II Reunión de Decanos 2015 7 de octubre de 2015

Seminario Conciliar de México, Casa Huipulco

Oración Inicial

“Ojalá escuchen hoy su voz” (Sal 95, 7)

Arquidiócesis Primada de México

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Monición Inicial De pie. Comentarista: Hermanos: nuestra presencia en esta reunión es una respuesta al llamado que el Señor nos hace: “Vengan y escuchen la Palabra que transforma desde el corazón a cada uno de nosotros”, pues hemos sido enviados al pueblo de Dios para anunciar cosas nuevas y renovadoras, que sigan iluminando e impulsando la Misión Permanente. Este día venimos ante la presencia de Cristo, el Señor, para que su palabra renueve en nosotros la misión y la vocación de cada uno en el proceso evangelizador de nuestra Arquidiócesis. Con la alegría de saber que el Dueño de la mies viene a nosotros para alentarnos y escucharnos, dispongámonos a recibirlo en medio de nosotros, entonando el canto.

 

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Canto Que alegría cuando me dijeron (Salmo 121) Que alegría cuando me dijeron, Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, Tus umbrales Jerusalén. 1. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. 2. Según la costumbre de Israel a celebrar el nombre del Señor; En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. Invocación inicial V. Dios mío, ven en mi auxilio. R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Como era. Amén.

Monición del Guía  V. Escuchar la Palabra en actitud de fe, es

abrirnos a la comunicación y a la experiencia de la comunión eclesial. Nosotros estamos aquí porque ha resonado en nuestros corazones aquella Palabra: “Escucha, Israel,

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es nuestro Dios el que te habla: Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”; nos envía a todas las ciudades, a las periferias, a los más alejados.

Oración La recitan todos: Señor, me estás llamando

me buscas y yo trato de esconderme insistes, y guardo silencio; te acercas e intento huir, quieres apoderarte de mí y me resisto.

Tú esperas de mí una entrega sin reservas, llena de ilusión y generosidad. Y yo a veces, es cierto, estoy dispuesto a realizarla en la medida de mis fuerzas, sin hurtarte nada.

Tu gracia penetra el corazón y, en esos momentos, todo me parece fácil. Tu invitación es como un horizonte abierto que alegra y da sentido a mi vida.

Señor, quiero ser feliz ofreciendo mi vida por la Misión Permanente, que llegue al corazón de los hombres.

Quiero seguir trabajando con mayor ánimo para ser más feliz sabiendo que trabajo por los que más alejados están.

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Quiero ser feliz, caminando junto a mis hermanos, viviendo en comunión con ellos.

Quiero ser feliz por la fraternidad y comunión en la que vivo con mis hermanos y que estoy dispuesto a hacer llegar a ellos las cosas nuevas e enriquecedoras capaces de construir tu reino.

Conviérteme, Señor. Amén.

Primera Reflexión Sentados.

Escuchar V. La revelación bíblica es esencialmente

Palabra de Dios al hombre. Mientras que en la mitología y la gnosis griega, Dios está fundado ante todo en la visión, en la Sagrada Escritura la fe nace de la audición: «Por lo tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo». Dejémonos guiar hacia una disposición interior para la escucha de la Palabra.

Comentarista: En los siguientes tres minutos, cada uno, en silencio, hará la lectura de las siguientes reflexiones sobre la escucha de la Palabra, que se encuentran en la Sagrada escritura. Al terminar este tiempo se hará la indicación con una campanilla, y entonces cada uno compartirá lo que le haya llamado la

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atención, con los que estén a su alrededor, teniendo para esto último, dos minutos. Iniciemos la lectura.

1. El hombre debe escuchar a Dios a) ¡Escuchad!, grita el profeta con la autoridad de Dios: «Escuchen esta palabra que el Señor pronuncia contra ustedes, hijos de Israel, contra toda la familia que yo saqué de Egipto» (Am 3,1); «Párate junto a la puerta del templo del Señor y proclama esta palabra: Escuchen la palabra del Señor, ustedes todos, hombres de Judá, que entran por estas puertas para adorar al Señor» (Jer 7, 2). ¡Escuchad!, repite el sabio en nombre de su experiencia y de su conocimiento de la ley: «Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre, no olvides la enseñanza de tu madre» (Prov 1,8). ¡Escucha, Israel!, repite cada día el piadoso israelita para penetrarse de la voluntad de su Dios: «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, El Señor es uno» (Dt 6, 4); «Entonces conquistamos a todas sus ciudades sin dejar una: setenta ciudades, toda la región de Argob, capital de Og en Basán» (Dt 3, 4); «Jesús contestó: El primero de todos es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor». (Mc 12, 29). ¡Escuchad!, repite a su vez Jesús mismo, palabra de Dios: «Les decía enseñándoles: -¡Escuchen! Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino. Vinieron los pájaros y se la comieron. Otra

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parte cayó en terrero pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó enseguida, porque la tierra era poco profunda, pero, en cuanto salió el sol se marchitó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre la maleza, y cuando la maleza creció, asfixió la semilla que no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y creció, se desarrolló y dio fruto: el treinta, el setenta, y hasta el ciento por uno. Y añadió: ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga» (Mc 4,3-9). Ahora bien, según el sentido hebraico de la palabra escuchar, acoger la palabra de Dios; no es sólo prestarle un oído atento, sino abrirle el corazón: «Entre ellas había una mujer llamada Lidia, que procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de telas. Lidia adoraba al verdadero Dios, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo» (Hch 16,14), ponerla en práctica: «El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Sin embargo, el que escucha mis palabras y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, chocaron contra la casa, y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande» (Mt 7 24ss), es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la predicación oída: «por quien hemos recibido la gracia de ser apóstoles, a fin de que para

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gloria de su nombre, respondan a la fe todos los paganos» (Rom 1,5);: «Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquél en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido anunciado? ¿Y cómo va a ser anunciado, si nadie es enviado? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!» (Rom 10,14ss.). El Comentarista, pasados los tres minutos, hace sonar la campana y dice: Suspendemos la lectura hasta donde hayamos llegado, e iniciamos el tiempo de compartir en diálogo con los demás; comentarios sobre lo que me llamó la atención, de medio minuto máximo, para que todos puedan participar. Iniciemos el diálogo. Pasados los dos minutos, el comentarista hace sonar la campanilla y lee la siguiente indicación: Suspendemos el compartir, y nuevamente tenemos 3 minutos para la lectura.

2. Pero el hombre no quiere escuchar

«Es lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb, el día de la asamblea, cuando le dijiste: “No quiero escuchar más la voz del Señor mi Dios ni quiero volver a ver aquel gran fuego, para no morir”.

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Entonces el Señor me respondió: ‘Dicen bien. Yo les suscitaré en medio de sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande. Al que no escuche estas palabras que él diga en mi nombre yo mismo le pediré cuentas»’ (Dt 18,16-19), y en eso está su drama. Es sordo a las llamadas Dios, su oído y su corazón están incircuncisos.

«¿A quién le hablaré, a quién advertiré para que atienda? Sus oídos están cerrados, no pueden escuchar; se burlan de la palabra del Señor, porque ya no les agrada» (Jer 6,10). «Egipto, Judá, Edom, Amón, Moab, todos los habitantes del desierto que se rasuran la cabeza; porque todos los pueblos son incircuncisos, y todos los israelitas son incircuncisos de corazón» (Jer 9,25). «Ustedes, hombres testarudos, tercos y sordos, siempre se han resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes» (Hch 7, 51). Tal es el pecado de los judíos con que topa Jesús: «… ¿Por qué no pueden entender ustedes mi mensaje? Pues simplemente porque no pueden escuchar mi palabra... El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; pero como ustedes no son de Dios, no quieren escuchar» (Jn 8,43.47).

En efecto, sólo Dios puede abrir el oído de su discípulo: «El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás» (Is 50,5); «Un día antes de que llegara Saúl, el Señor había advertido a Samuel» (cf. 1Sa 9,15); «…para que escuchen sus advertencias y se aparten de la

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maldad» (Job 36,10), «profundizárselo» para que obedezca: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero hiciste que te escuchara; no pides holocaustos ni víctimas. Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro acerca de mí» (Sal 40,7s).

Así en los tiempos mesiánicos oirán los sordos, y los milagros de Jesús significan que finalmente el pueblo sordo comprenderá la palabra de Dios y le obedecerá: Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro… Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán… Sordos, escuchen; ciegos, abran los ojos y vean. ¿Quién está ciego, sino mi siervo y sordo como mi mensajero? ¿Quién es tan ciego como mi enviado y tan sordo como el siervo del Señor? ¿Quién de ustedes se fijará en esto, atenderá y escuchará en el futuro?... Que se presente este pueblo que tiene ojos pero está ciego, que tiene oídos pero está sordo» (Is 29, 18. 35, 5; 42, 18 ss; 43, 8); los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mt 11,5). Es lo que la voz del cielo proclama a los discípulos: «Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escúchenlo» (Mt 17,5).

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María, habituada a guardar fielmente las palabras de Dios en su corazón: «María, por su parte, conservaba estos recuerdos y los meditaba en su corazón. Bajó con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos. Su madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón» (Lc 2,19.51), fue glorificada por su hijo Jesús cuando éste reveló el sentido profundo de su maternidad: Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan: «Pero Jesús dijo: Más bien, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11, 28).

El Comentarista, pasados los tres minutos, hace sonar la campana y dice: Suspendemos la lectura hasta donde hayamos llegado, e iniciamos el tiempo de compartir en diálogo con los demás. Pasados los dos minutos, el comentarista hace sonar la campanilla y dice: Nos ponemos de pie para cantar.

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Canto Tu palabra me da vida Tu palabra me da vida confío en ti Señor. Tu palabra es eterna en ella esperaré. 1. Dichoso el que con vida intachable

camina en la ley del Señor dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón

1. Postrada en el polvo esta mi alma devuélveme la vida tu palabra mi alma está llena de tristeza consuélame, señor, con tus promesas.

Monición del Guía V. Escuchar la Palabra en actitud de diálogo,

supone nuestro silencio voluntario para escuchar al creador. A pesar de nuestro deseo vehemente de hablar, acallamos nuestra voz, para que la palabra eterna nos ilumine en nuestra misión: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

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Escucha de la Palabra de Dios Comentarista: Para escuchar la voz de Dios, haremos lo siguiente: primero escucharemos su voluntad revelada en el Evangelio por su Hijo amado; en segundo lugar, Dios nos hablará en la voz de nuestro pastor; finalmente, las preguntas me ayudarán a interiorizar la interpelación que Dios me hace hoy.

Dios habla hoy Decanos y Vicedecanos, promotores de la

participación de todos en la misión. Lector 1:

“El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña.

Salió otra vez a media mañana, vio a unos que

estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la

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plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.

Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo

que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”

Lector 2:

La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús (EG 120). (OP 2015, n. 22)

Este nuevo momento de la Misión Permanente,

o como dice el Papa Francisco al hablar de la Nueva evangelización: una nueva etapa de la evangelización, debemos configurarla participando todos, con la seguridad de que el Espíritu va delante de nosotros. Con la fuerza del Espíritu no hay desafío insuperable. La dirección está clara:

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con apertura a la renovación pastoral debemos impulsar la transformación misionera de nuestra Iglesia local… (OP 2014, n. 51-52).

Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas, a la luz de los textos escuchados: ¿He salido a invitar a los que están ociosos en la viña? ¿Sacerdotes y laicos? ¿Tengo verdadero celo misionero? ¿Mi conversión pastoral para la misión contempla el trabajar incluyendo a todos los que me rodean? V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

Decanos y Vicedecanos, colaboradores en la Vocación del discípulo misionero.

Lector 1:

“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se

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secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.

Lector 2:

El camino que hemos recorrido juntos desde el II Sínodo Diocesano, se puede describir como el insistente llamado que nos ha hecho nuestro Salvador Jesucristo a seguirlo como sus discípulos misioneros en la Ciudad.

En ese trayecto, a pesar de nuestras inconsistencias, el Espíritu Santo ha hecho posible que se genere un cimiento de renovación eclesial, ruta que está señalada por las intuiciones sinodales, y que se ha venido fraguando con el impulso misionero que ha motivado a muchos miembros de nuestra Iglesia local a avanzar en su conversión pastoral en los últimos veinte años. (OP 2015, n. 8-9).

Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas: ¿Cómo describirías tu actuación pastoral? ¿Con qué rol te identificas? ¿Cómo describirías tu conversión PASTORAL?

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¿La Palabra de Dios ha encontrado tu corazón abierto para dar fruto como discípulo misionero? V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

Decanos y Vicedecanos promueven la pastoral de conjunto para la misión.

Lector 1:

“Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”

“Yo les aseguro que los publicanos y las

prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios”.

Lector 2:

Con espíritu de conversión y de comunión fraterna. Siempre dispuestos a escuchar, a acoger y a salir hacia los alejados, especialmente hacia los jóvenes. Teniendo como estrategia de base el acompañamiento cercano a las familias. Con el lenguaje, los signos y el sentir del pueblo sencillo.

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Con el anuncio vital de la Buena noticia, que comunica misericordia, alegría y esperanza. Con la decisión de planear y programar para llevar el Evangelio, en primer lugar, a los más necesitados. (OP 2014, n. 52). Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas: ¿Con cuál hijo me identifico? ¿He hecho la voluntad del Padre? ¿Me dejo guiar? Cuando invito a otros, ¿comunico el llamado de Dios? ¿Juzgo a los que no responden aún? V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

Decanos y Vicedecanos, alegres testigos

del llamado de Dios. Lector 1:

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.

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Lector 2:

La vocación a la Misión es algo especial. En realidad es el Señor Jesús el que viene a nuestro encuentro. Y en ese encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su hijo, Salvador del mundo (cf. DA 28). (OP 2014, n. 53)

Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas: ¿He identificado la misión permanente como el verdadero tesoro de la Iglesia? ¿Estoy dispuesto a darlo todo por ella? Mi ministerio en la Iglesia, ¿lo entiendo como un don? ¿Me llena de alegría? Se guarda un momento de silencio breve, y después se dice: V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

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Decanos y Vicedecanos, convencidos de que conviene “apostar” a la pastoral

orgánica. Lector 1:

“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después digan: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’. ¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Lector 2:

La evangelización de las culturas y sus periferias existenciales

Sin duda, ésta es la gran prioridad sinodal que

aún nos reta más fuertemente. No es porque no existan experiencias o iniciativas notables, sino porque en el conjunto de la Arquidiócesis aún no hemos logrado comprender y asumir las

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implicaciones de los nuevos areópagos y de los lugares de exclusión y de pobreza de nuestra ciudad. Requerimos una conversión pastoral más a fondo, para romper muchos estereotipos que condicionan a toda la comunidad creyente. (OP 2015, n. 50)

Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas: ¿Estoy dispuesto a incluir a los demás? ¿Toleraré que la pastoral se organice de maneras diferentes a como estoy acostumbrado? ¿Podré convivir con diferentes prácticas de pastoral? ¿Estoy dispuesto a salir del templo para ir a la búsqueda de los otros? ¿Cómo puedo convencer a los demás de salir al encuentro de los alejados? Se guarda un momento de silencio breve, y después se dice: V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

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Decanos y Vicedecanos promueven que se anuncie a todos los hombres.

Lector 1:

“¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de

plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”. Lector 2:

Diseñar comunidades que acojan y reciban a todos es un reto grande para nuestras parroquias, es una necesidad urgente en el ambiente urbano, que cada vez más resiente la carencia de espacios

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de encuentro humano y fraterno, donde no se hagan diferencias que marginan y excluyen. (OP 2015, n. 32)

Se medita en silencio, y después se responden las siguientes preguntas: ¿Estoy dispuesto a alegrarme con la promoción de otros hermanos, aunque signifique menor protagonismo mío? ¿Me alegra por la llegada de nuevos hermanos a la comunidad? ¿Cómo puedo convencer a las noventa y nueve ovejas de alegrarse por la que estaba perdida? V. Señor, yo creo, R. pero aumenta mi fe.

Escucha de la Palabra de Dios Terminado el tiempo, el comentarista dice: Una vez aclarado nuestro interior e iluminada nuestra esperanza por las palabras que se nos han dado, dispongámonos a compartir nuestro sentir con Dios. Tomemos en cuenta las siguientes reflexiones de la escritura, pedir a Dios fructuosamente lo que necesitamos.

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Introducción a la oración 2. Dios escucha al hombre. El hombre en su oración pide a Dios que le escuche, es decir, que acoja su ruego. Pero Dios no escucha a los injustos ni a los pecadores: «Cuando extienden las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagan muchas oraciones, no las escucho, pues tienen las manos manchadas de sangre» (Is 1,15); «claman al Señor, pero él no les responderá; les ocultará su rostro en aquel tiempo, por sus malas acciones» (Miq 3, 4a); «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores» (Jn 9,31). En cambio, Dios oye al pobre, a la viuda y al huérfano, a los humildes, a los cautivos: «si los oprimes, clamarán a mí y yo ciertamente escucharé su clamor» (Éx 22, 22); «Tú, Señor, escuchas los deseos de los humildes, confortas su corazón, les haces caso; para atender los lamentos de los cautivos, y liberar a los condenados a muerte» (Sal 10,17; 102,21); «Miren, el jornal que ustedes han retenido a los trabajadores que cosecharon sus campos está clamando, y los gritos de los cosechadores llegan a oídos del Señor todopoderoso» (Sant 5,4). Dios escucha a los justos, a los que son piadosos y hacen su voluntad: «Los ojos del Señor están atentos a los justos, sus oídos, a sus gritos de auxilio, pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su recuerdo.

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Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de todas sus angustias» (Sal 34,16.18); «en cambio, (Dios) escucha a todo aquél que le da culto y cumple su voluntad» (Miq 3, 4b); «Porque los ojos del Señor se fijan en los buenos y sus oídos escuchan su oración. Pero el Señor rechaza a los que practican el mal» (1Pe 3,12), y particularmente a los que piden según su voluntad: «Esta es la confianza que tenemos en él: que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha; y si sabemos que nos escucha cuando le pedimos algo, sabemos que tenemos todo lo que le hemos pedido» (1 Jn 5, 14s). Y el Padre siempre escucha a las plegarias de su Hijo Jesús: «Cuando retiraron la piedra, Jesús, mirando al cielo, exclamó: Padre, te doy gracias, porque me has escuchado. Yo sé muy bien que me escuchas siempre; si hablo así es por los que están aquí, para que crean que tú me has enviado» (Jn 11,41s), la puerta por la que siempre pasa la oración del cristiano.

Oración Personal Comentarista: Ahora, de manera personal, invoca al Espíritu Santo, y escribe, a manera de compromiso en tu misión, una breve oración dirigida al Padre.

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Y todos escriben una oración personal. ___________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

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Oración del Señor V. Con la certeza de que el amor sin medida del

Padre, nos transforma en testimonio alegre para todos los que lo necesitan, digamos confiadamente la oración que el Señor nos enseñó: Padrenuestro…

Oración por las vocaciones  Todos la recitan.

Oh, Jesús, Pastor eterno de las almas, dígnate mirar con ojos de misericordia a esta porción de tu grey amada. Señor, gemimos en la orfandad, danos vocaciones, danos sacerdotes y religiosos santos. Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen María de Guadalupe, tu dulce y Santa Madre. ¡Oh Jesús! danos sacerdotes y religiosos según tu corazón. Amén.

V. Bendigamos al Señor. R. Demos gracias a Dios

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Canto Final Alma misionera 1. Señor toma mi vida nueva antes de que la espera, desgaste años en mí. Estoy dispuesto a lo que quieras, no importa lo que sea, tu llámame a servir. Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir. Donde falte la esperanza, donde todo sea triste, simplemente por no saber de ti. 2. Te doy mi corazón sincero, para gritar sin miedo lo hermoso que es tu amor. Señor, tengo alma misionera, condúceme a la tierra que tenga sed de ti. Llévame donde los hombres…

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Oración de Conclusión de la Jornada V. En el nombre del Padre,

y del Hijo, y del Espíritu Santo. R. Amén.

Del Papa Francisco para el Jubileo de la Misericordia:

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,

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su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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Canto de Salida Id y enseñad 1. Sois la semilla que ha de crecer, sois estrella que ha de brillar. Sois levadura, sois grano de sal, antorcha que debe alumbrar. Sois la mañana que vuelve a nacer, sois espiga que empieza a granar. Sois aguijón y caricia a la vez, testigos que voy a enviar. Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor; mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi resurrección; id llevando mi presencia, con vosotros estoy. 2. Sois una llama que ha de encender, resplandores de fe y caridad. Sois los pastores que han de guiar al mundo por sendas de paz. Sois los amigos que quise escoger, sois palabra que intento gritar. Sois reino nuevo que empieza a engendrar justicia, amor y verdad. 3. Sois fuego y savia que vine a traer, sois la ola que agita la mar. La levadura pequeña de ayer fermenta la masa del pan.

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Una ciudad no se puede esconder, ni los montes se han de ocultar. En vuestras obras que buscan el bien, los hombres al Padre verán.