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"El escudo de Aquiles" Wystan Hugh Auden (1952) Wystan Hugh Auden (1907-1973) York, Inglaterra Ella miró buscando por sobre su hombro viñas y olivos, bien gobernadas ciudades de mármol y barcos sobre mares indómitos, pero allí sobre el metal brillante sus manos habían puesto en cambio un yermo artificial y un cielo de plomo. Una planicie sin nada distintivo, desnuda y marrón, ninguna hoja de hierba, ningún signo de vecindad, nada para comer y ningún lugar donde sentarse, y aún, congregada sobre esa monotonía, se erguía una ininteligible multitud, un millón de ojos, un millón de botas en fila, sin expresión, esperando un signo. Desde el aire una voz sin rostro

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"El escudo de Aquiles"

Wystan Hugh Auden

(1952)

Wystan Hugh Auden

(1907-1973)

York, Inglaterra

Ella miró buscando por sobre su hombro

viñas y olivos,

bien gobernadas ciudades de mármol

y barcos sobre mares indómitos,

pero allí sobre el metal brillante

sus manos habían puesto en cambio

un yermo artificial

y un cielo de plomo.

Una planicie sin nada distintivo, desnuda y marrón,

ninguna hoja de hierba, ningún signo de vecindad,

nada para comer y ningún lugar donde sentarse,

y aún, congregada sobre esa monotonía,

se erguía una ininteligible multitud,

un millón de ojos, un millón de botas en fila,

sin expresión, esperando un signo.

Desde el aire una voz sin rostro

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demostraba estadísticamente que cierta causa era justa

en tonos tan secos y planos como el lugar:

nadie se entusiasmaba y nada se discutía;

columna tras columna en una nube de humo

ellos se alejaron marchando, sobrellevando una convicción

cuya lógica los llenó de pesadumbre, en alguna otra parte.

Ella miró buscando por sobre su hombro

rituales piadosos,

bueyes enguirnaldados de blancas flores,

libación y sacrificio,

pero allí sobre el metal brillante

donde debía haber estado el altar,

vio la luz vacilante de la forja

una muy otra escena.

Alambres de púas cercaba un lugar cualquiera

donde aburridos oficiales holgazaneaban (uno de ellos hizo una broma)

y los centinelas sudaban pues el día era caluroso:

un grupo de buena gente común

miraba desde afuera sin moverse ni hablar

mientras tres pálidas figuras eran conducidas y atadas

a tres postes erigidos en la tierra.

La masa y la majestad de este mundo, todo

lo que es de peso y siempre pesa lo mismo

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estaba en manos de otros; ellos eran pequeños

y no podían esperar ayuda y ninguna ayuda llegó:

lo que sus enemigos querían hacer se hizo, su vergüenza

fue todo lo que el peor podría desear; perdieron su orgullo

y murieron en tanto hombres antes que sus cuerpos murieran.

Ella miró buscando por sobre su hombro

los atletas en sus juegos,

hombres y mujeres danzando

moviendo sus dulces miembros

veloces, veloces, según la música,

pero allí en el escudo brillante,

sus manos no habían puesto un piso de baile

sino una campo asfixiado de cizaña.

Un andrajoso chiquilín, perdido y solo,

vagaba sobre ese baldío, un pájaro

voló escapando de su piedra certera:

que haya jóvenes violadas, que dos chicos apuñalen a un tercero,

eran axiomas para él, que nunca había oído hablar

de un mundo donde las promesas son cumplidas,

o uno puede llorar porque el otro llora.

El forjador de armas de apretados labios,

Hefesto, se alejó cojeando,

Tetis la de los pechos brillantes

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clamó su desaliento

por lo que el dios había forjado

para agradar a su hijo, el fuerte

Matador de hombres, Aquiles, el de corazón de hierro

quien no habría de vivir mucho más.

(Trad. Miguel de Azúa)

"The Shield of Achilles"

Wystan Hugh Auden

(1952)

She looked over his shoulder

For vines and olive trees,

Marble well-governed cities

And ships upon untamed seas,

But there on the shining metal

His hands had put instead

An artificial wilderness

And a sky like lead.

A plain without a feature, bare and brown,

No blade of grass, no sign of neighborhood,

Nothing to eat and nowhere to sit down,

Yet, congregated on its blankness, stood

An unintelligible multitude,

A million eyes, a million boots in line,

Without expression, waiting for a sign.

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Out of the air a voice without a face

Proved by statistics that some cause was just

In tones as dry and level as the place:

No one was cheered and nothing was discussed;

Column by column in a cloud of dust

They marched away enduring a belief 

Whose logic brought them, somewhere else, to grief.

She looked over his shoulder

For ritual pieties,

White flower-garlanded heifers,

Libation and sacrifice,

But there on the shining metal

Where the altar should have been,

She saw by his flickering forge-light

Quite another scene.

Barbed wire enclosed an arbitrary spot

Where bored officials lounged (one cracked a joke)

And sentries sweated for the day was hot:

A crowd of ordinary decent folk

Watched from without and neither moved nor spoke

As three pale figures were led forth and bound

To three posts driven upright in the ground.

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The mass and majesty of this world, all

That carries weight and always weighs the same

Lay in the hands of others; they were small

And could not hope for help and no help came:

What their foes like to do was done, their shame

Was all the worst could wish; they lost their pride

And died as men before their bodies died.

She looked over his shoulder

For athletes at their games,

Men and women in a dance

Moving their sweet limbs

Quick, quick, to music,

But there on the shining shield

His hands had set no dancing-floor

But a weed-choked field.

A ragged urchin, aimless and alone,

Loitered about that vacancy; a bird

Flew up to safety from his well-aimed stone:

That girls are raped, that two boys knife a third,

Were axioms to him, who'd never heard

Of any world where promises were kept,

Or one could weep because another wept.

The thin-lipped armorer,

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Hephaestos, hobbled away,

Thetis of the shining breasts

Cried out in dismay

At what the god had wrought

To please her son, the strong

Iron-hearted man-slaying Achilles

Who would not live long.