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1 Universidad Austral de Chile Objeto: fenómeno, texto y cultura Alumna : Isabel Leal Figueroa ([email protected] ) Profesor: Juan Carlos Skewes Programa: Doctorado en Ciencias Humanas

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Universidad Austral de Chile

Objeto: fenómeno, texto y cultura

Alumna : Isabel Leal Figueroa ([email protected]) Profesor: Juan Carlos Skewes Programa: Doctorado en Ciencias Humanas

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Indice

Introducción …………………………………….…….………… 3

Sobre el objeto fenomelógico ……………………………………. 5

El objeto como texto………………………….............................. 8

Objeto y cultura:

El hombre y el pragma del objeto como texto ………..……… 14

Sobre el valor del objeto ……………………….……………….. 17

Sobre el consumo de objeto……………………………………… 21

Conclusión ……………………………………………………….. 26

Bibliografía …………………………….………………………… 27

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Introducción: El tema “objeto” ha sido una reflexión constante para mi éste 2008, no solo por cursar la asignatura “Antropología de las cosas que producen palabras” en la UACH, que sin duda motivó muchas preguntas, sino que también porque tuve que realizar dos asignaturas en donde se abordaba el tema objeto (“Taller de fundamentos I”, y “Semiótica del objeto” en la UBB), una desde una perspectiva fenomenológica y otra desde un enfoque semántico. Estas dos formas de abordarlo me resultó complejo y confuso, porque el nexo entre lo fenomenológico y lo semántico no me parecía tan claro. La posible respuesta a este problema, se presentó por medio de la idea del texto propuesto por Lotman, en donde el objeto que es percibido en el fenómeno, es incorporado al ser por medio de una interpretación que le permite entrar al mundo de los significados, pero entrar al mundo de la razón, implica transformación conceptual, y por ello debe pagar un precio, sufrir cambios profundos que incluyen lo percibido y al sujeto que lo percibe, pero sólo de ésta forma se le está permitido comunicar su existencia. Estamos hablando entonces, de hombre y objeto como unidad sistémica, donde interactúan no sólo en su dimensión personal del sentirse, crearse y recrearse en el objeto, sino que también identificarse, ubicarse y definirse social y culturalmente. Esto no parece nuevo, sin embargo, ¿cómo se observa en la práctica cultural?. Este informe es entonces, una suma de divagaciones, espero más o menos coherentes, sobre el tema.

El artículo iniciará reflexionando en el objeto en su dimensión de fenómeno sensorial y perceptivo, para luego

conectarlo en su dimensión semántica como texto, por último, esta visión del objeto como texto, nos conducirá a algunos pensamientos sobre su sentido cultural, lo que desde luego, sólo considerará algunos puntos, ya que abordar todos los aspectos semántico-culturales del objeto no sólo sería imposible, sino que además innecesario.

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Sobre el objeto fenomelógico

Se relaciona el objeto como una “cosa” visible, tangible, manipulable, algo que podemos pesar, medir, intercambiar, o como un tipo de valor que se transmite a la descendencia, en definitiva una materialidad, cuyo trabajo se puede evaluar con el tiempo, pero también que se puede poseer y comprar. Henri van Lier (citado por Llovet, 1981) retoma lo que la palabra ob-jectum significaba para los latinos: “fuera del sujeto”. Pero esta definición, no separaba sujeto –objeto como podría suponerse, más bien se entendía como una realidad que sale al encuentro, es decir, que se nos “aparece” al momento de ser percibido. Como este “aparecer” depende de los sentidos, implica que mientras más cercano se está de ellos, se nos sugiere más real el encuentro, es por eso que la manipulación y la estética visual, ha sido desde siempre una propiedad del artefacto valorada por el hombre. Estímulos captados por el tacto y la visión, permiten asumir la presencia del objeto como algo cada vez más real, pero también el vínculo se realiza al escucharlo, olerlo o gustarlo.

Si bien la cercanía promueve la intimidad objeto-sujeto, aún en la distancia el objeto “entra” en nosotros cuando somos capaces de abarcarlo con la mirada, y aunque no podamos tocarlo sabemos que “esta ahí”, lo que lo hace una posesión a distancia, una aprehensión comprensiva y contemplativa

Heidegger en su artículo “La Cosa” reflexiona sobre las distancias, indicando que ellas -al igual que el tiempo- es algo relativo en la percepción del ser humano. El hombre ahora es capaz de recorrer grandes trechos en tiempos que antes ni siquiera se hubiese imaginado

y el cine nos ubica en tiempos pasado como si fueran actuales, pero esa ilusión no nos aproxima a nada, estamos cerca pero igualmente lejos, lo que uniforma la percepción, esto también podemos experimentarlo (aunque Heidegger no lo menciona) en varios instrumentos como los binoculares, los zoom fotográficos y computacionales, y aún podemos llegar al límite con la realidad virtual, donde no solo acercamos las cosas con la vista sino que también con otros sentidos. Todo esto nos hace pensar en las cosas ¿cuándo percibimos la “realidad” de la cosa?, ¿cuándo la vemos?, ¿cuándo las tocamos?, etc. Volviendo nuevamente a Heidegger éste expresa los siguiente: “Pero ¿qué es una cosa?. Hasta ahora el hombre, de igual modo como ha considerado lo que es la cercanía, tampoco ha considerado lo que es la cosa como la cosa. Una cosa es la jarra. ¿qué es la jarra?. Decimos: un recipiente; algo que acoge en sí algo distinto de él. En la jarra lo que acoge son el fondo y las paredes. Esto que acoge se puede a su vez coger por el asa,. Como recipiente, la jarra es algo que esta en sí. El estar en sí caracteriza a la jarra como algo autónomo. Como posición autónoma (Sebststand) de algo autónomo, la jarra se distingue de un objeto (Gegenstand). Algo autónomo puede convertirse en objeto si lo ponemos ante nosotros, ya sea en la percepción sensible inmediata, ya sea en el recuerdo que lo hace presente. Sin embargo, la cosidad de la cosa no descansa ni en el hecho de que sea un objeto representado (ante-puesto), ni en el hecho de que se puede determinar desde la objetualidad del objeto. La jarra sigue siendo un recipiente tanto si lo representamos (ante-ponemos) como si no. Como recipiente, la jarra está en sí misma”. La jarra entonces, según la perspectiva de Heidegger, será un recipiente sólo en la medida en que sea llevada a un estar por medio del

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emplazamiento humano, y este emplazamiento ha sido llevado a cabo desde el momento de su producción, es decir desde que era tierra y agua y se fabricó como jarra ex profeso para contener, condición que le es propia para ser jarra. Pero una vez separada de su fabricación debe ser jarra y presentar las condiciones necesarias para contener a la vista de aquellos que la usarán para tal propósito. Pero la jarra sigue siendo jarra aún esté llena de agua, vino o aire. La jarra será jarra en la medida que cumpla condiciones para serlo… pero seguirá siendo “cosa” aunque se destruya porque la cosidad de la cosa está en su esencia, no accediendo nunca a la patencia, es decir, fuera del lenguaje. Basándonos en este pensamiento Heideggeriano podemos decir entonces que sólo podremos hablar en éste artículo del objeto como elementos, que pueden ser llamados: jarra, vaso, silla, etc., en definitiva, no de la cosa como cosa, sino que de la cosa como acontecer en el lenguaje, en su emplazamiento humano que implica su percepción como tal, y entre todos estos, uno de los más característicos es su función.

La función sin embargo, también es confusa, Jordi Llovet (1981), diseñador industrial, declara que bajo este criterio fenomenológico, da lo mismo para que “sirve” o cuál es la función del objeto, pues siempre tendrá un fin, puesto que la finalidad no depende del artefacto, sino que de las personas que al sentirlo

imaginan algún tipo de función para él. Esto implica que cualquier cosa que se haya diseñado, creado, o simplemente percibido como tal, cumple con el fin de objeto. Sería entonces para este autor lo más Da-sein (estar ahí) que existe, siempre y cuando establezcamos con ellos un vínculo dialógico. Este diálogo no sólo depende de lo que se ve o se siente, depende también de lo que está oculto, de lo que se supone o infiere.

El sujeto al concentrarse lo divide y separa de su entorno con el fin de aprehenderlo e interpretarlo. Merleau Ponti, en su texto llamado “Fenomenología”, explica la división objeto-entorno de la siguiente manera: “Ver un objeto significa o bien tenerlo en el margen del campo visual y poder fijarlo, o bien responder efectivamente a esta solicitación fijándolo. Cuando lo fijo, me anclo en él, pero este “paro” de la mirada no es más que una modalidad de su movimiento: prosigo en el interior del objeto la exploración que, hace un momento, planeaba sobre todos, en un solo movimiento cierro el paisaje y abro el objeto. Las dos operaciones no coinciden por azar: no son las contingencias de mi organización corporal –por ejemplo, la estructura de mi retina- las que me obligan a ver el contorno ligeramente si es que quiero ver el objeto claramente. Inclusive si no supiera nada de los conos y bastoncillos, concebiría que es necesario adormecer el

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contorno para ver mejor el objeto y perder en fondo lo que se gana en figura, porque mirar el objeto es hundirse en él, y los objetos forman un sistema en que uno no puede mostrarse sin ocultar los otros. Más precisamente dicho, el horizonte interior de un objeto no puede convertirse en objeto sin que los objetos que lo rodean se conviertan en horizonte y la visión es un acto de dos caras. Porque no identifico el objeto detallado, que ahora tengo, con aquel sobre el cual se deslizaba mi mirada hace un momento comparando (…). El horizonte es, pues, aquello que asegura la identidad del objeto en el curso de la exploración, es el correlato de la potencia próxima que conserva mi mirada sobre objetos que acaba de recorrer y que tiene ya sobre los nuevos detalles que va a descubrir. Ningún recuerdo expreso, ninguna conjetura explícita podrían desempeñar este papel; no darían sino una síntesis probable, en tanto que mi percepción se da como efectiva. La estructura objeto-horizonte, es decir, la perspectiva, no me perturba pues cuando quiero ver el objeto: si es el medio que tienen los objetos para disimularse, es también el medio que tienen para develarse. Ver es entrar en un universo de seres que se muestran y no se mostrarían si no pudieran esconderse unos detrás de otros o detrás de mí. En otras palabras: mirar un objeto es habitarlo y desde ahí captar todas las cosas según la cara que vuelven hacia él. (Merleau Ponti, 1957). Ver o sentir para habitar, habitar para comprender y comprenderse en ese habitar, es lo que reclama el objeto, de otra forma simplemente, no existe. Pero este diálogo continúa, los objetos generan su entorno, y el entorno genera al objeto. “objeto-sujeto-entorno” se retroalimentan, dialogan, se requieren y se repelen, hasta finalmente, convertirse en una unidad. El entorno entonces, no es

pasivo en ésta dinámica, porque nos permite clasificar y ubicar la relación que tiene el objeto en nuestra vida, depende de las categorías que le otorguemos y por consiguiente, está sujeto como signo en el lenguaje

Producto de la experiencia vivencial, el hombre es capaz de entender posteriormente al mismo objeto o a otros de su misma clase, en otros entornos, en otras clasificaciones, en definitiva también en otras significaciones. Desde una perspectiva temporal el objeto se vivencia en el presente pero, seguirá activo como abstracción de clase en el futuro y en el futuro será la imagen que nos conecte con el pasado. Esto es similar al reflejo en el espejo por medio de otro espejo, creando un infinito especular. Pero ¿qué tipo de diálogo se establece entre el objeto y su perceptor?. O mejor dicho ¿cómo actúa en el ser humano el signo objeto?. Si es un signo participa en el proceso semiótico, y por lo tanto, para aclarar todas las posibles interpretaciones del lector, es necesario entender el objeto como un texto.

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El objeto como texto Para designar al objeto como “texto”, lo mejor es abordar a Lotman en su libro “La semiosfera, semiótica de la cultura y el texto (1996)”, donde declara las condiciones de un texto y será interesante revisar si el objeto cumple con las condiciones indicadas por éste autor para cumplir como tal.

Antes que todo, Lotman declara una condición fundamental y principal para que algo sea entendido como texto, y es que el texto está conformado de por lo menos dos tipos de códigos. Partiendo de esa base, podemos considerar que el objeto cumple por si mismo esa condición, veamos porque: primero, para ser leído, el lector debe manejar códigos de función o técnicos y categorizarlo según las normas que conoce, sólo así es capaz de reconocer sillas de sillones o de bancas (por ejemplo). Otro código que debe manejar son los estéticos o estilístico, porque de su apariencia depende si considera el objeto de buen o mal gusto, de tal o cual periodo histórico, o simplemente si lo considera bello o feo. Esto le permite ubicarlo en una gradiente (como por ejemplo de lo más bello a lo más feo) que determina su aceptación o rechazo. Pero también existen otros códigos involucrados con el objetos, tales como los de materialidad, los culturales, sociales, etc. Que el objeto deba ser interpretado con más de un código, lo convierte en texto, pero también implica que posee varios mensajes. Esto queda aún más en evidencia cuando Baudrillard en su libro “El sistema de los objetos”, declara que el objeto contiene dos tipos de mensajes, primero posee elementos esenciales, como un motor por ejemplo, que conformarán el mensaje denotativo y segundo posee, elementos inesenciales, como la forma,

color, tamaño y otros aspectos que conformarán los mensajes connotativos. Una vez definida la condición de texto del objeto, Lotman dice además, que los textos deben cumplir ciertas características como las siguientes: primero, los textos están orientados a un público específico, por lo tanto, es éste quien selecciona a su auditorio según su imagen y semejanza, segundo, el texto posee movilidad semántica, tercero, cuando no coinciden los códigos del remitente con los del destinatario (porque la coincidencia absoluta entre ambos es teórica y nunca completamente realizable), el texto del comunicado se deforma en el proceso de desciframiento por el mismo receptor y cuarto, el comunicado influye en el destinatario, principalmente porque cada texto contiene lo que es llamado “una imagen del auditorio”, lo que afecta activamente al auditorio real y crea en él una suerte de código normador. A continuación, veremos cada aspecto en detalle. 1° El texto selecciona a su auditorio según su imagen y semejanza. Esta premisa parece inducirnos a pensar que los objetos poseen algún grado de voluntad, pero no es así, Lotman nunca olvida que es el sujeto quien descifra el texto y por ello es el que busca con quien establecer diálogo. Es en su búsqueda de leer textos, que encuentra al objeto que lo esperaba. Es decir, es la cosa material la que transmite por sus condiciones particulares e inherentes, las señales que su público espera ver de ella. Pero ¿qué “traduce” el lector del objeto?, o bien ¿qué es lo que busca el usuario del objeto?, nuevamente podemos pensar que lo primero sería su función, pero función y apariencia son unidad, la una no existe sin la otra.

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Pero, si como vimos anteriormente, todo objeto puede tener una función, entonces dependería de su totalidad “traducible”. Sin embargo, tampoco esta fórmula resulta simple, porque generalmente la técnica o tecnología que lo hace funcionar, que determina lo que se espera de él, se encuentra en muchos casos oculta tras su estructura exterior, que es la que “contiene” a esta técnica o tecnología y que es, en consecuencia lo que finalmente se lee. El objeto es entonces un texto dependiente del sujeto que percibe y traduce contenido y continente al mismo tiempo. Para Braudillard en el objeto industrial, (y personalmente creo que en el artesanal también), ambos mensajes (el exterior y lo interior técnico o tecnema) se conforman como una unidad sistémica, que se convierte en un solo mensaje, situación indivisible para el lector, porque ambos se requieren, son dependientes y se adaptan entre sí. “El nivel tecnológico no es una autonomía estructural tal que los “hechos de palabra” (aquí, el objeto “hablado”) no tengan más importancia en un análisis de los objetos que la que tienen en el análisis de los hechos lingüísticos. Si el hecho de pronunciar la r arrastrada o guturalmente no cambia nada en el sistema del lenguaje, es decir, si el sentido de connotación no pone para nada en peligro a las estructuras denotadas, la connotación de objeto, por su parte, afecta y altera sensiblemente a las estructuras técnicas. A diferencia de la lengua, la tecnología no constituye un sistema estable. Al contrario de los monemas y de los fonemas, los tecnemas se hallan en evolución continua”.(Baudrillard,1969). Esto hace que los elementos componentes del sistema objeto posean movilidad semántica, el mismo objeto puede tener entonces distintos significados al momento de ser leído. No depende

entonces de sí mismo, ni tampoco necesariamente del creador o de su producción, sino que al igual que cualquier texto cultural, pertenece al código con el cual el usuario o lector los decodifica. Eso nos lleva a la segunda característica. 2° El texto posee movilidad semántica Siguiendo esta idea, emerge una segunda condición de Lotman para el texto: Otra peculiaridad de los textos (culturales) —su movilidad semántica—es decir, que el mismo texto puede proporcionar a sus distintos consumidores una información diferente. Sirva aquí también el ejemplo que nos da Lotman; el lector moderno de un texto sagrado del Medioevo descifra la semántica reuniendo códigos diferentes de los usados por el creador del texto. Además, cambia igualmente el tipo de texto: en el sistema de su creador pertenecía a los textos sagrados, mientras que en el sistema del lector pertenece a los artísticos (Lozano, 1998). Es el objeto un texto que apela a las competencias de cada lector. Para Rafael Echeverría esto correspondería al primer principio en el papel del observador: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”. De esta forma, cada ser humano “busca” su objeto, y cada objeto contiene las propiedades “buscadas” por cada ser humano que le “corresponde”. Al igual que el texto escrito, cualquier artefacto creado será semánticamente interpretado según su época y por la intención del lector, pudiendo ser una significación arqueológica, artística, patrimonial, afectiva, funcional o cualquier otra. La movilidad semántica se observa de manera muy patente en el objeto, especialmente cuando lo vemos en su relación función- efectividad. Sobre esta

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diferencia conviene detenerse, porque si bien se puede anticipar el uso del objeto de antemano, es más complejo saber qué tan efectivo puede ser para cumplir una determinada función, por ejemplo, una silla de descanso puede cumplir su función (sentarse sobre ella), pero si es incómoda no es efectiva. Así resulta curioso que aún cuando un objeto que se interpreta fuera de su contexto temporal, puede conservarse funcionalmente útil, no resulta efectivo en el presente, y es lo que lo hace obsoleto. Un ejemplo de esto puede ser el siguiente: una plancha de metal antigua, cuyo uso resulta fácil de traducir porque su forma aún se conserva, y es un artículo que aún podría cumplir su función, resulta obsoleto para la vida cotidiana actual, esto sucede por varias razones: aunque es manipulable, es de hierro y pesado, por lo tanto físicamente es un problema para las condiciones de la vida moderna. Lo que antes permitía “alisar” la tela por el peso, y por el calor entregado por la estufa,

ahora se hace por medio del calor emanado de la misma plancha. Sigamos con su evolución, más tarde las planchas fueron diseñadas con

las condiciones de “contener” brazas que aportaban el calor necesario, pero el tipo de vivienda contemporánea ya no se calefacciona con braceros, esto hace que la plancha ya no sea “efectiva” en la actualidad. Si cualquiera de estas planchas compitiera en el mercado con las planchas modernas,

con el fin de planchar, ya no tendrían salida, porque las actuales son más eficientes para la realidad de la dueña de casa actual, las planchas modernas son eléctricas, se calientan rápidamente (porque “ahorrar” tiempo es algo que actualmente se valora), pueden graduar el calor (por la ropa sintética, muy usada en estos tiempos), son más livianas (lo que facilita su manipulación) y hasta liberan vapor (un lujo impensable en sus versiones pasadas), todas estas condiciones hacen que su función se optimice. Pero todo esto no indica que la plancha antigua no tenga uso… su uso simplemente cambió, ahora cumple una función decorativa y su efectividad será en comparación a otros elementos decorativos existentes en el hogar, eso implica que su significado ha cambiado. 3° El contenido del texto depende de la adaptación de códigos que realice el receptor. Lotman nos hace ver, lo difícil que resulta la coincidencia de códigos entre el sujeto que produce el texto y el lector, por ello siempre el texto del comunicado se deforma en el proceso de desciframiento por el mismo lector. La primera lectura a este punto parece simple, porque resulta evidente que cuando alguien se enfrenta a un artilugio u objeto que le resulta nuevo o extraño, lo primero que se pregunta es para qué tipo de función fue creado. Para obtener algunas respuestas, debe examinar todas las pistas que le permiten asociar el objeto con los códigos conocidos. Estas señales generalmente son encontradas en el aspecto externo del diseño del objeto. Por asociación y semejanza, entonces realiza las primeras

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aproximaciones e interpretaciones (“erradas” o no) sobre su función, así lo clasifica y le asigna una posición en el mapa de significados. Un ejemplo del trabajo que tiene este proceso lo suelen vivir los antropólogos y arqueólogos, quienes deben luchar continuamente con éstas interrogantes cuando encuentran objetos en excavaciones de culturas pasadas, enfrentados a este dilema, sólo en el conocimiento de otros aspectos de la cultura en estudio, tales como costumbres o hábitos, les permiten asignar ciertas funciones al objeto descubierto. Pero aún en el supuesto que el lector logre “descifrar” el uso primitivo de un objeto, siempre existe la posibilidad de asignarle nuevas funciones, porque como ya dijimos, al igual que cualquier signo, el objeto cumple su función de sentido en su acción de uso. El ejemplo de la plancha, anteriormente mencionado, nos hace ver también que las “cosas”, en su interacción con el destinatario, dependen de los códigos que maneja el usuario, es decir de su cultura, temporalidad, función, etc. El creador del objeto, por otra parte, depende al momento de hacerlo, de los códigos que como diseñador dispone (y que no siempre concuerdan con los de sus usuarios), como también depende de su propia estructura social y cultural como entidad creadora. Un ejemplo claro de la distancia entre creador y público, son las creaciones de Leonardo Da Vinci, donde el creador por sus características de visionario pocas veces coincidió con los códigos de los mecenas que le encargaban los trabajos.

El objeto depende de los códigos que circunscriben su “aparecer” en el mundo (uso, función, semejanza con otros análogos, categoría forzada por las diferencias de otros, etc.) del lector, eso implica que los códigos del usuario van a determinar no solo el uso del objeto sino que su efectividad, su existencia o el cómo perduren en el tiempo. 4° El comunicado influye en el destinatario, porque cada texto contiene lo que es llamado “una imagen del auditorio”. Y la última característica del texto que le parece importante destacar a Lotman, es cómo el comunicado influye en el destinatario, principalmente porque cada texto contiene lo que es llamado “una imagen del auditorio” que afecta activamente al lector real. Se establece de esta interacción entre texto y auditorio, una suerte de código normador, que el

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destinatario termina transformándolo en una idea sobre sí mismo. Esta auto-percepción surgida de la comunión con el texto del objeto (en este caso), es reflejado en una conducta real. Este punto, resulta especialmente activo en la interrelación del objeto con el sujeto “lector”, donde el pragma, domina todo tipo de diálogo, porque en la interacción se involucra toda experiencia, habilidad y conocimientos que el sujeto posee del objeto en cuestión. Además, en el pragma, se pone en juego el proceso de ensayo-error, lo que provoca en el ser humano un impacto de aprendizaje que perdura en su memoria. Cualquier artesano, profesional, obrero, o cualquier sujeto que desarrolla una actividad manual, sabe cuales son los objetos de su oficio, y se siente orgulloso de reconocerlos… son su trabajo. Así, la forma, el uso, la materialidad, el lugar que se ha destinado para ubicarlo dentro o fuera del hogar, la posición corporal y la fuerza motriz que le exige al usuario y todos los parámetros de valor que le son asignados, transforman al mismo usuario quien selecciona el objeto según su sentido de identidad, como también en la imagen que desea proyectar en los demás y en consecuencia, se adapta a la situación de manipulación y de código que el objeto le exige. Es de esta forma que el texto, se transforma para Lotman, en un diálogo activo con su auditorio, porque no sólo es la suma de un posible código común y dos enunciados yuxtapuestos, sino que además es la presencia de una “memoria común” (entendiéndolo como una estructura de la memoria y el carácter de lo que la llena) presente en el destinatario y el oyente. Para Lotman la ausencia de esta memoria

haría indescifrable el texto. La actividad discursiva se caracterizaría entonces, por dos formas: la que está dirigida al destinatario abstracto, donde el emisor reconstruye la memoria como cualquier portador de una lengua determinada y la que está dirigida a un interlocutor concreto, personaje que el hablante conoce y con el cual comparte el volumen de su memoria cultural. En la interrelación del individuo con el objeto, existen de manera básica dos momentos, primero el objeto y su creador, quien podría ser un diseñador que apelando a esa “memoria común” puede suponer un tipo de destinatario abstracto, para el cual diseña y sobre el cual supone todo tipo de diálogo con cada parte del objeto diseñado. El segundo momento, es el conformado por el objeto y el personaje que conforma al interlocutor concreto, quien será capaz o no de descifrar las “pistas” dadas por el emisor en el artefacto creado, para reconocer por medio del objeto, algunos puntos de esa memoria común. Quizá un aspecto de esa memoria común se encuentre en lo que solemos llamar estilo. El estilo es una especie de marca que el enunciador, que para este efecto será el creador del objeto o su diseñador, realiza sobre su producto creado. Personalmente creo esta voluntad del emisor, puede ser detectada por un lector competente e ideal. Un ejemplo de esto, lo podemos ver cuando los objetos son categorizados como tecnológicos, objetos antiguos, electrodomésticos, juguetes infantiles etc., cada grupo contiene un “tipo” de público específico, y cada grupo contiene a su vez sub-grupos que definen aún más específicamente cada público. La huella del hombre que crea suele quedar en el

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objeto, y puede ser el “estilo”. El estilo esta presente tanto en el objeto artesanal como el industrial, porque sólo cambia el punto de origen, pero ese origen siempre es producto de una relación íntima entre obra y sujeto, por ejemplo, en un objeto industrial podría generarse en la idea del diseñador industrial plasmada en la maqueta y los planos, o podría ser, en el caso de la artesanía, en su proceso cuidadoso y lento, pero en ambos casos, la huella queda, ésta puede ser imperceptible o evidente, reciente o antigua, intencional o inconsciente… pero esta ahí esperando ser “descubierta”. Estilo se ha definido de distintas formas, he aquí algunos ejemplos rescatados por los diseñadores Salvador Lazcano y Fernando Alvarado:

“El estilo es la síntesis visual de los elementos, las técnicas, la sintaxis, la instigación, la expresión y la finalidad básica. Resulta complicado y difícil describirlo con claridad. Tal vez el mejor modo de establecer su definición en términos de alfabetidad visual sea considerarlo una categoría o clase de la expresión visual conformada por un entorno cultural total. Por ejemplo, las diferencias entre el arte oriental y el arte occidental están en las convenciones que los gobiernan”.(Donis A. Dondis “La Sintaxis de la Imagen”).

"En el estudio de las artes, los trabajos -no las instituciones ni la gente- son el dato primario; en ellos podemos encontrar ciertas características que son más o menos estables... Un conjunto distinguible de tales características es lo que llamamos estilo”. (James S. Ackerman “Art and Archaeology.”).

"Por estilo se entiende la forma constante... y a veces la expresión constante en el arte de un individuo o un grupo de ellos”.( Meyer, L. B. Schapiro, M. “The Concept of Style”).

"Existe una íntima conexión entre la forma de un producto y el proceso para su producción. Atribuir cualquier noción de estilo a un producto involucra, de algún modo, el reconocimiento del proceso a través del cual fue manufacturado”. (Howard Riley What is Style?).

“El estilo es la señal de una civilización. Los historiadores pueden fechar cualquier artefacto por su estilo, sea egipcio, griego o gótico, renacentista o colonial, americano o europeo. Es imposible para el hombre producir objetos sin reflejar la sociedad de la que forma parte y el momento de la historia cuando el concepto del producto se desarrolló en su mente... En este sentido, todo lo que el hombre produce tiene un estilo." (Sir Micha Black Wharton Lectures.). "El estilo, en su más general sentido, es un modo específico o característico de expresión, diseño, construcción o ejecución. Cuando se refiere al diseño gráfico, sugiere la estética visual dominante de un particular tiempo o lugar. También se utiliza para referirse a la marca específica de un diseñador gráfico, su preferencia por cierta tipografía o familia de tipos, por una característica paleta de colores, o por un enfoque decorativo o funcional. El estilo es más ampliamente definido por el material a ser diseñado: el estilo corporativo difiere del editorial, el estilo de las noticias al de la publicidad, el estilo político del comercial... y así sucesivamente. (Steven Heller y Seymour Schwast, “Graphic Style.”). En resumen, el estilo puede ser entendido como la síntesis de una época, de un modo, diseño, expresión, construcción, ejecución y finalidad básica, cuya lectura está principalmente normada por convenciones, que crean el vínculo entre autor-lector y que se concentra en el objeto, constituyendo parte de su texto.

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Para Mary Douglas (1998), el contraste entre rasgos intrínsecos y rasgos extrínsecos permite entender el estilo como el modo en que está hecha una obra, a diferencia de qué es la obra en sí misma. Lo que hace que la obra nunca se separe de su apariencia. Esto permite sugerir que todo tiene una esencia oculta y que la apariencia no muestra inmediatamente, esto hace que las clasificaciones sean engañosas en el arte. Descubrir el estilo es un factor importante para el estudioso del arte y del diseño, quien segmenta y delimita en el tiempo las obras realizadas, agrupándolas en intenciones y formas, porque así le resulta más fácil analizarlas, interpretarlas, estudiarlas y clasificarlas. Pero, no es tan simple clasificar una obra en determinado estilo y menos aún generar una taxonomía estilística. Es necesario ser un experto en “huellas”. Las más notorias de las huellas marcan época, pues han sido vivenciadas por las personas. Sin embargo, al vivirlas como simples usuarios, no somos completamente concientes como una determinada moda se ha manifestado en nuestras vidas. Para Mary Douglas (1998) el estilo a veces hace pasar por alto las razones ocultas del consumidor, el estilo los aliena a una determinada forma de compra que no necesariamente refleja su ser íntimo. Sin embargo, ella plantea que la alienación de una cultura igualmente abre opciones, generalmente de rebeldía (como el punk, por ejemplo), que permiten al consumidor expresarse en su consumo, aún sino forma parte de ninguna subcultura, los sujetos que comparten cultura tiene su propio estilo de vida. La antropóloga reconoce cuatro estilos de vida, que ella denomina: el individualista, el jerárquico, el de enclave y el aislado, de quienes se hablará más extenso en el próximo capitulo.

Podemos observar entonces que el objeto cumple con las condiciones y posee las características de texto, Lozano (1998), en mención a Lotman, declara: “Si el viejo estructuralismo consideraba el texto como piedra angular, como entidad separada, aislada, estable y autónoma, las investigaciones semióticas contemporáneas, bien que tomándolo también como punto de partida, han dejado de verlo como objeto estable para concebirlo como una intersección de los puntos de vista del autor y del público. Desde hace tiempo Lotman ha insistido en ver el acto comunicativo no como una transmisión pasiva de información, sino como una recodificación, si se quiere utilizar la jerga informacionalista, o, más precisamente, una traducción. Un objeto comunica, pero comunica como un texto que debe ser traducido por el lector o usuario, es el punto de intersección entre el autor y el público. Este autor puede ser el artesano o, en este mundo industrializado, será el diseñador industrial que se unen en el objeto vivenciado, pero para que ello ocurra también se debe tener presente que deben compartir un nexo cultural.

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Objeto y cultura El hombre y el pragma del objeto como texto Ya hemos mencionado que si el objeto puede leerse como texto, es porque su primera ubicación semántica depende de la lectura de sus códigos, y si bien hemos mencionado varios códigos involucrados, no debemos olvidar que el más importante esta relacionado con su pragma. El texto “objeto” es un sistema en torno al hecho o a la actividad que provoca. Su uso origina y domina su existencia en la categorización lingüística. La vida del hombre y del objeto transcurre en la interacción con lo cotidiano, lo laborioso, es decir, precisamente en el aspecto más humano del objeto. El hombre va creando, adquiriendo, descubriendo y almacenando objetos que son el resultado de sus esfuerzos, invirtiendo y otorgando vida en ellos. Por ello no parece extraño que los deje como “legado” o “herencia”. Para algunos incluso representa el trabajo que los hace trascender, como una obra de arte, una producción de ingeniería, un libro, un edificio, o simplemente donde lo acumulado se donará a la descendencia, etc. ¿Acaso esto significa un sentido materialista de la existencia?, sin duda, pero demuestra el profundo vínculo entre el objeto y el ser humano. En las “cosas” recaerán los “proyecto de existencia”, porque son creados por el hombre para precisamente alojarse en él. Ortega declara: Una cosa, en cuanto prâgma, no es algo que existe por sí y sin tener que ver conmigo. Una cosa en cuanto “pr âgma” es algo que manipulo con determinada finalidad, que manejo o evito, con que tengo que contar o que tengo que descontar, es un instrumento o

impedimento para…, un trabajo, un enser, un chisme, una deficiencia, una falta, una traba; en suma, es un asunto en que andar, algo que, más o menos me importa, que me falta, que me sobra, por tanto, una importancia. El hombre ama los objetos, los construye en relación a sus necesidades de dominio del entorno, invierte su tiempo, sus energías, su creatividad, los adapta a sus intereses, los transa y los posee. La posesión de cosas, es entonces, en toda cultura un signo de status, con ellos se va ganando el reconocimiento entre sus pares, con ellos pretende demostrar la capacidad de generar trabajo suficiente como para expresarlo en todos los objetos que posee. Los objetos, se van “apareciendo” al hombre, en relación a satisfacer una construcción cultural. Podríamos decir que en un inicio “aparecen” en el mismo medio, sin que exista ningún intermediario humano, “están” en la naturaleza y vemos en ellos la posibilidad de facilitar la subsistencia. Se espera de ellos que faciliten el movimiento y el desplazamiento; la acción o el descanso, que dominen el espacio o ejerzan cierta influencia o poder en las personas. Es por ello que es necesario generar objetos, pues el simple descubrimiento basado en la utilidad no completa todas las expectativas que el objeto concibe. Para recrear un ejemplo de esto: una calabaza puede ser encontrada en la naturaleza, con una simple intervención de vaciado puede resultar muy útil como “contenedor” de agua, es cómoda porque ya no se tendría que acudir a la fuente cada vez que se sintiera sed, por lo tanto, el poseer un buen contenedor permite alejarse del lugar y acudir a él sólo cuando es preciso. Este objeto (como cualquier otro), desde ésta perspectiva, tiene el potencial de signo, y será signo porque poseerá un nombre que lo relacionará y comunicará directamente

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con su función, quedando registrado cómo un espécimen de una categoría mayor. Es decir “calabaza” será un ejemplo de todas las de su especie como un “objeto para trasladar y contener agua”. Pero, tal parece que el simple reconocimiento colectivo de la utilidad del objeto provoca en el ser humano un proceso de intervención en su materia. Podemos suponer por ejemplo, que primero seleccionará de todos los objetos observados, aquellos que por sus cualidades, mejor expresen la funcionalidad asignada. Una calabaza puede servir como contenedor de agua, pero llevará más agua, si es más grande, y su forma puede ayudar en el traslado, etc. Luego, esto será insuficiente y el ser humano expresará toda su creatividad para optimizar la función principal, es decir como contenedor. Considerará preciso cortar,

quitar, adherir, modificar o moldear algo, el objetivo será modificar su aspecto para facilitar y optimizar, de manera ya artificial, aquellas

propiedades naturales. Luego su energía la derivará a otras funciones secundarias, como por ejemplo, facilitar el traslado, facilitar su manipulación, alterarlo para mantener el agua fresca más tiempo, etc. Y finalmente se dedicará al objeto mismo, tratará de hacerlo más durable, más estético, etc. Cuando el hombre invierte tiempo y energía en un objeto, implica un cambio radical en su valor. Ya no es lo mismo rescatar el

objeto directamente del natural, que poseer uno intervenido. Este principio se conserva, aún bajo el supuesto de que todos los integrantes de una misma comunidad tengan igual acceso a la materia prima, y por lo tanto a la capacidad de alterarla. Será el ingenio, el talento, el que determine quien será el artesano, aquel que por acuerdo colectivo y por los motivos que sean, reformula “mejor” el objeto requerido, esto provoca distinción entre la colectividad. El artesano es aquel que observando y probando los resultados de su obra, adquirirá en su práctica continua, más habilidades que otro sujeto dentro de su circulo social. Esta competencia sobresaliente para trabajar la materia y convertirla en objetos utilitarios será reconocida y generará distintos tipos de especialidad dependientes de las materias usadas, son lo que llamamos oficios. El artesano se diferencia y se hace diferenciar, se convierte el trabajo entonces en una nomenclatura, en una clasificación. Un nombre para cada actividad humana, para cada forma de “hacer”. Nuevamente entra en juego la taxonomía, las semejanzas y los saberes en cada cultura. El hombre así como categoriza, es y será categorizado, entre el objeto y él no hay diferencia en este sentido. La necesidad signica del hombre no hace distinción entre figura y fondo, entre contenido y continente, entre agente y agencia, todo es nombrado, todo es clasificado y jerarquizado, pero este proceso no se llevaría a cabo si el hombre no le asignara valor al hacer, al ser humano que hace algo y al objeto creado.

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Sobre el valor del objeto Todo oficio requiere un trabajo de observación de la materia, la experimentación, y el proceso de la obra. Significa una inversión de energía que será depositada más tarde en el mismo artículo creado. En este punto el valor del objeto va cambiando: de valor de uso a valor de cambio. Desde luego, un objeto puede poseer valor de cambio sin ninguna intervención humana que lo intermedie, (uno de los ejemplos más insólitos de esto, es en la década pasada cuando unos japoneses vendían piedras ¡de mascotas!, claro que igual dependían del envase y de la promoción, más extraño resulta saber que se las compraban) sin embargo, se le atribuirán más cualidades que aumentarán su valor de cambio si el objeto es transformado. La supervivencia de un objeto, en la sociedad, con todas las características e improntas que lo caractericen, depende en buena parte, no tanto de su valor de uso como de su valor de cambio, pues el artesano que lo genera debe vivir de sus obras, por ello será necesario abordar este aspecto en detalle. Valor humano se desprende del vocablo latín valor-oris de valere que significa estar sano, tener precio o coste de alguna cosa, osadía, arrojo o tener una cualidad estimable. Para Platón valor "es lo que da la verdad a los objetos cognoscibles, la luz y belleza a las cosas, etc., en una palabra es la fuente de todo ser en el hombre y fuera de él". Theodor Lessing en su texto “Axiomática del valor”, declara que desde el punto de vista axiológico, las distintas visiones históricas con las que se puede entender el concepto de valor, pueden

distinguirse a su vez, en tres dimensiones de análisis: a) La esfera “ideal” de las leyes del valor

y de la voluntad, donde existe validez o contradicción a priori.

b) Las investigaciones axiológicas fenomenológicas donde el fenómeno intuitivo entrega una evidencia inmediata y general del sentido y contrasentido, adecuación o inadecuación del valor.

c) Las investigaciones axiológicas actuales en donde la “realidad” económica o psicológica donde no hay contrasentidos sino incompatibilidades fácticas, es decir existen regularidades y transcursos típicos, pero no leyes exactas.

Interesante resulta este texto, pues se puede apreciar una transformación del concepto de valor que va desde la idea de un ideal supremo establecido a priori, intransable, absoluto, pasando luego por la concepción valórica cómo fenómeno dependiente de la vivencia adecuándose a ella, para finalizar con la concepción interna psicológica, colectiva y social. Es destacable como se va trasformando el concepto “valor” desde algo que sólo es ingerente al sujeto hasta que gradualmente va traspasándose al objeto, así escuchamos que algunos objetos son sencillos, ostentosos, violentos, tranquilos, todos adjetivos humanos. ¿pero hasta que punto el valor de cambio se ha humanizado en el objeto? ¿o hemos humanizado los objetos en su valor? O mejor dicho ¿en qué medida un objeto podría guardar alguna relación valórica semejante a aquellas que les asignamos a los seres humanos?, para contestar algunas de éstas preguntas, primero nos concentraremos en el concepto de valor de cambio. En principio podría entenderse el valor de cambio de un objeto, como la

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dimensión cualitativa del objeto, ya que entrega una noción proporcional que nos permite cambiarlo por otra cosa, pero este aspecto al variar tanto de lugar y de época, se nos hace una distinción en extremo relativa, casual y variable. Para controlar estas variables es preciso entonces usar estrategias que permitan normalizar las nociones de valor, en consiguiente, lo que determina la magnitud de valor de un objeto para Marx, por ejemplo, no es más que la cantidad de trabajo socialmente necesaria, o sea el “tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción”, (considerado en tiempos normales). Los valores de las mercancías son por lo tanto, tiempo de trabajo cristalizado. Por otra parte, la magnitud de valor de una mercancía cambia al alterarse la capacidad productiva del trabajo, entendiendo que ésta última depende de una serie de factores, como por ejemplo: el grado medio de destreza del obrero, el nivel de progreso de la ciencia y de sus aplicaciones, la organización social del proceso de producción, el volumen y la eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales. Pero considerar que el valor de cambio de un objeto sólo depende de su valor funcional, y productivo, aún es una forma limitada de observación. La percepción del valor de un objeto para la gente, es amplío y diverso, incluye no sólo lo valores de uso y de cambio, sino que también los valores emotivos, estéticos, imaginados e históricos, es decir, toda la dimensión perceptual de él, desde el personal, familiar, social y cultural, la vivencia cubre todos los grados con los que el hombre transa, crea o atesora las cosas. Realizando un listado (con alumnos de tercer año de diseño Industrial) sobre los posibles valores que se le pueden asignar a un objeto (dejando

claro que pueden existir muchos más), surgieron los siguientes: EMISOR: Valores relacionado con la emisión del objeto: 1) Valor de producción: El valor de

producción puede subdividirse en:

a) Su valor por la cantidad de personas que intervienen en el proceso. b) Lo complejo de un determinado proceso de producción, que implica generalmente la dificultad de intervenir la materia, la experticia y la competencia de uno o varios de sus participantes (pues cada uno de ellos ha invertido a su vez tiempo y energía en formarse).

c) La inversión tecnológica que requiere el proceso, es decir, la intervención de maquinaria (técnica o tecnológica), cuyo valor es temporal, complejo y económicamente alto.

d) El tiempo invertido en el proceso.

e) La energía invertida en el proceso, como por ejemplo, la cantidad de petróleo, energía eléctrica, madera u otra, asigna un costo a la naturaleza que se ve aplicado en el objeto.

f) El valor cultural del proceso: como por ejemplo la artesanía versus el proceso en cadena. Aquí no sólo es importante la intervención de tiempo y energía humana sino que también la experticia formada en la tradición cultural (interviene el tiempo histórico), y el entorno, que define identidad.

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MENSAJE: Valores relacionado con el objeto mismo: 2) Su valor material: La materialidad es valorada generalmente cuando es poco común o por cualquier razón difícil de obtener, por lo que el objeto confeccionado con ella adquiere inmediatamente el valor de su materialidad, independiente de cualquier otro aporte valórico que pueda tener. Puede subdividirse en:

a) Valor por escasez del material: El ejemplo clásico es el de algunos minerales como el oro, platino, diamante, etc. También entran en esa categoría vegetales que actualmente están en peligro de extinción o sólo crecen en ciertos lugares del planeta como el Sándalo o el Toromiro en Chile. b) Valor por estética del material: Algunos materiales no son escasos pero sí muy bellos, como algunas piedras preciosas relativamente comunes, maderas, textiles, etc. c) Valor por sensorialidad: Están en ésta categoría aquellos materiales que si bien no son escasos o no son tan estéticos, le entregan al ser humano agradable estímulos sensoriales, como por ejemplo: la seda, el lino, terciopelo, el sándalo, etc.

RECEPTOR: Valores asignados por el usuario 3) Valor emotivo: Este tipo de valor incluye al objeto como signo más que cómo objeto. A diferencia del que se ha llamado “valor simbólico de objeto” aquí el objeto no representa los sentimientos de un colectivo sino que de un sujeto individual. Este tipo de valor transforma

en intransable en el mercado una determinada mercancía. Es característico el valor que tiene un juguete o su pañal favorito para un niño, pero este apego perdura en la edad adulta, donde por diversas razones que apelan a la memoria, al afecto que le tenemos a la persona que nos regaló el objeto, al acontecimiento con el que lo relacionamos, al hito que marcaron, o cualquier otra razón emocional con que conectamos el objeto con nuestras propias vidas, así cualquier objeto, por insignificante que parezca puede alcanzar un valor inapreciable para aquel que lo posee.

3) 4) Valor pragmático: en este punto se

encuentra la valoración asignada por el uso práctico del objeto, como por ejemplo:

a) Valor por función : Que a su vez puede subdividirse en eficiencia, que considera relaciones costo- tiempo-calidad; y efectividad de un producto, que considera ergonomía, comodidad, ahorro de tiempo, cómoda manipulación y transporte, etc. b) Valor por duración del objeto: Se encuentran dentro de este rango la duración práctica del objeto, y su factibilidad de uso durante el periodo de tiempo deseado.

c) El “Valor Primicia” : Está relacionad al objeto y su novedad, pero no necesariamente a su novedad como originalidad, sino que a una suerte de hedonismo existente en el uso del artículo “nuevo”, no usado por nadie antes. Valor muy común en el mundo occidental contemporáneo.

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CONTEXTO: Valor asignado por los códigos culturales y sociales de un colectivo. 5) Valor de oportunidad: Los objetos poseen distinto valor según la circunstancia en la que son requeridos, por ejemplo si nos encontramos en un despoblado y necesitamos una herramienta específica para arreglar el motor del auto y continuar camino, el valor de esa herramienta es mucho mayor que si nos encontramos en una ciudad donde adquirirla es simple y fácil. 6) Valor por originalidad: El objeto puede ser el resultado de un proceso u objeto creativo, que es valorado por curioso o novedoso. Es el tipo de valor propio de los juguetes, pero también de cualquier objeto que sorprende y resulta agradable por ello. Este valor es uno de los más pasajeros, pues acabándose la novedad el objeto pierde este valor. 7) Valor cómo objeto único: Este valor generalmente es el característico de las obras de arte, donde las piezas son irrepetibles, o bien de aquellos objetos históricos de los que no queda más que un solo ejemplar. Su valor depende de su particularidad y de cuánto sea valorado ésta por la comunidad (no es lo mismo poseer el único óleo realizado por un desconocido que por un artista famoso). 8) Valor del objeto cómo símbolo: Aquí el contenido valórico del objeto le es asignado por sus características de símbolo cultural, siendo dos tipos de categorías validadas por el colectivo social y cultural.

a) Valor de identidad cultural: la primera aquellos símbolos culturales que le entregan identidad y reconocimiento al grupo o colectivo,

como son los símbolos patrios: banderas, estandartes, escudos, textos, etc. O los símbolos religiosos (toda la imaginería e iconografía religiosa). Pero también se encuentran los símbolos de reconocimiento colectivo empresariales o institucionales, como los productos y servicios con sus respectivas marcas. Estos valores son “agregados” a los objetos transables en el mercado. b) Valor histórico o patrimonial: El objeto posee historia y ha formado parte del contexto de la historia, por lo tanto, si ésta es reconocida socialmente se le valora como tal. Es así que sin un objeto fue usado por un personaje histórico reconocido o en una situación histórica valorada, el valor del acontecimiento o del sujeto es traspasado al objeto usado por él. También el objeto es el resultado de un periodo, nos muestra cómo se hacían las cosas, cómo se vivía, que se adoraba y qué se desechaba, etc. Es decir es un reflejo de una época y de su acontecer, por lo tanto, los objetos son valorados por ser los testigos y nuestras pistas o conexiones al pasado. c) Valor mediático: El objeto puede ser por cualquiera de los valores antes nombrados, o por muchas otras razones, objetivo de curiosidad mediática, nombrado en múltiples ocasiones en los medios de comunicación colectiva, reproducido hasta el cansancio en diversos soportes, hasta que su fama le otorga un valor que supera a otros objetos semejantes dentro de su categoría.

d) Valor símbólico-ideológico: Es el valor asignado a un objeto y a la persona que ostenta a quien se le asigna “poder” para usarlo, por ejemplo aquí se encontrarían los objetos religiosos o

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políticos que sólo pueden usar los líderes, como los objetos que usan los sacerdote en las ceremonias religiosas o la banda presidencial.

Sobre el consumo de objeto Sobre el objeto y su contexto cultural ya se han mencionado ciertos aspectos, pero conviene enfatizar algunos puntos. Lo primero que debemos aclarar es sobre la importancia de la cultura en el proceso fenomenológico. Para ello es necesario considerar que en el devenir del ser humano, la capacidad que tienen las cosas de aparecer en su mundo, y el emplazamiento que tienen esos objetos en la trayectoria humana que los vincula, dependen siempre de la cultura en la cual se encuentran insertos, y por eso mismo los objetos están marcados por el lenguaje. Los objetos no emergen porque sí, son estímulos que surgen porque tenemos un sistema nervioso y órganos sensoriales que nos permiten capturarlo tanto en su forma, como en cualquier otro aspecto que nos cautive, contamos además, con un cerebro suficientemente sofisticado como para percibir e interpretar esos estímulos y somos capaces de realizar muchas acciones intelectuales, tales como: atención, selección, memoria y muchas otras, que nos permiten darle a esas sensaciones sentido, significado y organización. En definitiva, la organización, interpretación, análisis e integración de los estímulos, implica principalmente, la actividad de nuestro cerebro. Por lo tanto, la aprehensión que tengamos de los objetos que nos rodean forma parte de la base de nuestra organización cognitiva. La fenomenología y por lo tanto, la percepción, en este punto se conectan con

la sociología y con la antropología, puesto que las “cosas” se comunican con nosotros en el ámbito de nuestra estructura social y cultural, generando un diálogo donde los objetos son definidos pero también definen al ser humano, en esta simbiosis el lenguaje es el intermediario. El diálogo entre objeto y sujeto se establece en distintos niveles de aprehensión, como una cadena de asociaciones concéntricas que van de lo personal e íntimo (como lo fisiológico, perceptual, atencional, emocional y cognitivo) hasta lo macro, como lo social y cultural. Para Umberto Eco existen tres fenómenos que constituyen cultura y que nos ilustran sobre el proceso que nos conduce desde la significación a la comunicación. Primero, la producción y el uso de objetos que transforman la relación hombre-naturaleza, segundo, las relaciones de parentesco como núcleo primario de relaciones sociales institucionalizadas y en tercer lugar, el intercambio de bienes económicos. Resulta fácil conectar el primer y tercer aspecto mencionado por Eco, porque como ya hemos dicho, la producción de objetos depende de las circunstancias de vida del hombre y en la actualidad, la mayor parte del tiempo se produce para y por el intercambio de bienes. La creación de mercancía es un proceso cultural y cognoscitivo, así lo declara Igor Kopytoff: las mercancías no sólo deben producirse materialmente como cosas, sino que también deben estar marcadas culturalmente como un tipo particular de cosas. En cada cultura la transacción de las cosas depende de valores ya asignados por el consenso colectivo (algunos ya los hemos mencionado), pero existen formas de consumo que no se ajustan necesariamente a la mecánica productiva del objeto como mercancía. Esto sucede

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precisamente porque es el ser humano como consumidor quien se revela a esta forma de entender el objeto-consumo. Mary Douglas, en su texto Formas de Pensar, postula una hipótesis interesante sobre las conductas consumidoras de las personas. Declara que la cultura puede alienar cierto tipo de consumos, pero los seres humanos conservan cierto grado de libertad para elegir el tipo de consumo que desean y con ello, el tipo de sociedad y cultura a la que aspiran. En un esquema simple nos expone cuatro tipos diferentes de culturas a la que el hombre tiende. Cada tipo cultural se encuentra en conflicto con las demás y no pueden desarrollarse en el dominio de otra, aspecto que personalmente encuentro curioso, porque a pesar de ello conviven. El primero se basa en la comunidad jerárquica y por ello defiende la formalidad y la compartimentación, el segundo, se basa en la igualdad dentro de un grupo y por ello está a favor de la espontaneidad y la negociación libre y decididamente en contra de otras formas de vida, el tercer tipo es el de la cultura competitiva del individualismo y el cuarto, es la cultura del individuo aislado que prefiere evitar los controles opresivos de las demás formas de vida social. Cualquier elección implica el rechazo de las otras expresiones. De esta forma, cada sujeto expresa y expone su ideal cultural en su actuar en el mundo, en las decisiones que toma y las cosas que consume. Para Mary Douglas, ni la postura política, ni la demografía o educación, revelan la tendencia cultural, de forma más clara que su tendencia consumidora, así la alimentación, la vestimenta, la decoración y en el tipo de entretenimientos elegidos puede sugerir ciertas predisposiciones al tipo de vida al que se aspira. Este tipo de perfil ya ha sido

estudiado por los publicistas quienes ya han dejado de lado las categorizaciones que se derivan del nivel socioeconómico como el A, B y C y han conformado otras basadas en lo que se denomina “perfil psicosocial”, que considera las preferencias de consumo en diversas áreas de la vida cotidiana, especialmente las de entretenimiento. Otra forma de definir la ubicación del consumo de ciertos objetos, son las motivaciones que el sujeto posee al momento de comprar. Entre las muchas definiciones de motivación existentes, podemos resumirla como lo siguiente: motivación es lo que hace que un individuo actúe y se comporte de una determinada manera. Es una combinación de procesos intelectuales, fisiológicos y psicológicos que decide, en una situación dada, con qué vigor se actúa y en qué dirección se encauza la energía. (Solana, Ricardo F, 1993). En los seres humanos, la motivación engloba tanto los impulsos conscientes como los inconscientes. La pirámide de Abraham Maslow, aún resulta un buen marco para acotar los tipos de motivaciones, porque presenta una secuencia jerárquica, pero no por ello inamovible ni estática, que segmenta los tipos de motivaciones desde lo fisiológico hasta la autorrealización. La jerarquía de necesidades de Maslow se describe a menudo como una pirámide que consta de 5 niveles: Los cuatro primeros niveles pueden ser agrupados como necesidades del déficit (Deficit needs); el nivel superior se le denomina como una necesidad del ser (being needs). La diferencia estriba en que mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, las necesidades del ser son una fuerza impelente continua. La idea básica de esta jerarquía es que las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo una vez se han satisfecho necesidades inferiores en la pirámide. Las

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fuerzas de crecimiento dan lugar a un movimiento hacia arriba en la jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las necesidades básicas hacia abajo en la jerarquía. En la base de la pirámide y en orden ascendente, se encuentran primero las necesidades fisiológicas básicas que son satisfechas mediante comida, bebidas, sueño, refugio, aire fresco, una temperatura apropiada, liberar desechos corporales y necesidad sexual. Si todas las necesidades humanas dejan de ser satisfechas entonces las necesidades fisiológicas se convierten en la prioridad más alta. El segundo nivel esta constituido por la necesidad de seguridad, cuando las necesidades fisiológicas son satisfechas entonces el ser humano se vuelve hacia las necesidades de seguridad. La seguridad se convierte en el objetivo de principal prioridad sobre otros. Una sociedad debe proporcionar esta seguridad a sus miembros. A veces, la necesidad de seguridad sobrepasa a la necesidad de satisfacción fácil de las necesidades fisiológicas, como pasó por ejemplo en los residentes de Kosovo, que eligieron dejar un área insegura para buscar un área segura, contando con el riesgo de tener mayores dificultades para obtener comida. En caso de peligro agudo la seguridad pasa delante de las necesidades fisiológicas. Es decir, surgen de la necesidad de que la persona se sienta segura y protegida. Dentro de ellas se encuentran: Seguridad física, de empleo, de ingresos y recursos, moral y fisiológica, familiar, de salud, contra el crimen de la propiedad personal. Podemos pensar, entonces que los objetos que el ser humano consume están delimitados por sus motivaciones y por su cultura. Esto hace pensar que la fórmula propuesta por Mary Douglas se encuentra entre lo cultural y lo motivacional. Un ejemplo de esta forma de pensar el consumo se encuentra

claramente descrita en lo que actualmente es llamado “consumo sostenible”, que apunta a la sustentabilidad ambiental y social. El consumo sustentable es el resultado de la preocupación que muchas personas tienen sobre la forma en que la producción de objetos provoca en la actualidad, donde los sujetos ya no consiguen una buena calidad de vida adquiriendo el objeto, sino que más bien sólo emiten más basura al medio ambiente. El consumo sustentable se define como el uso de productos y servicios que responden a necesidades básicas y que conllevan a una mejor calidad de vida y que además minimizan el uso de recursos naturales, materias tóxicas, emisiones de desechos y contaminantes durante todo su ciclo de vida y que no comprometen las necesidades de las futuras generaciones. En este proceso es claro que el consumidor individualmente no puede lograr los objetivos de un consumo sustentable, pero aún puede realizar acciones que cambien la idea contemporánea donde la publicidad idealiza el derroche. Dentro de todas las acciones recomendadas para un consumo sostenible, una que resulta clave es el reciclaje, que es definido como la transformación de las formas y presentaciones habituales de los objetos de cartón, papel, latón, vidrio, algunos plásticos y residuos orgánicos, en materias primas que la industria de manufactura puede utilizar de nuevo. También reciclaje se puede referir al conjunto de actividades que pretenden reutilizar partes de artículos que en su conjunto han llegado al término de su vida útil, pero que aún admiten un uso adicional para alguno de sus componentes o elementos. Este sólo aspecto presenta un conflicto entre motivaciones, estilo de vida individual y dominancia cultural. Si

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consideramos que culturalmente (o funcionalmente, en la práctica) los objetos poseen una trayectoria de vida, siempre le llegará al objeto la posibilidad de ser desechado, al término de su vida útil, todo objeto está condenado a convertirse en lo que conocemos como basura. Igor Kopytoff, da un ejemplo de la expectativa de vida de una choza entre los suku de Zaire, donde la misma choza tendrá distintas funciones dependiendo de su antigüedad. Esta asignación socio-cultural marca la trayectoria del objeto durante toda su existencia, en muchos casos, va siendo traspasado a diferentes personas que poco a poco modifican su uso y le asignan también distintos niveles en la jerarquía social (de lo más nuevo a lo más usado). Esta caída en el status del objeto, no sólo va asignado a la pérdida de algunas funciones o el cambio de uso, sino que recae también en el sujeto que lo posee y usa. Ahora si como vemos el objeto “nuevo” es valorado en culturas donde el consumo no es el extremo observado del capitalismo, ¡cómo será complejo para cualquier sujeto “sertirse” valorado aún cuando “posea” objetos “viejos” o usados!. El valor que hemos denominado “objeto primicia”, es un gran obstáculo socio-cultural para que se cumplan los objetivos del reciclaje o de la reutilización. Tener la primicia del uso de un objeto implica en muchas culturas un status mucho más alto dentro de la estructura social. En la cultura capitalista esta valorización llega al exceso de que observamos objetos que aunque aún pueden prestar utilidad, sólo satisfacen a un solo usuario, condición postmoderna del objeto, que desde luego, no fomenta la ecología y muy por el contrario, incentiva el consumismo y la contaminación. En el mundo occidental la filosofía del neocapitalismo es acortar en lo posible el proceso de “uso” del objeto. Un ejemplo

de este cambio lo ilustra el objeto navaja, este articulo útil para afeitarse era valorado y se solía incluso regalar de padrea a hijo como señal de madurez, luego apareció la hoja de afeitar que aunque ya más económica igualmente duraba y sólo se cambiaba la hoja (Gillete), luego aparecen las “azulitas” aparatos totalmente desechables que generalmente duran una sola afeitada y se desechan. La codicia del hombre y su soberbia avalan este comportamiento. En la actualidad si se desea alguna cosa, el hombre está en su pleno “derecho” de luchar por alcanzarlo. Podríamos decir que el consumismo es la exacerbación de la codicia del hombre, el deseo de poseer los objetos que otros poseen, en la ingenua creencia que podemos dominar mejor nuestro entorno sólo si somos dueños de objetos que nos ilustran el cómo hacerlo, pero también porque cada objeto (mientras más nuevo mejor), da señales de prosperidad a los demás. Tenemos dentro de ésta lógica, por ejemplo, ritos sociales que no permiten el artículo viejo o usado (especialmente éste último), por ejemplo los premios o los regalos. En nuestra cultura sería de muy mal gusto regalar un objeto usado, cualquier falla del objeto obsequiado puede ser perdonada, pero regalar un objeto usado puede marcar socialmente al que lo obsequia. Otro aspecto socialmente interesante es que no se debe regalar un objeto que nos fue regalado anteriormente, esto será entendido por falta de afecto de parte nuestra hacía la persona que nos regaló el objeto. Eso obliga por lo tanto, a comprar los regalos. Los objetos que nuestros abuelos poseían estaban pensados para durar, eso condicionaba al objeto de varias maneras, primero, su aspecto estético era importante, porque estaría mucho tiempo integrado al ambiente humano, segundo, poseía muchas piezas independientes e

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intercambiables, porque cada repuesto se podía comprar aparte, y por último dependiendo de su complejidad, existían muchas formas de arreglar un objeto que se había deteriorado, así surgían oficios que estaban relacionados con la reparación del objeto, zapateros, costureras, tapiceros y en definitiva cualquiera que pudiese arreglar desperfectos de objetos específicos. Pero, el mundo de la producción industrial creó objetos colectivos de duración cada vez más breve y de imposible reparación. Actualmente existen muchos artefactos que no se reparan porque comprar uno nuevo supone un costo económico inferior que repararlo. La estética del objeto sufre dos opuestos, o es excesivamente estético o simplemente feo, esto sucede principalmente por la misma razón: como el objeto durará poco debe ser económico, no importa que esté mal elaborado y menos aún que sea feo, pero también se puede usar el criterio donde en el objeto de muy corta duración (de muy mala calidad) el único criterio de compra a impulso es su belleza. Existen modas en donde, incluso se apela a exaltar la propiedad, un ejemplo de esto es el “enchulamiento” del objeto, acción que se expresa muy claramente en los celulares, aquí la moda de propiedad de alta tecnología, se expresa agregando elementos personales al objetos que por su elaboración masiva se les pretende dar una apariencia única, incluso en el mercado podemos ver cintas, adhesivos, texturas, etc, que permiten a un público, generalmente joven realizar esta “diferenciación”. Desde luego el producto se desechará luego porque el “ánimo” o la personalidad del dueño cambiará con la edad. Como vemos, todos estos factores atentan culturalmente contra el consumo sustentable… pero no son los únicos

grupos que se revelan y apelan a ciertos tipos de consumo responsable. Existen grupos de jóvenes que apelan al mínimo de compra de objetos de primera mano, otros derivan a lo alimentario, llamando por ejemplo a preferir lo orgánico, otros protestan con su consumo, a objetos de países donde existen malas leyes laborales o donde se usa mano de obra infantil. O bien están los que prefieren productos nacionales por sobre los importados (para proteger la industria nacional), o bien los que prefieren no comprar en líneas donde se sospecha monopolio, etc., etc. Todo somos de alguna forma rebeldes al momento de consumir. Y ésta es una dimensión del texto del objeto que más nos cautiva porque no sólo estamos apelando con ello a nuestra capacidad de decisión de compra, sino que queremos expresar a los demás todos nuestros sentimientos y anhelos sobre la sociedad y cultura que queremos construir.

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Conclusión

Las reflexiones expresadas en este artículo sobre el objeto, no han tenido otra finalidad que tratar de recorrer sus distintas dimensiones en su interacción con el ser humano, desde el entender la forma en que aparecen en su vida hasta cómo las integra a su cultura. Si bien existen muchas otras dimensiones no abordadas, son los razonamientos que me han hecho sentido durante el proceso, puesto que finalmente, me he dado cuenta que es muy complejo separar sus dimensiones sensoriales, semánticas y culturales. Estas tres facetas del objeto terminan uniéndose y constituyendo una totalidad al momento en que el ser humano las captura e integra a su cotidianeidad y a su dimensión comunicativa. El objeto finalmente resulta ser uno de los factores que no solo nos conectan con el mundo, sino que también, con otras personas y con nosotros mismos. No podemos extendernos o vincularnos con el medio sin capturar los objetos que nos rodean, ellos prolongan nuestra existencia en el espacio, y a través de ellos expresamos desde nuestros aspectos internos más íntimos y privados, como los sensoriales, emotivos o cognitivos, hasta los más colectivos y públicos como son los sociales y culturales. Saber crear, utilizar y clasificar distintos objetos, han marcado nuestra subsistencia como especie y han provocado cambios radicales en nuestra estructura socio-cultural, por ello son una dimensión sobre nuestra propia dimensión ontológica del ser en este mundo y de nuestra finalidad en él. Nos fuimos construyendo como especie y como individuos en un diálogo constante con los objetos que nos provocaban. Por ello, podríamos decir que somos de todas las especies de animales los únicos que poseemos éste vínculo tan estrecho con los objetos del mundo, porque para nosotros

son el mundo, somos en el mundo como producto de esta interacción con los elementos que nos rodean. Viéndolo de ésta perspectiva, somos entonces una especie de Homo Sapiens materialista, sujetos que tuvimos que recurrir al objeto para sobrevivir, pero que al mismo tiempo, convertimos esta aparente debilidad en nuestra mayor fortaleza. Ahora nos encontramos en el punto en que esta necesidad objetual traspasó el nivel de subsistencia, en el momento en que nos otorga el medio para expresarnos como creadores, como sujetos útiles en nuestra colectividad, como seres afectivos con nuestros cercanos, como seres creyentes, devotos y espirituales, el mismo objeto nos supera. Ser materialistas nos ha ubicado como la especie más peligrosa de la tierra, repletándola de objetos inservibles, llenándola de basura… pero también tenemos la posibilidad de ser críticos a esta situación, revelándonos a la dinámica y dominancia del objeto sobre el sujeto. Podríamos decir que recién ahora hemos asumido en parte la conciencia y la responsabilidad de ser generadores y poseedores de objetos, sabemos que el ritmo de consumo que actualmente tenemos es insostenible, pero no sabemos como parar esta dinámica. El objeto ha ganado no sólo su espacio en nuestras vidas, se ha constituido en nuestra vida, por ello las tres dimensiones mencionadas: objeto como fenómeno, texto y cultura, es en el devenir humano el objeto como extensión de sí mismo. Este artículo ha resultado solo una base para continuar reflexionando sobre el tema.

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