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Arqueologia Sudamenrinca Revista de Gnecco

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EDITORIAL

Quienes cultivamos la arqueología sabemosde las dificultades de las cosas hechas parasobrevivir al tiempo. Entendemos de las di-ferentes resistencias de los materiales, deóxidos y porosidades, de la permanencia dela piedra y de la fugacidad del papel. ¿Porqué, entonces, nos afanamos en realizar estarevista y no, en cambio, un monumento, unbronce o una lápida?; ¿no nos preocupa, aca-so, el tiempo por venir tanto como nos deci-mos ocupados en aquel ya ido? Tal vez. Oquizás nuestra acción en el tiempo tenga unaintención de intensidad distinta: nuestra mi-rada del tiempo pasado es larga y selectiva,nuestra acción sobre el tiempo futuro es cor-ta y amplia. A veces, incluso, nos sorprendeque nuestra acción haya durado más allá desu impulso inicial; nos parece una inusualcircunstancia la concertación de otras accio-nes que se dan cita para otorgar otras vidasdespués de la propia. La vida de una revistaimplica, más que la de un monumento, unaconcertación de voluntades, acciones e im-pulsos. El aire que respiramos luego de lapublicación del número 1 de ArqueologíaSuramericana/Arqueologia Sul-Americanatiene el aroma a esos conciertos. Autores,evaluadores, integrantes de los cuerpos edi-toriales, colegas y público en general, lascasas editoras y el equipo de redacción, hantratado a Arqueología Suramericana/Arqueologia Sul-Americana como lo que es,una obra colectiva. Eso, más que ningunaotra cosa, hace de la revista una obra colec-tiva y un mismo colectivo a quienes tenemosque ver con ella. Podemos decir, entonces,que dure o no el papel con el cual está escrita

es en nosotros (quienes escriben y quienesleen) en donde tiene sus primeros efectos. Enlas presentaciones de la revista hechas enPopayán en diciembre de 2004 y en BuenosAires en junio de 2005 distinta gente fue lamisma gente; quienes estuvieron allí confir-maron su carácter colectivo.

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Muchos han sido los evaluadores que hancolaborado con su trabajo. Muchos más quie-nes están actuando en este momento, ya quecrece constantemente el flujo de textos quese presentan para publicación. Todo ello haaumentado considerablemente el volumen deltrabajo de edición. Carolina Lema se ha in-corporado al equipo editorial aportando laadministración ordenada de los procedimien-tos editoriales. Marcos Quesada revisa loscomponentes gráficos de las presentacionespara que alcancen el requerimiento técnicomínimo de imprenta. Sin el aporte de ellossería más difícil el trabajo de los editores.

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En los primeros dos números de Arqueolo-gía Suramericana/Arqueologia Sul-Ameri-cana el tono de los artículos ha sido princi-palmente de corte teórico. Ello ha llevado aalgunos de nuestros lectores a la errónea im-presión de que la política editorial de Arqueo-logía Suramericana/Arqueologia Sul-Ame-ricana excluye trabajos con mayor compro-miso con la práctica de campo. Los textospublicados hasta el momento son aquellosque han atravesado exitosamente el procedi-miento editorial de evaluación entre pares yvarios artículos sobre problemáticas de in-

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vestigación regionales y/o particulares a uncaso de estudio están en estos momentos enevaluación. La política editorial de la revistaconsidera que no existe una división ni realni necesaria entre teoría y práctica, entre en-sayos teóricos y artículos de investigación.Invitamos a la presentación de trabajos encualquiera de las áreas mencionadas y, so-bre todo, a explorar las intermediaciones en-tre ambas.

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Quienes hemos tenido la oportunidad de com-partir una charla con Alberto Rex Gonzálezhemos sido trasladados a las épocas, lugaresy personajes de su historia que, por esas char-las y porque se trata de uno de los más im-portantes maestros de la arqueologíasuramericana, son también los de nuestrahistoria. En este número tenemos el gusto depresentar un conjunto de textos que AliciaBianciotti ha preparado basado en conver-saciones con González. Las historias de Rexse revelan en la pluma de Alicia con todo elencanto con el cual disfrutamos al oírlas. Lostextos están acompañados e ilustrados confotografías que ambos han seleccionado delarchivo personal de González.

La arqueología boliviana es materia deuna presentación panorámica por DanteAngelo; la suya no es una mirada alejada nipretendidamente neutra. Angelo ofrece susopiniones en un texto que promete ser tanilustrativo como polémico. Lúcio MenezesFerreira analiza un capítulo de la historia dela arqueología brasileña explorando la obra

de José Viera Couto de Magalhães; su traba-jo no sólo presenta a un pionero de la ar-queología sino, también, el sitio desde el cualFerreira ha elegido narrarlo.

En este número de la revista comienzandos nuevas secciones, Lecturas recuperadasy Discusiones y comentarios. La primera es-tará dedicada a publicar obras clásicas de laarqueología suramericana aún no traducidasal español o portugués o larga e injustamenteolvidadas; el texto inaugural es un breve perooriginal artículo de Gerardo Reichel-Dolmatoff, El motivo felino en la esculturaprehistórica de San Agustín. El título de lasegunda es auto-referencial y no merece ma-yor elaboración; el primer texto de esta sec-ción es un comentario de Wilhelm Londoño alartículo de Hugo Benavides publicado en elprimer número de este volumen.

La sección de noticias contiene la Decla-ración de Río Cuarto, un documento querecoge los acuerdos alcanzados en el marcodel foro realizado entre Pueblos Originariosy arqueólogos en esa ciudad argentina enmayo de 2005. La Declaración está acom-pañada por comentarios de Germán Canhuéy José Antonio Pérez Gollán. El texto de laDeclaración señala un hito en la redefinicióndel lugar de la arqueología en la sociedadargentina y continental. También incluimosel obituario de José María Cruxent, ícono dela arqueología venezolana, y la traduccióndel editorial del primer número deArchaeologies, la nueva revista del WorldArchaeological Congress.

EDITORIAL

Aqueles que cultivam a arqueologia sabemdas dificuldades das coisas feitas parasobreviver ao tempo. Compreendemos asdiferentes resistências dos materiais, de óxi-dos e porosidades, da permanência da pedrae da fugacidade do papel. Por que, então,esforçamo-nos em realizar esta revista e não,em seu lugar, um monumento, um bronze ouuma lápide? Não nos preocupa, por acaso, otempo por vir tanto como nos dizemos ocu-pados com aquele que já passou? Talvez. Ouquiçá nossa ação no tempo tenha umaintenção de intensidade distinta: nossa visãodo tempo passado é longa e seletiva, nossaação sobre o tempo futuro é curta e ampla.Às vezes, inclusive, surpreende-nos que nossaação tenha durado mais além de seu impulsoinicial; parece-nos uma circunstânciaincomum a combinação de outras ações quese reúnem para outorgar outras vidas depoisda própria. A vida de uma revista implica,mais que a de um monumento, umacombinação de vontades, ações e impulsos.O ar que respiramos logo após a publicaçãodo número 1 de Arqueología Suramericana/Arqueologia Sul-Americana tem o aromadessas combinações. Autores, avaliadores,integrantes dos corpos editoriais, colegas epúblico em geral, as editoras e a equipe deredação trataram à ArqueologíaSuramericana/Arqueologia Sul-Americanacomo o que é, uma obra coletiva. Isso, maisque qualquer outra coisa, faz da revista umaobra coletiva e um todo coletivo para aquelesque têm relação com ela. Podemos dizer,então, que dure ou não o papel com o qualestá escrita, é em nós (aqueles que escreveme aqueles que lêem) onde tem seus primeiros

efeitos. Nas apresentações da revista feitasem Popayán, em dezembro de 2004, e emBuenos Aires, em junho de 2005, distintaspessoas foram a mesma pessoa; aqueles queestiveram ali confirmaram seu carátercoletivo.

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Muitos foram os avaliadores que colaboraramcom o seu trabalho. Muitos mais são aquelesque estão atuando neste momento, já quecresce constantemente o fluxo de textos quese apresentam para publicação. Tudo isto temaumentado consideravelmente o volume detrabalho de edição. Carolina Lema foi incor-porada à equipe editorial aportando aadministração ordenada dos procedimentoseditoriais. Marcos Quesada revisa os compo-nentes gráficos das apresentações para quealcancem o requisito técnico mínimo deimpressão. Sem o apoio deles seria mais difí-cil o trabalho dos editores.

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Nos primeiros dois números de ArqueologíaSuramericana/Arqueologia Sul-Americanao tom dos artigos foi, principalmente, deordem teórica. Isto conduziu a alguns denossos leitores a errônea impressão de que apolítica editorial de ArqueologíaSuramericana/Arqueologia Sul-Americanaexclui trabalhos com maior compromissocom a prática de campo. Os textos publica-dos até o momento são aqueles queatravessaram com êxito o procedimento edi-torial de avaliação entre pares e vários artigossobre problemáticas de investigação regionaise/ou particulares a um estudo de caso estão,

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neste momento, em avaliação. A política edi-torial da revista considera que não existe umadivisão nem real nem necessária entre teoriae prática, entre ensaios teóricos e artigos deinvestigação. Convidamos a apresentação detrabalhos em qualquer das áreas menciona-das, sobretudo, aqueles que exploraram asintermediações entre ambas.

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Aqueles que tiveram a oportunidade de con-versar com Alberto Rex González foramtransportados a épocas, lugares epersonagens de sua história que, por estasconversas e por que se trata de um dos maisimportantes mestres da arqueologia sul-ame-ricana, são também os de nossa história.Neste número temos o prazer de apresentarum conjunto de textos que Alicia Bianciottipreparou com base em conversas comGonzález. As histórias de Rex se revelam naescrita de Alicia com todo o encanto quedesfrutamos ao ouvi-las. Os textos estãoacompanhados e ilustrados com fotografiasque ambos selecionaram do arquivo pessoalde González.

A arqueologia boliviana é matéria de umaapresentação panorâmica por Dante Angelo;a sua não é uma visão distanciada nempretensamente neutra. Angelo oferece suasopiniões em um texto que promete ser tãoilustrativo como polêmico. Lúcio MenezesFerreira analisa um capítulo da história daarqueologia brasileira, explorando a obra de

José Viera Couto de Magalhães; seu trabalhonão só apresenta um pioneiro da arqueologia,mas também o local desde o qual Ferreiraescolheu narrá-lo.

Neste número da revista começam duasnovas seções, Leituras recuperadas eDiscussões e comentários. A primeira esta-rá dedicada a publicar obras clássicas daarqueologia sul-americana ainda nãotraduzidas ao espanhol ou português ou longae injustamente esquecidas; o texto inauguralé um breve, porém original artigo de GerardoReichel-Dolmatoff, O motivo felino na es-cultura pré-histórica de San Agustín. O tí-tulo da segunda é auto-referencial e não me-rece maior elaboração; o primeiro texto destaseção é um comentário de Wilhelm Londoñoao artigo de Hugo Benavides, publicado noprimeiro número deste volume.

A seção de notícias contém a Declaraçãode Río Cuarto, um documento que reúne osacordos alcançados no fórum realizado en-tre Povos Originários e arqueólogos nessacidade argentina, em maio de 2005. ADeclaração está acompanhada porcomentários de Germán Canhué e José An-tonio Pérez Gollán. O texto da Declaraçãoassinala um marco na redefinição do lugarda arqueologia na sociedade argentina e con-tinental. Também incluímos o obituário deJosé María Cruxent, ícone da arqueologiavenezuelana, e a tradução do editorial doprimeiro número de Archaeologies, a novarevista do World Archaeological Congress.

ALBERTO REX GONZÁLEZ:LA IMAGEN Y EL ESPEJO1

1 Este texto y las fotografías que lo acompañan fueron preparados especialmente para ArqueologíaSuramericana; Alberto Rex González revisó la versión definitiva y redactó una introducción desu puño y letra. Desde fines del 2001 la autora viene desarrollando el proyecto Historia de vida deAlberto Rex González que ha registrado, de manera sistemática, el testimonio del arqueólogomás destacado de la Argentina sobre distintas facetas de su existencia. Esta es una buena ocasiónpara agradecer el apoyo de la Fundación CEPPA y de todos los que hicieron posible esta tarea.

Estos textos son un recorte de la historia de vida de Alberto Rex González, quien hoy, a sus 86años, continúa estudiando y trabajando en arqueología, la gran pasión que estructura su existen-cia. Esta no es una biografía académica. Es la memoria que un hombre destacado elabora frentea un grabador que registrará, de una vez y para siempre, esa selección de recuerdos que él haceentre miles de otros. La familia, la infancia, las ciudades en que vivió, la época de formación yestudio, los viajes… La vida de un hombre que es producto de los procesos sociales y políticosque se viven en Argentina en el siglo XX y que, a pesar de un contexto que muchas veces más quepromover el talento lo abate, logra desarrollar una luminosa labor que sigue alumbrando elestudio de la arqueología suramericana.

Estes textos são um recorte da história de vida de Alberto Rex González, quem hoje, aos seus 86anos, continua estudando e trabalhando em arqueologia, a grande paixão que estrutura suaexistência. Esta não é uma biografia acadêmica. É a memória que um homem destacado elaborafrente a um gravador que registrará, de uma vez para sempre, essa seleção de recordações queele faz entre milhares de outras. A família, a infância, as cidades em que viveu, a época deformação e estudo, as viagens… A vida de um homem que é produto dos processos sociais epolíticos vividos na Argentina no século XX e que, apesar de um contexto que muitas vezes maisque promover o talento o abate, consegue desenvolver um luminoso labor que segue iluminandoo estudo da arqueologia sul-americana.

These texts are part of the life history of Alberto Rex González, who at 86 still continues studyingand working in archaeology, the great passion that structures his existence. This is not an academicbiography. It is the memory that a notorious man weaves in front of a recorder registering, onceand for all, the remembrances that he selects from many others. Family, childhood, the citieswhere he lived, his formative time and studies, his travels… The life of a man who is a product ofthe social and political processes of Argentine in the twentieth century, and who, in spite of acontext that often curtails talent instead of promoting it, is able to carry out a luminous task thatstill lights the study of South American archaeology.

Alicia Bianciotti

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reconocimiento. Por el contrario, fue critica-do y sufrió el escarnio de un investigador lo-cal que no le llegaba, ni en saber ni en obra,a la suela de los zapatos. Boman sólo conta-ba para subsistir con su sueldo de investiga-dor en el Museo Bernardino Rivadavia ycomo no le alcanzaba ni siquiera para pagarel alquiler de la modestísima pieza en la quevivía tuvo que instalarse en el museo dondetrabajaba y allí durmió en un sillón hasta sumuerte. A veces, para poder alimentarse, tra-ducía al francés los menús de algunos res-taurantes que le retribuían con comidas.

Siempre lamenté no haber conocido losdetalles de las vivencias del benemérito JuanB. Ambrosetti, cuyas únicas biografías, desegunda o tercera mano, nos han llegado másque escuetamente. También hubiera queridocontar con información que nos hablara de lafina sensibilidad y las angustias de SalvadorDebenedetti, otro pionero de nuestra arqueo-logía, cuyas creaciones poéticas quedaronperdidas y olvidadas en sus notas de campa-ña. Salvando las diferencias con los ilustrespioneros mencionados creo que se justifica laredacción de una historia de vida –variantecomún en el quehacer antropológico– no pararegistrar el devenir de una personalidad indi-vidual sino, más importante que eso, de quémanera una persona refleja su entorno cultu-ral y permite llegar a él por un medio distintoal de la encuesta etnográfica corriente.

Esta es la descripción de la vida de unpequeño burgués, nacido en un pueblo de laprovincia de Buenos Aires, que se interesópor una ciencia ajena por completo a su en-torno familiar y social de actividades agríco-las y ganaderas en la inmensa pampa húme-da. Quizás este proceso de formación puedaser de interés para la inquietud de algún jo-ven colega.

Buenos Aires, 20 de mayo de 2005.

Prefacio deAlberto Rex GonzálezCualquier escrito que corra el riesgo de vol-carse a líneas impresas debe tener una expli-cación justificativa de sugerencias y particu-laridades, más en este caso que implica unahistoria personal de vida que debe su apari-ción a la infinita paciencia de Alicia Bianciottiy a sus conocimientos de graduada en Le-tras. La versión verbal grabada resultaba fríay seca, desprovista del mínimo atuendo lite-rario, y ha sido revivida por la capacidad yel conocimiento de Alicia. En efecto, haberescrito durante muchos años escuetos y se-cos informes científicos diluyó cualquier des-punte de capacidad literaria, aunque creo que,en realidad, jamás tuve ninguna. No menosimportante ha sido en la redacción de esteescrito la dedicación de mi más que discípu-lo, mi amigo José Antonio Pérez Gollán, so-bresaliente arqueólogo que colaboró con laprecisión de fechas y datos que se habíanborrado de mi memoria o flaqueaban en exac-titud.

Tengo ciertas dudas acerca de si se justi-fica de alguna manera la egolatría de unaautobiografía; sin embargo, me alienta pen-sar que mucho me hubiera gustado tener ver-siones fidedignas de los pioneros de nuestrasdisciplinas. Alguna vez manifesté en mi li-bro Tiestos dispersos que me dolían las his-torias perdidas y que no haya registro de lasvivencias de pioneros como Juan B.Ambrosetti, Salvador Debenedetti y EricBoman.

De Boman sabemos la gran injusticia dela vida solitaria y miserable de sus últimosaños; seguramente el sabio sueco esperabauna retribución que, aunque mínima, le per-mitiera una vida decorosa. Sus hallazgoscientíficos y su contribución intelectual anuestro país –que había adoptado como pro-pio después de participar en una expedicióncientífica francesa– merecían, al menos, este

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InfanciaMis primeros recuerdos están asociados a unacasa con techos de color rojizo y ladrillos a lavista que estaba junto a la estación de trenesde Pergamino, en la provincia de Buenos Ai-res. El Ferrocarril Central Argentino propor-cionaba a mi padre –gerente de la sección trá-fico– y al ingeniero de la zona dos casas ge-melas que todavía están allí, en el predio de laestación. Para mí era un mundo extraordina-rio de movimiento con la ida y vuelta de lostrenes, escuchar el silbido de las máquinasrealizando maniobras y organizando losconvoyes. Cuando me desvelaba oía ese silboagudo que cortaba la noche y que no podréolvidar nunca. Yo debía tener entonces tres ocuatro años y vivía en esa casa donde habíanacido, el 16 de noviembre de 1918.

Gran parte de mis primeros años los paséalternando de la casa de mis padres a la demis abuelos maternos que vivían en la mis-ma ciudad, en la calle 9 de Julio, al lado delmolino harinero propiedad de mi abuelo. Enesa casa también vivían mis tías y algunasde sus primas, un grupo muy grande de mu-jeres para quienes yo era una especie demuñeco al que malcriaban y hacían sentir elrey de la creación. Esto por desgracia gravi-tó después a lo largo de mi existencia: medaban todos los gustos, satisfacían mis de-seos inmediatamente y esa deformación psi-cológica perduró durante muchos años. Qui-zá llevo todavía algunos rastros porque enaquel entonces se fijó como vivencia muyfuerte y como actitud ante la vida.

Mis antepasados paternos eran de origenespañol, específicamente de Málaga, y mipadre era ya la séptima generación nacida enla Argentina. En cambio mi mamá era hija deitalianos: su padre, Alessandro Gattone, a loscatorce años salió de Génova prácticamenteanalfabeto. Fue a trabajar en las tareas máshumildes en un campo cercano a Pergamino ycuando pudo ahorrar un poco de dinero con-trató a un maestro para que le enseñara el idio-

ma y las primeras letras. El abuelo hablaba elcastellano con una gran corrección y tenía unavoracidad extraordinaria por la lectura. Nun-ca regresó a Sasso, su pueblo, pero conservófuertes lazos con sus paisanos: alquiló duran-te treinta años la estancia Santa Margarita dela Florida -un predio muy grande de tierrasinmejorables al norte de la provincia de Bue-nos Aires- y distribuía chacras a los familia-res que llegaban de Italia para que tuvieran unlugar donde establecerse. En esa estancia, enlos lotes reservados para la ganadería y que,por lo tanto, no habían sido tocados nuncapor el arado, yo alcanzaba a distinguir en elsuelo los círculos que habían dejado los co-rrales hechos de palo a pique por los antiguospobladores.

En esa época, a mis doce o trece años,solía recorrer el arroyo Sol de Mayo bus-cando fósiles porque ya había despertado enmí el interés por la paleontología y por lazoología. Puedo oír todavía la voz de mi abue-lo diciendo a mi padre: «Por qué no lo mandásconmigo para que se forme en las cosas delcampo que es el porvenir del país». Pero mipadre quería que tuviéramos unas profesio-nes liberal, así que mi hermano se recibió deabogado y yo de médico, aunque mi herma-

1920. Con mi madre, Clelia Gattone de González.

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no escribió poesía toda la vida y yo me dedi-qué a la arqueología.

En 1927 trasladaron a mi padre a Gálvez,un pueblo en la provincia de Santa Fe. Allícursé tercer grado en la escuela fiscal y tuvemuchos amigos y compañeros para jugar ydivertirme porque la casa que daba el Ferro-carril a mi padre tenía un jardín enorme, conárboles inmensos y también un juego de tra-pecios y hamacas. Uno de mis recuerdosimborrables de Gálvez es que como la hama-ca era muy grande cabíamos dos y un día,mientras me hamacaba junto a unacompañerita, no sé cómo, ¡le dí un beso! Fueel primer beso que di a una mujer en mi vida,¡algo inolvidable! Yo tenía 9 años y ya dos,quizás tres enamoramientos. Las veía y no sépor qué me gustaban y, bueno, caía rendido.

Para mi desgracia al finalizar ese año es-colar mi padre me inscribió como interno enel colegio de los hermanos Maristas, en laciudad de Rosario. Cumplí diez años en no-viembre y en marzo siguiente quedé interna-do como pupilo. Lo que sufrí entonces es in-descriptible: sentía una opresión terrible, laopresión del prisionero. Pero un día un com-pañero me prestó un libro que hablaba de lateoría de Darwin y me pareció genial, mara-villosa. Lo leí dos o tres veces seguidas congran fruición e inmediatamente estaba con-vertido al evolucionismo. Porque, ¿cómopodía superar ciertas explicaciones de la en-señanza religiosa? Por ejemplo, recuerdo auno de los curas que era chiquito, muy negroy muy feo que nos decía «El que se va alinfierno no tiene ninguna posibilidad de sa-lir» porque no me acuerdo qué santo afirma-ba que «Suponiendo que el globo terráqueofuera una bola de acero y cada mil años unpajarito viniera a posarse sobre ella sería másprobable que la bola de acero terminara des-gastada y desapareciera a que un pecadorsaliera del infierno». Yo tenía menos de 12años y debió ser muy fuerte la impresión delas doctrinas de Darwin y de la realidad de laciencia, es decir, la verdad adquirida frente a

la verdad revelada. Porque esta última esmucho más simple: la aceptas o no; en cam-bio, a la verdad adquirida hay que analizarlay estudiarla.

El hecho es que tuve un cambio total re-lacionado con el origen del hombre y la evo-lución de las especies. Para mí era crucial elorigen del hombre: Adán, Eva, la costilla ytodo lo demás no tenían ningún significado.La existencia del mundo biológico no se de-bía a un acto creacionista sino al proceso deevolución en sí mismo y esto era una expli-cación general para toda la biología. Luegose pasaba a la organización del cosmos y todose ordenaba hasta donde la ciencia podía brin-darnos información.

HobbiesParecería que la pasión que sentía desde miniñez por la paleontología y la arqueologíano eran suficientes para las energías de quegozaba, así que durante bastante tiempo tuvealgunas otras dedicaciones –no me gusta lapalabra hobby aunque no tenemos otra quela reemplace bien– a las que me aboqué congran intensidad. Por ejemplo, un día leí unarevista de náutica que traía los planos paraconstruir un barco y aunque yo de carpinte-ría no sabía absolutamente nada construir unbarco fue una idea que se me puso entre cejay ceja. Como en los galpones del molino ha-rinero de mi abuelo había una perforadora,varias herramientas y también muchos resi-duos de barretas de hierro, de láminas, etcé-tera, compré un maderamen grueso para ha-cer la quilla y sobre él empecé a montar lascuadernas, es decir las costillas del barco queeran de madera. Para unirlas a la quilla utili-zaba una planchuela de hierro que había queperforar, hacer siete u ocho agujeros paracolocar los tornillos; esa era la parte princi-pal del trabajo porque como la perforadorano era eléctrica implicaba un esfuerzo tre-mendo dar vueltas y vueltas a la manivela,aunque era un buen ejercicio físico. Así que

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durante un tiempo me dediqué a la construc-ción del barco que era una quimera, una ilu-sión total. No me daba cuenta que era impo-sible y fabulaba: lo veía terminado y cómolo llevaba hasta el río Paraná y salía a nave-gar con él por lugares remotos. Cuando ad-vertí no sólo que era muy costoso sino misfalencias abandoné la construcción aunqueya había empezado a adquirir forma. Era unbarco como de siete metros de largo, sin dudapara ser construido en un astillero, así quellegó un momento en que me sobrepasó to-talmente. Pero yo era muy imaginativo, notenía los pies sobre la tierra…

Luego comencé a criar palomas mensa-jeras para lo cual construí –con la ayuda dela gente que trabajaba en el molino harinerode mi abuelo– mi propio palomar y luegoadquirí los casales para criarlas yo mismo.Cuando ya tuve un grupo de palomas naci-das en ese palomar me inscribí en la Asocia-ción Colombófila de Pergamino y me dieronlos anillos con la numeración que me corres-pondía para poder identificar a los ejempla-res anillándolos poco después de nacidos. Delas palomas que tuve recuerdo, particular-mente, una bellísima a la que llamaba la pla-teada, que era la pieza que yo más quería.

Luego nos fuimos de Pergamino y el interésque tenía por las palomas desapareció.

Tiempo después me deslumbré con laaviación: recibía una revista llamada Alasque en números sucesivos publicó un cursoteórico de pilotaje que aprendí de memorialetra por letra. Sabía perfectamente bien cómofuncionaba y cómo se piloteaba, aunque miúnico contacto con un avión era un viejoCaudron de la Primera Guerra Mundial queestaba en un taller mecánico, cerca de casa,y en donde yo pasaba la mayor parte del día.Creo que hasta faltaba a la escuela para que-darme allí y subir a la cabina casi destartala-da y descubierta del avión. Mis amigos y yo,que éramos jóvenes y estábamos todo el díaen el taller, tratamos, sin éxito, de repararlopara poder volar. Entonces se nos ocurriófundar el Aeroclub Pergamino, que todavíaexiste, y para hacer el campo de aterrizajealquilamos parte de una chacra. Hubo quelimpiar el terreno y como no teníamos má-quinas ni cortadoras de césped lo hicimos conazadas, toda la gente joven del club, amigos,compañeros del colegio nacional. Pasábamoslas tardes enteras haciendo trabajos de obre-ros, cortando cardos y cosas por el estilo. Enese campo se realizaron después prácticas,

1933. En el aeroclub de Río Cuarto, cuando todavía tenía el «berrinche» por la aviación.

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festivales de aviación, vuelos de bautismo;cuando llegó el circo Sarrassani, como lapropaganda la hacían arrojando volantesdesde el aire con un avión Cessna, los delgrupo fundador aprovechamos para volartodo lo que pudimos.

Lo cierto es que nunca pudimos terminarde reparar el viejo Caudron pero el club pro-gresó y conseguimos obtener la donación, porla dirección de aviación civil, de un avión delos que se fabricaban en Córdoba y tambiéncontratar un piloto permanente que instruía alos socios. Pasados los años mi amigo el vas-co Berazategui obtuvo su brevet y salimos avolar muchas veces. A mí me interesaba se-guir el cauce del arroyo Pergamino desde susfuentes hasta la desembocadura porque ya te-nía una visión topográfica en relación con lapaleontología, a la que me dedicaba intensa-mente. Con Berazategui, que en ese entoncestendría diecisiete, dieciocho años –era dos añosmayor que yo–, volamos muchas veces bus-cando las fuentes del arroyo y él dejaba queuna vez en vuelo yo piloteara. En un determi-nado momento pensé que iba a ser aviadorcivil: quería hacer el curso en el club, recibir-me de piloto y luego tomar entrenamiento pe-

riódico. Pero después, ya dedicado a la uni-versidad, me fui alejando de la aviación comode otras tantas pasiones en la vida.

Tango y fósilesAl terminar la escuela primaria también termi-nó el encierro y la prisión del pupilaje: volví aPergamino, a la casa de mis abuelos, para co-menzar la escuela secundaria. Tal como se po-día prever ese primer año fue un desastre yaque dediqué gran parte de mi tiempo a leerintensivamente sobre paleontología. Recuerdoque un día algunos de mis compañeros me se-ñalaron que a orillas del arroyo habían encon-trado grandes caparazones de animales extin-guidos, los famosos gliptodontes. Esto fue paramí una explosión e inmediatamente empecé arecorrer el arroyo de mi pueblo tratando de lo-calizar restos fósiles. Uno de los primeros queencontré fue un molar de mastodonte que pudeclasificar enseguida porque ya tenía el Atlas2

de Ameghino, uno de sus libros más importan-

1938. En la habitación que tenía en la casa de mis padres, en Pergamino. A mi izquierdaestá un amigo, Mario Puente, luego Pastor Sierra y mi hermano Alejandro. A mi dere-cha, una parienta de mi madre.

2 Ameghino, Florentino. Contribución al co-nocimiento de los mamíferos fósiles de laRepública Argentina. Buenos Aires, 1889.

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tes en cuanto a ilustración de mamíferos fósilesde la América meridional. Entonces, simple-mente por comparación de las figuras clasifi-caba las piezas de acuerdo con los dibujos, nocon la descripción, algo totalmente empírico quefue básico en mi formación. Por ejemplo, cuan-do en 1933 hicimos un viaje a Mendoza mipadre, mi madre, mi hermano y yo fui variasveces al Museo de Ciencias Naturales CornelioMoyano que tenía colecciones de ciencias na-turales, de aves y material paleontológico queme fascinaron. Un día estando allí conocí aldirector, Don Carlos Rusconi –uno de los po-cos discípulos directos de Ameghino que vivióhasta hace pocos años–, quien, cuando le habléde los fósiles que tuve ocasión de observar yestudiar, me dijo que le mandara fotografías,descripciones y, lógicamente, la clasificaciónque yo había hecho. La circunstancia de queun discípulo de Ameghino me contestara y apro-bara mis clasificaciones me llenaba de orgullo,quizá de soberbia, que no debería haber tenido,pero me alentaban a seguir trabajando.

Así que continué la búsqueda de fósilesen el arroyo de Pergamino durante bastantetiempo. Me acuerdo que cuando excavamosun gliptodonte que estaba muy enterrado todoel grupo de compañeros se tomó una foto y aalguien se le ocurrió mandarla a una revistade ese entonces. Al tiempo la publicaron conun gran titular que decía: Alumnos estudio-sos. El día que salió la revista, ¡todos noshabíamos hecho “la rabona” y estábamosjugando al billar en un bar! Era una épocafeliz, sin mayores responsabilidades. Perga-mino era una gran aldea, todo el mundo seconocía y eso facilitaba la vida.

Por esa época algunos amigos y yo com-pramos un Ford modelo 1925 o 1926 –eranmuy baratos entonces– y lo arreglamos parautilizarlo en nuestras andanzas. Así fue comomuchas noches salimos a buscar los bailes dechacra, que eran muy pintorescos y una de laspocas distracciones de los lugareños que no ibancasi nunca a la ciudad. Se hacían en los alma-cenes de ramos generales que, por lo general,

estaban en los cruces de los caminos. Era nota-ble porque salíamos en nuestro Ford y le pre-guntábamos al policía que estaba de facción ala salida de Pergamino dónde podíamos encon-trar un baile de chacra y entonces él más omenos nos orientaba hacia dónde ir. Llegába-mos en nuestro destartalado auto –me acuerdoen invierno, que hacía un frío y caían unas he-ladas increíbles–, entrábamos al baile y allí es-taban las hijas de los chacareros.

Uno de estos almacenes de ramos gene-rales, el de Fernández, estaba en el paraje deManantiales y debía ser del siglo XIX por-que parte del mostrador estaba protegido conuna reja ya que parece que esas pulperías aveces eran peligrosas. Ese almacén tenía unospisos de tablas anchas, que estaban en unaparadójica situación para un salón de baile:una parte a una cierta altura y la otra un pocomás abajo, así que al llegar a la mitad de lapista teníamos que hacer un paréntesis, ba-jar hacia el desnivel inferior y luego seguirbailando, ¡pero eso ni a las chicas ni a noso-tros nos interesaba! La música estaba a car-go de un par de bandoneones y guitarras enmanos de aficionados locales que durante eldía oficiaban de chacareros y de noche toca-ban su música sin ponerse de acuerdo en loscompases. Generalmente bailábamos tangosy milongas y también algunos boleros, quecomenzaban a aparecer. Así que con el Forda bigotes realizábamos nuestras recorridas:durante el día buscábamos fósiles en la ori-lla del arroyo y algunas noches los bailes dechacra. Nunca aprendí bien, pero me gusta-ba bailar y me entretenía mucho.

Río CuartoEl fracaso de mi primer año de secundaria –porque los abuelos no me exigían que estu-diara, no me controlaban– determinó que mispadres me llevaran a vivir con ellos a RíoCuarto. Aunque pasé sólo un año allí fue muyimportante porque ya me había dado cuentade que me interesaban no sólo los restos delos mamíferos fósiles del Cuaternario sino

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también la posibilidad de que junto a elloshubiera existido el hombre. Eso era lo queproclamaba Ameghino y lo que los demáspaleontólogos y arqueólogos le negaban. Amí me interesó este punto de vista y queríadedicarme a estudiar la posibilidad de esaasociación. Entonces pasé de una ciencia aotra, de la paleontología a la arqueología, ycomencé a leer arqueología de una maneramás sistemática, todo lo que podía. Ya al fi-nal del primer año del colegio nacional habíaleído La antigüedad del hombre en el Plata,un ejemplar editado por La Cultura Argenti-na que estaba en la biblioteca pública de Per-gamino. Lo leí con mucho cuidado y, es cu-rioso, recuerdo alguno de los capítulos queno se me borraron: por ejemplo, la descrip-ción que Ameghino hace de la gruta deIntihuasi (provincia de San Luis). Pasadoslos años excavé esa gruta y fue la investiga-ción que me brindó los mejores hallazgosarqueológicos de mi vida porque me permi-tió no sólo poner en práctica una serie detécnicas nuevas sino también hacer una re-construcción muy completa de la historiaarqueológica de los pueblos de las sierrascentrales.

En Río Cuarto me dediqué a recorrer lasbarrancas del río y donde en la actualidadestá el puente metálico del ferrocarril, dos otres kilómetros aguas abajo, encontré restosarqueológicos en una zona de médanos. Eraun sitio muy reciente, quizá de los gruposaraucanos o araucanizados, y en medio delos médanos encontramos huesos que habíanservido de alimentación –algunos partidos alo largo para extraer la médula de la que eranmuy ávidos–, muchas chaquiras, es decircuentas hechas con huesos de animales, ypuntas de flecha; también algunos fragmen-tos de alfarería.

Paraná PavónCuando cursaba cuarto año en el colegionacional de Pergamino un compañero de San

Nicolás de los Arroyos me mostró una canti-dad de fragmentos de cerámica que habíarecogido en una isla del Paraná. Yo ya teníabastantes lecturas de los materiales arqueo-lógicos del Litoral, así que los pude clasifi-car y determinar que eran indígenas. Un finde semana fuimos al sitio, un albardón justosobre el Paraná Pavón, hicimos un pequeñopozo y encontramos restos de alfarería, tam-bién de comida y moluscos de agua dulceacumulados en capas. No había dudas: eraun sitio de ocupación y de asentamiento per-teneciente a los que el arqueólogo AntonioSerrano denominaba «ribereños plásticos”,una de las culturas precolombinas que habi-tó esa zona que, en general, eran cazadoresrecolectores y, tal vez, horticultores de muyescaso nivel.

Al finalizar ese año mi familia decidióque iría a Mar del Plata de vacaciones y yoaproveché para decirle a mi padre que en vezde llevarme con ellos me diese dinero paraexcavar el montículo. Él estuvo de acuerdo yasí fue como ese verano de 1939 nos instala-mos en la ranchada de un habitante de la isla,don Pepe, para comenzar a trabajar. La vidade campamento, el contacto con la naturale-za, ver la salida de sol sobre el río … Y lanoche, las noches de luna, el canto de lospájaros, el sonido tan particular que no sesabe de dónde viene y quienes lo producen,porque son miles de seres minúsculos ocul-tos en la vegetación. Creo que para elarqueólogo de verdad la vida en la naturale-za es parte de la totalidad de la personalidady del goce que producen, no sólo las búsque-das y los hallazgos, sino también alejarse dela rutina de las ciudades y de los meses deestudio. Vivíamos en una carpa, nos levan-tábamos casi al amanecer y al anochecer yaestábamos preparando la comida para acos-tarnos temprano y continuar trabajando aldía siguiente. Cocinábamos lo que habíamosllevado: arroz, fideos, carne los primeros días,¡a veces resultaban unas comidas realmentehorrorosas! Pero el sacrificio no era un sa-

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crificio sino parte de una pasión que produ-cía únicamente alegría y satisfacciones per-sonales. Mientras pude seguí excavando;ahora una de las cosas que más añoro y la-mento es no poder salir a hacer trabajo decampaña. Me gustaría volver y, quizá pormi propia incapacidad física actual se acen-túa el deseo de aquello que ya no podemos,que no alcanzamos ahora, pero que hicimostoda la vida.

Universidad de CórdobaAl terminar el colegio nacional tenía dos op-ciones para acercarme a la arqueología aca-démicamente: una era estudiar historia, porejemplo en la Universidad de Buenos Aires –donde esa carrera incluía materias como ar-queología americana y antropología–, o, delo contrario, estudiar ciencias naturales en laUniversidad de La Plata, que también tenía

un par de materias relacionadas con la ar-queología. No era fácil elegir, pero una cues-tión aleatoria, por pura casualidad, tuve elconsejo del arquitecto Héctor Greslebin, quefue decisivo.

Nosotros, chicos del interior, el último añodel nacional juntamos plata e hicimos el viajede egresados a Buenos Aires. La mayoría sededicaba a la parranda, a recorrer bares y bai-les. Yo también los acompañaba, pero un díadije: «Mañana voy al Museo de Ciencias Na-turales porque quiero ver las colecciones deAmeghino». Ese día dos o tres amigos me acom-pañaron, nos levantamos temprano, fuimos almuseo y estando frente a las colecciones –queyo conocía bastante bien por mis largas lectu-ras– empecé a dar charla, a pontificar, porqueera bastante mal estudiante y quizá quería le-vantar un poco el prestigio ante mis compañe-ros. Había una persona mayor mirando las co-

1939. En la casa que alquilábamos con otros compeñeros en el Barrio Clí-nicas, Córdoba.

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lecciones que de pronto se acercó y me dijo:«Se ve que a usted esto le gusta mucho». Leconté que sí, que me apasionaba pero que nosabía qué carrera seguir para acercarme a laarqueología académicamente. Él me dijo: «Soymuy amigo del arquitecto Greslebin, que fuedirector de esta sección; creo que él puede serun buen consejero para usted». Este señor lla-mó a Greslebin, le habló de mí, hicimos unacita y fui a conversar con él. Le conté que yoquería ser arqueólogo y él me dio un consejoque estaba bien en ese momento, me dijo queme convenía tener una profesión liberal parapoder ganarme la vida. Entonces decidí estu-diar medicina en la Universidad de Córdoba.

Yo había estado en Córdoba siendo muyjoven, en la casa de unos amigos de mis pa-dres en Capilla del Monte, frente al cerroUritorco. Después volví en 1934 a hacer unasexcursiones arqueológicas en Villa de Soto,en unos yacimientos indígenas donde colectémis primeros materiales de superficie: pun-tas de flechas, raspadores, una figuraantropomorfa, un hornillo de pipa y otra can-tidad de restos. Ya como estudiante de medi-cina me instalé en el barrio Clínicas –que erauna especie de feudo estudiantil–, en un de-partamento muy pobre y barato. Hay unaanécdota de aquellos años: una mañana es-tábamos con los compañeros en el patio deese departamento tomando mate cuando depronto escuchamos un sonido extraño, comopasos de un animal. Pusimos atención y depronto vimos una enorme oveja avanzandopor el pasillo. Inmediatamente detrás veníael barrendero del barrio y cuando nos viopropuso un trato: «Denme el cuero y un cos-tillar. No digan nada y la degüello ya mis-mo». No sé si nos consultamos o no, peroalguien dijo: «¡Nos vamos de picnic a La Ca-lera, a comer asado de oveja!». Invitamos aotros estudiantes que vivían en el vecindarioy media hora después éramos más de quinceen el ómnibus rumbo a La Calera. ¡Así queese día se declaró feriado en homenaje a laoveja!

Nos divertíamos mucho en Córdoba…Recuerdo que había una pista de baile muyconocida que se llamaba Los diablos rojos,a la que iba mucha gente, aunque las posibi-lidades de divertirse eran muy relativas por-que las niñas bien de Córdoba no bailabancon desconocidos como nosotros. Tambiénhabía confiterías muy buenas pero, en gene-ral, los estudiantes frecuentábamos los bai-les pobres del barrio Clínicas –el más cono-cido se llamaba La vaca echada – y las fies-tas en las casas de los muchachos, que eranverdaderas orgías. El baile del internado –loque hoy se llama residencia– era un descala-bro total, sobre todo el día del estudiante.Las muchachas que concurrían eran las po-bres chicas que ejercían la prostitución en elbarrio, algo que ya era toda una tradición.Significativamente, en esa época todo lo re-ferido al sexo era tabú, con los principios delas ideas judeocristianas en el seno de la vidafamiliar. En el caso de mis abuelos o de mispadres, católicos y muy apegados a las cos-tumbres del pasado, ese tema no se podíatocar. Hoy existe un gran acercamiento, loschicos pueden tratar abiertamente temas so-bre la sexualidad con los padres y aprenderde ellos haciéndoles preguntas. Pero paranosotros era algo totalmente vedado que nosempujaba a descubrir lo prohibido, a aso-marnos como detrás de una cortina, perci-biendo fragmentos dispersos que se ligabany se interpretaban de cualquier manera, deacuerdo a la modalidad y a la imaginación.Sin embargo, mi padre era comprensivo ymuy responsable. Él me dio los primeros pro-filácticos que yo conocí.

Los pantalones largos y la «Ley deTolerancia»En ese mundo de la prostitución, aunque erauna calamidad social y personal, nos iniciá-bamos con la ayuda de los amigos. Era unaverdadera celebración cuando se podía con-currir al prostíbulo por primera vez, luego de

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ponernos los pantalones largos, que era unaespecie de rito de iniciación primitivo, a partirdel cual se permitían ciertas cosas que antesestaban vedadas. Recuerdo que me puse pan-talones largos por primera vez en Río Cuartoy las felicitaciones y los saludos de todos loscompañeros implicaban la verdadera signifi-cación que se asignaba a ese hecho. Sabía-mos de la existencia de los prostíbulos –enArgentina estaban permitidos por la llamadaLey de Tolerancia– pero nos estaban totalmen-te prohibidos hasta que no tuviéramos panta-lones largos, no importaba si nos los ponían alos doce o a los dieciséis años. Entonces, yaunque el ingreso de los menores estaba pro-hibido, el policía que estaba de guardia en laentrada de las casas de tolerancia te dejabapasar, previa a la palpación de armas que erade rigor, porque el único salvoconducto eratener pantalones largos.

Las casas públicas abrían desde el me-diodía hasta la madrugada y se las encontra-ba en los barrios de las afueras de todos lospueblos. En Pergamino había dos bastantegrandes, con veinte a treinta pupilas cada uno,a quienes, en general, se traía del exterior enun degradante e infame comercio. Las másconocidas eran de origen francés porque elpeso argentino era una moneda altamentevaluada y con gran importancia adquisitiva.De manera que la trata de blancas se habíaconvertido para los chulos europeos, espe-cialmente franceses y malteses, en un mer-cado sumamente productivo en el cual lasmujeres alcanzaban altos precios. Tambiénhabía sociedades dedicadas exclusivamenteal comercio de mujeres; una de ellas se lla-maba Zwig Migdal y estilaba traer jóvenespolacas para venderlas no solamente a losdueños de los prostíbulos sino a personajespúblicos y a políticos. Así, en el libro El ca-mino de Buenos Aires3 que se publicó en 1928se cita el caso de un gobernador de Mendozaque pagó por una muchacha francesa100.000 pesos de aquella época.

En los prostíbulos de Pergamino había pu-pilas de distintas nacionalidades pero tambiénbuena cantidad de argentinas. Algunas de ellaseran famosas, como una muy vieja ya en laépoca en que yo era muy joven, de sobrenom-bre La Tosca. También había chulos muy co-nocidos, como un marsellés a quien apodabanel francés Domingo; toda gente de avería.

En Buenos Aires la prostitución se cen-traba, particularmente, en el Paseo de Julio,la actual calle Leandro Alem, debajo de lasarcadas. Había muchos bares donde se bai-laban tangos y se cantaban composicionesprocaces; las prostitutas iban allí a buscarsus clientes. Eran los llamados piringundinesa los que concurrían los marineros de losbarcos extranjeros. También eran muy co-nocidos los grandes prostíbulos de Matade-ros, antros realmente terribles. En La Platase concentraban en las proximidades del puer-to, en la Ensenada.

Algo que considero importante, porqueno sé cuántos testimonios quedarán para elfuturo, es que el hecho de ser chulo, de ex-plotar a una mujer, era en apariencia un tim-bre de honor entre los alumnos inconscientesde lo que eso significaba desde el punto devista humano y social. Recuerdo que en elcolegio nacional se los señalaba: el Negrofulano o Adolfito mengano, que tenían susmujeres en los prostíbulos. Eran sujetos ad-mirados que se tenían por arquetipos, a quie-nes se trataba de imitar; pertenecían a fami-lias de clase media más o menos acomoda-das. Uno de ellos, bastante mayor que yo, seufanaba del dinero que le había dado la po-bre explotada y decía con gran orgullo: «Yoen esa época nadaba en oro». Pertenecía auna familia intachable pero sin duda con unamoral y un doblez total, demostrativo de lahipocresía reinante. Después pasaron losaños, se casó y tuvo una honorable familia.Pero esto da la idea de la dualidad de valoresde esos años: por un lado estaba la novia, la

3 Londres, Albert. Editorial Prensa Ibérica,Barcelona, 1999.

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noviecita del pueblo, la chica inmaculada quese respetaba, y por otro la vida sexual libre.

En Córdoba el barrio Clínicas en su ma-yoría estaba habitado por estudiantes y porchicas a veces muy jóvenes, que deambulabanejerciendo la prostitución, hostigadas por lamiseria, a veces impulsadas por sus madres.

Es indudable que al derogarse la Ley deTolerancia los que estaban en el negocio de latrata de blancas sufrieron un duro golpe, parabien de la dignidad humana. También fuerondesapareciendo los chulos, personajes carac-terísticos por su ropaje, su sombrero negro deala ancha y botines con líneas de botones enlos costados. Llevaban el pelo muy largo y sepasaban el día en los bares tomando café ojugando al billar: una verdadera lacra social.

Es curioso pero el fenómeno de la prosti-tución masculina no existía en mi juventud;además, el estigma de la homosexualidad eratremendo y el que tenía ese rótulo era prácti-camente un descastado, aunque un chulo nosufría ninguna sanción social.

Aníbal MontesCuando cursaba segundo año de medicina co-nocí al ingeniero Aníbal Montes, quien tuvouna gran importancia en mi vida, no sólo porser el abuelo de mis hijos sino por el trabajoarqueológico que hicimos recorriendo las sie-rras de Córdoba. Él había encontrado en unacueva próxima a la capilla de Candonga (alnorte de la ciudad de Córdoba) restos de faunaextinguida y un cráneo humano. El hallazgo sepublicó en varios periódicos y revistas y al leerlopedí su dirección a unos amigos y fui a verlo asu casa. Ese día también conocí a su hija me-nor, que con los años fue mi esposa. A partir deentonces hicimos muchos viajes buscando si-tios arqueológicos –los sábados y los domin-gos, porque yo iba al hospital de Clínicas du-rante la semana– y fuimos tejiendo una amis-tad muy profunda. Mucho más cuando añosmás tarde comenzó mi noviazgo con su hijaAna, que era una jovencita llena de inquietu-

des, graduada en Bellas Artes, muy buena di-bujante: ella ilustró mis primeros trabajos.

Hicimos varias excavaciones con Montes,por ejemplo en el sitio de Ayampitín, en lapampa de Oláen y en Ongamira, donde iden-tificamos una industria precerámica muy an-tigua. El trabajo de Ongamira fue publicadoen las Actas del Primer Congreso Argentinode Historia reunido en Córdoba en 1943. Enél señalaba como un hecho importante la totalausencia de restos alfareros en la excavaciónque tenía seis metros de profundidad. Sin em-bargo, para los arqueólogos de la época estocarecía de importancia ya que no se hacía ladistinción entre los pueblos cazadoresrecolectores, que no fabricaban alfarería, ypueblos de cultura más compleja que sí la te-nían. Pero en esa época en la Argentina la al-farería como indicador arqueológico no teníarelevancia. Esto es interesante desde el puntode vista metodológico porque, por ejemplo,un arqueólogo que trabajó en Intihuasi en esaépoca escribió: «Una que otra punta de pro-yectil aislada es la retribución a tanta labor ysacrificio». Creo que no se intentaba recons-truir el pasado más remoto sino que sólo sevaloraban las piezas arqueológicas desde unpunto de vista estético. Es claro, desde esepunto de vista, que las piezas más sobresa-lientes eran las de alfarería. Pero eso cambiótotalmente cuando se comprendió que lo im-portante es la cultura, la totalidad de elemen-tos que tiene un pueblo para sobrevivir y de-sarrollarse, no importa si son cuatro o cincoinstrumentos de piedra muy simple porque esopara ellos era todo. Además, lo que la arqueo-logía intenta reconstruir es una cultura y nosólo lo excepcional, lo que es escaso y pro-ducto, por lo general, de una elite minoritaria.

Viaje al noroeste argentinoAproveché esos años en Córdoba para hacermis primeros viajes al noroeste argentino conintención arqueológica. Visité el museo deSantiago del Estero porque había leído sobre

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los hallazgos de los hermanos Wagner y susideas de relacionar las antiguas culturassantiagueñas con la Troya clásica, aunqueenseguida me di cuenta de la falacia de estacomparación. También fui a La Rioja y almuseo que había fundado el padre Gómez,

pero de allí no tengo muy buenos recuerdosporque el cura era muy arbitrario y trataba ala gente de forma bastante despreciativa. Másamigable era el padre Narváez, director delmuseo de Catamarca. Eran coleccionistas queni siquiera tomaban notas de la procedencia

1938. Con una señora del lugar, durante el viaje que hice al noroeste mientras estudiaba medici-na en Córdoba. Sanagasta, La Rioja.

1940. Con un grupo de compañeros estudiantes de medicina. El primero de la izquierda soy yo,después sigue Antonio que había sido chofer de mi abuelo durante más de veinte años, de maneraque era parte de la familia. Luego Angel Mones, Alberto Berazategui, Armando Orden y unmuchacho del lugar, que nos acompañó a buscar los lugares con las pictografías. Cerro Colora-do, Sierras de Córdoba

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de las piezas que les traían los feligreses y conlas que llegaron a formar grandes coleccio-nes. Visité esos museos en 1938 y tambiénpude hacer una excursión a caballo por la zonade Sanagasta. Recorrí sitios arqueológicos yconseguí una urna Belén que después quedóen la colección del Museo de la Facultad deHumanidades de Rosario. Fui en tren, era ve-rano y fue muy penoso el viaje. Pero tenía ungran interés porque me sentía atraído por esaregión en la que después he desplegado unagran actividad

La políticaLa vida universitaria en Córdoba tenía unafuerte impronta política en esos años: la uni-versidad había sido intervenida y Perón pre-paraba su campaña. Sería muy largo histo-riar las causas, efectos y demás, pero el hechoreal es que la mayor parte del estudiantadoestaba en contra de Perón, tal vez porque nocomprendía lo que este movimiento popularsignificó después. Pero en esa época había unaserie de puntos básicos con los que estábamosen desacuerdo, sobre todo en lo que se referíaa la autonomía universitaria, ya que habíandejado cesantes a muchos profesores por ma-nifestarse públicamente en contra del movi-miento que surgía. Es importante destacar queen ese momento no era fácil discriminar cla-ramente y se ponía el acento en el grupo deextrema derecha que rodeaba a Perón y, sobretodo, la actitud antiuniversitaria, la persecu-ción. Lo que más amedrentaba eran las mani-festaciones antidemocráticas: Perón había sidoagregado militar en la Italia de Mussolini ytenía una gran proclividad por los aspectospolíticos del fascismo. Cuando se descubrióque el embajador de los Estados Unidos,Spruille Braden –que era un capitalista dueñode un conjunto de minas en Chile–, apoyaba ala Unión Democrática se hizo patente la anti-nomia Braden o Perón. Nadie esperaba quePerón triunfara; creíamos en el predominiodemocrático.

En la universidad existía un clima de vio-lencia desde hacía mucho tiempo ya que losgrupos conservadores siempre fueron muyfuertes en Córdoba y la Reforma Universita-ria de 1918 significó un gran cambio. La ma-yoría de los estudiantes era reformista desdeque ingresaba y yo militaba en ese grupo: du-rante un tiempo fui delegado de curso, aun-que tuve una actuación totalmente oscura. Loque sí sabía perfectamente bien era de qué ladoestaba, dónde me ubicaba. Pero nunca tuvevocación política ya que me interesaba mu-cho más leer las crónicas de la Conquista –que después me fueron muy útiles– que estu-diar medicina o participar de las luchas políti-cas. Obviamente mi orientación era otra; es-taba dominado totalmente por mi interés en laarqueología y las ciencias del pasado.

Claro que los problemas políticos teníanlarga data en la universidad. Recuerdo queel gran dirigente estudiantil de esos años eraFernando Nadra, quien militaba en el Parti-do Comunista y, al mismo tiempo, en la fe-deración universitaria. A Nadra lo admirá-bamos por esa fe que tenía, pero yo no meterminaba de convencer porque nunca pudedigerir del todo la parte teórica y aunque leíEl Capital no estaba compenetrado ni tuveuna formación marxista. Muchos de misamigos militaban en el Partido Comunista,como Daniel Rey y Dal Mastro. Conversa-ba mucho con Dal Mastro –también escribi-mos panfletos durante las luchas estudianti-les– porque él vivía solo en una piecitahumildísima, una vida pobre y miserable,dedicado absolutamente a los intereses delPartido. Realmente un líder y un luchador.

Pero la persecución de que fue objetoNicolai Vavilov me había herido profunda-mente porque me resultaba inaceptable que,a pesar de ser un científico de gran impor-tancia, lo mandaran a Siberia a morir. Des-pués de la caída de la URSS Nadra abjuróde su militancia comunista, fue asesor delpresidente Alfonsín y ahora es un católicomilitante. Así que cuando se ve esa trayecto-

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ria elíptica –y como el de Nadra podría men-cionar docenas de casos– de grandes mili-tantes que, llegado un determinado momen-to, aparecen en la vereda de enfrente uno seda cuenta lo relativas que son esas aparentesverdades fundamentalistas sin dobleces.

Universidad de ColumbiaDespués de recibirme de médico escribí aAlfred Metraux – que en ese momento vivíaen París y a quien no conocía personalmen-te, pero sí sabía de su actividad en la Univer-sidad de Tucumán y del importante trabajoque había hecho allí– diciéndole que queríaestudiar arqueología y que le agradecería meaconsejara dónde podía hacerlo. Él me con-testó muy amable aconsejándome que elmejor lugar sería alguna universidad norte-americana.

En 1946 vino a la Argentina Julian Steward–famoso antropólogo de la Universidad de

Columbia–, quien estaba recopilando los últi-mos trabajos del Handbook of South Americanindians. Fui a escuchar su conferencia y cuan-do terminó me acerqué, le di algún trabajo quetenía publicado y le conté que me interesabaestudiar arqueología en Estados Unidos peroque no tenía medios. Él me dijo que hicierauna solicitud al Instituto de Educación Inter-nacional, que iba a mandar una carta reco-mendando que me aceptaran en Columbia. Enmi solicitud había puesto que la Universidadde Córdoba podía pagarme el pasaje; pero nofue así y tuve que pagarlo como médico de abordo. Esta fue una de las pocas veces en mivida que utilicé mi título de médico.

Llegué a Nueva York en junio de 1946 yviví los primeros meses en la Casa Internacio-nal, que fue creada por los Rockefeller paraque conviviera gente de distintos países y así,supuestamente, promover la fraternidad uni-versal. Daban alojamiento a bajo costo peropara nosotros era contraproducente vivir ahí

30 de mayo de 1946. El día que me embarqué en el ‘Río Chubut’ hacia Estados Unidos. Elprimero de la izquierda es mi hermano Alejandro, el segundo un amigo de apellido Cardoso, altercero de atrás no lo identifico, el cuarto soy yo, el quinto mi padre y luego mi madre. Losdemás son parientes y amigos que fueron a despedirme.

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porque los latinos estábamos siempre juntosy no practicábamos el inglés ni convivíamoscon los norteamericanos. Entonces decidímudarme a un lugar que se llamaba Army Hall,en la periferia de Harlem, en pleno barrio ne-gro. Era un edificio antiguo, de ladrillos colo-rados, horripilante, que había tenido algunarelación con el ejército; de ahí su nombre. Allíviví, más o menos, un año; después fui aCalifornia con una tía y una prima y luego ahacer los cursos en la escuela de campo de laUniversidad de Arizona.

Durante el tiempo que estudié en Colum-bia pude sistematizar todo lo que había leí-do, en especial el tema de la evolución queme interesaba desde siempre. También fuemuy importante realizar trabajo de campoen Arizona durante tres meses porque apren-dí lo que no se enseña en los libros. Por ejem-plo, el cirujano no se puede formar sólo conteoría; necesita de otro cirujano que le mues-tre cómo se hace una operación. En el casode la arqueología el trabajo de campo es elmomento del diálogo entre la teoría y la prác-tica. Pero el marco teórico es básico porquesi uno no sabe lo que está buscando no en-cuentra nada. Eso me lo enseñó el doctor

Antonio Navarro, mi profesor de semiologíaen la Universidad de Córdoba, quien siem-pre nos decía: «El que no sabe lo que buscano interpreta lo que encuentra».

Aprendí en Estados Unidos que en unaexcavación nunca se deben dejar solos a lospeones y que, por ejemplo, hay que determi-nar bien cuál es el piso de una habitación,limpiar las paredes y separar el material concuidado, de acuerdo con las cuadrículas.Nada de eso se hacía en la Argentina: lospeones tenían cada uno su cuchillo y cuandoaparecía una pieza la limpiaban con él y lis-to. Por esos años la idea de contexto aquí noexistía; la arqueología no tenía profundidadhistórica y como no había medios para saberla edad de las piezas no se podían establecersecuencias para determinar la antigüedad delas diversas culturas.

Para mí la experiencia en Estados Unidosfue muy interesante porque significó mi for-mación como arqueólogo. En ese momentoen Columbia la influencia del relativismo cul-tural de Boas era muy grande. Boas habíahecho toda su escuela secundaria y su carrerauniversitaria en ciencias naturales en Alema-nia y debió estar influido por el idealismo ale-

1947. Excavaciones en Point of Pines, donde estaba la escuela de arqueología de campode la Universidad de Arizona.

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Diciembre de 1948. Durante una visita a las ruinas de Monte Albán. Oaxaca, México.

mán, el historicismo, porque nunca creó unsistema uniforme y definido de teoríaantropológica. Hizo una serie de trabajos decampo muy importantes sobre los indios de lacosta del noroeste del Pacífico, en EstadosUnidos y Canadá, y se manifestó abiertamen-te contra el evolucionismo cultural de su épo-ca, que era netamente darwinista. Se dio cuentadel carácter único, histórico, absolutamenteindividual de cada cultura. Esto es elhistoricismo alemán bien definido y lo llevó –o, por lo menos, a quienes hicieron después laexégesis de su trabajo– a interpretar comorelativismo cultural, es decir, los valores y laimportancia de cada cultura deben ser estu-diados en sí mismos como aspecto único, nocomo aspectos repetitivos ni como estadiosevolutivos de distinta naturaleza.

Luego los discípulos de Boas –MargaretMead, Ruth Bennedict, Jean Wellfish, RuthBanzer y muchos otros– enseñaron en variasuniversidades y crearon distintas ramas dela antropología. Por ejemplo, Ruth Bennedictaplicó la psicología de la Gestalt con la in-fluencia de algunos idealistas alemanes comoOswald Spengler, buscando los criterios delalma de la cultura, los factores ideales fun-

damentales. También utilizó ciertos concep-tos como dionisiaco y apolíneo, que expusoen su libro Patterns of culture, traducido alcastellano como El hombre y la cultura. Ellaera nuestra profesora, así que debíamos es-tudiarlo muy bien.

Aunque la influencia de Boas permeabatoda la antropología norteamericana despuésvino la reacción, sobre todo del evolucionis-mo y del neopositivismo, y la misma Univer-sidad de Columbia cambió de profesores. Esel caso de Julian Steward, quien creó laecología cultural, un nuevo enfoque de la an-tropología y la arqueología en el cual los fe-nómenos ecológicos aparecen como factoresfundamentales en los procesos de seleccióncultural. Tomé con él un curso de etnografíaamericana donde explicaba lo que está expues-to en su voluminosa obra The Handbook ofSouth American Indians, publicada a partirde 1946. Creo que para mí fue fundamentalporque me hacía ver la importancia de com-parar los distintos pueblos americanos cono-cidos por la etnografía y tratar de buscar ex-plicaciones de tipo cultural; esto para una for-mación general más o menos amplia, no dog-mática, tratar de juntar distintas ramas de las

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ciencias del hombre, de la antropología, paratener una visión integral de los pueblos. Creoque en mí eso repercutió profundamente yhasta ahora. La visión que he tenido de mitrabajo toda la vida obedece, en buena parte,a esa formación.

Regreso a la ArgentinaA fines de 1948, apenas terminada mi carreraen Columbia, escribí a uno de los profesoresmás conocidos y de mayor jerarquía del Mu-seo de La Plata diciéndole que quería volver ala Argentina porque me interesaba trabajar enmi tierra. Pero este buen señor me contestó:«Sí, es muy interesante lo que usted ha hecho,pero no va a poder ser profesor aquí porque elsuyo es un título extranjero». Pero como yotenía un título nacional de médico me sirviópara entrar en arqueología: una contradiccióntotal. Además, con ese rasgo provinciano quetiene la Argentina este señor cada vez que po-día comentaba: «Estos antropólogos de la Uni-versidad de Columbia se creen que son los due-ños del saber».

Entonces yo aparecía como el vector deavanzada del imperialismo yanqui en la cien-cia pero la realidad es que si hacía una compul-sa de los alcances científicos de la arqueologíanorteamericana veía que el proceso evolutivode la disciplina había pasado por las mismasetapas que en Argentina, ya que los restos ar-queológicos se habían interpretado con base encrónicas escritas, lo que también ocurría enMéxico y en Perú. Pero los norteamericanos,aunque habían usado en parte lo que hoy sellamaría etnohistoria, empezaron a desarrollarmuy pronto una verdadera ciencia arqueológi-ca como tal, es decir, con conclusiones basadasen métodos y técnicas propios como laestratigrafía, la excavación sistemática de si-tios y la reconstrucción histórica. Estas ideas ylas nuevas técnicas –el carbono14, excavar conmucho cuidado los sitios, limpiar las piezas conprolijidad, tratar de reconstruir totalmente elpatrón de asentamiento, buscar los basureros

para hacer estratigrafías especiales, etcétera–permitieron arribar a conclusiones sobre pun-tos que no se habían desarrollado. En pocaspalabras, lo que trataba de hacer era sacar lasconclusiones de historia arqueológica con losmétodos propios de la arqueología y no sólocon las crónicas españolas. Lógicamente estono fue aceptado ni creo que comprendido enlos comienzos.

En términos generales no se entendía muybien ni se aceptaban otros métodos que no fue-ran los habituales. La generación que vino des-pués de mí no apreció lo que esto significó y lasdificultades que tuve con los colegas que, a ve-ces, no entendían los procedimientos y, menosaún, las conclusiones. Tenía una sensación desoledad y de aislamiento porque no es fácil cam-biar los hábitos y las tradiciones, ya sea en cien-cia o en el resto de la cultura.

Claro que con la gente joven era distintoporque estaban abiertos a los cambios, inclusi-ve alguno de los ayudantes, como DomingoGarcía; una vez, cuando yo buscaba armar loscontextos de las culturas del noroeste, me dijo:«Yo sé lo que usted busca; usted busca las co-sas que van juntas». Así describió en dos pala-bras, de una manera muy gráfica, la organiza-ción de los contextos que para entonces care-cían totalmente de interés, ni habían sido ensa-yados, salvo en parte por el libro de Bennetpero no como organización de contextos sinode culturas a través de los distintos estilos. Yome di cuenta que hacía falta eliminar la idea deque todo lo que se encontraba en el noroeste eradiaguita porque, evidentemente, había una se-cuencia que era necesario establecer. Esa era laproblemática fundamental. Max Uhle estable-ció una secuencia y, con un criterio muy parti-cular de la época, afirmaba que existió una épo-ca del salvajismo, es decir, de cazadoresrecolectores, luego la cultura de los vasosdraconianos, después las culturas de Belén ySanta María y, finalmente, los incas. Uhle lovio claramente.

También Wendell C. Bennett en su libroNorthwest Argentine archeology (1948) esta-

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bleció una secuencia muy bien fundada, aun-que comprendí que podía ampliarse mucho,completarse. Había que excavar, obtener mu-chos fechados de radiocarbono y trabajar concolecciones como la de Muniz Barreto, quecontaba con una documentación muy sólidasobre el valle de Hualfín, con materialesnetamente diferenciables. Si yo lograba haceruna cronología maestra para el centro del no-roeste después iba a ser relativamente más fácilencontrar las secuencias de las áreas aledañasen las cuatro direcciones.

Sorprende que el libro de Bennett sobre laarqueología del noroeste no tuvo casi ningunarepercusión en la Argentina. Por supuesto quela gente del kulturkreise, adherida a las escue-las alemanas y austríacas, lo rechazó práctica-mente de plano y algunos de quienes lo acepta-ron –como Serrano, quien hizo un comentarioen general positivo– no dejaban de encontrarleuna cantidad de falencias. Quizás uno de lospocos que llegó a darse cuenta de ese gran cam-bio fue Alberto Mario Salas, quien no solamentese actualizaba mediante la lectura de revistasextranjeras sino que era inteligente y tenía ideasmuy definidas. Él había leído el libro de Bennetty comprendió el cambio revolucionario que sig-nificaba aplicar ese tipo de metodologías y detécnicas a nuestra arqueología. Salas tendríaocho o nueve años más que yo. En cambio, lavieja generación que me precede en el trabajo –Salvador Canals Frau, Fernando MárquezMiranda, Enrique Palavecino, Eduardo Casa-nova y Antonio Serrano–, aunque algunos eranevolucionistas en cuanto a su posición teóricaen general, no sé hasta qué punto tenían prepa-ración suficiente para definir bien el evolucio-nismo y el neo-evolucionismo.

Tampoco creo que conocieran a VereGordon Childe, cuyas obras yo siempre poníaen la bibliografía cuando daba clases porqueen ellas el evolucionismo es un claro enfoquede toda la arqueología. Ese enfoque era el quepredominaba en Columbia y todos los gruposde muchachos filomarxistas sabían sus librosde memoria. Curiosamente, comprobé años más

tarde que en la China continental los grandesde la arqueología no lo habían leído nunca. Unacontradicción total porque los museos estabanhechos de acuerdo al esquema marxista típicode modos de producción y de la evolución. Peroa Gordon Childe no lo conocían. Él había naci-do en Australia y después de muchos años vuel-ve allí y se suicida; José Antonio Pérez Gollánescribió una interesante biografía de Childe.

Lógicamente a mis alumnos de Rosario yde Córdoba les daba un enfoque totalmentecontrario al kulturkreise o a la arqueología tra-dicional de las crónicas históricas. Por esoexcavé el valle de Hualfin y creo que, a la lar-ga, dio buenos resultados. Fue una planifica-ción bastante bien hecha y todavía en buenamedida seguimos trabajando sobre eso. El pri-mer viaje al valle de Hualfín lo realicé en 1952y otro al año siguiente, con fondos de la WernerGren Foundation for Anthropological Research;fue entonces cuando pude hacer unasexcavaciones bastante amplias.

Ana MontesSin duda alguna el ser humano cuya existen-cia tuvo la mayor gravitación en mi vida fuemi esposa, Ana Elsa Montes. Cuando leí losperiódicos de los hallazgos prehistóricos deAníbal Montes en la zona de Candonga, alnorte de Córdoba, me acerqué a él con elobjeto de ver las piezas y hallazgos realiza-dos hasta ese momento. Esto selló una amis-tad con el Ingeniero Montes hasta su muerteen 1959. Pronto comenzamos una serie deexcursiones y búsquedas arqueológicas en lasserranías cordobesas. De esas excursionesparticipaba, algunas veces, la hija menor deMontes, Yiyi para su familia. Ella tenía en-tonces solo 15 ó 16 años pero gran madurezy cultura, enraizada en su sensibilidad paralas lecturas y las actividades artísticas. Erauna asidua lectora de Romain Rolland, delos clásicos religiosos hindúes –como losVedas y los Upaníchas–, de clásicos del mar-xismo y de obras de teología cristiana.

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La amistad que se estableció con Yi se fueacentuando con los años. Cuando decidí tras-ladarme a los Estados Unidos para estudiararqueología establecimos un período de sus-penso en nuestras relaciones dejando cualquierproyecto para más adelante. Así, cuando re-gresé a Córdoba luego de mi permanencia en laUniversidad de Columbia en Nueva York loprimero que hice fue preguntar a un amigo siella continuaba soltera. Al recibir una respues-ta positiva la llamé de inmediato y pocos mesesdespués contraíamos matrimonio.

Yi gravitó decididamente en mi vida hacién-dome ver siempre las facetas estéticas de lasmanifestaciones arqueológicas, que eran cap-tadas y definidas de inmediato por su fina sen-sibilidad. Recuerdo siempre que al visitar unaruina o un museo arqueológico me decía: «Dé-jame que primero vea y aprecie el mensaje ydespués me cuentas la historia»; quizá pasóalgún tiempo hasta que comprendí el significa-do profundo de sus palabras.

No hay duda de que fue ella quien me alen-tó a escribir mi libro sobre arte precolombino.Además, lo diagramó y me ayudó a completarlas descripciones y comentarios de las piezasque lo ilustraban. Sin embargo, cuando le pro-puse que debía firrnarlo como autora junto con-migo rechazó de plano esa idea. Lo mismo ocu-rrió con los libretos de sus filmes: brindó susideas y sus conocimientos sin esperar retribu-ción alguna.

Transmitió a nuestros hijos sus admirablesdotes de entereza moral, mientras yo, con miscontinuos viajes y alejamientos del hogar, pocoo nada podía trasmitir como educación y ejem-plo. Yi me acompañó en muchos viajes y surápida inteligencia aprendió a distinguir los di-versos estilos de las culturas precolombinas y aidentificar muchos de los problemas básicos denuestra arqueología. También me ayudó mu-chísimas veces en mis trabajos de campaña,contribuyendo con su labor personal en las ta-reas de campamento.

Vivíamos más que sobriamente con mismagros sueldos de investigador o profesor, a

los cuales había que restar todo el dinero queyo dedicaba a la compra de libros. Yi, por locontrario, subsistía estoicamente: su bellezanatural no necesitaba de oropeles ni de agrega-dos artificiales.

Estaba dotada de una gran condición natu-ral para las artes plásticas y aunque su dedica-ción a las tareas familiares coartó sus posibili-dades de creación artística jamás la oímos la-mentarse. Tales eran las condiciones de su ad-mirable carácter, que sobrellevó los padecimien-tos de una penosa y cruel enfermedad sin unaqueja o una protesta que pudiese incidir sobrelos demás. Encontró en buena medida un ciertogrado de consuelo en su fe religiosa como Tes-tigo de Jehová, religión que había adoptadocomo la fuente de las más antiguas raíces delcristianismo original en el cual había sido edu-cada.

La colección Muniz BarretoFue muy importante en mi carrera poder estu-diar la colección arqueológica de las culturasdel noroeste argentino que formó BenjamínMuniz Barreto. Él –hijo de un diplomático bra-sileño radicado en la Argentina, dueño de unagran fortuna y muy aficionado a las antigüeda-des– contrató a Federico Wolters y VladimiroWeisser para que buscaran piezas y, al mismotiempo, documentaran todo lo que encontra-ban. Las primeras excavaciones fueron alrede-dor de 1921 en la zona de la Quebrada deHumahuaca. Weisser era topógrafo, algo muyimportante para hacer los planos, y, además,era un hombre sumamente cuidadoso, excelen-te trabajador en el terreno y que documentabaprolijamente todo lo que encontraba. Tambiénse había preparado bien para su tarea, tantocon Salvador Debenedetti –arqueólogo desta-cado de esa época– como con la informaciónque había recolectado Muniz Barreto en mu-seos extranjeros. Wolters era un gran dibujan-te: las plantas de las tumbas y los cortes que élrealizaba eran perfectos, con muy buena esca-la. Además, hicieron planos de los poblados,cementerios y un inventario completo de lo que

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contenía cada tumba. Cuando murió Weisserlas expediciones dejaron de realizarse pero yahabían logrado formar una colecciónimportantísima. Muniz Barreto vivía en unacasa de la calle Florida, a pocos pasos de laPlaza San Martín, en un petit hotel con mu-chas habitaciones y en las de la parte traseracolocó en estanterías su enorme colección quellegó a tener más de diez mil piezas. Cuandomurió una o dos instituciones norteamericanasofrecieron comprarla por sumas cuantiosas perola esposa se opuso porque –en una actitud muyvenerable, muy digna de encomio– no queríaque saliera del país. Realizó diversas gestioneshasta que logró interesar al Congreso de laNación que dictó una ley por la cual se adqui-rió la colección completa que pasó a salvaguar-da del Museo de La Plata.

Poder estudiar la colección Muniz Barretofue un punto sumamente importante en mi ca-rrera. Cuando ingresé al Museo lo primero queadvertí fue el enorme valor y la extraordinariadocumentación de esa colección que ya cono-cía por algunas publicaciones. Cuando regreséde Estados Unidos la colección estaba total-mente abandonada; además, las conclusionesa las que arribaron mediante su estudio eranfalsas desde el comienzo hasta el final. Por ejem-plo, en el libro Los diaguitas de Márquez Mi-randa –que se publicó en 1948– las piezas deAguada, Ciénaga y Condorhuasi servían parailustrar a los diaguitas históricos; es decir, élseguía no sólo las ideas sino también a la meto-dología que había inaugurado Eric Boman consu libro Les antiquités de la région Andine dela République Argentine et du désertd’Atacama, publicado en París en 1908, endonde la interpretación del material arqueoló-gico se hacía a partir del estudio exhaustivo delas crónicas históricas. Así, todo lo que se en-contraba en el noroeste argentino se considera-ba que pertenecía a los pueblos que encontró laConquista, es decir, a los diaguitas históricos.Igual sucedió en Perú o en México antes de quela arqueología procediera a resolver los proble-mas con sus técnicas y la profundidad histórica

de esas regiones. En México todo lo que se en-contraba se atribuía a los aztecas, es decir, alpueblo descrito por la Conquista.

Weisser y Wolters trabajaron con una téc-nica de excavación que era superior a la queutilizaban los arqueólogos argentinos profesio-nales de esa época, quienes pertenecían, sinexcepción, a lo que ha sido llamado el«anticuarismo». Muniz Barreto tenía un ver-dadero interés científico y quería que su colec-ción contara con una documentación excepcio-nal, como realmente la tuvo. Comencé a traba-jar apenas regresé de Estados Unidos: al messiguiente ya había leído las libretas de campo yempezamos a organizar todo el material conuna metodología arqueológica que no había sidoutilizada hasta ese momento. Separamos losmateriales de cada tumba y los organizamos,cementerio por cementerio. Esta tarea llevó casidos años y poco ha sido tenida en cuenta porquienes trabajaron posteriormente la colección.Después realizamos estratigrafías y encontra-mos algunos casos donde era muy clara la su-perposición de diversas culturas. Pudimos fe-char con carbono14 las capas más profundasque correspondían a un período que iba desdecomienzos de la era cristiana hasta el año 500DC y luego las capas siguientes, en las cualesse encontraban culturas como La Aguada yCiénaga; así quedó demostrado que no sólo losdiaguitas habían habitado esa zona.

La AguadaMi interés por La Aguada fue surgiendo paula-tinamente a medida que trabajaba con los ma-teriales de la colección Muniz Barreto. En 1964tracé la primera síntesis de esta cultura comoconjunto en un artículo que fue publicado porHarvard University Press como parte de un li-bro en homenaje a Samuel Lothrop.

Es obvio que la iconografía y la cerámicade Aguada poseen una relevancia muy grandeen todo el noroeste argentino pero también so-bresalen otros aspectos como, por ejemplo, lapresencia de bronce fundido, que se comprobóen 1956 después de que Gustavo Fester –un

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gran profesor de química de la Universidad delLitoral– hizo los análisis cualitativo y cuantita-tivo de algunos objetos metálicos de la colec-ción Muniz Barreto. Al principio, con ciertasdudas, Fester me hizo notar que los metalesque él había analizado tenían las mismas pro-porciones de un bronce colonial, el bronce deonza. Le respondí que estaba seguro de queestos materiales no solo eran precolombinos sinomuy antiguos. Escribí al respecto un trabajo,muy técnico, con una cantidad de cuadros y declasificaciones, que presenté en el XXXIII Con-greso de Americanistas de Costa Rica y que sepublicó en las actas de 1960.

Esta circunstancia abrió una perspectivatotalmente nueva: Aguada conocía la alea-ción para fundir bronce y lo más importantefue que primero lo habían obtenido con arsé-nico y, luego, con estaño. Cuando elarqueólogo boliviano Carlos Ponce Sanginésaplicó esta sucesión tecnológica a la secuen-cia de Tiawanaku encontró que coincidía conlos resultados de los análisis que él habíamandado a hacer. Aunque esa idea no tuvogran divulgación para mí fue de suma im-portancia.

Yo conocía perfectamente la trascenden-cia que había tenido lo que, según la clasifica-ción de Rowe, se llamó Horizonte Medio en elPerú: el horizonte o la co-tradición de Huari-Tiawanaku que dividía la secuencia cultural ymarcaba, de manera definitiva, un antes y undespués. Se me ocurrió que Aguada en el no-roeste argentino representaba lo mismo y, a lalarga, creo que se ha demostrado eso o se estádemostrando cada vez más: Aguada es un hitoen la secuencia de la arqueología del noroeste.Lo que está antes de Aguada es una cosa y loque está después algo totalmente distinto: setrata de los períodos temprano y de los desa-rrollos regionales. Resulta claro por su rela-ción con Perú y entonces hay una cuestión dedesarrollo homotaxial con las culturas del cen-tro andino bien delimitadas por el horizonte,el de la co-tradicción Huari-Tiawanaku, y todolo que está antes y lo que viene después. Otro

tanto sucede en el noroeste argentino y enton-ces ese horizonte de Perú se liga perfectamen-te bien con el noroeste argentino. Creo que esimportante porque, posteriormente, nos per-mitió definir, o tratamos de definir, con mayorprecisión cada una de esas culturas que inte-graban el horizonte medio.

En este sentido, a medida que avanzan lasinvestigaciones se van encontrando más rela-ciones; por ejemplo, el horizonte medio en elárea andina central posee, entre otras cosas,un mayor uso del bronce arsenífero o estanífero–esto lo ha determinado con claridad HeatherLechtman– y es obvio que esta técnica se di-fundió con amplitud durante el horizonte me-dio. Hay otros aspectos que debemos investi-gar más, como los textiles. Durante el hori-zonte medio en el área andina central y meri-dional se observa una notable popularidad dela técnica de atado y teñido, el llamado en in-glés tie and dye, o sea el ikaten. Creo que aúnno se ha probado que el ikaten llegó al no-roeste en el momento de Aguada pero es muyprobable que así sea. El tejido Aguada encon-trado en San Pedro de Atacama (Chile), quees de los pocos que se ha conservado, estádecorado mediante atado y teñido. Esta técni-ca perduró en el noroeste argentino durantesiglos; por ejemplo, yo tengo algunas mantashechas con esa técnica, procedentes del vallede Hualfín, tejidas en los años treinta. Revi-sando estos aspectos es claro que la impor-tancia de Aguada se va afianzando cada vezmás.

Por último, quiero referirme a algo que ade-lanté hace ya algunos años y es que en granparte del área ocupada por La Aguada en lostiempos de la conquista había pueblos de ha-bla cacán. Si bien no tenemos ni el vocabula-rio ni la estructura de esa lengua es probableque haya sido la que hablaban los miembrosde la cultura de La Aguada. Posteriormente,surgieron distintas variantes: ya sea lacalchaquí en el norte, el cacán propiamentedicho en el centro, hacia la zona de Londres, yen el sur el yacampi o sanagasta.

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Osvaldo MenghinEl trabajo de Ongamira que publiqué en 1943tuvo la virtud de ponerme en contacto conOsvaldo Menghin, a quien yo no conocía, aun-que sí sabía de la existencia de su obra Histo-ria mundial de la Edad de Piedra. Cuando élleyó ese trabajo le llamó la atención que nohubiéramos encontrado alfarería. Pasaron losaños y cuando se enteró de que yo había regre-sado de Estados Unidos me llamó por teléfonoa La Plata porque estaba muy interesado en elyacimiento y tenía interés en excavar allí. Estoera para mí la oportunidad de trabajar con unolos investigadores europeos más reputados.

Sin embargo, había que tener en cuenta quesu enfoque era el de la escuela del kulturkreiseo de los ciclos culturales. Para mí era muy im-portante que una personalidad como él quisie-ra conversar de esos hallazgos que aquí habíansido prácticamente rechazados. Lo que resultófue algo de lo cual me he arrepentido por elresto de mi vida, pero estaba cegado por el en-tusiasmo, por los nuevos conocimientos que mepodía brindar esta posibilidad de verlo trabajaren el terreno, cómo procedía, cómo eran sustécnicas y mejorar las mías. Como no teníamosmedios para costear las excavaciones Menghinle planteó al director del Museo de La Plata –un tal Emiliano Mac Donagh, individuo muyparticular, con sus ideas y muy dueño de laverdad–, quien se mostró bastante favorable ynos dijo que no tenía dinero para investigaciónpero sí para un contrato. Entonces hizo un con-trato a Menghin y con ese dinero costeamos laexcavación de un gran alero en Ongamira.

Encontramos lo mismo que con Montes, loque definimos entonces como «ongamirense»,pero como se había realizado una estratigrafíaun poco más fina y de capas más delgadas lasuperposición era más clara. Publicamos en1954 un trabajo: Excavaciones arqueológicasen el yacimiento de Ongamira. En aquel en-tonces no se sabía que Menghin había sidoMinistro de Educación de Arthur Seiss-Inquartdurante el nazismo. Eso se fue develando a tra-

vés de los años, pero en ese momento todavíano teníamos en claro su actuación. De todasmaneras me di cuenta que fue uno de los gran-des errores de mi vida, que no debería habertrabajado con él. Pero mi interés por ver la in-terpretación y el trabajo de campaña de unafigura que era reconocida mundialmente meatrajo demasiado. Para mí fue interesante ob-servar cómo Menghin practicaba susestratigrafías y cómo las interpretaba. No ha-bía gran diferencia con las técnicas que yo ha-bía aprendido en Estados Unidos aunque, qui-zá, los norteamericanos eran más meticulososen el cuidado de la excavación. Desde el puntode vista epistemológico el trabajo de Menghinera más deductivo que inductivo, mientras quelos norteamericanos eran mucho másinductivistas.

Menghin no se mostraba ideológicamentejamás y muy pocas veces se manifestaba encontra de los investigadores norteamericanos oingleses. A quien le tenía una particular inquinaera a Gordon Childe porque el evolucionismo,si lo analizamos superficialmente, era lacontracara total del kulturkreise. Pero si inves-tigamos un poco más a fondo podemos demos-trar que el kulturkreise tiene mucho de procesoevolutivo; por ejemplo, los círculos de cultura,los kreise, se superponen unos a otros en el es-pacio y en el tiempo, lo que es una manera par-ticular de un proceso evolutivo, esto es muyclaro. Pero hay que tener un gran conocimientode todo el problema para llegar a advertirlo.Para Menghin todo era blanco o negro, el evo-lucionismo y el kulturkreise eran absolutamen-te opuestos. De cierto modo el evolucionismoes casi sinónimo de marxismo, uno de sus as-pectos, y Gordon Childe tenía un enfoque ma-terialista histórico que fue extraordinario parasu época. Menghin sentía un escozor cada vezque oía su nombre, no podía leer Gordon Childeobjetivamente, siempre lo veía a través del pris-ma de su ideología filonazi y de católico mili-tante. Vivió en Buenos Aires hasta su muerte yestá enterrado en Chivilcoy, donde hizo cons-truir su bóveda.

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La gruta de IntihuasiEl 19 de septiembre de 1951 salí de BuenosAires hacia San Luis para excavar la gruta deIntihuasi, cuya descripción había leído en el li-bro de Ameghino La antigüedad de hombre enel Plata. Esta excavación fue fundamental enmi carrera. Primero, porque la gruta brindó unaestratigrafía muy completa; segundo porquepude aplicar las técnicas del carbono14 –fue laprimera vez que se hizo un análisis de este tipocon materiales de la Argentina– y, tercero, por-que la secuencia de cazadores recolectores eraclara. Al año siguiente pude ir al Congreso deAmericanistas que se hacía en San Pablo, Bra-sil, y exponer los resultados. Como en esa épo-ca no se habían excavado muchas cavernas enAmérica del Sur el trabajo fue muy bien recibi-do, tal vez porque cambiaba el enfoque generalde que nuestros sitios arqueológicos no teníanprofundidad histórica. Encontrar piezas líticasy poder fecharlas con una antigüedad de másde 6000 años antes de Cristo, es decir, 8000antes del presente era algo revolucionario yexplosivo. Antes del carbono14 se calculaba queesos sitios habían estado ocupados hasta el año1400 ó 1500 de nuestra era y, de pronto, secomprobaba que tenían 8000 años de antigüe-dad.

Fue muy importante que antes de Intihuasihubiera excavado con Aníbal Montes la grutade Ongamira. La característica básica de estesitio era que fabricaban unas puntas de dardosde forma triangular y con una escotadura en labase. Además, se encontraban otros elementos,particularmente cuentas de collar hechas deconchas de caracol, muchos útiles de hueso –sobre todo para fabricar canastos o para traba-jar los cueros– y algunos instrumentos de pie-dra. También trabajamos con Montes enAyampitín, donde encontramos unas puntas dedardos de forma lanceolada o de hoja de laurelde casi diez centímetros de largo. Los dos erangrupos cazadores recolectores pero uno teníaque ser distinto al otro porque las industrias ylas características de sus puntas, por ejemplo,eran muy diferentes, eran dos tradiciones dis-

tintas. Por otra parte, ninguno de estos pueblosconocía la alfarería ni había signo de que fue-ran agricultores o de que conocieran el tejidode telar, que es tan importante desde el puntode vista de la técnica.

Estuve excavando en Intihuasi dos meses ymedio. Vivíamos en una casucha a diez kiló-metros de la gruta y como no teníamos ni ca-rro, caballos, ni auto debíamos hacer todos losdías, caminando, diez kilómetros de ida y devuelta. Estábamos completamente aislados yhabía que tener muchas ganas para quedarse ytrabajar, tan lejos de mi familia: mi hija Sole-dad era chiquita y estaba con mi esposa en lacasa de los abuelos en Córdoba. Pero al segun-do día me di cuenta de que ahí estaba laestratigrafía, la superposición de Ongamiraencima de Ayampitín, lo cual aclaraba todo elpanorama.

Los colegas de la época no querían admitirla antigüedad de Intihuasi, quizá porque creíanque yo estaba equivocado y quería imponer téc-nicas y una metodología diferentes a las que sehabían seguido hasta ese momento. Algunosde los que más me combatían no tenían idea decómo funcionaba el carbono14 y cómo podíanhacerse los fechados; es decir, había un recha-zo por ignorancia. Además, en ese entonces losarqueólogos hacían excursiones muy pero muyrápidas: tres, cuatro, cinco días o una semanacomo mucho. Julian Steward, uno de mis pro-fesores en Columbia, se reía y decía: «Losarqueólogos argentinos salen a hacer una ex-cavación y le dicen a la señora: Querida, voy aun trabajo científico de campo, espérame quevuelvo para el almuerzo». Intihuasi fue un cam-bio bastante grande porque la arqueología coneste nuevo enfoque pasó a aplicar sus propiosmétodos y sus propias técnicas. Pero no mu-chos lo querían admitir.

Los Andes del surSiempre he considerado que la arqueología chi-lena y la argentina son una sola y creo que to-dos compartimos la idea que los Andes nuncafueron una barrera. Por ejemplo, los famosos

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diaguitas eran una etnia común al noroeste ar-gentino y al norte chileno, al igual que losmapuches que se extendieron a los dos lados dela cordillera.

El primer colega chileno con quien tuvecontacto fue Jorge Iribarren; con él, que en esaépoca era muy joven, manteníamos largas con-versaciones e intercambios de informacióncuando me visitaba en el Museo de La Plata.La primera reunión con arqueólogos chilenosen la que participé fue organizada por RichardSchaedel, a quien muchos consideran el inicia-dor de la arqueología científica moderna deChile. Fue una especie de simposio que se hizoen el Museo Etnográfico de Buenos Aires; deChile creo que vinieron Carlos Munizaga, Al-berto Medina, Jorge Kaltwasser, JuanMunizaga, tal vez Hans Niemeyer y VirgilioSciappacasse. De Buenos Aires estuvieron CiroRené Lafon, Marcelo Bórmida, todos los alum-nos de José Imbelloni y dos arqueólogos quetrabajaban en el Museo Etnográfico en ese en-tonces; de La Plata participé solamente yo. Creoque tanto en la primera sesión como en las quese hicieron después estuvo Osvaldo Menghinpor su interés en el estudio de los araucanos.

Poco tiempo después se hizo una nueva re-unión en Buenos Aires, esta vez mucho másamplia. Allí expuse por primera vez toda la se-cuencia que había logrado establecer para elvalle de Hualfín –por oposición a la idea deuna cultura única diaguita para esa zona– ycreo que Richard Schaedel remarcó que yo in-tentaba hacer algo realmente diferente. Para míesas primeras reuniones significaron el puntode partida, pero lo más importante fue conti-nuar la relación con los colegas chilenos a tra-vés del tiempo.

En 1963, cuando se celebró en San Pedrode Atacama el Primer Congreso Internacionalde Arqueología Chilena, tuve ocasión de hacerintercambios bastante importantes sobre lasvisiones que teníamos de las culturas del no-roeste, como era el caso de Condorhuasi, queinmediatamente fue ligado al proceso y a lacultura del Molle y del Norte Chico chileno.

Era importante porque tanto el Molle comoCondorhuasi fueron la base sobre la cual sedesarrollaron las culturas posteriores, así quesi esta relación o vínculo existía daba pie a quehubiera continuado posteriormente. En mi tra-bajo sobre Condorhuasi y otros posteriores hicemención al desarrollo de estas culturas y tenía-mos opiniones bastante encontradas con JorgeIribarren. Yo sostenía que las influencias ha-bían venido de Chile, del Molle, hacia el no-roeste argentino; Iribarren creía que era al re-vés y aunque todavía no se ha dilucidado clara-mente lo importante fue determinar que estasrelaciones habían existido y esto lo admitíamosambos. En el trabajo que presenté en ese Con-greso expuse otra idea, que fue bastante polé-mica pero cuyo resultado final aún no sabe-mos, y es que hacia la región del Norte Chico –quizás más arriba o más abajo, hasta Valdivia–existieron relaciones con los centros culturalesandinos y desde allí algunos elementos habíanpasado al noroeste argentino y que estas rela-ciones pudieron ser establecidas únicamente pormar, puesto que había pocas posibilidades decomunicarse por tierra.

A esa reunión en San Pedro de Atacama,me invitó el jesuita belga Gustavo Le Paige;aunque él no era arqueólogo sino un aficionado–lo que hace todavía mucho más valiosa suobra– trabajó con un ahínco extraordinario ygracias al testimonio que nos dejó de sus ha-llazgos es posible reconstruir con bastanteaproximación el patrimonio de cada tumba queexcavó. Le Paige no solamente creó el Museode San Pedro de Atacama sino que fue descu-briendo diferentes aspectos de las culturas deesa zona del desierto que, por una característi-ca totalmente aleatoria como es la falta de llu-vias, permitió una conservación fabulosa de losmateriales arqueológicos, que no existe paranada en el noroeste argentino. Tan es así quelos únicos textiles de la cultura de La Aguadaque se han conservado completos son los queestaban en tumbas de San Pedro. Creo que amedida que continúen las investigaciones esposible que se encuentren también de otras zo-

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nas, sobre todo los textiles que los gruposcaravaneros debieron llevar hasta San Pedro.Pero lo más importante es que las reunionescon los colegas chilenos se han sucedido a lolargo de los años, a ambos lados de los Andes,en un intercambio ininterrumpido y beneficio-so. La reflexión y búsqueda conjunta ha sido yes muy valiosa.

DocenciaComencé mi carrera docente en la Universi-dad de La Plata en la cátedra de arqueologíaque dictaba Enrique Palavecino. Cuando seabrió el concurso para adjunto de esa cátedrame presenté y lo gané. Debía ser el año 1951o 1952. Después Antonio Serrano me ofrecióla cátedra de arqueología argentina de la fa-cultad de Filosofía y Letras de Rosario que éldictaba, pero que resolvió dejar para tomar lade Córdoba, donde vivía, y evitarse así el via-je semanal. Para mí era una buena oportuni-dad a pesar de tener que viajar desde La Plataa Rosario una vez por semana, lo que era real-mente demoledor. Pero acepté porque me obli-gaba a preparar las clases y, lógicamente, en-riquecer conocimientos. Tuve bastante suertey la aprobación de los alumnos; en el últimocongreso de arqueología que se realizó enRosario algunos de ellos recordaron esas cla-ses del comienzo.

Cuando cayó el peronismo se decía que losprofesores de esa época no tenían nivel profe-sional, que todo era pura y exclusivamente fa-voritismo político, algo que yo no aceptaba paranada porque estaba seguro de mi preparacióny de que las clases tenían muy buen nivel. Cuan-do se llamó a concurso, después de la caída delperonismo, lógicamente me presenté porquequería demostrar si tenía o no preparación enmi materia. El jurado estaba formado por JoséLuis Romero, quien había sido decano de lafacultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires,Enrique Barba, quien era presidente de la Aca-demia Nacional de la Historia, y un profesornorteamericano cuyo nombre no recuerdo.

Cuando llegó el día del examen y había quesortear los temas el concursante sacaba tresbolillas del programa, elegía una y tenía 48 horaspara preparar el tema y dar la clase de oposi-ción. Entonces yo, que sabía que los profesoresestaban convencidos de que todos los que ha-bíamos entrado en esa época no teníamos for-mación de ninguna especie, les dije: «Tengo unabeca Guggenheim y viajo la semana que viene.Pido que el jurado elija el tema y daré la claseinmediatamente. Si considero que no puedo dar-la me retiro del concurso». Me dieron comotema la arqueología de litoral, que a mí me in-teresaba poco, por lo menos no como la delnoroeste argentino, así que nunca la había dic-tado en clase. En el pequeño museo que había-mos creado en la facultad había una cantidadde fragmentos de cerámica típica de los yaci-mientos del litoral. Pedí a una de las ayudantesque buscara materiales y me los llevase a don-de estaba el tribunal de examen del concurso.Todos esos fragmentos me servían como intro-ducción y para dar una clase muy objetiva yclara sobre elementos típicos de las culturasdel litoral. Era sencillo mostrar las diferenciasentre las culturas del tipo Goya Malabrigo,como hoy se llama, y las del tipo Guaraní, queera otra de las culturas típicas de las islas. Mepermitieron dar la clase sin prepararla, hice unesquema con los puntos principales sobre losque iba a hablar y gané el concurso. Pasaronmuchos años y cuando yo estaba con otra becaGuggenheim en Harvard José Luis Romerovisitó la Universidad, nos encontramos, con-versamos y me dijo que se acordaba perfecta-mente bien de que había dado la clase de oposi-ción sin prepararla. La verdad es que yo teníaque viajar a Estados Unidos mucho más ade-lante. Pero quería demostrar si era capaz o node hablar sobre cualquier tema para que se vie-ra si había obtenido la cátedra puramente porconsenso político o por preparación personal.

En esa época el peronismo incidió en la vidauniversitaria cambiando muchos patrones y,sobre todo, ejerciendo una presión manifiestasobre quienes no estaban inscritos en el parti-

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do. Por ejemplo, cuando vivía en Estados Uni-dos recibí una carta del embajador argentinoen Washington, que creo era un médico llama-do Oscar Ivanisevich, en la que nos decía quedebíamos presentarnos en el consulado pararegistrarnos y decir cuál era nuestra actividad,lo que me pareció una injerencia en la libertadpersonal que no correspondía. Además, los pro-fesores que no eran adictos al gobierno fueronechados en gran cantidad y en arqueología yantropología no quedó nadie, salvo Imbelloni,cuya posición totalmente derechista eraarchiconocida. Pero los que tenían posicionesdiferentes fueron eliminados uno a uno; porejemplo, Francisco de Aparicio y Mario Salasde la Universidad de Buenos Aires; MárquezMiranda de La Plata; Palavecino de Tucumán,aunque después fue repuesto en una cátedra enUniversidad de La Plata.

Lo peor fue que muchos de los profesoreseliminados fueron reemplazados por persona-jes que habían tenido actividades filonazis ofascistas en Alemania o Italia. Por ejemplo,Canals Frau, quien había fundado el Institutode Antropología de la Universidad Nacional deCuyo, fue reemplazado por un húngaro, Mi-guel de Ferdinandy, que había estado con elfascismo y uno de los primeros trabajos quepublicó aquí era sobre el folklore de Friuli, Ita-lia, ya que obviamente no tenía la más mínimaidea de la problemática de las ciencias del hom-bre en la Argentina. Lo mismo ocurrió conVladimiro Males, croata, quien fue a la Uni-versidad de Tucumán. Hubo otros, la mayoríamediocres como investigadores o científicos,quienes no tenían antecedentes académicos deninguna especie. Lo peor era que reemplaza-ban a profesores argentinos que habían hechouna larga carrera y que tenían muy buen nivel.

Era curioso que sucediera esto en un go-bierno que se decía nacionalista, que iba a de-fender los aspectos nacionales. Pero lo que de-fendía, en realidad, era la ideología fascista deestos personajes. La gran mayoría había sidoreclutada por una agencia universitaria que te-nía su sede en Roma y era dirigida por un tal

Güemes, un argentino doctor en filosofía, queestablecía los vínculos con estos personajes quebuscaban exiliarse después del triunfo de lasfuerzas aliadas. En uno de esos grupos llegó alpaís Osvaldo Menghin. Todo esto ya se ha ol-vidado. Obviamente que los cambios socialesdel peronismo fueron muy importantes, hay quereconocerlo, pero que fue una época autócratay despótica, persecutoria, no se puede negar.

También había otros casos como un deca-no que tuvimos en Rosario. Su apellido eraGraciano y había sido presidente de la cámarade senadores o de diputados, peronista por su-puesto. Pero Graciano era doctor en filosofía yle gustaba la universidad. Seguramente el de-canato lo consiguió por sus influencias políti-cas, pero él no necesitaba exigir la afiliación decada profesor que ingresaba, entonces hizomuchos concursos y a algunos los ganabanquienes realmente tenían más méritos. Pero es-tos eran casos excepcionales.

Cuando cayó el peronismo en la Universi-dad de Rosario se formaron facciones y mu-chos de los que volvían lo hacían con deseos derevancha. El hecho de que tantos hubieran que-dado afuera en una o en otra oportunidad trajoresquemores y odios. La realidad es que cuan-do llamaron a concurso para la cátedra que ganéel decano –un tal Bruera, quien no tenía dema-siado afecto por mí o por mi trabajo– habíadecidido que el puesto lo debía ocupar unarqueólogo de apellido Badano, quien habíahecho su carrera en Entre Ríos. Pero el pobreBadano tenía un problema cardíaco y murióantes del concurso. Estas cosas tan aleatoriasde la vida que yo siempre he remarcado.

No sé si fui buen profesor pero creo quetuve algo positivo: siempre di todo lo que pude;si yo tenía ideas o conocimientos y alguien seacercaba jamás retaceaba; nunca, lo puedo ase-gurar. A los jóvenes que querían ser arqueólogosles hacía ver lo hermoso que era la investiga-ción del pasado pero, al mismo tiempo, tratabade demostrarles la parte negativa de la profe-sión, la parte difícil de la lucha por la vida. Meacuerdo siempre de un chico de Jujuy, muy in-

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teligente, muy buen orador, el mejor alumno desu curso. Su familia era muy humilde; enton-ces yo, en vez de alentarlo, le dije que la ar-queología era un camino con pocas posibilida-des económicas. El chico se convenció, se ins-cribió en medicina o en derecho, y al cabo delos años abandonó: no hizo ni lo uno ni lo otro.En mi caso no he dejado de pensar en la ar-queología un solo día; ha llenado por completocada minuto de mi vida.

Exoneraciones y homenajesEn 1955, cuando cayó el peronismo, nom-braron como decano y director del Museode La Plata a un arqueólogo. En ese mo-mento yo había pedido una licencia, sin gocede sueldo, para hacer una excavaciones enla zona de El Alamito, y este señor decidióque por ese motivo yo debía ser exonerado.En el fondo el problema era que yo habíaestudiado con un enfoque distinto al suyo,por ejemplo, la colección Muniz Barreto.Odiaba a cualquiera que no estuviese deacuerdo con él y entonces aprovechó supoder para descargar toda su violencia y suautoridad contra mi persona. Los colegasdel Consejo Superior de la Universidad –que sabían todo lo que yo había trabajado yque, inclusive, a veces dormía en el museopara no perder tiempo en viajes, ya que vi-vía en Buenos Aires– guardaron silencio,salvo Angel Lulio Cabrera4, profesor de bo-tánica, quien me defendió y sostuvo que yono merecía ser exonerado por ningún con-cepto. Gracias a él la pena fue mucho me-nor: me dejaron cesante. Porque si me exo-neraban no podía volver a tener ningún car-go en las universidades argentinas.

La noticia de mi cesantía se publicó endiarios y periódicos. Mi padre sufrió mucho;lo tomó como algo personal porque no sabíacuál era la realidad de la situación. Para élfue una satisfacción muy grande cuando en1964 –el mismo año en el que publiqué milibro sobre la excavación de Intihuasi– reci-

bí el Premio Nacional de Ciencias porqueera un reconocimiento a mi trabajo, aunquehubieran pasado nueve años desde la cesan-tía. Como una pesadilla que se reitera vol-vieron a dejarme cesante de la Universidadde La Plata después del golpe de Estado demarzo de 1976. Entonces –por un decreto dedos líneas de un marinero o almirante, no séqué cargo tenía, que era el interventor de laUniversidad– perdí la cátedra que había ga-nado ad vitam. Me dejaron afuera, no sólode la cátedra sino también del Departamentode arqueología, que era el lugar donde yorealmente podía investigar y trabajar.

Durante lo que tan gráficamente se deno-mina Los años de plomo vivía con el almaen un hilo. Para colmo el esposo de mi hijamenor fue secuestrado el mismo día del gol-pe militar. Yo estaba en Bolivia por un tra-bajo en Incallacta y cuando volví me encon-tré con el “Proceso de Reorganización Na-cional” instalado en el poder y con mi yernodesaparecido. Mi mujer se había puesto encampaña para encontrarlo porque los milita-res negaban que estuviera preso, aunque alfinal lo admitieron y lo pasaron al Penal N°9; allí estuvo casi un año hasta que pudo sa-lir del país y exiliarse en México con su fa-milia. Años aciagos, sangrientos, terribles.

En lo que a mí respecta sabía que me ha-bían denunciado hacía tiempo, en la épocade las Tres A de López Rega. Hasta que unbuen día, estando en La Plata, recibí un lla-mado urgente de Gianni Villani, militante delperonismo, diciéndome que necesitaba hablar

4 Nació en Madrid el 19 de octubre de 1908.Era hijo del afamado zoólogo y paleontólogoAngel Cabrera. En 1931 se doctoró en Cien-cias Naturales en la Universidad Nacionalde La Plata. Publicó más de 250 trabajosoriginales. Fundó la Sociedad Argentina deBotánica y recibió, entre otros, los premiosKonex de Platino, al Mérito Científico yBunge y Born. Falleció en La Plata el 8 dejulio de 1999.

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conmigo. Él había sido mi compañero en laUniversidad de Córdoba; era una persona ín-tegra y, aunque de derecha, ambos conocía-mos y respetábamos nuestras posiciones ideo-lógicas muy opuestas. Después de recibir-nos nos veíamos poco pero nuestras esposase hijos se frecuentaban, así que siempre huboun cierto intercambio y arraigo familiar.

Esa tarde, cuando nos encontramos des-pués de su llamada, me dijo que en una re-unión en la que había participado un coronelme acusaba de haber hecho un nido de iz-quierdistas con mis alumnos, es decir, queyo era un divulgador del izquierdismo queenloquecía a estos militares. Villani me dijo:“Tenés que agarrar a tu familia e irte de in-mediato”. Debería haberme ido al exterior,no tanto por mí sino por mi familia, pero nolo hice. Por qué no me detuvieron, no lo sé.Tampoco puedo explicar ahora por qué nome fui. Pero sí sé que aún hoy vuelve a sur-gir como una espina dolorosa, irritativa, pe-nosa, que incide en mi psicología interior yme resulta escalofriante. No cuando piensoen mí sino en mis hijos. No sé cuál fue lacircunstancia; tal vez tenemos un destinoaparte porque a pesar de las acusaciones deese coronel en esa reunión no nos fueron abuscar. Recuerdo con horror esos años deplomo cuando vivió toda la Argentina bajola represión espantosa, el terrorismo de Es-tado que exterminó a tanta gente.

Con el advenimiento de la democracia en1983 me dieron el doctorado Honoris Causade la Universidad de La Plata. Fue una rei-vindicación dentro de cierta medida porqueno me reincorporaron enseguida ya que losacadémicos que se habían favorecido con ladictadura militar no veían con buenos ojosque regresara la gente que había sido elimi-nada. El caso del decano, sobre todo, un su-jeto que durante la dictadura fue profesor yhabía recibido bastantes dádivas; por ejem-plo, como era geólogo le crearon un institutoespecial de geología, le alquilaron una casaen la calle 1 de La Plata y le contrataron un

enorme equipo de investigación. Con el triun-fo de Alfonsín en 1983 este señor en vez derecibir lo que se merecía siguió usufructuandode sus dádivas y lo premiaron, además, nom-brándolo decano de la facultad; es decir, sefavoreció durante la dictadura y también enla etapa posterior. Esto ha sucedido repeti-damente en nuestro querido país, donde mu-chos que fueron funcionarios durante la dic-tadura después de la caída continuaron ensus cargos.

A pesar de todo siempre seguí trabajan-do, aunque fueran muchas las dificultades.Apenas asumió el gobierno constitucional de1983 ocupé el cargo de director nacional deAntropología y Folklore en la Secretaría deCultura; luego, entre 1986 y 1987, fui direc-tor del Museo Etnográfico de la Universidadde Buenos Aires. Los homenajes y los reco-nocimientos vinieron mucho después y sinbuscarlos. Por ejemplo, en 1986 y 1996 medieron el Premio Konex. También me nom-braron ciudadano ilustre de Pergamino y dela ciudad de Buenos Aires; ambos fueronhonores que sinceramente no esperaba. Comotampoco esperaba la Medalla BicentenariaJames Smithson, que me dieron en Washing-ton en 1999.

ProyectosEn este momento, y a pesar de que ya he cum-plido ochenta y seis años, tengo algunos pro-yectos, quizá un poco descabellados, porqueno sé cuánto tiempo más voy a vivir y si estoyen condiciones de realizarlos. Pero me sirvemucho de psicoterapia para combatir la ex-trema ansiedad que tengo y que me devorapor momentos. He hecho un esquema de in-vestigación sobre el mango de madera de unhacha que está en el Museo Samay Huasi, enChilecito, La Rioja. Esta hacha debió ser en-contrada hace más de cuarenta años, en unacaverna en la zona de Famatina. Seguramen-te estaba completa pero sólo mandaron almuseo el mango, que es de una madera muy

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dura y pesada, por lo que podemos suponerprocede de regiones tropicales. Se va a reali-zar en Estados Unidos el fechadoradiocarbónico por activación neutrónica,pero tengo la seguridad de que se trata de unapieza de la cultura de La Aguada, por la finatalla escultórica que tiene el extremo del man-go. A menudo estas piezas llevaban esculpi-das una imagen iconográfica de la funciónque cumplían. En este caso el personaje cen-tral es un ser humano vestido con un tocadofelínico, es decir, toda la piel de un jaguar co-locada sobre la cabeza, la espalda y parte delos brazos. Lleva en la mano derecha un ha-cha con hoja metálica que, seguramente, erael instrumento que le servía para ejecutar a lavíctima, que en este caso es un niño que elsacrificador sujeta con la mano izquierda.Curiosamente ese niño tiene la boca felínica.

Este mango fue registrado en publicacio-nes de dos colegas ya fallecidos pero nunca

se hicieron los análisis para determinar suedad. Tampoco fue investigada la cavernadonde fue encontrado y por eso estoy pla-neando con algunos colegas buscarla y pla-nificar la excavación completa. Esto me vaa ser muy útil tanto desde el punto de vistapersonal como de los resultados científicos.También tenemos que buscar un especialis-ta que pueda determinar de qué madera estáhecho este mango.

Creo que es una suerte tener el entusias-mo de tratar de realizar esta tarea pero tam-bién creo que no tiene ningún valor ya quees sólo una manera de evadirme de los pro-blemas trascendentales que enfrenta el hom-bre cuando está ya sobre el filo entre la viday la muerte. Cuando va a transformar su exis-tencia y sabe que tiene que encarar el pro-blema definitivo: la angustia cósmica quenace cuando el hombre adquiere concienciade sí mismo y se enfrenta a la oscuridad.

1999. En los depósitos del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires con el directoractual, José Antonio Pérez Gollán.

LA ARQUEOLOGÍA EN BOLIVIA.REFLEXIONES SOBRE LA DISCIPLINA

A INICIOS DEL SIGLO XXI

Este artículo no pretende ser la síntesis del desarrollo de la arqueología boliviana y sus protago-nistas sino discutir los recientes cambios en las características centralistas y colonialistas, tantoregionales como temáticas, en las cuales ha estado inmersa la arqueología de Bolivia. Estetrabajo discute la relación centro-periferia y su naturaleza colonizante y la problemática norma-lización de una perspectiva histórica que privilegia una región a expensas de otras, excluyendodeterminados actores sociales.

Este artigo não pretende ser a síntese do desenvolvimento da arqueologia boliviana e de seusprotagonistas, senão discutir as recentes mudanças nas características centralistas e colonialis-tas, tanto regionais como temáticas, nas quais têm estado imersos; ademais, analisa-se a relaçãocentro-periferia e sua natureza colonizante e a problemática normalização de uma perspectivahistórica que privilegia uma região a expensas de outras, excluindo determinados atores sociais

This paper does not attempt to be a synthesis of the development of Bolivian archaeology and itsprotagonists but to discuss the recent changes in the centralist and colonialist characteristics(both regional and thematical) in which Bolivian archaeology has been immersed. The paperdiscusses the center-periphery relationship and its colonizing nature and the problematicnormalization of a historical perspective that privileges one region to the exclusion of others,marginalizing certain social actors.

Construyendo y desconstruyendola arqueología en BoliviaLa arqueología en Bolivia ha atravesado unlento proceso de desarrollo, desprendiéndo-se del enfoque casi estrictamentemonumentalista iniciado por el interés de losprimeros pioneros de la arqueología, a quie-nes Carlos Ponce Sanginés (1995) denomi-nó “viajeros”. Esta tendencia continuó hastala segunda mitad del siglo XX (Ponce 1957,1994). En este proceso la prioridad otorgada

a las construcciones monumentales y a losartefactos de alto valor estético se dispersóen un interés por aspectos quizá menos lla-mativos pero de similar importancia comoanálisis de unidades domésticas, tecnologíasde producción y patrones de asentamientoregional (Michel 1993; Janusek 1994;Berman 1989a, 1989b; Giesso 2000; Bandy2001; Lémuz 2001).

Dante Angelo Departamento de Antropología Socio-Cultural, Stanford University.

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La arqueología monumental o centralis-ta1 incluyó el estudio de sociedades sin con-figuración urbana y estatal, interpretándolasen un esquema evolucionista. Pese a que elenfoque de estudio se centró en sitios con nin-guna o poca presencia de estructuras masi-vas u otros indicadores similares se remarcóel carácter interpretativo evolucionista deacuerdo con el cual constituían antecedentesde indicadores que sí evidenciaban dichascaracterísticas (Browman 1980, 1996;Kolata 1993a, 1996; Albarracín-Jordán1996a, 1996b). La aceptación y afianzamien-to de este esquema pretendió explicar proce-sos culturales en los Andes a partir de unénfasis en las sociedades que podían ser ex-plicadas desde el evolucionismo e interpre-tadas en términos de complejidad social(Kolata, ed., 1989). El caso en cuestión mássignificativo es el de la cultura Tiwanaku,definida a partir del estudio del sitio Tiwanakuy su relación con las demás sociedades delos Andes como Huari, Chavín y Moche(Lumbreras 1983; Kolata 1993a, 1993b,1996). La cronología de los Andes se basóen secuencias que respondían y fortalecíanel esquema evolucionista que hizo referenciaal proceso de complejidad social iniciado conla constitución de culturas Formativas comoChavín, Chiripa y Wankarani (e.g., Wasson1967; Browman 1980; Lumbreras 1983;Hastorf et al. 2001; Lémuz 2001) y cuyacúspide en la región andina fue alcanzadopor sociedades-Estado como Huari, Moche,y Tiwanaku que conformaron el denomina-do Horizonte Medio (Janusek 1994, 2001;Bandy 2001) o de culturas Clásicas(Albarracín-Jordán 1996a). De acuerdo coneste esquema los estudios sobre las culturasChiripa y Wankarani han remarcado la im-portancia de la formación de los primerosnúcleos sedentarios (Walter 1966; Ponce1980) que habrían desarrollado una elabo-rada estructura organizativa alrededor deelites religiosas. Estas primeras formacionessedentarias, principalmente Chiripa y otras

ocupaciones aledañas, habrían estado liga-das al surgimiento de una importante tradi-ción religiosa y política (Chavez y Mohr-Chavez 1975, 1998; Portugal 1981, 1998a;Hastorf, ed., 1999; Hastorf et al. 2001) yhabrían promovido relaciones de intercam-bio con influencia hasta la región norte delLago Titicaca (Bandy 2001; Lémuz 2001).Estas «iniciativas» habrían sido el inicio deestrategias que posteriormente se expandiríansólo (o principalmente) a partir del controlestatal de Tiwanaku (Browman 1980, 1981;Kolata 1993a, 1993b). La construcción deesta narrativa estuvo estrechamente ligada alos objetivos oficialistas del Estado nacionaly su proyecto de modernidad.

En los últimos años un interés temáticocreciente y diverso ha inyectado un carácternovedoso a la arqueología de Bolivia. Estees el caso de los proyectos a gran escala rea-lizados desde mediados de la década de 1980en Tiwanaku (Kolata, ed., 1989, 1996) yChiripa (Hastorf et al. 2001) e Inkallajta(Muñoz 2002a, 2002b) y de las investiga-ciones en las llanuras benianas (Erickson etal. 1991, 1995; Michel 1993, 1997; Walker1997, 1999; Erickson 2000, 2003), elpiedemonte paceño y la región chaqueña2.El común denominador de estos trabajos esla re-evaluación de investigaciones previasmediante el empleo de nuevos métodos y téc-nicas; además se abordan nuevas problemá-ticas teóricas.

Aunque la participación de profesionalesextranjeros ha sido crucial en la consolida-

1 Por «centralista» me refiero a la exageradaatención otorgada a una determinada regióndel país y a temáticas específicas; este he-cho derivó en una negligente percepción dela diversidad cultural e histórica de las de-más regiones.

2 Algunas investigaciones son de tipo acadé-mico y otras promovidas por los proyectosde protección ecológica de áreas diversas,surgidos como parte de las nuevas políticas

187Dante Angelo

ción y en la dispersión del carácter cuasimonopólico de la región andina,marcadamente centralista hasta hace sólo dosdécadas, la Universidad Mayor de San An-drés, el Museo Arqueológico de la Universi-dad de San Simón y otras instituciones boli-vianas han jugado un papel destacado en lapromoción y realización de casi 70% de lasinvestigaciones mediante el desarrollo de pro-yectos curriculares y, fundamentalmente,proyectos de grado (Barragán 2002). A dife-rencia de los trabajos descriptivos de tipohistórico-culturalistas desde hace una déca-da las investigaciones arqueológicas han sidoorientadas a entender temas como relacionesde poder entre centro y periferia, conflicto eintercambio, rol de la ideología religiosa,identidad y etnicidad.

Los trabajos recientes han contribuido ala formación crítica de profesionales bolivia-nos; sin embargo, la crítica fue básicamenteacadémica y no política (Albarracín-Jordán1997). En cierta forma el cambiogeneracional ocurrido puede ser interpreta-do como un reordenamiento paradigmáticoen el cual lo académico cobra mayor pesoque lo ideológico pero sin asumir una postu-ra crítica que cuestione problemas sociales;sin embargo, las nuevas investigaciones nosólo contribuyen a re-pensar el pasado sinoa re-evaluar el discurso histórico de las rela-ciones establecidas entre diferentes regiones.La re-evaluación debe trascender las actua-les fronteras políticas y permitir apreciar demejor manera la dinámica social.

Horizontes arqueológicos.La diversidad como conflicto ypunto de partida

La arqueología como reproductoradel colonialismo internoLos cambios ocurridos en las últimas déca-das han estado ligados a procesos de conso-lidación institucional de entidades educati-

vas y administrativas pero, fundamentalmen-te, a un movimiento general de re-descubri-miento de lo multicultural en el panoramasocial boliviano e internacional (Albó 2000;Hale 2002); este hecho es parte de uncuestionamiento, no necesariamente inten-cional o explícito, del esquema dominante yhomogeneizante que fue promovido en elproceso de la creación y fortalecimiento delEstado Boliviano.

Durante la década de 1950 la arqueolo-gía estuvo ligada al proceso de consolida-ción del Estado boliviano y su proyecto demodernidad (cf. Ponce 1980, 1995; Paz2004). Bolivia siguió el curso que habíantomado países como México y Perú y algu-nos Estados nacionales europeos en su pro-ceso de formación como nación, es decir, laarqueología se ocupó de proveer las baseshistóricas del discurso nacionalista (Oyuela-Caycedo et al. 1997; Díaz-Andréu 1999;Politis y Alberti 1999, eds.). En México Al-fonso Caso e Ignacio Bernal contribuyeronal proyecto indigenista mexicano que plan-teó una propuesta contestataria a la ideolo-gía clasista dominante e intentó incluir a la

de protección medio ambiental. Esta dife-rencia no pretende repetir la denotación pe-yorativa que tiene, comúnmente, la dicoto-mía arqueología académica vs. arqueologíade contrato. Las nuevas regulaciones sobremedio ambiente, puestas en práctica a fina-les del siglo XX, han provisto medios sus-tanciales para la realización de proyectos deinvestigación en áreas como el sureste, elsuroeste y el sur del Chaco boliviano(Albarracín-Jordán 1998, 1999; Dames andMoore 2001, 2002; URS/Dames and Moore2001; Alvarez y Fernández 2002a, 2000b;Paraba 2002). No obstante, cada vez es másnecesaria una evaluación crítica de la prác-tica de la arqueología de rescate que ha pro-ducido una apertura y, simultáneamente, unacreciente competencia por el mercado detrabajo y la consolidación monopólica deintereses particulares.

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amplia facción dominada, la indígena, comopilar del Estado (Castañeda 1996). Algo si-milar ocurrió en Perú con Julio Tello y JoséCarlos Mariátegui, éste último desde unaperspectiva marxista que reclamó la inclu-sión de la clase indígena en el panorama so-cial (cf. Oyuela-Caycedo et al. 1997).

En Bolivia el proyecto de modernidad fueplanteado por una nueva elite, surgida tras ellevantamiento popular de 1952, que enarbolóla propuesta de la consolidación de un Esta-do-nación en términos de homogeneidad ypertenencia común (Anderson 1991) y queconsideró la inclusión de las minorías étnicas,históricamente dominadas por la burguesíacriolla, y el fortalecimiento de una ideologíademocrática, característica principal de lamodernidad. Como en los casos de México yPerú este proyecto encontró en la arqueologíauna herramienta útil para dichos propósitos.

Esta propuesta política tuvo su mejorexpresión en los trabajos de Carlos PonceSanginés, quién basó sus investigaciones enTiwanaku (e.g., Ponce 1995, 2001) y esta-bleció una especie de «columna vertebral»de la historia de los Andes centrales bolivia-nos3 que todavía mantiene vigencia ya que lare-evaluaciones de su planteo cronológico aúnconservan la postura evolutiva y de comple-jidad social (Albarracín-Jordán 1996a;Kolata, ed., 1996; Bandy 2001). Partiendode una crítica a anteriores propuestas, ela-boradas inicialmente por arqueólogos extran-jeros como Wendell C. Bennett y ArthurPosnansky, y basando su interpretación enun marco evolucionista al estilo de Childe(1951) Ponce proporcionó al proyecto na-cionalista la idea de un pasado compartidoque unifica y a la vez homogeneiza. Estehecho fue criticado por Silvia Rivera (1980)y Carlos Mamani (1996), quienes han seña-lado el carácter colonialista de la arqueolo-gía boliviana (cfr. Angelo 2003; Kojan yAngelo 2004); para ellos el propósito de ladisciplina fue fundamentar el carácter domi-nante de la elite criolla del país que legitimó

el pasado indígena introduciéndolo a losmuseos; esto ocurrió mediante la manipula-ción ideológica e ignorando a los actualesdescendientes de la gente que había construi-do los monumentos que eran, y aún son, elobjeto de la investigación arqueológica. Lainterpretación arqueológica proporcionó elreconocimiento de un pasado indígena que,para ser presentado como resplandeciente ysiempre milenario, fue comparado con lasgrandezas de las ciudades y culturas del vie-jo mundo (Mamani 1996:634). De este modose reflejó el carácter colonial y la inseguri-dad de los mestizos, quienes equiparaban einterpretaban la organización social y desa-rrollo cultural de los ocupantes de la Améri-ca pre-colonial en términos similares a losempleados en el Viejo Mundo.

El esquema explicativo propuesto porPonce fue aplicado casi inmediata y, en algu-nos casos, automáticamente para interpretarel desarrollo cultural de las sociedades queocuparon el amplio espacio que comprende elactual territorio de los Andes bolivianos (e.g.,Berberian y Arellano 1978; Arellano yBerberian 1981; Arellano 1992). Esta propues-ta, además de tener una connotación colonialen su elaboración del discurso nacionalista(Ponce 1978a, 1978b, 1980), adolecía de otroproblema crítico: la supresión sistemática deotras historias culturales.

Metanarrativas y dependenciacronológica e interpretativaEl trabajo de Ponce sirvió para reconocer,pese a sus implicaciones políticas, la impor-tancia del desarrollo cultural de Tiwanaku.Puesto que fue una de las sociedades que se

3 Este intento no sólo tuvo efectos en la parteandina de Bolivia sino también (y, quizá,principal e inesperadamente) en el nortechileno (cf. Focacci 1980; Daulsberg 1983;Hidalgo et al. 1989; véase Tarragó 1977 parael caso argentino).

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desarrolló en la región sur del Lago Titicacaentre la primera parte del primer milenio einicios del segundo (ca. 300-1100 d.C.) seasume que Tiwanaku ejerció una gran in-fluencia, principalmente en el desarrollo delas sociedades de la región circumlacustre(Browman 1980, 1981; Kolata 1993a;Janusek 1994, 2001; Alconini 1995;Albarracín-Jordán 1996b; Kolata, ed., 1996),los valles de la costa sur peruana (Goldstein1989; Stanish 1992; Blom e.p.) y el nortechileno (Muñoz 1989; Berenguer 1994).Otros autores han remarcado, aunque concierta cautela, el impacto de la influenciaTiwanaku en los valles de la región andina(Ibarra 1957; Walter 1966; Janusek et al.1994; Higueras 1996; Lecoq y Céspedes1997; Blom y Janusek e.p.).

La propuesta de Ponce fue unametanarrativa histórica a la cual se sujeta-ron futuras interpretaciones sobre el pasadoprehispánico de la región. El carácterenmarcador que su propuesta produjo unesquema que excluyó del pasado cualquierotro tipo de historia o desarrollo social, tantoen el marco teórico de desarrollo social comoen la estructura cronológica. Desde la pers-pectiva de la influencia que Tiwanaku ha-bría ejercido en el carácter civilizador (im-plicado en su desarrollo tecnológico, organi-zación urbana y presunto control de ampliasredes de contacto) las demás regiones deBolivia fueron pensadas en términos de «an-tes y después de Tiwanaku». Sucontextualización cronológica y los cuadrosde correlación histórica que elaboró (e.g.,Lecoq y Céspedes 1997) implicaron una «de-pendencia cronológica e interpretativa» conrelación a un centro (Angelo 1999); este cen-tro dominante, producto del constructo «ima-ginario» de los arqueólogos alrededor de lahistoria de Tiwanaku en el pasadoprehispánico, es el resultado planteado pordicha propuesta, o al menos, por su aplica-ción acrítica (Kojan y Angelo 2004). Estaimagen no fue elaborada en un contexto post-

colonial sino incluida e inscrita en el proyec-to modernista del Estado-nación que retomóde ella el potencial de ofrecer raíces comu-nes de las cuales podría servirse para pro-mover la idea de un pasado glorioso perocompartido o, mejor aún, apropiado y con-trolado. Esto es evidente en el uso, a vecesindiscriminado, de las imágenes relaciona-das con el pasado prehispánico andino, es-pecialmente Tiwanakotas, en las representa-ciones estereotípicas de la cultura boliviana.Sin embargo, el «proyecto oficial» no consi-deró la participación activa de los descen-dientes indígenas que habían sufrido proce-sos de dominación colonial (Mamani 1996).

Irónicamente el esquema evolucionista,unilineal y homogeneizante de esta interpreta-ción fue reforzado por representantes de laescuela estructuralista anglo-francesa (Saignes1986; Bouysse-Casagne 1987) que puso enboga el concepto de «señoríos aymaras»; suplanteamiento supuso que estas sociedades o«señoríos» habrían ocupado el territorioandino de Bolivia siguiendo estructurasorganizativas similares en todas partes (y entodos los tiempos), habrían tenido relacionesde interacción con Tiwanaku y habrían sidoafectados por su caída como sociedad-Esta-do. El término “señorío” pasó a significar aque-llo que antecedió la condición de sociedad-Estado, siguiendo el modelo evolutivo de lassociedades complejas (cf. D’Altroy 1997), oque resultó de la desestructuración del estadoTiwanaku (interpretado, esta vez, como partede un proceso involutivo). La mirada delestructuralismo percibió el mosaicointerrelacionado de entidades sociales de re-giones del altiplano y valles de maneraahistórica (por ejemplo, con elementos dualessiempre presentes en la organización social«andina») y enfatizó las condiciones de frag-mentación social y étnica de la organizaciónsocial de estas entidades (lideradas por caci-ques o «señores») antes y después de la caídadel Estado Tiwanaku, muy de la mano con elesquema de análisis de complejidad social.

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El resultado de esta aplicación acrítica yecléctica de modelos explicativos en la ar-queología de otras regiones del altiplano,valles y oriente de Bolivia fue la exclusióndel desarrollo cultural que pudieran habertenido sociedades «periféricas». Además, elmarco cronológico estableció limitacionesrígidas a interpretaciones alternativas: en élno cabía otro tipo de sociedades que no en-trase en el esquema central. Esta problemá-tica constituye uno de los principales desa-fíos y estímulos en el reciente y cada vez cre-ciente número de investigaciones en regio-nes fuera del núcleo de la cultura Tiwanaku.

Varios individuos precedieron o dieron piea este esfuerzo, como Dick Edgar IbarraGrasso, quién desde la década de 1940 se in-teresó en áreas diferentes al altiplanocircumlacustre (Vignale e Ibarra 1943; Ibarra1953), o Max Portugal Ortíz y su trabajo pio-nero en la región del Río Beni (Portugal 1978;cf. Pinto 2000); sus trabajos, realizados endiferentes regiones de los valles del suraltiplánico y de ceja de montaña, respectiva-mente, inspiraron el interés de otros investiga-dores para intentar una mirada complementa-ria del pasado prehispánico y su diversidadcultural. Desde la realización de la I MesaRedonda de Arqueología Boliviana, organi-zada por Ponce Sanginés, en la cual Ibarra(1957) presentó su artículo sobre las culturasdel sur, y la publicación de la tesis de grado dePortugal (1978)4 las investigaciones realiza-das en el territorio que comprenden los vallesdel centro y sur boliviano y la región orientaldel país se han multiplicado.

En síntesis, el interés de las investigacio-nes arqueológicas en Bolivia ha expandidosu ámbito geográfico; sin dejar de lado laimportancia de sitios como Tiwanaku o elárea central andina ahora ofrecen una lectu-ra alternativa del pasado prehispánico deBolivia. En este sentido la imagen alternati-va está referida a un mosaico social y cultu-ral heterogéneo y complejo que parece habercaracterizado la ocupación de gran parte de

los Andes centrales, valles y tierras bajas deBolivia.

Especialización y dispersión temáticaen la arqueología de BoliviaAunque la «descentralización» de las investi-gaciones arqueológicas en Bolivia en los últi-mos veinte años implicó la revisión del esque-ma teórico empleado en términos prácticos tuvo,más bien, una connotación de geografía y re-gión. Los intentos por cuestionar críticamenteo establecer una separación del esquema tradi-cional evolucionista y procesual son pocos hastaahora; por ejemplo, la atención a áreas«periféricas» con relación al núcleoCircumlacustre implicó una crítica al esquemadominante centro-periferia (Kolata 1993a,1993b; Ponce 1980). Los aportes de las inves-tigaciones llevadas a cabo fuera del núcleoTiwanaku tuvieron origen en varios eventoshistórico-políticos, relacionados principalmen-te al complejo panorama multicultural «re-des-cubierto» por la arqueología de Bolivia(Capriles 2003, e.p.).

Fuera del centro. Hacia el «controlvertical» de la periferia, siguiendo elrumbo de las caravanasLos investigadores que trabajaron fuera deTiwanaku son numerosos y notables, comoRyden (1957), Nordenskïold (Michel et al.1992), Pucher (Lima 2000), y los ya men-cionados Ibarra y Portugal. Sus trabajos lla-maron la atención sobre el diverso mosaicocultural que evidenciaba el material arqueo-lógico; sin embargo, directa o indirectamen-te muchos de ellos se enmarcaron en una pers-pectiva histórico-culturalista y difusionista

4 Hace poco la arqueología boliviana tuvo quelamentar el deceso de Ibarra y Portugal,quienes fallecieron después de una ampliaproducción investigativa (cf. Gisbert 2000;Pinto 2000).

191Dante Angelo

cuyo enfoque enfatizó la influencia ejercidapor Tiwanaku como sociedad-Estado.

Los esfuerzos de enfoque regional inicia-dos, sobre todo, por el Museo Universitariode Cochabamba influyeron en la formaciónde una «arqueología de las áreas periféricas»de Bolivia. El Museo constituyó el bastión«disidente» del centro político-administrati-vo e intelectual que regía la arqueología deBolivia desde La Paz5. Impulsados por Ibarray Geraldine Byrne los miembros del Museode Cochabamba iniciaron investigaciones quetenían un enfoque más localista (Byrne 1975,1981, 1984) y que tocaron tópicos diversosrelacionados con las sociedades tempranasde la región y la presencia Inka, sus redesviales y las principales características en lapoblación de los valles cochabambinos (e.g.,Ibarra 1953; Pereira 1981; Céspedes 1982,1984; Ibarra y Querejazu 1986)6. Sin em-bargo, muchas de las investigaciones queabordaron la temática de «zonas periféricas»tuvieron implícito un carácter centrista.

Las investigaciones en la periferia fue-ron, en cierta forma (o tal vez principalmen-te), influidas por la novedosa interpretaciónde John Murra (1975). La teoría de Murrasobre el «máximo control de pisosecológicos» y la discusión iniciada porRostorowsky (1978; cf. Stanish 1992; Hi-gueras 1996) llevaron a varios arqueólogosa vislumbrar el desarrollo cultural de la re-gión andina como efecto de fenómenos ori-ginados en las tierras altas de los Andes(Kojan 2002); este también fue el caso dequienes plantearon la ocupación de la regióncosteña del norte chileno (Mujica et al. 1983;Berenguer y Daulsberg 1989; Hidalgo et al.1989; Muñoz 1989)7. La interpretaciónetnohistórica de Murra fue el principal so-porte de modelos arqueológicos (e.g.,Browman 1980; Núñez y Dillehay 1995) quepropusieron la existencia de extensas redesde interacción que habrían cubierto el alti-plano y conectado esta región con otras áreasvecinas; esos modelos implicaron la existen-

cia de un núcleo que habría ejercido controlsobre esta red, especialmente durante el pe-ríodo de apogeo del Estado Tiwanaku (ca.600-1000 AD). Browman (1980) señaló quelas redes de caravanas estuvieron vincula-das a la expansión del discurso religioso pro-movido por la elite teocrática del EstadoTiwanakota; su idea fue re-elaborada porKolata (1993a), quién hizo énfasis en el con-trol económico-militar de la región. Núñez yDillehay (1995) plantearon que estas redes,en diferentes escalas y estableciendo núcleosde control rotatorios, habrían existido desdefinales del Holoceno hasta el período de ocu-pación Inka en el altiplano; durante el apo-geo del Estado Tiwanaku el control de estared de tráfico complementario habría sidoejercido por la capital.

A partir de estos trabajos otros investiga-dores tocaron, directa o indirectamente, la te-mática centro-periferia. Rossana Barragán(1994) criticó el uso de este modelo y planteóque es necesario analizar las regiones

5 El conflicto inter-institucional que desatóesta disidencia se extendió hasta la décadade 1990.

6 En la década de 1990 investigadores del Mu-seo de Cochabamba, en un esfuerzo conjuntocon Donald Brockington, llevaron a cabo elproyecto Formativo de los valles deCochabamba que logró establecer una cro-nología de antigüedad similar a la del árealacustre (Pereira et al. 1992; Pereira yBrockington 1993), armada con base en unconsiderable número de fechados. Este pro-yecto fue uno de los primeros que se realizófuera del centro (Tiwanaku) en el que seobtuvieron fechados radiocarbónicos de talmagnitud.

7 Betty Meggers (1971) había planteado quelas culturas de las tierras bajas de la florestatropical eran producto de corrientesmigratorias desde las partes altas. Esta ideaha sido cuestionado por Anna Roosevelt etal. (1996); en Bolivia esta postura crítica fueadoptada por los investigadores en la regióndel Beni (e.g., Michel 1993; Erickson 1995).

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«periféricas» no solamente como archipiéla-gos o “colonias” a los cuales tenían acceso losgrupos de altura. Esta crítica es una clara alu-sión al modelo de control vertical propuestopara las sociedades del altiplano y la regióncircumlacustre y su carácter centrista. Inves-tigadores como Patrice Lecoq y Axel Nielsenhan abordado el tema de las caravanas; suaporte, basado en trabajos etnoarqueológicossiguiendo las rutas caravaneras (Lecoq 1987,comunicación personal; Nielsen 1997-1998,2001), ha sido relevante en la consideraciónde las interpretaciones de movilidad ycaravaneo y han ofrecido una visión másdiversificada y compleja sobre el panoramasocio-geográfico prehispánico de la región surde Bolivia, una de las más descuidadas en tér-minos de investigación arqueológica, y tam-bién respecto de las relaciones de lasinteracciones intersociales que pudieron ocu-rrir. Aunque el estudio de las caravanas consi-dera modelos de complementariedad verticalprovee elementos de crítica que ayudan a des-centrar la perspectiva unidireccional núcleo-colonias para enfocarse más en las relacionesde interacción social y la dinámica culturalque generaron. Higueras (1996), Janusek etal. (1994), Lima (2000), Rivera (1998), Ri-vera et al. (1993), Angelo (1999, 2004) yAngelo y Capriles (2000) han tratado temassimilares delineados siguiendo las propuestasmencionadas y, en algunos casos, haciendore-evaluaciones críticas.

El interior del núcleo «enprofundidad»Varios trabajos realizados en la década de 1970introdujeron avances tecnológicos, comodataciones radiocarbónicas y análisispetrográficos (cf. Ponce y Mogrovejo 1970;Arellano 1974; Avila 1975a, 1975b; Marquézet al. 1975), que ofrecieron nuevas interrogantesy respuestas a los problemas de investigación.El debate que se produjo en la disciplina desde ladécada de 1960 como resultado de la introduc-ción de la Nueva Arqueología y el enfoque

procesualista (Binford 1964, 1967; Watson etal. 1971) en ámbitos académicos de Norte Amé-rica también influyó la práctica de la arqueolo-gía en Bolivia8. Como resultado la imagenmonumentalista y, en cierta forma, fetichista quehabía mostrado hasta ese entonces la arqueolo-gía boliviana fue cambiando paulatinamente,aunque no necesariamente dejando de lado sucarácter colonialista y todavía reforzando la cons-trucción del «otro» prehispánico. Este hecho pro-dujo un giro del usual tratamiento de evidenciasmateriales (antes enfocado en enterramientos,ofertorios y áreas de arquitectura monumentalcomo manifestaciones de poder de grupos de eli-te) hacia otro tipo de vestigios arqueológicos9

que derivó en un mayor énfasis en materialesdomésticos o seculares y temas relacionados conáreas de actividad social o análisis de patronesde asentamientos. Gran parte del corpus teóri-co-metodológico e instrumental tecnológico fuedirigido a la investigación de lo que ya entoncesconstituía el centro dominante, la región centralde los Andes y Tiwanaku10.

Los aportes iniciales en esa línea tocabantemáticas diversas que, en su generalidad, im-plicaban el uso de nuevas técnicas de tratamientodel material arqueológico, tanto en su registrocomo en su análisis. El uso de modelos expli-cativos se combinó con tecnología mássofisticada y las herramientas que la estadísti-ca y matemáticas proveían a los investigadorespara realizar inferencias y explicaciones mássólidas o autoritarias sobre el pasado (Shanks

8 La influencia de los «nuevos arqueólogos»no se manifestó en Bolivia sino hasta la dé-cada de 1980 (principalmente a través dearqueólogos extranjeros), aunque su estu-dio hubiese empezado varios años antes.

9 Véase Portugal (1981, 1998a, 1998b) comoejemplo posterior de este tipo de trabajo.

10 Existen excepciones a esta afirmación. En-tre los trabajos que usaron tecnología depunta en investigaciones fuera del áreaaltiplánica central puede mencionarse elrealizado por Erickson y su equipo bi-na-cional (Erickson et al. 1992; Erickson 1995)basado en arqueología experimental.

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y Tilley 1992). Entre estos ejemplos se puedenmencionar aquellos relacionados con la iden-tificación de fuentes de materia prima, y proce-dencia de recursos, principalmente líticos (e.g.,Marquéz et al. 1975). Casi paralelamente, seproducían aquellos trabajos que, mediante laarqueología experimental y los modelos rela-cionados a la arqueología procesual11, busca-ban ofrecer interpretaciones a la producción deutensilios líticos y óseos (Ponce y Mogrovejo1970; Arellano 1974). Estos aportes fueronretomados más tarde por otros investigadoresque complementaron las problemáticas plan-teadas introduciendo nuevos elementos de aná-lisis teórico. Los estudios sobre producción tec-nológica de cerámica y herramientas líticas rea-lizados por Claudia Rivera (1994) y MartínGiesso (2000) en contextos domésticos deTiwanaku y relativamente fuera de áreas mo-numentales pueden ser considerados como re-sultados de este proceso. Estos trabajos, ade-más de otros que enfatizaban diferentes tópi-cos, fueron desarrollados como parte del pro-yecto auspiciado y asesorado por Alan Kolata(1989, 1993a; Kolata, ed., 1996), de la Uni-versidad de Chicago, que contó con la partici-pación de investigadores bolivianos. Casi almismo tiempo tuvieron lugar los minuciosostrabajos dirigidos por Christine Hastorf (ed.,1999) que aún continúan sus objetivos de largoalcance sobre las ocupaciones formativas de laregión del lago Titicaca; este proyecto usó nue-vas técnicas de registro en excavaciones comola «matriz Harris» y análisis paleoecológicos,palinológicos y etnobotánicos12. WilliamWhitehead y Maria Bruno, afiliados a ese pro-yecto, han realizado el análisis microscópicode quinua y otras especies de plantas (Brunoe.p.; cf. Hastorf 1998; Whitehead 1999). Estosproyectos consideraron en sus diseños de in-vestigación objetivos multidisciplinarios que im-plicaron la participación de botánicos, biólo-gos, geólogos y paleoecólogos (e.g., Kolata1989, 1996; Kolata y Ortloff 1996; Abbott etal. 1997; Hastorf , ed.,1999).

Como resultado de estos proyectos y de otrosen regiones vecinas (Erickson 1987, 1993;Goldstein 1989; Stanish 1992, 1994) la percep-ción y la discusión sobre el Estado Tiwanaku seamplió. La confrontación de diferentes modelosque intentaron explicar el fenómeno Tiwanakumostró la necesidad de una reflexión crítica so-bre los trabajos previos (Kolata 1993a; Erickson1993; Stanish 1994; Albarracín-Jordán 1996a,1997; Kolata, ed., 1996; Kolata y Ortloff 1996,cf. D’Altroy 1997); también se planteó la nece-sidad de observar el «núcleo» no solamente comouna entidad que ejerció influencia sobre la “peri-feria” de manera unidireccional sino que era afec-tado por esta última (Janusek 1994).

A partir del trabajo de John Janusek (1994)el análisis de unidades domésticas apareciócomo una nueva perspectiva sobre las rela-ciones de interacción que tuvieron lugar entreel centro y la periferia13. De esta forma el aná-lisis «en profundidad» no sólo contribuyó a

11 La influencia de los trabajos etnoarqueológicos,muy populares en la arqueología norteameri-cana que siguió la corriente procesual inicia-da por Lewis Binford, fue reforzada por el in-terés de los investigadores que incursionaronen trabajos arqueológicos y que no tenían, ne-cesariamente, una formación académica comoarqueólogos. Aportes significativos como losde Arellano (1974, 1975), Avila (1975a, 1975b)y Ticlla (1991) estuvieron influidos por su for-mación profesional como geólogos.

12 Aunque ya habían sido experimentados conanterioridad su introducción fue relevanteen el tratamiento de problemáticas más es-pecíficas.

13 El interés por los estudios de áreas domésti-cas (households) fue desarrollado anterior-mente por Berman (1989a, 1989b) en la re-gión de Lukurmata. No obstante, el plan-teamiento de Berman estuvo centrado enobservar las relaciones de poder y lainstitucionalidad de Lukurmata con relacióna Tiwanaku. Recientemente Kolata (2003)editó el segundo tomo de su libro sobreTiwanaku, en el cual se presentan nuevosartículos sobre ésta y otras problemáticas.

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ampliar el espectro social de Tiwanaku en tér-minos de diversificación social sino que hizoreferencia a la diversidad social/étnica quehabía permeado el interior del núcleo. Esta yotras contribuciones (e.g., Blom y Janusek e.p.)han promovido el interés por una nueva pers-pectiva e invitado a re-pensar la estereotipadaimagen de centro y periferia a partir de la cualfue definido «el núcleo» (Angelo 2004).

Algunos proyectos internacionales, comoel dirigido por Alan Kolata, definieron rela-ciones de poder y recrearon condiciones deautoridad colonial desde la ciencia ante losescasos profesionales nacionales, relegadosgeneralmente a un rol secundario o incluidoscomo “la voz local o nativa” necesaria paralegitimar la autoridad (Angelo e.p.; cf. Gnecco1999b). Aunque esos proyectos contribuye-ron a la difusión de nuevas tecnologías ydescentraron la idea colonial de un centro do-minante, dejando de lado lo estrictamentemonumental, reforzaron modelos teóricos(como la complejidad social) a través de loscuales se apuntalaron esquemas colonialistasy sus connotaciones políticas en la actualidad.

Durante la década de 1980, cuando granparte de Latino América enfrentaba las con-secuencias de regímenes dictatoriales, la es-casa práctica de la arqueología en Boliviaadoptó aspectos positivistas y empiricistasde la teoría arqueológica como elementos quepretendían ocupar una plataforma científicay objetiva. Como sostiene Hodder (2003:46):

[N]o es sorprendente que el positivis-mo y la arqueología procesualista fue-ran inicialmente atractivas en aque-llos países que habían sufrido proce-sos dictatoriales … En aquellos paí-ses, en períodos históricos específicos,una perspectiva positivista (aliada,muchas veces, al Marxismo o alprocesualismo) ofrecía métodos y pro-cedimientos neutrales, rigurosos ydemocráticos en un contexto social yacadémico que carecía de ellos.

Aunque la corriente procesualista y lainfluencia del pensamiento positivista durantelas décadas de 1980 y 1990 proveyeron unaplataforma de democracia emancipadora fue-ron poco relevantes en Bolivia o en LatinoAmérica, principalmente por su escasos apor-tes en relación con la discusión de aspectossociales o críticos del carácter colonialistade la disciplina o al cuestionamiento de laneutralidad científica como un instrumentodel colonialismo (Oyuela-Caycedo et al.1997; Angelo 2004, ms. 2005; Kojan yAngelo 2004). Este hecho produjo expresio-nes híbridas que tienden a la búsqueda delobjetivismo científico altamente tecnicista y,en menor proporción, a cuestionar principiosepistemológicos u ontológicos y otras consi-deraciones políticas o temáticas que fueronposteriormente abordadas en la agenda post-procesual (cf. Gnecco 1999a; Politis yAlberti, eds., 1999)14.

DiversidadEn el curso de la década de 1990 las investi-gaciones arqueológicas han sido dispersas entemática y regiones. En la zona suroccidentalse llevaron a cabo los trabajos de Lecoq y suscolaboradores (Lecoq 1991, 2001; Lecoq yCéspedes 1997) y de Nielsen y su equipo(Nielsen 1997-1998, 2001a; Nielsen et al.1997); estos investigaciones complementaronlos trabajos iniciales de Arellano y Berberian(1981) y Arellano (1992) y cubren desde en-foques sobre los primeros cazadores yrecolectores hasta el papel del caravaneo y ladiversidad cultural en las ocupaciones del al-tiplano surandino.

En los valles interandinos los trabajos deRivera y asociados en la región de Cinti, inicia-dos a principios de la década de 1990 (Rivera

14 En la misma línea Politis (2003), en su evalua-ción de la arqueología Suramericana, arguyóque las corrientes procesual y post-procesual nohan tenido un efecto real en la práctica de laarqueología en Latino América o, al menos,entre los arqueólogos latinoamericanos.

195Dante Angelo

et al. 1993; Rivera 1998, 2003), continuaronlas discusiones iniciadas en la década de 1950por Ibarra. A ellos se suman los aportes deJanusek y colaboradores (Janusek et al. 1994)y Parsinnën y Siiriänen (1998) en la región deIcla-Pilcomayo, a los cuales siguieron otros nue-vos (Alconini 1998, 2002; Lima 2000; Blom yJanusek e.p.; Blom e.p.). Más al sur se cuentacon los esporádicos tratamientos de Raffino(1992; Raffino et al. 1986) siguiendo el cami-no inkaico, los aportes de Lecoq (2001) sobreocupaciones sedentarias tempranas en la regiónsur de Potosí, el trabajo de Michel (2001) y elequipo interdisciplinario de la UniversidadMayor de San Andrés (Michel et al. 2002) enla región sur altiplánica de Quillacas. Tambiénes necesario mencionar las evaluaciones de áreasprotegidas del sur de Bolivia realizadas porMichel et al. (2001) y las contribuciones al tra-tamiento del arte rupestre por Metfesshel yMetfesshel (1997; cf. Portugal 2001; Strecker2003). A este grupo de trabajos puedo añadiralgunas contribuciones propias y en colabora-ción para la región sur de los valles potosinos(Angelo 1998, 1999, en prensa; Angelo yCapriles 2000).

El trabajo de los investigadores del MuseoArqueológico de la Universidad Mayor de SanSimón en Cochabamba, en el eje central devalles del país, fue combinado con esfuerzosde investigadores extranjeros (e.g., Higueras1996). Este es el caso de algunos de los traba-jos que aún continúan desarrollándose, comoel de Pereira y asociados (Pereira et al. 1992;Pereira y Brockington 1993; Brockington etal., eds., 1995), Vetters y Sanzetenea (1997),Gabelmann (2001) y Muñoz (2002a, 2002b),así como otros en las regiones del valle bajo(Seguencas y el Chapare), el valle alto(Santivañez) y el valle de Inkallajta.

Además de los trabajos enfocados enTiwanaku (Albarracín-Jordán y Matthews1990; Alconini 1993; Janusek 1994;Albarracín-Jordán 1996a, 1996b; Kolata1996; Vranich 1999) el tratamiento del pa-sado del altiplano se vio diversificado en lascontribuciones de Albarracín et al. (1995),

Mohr-Chavez y Chavez (1998), Paz (2000),Lémuz (2001, e.p), Bandy (2001), ademásde Beck y Plaza (e.p.) y Bruno (e.p.), cuyotrabajo está focalizado en el período Forma-tivo de la región aledaña al Lago Titicaca;una temática similar fue abordada porBerman y su equipo (Berman y Estévez 1993,1995; Berman 1995; Rose 2001; cf. Riveraet al. 2001). A esto cabe añadir los aportesrecientes de temáticas tan diferentes comolos análisis simbólicos de Alconini (1995),Bauer y Stanish (2001), Capriles y Flores(2002) y Rendón (1999); los trabajos espe-cializados sobre fibras (Capriles y Flores1999) o semillas de quinua (Bruno en pren-sa); las contribuciones de Condarco y cole-gas (Condarco et al. 2000; Condarco 2003)en el sitio Inka de Paria, Oruro; las actualesinvestigaciones iniciadas por Michel en laregión de Carangas (Michel et al. 2002); ylos trabajos de Blom y Janusek (e.p.; Janusek2001) sobre etnicidad en el pasado.

La realización del I y II Simposios deArqueología Boliviana (1996-2001) y delPrimer Congreso de Arqueología Boliviana(Angelo y Lima, eds., e.p.) abrió espaciosimportantes para la presentación de diversosy nuevos aportes como los análisisetnohistóricos de López (e.p.) en la región deVitichi, Potosí y Rendón y las excavacionesen El Saire, Tarija (Angelo y Lima, e.p.); enesta región, además, se deben incluir los tra-bajos del equipo dirigido por Beatriz Ventu-ra (Beatriz Ventura, comunicación personal)sobre ocupaciones prehispánicas en el sec-tor de la frontera argentino-boliviana.

Finalmente, es necesario hacer un recuen-to de las contribuciones a esta diversidad en laparte oriental del país. Erickson y su equipo(Erickson et al. 1991, 1994; Erickson 1995,2001, 2003), Michel (1993, 1997; Michel yLémuz 1992) y Walker (1997, 1999) hanenfatizado la arqueología de paisajes con re-lación a tecnología agrícola e hidráulica, pre-sentando una nueva lectura de las pampas deMoxos y la parte fronteriza de Bolivia y Bra-

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sil; a ellos se suma el trabajo de Esquerdo(1998) en el Departamento de Santa Cruzcomo parte de las investigaciones en el ga-soducto Bolivia-Brasil y el de Aviles (1998,2001) en la región subtropical (ceja de mon-taña) y en Samaipata, recientemente declara-do patrimonio de la humanidad.

Conclusiones:diversidad y ausenciaA lo largo de la narrativa de este artículo sepueden notar ciertos énfasis, algunas men-ciones y, principalmente, ausencias. Estasdiferencias y estrategias en la elaboración deltexto son intencionales: con ellas pretendoremarcar ciertos aspectos de la práctica dela arqueología en Bolivia. Cuando me refie-ro a diversidad hago alusión a las caracterís-ticas temáticas que recientemente se hanincrementado en el espectro de investigacio-nes, tanto en proyectos locales como extran-jeros, y no una diversidad de enfoques entorno al pasado que, idealmente, tendría queacompañar el reconocimiento de un contex-to cultural diverso (Habermas 1999).

La arqueológica, introducida como partede la ciencia antropológica occidental y la bús-queda y conocimiento de la alteridad (Said1978; Fabian 2002), fue iniciada en Bolivia,de manera similar a otros países latinoameri-canos como Argentina y Brasil (Funari 2000;Politis 2003), por extranjeros y, luego, pornacionales interesados en la presencia del otro,del colonizado (Mamani 1996). La prácticade la arqueología acompañó estrategias y pro-cesos de colonización del otro en su espaciogeográfico y, sobre todo, en el imaginario so-cial. El discurso producido por la arqueologíafue orientado a legitimar estructuras de podera partir del proceso alocrónico de reclusióndel «otro indígena» en el pasado (Fabian2002), produciendo su asimilación o despla-zamiento de la esfera social. En ese sentido laausencia más notoria es la de diferentes acto-res sociales que fueron marginados del proce-

so de producción del discurso histórico. Peseal intenso debate político de las propuestasindigenistas que ha ganado la atención depolitólogos y antropólogos (Mamani 1992;Untoja 1992, 1999; Saavedra 2001) la parti-cipación activa de actores indígenas en elcuestionamiento y crítica del discurso colo-nialista de la arqueología se reduce a pocosejemplos (Rivera 1980; Mamani 1996). Las«minorías»15 todavía permanecen aisladas deldiscurso arqueológico; en muchos casos susmiembros son considerados, históricamente,«ciudadanos invisibles» (Angola 2000:498)16.Los escasos intentos de tratar temáticas comoetnicidad e identidad social (cf. Jones 1997),como es el caso de Capriles (2003, e.p.), man-tienen una imagen conservadora de la disci-plina porque no cuestionan su posesión deldiscurso de autoridad necesario para proveerelementos de identidad a grupos sociales (re-forzando el esencialismo y el paternalismo aca-démico) o discuten etnicidad y pertenenciaétnica desde una perspectiva cultural compa-rativa de corte biologicista (Blom e.p.; Januseky Blom e.p).

Pese a la observación de Barragán (2002)sobre la paulatina inserción de mujeres y laconsecuente «feminización» de la práctica dela arqueología y otras disciplinas de las cien-cias sociales las temáticas sobre género queconsideren aportes teóricos recientes (Gero1994; Meskell 2001; Politis 2003) son pocofrecuentes17. Otra gran ausencia, esta vez te-

15 De acuerdo con el discurso oficial «mino-rías» son los pueblos indígenas y origina-rios y otros grupos que emergieron, recien-temente, a los espacios públicos de la vidapolítica y social de Bolivia.

16 Uno de los casos más evidentes es la siste-mática exclusión histórica de la comunidadafroboliviana, relegada del ámbito discursivo(Angola 2000:499-503).

17 Debo mencionar, sin embargo, los trabajosy aportes de discusión de género hechos poretnohistoriadores (e.g., Arnold, ed., 1997;

197Dante Angelo

mática, es el poco interés en investigacionesrelacionadas con períodos coloniales e histó-ricos18. Como señaló Barragán (2002) sobrelos historiadores de Bolivia este desinterés enel pasado más reciente es un indicador de quetambién los arqueólogos prefieren mantenerla distancia «alocrónica» (Fabian 2002) y laobjetividad frente el pasado, considerado comocompleto e inmóvil (Shanks y Tilley 1992).

El control ideológico y político del pasadomediante el discurso histórico ha dejado de serparte del programa político nacionalista paramostrarse como un discurso competitivo deautoridad académica, hace poco reflejado enlos medios nacionales (Carrillo 2003; Michel2003). La arqueología en Bolivia todavía esuna práctica burguesa que sigue,mayoritariamente, el discurso hegemónicoandrocéntrico repitiendo y legitimando nuevasestructuras de poder a partir de su autoridadsobre el pasado (Shanks y Tilley 1992; Gnecco1999b); en la práctica, y con pocas excepcio-nes, continúa su proceso sistemático de exclu-sión del Otro, al que reconoce como objeto deestudio a través del control de un pasado que esconvertido en bien de consumo u objeto de co-nocimiento. Pese a que algunos proyectos hanaportado a la creación de museos locales (comoen Chiripa y Challapampa) son pocos los queincluyen en sus reportes, de manera explícita,acciones en colaboración con comunidades lo-cales (Erickson 1996; Fernández 2003). Loscasos en los cuales la colaboración entre pro-yectos arqueológicos y comunidades locales sehace evidente remarcan la necesidad de su re-conocimiento político y cultural (Lima 2003a).Muchas de estas colaboraciones estánenmarcadas en las políticas gubernamentalesde reconocimiento de la sociedad bolivianacomo pluricultural y tienden a promover estra-tegias alternativas de desarrollo económico,generalmente vinculadas a una visión de losmateriales arqueológicos como recurso turísti-co aprovechable (Muñoz 2002b; Lima 2003b;Nielsen et al. 2003; Strecker 2003). En pocoscasos, sin embargo, la demanda de este tipo de

estrategias de uso de lo arqueológico como pa-trimonio local provienen y son directamenteaprovechadas por las comunidades (Lima2003a; Nielsen et al. 2003); en algunos otrosla aplicación de estrategias de desarrollo alter-nativo ha generado conflicto entre los gruposlocales y los objetivos de los proyectos de in-vestigación o conservación (Lima 2003b). Así,todavía pocos arqueólogos responden a los in-tereses de las comunidades con las cuales tra-bajan sin el sentido paternalista que, general-mente, enmarca las colaboraciones con comu-nidades locales (Stanish y Kusimba 1996).

Es necesario discutir críticamente las pro-puestas de desarrollo alternativo conparámetros dictados por organismos inter-nacionales bajo rótulos de conservación derecursos culturales (y naturales) o con estra-tegias de desarrollo económico basadas enla explotación de recursos patrimoniales (ge-neralmente nacionales) que refuerzan prác-ticas de exclusión de los grupos locales(Mamani 1996). De lo contrario la arqueo-logía corre el riesgo de seguir siendo un ins-trumento que facilita la incorporación o asi-

Medinaceli 2001). La mayoría de estos tra-bajos todavía se enmarca en la afirmaciónde las particularidades y relaciones de gé-nero desde la perspectiva de las dicotomíasnaturaleza-cultura y hombre-mujer (ver, sinembargo, Rosing 1997); estas dicotomíashan sido cuestionadas por exponentes de lacorriente feminista de la tercera generación(Haraway 1988, 1991; Butler 1990). El tra-tamiento de estas perspectivas teóricas enarqueología puede verse en Meskell (1998)y Schmidt y Voss (2001).

18 La excepción son los recientes trabajos deinvestigación en Potosí y los sitios aledañosa la antigua capital minera de la colonia es-pañola que lleva a cabo el equipo de MaryVan Buren, como la elaboración de secuen-cias tipológicas y el establecimiento de losprocesos de producción e importación de lacerámica colonial usada durante los siglosXVII-XIX (Ludwing Cayo, comunicaciónpersonal, 2003).

198 Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 1(2):185-211, 2005

milación de perspectivas alternativas de iden-tidad cultural al discurso oficial en un marcoconciliador neo-liberal planteado en térmi-nos de legalidad, ciencia, modernidad y de-sarrollo que reconoce ciertas pautas demulticulturalidad pero desconoce el derechofundamental de participación y ciudadaníade aquellos considerados como diversos (Hale2002). Por esa razón los practicantes y acto-res de la arqueología boliviana deben asumirun rol de responsabilidad y posicionalidaden el contexto social actual. El potencial sub-versivo del pasado (Tilley 1998) no reside,necesariamente, en la actualización de losaportes teóricos que todavía importamos des-de los centros de producción de conocimien-to sino en la aproximación reflexiva a nues-tro entorno social y su problemática. Lasfalencias y virtudes de la arqueología boli-viana del siglo XX necesitan ser evaluadas yreadecuadas de acuerdo con la complejidady diversidad cultural del contexto social enel cual se practica la disciplina; las ausen-cias que han empezado a llenarse con el pau-latino interés en descentrar núcleos y discur-sos hegemónicos deben seguir siendo atendi-das asumiendo responsabilidad histórica conel presente.

AgradecimientosEste artículo es una versión algo más deta-llada, en términos de discusión de los dife-rentes aportes de investigación, de la ponen-cia presentada en el V Congreso Mundial deArqueología (World ArchaeologicalCongress, WAC5) realizado en Washingtonen junio del 2003 y titulada Bolivianarchaeology: looking towards diversity andpostcolonialism; allí Kodzo Gavua, NickShepperd, y Sven Ouzman, entre otros, pro-veyeron aportes a la discusión. Este trabajose benefició de los comentarios de SoniaAlconini, Pilar Lima y Claudia Rivera. Con-versaciones con Carlos Lémuz, ChristineHastorf y José Capriles fueron igualmenteprovechosas para poder articular esta revi-sión. Agradezco a Javier Escalante y Eduar-do Pareja, de la Dirección Nacional de Ar-queología de La Paz, por permitirme el ac-ceso al banco de datos de esta institución.También agradezco los comentarios de PattyAyala y dos revisores anónimos de Arqueo-logía Suramericana; finalmente agradezco aAngela Macías por brindar su aporte críticoa los borradores y a Cristobal Gnecco, quienasumió el reto de acondicionar el texto parasu publicación. No obstante, todo error uomisión es de mi entera responsabilidad.

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GENERAL JOSÉ VIERA COUTO DE MAGALHÃES:ARQUEOLOGIA E COLÔNIAS MILITARES

Lúcio Menezes FerreiraBolsista FAPESP. Núcleo de Estudos Estratégicos/Unicamp

“Qual é o melhor caminho para se formar uma idéiadeste gigante de país?

- Eu por mim – disse Nando – acho que para se pegar oespírito do Brasil e as raízes de sua vocação no mundo oroteiro seria outro. Pouquíssimos brasileiros o fazem edaí a confusão em que vivemos. Eu considero a ida aocentro do Brasil, onde vivem os índios em estadoselvagem, mais importante, muito mais importante doque conhecer o Rio ou São Paulo”.

Callado (1984:19).

“parece-me que um dos principais papéis do intelectualna esfera pública de hoje é funcionar como uma espéciede memória coletiva: lembrar o que foi esquecido ouignorado, fazer conexões, contextualizar e generalizar apartir do que aparece como “verdade” definitiva nosjornais ou na televisão, o fragmento, a história isolada,e ligá-los aos processos mais amplos que podem terproduzido a situação de que estamos falando”

Said (2001:251).

Este artigo analisa as pesquisas arqueológicas e antropológicas de José Vieira Couto de Magalhãescomo parte de um processo mais amplo de construção de uma identidade nacional brasileira e deuma política colonial.

Este artículo analiza las investigaciones arqueológicas y antropológicas de José Vieira Couto deMagalhães como parte de un proceso más amplio de construcción de una identidad nacionalbrasileña y de una política colonial.

This paper aims at analyzing the archaeological and anthropological studies by of the José VieiraCouto de Magalhães as a constitutive element of the nation-building process and the colonial policy.

213Lúcio Menezes Ferreira

O “século da história” teve obsessão pelotempo. Leis da termodinâmica. Domesticaçãodos calendários (Le Goff 1992). A taxa damais-valia extraída do tempo de mais-trabalho, da jornada fabril cadenciada porcronômetros (Marx 1996). Nas humanida-des, busca ontológica à origem dos Estadosque nasciam ou renasciam, ao ethos dos Es-tados nacionais. Os Estados modernos, plan-tados pelos nacionalismos, conheceram nacultura histórica e nas regras da erudiçãocientífica o meio propício para se colher ereunir, no préstito retilíneo do tempo, os fru-tos simbólicos das nações. A história e aarqueologia, adquirindo foros decientificidade e recém ingressas nas univer-sidades, comprometeram-se com o projetomais vasto das elites de forjar os Estados, depostá-los na trajetória evolutiva do tempo,de inseri-los na triunfal história universal dascivilizações.

Os Estados nacionais, legitimadoscientificamente pela história e pelaarqueologia1, estavam cercados, contudo, porlimites tanto móveis quanto estreitos. Fixideze abertura. Espaço externo e espaço interno.Sabia-se de antemão que, para contar ahistória de um Estado e de sua nação, eraimperioso subsumir-se a uma cartografia, auma geopolítica. Mas sabia-se também queas fronteiras, e talvez daí advenha um dosdiletos temas da historiografia oitocentista,poderiam expandir-se pelas manobras daguerra. Pelo domínio de outros povos e deseus territórios. Pela ação infrene, porémcalculista e calculada, do Imperialismo. Àobsessão pelo tempo vem acrescer-se,portanto, a obsessão pelo espaço. O impe-rialismo e o nacionalismo reataram o nó pro-fundo do tempo com o espaço. Rearticularamas lições da milenar história do espaço quevão, como diria Koyré (1979), do universofechado de Aristóteles ao universo infinitode Galileu. Escrever a história dos Estadosimplicava em demarcá-los desde suas raízesperdidas na opacidade da pré-história até a

luminosidade do tempo presente, emcircunscrevê-los num espaço restrito que,entretanto, alargar-se-ia indefinidamente pelaguerra, abrir-se-ia em redes de ligaçõestransoceânicas pela conquista de outrospovos e territórios.

A arqueologia oitocentista, talvez mais doque a história, obsedou-se pelo tempo e peloespaço. Tanto pelo nacionalismo quanto peloimperialismo. Numa espécie de transportegenealógico, coube-lhe retroceder à origemlongínqüa das nações, escrever uma históriagenética dos Estados, contar a história dasmemórias longas, abreviando-as emconceitos monísticos – cultura, raça ecivilização. Sua metodologia, as análises denatureza tipológica e técnica da cultura ma-terial, libertou a cronologia das exclusivasamarras da filologia, fornecendo respostasàs interrogações acerca de uma identidadenacional em construção no presente, remon-tando a ocupação dos territórios nacionaisna linhagem retrospectiva de umaancestralidade anciã.

Assim, na Dinamarca, Christian JürgensenThomsen (1788-1865) estipulou datações re-lativas com base na seriação de artefatos: asidades da pedra, do bronze e do ferro. A Dina-marca ganha, com a teoria das três idades deThomsen, uma horizontalidade temporal,metaforizada em alegoria psicobiológica – ainfância da Idade da Pedra, a adolescência doBronze e a maturidade do Ferro. Não importaque, vez por outra, artefatos de pedra ou bronzese encontrem em sítios majoritariamentecompostos por artefatos de ferro: a idade psi-cológica da maturidade prevalece, os

1 As interpretações que se seguem sobre aArqueologia oitocentista, suas proposiçõessobre a Pré-História e relações com o nacio-nalismo e o imperialismo, consideram ostrabalhos de Díaz-Andreu (2003), Díaz-Andreu e Champion (1996), Malina eVasicek (1997), MacGuirre (1992), Meskell(2001), Patterson (1997), Robertshaw(1990) e Trigger (1990).

214 Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 1(2):212-226, 2005

testemunhos contam o amadurecer de um Es-tado evoluído, recompõem os espaços e tempospassados e se fundem na robustez do presentecivilizado da Dinamarca.

A arqueologia, pois, perscrutoutemporalidades horizontais e aprofundou-asna verticalidade das escavações. Ora, se ageologia examina a superposição estruturaldas camadas do espaço, se a paleontologia ea nascente biologia dissecam asconfigurações primitivas, se elas, em conjun-to, destrinçam a evolução da natureza, porsua vez a aqueologia, tomando como vetorprivilegiado o estudo da cultura material,escava os tempos paleolíticos para deslindara evolução do homem. Assim, após asescavações do francês Boucher de Perthes(1788-1868), a arqueologia criva os estratosdos sítios arqueológicos com enunciadosevolucionistas. Torna-se, cada vez mais, umaarqueologia do espaço. Passa a combinar,num processo que se inicia na Europa e nosEstados Unidos em meados de 1850, e seconcretiza definitivamente no final do séculoXIX, a leitura das estratigrafias verticais coma leitura horizontal dos sítios arqueológicos,observando-se a distribuição dos vestígiosantrópicos nos solos de ocupação. Aarqueologia revolve os sítios arqueológicos,por meio de cruzamentos horizontais everticais, afim de compreendê-los em suasestratificações geológicas e arqueológicas.

O que lhe possibilitou um certo número detécnicas analíticas. Primo, permitiu-lhe fixaruma cronologia relativa, porquanto osvestígios, encravados em depósitos geológicos,grafavam um calendário passível de cálculo.Permitiu-lhe ainda, por meio de comparaçõesfilológicas, de sítios arqueológicos e da cultu-ra material, ordenar grupos raciais e culturais,traçar paralelos normativos entre etnias,línguas e territórios, mapear rotas deimigração. Permitiu-lhe, por fim, visualizarempiricamente as unidades sociológicas de umsítio arqueológico, interpretá-las e compará-las para medir-se as diferenças biológicas e

culturais entre o passado e o presente, mensu-rar-se a distância temporal que separava ohomem civilizado do homem primitivo.

Os instrumentos de medição daarqueologia, pois, perfizeram números polí-ticos, dividendos imperiais. A arqueologia,uma das protagonistas da empresa imperia-lista, forneceu, em meio às escavações noscinco continentes, as medidas necessárias quemostraram aos civilizados as reduzidasdimensões do homem primitivo, suainteligência curta, seu diminuto tirocínio. Ainterpretação da pré-história refletia o pre-sente, o presente recapitulava o passado – osfósseis das raças recuperados nas escavaçõesespelhavam a fossilização do presente dohomem primitivo, seu congelamento nahistória, sua imobilidade e suspensão notempo. A antropotecnia do homem primitivodescambou num racismo que legitimou aspolíticas imperiais, a dominação ou oetnocídio das «raças inferiores».

No Brasil monárquico essa arqueologia doespaço teve como lídimo representante o ge-neral José Vieira Couto de Magalhães (1837-1898), cuja obra, nos projetos políticos queencerra e na idéia de Brasil que erige, permi-te-nos dialogar com o nosso presente.

Espaços abertosJosé Vieira Couto de Magalhães, formadopela Faculdade de Direito de São Paulo egeneral do Exército Imperial, exerceu diver-sos cargos políticos2. Sem querer, equivoca-damente, firmar mútuas e determinantesrelações de dependência entre a vida e asintenções do autor (La Capra 1985:83), ofato é que seus textos arqueológicos eantropológicos resultaram de experiências econtatos diretos com os indígenas. O generalCouto de Magalhães, barão de Corumbá,

2 Para outras interpretações da obra de Coutode Magalhães, Cf. Maria Helena T. P. Ma-chado (1997), Lilia M. Schwarcz (1998:376-377) e John M. Monteiro (1996).

215Lúcio Menezes Ferreira

presidiu, entre 1863 e 1868, as fronteiriçasprovíncias de Goiás, Pará e Mato Grosso, oque lhe facultou a oportunidade de convivercom grupos indígenas, escavar sítios arqueo-lógicos, fazer pesquisas antropológicas elingüísticas. Ademais, como intelectualassociado ao Instituto Histórico e Geográfi-co Brasileiro (IHGB), onde suas obras eramlidas e comentadas3, o barão antropólogoconhecia as pesquisas antropológicas e ar-queológicas desenvolvidas no Brasil, tantoas realizadas pelo IHGB, quanto aquelasproduzidas, a partir de 1876, pelo MuseuNacional4. Couto de Magalhães, portanto,dialoga com uma gama de pesquisas inicia-das, em 1838, com a fundação do IHGB.

Pesquisas que, tendo como suporteinstituições diretamente vinculadas ao Estado,visavam, para lembrarmos Gramsci, a cons-truir hegemonias político-culturais. Ora, desdeos trabalhos de Adorno, Benjamim, Foucault eDerrida, para mencionar os nomes mais óbvios,temos uma clara percepção dos mecanismosde regulação e força por que a hegemonia cul-tural se produz e reproduz, impingindo, atémesmo à poesia, a forma da mercadoria e dastécnicas de governo. É neste viés que aarqueologia e a antropologia, no IHGB e noMuseu Nacional, fizeram uma hermenêuticacartográfica e cultural do Brasil. Destinou-se-lhes a observação da cultura material e doscostumes indígenas no sentido de lê-los comosignos de civilização, em seu potencial paracompor-se uma identidade nacional coroada porculturas elaboradas. Observava-se a culturamaterial indígena, também, como uma espéciede cetro primitivo, como coroa arcaica a pontuaros limites geopolíticos do Império, como mar-cos científicos a fixar as fronteiras nacionais.Por fim, nesta tarefa hermenêutica, coube àsdisciplinas uma função colonialista. Escrutar oindígena em seus graus de civilização ouprimitividade equivalia a selecioná-lo earregimentá-lo como mão-de-obra sucedâneaaos braços escravos: quanto mais civilizado,melhor operário seria um indígena.

A arqueologia e a antropologia não agiamisoladas nesta faina colonialista. Os discursoscientíficos – como nos mostram os críticos pós-saussurianos (Deleuze e Guattari 1980:13;Pêcheux 1990:148) – se tecem em redesepistemológicas e se ligam a modos diversosde codificação. Assim, articulando-se à histórianatural e à geografia, a arqueologia eantropologia, em meio às viagens científicas,propulsaram as molas de uma economia polí-tica. Integraram um conjunto de olhares quepercorreram o território nacional, registran-do, a par e passo, seus recursos naturais, osmeios de produção e as forças produtivas dosínvios sertões. Ambas ancoraram-se numageoestratégia. Reservou-se-lhes a função dedar conteúdo manifesto à abstrata idéia deBrasil, margear suas fronteiras e invocar aancianidade de sua ocupação, interiorizar acivilização e civilizar as populações indíge-nas. Haver-se com os indígenas, tomá-loscomo objeto de discurso, confluía naformulação de projetos de colonização doterritório nacional e de uma política deidentidade para a jovem nação brasileira.

3 Cf. 4a Sessão em 25 de julho de 1873.RIHGB, (36): 563, 1873; 5a Sessão em 7 dejunho de 1876. RIHGB, (39): 377-86, 1876;8a Sessão em 18 de agosto de 1876. RIHGB,(39): 400, 1876. Couto de Magalhãesocupou, em alguns anos, cargos na Seçãode Arqueologia e Etnografia do IHGB. Cf.Sessão da Assembléia Geral em 20 desetembro de 1873. RIHGB, (36): 608, 1873;Sessão da Assembléia Geral em 21 dedezembro de 1874. RIHGB, (37): 450, 1874;Sessão da Assembléia Geral em 21 dedezembro de 1875. RIHGB, (38): 385, 1875;Sessão da Assembléia Geral em 21 dedezembro de 1876. RIHGB, (39): 462, 1876.

4 Sobre a Arqueologia Imperial, CF. Piñón(2000) e os trabalhos de Langer (2000; 2001;2003). Sobre as interpretações que seseguem, Cf. Ferreira (1999; 2001a; 2001b;2003a; 2003b).

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Arqueologia e geoestratégia. Equaçãocujos valores se adicionam na obra de Coutode Magalhães. Assim, seu artigo Ensaio deantropologia, publicado pelo IHGB em1873, foi reescrito, a pedido do imperadorD. Pedro II, para figurar na Exposição In-ternacional da Filadélfia, em 1876. Surgiu,então, O selvagem (1935), livro timbradocom os estatutos da ciência e da política, querepresentaria o Brasil frente às nações civili-zadas da Europa e da América do Norte,dando-lhes uma imagem e um texto, umavisibilidade e uma dizibilidade sobre o país eos seus nativos. Livro que abre e constituiespaços, desbrava e coloniza sertões,palmilhando porções do território brasileiroque muitos, mesmo entre as elites do país,desconheciam.

Como bom evolucionista o generalantropólogo esquadrinha, primeiro, a origemda formação racial da população brasileira.Refaz retrospectivamente os caminhos deuma rota de imigração primordial, desloca-se por entre continentes em busca de matrizesbiológicas. Assim, ele concluiu que ahumanidade se escalonou evolutivamente emquatro raças: a primeira na ordem de criaçãoseria a negra, que apareceu no fim da épocaterciária; a segunda, a «raça amarela»;depois, a «raça vermelha»; por fim, após essagradação qualitativa de cores, surge a «raçabranca», ápice da evolução (1935:49-50). A«raça vermelha» não seria, comoargumentaram Batista Lacerda (1876:65) eFerreira Pena (1877:62), um produto do soloamericano, mas sim uma raça de imigrantes,povos vindos da Ásia, que no seu longopercurso atravessaram os chapadões dosAndes, estabelecendo-se, posteriormente, noBrasil (1935:51).

Para Couto de Magalhães os «selvagens»chegaram ao Brasil depois que transpuseram,em imigrações sucessivas, o primeiro perío-do da civilização, a Idade da Pedra Lascada(1935:71). Uma raça instalada, portanto, nosegundo degrau da evolução, na Idade da

Pedra Polida. Daí inexistirem, nos sítios ar-queológicos do Pará e do Mato Grosso, oumesmo classificados no Museu Nacional,instrumentos de pedra lascada (1935:70); daí,também, os «selvagens» do Brasil deteremos rudimentos da agricultura e algumasintuições de química – adubagem do solo,extração de princípios das plantas para amedicina e a alimentação. Para Couto deMagalhães, os indígenas haviam saído dainfância intelectual, conheciam aspropriedades industriais e culinárias do fogo;contudo, não fundiam metais, nem tampoucoeram pastores, porquanto seu nível tecnoló-gico estava adstrito a uma fase estrita daevolução humana: a Idade da Pedra Polida.Os indígenas, particularmente os Tupis,seriam semi-civilizados (1935:56-77).

Couto de Magalhães chegou a essaclassificação valendo-se, também, dos apor-tes da filologia comparada. Para ele os indí-genas, no intercurso das imigrações pela ÁsiaCentral, enquanto desbravejavam estepes eflorestas, cumpriram cruzamentos com«raças arianas», pois radicais e estruturasgramaticais do sânscrito se insinuam, modi-ficados, no Quíchua. Para o barãoantropólogo, tais cruzamentos foramprovidenciais, sofisticaram a língua e a cul-tura Tupi. Povos, sem dúvida, semi-civiliza-dos. Povos muito primitivos, imersos na Erada Pedra Lascada, não expandiriam umalíngua, o Tupi, por tamanha amplidão geo-gráfica, desde o Amazonas até o Paraguai;não realizariam a maior diáspora lingüísticada Terra (1935:88-95).

E Couto de Magalhães, neste passo, avançapelas veredas da antiga marcha imigratória dosTupis, identificando-lhes as marcas palpáveis,escavando os testemunhos por eles erguidos nasmatas brasileiras. Nas províncias de MatoGrosso, Pará e Amazonas, Couto de Magalhãeslocalizou vestígios de aterros, construções pla-nificadas acima do nível do solo, habitaçõeselevadas cuja finalidade, segundo ele, era a devencer as enchentes periódicas. Construíram-

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se, com efeito, «pequenos mediterrâneos»amazônicos em meio às estações de chuva.Pequenas ilhas artificiais, muitas das quais re-presentando jacarés, onde, nas camadasgeológicas mais antigas, se acham urnasfunerárias grosseiras, enquanto que, em con-traste, nos seus níveis superiores e médios,aparecem artefatos cerâmicos refinados. Nahorizontalidade dos aterros, os vestígioscerâmicos, espalhados nos solos de ocupação,revelariam, segundo Couto de Magalhães, umaverticalidade ascendente.

Uma civilização crescente, a galgar eta-pas evolutivas. Para Couto de Magalhães,esses aterros seriam contemporâneos dopovoamento destas regiões, haveria nelesestratigrafias de diferentes fases de civilizaçãoe primitividade, fisionomias de estados evo-lutivos se esboçariam em suas camadas,perfis de momentos diferenciados deocupação do «solo brasileiro» (1935:71-73).Eles seriam, ao lado de um «forte circular deterra» na Ilha de Marajó, os únicos monu-mentos indígenas do Brasil (1935:78). Assim,argumenta Couto de Magalhães, projeto vãoseria buscar-se, como queria Karl P. vonMartius (1794-1868) (1844:392-395) e seaventurara, às expensas do IHGB, o CônegoBenigno José de Carvalho e Cunha (1789-1849), grandes monumentos à sombra dasflorestas brasileiras (1935:79).

Mas quando se deu o povoamento doBrasil? Como calculá-lo com o concurso deartefatos arqueológicos? Para Couto deMagalhães, os períodos geológicos a quecorrespondem, no Brasil, os vestígios huma-nos, não são muito antigos, como postularaseu coetâneo Emmanuel Liais (1826-1900),que em seu Climats, geologie, faune etgeographie botanique du Brésil (1872), dissetê-los encontrado em depósitos calcáriosquaternários de várias regiões. Couto deMagalhães sabia, obviamente, que CharlesDarwin (1809) e Charles Lyell (1795-1875),ao validarem, na Europa, as pesquisas ar-queológicas sobre a antigüidade do homem,

refutaram a proposição de Georges Cuvier(1769-1832), segundo a qual não haveriafósseis humanos em estratos geológicosantigos (1935:79). Mas, no Brasil, lamentaCouto de Magalhães, os artefatos e fósseisestão de permeio a jazidas calcáreasrevolvidas, sendo impossível, portanto, de-terminar-lhes, irrefutavelmente, a idade(1935:80).

Ainda assim, Couto de Magalhãescalculou que o povoamento do Brasil, con-forme pode averiguar-se pelos artefatos plas-mados nas estratigrafias dos aterrosamazônicos, ocorreu há cem mil anos atrás(1935:82), e não há três mil, como propug-nara Peter W. Lund (1801-1880) (Lund 1842,1844, 1845, 1950). De todo modo, adverte obarão antropólogo, para fundar-se umacronologia mais segura do povoamento pri-mitivo do Brasil, seria preciso coligir maistestemunhos arqueológicos, tornar mais ri-cas as coleções do Museu Nacional; reunirurnas funerárias, crânios e cerâmicas, e ol-vidar as famosas e controversas múmiasegípcias expostas nos nobres gabinetes dainstituição (1935:107).

Os indígenas, portanto, têm um passadosemi-civilizado e, como tal, possuem, «nosdias de hoje», uma certa perícia artística eindustrial. Como o naturalista e arqueólogoinglês John Lubbock (1843-1913), Couto deMagalhães pensava que os indígenas nãodegeneraram, não involuíram pela açãodeletéria dos trópicos e da miscigenação.Discordava, pois, dos outros intelectuaisorgânicos do Império, os quais,consensualmente, percebiam os indígenas emprocesso de franca e irreversível degeneração– conceito que, desde Buffon, perpassou aHistória Natural e a Antropologia (Blanckaert1993), sendo suficientemente influente paraingressar, até meados do século XX, naPsicologia e Biologia modernas (Gould1981). Assim, o barão antropólogo pensavaque os indígenas poderiam evoluir, sair daIdade da Pedra Polida. Diluídos nos «atuais»

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cruzamentos que se processaram e seprocessam no Brasil, resultaram no caipira,no caboré e no gaúcho. Cruzamentos benéfi-cos e revigoradores geraram, sempre deacordo com Couto de Magalhães, raçasfortes, propícias para trabalhar nos trópicos(1935:134).

Couto de Magalhães, depois de trilhar umespaço colonizado por uma «raça vermelha»com laivos caucasianos, semi-civilização dadiáspora lingüística, após autenticar um ates-tado de nascimento para o Brasil, planejagrades e liames cerrados. Projeta uma novacolonização: mais caucasiana e menosvermelha.

Espaços fechadosSeguindo as proposições de Armand deQuatrefages (1810-1982), Couto deMagalhães afirma que a mestiçagem nãodegenera a raça (1935:134). Deve-se, pois,compactuar com os indígenas, integrá-los àpopulação brasileira, aproveitá-los parainteriorizar a civilização Imperial. Estavontade de catequizar os indígenas, decivilizá-los, de filtrar-lhes o sangue e infundi-lo nas veias de uma nova raça, foi firmada,pelo Barão antropólogo, já no seu romanceOs guianáses (1902). Neste romanceambientado na São Paulo do século XVI, hánão só um mito de fundação da cidadepaulista, mas também a heroificação do índio,a celebração da ação catequizadora dosjesuítas, a deploração da escravização indí-gena conduzida pelos colonizadores. Pane-gírico da ação catequética, lamento daalteridade míope que enxergou o índio semalma e acorrentado.

Um projeto geoestratégico claramentedefinido, contudo, surgiu em 1875, naMemória sobre as colônias militares,nacionais e indígenas (1875). O ex-presi-dente das províncias do Pará, Mato Grossoe Goiás, neste texto, disserta sobre o recémprojeto de reformulação das colônias mili-

tares – Lei 2.277 de 24 de maio de 1873 –que «caíram em ruína» durante a guerra doParaguai (1875:5). Para reestruturá-las,Couto de Magalhães, ele mesmo um funda-dor de Presídios e colônias militares naregião do Araguaia, propôs que se lhesconsagrassem dois fins: o primeiro, militar,seria o de garantir as comunicações entreas províncias do Império; proteger aspopulações das regiões interiores dos ata-ques e ameaças dos «selvagens»; o segun-do, econômico, seria o de promover aocupação dos terrenos despovoados, aindústria das terras centrais, a riqueza e oprogresso da nação (1875:3). As colôniasmilitares, subordinadas aos Ministérios daGuerra e da Agricultura, favoreceriam aconcentração de população nos pontos queinteressavam à defesa e à economia do país(1875:6-18). Economia política dasColônias Militares: povoar o solo,interiorizar a civilização, assegurar aintegridade física do Estado.

Trocando em miúdos, para o general Coutode Magalhães, os presídios e colônias milita-res impediriam que os espanhóis adulterassemos limites das fronteiras nacionais;bloqueariam as «excursões dos selvagens con-tra nossa população»; criariam núcleos depopulação ao longo dos sertões, justamentenos locais estratégicos para ligar o «centro dogoverno» às «extremidades do Império»(1875:14). Núcleos de populaçãomajoritariamente formados por indígenas,pelos herdeiros vivos das raças semi-civiliza-das, que evoluiriam se soldados intérpretes,convocados pelo Ministério da Guerra, seinfiltrassem pelos sertões, ao lado de um mé-dico e de um padre, para civilizá-los. Para suanova peça colonial, Couto de Magalhãesreativa, portanto, velhos personagens das po-líticas indigenistas do Brasil colônial. O mé-dico e o padre, envergando, agora, os figurinose papéis higienizadores do oitocentos, seriamos curadores da saúde do corpo e da alma in-dígenas; por sua vez, o outro protagonista não

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seria mais o bandeirante, mas o soldado falantedo Tupi, que arrebanharia as populações in-dígenas para os limites estreitos das colôniasmilitares, para dentro de seus muros – o sol-dado intérprete, seduzindo pelo verbo,conduziria, como bom pastor, os indígenaspara as mãos civilizadoras dos médicos e pa-dres (1875:45-47).

Somente assim o povoamento e acivilização do interior iniciar-se-iam. Aspopulações indígenas aprenderiam, se setivesse paciência, o português, como já iaacontecendo no Colégio Santa Isabel, fun-dado, em 1871, pelo próprio Couto deMagalhães. Indígenas falando o portuguêsseria vantajoso, «de um incalculável resulta-do para o futuro», para a unidade política eterritorial do Brasil, sobretudo nas esquivasfronteiras do Amapá, do Equador, Venezue-la, Peru e Paraguai (1875:49). Os indígenascomo escolhos de fronteiras. Couto deMagalhães sabia, por experiência própria, oquanto o arco e a flecha indígenas podiamtorná-las menos friáveis e impermeáveis.Durante a Guerra do Paraguai, ele presidia aProvíncia de Mato Grosso; pôde testemunhar,assim, a participação, ao lado da tropabrasileira, dos Guatós, Terenas e Kadiwéusno conflito. Ensinar-lhes os rudimentos doportuguês, pois, garantiria a hegemonia te-rritorial do país frente aos caprichos da gue-rra, perante as ameaças das repúblicas lati-no-americanas.

Não se deve, portanto, escravizar os in-dígenas; pode-se, contudo, colonizá-los, uti-lizando-se, prioritariamente, o Exército, amesma instituição que eles integraram paradeter o avanço paraguaio. Pode promover-se um colonialismo interno. E, àqueles queponderam «que não se coloniza com oexército», Couto de Magalhães lhes pede paraolhar «as experiências inglesas na Índia, asdos russos na Ásia e as dos franceses naArgélia» (1875:12). Espelhando-se nascolônias européias do ultramar, o Impériobrasileiro deveria construir estradas de ferro

nos sertões, deslizar com velozes vagões pe-los desertos do Brasil (1875:14).

Essa linha tática do pensamentogeoestratégico de Couto de Magalhães con-tinua a ser sublinhada em O selvagem. Parao General antropólogo, o Brasil não poderiaguiar-se pelos exemplos da Argentina, Chi-le, Peru e Bolívia, que por descurarem deseus «selvagens», desperdiçaram enormes re-cursos com a mobilização de exércitos paracontê-los em seus «furiosos ataques»(1935:8); nem tampouco seguir a política deextermínio dos Estados Unidos (the goodIndian was the dead Indian) (1935:9). Talfoi a tarefa a que se entregou o Generalantropólogo: evitar o imposto do sangue in-dígena como tributo para o povoamento dointerior do Brasil.

Assim, ele explicita os principais objeti-vos de uma boa política colonial. Em primeirolugar, o de conquistar duas terças partes doterritório brasileiro, que não podiam aindaser pacificamente povoados devido àpresença dos indígenas e, deste modo,assegurar as fronteiras com as bacias dosRios Prata, Amazonas, Negro e Branco. Poroutra, assegurar a ocupação de fronteirasvitais para a unidade física e política doImpério e, por conseguinte, abrir estradaspara as comunicações com o Peru, a Bolíviae as Guianas francesa e holandesa (1935:23-35). Concentrados nas colônias militares, osindígenas ajudariam a povoar o territórionacional e, num futuro próximo, o Brasilestaria ligado por estradas de ferro, desde oAmazonas ao Rio de Janeiro; pautar-se-ia,nas palavras de Couto de Magalhães, um «Tcolossal», um T vincado por vias férreas: alinha horizontal cortaria o sentido longitudinalnordeste-norte, e a linha vertical o sentidonorte-sul (1935:208).

Em segundo lugar, os indígenas, civiliza-dos por meio do soldado, do médico e domissionário, representariam, sempre deacordo com o general antropólogo, mais deum milhão de braços aclimatados e úteis às

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indústrias agropecuárias, extrativas e detransportes. Os braços indígenas seriam osmais adequados para interiorizar acivilização, a única raça apta para povoar asterras virgens da nação, prepará-las para afutura chegada dos imigrantes estrangeiros.Concentrados nas colônias militares do nor-te do Brasil, do Amazonas, do Pará eTocantins, a «raça indígena» seria apredecessora natural da «raça branca», aimigração de colonos estrangeiros, aprincípio, serviria somente para as terras jáhabitadas pela civilização Imperial, isto é, olitoral brasileiro. Habitar o norte povoá-lo etrabalhá-lo com os indígenas, os semeadoresda civilização nos territórios inóspitos e«selvagens». Germinados e frutificados ospreceitos de civilização, restaria misturar osangue indígena ao sangue do colonoestrangeiro, miscigená-los e, num novotempero racial, fortalecer a disposiçãocongênita da futura mão-de-obra operária doBrasil (1935:23-35).

Do norte viria uma raça forte, perseveran-te e trabalhadora. Afinal, argumenta Coutode Magalhães, não se pode esperar que a «raçabranca» conserve «sua superioridade semesses cruzamentos providenciais» (1935:137).Do contrário, como nas cidades litorâneas doBrasil, os brancos que acorrerem para o nortegerarão apenas descendentes «magros enervosos» (1935:137). Se cedo ou tarde osindígenas, por uma «lei de seleção natural»,desaparecerão, «devemos» ser previdentes,«confundindo parte de seu sangue com o nosso,comunicando-nos as imunidades necessáriaspara resistirmos à ação deletéria do climaintertropical que predomina no Brasil»(1935:137). Assim, em breve, uma população,antes de tudo forte, brava filha da civilizaçãodas selvas, herdeira robustecida do herói I-Juca-Pirama, «descendo do norte»,revigoraria, nas palavras de Euclides da Cunha(1982:81) os «mestiços raquíticos eneurastênicos do litoral».

O selvagem é justamente um preparatóriopara a efetivação das colônias militares, paraa conquista pacífica do território nacional, paraa reconfiguração biológica da populaçãobrasileira. É um grande «manual» a ser lidopelos soldados, médicos e padres queinteriorizariam a civilização imperial. Daí adivisão da obra. A segunda parte contém umCurso de língua geral dos indígenas, o Tupi,por meio do qual criar-se-ia um corpo de sol-dados intérpretes, no-los capacitando para oscontatos a serem realizados com os selvagensa fim de trazê-los para as colônias militares,ensinar-lhes o português, a ler e a escrever,ministrar-lhes adequadamente os ofícios. Oaprendizado do Tupi, portanto, serviria tantopara as técnicas de persuasão, encantar osíndios para o convívio civilizador nas colôniasmilitares, quanto para as técnicas disciplinares,domesticar os índios por meio do trabalho eda leitura, amansá-los através da pedagogiada agropecuária, da oficina e da escola. Aprimeira parte, por sua vez, fornece aos sol-dados, médicos e padres colonizadores, o uni-verso cultural dos indígenas, sua origem, for-mas e cultos religiosos, os grupos quedominam a agricultura e o fogo e os que nãodominam, relações de parentesco, lendas emitologias. Em suma, a pedagogia necessáriaao comércio de uma alteridade vantajosa, quefacilitaria os contatos, ensinando aos solda-dos, médicos e missionários, o como e o porquê dos comportamentos indígenas, suaperfectibilidade, suas inclinações morais epsicológicas.

Outros espaçosO general antropólogo faz, pois, uma

topografia do Brasil, abrindo e fechandoespaços. Alarga-os no tempo, inventa(invenção, na dupla acepção de descoberta econstrução) um Brasil fincando-lhe marcospré-históricos, rastreando-lhe até atingir aprimeira expansão lingüística e cultural dedominação de seu solo, expansão imperial

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cujos herdeiros seriam a atual elite política damonarquia. Um Brasil agora delimitado, emseus centros e adjacências, longe da sede dopoder imperial, mais exatamente nas distânciasdo Norte, por monumentos arqueológicos. Opresente de um país continental pede umpassado monumental. Os monumentosamazônicos, aterros visíveis em seus contor-nos de jacaré, esteariam arqueologicamenteas demarcações geopolíticas do Império. A pré-história Tupi, cujos vestígios se encontramesparsos do norte ao sul, atesta a antigüidadedo Brasil, granjeia o direito de governar, apartir dos palácios do litoral carioca, as flo-restas amazônicas, os rincões desertos (deser-to, como antítese de civilização) do Brasil.

E não se pode fazê-lo sem cerrar osespaços, sem cercá-los com novos monumen-tos, não mais aterros em forma de jacarés, mascolônias e presídios militares. Conquanto semi-civilizados, os indígenas, concentrados entreos muros das colônias militares, falando oportuguês, formariam núcleos de povoamentono país, núcleos de colonização que, uma vezassentes nas linhas táticas de um grande «T»,uniriam o rio da Prata ao Amazonas, riscariamna carta do império, com o carvão das marias-fumaça, os ângulos das longitudes e latitudesdo país. O Brasil não será o Chile do Atlântico.Para tanto, há que povoá-lo, interiorizar acivilização e planejar a colonização doterritório nacional. Se no passado a sonoridadedo Tupi se fez dominante nas florestasamazônicas, eis que agora a roda da História,impulsionada por um colonialismo interno,guardará da língua Tupi somente substanti-vos e toponímicos, substituindo-a, no Norte,pela língua-mãe, a língua de Camões. Umanova diáspora lingüística e cultural apagaráheterogeneidades lingüísticas em nome dahomogeneidade político-territorial do Império.Couto de Magalhães imagina a utopia gran-diosa da integração nacional, tão acalentada,posteriormente, pelas elites intelectuais e po-líticas republicanas e pela ditadura militar.

Desde a Independência, as elites políticasviram o Brasil menos como sociedade, e maiscomo território a ser governado – geografia aser conquistada, onde as populações seriamelementos de um processo colonizador e ex-pansivo (Moraes 2002). Elementos, igualmen-te, de práticas de administração «científica»das hereditariedades, concebidas, pode-se dizê-lo, décadas antes do naturalista e geógrafoFrancis Galton (1822-1911), em 1883, tê-lasconceituado com o neologismo eugenia (eu:bem; genus: geração) (Carol 1995:20). Dapena de Vieira Couto, assim, surge um projetoeugênico de regeneração da populaçãobrasileira. As colônias militares foraminvestidas não apenas por objetivoseconômicos e geoestratégicos, mas tambémpor biológicos e hereditários.

Soldados intérpretes, médicos emissionários cuidariam não só da educaçãoe do trabalho, orientariam não somente a dis-ciplina do corpo. Travava-se também de pro-mover, para nos valermos de um conceito deFoucault (1994), uma biopolítica, uma polí-tica de regulamentação que, mediante meca-nismos globais, alvejasse a populaçãobrasileira, maximizando-a em suas forças,transfigurando-lhe a genética, revigorando-a para a colonização das terras intertropicais.Cercados entre os muros das colônias mili-tares, a população indígena, massa compac-ta e hereditariamente fortalecida, seria a re-serva biológica para os futuros cruzamentoscom os «brancos» imigrantes, para a criaçãode uma metarraça brasileira. Uma populaçãonacional regenerada, futura mão-de-obraoperária das terras centrais e do Norte dopaís. As colônias militares, submetidas aosMinistérios da Agricultura e da Guerra,seriam campos de trabalho e laboratóriospara projetos eugênicos, locais onde seaceleraria a economia e a evoluçãobrasileiras. Numa palavra, seriam núcleos debiocolonização. A região norte, tábula rasado território nacional, página branca a serescrita com a doutrina da civilização,

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superfície a ser preenchida por políticas depurificação da «raça» brasileira.

A obra de José Vieira Couto de Magalhães,como se vê, erige uma idéia de Brasil quepossibilita diálogos possíveis com o nosso pre-sente. Assim, o Brasil oficial de hoje aindaconcebe a soberania nacional nas fronteiras donorte como um problema militar e policial.Estipula-se como uma das prioridades máxi-mas da atual Polícia Federal o combate à criaçãode um Estado indígena na Amazônia legal5. Emcontrapartida o exército brasileiro define suasrelações com as comunidades indígenasamazônicas, conforme se postula na PortariaNo. 20 de 2 de abril de 2003, como uma formade manter a estratégia de presença «brasileira»na região. Ora, a Portaria resultou de debatesentre organizações indígenas e o exércitobrasileiro, iniciados em setembro de 2001, du-rante a conferência sobre o racismo, em Durban,África do Sul, e retomados, em 2002, no âmbitodo Conselho Nacional de Combate àDiscriminação do Ministério da Justiça. Osdebates prosseguiram, batizados como Diálo-gos de Manaus, em novembro de 2002 efevereiro de 2003, na sede do Comando Mili-tar da Amazônia. O que nem o exércitobrasileiro, nem as organizações indígenasimaginaram, contudo, é que a Portaria reativariavelhos poderes tutelares, na melhor tradição daArqueologia militarizada de Couto deMagalhães6: a prerrogativa de institucionalizaro ensino público, cuidar da saúde e dasinstalações das populações indígenas; aexigência de soldados especialistas, queaprendam, nas Escolas de Formação eAperfeiçoamento do Exército, assuntos relati-vos à legislação indigenista em suas interaçõescom a demarcação de terras e com a soberanianacional; a programação de estágios comantropólogos que ensinem aos soldados espe-cialistas as especificidades culturais dos gru-pos indígenas locais, preparando-os, como pre-conizara Couto de Magalhães, para os contatosa serem efetuados em nome do exército7.

Tem-se a impressão, ao caminhar-se pe-los espaços abertos e fechados do generalantropólogo, de que o Brasil, de algum modo,sempre se recusa a ser definido; ou, então,que só se consegue defini-lo por meio daquiloque tradicionalmente se excluiu. Por meio dacompreensão de que, durante o Império, umsaber, como a arqueologia, tenha visto o in-dígena através de lentes racistas, como ele-mento propício a ser transformado pelotrabalho em colônias militares, favorável àregeneração genética da população brasileira,entendemos como, ainda hoje, somos umaNação cuja identidade, nos meios oficiais ena grande mídia, se quer «branca»; ou que,em contrapartida, se entrega simplesmente àdança da celebração das «diferenças» nagrande festa da «democracia racial» – umafetichização que tem por única funçãoreforçar as «diferenças» para recolocá-lasno seu devido lugar hierárquico; umaespetacularização da «alteridade» que ocorreindependentemente da política e da História,que ignora os processos de colonialismo in-terno que cindiram – e ainda cindem – as«diferenças», como diria Fanon (1979), emunidades estanques e fechadas, apartando-as geograficamente em zonas periféricas.

5 Cf. Folha de São Paulo. Cotidiano, janeirode 2003, p. 1

6 Tal tradição poderia ser classificada comosertanista. Para uma crítica desta e outrastradições indigenistas como saberes admi-nistrativos, Cf. Antonio Carlos de SouzaLima (2002).

7 Tais estágios para ministrar cursos para sol-dados do Exército instaurariam todo umconjunto de relações do antropólogo com ospoderes do Estado e as sociedades indíge-nas. O que, sem dúvida, requereria umareflexão sobre a prática antropológica e opapel dos antropólogos como agentes dedemandas políticas muito específicas, aoestilo da realizada por João Pacheco deOliveira (2002) sobre o antropólogo comoperito dos laudos judiciais de demarcaçãode terras indígenas.

223Lúcio Menezes Ferreira

Ainda somos uma nação que tem tabupelo passado, que legitima suas distâncias eexclusões sociais em nome de um projeto de«modernidade» sempre voltado para o futu-ro. Lugar onde, utopia continuamente reno-vada, nossa «plasticidade social», paralembrarmos Sérgio Buarque de Holanda(1994), não mais rejeitará suas profundasclivagens, nossa «democracia racial» final-mente vingará, acrescentará à nossatolerância entre «raças» uma melhorigualdade jurídica e econômica – agora pla-nificada pela Secretaria Especial de Políti-cas e Promoção da Igualdade Racial, peloMinistério da Integração Nacional e peloComando Militar da Amazônia.

A história e a arqueologia, contudo, sãomemorialistas profissionais, existem paralembrar o que preferiríamos esquecer e eli-dir. A história e a arqueologia, sobretudoquando se reportam à fabricação de identi-dades, são sempre políticas (Veit 1989:55;Bernal 1994:123; Hobsbawm 1995:311;Hingley 2000:20; Funari 2003). Elas podemconfrontar o racismo imperante em certasleituras de identidades nacionais (Mullins1989:189), ainda que ele esteja sub-reptício,ainda que seja mascarado em estereótipos.Lembrar a arqueologia militarizada de Coutode Magalhães, portanto, implica não se re-petir no presente republicano, com variações,

políticas indigenistas do passado imperial;implica pensar uma identidade nacional quenão prime pela mordaça, pelo silêncio dosconteúdos históricos que possam feri-la; im-plica, por fim, instaurar um diálogo perma-nente entre o presente e passado, a mostrar-nos que as identidades, longe de seremautotélicas, são feitas de conflitos e táticaspolíticas, de fertilizações cruzadas e partilhas(Gilroy 2000). Arquitetar outros espaços paranossa identidade nacional e práticas culturaisnão requer uma nova coalescência do Bra-sil, não requer a identificação automática aelos primordiais e a refundição, numa novafôrma ontológica, de nossas diferenças, massim diálogos do presente com o passado enegociações para o futuro. Sem temor dosconflitos que necessariamente advirão.

AgradecimentosÀ FAPESP e ao Núcleo de Estudos Estraté-gicos/Unicamp, pelo apoio às minhas pes-quisas. Sou o responsável, obviamente, pe-las idéias aqui apresentadas, contudo, algunscolegas e amigos ajudaram-me a melhorá-las, criticando a versão original destetrabalho: Margarita Díaz-Andreu, MariaAmália de Almeida Cunha, Marili Bassini,Pedro Paulo Abreu Funari, Alejandro Ha-ber, Fábio A. Hering, Francisco Noelli e JoséAlberione dos Reis.

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Em 1972 Gerardo Reichel-Dolmatoff (Salzburgo, 1912 - Bogotá, 1994) publicou O motivofelino na escultura pré-histórica de San Agustín em um volume editado por Elizabeth Bensonsobre o culto ao felino na América pré-colombiana (The cult of the feline, Dumbarton Oaks,Washington). Este texto singular, que explora a conexão entre o simbolismo dos grupos indíge-nas atuais da América tropical e a iconografia das estatuas de pedra de uma zona arqueológicada Colômbia sul-ocidental, rompeu com uma larga tradição na arqueologia regional e, quiçá,continental: a ruptura da continuidade histórica nativa exercida pelo discurso disciplinar atravésda negação ou ignorância deliberada dos vínculos simbólicos existentes entre as sociedadespré-hispânicas e contemporâneas de lugares específicos. Este texto inaugura a seção LeiturasRecuperadas que a revista dedicará para publicar obras clássicas da arqueologia sul-america-na ainda não traduzidas ao espanhol ou português ou longa e injustamente esquecidas. Publica-se a tradução deste artigo com autorização de Dumbarton Oaks.

LECTURAS RECUPERADAS/LEITURAS RECUPERADAS

Las representaciones de felinos son un rasgocomún de la arqueología colombiana y apa-recen en muchos contextos culturales distin-

tos con posiciones cronológicas que cubrenvarios periodos. El motivo felino se encuen-tra en casi todas las regiones del país, en va-

EL MOTIVO FELINO EN LA ESCULTURAPREHISTÓRICA DE SAN AGUSTÍN

Gerardo Reichel-Dolmatoff(Traducción de Cristóbal Gnecco)

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rias etapas de elaboración y en materialesdiferentes, desde simples modelos en arcillahasta complicadas vasijas cerámicas, desdepequeñas figurinas de piedra hasta estatuasgigantescas, y desde tallas en madera o con-cha hasta intrincadas fundiciones en oro.

Las representaciones de felinos más es-pectaculares se encuentran en San Agustín,en las cabeceras del río Magdalena; he esco-gido esta área arqueológica como punto focalde mi discusión1. Probablemente San Agustíncontiene el número más grande de grandesestatuas de piedra encontrado en cualquiercontexto prehistórico en el hemisferio occi-dental. Estas estatuas, que se encuentran enlas partes más altas de la lomas y en las lade-ras de las montañas, parecen haber tenidouna variedad de funciones: algunas fueronmonumentos públicos localizados en luga-res prominentes, mientras otras tuvieron uncarácter funerario exclusivo y fueron ente-rradas con los muertos en cámaras subterrá-neas construidas con grandes lajas de piedray cubiertas con montículos de tierra. Las es-culturas pueden ser clasificadas en variascategorías: grandes estatuas talladas en lajasredondeadas; cabezas aisladas; tallas en can-tos rodados; tallas en afloramientos; y pe-queñas figuras con forma de percha. Lasmarcadas divergencias estilísticas hacen muydifícil establecer categorías en forma y ex-presión.

El esquema para la representación de for-mas corporales era, básicamente, el mismo enesculturas tridimensionales y en tallas en re-lieve. Un tronco con lados casi rectos y gran-des hombros cuadrados está coronado por unacabeza enorme; los brazos delgados y planoscuelgan o están doblados rígidamente en loscodos; las manos agarran algunos objetos condedos sin articulaciones o, simplemente, seencuentran encima del pecho, vacías y en unapose rígida. La parte baja del cuerpo (los piesy las piernas) está escasamente esquematizada.Debido a los hombros levantados la figuraparece inclinarse levemente hacia delante. Por

lo demás, el cuerpo no expresa movimiento oemoción. En la cara, la boca seria y los ojosgrandes se concentra toda la fuerza expresi-va; el cuerpo parece ser sólo una base, un pe-destal destinado a sostener la cabeza, la caraen forma de máscara que es el verdadero cen-tro de la escultura.

Un gran porcentaje de las esculturas deSan Agustín tiene rasgos felinos; a esta cate-goría dedicaré mi atención. Unas pocas esta-tuas representan un jaguar bastante natura-lista en posición acurrucada, pero en la ma-yoría de los casos las estatuas muestran unacombinación de rasgos humanos y felinos,un ser monstruoso mitad humano, mitad ja-guar. Las esculturas tienen un cuerpo muycomprimido con una gran cabeza; la uniónde estas características representa una cria-tura con colmillos con forma de felino ru-giente. La intención del escultor al represen-tar esta criatura fue, obviamente, menos con-vertir un jaguar en una persona que una per-sona en un jaguar. Sin importar su distorsióno compresión el cuerpo es, esencialmente, uncuerpo humano; los brazos terminan en de-dos, no en garras, y las piernas (a pesar de locortas) son humanas. Incluso los ojos y lasorejas son humanas, aunque los primerosvarían y a veces tienen una inclinación simi-lar a la de los gatos. La corta nariz aplanadacon aletas anchas, aunque desproporcionada,es más humana que animal y también lo sonlas lineas profundamente marcadas que,usualmente, separan la boca de los pómulos.Conceptualmente estos rasgos son humanosaunque estén grotescamente deformados; sinembargo, debido a su exageración se combi-nan fácilmente con la boca bestial en una ate-rradora cara no humana. Con la excepciónde dos o tres representaciones naturalistasde jaguares los rasgos felinos en el arte deSan Agustín consisten, exclusivamente, debocas con colmillos.

1 Sobre San Agustín véanse Preuss (1929),Pérez de Barradas (1943) y Duque (1964).

229Lecturas Recuperadas / Leituras Recuperadas

Es difícil encontrar correlaciones signifi-cativas entre las representaciones escultóricasdel jaguar-monstruo de San Agustín y cier-tos rasgos menores que las acompañan. Unaestatua lleva una serpiente enrollada, otra unpescado y otras sostienen en sus manos ob-jetos sin identificar; no hay un patrón fijo ylos atributos claramente diagnósticos pare-cen estar ausentes. Los elementos decorati-vos que adornan las estatuas no son frecuen-tes y, cuando existen, no muestran caracte-rísticas recurrentes. No es posible asociar eljaguar-monstruo con sitios, altares, montí-culos o habitaciones particulares. Las esta-tuas con motivos felinos se encuentran entodos estos contextos, ceremoniales y domés-ticos; en enterramientos, cerca de basurerosy en sitios de vivienda. A ello debemos agre-gar que las investigaciones arqueológicas enSan Agustín no han avanzado suficientementepara fechar con precisión estas tallas de pie-dra*. Las marcadas diferencias en forma,expresión y técnica pueden atribuirse a dife-rencias temporales pero aún no es posibleordenar las principales categorías de escul-turas en una secuencia que indique los desa-rrollos cronológicos e iconográficos del mo-tivo felino. La fecha radiocarbónica más tem-prana es del siglo VI AC, pero la evidenciadisponible sugiere que los desarrollos loca-les comenzaron antes, de manera que las es-culturas pueden haber sido hechas a lo largode varios siglos pero no es posible decir máspor el momento.

El problema de la interpretación, enton-ces, es difícil. La arqueología todavía no pro-vee un marco de etapas de desarrollo quepermita ubicar el motivo felino a través deltiempo y el análisis estilístico no parece ofre-cer un conjunto bien definido de criteriosiconográficos que ayude a interpretar el sig-nificado de ciertas categorías de tallas de pie-dra. No creo que, en el caso de San Agustín,la comparación estilística de detallesescultóricos con representaciones felinas deMesoamérica y los Andes Centrales consti-

tuiría un ejercicio productivo; en las dos áreasde alta cultura al norte y sur de Colombia elmotivo del jaguar atravesó —especialmentedurante los periodos Clásico y Post-Clási-co— un desarrollo mucho más complejo queentre las culturas menos avanzadas del ÁreaIntermedia donde el motivo presentó carac-terísticas más simples y fundamentales. Estapuede ser una ventaja porque hay menos va-riantes y ramificaciones y estamos, quizás,más cerca de las fuentes originales de laimaginería del jaguar. Sin embargo, bajo lascircunstancias que he señalado cualquier in-tento de interpretación en términos estricta-mente arqueológicos se ve seriamente limi-tado por la falta de secuencias cronológicasy unidades contextuales. Mas bien trataré deexaminar algunas ideas generales subyacen-tes que, me parece, son muy extendidas, pro-fundamente enraizadas y posiblemente sig-nificativas para mi investigación; al hacerlorecurriré frecuentemente a las analogíasetnográficas2.

Como punto de partida arqueológico usa-ré un grupo de tallas en piedra de San Agustínque parecen ser de interés especial. Me refie-ro a algunas esculturas que muestran un ja-guar en el acto de someter una figura máspequeña que representa un ser humano. Hastahace menos de un año sólo se conocía unaescultura de este tipo, conocida en la litera-tura como «grupo del mono»; este nombrefue introducido hace unos 50 años por Preuss,quien interpretó la figura principal como unmono debido a la cola enrollada que recuer-da las colas prensiles de los simios del Nue-vo Mundo. Preuss pensó que la esculturarepresentaba un animal adulto con su cría

* Nota del traductor: las investigaciones rea-lizadas en las dos últimas décadas han fe-chado la estatuaria agustiniana en el perio-do llamado Clásico Regional, es decir, en elprimer milenio de nuestra era (cf. Drennan2000).

2 Véase Furst (1968), cuyo trabajo es de inte-rés especial para esta discusión.

230 Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 1(2):227-238, 2005

(Preuss 1929, Tomo II, Planchas 8.3-4, 9.1-2). Un nuevo examen de esta talla, sin em-bargo, no confirma esta interpretación; pa-rece, más bien, que se trata de un jaguarcopulando con una mujer. De hecho, la ca-beza ancha y el hocico no son de mono y lapostura de las figuras no corresponde a lamanera como los monos cargan a sus crías.Además, recientemente se ha encontrado otraescultura similar que muestra, sin ningunaduda, un jaguar sometiendo una figura hu-mana que tiene marcadas características fe-meninas; el jaguar agarra la figura de un niñoque yace a lo largo de la espalda de la figurafemenina. El detalle más significativo es lacola enrollada en espiral del animal, indican-do que la interpretación de Preuss fue equi-vocada porque este tipo de cola correspondea un jaguar3.

Podemos hablar, entonces, de tres cate-gorías básicas de esculturas felinas en SanAgustín: una en la cual un jaguar bastanterealista ataca una mujer; otra en la cual unhombre adquiere atributos felinos y se trans-forma, parcialmente, en un jaguar grotes-co; y una más en la cual un jaguar-humanose combina con otros seres monstruosos,como en las estatuas llamadas alter ego quemuestran una figura secundaria fantásticaacurrucada sobre la espalda y hombros deun jaguar-humano parado. En cualquiercaso, la bestia felina siempre se muestraasociada de manera cercana a figuras hu-manas; esta asociación constituye un temacentral de un antiguo sistema de creenciasaborigen que encuentra expresión concretaen estas esculturas.

Para discutir este sistema de creencias mereferiré, brevemente, a la cultura Olmeca.Entre los monumentos de piedra de PotreroNuevo, en Veracruz, Matthew Stirling encon-tró una escultura que describió como un ja-guar copulando con una mujer. Stirling es-cribió: «El episodio representado debió serun rasgo importante de la mitología Olmeca.Es particularmente importante si considera-

mos la representación frecuente de figurasparte humanas y parte jaguares en el arteOlmeca» (Stirling 1955:19-20). El paralelocon las esculturas de San Agustín es asom-broso porque las tallas de piedra Olmeca sonuna equivalencia virtualmente exacta de lastallas de San Agustín que muestran un ja-guar sometiendo una mujer. La similitud, porsupuesto, no se refiere a semejanzasestilísticas sino a un tema común, la idea deun felino poderoso que entra en una relacióndirecta con un miembro de la especie huma-na, estableciendo un lazo que conduce, even-tualmente, a una asociación cercana y per-manente de carácter sagrado o, por lo me-nos, sobrenatural. Debemos buscar otrosparalelos de esta clase y considerar la natu-raleza de esta relación humano-animal.

Cerca a San Agustín, en la región deTierradentro, viven varios cientos de indíge-nas Páez*, una tribu Chibcha-hablante queconserva muchos rasgos del antiguo sistemade creencias. Este cuerpo de tradiciones vi-vas es de especial interés para esta discusióndada la proximidad de esta tribu al área deSan Agustín. De acuerdo con la mitologíaPáez en los inicios del tiempo una mujer jo-ven fue atacada y violada por un jaguar; deesta unión nació el niño-trueno, quien crecióhasta llegar a ser un héroe cultural impor-tante, eventualmente retirado en una lagunadonde su espíritu continúa viviendo. El true-no es el tema central de todos los mitos Páezy está estrechamente asociado con el jaguar-espíritu, el concepto de fertilidad y el

3 Las representaciones de jaguares con colasenrolladas en espiral son frecuentes en lastallas de madera de los indígenasamazónicos.

* Nota del traductor: Reichel usó el términoPáez para designar a los habitantes indíge-nas de Tierradentro, como era corriente enesa época. Desde hace varios años, sin em-bargo, los Paeces empezaron a auto-desig-narse como Nasa.

231Lecturas Recuperadas / Leituras Recuperadas

chamánismo. Los futuros chamanes recibendel trueno la llamada sobrenatural que loslleva a dedicarse a su oficio; el aprendizajese realiza cerca a una laguna, acompañadopor experiencias alucinógenas. Un chamánPáez se puede convertir en trueno y loschamanes malévolos se pueden convertir enjaguares para hacer daño a otros individuos.

De acuerdo con la mitología Páez este true-no-jaguar original tuvo muchos hijos con ras-gos felinos y humanos que, ocasionalmente,se manifestaban de una manera milagrosa paraconvertirse en los ayudantes de los chamanes.Estos truenos-niños son pequeñas criaturasmuy voraces y cada uno tiene varias sirvien-tas femeninas, mujeres jóvenes que matan albeber su sangre y leche cuando crecen. Cuan-do estos truenos-niños aparecen en la visióndel chamán despliegan ostentosamente sus ór-ganos sexuales; una vez que crecen robanmujeres y las llevan a sus lugares de habita-ción en el fondo de las lagunas (Otero 1952;Bernal 1953, 1954; Nachtigall 1955).

Este complejo de ideas, en un lugar tancercano a San Agustín, adquiere especial sig-nificación y provee un cuerpo de informa-ción desde el cual es posible seguir nuevaslíneas de indagación. En primer lugar, esnotable que el mito de creación Páez descri-ba tan claramente el tema que mencioné alhablar de los paralelos entre la escultura deSan Agustín y los Olmecas, es decir, la vio-lación de una mujer indígena por un jaguar yel origen de una nueva raza. Este tema esfrecuente en la mitología y la tradición de losindígenas colombianos. Por ejemplo, algu-nos de los antiguos grupos Chibcha de lastierras altas decían descender de jefes legen-darios y chamanes de origen jaguar(Piedrahita 1881:24; Lehmann 1920:50-51).Los Caribes de las llanuras del Orinoco en elsiglo XVIII trazaban su descendencia de ja-guares míticos (Gumilla 1955: 83); tambiénlo hacen algunos grupos contemporáneos deindígenas semi-nómadas que todavía atacanasentamientos Guahibo (Reichel-Dolmatoff

1944). Los mitos de los indígenas Kogi de laSierra Nevada de Santa Marta hablan de ja-guares creados al principio de los tiempos yde sus descendientes, la gente-jaguar, al mis-mo tiempo los ancestros directos de los ac-tuales Kogi (Reichel-Dolmatoff 1950, 1951).Varios grupos Tukano de la Amazonianoroccidental en Colombia también reclamandescendencia de jaguares míticos, lo mismoque un gran número de tribus de la regióndel Caquetá-Putumayo.

El hecho notable es que no todos los indí-genas establecen su origen del jaguar; mu-chas tribus, sobre todo Arawak, Choco yMakú reclaman descendencia de otros ani-males o de árboles, cuevas o rocas y temen aquienes dicen descender del jaguar. Los indí-genas Arawak, Saliva y Guahibo del Orinocovivían aterrorizados de los «Caribe-Jagua-res» (Reichel-Dolmatoff 1944:488; Gumilla1955:83) y los actuales Noanamá y Emberade las tierras bajas del Pacífico todavía ha-blan con miedo de una raza de enemigos concara de jaguar que los atacaban y a quienesidentifican con sus vecinos del norte, losCuna. Este es, justamente, el punto: los indí-genas descendientes del jaguar vivían (y enalgunos casos todavía viven) en estrechaproximidad de quienes no descienden de ja-guares; los descendientes del jaguar eran te-midos, sobre todo, porque secuestraban lasmujeres de la gente no jaguar. Es significati-vo señalar que, de acuerdo con la mitologíaPáez que he mencionado, el jaguar que asal-tó a la niña y se convirtió en el progenitor deuna nueva raza fue un indígena Pijao trans-formado, miembro de una tribu con origenjaguar que todavía en el siglo XVII haciaincursiones contra sus vecinos Páez (Simon1892,V:228).

Tal y como se expresa en el mito y la tradi-ción el peligro personificado en el jaguar —sercomido o devorado— es, fundamentalmente,el peligro del asalto sexual y del secuestro delas mujeres. Parece probable que la oposiciónentre jaguar y no jaguar, que figura de mane-

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ra prominente en muchas tradiciones aboríge-nes, se refiere en su esencia a un principio sub-yacente de relaciones exogámicas. Muchosmitos de creación son, básicamente, narracio-nes de las consecuencias y la naturaleza de unacto sexual primordial incestuoso en el casodel origen de los seres humanos en generalpero explícitamente exogámico en el caso deorígenes sociales específicos, como cuando sehabla del origen o genealogía de un linaje, clano fratría. En la mitología indígena colombia-na el jaguar no es nunca el progenitor de lahumanidad en su conjunto sino sólo de ciertosgrupos, mientras otros grupos complementa-rios establecen sus orígenes de otros princi-pios generativos.

En este contexto amplio de la dicotomíabásica jaguar/no jaguar generalmente apa-recen otras subdivisiones complementariassimilares dentro de la misma unidad tribal.Entre los indígenas de la Sierra Nevada, porejemplo, quienes reclaman descendencia deljaguar, existe un clan jaguar y un clan pumacuyos miembros hombres tienen que casarsecon mujeres de los clanes venado y pecaríque son intrínsecamente femeninos porqueconstituyen el alimento natural de las dosespecies felinas (Reichel-Dolmatoff1950:168-192). Una situación similar pre-valece en las tribus Tukano del NO del Ama-zonas, entre quienes la reciprocidadexogámica se expresa, frecuentemente, en ladefinición de fratrías intrínsecamente «mas-culinas» y «femeninas». El principio estruc-tural es el mismo: el grupo «masculino» esparte de la esencia jaguar mientras el grupo«femenino» es «comido» por los jaguares.Sugiero que los mitos y cuentos en los cualesun jaguar secuestra una mujer y se casa conella o la devora deben ser ocasionalmenteinterpretados como relaciones y preceptos dereglas de matrimonio exogámico.

La división jaguar/no jaguar a veces seexpresa en términos territoriales. En la Sie-rra Nevada se dice que algunas regiones olugares fueron poblados por «Gente Jaguar»;

los indígenas actuales pueden vivir allí sólodespués de que se ha realizado un ritual depurificación. Toda la península de la Guajirafue antes territorio jaguar y sólo pudo serpoblada por los indígenas Arawak Guajirodespués de que su héroe cultural expulsó alas bestias (Hernández de Alba 1936:61-62).En varias regiones (Sierra Nevada, LlanosOrientales) el simple hecho de cruzar un «te-rritorio jaguar» tradicional puede causar en-fermedades al viajero y se cree que los obje-tos sacados de esa región están contamina-dos por los poderes malignos de los jagua-res. Muchos sitios arqueológicos en territo-rio Páez todavía son temidos por esta razónpor los indígenas de la región, quienes losatribuyen a los antiguos «Pijao-Jaguares».En las tierras bajas del Pacífico los indíge-nas señalan ríos que fueron los limites delavance de la Gente Jaguar que los atacabaen tiempos antiguos.

Antes de continuar y para establecer unmarco tentativo de referencia conceptual debopreguntar qué significa exactamente el jaguaren este contexto. En términos zoológicos eljaguar impresiona a los indígenas de las sel-vas tropicales que conozco, no tanto porquees poderoso, rápido o, quizás, físicamentepeligroso para el cazador sino, más bien,porque puede ser fácilmente asociado confuerzas vitales que actúan sobre la sociedad.El rasgo distintivo más característico es queel jaguar es, de lejos, el carnívoro más gran-de del trópico americano y su alimentacióndepende, casi exclusivamente, de herbívoros;estos últimos tienen un amplio rango de ali-mentos, mientras los felinos son animalesespecializados que dependen, enteramente, dela carne de sus presas que, debo señalar, sonlos mismos animales que cazan los seres hu-manos. Esta distinción es esencial porqueprovee un modelo para la sociedad. El ja-guar debe atacar para sobrevivir; la astuciay fiereza ávida de sangre de su naturalezapredadora son considerados por los indíge-nas como una actitud esencialmente mascu-

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lina opuesta a la actitud pasiva y temerosade los herbívoros que, por lo tanto, adquie-ren un carácter marcadamente femenino. Losindígenas también señalan que el jaguar esun gran cazador y que esta actividad implicaun fuerte elemento erótico; el acto de cazarse asimila a una forma de cortejar los anima-les de caza (Reichel-Dolmatoff 1968:169-170). El felino se considera, entonces, unmacho en busca de la hembra, un animaldevorador que personifica un principio ener-gético vital en la naturaleza.

Existen, entonces, dos aspectos diferen-tes, pero relacionados, del jaguar. Como unpoder simbólico general con fuertes asocia-ciones de fertilidad masculina el jaguar es unconcepto básico muy antiguo, mientras quecomo símbolo de la exogamia parece habersufrido una elaboración específica en los pa-trones de incursiones entre cazadores nóma-das y agricultores sedentarios, entre quienesla imagen del jaguar se asimila a la del con-quistador-predador que se opone al coloni-zador sedentario. El asunto es demasiadocomplejo como para ser tratado aquí en de-talle pero es claro que es necesario ir másallá de las especies percibidas, zoológicaspara llegar a su conceptualización, a los di-ferentes aspectos de la «jaguaridad» que pa-recen estar en el centro de la imaginería felina.

Después de esta larga digresión debo vol-ver al mito Páez. A partir de la corta descrip-ción que he hecho es claro que el poder deljaguar-monstruo tiene un fuerte componentesexual. Primero vimos el asalto a una mujerPáez y después supimos que sus hijos mues-tran sus órganos sexuales y que cuando songrandes asaltan a las mujeres para beber susangre y su leche. Este motivo tiene un para-lelo cercano en varios mitos Kogi, de acuer-do con los cuales los jaguares-monstruosasaltaban mujeres, a veces bajo la aparien-cia de un chamán que pretendía efectuar unacuración. Un cuento Kogi se refiere a unaniña que vivía con su familia en una regiónantes habitada por la Gente Jaguar; un día la

niña fue atacada por un jaguar y fue mordi-da en el pecho. La niña empezó a gruñir comoun jaguar, murió poco después y fue enterra-da. Durante la noche el jaguar volvió y de-voró el cadaver. Los hombres mataron el ja-guar y cuando examinaron su cuerpo encon-traron que una de sus garras tenía forma depie humano (Reichel-Dolmatoff 1950:267-268).

En los mitos Páez hay temas adicionalesque vale la pena discutir. La asociación (oidentificación) del jaguar con el trueno esinteresante. En el siglo XVI el templo deDabeiba, deidad del gran trueno en el NO deColombia, tenía un guardián jaguar y un fuer-te trueno era considerado como seña de quela deidad estaba molesta (Vadillo 1884). En-tre los Kogi los jaguar-espíritus generalmen-te se identifican con el trueno, la tempestad yla lluvia y son guardianes sobrenaturales delos sitios ceremoniales. El trueno y la tem-pestad aparecen en las visiones chamánicasde los Tunebo (Rocherau 1961:46). Una aso-ciación similar se encuentra entre los Tukanodel NO del Amazonas; un mito Tukano se-ñala: «El sol creó el jaguar para que fuera surepresentante en la tierra. Le dio el coloramarillo de su poder y la voz del trueno, quees la voz del sol» (Reichel-Dolmatoff1968:20). El concepto del trueno-jaguar querepresenta el creador solar es una figura co-mún entre los Tukano y también está presen-te en varias tribus del área Caquetá-Putumayo.

Los pequeños y voraces jaguares-truenode la mitología Páez me llevan a pensar enlos Olmecas de nuevo. Michael Coe(1962:85) enfatizó el aspecto infantil de mu-chas esculturas y Covarrubias (1954, 1957)sugirió que estas personificaciones eran, esen-cialmente, espíritus de la lluvia y prototiposde los posteriores dioses mesoamericanos dela lluvia. Por otro lado, estos feroces bebes-jaguares todavía existen en el folclor de lacosta de Veracruz, donde se conocen con elnombre de chaneques, pequeños seres que

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viven en cascadas y que, además de ser espí-ritus de la lluvia, persiguen mujeres(Covarrubias 1954:98-99); es evidente queestos atributos los hacen parecer a los pe-queños jaguares-trueno de los Páez. En Co-lombia estas semejanzas van más allá; en laregión andina del sur del país, contigua alárea de San Agustín, los indígenas creen enla existencia de criaturas infantiles que vi-ven detrás de las cascadas, asociadas con eltrueno y la lluvia; también persiguen muje-res, a veces apareciéndoseles en fantasíassexuales y demacrándolas si no son tratadaspor un chamán. Cuando son molestados es-tos pequeños seres-espíritus se convierten enjaguares y pueden atacar personas o casas;los hombres los espantan con máscaras y unvestido de corteza vegetal.

Los chaneques mejicanos también son losdueños sobrenaturales de los animales de cazay los peces; así surge otro paralelo con lasculturas indígenas de Colombia. Entre lastribus Tukano el Dueño de los Animales espensado como un enano rojo que vive en lascuevas o en el fondo de charcos profundos,está estrechamente asociado al jaguar, asal-ta sexualmente a las mujeres y vigila la ferti-lidad y aumento del mundo animal. Elchamán debe obtener su permiso para quelos cazadores y pescadores puedan mataranimales (Reichel-Dolmatoff 1968:58.).

Como se puede ver los jaguares, los pe-queños seres voraces y el trueno se combi-nan con la lluvia, la fertilidad y la agresiónsexual en un complejo patrón de creenciasinter-relacionadas que, como podemos reco-nocer ahora claramente, constituye la prin-cipal esfera de acción de la mayoría de laspracticas chamánicas.

La estrecha asociación entre elchamánismo y los jaguares-espíritus es sufi-cientemente conocida como para que debaser enfatizada; por lo tanto, me dedicaré a laescena local colombiana. Entre la mayorparte de los indígenas colombianos la ideabásica, en pocas palabras, es que el chamán

se puede convertir en un jaguar a voluntadusando la forma de este animal como dis-fraz, algunas veces para alcanzar fines be-néficos y otras para amenazar y matar. Eljaguar aparece como un ayudante, un amigodel chamán, no sólo prestándole su aparien-cia exterior sino también sus poderes. Even-tualmente, después de su muerte, el chamánse convierte, definitivamente, en un jaguar yse puede manifestar en esta forma a los vi-vos, benévola o maléficamente, dependien-do de la ocasión.

De acuerdo con los cronistas españoleslas representaciones de felinos en Colombiaestaban asociadas, frecuentemente, con si-tios ceremoniales y prácticas chamánicas. Untestigo presencial de la conquista de las tri-bus del valle del Cauca escribió en 1540 quelos indígenas de Caramanta, una región si-tuada al NO de San Agustín, tenían en sustemplos: «... ciertas placas de madera en lascuales tallan la figura del demonio, muy fie-ra y en forma humana, con otros ídolos yfiguras de gatos que adoran» (Cieza de León1941:44). Entre los Chibcha de la Sabana deBogotá el jaguar ocupaba una posición im-portante; Bochica, su principal héroe cultu-ral, fue descrito como si tuviera una cola dejaguar (Piedrahita 1881:24), lo mismo quealgunos de los sacerdotes del gran centro ce-remonial de Sogamoso; además, variosancestros míticos fueron conocidos con nom-bres derivados de la palabra usada para de-signar el jaguar (Lehmann 1920:50-51). Lossacerdotes eran capaces de convertirse enjaguares y pumas (Castellanos 1886,1:50-51), de producir lluvias y, en general, de «ha-blar con el demonio», quien se les aparecíaen forma de felino. El jaguar-monstruo tam-bién jugó un papel importante entre los anti-guos indígenas de las provincias del norte;sobre los indígenas del cacicazgo de Guaca,por ejemplo, los cronistas escribieron que «eldemonio apareció en forma de un jaguar muyfiero»; lo mismo se reportó en las crónicasespañolas tempranas sobre los cacicazgos

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Sinú, Nutibara, Catío y otros. Los chamanesque oficiaban en estos templos se comunica-ban con un «demonio» con cara de jaguar, aquien consultaban y de quien recibían órde-nes. Los cronistas reportaron que loschamanes de los Guayupe, una tribu de laselva tropical que vivía al NE de San Agustínen el siglo XVI, se convertían en jaguares avoluntad (Aguado 1957, 1:598); lo mismose escribió con respecto a otras tribus.

Entre las varias tribus indígenas que so-breviven en Colombia el jaguar continúa ocu-pando esta posición importante en el mito y elritual. Entre los Kogi (Reichel-Dolmatoff1950, 1951) hay varias tradiciones que ha-blan de diferentes personificaciones del jaguar;de todos estos seres se dice que fueron gran-des chamanes capaces de cambiar librementesu forma humana a animal y viceversa y quie-nes establecieron rituales, pelearon guerras yejercieron su dominio en todo el territoriomontañoso. Los Kogi todavía usan elabora-das máscaras de madera tallada que represen-tan el jaguar-monstruo y durante ciertas dan-zas sus canciones están dirigidas a este ani-mal (Preuss 1926, Figura 31). Entre losChimila, Catío, Yuko, Tunebo y varias tribusde las llanuras del Orinoco el jaguar está aso-ciado con el chamánismo. La selva húmedatropical del Amazonas noroccidental en Co-lombia es otra inmensa área donde este felinojuega un papel central en las creencias tribales(Whiffen 1915; Preuss 1921). Las tribusTukano, tanto en su sector oriental como oc-cidental (Reichel-Dolmatoff 1968:99), y losWitoto y sus vecinos creen que los chamanesse convierten en jaguares; muchos mitos y ri-tuales se refieren a los poderes y atributos deesta bestia (Preuss 1921).

La persona del chamán contiene muchosaspectos de energía sexual que se derivanparcialmente de (o son reflejadas en) los se-res-espíritu y objetos materiales que son susayudantes y herramientas. Prácticamenteentre todas las tribus Tukano y Witoto elchamán y el jaguar se designan con el mis-

mo término derivado de la palabra para «co-habitación» (Reichel-Dolmatoff 1968:99). Elhombre y la bestia se conciben como proge-nitores y procreadores, como poseedores degran energía sexual; el primero representa lasociedad, la bestia representa la naturaleza.En el contexto de las culturas de la Amazonianoroccidental las energías sexuales se con-densan y concentran en la persona del chamánen el sentido de una fuerza vital poderosapara ser liberada y usada solo por él para elbeneficio de su grupo. Su adorno ceremo-nial, un cilindro alargado de cuarzo blancuz-co, se llama «el pene del sol»; su bastón ce-remonial es el eje fálico del mundo que, deacuerdo con el mito, la esperma del Sol Crea-dor goteó a la tierra y trajo a la existencia lasprimeras personas que poblaron el planeta.

El jaguar, por otro lado, expresa esta ener-gía vital en la naturaleza. De acuerdo con losindígenas Tukano su rugido es el rugido deltrueno que anuncia las lluvias fertilizadoras;su color es el color brillante del este, el solnaciente, el color seminal de la creación y elcrecimiento. Su atributo es el cuarzo y el cris-tal de roca, otro símbolo del fluido seminal,cuyas partículas son los relámpagos que elchamán recoge en el lugar donde cae un rayo.El jaguar es el guardián de la casa familiarque se piensa como un gran útero protector,sobre el cual domina con su poder fertilizador.Un mito Tukano señala: «Como el Sol pro-creó con su poder así el jaguar está procrean-do, revestido de su color amarillo. Es a lamanera como un hombre domina la mujer enel acto sexual» (Reichel-Dolmatoff 1968:57).A miles de kilómetros de distancia, en lasmontañas de la costa Caribe, los Kogi ex-presan creencias similares a las de las tribusde la selva tropical amazónica (Reichel-Dolmatoff 1950, 1951).

Entre todos estos indígenas, entonces, eljaguar es, esencialmente, un símbolo de po-der procreativo pero, en este sentido, esambivalente: la energía sexual masculina seconvierte, fácilmente, en un agente destruc-

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tivo que afecta, profundamente, el delicadoequilibrio del parentesco y, en general, de lasrelaciones sociales. El chamán debe domi-nar esta fuerza ambivalente; allí parece estarla clave de la estrecha relación entre el hom-bre y la bestia, entre el representante del or-den social y la fuerza vital espontánea queve encarnada en el poderoso carnívoro. Deacuerdo con muchos indígenas colombianosparte de la esencia del hombre es de origenjaguar, una energía salvaje incontrolada conimpulsos devoradores (Reichel-Dolmatoff1950, 1951) que contiene el peligro poten-cial del incesto. Los indígenas Arawak di-cen: hamdro kamungka turawati / «todo tie-ne jaguar» (Roth 1915:367). Esta«jaguaridad» debe ser domesticada por elchamán y por eso se debe convertir en ja-guar para controlar y orientar esta energíaen canales que impidan que haga daño a losdemás. Es importante enfatizar el papel quejuega el chamán como agente de control so-cial; aún en su capacidad de curador conti-núa jugando este papel porque entre muchosindígenas el estado de enfermedad general-mente se interpreta como causado por con-taminación sexual mágica.

Debo mencionar otro aspecto importantede las prácticas chamánicas conectado con laimaginería del jaguar. La mayor parte de lasreligiones indígenas colombianas, sino todas,estuvo basada en (o, por lo menos, estuvo rela-cionada con) la interpretación de alucinacionesinducidas por drogas; estos estados alteradosde conciencia proveyeron un mecanismo im-portante de experiencia sobrenatural individualy colectiva. El uso de drogas alucinógenas de-rivadas de ciertas plantas fue, y todavía es, muyextendido en las sociedades nativas y fue men-cionado en las crónicas españolas tempranas(Aguado 1957,1:599). Las drogas principalesson mezclas de diferentes especies deBanisteriopsis y Datura y, sobre todo, de rapésnarcóticos preparados de Anadenanthera pe-regrina o Virola. El hecho importante es que enla preparación de estas drogas y en las alucina-

ciones que producen la imaginería del jaguarjuega un papel fundamental. De hecho, las dro-gas alucinógenas proveen el mecanismo a tra-vés del cual la naturaleza felina de los indivi-duos puede ser controlada. En primer lugar, ladroga se interpreta, generalmente, como de ori-gen felino en el sentido de que es la esperma deljaguar que, al ser absorbida, impregna al usua-rio con su esencia. Por ejemplo, en las tribusTukano y entre los Kogi las sustanciasalucinógenas son llamadas «esperma de jaguar»o «semilla de jaguar»; los Guahibo y sus veci-nos llaman al polvo narcótico «excremento dejaguar» (Reichel-Dolmatoff, s.f.) y los Inganoy Kamentzá denominan «intoxicante de jaguar»cierta droga alucinógena (Schultes 1955). Ensegundo lugar, en la preparación de estas dro-gas la imagen del jaguar es importante. LosGuahibo guardan el rapé narcótico en un hue-so tubular de jaguar y los chamanes usan unacorona de garras de jaguar y un manto de pielde jaguar cuando lo consumen (Reichel-Dolmatoff 1944). Las tabletas para rapé de losChibcha antiguos fueron adornadas, común-mente, con representaciones de jaguar4.

Bajo la influencia de estas drogas los in-dividuos proyectan la imagen pre-estableci-da del jaguar en la pantalla movediza de co-lores y formas producida por estos agentespsicoactivos; se convierten en jaguares o, porlo menos, ven monstruos felinos en sus alu-cinaciones, que los chamanes les explican.El papel del chamán es esencial en este con-texto; es el mediador que «habla al jaguar» yque, al mismo tiempo, es la voz del jaguar.Su tarea es mediar la ambivalencia de la ima-gen del jaguar, que para algunos puede apa-recer como un monstruo amenazante y ho-rripilante y para otros como domesticado yservil. En las culturas sobre las cuales existeinformación detallada parece que la proyec-ción psicológica del jaguar está estrechamenteconectada con los problemas del incesto y laexogamia que subyacen la estructura social

4 Museo del Oro, Bogotá.

237Lecturas Recuperadas / Leituras Recuperadas

y en cuya solución el uso controlado de dro-gas alucinógenas, bajo la guía del chamán,es un mecanismo importante.

En suma, entonces, sugiero que este ran-go de ideas está expresado por las escultu-ras felinas de San Agustín. El estímulopsicoactivo que desencadena esta imagineríapudo haber sido distinto en otras áreas cul-turales pero en el caso de Colombia me in-clino a pensar que las drogas alucinógenas

proveyeron este mecanismo y ejercieron unafuerte influencia sobre muchas expresionesartísticas aborígenes. Dudo, por lo tanto,en hablar de un «culto felino» o del jaguarcomo una personificación «divina». Másbien, el felino representa un principio ener-gético, la fuerza natural de vida que, en unnivel social, debe ser controlada para pre-servar el orden moral.

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DISCUSIONES Y COMENTARIOS/DISCUSSÕES E COMENTÁRIOS

Comentario al artículo de HugoBenavides «Los ritos de laautenticidad: indígenas, pasado yel Estado ecuatoriano»(Arqueología Suramericana 1(1):5-25, 2005). Wilhelm Londoño(Departamento de Antropología,Universidad del Cauca).En la actualidad nos encontramos en una ex-ploración conceptual para comprender nuestropropio momento histórico. Los mapas que per-mitían identificar la distribución de las cosasen el viejo orden ya se han vencido y en el mun-do se vislumbra una reconfiguración de las prác-ticas sociales que debe ser reseñada. En estavía debe entenderse el artículo de HugoBenavides, como una respuesta ante la confu-sión generada por la aparente disolución de cier-tos valores modernos, principalmente la ideade la identificación individual con el EstadoNacional, idea que el propio Benavides parecedefender; también es una respuesta ante la ideade que es posible la identificación de lo indíge-na real y de lo que sería su aparente imitación.Sin embargo, las aproximaciones a la nuevageografía que se está gestando no son adecua-das, ya sea porque sobre-estiman las dimensio-nes de éstos fenómenos sociales o por que selos interroga con pertrechos metodológicosanacrónicos. Por un lado, muchos análisis pier-den de vista las relaciones de los movimientosindígenas con centros de poder por fuera de sus

Estados nacionales al centrar su atención en lamanera como se construye la identidad en arasdel diálogo intercultural; de otro lado, muchosanálisis suponen que es posible identificar losgrados de autenticidad de las formas locales,tal como lo soñaba la etnografía colonial y suafán de mostrar lo prístino dentro del mapageopolítico de la expansión de los Estados deEuropa occidental.

Esta última apreciación puede ser adjudi-cada al argumento general del artículo deBenavides. Ya en el título se plantea que lasformalidades propias del movimiento nacionalindígena ecuatoriano responden a un ritual deautenticidad que es elaborado por la presionesde mercantilización de la diferencia; de ahí laadjetivación de este movimiento comopostmoderno. En concordancia Benavides abor-da el movimiento indígena del Ecuador desdela corta visión que proporciona la teoría instru-mental de la postmodernidad, ya definida porFrederic Jameson, al relacionar este movimientocultural con la esquizofrenia y el pastiche enoposición a la parodia política. Para Benavidesal no mediar una discusión profunda sobre loque significa la postmodernidad en varios nive-les, no sólo teóricos sino políticos, esta formaexpresiva se convierte en un espacio de repre-sentaciones superficiales que responden a lalógica del mercado. Aunque no sea un propósi-to de la reflexión el documento recuerda el tonoemancipador del marxismo y su idea de poderdevelar las causas económicas debajo de las

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formas culturales; así, tras reconocer los lazosentre el movimiento indígena ecuatoriano y al-gunas instituciones de la globalización, se plan-tea que su postura cultural encubre las nuevasrelaciones coloniales.

La primera idea que habría que cobijar esque la postmodernidad como forma de expre-sión humana no es ni profunda ni superficial;es resultado de relaciones estructurales de po-der que forman subjetividades; son aquellascosas que Arjun Appadurai definió como lospaisajes donde los individuos toman elementospara usar su imaginación. De no realizar estatransposición conceptual se caería en el sueñomoderno sobre la existencia de un sujeto, en elcual es posible realizar la distinción entre losrituales que son pura superficialidad y los queno lo son. Lo que sucede en la actualreconfiguración de la cuestión indígena en Ecua-dor no es, ni mucho menos, la respuesta a nue-vas formas de colonialismo sino el resultado dela imaginación de una elite nativa que se supo-ne representa una comunidad imaginadaarticulada sobre valores diferentes al del libe-ralismo. De esta característica, tal vez, surgenlas apreciaciones que ven poco auténtico unmovimiento nacionalista de corte republicanoliderado por indígenas; algunos sectores aca-démicos suponen que ciertas prescripcionespolíticas son irreconciliables con los sabereslocales. En la práctica estas comunidades se-ñalan la posibilidad de imaginar nuevos Esta-dos, algo que seguramente molesta a las visio-nes reaccionarias más conservadoras.

De esta manera el movimiento político delos indígenas del Ecuador resulta una suerte deideología en el sentido de Clifford Geertz, esdecir, un sistema de ideas que pretende realizaren las subjetividades de los individuos la me-diación entre los impulsos de la época y losimperativos de la tradición. Tal apreciaciónencaja, perfectamente, con lo que está sucedien-do en el Ecuador y en diferentes partes deLatinoamérica: muchos grupos nativos estánformulando planes de acción que intentan in-sertar los movimientos locales en los proyectos

globales; ya es paradigmático el caso reseñadopor Arturo Escobar para las comunidades delPacífico colombiano.

Una consecuencia lógica de esta argumen-tación es que los ritos de autenticidad a los cua-les alude Benavides no intentan representar «loque es propio» con la parafernalia exotizante«de lo que uno no es» (como si existiera unesencia de lo que uno es) sino que son discur-sos que forman las nuevas organizaciones na-cionales congregadas por ideas asociadas a loindígena para facilitar la auto-referenciación desus asociados. Lo que sucede en Ecuador, aligual que en muchas partes del mundo, es quelas comunidades nativas están formando suspropias subjetividades con discursos locales quese entrelazan con otras instituciones como elejército o los católicos, produciendo con elloversiones en las cuales se funden los preceptoslocales y las demandas globales.

Una segunda idea que habría que acoger,desprendida de la anterior, es que el análisis deestos procesos culturales no debería interrogarpor la autenticidad de las formas culturales sino,más bien, por las estrategias que despliegan enlos nuevos espacios de las relacionesinterculturales. Por ejemplo, partiendo de laconciencia sobre la politización de la cultura sepuede sobrepasar la noción de que lo auténticoestá relacionado con las historia primordial; así,lo auténtico pasaría a ser entendido en su lugarprivilegiado en el juego de las nuevas gramáti-cas que forman los nuevos sujetospostmodernos.

Los nuevas formas de subjetividadespostmodernas permiten imaginar a uno mismocomo un indígena de los Andes que puede viviren la ciudad según los modelos culturales de con-sumo definidos para la clase media. No se trata,en este caso, de que el indígena o el citadino sehaya camuflado en una u otra esfera sino queesta expresión que fusiona dos corrientes apa-rentemente contradictorias es la evidencia de unasubjetividad emergente que desplazó las estruc-turas que permitían la existencia de ciudadanoshomogéneos asociados a Estados Nacionales.

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Si el análisis se centra en la manera comoestos ritos de autenticidad esconden relacionescoloniales se pierde la perspectiva que los en-tiende como los textos culturales a través de loscuales las comunidades nativas generan diálo-gos con procesos más amplios como laglobalización en el mercado y latransnacionalización, es decir, la pérdida depoder de los Estados nacionales, y la importan-cia de diálogos directos con organizacionescomo la OEA y la ONU. En tal sentido, la pér-dida de la preeminencia del Estado nacionalpara la toma de decisiones por parte de las co-munidades nativas es lo que supone que el éxi-to del movimiento ocurra allende las fronterasdel territorio nacional.

Esta serie de relaciones globales-locales enla configuración de la cultura política del mo-vimiento indígena ecuatoriano ha sido desapa-recida desde el inicio del artículo. Esto se justi-fica en el hecho de que Benavides califica almovimiento indígena del Ecuador comopostmoderno, en el sentido de que es una ex-presión de la globalización atravesado por dostensiones: (a) el movimiento local se produceglobalmente, es decir, no es nativo, no es autó-nomo, no es prístino, no está atado a la tierracolonial y alcanza los mayores niveles de po-pularidad en países diferentes a Ecuador; y (b)la recuperación de lo indígena pasa por la apro-piación de las instituciones opresoras, se hacenalianzas con el Estado, se toman las formas delEstado, se asumen relaciones con el ejército,con las iglesias, etc. Según el autor todo estopermite una revalorización del pasado para le-gitimar procesos políticos y no es una repre-sentación de valores indígenas reales, como losque podrían salir sólo de una tribu, de algunapelícula que represente la imaginería colonial.Sin embargo, debajo de estas realidades, delhecho de que el movimiento indígena debemucho de su peso a sus relacionestransnacionales, a la interpretación vernáculadel Estado, no hay lo que uno pudiera llamar elindígena ecuatoriano real, aquel personaje queBenavides se propone resaltar entre líneas.

Siguiendo este camino el analista relacionados dimensiones que definiría la no autenticidadde lo étnico en el movimiento indígena ecuato-riano: por un lado, lo que yo llamaría las relacio-nes ilógicas (por ejemplo, la Confederación Na-cional de Indígenas del Ecuador, Nuevo País yMovimiento Evangélico Indígena han formadoalianzas con militares); de otra parte, las relacio-nes desterritorializadas (las grandes expresionesde popularidad del movimiento indígena ecuato-riano ocurren en Estados Unidos). La autentici-dad del pasado indígena es cuestionada por lanaturaleza de su movimiento político, por ladesterritorialización en la cual está inmersa, porla participación de académicos citadinos quesobrepasan las formas de percepcióndecimonónicas de los nativos y, por último, porlas ediciones históricas que hacen los historiado-res nativos al excluir los conflictos tribales delmapa prehispánico. Desde la perspectiva deBenavides estos son signos que permiten pensaren la falta de legitimidad de estas organizacionesque representan las nuevas formas que adquierela cultura política de los indígenas.

Para el autor estas características hacen delmovimiento indígena una suerte de simulacroque no es más que la respuesta local a las de-mandas de exotismo venida de los centros depoder. En este sentido los proyectos dereindigenización son para Benavides ensayosfallidos que responden a nuevas necesidadescoloniales. Lo más sorprendente es que suponeque lo auténtico está dado y por consiguientesobran las exploraciones culturales que empren-den los movimientos nativos, las cuales termi-nan en la incorporación de prendas de vestirtradicionales que para Benavides no son másque mecanismos para acceder a posiciones po-líticas o económicas privilegiadas.

Frente a esta representación de la cuestiónindígena hay dos caminos posibles: pensar quetoda la parafernalia utilizada es infructuosa envista de que se construye en el presente y para-lela a la presión de organismos transnacionaleso pensar que este dinámica es necesaria comoforma de configurar expresiones de las organi-

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zaciones nativas en virtud del discurso domi-nante de la globalización. Desde mi punto devista acojo la segunda opción y considero queel movimiento indígena nacional del Ecuadores una clara representación de la manera comoen Latinoamérica se están comenzando a for-jar democracias híbridas que fusionan valoresnativos, como la comunalidad, con preceptosestatales, como la propiedad privada. Desde laperspectiva de las comunidades indígenas sepodrían generar procesos políticos alternos queden nuevas rutas al paradigma liberal. Ya hasido demostrado que el actual sistema de orga-nización social basado en las relaciones inter-nacionales de Estados nacionales que defien-den los principios clásicos del liberalismo, comoel derecho a la propiedad privada y al aumentodel capital, ha desembocado en la producciónde cordones de miseria alrededor de las gran-des ciudades que motivan la existencia de unEstado confinado a resolver los problemas queproduce el mercado.

Creo que nada hay de malo en permitir quenuevos discursos de lo nacional emerjan y seapropien de las estructuras políticas de la de-mocracia para generar mapas más horizonta-les. De mantenerse las actuales circunstanciasnos veremos abocados a una reproducción deuna agobiante crisis social que el Estado actuales incapaz de resolver. Este tipo de injerenciadel movimiento nativo ecuatoriano es negadoen el argumento del texto de Benavides; el sen-tido de esta réplica es ponderar estos matices.

Réplica de Hugo BenavidesAnte todo quisiera agraceder a los editores deArqueología Suramericana y a Londoño porextender la discusión de las ideas expuestasen mi artículo del número anterior. En estesentido me parece que esta última réplica haceexplícito muchos puntos que, simplemente,estaban implícitos por motivos de tiempo ypor la estructura central de mi argumento. Poreso considero mayormente acertadas las acla-raciones de la presente réplica sobre el fenó-

meno de lo colonial en la nueva re-articula-ción de identidad indígena, la definición de loauténtico y lo nacional, así como la relaciónlocal-global de los diferentes procesos cultu-rales contemporáneos de estos movimientossociales. Sin embargo, y desgraciadamente,creo que tendría que concordar más conLondoño que con las opiniones de Benavidesdebido a la forma como han sido sintetizadasmis ideas aunque debo reafirmar que, proba-blemente, la discrepancia entre la réplica y miartículo se deba menos a un error de interpre-tación que a la limitación, por tiempo y espa-cio, de muchos de mis argumentos que a unaexpresión menos explícita de lo que hubierasido ideal. Creo que hay cuatro puntos pri-mordiales que permitirían aclarar mis diferen-cias con la síntesis y discusión presentada porLondoño; aún más importante, espero que sir-van para continuar este diálogo. El primerpunto es concordar en reconocer la relacióncolonial como uno de los ejes en la articula-ción de nuevas identidades postmodernas enel continente; sin embargo, lejos de una sim-ple relación económica y de mercado consi-dero que las relaciones coloniales implican unbagaje cultural de historicidad e identidad cen-tral en la rearticulacion del ser americano comoparte de cualquier movimiento social, nacio-nal y/o transnacional. Esta manera más am-plia de entender lo colonial (en la que con-cuerdo con Londoño) se conecta con el se-gundo punto: no creer que existan “valoresindígnes reales;” la autenticidad, en este senti-do, no es una ausencia de artificio sino que sedefine como el reconocimiento explícito de laproducción cultural del diario vivir como unaexpresión perennemente performativa. Comobien lo anticipó una y otra vez OscarWilde(1964, 1994) y lo ha teorizado en la úl-tima década Judith Butler (1997; Butler et al.2000) no hay mayor falsedad que aquella quepretende no tener ninguna y vice versa. Poreso el movimiento indígena en el Ecuador pre-senta una refrescante transformación social enla cual hay una actitud mucho más responsa-

243Discusiones y comentarios / Discussões e comentários

ble por incorporar esta supuesta falsedad his-tórica (colonial) y presentarla de una maneraauténtica porque, al fin y al cabo, lo es. Eneste sentido el Estado (en este caso el ecuato-riano) es mucho más retrógrada en su enun-ciación como una autoridad nacional que nie-ga su propia violencia fundacional. De esamanera, y como tercer punto, considero quelas alianzas entre los movimientos indígenas,militares e Iglesias cristianas en el Ecuador esla más fehaciente expresión de su autentici-dad cultural en la negación “real” (ver Lacan1977) de ella. Mi punto de discrepancia no esque el movimiento indígena en Ecuador nosea auténtico sino que deba utilizar, precisa-mente, ese discurso de autenticidad colonial,tanto antropológico como estatal, para desa-rrollar su importante transformación políticay nacional. Finalmente, concordaría conLondoño en lo que el presenta como la segun-da opción al final de su réplica, en el sentidode la significativa contribución democráticade hibridez y diferencia que presenta el movi-miento. Definitivamente en el Ecuador el mo-vimiento indígena es el que mejor ha logradorepresentar los intereses sociales progresistasde la mayoría de las diferentes comunidadesen el país. Mi artículo no buscaba cuestionareste aporte sino reconocer la compleja reali-dad de esta contribución política, que me pa-rece mucho mayor a la que el mismo discursosocial permite articular y discutir de una for-ma profunda, y resaltar el rol profundamenteambiguo que juega la disciplina arqueológicay la reconstrucción del pasado en la nuevaproyección de una identidad latinoamericana.Debido a que me parece tan importante nosólo reconocer y discutir los aportes de losmovimientos contemporáneos sino tambiénsus limitaciones y frustraciones discursivas

(que silencian y, por ende, estructuran incons-cientemente el panorama político) me alegrala oportunidad de continuar discutiendo lasnecesarias transformaciones democráticasdentro de la nueva coyuntura local-global y alborde de las “nuevas viejas” (Hall 1997a,1997b) formas de re-articulación social.

ReferenciasButler, Judith

1997 The psychic life of power: theoriesin subjection. Stanford UniversityPress, Stanford.

Butler, Judith, Slavoj Zizek y Ernesto Laclau2000 Contingency, hegemony, universality:

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Hall, Stuart1997a The local and the global:

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1997b Old and new identities, old and newethnicities. En Culture, globalizationand the world-system: contemporaryconditions for the representation ofidentity, editado por Albert King, pp41-68. University of Minnesota Press,Minneapolis.

Lacan, Jacques1977 Écrits: a selection. W. W. Norton &

Co, Nueva York.Wilde, Oscar

1964 De profundis. Avon Books, NuevaYork.

1994 The complete works of Oscar Wilde.Barnes and Nobles, Nueva York

Arqueologia de Pedro Paulo Funari. Editora Contexto, São Paulo, 2003. Reseñado porVíctor Revilla (Universidad de Barcelona).

The ecology of power: culture, place, and personhood in the southern Amazon, A.D. 1000-2000 de Michael Heckenberger. Routledge, Londres, 2005. Resenhado por Denise PahlSchaan (Museu Paraense Emílio Goeldi, Universidade Federal do Pará, Bolsista CNPq).

Unknown Amazon, editado por Colin McEwan, Christiana Barreto y Eduardo Neves. BritishMuseum Press, Londres, 2001. Reseñado por Santiago Mora (St. Thomas University).

Perspectivas integradoras entre arqueología y evolución. Teorías, métodos y casos deaplicación, editado por Gustavo A. Martínez y José Luis Lanata. Serie Teórica Nº 1,INCUAPA, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN),Olavarría, 2002. Reseñado por Rafael Suárez (Agencia de Promoción Científica y Tecnoló-gica, Universidad Nacional de Catamarca).

Análisis, interpretación y gestión en la arqueología de Sudamérica, editado por RafaelPedro Curtoni y María Luz Endere. Serie Teórica Nº 2, INCUAPA, Universidad Nacionaldel Centro de la Provincia de Buenos Aires, Olavarría, 2003. Reseñado por Camila Gianotti(Laboratorio de Arqueología da Paisaxe IEGPS, CSIC-XuGa).

Teoria arqueológica en América del Sur, editado por Gustavo Politis e Roberto D. Peretti.Serie Teórica Nº 3, INCUAPA, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de BuenosAires, Olavarría, Olavarria, 2004. Resenhado por José Alberione dos Reis (Universidade deCaxias do Sul).

Where the south winds blow. Ancient evidence of Paleo South Americans, editado porLaura Miotti, Mónica Salemme y Nora Flegenheimer. Center for the Study of the FirstAmericans, Texas A&M University, College Station, 2003. Reseñado por Francisco JavierAceituno Bocanegra (Departamento de Antropología, Universidad de Antioquia).

A arqueologia Guarani: construção e desconstrução da identidade indígena de SolangeNunes de Oliveira Schiavetto. Annablume/FAPESP, São Paulo, 2003. Resenhado por AndréLuiz Jacobus (Museu Arqueológico do Rio Grande do Sul).

Sambaqui: arqueologia do litoral brasileiro de Madu Gaspar. Jorge Zahar Editor, Rio deJaneiro, 2000. Resenhado por Dione da Rocha Bandeira (Museu Arqueológico de Sambaquide Joinville).

RESEÑAS/RESENHAS

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Sed non satiata: teoría social en la arqueología latinoamericana contemporánea, editadopor Andrés Zarankin e Félix Acuto. Ediciones del Tridente, Buenos Aires, 1999. Resenhadopor Luís Claudio P. Symanski (Doutorando pela Universidade da Florida).

Arqueologia da sociedade moderna na América do Sul: cultura material, discursos epráticas, editado por Andrés Zarankin e Maria Ximena Senatores. Ediciones del Tridente,Buenos Aires, 2002. Resenhado por Beatriz Valladão Thiesen (Laboratório de Ensino ePesquisa em Arqueologia e Antropologia da Fundação Universidade Federal do Rio Gran-de).

Hacia una arqueología de las arqueologías sudamericanas, editado por Alejandro Haber.Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Centro de Estudios Socioculturalese Internacionales-CESO, Bogotá, 2005. Reseñado por María Fernanda Escallón (Maestríaen Antropología. Universidad de Los Andes).

Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, editado por CristóbalGnecco y Emilio Piazzini. Editorial Universidad del Cauca, Popayán, 2003. Reseñado porMarcos Quesada (Universidad Nacional de Catamarca-CONICET).

Arqueologia de Pedro Paulo Funari.Editora Contexto, São Paulo, 2003.Reseñado por Víctor Revilla(Universidad de Barcelona).«Não há, provavelmente, tarefa menos com-pensadora, ainda que essencial, do que ten-tar sintetizar e explicar uma disciplina.Mesmo naqueles aspectos em que existe umacordo superficial de objetivos,medotodologia e resultados, a tentativa deexplicação de como tudo isso funciona naprática remete a diferenças fundamentaisentre seus praticantes – e coloca o autor nadesconfortável posição de desagradar, aomenos em parte, quase todo mundo». Estaslíneas de la introducción, en las que separafrasean las palabras de un colega, ex-presan perfectamente uno de los objetivos delautor de esta obra: la descripción sintéticade los objetivos, contenido y procedimientosde una disciplina científica. Sin embargo, ellibro de Pedro Paulo Funari sobrepasa am-pliamente este objetivo explícito, conscientede la sugestión y, por qué no decirlo, de lafuerza deformadora de cierta imagen de laarqueología sobre la sociedad actual.

La obra se integra en una larga trayecto-ria personal de trabajos de alta divulgacióndirigidos al gran público, desarrollada enpublicaciones anteriores de Funari en las quese abordan temas diversos relacionados conla historia de las civilizaciones del pasado(Grècia e Roma, Pré-história do Brasil) ycon la sensibilización social en relación conel patrimonio y el carácter de la sociedadactual (Turismo e patrimônio cultural, his-toria da cidadania); su trayectoria se inte-gra en una tradición bien consolidada en losmedios académicos latinoamericanos yanglosajones pero infrecuente, por desgra-cia, en muchos países europeos, donde la di-vulgación todavía parece un tema menor re-servado a la didáctica y la museografía, cuan-do no se la arroja a un espacio periféricoocupado por productos audiovisuales ymediáticos.

En esta obra pueden distinguirse variaspartes. Los primeros capítulos (del 1 al 4) sededican a tratar el objeto, límites y metodo-logía utilizada por el arqueólogo, así como aesbozar un rápido cuadro de los orígenes yprincipales tendencias o paradigmas en loscuales se ha movido la disciplina entre los

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siglos XIX y XX; un cuadro que seejemplifica de modo muy acertado a travésde la biografía de algunos grandes investiga-dores, lo que permite, de modo indirecto,mostrar las vinculaciones entre ciencia, que-hacer científico y sociedad. Se trata de unapresentación indispensable para dar a cono-cer la arqueología al gran público, lejos deimágenes fantasiosas y románticas. En estecontexto la existencia e influencias del cine yla literatura son tratadas y criticadas de for-ma explícita.

Algunos aspectos tienen una importan-cia especial. El objeto de la arqueología estratado en el capítulo 1, en el cual se insisteen la necesidad de superar la visión tradicio-nal de una disciplina centrada en las cosasmateriales (herramientas, tecnología, hábitat)y se propone un planteamiento más amplioque justifica el carácter de ciencia social: laarqueología tiene como objeto cuanto es re-sultado de una acción humana desarrolladasocialmente y en un contexto histórico con-creto. El objetivo, en última instancia, sonlas sociedades humanas en evolución: el cam-bio histórico; además, no es una disciplinalimitada al pasado y a las sociedades que nohan desarrollado, o conservado, un registroescrito, aunque es evidente que su campofundamental siguen siendo las sociedadesprehistóricas y de la antigüedad. En esta pre-ocupación por definir el espacio de la disci-plina, a partir de su objeto y contextosociocultural, se aprecia que Funari conocelos esfuerzos realizados en las últimas déca-das para afirmar la denominada arqueologíahistórica; esfuerzos en los que él mismo esdestacado protagonista.

El debate sobre el objeto de la arqueolo-gía también cuestiona, y esto es muy impor-tante, el principio de la neutralidad del obje-to, de la fuente arqueológica. La idea tradi-cional, aún sustentada en algunos círculos,de que los objetos producidos por una civili-zación son expresiones objetivas mientras quelos textos corresponden a elaboraciones ideo-

lógicas ha sido renovada en los últimos añosa partir de la percepción de que todo objetoes resultado de una creación humana y, porconsiguiente, contiene y expresa relacionessociales. Es evidente, en este contexto, quela arqueología no es una ciencia limitada arecoger y clasificar objetos. Esta concienciapermite distinguirla del simple coleccionismo,de la búsqueda de tesoros y de la idea eruditadel inventario per se. En las reflexiones entorno a estas cuestiones se perciben la in-fluencia de algunas líneas de investigacióndesarrolladas por el autor, concretamente sustrabajos sobre cultura popular, vida cotidia-na y escritura en el mundo romano.

Estas ideas conducen a otro aspecto: elde la necesidad de organizar actualmente eltrabajo de la disciplina sobre la base de unplanteamiento pluridisciplinar. Esta cuestión,que es objeto del capítulo 5, nos introducemás adelante, sin solución de continuidad, ala cuestión fundamental de la posición de laarqueología en la sociedad actual y su usocomo discurso o negación del poder social ypolítico. Es obvio que redefinir el objeto deconocimiento obliga a reconstruir los méto-dos y técnicas tradicionales; pero más alládel simple hecho de incorporar nuevos pro-cedimientos procedentes de otras cienciassociales o de las ciencias experimentales eldesafío real es utilizar estos medios para re-novar los planteamientos teóricos, los mode-los y las hipótesis; dicho de otra forma, paraestablecer un diálogo real entre disciplinas(algo de ello ya está implícito en la reflexiónde Funari sobre el objeto de la arqueología).La idea del cambio y el dinamismo históricocomo objeto de conocimiento conduce, ne-cesariamente, a este planteamientomultidisciplinar. Las posibilidades de reno-vación y de impacto social de una arqueolo-gía así renovada, separada de un viejo sabererudito generado en un contexto culturalelitista y eurocéntrico (la Europa de la Ilus-tración y del siglo XIX), son muy importan-tes y el autor es consciente de ello. De hecho,

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sin esta renovación la arqueología correríael peligro de encerrarse en un ámbito muyestricto, por no decir irreal, y de limitar susposibilidades de desarrollo futuro.

No es un mérito menor de esta obra ha-ber introducido una reflexión sobre la posi-ción académica, profesional y social de ladisciplina. Esta reflexión, aunque centradaen la realidad de la sociedad brasileña, po-dría servir como ejemplo para analizar otroscontextos culturales que, como España, Ita-lia o Gran Bretaña, el autor conoce tan bien.Particularmente interesante es el debate so-bre la posición de la arqueología, de sus re-presentantes y de los medios académicos anteel poder; un debate presentado como diálogoe influencia mutua: arqueología como poder,el poder sobre la arqueología. El autor valo-ra perfectamente los efectos respectivos y ladiversidad de poderes (político y social, consus necesidades ideológicas de justificación;o económico) y parece evidente que, tras estareflexión, encontramos un cuestionamientode la situación académica y de la sociedadbrasileñas bajo la dictadura militar.

Finalmente, otro aspecto a destacar en ellibro es el aspecto formal. En particular, unadescripción clara, ordenada y, a la vez, ame-na que rehuye el excesivo didacticismo sinsacrificar el necesario rigor. Funari es cons-ciente de los principales temas de interés queexige la presentación de una disciplina aca-démica y los muestra sin recurrir a los tecni-cismos y el vocabulario que convierten el len-guaje de una ciencia en un ámbito sólo parainiciados. Para ello, además, utiliza de modosistemático los esquemas explicativos. Unaparato gráfico reducido, pero bien escogi-do, ilustra algunos de los temas principales.Una reflexión final sobre bibliografía y so-bre el impacto de la arqueología y los temasde la antigüedad en el mundo actual comple-tan las herramientas puestas a disposicióndel lector.

Estamos, en resumen, ante una obra equi-librada en sus objetivos y planteamiento, lo-

grada en sus resultados y que sabe conden-sar en un formato reducido lo esencial de unadisciplina fundamental para la ciencia histó-rica, teniendo presentes las posibilidades yproblemas vinculados a su gran impacto po-pular y mediático. La obra sirve, a la vez,como instrumento de alta divulgación y comointroducción para futuros investigadores.

The ecology of power: culture,place, and personhood in thesouthern Amazon, A.D. 1000-2000de Michael Heckenberger. Routledge,Londres, 2005. Reseñado por DenisePahl Schaan (Museu Paraense EmílioGoeldi / Universidade Federal doPará, Bolsista CNPq).Neste livro Michael Heckenberger, professorda Universidade da Florida em Gainesville,nos brinda com uma combinação dearqueologia, etnoarqueologia, etnografia eetnohistória dos povos do alto rio Xingu queé única na Amazônia, o que é em partepossibilitado pela longa permanência depopulações indígenas na área durante pelomenos os últimos 1000 anos. Ainda com aspesquisas em andamento, financiadas pelaFundação Nacional de Ciências (NSF) dosEstados Unidos, o livro vem relatar os resul-tados de uma década de pesquisas (1992-2002) (p. xvi).

No Capítulo 1 (Introdução), Heckenbergercontextualiza a obra, que chama de uma“etnografia histórica”, de construção“interpretativa e contextual”, ainda “provisóriae incompleta” (p. 6). Um dos grandes méritosdo livro já se percebe neste capítulo inicial,com a contextualização da história dos povosXinguanos no cenário da expansão européia,não negando aos nativos o poder de resistênciae ação, ao considerar o colonialismo comoconjuntural na história dos povos indígenas.Heckenberger enriquece o atual debate sobreo nível de complexidade das sociedades exis-tentes na Amazônia em 1492, ao investigar as

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origens da imaginação histórica sobre umaAmazônia primitiva e exótica, em estado denatureza, que ele identifica como responsávelpelos estereótipos etnográficos que influenciamtanto a etnologia quanto a arqueologiaamazônica até hoje. O autor propõe que aAmazônia de 1492 não era diferente em ter-mos de estruturas hierárquicas e formas deexercício de poder político encontradas emoutras partes do mundo considerado «civili-zado», onde também os chefes ou reisbuscavam legitimação no parentesco comancestrais heróicos ou divinos. A existênciade complexidade social amazônica, por isso,não está em questão; segundo o autor, o quedeve ser perguntado é exatamente que tipo decomplexidade social foi encontrado pelos in-vasores no século XVI.

O livro tem outros dez capítulos, dividi-dos em duas partes: I – Visualizando pro-funda temporalidade (Capítulos 2 a 5) e II –Corpo, memória e história (Capítulos 6 a 10).No Capítulo 2 (Cultura e história: a longdurée) o autor defende a sua tese, já aborda-da em outros trabalhos, de que o Alto Xingufoi colonizado por povos Arawak quechegaram à região em torno de 800-900 A.D.,trazendo consigo um “substrato cultural” quese caracteriza por grandes aldeias circula-res, sedentárias, integração regional (siste-ma de estradas, caminhos), alteração inten-cional da paisagem (criação de florestaantropogênica, construção de trincheiras paradefesa), agricultura de mandioca (mas peixecomo proteína), chefatura baseada emhierarquia social hereditária e militarismodefensivo (p. 60-61). É principalmente aexistência dessas estruturas culturais queteriam possibilitado a resiliência em face demudanças conjunturais importantes ao longodos últimos 1000 anos, o que permite umacorrelação entre os Xinguanos atuais e seusantepassados investigados através daarqueologia. O capítulo é bem costurado, comreferências a toda a literatura disponível so-bre os Arawak (incluindo dados arqueológi-

cos para outras áreas colonizadas por eles),examinando os desdobramentos da diásporae contextualizando-a na história indígena daAmazônia.

Os dados arqueológicos e a cronologiaconstruída para a ocupação humana na áreasão expostos no Capítulo 3 (Traços de temposantigos). A área de estudo, de cerca de 1000km² foi objeto de prospecção intensiva (nosolo e com a utilização de imagens de satéli-te e fotografias aéreas), mapeamento e cole-ta de artefatos em superfície. Foram realiza-das escavações em três dos 26 sítios encon-trados. A seqüência inicia em A.D. 800, coma ocupação inicial de grupos ceramistas dafase Ipavu. Períodos cronológicos são defi-nidos com base em mudanças em padrões deassentamento, tecnologia cerâmica,informações etnohistóricas e dataçõesradiocarbônicas. A fase Ipavu, representan-do a colonização inicial Arawak é subdidividaem um período inicial e um período tardioou «clássico» (A.D. 1400-1600), caracteri-zado pela presença de grandes aldeias forti-ficadas. Ainda durante a fase Ipavu identifi-ca-se a existência de dois complexos dife-rentes, um ocidental, identificado comoArawak e outro oriental, com casas circula-res, menores, sem a praça central, que teriamsido ocupadas por grupos Carib. O final desteperíodo marca uma fase de transição, proto-Xinguana, com a união dos dois complexos,formando a base do que seria a culturaXinguana, uma sociedade multiétnica comuma base cultural predominantementeArawak.

No Capítulo 4 (Dinâmica social antes daEuropa) são elaborados mais profundamen-te os aspectos culturais subjacentes aocrescimento demográfico, regionalização,crescimento das aldeias e construção deestruturas defensivas e outras obras de terraque caracterizam o período que vai de A.D.1400 – 1600, o de maior desenvolvimentona área. Extremamente interessante aqui sãoas histórias orais que fazem referência ao

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herói cultural que traz os Arawak (guiandoas sucessivas migrações) e construindoestruturas defensivas em forma de arco (en-contradas através da pesquisa arqueológica)em cada lugar em que se estabelecem. Acontextualização do desenvolvimentosociopolítico no alto Xingu dentro da históriasul-americana – expansão do Império Inca eas possíveis ameaças que representavam gru-pos Tupi-guarani e Gê na área - aparecemcomo imagens vivas de uma Amazôniapulsante de história, o que Heckenberger sabefazer com raro talento.

O impacto do colonialismo é o foco doCapítulo 5 (Na sombra do império: colonia-lismo e etnogênese). Aqui, o autor se debruçana etnografia, arqueologia, etnohistória,arqueologia e histórias orais para examinaras origens da sociedade multilinguísticaXinguana – com a integração entre gruposArawak, Carib e Tupi, em grande partedevido ao avanço da sociedade branca. Ahistória do período colonial – a descobertado ouro, os bandeirantes, jesuítas, a buscapor escravos indígenas, expedições punitivas,migrações forçadas – é revista a partir daperspectiva da periferia amazônica e Brasilcentral. As mudanças causadas pelas dramá-ticas perdas demográficas (para as quaisexistem dados mais seguros para os últimos150 anos) são examinadas em termos de suasconseqüências para o entendimento das atuaisestruturas de poder.

A Parte II discute questões relacionadasà constituição do poder político por meio demetáforas visíveis na orgnização espacial ena construção da pessoa, baseadas em da-dos etnográficos coletados pelo próprio au-tor e por outros. Fica claro aqui que aecologia do poder - título do livro - não éexatamente o que uma leitura literal daexpressão nos leva a entender. Não se tratade entender o poder em relação à ecologia daperiferia amazônica, ou como o poder seconstrói naquele ecossistema, mas antes oambiente construído do poder, as noções de

espaço, a padronização de comportamentosculturais no tempo e no espaço, aobjetificação do corpo, tudo dentro de umdiscurso de poder que se torna visível emcoisas, pessoas e paisagem.

As atividades de subsistência e a maneiracomo essas se materializam nos artefatos sãoo tema do Capítulo 6 (Paisagem e subsistência:o etos da vida sendetária). Os Xinguanos sãocaracterizados como um povo tipicamenteagricultor, cuja dieta básica é composta pormandioca e peixe, complementada por outroscultivos e coleta. Alguma atenção é dadatambém à descrição da tecnologia utilizadapara intensificar a pesca, inclusive com aconstrução de barragens e armadilhas maispermanentes em rios e lagos. A produção deobjetos materiais é relatada como obedecendoa uma divisão de trabalho por gênero, deacordo com a qual aos homens é reservada aprodução de objetos rituais, enquanto que àsmulheres cabe a maior produção de utensíliosdomésticos. A análise comparada da tecnologiacerâmica, formas e decoração das fases Ipavue Xinguana é utilizada para demonstrar acontinuidade de uma indústria cerâmica rela-cionada também a outros membros daTradição Barrancóide (ou Borda Incisa).Padrões de uso tanto na cerâmica pré-históri-ca quanto na atual (desgaste interno devido àstoxinas ácidas e entalhe na borda, causado pelaarmação cruzada de madeira da peneira) sãotidos como indicadores do processamento demandioca brava. As principais mudançasdiacrônicas observadas entre as duas indústriascerâmicas – em técnicas de decoração emodificação de algumas formas – são enten-didas como redução na diversificação esofisticação da indústria cerâmica, o que vema atestar continuidade. Juntamente com aconfiguração da aldeia (praça circular eestradas) e o padrão de assentamento regio-nal, a indústria cerâmica forma a base cultu-ral necessária para discutir assuntos decontinuidade ou mudança cultural nos últimos1000 anos.

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No Capítulo 7 (No meio dos outros:paisagens de memória), Heckenbergerdiscorre sobre o «ambiente construído» dosXinguanos, no qual a praça central repre-senta uma posição privilegiada deobservação, uma metáfora das relaçõessociais entre os vivos e destes com seusantepassados. As histórias orais (mitológicasou não) são examinadas em conjunto com aetnografia, arqueologia e observação dapaisagem antropogênica, de forma a enten-der o significado monumental da intervençãohumana na paisagem, que no imaginárioacadêmico é muitas vezes interpretada comomenor frente às construções de templos epirâmides comumente relacionadas às socie-dades complexas. A Amazônia antropogênicavista pela ecologia histórica tem aqui seumelhor exemplo, nas palavras do autor, porpossibilitar uma perspectiva arqueológica –e, portanto, de um processo de mudança cul-tural de longo termo – de práticas de manejoda paisagem.

A organização social e as relações de pa-rentesco são examinadas no Capítulo 8 (Ca-sas, heróis e história: a pessoa partida). Aquié enfatizada a materialidade das relações sim-bólicas no ambiente da casa, que seria umametáfora do corpo humano, com suas regrasde acesso e a organização espacial tanto in-terna quanto com relação ao contexto maiorcujo centro é a praça. A idéia de que asestruturas socioculturais encontram-se repre-sentadas na própria noção de pessoa éapresentada dentro do conceito de «fractalperson» (que eu traduzi aqui como «pessoapartida», na falta de termo melhor). Naspalavras do próprio autor, «fractal person»é a pessoa como uma holografiasociocultural, a idéia de que a parte semprecontém o todo, como a célula de um organis-mo vivo contém seu código genético. Essaperspectiva, de fato, é característica daabordagem interpretativa tanto emarqueologia quanto em antropologia: são naspequenas ações ordinárias, no fazer particu-

lar que se revelam os significados queconfiguram um determinado modo de vidano tempo e no espaço (Yentsh, citado porBeaudry et al. 1991) e que são instrutivossobre a essência do que é ser humano dentrode uma determinada cultura (Geertz 1978).Como em outros momentos, aquiHeckenberger discute a divisão da sociedadeem linhagens cujos privilégios políticos esociais são legitimados por sua maiorproximidade de parentesco aos heróisculturais. As questões de rivalidade política,cerimônias regionais e feitiçaria, entre outras,também são exploradas.

A praça enquanto instituição política, porser o palco da realização de cerimônias pú-blicas cuja coordenação é restrita aos chefes,é examinada no Capítulo 9 (A economia po-lítica do poder: praças como pessoas) comoo símbolo maior da vida em sociedade noalto Xingu. Aqui o autor explora a relaçãometafórica entre praças e pessoas, discutindoa maneira pela qual certas estruturas culturaisperpassam ou se inscrevem no espaço do-mesticado. A praça adquire um significadopolítico importante por ser o espaço tambémda «produção simbólica» dos chefes, sualegitimação através de rituais ativadores damemória coletiva sobre identidade social,alteridade e relação com os antepassados.

Se em sua tese de doutorado (War andpeace in the shadow of empire: sociopoliticalchange in the upper Xingu of southeasternAmazonia, A.D. 1400-2000, Universidade dePittsburgh, 1996) Heckenberger evita carac-terizar a ocupação pré-colonial Xinguanacomo um cacicado, apesar de então já defen-der que a evidência arqueológica indicavaorganização sociopolítica regional ehierarquia, agora o autor não hesita em con-siderar as feições culturais atribuídas aosArawak como o substrato cultural primáriodos «cacicados sul-amazônicos» (p. 60).Tanto a regionalidade sociopolítica - queparece antes se organizar por meio do sim-bólico do que por qualquer poder oriundo de

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base econômica - quanto a alteridadeendógena construída ritualisticamente a par-tir de uma hierarquia definida por nascençae perpetuada pela hereditariedade, vêm sendoconsideradas por Heckenberger ao longo deseu trabalho como características recorrentesque apontam em direção à uma estruturasociopolítica típica de cacicados. «O altoXingu é crítico para a etnologia amazônicaporque representa um exemplo vivo de umtipo de formação social, uma chefatura[chiefly polity] de tamanho pequeno a médio,que era uma vez comum no mundo, mas quehoje é bastante rara» (p. 190).

A defesa da idéia do «cacicado Xinguano»perpassa todo o livro, mas se encontra melhorelaborada no Capítulo 10 (Conclusão: opedigree de uma contradição). SeguindoCarneiro (1981) Heckenberger entende quea semente do Estado, senão ele próprio, jápode ser reconhecida a partir do momentoem que a sociedade se hierarquiza,reconhecendo a legitimidade da diferençaentre os descendentes dos «chefes» e aquelesque, mesmo por mérito, jamais poderão serchefes, por não possuírem o sangue da elitecorrendo em suas veias. A própria concepçãode pessoa encerra em si a definição de poderpolítico –na visão de Heckenberger– opróprio Estado (p. 183). Questões comocentralização regional, aparentemente ausen-te na sociedade Xinguana (que parece maisseguir o modelo «heterárquico» de Crumley,1995) assim como as incertezas quanto àcapacidade dos chefes de extrair recursos,mobilizar mão-de-obra ou congregarpopulação para a guerra são consideradas,de certa forma, questões menores em face deuma concepção de chefatura que toma comoprimordial a existência do «cargo de chefe»(Service 1962) (p.327). O problema é que,se aceitarmos que a organização social tantodurante as fases Ipavu como Xinguana podeser caracterizada como chefatura por causada existência de estruturas culturais que sãopróprias dos Arawak (uma «cultura» de

chefatura), tiramos da instituição «cacicado»todo o seu caráter histórico. Cacicadossurgiram num dado momento em diversaspartes do mundo; as causas para aemergência destas formas de organizaçãosociopolítica regional têm sido calorosamentediscutidas entre arqueólogos e antropólogospor décadas. Mas entre os Xinguanos,cacicados parecem ter sempre existido, umavez que é um etos, uma estrutura social.

Neste livro, assim como em seus trabalhosanteriores, Heckenberger tende a minimizaros aspectos econômicos e demográficos nodesenvolvimento dos processos históricos, emfavor de estruturas culturais, cosmológicase ideológicas. O principal problema dessaperspectiva é considerar como motores detransformação justamente aqueles aspectosque, em sua própria visão, são os que menosmudam. As causas para a diáspora sãoapontadas tentativamente como rivalidadepolítica entre linhagens de chefes, segundo oautor as mesmas razões para os conflitosobservados atualmente (p. 120). Se as riva-lidades fossem causa para mudança, por queaqueles povos teriam permanecido tantotempo no alto Xingu? Falta, por exemplo,uma explanação (ao menos tentativa) paraas razões que levaram ao estabelecimentopermanente de populações Arawak na peri-feria amazônica. O leitor fica com a idéia deque qualquer lugar é um bom lugar para aprodução das condições materiais deexistência, tendo em vista o modelo cultural(hierarquias sociais, praça central,organização regional, agricultura de mandio-ca e pesca) carregado junto com os povosArawak.

O maior desafio do autor é sustentar atese de continuidade cultural dentro de umcontexto de drásticas mudanças sociais e fí-sicas (migrações, colapso populacional, gue-rras) que se abateram sobre as sociedadesindígenas desde o contato com os europeus,mas se acenturam no último século. O que é,afinal, aquilo que permanece e que pode ainda

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ser identificado como originalmente Arawak?O que é que nos permite transpor asobservações de uma etnografia dos últimos150 anos para um passado que asinformações orais jamais alcançam? Segun-do Heckenberger, é a permanência daconstrução simbólica do espaço e da pessoa,que se mantém constante tanto na etnografiaquanto naqueles elementos que a arqueologiapermite observar. Ou seja: a praça central, aorganização regional, e a cerâmica que indi-ca uma economia baseada no cultivo da man-dioca. Considerando, no entanto, quecerâmicas com funcionalidade semelhantesão também compartilhadas por praticamentetodas as populações amazônicas, e que asaldeias não-Arawak do Brasil central tambémsão circulares (p. 61), isso parece pouco.Ainda assim, a tese de Heckenberger con-vence pela articulação cuidadosa de dadoslingüísticos, arqueológicos, etnográficos ehistóricos.

Independentemente de críticas —aosquais aqueles que se aventuram a tratar deassuntos polêmicos estão sempre sujeitos—o livro é de leitura obrigatória para todosaqueles interessados na história daspopulações amazônicas, de qualquer época.Em A ecologia do poder Heckenberger dis-cute com propriedade temas caros àarqueologia e etnologia amazônicas.Primeiro, aborda os cacicados amazônicosexatamente do ponto de vista de uma perife-ria que foi e ainda é considerada por algunscomo marginal frente ao desenvolvimento dacomplexidade social quase que incontestávelna várzea. Mas, ao invés de procurar«civilizações» na Amazônia, Heckenbergercritica as categorias de análiseuniformizadoras, que buscam entender a par-tir dos mesmos parâmetros desenvolvimentossocioculturais tão distintos. Ao retirar o mo-delo do velho mundo da mesa, aquilo que égenuinamente amazônico e que só pode sercompreendido em sua própria especifidadeaparece, dissipando quaisquer dúvidas

quanto à complexidade, monumentalidade eoriginalidade do desenvolvimentosociocultural na floresta tropical. E paraaqueles que acham que estamos perto de de-finir os cacicados amazônicos, Heckenbergerresponde que se pode esperar umavariabilidade muito grande em termos de for-mas de organização social entre os povosamazônicos do passado, furtando-se emoferecer qualquer modelo generalizante. Fi-nalmente, em uma época de especializaçãodemasiada dos cientistas sociais,prejudicando o entendimento de assuntos tãocomplexos como esses aqui tratados, a«reconciliação entre estrutura e história»(Wallerstein 2003) promovida tãobrilhantemente por Heckenberger, é mais doque bem-vinda.

RefêrenciasBeaudry, Mary, Lauren Cook e StephenMrozowski

1991 Artifacts and active voices: materialculture as social discourse. En Thearchaeology of inequality, editado porRandall McGuirre e Robert Paynter,pp 150-191. Blackwell, Oxford.

Carneiro, Robert L.1981 The chiefdom: precursor of the State.

In The transition to statehood in theNew World, editado por G. Jones e R.Kautz, pp. 37-79. CambridgeUniversity Press, Cambridge.

Crumley, Carole L.1995 Heterarchy and the analysis of complex

societies. En Heterarchy and theanalysis of complex societies, editadopor Carole Crumley, pp 1-5.Archaeological Papers of the AmericanAnthropological Association 6,Arlington.

Geertz, Clifford.1978 A interpretação das culturas. Zahar,

Rio de JaneiroService, Elman R.

1962 Primitive social organization: anevolutionary perspective. RandomHouse, Nueva York.

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Wallerstein, Immanuel2003 Anthropology, sociology, and other

dubious disciplines. CurrentAnthropology 44 (4): 453-65.

Unknown Amazon, editado porColin McEwan, Christiana Barreto yEduardo Neves. British MuseumPress, Londres, 2001. Reseñado porSantiago Mora (St. ThomasUniversity).Una reseña de Unknown Amazon requierede su ubicación en relación con el públicopara el cual ha sido producido; se trata deuno de aquellos textos que en el mundo anglo-parlante se conocen como coffee table book,es decir, un libro lleno de ilustraciones y deunas características editoriales exquisitasentre las cuales se destacan magníficas foto-grafías a color –ciento veinte de ellas– yochenta en blanco y negro que se insertan alo largo de las 304 páginas del texto parailustrar al lector. Estas características hacendel libro un verdadero placer. El costo dellibro es de £19.99, aproximadamente US 50,y su distribución se hace, principalmente, através del Museo Británico. No es un librofácil de conseguir en otros lugares; por ejem-plo, es difícil localizarlo en las grandes libre-rías electrónicas, lo que implica una limitadadistribución. Posiblemente la edición se di-señó para que fuera adquirido por los curio-sos visitantes del museo y uno que otro inte-resado. Un libro definitivamente creado paraun público que vive en el mundo desarrolla-do, que no es académico, pero que, eventual-mente, se puede interesar por esta región tro-pical del mundo que se conoce comoAmazonía. Por ello no es sorprendente queel libro sea clasificado en el portal electróni-co del Museo Británico (http://www.britishmuseum.co.uk/shops) en su sec-ción de lecturas generales.

El título del libro no deja de ser atrayente,Unknown Amazon; con él se evoca el misterioque caracteriza de muchas formas a la región

amazónica en el mundo desarrollado que sue-ña con la última frontera por conquistar o, talvez, sólo por explorar. Un título diseñado paraatraer curiosos. Estos artilugios publicitariosse han mezclado con la experiencia en el cam-po y los conocimientos de los compiladores,Colin McEwan, Christiana Barreto y Eduar-do Neves; alguno de ellos, a pesar de su ju-ventud, son prominentes académicos en elmundo de los expertos que se preocupan porestas cosas del pasado. No obstante, el librono presenta una continuidad, un relato orga-nizado que lleve progresivamente a los curio-sos a través del tiempo; por el contrario, saltade un tema a otro, a partir de la especialidadde quien escribe en el momento. Se podríapensar que los compiladores intentaron dar,de algún modo, un sentido cronológico al tra-bajo; sin embargo, éste no se sostiene dadoque los temas explorados se encuentran ajus-tados a las necesidades e intereses de cada in-vestigador en particular. Politis, por ejemplo,nos habla de las transformaciones que los hu-manos, en particular los cazadores yrecolectores, han producido y producen en elámbito geográfico de la Amazonía en su artí-culo Foragers of the Amazon. The lastsurvivors or the first to succeed? Así se le-vanta el telón con la posibilidad de un espacioen continua transformación, “ilustrada” a par-tir de las vivencias de algunos de los cazado-res y recolectores que hoy habitan en las sel-vas. Esto lleva a los lectores a reflexionar so-bre la vida de aquellos primeros habitantes deestos bosques. A continuación José R. Oliveren The archaeology of forest foraging andagricultural production in Amazonia toca unode los temas más discutidos en el siglo pasadoen relación con la Amazonía: los sistemas deproducción agrícola y su productividad. Oliverintenta verlos como parte de las secuenciasarqueológicas de la región, definidas comofases de ocupación, y de las macro-tradicio-nes definidas en el pasado para organizar lainformación existente. A su argumentación nofaltan, como casi a ningún texto que toque

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este tema, los ejemplos etnográficos que ilus-tran y aclaran aquello que se intenta mostrar.

Los capítulos iniciales son seguidos porotros con énfasis y enfoque diferentes; seabandonan las temáticas más recurrentes delos arqueólogos que trabajaron en laAmazonía desde mediados del siglo pasadopara discutir los contextos sociales y la valo-ración de algunos objetos especiales. La et-nología y el dato etnográfico se mezclan conlas informaciones arqueológicas para gene-rar diferentes realidades del pasado de lamano de algunos objetos, ya sea porque sontestimonios que nos llegan desde el pasado,como la cerámica arqueológica (e.g., DeniseSchaan, Into the labyrinths of Marajoarapottery. Status and cultural identity inprehistoric Amazonia, capítulo 4; DeniseGomes, Santarém. Symbolism and power inthe tropical forest, capítulo 5; ColinMcEwan, Seats of power. Axiality and accessto invisible worlds, capítulo 7) o los trazosque los «antiguos» dejaron sobre las piedrasformando extrañas figuras (Edithe Pereira,Testimony in stone, capítulo 9) que poten-cian nuestra visión del pasado. También pue-de tratarse de objetos que, a pesar de encon-trase en el presente etnográfico, permiten«imaginar» tiempos remotos. Así el presentey el pasado se distancian y se aproximan alsugerir a los investigadores la complejidadque en ellos existe y existió. Este sería el casodel artículo de Lucia Van Velthem, The wovenuniverse. Carib basketry (capítulo 8), quienpresenta la producción de canastos como unaactividad que revela múltiples facetas de unmundo concebido y visto como un todo porsus participantes y en el cual la manufacturade un objeto, en este caso las cestas, no sólorevela las diferencias de género sino que ponede manifiesto otras dimensiones del mundosocial. También puede tratarse de objetosprovenientes de colecciones privadas o pú-blicas que sugieren realidades desconocidasque se deben explorar. Los investigadores seven forzados a atar cabos aquí y allá para

generar un símil del contexto en el cual pu-dieron haber actuado; un ejemplo es el textode Warwick Bray (One blow scatters thebrains. An ethnographic history of theGuiana war club, capítulo 11) sobre losmazos de las tierras bajas sudamericanas.

Así surgen diferentes visiones de estaAmazonía desconocida. La cerámicaMarajoara, por ejemplo (véase el artículo deSchaan, capítulo 4), se estudia en el contextode la sociedad que la produjo como un ele-mento para comprender la segregación y dife-renciación social, caso semejante al estudiadopor Vera Guapindaia en Encountering theancestors; en su artículo las representacionesde las urnas Maracá sugieren diferencias so-ciales que incluyen diferencias de género.Denise Schaan resalta el valor simbólico dealgunos objetos y los contextos rituales en loscuales debieron participar; estos últimos sonempleados para inferir el tipo de organizaciónde estas comunidades. Pero no sólo se intentaver este mundo social; lentamente se va des-cubriendo un cosmos en el cual estos objetosse anclaron alguna vez. Así lo hace el artículode Denise Gomes (capítulo 5) al enfatizar la«visión del mundo» que debió existir enSantarém en el pasado. Estos y otros aspectosde mundos pretéritos son resaltados en los si-guientes capítulos por un buen número deautores, a pesar de que trabajan en áreas dis-tantes y con materiales dispares. ColinMcEwan (capítulo 7) muestra cómo las pe-queñas butaquitas que los etnógrafos han re-gistrado en sus estudios (algunas de las cua-les han sido reconocidas en los materiales ar-queológicos, principalmente en representacio-nes cerámicas de individuos sentados) son ver-daderos emblemas del poder que una vez exis-tió en estas selvas; en cierta forma eran el es-pacio en el cual se localizaba el poder y, almismo tiempo, el espacio en el cual se accedíaa otras realidades, ajenas o apenas intuidaspor quienes no tienen el poder para compren-derlas. Las formas de poder son complemen-tarias y con ellas se podrían identificar algu-

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nas analogías en el estudio de los contextos deuso de los mazos amazónicos realizado porBray (capítulo 11).

En los últimos capítulos del libro se reco-bra la dirección en el tiempo al acercarnos alpresente, no sólo revelado por la visión quelos europeos produjeran de esta región (e.g.,Cristiana Barreto y Juliana Machado,Exploring the Amazon, exploring theunkown. Views from the past, capítulo 10) oen los materiales, muchas vecesdescontextualizados, que se encuentran en losmuseos (e.g., Warwick Bray, One blowscatters the brains. An ethnographic historyof the Guiana war club, Capítulo 11), sinotambién por datos arqueológicos de un pe-ríodo tardío (e.g., Eduardo Neves, Indigenoushistorical trajectories in the upper Rio Ne-gro basin, capítulo 12) que llaman la aten-ción sobre algunos temas de importancia enel pasado de los estudios en la Amazoníacomo la actividad guerrera, la distribuciónde los grupos en el espacio y sus relaciones yla posibilidad de la existencia de organiza-ciones supra regionales.

Unknown Amazon presenta un mosaico,o a lo menos algunos fragmentos, de lo quefue una realidad extremadamente compleja.A pesar de un reciente interés por el trabajoarqueológico en la región amazónica en paí-ses como Brasil – del cual provienen la ma-yoría de los ejemplos del libro – la regiónsigue siendo desconocida. A pesar de ello losartículos incluidos en el texto constituyen unbuen esfuerzo por acceder a un público ge-neral, con una educación media, que se en-cuentra urgido de información sobre una re-gión que puede ser sólo imaginaria paramuchos de los habitantes del mundo desa-rrollado. La visión que aportan los textos esrefrescante y nos aleja de algunos debatesque se hicieron agotadores con el tiempo paralos “amazonólogos” debido a su redundan-cia. Estos artículos nos recuerdan la necesi-dad de explorar otras alternativas o regresara las viejas polémicas tomando un ángulo

diferente. Sin embargo, el costo del libro, suscaracterísticas editoriales (como sus dimen-siones) y su mala distribución harán que pasedesapercibido por la mayoría del público ysólo será citado por uno que otro especialis-ta. Probablemente este esfuerzo editorial estácondenado a permanecer desconocido, comola realidad que intenta conocer.

Perspectivas integradoras entrearqueología y evolución. Teorías,métodos y casos de aplicación,editado por Gustavo A. Martínez yJosé Luis Lanata. Serie Teórica Nº 1,INCUAPA, Universidad Nacional delCentro de la Provincia de BuenosAires (UNICEN), Olavarría, 2002.Reseñado por Rafael Suárez (AgenciaNacional de Promoción Científica yTecnológica, Universidad Nacional deCatamarca)Este libro reúne once artículos que utilizanvariantes de la teoría de la evolución paraplantear, analizar y discutir diferentes pro-blemas arqueológicos. Hay trabajos de cortenetamente teórico y casos de estudio que abar-can distintos períodos cronológicos y proble-máticas. Los investigadores interesados enla arqueología evolutiva encontrarán en estelibro una serie importante de temáticas, pro-blemáticas y casos específicos. Los temasprincipales incluyen varios tópicos como elregistro bioarqueológico y la adaptación hu-mana de los cazadores-recolectorestempranos; aspectos referidos a la ecología,cultura material y estrategias reproductivasde los pastores-agricultores de la Puna ar-gentina; análisis del cambio en la tecnologíadel material lítico y de materias primas óseasutilizadas para la confección de instrumen-tos por cazadores-recolectores en Pampa yTierra del Fuego.

El libro comienza con una serie de cuatroartículos que trata con especial atención as-pectos del registro arqueológico de pastores-

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agricultores establecidos en sitios ubicados amás de 3000 msnm en la Puna argentina. EnCultura material y arqueología evolutivaHernán Muscio analiza desde el punto de vis-ta teórico tópicos tales como la variación,transmisión, selección y adaptación.Marginalmente propone algunos ejemplos queilustran sus principales conceptos. El autorsostiene que el desarrollo teórico ymetodológico de una investigación desde elpunto de vista evolutivo debe complementar-se y retroalimentarse con todas las corrientesde investigación darwinianas del comporta-miento y la cultura. Propone un modelo queexplica la variación arqueológica desde elmarco co-evolutivo entre genes, cultura yambiente. Gabriel López en La ecología delcomportamiento como marco explicativo delconsumo de recursos faunísticos en el Tem-prano de la puna salteña pretende compren-der el consumo de recursos faunísticos en unapoblación de hace 2000 años ubicada en loque define como un ambiente de alto riesgo.López utiliza el modelo Z score para predecirestrategias y tácticas desarrolladas por la po-blación que investiga y llega a la conclusiónque las poblaciones de este sector utilizaronconductas de máxima eficiencia en ambientesrestringidos donde los recursos estaban con-centrados. Ecología evolutiva y estrategiasreproductivas de los pastores puneños: unaaproximación arqueológica de CarolinaAzcune y Mariana Gómez sintetiza y discutea través de modelos actualísticos y life historydiversas pautas reproductivas por las que de-bieron pasar comunidades de pastores en laPuna de Argentina. Metodológicamente las au-toras indican que los datos fueron extraídosde dos fuentes principales: (a) relevamientode datos estadísticos obtenidos del ProgramaAtención Primaria de la Salud XXIX los An-des (PAPS) del Hospital Municipal San An-tonio de los Cobres y (b) entrevistas a cincomujeres y un hombre. Las conclusiones sos-tenidas por las autoras se basan, exclusiva-mente, en los datos del PAPS e indican que el

esfuerzo reproductivo es alto y está relaciona-do con bajas expectativas de vida. Sin embar-go, si se observan con detalle y con atenciónlos datos de sus propias entrevistas se advier-te que las mujeres entrevistadas tuvieron 12hijos, de los cuales uno solo falleció. Este últi-mo dato parecería contradecir las conclusio-nes generales sostenidas por las autoras. Sinembargo, los datos de las entrevistas tambiénpueden estar sesgadas debido, principalmen-te, a la edad de las mujeres entrevistadas.

Transmisión cultural y persistencia di-ferencial de rasgos. Un modelo para el es-tudio de la variación morfológica de laspuntas de proyectil lanceoladas de San An-tonio de los Cobres, Provincia de Salta,Argentina, de Marcelo Cardillo, propone lautilización de un modelo teórico-metodológico de transmisión cultural utili-zando la variación guiada y transmisiónsesgada para analizar e interpretar la varia-bilidad de un conjunto de puntas de proyectillanceoladas de la Puna salteña, Argentina. Elautor presenta una serie de fórmulas yecuaciones matemáticas para ordenar y fun-damentar sus supuestos. Sin embargo, por sísolas las fórmulas matemáticas no van a solu-cionar problemas arqueológicos. Hay que te-ner especial cuidado en este punto pues si unade las variables no indica la realidad o se des-cuidan aspectos inherentes de la cultura (comosimbólicos, estilísticos, funcionales y/o prefe-rencias técnicas individuales de los talladores)el modelo puede tender a perder estabilidad.El artículo omite un esquema, dibujo o foto-grafía ilustrativa de la variabilidad morfológicaseñalada, un aspecto que pudiera haber sidoimportante para el lector que desconoce lamorfología de las puntas de proyectil de SanAntonio de los Cobres.

Organización y cambio en las estrategiastecnológicas: un caso arqueológico eimplicaciones comportamentales para la evo-lución de las sociedades cazadores-recolectoras pampeanas fue escrito por Gus-tavo Martínez. A partir de una base de datos

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amplia y sistemática generada en los últimosaños de investigación en la Pampa, el autorplantea que ciertas innovaciones tecnológicasestarían operando y produciendo cambios enla conducta y organización tecnológica desdehace aproximadamente 7500 años en la zonadel río Quequén Grande, Provincia de Bue-nos Aires. Martínez sostiene que el cambio enlas estrategias de aprovisionamiento de mate-rias primas habría favorecido la litificacióndel paisaje, es decir, la formación de depósi-tos secundarios intencionales de materias pri-mas donde estas escasean. Además, discutelas dos opciones actuales para el origen de laspoblaciones humanas en Pampa durante elHoloceno medio: si fueron las mismas origi-nadas al final del Pleistoceno o si fueron re-sultado de una recolonización luego de 5000AP. Según el autor la innovación cultural y elsurgimiento de nuevos elementos tecnológi-cos (e.g., arco-flecha, cerámica, morteros ymanos de moler) habrían intervenido en la re-organización del comportamiento de los ca-zadores-recolectores pampeanos hacia elHoloceno medio-tardío.

En The darwinian archaeology of socialnorms and institutions: issues and examples,Stephen Shennan ejemplifica, a través de ca-sos arqueológicos del Neolítico de Europacentral y la emergencia de nuevas adaptacio-nes de agricultores en la prehistoria de Hawai,cómo diferentes condiciones en el ámbitogrupal pueden haber actuado y favorecido elsurgimiento de jerarquías, crecimiento diferen-cial social y desigualdades. El autor planteala necesidad de examinar la relación que exis-te entre diferentes niveles de selección desdela perspectiva de la teoría del juego, tanto anivel individual como inter-individual.

En Cladistics and archaeology phylogenyMichael O´Brien, Lee Lyman y John Darwentanalizan 17 tipos o clases de puntas de pro-yectil del periodo Paleoindio en el sudeste deAmérica del Norte. Los autores utilizan y plan-tean los conceptos básicos del métodocladístico, tomado de la biología, para explo-

rar las relaciones de continuidad o no en lahistoria de linajes artefactuales.

Un modelo evolutivo en Argentina. Re-sultados y perspectivas futuras de VivianScheinsohn estudia la variabilidad y explo-tación de diferentes materias primas óseasutilizadas para la manufactura de este tipode instrumentos en la Isla Grande de Tierradel Fuego. La autora aplica un modelo a es-cala regional derivado de la teoría evolutivay plantea los lineamientos básicos de la teo-ría de los equilibrios punteados y estudios dela complejidad para explicar la utilizaciónde materias primas óseas obtenidas decetáceos, aves, pinnípedos y camélidos en laIsla Grande de Tierra del Fuego durante losúltimos 6000 años. Scheinsohn considera tresmomentos en la explotación de materias pri-mas óseas (experimentación, explotación yabandono), concluyendo que en un primermomento el material óseo presenta un im-portante desarrollo técnico.

La problemática del poblamiento de Amé-rica se analiza y discute en dos importantestrabajos desde dos perspectivas muy intere-santes. Evolution, ecology and humanadaptability de James Steele explora las pre-ferencias humanas a diversos ambientes, suadaptabilidad a regiones ecológicas distintasy sus implicaciones para la dispersión huma-na temprana en América del Sur y Américadel Norte. Analiza cuatro modelos evolutivosderivados de la psicología evolutiva, la estruc-tura del hábitat, la selección de variabilidad yla construcción del nicho para explicar la se-lección de ambientes utilizados por los caza-dores-recolectores durante el final delPleistoceno. En The archaeological analysisof death-related behaviors from anevolutionary perspective: exploring thebioarcheological record of early Americanhunter-gatherers Gustavo Barrientos discutealgunos aspectos de los enterramientos huma-nos en América del Sur y América del Nortepara la transición Pleistoceno-Holoceno. Através del estudio de diferentes casos plantea

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el problema de la escasez del registro óseo deestas poblaciones tempranas y concluye queesto puede haber respondido, entre otros as-pectos, a la alta movilidad, baja densidad depoblación y distintas fases en la expansióngeográfica. Barrientos propone que el aban-dono de cadáveres puede ser una de las solu-ciones al problema.

El último artículo del libro, Humans andevolotionary dynamics. The last decadesin archaeology and anthropology de JoséLuis Lanata, presenta y repasa las últimascorrientes que, desde de la teoría de la evo-lución, han sido utilizadas en antropologíay arqueología para explicar diferentes di-námicas culturales a finales del siglo XX.Con una amplia base bibliográfica, el autoranaliza y compara las similitudes y diferen-cias de los principales aportes teóricos sur-gidos de la teoría de la evolución.

Análisis, interpretación y gestiónen la arqueología de Sudamérica,editado por Rafael Pedro Curtoni yMaría Luz Endere. Serie Teórica Nº2, INCUAPA, Universidad Nacionaldel Centro de la Provincia de BuenosAires, Olavarría, 2003. Reseñado porCamila Gianotti (Laboratorio deArqueología da Paisaxe IEGPS,CSIC-XuGa).La Serie Teórica que viene desarrollando elINCUAPA ha reunido en este segundo volu-men un conjunto de trabajos presentados en laSegunda Reunión Internacional de Teoría Ar-queológica en América del Sur celebrada en2000 en Olavarría, Argentina. El volumen estáestructurado en torno a tres ámbitos del queha-cer disciplinar que han sido tradicionalmentecontemplados como esferas independientes dela arqueología pero que, en la actualidad, y trashaber superado esa falsa distinción, sereencuentran formando parte de una arqueolo-gía integradora, polifacética y multidimensional.El libro aporta las claves de temas de interés

actual que atraerán tanto a los especialistas delas distintas áreas temáticas abordadas como alectores ávidos de información para ampliar elconocimiento global de la teoría y práctica ar-queológica en Sudamérica.

Las dos primeros apartados están consti-tuidos por trabajos que son el resultado de aná-lisis concretos y que, aunque se encuadran endos secciones que los editores diferencian (Aná-lisis e interpretación), contienen una fase ana-lítica e interpretativa que permitiría agruparlosen uno. El volumen contiene diversos artículosrelacionados con el estudio de tecnología lítica(Stadler et al.; Schmidt Dias; Bayón yFlegenheimer), la tafonomía y la geoarqueologíaen la interpretación arqueológica (Borella yDubois), el poblamiento americano (Miotti;Pineau et al.), etnoarqueología y etnohistoriaen Brasil (Silva; Nunes de Oliveira) y otros tra-bajos que abordan aspectos teóricos (Alberionedos Reis; Velandia). Por último, en la tercerasección y agrupados bajo el título Gestión delpatrimonio, se presentan varios artículos queconjugan interesantes reflexiones en torno a laconstrucción histórica, el uso social y la educa-ción del patrimonio (Morales et al.; Weissel;Cortegoso y Chiavazza; Endere y Curtoni;Salazar-Sierra; Grew). Esta sección, a mi jui-cio la más interesante y mejor articulada dellibro, sorprende con reflexiones sustanciales quesuponen un importante aporte a este joven cam-po de acción de la arqueología latinoamerica-na. Se advierte en los diferentes trabajos la ne-cesidad de incluir en la investigación la historiade los mecanismos que han configurado las re-presentaciones del pasado que han permitido elestablecimiento inmóvil de categorías históri-cas y geográficas, la mayoría de las veces noinocentes, y que han derivado en la actualinstitucionalización de un patrimonio culturalque NO es precisamente el reflejo de una cons-trucción social participativa (García 2001).

En esta línea Cortegoso y Chiavazza de-muestran cómo las formas de representacióndel pasado en el sistema de educación formalen Mendoza son consecuencia del proyecto

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político nacional erigido sobre la negación dediversos sujetos históricos (indios, negros,mujeres), condicionando también el surgimien-to de la arqueología institucional y los funda-mentos del actual sistema de protección delpatrimonio en Argentina. En este mismo sen-tido Endere y Curtoni ilustran, con tres ejem-plos paradigmáticos, cómo la actual defini-ción del sistema de protección de bienes ar-queológicos es una construcción cimentada enuna perspectiva univocal enraizada en el dis-curso legal y científico que sigue predominandosobre una realidad más compleja, heterogéneay multivocal. Los autores muestran cómo larealidad pluricultural del país (reconocida le-galmente) no se ha visto reflejada ni en la de-finición de lo que es patrimonio cultural ni enla determinación de su protección. Traen aldebate el concepto de paisaje como una posi-ble solución legal que permita una definiciónpatrimonial integradora y participativa; estapropuesta, de suma actualidad, aporta argu-mentos concretos a un debate mayor desarro-llado desde diferentes organismos internacio-nales, instituciones gubernamentales y centrosacadémicos y que, al igual que los autores,gira en torno a la necesidad de avanzar en ladefinición e implementación del concepto depaisaje cultural como herramienta de gestión(cf. UNESCO 2000).

Totalmente articulado con los trabajosanteriores María Elena Salazar–Sierra pre-senta un punto de entrada complementario aun mismo problema global. La autoradesconstruye críticamente la propia historiadel objeto arqueológico y las colecciones paraexaminar las implicaciones de este procesoy la relación con el surgimiento de los mu-seos, el patrimonio y la configuración de laidentidad en Colombia. Evidentemente cual-quier desarrollo epistemológico, conceptual,político y práctico acerca del patrimonio cul-tural está relacionado con el modo de apro-piación, conceptualización y valoración delbien patrimonial en el contexto social y polí-tico en el que se enmarque. Históricamente

ese bien ha cambiado en su definición, for-ma y concepto desde la mitad del siglo XIX,algo que Salazar-Sierra analiza muy bien.Según la autora el surgimiento del bien pa-trimonial aparece relacionado, en origen, conla contemplación distante de los objetos delpasado, procedentes de una alteridad, lejanaen el tiempo, a la que no se ha otorgado lamás mínima solución de continuidad con elpresente. Este bien exótico se transforma enun bien de consumo que, al ingresar en co-lecciones privadas, adquiere un carácter sim-bólico ajeno a su sentido original, contribu-yendo a legitimar las diferencias sociales yeconómicas de quienes los poseen. Éstos,junto a otros argumentos, fueron claves pararespaldar los proyectos políticos de construc-ción de los Estados-nación modernos opera-dos en prácticamente toda Latinoaméricadurante el siglo XIX. Salazar-Sierra sitúa unnuevo punto de inflexión con el surgimientode los museos y de la arqueología y la antro-pología como disciplinas institucionales, des-de entonces encargadas de la salvaguarda deun patrimonio que pasa a ser público.

Resumiendo estos aportes parece claro queen el contexto actual latinoamericano la ges-tión del patrimonio cultural (en pleno procesode construcción) necesita asumir los conflictosque la acompañan, además de una reflexióncrítica de sus bases conceptuales y sus accio-nes; sólo así se podrá plantear una teoría socialdel patrimonio que lo reconduzca hacia un pro-yecto participativo y solidario, sin exclusiones,que recuerde que también es resultado de pro-cesos de hibridación cultural (García 2001).También necesita un nuevo modelo en el cualse integren de manera estructurada todos lossaberes y sectores sociales (científicos, legales,étnicos) implicados en su definición, valoracióny tutela. Estas reflexiones están recogidas en ellibro que, a la luz de lo comentado, puede serun buen punto de partida para el debate rela-cionado con la necesaria redefinición de la orien-tación de la arqueología hacia una disciplina dey para la gestión del patrimonio arqueológico

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(Criado 1996). Por supuesto esto exigiría re-orientar las bases del proceso de trabajo haciauna instancia socialmente participativa en lacual, necesariamente, hay que conceptualizary teorizar para poder definir, identificar, recu-perar, analizar, divulgar pero que, sobre todo,debe replantear el uso social de un patrimonioque nos pertenece a todos.

La valoración global del libro es positivay recomiendo su lectura. Sin lugar a dudasAnálisis, interpretación y gestión en la ar-queología Sudamericana es un mapa quecontiene itinerarios diversos de la producciónteórica y la práctica arqueológica en algunospaíses sudamericanos. La diversidad de cam-pos de acción reflejados en los 16 trabajosdel volumen muestra las posibilidades y lasnecesidades actuales de la arqueología y sucompromiso social con el presente latinoame-ricano. Sólo espero que el camino ya abiertopor las Reuniones de Teoría Arqueológicacontinúe y que cada vez sean más las puer-tas y voces que permitan consolidar el pro-yecto común que nos compete.

ReferenciasCriado, Felipe

1996 Hacia un modelo integrado de inves-tigación y gestión del patrimonio his-tórico: la cadena interpretativa comopropuesta. Boletín Andaluz de Patri-monio Histórico 16:73-78.

García, Néstor2001 Culturas híbridas. Estrategias para

entrar y salir de la modernidad.Paidós, Buenos Aires.

UNESCO2000 Paisajes culturales en Mesoamérica.

Memoria de la Reunión de Expertos,San José de Costa Rica.

Teoría arqueológica en América delSur, editado por Gustavo Politis eRoberto D. Peretti. Serie Teórica Nº3, INCUAPA, Universidad Nacionaldel Centro de la Provincia de Buenos

Aires, Olavarría, 2004. Resenhadopor José Alberione dos Reis(Universidade de Caxias do Sul).Desde 1997 encontram-se, periodicamente,arqueólogos sul-americanos e alguns cole-gas do hemisfério norte visando promoverum espaço de discussão teórica no âmbitolatino-americano. Estes encontros vem sendodenominado de Reunião Internacional deTeoria Arqueológica. Tres encontros já sesucederam. Não tendo como objetivo acriação de teorias estes encontros representamuma demonstração da reflexão e da críticasobre os lugares que teorias da e naarqueologia vêm ocupando na pesquisa ar-queológica da América do Sul. Teoria ar-queológica en América del Sur, livro edita-do por Gustavo Politis e Roberto Peretti, écomposto por 16 textos oriundos de trabalhosapresentados na Segunda Reunião Interna-cional de Teoria Arqueológica na Américado Sul, acontecida em 2000, na cidade deOlavarría (Argentina). Os editoresagruparam os artigos em quatro seções e sigominha análise por este caminho.

Na primeira parte, intitulada Teoria ge-neral, são tratados temas teóricos amplos quefazem parte do atual debate internacional,sem enfoques regionalizados. Em Theoriesof social evolution and the status of hunter-gatherers, Robert Layton mostra como ateoria da evolução, numa combinação entreo conceito de adaptação a um ambiente ex-terno e o conceito de sistema possuidor deuma dinâmica interna própria, pode nosajudar no entendimento da história das so-ciedades caçadoras-coletoras, particularmen-te na Sul-América. Almudena Hernando, noartigo Arqueología de la identidad: una al-ternativa estructuralista para la arqueolo-gía cognitiva, critica as abordagensprocessuais e pós-processuais pelo caminhoque estas enfocaram aspectos mentais emsociedades do passado. A alternativaestruturalista da autora sustenta que cultu-

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ras distintas teriam subjetividades distintas eo acesso a estas subjetividades coletivas éfeito através da razão. Desenvolvendo algunsconceitos teóricos oriundos do marxismo edo estruturalismo, Cesar Velandia, no artigoEstética y arqueología: dificultades y pro-blemas, apresenta uma discussão sobre olugar da estética no registro arqueológico.Sua ênfase é no estudo sistemático dosartefatos ideográficos e iconográficos dassociedades pré-hispânicas. Segundo o autor,este estudo vem sendo pautado pelo arbítriode entusiastas espontâneos que, de um lado,seguem pela abordagem positivista e, deoutro, pelos alardes teóricos do pós-processualismo.

A segunda parte do livro, intitulada Acer-ca de la teoria en América del Sur, reúneartigos orientados por reflexões teóricas queenfocam temática e problemas no âmbito docontinente sul. Em Arqueología en Américadel Sur. ¿Se requiere un acercamiento espe-cial? Luis Alberto Borrero destaca a idéiade que falar de teoria em arqueologia é falarde prática. Para Borrero não interessa queuma teoria seja nacional ou sul-americana.Melhor seria perguntar sobre como «enca-rar a investigação arqueológica em geral, nãoexclusivamente na América do Sul».Questões geográficas serão resolvidas poragendas locais ou regionais. Primeiro é pre-ciso distinguir entre ciência e pseudociêncianas construções de agendas científico-políti-cas e, depois, se pensar por uma cientificidadeda arqueologia.

Gustavo G. Politis, em Tendencias de laetnoarqueología en América Latina, resu-me o que entende por bases conceituais emetodológicas da etnoarqueologia e exploraas diversas abordagens que esta vemdesenvolvendo no âmbito sul-americano. Seuartigo propõe um resumo dos principais apor-tes etnoarqueológicos significativos, bemcomo, uma reflexão sobre as tendências teó-ricas mais importantes na região. Aborda aprodução de destacados investigadores locais

e discute também as propostas depesquisadores estrangeiros que por aquitrabalharam.

La indigenización de las arqueologíasnacionales, de Cristóbal Gnecco, aborda odiscurso arqueológico discutindo sualegitimidade e sua homogeneização dentro dalógica do capitalismo contemporâneo. Explo-rando a forma como a arqueologia metropo-litana é traduzida em arqueologias nacionaisatravés de um processo de indigenização oautor salienta o exemplo colombiano. Seutexto pretende estender o uso e aplicabilidadeanalítica do conceito de multivocalidade paradentro da tradição discursiva da arqueologiasul-americana. Não temos uma, senão muitasarqueologias e muitas possibilidadesdiscursivas que a arqueologia, através dotempo, vem adquirindo.

Apresentando uma proposta de reflexãoLidio Valdez, em La «filosofia» de la arqueo-logía en América Latina, critica e comentaalguns dos tópicos teóricos que compõem adenominada arqueologia social latino-ame-ricana. Seu texto se incorpora em um já in-tenso e tenso debate sobre as bases teóricasdesta arqueologia, sua repercussão nas pes-quisas e sua representatividade regional emdiversos países latinos. O autor tececonsiderações gerais e faz breves análisessobre a repercussão da arqueologia sociallatino-americana em alguns países andinos,especificamente, o caso do Equador.

Mário Consens já vem se dedicando a pen-sar sobre os lugares das teorias nos fazeresarqueológicos. No seu texto Este no es unartículo sobre teoría arqueológica ampliasuas abordagens anteriores, refletindo sobreas exigências mínimas que o desenvolvimentoe aplicação da teoria arqueológica exigem.Tece reflexões sobre a geração e o uso da teoriaarqueológica na América do Sul e analisavários ângulos da produção teórica emreferência, no que diz respeito aos aspectossociais, políticos, acadêmicos e aquelesenvolvidos com políticas governamentais.

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Além desses, comenta sobre ética na práticaarqueológica na Sul-América.

A terceira parte do livro, intitulada Te-mas y análisis, aglutina textos que tratam deteoria e de metodologias específicas,concernentes a alguns países sul-americanos.O artigo El uso de la analogía en laetnoarqueología brasileña, de Erika M.Robrahn-González analisa o conceito deanalogia na pesquisa arqueológica, destacan-do que sua aplicação pode se apresentar deduas formas: indireta e direta. Seu texto tra-ta da segunda forma e discute seu uso naarqueologia brasileira.

Leonel Cabrera Pérez, em Marcos teóri-cos y criterios dominantes en las tipologiaslíticas uruguayas, faz um exame dospressupostos teóricos que exerceraminfluências na arqueologia uruguaiaconcernente as pesquisas com vestígioslíticos, desde 1960 até o presente. Para oautor, tais pesquisas se efetuaram sob fortedependência da chamada «Escola de Bue-nos Aires», advinda da importação decritérios tipológicos oriundos da EuropaOcidental, principalmente da França.Estudando alguns trabalhos realizados, oautor identifica as conseqüências que taismarcos teóricos e critérios geraram nosestudos líticos no âmbito das pesquisas ar-queológicas uruguaias.

Arqueología e identidad uruguaya: elsaber y el poder en las vanguardias intelec-tuales, de José María López Mazz, trata so-bre as possibilidades que a pesquisa arqueo-lógica no Uruguai potencializa no sentido degerar um conhecimento que estimule umprocesso de construção da cidadania e daauto-estima para segmentos sociais ignora-dos, tais como, descendentes de portugue-ses, de indígenas e de afro-uruguaios. LópezMazz destaca que a construção de cenáriose acordos positivos, em termos de políticaspúblicas patrimoniais e de educação,propiciariam a resolução das tensões exis-tentes entre a arqueologia, de um lado, e, de

outro, o saber/poder das elites intelectuaisuruguaias.

Tomando como referência a prática ar-queológica argentina na segunda metade doséculo XX, Javier Nastri, com o artigo Laarqueología argentina y la primacia delobjeto, propõe um exame sobre a relevânciaque vem tomando o conceito de primazia doobjeto em tal arqueologia. Este conceito vemorientado por um cientificismo que propug-na pela identificação do objeto daquilo queele é por aquilo que deveria ser.Historiografando concisamente a arqueologiaargentina ao longo do século XX, Nastriaponta as sucessivas concepções teóricas eideológicas que marcaram a primazia doobjeto. Nos últimos anos, herdandoinfluências da arqueologia processual, aprimazia do objeto nas pesquisas vem sendocalcada por explicações que renovaram omarco evolucionista, centrando atenção nacategoria «paisagem». Nesta linha, aprimazia do objeto adquire relevância aoapontar para aquilo que perdurou ao invésdaquilo que deveria ser.

A última parte do livro, intitulada Teoriaarqueológica desde una perspectiva histó-rica, apresenta reflexões sobre as diferentestrajetórias históricas da arqueologia e sobreas influências teóricas na arqueologia que,em alguns países latinos, resultaram nadiversidade de enfoques atuais. A prática ar-queológica no Brasil já tem uma longatrajetória. Apesar disto, sugere Pedro P. A.Funari, em Western influences in thearchaeological thought in Brazil, que estaarqueologia pode ser encarada como umainvenção ocidental. Por que isto? Desdemeados do século XIX, com os trabalhos dodinamarquês Peter Lund e prosseguindo atémeados do século XX, vários pesquisadoreseuropeus estiveram no Brasil atuando eincentivando pesquisas arqueológicas. Apósa Segunda Guerra, através da atuação dePaulo Duarte, vem da França a principalinfluência. A partir da década de 1960, muda-

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se a geografia. Vem dos Estados Unidos opredomínio sobre a arqueologia brasileira,através dos arqueólogos Betty Meggers eClifford Evans, treinando e formando umageração de discípulos. Assim sendo, entende-se a sugestão de Funari de que a arqueologiano Brasil pode ser entendida como umainvenção ocidental. Dito de outra forma éimpossível desvencilhar a prática arqueoló-gica no Brasil sem estas íntimas e potentesinfluências. Dentre elas, destaca o autor achamada escola histórico-cultural, um «mo-delo ubíquo». Conclui Funari que este «mo-delo ubíquo» de influência ocidental aindaoferece substanciais atrações nas elaboraçõesteórico-metodológicas praticadas naarqueologia brasileira. Por outro lado,salienta o autor que a predominância destemodelo vem sofrendo desafios pelosquestionamentos advindos de novas geraçõesde arqueólogos brasileiros e suas conexõescom outras propostas no âmbito daarqueologia mundial.

Influencias del abordaje histórico-cultu-ral en la arqueología amazónica de DeniseGomes analisa o que a autora denomina de«padrão de explicações tradicionais» com tó-picos relacionados as pesquisas arqueológi-cas na Amazônia efetuadas por BettyMeggers, Donald Lathrap e Anna Roosevelt.Três diferentes interpretações assentadas nabase comum oriunda de elementos teóricoshistórico-culturais. Para Gomes é a aceitaçãodos conceitos de fases, tradições e horizon-tes que fornecem um forte indicador deinfluências histórico-culturais na arqueologiaamazônica. Nesta arqueologia, uma novaabordagem, chamada de «darwinista», seapresenta como alternativa teórica para acompreensão da distribuição espacial e tem-poral do registro arqueológico na Amazônia.

Analisando a evolução do pensamentoteórico uruguaio no âmbito da arqueologia,Carmen Curbelo, no artigo Reflexiones so-bre el desarollo del pensamiento teórico enla arqueología uruguaya, apresenta reflexões

sobre as diferentes linhas teóricas queorientaram, no Uruguai, a preocupação peloconhecimento de objetos indígenas e deantigüidades, em primeiro lugar, e, posterior-mente, pela atuação da arqueologiaacadêmica. Considera as diferentesproduções de conhecimento e seu lugar so-cial na produção do imaginário sobre o queseja «antigo» no Uruguai. Ao precisar algunsconceitos, distinguindo conhecimento cientí-fico de conhecimento autoritário, a autoraapresenta as diferentes linhas teóricas queconformaram o desenvolvimento dos estudosarqueológicos no Uruguai.

Claudia Barros, em Dinamica de campocientífico y diferenciación disciplinaria, na-rra uma disputa científica, acontecida nosprincípios do século XIX, na Argentina, en-tre Florentino Ameghino e Félix Outes. Adisputa era em torno da discussão sobremateriais sedimentares conhecidos como«tierras cocidas». Para além das motivaçõesda disputa, a autora pretende destacar quaiscondições relacionadas com a lógica do cam-po científico, tal polêmica evidenciou.

Assim, finalizo esta resenha. Os 16 tex-tos demonstram concretamente que, paraalém do que seja cópia ou dominação emrelação ao que vem sendo produzidoteoricamente no hemisfério norte, aarqueologia latino-americana é criativa e re-flexiva na elaboração de linhas teóricas quesustentam variados campos da produção doconhecimento arqueológico. Teoria tem sidoum ativo componente em tal arqueologia.

Where the south winds blow.Ancient evidence of Paleo SouthAmericans, editado por LauraMiotti, Mónica Salemme y NoraFlegenheimer. Center for the Study ofthe First Americans, Texas A&MUniversity, College Station, 2003.Reseñado por Francisco JavierAceituno Bocanegra (Departamento

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de Antropología, Universidad deAntioquia).En las últimas décadas la arqueología ameri-cana ha diagnosticado nuevos síntomas quehan puesto en entredicho el modelo depoblamiento Clovis primero. El libro Wherethe south winds blow. Ancient evidence ofPaleo South Americans es un texto de recopi-lación más que se alinea con esta nueva peroya vieja hipótesis de que el primer poblamientode Suramérica fue un proceso cultural ycronológico contrario al de Norteamérica(Dillehay 2003). Esta idea añeja se remonta ala década de 1960, cuando Krieger planteó laexistencia de un horizonte pre-puntas de pro-yectil; en la década de 1980 Alan Bryan (1986)planteó con vehemencia un origen local parael horizonte bifacial de Suramérica. En la dé-cada de 1990 cabe destacar el artículo deDillehay, Ardila, Politis y Beltrão (1992) porsu carácter continental y por la excelente pre-sentación de los datos, característicasdestacables también en el libro editado porMiotti, Salemme y Flegenheimer.

El formato de los artículos de este librobrinda la oportunidad al lector de acceder deforma ágil, concisa y breve a una gran canti-dad de datos sobre el primer poblamiento deSuramérica, hecho que no es muy comúncuando se abordan problemas continentales;no obstante, la participación es desequilibradaa favor del Cono Sur, pues de los 24 artícu-los incluidos únicamente 5 se refieren a re-giones fuera de la parte austral del sub-con-tinente, sintiéndose la ausencia de más artí-culos sobre el norte de Suramérica o del granterritorio de Brasil. Este hecho se debe almayor número de investigaciones realizadasen el Cono Sur, especialmente en Argentina;además, por tratarse de unas memorias laausencia de algunas regiones quizá se deba aque no todos los participantes enviaron lasponencias que presentaron en la reunión delINQUA del año 2000, como refleja la Figu-ra 1 del capítulo introductorio.

Un factor común a todos los artículos esla excelente presentación de los datos, espe-cialmente en los que presentan el estudio desitios concretos (17 de los 24 textos recopila-dos); en ellos sobresale la discusión sobre laformación ambiental; conservación y altera-ción de los depósitos; relación estratigráficade las evidencias antrópicas, especialmenterestos de fauna; implementos líticos y fechasde radiocarbono. Este hecho demuestra la so-lidez de los estudios geoarqueológicos en laregión y contrarresta las dudas sobre la fiabi-lidad de los contextos suramericanos, paraalgunos arqueólogos uno de los puntos débi-les de los sitios más tempranos de Suramérica(Lynch 1990). De esta manera, utilizando ellenguaje de Gustavo Politis (1999), habría queempezar a sacar de la lista de sospechosos amuchos contextos de Suramérica que han sidofiscalizados por los colegios invisibles de laarqueología americana.

El objetivo de Where the south windsblow es demostrar que el primer poblamientode Suramérica no puede ser explicado bajolos argumentos de un poblamiento reciente,rápido y direccional del continente, comopropuso el modelo Clovis primero. El argu-mento que subyace a lo largo de todos loscapítulos es que la diversidad regional delPleistoceno final, claramente expresada enla regionalización estilística de la tecnologíalítica (Gnecco y Aceituno 2004), y en estra-tegias económicas que varían regionalmentedebió requerir un lapso de tiempo lo sufi-cientemente amplio para que ocurriera eseproceso de regionalización cultural (Dillehay2003). Empero, la diversidad no solamenteimplica temporalidades profundas sino, tam-bién, varios flujos migratorios que, adoptan-do una posición conservadora, algunos au-tores ubican alrededor de 15.000 A.P.(Dillehay 2003).

Un punto débil del texto es que la mayoríade los capítulos deja entrever cierta timidezargumental por parte de los autores, es decir,se reducen a la descripción del registro arqueo-

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lógico, dejando al lector el vertiginoso ejerci-cio de interpretar los datos que tan pulcra ycuidadosamente son presentados a lo largo detodos los capítulos. Aunque en algunos casospuede ser muy evidente el significado de losdatos en otros no es tan claro en relación conel siempre polémico debate sobre elpoblamiento suramericano. No obstante, enalgunos trabajos la posición de los autores esmás explícita. En este sentido los artículos deGnecco, Dillehay y otros y Lavallée expresana favor de un poblamiento temprano que latemprana territorialidad, la variación estilísti-ca y el perfecto control del ambiente marino(en el caso de la costa peruana) debió requerirun proceso milenario de adaptación. Barrientosy otros, basándose en datos de antropologíafísica, argumentan la llegada de dos poblacio-nes, una mongoloide de línea grácil y otra ro-busta que debió anteceder en el tiempo a laanterior. En el resto de los artículos las pro-puestas de los autores están contenidas en lospropios datos; empero, hubieran sido más con-tundentes si los autores hubieran conectadode una forma más clara los datos con el obje-tivo del libro pues en este punto hay que pen-sar en los lectores noveles que apenas se estánacercando al tema, quienes pueden quedar per-didos en un mar de datos.

El caso de los sitios del Cono Sur es ilustra-tivo en este sentido. El horizonte bifacial ha sidoobjeto desde décadas atrás de un fuerte debateen la medida en que el amplio registro arqueo-lógico distribuido entre Chile, Argentina y Uru-guay ha estado sometido a diferentes interpre-taciones, tanto a favor de una ocupación tardíacomo temprana. Para los defensores del mode-lo Clovis primero las puntas cola de pescado,ampliamente distribuidas en la región austral yfechadas entre 11.000 y 10.000 A.P, constitu-yen la prueba de la llegada de flujos de gentesprovenientes de Norteamérica a través de unmodelo tecnológico de colonización del espa-cio basado en buscar parches de recursos simi-lares a los de los puntos de origen. Para losdetractores de Clovis primero una explicación

del horizonte bifacial es que los primeros po-bladores de Suramérica se asentaron en tierrasbajas, preferiblemente en zonas costeras, y quea finales del Pleistoceno se produjeron movi-mientos de población hacia el interior, derivan-do en culturas regionales especializadas en lacaza, como la que se observa en la Pampa ar-gentina. Si el horizonte bifacial ha sido utiliza-do para demostrar diferentes orígenes para elpoblamiento suramericano que difieren cultu-ral y cronológicamente ¿por qué la mayoría delos autores se limita a describir con lujo de de-talles los hallazgos y no entra en dicha discu-sión, contrastando los datos con las diferenteshipótesis que actualmente se están barajando?La postura adoptada de dejar a los datos quehablen por sí solos puede ser académicamentemuy correcta pero puede originar el efecto con-trario: reforzar el discurso reaccionario ymonolítico de los defensores de Clovis prime-ro, quienes pueden hacer una lectura contrariaa la pretendida en la medida en que si los datosfueran tan claros ¿por qué no se articulan unoscon otros para responder al cuándo, el cómo ypor qué el poblamiento de Suramérica es dife-rente al de Norteamérica? En este sentido nopodemos olvidar que uno de los argumentos deClovis primero es, precisamente, que frente ala heterogeneidad y desarticulación del registroarqueológico de Suramérica la primera culturaarqueológica bien definida de América que sepuede rastrear en el tiempo y en el espacio esClovis (Faught y Anderson 1996).

Las conclusiones que pueden extraerse deWhere the south winds blow habrían sido máscontundentes si, además de los artículos so-bre casos concretos, se hubieran realizadosíntesis que articulasen los datos con el inte-rrogante que guía la estructura del texto, sol-ventando, de este modo, una de las deficien-cias del libro, el problema de las escalas,porque si bien el problema es continental eltratamiento de los datos es claramente localy regional.

Por último, quiero resaltar la apreciaciónde que, en cierto modo, Where the south

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winds blow es un texto producido desde elsur pero dirigido hacia el norte por el hechode que está publicado en inglés y enNorteamérica, lo cual es una oportunidadpara que la comunidad anglosajona conozcade primera mano los datos y resultados deuna región todavía desconocida para unaparte de la comunidad académica. En estecaso el idioma no es un obstáculo infranquea-ble para la comunidad latinoamericana por-que varios artículos del libro han sido publi-cados en diferentes versiones en español.También quiero destacar que por su natura-leza el texto va a ser muy útil para la docen-cia, actividad que practica la mayoría de losinvestigadores.

En síntesis, raras veces tenemos la opor-tunidad de tener en una sola obra tantos da-tos e información de primera mano sobre unmismo tema, por lo general disperso en múl-tiples artículos científicos, en algunas oca-siones de difícil acceso. Frente a otros textosde la misma naturaleza Where the southwinds blow no solamente tiene la ventaja deofrecer una recopilación muy completa so-bre Suramérica (aunque se echan de menosartículos sobre Venezuela, Colombia y Bra-sil) sino que toda la información es de pri-mera mano, evitando el sesgo que en ocasio-nes se producen en las recopilaciones indivi-duales como el artículo Glacial age man inSouth America? de Thomas Lynch (1990).Por estas razones estoy seguro que Wherethe south winds blow se va a convertir en unreferente bibliográfico obligatorio para losestudiosos del poblamiento de América.

ReferenciasBryan, Alan

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grande anterioridade ao Programa Nacionalde Pesquisas Arqueológicas (PRONAPA).Este programa foi desenvolvido no Brasilentre 1965 e 1970, e teve a coordenação in-telectual de Betty J. Meggers e de CliffordEvans, ambos do Instituto Smithsoniano(Washington). A autora, por desconhecermelhor a história da arqueologia brasileira,comete um engano ao supor que aquele pro-grama foi criado em decorrência de estudosarqueológicos de sítios Guarani e Tupinambá.A autora chega a afirmar que a história daarqueologia de povos Guarani se faz a partirda região sul do Brasil por que lá ocorreriam«uma enorme concentração de tais sítios».Seria o mesmo que dizer que se faz a históriada Colombia por que na Colombia existemmuitos colombianos! Outra impropriedade éafirmar que a maioria dos arqueólogos daregião sul «pode-se dizer com segurança,promovem estudos referentes aos povosceramistas». A autora demonstra umdesconhecimento absoluto da realidade do suldo país no que se refere a pesquisas arqueo-lógicas. Não existe um estudo detalhado, mascertamente os arqueólogos do sul do Brasilque estudam sítios de caçadores-coletores econtextos históricos, sobrepujam aqueles quese dedicam a sítios de grupos ceramistas.Também a autora não percebe uma questãoóbvia, pois é certo que sítios de gruposceramistas no Brasil são muito mais abun-dantes em relação aos de grupos nãoceramistas, não só na região sul do país.

A autora faz uma crítica gratuita aospesquisadores do PRONAPA, bem comodaqueles que seguiam os mesmospressupostos teóricos e metodológicos, pornão terem feito uso do atual conceito deetnicidade. No entanto ela mostra claramen-te, no terceiro capítulo de sua obra, que aatual maneira de se pensar questões deetnicidade nas ciências humanas tem origemapenas em 1969, a partir das reflexões pu-blicadas por Fredrik Barth. É certo que oconhecimento de tais reflexões chegaram na

ginas do livro, seriam dispensáveis nesta obra,pois os mesmos tiveram somente o propósitode demonstrar a erudição da autora perante abanca que a examinou na defesa de seumestrado. A autora ingenuamente supõe queos arqueólogos brasileiros desconheçam asduas obras que serviram, principalmente noterceiro capítulo, de base para sua discussãoteórica sobre etnicidade. Uma delas é Teoriasda etnicidade de Philippe Poutignat e JocelyneStreiff-Fenart (1998) e a outra é Thearchaeology of ethnicity de Siân Jones (1997),ambas amplamente conhecidas pelacomunidade nacional. No quarto capítulo daobra a autora discorre como o Guarani éconhecido pelos historiadores, antropólogos earqueólogos. De sua parte não há qualquernova contribuição ao tema, pois o capítulo temcomo base uma bibliografia também plena-mente conhecida na comunidade brasileira. Noquinto capítulo da obra a autora aborda comoforam construídas as identidades por meio dacultura material, usando como exemplo oGuarani. Ela conclui o capítulo alertando quena conclusão da obra irá mostrar como emoutras partes do mundo as questões deetnicidade são abordadas por arqueólogos.Como já apontei acima, ela supõe que osarqueólogos brasileiros são absolutamenteignorantes quanto a esta questão.

Destacamos ainda que em toda a obra aautora utiliza os nomes Guarani e Tupi cominiciais minúsculas, o que consideramos umdesrespeito para com os falantes Tupi eGuarani, pois já faz 50 anos que osantropólogos brasileiros convencionaramusar os nomes de sociedades indígenas cominiciais maiúsculas. Igualmente, ao contráriodo que a autora supõe, a história das pesqui-sas arqueológicas realizadas em sítios arqueo-lógicos Guarani não se restringe aos trêsEstados da região sul do Brasil (Paraná, San-ta Catarina e Rio Grande do Sul), e nemmesmo somente a este país, pois há que con-siderar estudos realizados na Argentina, noUruguai e no Paraguai, muitos deles com

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América do Sul quando aquele programa jánão existia. Entendo que esta práxis da auto-ra, bem como de muitos outros pesquisadoresna América do Sul, de tecer críticas atrabalhos realizados há mais de 30 anos atrás,não trás qualquer contribuição à arqueologia.Pois como diz o ditado: «águas passadas nãomovem moinhos». A situação é semelhanteaquela em que tendo consciência de que meuspais erraram em alguns aspectos na minhaeducação, tenho mais que tratar de criar meusfilhos da forma como atualmente percebo, enão ficar o resto da vida me lamentando dasfalhas daqueles que me antecederam.

Ao longo de sua obra, e principalmenteneste quinto capítulo, a autora não faz adevida distinção do Guarani através dotempo. E esta é uma falha que não é somentecometida por ela, mas também por muitospesquisadores das ciências humanas que sededicam ao estudo do Guarani. Entendo queum estudioso deste grupo social, e mesmo dequalquer outro da América do Sul que tenhasido ocidentalizado, necessariamente deve terpresente três momentos distintos. No casodos Guarani havia aquele pré-colonial, istoé, de antes do contato com euro-americanose afro-americanos; aquele dos primeiros con-tados, mas que já estava sendo inserido nasociedade ocidental e aquele fortementeocidentalizado através de várias gerações.Aos primeiros, entendo que é adequado o usodo termo proto-Guarani, como recentementefoi proposto pelo arqueólogo franco-brasileiro André Prous. E ao último oadequado seria se referir com o termoMissioneiro, pois após várias gerações nas30 missões jesuíticas, bem como em outrascidades da região do Prata, ele certamentenão era o que foram seus antepassados, adespeito de se auto-denominar Guarani.Somente em termos biológicos mantinha aintegridade e culturalmente apenas a línguaque falava persistia. Certamente que aindaalguns comportamentos culturais herdadospersistiam, mas não significa que seria o

mesmo Guarani de gerações anteriores.Como exemplo coloco o seguinte: sou des-cendente da quinta geração de alemães quevieram para o sul do Brasil no início do sé-culo XIX, e mantenho ainda algunscomportamentos culturais que foramherdados, mas nem por isso me consideroalemão, pelo contrário entendo queculturalmente sou muito mais afro-brasileirodo que outra coisa.

Em arqueologia podemos perceber, aomenos no Estado do Rio Grande do Sul, oproto-Guarani, o Guarani e o Missioneiro noque diz respeito à cultura material, especial-mente à cerâmica utilitária. Nas reduções, istoé, naqueles povoados criados pelos jesuítaspara abrigar o Guarani, no atual territóriodaquele estado, e que foram abandonados nadécada de 40 do século XVII, se percebe quea cerâmica utilitária predominante ésemelhante àquela produzida pelas oleirasproto-Guarani. Já as raras evidências decerâmicas torneadas, encontradas nestasreduções, com certeza foram produzidas emoutro local, possivelmente na Europa.Certamente o mesmo fato deve ser constatadonos povoados de Guarani fundados por jesuítasnos atuais territórios dos Estados brasileirosdo Paraná, São Paulo e Mato Grosso do Sul,mas que em pouco tempo foram dizimadospelos paulistas de então.

A Missão era representada pelas 30 cidadesfundadas por jesuítas, que existiram nos atuaisterritórios da Argentina, do Paraguai e do Bra-sil, onde viveram várias gerações de Guaranifortemente ocidentalizados nos séculos XVII eXVIII. No estado do Rio Grande do Sul,existiram sete destas Missões, fundadas a partirdo final do século XVII. Nos materiais cerâmicosprovenientes de escavações contextualizadas deuma delas, a missão de São Nicolau, se percebeque as cerâmicas produzidas a mão, isto é, pelasoleiras Missioneiras, são cópias de algumas for-mas produzidas na Andaluzia no século XVIII.Saliento que aos homens cabia a confecção decerâmicas construtivas (telhas, tijolos, ladrilhos,

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etc), realizada nas oficinas, e que nãonecessitavam do uso de torno. Talvez tambémexistiriam cópias de algumas formas produzidasem regiões de falantes germânicos e italianos, deonde provinham muitos jesuítas. Infelizmentepara as outras missões do Estado somente forampublicados resultados de análises de cerâmicasprovenientes de coletas superficiais, ondecertamente encontravam-se misturadascerâmicas produzidas pelas oleiras proto-Guarani.

Hoje se sabe que foi somente a partir do ulti-mo quartel do século XVI no México, no Pana-má e na Guatemala que se iniciou a produção decerâmica utilitária em tornos na América Lati-na. Sabemos ainda muito pouco sobre estaquestão para a América do Sul. As exceções sãoos casos apontados a seguir. No nordeste doBrasil no século XVII usavam o tornounicamente para produzir fôrmas para oprocessamento do açúcar, o conhecido «pão deaçúcar». Para os Estados de São Paulo e MinasGerais somente a partir da segunda metade doséculo XVIII encontramos referência sobre aprodução de cerâmica utilitária em tornos. E nestamesma época os imigrantes açorianos introduzemo torno no Estado de Santa Catarina. Para aArgentina ainda não foram publicados dados arespeito desta questão. O que é certo é que paraas 30 Missões não existe documento que atesteo uso de torno de oleiro.

Na conclusão a autora cita estudos de caso,referentes à análise de questões de etnicidadena arqueologia, que são explicitamente derelações entre sociedades com cultura ocidentalou então de populações de índios e negros jáhá algum tempo ocidentalizados, como é ocaso do Quilombo de Palmares, estudado porseu orientador. Certamente os modelosapresentados por aqueles autores poderiamservir de inspiração para um estudoaprofundado das relações dos Guarani eMissioneiros com a sociedade ocidental, naqual estavam inseridos. Mas aqueles modelosde forma alguma serviriam para os estudossobre etnicidade, relativos aos proto-Guarani

e suas relações com outras sociedades pré-coloniais. Para tanto seria necessária a buscade outros modelos sobre etnicidade, que nãodependessem de documentos escritoscontemporâneos, produzidos em contexto decultura ocidental.

Estranhamente a autora faz uso do termoarqueologia Guarani, que dá título a sua obra,que contradiz todo o seu discurso. Como umexemplo do absurdo, cometido pela autora aousar tal termo, lembro que na África inúmerosarqueólogos se dedicam a estudos de sítiosarqueológicos associados a falantes Bantu, noentanto na extensa bibliografia produzida pe-los mesmos, em nenhuma vez se encontra otermo Bantu archaeology.

A autora se insere naquele grupo depesquisadores, espalhados pela América do Sul,que tem como práxis o que tenho denominadode arqueologia do papel. Isto é, aqueles quesequer estudaram com seriedade uma coleçãode vestígios arqueológicos e se acham no direitode criticar gratuitamente os profissionais quese dedicam com seriedade à arqueologia, cujapráxis tem como base o estudo efetivo de cul-tural material. Enfim, não deixo de reconhecerque esta obra se trata de um relato necessárioque os estudos dos proto-Guaraní, Guarani eMissioneiros requeriam, ainda que seja paramostrar o que absolutamente não queremos ler!

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Poutignat, Phillipe e Jocelyne Streiff-Fenart1998 Teorias da etnicidade. UNESP, São

Paulo.

Sambaqui: arqueologia do litoralbrasileiro de Madu Gaspar. JorgeZahar Editor, Rio de Janeiro, 2000.Resenhado por Dione da RochaBandeira (Museu Arqueológico deSambaqui de Joinville).

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O livro de Madu Gaspar sobre os sambaquisvem suprir uma lacuna na literatura arqueoló-gica brasileira, que mesmo contanto com ummaior número de publicações nos últimos anos,nada havia produzido especificamente sobre estetema. Além disso, por sua linguagem eapresentação, atinge um público maior,contribuindo para popularizar este campo doconhecimento praticamente inatingível para amaioria das pessoas que não tem acesso àspublicações acadêmicas, via de regra muitoespecíficas. Serve também para professores eestudantes universitários que tem interesse peloassunto. A publicação é constituída de dez ca-pítulos, dois introdutórios nos quais a autoraapresenta a obra e um resumo da história dapesquisa em sambaquis no Brasil, e outros oitoem que sintetiza o que se sabe acerca daspopulações que construíram estes sítios. Ao fi-nal, apresenta uma cronologia da pesquisa emsambaquis no Brasil e indicações para leitura,retratando a escassez de títulos neste campo.

No primeiro capítulo (Introdução), Gaspartem a preocupação de definir o campo daarqueologia, deixando claro que ela não estáassociada somente a sociedades pré-coloniais,embora haja predominância desta área no paísdesde o Império, devido ao trabalho de PeterLund em Minas Gerais que teria dado inícioaos debates acerca da antiguidade da ocupaçãohumana no Brasil. Apresenta e caracteriza seuobjeto - o sambaqui - referindo-se às socieda-des que os construíram como sambaquieiras.Neste aspecto fazemos uma objeção, pois se-gundo Oliveira (2000) sambaquieiro é aqueleque explora um sambaqui, não quem oconstrói. Para este, o termo mais apropriadoseria sambaquiano. O objetivo da obra decla-rado neste capítulo, «apresentar o modo devida dos pescadores, coletores e caçadores queocupavam o litoral brasileiro» (p 10), deixaclaro, de antemão, que sua proposta não édescrever os sambaquis e seu conteúdo, masmostrar as interpretações que atualmente sãopossíveis com os resultados das pesquisas rea-lizadas a partir dos diferentes enfoques da

arqueologia. Madu Gaspar nesta publicação,e na sua produção em geral, demonstra umaforte perspectiva sócio-antropológica que fazcom que seu trabalho se sobressaia numcenário em que tem predominado áridasabordagens bio e geoarqueológicas. Aindasobre o objetivo da obra, diz que «forma,dimensão, conteúdo e arranjo espacial dossítios serão articulados para reconstruir apaisagem social da época» (p 10). Ao nossoentender, a autora deveria deixar claro quereconstrução deve ser entendida tão somentecomo uma pretensão, tendo em vista aslimitações dos vestígios arqueológicos, dastécnicas e do presente em relação ao passado.

No capítulo Breve história da pesquisaem sambaqui Gaspar aborda o período entreas décadas de 1870 e 1980. Até 1930 osachados de Lagoa Santa, as culturas do baixoAmazonas e os sambaquis estavam em altanas pesquisas arqueológicas brasileiras. Des-taca, como era de se esperar, o efervescentedebate em torno da questão relativa a origemnatural ou artificial dos sambaquiss. Osartificialistas, que pensavam que os sambaquiseram resultado do acúmulo de restos de lixoou cemitérios, saem vitoriosos neste debate,embora ainda hoje muitos acreditem que ossambaquis tenham sua origem na subida daságuas ocasionada pelo dilúvio. Madu Gaspar,neste trecho, relata que alguns intelectuais,fazendo menção a Roquete Pinto, aderiram acorrente que defendia uma origem mista paraestes sítios, perspectiva hoje amplamente aceitanos estudos sobre formação do registro ar-queológico. Neste capítulo percebe-se que arevisão de tudo o que foi produzido no Brasilao longo dos anos sobre os sambaquis é umacaracterística marcante do trabalho de MaduGaspar. Com isto tem demonstrado que muitasquestões hoje levantadas, já foram pensadasno passado, num justo reconhecimento daimportante contribuição que algunsarqueólogos pioneiros trouxeram para estecampo. Além da natureza da formação dossambaquis, outras questões como processo de

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formação, implantação em relação à linha dacosta, cronologia, composição, subsistência easpectos físicos das populações já eram trata-dos neste período, mas de modo pontual atépelo menos a década de 1950, a partir da qual,segundo Gaspar, iniciam as pesquisas moder-nas em arqueologia.

A partir desta época se destacam aspreocupações preservacionistas com ossambaquis de Castro Faria, Paulo Duarte eLoureiro Fernandes, responsáveis pela criaçãoda Lei Federal de Proteção aos Sítios Pré-coloniais de 1961. Cabe destacar ainda amenção de Gaspar à importância dosarqueólogos amadores no estudo e napreservação de objetos de sambaquis, em par-ticular Guilherme Tiburtius, e a discriminaçãoque sofreram na década de 1960, momentoem que começou a se dar no Brasil aprofissionalização dos pesquisadores. Nesteponto, ao meu ver, Gaspar indica uma questãofundamental: o distanciamento entrearqueólogos e as comunidades que vivem emcontato com o patrimônio arqueológico. Sórecentemente, com a Portaria nº 230 de 17 dedezembro de 2002 do Instituto do PatrimônioHistórico e Artístico Nacional (IPHAN), é quearqueólogos brasileiros estão percebendo quea preservação do patrimônio não cabe somentea este Instituto, e que a interlocução entre estesprofissionais e a sociedade é fundamental. Osprojetos com a comunidade que começam aser desenvolvidos por arqueólogos a partir dadécada 1990, notadamente aqueles que fazemarqueologia de contrato, ainda não atendem oque estabelece a educação patrimonial, masnão deixa de ser um avanço.

Nas décadas de 1950 e 1960, a contribuiçãode estrangeiros volta a ser muito significativa,com destaque para Allan Bryan e Wesley Hurt,cujas pesquisas estiveram voltadas parasambaquis, principalmente no Estado de SantaCatarina. A influência de estrangeiros foiresponsável também pela criação de dois gran-des projetos - o Programa Nacional de Pesqui-sa Arqueológica (PRONAPA) e a Missão Fran-

co-brasileira - coordenados, respectivamente,pelo casal de arqueólogos americanos CliffordEvans e Betty Meggers e a arqueóloga france-sa Annette Laming-Emperaire. Gaspar sinteti-za brevemente os objetivos destes dois projetos,reconhecendo que em nenhum deles ossambaquis foi prioridade. Na verdade, forampesquisas isoladas que priorizaram este tipo desítio que, embora não estivessem diretamentevinculadas ao PRONAPA, sofreram suainfluência até pelo menos a década de 1980.Os principais problemas das pesquisas nesteperíodo, conforme Gaspar, eram a falta de de-bate sobre a metodologia que o PRONAPAadotava que considerava que «pequenassondagens eram suficientes para obter umaamostragem representativa desse tipo de sítio»(p 22), e uma excessiva preocupação emestabelecer mudanças culturais através dotempo com a criação de fases e tradições, semproduzir interpretação sobre a sociedadesambaquiana.

Estudos sobre restos faunísticosdesenvolvem-se, neste período, preocupadoscom a identificação das espécies. A partir dadécada de 1990 o foco passa ser tambémquantitativo, tendo em vista definirpredominância alimentar. A idéia de grupospredominantemente coletores de moluscospassa a ser substituída pela idéia de economiasorientadas preferencialmente para a pesca.

Para Gaspar a arqueologia brasileira passapor transformações significativas a partir dofinal da década de 1980. Segundo ela, o contatocom debates e avanços teórico-metodológicosque ocorrem nos EUA, Inglaterra e França, ofortalecimento da Sociedade de ArqueologiaBrasileira (SAB) e a organização deworkshops no Brasil com a participação dearqueólogos estrangeiros provocam umamudança, na qual o excessivo empirismo passaa ser substituído «pela resolução de determi-nadas questões» em relação à domesticaçãode vegetais, identidade e organização social,sedentarismo e territorialidade, por exemplo.Passa a predominar a idéia de que «os sítios

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isolados não têm significado sociológico e queo conjunto de sambaquis é a unidade mínimade ocupação do litoral» (p 27) e que os maioressítios devem ser vistos como marcospaisagísticos e analisados considerando osprocessos naturais e culturais pelos quaisforam submetidos.

No capítulo intitulado A ocupação do lito-ral brasileiro que se refere à pesquisa emsambaquis a partir da década de 1990, Gaspartenta responder à questão, ao meu ver maispolêmica e central de sua produção: pertenciama uma mesma cultura ou a culturas diferentesos construtores de sambaquis que viveram nolitoral brasileiro por cerca de 5.000 anos? Suatese, também defendida em outras publicações,é de que pelo menos os sambaquis do litoralsudeste e sul do Brasil, foram construídos porgrupos que partilhavam uma mesma identidadeétnica. Comparando os dados de mais de 900sambaquis, Gaspar constata que, emboraapresentem particularidades regionais, todossão, ao mesmo tempo, espaço para moradia,enterramento dos mortos e acumulação inten-cional de restos faunísticos, chamando este as-pecto de «tripla associação espacial» (p 34).Ele seria o elemento caracterizador quepermitiria definir os sambaquianos como gru-po étnico «no sentido de que se tratava de umapopulação cujos membros se identificavam eeram identificados como tais, constituindo,portanto, uma categoria distinta das outras quelhes eram contemporâneas» (p 34). Gaspar seapóia no «princípio de que o espaço é um as-pecto estruturador da vida em sociedade, deque existe uma estreita relação entre o que umacoisa é e o lugar no qual está situada» (pg 35).Toma como base as interpretações de MarcelMauss em relação aos esquimós, nas quais asvariações regionais foram entendidas como umaindividualidade coletiva. Para Gaspar os «traçosculturais podem variar no tempo e espaço, comode fato variam, sem que isso afete a identidadesocial do grupo» (p 35).

Entretanto, se esta afirmação é verdadeira,os estudos sobre etnicidade indicam que o in-

verso também pode ser. A similaridade entretraços nem sempre é indicativa de uma mesmaidentidade. Conforme Jones (1998:224)«somente certas práticas culturais sãoenvolvidas na percepção e expressão dediferenças étnicas, enquanto outras práticasculturais e crenças são partilhadas através defronteiras étnicas». O que sabemos dossambaquis hoje indica que as semelhanças sãomaiores do que as diferenças e, neste sentido, atese de Gaspar ganha força. Não é inapropriadopensar numa unicidade entre os construtoresdos sambaquis se temos um mesmo padrão desítio arqueológico ocorrendo num mesmo tipode ambiente. Resta-nos saber se os elementoscaracterizadores (espaço da moradia, local dosmortos e acumulação dos restos faunísticos)presentes nos sambaquis daqui não estãotambém reunidos em outros sítios semelhantesem outras regiões do planeta.

Ainda neste capítulo, Gaspar refere-setambém à questão da cronologia e origemdestes povos. Com base em 238 dataçõesconclui que a ocupação mais antiga ocorreuem torno de 6.500 anos AP no litoral do Esta-do do Paraná, do qual os sambaquianos teriampartido para colonizar o litoral norte e sul doBrasil. Como os vestígios indicam a presençade populações fortemente adaptadas ao am-biente aquático, especialmente marinho,conclui-se que de algum modo estes povos jáconheciam este ambiente, ou pelo menos umsimilar, desde o início desta ocupação.

Do capítulo seguinte até o último (quartoao décimo) Gaspar trata dos aspectos maisabordados nas discussões sobre as populaçõessambaquianas, quais sejam tipo e tempo deocupação, tecnologia, organização e relaçõessociais, o cotidiano e o ritual funerário. Combase em estudos realizados no Estado do Riode Janeiro, pode-se concluir que os sambaquisocorrem quase sempre em locais de interseçãoambiental, ou seja, próximos a diferentes ti-pos de recursos que permitem que seusconstrutores obtenham alimentos o ano todo.Não há indícios de exaustão dos recursos, nem

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mesmo de bancos de moluscos, e nem de queos sítios sofreram períodos de abandono. Ascamadas arqueológicas, em geral, são espessase complexas, indicando longo tempo depermanência num mesmo sítio. Quanto a estaquestão, Gaspar informa que há 147sambaquis datados no Brasil, dos quais 28com mais de duas datações, sendo poucas,porém, as que se referem aos períodos iniciaise finais das ocupações. Não obstante, os da-dos disponíveis indicam que a maioria dossítios foi ocupada por mais de 100 anosininterruptos, ocorrendo casos de ocupaçõescom mais de 1000 anos.

A similaridade entre os sítios e seu conteúdoindica, para Gaspar, que ocorriam contatos entreas aldeias e a disseminação «da maneira de fazeras coisas» entre estas. Há concentrações de sítiosque sugerem que grupos partilhavam umamesma região e que os mais próximosmantinham contatos visuais e freqüentes entresi, enquanto os mais distantes mantinhamcontatos mais esporádicos. Estes deveriammanter relações pacíficas, sendo a pesca fatorque favorecia esta interação. Os conjuntos emgeral apresentam sítios maiores e menores, estesúltimos, que ocorrem em maior número, devemter sido ocupados por menor período de tempoou por menor número de pessoas, havendotalvez algum tipo de relação hierárquica entreeles. Conforme apontam pesquisas realizadasna Região dos Lagos, no Rio de Janeiro, nãohavia diferenças entre sítios grandes e pequenosem termos funcionais, sendo todos locais demoradia, atividades cotidianas e enterramentosdos mortos. Gaspar estima que os sítiospequenos deveriam ter sido ocupados por 36pessoas e os maiores por 165, em média. Já emSanta Catarina parece que haviam sítios espe-cializados. O sambaqui Jaboticabeira II, emJaguaruna, um dos maiores do Brasil, afigura-se a um cemitério, certamente de grupos queviviam em outros sambaquis da região. Comesta constatação, retorna-se a uma antigainterpretação dos artificialistas e leigos para os«montes de conchas com caveiras», bastante

criticada. O número de pessoas que foram alienterradas, conforme cálculos da autora, chegaa 43.480, considerando uma ocupação de 700anos, 25 gerações e 1.550 pessoas sepultadasem cada uma. Este número indica altaconcentração demográfica na região, confirma-da pelo estudo dos restos esqueletais. MaduGaspar considera este fato uma característicaregional – grandes sítios, produção de escultu-ras e locais específico para mortos. Enquantono Rio de Janeiro a construção era feita no rit-mo rotineiro de acumulação dos restosfaunísticos associada à alimentação, noJaboticabeira II associa-se ao ritual funerário.Segundo a autora, a variação entre sítios eregiões não se centraria somente neste aspecto,também podem estar relacionadas a variaçõesregionais decorrentes de contatos com outrosgrupos.

Quando faz menção aos sepultamentos, aautora enfatiza o fato de que havia variaçõesentre eles em vários aspectos, tais como nostipos de covas, nas posições dos mortos e nosacompanhamentos funerários. Estas estariamvinculadas à idade e ao sexo do morto, porémtambém deveriam interferir aspectos relacio-nados ao status social devido a habilidades,laços familiares, poderes políticos ecircunstância da morte. Gaspar encerra suaobra sobre os povos sambaquianos colocan-do que os dados disponíveis sobre eles nãopermitem mais que sejam classificados comobandos igualitários. O sedentarismo, opredomínio da pesca, a elevada densidade de-mográfica, a tecnologia que dispunham, comdestaque para as esculturas em rocha e ossoque produziam, as diferenciações entre sítiose sepultamentos remetem a uma sociedademais complexa do que se vinha pensando.

Esta publicação de Madu Gaspar sobre ossambaquis, embora sucinta, é bastante com-pleta e demonstra como evoluíram os estudosno Brasil sobre este tipo de sítios e as populaçõesque os construíram. Sua perspectiva sócio-antropológica permite dar sentido aos dados eesboçar uma sociedade muito bem adaptada

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ao litoral, dominando enorme território, rela-cionando-se entre si e possivelmente com outrasetnias. Pensar qual caminho seguir para avançarno estudo destas populações é um desafio paraos que tem interesse neste campo, dada a enor-me quantidade de questões possíveis, muitasdelas apontadas pela autora. Tendo como baseo que nos apresentou Gaspar, conhecer tudo oque foi produzido, buscar a interdisciplinaridadee pensar antropologicamente é fundamental.

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Suramericana. O livro Sed non satiata. Teo-ría social en la arqueología latinoamericanacontemporânea, editado por Andrés Zarankine Félix Acuto, insere-se nesse contexto, repre-sentando um dos primeiros esforços de combi-nar, em um mesmo volume, contribuições dearqueólogos latino-americanos influenciadospelas correntes interpretativas da arqueologiasocial contemporânea.

Como os editores deixam claro, o livro,antes do que seguir um eixo temático especí-fico, aborda um amplo leque de estudos queabrange, entre outros temas, das paisagensincaicas de dominação às práticas cotidia-nas de grupos operários na Antártida, daarquitetura doméstica como princípiodisciplinador às implicações do intercâmbiode objetos nas estratégias de produção ereprodução social de determinados grupos esociedades. Porém, apesar da diversidade deproblemáticas, regiões e períodos abordados,o fio condutor comum à maioria dos artigossitua-se no domínio teórico, no qual asabordagens pós-estruturalista e da prática-estruturação, em muitos casos usadas emconjunto, constituem a base sobre a qual sãorealizadas interpretações focalizadas emrelações de poder e no papel ativo do mundomaterial, seja este representado porpaisagens, estruturas, ou artefatos, naprodução e reprodução das sociedades.Assim, Foucault, Bourdieu e Giddensconstituem referências recorrentes e constan-tes na maioria desses trabalhos. Essa ênfaseno que Ritzer e Gindoff (1994) denominamcomo o metaparadigma relacionista, constituium rompimento com os metaparadigmasmodernistas que se baseiam na distinçãocartesiana entre sujeito e objeto, agência eestrutura, indivíduo e sociedade, representa-dos, por um lado, pelo individualismometodológico das abordagens subjetivistas,tais como as simbólicas e críticas, e por outropelo holismo metodológico das abordagensobjetivistas, tais como as funcionalistas-processuais, estruturalistas, e marxistas.

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Por outro lado, é possível classificar ostrabalhos em quatro eixos temáticos: ensaiosteóricos, estudos sobre as possibilidades ana-líticas e interpretativas de sítios específicos,estudos sobre espaço-paisagem, e estudos decaso em que escavações e análises dos dadosempíricos permitiram interpretações decaráter mais conclusivo. Os artigos dePatricia Fournier (La arqueologia social la-tinoamericana: caracterización de una po-sición teórica marxista), e de Mariza Lazzari(Distancia, espacio y negociaciones tensas:el intercambio de objetos en arqueología),constituem os dois artigos exclusivamenteteóricos de Sed non satiata. Patricia Fournierapresenta um excelente ensaio sobre aestrutura teórica da arqueologia social lati-no-americana e seus conceitos-chave, taiscomo formação social, modo de produção emodo de vida. Embora a autora cite umaimensa bibliografia dos arqueólogos sociaislatino-americanos, não são apresentadosexemplos da aplicação dessa teoria a con-textos arqueológicos específicos, os quaisseriam importantes para os leitores terem umanoção de como a teoria Marxista pode seroperacionalizada em estudos de caso concre-tos. O artigo de Mariza Lazzari tem por pro-pósito reformular as perguntas sobreintercâmbio em arqueologia. Fortementeinfluenciada pelas teorias da prática-estruturação, a autora assume a premissabásica de que tanto o espaço quanto os obje-tos que circulam são recursos que constituemtanto a condição prévia quanto o meio paraa ação social. Dessa forma, a circulação dacultura material não somente reflete e éproduto das relações sociais, mas tambémajuda a criá-las e a reproduzí-las.

Na linha dos estudos sobre os potenciaisanalíticos e interpretativos de sítios específi-cos estão os artigos de Pedro Funari(Etnicidade, identidad y cultura material:un estudio del cimarrón Palmares, Brasil,siglo XVII), e Carmen Curbelo (Análisis deluso del espacio en San Francisco de Borja

del Yi - Departamento de Florida, Uruguai).Em seu artigo, Funari faz uma crítica aosmodelos dominantes na arqueologia sul-ame-ricana que tem tratado a identidade étnicacomo uma dimensão estática, que pode serdiretamente correlacionada com a culturamaterial. Em seu lugar, ele adota o modeloproposto por Sian Jones (1997), que consi-dera etnicidade como um fenômenomultidimensional, constituído de diferentesmaneiras em diferentes domínios. Aidentidade étnica é assim vista como umadimensão dinâmica, situacional, contextual,e relacional de grupos e indivíduos. Dessaforma, ao discutir o caso do Quilombo dosPalmares, Funari observa que indicadoresestáticos de etnicidade, como os nomes afri-canos e topônimos indígenas, apontados pe-los cronistas da época como caracterizandoo complexo Palmarino e algumas facetas desua organização social, não podem servirpara explicar a identidade de Palmares, dadoque essa era uma sociedade resultante decontatos entre povos e tradições diversas. Oartigo de Carmen Curbelo, sobre o núcleo depovoação indígena de San Francisco de Borjadel Yi, ocupado por Guaranis provenientesdas missões Jesuíticas entre 1833 e 1862, temcomo objetivo explorar as formas como essesíndios se relacionaram com a cultura nacio-nal ou criola, e identificar possíveis elemen-tos de sua identidade sócio-cultural. A auto-ra propõe uma análise do uso do espaço dessesítio a partir de correntes da arqueologiacognitiva, da geografia cultural, e da Escolados Annales, assumindo que o espaço foiordenado e estruturado de acordo com osesquemas de conhecimento dos indivíduosque o ocuparam. Curbelo discorre sobre osmétodos de prospecção empregados no sítioe as escavações exploratórias realizadas, osquais permitiram ter um vislumbre davariabilidade de estruturas e artefatos intra-sítio, apontando para uma possível hierarquiano uso desse espaço. Nesse caso, assim comoem Palmares, uma maior conexão entre os

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arcabouços teóricos adotados e os dadosempíricos deverá ocorrer com oaprofundamento das pesquisas arqueológi-cas em ambos os sítios.

Os estudos sobre espaço e paisagem estãorepresentados pelos trabalhos de Felix Acuto(Paisaje y dominación: la constituición delespacio social en el imperio Inka), AndrésZarankin (Casa tomada: sistema, poder yvivienda doméstica) e Laura Quiroga (Laconstrucción de un espacio colonial: paisa-je y relaciones sociales en el antiguo vallede Cotahau - Provincia de Catamarca, Ar-gentina). O estudo de Felix Acuto constituiuma das mais substanciais aplicações dasteorias relacionistas presentes no livro. Acutoé fortemente influenciado pelos teóricos dageografia cultural Henri Lefébvre e EdwardSoja, cujas idéias sobre o papel ativo doespaço como estruturador e condicionadorda ação humana, antes do que um mero bac-kground sob o qual ela se desenvolve, estãoem completa consonância com a teoria daprática-estruturação. O principal enfoque doautor é sobre as formas como os incasconformaram paisagens imperiais que eramnitidamente diferenciadas das paisagensconstruídas pelas sociedades locais por elesdominadas. Nos assentamentos estabelecidosnos territórios conquistados os incas sepreocuparam em reproduzir o modeloestruturado em Cuzco, visando repartir ehierarquizar o espaço de acordo com a ordemsocial incaica e com a cosmovisão com elarelacionada, estabelecendo, assim, uma fortedominação cultural. Mais ainda, os incasinstalaram seus principais assentamentos emlugares antes despovoados, que apresentavamcaracterísticas naturais similares as do am-biente de Cuzco, visando marcar material esimbolicamente a diferença entre a ocupaçãoincaica e as ocupações anteriores à conquis-ta. A discussão sobre a opção dos incas portais lugares, os quais, muitas vezes, nãoapresentavam recursos naturais quejustificassem a sua exploração econômica,

constitui um dos pontos altos do artigo, poissolapa a lógica formalista, comum emestudos de padrões de assentamento, aodemonstrar que razões de cunho ideológico,antes que econômico, determinaram ainstalação desses assentamentos. Acuto,porém, poderia ter dado atenção às estratégiasque os incas utilizaram com relação aos lu-gares sagrados das populações conquistadas.Puderam eles se apropriar desses lugares,visando assim legitimar seu sistema decrenças frente às populações locais, como foio caso dos espanhóis, que construíram suaigreja principal sobre o templo do sol deCuzco? Ou se preocuparam eles em destruirtais lugares, erodindo completamente os sis-temas de crenças locais?

Zarankin analisa as casas da classe médiade Buenos Aires e suas transformações entremeados do século XVIII e a atualidade. Tran-sitando entre as teorias da prática e o pós-estruturalismo o autor considera as casascomo estruturas de poder, possuindo carac-terísticas ativas e dinâmicas que influenciame são influenciadas pelos seus habitantes. Seuobjetivo é entender como certos aspectos davida cotidiana foram sendo modelados deacordo com as mudanças nas casas, gerandonovas formas de ordenar as pessoas e suasatividades, entendendo esse processo comouma estratégia do sistema capitalista paraassegurar sua reprodução. A partir do estudocomparativo entre a típica casa colonial, acasa chorizo do final do século XIX, e a casamoderna, Zarankin nota que à medida que osistema capitalista se consolida como siste-ma mundial se acentuam os aspectosrestritivos das casas, a monofuncionalidadede seus aposentos, e o isolamento de seusambientes, denotando a forte interação dosistema com a unidade doméstica. Zarankinvê tais mudanças como refletindo acomplexificação da diferenciação social en-tre os indivíduos, os grupos e as classes nasociedade. Um aspecto, porém, que poderiater sido desenvolvido está relacionado às

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possíveis formas alternativas através dasquais os consumidores poderiam ter utiliza-do esses espaços através de práticas de carátertático não relacionadas com os propósitos dosistema. Assim, seria particularmenteinteressante escavar os modelos iniciais dascasas chorizo e moderna, comparando-oscom a casa colonial, visando verificar, atravésda distribuição dos artefatos em diferentesrecintos, se o uso do espaço realmentecorrespondeu aos propósitos do sistema ouse, pelo contrário, seus habitantesreapropriaram tais espaços de acordo comseus padrões mentais anteriores.

O trabalho de Laura Quiroga tem porpropósito estabelecer as estratégias doprocesso de ocupação em uma área margi-nal do território colonial, o vale de Cotahau(Argentina), visando estabelecer os processosde mudança e as continuidades que permitemcompreender a paisagem como processo his-tórico e como elemento estruturante da vidacotidiana. A autora nota que a arquitetura eos assentamentos coloniais exerceram umforte papel simbólico e coercitivo naconformação dessa paisagem, exercendo con-trole sobre o ambiente doméstico e as práticascotidianas dos habitantes da região.

Os estudos de caso baseados emevidências empíricas recuperadas através deescavações arqueológicas estão representa-dos pelos trabalhos de Alex Nielsen e WilliamWalker (Conquista ritual y dominación po-lítica en el Tawantinsuyo: el caso de LosAmarillos - Jujuy, Argentina), Maria XimenaSenatore e Andrés Zarankin (Arqueologíahistórica y expansión capitalista: prácticascotidianas y grupos operarios en la Penín-sula Byers, Isla Livingston, Islas Shetlanddel Sur) e Tania Andrade Lima (El huevo dela serpiente: una arqueología del capitalis-mo embrionario en el Rio de Janeiro delSiglo XIX). Axel Nielsen e William Walkerdiscutem como a dimensão ritual-religiosapode ter desempenhado um papel muito maisativo na expansão incaica do que o simples

caráter epifenomenal tradicionalmente con-siderado. Através do estudo de caso do sítioLos Amarillos, os autores discutem as for-mas como a destruição de artefatos e objetosrituais durante a conquista incaica pode teratuado como uma estratégia para coartar areprodução social e assim garantir adominação incaica sobre as sociedades con-quistadas. O estudo focaliza-se nadistribuição das estruturas e do contexto dedeposição dos artefatos de um templo pré-incaico, cujo episódio de destruição intencio-nal durante a conquista deixou umaassinatura arqueológica bastante clara. Apósa destruição, o espaço do templo foi trans-formado em uma unidade domésticaprovavelmente da elite incaica. Os incas,assim, antes do que se apropriarem de umlugar previamente sagrado para a populaçãodominada como uma estratégia para imporseus sistemas de crenças, se preocuparam emapagar quaisquer vestígios dos sistemas decrenças nativos.

Maria Ximena Senatore e AndrésZarankin discutem a incorporação do conti-nente antártico à ordem capitalista no começodo século XIX, através da exploração dosrecursos extraídos de mamíferos marinhospor empresas. A análise dos autores segueduas escalas, a do nível macro da expansãoda ordem capitalista, sustentada pela teoriados sistemas mundiais de Wallerstein, e a donível micro ou local, no qual a ênfase naspráticas cotidianas de caráter tático dosoperários como respostas às estratégias dedominação do sistema é sustentada pelasidéias de De Certeau. Escavações em doisacampamentos de operários na ilhaLivingstone permitiram a identificação defacetas das práticas cotidianas desse grupo,ligadas ao trabalho, alimentação e lazer. Osautores observam que os operáriosdesenvolveram uma série de práticas decaráter tático para subsistir, tais como aconstrução de suas próprias estruturas dehabitação, a busca por recursos alimentares

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locais, e a produção de parte de suas vesti-mentas e ferramentas também a partir dosrecursos locais. As evidências resgatadadesses sítios apontaram ainda para umaausência de hierarquia intra-grupo, predomi-nando as práticas de caráter coletivo relacio-nadas a jogos e consumo de bebidas alcólicas,café e tabaco. Sob o ponto de vista dasatividades produtivas, os autores notam queos operários desenvolveram um esquema deprodução mais semelhante ao modelo medie-val do que ao modelo fabril que estava seespalhando pelo mundo.

Tania Andrade Lima apresenta um densoestudo sobre a expansão do capitalismo e aadoção das práticas e valores disseminadaspor esse sistema no Rio de Janeiro oitocentista.Esse artigo constitui uma síntese do resultadode 12 anos de pesquisa da autora sobre umadas peculiaridades da formação socialbrasileira, que foi a instalação de um modo devida burguês no Brasil oitocentista antes daimplantação de uma burguesia propriamentedita. Em sua análise, Lima transita entre dife-rentes esferas da vida material dessa sociedade,discutindo, com base no estudo de cemitériose dos itens recuperados de lixeiras de unida-des domésticas, as representações da morte esuas transformações ao longo do século XIX,as rotinas íntimas com o corpo e suasmudanças como conseqüência de um discur-so médico que visava disciplinar a sociedadeatravés de imposição de uma nova série dehábitos de higiene e dos valores capitalistas-burgueses com eles associados, e as formascomo as mulheres usaram as louças em suasestratégias de negociação social nos domíniosdas refeições domésticas de cunho social eprivado e no consumo social do chá. A autoraexpõe as formas como as práticas relaciona-das com essas diferentes facetas da vida ma-terial estão integradas, sendo manifestaçõesdistintas de um mesmo esquema subjacente.Lima sustenta suas interpretações a partir deuma integração das vertentes simbólica e pós-estruturalista, com uma forte ênfase nas

relações de poder e nos discursos de dominaçãopresentes no mundo material.

Considerando a contribuição de Sed nonsatiata como um todo, nota-se que, apesarda ênfase nas mais recentes teorias sociais, aagência de indivíduos e grupos ainda é poucoenfatizada nos trabalhos. Assim, enquanto éreconhecido o papel disciplinador daspaisagens, estruturas e artefatos naconstrução e reprodução da ordem social,pouca ênfase é dada às possíveis táticasatravés das quais indivíduos e grupos podemter reapropriado, alterado, desafiado, e sub-vertido as estratégias de dominação impostassobre eles através do mundo material. Nessesentido, os artigos de Ximena e Zarankin, noqual são resgatadas as táticas dos operáriosna Antártida, e de Andrade Lima, particular-mente em suas discussões sobre as formascomo as mulheres ativamente manipularamas louças em suas estratégias de negociaçãosocial, constituem os melhores exemplos daforma como a cultura material pode infor-mar sobre a agência de grupos sujeitos a va-riados discursos de dominação. Por outrolado, nos estudos sobre espaço e paisagem,nota-se a ausência da aplicação dafenomenologia, a teoria que serviu de basepara as mais recentes teorias relacionistas daprática-estruturação. A abordagemfenomenológica, devido a sua ênfase naintegração do ser humano com o mundomaterial, tem fornecido, nos últimos anos,notáveis contribuições aos estudos sobrepaisagem e ambiente construído, conformedemonstram, dentre outros, os trabalhos deThomas (1993) e Tilley (1993), de modo quesua aplicação a contextos latino-americanospromete excelentes possibilidades de análise.Finalmente, observa-se que a arqueologialatino-americana está representada, nesselivro, quase que exclusivamente pelos paísesdo cone sul (Argentina, Brasil e Uruguai),com a exceção da contribuição da arqueólogamexicana Patricia Fournier. Este fato deve-se, provavelmente, à maior integração que

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os países do cone sul mantêm entre si do quecom os demais países da América Latina,gerando um intercâmbio muito freqüente en-tre as suas comunidades acadêmicas. Assim,fica como sugestão para um próximo volumea inserção de contribuições dos demais paí-ses das Américas do Sul e Central.

ReferênciasJones, Sian

1997 The archaeology of ethnicity.Routledge, Londres.

Rizer, George e Peter Gindoff1994 Agency-structure, micro-macro,

individualism-holism-relationism: ametatheoretical explanation oftheoretical convergence between theunited states and europe. En Agencyand structure: reorienting socialtheory, editado por Piotr Sztompka,pp 3-23. Gordon and Breach,Yverdon.

Thomas, Julian1993 The politics of vision and the

archaeology of landscape. EnLandscape: politics and perspectives,editado por Barbara Bender, pp1-18.Berg, Oxford.

Tilley, Christopher1993 Art, architecture, landscape [Neolhitic

Sweden]. En Landscape: politics andperspectives, editado por BarbaraBender, pp 1-18. Berg, Oxford.

Arqueologia da sociedade modernana América do Sul: cultura material,discursos e práticas, editado porAndrés Zarankin e Maria XimenaSenatore. Ediciones del Tridente,Buenos Aires, 2002. Resenhado porBeatriz Valladão Thiesen (Laboratóriode Ensino e Pesquisa em Arqueologia eAntropologia da FundaçãoUniversidade Federal do Rio Grande).O livro organizado por Zarankin e Senatorenão é uma publicação recente porém vale a pena

ser comentado por conter algumas discussõesfundamentais para a arqueologia da sociedademoderna na América do Sul. O trabalho é oresultado de um simpósio realizado durante oencontro da Sociedade de ArqueologiaBrasileira, em 2001, onde foram analisados edebatidos conceitos e questões relativas àarqueologia histórica, a partir de abordagensatreladas à teoria social. A partir disso os orga-nizadores buscam dar um passo à frente, pro-curando debater, nesta publicação, argumen-tos no sentido de definir, em sua especificidade,uma arqueologia histórica sul-americana.

O livro é, antes de mais nada, umaproclamação sobre qual deve ser o lugar daarqueologia e do arqueólogo, dentro das ciênciassociais e da própria sociedade. Mesmo se o tex-to está voltado primariamente para a arqueologiahistórica, seus pressupostos podem ser estendidospara toda a arqueologia. Não importa. O texto éum manifesto por uma «arqueologia militante»,no melhor sentido da expressão, ou seja, umaarqueologia que defende ativamente uma causa.Uma causa que é explicita e que, portanto, nãoprecisa ser buscada nas entrelinhas. Por isto digoque é um manifesto.

No capítulo de abertura escrito pelos orga-nizadores, o ponto de partida é a constataçãoóbvia, porém fugaz, que o surgimento das novasrelações sociais que estão na base da sociedademoderna implicou no surgimento, dispersão emanutenção de novas práticas sociais. Tal fatoimplicou, além da existência de novas relaçõesentre indivíduos, em mudanças nas relaçõesentre os indivíduos e a cultura material. Ora, seconcordamos que práticas sociais (e culturamaterial) podem assumir significados diferen-tes em contextos diferentes, alterando sentidosno tempo e no espaço, será possível explicar asociedade moderna em termos de conceitos tãohomogeneizantes como individualismo,segmentação, estandardização e consumismo?Senatore e Zarankin afirmam que não: aspráticas sociais só podem ser compreendidasna particularidade dos contextos onde semanifestam (p.8).

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A proposta dos organizadores é, então, debuscar as diferenças regionais e locais, pro-curando compreender as singularidades deuma multiplicidade de passados. Estaproposição se contrapõe aos modelos expli-cativos homogeneizantes e globalizantes, quenão dão conta daquelas especificidades nasquais a cultura material «adquire umadimensão ativa e ideológica dentro de um sis-tema cultural determinado» (p.9).

Percebendo que a cultura material épolissêmica e plural e que os significados estãovinculados a grupos específicos, os autoreschamam a atenção para a importância do estudoda utilização da cultura material na construçãode identidades, como via basilar para acompreensão do processo de construção dasociedade moderna na América Latina. Ocaminho sugerido é, pois, procurar pelas dife-rentes formas nas quais a cultura material foimobilizada na construção de identidades, sejamétnicas, de gênero ou etárias, descontruíndo asmacroidentidades produzidas pelo discurso domundo branco ocidental. Tal trajeto, aopercorrer diferenças e singularidades, provê ascondições para fazer da práxis arqueológica«um caminho para o questionamento dosprincípios de nossa sociedade». Eis o manifesto.Eis a causa a ser defendida.

É assim que Camila Agostini se propõe aabordar de uma forma diversa (ou reler, comoela prefere) as chamadas «comunidadesescravas» pelo estudo da constituição de co-munidades negras entre africanos e afro-descendentes na experiência do cativeiro ru-ral sul-fluminense do século XIX (p 19). Paratanto, a pesquisadora opta por uma visãodinâmica dos grupos na sua experiência co-tidiana e propõe abordar as redes desociabilidade, focando as fronteiras, enun-ciadas na expressão «comunidades do mato»,como espaços de liminaridade. Tais espaçospodem ser vistos como lócus privilegiadopara a observação de tensões sociais eprocessos de construção de identidades.

Luiz Cláudio Symanski aponta, em seuartigo, a crueldade do sistema capitalista emsuas estratégias de reprodução e mostra os di-ferentes usos da cultura material por grupossociais distintos, colocando por terra os argu-mentos a favor da existência de umahomogeneidade de valores que viria atrelada auma homogeneidade material resultante daprodução em massa de itens padronizados, pelocapitalismo industrial.

Em sua profunda reflexão, Marcos AndréTorres de Souza mostra, por seu lado, asespecificidades culturais verificadas na regiãode Minas de Goiás, no século XVIII. Sua pes-quisa demonstra de que forma uma culturamaterial massificada, anterior à revolução in-dustrial, foi produzida no bojo de um «desejobarroco unificador» (p 77-78), e manipulada esignificada diferentemente por grupos deindivíduos em suas estratégias de negociaçãosocial.

Maria Ximena Senatore desvenda, no seutrabalho intitulado Discursos iluministas e ordemsocial: representações materiais na colôniaespanhola de Floridablanca em San Julián(Patagônia, século XVII) os mecanismos deconstrução de uma determinada realidade social,onde os discursos iluministas, representados naforma de organização material do povoadoanalisado, ao lado das práticas sociais,constituem-se em princípios estruturadores deuma sociedade da costa patagônica.

Em todos os artigos, o foco de análise estácentrado nas relações de poder: elas são toma-das como a base sobre a qual se estruturam aspráticas sociais. Talvez a discussão pudesse serlevada um pouco mais além, levando em contao fato de que as relações humanas (e, portanto,sociais) são muito mais complexas e envolvemoutras questões, além das políticas. No entanto,tal pressuposto não compromete a obra. Se digoque o livro é um manifesto, estou longe, noentanto, de afirmar que se trata de um panfleto:os textos não abandonam o rigor científico. Énecessário dizer que os escritos reunidos aquitêm o mérito incontestável de propor uma

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arqueologia histórica teórica, social epoliticamente orientada e, com isto, formularas bases para a definição de uma ArqueologiaHistórica sul-americana.

Mas é nos textos de Pedro Paulo A. Funari eTania Andrade Lima que o manifesto inicial éretomado, mesmo que tais pesquisadores nãotenham participado do simpósio que inspirou olivro. São eles que, mais uma vez, conclamamos arqueólogos a ocuparem seu lugar como agen-tes sociais e levarem adiante o projeto de umaarqueologia histórica comprometida social epoliticamente. A obra encerra de forma tocante eapaixonada, mas nem por isso obscurecida emsua lucidez. Vale a pena repetir aqui as palavrasfinais, escritas por Andrade Lima, que ponderasobre o papel da arqueologia histórica num mun-do globalizado: «Nesse cenário, a arqueologiahistórica pode e deve se tornar mais um instru-mento a serviço da conscientização sobre esseprocesso. Ao investigarmos sua gênese e suadinâmica através do tempo, aprendemos com opassado. Analisando o processo no seunascedouro, denunciando estratégias dedominação, apontando transformações que seoperam silenciosamente, sem o estardalhaço dasrevoluções políticas, mas que historicamente nosenredaram na situação crônica de dependênciaem que vivemos e que tende a se agravar, pode-mos deixar para trás a docilidade e submissãocom que aceitamos, no passado, o avanço daspotências industrializadas sobre nós. E substi-tuí-las pela indisciplina e dissonância, pelarebeldia e independência do nosso pensamento,crenças e valores, das nossas posições, da nossaestética, dos nossos paladares. Esta deve ser acontribuição da Arqueologia Histórica, este deveser o seu papel no mundo globalizado» (p.125).

Aplaudo de pé! Bravo!

Hacia una arqueología de lasarqueologías sudamericanas,editado por Alejandro Haber.Universidad de Los Andes, Facultadde Ciencias Sociales, Centro deEstudios Socioculturales e

Internacionales-CESO, Bogotá,2005. Reseñado por María FernandaEscallón (Maestría en Antropología,Universidad de Los Andes).Indiana Jones nos vende a todos una idea de laarqueología realmente fascinante. Un encanta-dor personaje, intrépido y musculoso que atra-viesa los más terribles peligros y enfrenta losmás temibles enemigos en la búsqueda del obje-to arqueológico perdido. Gracias a este atracti-vo fortachón se rescata el Santo Grial del mediodel desierto y se recupera el artefacto doradoperdido en medio de la selva. Entre hazañas, lá-tigos y culebras se contempla un aventurero so-litario que rescata el tesoro en el medio de losmás remotos pasajes. Sin embargo, nada podríaestar más lejos de la realidad pero no por losmúsculos despampanantes del protagonista nipor los objetos que encuentra; simplemente por-que el trabajo del arqueólogo jamás podría ha-cerse en solitario. El arqueólogo, aunque en me-dio de la selva, en la mitad del desierto o en elfondo de una fosa jamás piensa, hace o escribeen solitario. Es un reflejo de su tiempo y su espa-cio, fruto de su cultura, hijo de un momento. Elconocimiento que genera, la metodología queutiliza y el discurso que maneja jamás es solita-rio; éstos se inscriben en prácticas sociales y po-líticas específicas que deben ser objeto deautorreflexión crítica, como señala GustavoVerdesio en La mudable suerte del amerindioen el imaginario uruguayo, uno de los artículosincluido en el libro reseñado. En este discurso seinscribe Hacia una arqueología de las arqueo-logías sudamericanas: en la autorreflexión so-bre el quehacer arqueológico, en la vinculaciónde la arqueología con la realidad, en la repercu-sión del pasado en el presente y el futuro. El librose cuestiona acerca de la contingencia de nues-tras visiones asumidas, del locus de enunciación,del rol de las representaciones académicas y delpapel de los arqueólogos en el mundo contem-poráneo. Es una invitación a repensar la arqueo-logía no sólo desde lo que es sino desde lo quehace, desde lo que afecta, lo que incide, en donde

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repercute; una arqueología como servicio, no sólocomo conocimiento, que produce y es produci-da; un modo de estar en el mundo, no como unamirada al pasado, sino como una herramientaen el presente, como señala Alejandro Haber enExcavar la arqueología.

El libro hace una compilación de ocho artí-culos que giran alrededor de la reflexión críticade lo que significa la arqueología en el presente,de la forma como el conocimiento ha sido apro-piado, de la manera como el pasado de la disci-plina ha influido en su quehacer actual. Desde laperspectiva de los grupos indígenas, desde elanálisis del discurso o a partir de la construcciónde la historia nacional se escudriña la lógica dela arqueología como un saber con pasado, pre-sente y futuro; una arqueología de la arqueolo-gía sudamericana que pretende dar sentido a unadisciplina a partir de la redefinición de su rela-ción con el pasado (de su deuda colonial), de suposición frente al mundo y de las categorías derepresentación y clasificaciones que ha creado.«Así, la arqueología de la arqueología no se li-mita a excavar los supuestos de esta región delconocimiento que llamamos arqueología sino quees la profundización de su labor más allá de estaregión en donde puede hallar los modos como laregión arqueológica se erige y halla sentido» (Ale-jandro Haber, Excavar la arqueología, p 11).

El primer artículo, Arqueología de la natu-raleza/naturaleza de la arqueología, de Alejan-dro Haber comienza la discusión acerca de lacontingencia de las categorías que la arqueolo-gía ha creado y que, lentamente pero de formamuy fuerte, se han ido asumiendo como univer-salmente válidas. El análisis de las clasificacio-nes pone de manifiesto su contingencia históri-ca, cultural y social, su invalidez en las diferen-tes realidades y la reconciliación que se debebuscar entre las distintas visiones de mundo. Apartir de la comparación con otras visiones de larealidad, como la indígena quechua-aymara,Haber discute cómo las nociones de cultura onaturaleza no existen como objetos en sí sinocomo conceptos socialmente construidos. De estamanera la demarcación de la realidad -la clasifi-

cación- no es ni única ni universalmente válida;es un modo de estar en el mundo, una represen-tación que merece la más detallada autorreflexión.El artículo invita a «desnaturalizar» la arqueolo-gía, a «descolonizarla» y a comprender los blo-ques que componen su cimiento.

Este mismo esfuerzo es seguido por MaríaElena Salazar y Aura Milena Upegui en Modosde discursividad en la arqueología sobre gru-pos cazadores-recolectores en Colombia; des-de el análisis de otra categoría propia de la disci-plina abordan la discusión sobre el discurso ar-queológico y las nociones implícitas que trae. Apartir del análisis del concepto de cazador-recolector en la teoría arqueológica colombianabuscan hacer visible la construcción de nocionesque moldean la práctica y comprensión del pa-sado prehispánico. Al estudiar los criterios deordenamiento como representaciones mentalesy actos de reconocimiento valorados e intencio-nados, como los signos, el tercer artículo, Cate-gorías indígenas y ordenaciones arqueológicasen el noreste argentino de Cristina Scattolin,explora la eminente esfera política que rodea todotipo de clasificación. Scattolin presenta unaaproximación al mundo que no solo impone unorden que le da sentido sino que cumple clarasfunciones políticas de legitimación; su artículocuestiona la relativa facilidad con la cual se hanestablecido relaciones y explicaciones arqueoló-gicas unívocas que en vez de fundamentarse enevidencias concluyentes se basan en el mismodesarrollo histórico de la disciplina. El artículoresalta la importancia de hacer de las categoríasun objeto de estudio ya que funcionan como sig-nos y valoraciones que reiteran un punto de vistacontextual e históricamente situado.

Bajo esta estricta revisión de conceptos, cla-sificaciones y categorías comienza el cuarto ar-tículo, Arqueología latinoamericana y su con-texto histórico: la arqueología pública y las ta-reas del quehacer arqueológico de Pedro PauloFunari, cuya reflexión se abre hacia lasimplicaciones de las práctica arqueológica en elmundo contemporáneo; el texto amplía el pano-rama de la discusión anterior y lo vierte hacia el

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efecto en el presente del quehacer de la discipli-na. Explora cómo la arqueología pública semueve hacia el mundo real, donde juega un pa-pel en los conflictos sociales y la lucha políticaactual. Así se abre una nueva dimensión de re-flexión no sólo a partir de la forma como la ar-queología se construye a sí misma sino desde loque permite construir. Una disciplina que mien-tras explora y critica su pasado tiene unainteracción real con el presente y una inmensaresponsabilidad social.

En el panorama de una arqueología com-prometida e inexorablemente atada al presenteel quinto y sexto artículos (Los primerosamericanistas de Javier Nastri y La mudablesuerte del amerindio de Gustavo Verdesio) exa-minan los problemas de la construcción del pa-sado y de la diversidad cultural, así como lashipótesis que explican la diferencia. Los autorescuestionan las narrativas e imaginarios cultura-les que sustentan la creación de distintas identi-dades y modelos de nación; Verdesio retoma laimportancia de vincular a la arqueología en eldebate público y de divulgar más abiertamenteel conocimiento producido. De nuevo, el deberde la arqueología no yace sólo en la revisión desus premisas sino en la forma como este ejerci-cio le permite interactuar en las nuevas narrati-vas nacionales. En este orden de ideas la arqueo-logía debe contemplar la dimensión política enla cual se inscribe. A pesar de que es una discipli-na enfocada en el pasado y que está en búsquedadel suyo propio es también una herramienta deconocimiento, de producción y reproducciónsocial que constantemente transforma la reali-dad. Así, el séptimo artículo, El discreto encan-to de la arqueología de José María López Mazz,reflexiona sobre el compromiso de la disciplinacon las necesidades sociales suramericanas y laestrecha relación que mantiene con la identidady la acción colectiva e individual. Abre el espec-tro de la arqueología y la vincula con el uso delpasado, la gestión de los objetos arqueológicos yla cadena valorativa asociada a los espacios yartefactos con los cuales trabaja. La arqueologíacomercial y la arqueología de contrato ponen de

manifiesto la relación de la disciplina con losmercados y los bienes. Es el nuevo significadode lo arqueológico como mercancía y servicio,como transacción comercial y de valor en térmi-nos de mercado. El artículo es una reflexión acer-ca del compromiso con el presente, con la demo-cratización del conocimiento, la memoria socialy el objeto; una invitación a una formación com-prometida con la demanda social.

La arqueología está en el presente y trabajapara él. Aunque su discurso mira al pasado seancla, se significa y se apropia en la realidadcontemporánea. Una realidad que, como comentaCristóbal Gnecco en Arqueología excéntrica enLatinoamérica, la impregna de política y la con-vierte en una ciencia social que permite desde unlocus descentrado una interlocución más demo-crática con el público y la comunidad académi-ca internacional. Los dos últimos artículos dellibro (el de López y el de Gnecco) ponen de ma-nifiesto que la arqueología puede tener que vermenos con el pasado que con el presente o elfuturo y comentan que la disciplina debe apren-der a compartir el control sobre el registro ar-queológico y a comprender que su discurso noes ni único ni válido ni socialmente útil en cual-quier contexto. El conocimiento arqueológicocomo producción cultural no es una abstracción;es una práctica social que produce sentido en untiempo y un espacio.

De esta manera se proyecta ante nosotrosuna disciplina que en ejercicio de su auto-reflexióny en la crítica de sus determinaciones históricasencuentra un vínculo con el presente y el futuro.Así se presenta una arqueología con un contextoy un compromiso social que en la generación deconocimiento crea las herramientas discursivas,conceptuales, metodológicas y prácticas para asirun mundo de distintas realidades. Así se develauna disciplina que de la mano de la política, lahistoria y la economía entra al juego del merca-do y la construcción de identidades culturalesdiversas; una arqueología que lejos de ser solita-ria y aislada reflexiona sobre el sentido que tieneel pasado en el futuro.

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El libro invita a reconocer una disciplina quedesde la ciudad, el campo o el más recónditoparaje se posiciona frente a su herencia y al futu-ro que le compromete; un saber que respondepor lo que conoce, y sobre todo, por lo que enun-cia, que abre nuevos espacios de dialogo plural.Una arqueología sin látigo, sombrero y culebrapero sí llena de sentido individual y colectivoactual. Un saber que desde la ópticasuramericana, lejos de ser solitario, es contextual,multicultural y dinámico. Un pasado que se vuel-ca hacia el futuro.

Arqueología al desnudo. Reflexionessobre la práctica disciplinaria, editadopor Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini.Editorial Universidad del Cauca,Popayán, 2003. Reseñado por MarcosQuesada (Universidad Nacional deCatamarca-CONICET).Está sucediendo. La arqueología decidió mirarpor la ventana y se descubrió posicionada, ve lanaturaleza política de sus discursos históricos ylas consecuencias sociales de su práctica. Desdehace unos pocos años algunos arqueólogossuramericanos comenzaron un proceso de re-flexión sobre el significado social de la discipli-na. No son muchos pero hacen ruido. Eso esporque esta exploración, lejos de ser una bús-queda solitaria de respuestas, pretende ser undebate abierto. Es así que cada vez más publica-ciones y espacios de discusión en eventos acadé-micos hacen eco de estas voces. En este contextoaparece Arqueología al desnudo. Reflexionessobre la práctica disciplinaria, volumen edita-do por Cristóbal Gnecco y Emilio Piazzini. Ellibro compila una serie de trabajos de una jovengeneración de arqueólogos colombianos que dancuenta de una notable capacidad crítica y de unaagudeza reflexiva sobre el significado social dela práctica arqueológica. Al volver sus miradasinquisidoras sobre la disciplina los autores pro-dujeron textos sobre los siguientes temas.

Cristóbal Gnecco introduce al libro plantean-do una provocadora teoría del desnudo arqueo-

lógico. Luego Juana Schlenker relata cómo seha fragmentado la historia y el territorio de lospobladores del Alto Caquetá (un valle andino-amazónico), ambos compartidas hasta hace unadécada, tras la reciente formación de los cabil-dos indígenas y discute el rol de la arqueologíaen el proceso de construcción de las identidadesétnicas. A partir del choque de intereses en tornoa la intervención en Ciudad Perdida (en la SierraNevada de Santa Marta, en la costa Caribe co-lombiana), que resultó en la suspensión de lasexcavaciones por reclamo de los indígenas, JuanCarlos Orrantia reflexiona acerca de las conse-cuencias de la práctica arqueológica cuando sedesconocen los significados alternativos de lo quellamamos registro arqueológico.

El trabajo de Franz Flores contiene unaautocrítica sobre su práctica arqueológica en elChocó costeño y reflexiones en torno a la idea dela polisemia de la cultura material prehispánica,destacando la importancia de un diálogo entrelos habitantes locales y la arqueología para unaconstrucción más abierta, plural y variada delpatrimonio cultural y arqueológico y de las iden-tidades locales y nacionales. Angélica Vivas pro-pone un recorrido por la historia colombiana paramostrar, inteligentemente, la forma como la cul-tura material prehispánica fue resignificada a par-tir del período de descubrimiento y conquistahasta convertirse en patrimonio arqueológico;desde objetos del demonio hasta depositarios dela identidad nacional las sucesivasresignificaciones implicaron la alienación de esosobjetos de sus productores y la exclusión de losindígenas contemporáneos de la construcción delos discursos históricos.

Marcela Echeverri indaga acerca de la rela-ción entre la arqueología colombiana y los inte-reses del Estado durante la «República Liberal»(1930-1946) y describe la manera como el enfo-que nacionalista de la disciplina proveyó un dis-curso histórico identitario que exaltaba el valorde la cultura material de los grupos indígenasprehispánicos a la vez que ignoraba el procesode extinción de los pueblos indígenas contempo-ráneos.

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Wilhelm Londoño cuestiona la idea de quela emergencia de la disciplina arqueológica sir-vió de sustento a un proceso modernizador de lasociedad colombiana. Propone, en cambio, quela arqueología antes que facilitar a los indivi-duos herramientas para construir y adquirir ideasajenas a sistemas totales que vulneran su auto-nomía dotó a las elites de un discurso sustenta-dor de una idea unificadora de nación.

Santiago Giraldo postula que aunque no creeque haya existido en Colombia una arqueologíanacionalista ésta no estuvo exenta de usos políti-cos. Desarrolla esta discusión en torno a la ar-queología de la Sierra Nevada de Santa Martapresentando un caso de arqueología contra-na-cionalista y otro de uso de la arqueología comoestrategia política por parte de funcionarios es-tatales. Mauricio Obregón cree haber encontra-do en una concepción epistemológicaevolucionista una senda que puede evitar la he-gemonía y exclusión del objetivismo a la vez queproporciona un criterio de demarcación quemantiene la identidad del discurso académico.

Cristóbal Gnecco relata el proceso histó-rico y los mecanismos mediante los cuales laarqueología dominó la memoria social y seerigió como discurso regulador y el desafíoque significa para la disciplina la insubordi-nación histórica cuyas voces resuenan cadavez más fuerte. Jairo Alvarado, JorgeMaldonado y Adrián Serna presentan unaminuciosa descripción de los tortuosos circui-tos que recorren los discursos académicos des-de su producción hasta su difusión pública enlas escuelas y su inserción en la memoria co-lectiva donde gravitan los encuentros ydesencuentros entre la arqueología y la peda-gogía, la dinámica propia del campo pedagó-gico y del campo del poder.

Juan Ricardo Aparicio busca comprenderla forma como la arqueología colombiana es-tableció a lo largo de su historia criterios dedemarcación que fungieron como elementos

de distinción frente a otros discursos sobre elpasado prehispánico dentro del mismo cam-po de producción del conocimiento.

Emilio Piazzini muestra cómo lahistorización de la arqueología en Colombiaha generado tres imágenes fundamentales (laarqueología como un proyecto inconcluso,como un proyecto nacionalista y como siste-ma hegemónico de producción sobre el pasa-do) que al convertirse en plataforma para lareflexión disciplinaria favorecieron o desalen-taron el desarrollo de una arqueología post-colonial. Finalmente, Fredy Villa postula quela arqueología de rescate, articulada con elparadigma del desarrollo sostenible, confor-ma un discurso hegemónico, positivo yahistórico que es continuador del colonialis-mo interno que caracterizó el desarrollo de laarqueología colombiana.

Hay temas concurrentes: arqueología y na-cionalismo, la exclusión de voces históricas,el estatus del discurso científico-arqueológi-co, el empoderamiento de las sociedades indí-genas, etc. Sobre estas problemáticas los au-tores se complementan, se oponen, discuten.Las perspectivas críticas involucran, princi-palmente, enfoques históricos sobre la arqueo-logía, pero no se quedan allí; no se trata de unmea culpa disciplinario. Todos los autores sepermiten una mirada hacia el futuro imagi-nando temas de investigación para una nuevaagenda que, alejándose del enclaustramientopositivista, busca involucrarse con proble-máticas sociales actuales. De ese modo pro-gramas de desarrollo, proyectos pedagógicos,identidad, multiculturalidad, restitución de tie-rras y sitios arqueológicos y otros se convier-ten en temas de discusión de la arqueología.Si bien los trabajos compilados en el volumenabordan casos de la práctica arqueológica enColombia los temas en discusión son de rele-vancia en otros países de América Latina; almenos sí lo son, y mucho, en Argentina.

NOTICIAS/NOTÍCIAS

Declaración de Río CuartoEn la ciudad de Río Cuarto a los catorce díasdel mes de mayo del año dos mil cinco sereúnen los abajo firmantes en el marco delPrimer Foro Pueblos Originarios –Arqueólogos y deciden acordar los siguien-tes puntos:

Considerando:Lo mandado en Asamblea Plenaria del

XV Congreso Nacional de Arqueología Ar-gentina y, en especial, la necesidad de esta-blecer un diálogo sobre la base del respetomutuo entre pueblos originarios yarqueólogos y el reconocimiento de, por unlado, la contribución de la arqueología parael conocimiento del pasado indígena y, porotro, el interés legítimo de las comunidadesindígenas actuales por el patrimonio culturalque les pertenece y que es sustento del cono-cimiento, sabiduría y cosmovisiónancestrales;

Que los pueblos indígenas no fueron con-sultados ni están incluidos en la actual leynacional de patrimonio arqueológico (24.743/03), violando el artículo 75, Inc. 17 de laConstitución Nacional.

Recomendamos:Hacer extensivo lo aprobado en el XV

Congreso Nacional de Arqueología Argenti-na en relación a la no exhibición de los cuer-pos del Llullaillaco a todos los restos huma-nos que se encuentren en colecciones de mu-seos del país, tomando como precedente lapolítica desarrollada por algunos museos,como el Museo Etnográfico de la Universi-dad de Buenos Aires.

Sensibilizar al público en general acercade las razones que fundamentan la decisiónde no exhibir restos humanos.

Respetar la sacralidad ancestral de losrestos humanos y sitios indígenas, y adecuarlas técnicas y procedimientos arqueológicospara hacerlas compatibles con ese respeto.

Colaborar mutuamente para lograr la resti-tución de restos humanos indígenas que esténalojados en colecciones públicas y/o privadas.

Promover los mecanismos pertinentespara que la Ley 24.743/03 sea revisadaintegralmente y modificada luego de un pro-ceso de consulta y debate en el cual partici-pen los pueblos originarios, los arqueólogosy todos los demás actores sociales que ten-gan un interés genuino en la protección dedicho patrimonio, a fin de tener en cuenta lamulticulturalidad implicada en el tratamien-to del mismo.

Valorar responsablemente las consecuen-cias sociales y políticas de la investigaciónarqueológica en relación con los derechos delas comunidades indígenas.

Contar con el acuerdo previo de las co-munidades indígenas para la realización deinvestigaciones arqueológicas sobre el patri-monio cultural de dichas comunidades y ex-tremar los recaudos para que éstas y sus au-toridades cuenten con la información rele-vante para la toma de tal decisión. Hacerentrega de copias de informes y trabajos re-sultantes a las comunidades en donde losmismos han sido realizados.

Finalmente, reconocemos la preocupaciónde las comunidades indígenas en relación a losdiversos aspectos vinculados con la propiedad

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intelectual sobre el patrimonio cultural y ex-presamos la necesidad de promover un debateinformado y profundo acerca de la cuestión, aefectos de extender los puntos de acuerdo.

Comentario de Germán Canhué- Dicen que todo lo que se denomine Cien-

cia debe ser exacta. Si no, no es ciencia.Sin embargo, a veces ocurren cosas queescapan a toda lógica, al 2 + 2 = 4. Haceunos años fui invitado a un SeminarioNacional de Antropología y PensamientoLatinoamericano. Me invitaron a hablar.No hay mejor desafío para un Ranquel quepedirle que hable. Cuando terminé un nu-meroso grupo de hermanos/hermanas queestaban presentes, que hasta el momentopoco o nada me conocían, me pidieron queme presentara en la próxima elección paraPresidente de la Asociación Indígena de laRepública Argentina, AIRA.

- Un tiempo después, a sugerencia del Archi-vo Histórico Provincial, acompañé a la es-posa de Gradin a visitar un supuesto ce-menterio indio en La Primavera. Tenía cru-ces de hierro. No era lo que pensábamosencontrar. Fue mi primer contacto con unadisciplina que ignoro por completo. Sin em-bargo, aquí estoy escribiendo para una re-vista especializada en el tema.

- En mi casa sobre la ruta 35 recibí la visitade dos reconocidos profesionales, RafaelCurtoni y María Luz Endere. Conversamosde todo. Ellos de lo suyo, yo de lo mío. Enotra visita fuimos a un lugar donde una má-quina había removido restos humanos.

- En el 2004 fui invitado a un Congreso deArqueología en Río Cuarto. Reconozco queconcurrí bastante preocupado. ¿Querríanestudiar un fósil en vida? En ese Congresoencontré respuestas a muchos interrogantes.Traté de estar presente en todos los talleresque creía entender. Descubrí que el anteriorconcepto que teníamos de nuestros amigoslos “ólogos”, con los que siempre discutía-mos sobre la necesidad o no de su profe-

sión, incluso interrogándolos sobre qué lesparecía a ellos que fuéramos a desenterrarhuesos a sus cementerios, debíamos cam-biarlo por completo. Una nueva corrienteaparecía arrasando con el antiguo pensa-miento de que nosotros los estudiados so-mos objetos, no sujetos. Encendidas ponen-cias sobre nuestra realidad social, sobrenuestros derechos, sobre asumir compromi-sos para ayudar a cambiar la situación. Yhasta un concienzudo estudio sobre los Tra-tados de Paz entre nuestra naciónMamülche, habitante desde tiemposinmemoriales del Centro de Argentina, porparte de Marcela Tamagnini y GracianaPérez Zabala. Una sorpresa total. Tambiénpercibí que no todos, especialmente los tra-dicionales, estaban de acuerdo. También fuiinvitado a hablar. Dije lo mío. Debió ser in-teresante porque me volvieron a invitar alCongreso del 2005, también en Río Cuarto,esta vez con un adicional: Primer Foro In-dígena.

- Esta vez no concurrí solo, me acompaña-ron Dirigentes, maestra en el Arte Cerámi-ca Ranquel, responsable del área Culturadel Municipio de Toay y jóvenes estudian-tes universitarios. Había que extender laexperiencia. Nuestra participación fue semi-plena; hubo ponencias muy interesantes,siempre en el mismo tenor que en el Con-greso anterior. Desmitificamos, hasta don-de pudimos, que el vocablo “mapuche” conel que algunos todavía nos identifican, nofue de aplicación mientras fuimos poseedo-res del Centro de Argentina. Las relacionespúblicas funcionaron a pleno, recibimosmaterial gráfico desconocido para nosotrosque nos sirve para reafirmarnos en nuestrahistoria. Participamos como público delForo Indígena. Mostramos nuestra preocu-pación por la falta de representantes de Pue-blos Indígenas en el Foro, habida cuenta deque si exigimos participación hacia fueraen todos los temas que nos competen debe-mos dar el ejemplo hacia adentro. Esto lo

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dijimos como un aporte a futuros encuen-tros de este tipo. Nos interesó debatir sobreel tema de la Propiedad Intelectual. Siem-pre creímos que la actividad de los “ólogos”no ofrecía posibilidades de lucro, entendidocomo ganancia económica, en contraposi-ción con la medicina indígena, por caso lasplantas medicinales, cuyas propiedades co-nocemos por haberlo heredado luego demiles de años de ensayos, experiencias,transmitidas de generación en generación,conocimientos de los cuales se han apropia-do las multinacionales farmacéuticas quefacturan anualmente billones de dólares porel simple hecho de aislar el gen que producela cura y patentarlo como si lo hubieran crea-do ellas, sin ningún beneficio para los ver-daderos dueños de las propiedades curati-vas de dichas plantas, con el agravante dehaberse repartido el mundo para sus rapi-ñas. Planteamos la controversia que se noscrea desde nuestra cosmovisión que nos diceque no se debe ni puede lucrar con lo que esbenéfico para la humanidad; por lo tanto,por una cuestión de principios, no podemosexigir parte del enorme beneficio que repor-ta dicha actividad, pero no estamos de acuer-do en que se obligue a la gente a pagar su-mas siderales por algo que ya está creado yque, en suma, no les pertenece.

- Evidentemente, la Propiedad Intelectual esun tema a debatir, pero debería estar pre-sentes, por lo menos, una parte importantede los 24 Pueblos en que estamos constitui-dos hoy en Argentina. En Río Cuarto noestaban nuestros hermanos losComechingones, que son una parte impor-tante de Córdoba, reconocidos por el Go-bierno Provincial y con gestión de PersoneríaJurídica ante el INAI (Instituto Nacional deAsuntos Indígenas). Tampoco los Ranquelesde Río Cuarto. Otros temas a incorporar, ysobre los cuales escuché varias ponencias,son cumplimiento de leyes (sería importan-te la presencia de representantes del Minis-terio de desarrollo y/o del INAI), tierras,

personería jurídica de las comunidades, be-cas secundarias y universitarias, educaciónbilingüe e intercultural, financiación paraplanes y proyectos de desarrollo y para crea-ción de estructuras y viviendas en las co-munidades, especialmente rurales.

- Estos temas los proponemos como conse-cuencia de la apertura que hemos apreciadoen casi todos los paneles. Es evidente quelos Pueblos Indígenas de Argentina y nues-tro amigos los «ólogos» comenzamos a tran-sitar juntos un camino que sabemos cómocomienza pero no podemos predecir hastadonde puede llegar. Dejar de ser una cosainanimada expuesta a un pincel, una cucha-ra, una pala o al carbono 14 para transfor-marnos en seres vivos pensantes, con todoel riesgo que eso implica. Pienso que vale lapena tirar por la borda los prejuicios quenos han mantenido separados por siglos. Esun desafío. Pero vale la pena. De hecho, aquíen La Pampa ya estamos en ese camino.Ahora, además de visitarnos y preguntar-nos que nos parece, también los convoca-mos nosotros cuando la ocasión lo requiere.

- Pienso que esta incipiente sociedad ademásde necesaria es oportuna. Como PueblosIndios sufrimos muchos ataques de secto-res reaccionarios que se oponen hasta a nues-tra presencia como descendientes de los pri-meros que habitaron este continente. Perotambién se percibe como un deseo de am-plios sectores de argentinos, así como de al-gunos municipios y hasta gobiernos, dereivindicarnos, muy especialmente en el áreacultural, aunque también en nuestros dere-chos, a contrapelo de la recomendación deNaciones Unidas que propone nuestro re-conocimiento para mantener la diversidadcultural, a la que considera imprescindiblepara el mundo, pero de derechos ni hablar.Seguro que nos podrán ayudar en sostenernuestra posición. Ahora nos sentimos acom-pañados. Amuchimai.

La Pampa, centro de Argentina,junio de 2005.

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Comentario de José Antonio Pérez Gollán(Museo Etnográfico, Universidad de BuenosAires)Los días 13 y 14 de mayo se realizó en laciudad de Río Cuarto, en el sur de la provin-cia de Córdoba (Argentina), el Foro pueblosoriginarios – arqueólogos que sesionó enforma paralela a las VI Jornadas de investi-gadores en arqueología y etnohistoria delcentro–oeste argentino; la Universidad Na-cional de Río Cuarto fue la encargada deorganizar ambos eventos y lo hizo con res-ponsable eficacia.

Quisiera referirme al Foro expresando loque sentí como participante, pero no paradejar asentado un relato sino para expresaralgunas ideas que fueron surgiendo, sin dudaestimuladas por el debate, sobre el papel quecumplen los arqueólogos argentinos –y laarqueología que hacemos– en el contexto dela sociedad nacional y desde una perspectivahistórica. Más allá del número y larepresentatividad de los asistentes –como eslógico, en el Foro no estuvieron ni todos losarqueólogos ni todos los pueblos originarios–la convocatoria debe interpretarse como unnotable avance en una relación muchas ve-ces cargada de recelos: la reunión, en efecto,transcurrió en un agradable clima de cordia-lidad y respeto. Es mi intención destacar loque considero son dos puntos interesantes deldebate. El primero se vincula con el patri-monio en general y las tensiones que se ge-neran por su apropiación y uso; el segundose refiere a la exhibición de los restos huma-nos indígenas en los museos, asunto que hatomado una fuerte dimensión ética para mu-chos indígenas y algunos arqueólogos.

Al abordar el tema del patrimonio puedoafirmar que es la piedra de toque tanto paralos pueblos originarios como para losarqueólogos si lo concebimos como capitalcultural, pues «el patrimonio histórico es unescenario clave para la producción del valor,la identidad y la distinción de los sectoreshegemónicos modernos…[L]a reformulación

del patrimonio en términos de capital cultu-ral tiene la ventaja de no representarlo comoun conjunto de bienes estables y neutros, convalores y sentidos fijados de una vez parasiempre, sino como un proceso social que,como el otro capital, se acumula, sereconvierte, produce rendimientos y es apro-piado en forma desigual por diversos secto-res. Si bien el patrimonio sirve para unificara cada nación las desigualdades en su for-mación y apropiación exigen estudiarlo tam-bién como un espacio de lucha material ysimbólica entre las clases, las etnias y losgrupos» (García 1990:181-182).

La arqueología –en términos generales–es heredera de una tradición enraizada pro-fundamente en el pensamiento positivista, elque en la segunda mitad del siglo XIX, y so-bre la base de supuestas verdades científi-cas, pregonaba la inevitable desaparición delos indígenas americanos puesto que eran unanacronismo. Para el positivismo argentinola ciencia se erigía en guía de la acción polí-tica y su objetivo más importante estaba enla modernidad y el progreso. La idea del pro-greso, como ideología social, logró su legiti-midad en el evolucionismo y encontró unrótulo científico y laico para el anacronis-mo: prehistoria (Monserrat 1993:51;Blengino 2005). La arqueología acuñó elmodelo del pasado indígena y construyó unpatrimonio cultural para que lo representa-ra. En ese sentido Vanni Blengino (2005:27,33) afirma que «El presente, comprimido en-tre el pasado y el futuro, se traduce en laoposición entre prehistoria y modernidad …La diversidad étnica, cultural y social conrespecto a los indios y al territorio que domi-nan se enriquece con nuevas contradiccionesque, si bien no reniegan de la vieja oposiciónentre civilización y barbarie, la actualizan ala luz de la teoría de la evolución y de lasnuevas contraposiciones que la ciencia mo-derna pone en evidencia. La teoríaevolucionista encuentra en la Pampa y en laPatagonia un depósito de restos, un escena-

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rio de la prehistoria casi intacto, la oposiciónhistoria-prehistoria, hombre moderno-hom-bre de las cavernas, como justificación delas campañas del desierto, se alimenta depretextos científicos y sustituye la oposicióncivilización-barbarie que hasta hace pocotiempo antes había sido una de las claves teó-ricas del liberalismo argentino e hispanoame-ricano para interpretar la propiaconflictividad social». Podemos tomar comoejemplo la opinión de un pensador tan inteli-gente y original como Eduardo Holmberg,quien al plantear la justicia de la campañamilitar de 1879 contra los aborígenes de laPampa y Patagonia afirmó que había acaba-do con los indígenas porque la ley de Malthusestaba por encima de las opiniones persona-les (Monserrat 1993:48).

Hagamos un paréntesis para ocuparnos deuna cuestión que nos puede ayudar a entendermejor la oposición entre historia-prehistoria.En un trabajo sobre las consecuencia internasde la guerra del Pacífico (1879-1883) en lasociedad peruana el historiador NelsonManrique (1981:2-4) abordó el tema de laimagen del aborigen peruano y concluyó quese resume en su ahistoricidad: «… esta con-vicción sirve de argumento para justificar laprescindibilidad del análisis histórico de suacción [del indígena] … se puede prescindirde las referencias de tiempo y lugar, que sí sonindispensables cuando se trata de escribir lahistoria de la clase dominante». Una opiniónsimilar es la de Anne Salmond en su obra so-bre los viajes del capitán Cook: «Las narrati-vas del descubrimiento del mundo por los eu-ropeos todavía se ciñen a los gestos imperia-les y los relatos de los grandes viajes de des-cubrimientos muchas veces se escriben comotextos épicos en los cuales sólo los europeosson reales. Ellos viajan a través de mares quehan sido navegados durante siglos, ‘descu-briendo’ lugares que desde hace mucho tiem-po están habitados por otros. Sin embargo lasTerra nullius, las tierras vacías, estaban va-cantes porque sus habitantes habían sido re-

ducidos a ‘salvajes’ sin fuerza para configu-rar el futuro ni ejercer influencia sobre loseuropeos y cambiarlos. En consecuencia, hastaahora ha sido casi imposible imaginar a losviajes de exploración como encuentrostransculturales en los que tanto europeos comonativos son sujetos históricos» (Salmond2004:xxi-xxii). Para el caso de la Argentina,y a modo de cierre para el paréntesis, esilustrativa la frase de Raúl Mandrini(2002:28): «Imaginada la nación como un con-junto humano homogéneo el indio no teníalugar en ella –ni en su historia– a condición,obviamente, de dejar de ser indio, identidad ala que las poblaciones pampeanas se aferra-ron con fuerza».

Si volvemos a la situación actual de lassociedades originarias de la Argentina hay queseñalar que después de la dictadura militar(1977-1983) se difundió un clima de pluralis-mo cultural y de genuino interés por conocery comprender las culturas indígenas actualesy del pasado. Asimismo, se desarrollaron lasorganizaciones que representan a los distintosgrupos indígenas, a la vez que un fenómenosimilar ocurría en casi toda América y lospueblos aborígenes reclamaban sus derechossociales, culturales y políticos.

La comunidad arqueológica internacio-nal, por su parte, también experimentó im-portantes cambios en el enfoque e interés porciertos temas. Así, por ejemplo, en 1986 seconstituyó el Congreso Arqueológico Mun-dial como alternativa a las organizacionesinternacionales tradicionales e incorporó a suprograma nuevas orientaciones. Convocó,por ejemplo, a representantes de pueblos yorganizaciones indígenas de todo el mundopara discutir con los arqueólogos; ademásde reconocer de manera explícita el papelhistórico y social de la práctica arqueológicay el contexto político en el cual se desarro-llan las instituciones académicas y la inves-tigación científica, sin pasar por alto el lugardesde donde se formulan las interpretacio-nes del pasado (Podgorny 1996).

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En el Foro fue lógico (y saludable) que sedesarrollara un debate, por momentos inten-so, en torno a la ley del patrimonio arqueoló-gico y paleontológico pues parecería que allíse refugian, como fantasmas del pasado, lasviejas concepciones patrimoniales de cortepositivista: una arqueología cientificista y po-blaciones originarias congeladas en su eternopresente etnográfico. Pero, además, debemossumar a la polémica los intereses de los colec-cionistas quienes, con una buena llegada a losmedios de comunicación masivos, tratan deimponer una apropiación y uso privados delpatrimonio –de preferencia arqueológico– se-gún una concepción no histórica, esteticista ydescontextualizada (Pérez 2004); en Río Cuar-to el arquitecto Daniel Schávelzon defendiólos puntos de vista del coleccionismo en unaconferencia magistral que pronunció en las VIJornadas de investigadores en arqueología yetnohistoria del centro–oeste argentino.

La polémica en torno a la exhibición derestos humanos indígenas en los museos es, alparecer, la más ríspida de todas pues está enjuego la manipulación, algunas veces con fi-nes mercantiles, de los cuerpos de los antepa-sados y que, como es de imaginar, movilizasentimientos profundamente arraigados en lasconcepciones de lo sagrado y de la muerte. Eneste punto se instala, otra vez, la visión tradi-cional cientificista de la arqueología, para lacual el patrimonio indígena está al exclusivoservicio de la ciencia y sus instituciones; unejemplo son las circunstancias que rodean alhallazgo de las «momias» del santuario de al-tura en el volcán Llullaiyaco y su posteriortraslado a un museo en Salta, construido es-pecialmente para exhibirlas (Anónimo 1999).Sin embargo, últimamente dos importantesmuseos universitarios de antropología –el deCiencias Naturales de La Plata y el Etnográficode la Universidad de Buenos Aires– han to-mado disposiciones para la repatriación derestos humanos de los pobladores originarios(Podgorny y Miotti 1994; Camps 2004).

Quizá el avance más importante de estosúltimos años haya sido algo tan simple comoconsiderar al otro un ser humano igual quenosotros, con similares virtudes e iguales li-mitaciones.

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Desde la «arqueología de unmundo» hacia «un mundo, muchasarqueologías». Editorial del primernúmero de la revista Archaeologies.Nick Shepherd (Universidad deCiudad del Cabo). (Traducción deAlejandro Haber).Bienvenidas y bienvenidos al primer númerode Archaeologies (Arqueologías), la revistadel Congreso Arqueológico Mundial (WACpor sus siglas en inglés). Como cualquier nuevaaparición esta tiene múltiples puntos de ori-gen. Un punto de origen ha de ser, segura-mente, el momento cuando, a mediados de ladécada de 1980, Peter Ucko y sus compañe-ros se separaron de la Unión Internacional deCiencias Prehistóricas y Protohistóricas paraformar el Congreso Arqueológico Mundial.Ese fue un movimiento audaz. Desafió a laortodoxia prevaleciente en la academia y es-tableció el programa de una serie de subsi-guientes acciones de boicot. En esa época yoera un joven estudiante de grado en Sudáfrica.Recuerdo cuán estimulante fue todo aquello.Había allí una organización académica –yarqueológica, además- preparada para articu-lar públicamente una posición antiapartheidy, además, para actuar de acuerdo con esosprincipios. Ello fue tres años después de quela Asociación Sudafricana de Arqueólogosrechazó una moción que condenaba elapartheid basada en que la política no cabíaen la arqueología (Hall 1990). Como a mu-chos de mi generación los acontecimientosalrededor del WAC-1 me dieron fe para conti-nuar en una disciplina que, a veces, parecíadesalentadoramente indiferente a las luchassociales y políticas contemporáneas.

En muchos sentidos la formación delWAC se adelantó a su época. Anticipó losmovimientos de globalización de la décadade 1990 con su llamado a la solidaridad y lamultivocalidad; ofreció el tipo de platafor-ma que invitaba a una amplia representación.Se consumieron enormes cantidades de es-fuerzo en asegurar la participación dearqueólogos de las regiones menos represen-tadas del mundo, representantes indígenas ymiembros de comunidades descendientes(Stone 2005). El tenor de la época fue captu-rado en un prevaleciente espíritu de desafío,pero también de esperanza (Ucko 1987). Seanticipaba que podríamos trabajar juntospara superar nuestras diferencias, y hallarun lugar común de encuentro en el cual po-drían oírse las voces de todos con atención yrespeto. Esto fue resumido en la consigna«arqueología de un mundo».

Otro punto de origen diferente de esta re-vista fue la sesión plenaria de cierre del WAC-5 en Washington en junio de 2003. Realiza-da bajo el turbulento calor estival, en unosEstados Unidos visiblemente militarizados enlos estados entonces iniciales de su guerra enIrak, la reunión terminó en medio de una se-rie de emociones conflictivas. Muchos cole-gas se vieron impedidos de asistir cuando sussolicitudes de visa fueron rechazadas (sobrelo cual escribirá Folorunso en el número 2de Archaeologies) o por el costo de viajar ala zona del dólar. Otros establecieron un boi-cot informal en protesta por la guerra. Granparte de esto surgió en la sesión plenaria declausura. El tema de la guerra en Irak fueobjeto de varias mociones pero en el salónhabía poco sentido de acuerdo. Muchos ha-bíamos llegado al WAC-5 con la idea de com-prometernos, pero ¿nos comprometimos? Entérminos de su programación y organizaciónel WAC-5 fue, probablemente, el congresomás exitoso hasta la fecha pero también dejóun sentido de un asunto inconcluso.

Si la formación del WAC había sido unmomento de esperanza y solidaridad enton-

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ces había aquí un diferente conjunto de aler-tas: de las diferencias que nos dividían másque de los principios que nos unían; de lascortantes geometrías de poder en el momen-to actual; y de la creciente brecha entre gru-pos, naciones y regiones ricos y pobres, do-minantes y subalternos. De una maneraemblemática el WAC-5 nos confrontó conun espectro de unilateralidad y con un nuevoy concertado desafío a los ideales de «un mun-do» de fines de la década de 1980 y princi-pios de la de 1990. En una reversión irónicala realidad de «un mundo» había llegado aparecerse más a la noción de «imperio» bos-quejada por Hardt y Negri (2000) que a laplataforma igualitaria anticipada por Ucko.

Este doble relato de sus orígenes da pie aesta revista. Hay tres aspectos que la convier-ten en una adición significativa y novedosa ala literatura de revistas disponibles y que re-saltan su misión y función para nosotros. Elprimero es que ofrece una plataforma paralos intereses de pueblos y arqueólogas/os in-dígenas sobre una base de mutuo respeto. Elsegundo es que actúa como un foro para unconjunto de discusiones y diálogos vinculan-do a arqueólogas/os identificadas/os con elNorte y el Sur, el Este y el Oeste, los mundosoccidental y no-occidental, Primero y Terce-ro, contextos desarrollados y subdesarrolla-dos, y naciones, agrupaciones e individuosdominantes y subalternos. El tercero es quereconoce, explícitamente, que sumultivocalidad está estructurada por relacio-nes de poder y privilegio, por diferente accesoa recursos y por diferentes cuerpos de memo-ria y experiencia histórica.

Mientras los primeros dos aspectos han sidosiempre parte del WAC -Babel, el inspiradoencuentro de las lenguas- el tercer aspecto llevamás allá de la política de la representación ha-cia algo nuevo y potencialmente más desafian-te. Incluye reconocer la diversidad, la multipli-cidad y la diferencia, incluso cuando reconoce-mos los lazos que atan, las formas en las cualespermanecemos inmersos en redes, relaciones y

reciprocidades cada vez más complejas. Im-porta reconocer la entera complejidad de lascircunstancias contemporáneas -el florecimientode elites del Tercer Mundo e indígenas, la exis-tencia de las clases bajas europeas y norteame-ricanas, el resurgimiento ambiguo de la políti-ca de la etnicidad-, aun cuando mantenemosun ojo fijo en el atrincheramiento de los patro-nes neocoloniales de dominación de parte delmundo anglonorteamericano. Importa abrazarla ambigüedad, la hibridez y la ironía al mismotiempo que retener la habilidad para realizaruna acción ética concertada. En un nivel con-ceptual la naturaleza paradójica de laglobalización, su mezcla de promesa y mali-cia, requiere este matiz, esta óptica doble; aúnen el nivel de la acción política requiere un focomás preciso, el hallazgo de maneras nuevas yconcertadas de canalizar energías y recursos.El desafío contenido en todo esto, la localiza-ción de la teoría y la práctica combinada con laglobalización del interés y la organización polí-tica, parece merecido para el WAC luego delWAC-5 (véase Hall, en este número deArchaeologies). Más generalmente, plantea undesafío para toda la disciplina. Y para estasnuevas circunstancias una nueva consigna: unmundo, muchas arqueologías.

La noción de «un mundo, muchas arqueo-logías» implica, necesariamente, bosquejar unnuevo campo de la práctica. Algunos temas que-dan cubiertos por los títulos y designacionesfamiliares -arqueología pública, arqueologíasocial, arqueología indígena, arqueología co-munitaria, arqueología y educación, arqueolo-gía postprocesual- pero hay otros temas quecaen fuera, en zonas y áreas de interés aún porser designadas. Estas incluyen convergencias yarticulaciones entre diferentes formas de prác-tica localmente «ubicadas»; el desafíoepistemológico radical implicado por las con-cepciones indígenas del pasado (véaseZimmerman en el número 2 de Archaeologies);las convergencias entre arqueología y etnogra-fía (véase Meskell, este número deArchaeologies); los enfoques poscoloniales de

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la arqueología; las nuevas alianzas geográficasy «re-hilados» del globo (vínculos sur-sur, nue-vas colaboraciones regionales); las complejasdecisiones éticas que incluyen a la arqueologíaen contextos de guerra ... y la lista continúa.¿Cómo ocurren los tipos de conversaciones queavizora esta revista, y quien los controla?; ¿losenigmas que bosquejo, entre lo local y lo glo-bal, entre una pluralidad de contextos y unavisión política particular, son reforzadores delpoder y creativos o meramente incapacitantes?;¿el marco de una disciplina compartida ofreceun suficiente ámbito común como para supe-rar las inclinadas geometrías del poder y el pri-vilegio que nos dividen?; ¿pueden haber mu-chas arqueologías o siempre habrá lareafirmación de una sobre muchas? Esperamosel resultado con interés.

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JOSÉ MARÍA CRUXENT1911-2005

Rafael Gassón y Erika Wagner(Instituto Venezolano deInvestigaciones Científicas)Los temperamentos mágicos fue la oportu-na expresión que usó alguna vez MarianoPicón Salas para describir a un grupo muy

especial de personas «quienes no se satisfa-cen con lo claro e inmediato sino quieren pro-fundizar, también, en las recónditas comar-cas del alma individual o de la cultura». Aeste grupo de personas perteneció José Ma-ría Cruxent. Cruxent nació en Sarriá, Bar-celona, el 16 de enero de 1911. Comenzó susestudios en el Instituto Montessori, en Cata-luña, y en la Academia de Bellas Artes deBarcelona. Luego inició estudios formales dearqueología con Pedro Bosch Gimpera, in-terrumpidos por la Guerra Civil Española.Cruxent se incorporó al bando republicanoen el frente de Teruel (Aragón), donde le fue-ron asignadas diversas tareas por espacio dedos años. Ante la inminencia de la caída dela República se asiló en Francia, luego enBélgica y, finalmente, en Venezuela, país quese vio involuntaria y afortunadamente favo-recido por el aporte de refugiados ilustrescomo Augusto Pi Suñer, León Croizat, JuanDavid García Bacca y Cruxent, entre otros.

Después de numerosas penurias y peripe-cias vitales finalmente pudo retomar sus in-quietudes científicas y artísticas en Venezue-la, país que adoptó como propio. Entre 1944y 1960 se desempeñó como Director y Con-servador de Arqueología en el Museo de Cien-cias de Caracas. Debe destacarse tanto su in-tensa labor de arqueólogo, que lo llevó a reco-nocer y a excavar en casi la totalidad del terri-

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precolombinas, reconociendo en forma tá-cita el tratamiento plano del tiempo ante-rior a la conquista y la visión homogéneade las organizaciones políticas. Por ejem-plo, debido a la ausencia de artefactoslíticos de acabado escamoso en 1885 Adol-fo Ernst negó la existencia de un periodopaleolítico en América del Sur. Por su par-te, hacia 1890 Marcano sólo pudo diferen-ciar «tribus» con base en rasgos culturalesy físicos de una manera general, adelan-tando poco sobre la antigüedad y la dife-renciación social de los aborígenes preco-lombinos. Tiempo después Acosta Saignesestableció su célebre esquema de áreas cul-turales para Venezuela. Debido al incipien-te estado de la investigación arqueológicaen la época Acosta siguió el modelo de lasetnografías antiguas y agrupó los rasgosculturales reportados en las crónicas colo-niales en una frágil «ficción de coetanei-dad». Cruxent e Irving Rouse hicieron unacontribución definitiva al demostrar la granantigüedad del período prehispánico en suobra fundamental Arqueologíacronológica de Venezuela. Usando análi-sis estilísticos, fechamientos absolutos ycorrelaciones geológicas e históricas esta-blecieron seis períodos arbitrarios que fue-ron agrupados luego por Rouse y Cruxenten Venezuelan archaeology en cuatro gran-des épocas: Paleoindia, Mesoindia,Neoindia e Indohispana; aunque tienen ma-yor significado evolutivo sólo se estable-cieron niveles generales de evolución cul-tural utilizando series y estilos como uni-dades análogas a las «tribus» o gruposétnicos. Esas dos obras constituyeron labase de buena parte de la arqueología mo-derna en Venezuela.

En 1959 Cruxent interesó a Marcel Rochey a otros notables investigadores del enton-ces recién fundado Instituto Venezolano deInvestigaciones Científicas para crear el De-partamento de Antropología. Con la colabo-ración de Gabriel Chuchani creó en 1963 el

torio nacional, como su participación en nu-merosas expediciones como la que se realizóa las fuentes del Orinoco en 1951 y que deter-minó con exactitud la frontera entre Venezue-la y Brasil y recopiló amplia información so-bre cartografía, antropología, botánica,zoologia y mineralogía. En otra expedicióndestacada ascendió el cerro Colorado de lasierra de Périja (estado Zulia) en 1957.

En 1953 formó parte del grupo de funda-dores de la Escuela de Sociología y Antro-pología de la Universidad Central de Vene-zuela, junto con otros notables profesionalescomo Adelaida de Diaz Ungría, MiguelAcosta Saignes, Walter Dupouy, MartaHildebrandt, Antonio Requena y RodolfoQuintero. En la escuela Cruxent dictó lascátedras de Introducción a la arqueología yArqueología de Venezuela. Además, colabo-ró en la formación de nuevas generacionesde arqueólogos en Panamá y República Do-minicana gracias a su participación en di-versas excavaciones, análisis de laboratorioy proyectos museográficos.

Como artista plástico Cruxent pertene-ció al movimiento informalista de la décadade 1960 y participó en el grupo intelectual yartístico El techo de la ballena. También hizoincursiones en el arte cinético. Comomuseólogo hizo aportes prácticos y teóricosque se cuentan entre los primeros de su tipoen Venezuela.

A pesar de su intensa actividad comodocente, explorador y artista la contribu-ción más importante de Cruxent perteneceal campo de la arqueología. Como en otraspartes del mundo uno de los problemas bá-sicos del período clasificatorio-histórico dela arqueología venezolana fue la divisióndel pasado prehispánico. Desde finales delsiglo XIX hasta el comienzo de la sextadécada del siglo XX no se tenía una ideaexacta de la profundidad ni de la variaciónde las organizaciones socialesprehispánicas. Por esta razón las obras clá-sicas se referían a etnografías antiguas o

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primer laboratorio de C14 en Suramérica,dirigido por Murry Tamers y hoy lamenta-blemente desaparecido. El antiguo departa-mento del IVIC, ahora ya oficialmente Cen-tro de Antropologia J. M. Cruxent, se ex-pandió y reprodujo gracias a los lineamientosque Cruxent le impartió: la importancia deltrabajo de campo, el compromiso sin rega-teos con la profesión, la total libertad de pen-samiento y la necesidad de que lo producidono sea sólo de calidad sino, además, social-mente útil.

Mención especial merecen sus investiga-ciones sobre cazadores y recolectores anti-guos, en particular sus trabajos en Taima-Taima y la secuencia del Río Pedregal. Me-diante estos trabajos y sus investigacionesen concheros de la costa y sitios de tierraadentro (como en la Isla de Cubagua, estadoNueva Esparta, y en Canaima, estado Bolí-var) Cruxent prolongó la arqueología de Ve-nezuela al más remoto pasado, ya que la exis-tencia de las épocas Paleoindia y Meso Indiaera insospechada hasta la década de 1960.Al otro extremo de la historia sus últimaspublicaciones están relacionadas con losmomentos iniciales de la colonización deAmérica. Su interés en la arqueología histó-rica no fue nuevo: en la década de 1950Cruxent excavó la ciudad de Cubagua, unode los primeros asentamientos del NuevoMundo

En 1980 se trasladó a la antigua ciudadde Coro, donde fundó y dirigió hasta muyrecientemente el Centro de InvestigacionesAntropológicas, Arqueológicas y Paleonto-lógicas (CIAAP) y el Museo de CerámicaHistórica y Loza Popular, ambos adscritosa la Universidad Nacional ExperimentalFrancisco de Miranda (UNEFM). El 24 defebrero de 2005 murió en Coro, Estado Fal-cón, quien posiblemente fue el último de lostemperamentos mágicos de la arqueologíavenezolana, cerrándose así un importantecapítulo de la historia de la disciplina ennuestro país.

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DOCTORADO EN ARQUEOLOGÍAUNIVERSIDAD NACIONAL DEL CENTRO

DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, OLAVARRÍAEl Doctorado en Arqueología en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia deBuenos Aires, Argentina, amplía el horizonte de formación académica de los graduados enarqueología y disciplinas afines y genera una oferta diferente y de calidad para los graduadosde Argentina y de América del Sur. Aborda temas que no son regularmente ofrecidos en otrosprogramas pero que son de crucial importancia para alcanzar una completa formación ar-queológica contemporánea (e.g. temas de teoría arqueológica actual, etnoarqueología,geoarqueología, procesos de formación de sitios, tafonomía, protección del patrimonio, etc.).Aunque el Doctorado pretende que el graduado tenga una formación universal está enfocadoa tratar temas de relevancia para la arqueología latinoamericana. El objetivo del Doctoradoes formar doctores con una sólida formación teórico-práctica, capacidad crítica y reflexiva yaptitud para desarrollar un trabajo científico original de alta calidad. Se espera, además, quelos alumnos del Doctorado desarrollen criterios éticos en relación a la práctica profesional yal respeto de los pueblos originarios de América y adopten una actitud consciente y reflexivasobre las implicaciones sociales y políticas de sus investigaciones. El Doctorado en Arqueo-logía tiene una planta estable de 20 profesores que dictan, al menos, un curso cada dos años.Este plantel se amplía anualmente con profesores invitados nacionales y extranjeros queimparten cursos en sus respectivas especialidades. El director del Doctorado es el Dr. Gusta-vo G. Politis. La inscripción está abierta de marzo a noviembre de cada año. Informes:Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia deBuenos Aires, Avda. Del Valle 5737 - B 7400 JWI Olavarría, Argentina. Tel.+54(0)2284450331/450115 int.315/392/306. Fax: +54(0)2284 451197 int. 301. Correo electrónico:[email protected]; sitio web: www.soc.unicen.edu.ar/posgrado