91
1 Sueño con levantamientos Arturo Camacho Téllez

Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

  • Upload
    others

  • View
    7

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

1

Sueño con levantamientos

Arturo Camacho Téllez

Page 2: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

2

Page 3: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

3

A las últimas lectoras que,

tal vez,

lean estos sueños

de la forma más errónea posible.

Page 4: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

4

Advertencia

Aunque el propósito de estos textos no es otro que el

onanismo creativo y sano, sí traen un consejo: por favor,

reconcíliese con sus sueños, regodéese como un animal feliz

en su propio barro onírico, que es tanto y tan prodigioso. A

mí me sirvió y además le prometí a un ser de mil rostros pasar

la voz.

Page 5: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

5

Índice de contenido I .................................................................................................. 6

Prólogo a la primera parte....................................................... 7

Figuras dibujadas con la lengua ............................................... 9

Las Cortes de la Muerte ........................................................ 11

Té de hierbas ........................................................................ 14

Pandemia .............................................................................. 16

Senderos de sal ..................................................................... 22

Astra Militarum ..................................................................... 25

Nuestra vorágine................................................................... 32

II ............................................................................................... 34

Prólogo a la segunda parte .................................................... 35

Interrupción de la cena familiar ............................................. 38

En la librería .......................................................................... 42

Un tenedor o una espalda desnuda ....................................... 44

Flores de celuloide ................................................................ 46

La lucidez .............................................................................. 48

Las noticias ahora están tan aburridas ................................... 50

Notas de investigación .......................................................... 54

III .............................................................................................. 56

Prólogo a la tercera parte ...................................................... 57

La sala de los juegos .............................................................. 59

Nada que hayas robado de ahí .............................................. 62

Atenuación ........................................................................... 67

A la diosa araña le encanta el rock ........................................ 68

Aqua floris ............................................................................ 72

En un recital con mis amigas, recito un sueño que tuve con

ellas ...................................................................................... 74

Arte poética .............................................................................. 78

Page 6: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

6

I

Page 7: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

7

Prólogo a la primera parte:

Sobre la ingenuidad de los temas en el mercado

actual

No he vuelto a soñar. No sueño desde las pesadillas vagas de

mi infancia: quedarme acurrucada en un ventanal mientras

caen relámpagos, columpiarme demasiado alto hasta dejar de

ver el suelo, la visión de las cosas como un arañazo infinito

hasta caerme de la cama. Cerré esos ojos, los del sueño, para

no volver a arrodillarme ante visiones incoherentes.

Investigué desde lo concreto mecanismos de los cuales las

sociedades se valen para producir la cultura, su telaraña

espectral, encontré algunas excusas que los sueños suponen

para dichos mecanismos, no encontré otras y entonces corrí

entre páginas más duras, resultados de experimentos

reproducibles, especulaciones atiborradas de anclas a la

realidad, de vuelo corto, amansado. Todo para no

arrodillarme. Noches apagadas de cualquier visión y días

refulgentes de realidad pura, en fin… Es por eso que cabe,

durante la lectura de estas reflexiones, buscar en Youtube

alguno de los múltiples vídeos de música fantástica celta y

misterio ilustrados con un número de imágenes con las

mismas circunstancias históricas de la mitología del norte de

Europa, solo que actualizada a los fetiches modernos: un

bosque en el que flota la niebla, un dragón durmiendo en paz,

una sombra pronta a abrir cierta puerta sensualmente

brillante, un vasto campo de trigo inundando la oscuridad,

etcétera; dibujos digitales como la metáfora sobrexplotada del

escape ficticio de las vidas a través del capitalismo actual, sea

cual sea su nombre ya. Y tal vez lo peor sea que todo ese

proceso solo las lleve, queridas lectoras, a encontrarse luego,

en el minuto quince de esa música medieval trastocada y

reapropiada cientos de veces, una publicidad de colchones

para dormir mejor. ¡No es metaliterario el escape, es

paracapitalista!

Similar a esa búsqueda absurda, o peor incluso, es la

intención de escribir sobre los sueños, todos los temas se

suman con la excusa creativa que son; van desde tener un dios

griego propio, pasan por la RIMAX de Freud, por profecías

previas a la escritura misma, el surrealismo, por toda, toda la

manoseada literatura desgarrados, agujereados, sin formas ya,

y van a parar en libros de autogestión emocional extranjeros

en las primeras estanterías del supermercado, tal vez ni

siquiera en las primeras. Es verdaderamente patético y, a mí,

esa intención de escribirlos me parece estúpida, con la vana

Page 8: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

8

excusa de la experiencia propia del autor no se rescata nada.

Los sueños solo sirven en tanto productos para el mercado del

escape o del terror del escape, y aun así aquí estoy sentada,

escribiendo este prólogo, sin que me hayan pagado todavía,

como si no hubiera aprendido algo de toda mi búsqueda.

Un libro de sueños ya solo es la excusa de la escritura

o de la autogestión de las riendas mentales de la consumidora;

las profecías antiguas y borroneadas hacia el futuro no tienen

otro sentido que su engullimiento fugaz, su alivio narcótico y,

por lo tanto, trabajar con la misma moneda gastada del sueño,

no tiene ningún mérito… Así pues, es apropiado pensar todo

texto en la sección a continuación como una pesadilla, un

laberinto en contra de nuestra voluntad lectora, sin libertades

posibles y, con las que insinúa, ilusorias. No hay otra forma

de leer los sueños que siguen, toda su lluvia, sus

persecuciones, atardeceres, plantas, centros comerciales y

planetas lejanos, todo nace y muere de lo ineludible y lo

repetitivo.

De cualquier forma, lo anterior no quiere decir que

vaya a incumplir con el deber que exige la amistad y escriba

finalmente esta deuda con el autor ingenuo de la antología

onírica. Tal vez, el único sueño real es el de la supervivencia

de su publicación en este basurero del mercado que

compartimos, y le deseo la mejor de las suertes. De nada.

Matalina Corales, 6 de Julio de 2022, Bogotá.

Page 9: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

9

Martes 14 de abril del 2020

Figuras dibujadas con la lengua

Si no fuera usted tan grandote su insolencia no habría sido

tenida en cuenta de la misma forma, su gesto adusto ante la

orden mientras lo hacinábamos en aquel salón fue un insulto

demasiado atrevido, su manzana de adán como un ascensor

hacia la gloria mientras se resistía. En fin, tampoco es culpa

de que hiciera barras y flexiones en las noches, o de que su

cuerpo brillara en sudor para nuestros ojos ansiosos de aire

libre. Lo que hubiéramos dado por acariciar esos muslos

pegajosos entonces, su nariz achatada y esos ojos tan

ingenuos, imbéciles. Le hubiéramos dado más de una salida

secreta por la puerta al patio, vasos de agua extra cuando los

pidiera, ya sabe cómo son estas cosas. De todos modos, nada

fue posible desde que se negó con brusquedad a cumplir una

orden tan sencilla. A partir de ese momento, Ella se ensañó y

nadie la ha podido frenar cuando se pone así. Solo pudimos

observar nuevamente lo que llama La Prueba.

Ella hizo que lo trasladáramos, encadenado, al

ambiente de oficina, el que está lleno de sillas giratorias, cajas

con papeles y cubículos altos de plástico. Debimos haber

grabado la forma en la que lo botamos sobre el escritorio de

triplex barato, la alfombra gris corrugada y las hojas de pagos

vencidos. Los papeles volaron a su alrededor, el triplex crujió,

la alfombra dejó descubrir en una esquina el cemento debajo,

fue conmovedorsísimo, pero ese es otro arrepentimiento más

para la lista. Nos quedamos observando unos momentos más

de los necesarios su cuerpo túrgido al lado de papeleras

vacías, deformándose por el esmerilado de los cubículos,

abundante como siempre, tentador aún.

Al rato llegó Ella envuelta en telas echas jirones de

nadie sabe qué batallas burocráticas. Tenía la ira a flor de piel

y era como un eclipse cada vez que un trocito de ésta se le

asomaba entre las telas. Enfurecida, agarró unos faxes viejos

mientras usted se retorcía esposado firmemente sobre la

alfombra, le susurró a los faxes cosas y los fue destrozando

sobre usted. Mientras los papelitos caían en su cara de bebé

confundido y esposado, sobre esos ojos verdes del espacio

exterior, usted se fue deshaciendo, deformando más, sus

miembros mezclándose, alargándose, uniéndose, su piel

cambiando de textura a la del peluche sucio. Las esposas de

hierro que le habíamos ajustado ahora estaban incrustadas en

su carne de algodón. Se transformó en una anaconda de

peluche oscura y llena de manchas, voraz, veloz, rabiosa. Sus

Page 10: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

10

ojos se rasgaron en rendijas de plástico. Y entonces Ella rio

como solo contadas veces hace y salió a correr por todo el

ambiente de oficina con una agilidad que siempre nos ha

atemorizado. Usted la persiguió rebulléndose salvaje,

tumbando separadores, devorando impresoras, sillas, tazas de

tinto, tableros de corcho, fotografías, y mientras lo hacía, su

cuerpo de peluche se alargaba, se ensanchaba, ocupaba todos

los espacios, pero Ella pisaba ligera cada cosa como si

estuviera hecha de lluvia, salpicando a cada paso, riendo

descontrolada.

Después del toreo frenético, Ella se escondió detrás de

un separador de vidrio esmerilado que la hizo difusa. Cuando

usted arremetió furibundo contra el separador, lo rompió y

encontró detrás una ventana abierta hacia el patio estancado

de sol. Basilisco de peluche surcando el cielo a contraluz.

Nueve pisos hasta las rejas de seguridad electrificadas que lo

esperaron indiferentes. Entonces sus colmillos endebles, su

lengua de fomi aleteante, todo, todo empalado, aplastado,

chamuscándose. Y Ella bajó riendo, dando saltitos y espirales

por las escaleras. Y cuando se acercó a su cuerpo sin forma

con los algodones por fuera, lo acarició, aquí tuvimos celos,

y luego lo arremetió con una grapadora sellando cada herida.

Leyó en voz alta un certificado de extinción de dominio de las

oficinas y del cuarto de juguetes anexo, lo hizo trizas también

sobre su cabeza de reptil remendada. Mientras le caían los

restos del papel, sucedieron de nuevo retorcimientos, sus

seseos evolucionaron a gritos débiles, sus brazos se

desprendieron de la felpa, su cuerpo desnudo, ahora

acurrucado, débil, achicharrado, sus ojos fuera de las órbitas.

Entonces nos ordenaron trasladarlo a las celdas de los

baños sucios superiores y usted ya no se quejaba, no emitía

ningún ruido excepto por los pies que abrían caminos y

rechinaban entre el polvo de las baldosas blancas. Desde que

le cerramos la puerta está ahí, mirando con los ojos hundidos

las figuras que dibuja en la suciedad de la habitación con su

propia lengua, hecho todo piel sobrante, qué desperdicio.

Page 11: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

11

Sábado 17 agosto del 2019 mediodía

Las Cortes de la Muerte

Mi madre conduce hacia el atardecer y hacia La Vega,

Cundinamarca. Simón, de unos diez años, se acaricia la

mandíbula con sus manitos mientras mira las nubes al lado

del abismo. Le duele. La vegetación crece voluptuosa

conforme bajamos, insinuante, las matas de plátano se

despliegan, los pinos y eucaliptos quedan atrás, arriba, lejos.

Se hace necesario que abramos las ventanas para jugar con el

aire, para dejar de sudar. Descendemos en La Vega

inconscientes del caos venidero, aunque en ese momento sí

vemos un par de mujeres enfundadas de negro apurarse calles

abajo hacia la plaza. Paramos en un punto de la vía que recorta

los márgenes del pueblo, está sembrada de estaciones de

gasolina, pocas personas deambulan bajo el calor, entramos a

un local de madera, sostenido apenas por ingenierías

precarias, incomprensibles a primera vista.

Casi todo dentro del local es de tablas, las repisas, los

marcos, las sillas, las ventanas, también los vasos. Una

cantidad considerable de moscas alzan vuelo tras empujar la

puerta que chirrea con esfuerzo. Vinimos a que le arreglen los

dientes a Simón, sus cachetes llenos de aire me hacen una

mueca burlona. Una vieja ligeramente encorvada nos conduce

a un cuarto trasero entre zumbidos constantes y el sonido de

nuestros pasos sobre el piso de tierra. En el cuarto hay una

maquinita arcade, de madera también, con la pantalla rota

utilizada como cajón para guardar destornilladores, tazas

sucias, un folleto desleído. Mi madre dice que si queremos

podemos jugar ahí ya que tanto nos gustan las maquinitas.

Simón y yo reímos, pero ella lo dice en serio. Luego ve un

casillero desvencijado que parece servir de asiento y dice que

ahí podemos guardar nuestras cosas también, si queremos.

Esta vez ríe.

Me recuesto en el marco de la puerta del cuarto y

puedo ver desde allí la entrada que da a la avenida principal.

Veo cómo reverbera de calor, hay una silla de madera con el

espaldar reclinado hacia atrás resistiendo la temperatura,

secándose más. La vieja sienta a Simón en el casillero y le

pregunta si quiere un jugo y él responde emocionado que

quiere de naranja, mientras mira a mi madre con los ojos

encaprichados. Cuando mi madre accede, la vieja ya ha traído

el jugo en una taza de madera, un pitillo y además una

caperuza negra con la que le cubre la cara a mi hermano.

Apenas se le ven los labios que empiezan a sorber

Page 12: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

12

emocionados por el pitillo. Cuando nos ofrece jugo a nosotras

y lo rechazamos, la vieja hace cierto gesto indeterminado,

algo como un temblor que la sacude ligeramente o como si

rechinara los dientes con la boca cerrada y se devuelve a dejar

la bandeja en la que ha traído todo.

Desde el marco de la puerta observo la silla de afuera

de nuevo mientras la vieja comienza a trabajar la boca de mi

hermanito. Un hombre grande, desnudo y de piel oscura, se

tumba en la silla. Está sudando profusamente y tiene una

erección rígida, dispuesta. Entonces una procesión de

personas en túnicas negras lo rodea silenciosa. El hombre

respira hondo tratando de calmarse. Su sudor gotea en el

espejismo de calor de la acera y da la impresión de que

debiera salpicar, pero en vez de eso se sumerge borroso. Una

de las personas se arrodilla frente a sus piernas a la vez que

desenvaina un enorme cuchillo triangular y oscuro, se las

levanta y hunde el metal entre sus pelotas como si fueran de

plastilina. El hombre comienza a gritar desenfrenado mientras

las demás lo sostienen, pierde la erección a medias y alguna

corre un balde debajo donde recoge la sangre que cae a

chorros.

Giro lo más discretamente que puedo para decirle a mi

madre que nos larguemos de allí. Solo me salen muecas,

gestos con las manos, la pantomima familiar que nos

inculcaron desde siempre, abundante en angustia, y ella

comienza a comprender. Sin más preámbulos tontos, decido

quitarle la caperuza a Simón, sacarlo de allí mascullando que

nos tenemos que ir porque surgió algo, y descubro sus labios

cortados, su cara hinchada de sangre y llena de moscas, sus

ojos llorando. A duras penas puede mantenerse en pie cuando

lo agarro, el cuerpo no le responde y la taza de jugo de naranja

que había bebido cae vacía al suelo haciendo un sonido hueco.

De todos modos lo aprieto de la mano firmemente y salimos

todas lo más rápido posible empujando a la vieja que sonríe

estúpida. Las personas de la puerta han dejado al hombre

desmayado y se han llevado el balde lleno.

La vía principal resplandece en un atardecer

interminable, nos alejamos del local mientras buscamos el

carro para darnos cuenta tarde de que ha quedado atrás, en la

dirección opuesta. Así sea a pie tenemos que volver a la casa.

Simón se tambalea inútil, agotado, mientras nos acercamos al

primer puente peatonal. El pánico burbujea por la avenida y

las personas que antes caminaban en medio del sopor ahora

corren o se encierran. Las únicas que permanecen en calma y

sincronizadas son las personas de las túnicas que empiezan a

bajar de todos lados hacia la plaza.

Page 13: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

13

Un carro azul celeste y en contravía frena

abruptamente cerca de nosotras. Salgo corriendo a alcanzarlo

y mientras abro la puerta delantera y grito que por favor nos

saque de allí, la conductora menea la cabeza con cierta

vergüenza. Dice que lo lamenta, pero que ella va para el

evento y señala en el asiento de al lado una túnica negra que

tiene perfectamente doblada. Cierro la puerta de golpe y el

carro azul sigue ebrio hasta chocar más adelante.

De entre los gritos de la multitud emerge un rugido

metálico. Volteamos para ver llegar un camión desbocado

montándose en los andenes. Agarradas a sus lados, personas

de túnicas recogen transeúntes y las lanzan a la zona de carga.

Nos alejamos tropezando, de espaldas, pero, en un instante,

han atrapado a mi madre. Dejo a Simón en la esquina de una

gasolinera y cuando lo suelto de la mano cae al suelo, incapaz

ya de moverse. Corro hacia el camión que va en círculos,

salto, me trepo a un lado y antes de poder abrir la puerta, caigo

al espejismo interminable del atardecer en la carretera.

Page 14: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

14

Lunes 18 de febrero del 2019

Té de hierbas

Nos hemos preparado por años y eso imbuye de cierta

confianza y también de cierto olvido cada acto. Tanto tiempo

hemos practicado las mismas rutinas o sus variaciones que la

danza de los sables ahora siempre es un fluir. Un río de

choques de metal, de reflejos de aguas claras, de remolinos en

las superficies. Nuestros ojos se cierran y siguen el viento de

la habitación, las leves brisas de nuestros movimientos.

Nuestras ropas nos persiguen y emiten sonidos secos con cada

salto, con cada giro, cuando se tensan entre los codos y los

cuellos, entre las piernas separadas. En medio de la oscuridad

o de la luz más enceguecedora sabemos siempre el siguiente

golpe, el espacio justo para cada movimiento.

Todo el miedo tácito ha desaparecido, lo que sentimos

lo damos a entender en cada choque, las sonrisas se abren

paso en nuestros gestos concentrados y la fecha del duelo que

se acerca se vuelve un tema de conversación cotidiano.

Porque sí, conversamos a veces, al tomar el té de hierbas,

mientras el humo sale flotando de las tazas, imaginamos Su

temor, sea cual sea, Su figura arrepentida ante nuestros

brazos, arrinconada en el campo de batalla, de pronto

chillando, de pronto digna. Planeamos al hablar, cada palabra

forja líneas de acción, de emergencia, de imprevistos. Cada

corte preciso entre el agua de las cascadas, cada danza

alrededor de las fogatas nocturnas. Escogemos las hierbas de

té para el día crucial. Afilamos nuestros sables recostándonos

una en la otra. Planeamos las últimas palabras que nos

diremos al oído, que diremos ante El adversario, las

escribimos en trazos grandes, chorreantes de tinta. Cada

choque de metales se vuelve otra idea aventurada hacia el

futuro y, sin embargo, no concebimos ningún tiempo postrero

al enfrentamiento. Sin darnos cuenta, danzamos como chispas

hacia Su sombra.

Es por eso que la invitación, o la orden, un día, nos

tomará por sorpresa a través de un mensajero asustado. Nos

llamará a Su forja poco tiempo antes de la fecha planeada con

el motivo de regalarnos verdaderos sables, armas capaces,

firma. La entrada de arcos de roca gigantescos por la que

cruzaremos para llegar allí se perderá inmediatamente en la

oscuridad. Descenderemos. Su figura informe y cambiante

nos esperará y algo como sus ojos nos examinarán desde lo

otro infinito, otros tiempos, otros lugares, otro aterrador y

desconocido. Exigirá nuestros brazos con un gesto imposible

Page 15: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

15

de rechazar, así que se los extenderemos y abrirá nuestras

venas lentamente con sus garras. Nuestros brazos derramarán

sangre sobre el yunque del Enemigo. Nuestros aullidos harán

eco a los golpes del martillo. Un haz de luz buscará entre la

espesura. Una onda de agua recorrerá un estanque. Ningún

tiempo nos habrá preparado para Su encuentro.

Page 16: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

16

Miércoles 15 de abril del 2020

Pandemia

El personaje en cuestión camina por un centro comercial que

parece abandonado. Deambula por pasillos de escasa luz y

vitrinas selladas con cintas de peligro, emplumadas de recibos

sin pagar por debajo de las puertas, pasillos acobijados por el

polvo. Lo hace sin rumbo específico y con una nostalgia

tonta: que ojalá todavía hubiera música ambiental sonando

por los parlantes. Consciente de que aún la administración

más estúpida no guardaría presupuesto para eso, comienza a

silbar una melodía animada. Cruza una tienda de ropa con un

gran ventanal curvo, que se mantiene abierta con dignidad

ante la dejadez general. A través del vidrio ve a una monja,

esto lo sabe por el tocado que lleva puesto, acariciando

lentamente las manos de la tendera. Olvida la imagen y sigue

derecho. Luego encuentra un escaparate con la puerta

entreabierta, vagas luces de colores iluminan el umbral

empolvado desde el interior. Emite un silbido de deseo y

decide entrar. Es un local que alquila consolas por horas para

jugar videojuegos, y las luces provienen de unas extensiones

de Navidad que cuelgan dentro y titilan a ritmos azarosos.

El personaje en cuestión paga un par de horas de Xbox

360 y sube las escaleras negras de metal en forma de caracol

que van a un segundo piso enrejillado con las consolas y algo

como un balcón justo encima de la recepción. Comienza a

jugar juegos de carreras hiperrealistas, se deja sumergir en el

aburrimiento y el olvido por un buen rato hasta que le entran

ganas de orinar. Baja las escaleras torpemente y no encuentra

al encargado para informarle que va a salir un momento y que

pause el contador. Alza los hombros y sale buscando los

baños por pasillos cada vez más dejados, silbando impaciente,

hasta que encuentra las señales viejas que los anuncian. Frente

a la entrada, donde empieza la bifurcación, ve un sofá negro

de bordes rojos, sentadas encima a dos mujeres en traje de dril

con bombines calados y revólveres apuntándole al encargado

del local de videojuegos que tiene la mirada perdida y está

justo en medio de las dos.

El personaje en cuestión se devuelve por donde ha

venido con cautela, antes de ser visto. Atrás escucha el eco de

los disparos y comienza a correr. Por uno de los pasillos choca

con una monja armada toda de crucifijos metálicos: los

pendientes que le cuelgan de las orejas, una camándula que le

brilla entre el brasier, pulseras con imágenes de la Virgen,

brazaletes apretados, hombreras pesadas de oro y una

Page 17: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

17

tobillera. Su mirada firme bajo el tocado le inquieta. No hace

nada y sigue derecho. Solo voltea a ver antes de girar en la

siguiente esquina y cae en cuenta de que la monja lo persigue.

Corre entonces como un lunático.

El personaje en cuestión sabe inmediatamente que la

monja tiene que ver con el asesinato del encargado y que es

la misma que acariciaba en la tienda de ropa a la

recepcionista. Sabe que sus caricias hipnóticas son amenazas

y que no se puede dejar tocar a menos que quiera sentarse

sobre el sofá negro con un par de balazos incrustados en las

entrañas. Resoplando, encuentra el local de alquiler de

consolas y entra, sube a gatas las escaleras de caracol, se

agazapa tras los monitores y las sillas que arruma en una

barricada. Las pantallas se fracturan y los cables hacen

cortocircuitos con la sacudida, chispeando tristes el

enrejillado del segundo piso. Apenas escucha el tintinear de

las cruces de la monja, extático, se apresura a lanzarle con

todas sus fuerzas un Wii U desde el balconcito apoyado en la

baranda metálica. La monja cae al instante como una moñona

en los bolos.

El personaje en cuestión baja a examinar el cuerpo

sagrado, no respira, el cráneo se hunde bajo el tocado, y ahora

lo tiñe de una nueva humedad. Sin darle muchos rodeos,

decide arrastrarla hasta el piso de arriba y dejarla sobre los

escombros eléctricos. Puesta encima, la monja le parece una

ofrenda cibernética a dioses actuales. Le entran entonces

varias dudas: ¿cómo funciona la hipnosis por caricias?, tal vez

le fuera útil en un futuro, ¿una muerte bajo hipnosis podía ser

indolora?, ¿placentera? Sin ninguna conclusión, sale del local

cuidadosamente y mira hacia la bóveda de vidrios que

conforman el techo del centro comercial. Los arcos metálicos

se cruzan semejando algo que le recuerda un hangar o una

estación de tren de película de época y se pasa las manos por

el pelo con asombro, le entran ganas de silbar una melodía

nostálgica, pero se da cuenta de que, agarradas de las barandas

metálicas del siguiente piso, más asesinas con trajes de dril de

distintos colores oscuros se pasean agitadas.

El personaje en cuestión comprende que las asesinas

buscan a la monja como a un engranaje fundamental para

resolver sus asuntos ejecutivos, así que se escurre por más

pasillos tratando de evadirlas y saltando al primer par de

piernas enfundadas que encuentra, ante cualquier taconeo de

zapatos de charol, hasta que alcanza la escalera de

emergencia. Al empujar la puerta, el polvo y viejas cintas de

contención hacen resistencia desde el otro lado brevemente.

La puerta chirrea. Toma las escaleras de emergencia mal

Page 18: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

18

iluminadas, y baja, haciendo el menor eco posible, los tres

pisos que lo separan del parqueadero en los sótanos.

El personaje en cuestión se pierde en la inmensidad de

los estacionamientos y cruza columnas de cemento con

libertad contenida, manteniendo el recelo de encontrarse a las

asesinas de dril en cualquier instante. Le parece haberlas visto

alineadas en fila por las rampas de salida. De todos modos

silba torpemente un réquiem que recuerda hasta que, de

pronto, vislumbra un cura gordo escabulléndose dentro de un

carro verde y viejo, es un Zastava de los setentas. El cura tiene

problemas para cerrar la puerta, así que aprovecha su

dificultad para colarse dentro y pasarle por encima hasta

llegar torpemente al asiento de atrás. Luego, inmediatamente,

aprieta la papada abundante del cura con ambas manos, a la

vez que lo amenaza: tiene que conducir por la rampa, seguir

derecho hacia la ciudad de mierda en la que viven y salir de

ese centro comercial a toda costa, si quiere volver a respirar.

Tampoco puede preguntar por qué, solo puede hacer lo que se

le ordena y si no, además, le muerde una oreja. El cura asiente

haciendo gorjeos de pájaro recién nacido, cierra la puerta

como puede y procede a encender el Zastava que, al tercer

intento retumbando en el parqueadero vacío, comienza a

ronronear como un gato con asma. Los neumáticos del carro

ruedan por el suelo delimitado, cruzan la zona para

discapacitadas, las flechas en contravía. Los faros iluminan

secciones oscuras de las tuberías bajas.

El personaje en cuestión libera una mano de la papada

del cura, extiende el brazo hasta el radio moderno instalado

en el panel y lo enciende. Tras unos instantes, comienza a

sonar un concierto de contrabajos por los parlantes

actualizados. Después de repetir la amenaza una última vez,

retira sus manos conforme el Zastava se acerca a la rampa de

salida del centro comercial y se oculta en el espacio entre las

sillas traseras y delanteras. Allí respira copiosamente durante

instantes eternos el mugre que se ha acumulado en los tapetes

hasta que se ve iluminado por la luz mortecina de la tarde de

la ciudad que entra por las ventanas. Aliviado, pasa al asiento

del copiloto, le sonríe al cura que, asustado, pisa el acelerador

haciendo que el carro ruja patético a través de las calles. Ríe.

Por las ventanas ve la ciudad vacía: bolardos secos en los que

salpican las gotas de los charcos por los que pasan, tiendas y

negocios con las persianas metálicas desplegadas, semáforos

brillando sin nadie a quien moderar.

El personaje en cuestión le pide al cura que actúe con

normalidad y se dirija a una iglesia o algo, le cuenta que no

desea hacerle daño sino vivir tranquilamente, que desea

Page 19: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

19

aprender a realizar buenas hipnosis, no quiere morir todavía

y menos a manos de unas asesinas vestidas anacrónicamente.

El cura se relaja revelando un aspecto bonachón, cree haber

encontrado un amigo. Ruedan por más calles vacías al son del

concierto de contrabajos, parece que las cuerdas siguieran el

rebotar de las llantas, hasta asomarse a una iglesia amarilla

particularmente sucia y baja. Lo primero que ambos ven es

que de la torre del campanario, como de un grifo de agua

estallado y sin control, sale un flujo denso de cuerpos

humanos hacia el cielo, hasta perderse lejos en una nube

oscura. Esto los sorprende, pues nunca han visto algo

semejante, así que comienzan a silbar una melodía de triste

asombro al unísono con los bajos de fondo. Los cuerpos

contorsionados que salen cada vez más vertiginosamente del

campanario desbocado, y por cada una de sus facetas, no

parecen emitir ningún sonido propio más allá de su

agolpamiento junto al tañido opaco de la campana misma. Lo

segundo que ven es que varias de las asesinas con trajes de

dril de diferentes colores escalan hacia la torre del campanario

con afán. El cura saca entonces unos binoculares de la toga y

a través de ellos pueden ver que las muecas de las asesinas

son de preocupación. Esa preocupación les hace comprender

que buscan algo, más específicamente, a la monja que ha

quedado como una ofrenda cibernética en el local de alquiler

de videojuegos. Una asesina de dril beige que ha trepado hasta

la cúpula extiende los brazos como para frenar el chorro de

carne y jirones de ropa, pero es arrastrada hacia el cielo

brutalmente. A pesar de esto, varias otras asesinas,

desesperadas, acometen la misma acción.

El personaje en cuestión y el cura, aburridos ante la

impotencia de la escena, deciden observar otras cosas con los

binoculares: la nube de cuerpos contorsionados en las alturas

que parece comprimirse y extenderse cada cierto tiempo,

latiendo, y que ha comenzado a cubrir el sol gris de la tarde;

el letrero de un puesto de comida rápida con fallos eléctricos

de la acera de enfrente que titila a intervalos irregulares, la

torre del campanario que en la parte inferior oculta una

pequeña puerta solo visible desde el Zastava y con esos

binoculares. El privilegio de esta visión los hace saber que

tienen que ir hasta allí. Salen del carro, trotan hacia la torre

del campanario y en el camino se dan cuenta de que llueven

billeteras, llaves de carros, medias, partes pequeñas de

cuerpos como dedos fracturados, mechones de pelo, uñas. La

lluvia les parece una distracción muy propicia para evitar ser

vistos por el número de asesinas preocupadas y en ascenso

que se aglomeran alrededor de la iglesia.

Page 20: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

20

El personaje en cuestión observa al cura abrir la

puertecita. Da a un cuarto muy estrecho y atestado de objetos

olvidados. El lugar aparenta un escritorio, pues hay una tabla

con un computador viejo encima que cubre un gran porcentaje

del espacio, varias carpetas apiladas en un cajón que sirve a

la vez de silla. Los dos caben apenas con dificultad, uno logra

encender el computador que reanuda un zumbido esforzado y

el otro revisa las carpetas perezosamente. Como oficinistas en

horario laboral, comienzan a contar chismes que han

escuchado y habrían sorbido tazas de tinto si hubieran tenido

unas. Mientras uno confiesa sus dudas sobre la fe y las

memorias de cuando heredó el Zastava, y el otro asiente

comprensivo, aparece en la pantalla del viejo computador,

curva, la fotografía de la monja. Esto los distrae del break.

Allí leen acerca de la función de la monja en una organización

no gubernamental y sin ánimo de lucro como agente especial:

controlar el desbordamiento de cuerpos hipnotizándolos para

su sacrificio preventivo. Un breve pie de página les informa

que, en caso de su ausencia, los canales comunicativos entre

las catacumbas de la iglesia se verían desbordados con todos

los cuerpos no sacrificados a tiempo, creando así la situación

en la que se encuentran. Ambos se miran y deciden revisar

mejor las carpetas arrumadas. Allí encuentran información

sobre un proyecto de clonación de monjas con el propósito de

volver su labor más eficiente. Los papeles describen la

clonación como si describieran injertos de tallos en cultivos.

Inmersos como están en la nueva información, tardan en

escuchar los golpes en la puertecita.

El personaje en cuestión abre distraído para revelar del

otro lado a una reportera que trae entre sus cabellos una

corbata, un cortaúñas y restos de una pelusa indefinida que le

han ido lloviendo. Dice que las asesinas la han enviado en

representación, ya que una de ellas entró al Zastava, usó los

binoculares del cura y descubrió la pequeña puerta. Cuando

la reportera entra, el nivel de estrechez les permite hacerse a

todas una idea de la densidad de la nube en el cielo.

Temblando un poco por la posición en la que se encuentra, y

también porque siempre ha querido aparecer en televisión, el

cura le explica a la reportera lo que han encontrado, y esta,

que no puede escribir en su libreta los datos o usar su cámara

para una foto discreta, tiene tiempo para considerar en voz

alta cómo transmitir esa información al grupo de asesinas. Le

parece que, si el plan de contención de cuerpos se pusiera en

marcha de nuevo, ella misma podría estar en peligro, a lo que

asienten los otros dos. Tras acordarlo, deciden borrar toda la

información. Rompen el computador viejo que humea triste y

Page 21: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

21

liberado de su suplicio, y destrozan la mayor parte de los

documentos de las carpetas. Eligen dejar algunos porque lo

de la clonación les ha parecido interesante, y mandan a la

reportera de nuevo al exterior con los documentos restantes

ocultos bajo su chaleco que brilla con las siglas de la

televisión local estampadas detrás. Es un momento de gran

tensión. Los otros dos permanecen ocultos en el cuarto a la

espera, pero las asesinas no se concentran mucho en las

palabras de la reportera. Ya de por sí les ha costado creer lo

de los binoculares, el carro viejo y la puertecita. Sin embargo,

en un momento dado la reportera, emocionada por sus

habilidades de contraespionaje, abre los codos, encuadra todo

el horizonte entre sus dedos en un gesto de amplitud

periodística y deja caer los documentos al suelo. Todas las

asesinas la voltean a ver.

Page 22: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

22

Marzo del 2017

Senderos de sal

De los crespos y la barba, canosa tan pronto, te caían gotas.

La lluvia reunió fuerza en tus oscuridades, se recogió, para

caer desde allí también. Tú tan desaprensivo siempre.

Imposible que te fijaras en ese momento, con el ruido lento

de las gotas sobre las hojas de plátano, en la primera,

precisamente la primera gota que mojaría los billetes llenos

de tierra al abrir aquella bolsa de plástico que habíamos

encontrado jugando a las escondidas. Un símbolo que se

diluiría como todo lo demás entre el fango. Con los ciento

veinte mil, nos dijiste a las demás, compramos una caja

completa, tres sobres para cada una y queda otro que nos

repartimos en un torneíto. Así lo hicimos.

A veces te llegaba el presentimiento inconexo de lo

extraño que era comprar cartas fantásticas de dragones,

piratas, zombis y gigantes en este lugar lleno de pájaros y

naranjas con el dinero de una guaca, pero se te pasaba al

pensar los problemas más inmediatos: estaba el inconveniente

del vicario que iba a oficiar la boda al día siguiente, sus ojos

inquisitivos condenando cada cosa. Tú casándote tan pronto a

pesar de las canas en la barba.

¿Qué punta muerta de las garras interminables que la

iglesia extiende te había alcanzado? Pero cuando

mencionamos lo del matrimonio doble, lo único que supiste

balbucear fue un sí torpe mientras el sudor frío te bajaba por

el cuello, como si fuera otro juego, otro reto inútil para pasar

el tiempo. No acababas de creértelo. La única alternativa, sí.

Claro. Tú solo querías jugar cartas. Nos acostamos a dormir

y pudiste dormir.

Si llovía desde antes que despertaras es porque no

llueve nunca para ti ni para nadie. Por eso el amanecer viscoso

existía antes de que abrieras los ojos con el primer tañido de

la campana que anunciaba la llegada del vicario. El mundo

siempre estuvo allí y siempre seguirá después de que los

cierres, tus ojos. Te resbalaban unas gotas de agua por los

lentes, tu traje de bodas estaba frío. Hiciste esperar al vicario

en el portón de madera de la casa, destechado, mientras te

tomabas un tinto y lo veías quitarse el sombrero para

escurrirlo sobre las piedras del camino. Piedras bendecidas.

No había afán para los ritos sagrados, por supuesto. Revisaste

mientras tanto las cartas que te tocaron de la repartición. Te

habían quedado varias buenas, algunas doradas, otras

Page 23: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

23

naranjas, sabías que podrías venderlas por internet fácilmente

y conseguir más después, que abrirías tus ojos

esperanzadamente frente a la pantalla del viejo computador

estancado en páginas de compraventa. Ni siquiera las bestias

se animaron a ladrarle al vicario en medio del filtro azul de la

madrugada y la cortina de lluvia, apeñuscadas en una esquina

de la perrera unas sobre otras, como estaban, resoplando.

La bienvenida que le diste fue concreta, la olvidaste,

un comentario sobre el clima, otro sobre la ropa de bodas,

acaso algo más y, en menos de lo que creías, ya estabas de pie

junto a tu prometida, en el altillo del cuarto. Habíamos

acomodado a un lado las cajas y los juguetes olvidados para

regar el camino blanco de sal que cruzaba toda la casa, salía

por la puerta y se detenía junto a un naranjo frente al altar. Tu

traje y el vestido de tu prometida combinaban con las

telarañas de las esquinas y la pintura desleída de las paredes.

Los ojos del vicario, ojos ocultos de divino misterio, te

esperaban envueltos en una sotana negra y desde el piso de

abajo porque no cabía en el altillo. Sostenía una biblia

húmeda, estaba esperando los votos matrimoniales de las

películas gringas, los tuyos. Metiste las manos en los bolsillos

estrechos del traje para sacarlos. Recordabas haber escrito, un

poco de tinta borroneada sobre el papel, promesas. Pero en tus

bolsillos encontraste las cartas que nos habíamos repartido,

nada más, así que sacaste la primera. Representaba el

naufragio de una flota corsaria bajo el sol, el océano como

una bestia al fin dormida, y leíste su leyenda en voz alta a

modo de voto:

Nadie puede saber cuántos barcos hundidos hay en el

fondo del mar ni cuántos tesoros siguen sin ser encontrados.

Sacaste la segunda carta. Representaba la sombra de

un dragón al fondo de una caverna refulgente de tesoros y la

leíste también:

Las exploradoras que vuelven no cuentan historias del

tesoro. Cuando se menciona el tema, apuran las cervezas

rápidamente con los ojos anegados y una que otra risa

atorada.

Sacaste la tercera. Representaba un par de gárgolas

sacudiéndose la capa de piedra que las cubría y la leíste:

Bajo la influencia del nuevo regente, seres que

llevaban suficiente tiempo petrificadas como para habitar los

cuentos infantiles, comenzaron a despertar.

Sacaste una cuarta carta en la que estaban dibujados

dos guerreras atestadas de cuchillos y navajas chocando

cuencos de alcohol, y leíste:

Page 24: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

24

La muerte para las mercenarias de las regiones del

norte no es más que otra compañera de bebida, otra rival,

otra amante.

Terminaste de sacar todas las cartas y las lanzaste al

aire desde el altillo. Llovieron en espiral sobre nosotras

mientras nos confesabas llorando: que la bolsa plástica

sobresalía de la tierra no más que por una punta, sucia,

invisible y cargada de billetes; que con el dinero que sobraba

pensabas terminar la casita de ladrillos al lado del portón y la

perrera, al lado del naranjo de tu infancia; que no te querías

casar; que ni siquiera querías jugar cartas, la verdad; que nada

se secaba nunca y no había forma de salir de allí.

Las demás te insistimos en la necesidad de los rituales

y más aún del matrimonio, tu prometida recogió cada carta

con parsimonia, te alisó el traje, te peinó los crespos con tanto

amor, te secó las lágrimas. La algarabía momentánea que

provocaste se apagó entonces y solo sonaron las hojas de los

plátanos de nuevo bajo el martillo infinito de esta lluvia.

Reanudamos la ceremonia.

Saliste de la casa del brazo de tu prometida pisando

todavía el sendero de sal que con cada segundo se deshacía en

ríos y charcos. Las ropas de ambas se fundían en el barro, y

por fin dejaste de resistir. La música matrimonial fue la del

mundo resguardado bajo los techos, las hojas de todas las

plantas abriéndose agradecidas hacia las nubes. Te detuviste

empapado junto a ella frente al naranjo.

El vicario sostenía en sus manos una guayaba rosada

del tamaño de un balón de fútbol, resbalosa, agujereada por

insectos y pájaros, chorreante. Percibiste a través de tus gafas

empañadas su carne intacta, sus semillas oscuras, imaginaste

tu barba y bigotes untados de ese interior que todo lo mojaría.

Las demás llegamos detrás a esperar nuestro turno. Te

preguntó el vicario, solemnemente mientras escupía la lluvia

que se le metía en la boca, si estabas dispuesto a conseguir el

fruto. Pasaron minutos. Dijiste que no, que no. Nosotras que

sí. Nuestros vestidos y trajes se tiñeron en esa pulpa densa,

sangrante. La lluvia siguió y el vicario desapareció bajo su

cortina después de todo. Más tarde jugamos otra partida de

cartas.

Page 25: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

25

Sábado 22 de febrero del 2020

Astra Militarum

Desde la cabina de mando de la nave que sobrevuela la

estratósfera, un comandante nervioso de la Guardia Imperial

solicita información del estado del escuadrón en tierra al

nuevo sistema operativo instalado recientemente en su nave.

Una voz delicada e impersonal se articula desde distintas

esquinas de la cabina y comienza a hablar con matices que se

yuxtaponen, tonos que varían, que a veces se desfasan:

Analizando los archivos de grabación de los drones.

Actualizando sus versiones a tiempo real. Unificando. Zoom

desde lentes de la nave. Comandante, el escuadrón 52-B se

encuentra cruzando lo que nuestros datos de reconocimiento

en terreno han clasificado como una estepa – planicie lunar

que se extiende más de mil kilómetros en el hemisferio que

sobrevolamos. La flora que registran los datos recolectados

corresponde a una variación más desarrollada de lo que en

nuestros archivos está clasificado como t r i g o. Esta

variación es capaz de resistir las temperaturas del planeta,

los periodos extensos de las noches y sintetizar energía

propia a partir de la radiación que emana del subsuelo.

Reproduciendo archivo de audio de los pasos de escuadrón

57-B sobre el terreno. Valores de temperatura de los activos:

estables. Dirección de la brisa: noreste. Historial: activos

llevan varias horas de marcha de espaldas al atardecer del

planeta.

El comandante reconoce en el audio un sonido distinto

del de los pasos y el viento por la estepa, la voz de una

soldado, así que solicita al sistema su aislamiento y

reproducción.

Datos de audio localizados y cribados del ruido

ambiente. Pertenecen a la voz del activo que carga con la

artillería de plasma identificado con el código P4479. Han

comenzado tras tumbarse sobre el tronco del único

organismo distinto de t r i g o en kilómetros. Datos reunidos

al respecto de ese representante de la flora del planeta

insuficientes hasta el momento. Asignando prioridad de

identificación cuando condiciones de riesgo aminoren.

Reproduciendo audio de P4479:

—Nunca van a oír al sargento hablar de esto, y no creo

que me escuche escondido como está detrás de sus escudos

de carne. Es en estos momentos cuando comienzo a pensar en

la Diosa-Emperatriz sentada en el trono de la nave principal

de la flota... ¿Qué significa la paz del Imperio que

Page 26: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

26

defendemos? Una perversión que no podemos tocar, reír

algunas noches de marcha agotadas, aprovechar los terrores

del espacio infinito para imaginar al ser erótico perfecto entre

las estrellas, tal vez todo eso signifique... No podemos contar

los milenios que lleva el Imperio defendiendo esa paz,

instaurándola, verificando que se cumpla. Ni siquiera

podemos contar los reemplazos nuevos en el escuadrón por

cada baja. Lo que pasó hace más de unas semanas es mejor

olvidarlo, en esta tierra las memorias que nos atrapen son

basura.

Elementos del discurso de P4479 identificados como

blasfemos. Inicializando procedimiento de ejecución.

Llenando reportes y adjuntando grabación de discurso para

transmitir al departamento espacial de ética imperial

intergaláctica, sub departamento encargado del sistema

solar actual. Adjuntando orden al sargento para su ejecución

inmediata tan pronto aminoren condiciones de riesgo.

El comandante avala la decisión del sistema, sin

embargo las palabras de la soldado le hacen recordar tiempos

pasados, antes de su rango actual, y le pide que continúe

transmitiendo su discurso.

Llenando registros post-mortem en caso de baja en

combate. Aislando archivos de sonido nuevamente. Valores

de temperatura de escuadrón 57-B: descendidos medio

grado. Dirección de la brisa: noreste. Reproduciendo audio:

—Si alguien se acuerda de cómo desembarcamos en

este basurero bien podría acomodarse mejor la armadura de

las ingles con ese tiempo perdido. Nada de recordar infancias

o conversaciones que sintieron importantes en los cuarteles.

Nada de primeras pajas mirando al espacio por las ventanas

de los cuartos de entrenamiento. Lo único que hay que saber

es que todo lo que se extiende bajo las sombras de la flota

imperial le pertenece a la Diosa-Emperatriz y a los

ciudadanos lejanos que protegemos. Desde que aterrizamos,

hemos usado y usaremos nuestras piernas hasta que se

rompan o sean devoradas por alguna inmundicia ¿entendido?

Segunda mención a la figura de la Emperatriz.

Inquiriendo acerca del protocolo de ejecución en condiciones

de riesgo. Verificando manuales de procedimiento.

Revisando documentos anexos y tablas de excepción…

Requerimientos incumplidos.

El comandante sonríe. No lo hacía en años. Poco a

poco comienza a admirar su figura revestida de medallas y

condecoraciones en el reflejo de las pantallas que tiene

enfrente. Le pide al sistema que siga evaluando las

condiciones del terreno y que no pare de transmitir lo que la

Page 27: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

27

soldado dice, incluso en medio del combate posible y

próximo.

P4479 continúa marcha tras dejar espécimen no

identificado de flora atrás. Marcas humeantes en corteza

parecen indicar una contextura sensible al tacto o a la

aleación de las armaduras. Escuadrón 57-B se dispersa en

formación de arco por la estepa. Activos cercanos a P4479

con cambios de presión sanguínea ligeros. Sombra de la nave

provoca cambios en valores de temperatura de activos al

alcanzar la retaguardia del sargento y su guardia personal.

Se sacuden. Cambio en dirección de brisa: nororiente.

Cambio en intensidad de brisa: corrientes de aire apenas

perceptibles por receptores en terreno. Activo P4479

continúa emitiendo sonidos. Reproduciendo audio aislado,

almacenándolo en diferentes dispositivos para su edición y

reporte:

—Las supuestas reliquias que teníamos que asegurar

hace dos semanas nos jodían la cabeza y solo queríamos

abrazarlas, quitarnos los cascos y bailar alrededor. Vi bien los

ojos desorbitados de las otras al acercarse, después nos

comenzamos a reír como nunca. Lo juro. Ese fue nuestro

error… ¡Pero cómo brillaban, maldita sea! No se puede decir,

teníamos que extraerlas en nombre del Imperio y entonces,

antes que pudiéramos acercarnos, en el condenado horizonte

aparecieron las Mil hijas de puta que nos habían estado

siguiendo.

Extrayendo archivos de encuentro hace 478 horas.

Recuperando información obtenida. Territorio: ruinas

deterioradas. Abandonadas por habitantes no identificados.

Enemigo: traidores autodenominados Mil hijos, navegantes

del espacio pertenecientes al Imperio hace siglos.

Organismos corruptos, en contacto directo con la anomalía

del Caos. Influencias del vacío los trastornaron. Algunos

sufren deformaciones físicas. Cuernos, placas de armaduras

adheridas a las fibras con fibras nuevas encima. Provocaron

una alteración en la moral del escuadrón 57-B diferente a los

artefactos que debían asegurar. Valores de las temperaturas

sufrieron cambios relativos a estados psicológicos

registrados y al uso de armas térmicas. Fue necesaria la

ejecución de uno de los activos para asegurar enfrentamiento

y prevenir retirada. Cápsulas con activos de élite lanzadas

tras pocos minutos según cálculos estratégicos.

Reproduciendo audio de P4479:

—Podíamos escuchar sus gritos enloquecidos, las

armaduras les brillaban, dos de esas cosas venían sin casco y

con cuernos arrugándoles los hocicos, se habían ocultado

Page 28: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

28

entre escombros mientras nos seguían, disparaban en la

oscuridad y nuestro honorable sargento nos apuntaba desde

atrás. Igual abríamos fuego riendo, no podíamos parar de

hacerlo, lo juro. Logré atravesar a más de una con esta

preciosa, se deshacían como la comida de los cuarteles. En

fin, la batalla hubiera terminado muy pronto con el fuego de

los lanzallamas y esas bestias de mierda si las cápsulas de

transporte no hubieran caído en la mitad del campo

aplastando a unas y trayendo a las malditas soldados de élite.

Siempre se llevan el crédito y ni siquiera tienen que marchar.

La sangre mezclada de las Mil hijas con mucha de la nuestra

corrió atraída hacia las reliquias. Cuando acabó todo solo

podía pensar en los gritos de placer de una de esas bestias

mientras te desgarra las entrañas.

Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento

igual al 65%. Activos perdidos desde entonces reemplazados

efectivamente. Activos cercanos a P4479 registran ahora

incremento en presión sanguínea y temperatura dentro de

trajes. Receptores indican que el atardecer se acaba.

Vegetación predominante identificada como t r i g o comienza

a modificar porcentajes de congelamiento y rastros de

escarcha. Activando mecanismos de preservación térmica en

trajes. Escuadrón 57-B estrecha arco en el que avanza.

Debido a cambios de temperatura, diferenciación de sonidos

por receptores se dificulta. Reproduciendo audio de los

alrededores buscando orígenes adversos. P4479 continúa en

susurros. Redirigiendo energías a aumentar rango espectral

y de intensidad en lentes y receptores.

El comandante tiembla en la cabina de mando ante el

cuerpo que ha reconocido en las pantallas, recuerda su antiguo

miedo a la muerte. Sus manos metálicas se acarician entre sí

con fascinación. Continúa escuchando el discurso

amplificado por las paredes de la cabina:

—Genial, nada se acaba en este condenado planeta y

menos la noche. Ahora tenemos que dormir con los ojos

abiertos porque ya han invertido suficiente en nuestro equipo

como para dejarnos descansar, supongan. Creo que solo

descanso al ver fuego. Agh, como el encuentro con orcos hace

unos días. Todo ese campamento lleno de tiendas rotas,

estructuras oxidadas que se caían a pedazos, olía peor que las

letrinas de los cuarteles principales.

Extrayendo archivos de encuentro hace 193 horas.

Transmitiendo información obtenida… Territorio: margen

del bosque occidental con características de ecosistema

húmedo y bioluminiscente. Enemigo: orcos, criaturas

salvajes de piel verde con sistemas sociales anárquicos y

Page 29: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

29

brutales. Por razones desconocidas han alcanzado la

tecnología necesaria para viajar al espacio. Imprevisibles en

combate. Anunciaron su presencia con lo que se clasificó

como gritos de guerra. Valores de medición de moral del

escuadrón 57-B permanecieron estables. Despliegue de

cápsulas con activos de élite inmediatamente según cálculos

estratégicos y confirmación de número de enemigos.

Reproduciendo audio de P4479:

—Creímos que era un campamento abandonado, pero

resulta que así construyen todo esas imbéciles y en menos de

nada estaban gritando y abalanzándose como bestias sobre

nosotras. Todas incrustadas de metal y colmillos. En fin, las

de élite volvieron a caer y atravesaron el cráneo del líder que

quedó humeando antes que pudiera dar la primera orden. Las

demás salieron corriendo como cachorras, casi puedo

escucharlas de nuevo entre los árboles y la gran fogata que

hicimos con todo su campamento me da energías de solo

recordarla.

Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento

igual al 5%. Un activo perdió extremidad posterior izquierda.

Efectivamente reemplazada. En este momento, activos se

aproximan a un nuevo tipo de vegetación no identificada, de

mayor altura y con valores de temperatura anómalos.

Sargento registra solicitud de cambio de formación.

Aprobada. Todos los activos se arrastran entre t r i g o para

reducir percepción de posibles enemigos y se dividen en

subescuadrones de cuatro franqueando la vegetación.

Activos dejan marcas en el territorio con nuevos porcentajes

de congelamiento al arrastrarse. Riesgo de seguimiento de

rastros por mecanismos enemigos… Incalculable.

Reconsiderando decisión del sargento. Distancia para

contacto: 560 metros. Activo P4479 continúa emitiendo

sonidos a pesar de órdenes. Susurros difíciles de aislar.

El comandante se prepara para elegir en cuestión de

segundos, junto al nuevo sistema, la trayectoria y las

posiciones donde habrán de caer las cápsulas con las tropas

de élite. Desea volver a sentir el calor de una hoguera. No es

capaz de diferenciar las partes de su cuerpo que son prótesis

de las que no, si cierra los ojos. Continúa observando en las

pantallas las gráficas de audio aisladas que representan a la

soldado sacrílega:

—Por lo menos en el desierto de hace unos días hacía

calor. El pueblo abandonado reflejaba el sol y nos daba en los

ojos, así que era cosa de cerrarlos y seguir disparando, nada

nuevo. Fue divertido ver Tau tratando de escapar, no

sabíamos de qué todavía, siempre tan dignas con sus

Page 30: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

30

tecnologías extrañas y ahora huyendo. El problema real

fueron sus putos drones. Volaban. Llegaban desde cualquier

lado y apuntarles…

El comandante solicita ver los archivos de ese

encuentro, incluso si el contacto con el nuevo tipo de

vegetación es inminente, algo en las palabras que ha estado

escuchando le altera las prioridades y los piñones que

articulan su cuerpo se le hacen perceptibles.

Se sugiere concentrar energía en análisis del campo

actual y estado del escuadrón 57-B, Comandante…

Extrayendo archivos de encuentro hace 68 horas.

Transmitiendo información obtenida… Territorio:

asentamiento de cristal abandonado recientemente en

ecosistema desértico. Enemigo: T’au, especie ultra

tecnológica de cazadores. Parecen manipular sus tecnologías

colectivamente y siempre en función de un progreso

comunitario imposible de calcular. Se han registrado tropas

humanas dentro de su imperio ascendente en encuentros

previos en otros planetas. Traición. Valores de moral del

escuadrón en crecimiento antes de fuego cruzado. Estado del

despliegue de las tropas de élite según registro: tardío.

Actividad subterránea insospechada a pesar de las

proporciones. Formularios de investigación y análisis de

fauna nativa al ecosistema desértico enviados

inmediatamente. Reproduciendo audio de P4479:

—Al principio nos dio risa verlas correr, pero cuando

empezaron a defenderse no quedó nadie en pie, pude ver al

sargento inmóvil y temblando detrás mío, a una sola de las

malditas de élite arrodillada y con su arma en la arena. Otro

minuto y si no hubiera sido por el gusano de mierda que las

venía persiguiendo y se tragó las ruinas del pueblo de un solo

bocado, junto a las Tau y sus drones, no estaría aquí yo para

entretenerles la noche… El silencio que siguió a todo

mientras veíamos el agujero enorme que había dejado esa

cosa fue el momento de mayor calma que he tenido en mi

vida.

Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento

igual al 90%. Reemplazo de activos perdidos se encuentra en

proceso. Esperando respuesta a formularios de refuerzos

enviados a demás naves en órbita y calculando posibles

planes de contingencia en caso de encontrar fauna nativa

similar en otros ecosistemas. Haciendo balance de

desempeño del activo P4479 en relación con su ejecución

inmediata por blasfemia… Extrayendo manuales de guerra y

moral. Comparando preceptos principales. Calculando

inversión de tiempo, mezclando incógnitas de azar y

Page 31: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

31

posibilidades de insurrección. Proximidad de escuadrón 57-

B al campo de vegetación con valores de temperatura

anómalos: 100 metros. Valores de presión sanguínea y

temperatura de activos: en aumento. Movimientos retrasados

del Sargento. Redirigiendo energía hacia receptores de

sonido:

—Han cambiado tanto este condenado escuadrón de

avanzada que somos... Quiero dormir ahora y es cuando

pienso en la Diosa-Emperatriz. Su trono dorado lleno de

pequeños brazos metálicos acariciando sus senos muertos,

arrojando baba por la boca como una retrasada, su presencia

divina llenando la sala imperial, sus ojos perdidos en batallas

más allá de nuestra comprensión. ¡Pienso en la Diosa-

Emperatriz y en este planeta de mierda en la frontera y todo

cobra sentido! ¡Somos el Astra Militarum!, ¡cada paso que

damos es una extensión de Su cuerpo infinito hacia las

estrellas!, ¡cada nombre que olvidemos volverá al vacío del

que fue sacado y los ríos de nuestra sangre irán siempre hacia

Su gesto imbécil!

El comandante comienza a deshacerse de sus medallas

y reconocimientos hasta quedar completamente desnudo. Su

cuerpo de intrincadas relojerías eléctricas le provoca asombro

genuino y comienza a introducir los dedos fríos entre sus

mecanismos ignorando las señales de alerta del sistema:

Ondas electromagnéticas no identificadas

provenientes de la vegetación con valores de temperatura

anómalos, Comandan-te. ¿Procedimiento a seguir? Activo

P4479 y su sub escuadrón se han levan-tado y abierto fuego

quebrantado orden inmediata del Sargen-to. Grit-tan. Demás

subescuadro-nes disper-sos. Ondas bloquean recep-ción de

datos en el ter-reno y parecen estar afec-tando motores de la

nave, C-Comandante. ¿Proc-edimiento a se-guir? Sistema

oper-ativ-o parece verse aff-ectad-o. ¿Proc-imien-to a se-ir?

Ter-tercera menci-i-ón de La- Emper-emper-trix. Impos-ible

cal-lcu-lar sacr-ileg-gios. Mandan-t-e. R-dirigi-ndo nergí-as

pa-ra r-gist-ro del acti-vo P44…

Page 32: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

32

Sábado 17 de agosto del 2019

Nuestra vorágine

La familia se remueve en el carro, inquieta, mientras avanza

en la oscuridad. El ronroneo del carro hace coro a las ramas

que golpean los vidrios y las hojas que los acarician. El verdor

que se deshace en la noche evoca formas incomprensibles en

sus cabezas, recuerdos del abandono que las ha marcado antes

con su hierro, que las marca ahora de nuevo. No hay luna. La

preocupación sube el siguiente pico y la familia comienza a

discutir de nuevo. Desde el asiento del copiloto surge la

misma especulación vaga ¿hace cuánto están buscando?,

¿cómo es posible que el retorno al hogar se haya transformado

en esto? Piensan en su perra, más que pensar, gritan, se gritan

entre sí y gritan también hacia afuera, llamándola. Duna o

Asuki está perdida, podría haber sido cualquiera de las dos.

Lo saben porque un pelaje amarillo se cruzó en la noche del

camino destapado y luego volvió a sumergirse en la espesura.

El carro frenó con un golpe seco sin otros gemidos que los de

la propia familia. Después de esto, las luciérnagas ocasionales

les parecen ojos suplicantes, y los reflejos amarillos en la

maleza del poste que han puesto los vecinos, les parecen más

pelajes desérticos. Las ventanas comienzan a empañarse. El

conductor, que es también el padre, frunce su cara al principio

con fuerza hasta dejar de sentirla. Sus manos se agotan y las

despega lentamente, primero una y luego la otra, del timón.

El carro aminora aún más su marcha titubeante, las llantas

dejan de hacer crujir las piedras del camino hasta que el padre

gira su cabeza, cansado como está de mirar por el retrovisor,

hacia el resto de la familia. Los grillos afuera y su

desesperación adentro se debaten en silencio unos minutos.

Durante esos minutos se palpa una tensión verde húmeda. El

padre confiesa su impotencia y, en un gesto extrañamente

ágil, balbucea algo a la vez que abre la puerta, sale y se interna

en la montaña llamando a la perra. Un par de hojas de plátano

se balancean en la oscuridad despidiéndolo antes de que se

pierda de vista. Los grillos y las luciérnagas lo reciben en su

seno.

Vuelve a reinar el silencio vegetal: la madre cruza del

asiento del copiloto al timón y prosigue por el camino hacia

el hogar. Crujen de nuevo las piedras como susurros, como

rumoreando las desapariciones entre ellas. La ausencia ahora

es mayor y lo que queda de la familia permanece en silencio.

De alguna manera, a pesar del vacío, entienden por qué el

padre se ha ido y entender transforma la atmósfera del carro.

Page 33: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

33

El camino hacia la casa se hace más corto. Tras pasar el portón

de madera la oscuridad se abre en bienvenida, la asfixia e

incertidumbre de la familia se alivianan: entran en la danza de

la rutina. La perra perdida es Duna, las demás las reciben con

la lengua afuera y los ojos inquisidores. Las partes restantes

de la familia bailan olvidadas: abren el baúl del carro para

sacar lo que llevan, abren la puerta de madera gruesa de la

casa, abren sus chaquetas para quitárselas, las cortinas de los

cuartos para el cielo estrellado, sus brazos para saludar la casa

sembrada en la noche, los fogones de la cocina para preparar

un té.

Descansadas de los escombros del viaje, se reúnen en

el taller del piso de abajo. Observan las estrellas en la

infinidad a través del ventanal. Se dan el permiso de recordar.

Recuerdan el pelaje de la perra que ya no está, la calvicie del

padre, la seguridad de estar todas juntas, ahora perdida, el

sopor cotidiano desaparecido. Tras el recuerdo, se someten a

una incertidumbre distinta, más firme. La pueden franquear

con resignación mientras pasan las horas porque se tienen

entre ellas y, en la inmensidad del afuera, aunque perdidas, el

padre y la perra y la montaña también se tienen.

Prontas ya a llorar a chorros en un abrazo grupal, el

viento les trae de repente la risa del padre entre hojas de

plátano. Lo ven llegar a través del ventanal, viene montado en

la perra mientras ríe como un vaquero envejecido. Se quita y

se pone un sombrero invisible, está cubierto de cadillos, lodo

y raíces. La perra saliva con su lengua afuera y sus ojos

dorados, aúlla al llegar. La familia, separada por el vidrio

unos instantes, se observa mutuamente. Va a llover.

Page 34: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

34

II

Page 35: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

35

Prólogo a la segunda parte:

Conversación entre las eminencias del mundo

del arte Roberto Kunai y Manuel Corriente,

marzo del 2033, TikTok Live

Kunai, R: Qué placer estar acá sentados en el show, y más

aún la casualidad que nos reúne, ¿no? De pronto hace años no

habría podido asegurar que una amistad en común me reuniría

en esta tarima llena de luces con usted, Corriente, siendo

transmitidos en vivo y que eso, además, me daría trabajo, já.

Corriente, M: Por favor, llámeme Manuel como si no

hubiera pasado el tiempo y sí, qué chimba todo. Si tuviera una

tapita de Néctar verde haría el brindis. De pronto la podemos

pedir a Producción… ¿no?, bueno, más tarde entonces. Por

ahora, a lo que nos atañe, la segunda parte de este... libro.

¿Qué le pareció?, ¿qué les parecieron los sueños en verso a la

intachable audiencia? Escríbannos en los comentarios. Lo que

es yo, siempre comienzo encontrando en los versos un arte

poética, y no se me puede negar que ese de Un tenedor o una

espalda desnuda podría tener algo que ver por ahí.

K: A mí ese me pareció un poema erótico y bah, las artes

poéticas son una mierda, todas las que comienzan con que el

poema... Que agarro el poema como a un gatito, que el poema

vuela, el poema nacarado, que se sancocha, que se siente, su

deglución y que la pluma, las manos que lo pullan, el origami

y las bombas en la guerra, los mensajes de Whatsapp, la

mendicidad por las calles, etcétera. Una cursilería de vómito.

Afortunadamente eso no lo vi, aunque tampoco lo busqué. Ya

toda reflexión sobre las artes poéticas está mandada a recoger,

Manuel. Qué pasa, por ejemplo si el artista no sigue sus

propias reglas o se inventa un arte poética que le salga del orto

¿qué queda? Quienes unimos las cosas sueltas siempre

seremos las críticas para poder escribir un artículo decente y

llevar la comida a la casa. En fin… de todos modos sí me

surgió una duda de esta sección y es ¿por qué están en verso

los sueños y no en prosa si muchos parecen un relato

continuo?, en especial ese que es como una llamada

telefónica. Ya creo que nos está tomando del pelo, como si

hiciera trampa o le interesara que la sección tuviera los siete

sueños más que los versos en sí o yo no sé.

C: Pff, ¿le parece que se puede hacer trampa en un poema?

Llámeme retrógrado o lo que sea, pero, lo que es yo, todavía

Page 36: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

36

veo en el arte poética un acercamiento entre quien escribe y

la forma en la que escribe que me ayuda a leer, porque leer

hasta aquí sí que fue difícil igual. Hay unos sueños muy largos

y qué mamera uno perderse sin más. Me pone a pensar en

nuestro amigo en común que ha decidido desaparecer de los

escenarios públicos y nos ha mandado en representación a

pesar de que su libro ya esté re viejo. Decimos que es para

darnos trabajo, pero al menos déjeme decir, Ruppert, que los

poemas tienen que ver con esa misma actitud de perdido, que

cada imagen la construye como para protegerse de algo y no

participar y luego dárselas de que es una decisión política o

vintage. La abstinencia fue toda una moda en el pasado, ¿se

acuerda? Bueno, y lo de los versos que dice se me hace que

tiene todo que ver con el siguiente tema en la listica aquí que

me dieron, por supuesto, los sueños. Pero sobre eso

hablaremos después de los comerciales de nuestras

patrocinadoras, Hamburguesas Veganas La Corales, SDTown

Condones y Mininos Dafrosía.

K: Es cierto que se desaparece más de lo que quisiera y luego

sale con estas. Por favor no me llame Ruppert, ha pasado

demasiado tiempo y nunca me gustó. Eh, sí, también nos

patrocinan Empanadas Henry’s, Tropel SAS. y, ¿La revista

Los prólogos? No sabía esa. Si tienen más dudas escríbanlas

en los comentarios.

Intermedio.

C: ¡Wo! ¿Nos extrañaron? Recuerden compartir esta

conversación en vivo con sus familiares queridas. Bueno,

como le venía diciendo, Kunai, antes de poder hablar de

versos, o de por qué prima la imagen y se excluyen los demás

sentidos en la literatura de nuestro famoso autor… que fueron

varias de las preguntas de nuestro querido público en el chat,

además de los reproches sobre mi lenguaje, es necesario

adentrarnos en el tema de lo onírico. ¡Ay, los sueños! sus

múltiples posibilidades y representaciones, ¿qué le parecen?

Ojalá me responda sin tanto ímpetu, recuerde que estamos al

aire y sobrios. Conmovedor verlo tan apasionado, pero bájese

del pony.

K: Discúlpeme, Corriente, lo que pasa es que no me había

podido lavar la cara antes, pero ya estoy bien. Las asesoras de

maquillaje tampoco habían tenido tiempo de hacerme nada y

eso me molestó. Le pido de nuevo que me perdone y al

público también. Sobre los sueños tengo cierta impresión…

Page 37: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

37

usted me corregirá, de que cambiar de estilo en la forma del

texto fue un factor obvio y hasta ingenuo para acercarse a lo

onírico, una mera búsqueda de la textura. Como que tal vez lo

pueda comprender, ahora que lo pienso, pero me haría más

falta el resultado de esa búsqueda entonces, ¿no?

C: Suena a como si estuviera buscando un arte poética,

Ruppert, ja. Por favor no se empute. Sobre la respuesta que

ha encontrado, no sé, para mí soñar es un poco como abrir una

frase con un signo de interrogación y no poder cerrarla nunca

bien, siempre en la incertidumbre o siempre en un campo

vacío. Eso es todo lo que le puedo decir, pero ¿para qué pedir

resultados y certidumbres dentro del sueño?

K: Ahora veo por qué se hizo amigo del autor, Corriente.

Antes también me lo preguntaba, pero lo había olvidado. No

es solo que sus trabajos tengan una relación simbiótica

perfecta en el campo de batalla del mercado literario, sino que

usted le deja pasar cualquier vaina sin problema, no se

pregunta por nada, solo promociona como una muñeca

inflable socialista y llena sus ensayos de crítica con fluidos

ajenos, rebosantes de halagos. Qué envidia. En cambio

nosotros ya no nos escribimos tanto a menos que sea para este

tipo de circunstancias en las que necesito trabajar. Siempre

me tiene en cuenta. Desaparecido pero fiel. Tal vez así escribe

un poco también, tiene en cuenta el espacio en blanco de los

renglones, su distancia hacia los bordes de las páginas, eso de

que las figuras en el texto se nos meten en el inconsciente y

demás supersticiones de la nueva era tecnológica.

C: No se me ponga así, Kunai, o tendremos que ir a otra

sección de comerciales y no hay tiempo. ¿A qué viene tanto

auto-desprecio?, seguro que podemos hablar algo con

Producción si la cosa es por plata. De hecho, lo de los otros

sentidos en los sueños nos va a quedar faltando, me acaban de

comunicar que hemos llegado al límite de lo que nuestras

patrocinadoras pagaron para estar en vivo en esta plataforma.

De todos modos, nuestras felicitaciones más cálidas y

sinceras a una comunidad lectora capaz de comentarios tan

perspicaces y hasta la próxima.

K: Chao.

Page 38: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

38

Lunes 20 de abril del 2020

Interrupción de la cena familiar

Un teléfono daña nuestra modesta celebración,

la de la fiesta por el cumpleaños de Migue,

que cumple quince años. Ahora el ambiente festivo,

en la noche, ha llegado hasta la cena:

el comedor lleno de globos, serpentinas, copas de champaña.

Pero el teléfono de la casa aturde estridente todas las acciones

por varios minutos,

hasta que el Jefe, a la cabecera de la mesa,

mientras se rasca el parche que le cubre el ojo derecho

manda contestar a Migue, su hijo,

que nunca hace nada, que no sirve para nada.

Migue asiente con su gorro de cumpleaños en silencio

y el teléfono pegado

a su oreja deforme.

Mientras tanto, nos pasamos una mayonesa de hierbas

sonriendo, brindamos por la madurez,

los trabajos por venir, cortamos las carnes jugosas.

Migue se acerca luego al oído del Jefe

para darle el mensaje, pero Él lo empuja,

que hable duro,

que en la familia no se guardan secretos

baratos y menos

en un cumpleaños.

Migue dice entonces que la llamada era de parte

de un profesor del Jefe,

que llamaba desde un hospital

y que se estaba muriendo.

La cara del Jefe, hasta el momento seria, pero rebosante,

generosa,

se congestiona entonces con dolor,

pareciera un pirata que fuera a llorar

sobre su sopa de tomates

y laureles cosechados en nuestra tierra.

Migue grita que el último deseo del profesor

es que lo vuelva a grabar como antes,

cuando vivían solos.

La cara del Jefe se contorsiona con terror,

unos instantes, se pasa un pañuelo,

que saca del bolsillo,

por los cachetes,

por debajo del parche.

Page 39: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

39

El Jefe tiene un flashback:

recuerda la piscina de sangre de su ojo derecho

desenroscado,

la paciencia quirúrgica del profesor para sujetarle las manos

y luego enroscarle en la cuenca ocular vacía

una superocho

que no era Canon, o Braun, o Nizo,

sino Elmo ajustada al cráneo.

Recuerda gritar endemoniadamente hasta enronquecer,

su espalda arqueada contra las sábanas ensangrentadas

todas las noches.

Pero también recuerda comenzar a dar tumbos por los

pasillos,

chocar emocionado contra las paredes y producir ecos

siguiendo las sombras del profesor.

Seguirlo hasta la gran cocina de puertas dobles,

el sonido de sartenes hirviendo con aceite.

Recuerda presionar una y otra vez el botón de filmar

de su prótesis

en signo de tímido festejo,

acariciar alegremente el foco y dirigirlo a los tarareos

maternales del profesor

que freía unos buñuelos,

mover los bracitos enhorabuena,

rebobinar el rollo sanguinolento con los mismos bracitos,

cambiarlo por uno nuevo a cada rato.

El Jefe sale de su flashback y se levanta de su silla

haciendo tambalear todo,

las copas de cristal,

algunas gaseosas burbujeantes.

Todas las conversaciones que habíamos iniciado

paulatinamente,

como el comienzo de una lluvia,

mientras el Jefe recordaba,

se detienen.

Tenemos que ir a ese hospital.

El cumpleaños se acaba.

Cabemos quienes importamos

en un mismo carro y las luces de los postes

nos pasan por encima

sin ritmo,

sin color.

Page 40: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

40

El hospital es una morgue rutilante de circuitos, máquinas que

emiten quejidos alienígenas, pitidos, fuelles, rodachinas

resbalando en pisos recién trapeados, timbres,

electrocardiogramas como montes crispándose, cortinas de

plástico que corren, se descorren, brillos blancos inertes desde

que salen de los bombillos.

Caminamos con el Jefe en el centro recorriendo los callejones

de la asepsia.

Giramos haciendo eco en las esquinas.

Entramos a la habitación del profesor.

Los tubos que le salen de la nariz son antenas de plástico.

El profesor es un insecto patético

que se debate

entre sábanas azules.

El jefe me señala para que me acerque a la camilla

y escuche.

Sus silbidos pidiendo todavía lo mismo:

que… grabe de nuevo como… como antes.

El Jefe señala a Migue.

Las superocho de ahora no son como las de antes,

y dónde íbamos a conseguir una, además,

a esa hora.

Le enroscamos un celular pequeño, que es lo que hay, en lo

que pronto deja de ser su ojo derecho.

Migue grita insultos en otras lenguas,

gritos del adulto que ahora es,

mientras el profesor asiente agonizante en su camilla

como diciendo:

así…. así era la vida.

Luego le enchufamos un cable atrás de la nuca al Migue,

el pobre botando sangre por todo el cuarto

como un pollo sin cabeza,

solo que él sí tiene cabeza y

estará dispuesto a grabarlo todo,

así que se la torcemos hacia la camilla.

El Jefe mismo saca una jeringa de su gabán

llena de un líquido azul

y se la inyecta en el cráneo a su profesor,

Page 41: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

41

mientras sonríe.

El profesor hace sonidos

como si sorbiera algo,

sus ojos se le resquebrajan,

llora lágrimas azules fluorescentes,

sus manos se extienden hacia el aire de la habitación

como si agarraran un rostro amado,

sigue sorbiendo con la boca

pero tal vez son palabras

lo que dice.

El Jefe lo arrastra de la jeringa clavada en la cabeza hacia

su pecho.

Le da las gracias por todo.

Page 42: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

42

Sábado 21 de septiembre del 2019

En la librería

Entra a la librería con el impulso de comprar algo.

Revisa la sección de Taschen que es la que le atrae siempre

más.

Libros ilustrados de tapa dura, piensa,

la justificación de cualquier biblioteca.

El primer libro que abre es de memes de Los Simpson.

Plantillas con distintos contenidos. Y un subtítulo:

Glimpses of the Future.

La máquina de escribir invisible del jefe Gorgory.

El apicultor que habla de lo diabólico.

Homero enjabonando su inmoralidad.

El señor Burns con un ramo de rosas tras la puerta.

Cierra el libro con inquietud.

¿Cómo serán las clases de bibliotecología?

Coge otro. Es de memes de White Chicks.

El subtítulo:

Amoblado de ciberespacios.

Brittanny Wilson pidiéndole a Tiffany que sostenga su cartera

o ambas haciendo breakdance en el piso de un bar.

Latrell Spencer exclamando asombrado, asqueado,

o luego, reclamando por la decepción y las traiciones,

o antes, cantando su canción favorita,

congelado para siempre en un balanceo feliz.

Cierra ese libro también. De golpe.

Se pregunta si las bibliotecólogas tendrán clases por Zoom.

Escoge otro libro. Descomunal, brillante.

Es de memes de palomas y no tiene casi texto.

El título:

Borbs.

Una paloma con una tajada de pan como collar opulento.

Otra, picoteando la cabeza de un búho de piedra, dominante.

Varias asomándose a la cámara como en la recepción

de un coma largo,

celebrando.

Cierra el libro en silencio.

Sus ojos desconfiados chocan con el último libro antes de irse.

Es igual de grande que el anterior, reza:

Reddit comments.

No está ilustrado.

Page 43: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

43

Comienza con párrafos que llenan las páginas,

termina con líneas suspendidas en el blanco.

Comentarios con palabras en otros idiomas,

referencias desconocidas,

el absurdo al final de cada frase le remueve algo dentro,

sus ojos se desorbitan.

Conforme lee comienza a llorar.

La última frase la lee gritando.

No lo puede cerrar.

Page 44: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

44

Lunes 23 de septiembre del 2019

Un tenedor o una espalda desnuda

Es acerca de las interacciones de la belleza,

a veces tan esquivas:

una mano fuerte, con callos, acariciando un tenedor

torpemente o una espalda desnuda y que entonces

raspa un poco.

Es también: la línea de una mandíbula perdiéndose

en el pozo de la piel,

poros que abren paso a cada pelo de cada barba,

dientes construyendo

nuevas escaleras.

Se torna en el rastro que dejan los cuerpos

cuando entran a una habitación:

un perfume artificial de carro, su sudor,

mis uñas desesperadas sobre mis dedos

rogando ser huésped,

inspectoras de salubridad,

de los pliegues más húmedos.

Es una masa específica

que ha pasado por el sol,

que late expectante,

que pierde.

Las voces que salen de sus pulmones como una invitación

al canibalismo más vertiginoso.

Poco a poco,

entiendo que en realidad es acerca de un tejido,

como todo siempre:

hilos débiles que arman secretos

guardados por años.

Secretos del dolor,

el deseo de aplastar, finalmente,

un buen cráneo,

el origami de una carta,

de orinar un libro hasta empaparlo,

ponerlo a colgar bajo luces de neón,

llenar de hormigas cada página

y pasar la lengua soberbiamente.

Es reconocer en la telaraña:

un vacío propio y ojalá también colectivo,

anterior a cualquier razón,

Page 45: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

45

poblado de evocaciones que apuntan,

de nuevo, hacia el deseo.

A este deseo que me empareda,

que me esconde,

y se desata al cerrar los ojos.

Page 46: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

46

Lunes 13 de abril del 2020 en la tarde

Flores de celuloide

1

Sobre el telón descolgado en la oscuridad,

la película enseña imágenes tristes:

un par de brazos morenos que abren surcos

en las aguas indiferentes del mar,

tendidos desde un bote que se oxida.

Las olas reflejando el sol los besan, los remontan,

los rechazan con cariño.

Una voz en off reflexiona:

tener hijos es buscar

a quién ofrecer el espectáculo de nuestra propia decadencia,

a quién alimentar de suspensos y promesas.

Las imágenes continúan:

una onda sin principio ni fin perdida en la masa de agua.

Un rostro triste y esforzado balanceándose

con los ojos en blanco,

trazos de luz se pasean por su piel sudorosa.

La garganta seca de la voz en off pronuncia juramentos

que ya no asombran,

que siembran la desidia.

Aún así, la película es censurada en su propio país.

Fue un acto de dominación gubernamental,

dijo alguien,

alguna nostalgia burocrática.

Quisieron hacer cumplir leyes largo tiempo olvidadas,

e hicieron crecer en grandeza el mundo brillante

de la piratería virtual.

2

Así:

la película se proyecta años después

en un cine foro al aire libre

entre la noche de las cordilleras.

Decenas de cucarrones provocan ecos sordos

al caer en cubos de basura.

Las siluetas de las espectadoras titilan ante la pantalla,

somnolientas.

La pereza del público de emprender luchas que no las sean

propias

Page 47: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

47

rezuma como una niebla entre las sillas de plástico.

Cuando aparecen sobre el telón las flores amarillas,

que le dan el título a la película,

flotando sobre el agua salada,

por primera vez,

el celuloide,

tan delgado de repente y doblegado por la luz de las imágenes,

comienza a arder.

Los grillos

enmarcan las exclamaciones de decepción.

La quemadura en el telón rasca un mar solitario y

se detiene titubeante ante los brazos morenos

sumergidos en el agua.

Un bebé en el público llora.

Page 48: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

48

Miércoles 20 de marzo del 2019

La lucidez

Sucedió a mitad de la noche,

lo cual no es una gran sorpresa y,

sin embargo, se anota febrilmente,

con las manos dormidas, sueltas:

La casa en el campo acariciada por el viento,

casi balanceándose.

La luna matizando un revés nuevo de las cosas

como en medio de un paisaje extranjero.

Cada ser con su propia sombra extraña.

Cada paso humedecido por la hierba.

Como espectadora atónita, se sentó a observar

la peregrinación frente a sus pies.

Cientos de cachorros de Golden Retriever

desfilaron bajo el cielo nocturno,

descendieron al terreno que da con las otras fincas,

por donde cruza una quebrada.

Cientos.

Profirieron pequeños aullidos y gemidos. Tropezaron.

Sus pelajes iluminados por la luna dieron una impresión

extraterrestre.

Todavía atónita, hizo un comentario al aire.

—¡cómo brillan!

Luego volvió a afirmar.

—Es raro que solo sean cachorros.

Luego preguntó.

—¿Dónde está la madre?

La pregunta desencadenó la lucidez que había esperado por

tantas noches.

Su conciencia se quebró temblorosa,

se bifurcó infinitamente.

Comenzó a reír extática.

Se miró las manos,

la ropa.

Dejó abajo los cachorros y dio un paso.

Flotó.

Perdió su centro de gravedad, dio vueltas

y comenzó a ascender.

Page 49: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

49

Golden Retrievers, luna, hojas de plátano, cables de luz,

ramas de árboles más altos, la risa, la luna de nuevo, el vértigo

y las cosas en el suelo empequeñeciéndose.

Tras un par de segundos

despertó agitada.

Sus manos aferradas todavía

a la sobresábana.

Su consciencia recompuesta,

pero distinta.

Anotó todo febrilmente.

Page 50: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

50

Miércoles 28 de abril del 2020

Las noticias ahora están tan aburridas

¿Aló? Buenas.

¿Cómo está, vecino?

Sí, yo estoy bien, pero quería contarle…

Es que no se imagina lo que encontré hace unos días

debajo de la cama de mi sobrino.

Una revista que describía tutoriales…

No, yo no entendía nada de qué, nada,

pero me llegó una noticia luego por whatsapp.

Que ahora hay una nueva moda para los jóvenes.

Y eso que usted sabe que Albertico tan joven, joven,

ya no está, el fin de semana que viene cumple

treintaitrés.

¡Sí!, la noticia decía que la moda era esa misma.

No, normalmente no me meto en esas cosas, claro.

Prefiero no pensarlas, la verdad,

pero eso se me hizo macabro.

Como que ponía en riesgo su vida, ¡sí!

Y ya sabe cómo es él,

no siempre entiende las cosas como son,

todo lo toma literal, si me hago entender.

Es como un bebé.

Las personas no lo creerían

con esa mirada que tiene

y la barba roja que le sale ¿sí la ha visto?

Siempre me dicen:

su hijo es tan guapo,

se le nota que hace ejercicio,

¿ha pensado en llevarlo a la televisión nacional?

Yo les digo que es mi sobrino, pero bueno,

me sonrojo un poco.

Es que yo también lo pienso, porque así es,

solo que en ninguna agencia lo recibirían.

No. Estoy segura de que no lo recibirían. En fin,

encontré esa revista cuando entré a limpiar un poco su cuarto.

Es un desastre con las pinturas que ha hecho

por todos lados… y la ropa. ¡No!

Así que me le planté a Albertico,

ya sabe cómo es él de grande,

aunque siempre tan asustado,

sobre todo desde la última vez… pero esa es otra historia.

Empezó a llorar y ni siquiera trató de quitarme

Page 51: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

51

la revista.

Decía algo de que se sentía solo,

y que era mi culpa que viviera encerrado. Es el colmo.

No entiendo de dónde sacó esas ideas.

También dijo que desde que yo la había “matado”

ya no le quedaba nada sino pintarla en los cuadros

y por eso el desorden.

Por poco y se los saco de allí también,

pero me dio algo de ternura, ¿sabe?,

se cubría con las manos como si le fuera a pegar.

Yo no sería capaz, claro que no.

Bueno, es que todo ese asunto

del “asesinato” es hasta más indignante.

Si saliera en las noticias

le agradecería a la vida no tener que pasar

por eso,

pero así son los retos que nos pone en el camino

y a mí me tocó guerreármelas. Sí, señor.

¿Se acuerda cuando Albertico se salió del apartamento?

Sí, estuvimos varios días buscándolo y nada,

yo ya me estaba resignando,

no me queda tanta fe en la vida, ¿sabe?

y luego solo volvió

un día.

Sí, me tocó retirar el denuncio y todo.

Pero Albertico era distinto.

En las comidas se reía con los chistes de la tele,

antes ni les prestaba atención.

Me pasaba las cosas cuando se las pedía,

¡conversábamos!

Pero también lo escuchaba hablar solo por las noches

desde mi cama,

y colgó un letrero de NO ENTRAR en su puerta.

Una vez que conversábamos habló de la máquina de coser,

de la gente del piso 13,

el apartamento ese que vive abandonado.

Me di cuenta que ahí se había escondido cuando se perdió,

Bueno, me doy cuenta ahora,

tiempo después de lo que descubrí.

Que me hablara era muy raro

y yo como que me iba acostumbrando… sí.

Pero que no me dejara dormir por la noche,

hablando quién sabe qué hasta esas horas.

Problema.

Page 52: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

52

Necesito descansar para que no se me caiga el pelo.

Aproveché mientras se bañaba,

y me volví a meter a su cuarto.

¡Estaba organizado todo!,

la ventana abierta para que aireara,

y a mí claro que me pareció sospechoso.

Imagínese.

Nada más había un bulto bajo las cobijas,

como arropado,

las corrí y había algo como una muñeca de espuma

y tiras de tela cosidas.

Los ojos los tenía dibujados con

marcador permanente,

y una sonrisa.

Toda la espuma estaba húmeda,

en lugares pegajosa.

¡Ay, no!

las porquerías más grandes que me pasaron

por la cabeza.

Me hirvió la sangre.

Y en esas, Albertico salió de la ducha,

desnudo,

chorreando agua.

No, creo que no me esperaba ahí.

Hubiera visto cómo y se agarró sobre esos pedazos de

espuma.

Qué gritos.

Claro, yo tampoco iba a soltar esa cosa así como así.

No me miraba,

pero chillaba mirándose el pecho que

“la soltara”.

Eso me dio miedo,

pero tampoco cedí, no crea,

sino que jalé más fuerte de algo como una pierna que tenía

y la espuma se rompió… sí.

¿Pues qué cree que pasó?

Albertico sí que pegó el grito ahí.

Nunca había escuchado algo así.

Soltó el pedazo que agarraba y

comenzó a pedirme perdón,

que perdón,

que perdón,

perdón, perdón, perdón.

Page 53: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

53

Contarlo me hace sentir rara. Discúlpeme.

Yo cogí los dos pedazos que había sobre el tapete,

más los que tenía en la mano

y boté todo por la ventana

los catorce pisos.

Iban cayendo dando vueltas,

como las plumas, ¿las ha visto?

Bueno, esa es la historia.

Desde ese momento Albertico se puso a pintar los cuadros,

y yo lo dejo,

por lo menos no hace ruido cuando pinta,

pero ya no habla, ¿sabe?

Y las noticias ahora están tan aburridas.

Entonces, vecino, le quería pedir un catorce.

Sí. No. No es nada raro. Perdone que siempre me extienda

tanto.

El otro día me encontré unos retazos…

Yo sé que su esposa tenía una máquina de coser.

¿Será que me la podría prestar?

Ah, ¿la vendió?

Bueno, gracias.

No lo molesto más.

Hasta luego.

Page 54: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

54

Domingo 2 de febrero del 2020

Notas de investigación

Trajo la muerte, entre su pozo,

un pájaro.

El pájaro fue interrogado.

Testificó que:

aún si se le tenía por sospechoso,

vio una flor retorcida con extremidades humanas por pétalos

y entre los pétalos un apretón de manos

ejecutivo,

más sospechoso que su testimonio,

que lo hizo dejar de cantar.

Se le preguntó si no habría visto todo

a través de un caleidoscopio.

El pájaro aleteó frío,

minúsculo,

su pico acariciando la piel del interrogador

con cierta duda,

duda hacia el sistema de interrogación.

Testificó entonces, y con una previa aclaración, que:

es muy sencillo entender

cómo hemos quedado atrapados

en situaciones inesperadas,

un parpadeo,

un relámpago

y la trampa se ha alzado

y la trampa la hemos construido con nuestras propias fuerzas,

esclavas siempre de algo más.

Que todo lo que hay que hacer

es no volver a cerrar los ojos.

Fin de la aclaración.

Testificó que

un día antes del pozo,

pero solo del pozo y no de su portadora,

el pájaro aterrizó frente a un par de cejas viejas

con pelos como cascadas

que, fruncidas, le amonestaron sobre el suicido

y después

amplias, inabarcables,

le advirtieron sobre su brevedad como pájaro

Page 55: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

55

y sobre estadísticas del crecimiento constante de todas las

cosas,

sobre cómo invertir bien en negocios de dudosa procedencia

como los del amor filial,

no invertir, la verdad,

y el pájaro se dio cuenta de que había cerrado los ojos

un instante.

Se le preguntó si esas cejas no pertenecían a una cara

o si más bien eran otra cosa,

como el musgo que crece en las paredes del pozo de la muerte,

por ejemplo.

El interrogador sacó una mano hacia el aire de la ciudad

nocturna

y con la otra apretó más fuerte al pájaro.

Con una mano sintió el aire que batirían las alas que atrapaba.

El pájaro, sin resistirse, cerró los ojos decididamente

y testificó, al final, lo siguiente:

cuando la información no se suministra

usted puede completarla, señor interrogador,

adornar con una tela hecha de su propia mierda,

que nunca es realmente propia, mi canto.

Pero no solo la calidad de la tela depende de usted

ni el infinito se extiende siempre más o siempre menos

según el interrogante,

sino que el solo hecho de extenderlo

es más que suficiente.

Y cerró también el pico

y volvió al pozo

y la muerte se quedó ahí

y el interrogador anotó todo en un cuaderno.

Page 56: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

56

III

Page 57: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

57

Prólogo a la tercera parte:

Entrevista con la famosa Laura Dafrosía mientras

sale de un D1

Los Prólogos. Señora Laura, vengo de parte de la revista Los

prólogos y se me ha encomendado que le pregunte: ¿qué

piensa de la última sección del libro?, ¿cree que siguen siendo

poemas o cómo?, ¿qué los diferencia?

Laura Dafrosía. Estoy tratando de hacer el mercado para mí

y mis mascotas, no sé de qué me habla, por favor aleje esa

grabadora.

Interrupción, estática, choques, palabras imprecisas.

LP. Pero, señora, ¿qué piensa usted de los sueños?, entonces.

LD. ¿Por qué no me pregunta mejor qué es lo que esta comida

les hace a los gatos? Tengo una amiga que dice que se les está

cayendo el pelo y eso es obviamente por estas tiendas, dicen

que en el Justo y bueno es peor. Los sueños son cosas lindas

y ya. O feas.

LP. ¿Entonces usted está de acuerdo en afirmar que no es lo

mismo una pesadilla a un sueño distinto, no pesadillezco?

LD. ¿Qué? Estarán de acuerdo mis pelotas. Ahora déjeme ir.

LP. ¡Espere! No se aleje. Favor editar lo que voy a decir a

continuación: señora Laura, los gatos a quienes lleva esa

comida han sido confiscados por el equipo editorial hasta que

no nos conceda esta entrevista, yo quería hacerla por las

buenas, pero no nos deja usted otra alternativa. Y aléjese de

la grabadora, por favor.

Estrépitos. Corte.

LP. [resoplando] En fin, como le preguntaba hace un rato,

¿si usted tuviera que definir los sueños que no son pesadillas,

cómo lo haría, señora Dafrosía?

LD. ¿Qué está pasando? No entiendo nada. Por favor, suelten

a mis gatos.

LP. Para ello es preciso que conteste a las preguntas, ¿está de

acuerdo con que lo que no es pesadilla solo lo decide quien

sueña al despertar?

LD. Si eso fuera así, esto sería una pesadilla. ¡Los prólogos

de mierda de ustedes son una pesadilla y ojalá se mueran!

LP. Tiene un buen punto. Para usted lo serían, claro, pero

usted no es quien sueña, sobraría preguntarle cosas como

cómo se despierta de un prólogo entonces, y mucho más de

uno así. La editorial se encargará de formular esas preguntas

a quien convenga.

LD. Ok. ¿Entonces, me puedo ir?

Page 58: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

58

LP. Antes, una última pregunta. ¿Está usted de acuerdo en

decir que los sueños que aparecen en la sección que sigue NO

son pesadillas, sino todo lo opuesto?

LD. Sí, lo que sea, ahora deme a mis gatos.

Fin de la entrevista, se prorrogan nuevos testimonios

sobre sueños hasta que el comité editorial lo considere

apropiado.

Page 59: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

59

Viernes 27 de septiembre del 2019

La sala de los juegos

Nos reunimos los hermanos y primos paternos: Pablo,

Camilo, Jorge Esteban, Simón y yo. Nos abrazamos como si

nos hubiéramos visto hace dos horas cuando en realidad han

pasado años. Estamos en la calle y los carros que pasan nos

levantan el pelo, la ropa. Con los brazos en los hombros de

los demás, el viento y el sol haciéndonos entrecerrar los ojos,

miramos el cielo. A contraluz, la silueta de un edificio de tres

pisos. Las nubes lo atraviesan como si fuera un colador de

masas de algodón. Sonreímos y nos soltamos admirados.

Pablo saca una llave común, plateada, de ferretería, recién

mandada a hacer, se acerca a la puerta del edificio, la inserta

y abre. La habitación principal que nos recibe tiene varias

mesas con tableros encima, una gran araña de cristal apagada

en el centro, el empapelado de las paredes semeja las piedras

de un torreón. El polvo parece haberse asentado durante un

buen tiempo en cada superficie y al pisar dejamos huellas.

Nos separamos. Pablo y Simón suben a los pisos siguientes,

Jorge Esteban sopla la mesa más grande revelando tras la

nube de polvo casillas rojas y amarillas de un gran tablero.

Camilo y yo decidimos bajar al sótano. Contra toda intuición,

el sótano está limpio. Es un lugar cálido, con una biblioteca

que cubre la pared. Libros y libros de mitología y fantasía

medieval. Un libro pesadísimo e ilustrado de dragones, la

portada es el ojo y la pupila afilada de uno. Al abrirlo, vemos

los reptiles organizados geográficamente por mitologías de

cada continente y clima, leyendas, comportamientos y

particularidades. Otro libro similar, pero de gnomos altos y

bajitos, de junglas y jardines. Libros y libros con figuras

extrañas, con letras antiguas, o que semejan serlo. Bosques.

Bosques de todas las formas, bosques de palabras, oscuros,

incipientes, infames, prístinos. Libros de recetas para todas

las cosas alquímicas y mundanas. En el centro de la pared, un

gran cuadro. En el cuadro, un edificio que se eleva hasta las

nubes en medio de la tormenta con las ventanas oscurecidas

y una arquitectura cada vez más enrevesada conforme

asciende: tiene incrustadas grandes vigas de metal que lo

atraviesan como si hubiera sido atacado por proyectiles

enormes o como si ramas de acero le hubieran brotado al

pasar los años. Más allá del lugar donde la estructura se pierde

entre las nubes y provoca la tormenta, se presiente un último

fragmento del edificio, tal vez diez pisos más, demasiado

ajenos a los ojos de quien lo mira y por lo tanto invisibles.

Page 60: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

60

Nos hundimos en cojines de espuma forrados en tela que hay

sobre el tapete. Son de colores. De hecho, se ubican

exactamente en las ramas del árbol que el tapete representa.

Hay cinco cojines y cinco ramas que, enredadas, van a dar al

gran cuadro. Al sentarnos en ellos, el cuadro se hunde en la

pared hasta oscurecerse. De repente nos queda claro que es

una pantalla eléctrica, una pantalla enorme que ha entrado en

suspenso. Espera que presionemos cualquier botón.

Comienza a sonar una música rápida en 8-bit, y las letras

flotan en la pantalla rítmicamente sobre un paisaje similar al

del edificio del cuadro. Alguien en los pisos de arriba parece

haber roto un cristal porque suenan las partes rodando en el

techo, los pequeños crujidos. Probablemente la araña de

cristal ha caído, sus patas transparentes por fin libres

descubriendo cada rincón. Seguramente fue Pablo, su mirada

siempre impertérrita ante los accidentes que él mismo

provoca, como esperando explicaciones de la nada. Sin

embargo, nosotros seguimos hipnotizados con la pantalla, que

ahora pide que lo intentemos de nuevo. Los cristales

tintineando arriba nos dan una idea. Me quito una bota con

cuidado, desamarrando cada cordón de las anillas de metal

con nerviosismo, como si desarmara una bomba. Cuando la

retiro completamente se la paso a Camilo que me mira

dudoso. Ambos sabemos lo que tenemos que hacer. Sin

levantarnos de las sillas por temor a volver el cuadro a su

posición original, Camilo extiende su brazo y catapulta la bota

hacia la pantalla con toda la fuerza de la que es capaz. Falla.

La biblioteca se estremece, cruje, y caen algunos libros de

cristalografía escritos por enanos. Sudamos. Hemos causado

un estruendo considerable y alguno otro, probablemente en

un piso aún más arriba, provoca un sonido de madera al

romperse. Seguramente fue Simón, cobarde, y ahora huye

escaleras abajo para desentenderse. Aunque no hemos subido

al segundo piso, el sonido no puede ser otra cosa que un viejo

armario volando en astillas. Las astillas clavándose en el

techo con fuerza como si trataran de sostenerlo todo. La

pantalla finalmente ha reconocido algo como botón

presionado, se desvanece al negro y luego dos personajes

como Camilo y como yo aparecen a la entrada del rascacielos.

La música en 8-bit es el viento de los carros que pasan y una

suerte de funk. La pesada capa de polvo que cubría el piso

principal ha empezado a bajar las escaleras tras los

estruendos. Me quito la otra bota y la lanzo con fuerza. El

ruido es seco esta vez y solo cae el libro de los bosques. El

polvo comienza a inundar la estancia. Tosemos. En la pantalla

seguimos esperando, observando la infinidad de la

Page 61: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

61

construcción, el viento de los carros. Parece que bailáramos

al ritmo del funk callejero. Agarro el libro de los bosques y le

arranco una página con la cual me cubro la nariz. Camilo hace

lo mismo con otro libro de rituales para cosechas prodigiosas.

Entonces los personajes de la pantalla entran al edificio, saltan

al cruzar el umbral de la puerta. Es una puerta transparente

como de hotel y parece automática. Simón finalmente baja

por las escaleras entre el polvo como una visión de los

desiertos, su cabeza cubierta por una bufanda que ha

encontrado, seguramente, en el armario que rompió. Ríe.

Comienza a contarnos un chiste sobre el sonido que hacen la

madera al quebrarse y las astillas al sostener el mundo, pero

es larguísimo y no le ponemos atención. Decidimos romperlo

todo, las sillas acolchadas, los demás libros de la biblioteca,

alguno encuentra unas tijeras y recorta el tapete, quiebra una

rama. Los personajes de la pantalla buscan en el edificio las

escaleras, suben por una alfombra gastada, se agarran de las

barandas en los tramos donde no hay escalones, encuentran

escaleras de emergencia por las ventanas y el 8-bit cambia,

primero simula arpas clásicas, luego guitarras turcas, después

trompetas épicas. Los relámpagos iluminan el edificio por

dentro, iluminan los pisos que faltan por ascender. Nosotros

rompemos los bombillos de la sala, resoplamos. Entramos en

una danza frenética del caos, ruedan las palabras, los libros,

el tapete, las astillas, el cristal, el polvo y los estruendos en

todos los pisos. Los personajes en la pantalla saltan, cruzan y

cruzan rellanos metálicos, alfombrados, en baldosas, en

fuentes de cerámica, llegan a las vigas de acero de los pisos

antes de alcanzar las nubes y saltan de una en una sobre el

precipicio del rascacielos, se insertan en la tormenta. En ese

momento, bajan Pablo y Jorge Esteban al sótano y gritan en

medio del caos. Nos detenemos. Dicen que el almuerzo está

servido y que subamos. Tenemos hambre. Subimos.

Page 62: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

62

Sábado 24 de agosto del 2019

Nada que hayas robado de ahí

Entraste a la maestría gringa en escritura creativa y el

estómago se te encoge al bajar del avión. La tierra

desconocida te recibe con su delirio máximo. Nieva. Apenas

puedes, entras a un supermercado de barrio y raptas un carrito

de compras mientras los colores te abruman. Con la emoción

de la novedad vas tirando dentro todo lo que puedas necesitar.

Nombres extranjeros como en un poema dadá se acumulan en

la canasta metálica hasta que haces la fila para pagar en la

caja. Mientras esperas, abres tu billetera, la desdoblas con

cierta precaución y te das cuenta de que todos tus billetes

están en pesos colombianos. Vergüenza. Sin levantar la

cabeza, y justo cuando tienes que pasar a la caja registradora,

te devuelves. Cada nombre de vuelta a su lugar lejano. Las

cajeras te observan volver con un queso crema que es todo lo

que puedes comprar. Una de ellas es rubia, de ojos claros y al

menos treinta años mayor. Lleva una cámara colgada al cuello

y comienza a hablar en español con las demás. Esto te alivia

mínimamente. Pero ella te pide que la perdones, que tiene que

registrar tu morral. El morral de viaje lleno de ropa, recuerdos

recientes a los que te aferras y un consolador, nada que hayas

robado de ahí, piensas. Sudas. La cajera ríe con nostalgia y le

cuenta a las demás. Entre todas te preguntan si viniste a

estudiar. Respondes que sí aunque estás de paso, te falta llegar

a otra ciudad o pueblo en bus. Conversan bajo las luces de

salida y, antes que te vayas, cada una te abraza. Elogian el

saco que llevas puesto y ha hecho tu madre para el frío. Te

regalan un par de esferos, un chicle y un lápiz de color

morado. El lápiz se te resbala de las manos, rueda hacia fuera

y luego calle abajo. Todas salen a perseguirlo, las cajeras

saltan por encima de la caja y tú también corres.

Nieva y ya es de noche. Los copos se funden con las

ropas y el pelo. Antes que el lápiz se cuele por entre una

alcantarilla otro viandante lo trata de recoger y falla. Tras la

carrera te sacudes la nieve, todas lo hacen y se sientan en la

acera. Son amigas ahora. Planean qué hacer más tarde, se

asombran ante la

coincidencia de que una de

ellas conozca a alguna de tus

familiares. Un paquete de

papas pasa rodando en el aire

y el concreto hasta chocarte.

Dejas de pensar en el futuro.

Page 63: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

63

Martes 31 de marzo del 2020

Ladrones irrumpen en casa de familia cristiana

ortodoxa rusa

Unidas siempre en la celebración y la angustia, con la lumbre

de compartir la abundancia y trasegar sus sangres, cuatro

representantes de una cofradía de ladronas se deslizaron por

las aceras de los suburbios durante la noche. Sus pasos felinos

sobre el cemento les provocaron suaves raspaduras en las

suelas de caucho que besaban las aceras. La luz de los postes

les iluminó a parches sus trajes negros con pasamontañas y

proyectó en sus cuerpos evadidos la película infame de la paz

suburbial. En sus trajes también rebotó el ronquido de quienes

no se preocupan, las caricias de una ciudad indiferente y

cómplice. Las ladronas cruzaron tapias, recortaron mallas,

investigaron una perrera en un jardín, el timbre oxidado de

una bicicleta. El timbre lo hicieron tintinear. La primera que

lo hizo, salió luego extendida en zancadas silenciosas y

volteretas. Todas se dispersaron como sombras riendo

sofocadas. Como una mano que se extiende y titubea obsesiva

sobre un cuerpo antes de cernírsele encima, las cuatro

ladronas se agazaparon junto a la casa que habían estado

buscando. Saltaron sus barreras, abrieron las ventanas y las

puertas. Nadie las percibió.

Una vez adentro, exploraron la casa como los

centinelas eléctricos de una película de terror futurista,

siempre vigilantes pero también siempre libres: una acarició

lascivamente la pintura del comedor que representaba al

Patriarca Krill, ridículamente ataviado, besando seguro,

formal y discretísimo la mejilla de Putin en traje; otra

entreabrió una puerta crujiente hacia el cuarto en donde

dormía la hija de la familia, arrebujada entre sus cobijas y con

los cabellos libres al fin de la cofia blanca puesta en el

tocador; otra gateó imitadora hacia la cama del perrito en la

cocina, mirándolo en silencio, una cruz ortodoxa sembrada de

travesaños presidió sus actos encima de la estufa; la última

alcanzó el estudio del segundo piso, cerca al cuarto de los

padres, y bailó hasta el computador de torre apagado, empujó

juguetona la silla giratoria.

La última ladrona frente la silla giratoria encontró

también el módem que conectaba toda la casa y sonrió en la

oscuridad del estudio, se acercó a enchufarse. Las sombras

que proyectaban los postes de luz desde afuera revestían el

lugar de una arquitectura más oriental, un verdadero palacio

ortodoxo lleno de columnas y arcos interpuestos. El módem

Page 64: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

64

titiló verde chillón en su pequeña repisa como un tesoro al

descubierto. Todas recordaron, con el impulso eléctrico de sus

dispositivos al conectarse a la red, los votos de hermandad

que habían hecho al unirse a la cofradía. Recordaron la

soledad profunda y virtual que habían compartido y sus

rostros brillaron secretamente después de que la última

ladrona conectara su cable rosado al tesoro. Se incrustaron los

audífonos en sus orejas y comenzaron a escuchar, al mismo

tiempo en sus cabezas, pistas sucesivas de Drumm & Bass.

El padre de la familia cristiana ortodoxa dormía con la

barba, que había tratado por tanto tiempo de cultivar para

asemejarse a los patriarcas, desplegada sobre la almohada.

Una ladrona, mientras se sacudía al ritmo eléctrico de la

música y sus gafas reflejaban la cuenta de Twitter del padre,

observó cómo éste representaba para la comunidad de su

barrio un islote de salvación en tierras alejadas de los garfios

divinos. Leyó sus retrinos-sermón sobre la marihuana, sobre

la crianza y la prudencia. Juzgó tiernamente sus atentados de

traducción del ruso y las cuentas que seguía sobre tónicos para

crecimiento del vello facial. Entonces, escribió en un trino:

Me siento en el trono al amanecer,

meso las hebras de mi barba pensando en el futuro.

Recuerdo un viejo proverbio chino:

las galletas de la fortuna hay que escribirlas,

todas, antes de desayunar.

La ladrona que gateaba hacia el perrito bajo la cruz para

consentirle la cabeza, lo vio luego voltearse panza arriba en

su cama de tela, con el ombligo rosado, sus fauces le

mordieron juguetonas el guante oscuro y entró a la cuenta de

Instagram del animal. Leyó en su voz ventrílocua los chistes

sobre el paradero de las medias, la inmensa labor de dormir

todo el día buscando rayitos de sol, las cuentas pornográficas

de las que era seguidor. La ladrona subió una foto de los

travesaños de la cruz mientras marcaba sus caricias sobre la

cabeza del cachorro al ritmo de los bajos y en la descripción

de la imagen escribió:

Según las últimas teorías conspirativas, la jaula de la que

todas dependemos no ha surgido con la vigilancia

electrónica en el hogar, como se cree, sino en el

sometimiento de las tribus originarias a los monocultivos y

a las miradas ineludibles de sus mascotas.

Page 65: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

65

La ladrona que pisó suave cerca de la cama de la hija le

alumbró los rubios cabellos con la pantalla del celular, sus

audiófonos estallando entre la música, se estiró hasta darle un

beso de buenas noches y entró a su cuenta de Tik Tok. Vio

con excitación la incipiente blasfemia que se asomaba en los

retos de la hija, las miradas fijas al ojo de la cámara, las

referencias de los programas que citaba, los chistes sobre el

suicidio. La ladrona grabó en un paneo las sábanas acolchadas

del cuarto y escribió en la descripción del video:

La otra tarde moví un hueso secretamente.

Entre un jirón de ropa

escondí el deseo de futuros llenos de bruma:

de un calor lejano con sabor a algas.

La ladrona hipnotizada con el módem y conectada al

computador aparatoso del estudio al lado del cuarto de los

padres, como si rezara al ritmo invisible de los ronquidos de

la madre, de sus ojos severos ahora apaciguados, entró a su

Facebook tecleando vertiginosamente. Pasó la lengua por los

labios con las recetas de comida que compartía, los videos de

muchachos escaladores en la nieve que le recomendaba el

algoritmo, las nuevas cadenas que le habían llegado y escribió

en un estado:

Ah malaya agua para regar en el desierto

y un par de manos sucias que lamer

con sumisión animal,

con inquietud.

Por unos instantes, quienes habitaban la casa estuvieron

unificadas: una ladrona movía los hombros de un lado para el

otro, la madre perdida en su sueño se ondulaba entre las

cobijas como una sirena, otra ladrona veía deslizarse en los

reflejos de sus gafas imágenes eléctricas, el padre se rascaba

los pelos de su nariz prominente con los dedos gruesos, otra

ladrona balanceaba sus piernas desde la repisa del cuarto de

la hija, la hija encogía su estómago en el sueño como atacada

de una euforia onírica, otra ladrona giraba sobre sí misma en

la silla del estudio, el cachorro se reacomodaba en su tapete

haciendo espirales.

Cada ladrona apagó su dispositivo restableciendo las

sombras del palacio y atravesaron la casa hacia el exterior

pasando en equilibrio por sus columnas y arcos. Saltaron.

Sudaron. Esquivaron la mirada del patriarca en el cuadro,

Page 66: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

66

sortearon los travesaños de las cruces, los cubiertos bien

puestos en la mesa desde la noche anterior y, al salir, se

deshicieron entre los suburbios como humo.

Al día siguiente, el artículo en el periódico sobre la

intrusión en el hogar terminó con la siguiente advertencia:

Se recomienda a la comunidad lectora de nuestros

periódicos que, además de cerrar bien sus puertas y entrenar

a sus perros para estar alerta en todo momento, cambien las

contraseñas de las cuentas una vez al mes.

Page 67: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

67

Miércoles 27 de febrero del 2019

Atenuación

Soy de las reveladas, sí. En parte tiene que ver que sea así de

gordo, sí. Tengo al lado una camarada bajita como una silla,

también. Ella tiene a su lado una silla más alta, lógicamente.

Estamos más: una puerta de calabozo, la piedra filosofal, otras

rocas, un bufón, somos innumerables y, aun si no lo fuéramos,

contarnos no es nuestro propósito. Nada tan distante de la

doctrina. El principio único que rige cada existencia revelada

es la ATENUACIÓN. Consiste en alimentar nuestras almas

únicamente de lo tenue. El trozo de carbón de allí, por

ejemplo, alcanza y mantiene su atenuación al mantenerse

encendido al borde de extinguirse. Tampoco es que se esté

jugando su extinción, hace tiempo que no se trata de eso y no

es como si el carbón pudiera sentir miedo de apagarse,

lógicamente. Es solo lo tenue que ello implica. La camarada

bajita tiene dudas al respecto, me confiesa que lo tenue se le

escapa a veces. ¿De su alcance?, ¿de su comprensión?

Probablemente de su alcance, pero al fin y al cabo eso solo

ella lo sabe. A mí no, no se me escapa nada, no tengo dudas,

pero comprendo la discusión general tan impertinente: unas

dicen que la piedra filosofal alcanzó un estadio de atenuación

trascendente que no habíamos concebido, a otras les parece

un error sacrificar la esencia por completo, un desbalance. La

falta de consenso provoca estas reuniones, y nuestra forma de

argumentar, la falta de consenso. Nuestros argumentos solo

se pueden basar en las búsquedas propias, lógicamente. Nos

perdemos en intersticios tenues de la comunicación. También

hay reveladas con las que no podemos discutir, pues parte de

una búsqueda puede ser permanecer en silencio o negar toda

afirmación. Solo queda continuar reuniéndonos de vez en

cuando. En cualquier caso, la estabilidad de la atenuación no

depende de un debate, sino de cada cual.

Page 68: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

68

Domingo 29 de marzo del 2020

A la diosa araña le encanta el rock

Una viajera envuelta en ropas de invierno aletea con la

ventisca que ataca las montañas. Está escalándolas. Su

peregrinaje la ha llevado, cruzando paisajes escarpados y

filosos, a sumergirse en bosques densos como brócolis, a

rodear lagos oscuros y humeantes. La viajera se agarra la

cachucha con firmeza como si eso la aferrara mejor a la vida

y da un paso tras otro con dificultad, con decisión. No ha

olvidado su objetivo, pero sí de dónde surgió y hace cuánto

emprendió el viaje. Si bien le parece ahora una peregrinación

religiosa, tiene el presentimiento de que antes era lo que

llamaba mera curiosidad científica, un deseo de ahondar en

lo desconocido que se transformó en un deseo de fragmentar

su conciencia en mil pedazos ante visiones divinas. En medio

del viento tenaz sobre los últimos escalones resbaladizos de

roca, la viajera piensa en todo como un presente infinito. No

puede ver dos metros adelante con su mente aunque sus ojos

lo hagan, no puede sentir otra cosa que su piel ardiendo, sus

ropas frotándola heladas, sus músculos insensibles ya, sus

manos acariciando el aire por reflejo. Le pesa en el abrigo una

harmónica que no puede pensar para qué ha traído. Entonces

se recuesta en la primera roca que encuentra y lejos vislumbra

las luces de un pueblo que hienden la niebla o la nieve, la

matizan débilmente en el paisaje monocromático de las

cumbres. Con una fuerza insospechada la viajera camina

como entre sueños hasta la entrada de madera del pueblo que

es un arco enorme, carnoso e indescifrable.

Allí, cruza directamente calles empedradas y

pequeñas cabañas de madera hasta encontrar una taberna en

la que recupera sus fuerzas bebiendo de una jarra la bebida

local. Otras viajantes encapuchadas celebran haber llegado,

algunas caen borrachas al suelo haciendo estrépitos que se

mezclan con la música country vieja que suena en la taberna.

Otras dirigen sus miradas cansadas hacia la chimenea que

crepita en el fondo. La viajera se permite disfrutar un rato

dentro del espacio cálido hasta que la levanta un latigazo de

la misma determinación que la arrastró hasta aquellas

montañas. Sale hacia la plaza principal. No para de nevar,

pero la tormenta está apaciguada por las montañas y

edificaciones que circundan el pueblo. La plaza principal es

inmensa y está compuesta de grandes lozas circulares en

piedra. En el centro hay un micrófono con suaves copos

cayendo a su alrededor puesto en un trípode y dos parlantes

Page 69: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

69

negros orientados hacia el fondo, hacia una abertura en las

rocas que no es otra cosa que una caverna.

La viajera se acerca hacia allí emocionada, sus pasos

por fin están llegando a donde querían después de tanto, tanto

tiempo y crujen suaves sobre el acolchado frío. Sus

pensamientos se deshacen como agua clara y fresca, entiende

que venía a visitar esa caverna, sí, a eso venía. Unas mujeres

extrañas caminan por la plaza sin abrigo alguno, pero con

chalecos reflectivos, algunas ofrecen a través de megáfonos

suvenires del pueblo para llevar a familiares queridas, tienen

ojos completamente negros y más de dos, son altísimas,

elásticas, de extremidades largas con las manos enguantadas

y unas sonrisas tranquilizadoras. La viajera avanza hacia la

gruta que se amplía poco a poco como una invitación

inaplazable y comienza a escuchar ciertos rumores profundos

que salen de allí. Las dos mujeres que guardan la entrada le

dan la bienvenida y le acercan un folleto sobre la Cueva de la

Diosa araña, le explican mecánicamente con un discurso

preparado que a Su madre, la de ellas, le encanta el rock y que

cuando eran pequeñas crías las trató con algo que la

humanidad puede calificar como cierta ternura, que su estado

actual es el de viuda y su situación la de altar de ofrendas

mientras llega el ser indicado, etcétera, pero la viajera sigue

derecho, atraída implacable por su propio deseo y por los

rumores cada vez más fuertes montaña adentro. Las mujeres

tratan de evitar que entre agarrándola de la ropa con pudor y

algo de duda, pero ella se las sacude indiferente. Avanza

como anegada en pulsos profundos que no busca comprender

y, dentro de la caverna, los rumores se magnifican

inmensamente. En realidad son roces de rocas,

resquebrajamientos. Cuando llega hacia el final del túnel

entre la montaña, sus ojos no alcanzan a verla toda: nada tan

enorme había visto, cientos de ojos de la diosa maquillados

roqueramente y por completo ajenos, otros. Varios brazos o

garras se aprietan en la estrechez de la montaña y chocan

contra esta cuando sus pulmones laminares tratan de

hincharse. Es de una seducción aterradora.

De pronto, afuera de la caverna, el micrófono de la

plaza suena haciendo los quejidos afelpados y estáticos que

hace cuando alguien lo golpea con los dedos, luego es el

sonido de un hombre gordo con un sombrero que se acomoda

su overol y carraspea, probando el micrófono nuevamente.

Todo el cuerpo de la diosa adentro se mueve inmenso, su

cabeza enorme se asoma por la abertura de la caverna donde

quedan apenas cuatro de sus cientos de ojos maquillados, la

oscuridad insondable que hay en cada uno observa a la viajera

Page 70: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

70

primero. Luego hace un gesto monstruoso que la viajera, en

lo más recóndito de su cerebro, alcanza a entender como un

fastidio antiquísimo, emite un gruñido que retumba

suavemente en todas las cavidades de la roca, se vuelve a

acomodar y arrastra uno de sus múltiples brazos o garras por

la abertura, avanza raspando cada roca y empuja a la viajera,

haciéndola rodar y chocarse a trompicones hasta sacarla.

Las mujeres en la entrada la levantan del suelo cuando

sale, le sacuden el polvo y le preguntan si está bien. La viajera

no responde, atolondrada como está y en cambio observa al

hombre. Todavía se encuentra probando el micrófono, parece

tambalearse ebrio y torpemente saca un banjo que lleva

colgado a la espalda. Con una maestría insospechada para su

estado, el hombre comienza a rasguear la melodía de un

bluegrass vertiginoso. La música rebota en las losas de piedra,

en las casas aledañas, parece insuflar de emoción los rostros

de quienes pasean alrededor bajo la nieve y poner a danzar a

los mismos copos. Algunas personas se persignan de modos

extraños, las hijas de la diosa a la entrada de la caverna hacen

gestos de sorpresa, una de ellas mueve la cabeza de un lado

para el otro con incredulidad y reprobación, le recuerda a la

viajera que Su madre prefiere el rock y ese género musical le

va a acarrear un descuento en los productos solicitados por el

hombre gordo, mientras la otra mueve una pierna al ritmo del

bluegrass contra su voluntad y trata de controlarla. Otra mujer

de chaleco reflectivo apaga su megáfono, se acerca y continúa

ofreciéndole: recordatorios en forma de patas de araña con

medias veladas sensuales y truenos tatuados, tazas de

cerámica con el nombre del pueblo inscrito en ellas, mapas de

los sitios turísticos de la meseta entre las montañas,

prendedores, adhesivos, botones, camisetas con estampados

representando la plaza, el micrófono y la caverna.

Entonces el hombre por fin comienza a cantar Just a

few old memories going way back in time. Un suspiro que

mezcla el fastidio antiquísimo con algo como la resignación,

seguido de un gruñido, levanta la nieve frente a la caverna y

el abrigo de la viajera. De repente, una garra descomunal se

extiende centelleante, salvaje, hasta el centro de la plaza y

agarra al hombre, lo levanta en el aire mientras este ríe

descontrolado y su banjo se quiebra en pedazos. Todas las

personas dejan de bailar, y comienzan a aplaudir. Tan rápida

como ha salido, la garra vuelve a entrar en la caverna

llevándose al hombre y en la plaza quedan solo los aplausos

durante varios minutos.

Page 71: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

71

La mujer de antes prende de nuevo su megáfono y

recuerda al público que también se reciben sacrificios propios

o de acompañantes que sepan de buena música como

monedas de cambio para productos hechos con la tela de su

madre: cobijas de telaraña, turbantes, cuchillos, incluso un

microondas con doble bandeja. La viajera entonces sonríe

ampliamente, se acerca a la mujer del megáfono, le dice que

ha escogido el microondas y una colcha de cuadritos y que

todo lo va a cambiar por una canción vieja de Magic Dick

titulada Whammer Jammer que sabe a medias y tiene que

tararear en ciertas partes. La mujer le ofrece asintiendo un

formulario que la viajera llena con la dirección de sus tierras

lejanas, que ahora recuerda, para el envío de los productos.

Lanza su cachucha al suelo, se acerca al micrófono, lo toca

para probarlo con los dedos produciendo unos quejidos

afelpados y estáticos en la nieve y en la plaza. El brillo lejano

de cuatro ojos oscuros se asoma al fondo de la caverna. Saca

entonces la harmónica que ha cargado tanto tiempo en su

travesía y comienza a interpretar .

Page 72: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

72

Lunes 18 de marzo del 2019

Aqua floris

No son sucesos dependientes uno del otro, pero son

simultáneos. Un colibrí que aletea frente a una ventana puede

ser también una servilleta sucia cayendo de una mesa.

Por un lado, va a haber una invasión en tu planeta de

parte de otro (planeta), o de los seres de otro, que no es lo

mismo. Tampoco es específicamente una invasión, pero

desde tu punto de vista claro que todo da igual. Alguien más

podría llamarlo un contacto, o incluso una incursión. Sin ir

más lejos, tu madre la llamará en el futuro experiencia y, a

veces, cuando no pare de mirarse al espejo, bendición. En fin,

vas a resistirla en tu casa en el campo junto a Simón y eso en

sí mismo será frustrante. Con el tiempo que quede se te

antojará ver una película, la que sea, pero él cogerá primero

el control remoto. Burlándose, comenzará a cambiar de canal

indiscriminadamente, cruel e infantil, de modo que solo verás

fracciones de programas, risas cortadas, miradas perdidas en

un horizonte, instantes de acción pura de artes marciales,

discursos sagrados del canal religioso, etcétera. Simón, en

cambio, te verá con el rabillo del ojo temblar un poco a cada

canal que cambie, te verá también por el reflejo de la pantalla

en el día soleado y contendrá su risa. Te irás, decidirás bañarte

mientras piensas en el tiempo que queda, en cómo las cosas

se acaban siempre cuando las has dado por sentadas, bajarás

los escalones mirando al techo, las telarañas hacia el baño, y

cuando llegues, Simón ya se habrá encerrado en él, con

seguro, y abrirá el grifo del agua caliente. Para el gato que te

acompaña tras la puerta cerrada del baño, tú no habrás

insistido lo suficiente, serás débil, no recordarás tu pasado

sangriento y abusivo para reunir fuerzas, perecerás en la

invasión; además no le habrás dado comida nueva y eso solo

lo confirmará. Tras la ventana verás el cielo y en el cielo una

sombra inmensa.

Por otro lado, están todas, Simón, tu madre y tú,

sentadas en un restaurante lleno de luces amarillas y madera

encerada. La mesa invadida de platos sucios tiembla un poco

cuando te levantas para ir a lavarte las manos. Si los restos del

arroz en el plato hubieran podido verte, les habría parecido

que hacías retumbar el planeta mismo, un movimiento

terráqueo y propicio para bailar en honor a los suyos

desaparecidos, devorados, y tal vez un pensamiento similar

habría tenido el vaso de jugo cerca al plato, una torre desolada

y vacía. Tu madre apura a Simón para que también vaya a

Page 73: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

73

lavarse las manos y él se levanta perezoso, rezongando, pero

te alcanza. Tu madre los ve alejarse entre el espeso laberinto

de paredes de madera que significan la entrada a los baños.

Paredes que los observan como intrusos entre sus pisos recién

trapeados. Abren el grifo de agua fría y mientras ambos se

miran al espejo y el agua les baja por las manos, se empujan,

se lanzan codazos, se insultan. Toda hermandad es semilla de

una guerra. En el espejo salpicado de agua sus gestos se

deforman y manchan, sus golpes se curvan. Toda guerra es

hacia una hermandad.

La invasión comenzará con la sombra pegada al cielo.

El otro planeta sí se acercará suficiente al tuyo como para que

las placas del piso se quiebren mientras miras con impavidez

por la ventana. Brotará del aire algo como un aullido titánico,

ardiente, y te taparás los oídos. Las casas comenzarán a volar,

desprendidas de sus lugares con las raíces por fuera como

plántulas. Las señales de los celulares fallarán, será necesario

que te prepares para la batalla, aprietes los puños frente a la

puerta, Simón deje de cantar en el baño y cierre la llave de

agua caliente.

Cierran los grifos de agua fría. Las luces del

restaurante titilan titubeantes antes de apagarse del todo, el

espejo se rompe. Todo el segmento laberíntico de madera de

los baños se desprende del suelo y, mientras le das una mano

a tu hermano piensas en tu madre sola en la mesa. El papelito

de la cuenta que vuela por ahí.

Page 74: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

74

Lunes 30 de septiembre del 2019

En un recital con mis amigas, recito un sueño

que tuve con ellas

Estamos en un recital con mis amigas, cada una recita con un

micrófono imaginario y mientras estamos allí, antes de recitar

lo mío, sucede algo, repetidas veces. Lo que sucede, y es

asombroso que acontezca, como para abrir los ojos y la boca

un rato y mirar por la ventana, solamente sintiendo el asombro

sin buscar ninguna razón, siendo golpeada por todas las

incógnitas y no responder a ninguna, disfrutando esa golpiza

unos instantes, lo que sucede, es que cada palabra abre ese

universo específico de cosas y ante cada frase dudamos un

poco si sumergirnos, explorarlo, o dejarlo ahí como otra cosa

huérfana del mundo, ¿ya? Entonces una dice en su poema que

dos muslos se mueven y chocan entre sí como si hubieran

inventado el trueno, a todas nos asombra su frase, hace eco

unos instantes en nuestras cabezas, pero luego sigue, ella,

¿ya?, y yo pienso en el trueno creador de dos muslos

chocándose y luego pienso en si es siquiera posible pensar en

el primer trueno, este es un eco de tu verso, creo, pero que se

aleja. Porque un trueno es imposible de inventar, ya está, tanto

está que nos sobrepasa en cada medida de sí mismo y la forma

en la que el trueno pone a vibrar las cosas no la vamos a poder

describir nunca, o el temor animal, feérico y desgarrado de

quienes hemos escuchado un trueno. Algo como presentir la

grandeza y la distancia que nos separa del trueno, tenerme un

poco en la silla, tomar otro sorbo de tinto mirando hacia la

pared, incapaz de ver hacia la ventana. Pero ella sigue con el

poema y luego otra más sale con un verso que dice: el

terremoto de su risa por toda la casa. Aquí el verso tampoco

se detiene, porque no puede, porque no es su afán detenerse,

aunque lo cante, en algo como un terremoto. Las proporciones

absurdas de un terremoto, toda la tierra quebrándose, los

árboles lanzando sus frutos lejos, los pájaros asustados

tratando de huir o de aterrizar en nuevas ramas, el estallido

del asfalto al quebrarse, las montañas de escombros que se

alzarían, la incomprensión total y absoluta de lo que significa

la tierra, existir en la tierra, en fin, un terremoto producido por

su risa. Nos miramos asombradas. Nuestras cabezas asienten,

sí, pero por inercia, por impotencia ante la imagen, no por

comprensión. Qué risa nerviosa me da que alguien lance otra

metáfora, de repente, ¿no? Por favor que ninguna diga que ha

visto a un dios en algo, que no ataje la profundidad del mar,

el olor de quién sabe qué bosques, la luz que se arremolina en

Page 75: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

75

cada objeto para dejárnoslo ver, etcétera. En fin, todas

sabemos de este asombro, pero la inmovilidad nunca es una

opción real para la escritura, tampoco es una opción real para

el jodido verso, así que como dejamos huérfanas todas las

existencias que no tomamos, hermanamos también los vacíos:

sí, hay risas que brotan como de los centros de las tierras, sí,

vimos a un dios en una lámina de chocolatina o fue el futuro

o fue la suerte, sí hay tactos como campos solitarios, miradas

que nos devuelven y lo expresan todo a pesar de ser

inherentemente distintas, con esencias lejanas. Podemos

decir: los años de sangre, los gritos de colores selváticos.

Podemos decir: me recorres la piel, solicito tres minutos de

silencio. Podemos dejar de escribir también como protesta, en

cualquier caso nos movemos sinuosamente con cada palabra

a través de mundos abandonados. Eso es lo que sucede y es

verdaderamente asombroso que acontezca. Es mi turno de

recitar y me acerco al micrófono imaginario. Un sueño que

tuve con ellas:

Amigas

Rosamaría, Maria Gabriela, Gabriela y yo nos

sentamos en la biblioteca como nos sentaríamos en una

biblioteca cualquiera, a quién le importa esa metáfora,

¿cierto?, pero nos sentamos al fin y al cabo, en sillas, claro,

que hemos corrido antes, probablemente. Seguro que yo me

quito la chaqueta, Rosamaría deja a un lado su botilito antes

de apartar su silla, previsiva, Gabriela bota los audífonos en

el acolchado de la suya solo para tener que quitarlos de allí

luego también, reiterativa, Maria Gabriela nos ve hacer

mientras continúa con el chisme que viene trabajando, no se

sienta, espera, deja eso para cuando todas la podamos ver

sentarse, dueña de la palabra como está.

¿Qué más se puede decir? El sol entra bonito por entre

los cristales de la biblioteca, todo se ve muy del color de la

madera y los libros amontonados. Bueno, se puede decir otra

cosa: hay más personas alrededor, cada una haciendo lo suyo,

personas leyendo, personas durmiendo, personas haciendo

que escriben y viandantes incautas.

Y ya.

Rosa saca el gran caldero, negro, de cerámica, pesado,

que ocupa casi toda la mesa y al ponerlo cae el letrero de

plástico que pide leer en silencio. Su cara llena de arrugas

tiembla un poco del esfuerzo de haber levantado el caldero y

se humedece con los vapores que salen del mismo. Comienza

a revolverlo con una cuchara enorme, de palo, y a mascullar

palabras con su mandíbula prominente. Agrega a la mezcla el

empaque sucio de algo que nos hemos comido antes en la

Page 76: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

76

cafetería. Sus entonaciones varían y la ventana de la biblioteca

se empaña poco a poco, filtrando el sol. Una viandante incauta

supondría que la forma en que se encorva la espalda de

Rosamaría, y su joroba prominente, implican varias cosas:

que le duele, que está haciendo mucho esfuerzo al revolver el

caldero, que años de prácticas cotidianas la han puesto en ese

estado, que está posando deliberadamente para dejar una

impresión, etcétera. Todas las suposiciones de la viandante

incauta son erróneas, pero le sirven para seguir su camino.

Gabriela, después de recoger los audífonos, dudar

nuevamente qué hacer con ellos y sentarse, se sacude el pelo

lo más sensualmente que puede… con su propio pelo. Es decir

que su pelo está compuesto de brazos, pues solo con un pelo

así semejante acción sería posible. Y los brazos son

electromecánicos, llenos de articulaciones, plegados sobre sí

mismos, zumbantes, sinuosos y amenazadores. Sin embargo,

Gabriela lo hace como si nada, toda bracitos ella, toda pelo,

y, casi flotando, aunque en realidad está agarrada de muchos

sitios, agrega a la mezcla del caldero una lagartija muerta y

un par de flores. Dice mecánicamente, como repitiendo un

protocolo de seguridad en desuso, que durante su inspección

de las alcantarillas encontró esos elementos apropiados para

la receta que estamos haciendo. Aquí la viandante incauta,

que no deja de ser una muy específica para estar andando por

las vías entre los corredores de la biblioteca y haberse

detenido ya una vez ante la espalda encorvada de Rosamaría,

supondría sobre el gesto de Gabriela lo siguiente: que tras la

pose previa de Rosa, ella tenía que, como obligada por los

estándares siempre cambiantes de la pose, acudir a otra cien

veces más complicada y sacudirse el pelo con su propio pelo;

que ahora que Gabriela se agarra de todo con sus pequeñas

manitos como pinzas va a ser imposible deshacerse de ella;

que seguramente en las alcantarillas podría haber encontrado

algo más apropiado, pues en qué estado se pueden encontrar

flores en una alcantarilla, y que así no tendría que justificarse

con ese tono de voz robótico, etcétera. Las suposiciones de la

viandante la hacen, por lo menos, una viandante entrometida.

Maria Gabriela se sienta por fin, todo su chisme se

vuelve cántico para el caldero, cruza una pierna sobre la otra.

La que tiene debajo la comienza a balancear de modo que se

balancea toda ella y, con cada balanceo, su pierna va

creciendo. Deja de estar sentada porque la silla le queda

pequeña y, eventualmente, toca el techo. Tiene que agacharse

para poder continuar las entonaciones y le escupe un poco al

caldero al hablar mientras con una mano se sostiene las gafas,

cuidando que no caigan. Rosamaría sigue revolviendo

Page 77: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

77

implacable, enfurruñada, Gabriela sobrevuela los alrededores

inquisitiva, manoseadora y la viandante incauta continuaría

haciendo suposiciones como: que Maria Gabriela podría

balancearse menos y así dejar de crecer tanto; que ella misma,

la viandante, es importantísima porque, a fin de cuentas, las

competencias por la pose solo tendrían sentido si ella existiera

para juzgarlas; que las gafas de Maria Gabriela se le van a

empañar de todos modos y más le valdría arrojarlas al caldero,

etcétera. La viandante incauta no para de enaltecer su ego

condicional.

Yo trato de alcanzar el botilito de Rosa para beber

agua. En vez de alcanzarlo, lo tumbo y el agua se acerca

peligrosamente a un celular sobre la mesa. Entonces Gabriela,

siseando robótica, rescata el celular y me mira incrédula.

Siempre me pasa. El agua se extiende hasta gotear al piso.

Trato de buscar algo con qué secar en mi morral y empujo el

caldero que se tambalea gigantesco. Maria Gabriela trata de

hacerle mantener el equilibrio con su rodilla. Rosamaría

espolvorea especias sobre la mezcla con una maestría

admirable moviéndose en el mismo sentido en que el caldero

se tambalea. Revolviendo en mi maleta encuentro una

bufanda para secar el reguero, pero también una regla

metálica que tiene a bien caer al piso, junto al agua, y

retumbar en la biblioteca estruendosamente. La viandante

incauta se taparía los oídos y pensaría cosas como: que las

reglas metálicas suenen así al tocar al piso seguro no era uno

de los objetivos en mente al fabricarlas o que la mente que las

fabricó era malvada, que las demás personas ahora

abucheando ¡silencio! no son coherentes con el ruido que

emiten, que la bufanda mojada se va a pegar a mi cuello,

etcétera. La viandante incauta desaparece en el momento en

que, indignadas ante los abucheos, recogemos nuestras cosas,

las chaquetas, el caldero, los audífonos, los celulares, mi

botilito y bajamos tomadas de las manos por las escaleras de

la biblioteca hacia la salida.

Page 78: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

78

Arte poética

para esta antología

Page 79: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

79

Arte poética

Tal vez, lo primero que quiero escribir con respecto a la

antología onírica que hice son varias cosas primeras, pero la

linealidad aparente de este texto no da el espacio, así que van

en seis viñetas afanadas:

Esta reflexión se ubica después de todos los sueños,

así la querida lectora la lea antes. Los prólogos

verdaderos ya fueron escritos y posicionados

estratégicamente.

El proyecto se desarrolló cerca del 60%, y también se

terminó, en cuarentena mientras el mundo entero está-

estaba en una crisis similar y simultánea. Eso implica

varias cosas, por ejemplo, que se escribió a veces

desde la confusión y la frustración, o más bien se dejó

de escribir en esos momentos, pero que también

cambió su contenido y mi mirada al teclear.

Este texto es en realidad, por distractores que parezcan

el título y los cuatro subtítulos, una serie de

conclusiones obvias mezcladas con chisme en la

secuencia anárquica de una lista.

Las imágenes en el título son lo que llamarían de

archivo. Recortes de las libretas.

Este es el texto más largo de la antología.

Uno de los orígenes del proyecto fue el momento en

que terminé de ver una película de Richard Linklater

titulada Waking Life, hace poco más de un año, para

una clase de la universidad sobre el mundo onírico, su

representación e importancia relativamente nueva en

el mundo de las ciencias que hacen las personas con

bata.

Origen

Cuando leía fragmentos de uno de los textos para esa clase,

titulado La llave de los sueños, lo primero que pensé fue ¿qué

mierda de la nueva era pseudo-religiosa es esta? Me parecía

sorprendente que el Einstein del mundo de las matemáticas,

Alexander Grothendieck, se hubiera retirado del mundo en

una vejez temprana y después de veinte años hubiera escrito

Page 80: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

80

algo así. Un genio matemático escribiendo acerca de sueños

y de Dios de la forma más mística. También era un poco

aburrido de leer, la verdad, con la expectativa que ya nos

habían creado. Sin embargo, ahora, escribo el siguiente

párrafo:

La película de Linklater, a partir de una rotoscopia

embriagadora, representa una serie de monólogos, algunos

son conversaciones, que un personaje que sueña presencia.

Los caracteriza la pasión y sinceridad de las respuestas que

dan sobre lo que es existir o el mundo o la percepción.

Recuerdo verla por primera vez en mi computador mientras

ya me había metido en las cobijas y quedarme mirando al

techo a la una de la mañana. La idea que me resonó más fue,

por supuesto, que los sueños, más que nada, son la realidad.

A partir de esa idea, me surgieron otras del siguiente estilo:

que la muerte imita al sueño y no al revés; que lo que distingue

la realidad del sueño, del recuerdo y de la imaginación es una

barrera difusa, fluctuante, distinta en cada persona y, por

demás, con la importancia relativa de cualquier arbitrariedad;

la exploración del mundo onírico, adquirir consciencia de su

importancia es, por tanto, aceptar genuinamente una unión

con lo que nos rodea y nos compone. Con esta última idea,

quiero decir que si se comprende el universo como en un

sueño, explorar las propias ensoñaciones honestamente,

entregándonos, es reconocernos parte del mundo,

desplegarnos por caminos insospechados que seguramente no

hemos tenido en cuenta.

En fin, después de ver la película, me decidí

definitivamente a comenzar un diario de sueños. Ya había

escrito algunos antes y el que aparece como Senderos de sal

es, de hecho, la reescritura de uno de mis primeros intentos

antes del diario, por eso está fechado con imprecisión. ¿Cómo

afectan esas consideraciones místicas mi proceso de

escritura? Lo afectan desde su concepción misma, porque

¿qué significaría escribir mientras se sueña? Eso reordena mi

acercamiento al artificio de la creación. Hacer cualquier cosa

dentro del sueño no significa, de ninguna manera, hacer algo

por fuera, no hay un afuera, no existe un control real sobre el

universo onírico, incluso en los estados de lucidez, acaso un

fluir, una breve dirección. Cosas como la objetividad o la

originalidad de las imágenes quedan lógicamente de lado.

Incluso la traducción que siempre implica la escritura (del

pensamiento a la letra, de la visión al símbolo, de la sensación

al texto) se torna en una expresión dirigida que salta del sueño

para volverse a zambullir dentro, una acción que requiere el

mismo esfuerzo que cualquier otra dentro del sueño. La

Page 81: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

81

primera conclusión obvia: las voces de los prólogos, las voces

de la antología y la voz de este texto reflexivo son, todas, mi

voz, mis voces. Los grados de artificialidad no implican

menos de mí en cada caso, sino que hablan de interacciones

con el mundo.

Con el tiempo, después de esa clase, alcancé a llenar

dos libretas de sueños y a recordarlos fácilmente varios días a

la semana. Practiqué mi escritura a mano pues los registraba

en sesiones somnolientas y continuas de veinte o treinta

minutos a las que mi cuerpo del nuevo milenio no estaba

acostumbrado. Comencé a anotar, al final de cada descripción

del sueño, frases cortas que se me ocurrían sobre lo que había

visto o cómo había despertado o qué canción me había

quedado sonando. Luego, comencé a dibujar los elementos

imprecisos que se me hacían más difíciles de describir o más

indelebles, eso me hizo volver a dibujar después de muchos

años, creo que desde que estaba en primaria. Siguiendo los

pasos de un texto sobre la lucidez que también leímos en esa

clase, anoté semejanzas en los sueños escritos y las registré.

La idea era que, resaltando con qué elementos repetitivos

soñaba, llamados llaves oníricas, podría reconocerlos

nuevamente en mitad de la ensoñación y adquirir consciencia

de ésta. No fue tan efectivo para la lucidez que buscaba, pues

la he logrado dos veces hasta ahora, a lo largo de casi dos

años. O por lo menos sólo he recordado esas dos veces, aquí

también surge un punto interesante y es que para hablar de la

lucidez, o de cualquier sueño en general, no sólo dependemos

de que suceda sino de que lo podamos recordar. Hay un

poema en la antología que describe el momento de mi primer

sueño lúcido. Fue un evento importante. Sigo buscando esa

conciencia en los sueños, pero ahora es más un objetivo

secundario, con recordarlos, experimentarlos y registrarlos

tengo suficiente.

Después, naturalmente, sentí que lo que había escrito

debía usarlo en algo y comencé con un poemario basado en

sueños para un taller de poesía que me satisfizo en su

momento. Cuando lo leo ahora no sé qué sentir. También se

me ocurrió que escribir únicamente en verso cuando no

escribía ensayos obligatorios era de una mediocridad extraña

y quise intentar con la prosa. No escribía cuentos o relatos o

nada similar hace años, me lo propuse y escribí un par de

sueños con un prólogo ficticio para el trabajo final de una

clase sobre literatura latinoamericana. De ese trabajo salió el

Page 82: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

82

título revolucionario para esta antología (en medio del paro

nacional), así como su idea más general.

Organización

Las tres secciones en las que se divide la antología también

tienen su origen. Cuando propuse el proyecto me dijeron

varias veces, por distintos lados, y con mucha razón, que los

sueños son un tema muy amplio y arrojar una manotada de

ellos dentro de un documento en Word es un acto, por lo

menos, falto de integralidad. Tenía que buscar, antes de

comenzar siquiera a transcribir las libretas y, por lo tanto, de

escribir los sueños, una disposición de los textos dentro del

libro. Necesitaba categorías que fueran lo suficientemente

amplias para sentirme libre, porque si no, no escribiría, eso

siempre lo he sabido, pero esas categorías debían ayudarme a

leer con un objetivo más claro mis propias anotaciones. A la

final, mezclando forma y contenido tercamente, decidí que la

primera sección de la antología la conformarían textos en

prosa nacidos de mis pesadillas, mientras que la última, textos

en prosa nacidos de mis no pesadillas, y que la sección de la

mitad se dedicaría a explorar nuevamente lo onírico en los

versos, pero en poemas narrativos. Esas categorías

amplísimas me ayudaron a clasificar los sueños que quería

escribir y, como ya había planeado hacer un prólogo ficticio

siguiendo el trabajo anterior a este proyecto, me sugirieron la

maniobra satisfactoria de escribir tres prólogos distintos, uno

para cada sección.

Metodología

Page 83: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

83

Con las libretas escritas a mano y las categorías definidas,

comencé por escanearlas ante la insistencia de mi padre y su

preocupación de que en cualquier momento las botara como

boto las billeteras o se mojaran en una lluvia, en un charco

citadino, o me las robaran en un operativo de alta inteligencia

gubernamental de los que son tan famosos estos días. Con las

páginas escaneadas en PDF, lo cierto es que pude transcribir

lo que había escrito con mucha más facilidad, no sólo porque

podía poner la imagen escaneada a un lado de la pantalla y al

otro lado la hoja en blanco de Word, sino porque podía hacer

zoom in y ver más de lo que mi ojo veía normalmente cuando

me pegaba las libretas a la cara.

El siguiente paso, entonces, fue la transcripción, por

supuesto. En esto, tengo que aprovechar para escribir sobre

algo así como la traducción interminable y tortuosa que

significó en un principio este proyecto con los sueños. Me

explico, en el cambio de medio constante del sueño siempre

sentí que dejaba de lado cosas, elementos que no podía

arrastrar todo el camino (del sueño al recuento mental con los

ojos cerrados una vez despertaba, luego a la anotación

manuscrita, al garabato, a la transcripción e incluso luego

hacia el relato). Sentía que no les lograba dar el tratamiento

que se merecían, la descripción justa. Cientos de cosas que

quedaban, y tal vez quedarán por siempre, entre lo inefable.

El ejemplo más práctico de esto está en la transcripción: desde

palabras o frases que, por más que les hiciera zoom, no

lograba leer, hasta frases legibles pero sin sentido alguno en

el momento de transcribirlas, énfasis de mayúsculas

sostenidas o subrayados que mi yo recién despertado trataba

de comunicar afanosamente y ya no entendía. La cantidad de

elementos que sentí que estaba perdiendo hicieron que

considerara el proyecto como un esfuerzo vano y siempre

usurpado de sus contenidos por los buitres oníricos que lo

guardan todo celosamente.

Después, revisé las transcripciones y busqué voces

para relatar el mundo específico de cada sueño. Acabé

jugando y eligiendo al azar muchas, rehaciéndolas cuando no

me gustaban, pero escribiendo, al fin, las primeras versiones

de los sueños. Aquí lo de la traducción se intensificaba con

sensaciones que quería transmitir, de las cuales lograba

agarrar apenas un hilo de humo (aunque después de la

cuarentena esa dificultad cambió. Entre otras películas, volví

a ver Waking Life. Volví a las ideas ya mencionadas arriba:

dejé de ver el procedimiento como si arrastrara elementos a

través de dimensiones en un esfuerzo absurdo, y solamente

comencé a escribir. Escribir como una forma de continuar

Page 84: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

84

soñando. Me di cuenta de que estaba buscando seguir

lealtades pendejas cuando ya era libre y el sueño seguiría

siendo el sueño así fuera una sola palabra ininteligible. Si no

entendía frases, me las inventaba, si no me pegaba la regalada

gana de poner el último elemento del sueño, no lo ponía, me

dejé guiar mucho más por las voces, los tonos que iban

surgiendo y lo que, de repente, me daba risa).

Paralelamente, me decidí por llevar a cabo otra de las

propuestas de escritura que me carcomían que, más allá de su

novedad relativa me suponía un reto deseado: usar el lenguaje

inclusivo en el texto creativo como una herramienta común y

de exploración artística. Elegí el universal femenino que ya

había comenzado a practicar en el habla hace meses con mis

amistades y amores, pues sentía más seguridad para usarlo.

Sin embargo, también lo elegí porque es el más sencillo para

escribir los textos y mantener la claridad. Quedo con ganas de

arriesgar más con los géneros gramaticales, no puedo evitar

el menosprecio y calificar mi intento aquí de facilista o de

apresurado sabiendo lo que pude haber trasgredido, pero

bueno, no es nada más que el principio, me digo.

Tras el inicio de la cuarentena, puedo decir que

sucedió algo como un segundo origen del texto. Vine a la casa

donde viven mis padres en el campo, por lo que yo creía que

iba a ser la semana de receso de la universidad, y ahora no he

vuelto a salir siquiera al camino veredal en casi 60 días. No

quise escribir, ni escribí, nada relacionado con la antología

por casi tres semanas. Me parecía injusto tener que cumplirle

a la universidad con la entrega de un documento para su

calificación mientras la gente se moría afuera o era separada

de sus familias o mi propia familia corría riesgos absurdos.

No sólo eso, sino que sentí que mi proyecto no tenía sentido

ya, o, por lo menos, no se lo encontraba. La verdad es que la

injusticia sigue y el absurdo del mundo muriendo alrededor

no sólo continúa, sino que siempre ha estado. Hacer o no este

texto no lo cambia. Sin embargo, después de las tres semanas

de rabia y angustia volví a soñar cosas que no podía menos

que anotar en otra libreta que encuadernó mi madre con hojas

de papel bond que encontró en la casa. Sentí que sólo esos

textos nuevos valían la pena, hablaban, desde el inconsciente,

de lo que estaba pasando, adquirían sentido. Cambié el

proceso que llevaba, dejé las libretas escaneadas de lado, y

usé esos nuevos sueños para continuar con el proyecto, que,

por cuestiones de numerología que se me escapan, también

fueron siete, como los sueños de cada sección. Son los que

aparecen fechados desde el final de marzo del 2020 en

adelante.

Page 85: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

85

Otra cosa que comenzó después de la cuarentena

fueron los dibujos al final de cada sueño, a pesar de que ya

existían sus primeras versiones en los archivos escaneados.

Al principio del proyecto sentí que eran meramente apoyos

para la descripción que no lograba y, además, pensaba que

mis habilidades para el dibujo eran nulas. Mis habilidades

siguen siendo precarias, pero luego de llevar a cabo durante

la cuarentena un reto de imitaciones de obras de arte con mi

mano no dominante por casi un mes, concluí otra obviedad:

que los dibujos proporcionan nuevos matices de lectura y que

a veces provocan giros narrativos bellos, contribuyen al tono

en su propia manera particular, y, para mí, significan explorar

más formas de contar algo, así que los dejé. De hecho,

inesperadamente, algunos me obligaron a reajustar el

contenido de los sueños. No sólo los dejé, los volví a hacer

tras cada sueño una y otra vez hasta encontrar los que más me

satisficieron, los repasé en esfero, les tomé foto y ahí están.

Me hacen sonreír.

Un elemento que sufrió del antes y el después de la

cuarentena fueron las lecturas que estaba haciendo para

buscar inspiración. Además de las reflexiones de

Grothendieck y el libro de sueños lúcidos, también encontré

una recopilación de sueños escritos por Walter Benjamin a lo

largo de sus obras. Lo cierto es que no me gustaron tanto, me

parece que les falta emoción. También, al principio de este

proyecto, leí un impactante libro de cuentos de Mario Levrero

titulado La máquina de pensar en Gladys, en donde me

encontré con un universo tan divertido y lleno de lo que

prefiero nombrar como escritura onírica, que tuve cierta

nostalgia imaginaria de no haber conocido en persona al

autor, muerto hace tan poco, y haberlo abrazado o al menos

habérmele reído en la cara. Lo que sentí se agrandó cuando

supe que incluso había trabajado en la elaboración de un

videojuego. Qué gonorrea, pensé. Ahora estoy leyendo dos

novelas muy cortas suyas, La banda del Ciempiés y Nick

Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo

agonizo, me hacen reír a carcajadas y creo que le guardo a

Levrero también un rencor sano, una envidia, lágrimas. En

fin, antes del encierro, también encontré un PDF con los

Ejercicios de estilo de Queneau que leí entretenidamente y me

impulsaron a tratar de escribir con más riesgo, si bien creo

que soy todavía completamente tradicional. Traté de leer un

ejemplar del Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio

Fernández que saqué de la biblioteca. Fue una recomendación

que me hicieron por aquello de la prologuística ficcional, sin

embargo, su lectura en Transmilenio fue difícil y,

Page 86: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

86

zarandeándome, no pasé de las primeras cincuenta páginas.

Ahora el libro me mira con indignación, no lo he vuelto a

abrir, de hecho, no lo he podido devolver a la biblioteca desde

que el virus se infiltró en las calles bogotanas, y alcancé a

acumular una multa que fue creciendo con los días hasta que

mi madre llamó a la universidad desesperada y me

extendieron la devolución. En cambio, sí leí Vacío perfecto,

de Stanislaw Lem que es un tomo de prólogos a libros de

ciencia ficción imaginados lleno de humor, de prologuistas

atascadas en sus propias lecturas, en contextos futuristas para

el arte y la investigación, muy entretenido. Por mi cuenta,

también encontré distintos web cómics bastante inspiradores,

sobre todo cuando del retrato de mundos distintos se busca,

en especial, uno titulado Witchy de Ariel Ries.

En la cuarentena, retomé las lecturas en voz alta para

mis padres, también tras años de no hacerlo, desde que estaba

en el colegio, sin ninguna intención de que tuvieran algo que

ver con la antología. Así, leímos La peste de Camus y luego

De sobremesa, de Silva. De ambos saqué algo como la calma

y cierta dignidad ridiculizada en el acto de la escritura.

Cuando decidí volver a escribir los sueños y ante la eternidad

aparente de este encierro, nos embarcamos en la lectura de

Las mil y una noches. Me sonaron tanto las transformaciones

que practican las hechiceras susurrando palabras a cuencos de

agua, que en eso me basé para la transformación en Figuras

dibujadas con la lengua. También comencé por mi cuenta a

leer manga seriamente, buscando en la literatura ilustrada

cosas indefinidas, apenas he leído uno completo: Dorohedoro

de Q Hayashida y me sorprende la elaboración de un mundo

absurdo donde la violencia es tan cotidiana como comer pan,

que de hecho se practica a la vez. Todas las lecturas han

afectado mi escritura, algunas con efectos más directos y mi

punto aquí no es listar algo de lo leído por alarde, sino

ejemplificar pobremente la siguiente obviedad con mi propia

experiencia: que los escritos beben del arte consumida como

en un metabolismo estético y misterioso.

Faltando un mes para la entrega del texto final,

organicé un cronograma día a día que he procurado seguir con

la mayor fidelidad de la que soy capaz: llevo acumulados dos

días de retraso. La organización me ha hecho escribir por

rutina y con horario, algo que no había practicado en toda la

carrera, sólo que no sé si es algo de lo que debería

enorgullecerme. Esa organización también me ha llevado a

escribir distintas listas de acciones paralelas al trabajo, listas

de música y listas de películas. Para las películas, acabé

armando casi cada noche, junto a mis padres, un cine foro de

Page 87: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

87

los sueños en el que las discutimos. Hemos visto dos de

Yorgos Lanthimos, donde los diálogos y las reglas del mundo

siempre están extrañadas. Una de Buñuel, de sueños

encapsulados unos en otros, Yume de Kurosawa, la última de

Kubrick, Blow Up, una delirante animación de Satoshi Kon

titulada Memories, incluso la primera en la que sale Freddy

Krueger, Monsters Inc y muchas más. Resulta que un mes de

películas de a una por noche, es, en realidad, un montón de

cine que se va enredando en la memoria al recordarlo. Tal vez,

como proceso, también me ha inspirado la dificultad que

representa encontrar esas películas en internet sin tener que

comprarlas, luego dejarlas descargando durante la

madrugada, que es cuando el internet en el campo mejora,

después descargar también sus subtítulos, verificar que

sirvan, observar las bocas de las actrices y sincronizar que sus

labios encajen con lo que dicen escogiendo escenas al azar y,

finalmente, procurar que la traducción no sea demasiado

mediocre. Resulta que el mundo de los archivos de subtítulos

en internet está nutrido por fans de las mismas películas que

no reciben ningún pago. Conclusión obvia: el eterno

problema del arrastre de imágenes en distintos medios ataca

desde todas las esquinas.

Sobre la corrección en sí misma de los sueños y en la

que todavía hoy continúo… en este punto, por supuesto, ya

no siento nada. Por un lado, he concluido que la labor de la

corrección es mucho más agradecida, pues no implica

exprimir mi cerebro de la misma manera que para crear con

la página en blanco. Por otro lado, al momento de escribirlos

y de encontrar las voces sentía una inspiración eufórica (es

necesario recordarle aquí a la querida lectora el origen, lejano

ya, de cada sueño en su escritura a mano, a medio dormir, un

momento en el que cada garabato escrito parecía estar

imbuido de significados arrebatados al olvido), pero a la

segunda revisión encontré con cierta emoción las primeras

incoherencias y las complementé como pude con distintas

formas de transmitir las sensaciones e incluso con nuevas

escenas. Después de la cuarta revisión sigo encontrando

elementos incoherentes, pero ya no siento nada, no sé lo que

es el texto por fuera y el texto dentro de mi cabeza, incluso al

leerlo en voz alta. Las historias, las anécdotas, las formas de

contar son como ver llover y me distraigo pensando en otras

cosas que quiero escribir. Necesito alejarme. Es por eso que

agradezco profundamente a las personas que me han leído y

ayudado a encontrar en el mismo mar aspectos nuevos para

pensar y reescribir, a mis compañeras en el seminario, a

Page 88: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

88

Fernanda, a Francia, a mi mamá, a mi papá que es el corrector

de estilo que más admiro, a un muchacho virtual que me

enamora y a todas las lectoras de estos sueños mientras se han

ido escribiendo, sin sus lecturas, no sé qué clase de texto

mediocre sería este. Lo anterior, me hace concluir la siguiente

obviedad: todo texto es una construcción colectiva, llena de

autoras anónimas o apenas mencionadas en los

agradecimientos.

Con respecto a la música, que fue otra de las listas que

hice, la escuché mientras corregía para sumergirme en el tono

que consideraba similar al de cada sueño. Esa música aparece

a veces nombrada. El sueño de la araña gigante habla de

géneros como el country y el bluegrass y el de las ladronas

del drumm & bass. En realidad, escuché muchas más listas de

reproducción: la banda sonora de El padrino para el sueño de

la cena familiar, la banda sonora distópica de Waterworld

para Flores de celuloide, un jazz inquietante y medio noir

para el sueño del Zastava e incluso una canción de tektonik

titulada A cause des garcon para el sueño de la serpiente (me

río mientras escribo esto, el género musical inmortalizado por

la tribu urbana de los floggers a la cual nunca pude pertenecer

viviendo en el campo). Ha sido divertidísimo escuchar música

mientras escribo y esperar que eso forme conexiones en el

estilo y las escenas. Para el arte poética, comencé con música

clásica relacionada al danse macabre pues así se siente

escribir al final, después de tanto, sin sentir los pies o las

manos, pasé por una lista de música de piratas porque explicar

mi propio texto no es nada menos que arrojar botellas vacías

de ron al mar, luego a la banda sonora de Age of Empires II,

que siempre me dio la impresión del paso del tiempo y de la

aventura hacia lo desconocido que implica cualquier

construcción, y ahora escucho la banda sonora de los

diferentes juegos de DOOM, que son acerca de un soldado

que anda por el infierno destrozando las tripas de los

demonios. Le pido a la lectora que concluya esta última

relación. Va una pista: sí, es metal en su mayor parte.

Sobre los prólogos, qué se puede decir. Siempre son

ficción. Mientras corregía el de la entrevista a Laura escuché

Pina Colada Song y mientras corregía el de Matalina tecleaba

al ritmo de una lista de canciones himno de la URSS. Para el

otro prólogo no escuché nada, o nada que recuerde. En un

principio, surgieron como mi propia exploración del género

literario al que en realidad todo prólogo pertenece, y que

juega siempre a cambiar la lectura de los textos que anticipa,

por aburridos que sean. En la divagación para encontrar las

voces, terminé topándome con que quería que estuvieran

Page 89: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

89

basadas en mis propias amistades. Cada voz es la de una

amistad querida, y de hecho me hacen falta prólogos para

tantas amistades que admiro. No sólo su escritura se volvió

divertida, sino que me ayudó a pensar la antología desde

nuevos puntos de vista y a englobar cada sueño en su

respectiva sección.

Un factor importante que me ha ayudado a escribir, y

a vivir, ha sido mi propia casa en el campo. Mientras me baño

en una alberca helada que tenemos se me ocurren temas para

los textos. Lo mismo y repentinamente, cuando salgo a

acariciar las panzas de las bestias que guardan esta tierra,

mientras mato cucarachas en las noches, mientras lucho por

salvar pájaros que las gatas traen en sus fauces dentro de la

casa u observo la diversidad absurda de seres alados de los

tamaños más diminutos que pasean por el aire lentamente,

tiernamente, etcétera. Sin este espacio y su cotidianidad, el

texto tampoco sería.

Las propuestas de mis compañeras en el seminario

también influenciaron mi escritura, leerlas conforme se

materializaban no sólo impulsó mi propia voluntad de

escribir, sino que rescaté de algunas el humor que poco a poco

impregnó varios de mis sueños, la presencia de la tecnología,

la nostalgia. Aprovecho este párrafo también para escribir

sobre los elementos que cualquier lectura podría identificar

como recurrentes en mis sueños, por ejemplo, las matas de

plátano, el interior de los carros, o las configuraciones

familiares. Una crítica chismosa o biográfica podría

relacionar esos elementos con la finca en la que he vivido gran

parte de mi vida, sembrada siempre de plátanos, pero también

de otra infinidad de plantas que no aparecen escritas, con los

cientos de viajes en carro que hice para ir al colegio en la

ciudad, todos los días entre semana, durante once años, y

concluir que Simón es mi hermano menor, mi madre es mi

madre y, de hecho, una buena cantidad de personajes son

conocidos por mí. Con esa crítica no tendría ningún problema,

sin embargo, me atormentan siempre los análisis

psicoanalíticos mediocres sobre los sueños, así que aclaro lo

siguiente. En primer lugar, los sueños de la antología son

textos significativamente alterados que tienen las

ensoñaciones como base, nada más, nada menos, si los sigo

llamando sueños es también porque determinar si son cuentos

o relatos o poemas en prosa no me interesa. En segundo lugar,

los muchos sueños que quedaron por fuera, en las libretas

escaneadas, contienen elementos distintos, que no tienen que

ver con plátanos o carros o familias, de modo que el texto es,

primordialmente, una selección mía sobre un material

Page 90: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

90

abundante bajo criterios como el azar y el interés: bajaba

rápidamente el archivo hasta ir varias páginas adelante,

trataba de descifrar mi manuscrito, si me llamaba la atención,

lo transcribía, si se me ocurría alguna forma de

ficccionalizarlo, entonces trataba, si era efectiva esa

ficcionalización, sólo entonces llegaba el texto al documento

final.

Hay ciertos elementos, a los que guardo respeto, que

resistieron el viaje de la ensoñación al texto, casi sin la mácula

de la ficción y los voy a nombrar, pues son muy pocos, o

recuerdo muy pocos, a manera de reconocimiento honorífico

en la carrera de las palabras: el título de Aqua Floris se

transcribió tal cual, al igual que con En la librería y La sala

de los juegos; la primera frase de cada párrafo en Pandemia

también, lo mismo con las dos primeras frases de Atenuación.

Aunque un poco afectados también se les reconoce el

esfuerzo a los prototítulos de Las Cortes de la Muerte y

Nuestra vorágine, y a una frase final de Té de hierbas.

Felicitaciones a estas palabras, claves del sueño

trascendentes.

La batalla contra la pereza y la angustia no va a

terminar nunca y, aunque haber escrito este proyecto se siente

como una victoria contra mis propias expectativas, como

esquivar las torres amenazantes que se alzaron con la

pandemia, siento que la verdadera victoria no existe, que las

luchas son continuas, van hasta la muerte, y tal vez sigan

después, cuando nuevas torres se alcen. De todos modos, me

enorgullezco del texto que entrego, de lo que representa para

mí acercarme al grado después de tanta desilusión.

Conclusión

Me gustaría acercarme al final de la distracción tan grande de

esta arte poética con otro dato relativo al chisme, pero

también al registro, con algo que podré leer dentro de muchos

años. Al comenzar el proyecto, estaba terminando una tusa

grandiosa que me inundaba de tristezas y que, a falta de

impulsarme a hacer ejercicio, me dio la voluntad para anotar

con juicio los sueños y luego escanearlos. Sin embargo, la

Page 91: Arturo Camacho Téllez - repositorio.uniandes.edu.co

91

tristeza ya no me mueve, o no esa, pero el amor persiste. Las

reflexiones que no anoto aquí sobre lo que ha significado

demostrar afecto en la distancia y con una mala conexión a

internet, han vertido en las últimas correcciones de los textos

algo como una certeza mayor en la ficción y en lo onírico, los

mensajes telegráficos de WhatsApp se hacen más poéticos y

los audios mejor interpretados. Algo como una caja de Petri

con el ambiente bacteriológico perfecto para que crezca la fe.

Me gustaría terminar con una frase que retomara la

importancia de los sueños al mejor estilo de Grothendieck,

algo como la frase inicial de Waking Life que es: Dream is

destiny. También me gustaría terminar con una frase que

explicitara la ironía de la escritura, del rumor interminable

que es. ¡Algo!, algo que diera cuenta del final. Podría ser una

frase del estilo de las familias evangelizadoras que reconocen

el valor de las palabras dichas en voz alta con decisión, sus

manos enredadas en camándulas: en nombre de

cristotodopoderoso decreto este proyecto descontinuado, o

tal vez una relativa a la icónica frase de nuestro general del

ejército lucharé hasta que la última palabra sea dicha, patria,

honor, lealtad, etc., pero bueno, no la encuentro, no la logro,

de pronto en el siguiente libro.

Camacho, A. 22 de junio del 2020, Mirapalcielo.