Arenas, Reinaldo--La Loma Del Angel (1987)

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    ARENASL a L 0 m aDel A n g e I

    NARRATIVA

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    Reinaldo Arenas nacio en 1943, en Holguin,Cuba. Ha publicado las novelas EI mundo aluci nante (con la que gano el premio a la mejor novelaextranjera en Francia), EI palacio de las blanquisi mas mofetas, Otra vez el mar, el poema EI central,el libro de cuentos Termina el desfile, entre otrasobras. Actualmente reside en Nueva York.

    La lorna del angel es una version desenfada da, heretica y remota de la obra de Cirilo Villaver de, Cecilia Valdes. Tomando Iibremente persona jes y anecdotas de la obra de Villaverde, Arenasha creado una obra irreverente, sarcastica, dura yal mismo tiempo dulce y amorosa. Con el poderioimaginativo que caracteriza su obra, Reinaldo Are nas despliega ante nosotros la vision terrible de unmundo dominado por la maldad, el caos y el absurdo. La lorna del angel es un cuadro violento,Ilene de un humor doloroso, del siglo XIX cubano. Yes tambien un intento de rehacer el universo me diante la magia y el misterio de la imaginacioncreadora.

    DAD 0 REDICIONES

    COlECCION El ANGEL DE lA J IR IB l llA

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    Asesor literario Jose TrianaDisefio de cubiertas Isabel Garnelo

    Copyright Reinaldo Arenas, 1987Edici6n en lengua castellana,propiedad de DADOR/ediciones.cI Beethoven, 1. Portal 229004. Malaga.ISBN 84-87205-00-3Dep6sito Legal B-2852-1989Imprime Policrom, Barcelona

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    SOBRE LA OBRA

    Cecilia Valdes 0 La Lorna del Angel, del escritor cubano CiriloVillaverde, es una de las grandes novelas del siglo XIX. El autorcomenz6 a escribirla en La Habana hacia 1.839, luego march6 alexilio y la termin6 en Nueva York donde se publica integramenteen 1.882.Esta novela ha sido considerada como un cuadro de costumbresde su epoca y tambien como un alegato antiesclavista, pero en rea lidad es mucho mas que eso. La obra no es solamente el espejomoral de una sociedad envilecida (y enriquecida) por la esclavitud,asi como el reflejo de las vicisitudes de los esclavos cubanos en elpasado siglo, sino que tambien es 10 que podria llamarse una sumade irreverencias en contra de todos los convencionalismos y precep tos de aquella epoca (y, en general, de la actual) a traves de unasuerte de incestos sucesivos.Porque la trama de Cecilia Valdes no se Jimita a las relacionesamorosas entre los medio hermanos Cecilia y Leonardo, sino quetoda la novela esta permeada por incesantes ramificaciones inces tuosas habilmente insinuadas. Tal vez el enigma y la inmortalidadde esta obra radiquen en que Villaverde al presentarnos una seriede relaciones incestuosas, consumadas 0 insinuadas, nos muestra la

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    eterna tragedia del hombre; esto es, su soledad, su incomunicaci6n,su intransferible desasosiego, y, por 10 tanto, la busqueda de unamante ideal que por ella s6lo puede ser espejo --0 reflejo- de nosotros mismos.La recreaci6n de esa obra que aqui ofrezco dista mucho de seruna condensaci6n 0 versi6n del texto primitivo. De aquel texto hetornado ciertas ideas generales, ciertas anecdotas, ciertas metciforas, dando luego rienda suelta a la imaginaci6n. Asi pues no presento al lector la novela que escribi6 Cirilo Villaverde (10 cualobviamente es innecesario), sino aquella que yo hubiese escrito ensu lugar. Traici6n, naturalmente. Pero precisamente es esa una delas primeras condiciones de la creaci6n artistica. Ninguna obra deficci6n puede ser copia 0 simple reflejo de un modelo dado, ni siquiera de una realidad, pues de hecho dejaria de ser obra de fic ci6n.En cuanto ala literatura como reescritura 0 parodia, es una actividad tan antigua que se remonta casi al nacimiento de la propialiteratura (0 por 10 menos al nacimiento de su esplendor). Bastedecir que eso fue 10 que hicieron Esquilo, S6focles y Euripides en laantigiiedad y luego Shakespeare y Racine, para s6lo mencionar alos autores mas ilustres de todos los tiempos. La ostentaci6n detramas originales -ya 10 dijo brillantemente Jorge Luis Borges- esuna falacia reciente. Asi 10 comprendieron Alfonso Reyes con suIfigenia cruel, Virgilio Pifiera con su Electra Garrig6 y hasta MarioVargas Llosa en La guerra del fin del mundo.De manera que con antecedentes tan ilustres ni aun una torpezatan desmesurada como la mia necesita mayor justificaci6n... Detodos modos, creo que cuando tomamos como materia prima unargumento conocido se puede ser, desde el punto de vista de lainvenci6n creadora, mucho mas original, pues en vez de preocuparnos por una trama especifica nos adentramos libremente en la puraesencia de la imaginaci6n y por 10 tanto de la verdadera creaci6n.Las conclusiones con que termina este libro tampoco son precisamente aquellas a las que lleg6 Villaverde en el suyo. Sin embargo,en ambos creo ver 10 que es patrimonio del genero humano y quenosotros, modestos voceros (0 escritores), reflejamos: la busquedaincesante de una redenci6n, busqueda que a pesar de la renovadainfamia --0 tal vez por ella- siempre se acrecienta.

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    Para Dolores M. Koch.Porque si.. s.. esti"...,o este libro. . . .f1C4 se h.."iese escrito.

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    CaEitulo 1

    LA MADRE

    Desde su cuarto, que es el de toda la familia, Rosario, junto a suhija recien nacida, oye el ruido de una calesa que se acerca. DonaJosefa abre la puerta y ya Rosario puede escuchar la conversaci6nque sostiene su madre con quien fuera su amante, don CandidoGamboa.-Vengo a buscar a la nina.-"A d6nde la lleva?-A la Casa Cuna. Yo me ocupare de que no Ie falte nada. Peronadie puede saber que soy su padre.-"Y Rosario?-Ella tiene que comprender que es la unica soluci6n. No se habraimaginado que yo iba a reconocer a la nina como hija propia, a noser que este loca.Don Candido y Josefa entran ahora en el cuarto. Toman a la ninaque llora casi con desgano y en seguida se calla.

    -Rosario -dice Josefa ya en la puerta con su nieta en los brazos-,es 10 mejor que se puede hacer. ..Rosario no habla. cierra los ojos y parece dormir. Pero asi, conlos ojos cerrados, contempla aun mejor el panorama de toda suvida: nieta de abuela esclava y de hombre blanco y desconocido;(17)

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    hija de mulata oscura y de un hombre blanco y desconocido; mulata, amante de un hombre blanco que ya la abandona y madre deuna nina que tampoco conoceni a su padre. Ahora comprende ques610 fue un objeto de placer para aquel hombre que se lleva a suhija, y que la miseria, el desprecio y el desamparo es todo 10 queposee. Y comprende mas, comprende que en ese mundo dondevive (0 habita) no hay sitio para ella ni siquiera en el olvido.Pues tendra que salir a la calle, trabajar, ver y servir precisamente a los que la desprecian y humillan. Hip6crita, sumisamente, tendra que besar la mana que desearia ver cortada, 0 cortar ella misrna.Rosario abre ahora los ojos y mira para el altar donde esta lavirgen traspasada por una espada de fuego y con el nino en brazos.-Que consuela -pregunta, 0 se pregunta- podra ayudarme a seguir viviendo.(Porque 10 peor de todo no era s610 que Ie quitaran a su hija, sinoque el padre, el hombre que am6 y ama, era quien se la quitaba. Yal hacerlo ni siquiera mir6 para ella, la madre).-La locura, la locura -Ie pareci6 que alguien decia en voz lejana ysuave que casi arrullaba y adormecia, como hubiese ella arrullado yadormecido a su amante, 0 al menos al fruto de ese amor.-La locura, la locura... -volvi6 alguien a repetir aun mas suave,mas dulcemente.Y Rosario Alarc6n enloqueci6.

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    Ca.E,itulo 2

    ELPADRE

    Loca, claro. Rosario tenia que estar completamente loca para pensarque yo, Don Candido de Gamboa y Lanza, futuro Conde de la CasaGamboa -titulo que ya tengo bien pagado a los mismisimos Reyes deEspana-, iba a reconocer publicamente a una hija eXpOsita, tenida acontrapelo con una mulata casi negra, como es ella, la Rosario.Pero es que con los negros nunca se queda bien; si les das unapaliza eres un despota, si no se la das eres un imbecil y te roban hastalas brasas del fogon... En verdad yo he sido demasiado bueno.

    i,Quien en este mundo se ocupa de una hija natural tenida con unanegra por puro placer? Nadie. Solo Candido Gamboa. i,Quien hahecho posible que nuestra hija, Cecilia, mulata y todo haya tenidouna educacion en esa casa de beneficencia y que nada Ie haya faltado, ni a ella ni a su abuela, ni a su madre? A todas las he mantenidoyo, con mi trabajo, con mi fortuna. jY todavia hablan mal de mi!i,Que querian? i,Que acogiera a Cecilia como una hija mas? i,Que latrajese a vivir a micasaconmis hijos reconocidos? i,Que la hija de unanegra viviera con mis hijas blancas ycon mi hij0 Leonardito? i,Que mipropia esposa, la senora Dona Rosa de Gamboa, futura condesa,saliese a pasear en volanta con la mulatica como si fuera su propiahija? iQuedirialagente ... ! jLomenosque Cecilia no erasiquiera hija

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    mia, sino de Rosa con algUn negro del barrac6n! jYa eso seriael colmo!Pero en un pais de negros y mulatos hay que esperar 10 peor. EI

    ejemplo, desgraciadamente, 10 tenemos en la mismisima Ceciliaque ya tiene doce anos -si, doce anos hace que se atarant61a Rosa rio-, casi una mujer, y 10 unico que hace es vagabundear por lascalles y plazas, chancletear dia y noche, jugar, tanto con los negroscomo con los mulatos y blancos. De seguro que su fin no sera bue no ... Claro, si se enteran de que yo soy su padre diran que soy unverdugo por no haberla reconocido como hija legal. Pero 10 ciertoes que todas las semanas visito a su abuela y Ie doy una onza de oropara los cuidados de la nina. jUna onza de oro! Y trato de que no sejunte con los negros ni con los mulatos y que se recoja temprano ensu casa. Pero a su abuela, como buena negra, las palabras Ie entranpor un oido y Ie salen por el otro.Ayer mismo estuvo aqui Cecilia jEn mi propia casal Mis hijas lavieron pasar por la calle y la convidaron a jugar. Le hicieron mil pre guntas y estaban encantadas con los cabellos rizos de la mulatica. Yo lamiraba con recelo, diciendome: es el mismo retrato de mi hija Adela...Y creo que hasta mi esposa, que se Ie escap6 al diablo, not6 el parecidoy se puso seria. Si ella se entera de que esa mulatica es hija mia searminaria la familia y los titulos de la Casa Gamboa ... Aunque aqui elque no tiene de congo tiene de carabali iY c6mo no ha de ser asi, conesas negras semidesnudas que para ir de la cocina al comedor hacen milmeneos! Y esos cuerpos, y esas caderas... Pero yo si que no tengo nadade negro, ni siquiera soy, por fortuna, criollo. Espanol de pura cepa, hehecho mi fortuna sudando la gota gorda.He sido albanil y carpintero, he vendido maderas y tejas, y sobretodo, he arriesgado mi fortuna, y a veces hasta el pellejo, trayendosacos de carb6n -esto es, negros del Africa- y vendiendolos aqui alos senores de los ingenios, con 10 que he contribuido al desarrollode esta isla y gente malagradecida. Es cierto que mi matrimoniocon Rosa tambien me ayud6 mucho, ella tenia su fortuna. Pero yola he triplicado con mi trabajo ... Yo tengo un ingenio, un cafetal,un barrac6n lleno de negros bozales. Yo tengo una mansi6n en elcentro de La Habana, con zaguan y volantas. Yo tengo ami hijoestudiando en el Seminario de San Carlos. Y todo eso que yo tengo10 he hecho yo, trabajando duro. iY todavia dicen que soy malo yhasta que Ie tiro en la cabeza a mis esclavos 10 primero que tengo amano! Falso. S610 rompo en sus cabezas platos de barro, fanales devidrio, objetos de cobre 0 sillas rUsticas. Cosas de poco valor.

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    CaE.itulo 3

    CECILIA

    Tenia doce afios y su pasi6n era caminar; mejor dicho, chancle tear; perderse por las intrincadas calles de La Habana haciendorepicar las suelas de madera de sus sandalias. Ir y venir desde laCapitania General hasta la Puerta de Monserrate, entrar a plazas eiglesias atronando con su paso.A veces, sin que su abuela 10 supiese, cruzaba la muralla y sepaseaba por todo el barrio del Manglar. Tocaba incluso a la puertade alguna casa y antes de recibir respuesta echaba a correr dejandola estela de una enorme polvareda. Otras, se metia sin autorizaci6nen el patio del convento de los padres belenitas y provocaba, tantoen los j6venes como en los viejos curas, un enorme alboroto.Cecilia, Cecilia, parecia oir la voz de su abuela, llamandola desdela casa en el Callej6n de San Juan de Dios. Pero ella, Cecilia, esta ba ahora hablando con las hijas de Candido Gamboa; sobre todocon su hijo, Leonardo, que siempre aprovechaba la menor oportu nidad para darle un pellizco 0 para acompafiarla hasta el mercadode la Plaza Vieja donde negros libertos, mulatos y hasta espafiolespregonaban a voz en cuello todo tipo de mercancia, desde una na vaja hasta un pavo real, desde unos tirantes elasticos hasta unahorca portatil.

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    Pero su pasion no era aun Leonardo, sino la calle. Parecia comosi no pudiera detenerse en ningun sitio. En pleno mediodia cuandotodos en la ciudad, salvo los esclavos, dormian la siesta, el ruido desus chancletas retumbaba agresivamente sobre el empedrado, so bre los puentes de madera y hasta sobre los tejados de barro queella, a esa hora, rompia con su paso para furia de los duenos de lacasa y de los esclavos que, por orden del amo, tenian que corrertras ella por toda la ciudad sin darle nunca alcance.Cecilia la llamaban las negras para ofrecerle (gratis) una tortillarecien sacada del buren, las ninas desde las ventanas enrejadas paratirarle del pelo, los muchachos para que jugara con ellos a la pelota,las viejas para preguntarle como sigue dona Josefa... Pero ella noresponde. Su placer no es llegar a sitio alguno, sino pasar, pasarcorriendo. Seguir.Sabe que si se detiene invariablemente comenzanin las pregun tas. i,Eres negra 0 blanca? i,Quien es tu padre? i,Quien te mantie ne? i,CucH es tu historia? i,Es cierto que te pusieron en la inclusa?Y su historia, al menos para ella, era un enigma. Sus referenciasson solo una abuela mulata que nadie sabe de que vive, una bisa buela negra, segun dicen, es bruja, una cicatriz en el hombro dere cho y un apellido, Valdes, con el que bautizan en la Casa Cuna a losninos de padres desconocidos.Los demas tienen hermanos, padres, madres, alguien a quien po der odiar 0 amar, parecerse 0 renegar. Ella tiene las calles, losportales y la claridad del dia. Ella se tiene solo a si misma y por esosabe (0 intuye) que si deja de hacer ruido deja de ser.

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    Cap!tulo 4

    LAABUELA

    Cuando Cecilia regresa a la casa, siempre tarde en la noche, donaJosefa esta aun despierta, aguardandola. Teme que un dia la mu chacha no regrese. Teme -presiente- que el destino de su nieta seracomo el suyo 0 como el de su hija Rosario, 0 el de su propia madre:un destino desolado.Cecilia se enamoraria de un hombre blanco que la utilizaria comouna amante; una mujer que se visitaria en secreto s6lo cuando setuviesen deseos de desahogarse.

    En realidad, ya Cecilia estaba enamorada de un hombre blanco,aunque quizas ni la propia Cecilia 10 sabia. Pero ella, la abuela,habia visto la elegante figura de un joven conversar con su nietatras los balaustres de la ventana. Hablaban en voz baja y evidente mente no era la primera vez que se encontraban. Quizas cuandoella, la abuela, se ausentaba de la casa ese hombre habia entradoalIi; tal vez ya eran amantes.Silenciosamente, como ese andar de sombra ya tipico en ella,dona Josefa se habia llegado hasta la sala y habia reconocido alapuesto joven. Era Leonardo Gamboa -el hijo de Don Candido: elhermano de Cecilia. Ese era quien la cortejaba. Y ese era el hom bre que Cecilia amaba, y no precisamente como a un hermano.

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    Sin duda se trataba de una maldici6n 0 de una burla, pens6 laabuela refugiandose en la habitaci6n y contemplando la virgen traspasada por la espada de fuego que resplandeda (gracias a una velaencendida) en su ermita. De tanto haber ocultado el verdadero parentesco de Cecilia Valdes, su propio hermano, sin saberlo se habiaenamorado de ella. Y ella de el. Eso era 10 peor.l.Que diria don Candido cuando 10 supiera? Porque tarde 0 temprano 10 sabria... Quizas mandaria matar a su hija 0 por 10 menos laexpulsaria de la ciudad; Ie suspenderia la ayuda. Se moririan dehambre.Y despues de todo -seguia pensando dona Josefa-, l.no era 16gi co que Cecilia se buscase un hombre blanco? l.Que futuro podriatener casada con un mulato 0 un negro en un pais de esclavos?Criada, vendedora ambulante, costurera, cocinera. Todo eso en elmejor de los casos ... Tenia ya dieciocho anos. Nadie podia pensar,a primera vista, que era de la raza negra. Tal vez podria hasta casarse con un hombre blanco, tener hijos. Para no perjudicarla, ella,la abuela, no volveria a verla. En cuanto a Rosario Alarc6n, loca decepo, como la llamaban las monjas de la Casa de las Recogidas,jamas se preocuparia por su hija. Y el pasado de Cecilia era s610una cicatriz en forma de media luna hecha por dona Josefa parapoderla identificar entre tantos ninos de padres an6nimos depositados en la Casa Cuna.Pero, desde luego, si como todas las mujeres de la familia, eldestino -y el deseo- de Cecilia era vivir con un hombre blanco, esehombre no podia ser su propio hermano, se dijo a si misma donaJosefa y decidi6 de inmediato, y a pesar de todo, visitar a don Candido Gamboa para ver de que manera podian ellos ponerle fin a eseasunto sin peores consecuencias y sin que dona Rosa se enterara.

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    Ca.ritulo 5

    DONA ROSA

    Doiia Rosa Sandoval y de Gamboa, como buena mujer celosaera tambien desconfiada. Por eso, desde el principio no creyo en lapalabra de su esposo don Candido Gamboa, cuando este, pretextando una reunion urgentisima con hacendados 0 negreros, se ausentaba por las noches de la residencia. Con gran habilidad se lasagencio para que el esc1avo Dionisios, que hacia de maestro cocinero (yen quien ella tenia una relativa confianza), portando diversosy complicados disfraces espiase a su esposo.El resultado de estas pesquisas no se hizo esperar:-El amo esta amancebao con una mulata bellisima que vive en elCallejo de San Juan de Dio y que Ie acaba de parir una mulaticaque es un primor jMi ama, si usted la viera! jEs igualitica que suhija, la niiia Adela!. ..-Asi que don Candido ha tenido una hija con una negra...-Con una negra no, senora, con una mulata...-iDa igual, imbecil! -interrumpio dona Rosa, y luego mirandofijamente al negro Ie ordeno: -jCierre la puerta de la habitacion ydesnudese inmediatamente!-jPero mi ama! i,Que he hecno yo de malo? Solo he seguio susordenes y 10 que Ie digo es la verdad i,Por que me va a dar de azotes?

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    -Nadie Ie va a azotar, Dionisios -replic6 dona Rosa-. S6lo Ie heordenado que se desvista.El negro, aun temeroso, se quit6 los anchos y gastados calzonesde canamazo, esperando que de un momenta a otro restallaran ensu espalda los latigazos. Pero dona Rosa, en lugar de golpearlo, seacerc6 a el y habilmente empez6 a inspeccionar todo su cuerpo.Examin6 ganglios, rodillas, palma de las manos y planta de los pies,Ie hizo sacar la lengua y Ie sopes6 varias veces el miembro y lostesticulos.-Espero -dijo luego de haber terminado su minucioso reconocimiento- que no tenga usted alguna de esas enfermedades contagiosas de los negros del barrac6n.-Na he tenio ni tengo, senora, a no ser unas viruelas negras quese me reventaron cuando me sacaron de la Gran Guinea.-Bien. Entonces escuche 10 que debe usted hacer: Ahora mismome va usted a poseer y me va a dejar prenada de un negro. jDe unnegro, oy6! 0 de 10 contrario 10 mando para las pailas del ingeniodonde se convertira en azucar parda.-jPor el amol de Di6 mi ama!-jNo abra mas la boca y al grano! -orden6 enfurecida dona Rosa,quitandose la enorme bata de casa y quedando completamente desnuda frente al temeroso esclavo.Dionisios, aun confundido titube6, pero las miradas que Ie lanzaba dona Rosa eran tan conminatorias que el esclavo, temiendo porsu vida, acerc6 su cuerpo a las vastisimas proporciones de su ama.-jRecuerde que Ie he ordenado un negro! -recalc6 dona Rosa.-Senora, no se si mis luces alcanzaran para tanto -protest6 elcocinero.-Callese y proceda con mas rapidez -Ie interrumpi6 de nuevodona Rosa-, que de un momenta a otro llega don Candido y Iecorta la cabeza.. Terminado el apareamiento, dona Rosa declar6:-Bien, ahora sepa usted que si comenta con alguien 10 que me hahecho no contara con mas de veinticuatro horas de vida para repetirlo.

    -Nada Ie he hecho a mi ama -protest6 el esclavo entrando en suscalzones.-jC6mo que nada me has hecho! jSinvergiienza! -protest6 donaRosa airada y satisfecha- jY ahora, largo! jLargo! jA la cocina!Que ya mi honor ha sido bien reparado.(26)

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    Ca,eitulo 6

    LA LOMA DEL ANGEL

    Nueve meses despues, dona Rosa, sintiendo ya los dolores delparto y comprendiendo, desde luego, que no podia parir un negroen su residencia, fue a la Iglesia del Angel, enclavada en la lorna deese mismo nombre y, gracias a su jerarquia, solicito ser confesadapor el mismo obispo, el senor don Manuel Morell de Ohcana yEcherre.

    Este singular prelado -singular tanto por su fealdad como por sustropeIias- habia logrado trasladar, a pesar de la manifiesta oposicion del Marques de Someruelos y de la vieja duquesa de Valero, elObispado de la Catedral de La Habana para La Lorna del Angel, yalIi oficiaba con tal esplendor y pompa que superaba las ceremoniasdesplegadas por su antecesor, el senor de Espada.En realidad, la ahora famosa Lorna del Angel no existia en LaHabana antes de la llegada del obispo Espada, siendo entonces masbien una hondonada. Fue el quien construyo alIi la Iglesia del An"gel y fundo el famoso cementerio que hoy lleva su nombre. Perotantos fueron los muertos (sobre todo durante el obispado de Echerre) que se enterraron en el cementerio que esta bajo la mismaiglesia que rapidamente el tumulo se fue convirtiendo en una gigantesca elevacion sobre la cual el templo 0 nave religiosa, sobrecarga

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    do ~ columnas, agujas, c ~ e s t e r i a s , . g a r ~ o l a s . ' albacaras, volutas yarchlvoltas absolutamente mnecesanas lba slempre subiendo. Asialllenarse de cadaveres una b6veda religiosa, la misma se convertiae ~ ~ o r m e t u ~ b a .y sobre aquel conglomerado de huesos seguiaenglendose la Iglesia que ahora se remontaba a veces a las mismasnubes..En cuan!o al nombre de La Lorna del Angel (con su iglesia) elm l ~ m o esta envuelto en la leyenda. Desde los primeros anos deloblspado del senor de Espada, cuando la elevaci6n comenz6 a tomar for':lla, ~ hizo 'p?pular el rumor, y hasta la creencia, de queaquella I g l e ~ I a era vIsltada por un angel. Cientos de beatas afirmaron haber VIStO al h ~ r m o s o angel descender del mismo cielo y carenar en el campanano de la iglesia convertida ya en catedral. Echerre q u e ~ natura.lmente, como todo religioso era ateo, se afan6 end e ~ c u b n r su ~ n ~ e . n y m?tivo de esta leyenda. Pero todas sus pesqUlsas fueron m u t I ~ e s . Fmalmente, lIamado para confesar al obispode Espa?a ya monbundo ( de quien Echerre sena su sucesor), Iepregunto al prelado que opmaba sobre esta singular aparici6n.. - . ~ l angel existe -respondi6 el obispo- y 10 tienes delante de ti,pldlendote la absoluci6n. Soy yo.

    -l,C6mo es eso, padre?-Hijo mio -respondi6 el eclesiastico moribundo- desde hace! T I u c ~ ~ s anos te ~ e n g o observando. Se que fuiste ttl q U i ~ n durante lamvaSlOn de los mgleses logr6 expulsarme a la Florida. Eres ladinohip6crita, ambicioso,. traidor, impio,. exhibicionista, feo, i n t r i g a n t ~ y cruel. Entre otras vutudes sobresahentes estas son las que mas mehan lIamado la atenci6n de tu persona. Por eso, y no por azar esque recaera sobre ti el obispado de La Habana, uno de los ~ a c a u d a l o s o ~ de este nuevo mundo; y por eso te he lIamado a ti parahacerte ml ~ o n f e s i 6 n que gira .precisamente sobre el tema que tantote, ha obseslOnado: la c ~ e ~ ~ c l a (el fanatismo y la pasi6n) de estefnvolo p u ~ b l o en la apanclOn de un bello angel. .. Desde muy jovenc o m l ? r ~ n d l , leyendo a los padres de la Iglesia, que en materia deapanclOnes las que mejor se aceptan son las mas ins61itas y sobret o d ~ las mas a g r a d a b l . e ~ . Por eso, en ~ campana para lograr que seconstruye.se en este SltIO el cementeno que hoy lIeva mi nombre yque se deJaran de enterrar los cadaveres en la catedral de La Habana donde no cabia uno mas, donde infestaban a toda la poblaci6n y,sobre todo, d o n d ~ no se pagaban ni limosnas ni diezmos por cadaalma sepultada, hlce correr la voz de que este sitio era sacro y que

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    estaba bajo el tutelaje de un angel guardian.Pero hasta las mismasbeatas soltaron la carcajada. Entonces decidi convencerlas de unamanera contundente. Me disfrace de angel y por las noches comence a rondar las torres y balcones de la nave. Las damas caian verdaderamente arrobadas ante mi presencia. Y comenzaron a trasladarse para aca las momias y los esqueletos ... La fama del angel se hizotan grande que ya no podia circunscribirse a los estrechos recintosde la nave sagrada. Con mis esplendidos atuendos me aventurabaentonces casi todas las noches por la ciudad, apareciendo muchasveces en los balcones de las beatas mas bellas y acaudaladas. Demas esta decirte la obediencia y devoci6n conque una hermosadama acoge a un angel que cae a medianoche en su alcoba. Si,hermano, angelicalmente he poseido a casi todas las mujeres deesta ciudad y -oh, pero peligrosisimo me seria confesartelo si nofuera porque de un momenta a otro expirare- a muchisimos hombres ilustres y respetabilisimos que tampoco querian quedarse sinese consuelo... Naturalmente, muchas fueron despues las distinguidas damas que vinieron en mi ayuda para que socorriese las tropelias que el angel habia hecho en su vientre. A todas las console.Con las casadas el asunto se resolvia absolviendolas y luego bautizandoles un hijo mas supuestamente legitimo. Las solteras tenianque internarse en el convento que para esos fines he edificado alfondo. Gracias a elIas la iglesia se ha poblado de monjas, monaguillos, sacristanes, sepultureros, cocheros y jardineros que elIas mis mas se suministran y sostienen luego con sus caridades. En cuanto ala sobrepoblaci6n de esta ciudad, no exageraria, querido hermano,si te dijese que en gran parte, y a pesar de su escepticismo y antirreligiosidad, tiene por padre a un angel. Ya veis, mi labor apost61ica hasido encomiable, no s610 he propagado la fe sino que he poblado atoda la ciudad de angelitos -yaqui el obispo de Espada, aunquemoribundo, no pudo dejar de sonreir, luego continu6: Ahora bien,hermano, yo me marcho. Pero no quisiera que con mi cuerpo desapareciese la leyenda que yo he creado. Aqui esta la llave del arc6n,aquel, de la segunda fila, ala derecha. AlIi estan las ropas del angel.P6ntelas ahora mismo pues es de suma importancia ver si te asientan 0si hay que hacerle algunos arreglos. T6 eres pues mi relevo.Sin mayores tramites, Echerre, realmente excitado, pero radiante, abri6 el arc6n y se invisti6 con las ropas del angel, tomandoincluso un cetro y una aureola. Esplendidamente ataviado se present6 ante el obispo moribundo.

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    . -jBellum! jBellisimus! -exclam6 en su lengua profesional el religlOso- Ahora, con esos atuendos, sube al campanario mayor y comunfcale a toda la ciudad la noticia de mi muerte. Pero primeroabsuelveme.Esa tarde ~ o d a la ciudad de La Habana contemp16, verdaderamente m a r a v I 1 l a d ~ , c6mo las campanas de la Iglesia del Angel erantocadas por el mlsmo angel que Ie daba nombre anunciando lamuerte, y quizas hasta la futura canonizaci6n, del celebre Obispode Espada.Y era ahora el nuevo obispo -y el mismo angel- quien dentro delconfesonario oia -al principio distraido, luego con cierto interes-laconfesi6n de dona Rosa de Gamboa.-Padre, he pecado.

    -Hija, de los pecadores es el arrepentimiento y de los arrepentidos la absoluci6n, y de los absueltos el reino de los cielos... i,Quehas hecho? i,Cuando? i,Y cuantas veces?. -Una sola vez, padre. Pero no fue por placer, ni por tentaci6n,smo por venganza. Quiero decir, por justicia.-Hija mia, en estos casos siempre se argumentan todo tipo derazones menos la verdadera. Hablad.-Padre, soy una mujer moral y de alcurnia.-Hija mia, ser moral consiste en lograr que los demas no se enteren de que somos tan inmorales como ellos, y en eso la alcurnia tepuede ayudar bastante... Pero dime, i,d6nde esta el pecado?-En mi vientre, padre, 0 mejor dicho, a punto de salir de e1.-i,Y quien es el autor? Si es que 10 puedes precisar con claridad.-jPor Dios, padre, claro que puedo! Es el negro cocinero de micasa.-jEl negro Dionisios! El mejor cocinero de La Habana. iNo pensaras matarlo! -esta1l6 el obispo Echerre que era tambien aficionado a la buena mesa.-Verdad que es el mejor cocinero que hemos tenido, padre.- Y el se afana en sobrecumplir sus labores domesticas. Tu esposo, don Candido, no se merece ese trato.-jEl es el verdadero culpable por haberme enganado con una

    negra! jYo no hice mas que ajustar mi orgullo a las circunstancias!- Y bien ajustada que has quedado -dijo el obispo senalando parael prominente vientre de dona Rosa-. Pero en fin, vamos para elconvento que alIi te atenderan las monjas expertas eo estos menes(30)

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    teres. jNo hay un dia en que no tengan que asistir a alguna senoraen estos trances!'Dona Rosa y el largo y flaco obispo echaron a andar por toda lanave religiosa, salieron al patio poblado de gigantescos gladiolos (laflor preferida del prelado) y atravesaron gran parte del Cementeriode Espada donde cientos de negros y mulatos se afanaban en amontonar gran cantidad de calaveras en las esquinas de aquel camposanto en el cual se levantaban ya cuatro enormes piramides de hue80S.-Ya yes -dijo el obispo, senalando displicente hacia los obrerosque trajinaban en los osarios: Aunque muchos no 10 quieran creeren esta iglesia y cementerio trabajan casi todos los hijos de la nobleza habanera Y del obispo -agreg6 por 10 bajo.-jJesus, padre !-Si, hija; si todos los caleseros, cocineros, vendedores ambulantes y esclavos en general fueran blancos, los nobles de La Habanatendrian muchos mas hijos que los que ostentan. Y yo menos empleados... En cuanto a tu negro -recalc6 el obispo deteniendose enel mismo centro del elevadisimo cementerio y contemplando a laciudad que parecia correr velocisima bajo un manto de nubes muyblancas-, debes ponerle brida y bozal, y sobre todo debes hacerlesaber que es el quien esta a tu merced y no 10 contrario. iY que note vuelva a visitar, que entre los hijos que tienen las senoras con elangel y con los esclavos ya aqui no hay sitio ni para los cadaveres!Y antes de desaparecer con dona Rosa en el convento, el obisposenal6 una vez mas hacia las inmensas columnas de huesos que losobreros seguian agrandando.

    Esa misma tarde, dona Rosa pari6 en el convento de La Lornadel Angel un hermoso mulato que el mismisimo obispo bautiz6 conel nombre de Jose Dolores, y para evitar que alguna sospecha recayese sobre los Gamboa -ya que dona Rosa permaneci6 en el convento durante dos dias- Ie entreg6 el nino a Merced Pimienta, negra beatisima cuyo marido, el negro Malanga Pimienta, se habiavuelto cimarr6n cuando descubri6 que su mujer tambien habia sidovisitada por el angel, dandole una mulatica casi clara, Nemesia Pimienta, que evidentemente no era de padre africano.Merced Pimienta, quien muri6 a los pocos meses de tristeza porque el angel, desde el dia en que la encontr6 refocilandose con elsastre Uribe, no volvi6 a visitarla, no supo nunca quienes eran lospadres de aquel hermoso mulato que con el nombre de Jose Dolo(31)

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    res Pimienta se cri6 con mil dificultades junto a su supuesta (y querida) hermana. Aunque de vez en cuando tanto el maestro Uribe(que se erda padre de Nemesia) como el obispo Echerre (que sesabia padre) ayudaban en algo a los huerfanos hasta que Jose Dolores Pimienta pudo ganarse la vida por sus propios medios.En cuanto a dona Rosa de Gamboa, luego de haber entregado alobispo Echerre la suma obligada en estos casos, recibi6 de rodillasla absoluci6n y mas aliviada (y ligera) regres6 a su residencia dondenadie -eon excepci6n del cocinero Dionisios- not6 el cambio. Tangruesa estaba ya dona Rosa por aquellos tiempos que unas ocho 0diez libras de menos, perdidas en dos dias, no hacian la menormella en su figura. .Por otra parte -y justo es confesarlo-, nunca mas Ie fue infiel a suesposo.

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    Ca,gitulo 7

    REUNION FAMILIAR

    El almuerzo, que habia comenzado a las once de la manana, seprolongaba ya hasta mas de la una dada. Todos estaban sentados ala mesa, esperando por las yemas azucaradas; plato especial quesolo confeccionaba en La Habana el cocinero esclavo Dionisios.A la cabecera estaba sentado don Candido; a su derecha, donaRosa y su hijo Leonardo; a la izquierda, las tres hijas, Antonia,Carmen y Adela. El otro extrema 10 ocupaba el mayordomo espa nol, don Manuel Reventos. Detras de los comensales trajinaban,infatigables pero silenciosos, los esclavos del servicio domestico,dirigidos por el mismo Dionisios y por Tirso, joven esclavo queatendia unicamente a don Candido.Este joven tenia tal habilidad en el servicio que a un gesto de donCandido sabia si el mismo queria el monumental brasero de trespatas para encender un tabaco, el gigantesco cepillo de plata concerdas de oro para hacerse rascar la espalda 0 el moderno mata moscas para aplastar a estos inoportunos insectos que revoloteabancon gran esfuerzo sobre las prominentes narices de las senoritas.Verdad que el joven se mantenia siempre a la expectativa, atentocasi las veinticuatro horas del dia al menor parpadeo de su amo.El dialogo, como siempre en la casa Gamboa a las horas del al

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    muerzo y comida, era mas bien familiar, por 10 que el mayordomo,que compartia los honores de la mesa, no participaba en los de laconversaci6n, salvo, naturalmente, sin don Candido 0 dona Rosa Iedirigian la palabra.-Mama -dijo Leonardo al acabar con la quinta yema azucaradanadando en aceite espanol y aguardiente criollo-, acaban de lIegarala relojeria de Dubois, en la calle de la Muralla, unos relojes derepetici6n suizos que son los mejores del mundo.-iNi pienses que te vamos a comprar otro reloj!- estall6 donCandido, haciendo un gesto que el joven Tirso interpret6 como unapetici6n de fuego, por 10 que Ie meti6 el brasero en los mismosbigotes. -jAh, perro! -grit6 aun mas fuerte don Candido, tomandoel gigantesco brasero y lanzandolo a la cabeza del esclavo, quien nopereci6 porque supo esquivar el golpe. Luego, don Candido, aunmas enfurecido pues se habia quemado los dedos al tomar el brasero, empez6 a dar punetazos en la mesa, derribando algunos platos:-iNo hay reloj, no hay reloj! -y dirigiendose a Leonardo: -iQue tehas creido? iQue somos los duenos del Peru?-jQue ejemplo para nuestro Leonardito! -replic6 dona RosaTal parece como si no fuera tu hijo.-jEI mal ejemplo 10 das tu educandolo de esa forma; en vez depensar en tus hijas s610 piensas en ell -sentenci6 don Candido poniendose de pie y abrazando a su hija mayor, Antonia.-jY tu jamas piensas en Leonardito! -dijo dona Rosa mirando asu hijo amorosamente.-Mis ninas merecen una madre mejor que la que tienen. -Expres6 tragicamente don Candido abrazando ahora tan fuertementea cada una de sus hijas que poco falt6 para que murieran por asfixia.Entonces dona Rosa, que no quiso ser menos, se puso de pie y,banada en sudor, girando alrededor de su hijo 10 apretaba y volviaa apretar contra su enorme pecho.-jEI chocolate! -grit6 don Candido Gamboa. Y la calma ante lamenci6n de talliquido se restableci6 de inmediato.Dos negras, en traje talar, arrastraron penosamente un inmenso

    caldero donde borboteaba el chocolate. Aun hirviendo, el liquidofue pasando a las grandes tazas de porcelana y de alii a las gargantasde los comensales que, por una tradici6n heredada de don Candidoen su pais, bebian aquella bebida a esa temperatura.Al terminar, el calor del exterior se sum6 al de los cuerpos casi(34)

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    encendidos, de manera que las gruesas figuras chapoteaban en elsudor.-jDon Reventos! -dijo entonces tonante dona Rosa como si elmayordomo se encontrase a mas de una legua de distancia.-Senora.-Tome estas veinte onzas de oro y vaya usted de inmediato a lacasa de Dubois y compreme el mejor reloj de repeticion. Digale aDubois que es para mi, no sea cosa que 10 enganen.-jDon Reventos! -grito aun mas atronador don Candido.-Senor.-Si obedeces la orden de esta loca te mando a dar quinientoszurriagazos.-iSenor! ...-jReventos! -grito mas enfurecida dona Rosa-. Quiero ese relojde repeticion al instante 0 vas para el ingenio a trabajar en el trapiche.-jSenora!. ..-Subo a dormir la siesta -dijo en tono aburrido Leonardo Gam-boa, sabiendo que aquella discusion podria durar toda la tarde. Ybesando a dona Rosa subio a su habitacion.-jReventos, Reventos! -grito todavia mas alto don Candido conel fin de no permitir que su hijo durmiera la siesta: jEt amo de estacasa soy yo, si compras el reloj te aplico el bocabajo como si fuerasun negro bozal!-Reventos -hablo entonces' dona Rosa en voz baja para no interrumpir el sueno de su hij

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    relojeria del senor Dubois en busca de un reloj. i,No es asi, senores?-Asi es -dijo don Candido-, si vas te mato.-En cuanto a mi -repuso dona Rosa-, ya sabes 10 que te espera...-Entonces el problema esta resuelto -dijo con voz triunfante elmayordomo y sin mayores preambulos llam6 al cocinero Dionisios.-Senor -repuso el negro empapado en sudor.-Tome estas veinte onzas de oro. jFijese que son veinte onzas!Vaya con elIas a la relojeria de la calle de la Muralla y traigale a lasenora el mejor reloj de repetici6n que alIi se encuentre. jCorriendo! i,Entendido?-Si senor -dijo el esclavo partiendo a toda velocidad.-Ya Yen, senores, como se resolvi6 el problema y yo salve mivida -les explic6 doctoralmente el mayordomo: Pues ni fui a la relojeria, pues evidentemente aqui estoy, ni deje de ir, puesto quedentro de un momenta estara aqui el reloj de repetici6n.Ante esta ingeniosa salida del mayordomo, don Candido queerda estallar se llev6 las manos a la cabeza, gesto que de acuerdocon las funciones de Tirso significaba que debia rascarle la espaldaal amo, por 10 que al momenta comenz6 a hacer uso del inmensocepillo.Esta equivocada acci6n del esclavo fue suficiente para que donCandido Ie arrebatase con furia el cepillo y 10 lanzase con tal violencia al zaguan que derrib6 y mat6 al momento una de las yeguasespanolas, apodada carinosamente Karmen Valcels, que junto alquitrin aguardaba por el paseo vespertino de las senoritas.El animal, herido de muerte, solt6 un relincho estent6reo y expir6, provocando elllanto incontenible de las tres senoritas, especialmente el de Carmen, la hija mimada de don Candido, quien (quizaspor ser su tocaya) tenia una marcada preferencia por aquella bestia...El padre, verdaderamente conmovido por elllanto de sus hijasque seguian abrazadas al cadaver del animal, se control6, hizo si lencio; luego pidi6 disculpas a su hija mas querida y subi6 las escaleras presto a dormir la siesta.

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    SECUNDA PARTE

    LOS NEGROS Y LOS BLANCOS

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    Caftulo 8

    EL BAILE

    La pasion de Cecilia ya no es correr en chancletas por las calles,sino bailar. Dieciocho alios, pie1bronceada, cuerpo esbelto y cabellos negros. En todos los bailes es ella el centro de atraccion. Losnegros la cortejan respetuosamente, como algo imposible; los mulatos, sabiendose igual que ella, la tratan con cierta complicidad yconfianza que indigna a Cecilia. En cuanto a los blancos, condescendientes, consideraban que era un honor para la mulata el queellos se rebajaran a ir a los bailes de negros solamente por bailarcon ella.La fiesta de esta noche es en casa de Mercedes Ayala, mulata deringo rango, como la llama su amigo fntimo, Cantalapiedra, Comisario Mayor del barrio del Angel. Desde por la tarde comenzaron aHegar los invitados. Mulatas envueltas en grandes mantas de colores que coquetamente se ponen y se quitan dejando ver sus hombros desnudos mientras agitan vistosfsimos abanicos, mulatos conaltos y relucientes botines, sombreros de copa y chaquetas estrechfsimas, que hacen resaltar sus atleticos cuerpos, y negros escrupulosamente vestidos de blanco Henan todas las habitaciones iluminadaspor grandes aralias de cristal cargadas con velas de sebo.Aunque es raro -0 casi imposible- ver una mujer blanca en estos

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    bailes llamados de gente de color, si pueden verse numerosos j6venes blancos, muchos pertenecientes a las mejores familias habaneras, que persiguen, generalmente con exito, a una 0 a varias deestas hermosisimas mulatas.. Entre estos j6venes se encuentra el apuesto Leonardo Gamboa,lmpecablemente vestido a 10 parisien, con sobreguantes y cana 0b ~ s t ~ n de m i c ~ r con empunadura de oro, y acompanado por unseqUlto de amlgos tan elegantes e insolentes como el mismo' -eltraje de .casi todos estos j6venes ha sido confeccionado por el n ~ g r o U ~ l b e , lIberto. que con gran exito, y ayudado por Jose Dolores Pi~ l e n t a , maneJa ahora su propia sastreria y quien tambien esta en lafIesta.

    Sobre las diez de la noche desciende de un quitrin Cecilia Valdesacompanada de su amiga Nemesia Pimienta.La entrada de Cecilia, senorita de apariencia absolutamenteb . l ~ n c a , .en un b a i ~ e donde s610 hay negras y mulatas causa sensaCIon. Viste un traJe a punto ilusi6n con mangas cortas y ahuecadascomo dos globos pequenos, larga falda blanca, sombrero de terciopelo negro con plumas y flores naturales, zapatos de fieltro, guant ~ blancos hasta el coda y una larga y ancha cinta roja que Ie cine lacmtura.La misma Mercedes Ayala interrumpe su animada conversaci6ncon Cantalapiedra y avanza hacia el centro de la sala para abrazar aCecilia.Entonces los musicos, dirigidos por Jose Dolores Pimientairrumpen con un enorme estruendo de violines, timbales clavesclarinetes y contrabajos... Si era cierto que desde hacia h o ~ a s e s t a ~ ban tocando, no 10 es menos que con la Ilegada de Cecilia Valdes elespiritu de la musica (y de los musicos) adquiere tal vivacidad queparece que s610 ahora la orquesta toca con verdadera maestria.Numerosos son los mulatos y negros, todos ceremoniosos e impecables, que se acercan a saludar a Cecilia. Entre ellos el elegantey excelente musico Brindis de Sala y el joven yesbelto capitan Tonda (pr?tegido del mismisimo Capitan General) que sigue luego derecorndo p o toda la ciudad. Tambien se acercan a ella los poetasnegros Gabnel de la Concepci6n Valdes (que se cri6 con Cecilia enla C.asa Cuna) y Francisco Manzano quien ahora liberado, se ganala vIda como repostero y cuyos dukes, precisamente, pueden sersaboreados en la larga mesa del corredor junto con todo tipo decomidas y bebidas. .

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    Deja por un momento de tocar la orquesta y Jose Dolores Pimienta corre a saludar a su amada Cecilia, llamandola mi virgencitade bronce. Termino que a la Valdes no Ie halaga pues Ie recuerdasu origen negro. Yes ahora cuando el bello adolescente que es aunLeonardo Gamboa, tomando una mano de Cecilia la besa con devoci6n ante los at6nitos ojos de Jose Dolores.. Como si aquello fuera poco, Cecilia se vuelve hacia el mulato y 10mcrepa.-jOiga! iQue bien cumple un hombre su palabra empefiada!-Siempre he cumplido mi palabra -eontesta Jose Dolores desconcertado.-l,Ah, sf? -dice Cecilia mientras que con una mano se abanica ycon la otra sostiene la de Leonardo- l, Y la contradanza que mehabfa prometido tocar?Al oir a Cecilia pedir una contradanza, el publico, que ya estaaburrido de bailar ceremoniosos minues, empieza a gritar sf, sf, lacontradanza, la contradanza, queremos algo moderno. Por 10 queJose Dolores Pimienta no s610 tiene que dejar a Cecilia en brazosde su rival, sino que ademas tiene que tocar una hermosa contradanza para que los dos la bailen.

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    Capitulo 9

    JOSE DOLORES

    Desde que era un muchacho, Jose Dolores Pimienta se habiaenamorado de Cecilia Valdes, y, como sabia 10 ambiciosa que era lajoven, habia aprendido varios oficios, desde sastre hasta organistaen la iglesia de La Lorna del Angel, desde director de orquestahasta tejedor de sombreros y vendedor de alpargatas. Con todosesos trabajos mantenia a Nemesia Pimienta y ademas habia ahorrado unas cuantas onzas de oro para la boda -euando Cecilia, finalmente, decidiese casarse con el.Y esta noche, precisamente cuando, segun Nemesia, Cecilia estaba casi dispuesta a darle el si, llega el senorito rico y blanco, yel,el mulato, no solamente tiene que quedarse callado, sino que debeademas ponerle musica a su desgracia. Y que musica. Unas contradanzas realmente estupendas y animadisimas que pusieron a todos los bailadores en movimiento.Luego se paso a unas danzas cubanas, aun mas movidas. De talmodo que todo no fue mas que un torbllino de pies que incesantemente se desplazaban.Se bailaba en el gran salon iluminado, en las habitaciones menosiluminadas, en los oscuros corredores, en el patio y en el jardin, y,ahora, en la misma calle en tinieblas.

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    Como habia llovido, toda la casa era ya un lodazal casi intransita ble que las elegantes mujeres con sus batas de cola y los hombrescon sus ya manchados botines seguian removiendo.En medio de aquel furor de parejas que se enlazaban y desenla zaban, Pimienta, sin dejar de tocar el clarinete, pudo ver a Cecilia ya Leonardo estrechamente abrazados. En uno de esos giros violen tos, llevados por el ritmo 0 empujados por los bailadores, la parejapaso como un bolido junto al musico quien a pesar del estruendo dela orquesta pudo escuchar la voz de Leonardo cuando dijo, conpalabras que fueron un perfecto latigazo: entonces, no olvides de jar la puerta entreabierta, que cuando la vieja salga yo entro... Si,dijo Cecilia, apretando la chaqueta de Leonardo, chaqueta quepara colma era la que el, Jose Dolores Pimienta, habia cosido bajo

    la orden del maestro Uribe.Fue entonces cuando el mulato, poseido por una especie de dolorinsaciable, comenzo a tocar el clarinete con tal fuerza y maestria,sacandole tales armonias que cuantas personas pasaban por la callese bajaban de los quitrines 0 volantas (si es que iban en estos ve hiculos) y comenzaban a bailar.Ya en aquella fiesta no se sabia quien habia sido invitado 0 esta ba alIi por su propio gusto.La musica que salia del instrumento de Jose Dolores Pimienta sehabia aduefiado de todos... Se bailaba tambien sobre las sillas, en elbrocal del pozo, en las escaleras, sobre el tejado y hasta encima delos arboles. Tal era la multitud alIi agolpada.Lo mas insolito de este real acontecimiento no era solo el furorcausado por aquellas melodias, sino que al parecer aquel encanta miento no tenia fin. Hacia ya mas de cinco horas que se bailabafreneticamente y nadie daba sefial de cansancio. Cierto que algunasnegras centenarias habian caido muertas entre la confusion de piesde los danzantes. Pero aun en el momento de expirar exhalaban unultimo meneo, con 10 que querian decir que morian completamentefelices, por 10 que sus cadaveres eran retirados entre un estruendode aplausos y sin que se interrumpiera el baile.Los mismos musicos, inspirados por Pimienta, mientras tocabansus variadisimos instrumentos (cosas de vientos, de bronce, de cue

    ro, de madera, de piedra) se deslizaban por entre los bailadoresmoviendose tan freneticamente que a veces, producto de aquellosgiros vertiginosos, se elevaban hasta el techo de la altisima mansionquedandose algunos engarzados ala cumbrera dond.e, patas arriba,(44)

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    seguian tocando y meneandose freneticamente como murcielagosposeidos por el dios de la jiribilla.Solo Jose Dolores Pimienta, imponente dentro de sus botines decuero, casaca negra y pantalon de hilo, seguia de pie en el estrado,exhalando aquella musica, sin duda bulliciosa pero sentimental.

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    AI parecer, su funci6n no era vivir sino transcurrir, servir. Ellano habia nacido para destacarse, sino para permanecer en la sombra, como esas figuras opacas y brumosas que en los grandes cuadros se disuelven an6nimamente detnis de los personajes principales, fungiendo s610 como siluetas, marcando un contraste, una diferencia entre 10 importante y el conjunto.i,A quien Ie importaba (fuera de ella misma) sus amores frustra

    dos, sus deseos insatisfechos, sus caprichos y ansiedades que nadieprocuraba colmar?... Cecilia bailaba y todo era aplauso 0 envidia asu akededor. Cecilia reia y todos querian averiguar cucll era la causa para secundarla. Cecilia se enfadaba 0 entristecia y todos poniancaras grises e inquietas ante el disgusto de la bella mulata. Pero enel caso de ella, Nemesia Pimienta, de talle y rasgos insignificantes,de pelo aun mas ensortijado y de color mas oscuro, i,quien iba areparar en su tristeza 0 en su (casi imposible) alegria?AI bajarse del quitrin (ella detras de Cecilia como una sombra),i,para quien eran todos los brazos sino para la esbelta mulata? i,Aquien iban dedicadas todas las galanterias sino a la joven mas bella?Era pues incierto que ella, Nemesia Pimienta, fuera una mujerhermosa, como el mismisimo autor de la novela se empecinaba en

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    NEMESIA PIMIENTA

    Cap!tulo 10

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    destacar -quizas por piedad 0 por convenciones de la narraci6n-.Era absolutamente falso. Pequena (revejia, como la llamaban lasdemas negras del solar), insignificante, ni siquiera poseia aquellahermosa voz de la Valdes, mucho menos su manera de caminar, dereir; remotamente, aquellos ojos que seducian.Y sin embargo, dentro de aquel minusculo cuerpo habia un coraz6n desmesurado y un deseo aun mas desproporcionado y sensual(precisamente por no haber sido satisfecho) que el que habia -asipensaba ella- en el de Cecilia; y una necesidad de amor desde luegomas desenfrenada y ansiosa que la de las otras, las que todo --0 casitodo- ya tenian 0 podrian tener... Y aunque las ambiciones de Nemesia eran menos desproporcionadas que las de Cecilia no eran parella mas realizables.Porque Nemesia Pimienta no aspiraba, como Cecilia, a ser laesposa de Leonardo Gamboa, ni siquiera su querida oficial, sino lapasajera amante que, por un momento, pudiese desahogar toda supasi6n... De que manera perseguia con la mirada al bello ejemplarmasculino. Cada paso que el daba, cada gesto que el hacia agitabaen ella su desesperaci6n y su anhelo... Correveidile, recadera, Celestina entre Cecilia y Leonardo. En todo eso se convirti6. A todahumillaci6n se sometia y se someteria con tal de ver al joven Gamboa. Quizas, pensaba, hasta podria tocarle una mano. Pero el, impasible, ni siquiera la observaba, no se daba ni por enterado.Entonces, convencida (aunque siempre momentaneamente) deque Leonardo Gamboa no la poseeria, sonaba con otros amoresque eran como una sublimaci6n de su gran amor; y a todo tranceintentaba convertir el sueno en realidad. A medianoche deambulaba por la muralla, salia a extramuros, se llegaba al barrio del Manglar y hasta a los barracones. Un hombre, un hombre joven, blancoo mulato, negro incluso siempre que fuese bello. Un cuerpo tibio yamoroso; un cuerpo que al estrecharla, calmara, ahogara (aunques610 fuese brevemente) la pasi6n de su cuerpo. Un cuerpo que porun momento la acariciase, la protegiese, se hundiese en su cuerpo yabarcandolo 10 colmase de plenitud y sosiego... Pero nada de esoocurria y Nemesia Pimienta, pequena, oscura, anhelante, volvia ala casa donde su supuesto hermano, Jose Dolores, ya dormia.Vigilando su respiraci6n se acercaba despacio a la cama. Si suhermano, su hermoso hermano, tan distinto a ella, la amase nocomo a una hermana... Jose Dolores, Jose Dolores, ese era ahorael hombre de sus suenos. Una vez mas Nemesia Pimienta besaba al

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    joven que seguia dormido. Cecilia, Cecilia,decia a veces entre sueiios Jose Dolores e iJlconscientemente abrazaba a Nemesia. Sf...Respondia en voz baja Nemesia y se marchaba a su cama.Un hombre, un hombre. Pardo, negro, chino, blanco, moro. Unhombre a quien servir y adorar, a quien esperar y entregarse. Unamante, un viajero, un desconocido, un cimarr6n, un pr6fugo queen la noche lluviosa Ie pidiese guarida. Un asesino, un delincuente... Y una vez mas Nemesia Pimienta remendaba con devoci6n loscalzones de Jose Dolores; sonsacaba al maestro Uribe en plena sastreria (ese, ese era el hombre que ahora ella amaba). Vestida enforma provocativa se paseaba por todo el sal6n de Mercedes Ayala,solicitando, exigiendo, con su mirada una mirada complaciente,pero entre mas intentaba destacarse, provocar, mayor era la indiferencia conque era recibida, sometida a esa condici6n tan humanade negar precisamente 10 que se suplica y anhelar 10 que nos desprecia... Un cuerpo, un cuerpo c6mplice y solitario con quien desahogar su soledad, eso y no otra cosa era para ella el amor, pero-precisamente por eso- no 10 encontraba.Vestida aun mas provocativamente abandonaba a medianoche elsolar 0 el baile y sorprendia y asediaba al mulato Polanco (ese, esemulato era ahora el hombre de sus sueiios) en el Callej6n de SanJuan de Dios. Abria su amplia bata y se ofrecia desnuda al negroTonda (ese, ese era ahora el hombre que ella idolatraba). Corriabajo la luna llena que cada vez se hacia mas inmensa y conminatoria y se arrodillaba ante el mismisimo comisario Cantalapiedra quebajaba la escalinata de La Lorna del Angel, suplicandole, ordenandole, que la poseyese en pleno empedrado. Ese, ese hombre, y nootro, era ahora el que ella deseaba... Pero todos tenian alguna objeci6n, algun pretexto, un asunto urgente que resolver, un parienteque agonizaba, una mujer celosa que los perseguia, un delincuenteque habia que ultimar 0 algun negocio impostergable que despachar. .. Y era ella la que quedaba siempre postergada, ardiente yrelegada, sin resoluci6n ni redenci6n. Y entonces su pasi6n, su deseo, su amor, su necesidad de busqueda y de encuentro se hacianmas apremiantes... Ah, si alguien comprendiese al menos que detodas las amantes era ella la mas pura porque no vivia para un amordeterminado sino para el amor absoluto, simbolo supremo quecomo un dios podia encarnar y manifestarse a traves de cualquiercuerpo.Y por otra parte, contaba con tan poco espacio para realizarse. A

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    nadie Ie interesaba su persona. Si alguien la invitaba era porque laconsideraban como una suerte de dama de compania de CeciliaValdes. Hasta las mismas mujeres la miraban mas como un objetodomestico que como a una mujer. Y en cuanto a su discurso (suqueja) de un momento a otro tendria que ponerle fin, pues ni alautor de la novela en la cual era ella una insignificante pieza Ieinteresaba su tragedia.Mas bien Nemesia Pimienta Ie era indiferente y (como el resto)s6lo la utilizaba. Ni siquiera un amor como el suyo, tan vasto ydesesperado como su propia vida, ocupaba un lugar (aunque fuesepequeno) en la pretenciosa serie de capitulos titulados precisamen te Del Amor que el susodicho escritor habia redactado. Ya pesarde ello, su amor, protestaba Nemesia, era mucho mas grande que elde todos.los demas personajes reunidos. jMuchisimo mas!. .. Peroya ella veia como el desalmado autor de la obra se Ie acercabaamenazante. No, no podia ni siquiera agregar una palabra mas; anadie Ie podria seguir contando su tragedia, su amor, su desamor.No seria ni siquiera un grito al final de un capitulo. Nada. De unmomento a otro Ie taparian la boca y los demas ni cuenta se dariande que ella habia sido vilmente amordazada, liquidada. Y toda supasi6n, todo su furor, toda su temura habran quedado en...

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    DIONISIOS

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    Cap-itulo 11

    Cuando el negro Dionisios regreso con el reloj de repeticioncomprobo con alegria que los seiiores dormian la siesta. Le entregola joya y el vuelto al mayordomo, don Reventos, quien Ie lanzo unamirada sarcastica y runebre, y corrio hasta la cocina. Sabia que sushoras de vida estaban contadas pues en cuanto don Candido sedespertara y comprobase que habia cumplido los caprichos de doiiaRosa 10 mandaria matar. Aunque tal vez, para no enfurecer a doiiaRosa, no 10 asesinaria directamente, sino que su muerte seria inesperada y al parecer repentina como habia muerto ya el poeta esclavo Lezama.

    El sabia como actuaban los seiiores. Por algo habia sido cocineropor mas de veinte aiios en aquella familia... El sabia que un esclavoen desgracia es hombre muerto, y que si alguna disputa surge entreamo, seiiora y esclavo, el esclavo siempre cargani con la culpa. Eltambien ponia en pnictica aquel proverbio que habia aprendido delos hombres blancos: Piensa mal y acertaras.Asi pues, Dionisios, preparo rapidamente su fuga. Mientras todos dormian (incluso el mayordomo ya cabeceaba en el comedor)el dejaria la ciudad, se esconderia monte adentro, se haria cimarron. Seria por primera vez un hombre libre.

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    i,Que dejaba atnis? Cepos, bocabajos, latigazos, ofensas y trabajos incesantes. Hasta su mujer, la negra Maria RegIa, habia sidoenviada, como castigo, para el ingenio cuando dona Rosa la descubri6 dandole el pecho a la nina Cecilia, entonces con pocos dias denacida. Y aunque alimentaba a Cecilia por orden del mismo Candido Gamboa, nadie pudo impedir que Maria RegIa fuese enviada aperpetuidad a La Tinaja, donde se consumia en el trapiche del ingenio trabajando hasta dieciocho horas diarias.Aun recordaba (cada dia la recordaba mejor) aquella escena.Maria RegIa era la nodriza de la nina Adela, pues la madre, donaRosa, se negaba a darle el pecho para que no se Ie cayeran lossenos. Una noche en que la senora crey6 oir un llanto extrano entr6en el cuarto de la esclava y la encontr6 con dos ninas, una a cadalado, alimentandolas. Una era Cecilia Valdes, la otra Adela Gamboa. El escandalo que arm6 dona Rosa fue tal que hasta el mismoCapitan General envi6 a sus hombres de confianza para averiguarque ocurria... Desde entonces, Dionisios jamas volvi6 a ver a sumujer. Y 10 peor es que sabia que ella Ie era infiel. Y no con un s610hombre. Ni siquiera con un negro. Sino con cuanto hombre blancoIe cruzase por delante... Huir. Esa era la soluci6n. Nada dejabaatras. Ni siquiera el recuerdo de una esposa fiel.Rapidamente se quit6 sus ropas de esclavo y se puso un trajeverde propiedad de Leonardo Gamboa que al negro Ie quedaba unpoco estrecho, unas botas enormes y hasta las espuelas de oro dedon Candido. Se mir6 en el fonda de una olla de cobre e intent6alisarse el cabello, 0 las pasas como decian los blancos, con el gi gantesco cepillo de oro y plata de don Candido. Las pasas no sealisaron, pero de todos modos prefiri6 quedarse con el cepillo, quemeti6 corriendo dentro del gran jolongo rojo con el que iba decompras al mercado. A medida que atravesaba las habitaciones desiertas iba metiendo cosas en el jolongo: el antiguo reloj de Leonardo, varias monedas de plata, unas velas de sebo, un par de tirantes,seis canecas de vino, una gallina viva que revoloteaba en el zaguan,ellargo cuchillo de cocina y hasta un cerdo de leche que don Candido engordaba para el fin de ano, cuando vinieran de celebrar lasnavidades en el campo... Por ultimo, Dionisios agarr6 como al desgaire un sombrero de alta copa que alguien habia dejado sobre unasilla y sali6 a la calle.Tratando de huir por donde la muralla que rodeaba la ciudad eramenos custodiada, se dirigi6 a los barrios pobres en los que s610

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    vivia gente negra 0 mulata. Fue por alIi donde, luego de deambularpor horas, al CHlzar una calle ya con el fango hasta las rodillas, 10sorprendio y cautivo un ritmo nunca escuchado por el esclavo. Erauna musica que despertando no se sabe que secretas ansias paralizaba y luego obligaba a escucharla y a obedecerla... Sin poder contenerse, Dionisios empuja con su jolongo a la muchedumbre que seagolpa en ellugar y entra en el salon donde Jose Dolores Pimienta-su hijo desconocido- aun sigue tocando el clarinete.

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    Caitulo 12

    ELDUELO

    Tan frenetico y animado era el baile en casa de Mercedes Ayalaque aquel negro largo y enfundado en una casaca verde yestrechisirna, con botas de montar hasta los muslos, espuelas de oro, sombrero de copa y un enorme jolongo rojo donde gruiiia enfurecidoun cerdo y cacareaba una gallina no Dam61a atenci6n.En un relampago vio Dionisios a Cecilia VaIdes bailando con Leonardo Gamboa, y un odio, desde hacia muchos aiios guardado, esta

    D6. Sin pensar en su condici6n de pr6fugo, se acerc6 ala pareja.-Me pelmite ute baila eta pieza -Ie dijo a la joven tocandole unhombro.Leonardo y Cecilia quedaron sorprendidos ante aquella extraiiafigura. Fue la joven la primera en reaccionar.-Lo siento. i,Pero no ve usted que estoy comprometida con elcaballero?-jMentira! -Ie grit6 Dionisios-. No quiere ute baila conmigo porque soy negro jPero sepa que ute tambien es una negra!- i,Que Ie he hecho yo a usted para que me ofenda asi? -replic6Cecilia indignada.-Ma de 10 que ute se imagina. Por su curpa Ie he tenio que serinfiel ami mujer y estoy separao de ella desde hace dieciocho aiios.

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    Ante estas palabras, Leonardo miro a Cecilia sobresaltado.-Ni siquiera 10 conozco. Este hombre esta loco -Ie dijo Cecilia aLeonardo.-jSU madre e la que eta local jY por su curpa! -grito el negro.-jElloco es usted! -grito entonces Cecilia con tal fuerza que finalmente Jose Dolores Pimienta dejo de tocar el clarinete. Lo cualbasto para que toda la orquesta se parase en seco y con ella losbailadores.-Oiga, mas respeto para la senorita -

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    de escudo, a cortos saltos se aproximaban 0 se alejaban, lanzandopufialadas al aire.-jHurra! -gritaba la muchedumbre, parapetada tras los quitrinesy volantas y hasta sobre el tejado, a cada cuchillazo que los contrincantes (no importaba cual de los dos) se lanzaban. Por 10 demas, lacarencia absoluta de alumbrado publico impedia saber quien heriaa quien, aunque los hombres seguian respondiendo golpe por go1pe. Pero Dionisios carecia de la destreza y juventud del mulato;ademas, el inmenso jolongo, del cual no queria desprenderse, Ierestaba agilidad. Pronto se oy6 el ruido de una tela que se rasgaseguido de un aullido.-jHurra! -volvieron a gritar todos sin saber quien habia caido.Era Dionisios el que habia sido derribado, cayendo de espaldas ysoltando finalmente el rojo jolongo de donde escap6 el cerdo a todavelocidad.-i,Te han herido? -Ie grit6 Cecilia Valdes al cerdo (que pas6 precisamente por debajo de sus piernas), pensando que se trataba deJose Dolores.-Ni un arafiazo -eontest6 el mulato surgiendo de entre las sombras-. Ni un rasgufio -agreg6 aun mas orgulloso al sentir apoyadasobre su coraz6n la cabeza de la mujer que tanto amaba.Asi permanecieron s610 un instante. Pues pronto de entre la muchedumbre se oy6 un nuevo grito.-jA correr, que ahi viene Tonda!Y todos, incluyendo al herido de muerte, se dieron a la fugacuando el apuesto capitan negro, a caballo y con sable y charreteras, irrumpi6 en la escena.

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    Ca.E.itulo 13

    DELAMOR

    Jose Dolores Pimienta tocaria el clarinete y ella, Cecilia, cantariay bailaria para el. Jose Dolores Pimienta llegaria al oscurecer, can sado por haber confeccionado tantos trajes ajenos, pero ella, Ceci lia, vestida de blanco, una flor en la cabeza, 10 estaria esperando ala puerta de la casa... i,Donde estaria la casa? i,En las lomas deBelen? i,Entre los arboles de extramuros? i,Junto a una laguna delManglar? i,0 cerca del mar donde por las noches irian a sentar se? .. Un amor, un gran amor tenia que ser para el, Jose DoloresPimienta, un consuelo, un sosiego compartido, una suerte de pe queno, modesto y magico lugar inmune al espanto y a las humilla ciones que 10 circundaban. Porque un gran amor, se decia, teniaque partir de un equilibrio entre dos sensibilidades semejantes mar cadas por un mismo estupor, proscritas por un mismo mundo, sena ladas por una injusta maldicion, complices y por 10 tanto enemigasde una misma historia.Una fiesta, un paseo por la playa, una tertulia entre amigos. Yellos siempre aparentemente cercanos a los otros, pero inaccesiblese invulnerables, imbuidos (aun en medio de la multitud) uno en elotro, en ese paraje unico que solo a los amantes les esta autorizadopenetrar. .. Un amor, un gran amor, i,que era sino el goce paladea

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    ble, reposado y repetido de cada minuto compartido con la personaamada? La dicha de sentarse juntos a la mesa, la ventura de estarvivos y abrazados, el placer de vivir uno en el otro. Porque unamor, precisamente por grande, no puede alentar mas que pequefias ambiciones y goces colmables. Que importaba el mundo y susambiciones y sus locuras, los palacios, las joyas y los viajes, si ellospodrian disfrutar del insolito tesoro de un sentimiento de afectoexclusivo y compartido. Nada igualaria la riqueza y plenitud de desbordarse, reconocerse y completarse mutuamente.Vendrian los hijos, los nietos; envejecerian. Recordarian (y recontarian) como se conocieron, cuando por primera vez se amaron.Estarian siempre asi, apoyandose hasta con la mirada. Porque unamor, un gran amor, no podia ser solo aventura, sino constancia ydedicacion, sosiego, satisfaccion, esperanza y sacrificio compartidos.Ante el vasto panorama de la soledad y de la desesperacion, de laambicion y del crimen, ellos, con su pasion, levantarian un muro y asu sombra vivirian -y moririan- juntos.Asi pensaba Jose Dolores Pimienta, y su mirada fue en busca desu amada Cecilia; pero esta, del brazo de Leonardo, habia desaparecido rumbo a la parte menos iluminada del salon.

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    TERCERA PARTELOS BLANCOS Y LOS NEGROS

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    CaE.itulo 14

    ISABEL ILINCHETA

    Los estent6reos ronquidos que la familia Gamboa exhalaba, po niendo en fuga a veces a todos los animales de la cuadra y hasta acentenares de esclavos que de inmediato eran capturados 0 exter minados por Tonda, fueron interrumpidos por la llegada de unaantigua y enorme volanta cuyas ruedas enfangadisimas salpicaronla fachada de la residencia.EI viejo y negro calesero abri6la puerta del carruaje y del mismodescendi6 de inmediato Isabel Ilincheta, seguida de su padre, elseiior don Pedro.Venian de su finca en Pinar del Rio, el cafetal EI Lucero, y per manecerian s610 un dia en la capital con el fin de que Isabel com prara su ajuar de navidad. Como de costumbre en sus visitas capitalinas residirian en la casa de los Gamboa a quienes les uman lazosde amistad e intereses comunes ya que el cafetal de los Ilinchetacolindaba con el ingenio La Tinaja, propiedad de don Candido.

    Por otra parte, desde hacia varios aiios las familias Ilincheta yGamboa habian concertado la futura boda de Lepnardo e Isabel, yaunque la pareja, a decir verdad aun no habia formalizado el no viazgo, tanto don Candido como, al parecer, don Pedro, estabanconvencidos de que el casamiento era cosa segura. De una u otra(63)

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    forma, pensaba don Candido, ellos se encargarian de que asi fuese.Era Isabel Ilincheta una senorita alta, mas bien corpulenta aunque desgarbada, de piel y pelos amarillentos, brazos largos y dedoslarguisimos que movia en todas direcciones inventariando cuantoobjeto se presentaba ante sus ojos. Esta costumbre, elogiadisimapor su padre y por su futuro suegro, la habia perfeccionado aun mascuando supo que ella, en calidad de hija unica, debia fungir comoadministradora del cafetal El Lucero, tarea que desempenaba amaravilla. Tenia ojos pequenos, cejas casi ausentes y un bozo queera casi un tupido bigote sobre los labios que generalmente permanecian apretados.Avanzo don Pedro hasta el centro del comedor de los Gamboa yya iba a ordenar a la servidumbre que anunciase su llegada y la desu hija cuando esta, deteniendolo Ie hizo un reproche con voz fria ysegura.-Papa -dijo la senorita-, cualquier persona de mediano razonamiento sabe que del zaguan al centro del comedor donde ahoraestas parado hay exactamente veinticinco varas espanolas. Si tomamos en cuenta que el paso normal de un hombre de tu edad ha deser de media vara, no tenias que haber dado mas que cincuentapasos exactos. Pues bien, he calculado, con absoluta certeza, quehas dado cincuenta y tres pasos. Un derroche innecesario...-Cierto, hijita -respondio humildemente el padre que la admiraba y temia. Y fue a presentar sus excusas.Pero en ese momenta bajaba ya las esca1eras dona Rosa envueltaen una 1arga bata de sarga amarilla y chinelas de fieltro que la asfixiaban, por 10 que don Pedro avanzo, siempre midiendo sus pasos,hacia su anfitriona.

    No 10 hizo asi, al menos de inmediato, la senorita Isabel, quienapostada en la puerta cochera 0 zaguan vigi1aba las provisiones,equipajes y regalos que habia hecho traer de la finca. Todos loscajones (algunos traian aves, huevos y animales de corral) fueronabiertos ante la mirada expectante de la dama quien metia sus manos en ellos, contaba y luego rectificaba con una larga lista queguardaba entre los senos. Viendo finalmente que nada faltaba,avanzo sonriente hasta dona Rosa. Y comenzaron los cumplidos.Dona Rosa: j,Como va todo por el cafetal?Don Pedro: Mal, mal. De las aves de corral acaban de morirsedos pollos recien nacidos.. .Isabel (interrumpiendo): Dos no, papa; tres.

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    Dona Rosa: jQue desgracia! Seguro que eso se debe al descuidode los negros. Esos perros...Don Pedro: Nos arruinan, nos arruinan los muy vagos. Y pensarque como si fuera poco hay que darles hasta la comida. Diez onzasde oro me gaste este ano en comprarle mabinga a esos malagradecidos.- i,Que dices, papa? -replic6 enfurecida Isabel- jOnce onzas y unduro fue 10 que se gast6!-jAsi es, hijita! -repuso el padre tranquilamente ante los maravillados oidos de dona Rosa que no cesaba de decirse: jQue mujer!Quizas esta es la que necesita Leonardito, ya que no puedo ser yomisma... Aunque no estoy completamente segura...

    Luego dona Rosa pregunt6:-i,Y piensas estar muchos dias por aca?-Querida, -respondi6 Isabel-, estaremos 24 horas, 25 minutos yun segundo solamente. He calculado, con precisi6n indiscutible,que empleando ese tiempo aqui podremos llegar a la hora en puntoal cafetal para el recuento de los granos secos de cafe. Ya sabeusted que hay que contarlos uno por uno y varias veces, pues esosnegros son capaces de esconderlos hasta debajo de la lengua y traficar asi con nuestra fortuna.-jAy, c6mo no 10 voy a saber! -apoy6 dona Rosa- jSi a nosotrosnos tienen casi en la ruina!-jEn la ruina! -exclam6 Isabel aterrada.-No exageres, mujer -

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    despertado, aunque la orden viniese, como siempre, de don Candido.-No pienses que eso es una gracia -replic6 precisamente donCandido a dona Rosa, visiblemente contrariad(}-. De esa manerahe perdido ya a varios de mis mejores criados. Y sabran ustedes dijo ahora dirigiendose a don Pedro e Isabel- que los ingleses,esas bestias, cada dia estan mas empecinados en que no desembarquemos ningUn saco de carb6n de Africa.Y haciendo un gesto, don Candido orden6 ala servidumbre queretiraran el cadaver de Toto.-jAy, digamelo a mi -respondi6 don Pedro, apartando los piespara que el muerto pasara sin tropiez(}-, que toda mi fortuna la hice

    gracias a mi sociedad con Pedro Blanco, mi tocayo! Eran otrostiempos. Arriesgadisima empresa es traer ahora bultos del Africa.-jDigalo usted! ~ n f a t i z 6 don Candid(}-. Yo mismo estoy ahoracon el coraz6n en la boca. Ya debia estar aqui el bergantin La Veloz que desde hace tres meses envie a Guinea. A 10 mejor los diab61icos ingleses 10 han capturado.-Don Pedro Blanco siempre me 10 decia. En esto de la trata hayque maniobrar rapido que la envidia y la malignidad abundan demasiado.

    - iY d6nde esta ese buen hombre? -indag6 don Candido a quienla imagen de Pedro Blanco siempre Ie habia fascinado.-Despues que los ingleses prohibieron el trafico con los carbonesse traslad6 al Brasil donde se cas6 con unas cien negras a la vez.Ahora el mismo fabrica negritos que los vende a precio de oro.-No es mal negocio -ri6 don Candido.

    -jJesus, Gamboa! -moraliz6 dona Rosa- jQue diran las senoritas!-Mama -grit6 en ese momento Carmen-, ya es casi la hora delpaseo. Ordena a Dolores Aponte que enganche la volanta.-Si,si -aplaudi6 Antonia-. Recuerden 10 que nos dijo Tita Montalvo: que su tia, la condesa de Merlin, ira hoy al Prado.-iLa francesa? -indag6 Isabel algo inquieta.-Esa -respondi6 Antonia- dicen que tiene una de las cabellerasmas hermosas del mundo.-Entonces voy a despertar a Leonardo -dijo Adela, la menor delas hijas de don Candido, por quien su hermano sentia un especialcarino: Su amigo, el conde de O'Reilly, nos prometi6 presentarnosa la Condesa.

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    Y sujetandose la larga falda con las dos manos, Adela subi6 atoda velocidad las escaleras.-jHija! -grit6 dona Rosa- iTen cuidado... !Pero ya Adela habia entrado en la habitaci6n del joven cerrandoinmediatamente la puerta.

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    UN PASEO EN VOLANTAS

    A las cuatro en punto de la tarde, hora medida por el enormereloj, al parecer de pared, que Isabel llevaba colgado al pecho,salieron las cuatro senoritas en la regia volanta. Atnis, en quitrin,venian Leonardo y Ernesto O'Reilly quien lucia en su casaca laimponente cruz de Calatrava.EI paseo comenz6 en la calle de La Muralla donde los carruajesse detuvieron frente a los mas lujosos establecimientos para que lassenoritas, sin apearse, hicieran algunas compras navidenas.Continuando calle abajo tropezaron con las inconveniencias deltrcifico a esa hora en la calle mas comercial de la metr6poli colonial.Pesadas carretas tiradas por bueyes subian en direcci6n opuestacargadas de azucar, cafe, tocino, vinos y mil productos mas cuyosdiversos olores, mezclados al de los animales y sus necesidades na turales, repugnaban a las damas que batian sus abanicos para ahu yentar, aunque inutilmente, tal pestilencia.Como si eso fuera poco, una calesa manejada con impericia porun calesero joven choc6 de costado con el quitrin donde iban lossenores. Al momenta los dos caleseros entablaron una feroz dispu ta donde mezclaban palabras semiespanolas y voces africanas quecada vez retumbaban mas alto en lei ya congestionada calle.

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    En vano fueOn los gritos de las senoritas y la orden de partir delos senores. Los negOs caleseOs terminaOn bajandose de sus respectivos caballos y trincandose en una batalla mortal, pues ambossacaron largas navajas que guardaban en el pecho.Formose tal alboOto en medio de la calle de La Muralla que atodo 10 largo de la misma se paralizo el trMico. Las senoritas agitabait enfurecidas sus abanicos. Leonardo lanzaba al vuelo golpesviolentos con su baston. El publico parado en los carruajes, losbalcones 0 en la misma calle, daba gritos de jviva! y jmuera! Finalmente, por una confabulacion de la fatalidad, ambos contrincantesresultaron heridos de muerte al mismo tiempo, por 10 que los viajeos pudieOn continuar el paseo.Fue Isabel Ilincheta quien, para mayor seguridad, tomo las riendas de la volanta y haciendo de calesera mont6 el caballo a la mujeriega (justo es confesarlo); en tanto que el Conde de O'Reilly condujo el quitrin.PeO aillegar a la Puerta de la Tenaza, una de las cinco puertasque sobre puentes levadizos comunican con extramuOs, una multitud de negOs, mulatos, blancos y hasta elegantes damas se agolpaban contra la barandilla, mirando hacia los fosos.Allaabajo, dentro de las aguas de los fosos, el mulato Polanco yel negro Tonda, completamente desnudos, renian a patadas.En efecto, los celebres nadadores, tal como Dios los trajo almundo, 0 como vivian en su pais de origen, se zambullian, girabanbajo el agua y reapareciendo procuraban hacerse danG descargandose tremendos golpes con las piernas.Llamabase este el duelo del cocodrilo y generalmente alguno delos contrincantes pereda entre las turbias aguas.

    Ya fuera por seguir las peripecias de la pelea acuatica 0 paramirar los atleticos cuerpos desnudos, el caso es que las cuatO senoritas se bajaOn de su calesa -cosa verdaderamente ins61ita paraaquella epoca- y reclinandose peligrosamente a la barandilla delpasadizo observaOn con detenimiento. Lo mismo hicieron los senores que, para custodiar a las damas 0 tambien pOI curiosear, seunieron ala multitud.Finalmente, fue Isabel Ilincheta la que consultando su gran relojexclamo: -jLas cinco! i,Perderemos ala Condesa por causa de dosnegros?Y otra vez la comitiva -a pesar de la enfatica pOtesta de CarmenGamboa- se puso en marcha.

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    CaEitulo 16

    EL PASEO DEL PRADO

    Al llegar las senoritas Gamboa y sus acompanantes al Paseo delPrado toda la sociedad habanera se encontraba alli, exhibiendoseen sus carruajes y a la expectativa. Aun la famosa Condesa no habia hecho su llegada.Se componia el Paseo del Prado -eopia inferior al original situado en Madrid- de una calle ancha y central, bordeada de arbolesrUsticos, por la que desfilaban los carruajes, y dos calles lateralesmas estrechas por donde cruzaban los peatones, gente de menorcategoria social, pero blancos.En cada uno de los extremos del paseo, esto es, en la zanja dondecomenzaba el Jardin Botanico y en la Fuente de los Leones, cercadel mar, el teniente de los Dragones habia puesto sus soldados conel fin de controlar el tratico y evitar excesos de velocidad. Pues unavez que los paseantes, ya a caballo 0 en carruaje, entraban en el

    Prado no podian detenerse. Tal era la regIa del teniente de los Dragones ordenada por el Capitan General a fin de que todos pudierantransitar.Como la cantidad de vehiculos que desfilaba era tan numerosa,las hijas de don Candido pudieron saludar coquetamente a todossus amigos que marchaban en diversos transportes, y aun a los(71)

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    caballeros de a pie que iban por las sendas laterales, casi todosespanoles empleados en la administraci6n publica y otros oficios depoca importancia.Por su parte, los caballeros en quitrines 0 en vistosos corceles,vestidos generalmente con largos escarpines de seda que les permi tian exhibir sus piemas, pantalones cenidos, casacas y sombreros decopa que constantemente chocaban contra las ramas de los arboles,aprovechaban la lentitud de la marcha para iniciar prometedorasconversaciones con las damas quienes al mover de una u otra formasu abanico decian, en ese lenguaje complicadisimo y sutil, si acep taban 0 no los requiebros del galan.Los condes de Santa Clara, el marques de Lombillo, los duquesde Villa Alta, los nietos de la anciana marquesa PerezCrespo, losArcos, los Games y numerosos j6venes mas conversaban con lashijas de los Gamboa que incesantemente manipulaban sus abanicosen todas las direcciones llegando a veces a golpear el rostro de Isa bel Ilincheta quien con su habitual sentido practico, aprovechaba elefecto de estos golpes para hacerlos pasar como rubor ante las pala bras mas 0 menos amables de Leonardo.Detras de los caballeros venia una cuadrilla de negros esclavosencargados de recoger10s sombreros 0 cualquier otra prenda que seles cayese a sus amos.

    De pronto, en toda aquella muchedumbre que llevaba varias horas desfilando bajo el sol aun candente del atardecer rein6 un silencio absoluto. Por una de las puertas de la muralla llamada de LaPunta, entraba una lujosa volanta con el escudo de Los Montalvo.La senora Maria de las Mercedes de Santa Cruz, Condesa de Mer lin, ya estaba en el Prado.Tal vez debido a las gigantescas proporciones de la falda queportaba la Condesa ninguna otra persona venia en el carruaje. Lle vaba la distinguida dama, ademas de la falda gigantesca, que a ve ces al ser agitada por el viento cubria tanto al calesero como alcaballo, relucientes botines de fieltro tachomidos en oro, chaquetade fino talle pero con mangas inmensamente acampanadas, largascintas violetas, azules y rojas que desprendidas del cuello partianhacia todos los sitios; el brillo y color de diversos collares resaltabanaun mas la blancura de aquellos pechos aun turgentes y casi descu biertos por la gigantesca manta que la habil Condesa dejaba caergraciosamente. La cabeza estaba cubierta por un inmenso sombre ro de altisima cupula y alas aun mas desproporcionadas. Pero si

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    imponentes resultaban tanto su figura como sus atuendos y joyas,aun mas fascinante y extraordinaria era su inmensa cabellera negraque saliendo del gran sombrero se derramaba en cascadas sobre suespalda cubriendo toda la parte trasera del carruaje. En el centrode esta cabellera descomunal centelleaba una peineta calada incrustada de diamantes.Por ultimo, sobre su regazo y haciendo mil reverencias iba unamona joven del sur de Madagascar, vestida a la francesa y con campanilla de plata al cuello de donde partia una larga cadena de oroque la Condesa sostenia entre sus finos guantes a la vez que batiagraciosamente el monumental abanico hecho con plumas de pavoreal. Asi avanzaban, la Condesa sin dejar de sonreir pero sin mirar

    a persona alguna, la mona engalanada haciendo mil saludos.De todo el publico alii presente, tanto en carruajes como a pie,sali6 un ah fascinado. Evidentemente la Condesa habia cautivado atoda la sociedad habanera, desde los modestos empleados del gobiemo que quedaron boquiabiertos bajo la alameda hasta las grandes damas nobles 0 las distinguidas senoras que la contemplabanembelesadas.Se impuso entonces como una suerte de emulaci6n entre los paseantes. Todos querian acercarse a la arist6crata y saludarla. Deesta manera, como disparados por un resorte, volantas, calesas,caballos y quitrines se lanzaron al centro del Prado intentando marchar paralelamente a la volanta de Los Montalvo.Naturalmente, por 10 estrecho del paseo resultaba imposible quetodos a la vez pudieran presentar sus respetos a la dama por 10 quese desat6 una verdadera furia entre los caleseros que azuzados porlas senoras se lanzaban contra el carruaje mas pr6ximo a fin deganar un puesto privilegiado. Al mismo tiempo los hombres de apie irrumpieron en el paseo central pereciendo muchos entre lasruedas de los vehiculos. Como si aquello fuera poco, los esclavosrecogedores de sombreros se lanzaron tambien tras la comitiva enbusca del bombin de su senor que habia rodado por el pOlvo, ya alchocar contra las ramas de un arbol, ya al ser derribado por elsablazo de uno de los dragones que enfurecido queria poner ordena aquella barahunda.EI unico personaje que dentro de aquel ins61ito tomeo paredadisfrutar del paseo era la Condesa, quien con la eficaz mona en suregazo manipulaba impasible su imponente abanico, sonriendoleencantadoramente a una dama que pereda destripada entre las

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    ruedas monumentales de una calesa, 0 a un esclavo que daba gritosde jubilo pues a pesar del caos habia logrado capturar el sombrerode su senor.Como si el numero de personajes distinguidos que querian homenajear a la Condesa fuera reducido, se via irrumpir desde laCalzada de Jesus del Monte los coches del Capitan General y delsenor obispo, las unicas dos personas autorizadas a utilizar este tipode carruajes. Ante la presencia de las dos figuras mas prominentesde la Isla, los dragones, orientados por su teniente, cesaron de vigi lar y repartir palizas a los paseantes, por 10 que la confusi6n deltransito se hizo aun mayor.Fue entonces cuando, en medio de aquella inmensa polvaredaque se elevaba en remolinos hasta el mismo sol, surgi6 una manahabil y veloz que acercandose rapidamente a la volanta de la Condesa comenz6 a tirar de su peineta calada. Se trataba de la negraDolores Santa Cruz quien desde hacia anos, luego de haberse arruinado, deambulaba enloquecida por toda la ciudad.Por breves momentos, ante la expectaci6n y el desconcierto detoda la sociedad habanera, negra y Condesa sostuvieron una brevebatalla. Pero Dolores Santa Cruz, evidentemente mas habil en latecnica de apoderarse de una peineta que la Condesa en el arte deconservarla en su cabeza, pudo finalmente tomar la prenda, llevandose consigo la hermosisima cabellera aristocratica, y quedandoMaria de las Mercedes de Santa Cruz, Condesa de Merlin, tal comoera: absolutamente calva.Un nuevo ah, ahora de desencanto, paraliz6 a toda la concurrencia. Paralisis que fue aprovechada por Dolores Santa Cruz paradarse a la fuga en tanto que la Condesa, bajandose de un saIto de lavolanta, se abria paso enfurecida detras de la ladrona.Por mas de tres millas corrieron las dos mujeres entre la casipetrificada concurrencia: la negra soltando maldiciones en su dialecto guineano; la Condesa, improperios tanto en frances como enespanol y de tan subido calibre que el mismo obispo, e1 senor Echerre, se persign6 espantado cuando fugitiva y perseguidora pasaroncerca de su coche, y corri6 prudentemente la ventanilla del mis mo ...Como un b61ido, pero sin soltar la prenda, Dolores Santa Cruz,siempre perseguida de cerca por la Condesa, Ie dio varias vueltas ala estatua de Carlos III, salt6 por encima de la fuente de Neptuno,vol6 por sobre la de los Leones y sin deteQerse trep6 la muralla.

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    Fatigadisima mir6 hacia atras y pudo ver a un s610 pa