hay algo, estructural, que El Caso de la Casa Tomada ilumina, aunque sea con su sombra. Gracias a internet el periodismo ha perdido el monopolio práctico del debate y el conflicto que durante doscientos años ha ejercido en las sociedades modernas.� Ni los libros ni las universidades ni la plaza públi-ca pudieron disputarle al periódico ese monopolio. Pero la situación ha cambiado: foros, webs, blogs son hoy espacios del conflicto social ni organizados ni controlados por el perio-dismo. Es posible que durante cierto tiempo todavía algunos medios puedan seguir haciendo como que no ven. Pero corren el riesgo de que la costumbre les deje ciegos. ~

� Para una historia inteligente de ese monopolio, Géraldine Muhlmann, Du journalisme en démocratie, Payot, �00�.

correo fantasma

josé de la colina

el blog deel minutario

guillermo sheridan

visite los blogs de letras libres:

)blogd e l a r e d a c c i ó n

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a hipótesis de que los McCann ma-taran accidentalmente a su hija e hicieran desaparecer su cadáver es irresistible en los justos términos de la fama. Llevaban dos meses protagonizando la más intensa y global campaña de búsqueda de un desaparecido que jamás había tenido lugar. Beckham, Benedic-to xvi y Laura Bush, es decir y por este orden, los tres centros de poder más decisivos del universo, se habían interesado por la desgra-

ciada suerte de la pequeña Madeleine. Que de pronto la policía portuguesa los declarase sospechosos de la desapa-rición de su hija iba a provocar una hecatombe mediática. La que ha provocado.

Sin embargo, a 164 días de la desaparición, esa hipó-tesis sólo se sostiene por la fe que un ciudadano tenga en el funcionamiento de la democracia. Créanme. No tengo tiempo ni espacio, pero habrán de hacerme confianza,

como escribimos los catalanes de Castilla: conozco hasta el último rincón de lo que el tabloide más inhumano ha publicado sobre el asunto. No dispongo de ninguna infor-mación privilegiada; como Google y otros hombrecitos mi inteligencia es mi tamaño. Es muy grande y abarca el más mínimo pliegue. Pues bien: no hay posibilidad de escribir un discurso racional con lo que el público conoce. Junten los periódicos, las televisiones, las radios, los blogs, los foros: imaginen un cíclope (insisto, Google o yo mismo) capaz de leerlo todo y capaz de ordenarlo. Nada. Nada que la razón atienda. La pregunta también debe de quemarles: ¿para qué ha sido escrito todo eso? Hay otra pregunta: ¿es el caso Maddie una metáfora brutal del discurso periodístico contemporáneo y lo que se escribe sobre los McCann es, secamente, lo que se escribe?

Nada más que la palabra de un policía. Si él se atrevió a levantarse contra la Humanidad “pues exactamente esto es lo que hizo enfocando la sospecha hacia los padres” es que algo secreto, terrible y decisivo sabe. Está nuestra fe en la democracia y nuestra fe en el poder. Y hay algo hermosamente paradójico, y mucho más temible que las

El “caso Madeleine” es un maná informativo del que nos alimentamos. Todos contribuimos al milagro de la multiplicación de las teorías y jugamos el juego de la fama. Así es, afirma Espada, la fe en la democracia, que nos permite convertirnos en jueces aunque ni Google sepa qué pasó en realidad.

Google no sabe quién es el criminal

Arcadi Espada

la cultura de la fama

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credulidades invocadas: nuestra fe en el débil. Apenas es preciso referirse al menosprecio con que el establishment británico ha juzgado las investigaciones de la policía por-tuguesa, aunque, por cierto, siempre fueran compartidas con la policía británica. Pero a ese racismo poco disimulado le hemos dado una respuesta literaria: Sostiene Pereira. El funcionario modesto y obstinado que derriba a un gigante escarbando con la uña. La palabra de un policía, nimbada por un cierto efecto estético. Mal asunto cualquier asunto donde la literatura extienda sus garritas.

Las deficiencias y fragmentaciones del relato mediático, sus pavorosos agujeros, han excitado al público. El nuevo mundo internáutico les ha permitido ser activamente cola-borativos (sí, linotipista, sea así, escrito en el castellano de Mountain View). El peso de millones de fantasías, infamias, visiones, criminologías y oraciones se ofrece cada día desde cualquier rincón del planeta para remendar los agujeros de la razón. ¡Ésta es también la Web 2.0! El carácter general de esas intervenciones se decanta abrumadoramente por

reforzar la culpabilidad de los padres. Es decir, se proponen múltiples escenarios que confluyen en esa única posibili-dad. Incluso desde la Universidad. Un grupo de profesores criminalistas realizan un vídeo 3D que pretende subrayar la dificultad que habría tenido un secuestrador en llevarse a Maddie ante las múltiples idas y venidas del grupo Tapas entre el restaurante y los apartamentos. Hay una cierta lógica en lo que muestran. Pero es significativo que a nadie se le haya ocurrido explicar en tres dimensiones cómo uno mata a su hija, cena, bebe y hace sobremesa con los amigos, y se deshace luego de su cuerpo en tres horas mal contadas y en un país extraño.

La decantación criminal hacia los McCann se explica por lo atractivo de la hipótesis, desde luego. Pero también... por la fama. Desde ese punto de vista la superioridad de los padres sobre un ignoto secuestrador es manifiesta. La fama consiste en que cualquiera se acuesta con ella. La fama es la terminante seguridad con la que el mundo te llama criminal. ~

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Pocas historias últimas más ejemplares que la del coci-nero Santamaría. De pronto

este hombre (un segundón en la gran cocina europea) convoca a la prensa para decir que ha escrito un libro y que en él se dicen cosas terribles. La prensa convocada pregunta cuáles y el fi ero cocinero responde que Ferran Adrià, el primer cocinero de nuestro tiempo y por desgracia paisano, utiliza aditivos industriales y ha introducido la quími-ca en su cocina. Párense ahí, porque desde ahí se ve todo perfectamente. Lo primero visible es el propio libro. Hoy puede escribirse un libro con ese grosor. No sólo escribirse sino publi-carse. Y no sólo sino también: venderse al fi lo ya de los 30.000 ejemplares. Lo segundo que se ve son los periodistas. Llegan a la redacción diciendo ¡oh! y ¡ah!, y los redactores jefes, que sólo viven de las onomatopeyas, se frotan las manos. Cuatro columnas. ¿Espumas, aires, esferifi caciones...? ¡Periodismo!

Ahora que han pasado unas sema-nas uno puede volver a la playa del desembarco. ¿Qué queda allí? O lo que es lo mismo, ¿qué fue lo que realmen-te dijo el cocinero Santamaría? Nada,

absolutamente. Pedo, caca, culo y pis. Es cierto que Adrià utiliza aditivos industriales y que ha introducido la química en la cocina. Lo mismo han hecho el cocinero Santamaría y miles de cocineros en todo el mundo. Hasta donde alcanza la vista nunca ha habi-do denuncias sanitarias contra ningún restaurante a causa de este asunto. Hace tiempo hablé con Adrià sobre la seguri-dad alimentaria en El Bulli. Estábamos con las vacas locas y aquellas pésimas noticias para el rissoto con tuétano. Reconoció que en 18 años había tenido dos intoxicaciones. Almejas.

En el libro del cocinero Santamaría no hay nada y tampoco en sus declara-ciones promocionales. Pero me temo que en este caso no podemos detener-nos en el Periodismo. Obviamente, el Periodismo no ha cumplido con su tra-bajo, que consistiría en haber silencia-do libro, propaganda y cocinero. Pero sería mucho pedir ese cumplimiento. Al menos el Periodismo no ha inventa-do ni ha mentido: la nada con sifón está perfectamente expuesta en las múltiples declaraciones del cocinero Santamaría. Lo que es realmente impresionante de esta historia es el voraz consumo públi-co y la apoteósica victoria del cocinero agresor a la hora de hacerse con el favor de la gente. No se trata de impresiones poéticas. Durante muchos días las idas y venidas de la polémica estuvieron entre las noticias más valoradas por los lectores de las ediciones digitales. A quienes, por otra parte, sus periódicos preguntaron por su favorito: ¡la paliza

de Santamaría a Adrià superaba siem-pre la proporción 70/30! La actitud de la gente, como pasa con otros muchos asuntos, contrastaba con la de los perio-distas, que después de transcribir con pulcritud las declaraciones del cocine-ro Santamaría no dudaban en tratarlo privadamente de imbécil.

Y es en esa actitud del pueblo donde esta historia adquiere su más candente ejemplaridad. Naturalmente, el pueblo odia la vanguardia. En la pintura, en la arquitectura, en la música y en la litera-tura. ¡Pero alguna vez en la vida se han encarado con ella en cualquiera de sus formas! Por el contrario el pueblo no conoce la cocina de Adrià. El 99,99 por ciento de las personas que han consumi-do las imprecaciones del cocinero San-tamaría no ha probado jamás un plato hecho por Adrià ni puede imaginar lo que sucede en su restaurante entre el comienzo de la primavera y el fi nal del verano. Este hecho en sí mismo no supo-ne ninguna anormalidad. La mayoría de las personas hablamos sobre cosas de las que no tenemos la menor idea. En el caso de Adrià es realmente difícil tener-la, porque su restaurante sólo sirve ocho mil cubiertos al año, una cifra irrisoria comparada con la demanda.

La reacción de las personas en su con-tra se explica por la alergia del pueblo a la vanguardia y por una suerte de esno-bismo inverso, tan extendido como el verso. Sin embargo, yo, que voy una vez al año, desde hace quince, donde Adrià (una visita que me llena siempre de una felicidad rara y larga de explicar), estoy

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en condiciones de dar una gran noticia al pueblo: la cocina de Adrià le gustaría. Tengo aquí el menú que me sirvió la noche del 29 de mayo. Vean. Tomate. Parmesano. Piñones. Chocolate. Remo-lacha. Fresa. Nata. Mandarina. Ajo. Espárragos. Guisantes. Bacalao. Cochi-nillo. Prometo solemnemente ante las agridulces sirenas de Cala Montjoi que ninguno de esos sustantivos sabía a otra cosa que a sí mismo. Es más: alguno de ellos sabía a su sustantivo como en ninguna otra versión de este mundo. Es decir, cuando Adrià presenta una nata en dos texturas, una líquida y otra con piel de chuche, la nata permanece. Y la nata gusta a niños y viejos. Lo mismo para los guisantes. Para los piñones o para el chocolate. Hemos ido demasia-do aprisa y con el piloto automático a la hora de hablar de vanguardia en el caso de Adrià. La cocina tiene serias formalidades de naturaleza y de cultura. Adrià no puede servir perro ni insectos en su restaurante. Y tiene que atenerse a unas pautas físicas indiscutibles vin-culadas con la temperatura, la cantidad, o la comestibilidad. Puede escribirse

música atonal (y gozarla): pero es muy difícil imaginar una cocina sin melo-día. Se puede escribir automáticamente (y soportarlo); pero jamás cocinar. Se puede pintar una abstracción; pero no cocinarla, aunque bien es verdad, en este punto, que yo he llegado a ver con-ceptos en el fondo de los platos de Adrià, y aún no había bebido mucho. La cocina tiene un inexorable punto conservador y realista y, por eso, probablemente yo soy un glotón aminorado por la edad, la economía, la salud y el sentido del ridículo. No hay nadie normal que no pueda gozar hasta la chifl adura de su corte de parmesano, de su crep con trufa, de su polenta helada, de las galletas de tomate de la otra noche, de sus olivas de aceite, de su médula de atún, de sus mochis (unas tetas de arroz que algunas noches no cambiaría por las de leche), de sus percebes de algas, de sus croque-tas, de tantas y tantas delicias difíciles de concebir y de hacer y sencillísimas de comer. Siempre hay un momento en esas noches de Montjoi en que uno le diría al camarero: de esto, póngame treinta. Por si fuera poco, ahora se ha hecho hacer una cerveza aromática que gustará hasta a las mujeres.

No. Adrià nunca ha servido el menú de Marinetti, que incluía papel de lija. Ha sido capaz de ver asociaciones inédi-tas entre alimentos (como el que dice “ajo de agónica plata”); ha ideado técnicas impresionantes (como ante la catedral de Reims) y ha depurado los sabores hasta el paroxismo (less is more). Y como cual-quier otro grande, sólo ha copiado de la vida. Al pueblo le gustaría, insisto. Es más: rectifi co todo el artículo: le gusta y no lo sabe. Porque Adrià, de acuerdo con su entrañable aspecto de alien, está ya presente (¡su gelatina!) en todas partes. En las cocinas domésticas. En los super-mercados. En miles de restaurantes en el mundo. Su gran mérito es, al fi n, el de cualquier artista verdadero: incluir en su trabajo todo lo que vamos viendo y sabiendo sobre el mundo. A diferencia de los presuntuosos carcamales que con-sideran que el mundo es una desagrada-ble molestia para su arte. ~

– Arcadi espada

CARTA De WAsHINGToN

¡oH, oBaMa!

a las 11 de la mañana del 7 de junio de 2008 en el National Building Museum, un com-

plejo cultural ubicado a pocas calles de la Casa Blanca, una mujer llamada Hillary Rodham Clinton dijo sin que la voz le temblara: “Les pido a todos que apoyen a Barack Obama como me han apoyado a mí. He estado con él cua-tro años en el Senado, he compartido dieciséis meses de campaña con él y lo he enfrentado en veintidós debates. Cuando empecé la carrera por la pre-sidencia tenía unos objetivos, objetivos que sin duda puede cumplir Barack Obama y esa es la razón por la que hoy le doy todo mi apoyo.” Fue el fi nal de una desesperada batalla de 156 días en la que una mujer se atrevió, por primera vez, a competir de manera descarnada por la presidencia de Estados Unidos.

En el mismo lugar donde en 1992 su marido había iniciado su paso por la Historia, Hillary Clinton se vio obliga-da a decir adiós al sueño de convertirse en el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos de América. El fenómeno Obama la arrasó sin que ape-nas se diera cuenta.

El senador será ratifi cado candidato demócrata en agosto próximo y, si nin-gún hecho altera el pronóstico de los analistas, en enero de 2009 el hijo de un keniata y una antropóloga de Kansas, nacido en Hawái y criado en Indonesia, jurará como presidente, dando paso a una era absolutamente diferente en la historia de su país.

La singularidad de Barack Obama no sólo está en sus raíces sino en la sonora voz que ha levantado contra las distin-ciones raciales y que atrajo los refl ectores en la Convención Nacional Demócrata de 2004 con un discurso que clamaba por la esperanza. “Esperanza frente a la difi cultad. Esperanza frente a la incer-tidumbre. ¡La audacia de la esperanza! En defi nitiva, ese es el mayor regalo que Dios puede darnos, el cimiento de esta nación. Creer en aquello que no se ve.

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o conozco a nadie que haya elegido su lengua. Alguno habrá, desde luego, porque el vicio es vasto; pero no tengo ninguna noticia, ni directa ni indirecta. Has-ta tal punto es un asunto inaudito el de elegir lengua que el romanticismo más torvo, consciente de la falla liminar, suele señalar disi-mulando que es la lengua la que lo elige a uno. Estupidez

que por mucho que se disfrace de inconsútil metáfora es aún más sonora que la de pensar que los padres eligen a sus hijos. No, la lengua no forma parte de nuestro hipotético libre albedrío, como tampoco la propia facultad de hablar. Aunque raros en términos estadísticos hay casos de personas que aprenden una lengua distinta de la doméstica y desa-rrollan en ella las funciones expresivas habituales, tanto del afecto como del comercio. Pero, obviamente, esos cambios lingüísticos son un efecto y no una causa. Se cambia de grupo social, de ciudad, de país, por motivaciones económicas o sentimentales, y estos cambios suelen traer a veces cambios de lengua. Pero ni siquiera en Cataluña, que es el lugar donde yo tengo más observado el particular, hay estupidez individual y colectiva suficientes como para decir de los implicados que cambiaron de lengua... a causa de la lengua. Yo tenía poco menos de veinte años cuando decidí aprender una lengua más. Aprender en un sentido ligeramente distinto al de aprender el francés, que era la única que había mal apren-

dido en los años escolares. Esta vez se trataba de aprender una lengua con la que vivir, dado que la lengua catalana era una de las dos que se hablaba donde yo vivía y vivo. Las razones fueron estrictamente comerciales. Noté en muchas chicas a las que trataba (y sobre todo en las que quería tratar más a fondo) que el catalán era la primera lengua que les salía de la boca; y por otro lado iba a dedicarme al periodismo, que es un oficio donde la lengua es todo. La aprendí sin mayor esfuerzo. Las expectativas comerciales del aprendizaje se vieron rápi-damente colmadas. Hasta el punto de que durante una larga temporada sólo escribí en catalán, porque era la única lengua en la que me pagaban. Al principio usaba un catalán muy leído; pero como empecé a hablar la lengua con naturalidad el número de mis interlocutores aumentó y con él la cantidad y la calidad de mi léxico coloquial. Tuve suerte también de que por aquel tiempo Xavier Pericay y Ferran Toutain acabasen de publicar Verinosa llengua, un libro muy importante en mi vida, que neutralizó mi tendencia al amaneramiento y que con las reflexiones de Cyril Connolly es de lo mejor que habré leído contra el estilo mandarín. Mi vocabulario en catalán era más limitado que en castellano, pero eso le pasaba a la mayoría de personas, incluidas las que tenían el catalán como lengua doméstica. La mayor potencia de la otra lengua catalana (que es el castellano, lo que son las cosas) y la larga dictadura fran-quista habían limitado las posibilidades de lectura en catalán (y también de los medios audiovisuales) y esas circunstancias afectaron a lo que podríamos llamar la verosimilitud léxica. Durante muchos años no se pudo decir en catalán: “Arriba las manos” o “Mala puta”, no tanto, desde luego, porque las palabras no existieran sino porque prácticamente no existían los ladrones ni las putas catalanas.

En contra de la idea romántica de la lengua y su singular visión del mundo, Arcadi Espada explica en este relato biográfico en qué consiste realmente vivir con dos idiomas: elegir con cuál de los dos se puede ganar más dinero, con cuál se liga más, en cuál educar a los hijos.

En el principio fue la Mirada y luego el Verbo

Arcadi Espada

la querella de la lengua

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Pero, en fin, cuando la palabra saltaba a la cabeza en castellano y el papel estaba contratado en catalán se traducía en la misma cabeza (para qué salir) y santas pascuas. A veces la traducción complicaba el texto, porque se producían diso-nancias, rimas, esos barrillos, y había que montar de nuevo la frase. Otras veces sucedía al revés: la palabra, hasta aquel momento desconocida, no sólo encajaba como un guante en la estructura sino que la hacía más brillante. En el paso de lenguas siempre encontré la palabra, y nunca me quedé mudo ni como si me hubieran extirpado la vesícula, que es el aire que expelen los del traduttore/traditore. El contacto de lenguas siempre permite mejoras rápidas y eficaces. Gracias al catalán metí en mi castellano la forma apalizar y me evité la incómoda perifrástica o esos sinónimos (más o menos) que acaban de salir del armario y aún llevan las plumas, caso de vapulear, apalear (sin palo) y compañía. Gracias al castellano (y en este caso timbrado con el sello del poeta Espriu, que me hizo el salvaconducto en persona) metí en mi catalán el directísimo algo para evitarme las vueltas y revueltas de alguna cosa y, sobre todo, para evitarme el untuoso quelcom. Ni que decir tiene que esa actividad, que ni siquiera he abandonado en mis clases universitarias, ha sido observada siempre con extrema renuencia por los aduaneros de ambas fronteras. Pero para cualquiera de ellos valga la sentencia del gramático Ruiz Campillo: “En lo que censuran de nuestra lengua está la clave de lo que es nuestra lengua.”

El paso del tiempo fue variando la superficie de este planteamiento. Primero por azares de mercado me fue siendo cada vez más fácil escribir en castellano y cada vez más difícil hacerlo en catalán. Y aún pasó algo más: paulatinamente el catalán se fue convirtiendo, en los periódicos, en las radios y en las televisiones, en una lengua limitada a una serie de casos. El caso de hablar mal de Cataluña (a lo que habré dedicado parte grande de mi vida) no estaba contemplado y para hacerlo no tuve más remedio que decantar mis usos lingüísticos hacia el castellano, y aun hacia el francés y el alemán, que son los otros dos idiomas en que he logrado, aunque episódicamente, morder la mano que me da de comer. Sin embargo semejante decantación no ha enmascarado, ni siquiera levemente, una convicción fundamental: la de que yo uso una sola lengua. Las pequeñas, y casi divertidas, variaciones de color, de música, de acentos, de grafías entre castellano y catalán no lograrán hacerme creer nunca, ni a mí ni a nadie con dos dedos de frente, que se trata de dos lenguas. No, no hay lugar para el plural. De ahí que siempre haya observado con gran descon-fianza los intentos por presentarlas como agua y aceite. O por

adjudicar a la imposición escolar de una u otra los fracasos educativos, como se hizo en el franquismo con la imposición del castellano y como se hace ahora con la imposición del catalán. Y si he defendido y seguiré haciéndolo el derecho de los padres catalanes a educar a sus hijos en castellano no es por razones técnicas, es decir, porque crea que la inmersión lingüística hará más tontos a sus hijos. No: sólo he defendido su derecho a tener caprichos. La política democrática no es sólo la gestión de la supervivencia. También gestiona los caprichos. Y no es posible que los caprichos caigan sistemá-ticamente a un solo lado de la raya.

Alguien podría pensar que estas conclusiones sólo tienen como objetivo el descrédito del nacionalismo y su minusvalo-ración. Dado que el nacionalismo catalán, como cualquier otro que no esté basado en la raza, la etnia o la religión, se acoge a la diferencia lingüística, parecería que poniendo de manifiesto la inanidad técnica de esta diferencia se haría lo propio con el nacionalismo y su global pretensión diferenciadora. Parece

lógico, pero es un error. Yo estoy por el descrédito permanente del nacionalismo porque me parece una ideología maligna. Pero que un factor diferencial sea irrisorio no me lleva, desde luego, a minusvalorar su importancia y, sobre todo, su capacidad de intimidación. Todo lo contrario. La base de las diferencias puede ser sutil y li-mitada; pero esa característica no prejuzga sus efectos. Es más: cuando las distinciones son vagas (y hasta camuflables) el margen de arbitrariedad del autócrata, su capaci-dad de manejo de la situación se ensan-cha. Así sucedió con aquella memorable corrección que Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, introdujo con el tiempo en el lema de su casa. Si durante los años sesenta había establecido

que “catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”, una década después añadiría como definitivo estrambote: “… y que quiera serlo”. Lo realmente extraordinario de esa supuesta libre voluntad es que en el fondo venía decidida (y evaluada) por el otro. Durante la ocupación nazi de Francia se planteó, como pasó en otros territorios, la pregunta de quién era judío. Se hicieron genealogías, tablas, códigos, que en la mayoría de los casos sólo sirvieron para decidir quién entraba primero en la cámara de gas. Ser judío era algo mucho más incierto de lo que pudiera parecer. La cuestión la zanjó Sartre: “Es la mirada del otro la que convierte a alguien en un judío.”

Así es. Esa mirada trabaja con materiales sumamente volátiles. Una vocal abierta o una ese sonora le bastan para cargarse de razón. Para dotar de una apariencia de rigurosa objetividad a esa mirada que se estableció en la tierra antes que el primer deslinde. ~

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ay un interesante deba-te entre científicos, más o menos recurrente en los últimos tiempos. Algunos superespecialistas se plan-tean si les convendría desa-rrollar ciertos conocimientos generalistas. Lo interesante es que no lo plantean en los términos casi morales con que suelen plantearse estos asuntos. Sólo es que creen que sus investigaciones

superespecializadas avanzarían con la apertura generalista. Algo así como si se hubieran quedado huérfanos de analogías y las necesitaran para avanzar en el conocimiento detallado. Un periódico es una obra de la generalización. Algunos creen ahora que los periódicos podrían sustituirse por una colección de blogs detallados en las infinitas materias. Siempre hay alguien que sabe más que un periodista sobre cualquier cosa, argumentan. Siempre hay, no; siempre ha habido. Pero el valor del periódico no está en la profundidad que alcanzan cada una de sus estancias. Está en la intersección de todas ellas. En el sentido que aporta el roce noticioso de la golfería y el honor, lo particular y lo global, el deporte y la muerte.

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Hay una clara coincidencia entre los antecedentes del periódico, las “relaciones particulares” y los blogs. La próxima vez, y será la vez quinientas, que me pregunten qué es un blog diré que es “una relación particular”. Leo el volumen dedicado a la obra de Andrés de Almansa y de Mendoza, andaluz probable que vivió entre Felipe iii y Felipe iv. Almansa, como explican sus estudiosos Henry Ettinghausen y Manuel Borrego, está en el nexo entre la relación (de un solo suceso) y la gaceta, que él da a la imprenta en forma epistolar, y que trata de varios sucesos. Entre relación y gaceta hay otras diferencias, y no es la menor que sólo la última sea anónima como The Economist. Las relaciones solían ser un asunto unipersonal, generalmente declarativo e incluso las gentes se podían suscribir a ellas. Après Almansa se instaló la modernidad. Una suerte de weblog colectivo al que llamaron periódico. Hubo que hacer una portada, claro está. Y luego, pági-nas adentro, continuaron discriminando entre lo importante y lo accesorio hasta completar los impresores el número de páginas que podían permitirse por tiempo y por dinero.

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Almansa me inspira una gran curiosidad. Fue además modelo para el más remoto y preciso retrato que conozco del perio-dista moderno, el que escribió sobre su pecho (¡o sus anchas espaldas!) Cristóbal Suárez de Figueroa:

El alma de los periódicos ha sido su labor de discriminación y orden entre la masa informe de los hechos. Y su vertido en un lenguaje común. Hoy, ante el cambio de esos paradigmas, se vislumbra un final y nuevos comienzos. Arcadi Espada escribe el parte de esa defunción.

Notas necrológicas

Arcadi Espada

adiós a la prensa

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Ignora totalmente los primeros rudimentos latinos, mas encomienda a la memoria con tan grande puntualidad las autoridades de Escritura y Evangelios, que deja asom-brados la primera vez que le oyen a los más entendidos, juzgándole por estremo erudito en letras humanas [...] Aboba con la prontitud del decir [...] Válese de exquisi-tas palabras: condensar, retroceder, equiparar, asunto y otras así [...] Opina fácilmente, ni deja cosa indecisa, con la cortapisa a cada paso de “A mi ver” [...] Fue sacristán de monjas, y no sólo se esmeró en el cuidado que pide semejante ocupación, sino que pasó de entender el canto llano, al de oficiar una misa, colgar una iglesia y tener con particular aseo sus ornamentos. Tuvo también entrada en palacio, mas perserveró poco en él, naufragio que atribuye al rencor de la envidia. Ha frecuentado cárceles, hasta ser combatido de los miedos que infunde la imputación de una muerte. Sobre todo, tiende a ser tan infeliz que, habiendo tratado entre oro, muere casi de pobreza.

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El periódico moderno gestionó durante muchos años, y casi en régimen de monopolio, la amenidad y el conflicto. El crucigrama y el manifiesto. Ya no lo hace. Las consecuencias para el negocio son evidentes.

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Ahora, el último excremento del posmodernismo se depone sobre los periódicos. El periódico es el último paradigma de la modernidad. Aún se trata de un lugar donde no todo vale lo mismo. Establecer que no cuenta lo mismo el nuevo firmware 3.0 del iPhone que la muerte de los muchachos en el Irán de Ahmadineyad. El posmoderno ya lo había intentado con la literatura y el arte. Con la verdad y la mentira. Es el turno de las noticias. Si cualquier noticia vale lo mismo, ¿a qué periódicos? Y son los propios periódicos (digitales) los que se rinden: toda la sofisticación de su jerarquía informa-tiva está basada en la preeminencia radiofónica, televisiva, puramente eléctrica, del último que llega. Sin embargo, jamás como ahora pudo el periódico ejercer una opa sobre sus com-petidores audiovisuales. El periódico tiene la oportunidad de convertirse en un auténtico diario hablado y apropiarse con contundencia de la completa espectacularidad de las noticias. Los que aparecen en esta época irremisiblemente manquées son, ¡quién iba a decirlo!, las radios y las televisiones.

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Convengamos que el formato ha desaparecido en internet. En realidad, sólo ha desaparecido a lo hondo, lo que de todos modos no es pequeña desaparición. Pero lo que no ha desaparecido es el tiempo: el tiempo que un hombre puede y quiere dedicarle a las noticias. Algunos creen que siempre es domingo y esto son cien New York Times.

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Hablan de hacer diarios (más o menos sofisticados newletters) a la medida de cada cual. “Con las noticias que le interesan a usted”. Ignoran que en materia de diarios lo que el lector desea son las noticias de los otros. Un terreno común con el que fundirse. O del que alejarse enfurecido.

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Como si la democracia pudiera organizarse con el candidato de cada cual.

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Como si la naturaleza humana pudiera organizarse con el universal de cada cual.

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La portada de los lectores: fijaos: nunca hay coincidencia. ¡Estáis muertos! Es cierto: en la portada de los periodistas aparecen palestinos muertos y en la de los lectores el chochete de Paris, la heroína de nuestra época. Pero los que pinchan en el chochete serían los primeros en protestar si no tuvieran arriba, en la portada del periódico, sus palestinos muertos. Protestarían tanto como si no amaneciera. Dan por hecho el subtexto. Asegurado el alimento pueden dedicase a los versos. Pero, ay si les faltara el alimento. Nadie pincha sobre los palestinos muertos, sobre las pateras naufragadas o sobre el señor Mariano Rajoy, que es un líder político gallego. La razón es simple: saben ya muchas cosas sobre todo eso. Todos esos textos avanzan muy lentamente desde el punto de vista de la novedad. Son perros que muerden.

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Arcadi Espada

adiós a la prensa

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En el informe de api (American Press Institute) de junio de 2009 había una explicación sucinta y definitiva del fracaso del negocio. Que es el fracaso de una vieja predicción: el tráfico generado desde los agregadores gratuitos (Google News, digamos) hacia las páginas de los creadores de con-tenidos compensará la pérdida de ingresos, por dejar de cobrar, de las empresas periodísticas. No ha compensado.

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Aquí, http://humanismoyconectividad.wordpress.com/2008/05/28/generalistas-especialistas/, hay algo interesante. Más que interesante. Una descripción prácticamente perfecta de las características y el trabajo de un periodista. Incluso una actuali-zación de su nombre: hub. Sí, el periodista es un hub. Más perfec-ta aún la descripción cuando es absolutamente inadvertida y no aparece por ningún lado la palabra periodismo o sus derivados.

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Ciertamente los agregadores son un paso importante: otro más y llegarán al periódico.

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El caso de Nigth Jack, el policía bloguero que acababa de recibir el premio Orwell por su trabajo cuando The Times descubrió su identidad y el desvelamiento supuso la clausura del blog. Asunto interesante. Enfurecido el bloguerío pregunta a The Times por qué hizo eso y encajan una muesca (y una cuenta pendiente) en la ferocísima cruzada que llevan contra los medios. The Times declara, con una cierta imperturbabilidad cínica, que lo primero que debe asumir Nigth Jack es que la libertad de expresión debe ser capaz de asumir el riesgo de la identidad. En otro tiempo Nigth Jack habría sido fuente de The Times. Y éste habría preser-vado su identidad. Hasta aquí el cinismo. Pero la conducta del periódico habría tenido una clara línea de defensa: la mediación. El periódico mediaba entre Nigth Jack y los lectores. Verificaba. Si la fuente actúa por su cuenta y riesgo ya no goza de la protección del periódico. ¿Mafia? Ajajá: ¡Fact-cheking!

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Hay algunos propietarios de blogs a los que no importa la precisión de sus informaciones. En realidad, la principal razón es que la inmensa mayoría de blogs se dedican a la exhibición de opiniones, obviamente infalsables. Pero en relación con los hechos confían en sus comentaristas: ellos harán las pertinentes correcciones. Es decir, mediarán como un periodista ante su fuente.

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No confían en el periódico, sujeto colectivo donde las noti-cias y su forma suelen ser objeto de debate. Advierten en el periódico la manipulación y la acción de los hombres malos. Y se dan al yo prístino de un blog, naturalmente virgen.

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Lo irreductible del periódico no son las historias veraces que cuenta: historias pueden contarse en libros, blogs, revistas. Lo irreductible es la representación del mundo: la selección, el orden y la jerarquía que establece entre la masa informe de los hechos. Hay algo más: el periódico traduce las palabras de los otros a las palabras de todos.

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Irán. Se le ha llamado la tweet revolution. Como al 13 de marzo español se le llamó el día de los mensajes cortos. Pero lo extraordinario no es que una forma concreta de comunica-ción quede adherida a un instante. ¡Quiá! Se trata de que de pronto han reparado en el valor de la mediación, es decir el del periodismo. Esta primavera se descubrió en Irán, oh, oh, que el enemigo también puede utilizar el tweet. Y llamaron a los periodistas para que desenmascararan a los intoxicadores. La proeza intelectual es del tipo que alguien, cuando el tiempo viejo, hubiese distinguido el periodismo del linotipismo.

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El lector... ¿quién es el lector? Sin resolver ese interrogante después de algunas centurias hemos de afrontar ahora una indagación sobre el usuario. Veinte millones de usuarios, pre-sumen los usados. Se sabe poco. Por lo pronto es un tipo que se deja ir dulcemente por el scroll de las páginas y que en la abrumadora mayoría de los casos no pincha jamás en el desa-rrollo de las noticias y mucho menos en los links asociados. El misterio dramático es qué negocio en tierra firme puede hacer-se con tal navegante, tablas de surf aparte. Se lo preguntaba retóricamente el director del periódico digital más leído en español: “¿Cómo es posible que 21 millones de usuarios [que son los que tiene elmundo.es] no nos den para vivir bien?” Un usuario [único] es una dirección ip desde la que en un determinado momento se accede a la dirección elmundo.es o alguna dirección asociada. Sobre lo que sea, además, esa ip, si detrás de ella hay un ser viviente o dos o doce, y en especial sobre lo que haga, las averiguaciones, ya digo, son mucho más imprecisas. Frente al usuario está el millón y medio de usuarios de la edición impresa. ¡Usuarios! Nadie debería insultarlos de este modo. Se trata de un millón y medio de lectores. En español tenemos un azar ortográfico que permite distinguirlos. No es lo mismo ojear que hojear. No es sólo una distinción física. El usuario resbala durante segundos por la home. El lector necesita algunos minutos, aunque sólo sea para pasar las páginas del periódico. Si en España hubiese 21 millones de hojeadores ni habría necesidad de cambiar de modelo productivo ni de presidente del Gobierno.

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Sobre el periodismo y el consumo de noticias, hoy consi-derados. Nunca hubo tanta hambre. Nunca se tiró tanta comida. ~

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