Arendt y La Raíz Del Mal

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Arendt y la raz del mal

1 febrero, 2012 Jess Silva-Herzog Mrquez

En una carta a Karl Jaspers, Hannah Arendt le revelaba el ttulo que quera asignarle a su libro de teora poltica. Quiero que se titule Amor mundi, le adelantaba. Extraa designacin para una reflexin sobre el fundamento de los gobiernos, el poder y las leyes. Finalmente el ttulo de su obra fue otro: La condicin humana. Desafortunado cambio.

Aquel ttulo reflejaba con mayor claridad el proyecto del libro y, quiz, de toda la obra de la filsofa: intento de reconciliarse con el mundo. Reconciliacin a travs del entendimiento, del juicio y de la accin.

Aun en los momentos ms sombros, deca, tenemos el derecho de esperar cierta iluminacin. Esa claridad no suele venir de teoras ni conceptos sino de una luz incierta, titilante y a menudo dbil que proyectan algunos hombres y mujeres, algunas ideas, ciertas letras. La referencia lumnica a su pensamiento es interesante: la pensadora no concibe el pensamiento como ladrillos de una edificacin, sino como resplandores inestables. Yo slo quiero comprender, dice con una modestia poco convincente en sus Ensayos en el entendimiento. Su intencin no queda capturada en una doctrina sistemtica o en una teora sellada. Su afn de comprensin radica en una dramatizacin de la experiencia. A pesar de la grandilocuencia que a veces secuestra su prosa, Hannah Arendt est poseda por el impulso potico, ms que por la severidad cientfica. Pensamiento apasionado.

Hannah Arendt naci el 14 de octubre de 1906 en el seno de una familia juda bien integrada a la vida alemana. Creci en Knisberg, la ciudad de Kant, y estudi en Marburgo, la universidad de Martin Heidegger. Investig teologa, literatura griega antigua y filosofa bajo el tutelaje de Heidegger, con quien tuvo un largo romance. A pesar de su origen, se sinti mucho ms atrada intelectualmente por la teologa cristiana que por el judasmo. Escribi su tesis doctoral sobre el concepto del amor en san Agustn. Fech su nacimiento intelectual el 27 de febrero de 1933, el da que ardi el Reichstag. El fuego del Parlamento que catapult a Hitler al poder simbolizaba la carbonizacin de las libertades y el disenso. Entonces Arendt dijo: me siento responsable. Senta la responsabilidad de dar respuesta al desafo de un rgimen abominable. Deber de hacerse cargo del tiempo en el que vivimos. Responsabilidad de comprender el totalitarismo y su antdoto: la poltica.

La poltica que abraza Hannah Arendt no es la poltica de la fuerza sino la poltica de la palabra. Rema contra Maquiavelo y contra Hobbes, esos dos bastiones de la concepcin moderna de la poltica. La poltica para ella no est en el prncipe que emplea, a golpes de astucia o de ley, los instrumentos de la represin. Tampoco est en un monstruo contratado por individuos temerosos. La poltica est en el foro de las conversaciones. Mientras el poder para los herederos de Hobbes, es decir, para los modernos, es la capacidad de imponer una voluntad sobre otros, para Arendt corresponde a la habilidad humana no solamente de actuar sino de actuar en concierto. Por ello el poder no es apropiable por un individuo. Se trata de un patrimonio colectivo, de la condicin de existencia de un grupo. Cuando decimos que alguien est en poder en realidad nos referimos al hecho de que ha sido autorizado por un cierto nmero de personas a actuar en su nombre. El poder deja de ser mazo de imposicin para ser concebido (para volver a ser concebido) como vehculo de comunicacin.

A los veintitantos aos fue arrestada en Alemania por actividades contrarias al rgimen. Logr huir, primero a Francia, y despus se instal en Estados Unidos donde desarroll una destacada y polmica carrera intelectual. Hannah Arendt empez a escribir Los orgenes del totalitarismo en 1945 poco despus de la derrota del nazismo y lo termin seis aos despus. El libro se convertira en una pieza central de la reflexin filosfica del siglo XX. Sus crticos han podido exhibir el exceso de sus generalizaciones o la debilidad de su sustento fctico, pero no han podido desmontar el genio de su percepcin. El totalitarismo del siglo XX no fue una tirana semejante a las pasadas. Se trat de un fenmeno del todo nuevo donde todo parece ser posible bajo la condicin de que todo sea destruido antes. Nazismo y comunismo, dos gemelos a ojos de Arendt, eran una verdadera novedad histrica que iba ms all del imperio de un partido nico y su terror. Artefactos ideolgicos que asignaban al poder la misin histrica de borrar cualquier separacin entre lo privado y lo pblico. El gobierno dejaba de ser constriccin externa para convertirse en un dispositivo que aterroriza desde dentro a sus sbditos. El totalitarismo resulta as un rgimen que altera las condiciones de racionalidad. Todas las categoras tradicionales se desmoronan bajo un Estado que desarma el sentido comn (el juicio moral) de los ciudadanos.

Arendt acierta al marcar el fenmeno del totalitarismo como la cuestin de nuestro tiempo. Los orgenes del totalitarismo no es una lectura fresca. Es un libro disparejo, asimtrico a pesar de su intencin de analizar el estalinismo y el nazismo, vago, pomposo. La crtica de Hobsbawm a su libro sobre la revolucin es igualmente aplicable a su denuncia del totalitarismo: El libro se sostiene o se desploma no tanto por los descubrimientos del autor o sus observaciones de ciertos fenmenos histricos concretos, sino por el inters de sus ideas generales e interpretaciones Tiene mritos y no son nada despreciables: un estilo lcido, a veces desbordado por retrica intelectual pero siempre tan transparentes para permitirnos reconocer la genuina pasin del escritor, una fuerte inteligencia, vastsima cultura, y el poder de la agudeza. La conclusin de Hobsbawm esconde un elogio detrs de la crtica. Citando a Lloyd George, comenta que sus rayos ocasionalmente iluminan el horizonte pero dejan la escena en la oscuridad entre los flashazos.

Creo que tiene razn: el aire metafsico de sus reflexiones trasluce cierto desprecio por los hechos, un claro menosprecio por el dato. Lo que queda y no es poca cosa son esas poderosas radiaciones intelectuales. Los orgenes del totalitarismo no es trabajo de reconstruccin histrica ni un argumento politolgico sobre el fundamento social o institucional de un rgimen. Tal vez debera entenderse como una fbula. El ttulo no es del todo preciso: ms que ser un registro histrico de las causas que provocaron el totalitarismo, es un paisaje del siglo: el paisaje de la pesadilla totalitaria. Judith Schklar lo pone as: con trozos de historia, literatura, biografa y mucha imaginacin personal y especulacin, despleg y de hecho logr crear una vasta interpretacin del mundo de los antisemitas y judos y de los imperialistas y sus vctimas. Sin duda un documento capital en la historia intelectual del siglo XX.

Lo notable de esta construccin terica es que, a pesar de ser una vehemente denuncia de la voracidad del totalitarismo que todo lo estatiza, Arendt no se refugia en la defensa de lo privado o lo antipoltico. Por el contrario, reivindica como nadie lo ha hecho, el valor de la poltica. Lejos de distanciarse de ese mbito, estaba convencida de que era necesario recuperarlo, ocuparlo, como se dice ahora. Es que no vea en la poltica una prolongacin de la guerra, ni el nido de burcratas o apoderados. La poltica era para ella un tesoro de la cultura que permita que los hombres se encontraran a s mismos, que fueran plenamente humanos. Slo en el espacio comn de la poltica el hombre podra encontrar su existencia autntica. No se es hombre en el aislamiento de lo privado, en el eco rutinario de lo mercantil. La ciudadana, por ello, no podra ser episodio ocasional de votante, sino experiencia cotidiana de quien ejerce la libertad con otros.

Aquella obra que debi titularse Amor mundi sostiene precisamente la necesidad de vivificar el espacio pblico y encontrar los modos de actuar en concierto. No busca refugio en el mbito de lo privado sino en la plaza, en los lugares de la deliberacin y el encuentro. Frente al determinismo histrico y la inercia fabril, ofrece la ruta de la imaginacin y la creatividad. Lo esencial del hombre consiste en su talento para realizar milagros, es decir, en su capacidad de iniciar, de realizar lo improbable. El conformismo es negacin de libertad. Hannah Arendt abandera de este modo una nocin de la libertad que poco tiene que ver con el sentido usual del trmino en nuestros das. Ms que librarse de los fastidios exteriores, ser libre es comprometerse con el mundo. La suya es una visin republicana, densamente poltica de la libertad. En su cuarto, aislado, el hombre no puede ser libre. Lo es, si cruza la puerta para entrar a la ciudad y acta en ella. Arendt reivindicaba la libertad de los antiguos, la libertad en la ciudad, con otros. El totalitarismo es la negacin ms radical de la libertad porque no solamente prohbe la accin, sino que niega al hombre. Niega a la vctima pero tambin al verdugo: uno y otro, tuercas de la imponente maquinaria del Poder. No hay individuos, existe la especie; no existe el hombre, slo la Humanidad.

Arendt buscaba apartar la poltica de la condena maquiavlica que la ata a la violencia, a la fuerza, al engao. El poder, ms que la imposicin de una voluntad aplastando otra, deba entenderse como la capacidad de actuar en concierto. La poltica de los hombres no reside en los ejrcitos que intimidan sino en las palabras que convencen.

Quiz por eso, el pensamiento de Arendt, a pesar de haberse concentrado en dos formas polticas prcticamente extintas, sigue teniendo una vigencia notable. El ensayista italiano Paolo Flores DArcais ha dedicado un libro interesante al comentar su vigencia: el pensamiento de Hannah Arendt est entre los muy pocos que pasan la prueba del ao 1989, y que han salido reforzados del impacto con el muro al derrumbarse. La rpida implosin de los regmenes comunistas ha sido en general metabolizada por el espritu de banalidad, por una voluntad de homologacin que la ha empobrecido a una tautologa narcisista: en el deseo de Occidente, que est en el origen de la cada, se ha visto la prueba de la excelencia del Occidente; as como es. Sigue el italiano: No un exceso de poltica amenaza a nuestras democracias, sino un trgico dficit, puesto que ellas sustraen a los ciudadanos individuales para consignarla monopolsticamente a los seores del consenso. Realizando con ello la perversin de la poltica, su eclipse y ocaso.

El ensayo ms polmico de Hannah Arendt fue, sin duda, su reportaje del juicio de Eichmann como corresponsable del genocidio. La obra cre todo un escndalo en los crculos judos. Se acus a la filsofa convertida en reportera de ser antisemita, una traidora que converta a la vctima en culpable de su propia desgracia. Lo que haca ella en realidad era escapar del cuento de la vctima que implora conmiseracin. Ah, la idea del mal radical que haba explorado en Los orgenes del totalitarismo se transforma en banalidad. Muchos se indignaron con el adjetivo. Un genocida banal?

Enviada por el New Yorker, Arendt fue a Jerusaln para atestiguar el juicio a Adolf Eichmann, funcionario del rgimen nazi a cargo de campos de exterminio. Al ver al demonio detrs del cristal blindado, vio, ms bien, a un pobre diablo. Un hombre mediocre, ridculo. No era un tipo que se regocijara en el dolor ajeno, un militante convencido del deber histrico de limpiar el planeta, sino un burcrata empeado en seguir instrucciones: un obediente. Pero no nos confundamos: Arendt no trivializa el crimen histrico. Tampoco hasta donde alcanzo a entender contradice su obra con el reportaje. En Los orgenes sostiene que uno de los elementos ms salientes del totalitarismo es que convierte a las personas en engranajes de una maquinaria administrativa. El hombre deja de ser un agente moral para convertirse en una tuerca. De ah que la responsabilidad moral desaparezca. Lo ms monstruoso del Holocausto es, precisamente, que quienes estuvieron encargados del exterminio eran tipos ordinarios. Eichmann no era un demonio. Era algo peor: un hombre que haba dejado de pensar por s mismo. Eso es lo que provoca el totalitarismo, desde el bosquejo platnico o el clausulado hobbesiano: que los hombres dejen de pensar por s mismos, que dejen de evaluar por s mismos el sentido moral de sus acciones. Eichmann, como muchos otros, actuaba de cierta manera porque as lo ordenaba el Fhrer, porque as lo disponan las ordenanzas vigentes.

En algn lugar de Los orgenes del totalitarismo Arendt habla de la depravacin del perro de Pavlov: es un animal degenerado porque ha sido entrenado para no sentir hambre cuando tiene hambre sino cuando el amo suena la campanita. se es el dispositivo totalitario. Ah se cierra justamente el crculo de la obra arendtiana: en su trabajo sobre la condicin humana nos invitaba a pensar lo que hacemos. Cuando dejamos de pensar lo que hacemos, sea por la mecnica del totalitarismo o sea tambin por la glotonera conformista, dejamos de actuar como agentes morales. Somos ya cmplices de Eichmann.

Jess Silva-Herzog Mrquez. Profesor del Departamento de Derecho del ITAM. Entre sus libros: La idiotez de lo perfecto y Andar y ver. http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/Twitter: @jshm00

2012 Febrero.

Silva-Herzog, Mrquez, Jess. "Arendt y la raz del mal" en Revista Nexos [en lnea] 01 de Febrero del 2012 [Consultado el 24 de Noviembre del 2014] Disponible en http://www.nexos.com.mx/?p=14672