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Criterios F rente a la afirmación de que el Estado español es laico, algunos, que se consideran mejor informa- dos, precisan: no es laico, sino aconfesional. Es- ta puntualización resultará oportuna si quien dice laico quiere, atendido el contexto, decir laicista. Pero ni lai- co ni aconfesional aparecen en la Constitución (1978) como calificativos del Estado, aunque el segundo térmi- no, aconfesional, tenga en ella un claro soporte literal. Si la Constitución (artículo 16.3) establece que “ningu- na confesión tendrá carácter estatal”, podrá afirmarse, a la inversa que “el Estado no tendrá carácter confesio- nal”, es decir, será aconfesional. Por otra parte, puede decirse que la Constitución configura un Estado como laico, aunque no le atribuya expresamente esta condi- ción, cuando, como en el caso español, sitúa en “el pue- blo” la fuente de la que “emanan los poderes del Esta- do” (CE 1,2), sin que la ausencia de referencia a otra úl- tima Fuente de donde todo poder procede (Rm 13,1) signifique necesariamente negarla. Quienes no tienen reparo alguno frente el carácter aconfesional o la acon- fesionalidad del Estado no deben tenerlo para aceptar la condición de laico o la laicidad de éste, en el sentido positivo que estos términos admiten. En la Nota Doctrinal , de noviembre de 2002, de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, se nos dice en términos in- equívocos: “Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica – nunca de la esfera moral –, es un valor adquirido y reconocido por la Igle- sia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanza- do” 1 . El reconocimiento de la laicidad así entendida constituye –como se señala expresamente- un valor perteneciente al “patrimonio de la civilización alcanza- do”, un valor “adquirido”. No siempre, en efecto, se dio tal reconocimiento, sino que, por el contrario, es resul- tado de un largo, conflictivo, a veces sangriento, com- plejo proceso que llega hasta nuestros días, el de la asunción, por parte del orden temporal, de la autonomía que a éste le corresponde (tal como la define y recono- ce el concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes , nn. 36.76). En palabras de Juan Pablo II: “Bien comprendido, el principio de laicidad… pertenece tam- bién a la doctrina social de la Iglesia”, “la laicidad, le- jos de ser lugar de enfrentamiento, es verdaderamente el espacio para un diálogo constructivo, con el espíritu de los valores de libertad, igualdad y fraternidad” 2 . La Iglesia Católica hace, pues, hoy una inequívoca y alta valoración positiva de la laicidad del Estado rectamente entendida. La fe cristiana, a diferencia de otras, “ha desterrado la idea de la teocracia política. Dicho en tér- minos modernos, ha promovido la laicidad del Estado […], el Estado laico es resultado de la originaria opción cristiana, aunque hayan hecho falta largos años para captar todas sus consecuencias” 3 . En una recta concep- ción de la laicidad, la autonomía del Estado y la separa- ción entre éste y la Iglesia van vinculadas a la idea fun- Artículo del propagandista Teófilo González Vila sobre Laicidad y laicismos aquí y ahoraPor su interés, el Boletín recoge en este suplemento de ‘Criterios’, el artículo “Laicidad y laicismos aquí y ahora” que el propagandista Teófilo González Vila escribió para la Revista Communio de la editorial Encuentro correpondiente al número 3 del mes de febrero de 2007. Redacción

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Criterios

F rente a la afirmación de que el Estado español eslaico, algunos, que se consideran mejor informa-dos, precisan: no es laico, sino aconfesional. Es-

ta puntualización resultará oportuna si quien dice laicoquiere, atendido el contexto, decir laicista. Pero ni lai-co ni aconfesional aparecen en la Constitución (1978)como calificativos del Estado, aunque el segundo térmi-no, aconfesional, tenga en ella un claro soporte literal.Si la Constitución (artículo 16.3) establece que “ningu-na confesión tendrá carácter estatal”, podrá afirmarse, ala inversa que “el Estado no tendrá carácter confesio-nal”, es decir, será aconfesional. Por otra parte, puededecirse que la Constitución configura un Estado comolaico, aunque no le atribuya expresamente esta condi-ción, cuando, como en el caso español, sitúa en “el pue-blo” la fuente de la que “emanan los poderes del Esta-do” (CE 1,2), sin que la ausencia de referencia a otra úl-tima Fuente de donde todo poder procede (Rm 13,1)signifique necesariamente negarla. Quienes no tienenreparo alguno frente el carácter aconfesional o la acon-fesionalidad del Estado no deben tenerlo para aceptar lacondición de laico o la laicidad de éste, en el sentidopositivo que estos términos admiten.En la Nota Doctrinal, de noviembre de 2002, de la

Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunascuestiones relativas al compromiso y la conducta de loscatólicos en la vida política, se nos dice en términos in-equívocos: “Para la doctrina moral católica, la laicidad,entendida como autonomía de la esfera civil y políticade la esfera religiosa y eclesiástica – nunca de la esferamoral –, es un valor adquirido y reconocido por la Igle-sia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanza-do”1. El reconocimiento de la laicidad así entendidaconstituye –como se señala expresamente- un valorperteneciente al “patrimonio de la civilización alcanza-do”, un valor “adquirido”. No siempre, en efecto, se diotal reconocimiento, sino que, por el contrario, es resul-tado de un largo, conflictivo, a veces sangriento, com-plejo proceso que llega hasta nuestros días, el de laasunción, por parte del orden temporal, de la autonomíaque a éste le corresponde (tal como la define y recono-ce el concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et

spes, nn. 36.76). En palabras de Juan Pablo II: “Biencomprendido, el principio de laicidad… pertenece tam-bién a la doctrina social de la Iglesia”, “la laicidad, le-jos de ser lugar de enfrentamiento, es verdaderamente elespacio para un diálogo constructivo, con el espíritu delos valores de libertad, igualdad y fraternidad”2. LaIglesia Católica hace, pues, hoy una inequívoca y altavaloración positiva de la laicidad del Estado rectamenteentendida. La fe cristiana, a diferencia de otras, “hadesterrado la idea de la teocracia política. Dicho en tér-minos modernos, ha promovido la laicidad del Estado[…], el Estado laico es resultado de la originaria opcióncristiana, aunque hayan hecho falta largos años paracaptar todas sus consecuencias”3. En una recta concep-ción de la laicidad, la autonomía del Estado y la separa-ción entre éste y la Iglesia van vinculadas a la idea fun-

AArrttííccuulloo ddeell pprrooppaaggaannddiissttaa TTeeóóffiillooGGoonnzzáálleezz VViillaa ssoobbrree ‘LLaaiicciiddaadd yyllaaiicciissmmooss aaqquuíí yy aahhoorraa’�Por su interés, el Boletín recoge eneste suplemento de ‘Criterios’, elartículo “Laicidad y laicismos aquí yahora” que el propagandista Teófilo

González Vila escribió para la RevistaCommunio de la editorial Encuentrocorrepondiente al número 3 del mesde febrero de 2007.

Redacción

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damental de libertad religiosa que encuentra asimismoel más alto reconocimiento y la más sólida fundamenta-ción en la declaración Dignitatis humanae (1965) delmismo concilio Vaticano II. La laicidad supone, en efecto, una clara distinción

entre la Iglesia y el Estado, la mutua independencia deuna y otro en sus respectivas áreas específicas y se tra-duce en una separación que no sólo permite sino queaun exige la cooperación de ambas instituciones encuanto necesaria para atender a quienes son a la vez ciu-dadanos y creyentes y, en general, para satisfacer exi-gencias del bien común que sin esa cooperación queda-rían inevitable y gravemente desatendidos. Como aparato institucional, la cosa-Estado no es ca-

paz de acto religioso alguno. El Estado -puede decirse-, atendida su propia constitución entitativa, es religiosa-mente neutro, como es cromáticamente neutra el agua ycabría, por lo mismo, hablar de la -sit venia verbo- neu-tridad religiosa del Estado. Sin duda el Estado es tam-bién laico en cuanto lego, en cuanto incompetente enasuntos específicamente religiosos (de los que no en-tiende y en los que no debe entender). Esto, sin embar-go, no significa que haya de des-entenderse por comple-to de lo religioso. Al Estado, por una parte, no puede ne-gársele competencia en relación con las manifestacionessociales, en cuanto sociales, de lo religioso, en la medi-da en que éstas han de respetar las exigencias del ordenpúblico y, dicho de modo más general y radical, el biencomún. Por otra parte, incumbe al Estado el respeto ydefensa de la libertad religiosa. Hasta tal punto se así,que la laicidad del Estado (y la cooperativa separaciónentre el Estado y la Iglesia) encuentra -ha de decirse- sumás pleno y último sentido en cuanto exigencia, condi-ción y garantía del ejercicio de la libertad de concienciay, dentro de ésta, de la libertad religiosa por parte de to-dos los ciudadanos, en condiciones de igualdad, enten-dida la libertad religiosa justamente como inmunidad decoacción para adoptar cualquiera de las diversas posi-bles particulares opciones ante lo religioso4.Para asegurar esa igualdad de condiciones, el Estado

ha de mantenerse imparcial respecto de esas posiblesdiversas opciones particulares y para esto, abstenerse deconferir carácter estatal a ninguna de ellas, es decir, hade ser aconfesional. Si se habla de neutralidad religiosadel Estado, preciso es advertir que tal neutralidad nopuede estar legítimamente referida a la libertad religio-sa misma en cuanto tal, sino a las diversas particularesopciones ante lo religioso. Con respecto a la libertad re-ligiosa misma el Estado no es ni puede legítimamenteser neutral, sino que, por el contrario, ha de proclamar-la, defenderla y hacer a todos posible su pleno ejercicio,al igual que en el caso de las demás libertades públicasque son esenciales al sistema democrático y entre las

cuales la libertad religiosa ocupa un lugar fundamentalpor razones tanto históricas como conceptuales. La neu-tralidad se predica propiamente de personas (pues supo-ne un acto consciente de abstención expresa ante una di-versidad de términos posibles). Por eso la imparcialidadreligiosa del Estado en el sentido antes dicho se traducey concreta en la neutralidad que, respecto de las diver-sas particulares opciones ante lo religioso, han de guar-dar estrictamente cuantos ejercen, y en tanto las ejer-cen, funciones propias del poder público, neutralidadque, por lo mismo, violarán quienes se prevalgan delcargo público para imponer su particular opción o paraprivilegiarla de uno u otro modo (Lo mismo, obviamen-te, ha de decirse en relación con la neutralidad que elpoder público ha de guardar, en general, ante las diver-sas opciones que los ciudadanos adopten en uso de su li-bertad ideológica).

Diversas opciones laicistas: posiciones negativas ante lo religioso.

Entre las posibles opciones particulares ante lo religio-so, están las negativas que pretenden hacerlo desapare-cer o bien excluirlo del espacio público o bien reducircuando no neutralizar su influencia en dicho ámbito.Estas posiciones de signo religiosamente negativo pue-den con propiedad denominarse laicistas, como laicistasse proclaman quienes las sostienen. Distinguiremos trestipos de opción laicista (o formas de laicismo). La posi-ción o modalidad laicista negativamente extrema pre-tende que lo religioso quede erradicado por completo dela vida de los hombres, como condición para que éstos,según los defensores de esta postura, superen la aliena-ción que la religión supone y alcancen su plena libertad.Esta posición laicista o corriente del laicismo ha conta-do en la historia con conspicuos defensores y hoy, sibien parece menos frecuente, no puede decirse en modoalguno inexistente. La segunda posición o modalidadlaicista, la más frecuente y que, por comparación con laanterior, podría decirse mitigada, es la de quienes nopretenden eliminar de modo absoluto lo religioso sinorecluirlo en el ámbito de la conciencia y en la esfera delo estrictamente privado. Quienes asumen esta posiciónno se consideran antirreligiosos, aunque, según dicen ydicen lamentar, no hayan podido ni puedan dejar de ac-tuar, reactiva y circunstancialmente, como anticlerica-les obligados por la necesidad de oponerse a las queconsideran intromisiones clericales en espacios y/o pla-nos de los que, según ellos, las instancias religiosas ha-brían de estar ausentes. Con respecto a estas posiciones laicistas es preciso

advertir, en primer lugar, que no, por negativas, dejande ser posiciones particulares ante lo religioso y no pue-

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den identificarse con la postura general de imparciali-dad religiosa que corresponde al Estado. Una cosa es noprofesar religión alguna (postura general de imparciali-dad del Estado ante todas las opciones religiosas parti-culares, positivas o negativas) y otra profesar el no-a-toda-religión (postura particular negativa ante lo reli-gioso); una es la negatividad por abstención propia de laim-parcialidad religiosa general del Estado y otra la ne-gatividad por exclusión (de todas las opciones particu-lares religiosamente positivas) característica de la parti-cular opción laicista; una cosa es no tomar partido porninguna de las posibles opciones particulares ante lo re-ligioso y otra tomar partido contra todas las religiosa-mente positivas; una cosa es no conferir carácter estatala ninguna confesión y otra atribuir ese carácter justa-mente a una opción particular negativa. La confusión de esos extremos es la que, según los

casos, padece o produce el laicista cuando pretende quesu particular opción sea la propia del Estado y la que,por lo mismo, el Estado laico habría de asumir “oficial-mente”. Pero el Estado que tal hiciera, claro está, con-vertiría en confesión estatal una particular opción antelo religioso y dejaría, por lo mismo, de ser aconfesional,imparcial, laico. Paradójicamente, ese Estado laicista nosería un Estado laico5. La posición laicista aun “mitigada”, supone también,

en todo caso, un grave error de partida: el de identificaríntegramente lo público con lo estatal. Olvida que lo pú-blico no se agota en lo estatal. Todo lo estatal es públi-co, pero no todo lo público es estatal. Y tampoco lo pú-blico puede aquí hacerse coincidir con el conjunto de lojurídicamente público (realidades e instituciones de De-recho Público). Hablamos aquí de lo real, sociológica-mente, público. Las dos opciones laicistas indicadasvienen a ser expresión, con especial fuerza la primera,del que podemos llamar laicismo ideológico inconcilia-ble con la recta laicidad del Estado y manifiestamentehostil a la libertad religiosa6. Cada opción laicista supo-ne, determina o revela una determinada concepción delEstado mismo y la que se trasluce en las dos formas delaicismo señaladas no puede decirse que sea precisa-mente democrática.

La opción laicista más “abierta” o “democrática”

Hasta tal punto es insostenible, en pura racionalidad de-mocrática, la pretensión de impedir toda presencia pú-blica a lo religioso, que las manifestaciones laicistas enque tal pretensión se sostiene, cuando no respondan auna mentalidad antidemocrática, habrán de atribuirse,en el mejor de los casos, a notables deficiencias expre-sivas. Bastaría simplemente invocar la general libertad

de expresión para defender la legitimidad de la presen-cia de lo religioso en el ámbito de lo público. Esa pre-sencia pública de la religión constituye uno de los ele-mentos que expresamente integran el objeto de la liber-tad religiosa según los propios términos en que ésta apa-rece reconocida en la Declaración de Derechos Huma-nos (artículo 18) y en cuantos tratados internacionalesla recogen, incluido el proyectado para una Constitu-ción europea (II-70). Se explica así que algunos actua-les defensores, intelectualmente más rigurosos, del lai-cismo se sitúen en una postura, la tercera en nuestra re-lación, que podríamos llamar, por contraposición a losdos primeras, “avanzada”, “abierta” o “democrática” ysegún la cual a lo religioso no puede negársele legíti-mamente su presencia en el ámbito público, pero ha deexigírsele que en ese ámbito se atenga a su condición deopción particular. Lo privativo del Estado no sería ya, sin más, lo pú-

blico sino lo público común. Y las opciones religiosasno por religiosas, sino sencillamente por particulares,carecen, nos dirán estos laicistas, de legitimidad paraejercer una función orientadora o directiva de lo co-mún7. El que una opción particular se erija o pretendaerigirse en rectora de lo común es, nos advierten, cleri-calismo (Concepto, éste, de clericalismo, según el cualse puede identificar precisamente como clara muestrade clericalismo laicista la pretensión de que el Estadohaga suya y así imponga como oficial la opción parti-cular laicista o la de que establezca como común laparticular opción axiológico-moral de los laicistas). Deque las opciones religiosas aparezcan sociológicamentecomo particulares, algunos quieren también concluir,erróneamente, a la inversa, que basta con que una op-ción no sea religiosa, como p.e. la por ellos sostenida,para que ya, sólo por eso, resulte común y pueda legíti-mamente ser impuesta como tal, a través, p.e., del sis-tema educativo. Son los mismos que exigen a quienestienen convicciones religiosas que se abstengan de ha-cerlas valer para influir desde ellas, ni aun mediante undebate racional, argumentativo, en la toma democráticade las decisiones públicas. En la elaboración y adop-ción de tales decisiones sólo sería admisible tratar deinfluir, según éstos, desde convicciones no-religiosas(en ese sentido, laicas y pretendidamente comunes) odesde la ausencia de toda convicción. Ante esto resulta inevitable preguntarse si es la neu-

tralidad-imparcialidad religiosa del Estado lo que algu-nos tratan de afirmar o es la neutralización de cual-quier influencia vinculada, aun remotamente, a lo reli-gioso, la que pretenden imponer8. Tal como algunos loconciben, el régimen de laicidad se salda con un repar-to asimétrico entre creyentes y no creyentes y no, cier-tamente, en a favor de los primeros9.

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Lo laico, lo común y lo democrático

En esta versión del laicismo, como puede advertirse fá-cilmente, es la categoría de lo común la que resulta fun-damental y adquiere el primer plano. Es, en efecto, a lasexigencias de lo común a las que este laicismo apela entodos los casos en que concreta sus específicas preten-siones, especialmente, como veremos, en el ámbito edu-cativo y, de modo general, en axiológico-moral. Comose subraya en esta posición laicista más “abierta”,aquello que, por racional, universal y, sobre todo, encualquier caso, por fácticamente asumido por todos es,obviamente, lo común a todos los miembros del pueblo,es decir, del laos, será, consecuentemente, “por defini-ción” (etimológica), lo laico. Ese acervo de valores,principios y exigencias comunes, laico por eso, es elque el Estado asimismo laico ha de proteger, defender,sancionar, establecer y además, en último término, inte-grar, al menos en amplísima media, en el ordenamientojurídico. En ese patrimonio axiológico común -nos advierte

con especial interés el laicista más “abierto”- se incluyeprecisamente como exigencia fundamental la del respe-to a las diversas opciones particulares, incluidas las“opciones de sentido” y, entre ellas, las religiosas queno contradigan lo común. Según esta posición, pues, -se nos subraya- no sólo

no se trata de eliminar la presencia pública de lo reli-gioso, sino que, por el contrario, se le garantiza a ésta lamás sólida protección. Esta opción laicista abierta a lapresencia pública de lo religioso, se sitúa en el contex-to de una teoría general positiva de la laicidad que poneel sentido último de ésta en la defensa y promoción dela libertad de conciencia en toda su amplitud, libertadque comprende la religiosa, pero no se reduce a ésta. Este sentido positivo es el que se adscribe al princi-

pio de laicidad que en Francia opera como un determi-nante constitutivo de la República, principio en cuyageneralizada implantación y aceptación social, tal comolo recoge y reafirma el Rapport Stasi10, estaría, se nosdice, la mejor prevención contra la fragmentación co-munitarista de la sociedad y la posibilidad misma de unvivir juntos como ciudadanos (no yuxtapuestamente ais-lados) en una sociedad pluralista (objetivo que hastaahora no puede decirse logrado en la francesa). Los defensores de esta versión del laicismo insisti-

rán también en que quienes no profesan creencia reli-giosa alguna no, por eso, necesariamente carecen de po-sitivas convicciones morales, filosóficas, etc. y, por lomismo, resulta incorrecto e injusto identificarlos sim-plemente como increyentes11. De ahí que tengan por in-adecuada la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Li-bertad Religiosa actualmente vigente en España y pro-

pugnen una nueva positiva y completa regulación legaldel ejercicio de la libertad de conciencia en toda su am-plitud12.

¿Sociedad laica?

Quienes adopta una posición laicista democrática, ha-brían de aceptar, si son coherentes, la legitimidad conque una opción hoy particular puede aspirar a convertir-se en común mediante métodos democráticos, respetuo-sos con la libertad de todos, de tal modo que esa opciónpudiera llegar un día a formar parte de lo común, si re-sulta libremente asumida por todos. Así, por esta vía po-dría darse la paradoja de que pasara a ser común y, porlo mismo, etimológicamente laica una opción religiosa. No parece que tal hipótesis merezca la atención de

laicista que, en todo caso, parece dar por imposible elque una opción religiosa supere democráticamente suestatuto de particular. Pero con una hipótesis como lasugerida (y que alguien podría ver realizada en algúnmomento de nuestro pasado), el laicista habría de ad-vertir que lo laico, tal como él lo concibe, no se consti-tuye como tal simplemente en razón de ser común, sinopor la ausencia de cualquier “contaminación” religiosa,aun la más ligera, lo cual supondría considerar, erróne-amente, como nota esencial de lo públicamente comúnel estar absolutamente “limpio” de cualquier huella reli-giosa. Es este error el que explicaría la proclividad dellaicista al ya señalado, según el cual lo no-religioso, só-lo por eso, revestiría ya la venturosa condición de lo co-mún. Es más: lo que el laicista contempla no ya comohipótesis, sino como meta hacia la que ha de avanzarsey a la que de hecho, según su interpretación de determi-nadas estadísticas, se avanza ya a pasos agigantados encasos como el nuestro, al igual que en toda Europa, esuna sociedad íntegramente homogeneizada en la condi-ción de laica, en cuanto desprovista de toda coloraciónreligiosa al modo como es laico el Estado. Olvida así,sin embargo, algo que parece elementalmente claro: deque el Estado sea laico no se sigue que haya de serlo lasociedad.Lo que cabe esperar de la laicidad del Estado, sopor-

te y garantía del ejercicio de la libertad religiosa, es lalibre y clara manifestación de la pluralidad religiosaexistente en la sociedad. En su relación con lo religioso,por tanto, la sociedad correspondiente a un Estado laicoserá, en todo caso, la que resulte del ejercicio que de he-cho los ciudadanos hagan de su libertad religiosa. En las democracias occidentales, la sociedad resul-

tará sin duda, dadas las circunstancias, pluriconfesional,no precisamente laica. Sorprende, por todo esto, la in-sistencia con que nuestros laicistas hablan no ya del Es-tado, sino de la sociedad laica. Aun cuando la idea de

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sociedad laica no parezca encerrar ninguna contradic-ción conceptual, su realización práctica, si ha de ser de-mocrática y no resultado de una imposición que acabecon la libertad religiosa y con la laicidad misma del Es-tado, exigiría un proceso generalizado de libre conver-sión laicista que, sin entrar en la cuestión de su absolu-ta viabilidad, exigiría, -parece- para su desarrollo tiem-po superior al de las personales biografías de los impa-cientes “laicizadores” que se proponen conseguir aquí yahora ese objetivo… Ciertamente, no dejaría de ser motivo de preocupa-

ción el que, entre quienes dan ciertas sinceras muestrasde adscribirse a un laicismo avanzado democrático, hu-biera quienes en serio pensaran que la sociedad ha deser laica por el hecho de que lo sea el Estado. Dar esopor supuesto equivale sencillamente a no entender lalaicidad como garantía de la libertad de conciencia, ne-gar toda distinción entre sociedad y Estado, dar paso aprofundas querencias antidemocráticas o, en el mejor delos casos, padecer una confusión conceptualaguda. Nodebiera, sin embargo, ser difícil entender algo funda-mental, a saber: que laico, aconfesional, lo es el Estado,no yo; y que el Estado es laico, aconfesional, precisa-mente para que yo, según mi libre decisión, pueda serloo no serlo con todas sus consecuencias13.

¿Laicismo positivo?

Entre quienes asumen la posición laicista más “abierta”,algunos no consideran correcto el que se recurra a dis-tinguir entre laicidad y laicismo para adjudicar un sen-tido positivo al primero de estos términos y negativo alsegundo14. Para ellos el laicismo no sería sino justa-mente la exposición y defensa de esa expuesta positivadoctrina sobre la laicidad del Estado, así como el movi-miento intelectual, político, ciudadano que lucha porhacer efectivas del modo más pleno las exigencias quede ella se derivan15. El laicismo, por tanto, así entendi-do presentaría el mismo signo positivo que ahora desdelas más diversas posiciones se reconoce a la laicidad. Yconviene advertir, si procedemos con rigor, que quienesreclaman ese sentido positivo para el término laicismocuentan con el hecho de que efectivamente, en el espa-ñol actual, laicismo es un término que, según el contex-to, recibe una veces un sentido negativo y otras positi-vo y esto en probados autores de tendencias no sólo di-versas sino contrapuestas. Ese uso positivo de laicismose ve favorecido además por el hecho de que la RealAcademia de la Lengua (RAE) no tiene registrada la pa-labra laicidad en su Diccionario (DRAE), si bien la re-coge sus bancos de datos16. En todo caso, no parece que el término laicismo lle-

gue fácilmente a verse libre de las polémicas y negati-

vas connotaciones que se le han adherido en el conflic-tivo proceso histórico recorrido hasta el generalizadoactual reconocimiento positivo de la laicidad del Esta-do. Podría pensarse en la conveniencia de que laico ylaicidad acapararan el sentido positivo en que ambostérminos, según lo expuesto, pueden ser entendidos, entanto laicista y laicismo albergarían los correspondien-tes negativos (¿habría de aparecer, entonces, laicidadis-mo?). Pero la lengua la construyen sus usuarios y nopuede ninguna autoridad decidir, al margen de éstos, elsentido que corresponde a unos y otros términos. Porotra parte, una mirada rigurosa al desarrollo históricodel laicismo parece aconsejar que se hable no de laicis-mo sino, en plural, de laicismos. Entre éstos revestiríaun signo positivo, pese a rasgos circunstancialmente ne-gativos, el laicismo que pone lo sustancial de su preten-sión en la defensa de la libertad de conciencia, concurrea la configuración del ideal democrático y contribuye ala implantación efectiva de los regímenes democráti-cos.Tal sería el laicismo ilustrado liberal (que no llevaconsigo necesariamente la profesión de ateísmo). Y ésesería el laicismo auténtico para quienes se dicen hoy susdefensores y representan la opción laicista “abierta” odemocrática”. Pero junto a ese laicismo no sólo se handado en la historia, sino que han sido las más visibles,diversas modalidades de un laicismo esencialmente an-tirreligioso y ateo que cuenta también hoy con decidi-dos defensores, por más que en los Estados democráti-cos éstos desechen los métodos violentos y, en general,propiamente coactivos para sostener sus pretensiones17. En atención a diversos objetivos y estratos, cabe

también distinguir, dentro de cualquier corriente de lai-cismo, entre un laicismo jurídico-político en cuanto te-oría, exigencia, defensa y base de una efectiva regula-ción de la separación Iglesia-Estado y un laicismo filo-sófico-teológico, que constituiría la correspondientefundamentación racional y doctrinal18.

Coincidencia y discrepancias

Ciertamente no podemos dejar de coincidir con cuantosdefiendan, se tengan o no por laicistas, la libertad deconciencia, comprendida en ella la religiosa, con todassus exigencias. Otra cosa es que, al extraer las exigen-cias contenidas en esa libertad y proyectarlas sobre pla-nos concretos, aun el más moderno laicista lleva a caboanálisis y llega a conclusiones que no podemos compar-tir, que no pueden decirse traídas por la mano de una co-rrecta ilazón lógica a partir de la gran premisa de la li-bertad y que pueden estar -tales se nos antojan- deter-minadas por la, quizá inadvertida, inercia de enquista-dos recelos del pasado. Así entendemos que ocurre enlos puntos en los que el laicismo, aun el más abierto,

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mantiene hoy pretensiones y presentan rasgos específi-cos que le distinguen, así creemos que puede decirse,de una posición puramente democrática. Esos puntosson, especial y fundamentalmente, el de la enseñanza, elde la conexión del orden político con el moral y el de lalegitimidad y sentido del magisterio moral público delas Iglesia (en particular, de la Iglesia católica, únicaque, entre nosotros, por la influencia que le reconocen,parece inquietar a nuestros laicistas).

Formación de todos en lo común y laicismo escolar

Al llegar a la Escuela el laicista que se presenta adscri-to a la que podríamos llamar “teoría general positiva dela laicidad”, la abandonan resueltamente y vuelve a laque ahora llamaremos “teoría restringida del laicismoescolar”. En el espacio público, en el que por fin el lai-cista habría admitido la legítima presencia de las opcio-nes particulares, establece ahora un reducto vetado a és-tas, una reserva exclusiva de, dicen, lo común: la Es-cuela. Para todo laicista, en efecto, la Escuela es el es-pacio sagrado e inviolable de lo común, en cuanto insti-tución que ha proporcionar a todos los ciudadanos unacomún formación en lo común. En ese proceso forma-tivo, cuando los ciudadanos-alumnos aún no han alcan-zado su madurez y autonomía -así argumentan-, no pue-de consentirse la perturbadora incidencia de las diferen-cias ideológicas, religiosas, etc. que sí pueden, en cam-bio, desarrollarse en el espacio social que queda extra-muros de la Escuela. Ahora bien, esa formación a todoscomún, y en cuanto tal, laica siquiera etimológicamen-te -prosigue el discurso laicista-, sólo la puede impartirel supremo garante de lo común, es decir, el Estado. LaEscuela, pues, porque ha de ser laica y para que sea lai-ca ha de ser estatal. No faltan tampoco quienes más ra-dicalmente parten de que la Escuela es un órgano cons-titutivo del Estado y por lo mismo, en cuanto se en-cuentra dentro de la piel del Estado mismo, sobre ellanecesariamente recae la laicidad que reviste el Estado. En España se nos repite –desde los más insospecha-

dos flancos-, con tanta seguridad dogmática como faltade rigor, que si el Estado es laico, los centros públicos,sólo por eso, han de serlo también y que, por lo mismo,en ellos no puede tener cabida la enseñanza religiosaconfesional19. Estatismo y laicismo escolar van así indi-sociablemente unidos, tanto si se va del laicismo al es-tatismo como si se recorre el camino inverso, del esta-tismo al laicismo. Ese laicismo escolar estatista resultasencillamente antidemocrático, sin paliativo alguno.Quienes lo sostienen habrían de defender, para ser co-herentes, no ya que la escuela pública es la mejor sinola única legítima. Pero con esto entrarían en manifiesta

colisión con las más obvias exigencias de la libertad deenseñanza rectamente entendida en todo su alcance y,muy en concreto, con el derecho reconocido a los padres(en la Declaración de Derechos Humanos y en tratadosinternacionales fundamentales) para decidir el tipo deeducación que ha de impartirse a sus hijos y elegir el ti-po de institución escolar a la que éstos han de acudir.Quizá por eso el laicista escolar estatista se hace fuerteya sólo en el rechazo de la enseñanza confesional de lareligión en los centros públicos y en el rechazo de la fi-nanciación pública de los centros educativos de iniciati-va social. Y de este modo se muestra incoherente tantocon su profesión de laicista escolar estatista excluyentecomo, obviamente, con su pretensión de demócrata.

La posibilidad de educar en lo común desde una opción paticular

El supuesto último y decisivo del laicismo escolar esta-tista y a donde hay que llevar la discusión -es muy im-portante advertirlo- se sitúa en la tesis de que no es po-sible educar en lo común desde ninguna opción particu-lar. Y a muchos ese supuesto tal vez les presente con elseductor halo de lo obvio. Es necesario por eso ponerloen cuestión. ¿Es eso verdad? ¿es verdad que no es posi-ble educar en lo común desde lo particular? La respues-ta comprende dos momentos. Es verdad, digamos en pri-mer lugar, que hay opciones particulares desde las queno es posible educar en los valores comunes propios deun sistema democrático por la sencilla razón de que esasopciones entrañan la negación misma de tales valores (yla existencia de ese tipo de opciones educativas no esmera hipótesis, sino ineludible realidad). Ahora bien,dicho eso, ha de afirmarse que no sólo es posible educaren los valores comunes desde opciones ideológicas, fi-losóficas, ideológicas, religiosas particulares, sino quesólo es posible hacerlo desde una opción particular. Noes posible dar realidad educativa, formativa, existenciala un valor en abstracto, desprovisto de toda concreta en-carnadura cultural. Valga un ejemplo. El reconocimiento del valor abso-

luto de la persona y el respeto incondicionado a la igualdignidad de todas es sin duda elemento fundamental delconjunto de principios, valores y exigencias que consti-tuyen el acervo de lo común y sin cuyo reconocimientono se sostiene el orden democrático. Ahora bien: ese va-lor puede revestir, en el pensamiento y en la concienciade los ciudadanos que coinciden en profesarlo, distintafundamentación: la que puede proporcionar, p.e., la fi-losofía kantiana no es la misma que la que encuentra ensu fe un cristiano, sin que la “particularidad” de uno uotro sistema de fundamentación reste universalidad alvalor fundamentado ni, por tanto, le haga perder su con-

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dición de común. Quienes sostienen que no es posibleeducar en lo común sino desde lo común pueden incu-rrir en el error de pensar que su particular opción, por elhecho de no ser religiosa, es “la” pura expresión de locomún, sin advertir la encarnadura particular que, aun-que no sea religiosa, reviste también inevitablementesu opción. Tras el Estado, único presunto educador universal e

imparcial, no puede haber sino personas concretas in-evitablemente marcadas por sus ideas particulares y nopuros “funcionarios” educadores que actúen como agen-tes desencarnados, de ese absoluto y supremo imparcialeducador-Estado. Si eso fuera posible, estaríamos, porhipótesis, justo ante la imposición de una doctrina y, porlo mismo, ante una manifiesta violación de la libertadideológica, religiosa y de conciencia. En suma, esa pre-tensión de una enseñanza oficial común sin mezcla departicularidad alguna es innecesaria, imposible y, de serposible, sería antidemocrática.

Qué es lo común en los valores comunes

En todo caso, dada la seguridad con que el laicista es-colar apela a lo común, resulta ineludible la cuestión dequé es eso común a lo que ha de estar exclusivamenteconsagrada la Escuela. Algunos20 encuentran una res-puesta fácil: Lo común lo constituirían: en el orden delos conocimientos, los científico-positivos contrastadosy, en el orden de los valores, aquéllos que gozan de vi-gencia social generalizada y cuentan además, por lo ge-neral, con un respaldo jurídico positivo-constitucional.Pero con identificar como comunes unos valores que -demodo tautológico- consideramos tales porque coincidi-mos en proclamarlos con enunciados canónicos comu-nes, no desaparece la cuestión planteada. Esos valoresque llamamos comunes presentan diversos aspectos,pueden ser considerados en diversas dimensiones y ba-jo diversas perspectivas, de tal modo que no es dispara-tado preguntar precisamente qué es lo común en los va-lores comunes. La cuestión es insoslayable en relación,p.e., con la implantación de una “educación para la ciu-dadanía” orientada, dicen quienes la imponen, a la for-mación en los valores comunes. La educación en valores se desarrolla de modo in-

formal, general, transversal en todos los ámbitos de lasrelaciones humanas, especialmente en el familiar y elescolar. La aportación específica de la Escuela a estaeducación no puede reducirse ni la simple repetición delos consagrados enunciados oficiales de los valores ni amero contagio afectivo-ejemplar de éstos. La aportaciónespecífica de la Escuela en este terreno se sitúa en elque podemos llamar momento instructivo-argumentati-vo-fundamentante de la educación axiológico-moral.

Ahora bien, tan pronto se desciende al estrato de losfundamentos se nos presenta una inevitable pluralidadde concepciones a partir de cada una de las cuales serádistinto el que se ofrezca en cada caso a los valores, co-mo distinto el alcance que se atribuya tanto a las exi-gencias de ellos derivadas como a su efectiva realiza-ción práctica. Y respetar esta pluralidad es una mani-fiesta y básica exigencia moral y jurídico-positiva cons-titucional.La educación escolar en los valores comunes, a tra-

vés, p.e., de una materia curricular como la menciona-da “educación para la ciudadanía” deberá, en conse-cuencia, discurrir en cada caso (sin que por eso los va-lores comunes pierdan la condición de tales) por las ví-as acordes con la convicciones morales y/o religiosas dequienes reciben (y/o imparten, digámoslo también) esetipo de enseñanzas. Esto ha de ser así de tal modo que,ante la posibilidad de casos en que se haga o resulte im-posible atender positivamente a las exigencias de la plu-ralidad de convicciones, la norma debe prever expresa-mente las exenciones correspondientes, así como admi-tir, en último término, el planteamiento de la objeciónde conciencia. No reconocer que los valores comunes han de ser

fundamentados y que son diversas las fundamentacionesque pueden recibir así como diverso el alcance que encada caso, correspondientemente, ha de atribuírseles,supondría o reducir erróneamente esa educación a asép-tica repetición de meros enunciados comunes o instalar-se (ingenua / intencionadamente) en un relativista “bue-nismo” y, en último término, sumarse a quienes sostie-nen que el alcance de cada valor común es el que en ca-da momento determinen las normas positivas: ¿de hastaqué rango en dirección descendente? ¿No se permitirá,entonces, criticar esas normas? ¿Se permitirá criticarunas y no otras? ¿con qué criterio? Si no se admite laposibilidad de someter a crítica las normas mismas, yesto en el mismo desarrollo de esa nueva disciplina(educación para la ciudadanía) ¿cómo podrá decirse quese quiere una educación orientada a la formación delsentido crítico, al ejercicio de la libertad de concienciay a la conquista de la propia autonomía moral? No resultaría muy coherente el laicista que después

de presentarse como paladín en la defensa de la libertadde conciencia , considerara luego ilegítima la crítica dedeterminadas leyes y poco menos que subversivo preci-samente el planteamiento de la objeción de concienciapor parte de quienes sostienen una fundada discrepanciasobre el alcance que corresponde a los valores comunesde los que esas normas pretenden ser concreta realiza-ción. En estos casos, el laicismo se funde con el más ra-dical positivismo jurídico. No debiera olvidarse que lasleyes, aun aprobadas por una mayoría cualificada, pue-

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den conculcar el “contenido esencial” del derecho cuyoejercicio pretenden regular, posibilidad, ésta, que lapropia Constitución tiene expresamente en cuenta (artí-culo 53.1).

Lo común, la moral y las leyes

La negativa laicista de la posibilidad misma de una edu-cación en lo común desde opciones particulares viene aconstituir un caso particular aplicativo de la tesis gene-ral según la cual las opciones o convicciones particula-res han de quedar al margen del proceso de configura-ción de lo público y las decisiones públicas normativasdeben producirse sin sujeción a exigencias de cualquiermoral particular (como el laicista da por supuesto que loes cualquier moral confesional). Expresamente se nosdice que “el laicismo combatiente… sigue luchando de-mocráticamente para que los parlamentos hagan leyespermisivas, no sujetas al dictado moral de ninguna con-fesión…”21. Ahora bien: la laicidad, que, como se dijo, es autono-

mía del Estado respecto de la esfera específicamente re-ligiosa y de la eclesiástica, no lo es respecto de la esferamoral. Pero el laicista considerará incluidas en la esfe-ra de lo específicamente religioso determinadas exigen-cias morales (las que contrarían proyectos o actuacionesbeneficiados con la definición dogmática de “progresis-tas”) por el mero hecho de que también la Iglesia las en-señe y urja a sus fieles. Por otra parte, no parece reco-nocer, en último término, otras exigencias morales co-munes que aquellas que revisten además la formalidadde exigencias jurídicas positivas. Esas exigencias mora-les, sin embargo, que el laicista cataloga como confesio-nales y válidas exclusivamente para los correspondientesfieles por el hecho de que la Iglesia -a ves ella sola- lasenseña, son para la misma Iglesia exigencias de la moralnatural y como tales validas para todos. Podrá negar el laicista que esas exigencias sean de

moral natural o incluso que haya una moral natural pe-ro, si procede con el exigible rigor intelectual, deberáreconocer que para fundar esa negación no constituyeargumento válido el mero hecho de que la Iglesia predi-que esas exigencias. Esa incorrecta, sofística, identifi-cación de exigencias morales enseñadas por la Iglesiacon exigencias morales exclusivamente religiosas y vá-lidas sólo para los creyentes es la que se ha instalado enla mentalidad, ampliamente extendida, que se trasluceen esas consideraciones que se le dirigen al creyente encondescendiente tono: “Si, para ti, según tus conviccio-nes religiosas, eso es malo, no lo hagas, pero no preten-das impedir que lo hagan quienes piensan de otro modo.La ley no te obliga a actuar contra tus convicciones, res-peta tú las convicciones de los demás”. Quien así me

exhorta ignora, al parecer, que mi conciencia o mis“convicciones” me obligan no sólo a no actuar de talmodo, sino también, precisamente, a manifestar públi-camente que considero moralmente malo ese modo deactuar. Parece ignorar que mi conciencia me obliga tam-bién a tratar, por medios democráticos, entre ellos elejercicio del voto, de que las normas respondan a esasexigencias morales que, aunque también mi Iglesia melas transmita, considero naturales, universales, de talmodo que al tratar de hacerlas valer procedo movido porla sencilla razón de que respetar esas exigencias se mepresenta, según mi leal saber y entender, como lo másconducente al bien común (al que, no se nos negará, lamisma moral ciudadana laica obliga a servir). En el contexto en que se nos dirige, esa amable ex-

hortación a respetar las convicciones de los demás cons-tituye, de hecho, la exigencia de que nos abstengamos,sin más, de criticarlas y de pretender hacer valer lasnuestras. En no pocas ocasiones el tono suavemente ex-hortativo dejará paso al más enérgicamente conminato-rio, cuando entran en juego materias especialmente sen-sibles para los guardianes de lo laicistamente correcto.Es necesario, por eso, insistir en algo muy elemental:que el respeto lo debemos a las personas en cuanto talesy ese respeto no consiste en aceptar como verdaderas eindiscutibles sus opiniones u ocurrencias (entre las quepuede haberlas manifiestamente disparatadas) ni en asu-mir sus doctrinas, teorías y convicciones (que han dequedar expuestas a la crítica, con independencia, obvia-mente, del respeto que al formularla se debe, dicho seauna vez más, a las personas).

Solidez de las convicciones laicistas y dogmatismo positivista

En el mar de relativismo que amenaza ahogar cualquierconvicción, el laicista mantiene a flote las suyas conuna seguridad ejemplar. Para él, serán las normas apro-badas por los órganos competentes a través de los pro-cedimientos democráticos las que, en último término,determinen qué es lo común, lo bueno y lo malo, lo jus-to y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto, sin sujecióna ninguna instancia meta- y supra-jurídica de cualquierorden. Bien es verdad que esa firme adhesión a las nor-mas resulta de hecho condicionada a que éstas coinci-dan con sus postulados. Pero, si es así, su devota adhe-sión a las normas adoptadas con respeto de las reglasformales del procedimiento democrático le lleva al pun-to de considerar antidemocrático el ejercicio de la liber-tad de expresión cuando las ponga en cuestión. Olvida-rá entonces es también democrática (y no formal, sinosustantivamente) la libertad de pensamiento y expresiónque ampara la pública manifestación, sin que le “pase

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nada” a quien la realiza, de doctrinas, ideas, opiniones,propuestas cualesquiera, contrarias a las sustentadas porquienes ostentan el Poder político y a las decisiones le-gales adoptadas por éste. ¿Acaso, p.e., proclamar y tra-tar de hacer valer por medios democráticos (argumenta-ción, invitación, exhortación, manifestaciones, voto,…) la exigencia moral de respeto a la vida humana des-de el primer instante de la concepción hasta la muertenatural no constituye precisamente una actuación demo-crática por el hecho de que contradiga las posiciones dequienes “mandan”…? Sorprende ciertamente que quienes se presentan co-

mo puros defensores de un laicismo positivo, moderno,democrático, después de reconocer formalmente el dere-cho de la Iglesia a la libertad de expresión, lleguen aafirmar que el ejercicio de esa libertad “se convierte enactuación antidemocrática cuando se plantea como in-tento de impedir el cumplimiento de compromisos de-mocráticos adquiridos ante la ciudadanía o de deslegiti-mación de decisiones que corresponde adoptar al Con-greso de los Diputados en el ejercicio de su soberanía”22. Según esto, habría de entenderse, obviamente, a sen-

su contrario, que para los laicistas que así se pronun-cian, el ejercicio de la libertad de expresión sólo es le-gítimo cuando consiste en manifestaciones acordes conlas ideas, proyectos, deseos y decisiones de quienes os-tentan el Poder. Alzar una voz discrepante por mediosdemocráticos contra decisiones del Gobierno y aunfrente normas del más alto rango democráticamenteaprobadas por el Parlamento no significa pretender atri-buirse la competencia y las funciones que correspondenlegítimamente a esos supremos órganos, sino sencilla-mente someter a crítica decisiones que, aun adoptadaspor éstos con indiscutida legitimidad formal, se consi-deran, no obstante, negativas, desacertadas, perjudicia-les o injustas desde posiciones doctrinales discrepantesamparadas por la libertad ideológica y religiosa. Sonjustamente las voces discrepantes las que preservan lademocracia, la pluralidad, la libertad, y las que hacenposible el progreso en todos los ámbitos, incluido el delpropio ordenamiento jurídico. Es obvio, por lo demás, que quienes alzan esas voces

lo hacen para intentar por medios democráticos, p.e.,que no se lleven a cabo proyectos o no se aprueben o sederoguen leyes que ellos consideran negativas. Pero ¿noes el reconocimiento de esas pretensiones y actuacionesalgo esencial al sistema democrático? Por otra parte, esobvio que del derecho a ejercer la discrepancia no pue-de quedar privada ninguna persona o institución por elhecho de que, en razón de su prestigio y ascendencia so-cial, su capacidad dialéctica y de convicción, o cual-quier otra circunstancia, pueda ser precisamente eficazen su legítimo empeño por oponerse a decisiones o si-

tuaciones que, aun amparadas por quienes ostentan elPoder, considera negativas, injustas. Limitar el recono-cimiento de la libertad de expresión a quienes puedenejercerla sin inquietar al Poder equivaldría sencillamen-te a negarla.

Un diálogo posible y necesario

En la común y sincera aceptación de la laicidad del Es-tado como exigencia, condición y garantía de la libertadde conciencia (con todas sus lógicas consecuencias)pueden encontrar una coincidencia fundamental quienesprofesen un laicismo abierto y democrático, por unaparte, y quienes asuman, por otra, la positiva doctrinade la Iglesia sobre este conjunto de cuestiones. Esacoincidencia es el mejor punto de partida para un diálo-go que permita a unos y otros entender mejor y superarlas discrepancias que les separan en cuestiones como ladel sentido y legitimidad de la presencia de la enseñan-za religiosa escolar en los centros escolares públicos, lasujeción del orden político y jurídico a la moral o el al-cance del papel que corresponde a los creyentes, y a lasmismas autoridades religiosas en el ámbito público. Es necesario increyentes y creyentes, desde la racio-

nalidad laica y desde la fe23, concurran dialogalmenteen la búsqueda y afirmación de unas bases axiológico-morales, prepolíticas comunes en las que encuentren so-porte una pacífica y creadora convivencia sociopolíticay el propio ordenamiento jurídico democrático. La coin-cidencia dialogal de unos y otros en la aceptación deesas bases comunes pre- y meta-jurídicas del orden de-mocrático resulta acuciantemente necesaria ante la nue-va presencia de otras concepciones que no parecen aten-der adecuadamente a la distinción entre el orden civil,temporal, y el específicamente religioso. Ese diálogo necesario y posible ha de desarrollarse

en diversos planos y fases. Habría que empezar por elque se entablara sobre el supuesto de la simple condi-ción democrática de los interlocutores. Más allá, y nonecesariamente después, es necesario el diálogo entre laracionalidad laica y la racionalidad creyente tal como lodesean y en parte ya lo han iniciado figuras tan signifi-cativas como Jürgen Habermas o Marcello Pera, por unlado, y el entonces Cardenal Ratzinger, por otra24. Tam-bién se nos ha dicho que “el destino de una España uni-da humana, espiritual y socialmente, depende en una de-cisiva medida de saber volver a “sus raíces cristiana” endiálogo abierto con el laicismo de la mejor tradición hu-manista, no ausente de la historia contemporánea de Es-paña…”25. Cuando en el mundo occidental los objetivos funda-

mentales de un laicismo democrático, coincidentes conlos de la visión cristiana de la laicidad, pueden decirse

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Notas

Este artículo salió a la luz antes que la Instrucción Pas-toral Orientaciones morales ante la situación actual deEspaña de la LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Con-ferencia Episcopal Española, motivo por el cual estaInstrucción no es citada.

1 Nota citada, n. 6 (Cuando se elabora, aprueba y pu-blica la Nota, era Prefecto de la Sagrada Congregaciónpara la doctrina de la Fe el Cardenal Ratzinger).

2 Carta al Presidente de la Conferencia episcopal deFrancia con ocasión del 100 aniversario de la ley de se-paración entre Estado e Iglesia (11 de febrero de 2005),ley que en aquel momento constituyó, como se recuerdaen las primeras líneas de esta misma Carta (n.2), un“acontecimiento doloroso y traumático para la Iglesia enFrancia”.

3 Ratzinger, Joseph, Europa. I suoi fondamenti oggi edomani, Edizioni San Paolo, s.r.l. 2004. Traducción es-pañola de Pablo Largo, Europa, raíces, identidad y mi-sión, Ciudad Nueva, Madrid, 2004, p. 99.

4 Esta fórmula recoge, por una parte, el contenido dela libertad religiosa tal como aparece definida en la mis-ma Declaración Dignitatis humanae del concilio Vatica-no II y permite, por otra, identificar la opción laicistacomo opción particular negativa ante lo religioso, nega-tivamente religiosa. No está en el objeto de estas consi-

deraciones un desarrollo del concepto de libertad reli-giosa. Valga, en todo caso, recordar que a esta libertad(civil) va unida la grave obligación moral de buscar laverdad religiosa y adherirse a ella.

5 Es Jürgen Habermas, representante riguroso delpensamiento laico, quien afirma: “La neutralidad cos-movisiva del poder estatal, que garantiza las mismas li-bertades éticas para todos los ciudadanos, es incompati-ble con la generalización política de una visión laicistadel mundo [cursivas, nuestras]” Habermas, Jürgen-Rat-zinger, Joseph, Dialéctica de la secularización. Sobre larazón y la religión, Ediciones Encuentro, Madrid, 2006,p. 46.

6 “En las relaciones con los poderes públicos, la Igle-sia no pide volver a formas de Estado confesional. Almismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo ideológicoo separación hostil entre las instituciones civiles y lasconfesiones religiosas” [subrayado nuestro] (Juan PabloII, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Eu-ropa [28.6.2003], n. 117). En 2005 se refería S.S. JuanPablo II al laicismo-ideología al advertir sobre el hechode la difusión social de “una mentalidad inspirada en ellaicismo, ideología que lleva gradualmente, de formamás o menos consciente, a la restricción de la libertadreligiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de loreligioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y opo-niéndose a su expresión pública” (Mensaje dirigido a

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alcanzados en muy alto grado, no debiera ser difícil unproceso dialogal de aprendizaje mutuo entre la posturalaicista democrática y la religiosa, de acuerdo con la“correlación necesaria de razón y fe, de razón y reli-gión” (Ratzinger), pues ni la sociedad ni el Estado pue-den prescindir de cuantas fuentes culturales son capacesde alimentar la conciencia normativa y la solidaridad delos ciudadanos (Habermas)26. Este diálogo entre “la fecristiana y la racionalidad occidental laica” será el que,a la vez, disponga a la cultura occidental para el diálo-go con las demás culturas. De acuerdo con recientes en-señanzas de S.S. Benedicto XVI, se trata de hacer que larazón supere los límites con que ella misma se ha ence-

rrado en lo “empíricamente verificable”27, se despliegueen toda su amplitud, se abra a las cuestiones últimas yno ciegue sus propias ventanas a la transcendencia. Si lalarga experiencia occidental de pensar y vivir ut si Deusnon daretur no ha llevado precisamente a ningún para-íso terrenal, en cuya ilusoria pretensión se han sacrifi-cado, en cambio, millones de personas, se ha pisoteadoy se pisotea la dignidad humana, es el momento de invi-tar, con todo respeto y afecto, a nuestros conciudadanosincreyentes a que hagan el experimento de repensarlotodo precisamente ut si Deus daretur.

Teófilo González Vila

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obispos españoles con motivo de la visita ad limina deéstos V. Revista Ecclesia n. 3242, 25. Apud Rouco-Va-rela, España y la Iglesia Católica, Planeta, Barcelona,2006, p. 410).

7 Como significado representante de esta concepciónmás abierta del laicismo puede citarse a Peña-Ruiz,Henri, La emancipación laica. Filosofía de la laicidad,Madrid, Ediciones. del Laberinto, 2001 (Versión espa-ñola de Dieu et Marianne. Philosophie de la laïcité,PUF, Paris, 1999) ; Qu´est-ce que la laïcité ?, ÉditionsGallimard, Paris, 2003.

8 Ollero, Andrés, España:¿Un estado laico? La Li-bertad religiosa en perspectiva constitucional, EditorialAranzadi, 2005, pp. 27.41ss. Para J.H.H. Weiler, la ex-clusión de toda referencia a la “sensibilidad religiosa”cristiana en el Preámbulo de la proyectada “Constitu-ción” de Europa no es neutralidad, sino que supone, sen-cillamente, privilegiar una determinada visión del mun-do frente a otra (J.H.H. Weiler, Una Europa cristiana,Ednes. Encuentro, Madrid, 2003, p.65).

9 Así lo señala Habermas. V. Habermas, Jürgen-Rat-zinger, Joseph, o.c., p.45. Habermas reconoce asimismoel derecho de los creyentes a realizar aportaciones enlenguaje religioso [in religiöser Sprache] a las discusio-nes públicas (o.c., p. 47)

10 Se trata del informe, de 11 de diciembre de 2003,así llamado por el nombre del Presidente de la Comisiónde reflexión sobre la aplicación del principio de laici-dad en la República que lo redacta por encargo del Pre-sidente de la República francesa. De este Rapport, cuyotexto original francés puede obtenerse a partir dewww.elysee.fr, figura una traducción de Julio SeoanePinilla al español como Anexo A en Blas Zabaleta, Pa-tricio (Coord.), Laicidad, educación y democracia, Ma-drid, Biblioteca Nueva, 2005, pp. 183-240). Sobre laici-dad y religiones en Francia, v. la reciente obra de Sar-kozy, Nicolás, La República, las religiones, la esperan-za, Gota a Gota Ediciones, Madrid, 2006.

11 “La laicidad positiva del Estado… se presenta…como la garantía de la libertad de conciencia para todos,de la igualdad de todos ante la ley, de la no discrimina-ción por motivos religiosos y de la neutralidad del Esta-do en lo referente a las creencias religiosas y morales desus ciudadanos. La laicidad no es la religión de los nocreyentes, ni un alternativa a ninguna creencia religiosa;la laicidad no es en modo alguno la religión civil de unEstado, ni el dogma intolerante de los que no tienen re-ligión, sino un pacto de convivencia entre los ciudada-nos y ciudadanas que profesan diferentes creencias, oninguna creencia, y diferentes opciones morales”, “lalaicidad es un proyecto ilustrado que se basa en la edu-cación de la ciudadanía en los valores comunes que to-dos compartimos”. “Reafirmamos el carácter aconfesio-

nal y de laicidad positiva que recoge nuestra Constitu-ción, tal como refleja la sentencia del Tribunal Consti-tucional 46/2001 de 15 de febrero; laicidad que “vedacualquier tipo de confusión entre fines religiosos y esta-tales” (STC.177/1996)” (Plataforma Ciudadana por unaSociedad Laica, Manifiesto en Defensa de una SociedadLaica, diciembre de 2004. Puede encontrarse ese Mani-fiesto en www.fundacioncives.org. Es muy amplia la do-cumentación de asociaciones y movimientos laicistas ala que se puede acceder en Internet).

12 Es una pretensión generalizada de nuestros laicis-tas. Cf., inter alios, Mayoral Cortés, Victorino, España:de la intolerancia al laicismo, Ednes. del Laberinto, Ma-drid, 2006, p. 204 ss; Cifuentes Pérez, Luís María, ¿Quées el laicismo?, Ednes. del Laberinto, Madrid, 2005,p.62. Desde diversas asociaciones laicistas se propugnaun Estatuto de Laicidad concebido, según una “Platafor-ma” de ese signo, no como un “texto jurídico cerrado ydefinitivo, sino como un bloque de legalidad constituidopor un conjunto coherente de normas, principios yacuerdos, enmarcados siempre en las decisiones juris-prudenciales del TC” (Plataforma Ciudadana por unaSociedad Laica, Manifiesto en Defensa de una SociedadLaica, diciembre de 2004). Para Mayoral (o.c. p. 206),ese Estatuto de Laicidad tendría por objeto específicoregular y garantizar la actuación de los poderes públicosen conformidad con los principios y leyes de un Estadoaconfesional, laico.

14 Para Gómez Llorente, con esa “escolástica distin-ción” utilizada en “el campo católico” y que supondría,dice, un concepto “muy ambiguo” se pretendería, segúnél, de “deslindar el grado de laicización de las institu-ciones que la Iglesia católica está dispuesta a aceptarhoy y estigmatizar a los laicistas, o partidarios del lai-cismo, tachándolos de trasnochados elementos ancladosen los prejuicios antirreligiosos del siglo XIX”, aunque“bienvenida sea”, añade, tal distinción si sirve para queen el campo católico “se acepte como principio la sepa-ración Iglesia/Estado y la aconfesionalidad del Estado”(Gómez Llorente, Luís, El laicismo y la escuela, en BlasZabaleta, Patricio (Coord.), o.c. pp.40.38.37.40).

15 Hay quienes consideran que hablar de laicidad po-sitiva o negativa es un contrasentido pues la laicidad“implica, por definición, neutralidad, imparcialidad, novaloración positiva ni negativa de lo religioso en cuantotal. No confesionales son también los estados laicistas”(Dionisio Llamazares, Derecho Eclesiástico del Estado,derecho de la libertad de conciencia, 2 edic. revisada,Servicio de Publicaciones de la Facultad de Derecho,Universidad Complutense, Madrid, p. 265). Parece, contodo, que para un tratamiento riguroso de la cuestión, espreciso distinguir grados de aconfesionalidad hasta el dela que sería propiamente anticonfesionalidad. Sobre el

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concepto de “laicidad positiva” en la jurisprudenciaconstitucional y sobre esa misma expresión, cf. OlleroTassara, o.c., pp. 50 ss.

16 Así ocurre tanto en el Corpus Diacrónico del Es-pañol (CORDE), como en el Corpus de Referencia delEspañol Actual (CREA). En algunas ediciones anterio-res del DRAE (1927, 1950) figuraba la palabra laicidadde la que se decía tan sólo “Neologismo inútil por lai-cismo”. El que ahora simplemente esa palabra no figureen el DRAE puede entenderse como reconocimiento im-plícito de que en este momento dicho término, al menos,no se considera un neologismo inútil. (En el DRAE apa-rece laicismo con la acepción de “doctrina que defiendela independencia del hombre o de la sociedad, y másparticularmente del Estado, respecto de cualquier orga-nización o confesión religiosa”. El que la palabra laici-dad no esté registrada en el DRAE explica y favoreceque sea laicismo el término utilizado para significartambién la misma “condición de laico/a”, acepción quele correspondería propiamente, junto con otras, a laici-dad. Moliner, María, Diccionario de uso del español, 2ªedición (Madrid, Editorial Gredos, 1998), vol. 2º, p.144, atribuye, como primera acepción, a laicismo justola única que señala para laicidad, a saber, “cualidad delaico”. Puede encontrarse un más amplio tratamiento deestas cuestiones, digamos “léxicas”, en González Vila,Teófilo, Laicidad del Estado y libertad religiosa, en Pé-rez de Laborda, Alfonso (ed.), Existencia en libertad. ElEscorial 2003, Facultad de Teología San Dámaso, Ma-drid, 2004, pp.190-246; Laico y laicista, laicidad y lai-cismo: no sólo cuestión de palabras, en Acontecimientonº 71, 2004/2, Año XX pp. 43-49. De este segundo estu-dio puede consultarse también la versión publicada, conel mismo título, por Fundación Abundio García Román,La aportación de los cristianos en un Estado aconfesio-nal, Madrid, 2005, pp.9-27).

17 No se puede olvidar la existencia de Estados quehoy se declaran ateos y tratan de imponer efectivamen-te el ateismo y, por lo mismo, de hacer desaparecer to-talmente cualquier vestigio religioso (Cf. Corral Salva-dor, Carlos, La relación entre la Iglesia y la comunidadpolítica, Madrid, BAC, 2003, pp. 196 ss).

18 Sobre el laicismo jurídico y su soporte “ideológi-co”, v. Rouco-Varela, España y la Iglesia Católica, Pla-neta, Barcelona, 2006, p. 414.

19 Se trata de cuestiones cuyo tratamiento desborda elobjeto de este trabajo. Permítaseme simplemente remi-tirme a los escritos en que me ocupo con ellas: Gonzá-lez Vila, Teófilo; Estado aconfesional y escuela pública,en Acontecimiento 57 (2000/4, Año XIV) pp. 7-10; Laenseñanza religiosa escolar en la España constitucional(1978-2002), en Revista Española de Pedagogía, n. 222,mayo-agosto 2002, pp.263-283.

20 Entre ellos, p.e., Savater, Fernando, Laicismo: cin-co tesis, en El País, 3-04-2004.

21 Esas leyes permisivas son las que crean “un marcode tolerancia dentro del cual cada ciudadano puedaobrar de acuerdo con su propia conciencia y, si lo desea,con arreglo a la exigencia de su fe, siempre que respetelas convicciones ajenas” [subrayados nuestros] (GómezLlorente, Luís, o.c., p. 40).

22 Así se pronuncia la Plataforma Ciudadana por unaSociedad Laica, Manifiesto en Defensa de una SociedadLaica, diciembre de 2004.

23 La usual contraposición entre “laicos” y “creyen-tes” no resulta muy acertada si se tiene en cuenta queentre los creyentes los hay que aceptan y defienden lalaicidad del Estado y, en ese sentido, estarían junto a losque en esa contraposición son los “laicos” (con lo cual,en ese sentido son a la vez creyentes y laicos); y los hayque no la aceptan (los que no distinguen el poder reli-gioso y el político, bien por fusión de los dos o por eli-minación de uno de ellos). Entre los laicos / laicistasque coinciden en afirmar-defender la laicidad, los hay, asu vez, creyentes e increyentes. Quizá sería más aconse-jable utilizar el término “laicista” en esa contraposiciónque, en tal caso, no sería la de “laicos y creyentes”, sinola de “laicistas” (todos ellos defensores de la laicidad) y“creyentes”, unos defensores y otros no, de la laicidad.Aunque todos éstos deben estar abiertos al diálogo conlos increyentes laicistas, éste obviamente le será más fá-cil a los creyentes que aceptan la laicidad del Estado.

24 V. Habermas, Jürgen-Ratzinger, Joseph, o.c.; Pera,Marcello- Ratzinger, Joseph, Sin raíces. Europa. Relati-vismo. Cristianismo. Islam, Barcelona, Ediciones Penín-sula, 2006. El Cardenal Ratzinger estuvo siempre ejem-plarmente dispuesto al diálogo con los laicistas y, en ge-neral, con representantes del pensamiento moderno (re-cuérdense sus diálogos con el filósofo laicista Floresd´Arcais, en septiembre de 2000, o con el catedrático dela Universidad de Perugia y columnista habitual de Co-rriere della Sera, Ernesto Galli della Logia, en octubrede 2004).

25 Rouco-Varela, Antonio María, La cuestión éticaante el futuro del Estado democrático de Derecho. Dis-curso en el Acto de Investidura como Doctor HonorisCausa por la Universidad San Pablo, texto mecanogra-fiado p. 10.

26 Habermas, Jürgen-Ratzinger, Joseph, o.c, pp.43.67s.

27 Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones(Lección impartida el día 12.09.2006, en la Universidadde Regensburg [Ratisbona]). “Una razón que es sorda alo divino y que relega la religión al espectro de las sub-culturas es incapaz de entrar en diálogo con las cultu-ras.” (ib.)

Teófilo González Vila‘Laicidad y laicismos aquí y ahora’