Atreverse a Todo

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    :: portada :: Opinión ::

    04-09-2013

    Atreverse a todoSantiago Alba RicoLa Calle del Medio

    Hace unos meses, para presentar la exposición fotográfica de dos de los más grandes fotógrafosestadounidenses del siglo XX, un periódico español utilizaba un titular que, de algún modo, revelalos engranajes mentales más profundos de nuestra época: "Harry Callahan y Edward Westonrompieron códigos morales: fotografiaron a sus esposas y amantes desnudas". La elección y el tonode la frase, junto al -digamos- marco social de la recepción, llevan al lector a aceptarinmediatamente, como lo más natural y asumido del mundo, que "romper códigos morales"constituye siempre un acto de valentía y progreso e, incluso, de forma paradójica, un acto de"coraje moral". Aún más: nuestra época, que es la combinación de un modelo de producción yconsumo y de una tecnología determinadas, considera esta "superación de los límites" como la

    fuente misma de la belleza, la verdad y el valor objetivo de las cosas. Todo el que se atreve a"romper códigos morales" está introduciendo un mayor bien y una mayor libertad en el mundo, yesto a partir de la convicción rutinaria de que la "moral" es un obstáculo para el progreso de lahumanidad, como el canibalismo o los "crímenes de honor".

    Este prestigio social de la iconoclastia y la transgresión, que nos hace pensar en Nietzsche,procede del terreno del arte y, más concretamente, de la intersección entre revolución industrial yrevolución estética que, desde el siglo XIX (pensemos en Rimbaud, Flaubert o Baudelaire,condenados en su época por "inmoralidad"), identifica al "autor" con una fuerza fáustica,demiúrgica, que arranca chispas de luz de la gelatinosa moral burguesa. Pero este concepto de"autor", a su vez, está ligado al mito griego por excelencia, el de Prometeo, de cuya transgresiónhabría nacido la cultura humana en su conjunto. El capitalismo -digámoslo así- se apoya en la

    audacia de la estética, matriz de objetividad mundana, para reivindicar la audacia contra los límites-morales y materiales- como el contenido mismo de la felicidad y la civilización humanas.

    Pero esto es lo que yo llamaría una "trenza de sentidos": para anclar en la cultura griega esta"audacia contra los códigos" hay que deformar y enredar mucho el espíritu original. Los griegosmantenían una relación muy ambigua con las grandes gestas de los héroes; admiraban yreconocían su contribución individual al bienestar de los hombres, pero también las temían ytrataban de impedirlas o, al menos, de no estimular su imitación. En el mundo de hoy, en el queinternet hace girar millones de fotos y vídeos de amantes desnudos, la audacia de Callagan yWeston aparece como un acto pionero individual muy modesto a la luz del tsunami que liberó.Había que "romper esos códigos morales" una primera vez para que esa "ruptura" se incorporase ala naturaleza cotidiana de la "libertad humana" junto a la mini-falda y el divorcio . Pero para losgriegos la audacia de Callagan y Weston era todo lo contrario de un progreso. De hecho, Heródotocuenta la historia de Candaules, rey de Lidia, quien estaba tan enamorado de la belleza de su mujerque quiso mostrársela desnuda a Giges, el primero de sus lanceros, acción que fue la causa de queperdiera al mismo tiempo su esposa y su reino. Los lectores de Heródoto extraían de esta historiauna lección que hoy consideraríamos puritana y moralista: la de que "romper los códigos morales"entraña un castigo casi automático y, lejos de aumentar la libertad de la humanidad, destruye laexistencia y la fortuna del atrevido.

    En cuanto a Prometeo, su famosísimo mito da fe de esta ambigüedad de la cultura griega.Nuestros relatos -Hollywood es el molde- promueven identificaciones y alineaciones netas: héroes y

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    villanos, buenos y malos. Pero para los griegos Prometeo no era exactamente el "bueno" cuyodestino el lector seguía sin aliento, indignado por la injusticia de los "malos" que lo castigaban porsu audacia. Los griegos no querían ser Prometeo, como hoy queremos ser Superman o Indiana

    Jones. Los griegos, que agradecían a Prometeo su regalo, contemplaban al héroe con desconfianzay reticencia. Les parecía peligroso. Su historia no era un cuento de buenos y malos en el que

    Prometeo, abnegado y heroico, nos entregó la civilización y los malvados dioses lo encadenaron ytorturaron por ello. Para los griegos, si era positivo que Prometeo robara el fuego, era justo que sele castigara por ladrón. Los griegos no tomaban partido por uno de los dos (Prometeo o Zeus) sinopor los dos al mismo tiempo. Los dos gestos eran necesarios; y agradecían a los dioses quecontuvieran y eventualmente castigaran esas iniciativas individuales "excesivas" o transgresoras,incluso si beneficiaban a los seres humanos. De algún modo percibían que en el fuego de la cocinaestaba ya el cañón, Hiroshima y los hornos del Holocausto. Y -por supuesto- que no se puedeenseñar a los hijos a robar.

    Esto es lo que no se comprende desde el mercado capitalista: que lo que da valor al robo de

    Prometeo no es que robara sino que robara el fuego. La belleza y el bien estaban en el fuego, no enel gesto. Se nos olvida que no admiramos a Prometeo por ladrón sino por benefactor; y se nosolvida que igualmente benefactores eran los dioses que lo castigaron por romper, como Callahan yWeston, "los códigos morales". El mito de Prometeo, releído desde la tecnología y el capitalismo,alimenta y legitima la ilusión de una correspondencia estricta entre los avances de la ciencias-contra los límites de la oscuridad- y la "superación" de todos los límites, sociales o morales, porparte de las multinacionales y los individuos: la "moral" es una superstición, como la "generaciónespontánea" o la "autocombustión". Cada vez que sentimos que no debemos hacer una cosa(desnudar en público a nuestro amante o derretir un glaciar) lo hacemos con la certeza de que ese"sentimiento moral" es un residuo evolutivo y esa infracción la garantía de que nuestro gesto esbueno, bello y verdadero. Prometeo robó el fuego; pero el verdadero progreso será el de incendiarla tierra entera. Dejemos a un lado los prejuicios morales y atrevámonos. Todo lo que es "vistoso",

    todo lo que "suena", es hermoso.

    En términos estéticos, podemos decir que el misterio del arte desaparece con esta interpretación"burguesa" del mito. A veces la belleza -como el bien- exigían cometer una infracción, pero lainfracción no dejaba de serlo por eso, ni la belleza residía en ella. Hoy creemos haber descubierto elmecanismo de todos los progresos y lo aplicamos conscientemente, con independencia delcontenido: creemos que basta cometer una infracción para que el resultado sea bello o bueno y,por lo tanto, para que la infracción deje de serlo. Todo lo que quiebra un límite es liberador, ya setrate de una cremallera o de una montaña. Pero no. Es exactamente al revés: no hay belleza -nibien ni liberación- sin límites: los cuerpos y el horizonte enmarcan todo el bien y la belleza del

    universo. Y si a veces hay que desobedecer las leyes -hacer, por ejemplo, una revolución- esprecisamente porque nos preocupan los contenidos. No tengo nada contra una democracia formal,porque las formas también cuentan; lo que no debemos aceptar de ningún modo es unapermanente revolución formal y precisamente porque destruye, junto con las sustancias, todos losmoldes. El mercado capitalista, que desprecia los bosques y las manos, no permite conservar nisiquiera las formas. Esa es la verdadera tarea del héroe: dar a cada mano su guante, a cada rostrosu molde.

    Y en cuanto a robar, sólo a los dioses... o a los bancos.

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