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1 Acción empresaria e ideología. La génesis de las reformas estructurales * Gastón J. Beltrán ** 1. Introducción Desde el punto de vista de la sociología histórica, la década de 1980 ha sido un período esquivo. Los ochenta han sido frecuentemente pensados como un interregno de transición entre la violencia política de la década precedente y la violencia económica de los años que le siguieron. Sin embargo, las complejas transformaciones políticas y culturales de esos años constituyen un indispensable punto de partida para comprender tanto los cambios introducidos durante la década menemista como la dinámica adquirida por la política Argentina desde entonces. Si es cierto que durante los años noventa se producen las transformaciones estructurales más espectaculares, es entonces necesario interrogarse por la forma en que ellas fueron definidas así como por las acciones políticas ideológicas que condujeron a su instrumentación. Este trabajo se propone analizar, enfocándose en el análisis de la dimensión ideológica, aquellos procesos que, desplegados durante los años ochenta, resultaron fundamentales para las transformaciones estructurales de la década siguiente. Tomando las políticas de reforma como referencia, el objetivo es mostrar el cambio de paradigma político operado durante esos años (Hall, 1993). 1 En otras palabras, lo que se propone es dar cuenta del proceso por el cual el conjunto de las políticas neoliberales crecieron en legitimidad y pasaron a ser percibidas como la única opción viable frente a la crisis económica y política. El nuevo paradigma neoliberal impulsó un diagnóstico sobre el que se articularon las reformas introducidas luego; cumplió también una función ideológica al definir el límite de lo razonable dentro del campo político. La legitimación del neoliberalismo y el cambio de paradigma, por último, se produjo aún a instancias de los intereses objetivos de algunos de los actores que los impulsaron. De hecho, la introducción del neoliberalismo fue el resultado de complejas interacciones entre distintos actores sociales. Se trata, al mismo tiempo, de un objeto dinámico que, de igual modo que la percepción que los actores tenían de sus consecuencias, fue redefinido y resignificado más de una vez a lo largo de aquellos años. Por consiguiente, las miradas de aquellos que contribuyeron a la consolidación del paradigma neoliberal no eran precisamente homogéneas. El análisis de tales diferencias así como las tensiones que ellas generaron, guarda estrecha relación con las formas concretas en que los actores propulsores del neoliberalismo fueron afectados por las reformas y, especialmente, con las consecuencias no buscadas a las que debieron enfrentarse. 2 Los actores empresarios e intelectuales locales constituyen la unidad de análisis de esta investigación. Los empresarios resultan clave por dos motivos. En primer lugar, durante la década del 80 hicieron uso de su posición capitalista privilegiada para demandar exitosamente neoliberalismo. En segundo lugar, muchos empresarios que habían exigido neoliberalismo * Este trabajo es una versión abreviada de mi tesis de maestría. Quiero agradecer los valiosos comentarios y críticas observaciones de Alfredo Pucciarelli, Mariana Heredia, Ricardo Ortiz, Ana Castellani, Paula Canelo y Eugenia Aruguete. ** Sociólogo, Universidad de Buenos Aires y Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. 1 Según Peter Hall (1993) los paradigmas políticos constituyen prismas que delimitan las opciones, objetivos e instrumentos de quienes toman las decisiones políticas. 2 A pesar de que el proceso de reformas representó una clara oportunidad de negocios para ciertos sectores concentrados del capital local (Aspiazu, 1994, 1997; Nochteff, 1994; Basualdo, 1997) produjo al mismo tiempo consecuencias que afectaron negativamente a un amplio espectro del empresariado que, paradójicamente, había apoyado las reformas en los años ochenta. En términos económicos la apertura de la economía produjo severas asimetrías que produjeron una profunda fragmentación empresaria, especialmente en el campo de la industria (Schvarzer, 2001). Los industriales, de hecho, sufrieron un pérdida relativa de importancia en la economía frente a los servicios y el sector financiero (Schorr, 2004: 61). Sintéticamente, los empresarios locales se encontraron con que la apertura había creado un nuevo escenario que excedía sus capacidades (Sidicaro, 2000). La apertura representó también una pérdida relativa en términos de capital político en la medida que obligó a una mayor competencia con actores apoyados en muchas ocasiones por sus propios países (Sidicaro, 2000).

Artículo Gastón Beltrán

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Acción empresaria e ideología. La génesis de las reformas estructurales* Gastón J. Beltrán

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1. Introducción

Desde el punto de vista de la sociología histórica, la década de 1980 ha sido un período esquivo. Los ochenta han sido frecuentemente pensados como un interregno de transición entre la violencia política de la década precedente y la violencia económica de los años que le siguieron. Sin embargo, las complejas transformaciones políticas y culturales de esos años constituyen un indispensable punto de partida para comprender tanto los cambios introducidos durante la década menemista como la dinámica adquirida por la política Argentina desde entonces. Si es cierto que durante los años noventa se producen las transformaciones estructurales más espectaculares, es entonces necesario interrogarse por la forma en que ellas fueron definidas así como por las acciones políticas ideológicas que condujeron a su instrumentación.

Este trabajo se propone analizar, enfocándose en el análisis de la dimensión ideológica, aquellos procesos que, desplegados durante los años ochenta, resultaron fundamentales para las transformaciones estructurales de la década siguiente. Tomando las políticas de reforma como referencia, el objetivo es mostrar el cambio de paradigma político operado durante esos años (Hall, 1993).1 En otras palabras, lo que se propone es dar cuenta del proceso por el cual el conjunto de las políticas neoliberales crecieron en legitimidad y pasaron a ser percibidas como la única opción viable frente a la crisis económica y política. El nuevo paradigma neoliberal impulsó un diagnóstico sobre el que se articularon las reformas introducidas luego; cumplió también una función ideológica al definir el límite de lo razonable dentro del campo político. La legitimación del neoliberalismo y el cambio de paradigma, por último, se produjo aún a instancias de los intereses objetivos de algunos de los actores que los impulsaron. De hecho, la introducción del neoliberalismo fue el resultado de complejas interacciones entre distintos actores sociales. Se trata, al mismo tiempo, de un objeto dinámico que, de igual modo que la percepción que los actores tenían de sus consecuencias, fue redefinido y resignificado más de una vez a lo largo de aquellos años. Por consiguiente, las miradas de aquellos que contribuyeron a la consolidación del paradigma neoliberal no eran precisamente homogéneas. El análisis de tales diferencias así como las tensiones que ellas generaron, guarda estrecha relación con las formas concretas en que los actores propulsores del neoliberalismo fueron afectados por las reformas y, especialmente, con las consecuencias no buscadas a las que debieron enfrentarse.2

Los actores empresarios e intelectuales locales constituyen la unidad de análisis de esta investigación. Los empresarios resultan clave por dos motivos. En primer lugar, durante la década del 80 hicieron uso de su posición capitalista privilegiada para demandar exitosamente neoliberalismo. En segundo lugar, muchos empresarios que habían exigido neoliberalismo

* Este trabajo es una versión abreviada de mi tesis de maestría. Quiero agradecer los valiosos comentarios y críticas observaciones de Alfredo Pucciarelli, Mariana Heredia, Ricardo Ortiz, Ana Castellani, Paula Canelo y Eugenia Aruguete. ** Sociólogo, Universidad de Buenos Aires y Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. 1 Según Peter Hall (1993) los paradigmas políticos constituyen prismas que delimitan las opciones, objetivos e instrumentos de quienes toman las decisiones políticas. 2 A pesar de que el proceso de reformas representó una clara oportunidad de negocios para ciertos sectores concentrados del capital local (Aspiazu, 1994, 1997; Nochteff, 1994; Basualdo, 1997) produjo al mismo tiempo consecuencias que afectaron negativamente a un amplio espectro del empresariado que, paradójicamente, había apoyado las reformas en los años ochenta. En términos económicos la apertura de la economía produjo severas asimetrías que produjeron una profunda fragmentación empresaria, especialmente en el campo de la industria (Schvarzer, 2001). Los industriales, de hecho, sufrieron un pérdida relativa de importancia en la economía frente a los servicios y el sector financiero (Schorr, 2004: 61). Sintéticamente, los empresarios locales se encontraron con que la apertura había creado un nuevo escenario que excedía sus capacidades (Sidicaro, 2000). La apertura representó también una pérdida relativa en términos de capital político en la medida que obligó a una mayor competencia con actores apoyados en muchas ocasiones por sus propios países (Sidicaro, 2000).

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durante los años ochenta fueron perjudicados por las reformas en los noventa. El análisis centrado en estos actores muestra las limitaciones de los enfoques que plantean al neoliberalismo como un producto de la globalización (Strange, 1996; Dicken, 1998; Slaugther, 2000, Hardt and Negri, 2000; Geschiere and Nyamnjoh, 2001; Bjorn, 2004). Por el contrario, este trabajo sostiene que la globalización se articula de manera compleja con la política nacional (Robertson, 1995; Mann, 1997; Helvacioglu, 2000), por lo que las tendencias globales dependen de las características específicas de los contextos en que son introducidas.

Los actores locales analizados aquí fueron, sobre la base de un discurso ambiguo, los encargados de interpretar las idear circulantes en los ámbitos internacionales e introducirlas en el plano local bajo la forma de demandas (Babb, 2002). Es por esta razón que resulta indispensable preguntarse por lo que motivó las acciones de los empresarios e intelectuales liberales argentinos: ¿Por qué adhirieron al neoliberalismo? ¿Qué significado tenían las reformas para cada una de los actores individuales y colectivos que lo demandaban? ¿Por qué todos percibían al neoliberalismo como una promesa congruente con sus intereses? Las motivaciones de estos actores deben ser objeto de investigación antes que supuestas. En el caso de los empresarios, las posiciones ocupadas por ellos dentro de la estructura económica no son suficiente para comprender las decisiones adoptadas frente al neoliberalismo.3 De hecho, dada la gran heterogeneidad que caracteriza al empresariado argentino resulta difícil pensar una única y homogénea acción empresarial. Las diferencias entre sectores de producción, tamaño de las firmas, mercados, así como tradiciones políticas y culturales, junto con la fragmentación de la representación corporativa, dan cuenta de un mundo empresarial plagado de conflictos de intereses (Acuña, 1995; Birle, 1997).

Junto a la ausencia de un interés único, el campo empresarial se caracteriza también por la imposibilidad de controlar y prever los resultados de sus acciones. En este sentido, aún cuando se trata de actores poderosos con capacidad de influir sobre la política y economía del país, las condiciones relativamente desconocidas de la acción pueden dar lugar a resultados no deseados (Weber, 1996; Giddens, 1998; Merton, 1975). Esta limitación que los empresarios comparten con los demás actores colectivos se debe al menos en parte a la complejidad de los contextos en que actúan (Rosenau, 2000). Es, al mismo tiempo, una característica propia de la lógica organizativa de la toma de decisiones empresarial (March y Simon, 1967; Jackall, 1988). En la medida que las decisiones son tomadas en el ámbito de organizaciones – las empresas y las corporaciones que representan sus intereses – la racionalidad de las decisiones está limitada justamente por las condiciones que esas estructuras establecen. En el seno de tales organizaciones “es imposible para un individuo alcanzar un alto grado de racionalidad...las opciones son realizadas en un ambiente de premisas ‘dadas’ que son aceptadas y constituyen las bases y los límites para la acción” (March y Simon, 1967: 44). Las dificultadas para la coordinación de intereses y el despliegue de acciones buscando objetivos comunes contribuyen también a generar incertidumbre, en la medida que los intereses se configuran en el momento mismo de la acción política (Melucci, 1994).

La incorporación del neoliberalismo como marco interpretativo por parte de los empresarios supone un modo particular de condicionar sus acciones, en la medida que las

3 La idea de que los empresarios ocupan una posición privilegiada en relación con la toma de decisión de un estado capitalista tiene una larga historia. Marx (1996) llamaba al estado “el comité de los negocios de la burguesía”. De acuerdo con Wright Mills (2000), los empresarios son actores poderosos porque el hecho de ocupar posiciones estratégicas dentro de la estructura social. Adam Przerworski (1995), por otro lado, sostiene que las medidas estatales responden a los intereses capitalistas ya que el Estado se encuentra estructuralmente condicionado porque las decisiones económicas fundamentales se encuentran descentralizadas. Finalmente, otros autores (Offe, 1990) han planteado que en las sociedades capitalistas existe una división del trabajo entre los capitalistas y los oficiales del Estado, quienes se encuentran a cargo de la reproducción social. La posición privilegiada de los empresariados se debería a su capacidad de inversión y la dependencia del Estado capitalista de sus decisiones. A pesar de que muchas de estas perspectivas han sido largamente criticadas, existen aún fuertes argumentos para sostener la idea de que los empresarios poseen una posición privilegiada que, en algunas ocasiones, puede ser transformada en influencia política (Heredia, 1996; Block, 1980; Acuña, 1995).

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preferencias y posibles consecuencias son evaluadas casi exclusivamente desde ese punto de vista. Al mismo tiempo, la incorporación de ese marco produce un conjunto de acciones y discursos orientados a imponer el paradigma neoliberal en el campo político. Presión política y universalización del discurso ideológico son dos estrategias complementarias para la difusión del neoliberalismo. En la disputa por la legitimación de la ideología neoliberal en tanto paradigma político, los actores empresarios e intelectuales resultan fundamentales, en la medida que su demanda por neoliberalismo es al mismo tiempo un intento de “legitimación del poder de una clase dominante” (Eagleton, 1977)

La dimensión ideológica, aunque fundamental para comprender la toma de decisiones de los actores y los significados involucrados en el momento de reformas, sólo puede ser analizada en relación con las estructuras en que se generan. Discursos y estrategias ideológicas sólo cobran sentido en contextos sociales e históricos particulares (Thompson, 1998). Ideología y acción política se encuentran a su vez estrechamente relacionadas. Por un lado, las acciones políticas contribuyen a redefinir, modificar o descartar ideologías. Pero al mismo tiempo, esas acciones se encuentran orientadas (y por lo tanto condicionadas) por las ideologías de los actores involucrados. En el caso argentino, la incorporación de la mirada neoliberal por parte de los empresarios locales resultó en un constreñimiento de sus opciones políticas. Supuso el acotamiento de las opciones y el constreñimiento de la acción política incluso por parte de aquellos que eran sus propulsores. Partiendo de un diagnóstico que explicaba la crisis como resultado del intervencionismo estatal, el programa político que incluía la apertura de la economía, la desregulación de los mercados y la privatización de las empresas públicas, aparecía como una necesidad lógica. Esta percepción se acentuó aún más luego de la hiperinflación de 1989. En ese contexto prevaleció una interpretación de la crisis y la inflación que requería acciones antiestatistas (Sidicaro, 2001: 51), dejando afuera otras posibles alternativas. La solución neoliberal fue vista entonces como la única respuesta posible a una crisis que, para comienzos de los años noventa, había sido ya definida en términos de esa misma mirada.

Este trabajo da cuenta de lo que el neoliberalismo significó para aquellos actores locales que lo demandaron en los años ochenta, en especial el empresariado argentino. El análisis de esta categoría no es por lo general sencillo y una breve aclaración metodológica es por lo tanto necesaria. Los más poderosos, el sector más dinámico, las asociaciones con mayor capacidad de lobby, son algunos de los recortes posibles para definir la categoría “empresarios”. Aquí nos enfocaremos en el análisis de sus corporaciones.4 Esta opción tiene algunas ventajas y algunas desventajas. Por el lado de las desventajas, una parte importante del mundo empresarial queda ineludiblemente fuera del análisis. Como contrapartida, sin embargo, las múltiples corporaciones empresarias dan cuenta de la complejidad y heterogeneidad del mundo empresarial sin necesidad de un mapa extremadamente complejo, en tanto su análisis “invita a poner en cuestión el carácter monolítico que muchos análisis acordaron a los soportes sociales de las reformas estructurales” (Heredia, 2003: 79). Existen también razones históricas para un recorte centrado en estas instituciones. Fortalecido durante décadas de inestabilidad política debido a la inexistencia de un partido político que representara los intereses empresarios (Palomino, 1988), las corporaciones emergieron luego de la dictadura militar como uno de los interlocutores privilegiados del gobierno radical. El tipo de relación entre estado y política promovida por el radicalismo durante

4 Las principales organizaciones empresarias son: la Unión Industrial Argentina (1987), La Confederación General de la Industria (1951), el Consejo Argentino de la Industria (1982), la Sociedad Rural Argentina (1866), la Federación Agraria Argentina (1912), Confederaciones Rurales Argentinas (1942), la Cámara Argentina de la Construcción (1936), la Unión Argentina de la Construcción (1985), la Cámara Argentina de Comercio (1924), la Unión Argentina de Comercio (1981), la Asociación de Bancos de la República Argentina (1919), la Asociación de Bancos Argentinos (1972), la Confederación General Económica (1953) y la Bolsa de Comercio de Buenos Aires (1854). Junto a estas organizaciones formales existían durante los años ochenta otras asociaciones empresarias como el Consejo Empresario Argentino y los Capitanes de la Industria que representaban los intereses de los grandes empresarios y proponían una forma diferente de vínculo con el sector político. Si bien el análisis de estas dos asociaciones formó parte del trabajo original, en esta versión me concentraré en las corporaciones formales, haciendo sólo referencias aisladas a ellas.

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sus primeros años les otorgaron también un rol primordial, en la medida que la representación corporativa cobró mayor relevancia frente a la existencia de un estado que pretendía ser corporativo y era permeable las demandas sectoriales y con capacidad de darles respuestas institucionales (Boschi, 1991).5 Esta situación fue paulatinamente modificada por el desmantelamiento y disolución de las capacidades estatales (Sidicaro, 2001; 2002) que favorecieron la extensión del lobby individual (Diniz, 2000).

En la siguiente sección analizaré brevemente los significados que el neoliberalismo adquirió para el empresariado durante la década de los 1980s. Luego, mostraré como tales ideas se fueron definiendo a partir de la relación entre empresarios y gobierno y en qué medida la propia práctica empresarial condicionó el límite de sus propias acciones una vez iniciadas las reformas. Por último, describiré brevemente el rol de los intelectuales liberales argentinos en este proceso.

2. El pensamiento empresario. Visiones múltiples, conclusiones unívocas. Entre la llegada del radicalismo al gobierno en diciembre de 1983 y las elecciones

presidenciales de 1989 se produjo en Argentina un brusco giro hacia el neoliberalismo. Luego de la crisis hiperinflacionaria, prácticamente no existían alternativas a la orientación pro-mercado que proponía el desmantelamiento estatal y la apertura económica. El trasfondo de este cambio en el mapa político no era por supuesto exclusivamente ideológico. La hiperinflación, el desgaste de las capacidades estatales y los altos niveles de conflictividad social fueron factores importantes en la definición de las opciones políticas. Las relaciones internacionales marcadas por la presencia de una deuda externa impagable, al mismo tiempo, reducía aún más el margen de acción en la medida que la ayuda financiera externa era ofrecida bajo la condición de aplicación de determinadas medidas de política económica. La relación entre endeudamiento y reformas es tan estrecha que, como señala Miguel Centeno (2002), “el neoliberalismo no sólo se justificó a sí mismo sino que hizo aparecer esa opción como irreversible”: frente a la presión de las deudas, los países deudores se encontraron en la posición de tener que presentarse a sí mismos como “confiables” para acceder a créditos y refinanciamientos. Y ser confiables significaba liberalizar la economía.

Sin embargo, a pesar de la innegable profundidad de la crisis y las presiones externas, ni las causas del agotamiento del modelo económico, ni la naturaleza de la crisis, ni siquiera las medidas que debían adoptarse para salir de ella eran tan evidentes como el discurso neoliberal pretendía que fueran. Es en este sentido que la forma en que la crisis y su solución fueron interpretadas constituye un aspecto fundamental para comprender la génesis del proceso de reformas.

La interpretación neoliberal vigente en la Argentina de los tempranos noventa poseía significativas similitudes con la visión económica que comenzó a predominar en el ámbito internacional desde comienzos de los ochenta. Basados en los trabajos de economistas como Friedrich Von Hayek y Milton Friedman, el neoliberalismo había ingresado, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en la agenda de los países desarrollados.6 Las ideas que cimentaron los programas económicos conservadores de Estados Unidos e Inglaterra comenzaron luego a expandirse hacia otros países, en particular aquellos del Tercer Mundo. En América Latina, distintos intentos de neoliberalización se habían realizado durante los años

5 Aunque próximo al modelo corporativista (Schmitter, 1989) el Estado argentino nunca llegó a constituirse en el coordinador de las corporaciones representantes de los intereses de clase, profesionales y sectoriales, aún cuando se crearon instituciones que formalmente servirían a esos fines. 6 La ofensica de los defensores del neoliberalismo fue fortalecida con los premios Nobel de 1974 y 1976: el primero fue otorgado a Friedrich Von Hayek y el segundo a Milton Friedman. Sus principales argumentos eran que las políticas intervencionistas propulsadas por los keynesianos dificultaban el control de la inflación y que debían recortarse los costos para asegurar el crecimiento del producto. Ambos sostenían que las presiones enfrentadas por el estado limitaban los márgenes de beneficio de las firmas y producían inflación, causando crisis generalizadas en la economía. Por lo tanto, el estado debía ser reducido.

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setenta. La fracasada experiencia Argentina durante el ministerio de José Martínez de Hoz fue una de ellas. La más exitosa, sin embargo, fue la llevada adelante por los Chicago boys chilenos amparados por la dictadura de Augusto Pinochet (O’Brien, 1985; Martínez y Díaz, 1996; Barret, 2002). Esas experiencias constituirían puntos de referencia obligado para aquellos que proponían la neoliberalización en Argentina a comienzos de los noventa.

La visión neoliberal se fue convirtiendo en el plano internacional en mirada dominante no sólo en el seno de los países más industrializados sino también de los organismos multilaterales de crédito como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. Su capacidad de presión respecto a los diseños de política económica se multiplicó tras la crisis de la deuda externa a comienzos de los años ochenta. En ese contexto, el “saneamiento” de las economías era planteado como un requisito indispensable para el cumplimiento de las obligaciones de los países deudores. La liberalización de la economía, sintetizada en el llamado Consenso de Washington, representa en cierto sentido los lineamientos de aquellas exigencias.7

La expansión global del neoliberalismo es fundamental para comprender las transformaciones ocurridas en Argentina.8 El neoliberalismo impactó de forma relativamente similar – aunque no igual – en distintos países en desarrollo. De hecho, situaciones distintas desde el punto de vista estructural e institucional fueron interpretadas de manera similar desde una mirada que tendió a unificar diagnósticos y prospectivas. La globalización, sin embargo, no constituye la única ni más importante variable para comprender el despliegue de la ideología neoliberal en el plano local. El carácter transnacional de las transformaciones ha dado lugar, sin embargo, a lecturas que, en concordancia con teorías clásicas como el “sistema mundial” (Wallerstein, 1974; 1979) o la dependencia económica (Gunder Frank, 1979), entienden al neoliberalismo como el exclusivo resultado de la imposición externa de determinados estándares. Así, suele afirmarse que la presión isomórfica ejercida por la sociedad global sobre el estado-nación para la adopción de políticas constituye la clave para comprender cualquier tipo de cambio económico, político o social (Schofer, Ramírez y Meyer, 2000).9

Sin embargo, aún cuando la importancia de tales procesos es innegable, las reformas no fueron aplicadas del mismo modo ni tuvieron los mismos efectos en cada uno de los países en que se introdujo el neoliberalismo. Por el contrario, las formas de transformar las recomendaciones globales en políticas concretas han sido diversas. No es posible por lo tanto comprender los cambios estructurales exclusivamente a partir del análisis de las tendencias globales ni asociar directamente el cambio a las exigencias externas. El cambio estructural resulta así de una serie de procesos dialécticos, entre el ámbito interno y el externo por un lado, y entre las estructuras económica e institucional y las acciones políticas por el otro. Este trabajo se enfocará fundamentalmente en los aspectos locales que contribuyeron a la definición e introducción de las reformas neoliberales. El objetivo, por lo tanto, es comprender desde un punto de vista local porqué el neoliberalismo adquirió legitimidad y devino paradigma político a comienzos de los noventa. El objeto de interrogación serán los empresarios locales. ¿Porqué esos

7 El decálogo de medidas prescripto incluía: 1) disciplinamiento fiscal; 2) reducción del gasto público; 3) unificación de la tasa de cambio; 4) liberalización del mercado; 5) impulso a la inversión extranjera directa; 6) privatización de empresas públicas; 7) desregulación de la economía; 8) respeto a la propiedad privada; 9) reforma del régimen tributario; 10) liberalización del sistema financiero (Williamson, 1990). 8 Anthony Giddens define la globalización como un proceso de creación de vínculos entre diferentes contextos sociales o regiones que terminan constituyendo redes a través del mundo. Esto supone que “los acontecimientos locales son afectados por eventos que ocurren a muchas millas de distancia y viceversa” (Giddens, 1990). 9 La ida de “isomorfismo” refiere a cómo, las organizaciones (o estados) al estar situadas en campos estructurados producen respuestas orientadas a un “ambiente” que se encuentra a su vez constituido por otras organizaciones; esas otras organizaciones, a su vez, definen también sus respuestas en función del ambiente compuesto por las demás organizaciones, y así sucesivamente. Las respuestas isomórficas suponen que cada organización, al compartir el mismo “ambiente” con las otras, acabará pareciéndose a las otras (Powell y DiMaggio, 1991). Según Powell y DiMaggio, existen diferentes tipos de isomorfismo, aunque el más ampliamente analizado en los estudios sobre globalización es el isomorfismo institucional en su forma coercitiva, el cual acentúa el rol central de la influencia política.

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empresarios vieron en el neoliberalismo una alternativa razonable? ¿Porqué se pensó en un conjunto de reformas que suponían la destrucción total del modelo de acumulación antecedente?

La forma en que el neoliberalismo ingresó en Argentina y su transformación en una opción razonable para el conjunto del empresariado no se produjo de manera lineal. De hecho, incluso la aceptación del neoliberalismo y el despliegue de acciones para demandar su introducción no suponen necesariamente que los empresarios se reconocieran a sí mismos como neoliberales, al punto que la palabra “neoliberalismo” se encuentra ausente de los documentos empresariales analizados en esta investigación. La demanda por “neoliberalismo” se produjo, en cierto modo, a pesar de los propios intereses empresarios. La vaguedad idea que los empresarios tenían de lo que “neoliberalismo” significaba explica en parte el comportamiento empresario durante los años ochenta. Desde su punto de vista, ni los contenidos ni las posibles consecuencias eran profundamente conocidas. El nivel de la conciencia discursiva, sin embargo, resulta por lo general limitado para el análisis de las acciones sociales (ver Willis, 1988). En este sentido, el empresariado no precisó reconocerse como neoliberal para actuar a favor del neoliberalismo. Las demandas presentadas durante los años ochenta contribuyeron, muchas veces de manera incoherente y fragmentada, a construir la necesidad de las reformas neoliberales: más allá de lo que privatización, inserción en el mundo y desmantelamiento del estado significaran para los empresarios, esas demandas eran congruentes con las de la ideología neoliberal.

Como actores políticos, los empresarios transforman sus interpretaciones de la economía y la política – en este caso desde el marco del neoliberalismo – en acciones políticas y demandas concretas que se constituyen en el eje de su relación privilegiada con el estado. Por consiguiente, las visiones empresarias y sus demandas en el campo político, contribuyen a definir la manera específica en que ideologías y reformas específicas son formuladas en el plano nacional. Junto con ciertos sectores intelectuales, los empresarios cumplen el rol de interpretar, traducir y convertir en acciones concretas los discursos globales sobre el neoliberalismo. Tales acciones, así como la forma en que se articula el apoyo empresarial al neoliberalismo, resultan muchas veces contradictorias y responden a percepciones que se generan y regeneran en el contexto de la dinámica histórico-política.

Las percepciones empresarias sobre el neoliberalismo son, al menos en parte, resultado de la práctica política empresarial. Como veremos, fue a partir de su participación en el campo político y en relación con sus vínculos con el gobierno que las formas de pensar al neoliberalismo y la organización de sus prácticas se definieron. En este sentido, las relaciones entre empresarios y gobierno que analizaré en la siguiente sección constituyen el locus en el cual las percepciones son generadas. Por otro lado, las formas del discurso empresario y sus estrategias argumentativas también contribuyeron a definir y acotar sus percepciones. Así, durante los años ochenta el discurso antiestatista contribuyó a crear la ilusión de igualdad al interior de una categoría profundamente heterogénea. Identificando al estado como el enemigo político se fortalecieron y consolidaron las identidades políticas de los sujetos interpelados por el discurso neoliberal (Beltrán, 2001). Las diferencias se diluyeron produciendo que empresarios con intereses divergentes se encolumnaran detrás de un mismo proyecto político; el aparente consenso empresario se resquebrajó cuando las reformas concretas comenzaron a instrumentarse.

El acuerdo que hizo que prácticamente la totalidad del empresariado demandara, de uno u otro modo, neoliberalismo se apoyaba en un conjunto de ideas acerca de la economía, el estado, la democracia, la inserción en el mundo y, los propios empresarios. Estas ideas constituyen el marco a partir del cual las acciones políticas empresarias fueron desplegadas. A su vez, el significado adquirido por el “neoliberalismo” para los empresarios argentinos resulta crítico para comprender su apoyo. Por último, la generalidad de los elementos constitutivos del consenso así como la naturaleza de las diferencias internas del bloque empresario dan cuenta de la diversidad de intereses y explican las tensiones surgidas durante los noventa. El discurso empresario supone formas particulares de vínculo con otros segmentos de la sociedad, aunque su principal destinatario es el gobierno. Sin embargo, en la medida que el discurso pretende universalizar

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intereses particulares, es dirigido también, y con mayor claridad durante los años ochenta, hacia una audiencia más amplia; trata de ser, fundamentalmente, un discurso inclusivo. 2.1 Diagnóstico y prospectiva. El argumento neoliberal

El discurso neoliberal resultó exitoso al explicar de manera clara y comprensible la crisis

económica. A medida que ésta se agudizaba, la mirada neoliberal crecía en aceptación. Se trataba de un discurso que no sólo aludía a los dueños del capital sino que las soluciones propuestas prometían beneficios para todos. Las causas de la crisis eran sencillas: la existencia de un estado deficitario que debía recurrir a la emisión porque gastaba más de lo que ganaba y, así, producía inflación. La crítica estatal consiguió interpelar exitosamente a una parte mayoritaria de la sociedad: los usuarios de los servicios públicos, quienes pagaban impuestos y las víctimas de la inflación (Sidicaro, 1989). Al reducirse el estado, se prometía, desaparecería la inflación, disminuiría la carga impositiva y las privatizaciones aseguraría la provisión de mejores servicios. El gran culpable, el estado, debía dejar de lado intervencionismos innecesarios y limitarse a las funciones de salud, educación y justicia. El mercado debía ser encargado de regular la sociedad y crear riqueza (Lechner 1997).

(L)a acción del Estado ha sido la causa de la inflación errática y creciente; ha absorbido porciones considerables de crédito dejando un margen exiguo para satisfacer los requerimientos de la producción; ha seguido políticas de tasas de interés que perjudicaron la inversión o que esquilmaron el ahorro, anarquizando y diluyendo el sistema financiero. (ADEBA, Convención Anual, 1983) El intervencionismo estatal tenía, desde esta perspectiva, raíces políticas. El tipo de estado

que se había desarrollado desde la época de Perón, se decía, había sido sobrepasado. Al intentar controlar todo, las demandas lo habían excedido y la gobernabilidad del sistema era así imposible. La retirada del estado no sólo disminuiría tales demandas sino que también resultaría en un incentivo a la iniciativa privada. Este tipo de argumentos, como otros, resulta en boca de los empresarios argentinos, no menos que contradictorios. En primer lugar, el discurso empresario en ningún momento reconoce la importancia del estado en la generación de capital, en particular en el caso argentino en que muchos de los grandes empresarios basaron su acumulación en las relaciones con el poder político (Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1986; Sábato, 1988).

La posición frente a la retirada del estado refleja el convencimiento por parte de ciertos sectores del agotamiento del modelo sustitutivo y de la incapacidad estatal para mantener las relaciones vigentes hasta entonces. El punto de ambivalencia de esta propuesta es que de retirarse el estado como se sugería, algunas demandas continuarían siendo atendidas y otras no. Lo interesante del contexto de los años 1980s es que cada sector cree que se beneficiará con la retirada del estado en la medida que sus demandas e intereses serían atendidos por las reformas.

Este planteo supone también por parte del empresariado asumir que el estado que existía en los ochenta era el estado que ellos identificaban como “populista”. Así, las críticas se refieren a un estado que ya no existía porque había sido desmantelado durante la dictadura militar (Portantiero, 1990: 52). La relación entre tipo de estado y modelo de acumulación es clave desde la perspectiva empresaria. La crisis económica y la inflación eran presentadas como pruebas del fracaso del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). La hipótesis empresaria del agotamiento del ISI debe ser sin embargo analizada cuidadosamente. Como Basualdo, López y Lozano (1994) afirman, en Argentina se produjo una ruptura del ISI como consecuencia de las políticas de la dictadura militar antes que un estricto agotamiento del modelo. Más allá del caso argentino concreto, Dani Rodrik sostiene que los problemas que presentó el ISI en diversos países al verse afectado por la crisis de la deuda externa no se deben necesariamente a problemas intrínsecos del modelo, sino a la debilidad de las instituciones

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políticas para regular el conflicto y, particularmente, disciplinar al empresariado (Rodrik, 1998). Si esto es cierto, la respuesta debiera haber sido no menos sino más estado.10

El excesivo intervencionismo estatal constituye así el principal argumento para explicar la crisis argentina. Incluso la deuda externa es interpretado desde el marco de la ineficiencia estatal. La deuda es, según los discursos empresarios, una muestra más de la inoperancia estatal. El discurso ideológico permanece mudo, por ejemplo, frente a la crucial participación del sector privado en el endeudamiento durante los años setenta y frente al hecho de que la deuda se multiplicó escandalosamente durante la gestión de un ministro de economía liberal.11 La deuda es vista como un pasivo del que debe hacerse cargo exclusivamente el estado.

La deuda externa constituye un pasivo de toda la Nación, cuyo sano manejo es esencial para la vida futura de la República. Por ello es oportuno afirmar la necesidad de apoyar con firmeza la gestión del Poder Ejecutivo que contempla esas premisas... (Unión Industrial Argentina, comunicado del 14/3/84)

Del diagnóstico empresario se deducían lógicamente una serie de medidas. El acuerdo

respecto a lo que debía hacerse, esquivo durante los primeros años de gobierno de Raúl Alfonsín, se consolidó hacia fines de la década. Este se produjo fundamentalmente a partir de limitar los temas y discusiones a un conjunto de proposiciones generales. La propuesta sostenía la necesidad de reducir el estado, abrir la economía a la competencia externa, privatizar las empresas públicas, desregular la economía e introducir un sistema de reglas claras.

Confiamos que el gobierno sabrá elegir el camino que el país reclama, abandonando para siempre el paternalismo del estado, reduciendo drásticamente en su estructura, eliminando al mismo tiempo el principal generador del déficit presupuestario y la inflación consecuente que ha empobrecido la actividad económica en general. (Cámara Argentina de la Construcción, Memoria Anual, 1984) La interpretación posible de la crisis sostenida por el empresariado argentino

universalizada – y presentada como el bien común – mediante una serie de mecanismos ideológicos.12 La referencia a un problema compartido por “la mayoría de los argentinos”, la construcción de un gran relato histórico donde los hechos son reinventados, la definición del estado como el enemigo común, la identificación de las causas de la crisis como una constante en el tiempo, constituyen algunos ejemplos de esas estrategias discursivas. Los discursos contienen a su vez una serie de referencias que contribuyen a su legitimación. El realismo – que opone lo

10 Estas discusiones asumen una visión acerca del rol del estado y el desarrollo limitadas por la aceptación de la versión liberal de ambos conceptos. Visiones alternativas sobre la función del estado en las naciones de desarrollo tardío nunca formaron parte de la perspectiva del empresariado argentino en estos años. Este es un punto importante si se tiene en cuenta que una importante cantidad de estudios han mostrado que el estado fue clave en los procesos de desarrollo de países como Japón, Taiwán o Corea del Sur, países todos que alcanzaron el desarrollo durante el Siglo XX (Evans, 1992; Amdsen, 1990; Wade, 1992; Weiss, 1994). Aunque existen también evidencias de que en esos procesos los empresarios locales apoyaron las estrategias adoptados por el estado (Chibber, 2003) en Argentina la necesidad de desmantelarlo nunca fue puesto en duda en la medida que la mayoría de los empresarios aceptaron la versión tradicional presentada por el liberalismo. 11 Como señala Eduardo Basualdo (1988), la participación del sector privado en el proceso de endeudamiento de los años 70 fue determinante para el modo y la dimensión en que éste se realizó, especialmente entre 1977 y 1979. El endeudamiento externo fue empleado como un mecanismo para beneficiarse de la especulación financiera. 12 De acuerdo con John Thompson (1998: 93-100) se pueden distinguir cinco diferentes formas en las que opera la ideología. La ideología legitima cuando universaliza intereses particulares como los intereses del todo y cuando construye una narrativa del presente como parte de una tradición. Oculta cuando representa en una forma que oculta relaciones o procesos. Unifica cuando construye símbolos de unidad. Fragmenta cuando define un enemigo. Finalmente, reifica cuando presenta un estado de cosas como eterno negando su carácter social.

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verdadero a lo falso – es presentado en oposición a los espejismos ideológicos de los “slogans del populismo”, es una de ellas. 13

No hay posibilidad de soluciones mágicas. No hay más remedio que ir al fondo del problema y “revertir la política estatizante” como rezan los mencionados Documentos Básicos del Proceso. (Sociedad Rural Argentina, Memoria Anual, 1981)

La apelación al realismo coincide con la incorporación del discurso de la ciencia económica. Dentro del mundo empresarial, la Asociación de Bancos Argentinos (ADEBA) es quien representa con más claridad esta perspectiva, diferenciándose de corporaciones tradicionales como la Sociedad Rural Argentina (SRA). ADEBA, sostiene Mariana Heredia “insistía en la posesión de un saber y de una práctica específicas: el saber de los economistas y la práctica de los hombres de negocios” (Heredia, 2003: 86).

La Primera Convención de Bancos Privados Nacionales tuvo como propósito central examinar en el más alto nivel técnico, los lineamientos de un sistema financiero al servicio del desarrollo económico nacional. (...) Los grandes problemas nacionales, en efecto, deber ser objeto de un análisis serio. (ADEBA, Convención Anual, 1983)

Eficiencia y modernización, expresiones de una mayor racionalidad, son también elementos constitutivos del discurso. La modernización se vincula con la racionalidad y es vista como la puerta de entrada al mundo desarrollado, representado por los países industrializados y visto como prueba de la necesidad de liberalizar la economía. La imagen del “primer mundo” cumple una doble función en el discurso: por un lado, se sostiene (aún cuando sea falso) que la causa del desarrollo de esos países fue la temprana introducción del liberalismo.14 Por otro lado, se argumenta que en la medida que el liberalismo a “triunfado” en el mundo, adoptarlo no es ya una opción, sino una cuestión de supervivencia.

Es imperioso aprovechar el ejemplo de otros países que se están volcando hacia la apertura de sus economías, de modo de lograr inversiones privadas del exterior que permitan incrementar sus actividades productivas y movilizar recursos naturales. De lo contrario, la Argentina quedará marginada de los beneficios que el progreso económico en otras regiones del mundo pueda traerle aparejados. (Bolsa de Comercio, Memoria Anual, 1984)

Los elementos del discurso empresario señalados resultaron cruciales no sólo para su

aceptación dentro del campo político, sino también para la unificación de un espectro empresario altamente heterogéneo. Aún de manera implícita, el discurso empresario durante los años ochenta refería, al tiempo que servía de base para su difusión, una y otra vez al paradigma

13 El realismo liberal se apoyaba en la defensa ideológica de la visión económica como mirada objetiva. Por supuesto, los supuestos que conforman las teorías económicas del equilibrio general o el libre comercio no eran tomados como axiomas indiscutibles. La mirada económica imponía a su vez determinadas lecturas sobre los fenómenos que se analizaban. Así, desde esa perspectiva el problema de las empresas públicas era analizado en términos de “eficiencia” olvidando por completo que el rol del estado, sus instituciones y también sus empresas no puede ser evaluado con los mismos criterios que una empresa privada. 14 Este argumento es no sólo simplista sino también falso. Como Hajoon Chang (2003) ha demostrado, no es cierto que los países desarrollados hayan seguido estrategias liberales para alcanzar el desarrollo durante el Siglo XIX. Por el contrario, distintas formas de proteccionismo, pillaje, esclavismo, masacres masivas de las poblaciones originales, y destrucción de potenciales competidores fueron prácticas ampliamente difundidas. Lo que llama la atención de autores como Chang (2003) y Shaik (2004) es que esos países presionan ahora a los países en desarrollo para que adopten políticas orientadas al libre comercio, la inversión extranjera y la protección de la propiedad intelectual que ellos evitaron durante su propio desarrollo; la aplicación de esas políticas asegura la perpetuación de las diferencias entre los países. Lo que resulta incluso más llamativo es que los empresarios locales de muchos de los países en desarrollo demanden también la aplicación de tales políticas.

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neoliberal. El énfasis en el mercado como contracara del intervencionismo, la racionalización de la economía, la inserción en el mundo desarrollado, entre otras, constituían bases comunes que entrelazaban los discursos locales con las ideas que circulaban internacionalmente. Esas percepciones empresarias, a su vez, prefiguraron sus acciones políticas y ampliaron la legitimidad de las políticas neoliberales. Así, cuando el gobierno de Carlos Menem planteó la transformación estructural como la única opción, sus contenidos no eran, en parte gracias a la prédica empresarial, desconocidos dentro del campo político. Los empresarios se habían encargado, aún cuando de manera simplificada y fragmentaria, de hacerlas conocer. La posición de los empresarios como paladines de la modernidad y la racionalidad, por otro lado, contribuyeron a forjar la imagen de un empresario dinámico que podría sacar adelante al país una vez quitado el lastre del intervencionismo estatal. Todas estas imágenes no sólo influyeron sobre la toma de decisión por parte del gobierno peronista, sino que también condicionaron la acción política empresaria: durante los ochenta, produciendo visiones simplificadas de las consecuencias de las reformas; durante los noventa, condicionando su capacidad de disenso y de proponer un modelo alternativo a la convertibilidad.

2.2 Las diferencias

El acuerdo empresario en torno al neoliberalismo era menos sólido de lo que a simple vista

parecía. Creado sobre la base de un conjunto de proposiciones generales, ocultaba profundas contradicciones internas. Si el argumento liberal suponía que el estado era el culpable y era imperioso transformarlo, no había acuerdo sobre como modificarlo. No existía incluso acuerdo respecto a lo que “estado” significaba para cada sector. En cambio, cada sector percibía en la reforma del estado la posibilidad de obtener beneficios específicos que supondrían la trasferencia de ingresos desde los demás sectores (justificado, en cada caso, por la importancia estratégica del sector en cuestión).

Las diferencias internas del campo empresario en lo que respecta a la reforma del estado se relaciona en primer lugar con tipo de vínculos que cada sector, o incluso cada empresario particular, mantenían con él. A mayor dependencia del estado, mayor el interés en que su retirada no sea completa. Por ejemplo, mientras la SRA propiciaba una reforma drástica, entidades como la Cámara Argentina de la Construcción y la Unión Industrial Argentina (UIA) planteaban una modificación “parcial”. La importancia de la inversión, subsidios y compras estatales para estos sectores, del mismo modo que para algunos de los Capitanes de la Industria, explicaría en principio este comportamiento.

Las divergentes formas de plantear la retirada del estado suponían diferentes maneras de definirlo y de entender las relaciones entre éste y el capital. La pertenencia a distintos sectores o ramas de producción, su relación con los mercados, las tradiciones culturales y las lógicas de acción política predominante funcionaron en este contexto como elementos diferenciadores al interior del mundo empresarial. La cuestión fundamental que se encontraba en juego era, si de reducir gastos se trataba, cuáles gastos debían ser recortados. Así, mientras para la SRA la clave estaba en eliminar los subsidios a la industria y así eliminar las retenciones a las exportaciones, la UIA y la Cámara Argentina de la Construcción planteaban que el estado debía renunciar a gastos “superfluos” (en seguridad social, por ejemplo) para destinar esos fondos al incentivo de dos sectores claves de la economía: la industria y la construcción.

Estas contradicciones internas quedaron sin embargo ocultas durante buena parte de la década de los ochenta: entre 1986, cuando se comenzaba a avizorar el fracaso del Austral, hasta el momento en que el gobierno menemista poner en marcha las reformas estructurales, las diferencias fueron casi imperceptibles, al menos en el plano discursivo ya que eso no se reflejó necesariamente a nivel de la práctica política. Las tensiones se harían recién evidentes cuando la puesta en marcha de las reformas mostraría que ellas deberían necesariamente distinguir entre ganadores y perdedores. Pero aún entonces, aquellos empresarios perjudicados por la nueva política económica se vieron inhibidos para oponérsele. Es en este sentido que el clima

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ideológico funcionó como condicionante no sólo de las opciones políticas, sino también de la propia acción empresaria. 2.3 Hiperinflación y consenso neoliberal: la construcción de la mirada unificada

A pesar de su debilidad, el mantenimiento del consenso empresario fue posible gracias a la

casi total ausencia de debate acerca de la forma concreta que adoptarían las reformas. El acuerdo empresarial se construyó entonces sobre la base de un conjunto de supuestos básicos que se asumían como válidos. El acuerdo, a su vez, fue en todo momento mucho más sólido respecto a los diagnósticos y su mirada crítica del intervencionismo y el gobierno radical en general. Fue mucho más endeble, sin embargo, cada vez que los empresarios debieron pasar a la acción y darle un contenido concreto a los enunciados generales. Esta construcción de un universo común de ideas se asemeja a lo que, analizando los orígenes del capitalismo, Albert Hirschman (1999) ha llamado la “dimensión táctica”, es decir, “propuestas y opiniones compartidas por un grupo que se las consideraba tan obvias como para no molestarse en articularlas plena o sistemáticamente”.

Los conflictos aparecieron por lo tanto cada vez que emergió la posibilidad de que la demanda general se tradujera en políticas específicas. Eso sucedió durante los intentos de privatización lanzados por el gobierno radical en 1986 y 1987, durante el Plan Primavera y, fundamentalmente, con el inicio del plan de reformas del gobierno de Carlos Menem. Sin embargo, a medida que avanzaba la década las posibilidades de que los empresarios expresasen sus diferencias con el modelo se fueron acotando. La doble función simbólica de hiperinflación y convertibilidad, la primera como prueba irrefutable del estatismo y la segunda como demostración de los argumentos neoliberales, conformaron el límite de lo posible para las acciones empresarias.

La hiperinflación fue, tanto para los empresarios como para los intelectuales del neoliberalismo, la evidencia del fracaso del gobierno radical y el modelo que éste supuestamente representaba. La hiperinflación no era más que la muestra de la caducidad del estatismo y el “dirigismo socializante”. Desde el punto de vista neoliberal, era el resultado lógico de políticas inútiles.

Existe una amplia literatura que explica como los planes heterodoxos han fracasado tratando de detener la inflación en Argentina, pero no hay trabajos que analicen las medidas heterodoxas utilizadas para manejar la hiperinflación. De mayo a julio de 1989 tenemos evidencia empírica de un gobierno populista empleando medidas heterodoxas para detener una hiperinflación. Por supuesto, la hiperinflación no sólo no se detuvo, sino que se aceleró. (Roque Fernández, 1990:18) La hiperinflación apareció en la sociedad argentina como un torbellino del que nadie pudo

escapar y amenazó con disolver los ya debilitados lazos sociales (Sigal y Kessler, 1997; Sidicaro, 2001). La crisis tuvo consecuencias profundas y perdurables tanto en la economía con en la memoria colectiva de los argentinos. El vínculo que el neoliberalismo logró establecer entre intervencionismo estatal e hiperinflación dejó pocas dudas sobre la continuidad del modelo de acumulación todavía vigente. Al mismo tiempo, al introducir exitosamente el axioma de que cuanto mayor la crisis mayor debía ser la respuesta, tampoco quedaron dudas sobre el hecho de que las medidas a aplicarse debían ser radicales.

El éxito de los promotores del neoliberalismo al presentar la hiperinflación como una consecuencia necesaria de lo que ellos habían advertido durante años produjo un cierre respecto a los modos de interpretarla. Al ser admitida la interpretación neoliberal otras explicaciones posibles fueron desacreditadas. La fuerza del argumento se incrementó aún más cuando, tras la llegada de Carlos Menem y la puesta en práctica de las reformas, la inflación pudo ser controlada. Desde entonces y por más de una década, el discurso ideológico asoció exitosamente

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al estatismo con la hiperinflación y a las reformas estructurales – o cierta versión del neoliberalismo – con la estabilidad económica. La convertibilidad redujo aún más las opciones políticas. Luego de 1989 las alternativas que implicaran intervención del estado en la economía carecían de sustento dentro del mundo empresarial y no eran planteadas aún por aquellos que la convertibilidad perjudicaba. El cierre producido por la forma en que se asociaban estado e inestabilidad hizo posible que las expresiones de disenso fueran escasas durante buena parte de los años noventa.15 Los debates en torno a la convertibilidad en sus dos últimos años muestran el enorme poder simbólico que la antinomia estabilidad – caos, herencia del proceso ideológico de los años ochenta, tuvo en la sociedad argentina de los noventa.

3. La práctica empresaria de los años ochenta. Los objetivos coyunturales y sus efectos de

largo plazo.

Desde el punto de vista empresario, la década del ochenta encierra una inquietante

paradoja. Comienza marcada por una crisis que es vista por muchos de ellos como la “peor crisis de la historia”. Culmina en medio de una crisis económica, política y social aún peor que la primera. La crisis con que comienza la década fue el resultado del plan económico liberal instrumentado por Martínez de Hoz con el objetivo de transformar estructuralmente al país (Basualdo, 1988; Sidicaro, 1989; Schvarzer, 1998). La segunda, que encuentra su máxima expresión en la hiperinflación de 1989, señaló el punto de partida a un conjunto de reformas que se asemejaban en gran medida a las planteadas por el ministro setentista. Así, mientras al finalizar los años setenta muchos empresarios veían en el liberalismo la peor de sus pesadillas, al comenzar los noventa esos mismos empresarios exigían la implementación de políticas de esa orientación. ¿Qué sucedió en el medio? ¿Qué hizo que en menos de diez años un conjunto similar de reformas pasaran del infierno al paraíso de las políticas públicas?

El apoyo empresarios al neoliberalismo puede ser explicado, como hemos visto, por el modo particular en que se articuló el discurso ideológico: diferencias y contradicciones estructurales presentes en el interior del campo empresario fueron minimizadas por un discurso homogeneizador sustentado en supuestos abstractos raramente debatidos. Sin embargo, la adhesión al neoliberalismo y, más concretamente, la forma específica que éste adquirió en Argentina no resultaron únicamente de la adopción de una determinada matriz ideológica. Por el contrario, aún cuando la ideología sirvió como guía para las acciones políticas empresarias, fueron esas acciones las que en gran medida dieron forma y sustento a la versión del neoliberalismo que sería introducida en los noventa. El tipo de demandas, las estrategias empleadas para efectivizarlas y, sobre todo, los vínculos empresariales con el estado, son piezas fundamentales de este proceso.

A diferencia de lo que ocurría a nivel del discurso, en el de las prácticas los enfrentamientos entre empresarios fueron habituales, aún cuando no lo suficiente como para romper el acuerdo. El lugar atribuido al estado ayudó a mantener la ilusión de homogeneidad: por un lado, demandas y críticas se dirigían exclusivamente al estado; por otro lado, era el estado quién debía proveer soluciones. Por consiguiente, los conflictos interempresarios aparecían mediados y desdibujados por esa figura del estado.16 La imagen del estado defendida por los

15 En términos generales, y más allá del caso argentino, los problemas a los que los empresarios locales deben enfrentarse tras un proceso de apertura de la economía constituyen una parte fundamental de las inconsistencias de la teoría de libre comercio (Shaik, 2004). Según Aimar Shaik, el supuesto de que el acceso a los recursos internacionales supondrá un beneficio para el desarrollo es básicamente erróneo y es falso por lo tanto que la liberalización produzca crecimiento. Por el contrario, “no hace a las naciones igualmente competitivas sino que expone a las más débiles a la competencia de las fuertes”. Shaik sostiene que la liberalización del mercado beneficia a las firmas de los países desarrollado en la medida que ellas están más avanzadas tecnológicamente. El libre mercado, sintéticamente, castiga a los más débiles. 16 La posición del estado resultaría determinante en la manera en que los conflictos se expresarían en la década de los ochenta. La posición de la CGT es ilustrativa en la medida que la forma de plantear sus demandas produce que el conflicto básico no sea entre el trabajo y el capital sino entre el trabajo y el estado por un lado y el capital y también

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empresarios locales en congruencia con las corrientes internacionales tuvo un alto valor estratégico desde el punto de vista político. Ante la creciente legitimidad del antiestatismo, distintos sectores empresariales comenzaron a utilizar una retórica y un estilo neoliberales como forma de presentar y justificar, en el campo político, demandas puntuales que eran planteadas como parte de un proyecto más amplio. Esta estrategia resultó efectiva en muchos casos, aunque contribuyó al mismo tiempo a instalar el discurso neoliberal dentro del campo político y a proyectar una imagen de un empresariado que compartía los intereses más fundamentales.

Su relación con el estado y el gobierno es una de las dimensiones fundamentales que articula la práctica empresaria. Las decisiones adoptadas por el gobierno en materia de política económica, así como la expresión de sus puntos de vista respecto a los problemas más generales, afectan la toma de decisión empresaria y la elección de sus estrategias políticas. Durante los años ochenta, la acción y percepción empresaria influyeron, pero también fueron influidas por, la transición operada en el gobierno radical desde un diagnóstico keynesiano a comienzos de la gestión a uno más próximo a la ortodoxia neoliberal en los últimos años de la década. Es así que el cambio de paradigma político es un resultado no sólo de un proceso ideológico sino también de las prácticas políticas que emergen de la compleja relación dialéctica entre estado y actores políticos, particularmente los empresarios locales. Esas acciones, entonces, no buscaban necesariamente la instauración de un nuevo modelo. En muchos casos, las demandas empresarias perseguían intereses puntuales y de corto plazo. Es sin embargo la dinámica adquirida por esas prácticas lo que acaba dando lugar a un cambio de paradigma y a la aplicación del conjunto de políticas de reforma estructural. Es también esa dinámica la que termina enfrentando a muchos empresarios, en el mediano plazo, con consecuencias no deseadas de su acción. 3.1 Del fin de la dictadura a la hiperinflación

En el marco crítico de los últimos años del autodenominado Proceso de Reorganización

Nacional se produjo un cambio fundamental en las tradicionales relaciones entre empresarios y militares: los primeros dejaron de ver a los segundos como el agente fundamental de “modernización”. El cierre de los canales institucionales, la imprevisibilidad interna demostrada por las cúpulas y el fracaso en la guerra de Malvinas fueron elementos que contribuyeron a que los empresarios dejaran de considerar los golpes de estado la mejor alternativa (Acuña, 1995; Halperín Donghi, 1994). En ese contexto, se produjo un inusitado apoyo a la democracia en los meses previos a las elecciones de 1983. Ese apoyo era generalizado aún cuando entidades como la UIA – intervenida durante los años del proceso – se mostraban más favorables que otras como la SRA. La aceptación empresaria de las vías democráticas resultó un elemento fundamental en el desarrollo político de la década. Sin embargo, no fue sino hasta el levantamiento militar de la semana santa de 1987 que el este cambio fue evidente, cuando el empresariado abiertamente prestó su apoyo al gobierno radical17 (Schvarzer y Sidicaro, 1987). En los primeros años de los ochenta la aceptación de la democracia coincidía con la búsqueda de una explicación al fracaso del programa económico de José Martínez de Hoz, ministro de economía durante la dictadura militar. ¿Cómo explicar que un programa demandado por el propio sector empresario hubiera acabado perjudicándolos? ¿Quiénes eran los culpables de lo ocurrido? Los empresarios rápidamente señalaron al ex ministro como el principal responsable. Esa estrategia suponía concentrar las críticas en la ineficiencia del equipo

el estado por otro. Esto hizo posible que, por ejemplo, en 1984 la CGT conformara, junto con la mayoría de las corporaciones empresarias, el G 11 con el objetivo de plantear una serie de reclamos al gobierno radical. 17 Una muestra de la medida en que esa hipótesis circulaba dentro del campo político e intelectual lo ofrece uno de los intelectuales del Proceso, Juan Alemann, quien anunciara, pocos meses después de asumido el gobierno radical, un “descubrimiento” bautizado como la “Ley de Alemann”. Dicha ley establecía lo siguiente: “A partir de 1930 los años que median entre un golpe militar y el siguiente se reducen cada vez en un año, (…) por lo que es posible pronosticar un golpe de Estado para el año 1985”. Para evitar su caída, decía, “el gobierno de Alfonsín no debe sacrificar las soluciones efectivas y la razón al prejuicio político ni confundir deseos con posibilidades reales” (La Prensa, 26 de abril de 1984).

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económico antes que en los contenidos liberales del plan. La diversidad del tono y dureza de las críticas, a su vez, demostraban que no todos habían sido afectados de igual modo por las transformaciones económicas.

Entre los críticos más duros se encontraba la UIA que sostenía que el modelo aplicado por el ex ministro – un verdadero “monstruo de Frankestein – había dejado al sector productivo al borde del colapso (Villarreal, 1987). Las demás corporaciones se repartían entre aquellas que criticaban ciertos aspectos del programa (como la Cámara Argentina de la Construcción) y aquellas otros que defendían los fundamentos de la política de Martínez de Hoz. Entre estas últimas, entidades tradicionales como la SRA y la Bolsa de Comercio sostenían que el problema no había sido las políticas en sí sino las condiciones en que habían sido implementadas en el marco del Proceso.

Se pretende que la situación actual es consecuencia de la política de mercado libre adoptada a partir de 1976, la cual habría demostrado así su falta de idoneidad. Nada más equivocado que esto. El fracaso se debe atribuir a que sólo se dejaron funcionar aspectos parciales de la economía de mercado (…). La solución al problema es dar real vigencia a esta economía de mercado que nunca se probó íntegramente (SRA, Memoria Anual, 1981).

La defensa ideológica de los “principios básicos del Proceso de Reorganización Nacional” se sostenía fundamentalmente en un acuerdo de principios con el propósito político de la dictadura. Su gran logro, más allá de los problemas de ejecución en su (correctamente diseñado) programa económico, había sido la restauración del “orden”.

La armonía, la tolerancia y la solidaridad tienen que sustentar la paz interior y esa paz servir de apoyo a las acciones destinadas a asegurar el estado de la Constitución (Bolsa de Comercio, Memoria Anual, 1983).

En el caso de corporaciones como la ADEBA, la defensa de la política económica de la

dictadura era más pragmática. Distinguiendo entre los objetivos de la política económica y los resultados obtenidos, ADEBA buscaba identificar las causas que habían hecho que el programa no funcionara. El problema, decía, no había sido de orientación, sino de aplicación: “la política de apertura y liberalización indiscutiblemente acertada, resulta en su implementación demasiado enérgica para muchos” (Clarín, 31/12/1981).

La conclusión que se desprendía de estos argumentos era que el fracaso del programa se había debido a que éste no había podido llevarse a cabo hasta sus últimas consecuencias. Tal como sostenía la Bolsa de Comercio en junio de 1982 (Clarín), “el modelo liberal no está agotado, los males se deben al dirigismo”. Así, se ofrecía una explicación de la historia reciente que sostiene que no debía hablarse de fracaso del liberalismo porque lo que había habido en Argentina no era liberalismo, sino una nueva reedición del “dirigismo estatal”. Por lo tanto, como nunca había sido puesto a prueba, la salida liberal seguía siendo una alternativa novedosa y la idea de fracaso económico seguía quedando asociada al estatismo. Este tipo de argumentos se reproduciría luego en el transcurso de la década.

La Argentina de estos días se encuentra en condiciones inmejorables para realizar una experiencia absolutamente original e inédita en nuestras latitudes: la revolución capitalista.(...) En el momento actual, desde el gobierno se emiten señales inequívocas que marchan en sentido favorable al capitalismo, pero al mismo tiempo se dicen y hacen cosas que, en el mejor de los casos, plantean dudas acerca del camino que estamos siguiendo.(...) Así, se insiste en que el buen camino consiste en sacar a los que tienen para dar a los que no tienen. Nadie duda que debe asistirse a quienes padecen necesidades extremas (...). Pero impulsar un distribucionismo a la

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Robin Hood es la mejor garantía de que fracase cualquier intento de desarrollo capitalista en el país (López Alonso, 1989: 19).

3.2 Los primeros años del gobierno radical

El gobierno de Raúl Alfonsín accedió al poder en 1984 en el contexto de la crisis

económica e institucional heredada de la dictadura militar. El desmantelamiento del modelo sustitutivo y una severa desindustrialización respecto a los niveles de la década del 70 así como un estado con sus capacidades severamente dañadas eran algunas de las características del país que recibían los radicales (Basualdo y Aspiazu, 1989; Sidicaro, 2001).18 A esto se sumaba una deuda externa que, multiplicada por siete durante la dictadura (Basualdo, 1988), acentuaba la crisis de autonomía y capacidades estatales ya que las obligaciones que ésta imponía limitaban la composición del gasto público y agudizaban el déficit fiscal. La inflación, otro de los problemas que el radicalismo debía enfrentar, no sólo era el indicador más preocupante de la economía sino que representaba además un perjuicio para las arcas del estado complicando aún más su capacidad de control del ritmo económico. La desocupación, la caída de los ingresos reales y la expansión de la pobreza, por último, eran fenómenos que afectaban profundamente los tejidos sociales.

Lo llamativo del primer año de gobierno radical no fueron sin embargo los problemas que debió enfrentar sino la manera en que éstos, así como sus soluciones, fueron evaluados. En este sentido, si esos problemas eran en cierto sentido similares a los que encontraría Carlos Menem en 1989, los diagnósticos y las políticas propuestas para solucionarlos fueron completamente diferentes. A diferencia de lo que ocurriría años más tarde, lo económico ocupaba durante los primeros años del gobierno radical un lugar secundario frente a la importancia atribuida a lo político como la dimensión prioritaria (Botto, 1999: 87).19

La democracia será así no sólo la expresión de una voluntad mayoritaria sino también el seguro de un progreso permanente, sin retrocesos, del pueblo argentino. Por lo tanto la solución política de la crisis nacional no pertenece a un solo sector, ni se logrará actuando sobre un solo sector. (…). Pero tampoco habrá democracia con gobiernos civiles que no cuenten con la capacidad suficiente para revertir la situación de emergencia nacional creando las bases sólidas para el desarrollo sostenido del país. (Unión Cívica Radical, Plataforma Electoral, 1983)

De este modo, los esfuerzos del gobierno estuvieron orientados en esta primera etapa a

resolver la cuestión militar y democratizar a los sindicatos. La creencia en la política como medio para solucionar los problemas se reflejó también en el modo en que Raúl Alfonsín se ocupó del frente externo, tanto en la resolución del conflicto con Chile por el canal del Beagle – resuelto por medio de un plebiscito popular – como en la negociación de la deuda externa donde, sin éxito, intentó constituir un frente negociador entre los países deudores de América Latina.20 18 Según Eduardo Basualdo y Daniel Aspiazu (1989), como resultado del endeudamiento y la especulación financiera producida durante la dictadura la estructura productiva en que se basaba el régimen sustitutivo se encontraba a comienzos de los ochenta completamente desmantelado. No sólo el número total de empresas había disminuido, sino que además las industrias metalmecánicas habían sido desplazadas por las productoras de bienes intermedios. 19 La conformación del primer gabinete del gobierno radical resulta coherente con esta visión de la política. Los ministros designados por Alfonsín en 1983 habían formado parte, en su mayoría, del gobierno de Arturo Illia entre 1963 y 1966. Entre ellos estaban Germán López, Roque Carranza, Alfredo Concepción, Roberto Pena, Félix Elizalde, Raúl Borrás y el propio Bernardo Grinspun. Todos ellos provenían del partido radical, tenían su gente, su tradición partidaria, eran fieles a la autoridad de los jefes y compartían un proyecto keynesiano de reconstrucción de infraestructura pública, “como condición de un estado fuerte, capaz de generar demanda y sentar las bases del desarrollo” (De Riz y Feldman, 1991:8). 20 La importancia de los vínculos políticos con América Latina se reflejaría aún años después con la firma de los tratados darían el inicio al Mercosur. Como sostenía Alfonsín en la ocasión esa ocasión: “Nosotros queremos un

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La confianza en la democracia y la política cobran sentido en el contexto de los tempranos ochenta en la medida que la práctica política había estado ausente durante años en el país. El deseo de participación política formaba parte de un clima cultural que excedía las proposiciones políticas del radicalismo. Es por lo tanto en el transcurso de la década que la política como preocupación principal será desplazada por la economía. Luego de la hiperinflación y la estabilización de la economía que le siguió, la economía se constituiría en el eje indiscutible del campo político. La importancia de esta dimensión fue, sin embargo, relativamente secundaria durante buena parte de los ochenta.

Esta es la marcha nueva de los argentinos; hemos revalorizado la democracia. Cada uno ha entendido que la única forma de solucionar nuestros problemas es a través de la recuperación de nuestros derechos y nuestras libertades. Cada uno ha entendido que con la democracia se come, se cura, se educa. Cada uno ha entendido que hubiera bastado un solo diputado levantando su voz en el Congreso para que estos ‘nenes de papá’ que manejaron la economía hubieran tenido que desaparecer de la casa de gobierno. (Alfonsín, discurso de cierre de campaña, Ferrocarril Oeste, 1983) Desde una perspectiva político-céntrica la inflación era definida en esos primeros años del

gobierno de Alfonsín como el resultado de la puja distributiva entre distintos sectores de la economía. Por lo tanto, si la inflación era un problema político antes que económico, política debía ser la solución. Reforma del estado e inflación eran aún términos independientes. La reforma estructural tampoco formaba parte de los objetivos de Bernardo Grinspun, primer ministro de Alfonsín y viejo miembro del partido Radical.21 La crisis económica se explicaba, según él, por problemas de liquidez que no requerían transformaciones profundas. La posibilidad de resolver los problemas de la economía a través de la política así como los planes radicales para activar la producción requerían – y suponían – la existencia de un estado fuerte, autónomo, y capaz.22 Es esta concepción del estado la que llevó al gobierno a intentar colocarlo “en una posición de distancia respecto a los diferentes intereses sociales, suponiendo que no cabía ceder a las presiones de los sectores perjudicados” (Schvarzer y Sidicaro: 1987).

Esta posición del radicalismo respecto a las funciones del estado tuvo importantes consecuencias sobre el modo en que se plantearon las relaciones con los factores de poder. Durante el primer año de gestión las entidades “expresaron su disconformidad con el estilo que se le daba a la gestión del estado” (Schvarzer y Sidicaro: 1987), dejando de lado rápidamente el optimismo con que había sido recibido el triunfo del radicalismo sobre el peronismo.

El desconocimiento del proceso formativo de los precios (...) indicaba bien a las claras que el camino elegido no era el correcto y que se volvían a repetir viejos errores. Los resultados serían los de siempre: desaparición de la rentabilidad y

futuro propio, libre, orgulloso, donde cada pueblo y cada hombre pueda decidir su destino. Así, frente a los cínicos, somos la esperanza porque no aceptamos que el precio de la paz sea la subordinación de los más débiles (...). Estamos convencidos de que la democracia es el marco más propicio para alcanzar metas de desarrollo” (Alfonsín, Palacio de Planalto, 10 de diciembre de 1986). 21 La propuesta del plan económico consistía en resolver el problema de la inflación sin perjudicar los ingresos. Sus objetivos eran controlar la inflación al tiempo que lograr el crecimiento y la redistribución. Para esto se estableció un sistema de pautas para controlar la evolución de los precios, los salarios, el tipo de cambio y las tarifas de los servicios públicos, pero estas pautas fueron ignoradas (Gerchunoff y Llach, 1998). Para Grinspun y su equipo, por lo tanto, el tema económico era, a pesar de su dificultad para resolverlo, secundario frente a otras prioridades del gobierno (Botto, 1999: 87). Esta política se apoyaba en un diagnóstico que suponía que la crisis económica se debía a problema de liquidez, y que por lo tanto era pasajera y podía resolverse con un ajuste y suponía a su vez un estado con las capacidades suficientes como para ejercer control sobre la economía y sus actores. 22 Se comprende por autonomía estatal la capacidad de sus funcionarios de formular sus propios objetivos y de implementar las políticas que de ellos derivan, aún contra la oposición de intereses sociales; supone la “no penetración” del Estado por esos intereses (Skocpol, 1999). La capacidad, por otro lado, depende entre otras cosas de la estructura institucional y sus posibilidades de operar sobre la sociedad (Viguera, 2000).

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desaliento a la inversión, cosa que efectivamente ocurrió. Los resultados serían los de siempre: desaparición de la rentabilidad y desaliento a la inversión, cosa que efectivamente ocurrió. (Unión Industrial Argentina, Memoria Anual, 1984)

Las críticas empresarias apuntaban a la orientación de la política económica, considerada

“estatizante, anticapitalista y socializante”. Es alrededor de estas críticas que comenzó a generarse un consenso empresario – compartido también por la CGT – que identificaba al estado como el culpable de la crisis y, para algunos, el enemigo del capitalismo y el crecimiento económico. Este planteo general coexistía a su vez con múltiples demandas sectoriales que le exigían disminuir los gastos destinados hacia en algún sector para ser transferidos hacia algún otro. Frente a un estado en quiebra, esas demandas no podían ser todas satisfechas, provocando fuertes conflictos intra-capitalistas por el modo en que los gastos debían ser reducidos y redirigidos. Esas demandas sectoriales, sin embargo, eran todas enmarcadas dentro del universo discursivo del neoliberalismo y pretendían ser legitimadas al ser presentadas como parte de una estrategia global, de largo plazo, y que respondía al bien común. Como sostenía un dirigente de la SRA: “Estamos aquí para defender el país y eso es lo que no entienden los ideólogos en barbecho que rodean al presidente Raúl Alfonsín” (La Nación, 2/3/1985).

La forma en que se articularon las demandas dieron lugar a un complejo entramado de alianzas al interior del campo empresario. Una de las primeras en constituirse fue el Grupo de los 11 (G11), que incluía además de las entidades empresarias más importantes a la CGT. El G11 fue una expresión de un temprano consenso que, colocando al estado como adversario político, veía en “el redimensionamiento del estado empresario, la reducción del déficit, el control de precios y la negociación de la deuda externa” (Clarín, 7/2/1985) los temas de los que el gobierno debía ocuparse.

El primer tramo del gobierno de Raúl Alfonsín fue determinante entonces en la medida que trazó los límites dentro de los cuales el radicalismo se desenvolvería a partir entonces. El paulatino corrimiento de la política como dimensión privilegiada es quizás uno de los factores más importantes. De a poco, la economía se iría convirtiendo en la principal preocupación y objetivo del gobierno. En términos de la relación empresarios – gobierno, por otra parte, durante esta etapa, y con el ascenso de los Capitanes de la Industria, se produce un reconocimiento tácito del creciente poder adquirido por los grandes conglomerados durante la década anterior. Al mismo tiempo, el intento de distanciamiento de los intereses empresarios representa una medición de fuerzas entre estos últimos y el gobierno, un último intento por parte del gobierno de disciplinar al capital. El fracaso de la iniciativa radical marca la forma que las relaciones entre estado y empresarios tendrían desde entonces. Una vez que el gobierno resignó el uso de la capacidad estatal para disciplinar las acciones empresarias, no sólo se tornó más dependiente de sus intereses coyunturales sino que sepultó además toda posibilidad de definir, impulsar e imponer un modelo económico autónomo. Al renunciar al disciplinamiento del capital a partir del estado, la calidad y objetivos del intervencionismo estatal perdieron fuerza y sentido. A diferencia de lo ocurrido en los países asiáticos donde el intervencionismo estatal fue empleado para imponer a los capitalistas un modo de acumulación determinado (Evans, 1992; Amdsen, 1990), en la Argentina de los ochenta el intervencionismo del estado se hizo cada vez más dependiente de las demandas de corto plazo de los empresarios locales.

Como sostiene Vivek Chibber, “los conflictos críticos en el proceso de construcción del estado no ocurren dentro del estado mismo sino entre éste y los actores sociales” (2003: 84). La forma adquirida por la relación entre estado y empresarios en la Argentina de los ochenta no sólo hizo inviable la disciplina del capital, sino también el planteo de una asociación estratégica entre estado y empresarios. Frente a un estado debilitado, la presencia del gobierno en la redefinición del modelo de acumulación se vio disminuida. Desde el punto de vista del estado, la incapacidad de disciplinar al capital se tradujo como incapacidad de definir un modelo de desarrollo. La concentración de poder dentro del mundo empresarial y el debilitamiento de las capacidades

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estatales luego de décadas de deterioro institucional – acrecentado durante la dictadura militar –señalaron el límite de la política radical del primer año de gobierno.23 3.3 El Plan Austral

El plan Austral, presentado en 1985 poco después de la llegada del nuevo equipo

económico liderado por Juan Sourrouille, produjo un importante cambio en la relación entre estado y empresarios. El diagnóstico del que partía el nuevo ministro sostenía como el principal problema a la inflación, causada por el desequilibrio de las cuentas fiscales. La puesta en práctica del Austral representó de este modo la aparición de las primeras referencias concretas por parte del gobierno a las reformas estructurales. Lo económico, paulatinamente, comenzaba a ubicarse en el centro de la escena. El compromiso del gobierno de no emitir para financiar los déficit era no sólo una política inédita para un gobierno democrático, sino que suponía además un acercamiento a las visiones de los sectores liberales (De Riz y Feldman, 1991:10). El plan generó importantes apoyos desde distintos sectores, reflejados en el triunfo radical en las elecciones de 1985 y en la multiplicación de manifestaciones empresarias que celebraban que el gobierno hubiera hecho de la inflación y el control del déficit en el eje de sus objetivos.

Estabilidad y crecimiento. Estas dos palabras expresan los deseos más profundos que hoy anidan, probablemente, en la comunidad nacional. En verdad, estos dos anhelos no carecen, ciertamente, de fundamento. El deseo y la necesidad de estabilidad en una sociedad que veía cernirse sobre ella, ayer mismo, el fantasma de la hiperinflación, no requiere mayor explicación. (ADEBA, Convención Anual, 1985) El Austral expresa la relación dialéctica entre gobierno y empresarios. Las nuevas medidas,

al colocar en el centro del debate al déficit fiscal, respondían en parte a los reclamos empresarios. Al mismo tiempo, el plan redefinía las percepciones empresarias ligadas al significado de la democracia en la medida que acrecentaba las posibilidades de que se introdujeran medidas congruentes con sus demandas. Ante la creencia de que el gobierno estaría dispuesto a disminuir la ingerencia del estado en la economía, privatizar e incentivar la inversión privada no sólo se modificó su relación con el gobierno sino también sus evaluaciones respecto a la democracia. Esto último se hizo evidente cuando, en la semana santa de 1987, brindaron de manera inédita su apoyo al gobierno. Por el lado del gobierno, el Plan Austral significó dejar de lado la política de distanciamiento – junto a cualquier intento disciplinador – para pasar a establecer vínculos más fluidos con distintos sectores empresarios. Se trataba también de una muestra de la incapacidad estatal para ejercer control sobre la economía sin el auxilio del capital (Sidicaro, 2002).24

Dentro del mundo empresario, el Austral cosechó tanto apoyos como críticas. El acuerdo con el plan se debía al reconocimiento por parte del gobierno de que era necesario atacar el déficit fiscal y, en segundo lugar, al éxito inicial en el control de la inflación. Sin embargo, el 23 El creciente poder adquirido por los grupos económicos integrados y diversificados es sin dudas un rasgo central en la modificación reciente de la estructura de clases de Argentina (Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1986). Sin embargo, la presencia de estos grupos no necesariamente supone que el estado no puede disciplinarlos e impulsar un determinado modelo de desarrollo, como muestran las experiencias relativamente recientes del Sudeste Asiático y en particular de Corea del Sur (Chibber, 2003; Amdsen, 1990). La forma en que son utilizados los instrumentos del estado es por lo tanto mucho más determinante. Es interesante notar que la mayor parte de los procesos de industrialización ocurridos en el Siglo XX se produjeron a partir del otorgamiento de subsidios por parte del estado a determinados sectores empresarios (en algunos casos, como en Corea o Japón, a grupos económicos similares a los argentinos). La diferencia es que en otros países el estado exigió determinado tipo de comportamientos a cambio del soporte financiero. La forma en que los subsidios fueron utilizados en Argentina, no supuso nunca su contraparte, esto es, el disciplinamiento. 24 El gobierno radical estableció estrechas relaciones con el sector industrial, en particular la UIA, clave en el diseño del Plan Primavera. Al mismo tiempo, se establecieron contactos con algunos grandes empresarios, en particular los miembros de los Capitanes de la Industria.

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énfasis puesto en los ingresos (impuestos) y el control de precios antes que la reducción del gasto público fueron resistidos desde el comienzo. Para los empresarios, la estrategia gubernamental era “una transferencia de recursos del sector privado al sector público” (Bolsa de Comercio, Memoria Anual, 1985). Es en este contexto que la idea de reforma del estado comienza a tener una forma más concreta: si las cuentas debían equilibrarse sin un aumento en la recaudación impositiva había que buscar la manera de reducir los gastos. Reforma del estado e impuestos se encuentran así íntimamente relacionados, tratándose desde el punto de vista empresarios de un convencimiento práctico antes que de una conversión ideológica.

Los contribuyentes que cumplen con sus obligaciones, han venido experimentando exacciones que no sólo resultan desproporcionadas con su capacidad contributiva, sino también con la capacidad de generación de riqueza de la economía. (UIA, Memoria Anual, 1986) Diversas consideraciones cabe formular en cuanto al método utilizado por el gobierno con tal finalidad, es decir, al fuerte aumento de la presión fiscal que derivó en un significativo incremento de los ingresos del sector público. Nuestra Institución recalcó en diferentes oportunidades y foros la falta de oportunidad de algunas de estas medidas que representaron un importante peso adicional para ahorristas y empresas. (Bolsa de Comercio, Memoria Anual, 1985)

El Austral se encontraba por diversos motivos a mitad de camino entre los programas

keynesianos de la primera etapa del gobierno radical y los planes económicos del futuro gobierno peronista. Para los radicales, si era preciso prestar atención a las variables económicas eliminando el déficit fiscal y controlando la inflación, eso debía realizarse a través del estado y no del mercado. En este sentido, la “concertación” de precios, uno de los aspectos fundamentales de la lógica gubernamental (De Riz y Feldman, 1991:12), descansaba en el supuesto de la existencia de un estado con la capacidad de ejercer controles e imponerse en las negociaciones En la medida que éste carecía de tales capacidades, sin embargo, el manejo de le economía se fue tornando cada vez más arduo para el gobierno a partir del momento en que el Austral dio señales de agotamiento y los conflictos se expandieron. Una vez reiniciada la inflación, el estado no pudo mantener su control sobre la economía y los conflictos y efectos multiplicadores de traslado de costos a precios generaron aún más inflación.

Al tiempo que se percibía la debacle del Austral, empresarios y gobierno coincidieron en señalar como solución la instrumentación de medidas más drásticas. En febrero de 1986 Raúl Alfonsín anunció el lanzamiento de un programa de privatizaciones cuyo objetivo era resolver el problema del déficit siguiendo la receta del capital y así recuperar su apoyo (Clarín, 7/2/86). En este proyecto se incluía una lista preliminar de las empresas que se privatizarían, entre las que se encontraban SOMISA y los principales polos petroquímicos.

En contraste con el tibio recibimiento empresario los anuncios causaron serios conflictos al interior del partido gobernante. Las diferencias externas expresaban las tensiones que se habían estado generando en la Unión Cívica Radical (UCR) desde la llegada de Sourrouille entre los “políticos” y los “técnicos”, entre quienes se contaba el propio ministro.25 Las privatizaciones eran para los políticos y militantes radicales un vuelco ideológico inaceptable mientras que los técnicos sostenían que era imposible eludirlas. Esta tensión jugaría un rol importante en la manera en que las reformas fueron una y otra vez planteadas desde el gobierno, en la medida que su formato evidenciaba que tanto Sourrouille como Alfonsín debieron justificar frente al partido y negociar con los políticos tanto las privatizaciones como otras medidas similares. El ministro

25 Según Liliana De Riz y Jorge Feldman (1991:13), el partido radical estaba lejos de hacer suya la bandera de la estabilidad y su único objetivo eran las elecciones de 1987. Al mismo tiempo, “el equipo económico era percibido como ‘hombres sin partido, colgados de Alfonsín’, ‘intrusos’”. Según los autores, esto hizo posible que el partido mirase desde afuera su gestión y tras el fracaso encontrara en los tecnócratas a los culpables.

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de economía, por ejemplo, justificaba la propuesta en base a la “necesidad y adecuación a los tiempos de la crisis económica” (Botto, 1999: 91). El presidente la presentaba también como una necesidad ineludible.

Las correcciones entonces tienen que ir al fondo del problema. Tenemos que comprender que ésta no es una crisis como otras: es la crisis que se produce en un país agotado, en un país gastado. (…). Si no percibimos la necesidad de actuar con mucha fuerza sobre esta realidad, el destino que tendremos lo vamos viendo desde ya. Seguiremos estando en la decadencia, llegaremos a andar como parias del mundo, marginados, sin respeto (…). La disyuntiva está clara: o vamos hacia la Argentina nueva o quedemos derrumbados y destrozados por la destrucción de la Argentina vieja. (Raúl Alfonsín, 23 de mayo de 1985) Si estos anuncios pueden ser vistos como un pasaje de la etapa propositiva a otra práctica

respecto a las reformas, la posición empresaria frente a ellos da cuenta de la naturaleza fundamentalmente declamativa de sus posiciones. En 1986, el frío y casi hostil recibimiento de la propuesta radical contrasta con las altisonantes declaraciones reclamando el desmantelamiento del estado y la venta de sus empresas. La posición de los empresarios frente a la iniciativa radical muestra en qué medida la reforma del estado se vinculaba aún con la reducción del gasto que permitiría, desde su lógica, el pago de menos impuestos. Su respuesta también muestra hasta que punto el acuerdo empresarial no contemplaba modos de acción frente al inicio de reformas concretas.

En 1987 el gobierno radical lanzó una nueva propuesta para privatizar algunas de las empresas del estado. El ministro de economía las justificó una vez más en razón de las circunstancias que obligaban a tomar este tipo de decisiones. Desde la mirada de Sourrouille, el desmantelamiento del estado aparece entonces como una respuesta política necesaria a la crisis económica. Las privatizaciones debían realizarse porque la crisis económica era consecuencia de la existencia de un estado sobredimensionado y un aislamiento del mundo que había permitido a empresarios y sindicalistas resistirse a las reformas.

Hoy quiero subrayar aquí que ni las tendencias inflacionarias, ni la baja tasa de crecimiento de la economía pueden ser corregidas con rápidas fórmulas mágicas. La inflación y el estancamiento no son el resultado de episodios aislados y fortuitos, sino que constituyen las manifestaciones de una crisis estructural de larga data. Lo que los argentinos vivimos en cada rebrote inflacionario, en cada corrida cambiaria, es, en definitiva, la crisis de una economía cerrada y un estado sobrecargado de funciones. Hoy es una estructura anacrónica que se resiste a desaparecer, y que lleva a la exacerbación de conductas especulativas y a la defensa a ultranza de intereses sectoriales. (Juan Sourrouille, discurso del 25 de febrero de 1987)

En este marco el ministro de Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno propuso la

venta de Aerolíneas Argentinas y ENTEL.26 Como la anterior, esta propuesta también fracasó, aunque las causas de este fracaso fueron fundamentalmente políticas. El plan de Terragno encontró por un lado poco eco dentro de un radicalismo debilitado por la derrota electoral de 1987. Al mismo tiempo, el Justicialismo, fortalecido tras esas mismas elecciones, se opuso

26 Este proyecto, conocido como “Programa de Julio”, incluía además de la venta del 40 por ciento de ENTEL y Aerolíneas Argentinas (también SOMISA), la desregulación del mercado de transportes y del sector de comunicaciones, la privatización de la industria química y petroquímica, la reestructuración de YPF con participación de inversión privada, una reforma financiera y la apertura de la economía al mercado mundial. Además, suponían una modificación en el financiamiento de las empresas públicas, la desregulación de algunas áreas petroleras (y la mayor participación de capitales privados en las mismas) y las tarifas de transportes y la limitación a los regímenes de promoción industrial.

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fervientemente a cualquier proyecto de privatización. Tal oposición resulta paradójica en boca de quienes se convertirían poco tiempo después en los abanderados del neoliberalismo.

Aquí se está disponiendo del patrimonio nacional, se está afectando el poder de decisión de la Nación respecto a cuestiones fundamentales que hacen al manejo de nuestra principal línea aérea (...). Aquí se enfatiza el tema de la ineficiencia de las empresas del estado, por lo menos algunas de ellas. Y yo digo lo siguiente: ¿las empresas estatales son ineficientes por naturaleza o por los malos funcionarios que las manejan? (...) Entonces, por este camino, si cada vez que una empresa ande mal, en lugar de tratar que funcione bien, vamos a rifarla o venderla al extranjero (...) nos vamos a quedar con muy pocas empresas en poder del estado y del país (..) Aquí hay un problema de soberanía (...) ¿en ese precio de mercado cuál es el valor que tiene el precio de la soberanía nacional? Yo le contesto que la soberanía nacional no tiene precio, no se vende, no se enajena ni se la debe poner en peligro. (Eduardo Menem, Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 28 de abril de 1988) El empresariado, una vez más, brindó un apoyo nulo al proyecto. Esto, sin embargo, se

debió a una sencilla razón económica: el gobierno no contemplaba la participación de capital nacional en la compra de empresas públicas sino una serie de acuerdos entre inversores extranjeros y el estado. La posición empresaria frente a estas privatizaciones muestra, una vez más, su posicionamiento pragmático frente a las propuestas de privatización. Las privatizaciones no eran “buenas” en sí mismas, sino en la medida que representaran una oportunidad de negocios. El uso estratégico del discurso neoliberal por parte del empresariado local también queda aquí en evidencia: se trató de un discurso para legitimar estrategias particulares y articular posiciones críticas, pero con un escaso contenido propositivo.

Las interacciones entre el gobierno radical y los empresarios locales en el marco de los proyectos de privatización de 1986 y 1987 revelan por último que estado y empresarios poseen intereses que no necesariamente coinciden. Muestra también en que medida los intereses empresarios no sólo no son homogéneos sino además en muchas ocasiones poco transparentes tanto para el gobierno como para los propios empresarios. Esto se debe a que los intereses no constituyen características estáticas de los empresarios, sino que se forman a través de la práctica política. Estos elementos hicieron que, aún queriéndolo, el gobierno radical no pudo ofrecer un programa de medidas que satisficiera al conjunto del empresariado. Sin embargo, las propuestas del gobierno generaron reacciones empresarias que a su vez influyeron sobre las posteriores tomas de decisión del radicalismo. Es esa dinámica en que la que se entrelazan intereses ambiguos y estrategias de corto plazo la que, a medida que la crisis se agudizaba, fue conduciendo hacia la instauración del neoliberalismo como paradigma político, más allá de los deseos de los principales actores del drama.

El retorno de la inflación luego del fracaso del Austral y la iniciativa gubernamental de realizar transformaciones estructurales colocan a los empresarios en la posición de tener que delinear contenidos más concretos para sus propuestas. Esto se expresa hacia 1987 en la aparición de una serie de documentos presentados por distintas corporaciones empresarios. La UIA, por ejemplo, publica su Propuesta de la UIA para un crecimiento económico y social con

estabilidad (UIA, 24 de marzo de 1987) y la SRA el Análisis coyuntural y un análisis para su

crecimiento sostenido (SRA, Memoria Anual, 1987). En ambos documentos había coincidencias respecto al diagnóstico y las propuestas generales; las propuestas eran, no obstante, marcadamente sectoriales al especificar cómo debía ser reformado el estado. Esas diferencias señalaban de manera contundente los límites del consenso empresarial.

Así, mientras las entidades agropecuarias exigían la eliminación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias y “todo impuesto discriminatorio, como la renta potencial, la tierra libre de mejoras, o cualquier otros similar y cualquier acción de intervención del estado que nadie ha pedido” (Clarín, 2/10/1984; SRA, 1987), ADEBA y ABRA demandaban la eliminación

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de las retenciones de impuestos a las ganancias (La Nación, 2/11/84). La UIA y la Cámara de la Construcción, por su parte, reclamaban la disminución de los gastos estatales en otras áreas para promocionar la producción.

La derrota electoral del radicalismo en 1987 y el fracaso definitivo del Austral abrieron un período de relaciones más tensas entre gobierno y empresarios. A su vez, la lógica gubernamental desplegada por el radicalismo colapsó al profundizarse aún más la crisis estatal. Cuanto más evidente se hacía la incapacidad del gobierno para imponer disciplina sobre los empresarios, más cruda se tornaba la confrontación y más extremas las medidas de presión. Desde entonces, las demandas exigirían por un lado avanzar decididamente en el proceso de reformas abandonando las pretensiones heterodoxas. Al mismo tiempo, cada posición sectorial concreta se expresaría con más fuerza a medida que la implementación de las reformas fuera vista como algo posible. De este modo, la necesidad de las reformas como propuesta general se fortalecía al mismo tiempo que las acciones por conseguir medidas sectoriales se hacían más extremas. La derrota electoral del radicalismo marca entonces un punto de inflexión a partir del cual las relaciones entre estado y empresarios se tensaron y las demandas se hicieron más directas. La derrota electoral fue, en palabras de Guillermo Alchouron, presidente de la SRA, “un llamado al presidente para que elimine las trabas que impiden crecer y privatizar” (Clarín, 7/9/1987).

La posición crítica de las entidades empresarias se iría agudizando hasta el final de la gestión radical. El Plan Primavera, por ejemplo, sería definido por CARBAP como la expresión de un “socialismo trasnochado” que ponía a “la patria en peligro” (La Nación, 17/8/1988). Las críticas rurales al Primavera expresaban una vez más las tensiones existentes dentro de cada corporación o sector empresario respecto a los objetivos de corto y largo plazo. En este sentido, aún cuando el Primavera estuviera en muchos sentidos más cercano a la ortodoxia que el Austral, suponía al mismo tiempo un acuerdo con la UIA y la Cámara Argentina de Comercio, dejando fuera al campo, perjudicado por el complejo esquema cambiario establecido por el plan. En la crítica de los hombres del campo prevalecía una mirada coyuntural. En términos simbólicos, el punto culminante de esta tensión se produjo en la Exposición Rural de 1988 donde Alfonsín fue silbado, abucheado e interrumpido varias veces mientras ofrecía su discurso en la inauguración de la muestra. Las acusaciones de mentiroso lanzadas desde la tribuna provocaron que el presidente respondiera acusando a los manifestantes de “fascistas” y amigos de las dictaduras.

A medida que la crisis se profundizaba los empresarios intentaron sin éxito avanzar con mayor claridad en la especificación de sus demandas. Uno de esos intentos lo constituyó el G17 que en abril de 1988 publicó un documento titulado La crisis desde la óptica productiva que pretendía presentar un diagnóstico y una propuesta política consensuadas (El Bimestre Político y Económico, abril de 1988). Sin embargo, al interior de cada uno de los sectores empresarios coexistían con las propuestas generales y comunes, ciertas demandas y conflictos particulares ligados a la coyuntura. Aún cuando la reducción del estado y la eliminación de impuestos eran puntos aglutinantes, la forma en que los gastos estatales debían ser disminuidos no era establecida. Otros aspectos importantes de las reformas, como la apertura económica, generaban fuertes fricciones entre distintos sectores.27 El documento del G17 expresaba, según Peter Birle, la imposibilidad de “establecer un consenso dadas las divergencias ideológicas y los estilos de acción de las distintas asociaciones” (Birle, 1997).

El consenso empresarios se concentraba, más que en las propuestas y en las orientaciones prácticas, en los diagnósticos. El acuerdo general expresaba una visión general del mundo compartida por los distintos sectores, antes que un conjunto de medidas concretas de reforma. Desde esa matriz general compartida, problemas tan diversos como los impuestos, la inflación, la competencia, la producción, las exportaciones y la legislación laboral sólo podían ser resueltos a

27 En agosto de 1988 la UIA publicó un documento crítico donde afirmaba que se oponía a la forma en que el gobierno se proponía producir dicha apertura; también se oponían la Cámara Argentina de la Construcción y algunos Capitanes de la Industria más vulnerables a la competencia externa. El CEA y CARBAP, por otro lado, se mostraban a favor.

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través de una drástica reducción del estado. Los contenidos de tal reforma, sin embargo, permanecían oscuros. 3.4 Del Plan Primavera a las reformas estructurales: hiperinflación y estabilización económica

El Plan Primavera generó fuertes conflictos entre aquellos sectores que, como la industria y

el comercio, formaban parte del acuerdo con el gobierno y aquellos que habían quedado fuera. Con el correr de los meses, sin embargo, incluso la UIA se fue distanciando del gobierno hasta que, luego que el gobierno decidiera modificar el esquema cambiario en febrero de 1989, se produjo su alejamiento definitivo junto con el de la Cámara Argentina de Comercio. A partir de ese momento, el programa económico quedaría sin ningún apoyo y desembocaría en una escalada hiperinflacionaria sin precedentes. En medio de esta compleja situación económica se produjeron las elecciones presidenciales del 14 de mayo en las que Carlos Menem resultó vencedor. Tras la derrota en las urnas, la UCR perdería toda autoridad política y el gobierno de Raúl Alfonsín se derrumbaría, viéndose obligado a traspasar el poder anticipadamente; no sin antes sellar un pacto con el peronismo que permitiría la sanción de dos leyes que resultarían fundamentales para el proceso de reformas estructurales: la Ley de Emergencia del Económica y la Ley de Reforma del Estado.

Debido a la profundidad de la crisis y de sus efectos anómicos sobre los tejidos sociales, la resolución de la catástrofe económica apareció como una necesidad que debía producirse a cualquier costo: nada podía ser peor que la hiperinflación (Canitrot y Sigal, 1994). Asumiendo el poder con un mandato fundamentalmente económico que lo diferenciaba de su predecesor, Carlos Menem incorporaría rápidamente el diagnóstico y las propuestas de reforma empresarias a su plan de gobierno. La adopción de esta visión parecía oponerse a las promesas de corte populista de los tiempos de campaña, como el “salariazo” y la “revolución productiva”. Sin embargo, la ideas neoliberales no habían aparecido repentinamente en el entorno presidencial sino que habían sido paulatinamente incorporadas durante la década los ochenta. La presencia de un grupo de economistas de orientación liberal entre los asesores del todavía candidato antes de 1989 había contribuido a la difusión de esas ideas (Camou, 1999)28. Al mismo tiempo, más allá de los slogans de campaña, su virtual plataforma electoral, el libro La Revolución Productiva. De

la Argentina especuladora a la Argentina del trabajo, defendía una concepción del estado que resultaba coherente con las expectativas empresarias.

El Estado debe deshacerse de aquellas áreas que no hacen a sus fines específicos. No puede administrar boites, poseer casas quintas, ni tener locales y oficinas desocupadas. Nuestra posición parte del concepto de separar las empresas de servicios públicos esenciales de aquellas otras actividades que circunstancialmente desarrolla el Estado. No propiciamos un Estado elefante ni un Estado bobo. El justicialismo no cree en el mito de las privatizaciones “milagrosas”. (Duhalde y Menem, 1989)

Las relaciones entre los empresarios y el estado durante la década de los ochenta y en términos más generales habían contribuido a construir un sentido común para el que las

28 La presencia de Domingo Cavallo es seguramente el dato más significativo en este sentido. Había sin embargo otro grupo de economistas de pertenencia tradicional al peronismo que intentaban congeniar la doctrina justicialista con el liberalismo. En un libro de entrevistas publicado por Varela Cid en abril de 1989, se resume parte de ese pensamiento. Allí, junto a domingo Cavallo (1989) se expresan las opiniones de Samuel Muzykanski (1989), Guido di Tella (1989) y Eduardo Curia. Incluso este último, más cercano a la tradición del peronismo, acepta la posibilidad de las reformas como una solución pragmática: “Lo que dice Menem, somos pragmáticos; ni privatistas, ni estatistas. El norte es la revolución productiva y los instrumentos más adecuados. (…). Entonces, en algunos, yo diría la UCD, es un tema dogmático, en el peronismo es un tema pragmático, y en el tema de Angeloz, un discurso confuso, una verborragia dogmática. (…). Ahora, el tema de cómo se hace la revolución productiva” (Curia, 1989: 134).

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propuestas neoliberales no resultaban extrañas. Los contactos de Carlos Menem con diversos sectores empresarios, entre ellos los que constituirían luego su principal soporte político, fueron estrechos durante el año anterior a las elecciones. El tipo de relaciones establecidas por Menem en el campo empresario revela no solamente su pragmatismo político sino también un modo de comprender las configuraciones de poder económico diferente al del radicalismo. El pragmatismo político de Menem puede ser explicado en la medida que las alianzas no suponían necesariamente coincidencias, sino que en el marco de los tempranos noventa, el acercamiento con el gran capital local era visto por el futuro presidente como la única forma de acumular y retener capital político y así sostener su autoridad29.

La estrategia de acercamiento a la perspectiva empresarial fue confirmada con la designación de un directivo del grupo Bunge y Born para el puesto de ministro de economía. Este nombramiento representó un fuerte gesto simbólico que, además de consolidar la alianza con el capital, delimitó claramente los parámetros dentro de los cuales serían definidos los objetivos de gobierno. La designación de un empresario en economía implicaba a su vez asumir como válido aquello que había sido pregonado en los ochenta: que era el sector privado y no el estado el que debía ser responsable por la administración económica. Producto de una compleja y tensa relación entre campo político y campo económico, la designación del primer ministro de economía de Carlos Menem aparece como una transición hacia una economía regulada por el mercado.30

Pero esta designación poseía además importantes significados políticos. Por un lado, se trataba de reconocer el poder de los sectores más concentrados del capital. Frente a un contexto en que “el poder de intervención de los actores socioeconómicos predominantes sobre las decisiones políticas había aumentado considerablemente” (Sidicaro, 2002: 143) la estrategia gubernamental consistía en reconocer la incapacidad estatal para disciplinar al empresariado. Finalmente, la designación de un directivo de Bunge y Born reflejaba una forma particular de relación entre estado y empresarios que apuntaba a estrechar los vínculos con los grupos económicos que habían emergido fortalecidos del proceso de valorización financiera de los años 1970 (Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1986), abandonando la lógica corporativa perseguida por Raúl Alfonsín. Esto suponía, a su vez, una forma particular de interpretar las reformas estructurales y, por lo tanto, una manera particular de interpretar al neoliberalismo.

Las reformas estructurales se iniciaron combinando medidas concretas con un conjunto de señales simbólicas destinadas a los dueños locales e internacionales del capital. Las privatizaciones se convirtieron en el objetivo primordial del gobierno cumpliendo la doble función de generación de ingresos e ícono de la orientación política adoptada por el gobierno. Estas, que incluirían entre los beneficiarios a capitalistas locales, se constituirían al mismo tiempo en uno de los instrumentos más importantes utilizados por el gobierno para distribuir recursos entre sus aliados. Aunque minoritario frente a la participación del capital financiero

29 Los contactos del candidato con los sectores más liberales del espectro empresario fueron múltiples. En 1988 afirmaba en una presentación en ADEBA que gobernaría junto a los empresarios, “los segmentos de la sociedad que saben lo que realmente pasa” (El Bimestre Político y Económico, enero 1988). En abril de ese año, un personaje del entorno de ese entonces de Carlos Menem, José Luis Manzano, se reúne con directivos de empresas petroleras (Clarín, 4/4/88). Días después Cafiero, de la Sota y Di Tella tienen un encuentro con miembros de los Capitanes de la Industria (Clarín 10/4/88). En septiembre Menem se reúne con varios Capitanes de la Industria en las oficinas de la firma Bunge y Born (Clarín, 19/9/88). En enero de 1989 se reúne con un grupo de grandes empresarios en Punta del Este (Clarín, 16/1/89). En el mes de junio, luego del triunfo electoral, Eduardo Menem, José Luis Manzano, Alberto Pierri y Eduardo Bauzá asisten a una reunión donde se encuentran, entre otros, Amalia Lacroze de Fortabat, Oscar Vicente, Franco Macri, Néstor Rapanelli, Roberto Rocca y Carlos Bulgheroni (El Bimestre Político y Económico, 6/1989). Así, no sorprenden las declaraciones del presidente electo al diario francés Liberation cuando afirma que “la Argentina será administrada como una empresa” (El Bimestre Político y Económico, 6/1989). 30 Jorge Born, presidente del grupo, explicaba así el ingreso al gobierno: “por primera vez en la historia de esta fundación y de la centenaria organización que presido, nuestro destino se vincula tan estrechamente con el del futuro gobierno, o con el éxito o fracaso de una administración pública; de ningún modo podíamos permanecer impávidos, de brazos cruzados, ante el probable derrumbe definitivo del andamiaje social, político y económico del país. Sólo puedo decirles, a quienes duden de nuestra determinación, que no hemos nacido para perder” (Clarín, 1/7/1989).

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internacional poseedor de los bonos de la deuda, el ingreso de los empresarios locales en las privatizaciones aseguró su apoyo al programa de reforma del menemismo (Schvarzer, 1998; Botto, 1999; Centeno, 2002).

Más allá de la celeridad con que el gobierno se ocupó de implementar las reformas y el éxito del menemismo en la construcción de alianzas, el proceso no estuvo libre de tensiones. No sólo la prometida estabilidad tardó en llegar sino que además a medida que las políticas concretas eran propuestas los conflictos de intereses entre distintas fracciones empresarias emergían a la superficie. En especial entre la llegada del peronismo al poder y la sanción de la Ley de Convertibilidad en 1991 estos conflictos mostraban que el consenso y demandas empresarios no eran monolíticas. Las primeras propuestas de reforma evidenciaron también que toda política discriminaría entre ganadores y perdedores y que ningún sector ni empresarios individual querían ser contado entre los segundos. Era claro que no todos aquellos que de una forma u otra habían promocionado las reformas neoliberales durante los años ochenta se beneficiarían con ellas.

Se produce la paradoja que, al menos en el caso de muchos empresarios, la realización de sus demandas resulta en un perjuicio para sus intereses. Frente al repliegue estatal y el ingreso desmedido de inversiones extranjeras, muchas de ellas especulativas, los empresarios se vieron enfrentados a intereses más poderosos que ellos tanto en términos económicos como políticos. Así, si algunos empresarios consiguieron multiplicar su capital económico gracias a los negocios que la nueva coyuntura proveyó, la mayoría de ellos sufrió una pérdida relativa de poder político en la medida que los capitales extranjeros ingresaban con el respaldo de sus propios estados de origen. La lógica financiera impuesta por el plan de convertibilidad, por último, otorgó preponderancia a éste sector sobre el productivo produciendo una severa modificación en las relaciones de fuerza. El gobierno se volvió así más dependiente de los flujos de capital desde el exterior lo que limitó la capacidad de presión de los empresarios locales (Centeno, 2002).

La forma en que el empresariado se presentó en la escena pública demandando neoliberalismo contribuyó a crear la necesidad de neoliberalismo, aún cuando en realidad las demandas empresariales fueran mucho más fragmentadas y difusas. La lógica práctica de utilizar esta ideología como forma de legitimar demandas sectoriales ayudó a construir mayores apoyos de los que tenía. La supuesta visión monolítica en torno del neoliberalismo que orientó las acciones empresarias respondía en realidad e múltiples interpretaciones de sus significados. Lo paradójico de este proceso es que esas visiones dieron lugar a prácticas que produjeron, como consecuencia no buscada, el perjuicio de un elevado número de empresarios. Al mismo tiempo, dada la manera en que lógica discursiva y lógica práctica se habían articulado durante los años ochenta, el empresariado argentino quedó incapacitado, durante años, para plantear alternativas al modelo. Los límites impuestos por el discurso neoliberal así como los cambios en las relaciones de fuerza introducidos por la apertura y la mayor gravitación del capital extranjero, en particular el financiero, delinearon los marcos de la acción empresaria durante los noventa. 4. Los intelectuales liberales

Los empresarios desarrollaron durante los años ochenta una perspectiva que al mismo tiempo que se impuso en el campo político condicionó sus propias acciones. Se trataba de un marco ideológico asociado al universo de ideas neoliberal. Ahora bien, ¿cómo y porqué los empresarios incorporaron esas ideas? Si el ser “neoliberal” no es una característica natural de los empresarios, ¿porqué adoptaron ésta ideología y qué significó para ellos? Tales ideas se consolidaron mediante la práctica política y en la relación entre estado y empresarios pero, ¿cómo se produjo el proceso a través del cual las ideas que circulaba en los circuitos internacionales fueron adoptadas por el conjunto de los empresarios argentinos? ¿Mediante qué mecanismos esas ideas, producidas en instituciones públicas y privadas de los países desarrollados, fueron distribuidas hacia los países en desarrollo? Aquí se sostiene que el ingreso de tales ideas y, sobre todo, su aceptación por parte de los actores políticos, se produjo de una

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manera mucho más compleja de lo que usualmente suele asumirse. Las versiones del neoliberalismo consumidas y reproducidas en el ámbito nacional fueron el resultado de reinterpretaciones y resignificaciones producidas por un conjunto de mediadores que actuaron de nexo entre los espacios internacionales de producción y los consumidores locales. Esas mediaciones tuvieron lugar a partir de una multiplicidad de instituciones y actores particulares. En este sentido, el conjunto de intelectuales liberales argentinos y sus organizaciones cumplieron un rol fundamental no tan sólo transmitiendo sino también traduciendo al neoliberalismo de acuerdo con parámetros culturales locales. Lo interesante es que estos intelectuales, ellos mismos actores interesados, perseguían objetivos que no coincidían necesariamente ni con los de los productores originales de la ideología ni con los de los empresarios que constituirían su audiencia más importante.31

Para comprender el rol de los intelectuales liberales en el contexto de los años ochenta es preciso detenerse entonces en el cambio ocurrido una década antes en el campo de los intelectuales liberales. Ese cambio significó que los liberales más tradicionales comenzaron a ser reemplazados por una nueva generación que, aunque apoyaba políticas fundamentalmente similares, diferían de aquellos en varios aspectos. La primer diferencia era generacional: mientras los liberales “tradicionales” tenían alrededor de sesenta años de edad durante los ochenta, los nuevos (desde ahora “pragmáticos”) se encontraban en sus cuarentas. Un segundo aspecto que los diferenciaba eran sus orígenes sociales: los “tradicionales” pertenecían a algunas de las familias más tradicionales del país, mientras los “pragmáticos” provenían de familias de clase media – en algunos casos se trataba de hijos o nietos de inmigrantes.32 La tercer diferencia refiere al tipo de educación formal predominante entre los miembros de cada grupo. Los “tradicionales” habían estudiado ingeniería o derecho, en general en universidades argentinas o europeas; todos los intelectuales “pragmáticos”, por otro lado, eran economistas con estudios de doctorado en universidades de los Estados Unidos o Inglaterra. Todas estas diferencias serían fundamentales no sólo para la estrategia del nuevo grupo para competir por puestos en burocracias públicas y privadas sino también en el establecimiento de formas diferentes de relación con el poder político y económico.

Los “tradicionales” habían estado siempre relacionadas a las elites tradicionales, ofreciendo soporte técnico e ideológico a la mayoría de los golpes de estado desde 1955. Compartían sus orígenes de clase con estos sectores y sus relaciones con el poder político y militar era fundamentalmente personal. No sólo eran empleados – en el sentido de la definición gramsciana de intelectual orgánico – de las clases dominantes, sino que además pertenecían a esas clases (Gramsci, 1993). Los nuevos intelectuales liberales no tenían, por otro lado, esos vínculos familiares y sus credenciales más importantes eran los conocimientos, títulos y conexiones obtenidos en el exterior. En parte como consecuencia de sus orígenes de clase y en parte por el tipo de formación que poseían, los “pragmáticos” se presentaban a sí mismos como científicos, poseedores de un conocimiento objetivo.33 Para ellos, al mismo tiempo, la defensa de un diferente tipo de liberalismo fue una forma de definir la lucha contra la vieja generación con el objetivo de intercambiar sus credenciales intelectuales por poder político y económico.

Esta diferencia tuvo un impacto importante en cómo el liberalismo comenzó a establecer sus relaciones con los partidos políticos, en especial el peronismo. Si desde el punto de vista de los liberales tradicionales el peronismo era percibido como el enemigo eterno, los pragmáticos

31 El rol de los intelectuales difundiendo ideas políticas ha sido estudiado en el caso de los países de Europa del este. Johana Bockman and Gil Eyal (2002) han analizado la expansión de esas ideas como el resultado de un diálogo internacional y un alineamiento de intereses entre economistas del este y el oeste. 32 Álvaro Alsogaray, un ícono de la vieja generación, es descendiente de un militar que participó en las guerras de independencia. José Alfredo Martínez de Hoz, a su vez, es el nieto de uno de los fundadores de la tradicional Sociedad Rural Argentina. Domingo Cavallo, mientras tanto, es el hijo de un comerciante mediano de la provincia de Córdoba. 33 De acuerdo con Milton Friedman el análisis económico es “objetivo, positivo, científico y libre de valores” en la medida que “no posee juicios de valor” en tanto se encuentra limitado por un amplio acuerdo respecto a cuestiones técnicas (Waligorsky, 1990: 19).

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vieron en la alianza con el peronismo y el radicalismo una estrategia pragmática para obtener los puestos que estaban buscando. Su auto-presentación como técnicos poseedores de conocimiento científico antes que como ideólogos favoreció su aproximación al poder político. Al mismo tiempo, sus vínculos con el capital financiero internacional les brindó la posibilidad de desarrollar una estrategia de autolegitimación, en la medida que, como sostiene Sarah Babb, “los doctores de Harvard o el MIT no pueden proveer las soluciones más eficientes para los problemas políticos pero ofrecen una función simbólica indispensable de cara a la comunidad financiera internacional” (2002: 217).

Respecto a sus relaciones con los empresarios, finalmente, tanto los tradicionales como los pragmáticos se constituyeron en la referencia obligada de estos actores. Revistas, periódicos y otras publicaciones así como reuniones periódicas organizadas por diferentes instituciones se convirtieron en espacios donde las nuevas ideas producidas en el exterior eran ofrecidas a los actores que buscaban soluciones para sus problemas. El contenido “científico” de los nuevos intelectuales y la creciente legitimidad de la economía también ayudaron a ampliar la recepción de sus ideas. En un contexto en que la racionalidad y la modernización eran dos típicos clichés, la apelación al discurso científico obtuvo gran aceptación.

5. Conclusiones

En este trabajo intenté mostrar la complejidad del cambio político ocurrido en Argentina

durante los años ochenta y comienzos de los noventa. Presenté así evidencias de cómo el apoyo al neoliberalismo durante los ochenta no fue ni homogéneo ni racional. De hecho, no sólo aquellos que apoyaban al neoliberalismo tenían intereses contradictorios sino también entendían al neoliberalismo de formas diferentes. Parafraseando a Kathryn Sikkink (1991), es posible sostener que el neoliberalismo no “significaba” la misma cosa para todo el conjunto del empresariado argentino y que por lo tanto, más que de la imposición del neoliberalismo habría que hablar de la imposición de distintos neoliberalismos.

Las diferencias de intereses y percepciones existían al interior del conjunto del empresariado y atravesaban transversalmente a todos aquellos actores que, de una u otra manera, aparecieron en aquel momento identificados con la transformación estructural. La forma en que esos intereses y visiones se combinaron para producir el resultado obtenido, puede ser analizado a partir de la teoría de los campos de Pierre Bourdieu. Los empresarios, el gobierno y los intelectuales liberales participan de diferentes campos que se definen de acuerdo con ciertos capitales específicos que se encuentran en disputa.34 Los empresarios participan en el campo económico y su objetivo es la acumulación de capital económico. Los actores políticos participan del campo político con el objetivo de acumular autoridad y poder. Los intelectuales, por último, compiten en los campos intelectual e ideológico por el reconocimiento de sus saberes específicos.

Sin embargo, aunque poseen intereses específicos y busca diferentes tipos de capital, existen fuertes relaciones entre ellos. En primer lugar, porque es posible realizar intercambios entre los diferentes tipos de capitales. En segundo lugar, porque los límites de esos campos son muchas veces difusos y los actores individuales participan en más de un campo al mismo tiempo; así, la distinción resulta fundamentalmente analítica. En tercero y último lugar, los tres campos son componentes del campo del poder, definido como el espacio de interrelación donde los tenedores de capital se disputan el poder sobre el estado. Por consiguiente, como parte del campo de poder, ellos comparten el objetivo de acumular capacidad de tomar decisiones sobre la

34 De acuerdo con Pierre Bourdieu, la estructura de un campo se establece a partir de las relaciones entre agentes, grupos o instituciones que participan en la lucha por la distribución de un tipo de capital específico. Lo que define la existencia de un campo es así la lucha por la definición y apropiación de una forma determinada de capital. Hay luchas para legitimar definiciones de aquellos bienes por los que vale la pena competir. Todos aquellos que participan de un campo comparten una doxa, ciertos intereses que son la base para la existencia del campo y que produce una complejidad objetiva que estructura los antagonismos (Bourdieu, 1987; 2000).

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sociedad. El estado aparece como una figura clave en este esquema en la medida en que se constituye en el objetivo común de los tres actores aquí analizados. En otras palabras, todos ellos se encuentran interesados en la acumulación de capital “estatista”, el cual “permite el ejercicio de poder sobre diferentes campos” y sobre diferentes tipos de capital (Bourdieu, 1994: 4).

En la Argentina de los años ochenta, empresarios, actores políticos e intelectuales coincidieron en la necesidad de reformar el estado. Sin embargo, tanto sus razones como el tipo de resultados que cada uno esperaba eran diferentes. La pregunta entonces es, ¿porqué cada uno arribó a conclusiones similares viendo en la propuesta neoliberal la mejor forma de resolver la crisis? El contexto global puede ayudar sin dudas a comprender la definición de las opciones, pero no es suficiente. Es necesario introducir las características de los contextos locales así como las perspectivas desde las cuales se organizaron las prácticas. Esto es especialmente relevante en el caso de aquellos que, habiendo apoyado las reformas, fueron perjudicados por ellas.

Al introducir a los intelectuales liberales en el análisis quise mostrar cómo tanto las condiciones objetivas como las subjetivas resultan relevantes para la comprensión del proceso de cambio político. Las diferentes piezas del campo de poder funcionaron de manera relativamente autónoma en la producción de un resultado final que, para algunos actores, no fue el deseado. Si los significados son importantes para comprender las acciones, es importante analizar como en el contexto local las tendencias globales son redefinidas y resignificados en función de contextos históricamente construidos. Es el desarrollo histórico de las estructuras y percepciones lo que resulta fundamental para comprender el modo peculiar que el neoliberalismo adquiere en el contexto nacional.

En el apoyo empresario a las reformas estructurales se conjugan los efectos no deseados de las acciones políticas coyunturales con el convencimiento de la caducidad del modelo de desarrollo sustitutivo-estatalista. Es a partir de ese convencimiento que la reforma estructural se transforma en un objetivo deseado. Abandonar un modelo para pasar a otro, sin embargo, supone que ciertos intereses habrán de ser perjudicados, como de hecho ocurrió en la Argentina de los noventa. De este modo, plantear un cambio de modelo supone necesariamente la existencia de fuertes conflictos de intereses. Esos conflictos, sin embargo, aparecieron velados en el caso argentino por la forma en que se preparó el escenario propicio para el cambio. Así, se llegó al convencimiento acerca de la necesidad de abandonar el modelo anterior luego de un complejo proceso en el que las relaciones de los empresarios con el estado jugaron un rol fundamental. De esta manera, más allá de sus preferencias en el momento inicial, o más allá del sentido que ellos atribuyeran a sus críticas, la combinación de propaganda ideológica, práctica política y crisis, colocó hacia fines de la década a todos los actores en un punto de no retorno. Así, el cambio de modelo fue propiciado tanto por quienes se beneficiaron con él como por quienes se vieron perjudicados. En ambos casos, el éxito supuesto en la imposición de sus demandas significó al mismo tiempo el estrechamiento de sus opciones políticas.

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