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E n el presente artículo se analiza de forma crítica la estrategia hegemónica con respecto al campo de las migraciones, en el que el sujeto migrante es tendencialmente borrado de la escena pública. En segundo lugar, a partir de los planteamientos de Spivak, se trata de pensar el vínculo entre enunciación y subalternidad , cuestionando ciertas políticas de representación clásicas. Finalmente, se propone un proyecto de interculturalidad como forma de cuestionar los actuales privilegios de los que goza el sujeto hegemónico y dar lugar a los otros en la producción efectiva de una sociedad plural. Discurso Subalternidad Poder Ecléctica, Revista de estudios culturales | 2013 |núm. 2 | ISSN 2254-0113 | 34-49 | Fecha de recepción: 28/05/2012 Fecha de aceptación: 01/08/2012 Adiós a la inmigración ¿Pueden hablar los sujetos migrantes? Speech Subalternity Power In the present article critically analyzes the hegemonic strategy with respect to the field of migration, in which the migrant subject is removed from the scene tends public. Second, from Spivak approaches, think this is the link between enunciation and subal- ternity, questioning certain classic political representation. Finally, we propose a project of multiculturalism as a way of questioning the current privileges enjoyed by the hege- monic subject and lead others in the actual production of a plural society. ARTURO BORRA// Licenciado en Comunicación Social

ARTURO BORRA// Licenciado en Comunicación Social todo del otro lado de la membrana au-diovisual haya seres gesticulando. Segui-rán moviéndose «fuera de cámara» o, con suerte,

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En el presente artículo se analiza de forma crítica la estrategia hegemónica con respecto al campo de las migraciones, en el que el sujeto migrante es tendencialmente borrado de la escena pública. En segundo lugar,

a partir de los planteamientos de Spivak, se trata de pensar el vínculo entre enunciación y subalternidad, cuestionando ciertas políticas de representación clásicas. Finalmente, se propone un proyecto de interculturalidad como forma de cuestionar los actuales privilegios de los que goza el sujeto hegemónico y dar lugar a los otros en la producción efectiva de una sociedad plural.

Discurso Subalternidad

Poder

Ecléctica, Revista de estudios culturales | 2013 |núm. 2 | ISSN 2254-0113 | 34-49 |

Fecha de recepción: 28/05/2012 Fecha de aceptación: 01/08/2012

Adiós a la inmigración¿Pueden hablar los sujetos migrantes?

SpeechSubalternity

Power

In the present article critically analyzes the hegemonic strategy with respect to the fi eld of migration, in which the migrant subject is removed from the scene tends public. Second, from Spivak approaches, think this is the link between enunciation and subal-ternity, questioning certain classic political representation. Finally, we propose a project of multiculturalism as a way of questioning the current privileges enjoyed by the hege-monic subject and lead others in the actual production of a plural society.

ARTURO BORRA//

Licenciado en Comunicación Social

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EL BORRADO DE LA PROBLEMÁTICA DE LA INMIGRACIÓN

Uno de los efectos fundamentales del om-nipresente discurso de la crisis, centrado en el “paro”, el “défi cit público” y los “mer-cados fi nancieros”, es invisibilizar otras problemáticas no menos acuciantes, en-tre las que cuenta la cuestión migratoria. No se trata sólo de un “olvido” sintomático del cada vez más relevante problema del racismo y la xenofobia en España1 sino de una «estrategia de borrado» de la proble-mática migratoria de la agenda pública (tanto mediática como gubernamental). La hegemonía neoconservadora se tra-duce en una gramática general de la reti-cencia (más que de la simple omisión) que no excluye referencias negativas explícitas con respecto a esta realidad drástica o la intervención patética de algunos políticos de segunda línea exaltando las “virtu-des” locales o los “vicios” ajenos. Por lo demás, esta estrategia tampoco puede evitar la irrupción de acontecimientos que hacen reaparecer de forma pública lo bo-rrado, como ocurrió recientemente con la política de exclusión de los inmigrantes irregulares del sistema sanitario público y gratuito.

Si la estrategia hegemónica con respec-to al campo de las migraciones se mueve más sobre una política elusiva de discurso que sobre una política de estigmatización abierta, lo hace básicamente en función de un cálculo de rentabilidad política.

Desde una perspectiva interna, la primera opción tiene la ventaja indiscutible de no tener que dar explicaciones sobre la ver-dadera cruzada que la derecha española ha emprendido contra lo que considera un «sobrante estructural» de seres huma-nos. Y, se sabe, cuanto menos hable de eso, más sencillo resultará deshacerse de lo que “sobra”.

Claro que no puede impedir que a pesar de todo del otro lado de la membrana au-diovisual haya seres gesticulando. Segui-rán moviéndose «fuera de cámara» o, con suerte, como fondo de un «plano general» en el que los massmedia como intérpre-tes administran el derecho al discurso, denegando tendencialmente a los otros la posibilidad de hablar (incluso si para ello representan la pantomima del «inmigran-te» como «sujeto testimonial»). Se trata de mostrar algo para no mostrar nada; dejar que el (pequeño) otro aparezca -de for-ma efímera- a partir de unos fragmentos testimoniales preseleccionados sin que colisione con un gran Otro criminalizado y remitido a un lugar puramente carencial.

En síntesis, el discurso hegemónico ha optado en términos estratégicos por rele-gar la referencia a la vida de más de cin-co millones y medio de inmigrantes resi-dentes en territorio español. No se trata, obviamente, de ningún azar: es la primera fase del desentendimiento absoluto con respecto a su bienestar. Condenados a la categoría de «ciudadanía de segunda mano» (cuando no directamente excluidos

1 BORRA, A.: “Operación «borrado»: ¿quién da cuenta del racismo y la xenofobia en España?” en Periódico Rebelión, 29/7/2011, versión electrónica: http://rebelion.org/noticia.php?id=133119.

2 La expresión es de BAUMAN, Z.: Vidas desper-diciadas. La modernidad y sus parias, trad. Pablo Hermida Lazcano, Paidós, Barcelona, 2005.

3 Esta denegación masiva de solicitudes no es

novedosa. He procurado analizar la situación de los refugiados en BORRA, A.: “Más allá de un proyecto de bienestar cercado: refugiados y des-plazados en el mundo” en Periódico Rebelión, 26/6/2011, versión electrónica: http://www.rebe-lion.org/noticia.php?id=131170.

4 Teniendo en cuenta que la tasa de desempleo de extranjeros extracomunitarios supera en más

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de la ciudadanía), esos sujetos han pasa-do a formar parte del ejército invisible que es objeto de políticas de descarte y re-ciclaje cortoplacistas. Reducidos a «des-hechos humanos»2 la cuestión central en esta práctica gubernamental es su ges-tión en tanto residuos: como masa mar-ginal, sus demandas no cuentan, como tampoco cuenta el sufrimiento evitable al que son arrojados.

No menos sintomático resulta el cambio nominal del anterior “Ministerio de Tra-bajo e Inmigración” español por el actual “Ministerio de Empleo y Competitividad”. La supresión de “inmigración” marca de por sí todo un programa sustitutivo, acor-de a los nuevos mandatos de mercado. Que el término “inmigración” estuviera signifi cado en su vínculo con el “trabajo” ya era indicativo del carácter instrumen-tal que se le asignó a estos colectivos en los 90 y la primera década del siglo XXI: tendencialmente, se trató de una política

de provisión (a través de la sectorización de fl ujos migratorios, de la regularización periódica de personas en situación irregu-lar o la administración de contingentes de temporeros) de mano de obra barata para mercados de baja cualifi cación y con un alto índice de temporalidad, destinada a sostener la expansión económica en los países centrales. El nuevo giro convier-te en residual esta política: más que una fuerza instrumental relativamente valorada por su aportación laboral intensiva, la in-migración es replanteada como un lastre

del 12% la tasa de paro de trabajadores na-cionales y comunitarios, aproximándose ac-tualmente a la escalofriante barrera del 40%, es sencillo advertir la creciente marginación de estos colectivos no sólo en los mercados laborales locales sino en el acceso a estánda-res de vida mínimamente satisfactorios (como ocurre, de manera diferencial, con otros su-jetos colectivos [BORRA, A.: “La discrimina-

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que es preciso controlar, tanto para se-guir nutriendo una economía sumergida y atemperar los efectos del envejecimiento poblacional como para contribuir a sos-tener las cuentas en rojo de un estado de bienestar desde siempre trunco. El obje-tivo es doble: expulsar un “excedente” de extranjeros residentes y retener, en con-diciones mayoritariamente paupérrimas, a quienes sigan “compitiendo” con salarios bajos.

Aunque las piruetas lingüísticas de la de-recha gubernamental adquieran por mo-

mentos un cariz (tragi)cómico, la arreme-tida contra estos millones de personas inmigradas implica prácticas de sumagra-vedad: la continuidad de las redadas po-liciales, el mantenimiento de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), la denegación de asilo a la abrumadora ma-yoría de solicitantes y el abandono casi absoluto que padece la minoría que ad-quiere el estatus de refugiado3, la restric-ción creciente de permisos de trabajo y residencia por motivos familiares o labo-rales, la denegación de acceso a territo-rio nacional a personas extracomunitarias

ción en el mercado laboral español. Crisis capita-lista y dualización social”, en Periódico Rebelión, 14/8/2011, versión electrónica: http://rebelion.org/noticia.php?id=133998]). Las consecuencias de esta marginación son parcialmente previsibles: re-torno a los países de procedencia en algunos ca-sos, pero también aumento de la pobreza extrema y problemas psicosociales que se derivan de estas nuevas condiciones.

Figura 1: CIE de Barcelona. Una policía nacional cierra la puerta del Centro de Internamiento de Extranjeros. 23 de enero de 2011. Fronteras invi-sibles.

5 Remito, para profundizar en esta cuestión, al informe de PAJARES, M.: Inmigración y mercado

de trabajo. Informe 2010, del Observatorio Per-

^ Figura 1

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que no justifi quen económicamente su estancia, la supresión de los fondos de integración, la reducción drástica de los fondos de cooperación y co-desarrollo, la restricción en el acceso al sistema sanita-rio a inmigrantes irregulares y el recorte de las partidas destinadas a ONG y asocia-ciones de ayuda a inmigrantes y refugia-dos, entre otras4.

Aunque deberíamos cuidarnos de homo-geneizar en el análisis a los «sujetos mi-grantes», es claro que el incremento migra-torio a los países centrales en las últimas dos décadas –interrumpido en la actuali-dad por fl ujos migratorios en sentido con-trario- ha estado ligado a los procesos de globalización capitalista y a la correlativa intensifi cación de transferencia de recur-sos y trabajadores de las periferias a las metrópolis en una fase expansiva. Si bien las políticas migratorias afectan de forma diferencial a distintos segmentos de po-blación inmigrada, eso no debería ocultar que la homogeneización de estos colec-tivos es, ante todo, una consecuencia de las políticas públicas desplegadas. Para circunscribirme al caso español: desde la década de los 90, el confi namiento secto-rial de la amplia mayoría de inmigrantes a puestos de trabajo precarizados y en po-sición subordinada es claro: tres de cada cuatro inmigrantes fueron empleados en sectores de baja cualifi cación y la tenden-cia no se ha revertido en lo más mínimo.5

Ahora bien, si esto es así, ¿por qué esos sujetos migrantes apenas tienen visibilidad colectiva en sus posicionamientos ante estas políticas claramente discriminato-rias? Que las autoridades hegemónicas apuesten al borrado de esta problemáti-ca es previsible. Menos previsible resulta que apenas dispongamos de discursos críticos elaborados por miembros de las propias comunidades migrantes que ha-yan alcanzado cierta notoriedad pública. ¿Cómo explicar este “silencio” en el es-pacio público por parte de los damnifi ca-dos?6

EL SILENCIO DE LOS CONDENADOS

Hace más de dos décadas (su prime-ra versión es de 1985), con motivo de la inmolación de una mujer india, Gayatri Spivak se preguntaba de un modo apa-rentemente incomprensible: «¿Puede ha-blar el subalterno?»7. La respuesta en ese contexto era negativa. Con ello, estaba cuestionando el silenciamiento al que mu-chos seres humanos son confi nados por parte de la “narrativa histórica capitalista”, negándole cualquier «estatus dialógico» a la posición del subalterno8. Dicho de otro modo: como el caso de Gregor Samsa en La metamorfosis de F. Kafka, ellos hablan pero nadie los escucha. Eso lleva a la si-guiente pregunta: si nadie los escucha, ¿en qué sentido podría decirse que ha-blan? ¿Y quién es ese nadie que se niega a escuchar?

manente de la Inmigración, 2010, en versión electrónica: http://extranjeros.empleo.gob.es/es/ObservatorioPermanenteInmigracion/Publicaciones/archivos/Inmigracion__Merca-do_de_Trabjo_OPI25.pdf.

6 Si bien en España existen algunas publica-ciones periódicas de colectivos inmigrantes específi cos, suelen tener como destinatarios

“Menos previsible resulta que apenas dispongamos de dis-cursos críticos elaborados por miembros de las propias comunidades migrantes que hayan alcanzado cierta noto-riedad pública”

Arturo Borra Adiós a la inmigración

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Participar en cierto «orden de discurso» -en términos de Foucault9- supone mucho más que una simple disposición subjeti-va a tomar la palabra. Entre otras cosas, porque sin una autorización institucional y sin un emplazamiento de poder, ningún sujeto puede hablar por más que quiera. Podría incluso gritar que sería desoído: hablar una lengua declarada “incompren-sible”, “inculta”, “fuera de lugar”. Un «acto de habla» sustraído de un «dispositivo de enunciación» -y por tanto de unas estruc-turas institucionales de poder- carece de fuerza performativa: no constituye un au-téntico acto.

Resulta banal sostener que, a pesar de todo, Spivak habla como mujer académi-ca india. El argumento es inaceptable en tanto su misma pertenencia académica ya la sustrae de la condición de «subalter-na» que se le atribuye. Dejemos de lado, entonces, la crítica facilista que sostiene que posturas como las de Spivak se auto-refutan pragmáticamente, esto es, se nie-gan por su propia existencia, por el hecho de poder ser formuladas a pesar de todo.

Del hecho de que hablemos –en el senti-do trivial del término- en nuestro mundo cotidiano no se infi ere que estemos ins-titucionalmente autorizados a hacerlo ni que se nos garantice una escucha atenta (y no digamos ya una respuesta política, intelectual e institucional satisfactoria). Tal vez deberíamos insistir en que, a pesar de estos obstáculos nada irreales, nuestra tenacidad no desiste. Uno mismo como

sujeto migrante puede intentarlo. Sin em-bargo, ¿cómo evitar la trampa del volun-tarismo? Y ¿en qué sentido resulta válido representarse como subalterno? Que la abrumadora mayoría de sujetos migrantes encarnan esa condición subalterna en el contexto del capitalismo globalizado no necesita demasiada argumentación; sí lo requiere, en cambio, la inscripción de uno mismo en esa condición. Otra vez, nos topamos con esa punzante afi rmación de una imposibilidad que amenaza con con-vertirse en un argumento circular: lo sub-alterno no puede hablar; si hablo no soy

subalterno.

Para evitar este círculo lógicamente vi-ciado, Spivak delimita el sentido de esta categoría. Ser inmigrante no es condición sufi ciente ni necesaria para subsumir a un individuo en dicha categoría (la cual remi-te, ante todo, a la realidad de diferentes grupos oprimidos, en los que clase, etnia y género se articulan de modo específi co en el proceso de subordinación social). El desplazamiento de elites intelectuales y profesionales que se mueven en un régi-men de privilegios jurídicos, administrati-

principales a miembros de la misma comunidad de pertenencia, lo que explica su alcance minoritario y su falta de notoriedad a nivel colectivo. Por lo demás, las condiciones precarias de producción de estas revistas o boletines informativos –de-pendientes de forma exclusiva de los reclamos publicitarios- conducen a un tipo de producto co-municacional marcado por la discontinuidad de sus apariciones y excluido de los estándares de

calidad atribuidos a la considerada “prensa seria”, lo que no hace sino reforzar su carácter pública-mente marginal.

7 SPIVAK, G. C.: “¿Puede hablar el subalterno?” en Revista Colombiana de Antropología, Vol. 30, Enero-diciembre 2003. En otras traducciones, el articulo “el” se feminiza («¿Puede hablar la subal

“Nuestra apuesta es la de una subversión radical de lo que regula en el presente el dere-cho a hablar”

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vos, académicos, simbólicos y económi-cos, es un proceso regular entre periferias y países centralizados. Sería erróneo, sin embargo, confundir esas minorías auto-rizadas con una mayoría silenciosa de la población migrante que se mueve en la frontera difusa de la fragilidad relativa y absoluta10.

¿Qué hay entonces de la crítica radical al colonialismo y al etnocentrismo, pro-piciada por narrativas poscoloniales, a menudo elaboradas por intelectuales que sufrieron en cierta medida los efectos de las políticas metropolitanas? Habría que señalar que estos críticos no pueden con-siderarse de forma válida como subalter-nos: autores como Said, Amin o Spivak forman parte de esos intelectuales de la diáspora que han logrado cierta resonan-cia pública precisamente en la medida en que han logrado desplazarse de esa po-sición. Como «autores» consagrados en sus respectivos campos de intervención teórica (sea la crítica literaria, la teoría po-lítica, el feminismo o el deconstructivismo) constituyen ejemplos de un «exilio» que lejos de enmudecer a quien lo vive, ha sido más bien la condición para el ejer-cicio de su crítica. En este punto, habría que matizar lo dicho por el mismo Said11: “La cultura occidental moderna es en gran medida obra de exiliados, emigrados, re-fugiados”. Sí, en tanto cierta producción cultural presupone un distanciamiento crí-

terna?») o se hace general («¿Puede hablar lo subalterno?»).

8 GIRALDO, S.: “Nota introductoria”, en Re-vista Colombiana de Antropología, Vol. 30, Enero-diciembre 2003, p. 297.

9 FOUCAULT, M.: El discurso del poder. Fo-lios, Buenos Aires, 1989.

“Lo que está en juego, es la articulación de un horizonte de sentido en común, que no se confunde con ningún pro-ceso de simple homogenei-zación”

Arturo Borra Adiós a la inmigración

tico con respecto a lo hegemónico. Puede incluso que el campo artístico constituya un refugio de excepción para ese “obrar” subterráneo que transforma los límites en escritura (pictórica, lingüística, audiovisual, musical…).

Sin embargo, ¿cómo desconocer la di-fi cultad estructural de esos “exiliados, emigrados y refugiados” para acceder a específi cos dispositivos de enunciación, esto es, para ser habilitados como sujetos comunicacionales en determinados órde-nes del discurso? Lo dicho, pues, no inva-lida el núcleo más perturbador de la tesis de Spivak: la condición de enunciación del sujeto, en las condiciones del presente, es su desplazamiento de la subalternidad; hablar sobre lo subalterno ya supone una cierta distancia con respecto a esa con-dición.

La conciencia de esa distancia social de-bería ser sufi ciente para eludir la típica tentación mesiánica a la que es tan pro-clive una cierta izquierda autoritaria. Auto-posicionarse como portavoz privilegiado de los “sin voz” no hace más que persistir en el malentendido, en un doble sentido: 1) porque reafi rma el etnocentrismo del enunciador –que se arroga para sí el mo-nopolio de una política de representación de los “silenciados”, a menudo reducidos a sujetos alienados y pasivos- y 2) porque convalida como agente sustitutivo la ex-clusión de los subalternos de los órdenes del discurso establecidos, esto es, porque apuntala un régimen hegemónico que se

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10 BORRA, A.: “Más allá del problema del paro: capitalismo y marginación sistémica”, en Periódico Rebelión, 24/3/2012, versión electrónica: http://re-belion.org/noticia.php?id=146838.

11 SAID, E.: Refl exiones sobre el exilio, trad. Ricar-do García, Debates, Barcelona, 2005, p. 179.

12 SAID, E.: op.cit., p. 274.

13 SAID, E.: op.cit. p. 275.

14 La reducción de la dialogía y la heteroglosia a “modas teóricas” al uso, por lo demás, carece de base. Si Said cuestiona el “resultado domestica-do” de esa interlocución es porque presupone que podría haber un “resultado” diferente y deseable, producto de un intercambio dialógico y heterogló-sico.

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basa en las asimetrías de poder entre los diferentes sujetos sociales (en este caso, según su procedencia).

En vez de atribuirnos algún privilegio epis-témico y político con respecto a estos grupos, sería mejor que nuestras luchas se centraran en la subversión del campo social, marcado por múltiples desigual-dades sociales y comunicacionales. Ero-sionar las condiciones histórico-sociales de producción del silenciamiento de los subalternos no pasa por asumir un pa-ternalismo benevolente de “dar voz a los que no tienen voz” o un populismo inverso que atribuye a los grupos subordinados el monopolio del habla legítima, sino por el reconocimiento de nuestro descen-tramiento radical o, para decirlo de otra manera, por la crítica de una política de autoridad institucionalizada que impide que determinados sujetos participen, en igualdad de condiciones, en la producción discursiva mediante la cual una formación social se interpreta y se transforma a sí misma. Nuestras perspectivas no consti-tuyen más que fragmentos (por defi nición, precarios e incompletos) de un discurso que adquiere validez en tanto es confron-tado de forma crítica con otros discursos sociales. Ocultar esta condición fragmen-taria no cambia las cosas. Nos movemos en ese doble riesgo: auto-posicionarnos como únicos sujetos del discurso o ter-minar adjudicando al otro (más o menos acallado) el privilegio del discurso legítimo, único portavoz de la palabra verdadera. Sin embargo, de las premisas anteriores

no se deriva necesariamente ninguna de estas dos posiciones, sino la condición descentrada de toda posición de enun-ciación.

Persistiríamos en el malentendido si in-terpretáramos esta crítica a la autoridad como una mera inversión de las jerarquías. Nuestra apuesta es la de una subversión radical de lo que regula en el presente el derecho a hablar. Si nuestro tiempo es también el tiempo de la migración y el asi-lo –en el que millones de vidas arrasadas son forzadas a desplazarse por razones políticas y económicas-, centrarse en esa problemática es una prioridad política: no sólo porque cuestiona un régimen de verdad colonial que excluye institucional-mente a esos seres humanos de cualquier interlocución autorizada, sino también porque a través de esa crítica de la exclu-sión reivindica una universalidad que no sea meramente proyectada.

Formulemos de nuevo la cuestión. Incluso si admitiéramos la regularidad de la excep-ción, ¿quiénes hablan los discursos de la subalternidad? Para responder a esta pre-gunta, podríamos extrapolar lo que Said plantea con respecto al sujeto colonizado (que en principio y de forma tendencial permite incluir al sujeto migrante) como «interlocutor». Said distingue entre dos signifi cados discrepantes de éste12: el pri-mero está delimitado por el colonizador, que fi ja las categorías en las que el co-lonizado podría intentar “dialogar”. No es extraño que, ante esa posibilidad, el inte-

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15 De modo complementario: una política de la interculturalidad no permite resolver des-igualdades que no están dadas por la pro-cedencia etnocultural sino por otras dimen-siones identitarias (p.e. nuestra condición de clase o género). Asimismo, implica el riesgo de incluir a otros sujetos culturales que, sin embargo, ocupan posiciones sociales domi-nantes, reproduciendo otras desigualdades

Arturo Borra Adiós a la inmigración

lectual nativo se niegue a hablar y asuma el antagonismo como único punto posi-ble de contacto con la potencia colonial. El otro signifi cado procede de un entorno menos inmediatamente político.

En este contexto el interlocutor es alguien que quizá ha sido encontrado clamando en el umbral, allá donde desde fuera de un campo o disciplina ha producido una perturbación tan indecorosa como para que se le permita entrar, una vez com-probado en el control de entrada que no lleva armas ni piedras, para seguir hablan-do. El resultado domesticado recuerda a una serie de correlatos teóricos de moda, como por ejemplo el dialogismo y la hete-roglosia de Bajtin13.

Pero este interlocutor no es más que una “creación de laboratorio” (sic) despojado de la urgencia vital y de la confl ictividad en el que esa urgencia se inscribe. En ambos casos, nuestro interlocutor colonizado no logra interactuar en un vínculo comunica-tivo simétrico: o bien el colonizado (sub-alterno) se niega a hablar o bien es “do-mesticado” en el mismo acto de habla y entonces no logra establecer una ruptura con respecto al orden colonial14. Si bien el interlocutor colonizado podría hablar, las condiciones para hacerlo son inacepta-bles. Por otra vía, tenemos no un sujeto

sin voz, a quien habría que dársela desde una exterioridad privilegiada -en términos de conciencia, compromiso o actividad-, sino un sujeto desautorizado en térmi-nos institucionales. En cualquiera de las variantes, el argumento no presupone un sujeto puramente reproductivo y pasivo, sino un agente subalternizado que, no obstante, despliega, a menudo de modo más o menos inconsciente, estrategias de confrontación y resistencia.

INTERCULTURALIDAD, DIFERENCIA Y COMUNICACIÓN

Si en el contexto del capitalismo globali-zado se plantea tendencialmente un lazo entre subalternidad y migración, entonces, la referencia a la «interculturalidad» puede ser una buena estrategia para reconstruir los vínculos comunicacionales con esos otros que son más bien llamados a ca-llar. La «interculturalidad», como forma es-pecífi ca de una política de igualdad más amplia, permite cuestionar los actuales privilegios de los que goza el sujeto he-gemónico (encarnado en el prototipo del varón adulto, cristiano, blanco, burgués, europeo y heterosexual)15.

Sin embargo, apenas podríamos avan-zar en dicha dirección si asociamos este proyecto intercultural a la mera «yuxta-posición» de valores, signifi caciones y prácticas diferentes, relativas a las comu-nidades implicadas. Lo que está en jue-go, por el contrario, es la «articulación» de

“La transformación de lo multicultural en intercultu-ral, a partir de un trabajo de negociación simbólica entre posiciones diferenciales, es incongruente si no da lugar a una política efectiva de igual-dad en la toma de decisiones”

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concretas mediante una estratagema culturalis-ta. El énfasis unilateral en esta política, por tanto, conduce a la perpetuación de otras asimetrías de poder (como ocurre en ciertas ocasiones con al-gunas versiones del feminismo).

16 Para profundizar en la noción de «articulación» remito a LACLAU, E. y MOUFFE, C.: Hegemonía y

estrategia socialista, Fondo de Cultura Económica,

Buenos Aires, 2004.

17 Tomo la distinción entre lo “público-estatal” y lo “público-societal” de CASTORIADIS, C.: “La de-mocracia como procedimiento y como régimen”, en Revista Iniciativa Socialista, Nº 38, Febrero de 1996, versión electrónica en http://www.inisoc.org/Castor.htm.

18 Una política inclusiva semejante excluye el mito

Ecléctica, Revista de estudios culturales (2) 2013 ISSN- 2254-0113

un horizonte de sentido en común, que no se confunde con ningún proceso de simple homogeneización, uniformización identitaria o formación de «consensos racionales» últimos y universales16. Más que la confl uencia espontánea de pers-pectivas diversas, la condición de dicha articulación es la producción de prácticas comunicacionales simétricas, esto es, la inclusión igualitaria de los otros como participantes tanto en las instituciones públicas -estatales o societales17- como privadas.

Apenas hace falta decir que nada seme-jante ocurre en las condiciones del pre-sente18. En un nivel concreto, conviene detenerse en algunas prácticas sociales que se presentan como interculturales. El ejemplo del campo educativo español es ilustrativo. Por un lado, es innegable que en la última década se han desplegado algunas propuestas relacionadas a una «pedagogía de la interculturalidad»; por otro lado, sin embargo, esas propuestas han sido puestas en marcha sin con-tar (o sólo contando de modo marginal) con esos otros implicados. El sujeto de la enunciación, por así decirlo, se ha limi-tado a construir al otro como objeto pe-dagógico, sin dar lugar a su participación tanto en la elaboración como gestión de esos proyectos educativos. Preguntar si el discurso pedagógico sobre la intercul-turalidad no termina institucionalizándo-se como objeto teórico prestigioso entre profesores y académicos progresistas que no muestran la más mínima disposi-

ción a poner en cuestión sus privilegios es una tentación casi ineludible. Mientras crean materias, seminarios, postgrados y cátedras sobre diversidad e intercultu-ralidad, los otros brillan por su ausencia como sujetos del discurso. Las ironías al respecto podrían proliferar, pero sería erróneo apresurarse a rechazar esta pe-dagogía por sus défi cits en la práctica. Lo que más bien cabría preguntarse es acerca de los escollos institucionales que taponan la posibilidad de una pedagogía desde lo intercultural. En otras palabras, a esa pedagogía hay que pedirle que se deje leer, en primera instancia, desde sus

mismos principios de lectura. No hay que ser excesivamente perspicaz para percibir el auténtico hiato entre esos principios de lectura y las prácticas pedagógicas ac-tuales: en materia de apertura educativa está todo por hacer. Solamente por insis-tir en la estructura del profesorado: en las instituciones educativas españolas, ¿qué presencia tienen maestros y profesores inmigrantes y refugiados? ¿Qué recupera-ción institucional se hace de sus experien-cias pedagógicas que podrían aportar a la producción de una sociedad intercultural?

Algo similar podría decirse en torno al campo de la «mediación intercultural»: ¿quiénes son los sujetos mediadores en los proyectos municipales y asociativos implementados en territorio español en la última década? Aunque podrían citar-se algunas excepciones, cabe pregun-tarse si las propias agencias públicas de mediación resisten los más elementales

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de una sociedad reconciliada. La lucha polí-tica por la igualdad tiene acérrimos antago-nistas.

19 Invocar lo excepcional (como ocurre con los profesionales extranjeros de la salud en la sanidad española) para desmentir esta par-ticipación marginal y subalternizada de las comunidades migradas y refugiadas en el

Arturo Borra Adiós a la inmigración

exámenes de consistencia: la confi gura-ción de servicios, ¿contempla la inclusión de miembros de diferentes culturas como responsables técnicos y políticos de los procesos de mediación? ¿Encarnan esas agencias los valores y principios que alien-tan en la resolución de confl ictos entre su-jetos culturalmente diversos? También en este caso nos hallamos presumiblemente ante una práctica profesional que no ha logrado erosionar la clausura institucional en la que se mueve.

Los défi cits en este sentido son nota-bles. La opacidad informativa, pero más gravemente la falta de informaciones ofi -ciales sistemáticas, no ayuda a ahondar en un diagnóstico crítico. Como hipótesis de trabajo, podríamos sostener que la exclusión institucional de migrantes y re-fugiados se extiende y acentúa en otras instituciones públicas, por no mencionar la discriminación neta que se produce en el ámbito privado. Para dimensionar la magnitud de esta problemática habría que preguntar sobre las políticas y accio-nes que se están implementando a nivel público para garantizar la inclusión institu-cional de estos sujetos a través de proce-sos abiertos de acceso. La respuesta es por demás de desalentadora, empezan-do por los impedimentos legales (aunque no sólo ni principalmente)19 que se erigen como diques de contención (de los otros). También podríamos invocar mecanismos de discriminación institucionalizada bajo la forma de leyes de acceso restrictivas, trato desigual, trabas burocráticas y una persistente resistencia cultural al interior de dichas instituciones.

Lo decisivo es que combatir estas prác-ticas discriminatorias sin transformar la misma institucionalidad resulta imposible. Los discursos sobre la interculturalidad, en ese sentido, suelen quedar en prácti-cas bienintencionadas de reconocimiento abstracto de las diferencias culturales o,

a lo sumo, en una gestión intercultural de confl ictos entre particulares. Y, en efecto, seguirán siéndolo mientras no impliquen una política que impida que las diferen-cias culturales sean institucionalizadas como desigualdad efectiva, incluyendo las asimetrías socioeconómicas e insti-tucionales20. ¿Cómo podría defenderse un proyecto igualitario de ciudadanía sin tener en cuenta como agentes a esa plu-ralidad de sujetos culturales que, en un momento y espacio determinado, coexis-ten en una sociedad? Y puesto que esa pluralidad puede dar lugar a antagonis-mos sociales, ¿podría sostenerse esa exigencia sin la creación de espacios de comunicación y decisión que hagan posi-ble su articulación, esto es, la producción de «puntos nodales» entre dichas diferen-cias? La transformación de lo multicultural en intercultural, a partir de un trabajo de

negociación simbólica entre posiciones

diferenciales (virtualmente en confl icto), es

incongruente si no da lugar a una política

efectiva de igualdad en la toma de deci-

siones.

En la experiencia de la interculturalidad se juega la ruptura con una versión ama-ble del viejo racismo que sin rechazar al diferente sigue considerándolo como absolutamente otro. Por el contrario, to-mando el concepto de «cultura» como proceso social constitutivo21, la cuestión de la interculturalidad se focaliza en la ins-titución de otra sociedad22. Y si bien los críticos del multiculturalismo a menudo tienden a confundir multiculturalidad con

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campo institucional es una falacia. En líneas ge-nerales, basándonos en datos ofi ciales aportados por el INEM, poco menos del 80% de estas co-munidades está afectada por un régimen gene-ral de trabajo marcado por la precariedad, la alta temporalidad, remuneraciones comparativamente inferiores, cargas horarias mayores y acceso a puestos de baja jerarquía (creándose un plus de explotación a la que ya se produce en el actual

Figura 2: Sin título. Víctima de una redada policial. 2 de enero de 2011. Fronteras invisibles.

mercado con respecto a trabajadores locales).

20 Algunas de estas refl exiones han sido elabo-radas por GARCÍA CANCLINI, N.: Diferentes, desi

guales y desconectados. Mapas de la intercultura-

^ Figura 2

la experiencia de la interculturalidad23, su distinción conceptual es nítida: la mera coexistencia más o menos segregada

de las culturas no se confunde con la apertura crítica ante el otro, esto es, con una forma de afrontar la alteridad desde un horizonte dialógico, plural y refl exivo. Mientras el multiculturalismo –tan propen-so al discurso políticamente correcto de la tolerancia24- desconoce las jerarquías institucionalizadas entre las culturas, una política interculturalista debería promover la construcción de condiciones igualitarias en una sociedad culturalmente plural.

LA INTERCULTURALIDAD COMO PROYECTO POLÍTICO

Aunque a menudo se invoca la actual “cri-sis” sistémica para postergar de forma in-defi nida estas demandas de inclusión, lo cierto es que esta «clausura institucional» le precede y ni siquiera es exclusiva a Es-paña: está ligada, más bien, a sociedades con una “presión migratoria” baja. Lo que resulta alarmante es que dos décadas después de sucesivas olas migratorias de gran magnitud no sólo no se hayan pro-

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lidad, Gedisa, Madrid, 2008.

21 Tomo este concepto de WILLIAMS, R.: Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 2000.

22 Como ha señalado de forma atinada José Luis García (“Interculturalidad” en VVAA: Dic-cionario de relaciones interculturales. Diver-

sidad y Globalización, Complutense, Madrid. 2007, p. 207): “Los problemas de la intercul-

Arturo Borra Adiós a la inmigración

ducido cambios favorables al respecto en España sino que, además, hayamos ingresado en un período más regresivo aún. Para volver al planteamiento de Spi-vak: la imposibilidad de hablar del (inmi-grante) subalterno no tiene ninguna rela-ción necesaria con la presente situación de crisis. La clausura institucional con respecto a este tipo de sujetos es una re-gulación implícita de larga duración y res-ponde más a factores jurídicos, políticos y culturales que a una presunta restricción económica. Está ligada, ante todo, al et-nocentrismo y al blindaje que las autori-dades coloniales efectúan para preservar un régimen de privilegios. Desconocer la relación entre dicho blindaje y la historia de los estados nacionales sería una inge-nuidad. Aunque podríamos intentar con-cebir un “estado plurinacional” o incluso “posnacional” que de lugar a otros víncu-los, en España la política de estado es, por el contrario, reforzar la membrana ins-titucional, judicial y policial que separa el interior del exterior.

Apenas hace falta insistir en que la pos-tergación indefi nida de este proyecto de interculturalidad equivale a aplazar la so-ciedad inclusiva y plural que, en términos retóricos, se ha convertido en una coar-tada común. El carácter demagógico de esa coartada se hace evidente en la per-sistencia de estructuras institucionales au-tocráticas. Puesto que la reestructuración sistémica en curso está incidiendo en una intensifi cación de actitudes y prácticas xe-nófobas y racistas25 (por no hablar de una arremetida clasista más vasta), resulta cla-ro que la exclusión institucional de estos sujetos afectados no sólo no revierte esas actitudes y prácticas sino que además las consolida, en este caso, reproduciendo un cierto paternalismo etnocéntrico que supuestamente elige lo mejor para el otro pero sin contar en absoluto con él.

Por mucho que se insista en los «este-

reotipos» y «prejuicios» en la literatura es-pecializada bienpensante, lo fundamental son las trabas interpuestas a los sujetos inmigrados en el acceso a instancias pú-blicas de participación, comunicación y decisión. Está todavía por investigar de forma sistemática qué lugares institu-cionales (incluyendo medios de comu-nicación, partidos políticos, sindicatos, empresas, ONG y asociaciones, institu-ciones educativas, etc.- se les reserva a estos sujetos “subalternos”. Para formular el problema de otro modo: ¿qué valor tie-ne la interculturalidad en el proyecto euro-peo hegemónico?, ¿qué relevancia se le otorga en la gestión pública y privada de las instituciones culturales, económicas y políticas? Y ¿qué espacios de comunica-ción y decisión se están abriendo a esta ciudadanía plural que no se contenta con ser objeto de políticas culturales “bien in-tencionadas”?

En síntesis, antes que el mero exotismo del multiculturalismo o la diversidad de las culturas, lo que cabe propiciar –siguiendo a Bhabha- es la construcción de un «Ter-cer Espacio», como posición de enuncia-ción que permita articular nuevas diferen-cias culturales: “(...) es el “inter” (el borde cortante de la traducción y negociación, el espacio inter-medio [in-between] el que lleva la carga del sentido de la cultura”26. En tanto problemática política, el plan-teamiento de la «interculturalidad» como práctica traduce exigencias de democra-tización insatisfechas.

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turalidad, lejos de concretarse en la coexistencia entre sujetos con diferentes mentalidades, habili-dades y prácticas, en los problemas interactivos de comunicación o en la educación para magnifi car los valores de todas las culturas, se plasman en las consecuencias sociales de los mecanismos existentes en los Estados nacionales para acoger, reconocer, dar derechos y exigir deberes de ciuda-danía a los individuos que conviven en su territorio, sin que la naturaleza del origen les discrimine en la

vida social”.

23 Así por ejemplo Grüner, tras una crítica -a mi entender válida- al multiculturalismo, termina re-pitiendo esta confusión: “(...) la celebración del «multiculturalismo» demasiado a menudo cae, en el mejor de los casos, en la trampa de lo que po-dríamos llamar el «fetichismo de la diversidad abs-tracta», que pasa por alto muy concretas (y actua-les) relaciones de poder y violencia «intercultural»,

Ecléctica, Revista de estudios culturales (2) 2013 ISSN- 2254-0113

La complejidad de las soluciones es indi-simulable, pero eso no es pretexto para dejar de pensar caminos que nos lleven más allá del actual mapa de desigualdad y de aquellas posiciones ideológicas que la legitiman, comenzando por un laxo re-lativismo cultural que legitima de forma irrestricta las diferencias culturales o de tolerancia multiculturalista que coexiste con ciertas diferencias segregadas sin proponerse la construcción de espacios comunes, abiertos y dialógicos. Ante esta realidad, el énfasis no reside en la coexis-tencia, en relaciones de mutua indiferen-cia o de jerarquía en la vida pública, sino en los lazos convivenciales y comunitarios o, si se prefi ere, en la producción de un vínculo comunicacional igualitario entre culturas, que nos permita universalizar una «ética de la solidaridad»27.

¿HABLAR? ¿PARA QUIÉN?

En estas condiciones, suponiendo que pudiéramos hablar, ¿a quién hacerlo? Es improbable que dichas demandas -formu-lables quizás en los márgenes de la legi-timidad académica e institucional- fueran a ser consideradas por las autoridades (europeas) actuales (a menos que civiliza-damente dejemos las piedras). Es claro, entonces, que no hablamos primordial-mente para ellos. Tal vez aquellos mismos que quisiéramos que nos escuchen (par-tiendo de esa constelación de identidades subalternas) no tengan la menor intención de hacerlo. Pero no necesitamos concluir

que hablamos para nadie. Eso sería con-denar nuestros discursos a la impotencia. Más bien hablamos para los que agencian o podrían agenciar ahí, de forma crítica, en esa comunidad de luchas y demandas de justicia, en ese reconocimiento de los otros como constitutivos de nuestra iden-tidad.

Si es cierto que hablar en el espacio públi-co ya supone un desplazamiento de esa condición subalterna, la oportunidad de hacerlo debería ya interpelarnos para res-ponder ante quienes no pueden hacerlo. Puesto que el acceso al discurso presu-pone una posición de poder, hablar siem-pre ya es tomar partido. En consecuencia, somos responsables de esa toma de par-tido cada vez. Si no desistimos de hablar, pese a todo, es porque asumimos la res-ponsabilidad de participar en la produc-ción de una política crítica del discurso. Un horizonte de izquierda que no cuestione las asimetrías comunicacionales de la ac-

“Detrás de esa política del miedo, sin embargo, lo que peligra más que nunca es un proyecto de autonomía in-dividual y colectiva que por siglos dio sentido a nuestras luchas intelectuales y políti-cas”

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en las que la «diferencia» o la «hibridez» es la coartada perfecta de la más brutal desigual-dad y dominación” (GRÜNER, Eduardo: El fi n de las pequeñas historias, Paidós, Buenos Ai-res, 2002, p. 22).

24 La crítica radical a la noción de «tole-rancia» multiculturalista como credo liberal/demócrata ha sido efectuada de forma mor-

Arturo Borra Adiós a la inmigración

tual formación social sería inconsecuente. Tomar parte por los “sin parte”, como diría Rancière, implica plantear como exigen-cia pública su derecho a hablar. Habla-mos para intentar habilitar a otros. Y si, como hemos afi rmado, no hablamos en nombre del subalterno, entonces, nuestra tarea política más apremiante es la crítica radical a un régimen restrictivo que distri-buye de forma desigual los poderes del discurso público y, mediante esa crítica, dar parte a los que no la tienen.

Lo dicho nos coloca en una posición in-cómoda. Hablar es ante todo un acto de responsabilidad política ante el otro. Tal vez la principal justifi cación retroactiva de ese acto sea la voluntad de reconstruir una igualdad negada, haciendo visibles los obstáculos socio-institucionales pre-sentes al momento de producir una inter-locución deseable. Del hecho de que el subalterno no pueda hablar (públicamen-

te) en las actuales condiciones no se in-fi ere que no quiera y no pueda hacerlo en otros contextos28.

Por lo demás, si dichas autoridades colo-niales se tomaran el trabajo de escuchar-nos alguna vez lo harán como resultante de unas luchas colectivas en los que los sin parte han tomado parte. Para ate-nernos a nuestra refl exión: también los sujetos inmigrantes y refugiados debería tomar parte en la escena (pública) del dis-curso. La “cuestión europea” pasa, cada vez más, por el desafío de producir en-trecruzamientos simétricos con lo extra-europeo. Conocemos las alternativas his-tóricas habituales: seguir reivindicando un suprematismo ciego, construir “reservas” para los otros (centros de internamiento de extranjeros, campos de refugiados, entidades de caridad, etc.) o conformarse con una Europa fosilizada. La producción represiva de los otros como amenaza cul-tural y económica, efectuada en la prácti-ca (restringirle el paso, policializar su trán-

sito, taponar su estancia, confi narlo en una economía subcualifi cada, vedarle el acceso igualitario a las instituciones, erigir obstáculos jurídico-profesionales, difi cul-tar su participación como interlocutores válidos) lo único que puede generar es una salida fascista a los antagonismos so-ciales. Como he argumentado, propiciar instancias simétricas de comunicación no equivale a suprimir dichos antagonismo sino a darles un cauce emancipatorio.

Si la problemática de la subalternidad no se resuelve de forma exclusiva con una política de la interculturalidad, lo inverso también podría valer: sin esta inclusión intercultural no haríamos más que arrojar al basural de la historia a los otros como subalternos. Una política democrática ra-dical dista, por tanto, de una actitud de mera “tolerancia”. Al menos desde los griegos sabemos que no hay democra-cia si la ciudadanía no ejerce libremente el derecho a hablar en el espacio público. El “ágora” como instancia deliberativa en la «institución explícita de la sociedad»29, sin embargo, no tendría ningún sentido si los actos de habla fueran puestos a dis-tancia de las diversas instancias de poder que producen formas específi cas de so-ciedad. Por eso tampoco podemos con-formarnos con una concepción restrictiva de “ciudadanía” circunscripta al sujeto he-gemónico.

Tenemos razones para suponer que en el estado de excepción en que vivimos el Otro no sólo no cuenta sino que, como un espectro, sólo aparece para producir

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daz por Zîzêk (ZÎZÊK, Slavoj: En defensa de la intolerancia, trad. J. Eraso Ceballos y A. Antón Fernández, Sequitur, Madrid, 2009, p. 56): “(…) el multiculturalismo es una forma inconfesada, inver-tida, auto-referencial de racismo, un «racismo que mantiene las distancias»: «respeta» la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad «auténtica» y cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada

sobre el privilegio de su posición universal”.

25 Al respecto, tanto el “Informe Raxen” (de Mo-vimiento contra la Intolerancia), el informe “El ra-cismo en el estado español” (de SOS Racismo), y el “Informe de Derechos Humanos” (de Amnistía Internacional) constituyen materiales imprescindi-bles para disponer de una aproximación diagnós-tica sobre racismo y xenofobia en España.

26 BAHBHA, H.: El lugar de la cultura. Manantial, Buenos Aires, 2002, p. 59.

Figura 3: Control Selectivo de identidad. Policías Nacionales retienen a dos hombres latinoamerica-nos, 26 de noviembre de 2010. Fronteras invisibles.

27 Para este enfoque, remito a EAGLETON, T.: Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad, Paidós, Madrid, 2010.26 BAHBHA, Hommi: El lugar de la cultura. Manantial, Buenos Aires, 2002, p. 59.

28 Aunque no puedo detenerme sobre esta cues-tión, es claro que en este camino la educación como formación del sujeto tiene una función po-lítica decisiva.

29 Castoriadis, Cornelius: Los dominios del hom-

bre: la encrucijada del laberinto, Gedisa, Barcelo-na, 1988.

un pánico incontable. Detrás de esa po-lítica del miedo, sin embargo, lo que pe-ligra más que nunca es un proyecto de autonomía individual y colectiva que por siglos dio sentido a nuestras luchas inte-lectuales y políticas. En última instancia, el fascismo que proclama el defi nitivo adiós a la inmigración es el mismo que clausura ese proyecto de autolegislación vital que se nutre de los intercambios simbólicos con los demás. Puesto que somos en esos otros, su repudio es también nuestra condena. Eso abre las puertas para que en nombre de la “lógica del mal menor” ocurra lo peor: presentar al otro como un peligro que hay que controlar y confi nar, cuando no extirpar por todas las vías po-sibles. En su unilateralismo beligerante, el efecto más notable es el repudio de lo que hay de alteridad en la subalternidad. En esas condiciones, nuestra tarea (in-terminable) no puede ser otra que luchar, con los medios legítimos que nos damos, contra esos discursos del poder que quie-ren tapar, en un sentido nada metafórico, nuestras bocas ■

Ecléctica, Revista de estudios culturales (2) 2013 ISSN- 2254-0113