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Azorín - El Escritor

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    EL ESCB IT B

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  • AZORfN

    EL ESCRITOR

    (NOVELA)

    SEXTA. EDICIN

    ESPASA-CALPE, S. A.MADRID

  • A

    DIONISIO RIDRUEJO

    ESTRO Y ACCININTUITIVO E INCANSABLE

    CON ABRAZO CORDIAL,

    AZORtN

  • La accin es la verdaderafiesta del homb re.

    Goeth, Pandora.

    (Qu importa que el enten-dimiento se adelante, si el co-razn se queda',)

    Gracln, El Heroe.

  • ]

    NIHIL

    Nada en suma. Absolutamente nada. Nada quese salga del carril cotidiano. La vida fluye incesa-ble y uniforme: duermo, trabajo, discurro porMadrid, hojeo al azar un libro nuevo, torno a casa,leo de pensado, escribo bien mal -seguramentemal-, con fervor o con desmayo. De rato en ratome tumbo en un divn y contemplo el cielo, ail oceniza. Y por qu habr de saltar de improvisoel evento impensado? Trabajemos da tras da.Trabaja t, pintor, y trabaja t, poeta. Lo quecaiga fuera de nuestro trabajo sern efmeros epi-sodios. Episodios placenteros o dolorosos. Plumaen mano, pluma en las cuartillas, paliemos el dolor.Dnde est nuestro Leteo? En el afn diario. Uacaso, a travs de la obra, hacemos ese dolor msdelicado.

    El tiempo transcurre y el escritor permaneceinerte. En la lejana, cada vez ms prxima, la ideade un trabajo desabrido que he de cumplir: corree-

  • AZORIN

    cin de pruebas. Fijar la atencin en las pruebasequivale a volver a lo andado, cuando ya estoy ca-minando hacia otra meta. Ni en el libro informequiero detenerme, ni en el libro publicado. No s siese libro mo aparecido antao realmente me perte-nece. Forzado a leer alguna vez sus pginas, o le-das de grado, parceme que leo algo escrito por misin darme cuenta. Antes era yo uno y ahora soyotro. Podra escribir hoy del mismo modo? No medesagrada, a veces, leer una antigua pgina ma. Lasensacin que experimento no podra deerla conexactitud. Hay en todo ello mezcla de complacen-cia y de melancola. ICincuenta aos escribiendo!Desde los tres quinquenios con la pluma en lamano. mpetu, fervor, perseverancia, entusiasmo...En este libro, cogido indeliberadamente, la prosaes clara y vigorosa. Ha pasado mucho tiempo ylos aos cargan sobre mis hombros. No podra yoescrbr as al presente. Haba en esa prosa resal-tante el sosiego de ahora? Comprobacin que mecomplace. O acaso falacia sutil con que, para miconsuelo, quiero engaarme. Todo lo que asciende,desciende. Cuanto podemos ya esperar -habiendovisto correr tanto tiempo- lo ciframos en la obraya cumplida. Y de este modo, no queriendo volverla vista atra ni detenernos en unas pruebas de im-prenta, nos vemos compelidos, para mantener nues-tra personalidad, para ser nosotros mismos -yoen este caso-, a volver al pasado. Desdeamosel tiempo, y el tiempo se venga de nosotros. Nos

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    situamos en lo futuro, y lo pretrito tira de nos-otros violentamente. Cmo nos gobernaremos enestas procelas de los recuerdos y de las esperan-zas? No pensemos por el momento en nada. Talvez la voluntaria inaccin no podr perdurar.Cuando menos lo esperemos, algo con que no secontaba habr surgido, No queramos que surgie-se, y hubiramos llegado a la desesperanza de nosurgir. No se trata ms que de una sensacin casiimperceptible. En realidad, no s qu valor tienees,e embrin de idea. Ni si prosperar o se malo-grar. Por el momento 10 dejo todo a la ventura.

    Cantidad de ideas germinales han muerto singerminar. No habra que extraar un nuevo malo-gro. Como flgidas exhalaciones en la noche, pasanpor la conciencia, viniendo de la hondura, sensa-ciones que lucen unos segundos y desaparecen s-bitas. Nos hacemos la ilusin -si es que nos lahacemos- de que poseemos el vulo fecundo deun poema o de un cuadro, y no tenemos, en defini-tiva, nada en nuestras manos. Y hay que esperarde nuevo. Esperar contemplando las nubes, el pai-saje, el trajn afanoso de la ciudad. i Y ay de nos-otros, poetas o pintores, si intentamos forzar elhado! El hado, para nosotros, es el azar fecundo,o el instinto, o la fuerza creadora de que nosotrosno podemos disponer a nuestro talante y que secomplace en jugar con nosotros, burlndonos unasveces, regalndonos otras. En el caballete, el lienzoblanco espera. Y en la mesa, las blancas cuartillas.

  • lJ

    PUDIERA SER

    No hay que negarlo: pudiera ser. S, pudieraser un libro. No s cmo podr ser. La crtica debeexplicar genticamente la obra: captando su ori-gen, siguindola en su desenvolvimiento, adVlirtien-do sus logros y sus fallos. Empresa ardua paraquien es ajeno a la obra --el crtico-; no tanto,al parecer, para el autor. Decimos al parecer por-que podr el artista explicar con claridad su pro-pia creacin? Se dar exacta cuenta de lo que haelaborado? La labor habr de ser prolija. Desde elcaos primitivo, desde la nada -nada en el cere-bro-, habr que ir notando, paso a paso, mataztras matiz, el nacimiento de la idea confusa y latransformacin de esa idea en dendos conceptos.y esa labor ser por s misma un libro.

    Escribir yo ese libro? Podr escribirlo? Ven-turosa o desdichada, la tentativa podra ser unaIeccin : viva leccin de psicologa literaria. Ya

  • EL ESCRITOR 15

    acaso la imaginacin comienza en este punto a dili-genciar. Ya va leda y esperanzada de un sitio aotro. No acierto a esclarecer, empero, el personajecentral del libro. No s si ha de ser autntico oimaginado. La vida cotidiana me ofrecera susejemplares: no tendra yo sino bordar, cual en undechado, con sedas o estambres de distintos colo-res. Sobre la realidad pondra yo los accidentesde la fantasa. Poco a poco me ira acercando alpersonaje, y ste quedara cada vez ms definido.Llegara un momento -as lo espero- en que elpersonaje hablara y accionara con independenciade mi voluntad. Con ms vida siendo imaginadoque real? Y quin puede discernir en la vida loautntico de lo ficticio? En la Historia ms rigu-rosa, podemos acaso evitar la infiltracin de loimaginario? Los antiguos historiadores gustan deponer en boca de personajes notorios largos parla-mentos. Se definen esos personajes o se defineel propio historiador ? Aun en los anlisis ms suti-les, la discriminacin entre la realidad y la fan-tasa es imposible. Acaso cuanto ms se llega a lohondo en la explicacin de un carcter, tanto msaventurada es la exploracin.

    Hay ya en las cuartillas el trasunto lejansimode un personaje. Acaba de abandonar el caos delo increado y asoma a la vida. Vaga por el blancopapel y ya no me abandonar. Pone aqu, a modode tarjeta, su nombre: Dvila, Cul es su talantey adnde se encamina? Cules sern sus gestas?

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    Con quienes tratar en el mundo y qu pensa-mientos sern los suyos? No sabemos todava nada.Pero Dvila, Luis Dvila, alienta, habla, acciona,sonre unas veces y otras frunce tristemente el en-trecejo. Dvila vive en Madrid. Se siente atradohacia los libros. Los escribir l tambin? Si losescribe, sern buenos o malos '? No queremos quesean mediocres. Ponemos todo nuestro conato enque Dvila escriba prosa clara y precisa. Luis D-vila escribir fluent.emente y defender su propiomodo de escribir. A los veinticinco o a los cincuen-ta aos? Con mpetu juvenil o con cautela deviejo?

  • III

    TODAVIA LO INDEFINIDO

    Han estado en la mano las cuartillas y han esta-do en riesgo de caer hechas aicos. No me decido.Mejor es la suspensin a tiempo que el caminarforzado. No poseo todava el tono. No creo quepodr conseguirlo. El estilo es una cosa y el tonoes otra. El estilo puede ser correcto y el tono inade-cuado. De qu modo se consigue el tono en ellibro ? Nadie podr decirlo. Distincin sutil al pa-recer, pero real. Ni aun los muy expertos puedena veces percibirla. Cada materia, cada libro, y aundentro de un mismo libro, cada instante, quierensu propio tono. No encontrarlo equivale a expo-nerse al fracaso: la materia ser una y el tonoser otro. Durante toda la obra, a lo largo de todoel desenvolvimiento esttico, se advertir la desapa-cible disonancia. Disonancias percibimos, por ejem-plo, en Nez de Arce, entre la materia, en algu-nos de sus poemas -lances de pescadores, ocu-rrencias campesinas-e- y el tono grandilocuente

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    del poeta. Disonancia tambin, acaso, en alguna odafilosfica de Melndez Valds: la dedicada a lascavilaciones de un filsofo en la campia. Si desdeel primer instante el escritor no advierte caminarcon facilidad la pluma, en compenetracin con elasunto, el sntoma debe alarmarle. No estaremosseguros de nosotros mismos. Aun vencida la ini-cial resistencia --si fuere vencida- no abandone-mos nuestros temores. "No todo lo que se prosiguese adelanta", dice Gracin.

    Habr que hacer luego, aparte de esto, ya encamino la obra, sacrificios acaso muy penosos. Lospodr hacer tal vez un escritor viejo, y no los podrhacer UTh escritor joven. Le costar ms a un es-critor joven hacerlos -si los hace-- que a un es-critor viejo. Debemos renunciar a la elegancia. Ycmo renunciar? Debemos renunciar a la elocuen-cia. Y cmo renunciar? Debemos tender a lo es-cueto. Y cmo lograrlo? Debemos apartar de lapluma un vocablo inusitado que surge. Y cmohacer este repudio? Demostraremos nosotros mia-mos que somos menguados y pobres en vocabula-rio? Escribamos sencillamente. No seamos afec-tados. Pocos son los escritores que se libran delpecado de afectacin. Terso y cuidadoso prosistaera, por ejemplo, J ovellanos, y de afectado le tildaMoratn. El mismo Koratin no se ver libre de latacha en alguno de sus poemas. Escribamos conllaneza. Huyamos de la duplcacin de adjetivoscuando es inneeesaria, Reportmonos en el encare-

  • EL ESCRITOR 19

    cimiento. Sofrenmonos en las ponderaciones. Lle-gan ms adentro en el espritu, en la sensibilidad,los hechos narrados limpiamente que los enojosos einexpresivos superlativos.

    Dvila nos espera. Le haremos vivir con profu-sin o con sobriedad? Gustar l de la palabraexacta o de la hiprbole? Cada cual que tenga suesttica. Madre e hija van a misa, cada una consu dicha.

  • EL PRIMER ENCUENTRO

    He puesto ya en una cuartilla las palabras deci-sivas: El Escritor. Ese es el ttulo de la novela.En adelante ser esclavo de ese vocablo, y todo enel mundo girar en torno a tal trmino. No hedicho todava que me llamo Antonio Quiroga. Co-nozco a Luis Dvila. El primer encuentro con D-vila fu antiguo o es moderno. No podr decir siencontr a Dvila en el tren, en la antesala de unmdico o en una librera. En el asiento del tren,un peridico abandonado, y en la antesala, una re-vista. El peridico o la revista insertaban un cuen-to firmado por un escritor para m desconocido:Luis Dvila. Etncuentro a Dvila, y no es el queyo imaginaba. No le reconozco. Imposible me estambin reconstruir la sensacin experimentada enese primer contacto. No lo s o no quiero decirlo? Y por qu un escritor viejo, seguro de s mismo,ya sin ambiciones, no habr de ser sincero? Lasinceridad cuesta mucho. Creemos muchas vecesque somos sinceros y no lo somos.

  • EL ESCRITOR

    Probablemente este libro no se publicar. Po-dra, por lo tanto, dar en l rienda suelta a missentimientos. Me resisto, con todo, a la franque-za. Lo que tendra que confesar es de tal natura-leza que me contiene. Escribir, escriba con soltu-ra, claramente, este nuevo escritor. Por lo que seadverta, saltando prrafos, leyendo ac y all, sunarracin desenvolvase vigorosa y coloreada. Ha-ba, con todo, en Dvila inconfundible personali-dad? Si realmente era Dvila un escritor -yesolo vera ms adelante-, cmo iba yo a juzgar-le? Qu encontraron los literatos del 98 en susantecesores? En Valera, escepticismo bonachn;en Emilia Pardo Bazn, curiosidad despierta; enMenndez .y Pelayo, silencio respetuoso; en Cla-rn, comprensin; en Galds, confraternidad. Todoesto pblicamente, en el foro o en el gora. Y enel seno de lo secreto? A su vez, los escritores del 98se enfrentaron con otros escritores. Cul fu suactitud? Y cul la de esos que siguieron ante losque llegaban de nuevo? Problemas todos tan suti-les que se desvanecen en el tiempo. La historia li-teraria slo puede captar lo ms saliente. Lleganunca a comprender un escritor viejo a otro joven?Aun en la ms sincera cordialidad queda algo -noen la inteligencia, s en el sentimiento- que esinfranqueable. La sensibilidad levanta una barre-ra que no puede salvar la inteligencia.

    All en el asiento del tren o en la mesa de laantesala estaba el nuevo escritor. Qu podr te-

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    mer un escritor viejo de otro joven? La obra deuno est ya realizada, y la del otro va asomandoen el horizonte. De regin a regin, en el orbe delas letras, la rivalidad se atena. En la misma re-gin se encrespa. No puede recelar un novelistade un historiador, ni un erudito de un poeta. Lantima alarma se suscita de novelista a novelista,de poeta a poeta. Araa, quin te ara? Otraaraa como yo. Tena yo, Antonio Quiroga, a missesenta y cuatro aos, con mis cincuenta volme-nes, ante m un escritor que naca. Novelista l ynovelista yo. Inatentamente iba leyendo al azar elcuento de Luis Dvila. No me atreva al princi-pio a formar juicio: adverta en el fondo de miser algo inconfesable. Juzgu luego, acaso apre-suradamente --queriendo ser apresurado-c-, que enDvila no resaltaba lo que descubre a un verdade-ro artista: la inquietud. Goethe es quien sealacomo distintivo inconfundible del artista esa cua-lidad. Inquietud puede significar, entre otras co-sas, a mi entender, la siguiente: deseo en cadamomento de ser otra cosa distinta; curiosidadsiempre vida; confianza en s mismo y luego aluego desconfianza; taciturnidad y comunicacinefusiva; "contradecirlo todo con Saturno y otor-garlo todo con Jpiter", segn frase de nuestroGracin. Bien que Gracin -no exento de inquie-tud- habla en el pasaje aludido de los hombresdesiguales y los condena por lunticos. Y qu di-ferencia habr entre un inquieto y un luntico?

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    EL PRIMER TROPIEZO

    - Ha ledo usted -me preguntaron- La vidaseera, de Dvila?

    No me agrad la. interpelacin. Ni yo preguntoa las personas de respeto ni me gusta que un des-conocido me pregunte a m. El inadvertido in-sisti:-j Magnfico libro! j Libro de empuje 1Sonre y call. La sonrisa pudo parecer apro-

    bacin. No haba bice en aprobar. Sobre que eracortesa obligada al compaero, nada arriesgabacon el gesto. Entre m deca que el libro no era demi gusto. Contacto con el libro, por instinto, nolo tena. Das antes, hallndome en una librera,vi La vida seera, de Dvila, y sin cortarle lashojas, naturalmente, estuve husmeando la novela.Tuve el presentimiento de que el autor, por des-conocer el idioma, haba errado en el ttulo. Losjvenes escriben, si se quiere, con vigor -no ten-

  • AZORTN

    go inconveniente en concederlo--. No se aduean,empero, de la frase. No la hacen maleable. Saltanpor la propiedad y desdean la pureza. Cmo po-dremos aceptar un estilo horro de tales excelen-cias? Podremos prescindir, en ltimo extremo, dela pureza. No de la propiedad, que lleva anejadala exactitud. Voy al caso presente. Hoy se empleansin discriminacin cantidad de voces. En este mis-mo instante he estado yo a punto de cometer unaimpropiedad al ir a estampar palabra por voz. Loque se habla es palabra, y lo que se escribe es vozo trmi'IW. A quin no le ha saltado a los ojosen estos tiempos el verbo detenixLr -posesin le-gal-, empleado en lugar de legal posesn tEsquivo el arraigado trastrueque de umbral ydintel. Prosistas elegantes pudiera citar que ensus prosas pisan el dintel al penetrar en unacasa.

    Cuando apareci el libro de Dvila se usaba -yse sigue usando-e- el adverbio eeerasnente, nocomo por modo sealado, sealadamente, sino enacepcin de seoril. Ser siempre sincero si digoque yo mismo, Antonio Quiroga, algo ducho envocablos, he incurrido tambin en tal inadverten-cia. Cosa ms grave todava: prendado del voca-blo, lo he mantenido firme, sin enmienda. Lo hiceporque se me antojaba bonito -lo es en efecto-y tambin (entra aqu el amor propio) entendien-do que un artista creador, en cualquier grado que

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    lo sea, tiene privilegio de modificar o desviar a sumodo, no siendo violento, una acepcin usual. Se-eramente parece cosa altiva, seoril, arrogante.~ y por qu no ha de serlo, en efecto?

    Voy desvindome del tema, y acaso lo hago, ins-tintivamente, porque temo llegar a la confidencia.Hojeando el libro de Dvila me pareci que el autorempleaba seero -j yeso en un ttulo 1-, comoseor, dominador, altivo. En suma: la vida seo-ril. No la vida escuva, que era como en realidaddeca la resaltant- tipografa, sin que lo quisierael autor. En las Partidae, en la primera, ttulo VII,ley XXIX, al definir lo que es un monje, en gusto-so castellano se dice: "Ca monje tanto quiere deciren griego como guardador de s mismo, e en latn,uno, solo e triste; ca debe ser seero, apartndo-se para rogar a Dios, e triste debe ser, callando,porque non yerre en fablar."

    He dicho que sonre al ser preguntado. Faltmuy poco para precipitarme yo propio en el abis-mo. Hiperbolizo acaso algo. El abismo en que ibaa despearme era ste: declarar como al descuido,con otra sonrisa, ahora sarcstica, la clsica son-risa sarcstica, que el autor del libro no podraser considerado como autoridad en el idioma. Acon-teci que un mes ms tarde hube de leer La vidaseera; el azar nos trae lecturas insospechadas.Entonces advert que Dvla, por alarde culto, pon-gamos por pedantera, la pedantera de los jve-

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    nes -y de los VleJ0S-, usaba, s, seera por es-quiva y solitaria, es decir, en su propio sentido.Habams librado mi cautela de un bochorno. Elbochorno lo he tenido despus conmigo mismo. Yeste tropiezo, no sospechado por nadie, ha servidopara corroborar mi desvo -o ser franco, antipa-ta- por Dvila,

  • VI

    SIN PODER ENTERARME

    o sin querer. Dos cosas distintas, Ocupmonosde lo primero: no poder. Ocurri el lance con an-terioridad a la lectura de La 1Jida ~a. Tropecen una hoja efmera con una critica del libro. Lale sin esperanzas de quedar enterado. Raros sonlos crticos que desentraan el libro. No es de aho-ra la dolencia. Huyo en estas pginas de la erudi-cin. Erudicin y sensibilidad --crtica y crea-cin- se contradicen. Dir, sin embargo, quecuando, por ejemplo, leo lo que escribe Quevedode fray Luis de Len, no sabra decir luego cmoes la poesa del lrico manchego. Si lo s, es por-que lo saba antes. Quevedo se anega en adjetivosy encarecimientos innecesarios. El crtico de D-vila se produca del mismo modo, aunque sin laelocuencia ni la elegancia robusta de Quevedo.Otros dos o tres crticos adventicios que le se-guan igual 'norma. Escritas todas sus peroratasen tono de falso entusiasmo. con abundancia de

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    superlativos, empedradas de hiprboles, el lectoracababa por dejar el peridico, cansado de cami-nar entre hojarasca.

    Hubiera yo querido que sencillamente se me di-jera: la novela tiene tales o cuales personajes; suambiente es ste; la intriga se desenvuelve de talmodo; el autor pinta as un interior; o nos da detal manera la descripcin del paisaje; el estilo pecade prolijo o de escueto; hay o no hay en el librodemostracin moral o filosfica; si la hay, el autorviolenta o no la observacin de la realidad o elanlisis psicolgico para llegar a ella, etc., etc. Des-pus de todo esto, dicho sin nfasis, nos ofrece-rla el crtico la sensacin total de la obra. Esasensacin que no se tiene sino con el libro entero,y no con los fragmentos, por bellos que sean, quese incluyen en las antologas. No me enter, seor;no pude enterarme. La vida seera, de Luis D-vila, continuaba siendo seera y arcana para m,esquiva y misteriosa. Coleg, con todo, que se tra-taba de un libro en que predominaba el color y elsentido de lo plstico. Como yo al presente, des-pus de estar asido al mundo exterior, me com-plazco no ms que en el brujuleo de lo ntimo, aca-b por alejarme, acaso para siempre, de Luis D-vila.

    -1 Donosa lgica! --exclamar tal vez algnreparn-o No hubiera sido ms breve y hacederoleer el libro? Todos esos escrpulos y barruntossuenan a falsos y son ridculos.

  • VII

    MUERTE DE JUAN ALDAVE

    Muri por entonces Juan Aldave. Ms de vein-te aos haca que Aldave estaba retirado de lasletras: su nombre no sonaba nunca en los peri-dicos. Viva Aldave en un modesto cuarto de lacalle de la Ballesta, a la izquierda, conforme se vade Valverde a la Corredera. Estoy vindome aho-ra subir por la pma y lbrega escalerita. Un ami-go me dijo que Aldave estaba gravemente enfer-mo, y yo fu a visitar al novelista. Las novelas deAldave eran discretas, un poco grises, un tantoanodinas. Diez o doce contaba en su acervo, y detarde en tarde encontraba yo una -no la compra-ba- en los tabancos de libros viejos. En tiempos,Aldave sola concurrir a una tertulia que yo fre-cuentaba. Dej de verle; tal vez estuvo ausente deMadrid. Despus le haba encontrado alguna vez enla calle: envejecido, caminando despacio, casi atientas, los ojos apagados tras los espejuelos, ce-gato, blancas y ralas sus largas patillas de mari-

  • so AZORIN

    no antiguo o de antiguo banquero. Creo recordarque public tambin algunas narraciones en una re-vista en que yo participaba. Desde aquellas fechasno haba yo vuelto a leerle. No puedo asegurarque leyera ninguna de sus novelas. Las noticiasde su prosa, siendo tan remotas, entraban en loconfuso.

    Ahora ya puedo concretar. Haba pintado Al-dave la vida madrilea. No la aupada, sino la me-diocre. Entrar en una novela suya era como en-trarse de rondn, despus de haber tirado de unacadenita, en un cuarto sencillo y oscuro. Hay enun aposento interior una camilla vestida de ne-gro, con bordados en lanas verdes, azules y rojas.En las paredes, litografas antiguas con asuntosde las Cruzadas o del descubrimiento de Amrica.y de la casa entera se exhala un olor especial aespliego -ha sido quemado en el brasero-, a al-canfor y al vaho de los pucheros en la cocna. Todoes sencillo aqu, todo opaco y todo inactual. En lacasa de Aldave ocurra lo propio. Llegaba yo conmis trepidaciones mentales, causadas por las lec-turas, y me encontraba como en un remanso deltiempo. Juan Aldave iba poco a poco dejando apedazos la vida, y yo en aquella casa penumbrosa,sentado ante la camilla, encontraba grato acrecen-tamiento de mi vida. Hice al principio dos o tresvisitas a Juan Aldave, y luego, cobrada la queren-cia, comenc a ir sin falta todos los das. La en-fermedad fu larga. Hubo tiempo para que yo le-

  • EL ESCRITOR 81

    yera tres o cuatro novelas de Aldave. Como yo aso-ciaba el ambiente de las novelas con el ambientede esta casa -poniendo entre los dos mi arecv-dad-, encontr grata la lectura. No me Inquietasaber, no quiero saberlo, lo que las novelas me hu-bieran parecido con otras adherencias. Creo queproced entonces con entera sinceridad. Publiquun par de artculos en que elogiaba, tal vez en Jc-masa, la obra de Aldave, y se hizo como un remo-lino de curiosidad, efmera curiosidad, cierto, entorno a la figura del viejo y olvidado escritor.

  • VIII

    ROBERTO SEIJAS

    Quiero dejar trasunto en estos anales de loshombres singulares que he conocido. Pas ciertavez por Lodosa, en Castilla la Vieja, viajando enautomvil, viniendo a Madrid desde el Norte. yquise detenerme a saludar a un amigo. Habamossido Roberto Sejas y yo condiscpulos en la Uni-versidad de Valencia. Fu a Valencia Seijas hu-yendo del rigor de un catedrtico de Valladolid.Seijas y yo estudibamos Derecho. Aprob Seijasla asignatura dificultosa, motivo de la trasmigra-cin, y se qued en Valencia. Convivimos frater-nalmente dos o tres aos.

    Al llegar a la plaza del Condestable, preguntpor la casa de Seijas a un mendigo que vi en lapuerta de la Catedral, envuelto en amplia capa,con sombrero bajo y ancho, aguilea la faz, y losojos chiquitos y vivos, aquilinos tambin. El men-digo, al preguntarle yo. levant silenciosamente el

  • EL ESCRITOR 33

    brazo y seal un casern de piedra situado en-trente de La Catedral. No pronunci luego palabra.Le di yo una moneda, la bes y despus se quitel sombrero con otro ademn seoril. El tradi-cional viajero francs hubiera en este caso diag-nosticado -tal vez con acierto- altivez caste-llana.

    Se me acogi cordialmente en casa de Seijas.Hubo por parte de mi amigo exclamaciones pon-derativas en exceso. Hubiera yo querido un trmi-no medio entre la mudez del pordiosero y la ver-bosidad de Seijas. En casa llena presto se guisala cena. No hubo en casa de Roberto el trajn afa-noso que se produce en las casas adonde llega, pocoantes de comer, un comensal inesperado. Se comasuculentamente -cocina recia y sana- en casade Seijas, Nos sentamos a la mesa Roberto, sumujer, discreta seora castellana, y las dos hijasdel matrimonio, Asuncin y Casilda, La comida,por los manjares y por los comensales, fu muyplaciente. Funcion el telfono y vinieron a lahora del caf varios amigos.

    En este momento ocurri lo imprevisible. Sei-jas desempeaba la alcalda de Lodosa. El mismome dijo, entre donaires, que en las sesiones delcabildo echaba largas y elocuentes peroratas, y queun peridico de la localidad, saltando por encimadel siglo XIX, en que no quera detenerse, es de-cir, por encima de Castelar, Maura, Canalejas,

    NM. 261.-2

  • AZORIN

    Ros Rosas, etc., se remontaba a Roma y Greciay le comparaba a l, Seijas, nada menos que conDemstenes y Cicern.

    -Vamos a ver, Antonio -dijo pausadamenteRoberto-. Aqu en Lodosa tenemos planteado unproblema, que en realidad no es problema. Lo espor un lado y no lo es por otro. En Lodosa con-tamos con una verdadera eminencia. Hay, sin em-bargo, quien dice que esa eminencia no lo es entanto grado. En el casino se suelen promover dis-cusiones sobre tal tema. T debes de saber queen Lodosa ha nacido Luis Dvila. (No saba yo'nada; era la primera noticia que del fausto suce-so, para Lodosa, tenia.) T conoces, sin duda, susnovelas. Te habrs deleitado seguramente leyn-dolas. (Ni las conocia, mi, claro es, me haba deiei-tado.) Vale o no vale Luis Dvila? Es realmen-te un gran novelista o no lo es? T has llegado ala cumbre en las letras. (Faomeoxe haba de salirla cumbre.) Tu autoridad no se discute. Danos,por lo tanto, tu opinin.

    Tenan todos puesta en m la mirada. Hay pre-guntas de hombres hechos y derechos que parecende nio. Valer o no valer? Y con relacin a qu?Todo es contingente y relativo. Depende todo deltiempo, del lugar y de las circunstancias. Contes-t a la pregunta con palabras afectuosas y equ-vocas. No poda yo forzar mis convicciones, poruna parte, y, por otra, la cortesa me obligaba a la

  • EL ESCRITOR 95

    condescendencia. Las palabras que profer, des-cartada una sutil reticencia, que no fu adverti-da, sonaron a elogio difano.-j Ya lo veis! j Ya lo estis viendo! -exclam

    Seijas triunfalmente-o El novelista cumbre (otravez la cumbre) proclama que nuestro paisano esuna gloria de Lodosa y de Espaa.

  • IX

    DEFIENDAME DIOS DE Mi

    He ledo esta frase -"defindame Dios de m"-en Lope de Vega. No debe de ser original de Lope,sino usual en su tiempo, puesto que otros autoresla usan. No s tampoco si Nietzsche, que hace su-ya, tomndola a lo que sospecho de Vctor Cher-buliez, otra frase, un verso de Lope -"yo me su-cedo a m mismo"-, cita tambin la frase prime-ra. Pudiera hacerlo: las dos son frases netamentenietzscheanas. Continu el viaje y dorm aquellanoche en Segovia. La excursin, a marcha mode-rada, con detenciones en parajes amenos, puso ala-cridad en mi espritu.

    y por qu haba Dios de defenderme de mmismo? Las palabras que en Lodosa haba yo pro-nunciado con referencia a Dvila, esas palabrassegn la interpretacin de Seijas, volvanse contram. El sentido recto desapareci, y qued el sen-tido ambiguo. Prevaleca esto con ntima compla-cencia ma. Cosa no fcil era explicar la delicada

  • EL ESCRITOR 97

    complicacin de sentimientos. Llegaba, sin embar-go, con explicaciones o sin ellas, a este resultado:gracias a m, Dvila era para sus paisanos un hom-bre ilustre. Debido a mis palabras, Dvila perte-neca honrosamente a Espaa. Y pensando, pen-sando, ms o menos exactamente, o sin pensarnada, a esa complacencia segua un corolario fa-tal: la humillacin, en mi mente, del propio Dvi-la, puesto que si por mis palabras Dvila recibala consagracin de escritor, yo impona a Dvila,no dir que mi yugo, s que mi estampilla. Dvilaera, pues, una moneda que yo, con mi arte, con miprestigio, haba troquelado. Antes era un pedazode metal y despus una moneda urea. Tena yo,indiscutiblemente, no caba dudarlo, ms valor queeste novelista por m desconocido. Apelaban a midictamen, y yo lo daba en forma tal -ya se ha-ba desvanecido la reticencia- que implicaba misuperioridad evidente. Escribo todo esto con cier-to temor, La razn es clara: estados de conciencia.tan etreos se perciben de un modo vago e incon-creto. Si queremos expresarlos, llevados de nues-tro afn de psiclogos, nos encontramos con quelas palabras son demasiado rudas e inflexibles pa-ra la exteriorizacin.

    Comiendo en Segovia, en un hotel, descog unperidico que haba comprado y comenc a leer.Las noticias no me atraen en los peridicos. Nime gusta que vengan a contarme lo que se ruge porel lugar. Lo que haya de saber, lo sabr con el tiem-

  • 98 AZORIN

    po. Por nuevas no penis, hacerse han viejas y sa-berlas heis. Lo que yo lea durante la comida, convivo inters, era un cuento de Dvila. La prosadiscurra flida, sencilla y precisa. Esperaba yo eldesenlace. Vea venir, con cierto temor, un desen-lace de relumbrn. Sacrificara Dvila ese efec-tismo y renunciara al aplauso vulgar? Abr lashojas del peridico para continuar leyendo en lapgina siguiente. Dvila, dueo de s, como yo es-taba deseando, pona a su cuento un final sencillo.

  • x

    SIXTO PRENDES

    Haba yo transigido con Dvila, mentalmente,sin muestras exteriores, y mi transigencia durpoco. Hice una visita memorable a Sixto Prendes.Digo memorable porque esa visita labr en mi es-pritu. Prendes viva en la plaza del Progreso, for-mada antao con el derribo del convento de laMerced. Prendes llevaba cuatro aos sin salir decasa. He ledo en alguna parte, no s dnde, quedon Francisco Javier de Istriz, presidente delConsejo, el mismo que hizo diputado a Larra, vi-va en esta misma plaza y estuvo tambin recluidovoluntariamente, no cuatro aos, sino seis. No hepodido ni saber los motivos, ni llegar a presumir-los. Prendes tena setenta y seis aos. Pens yoencontrar en l un espaol rancio, s, conocedorde todo lo espaol, s; pero con criterio restricto.No fu eso lo que encontr.

    No sala de casa Sixto Prendes porque poco a

  • AZORIN

    poco se haba ido limitando. La edad lo impona.Necesitaba todas sus fuerzas para s y no paralos dems. No poda disiparlas en lo adherente; ha-ba que concentrarlas en lo sustantivo. Pero a lavez que se limitaba en el espacio, se ensanchabaen el pensamiento. Alto, gil, enjuto, con adema-nes de seor antiguo, el pensamiento vivaz, Pren-des segua con atencin en peridicos, revistas ylibros la produccin literaria universal. Conversarcon l era tener el eplogo, en cuatro palabras di-fanas, de los problemas actuales de la esttica. Nohaba publicado Prendes ms que un libro, Losdas y las noches, coleccin de breves poemas. Ha-ban pasado muchos aos y slo en dos o tres oca-siones se haba visto su firma en los peridicos,al pie de unos versos. Pod an ser esos versos, co-mo lo del libro, de todos los tiempos, muy anti-guos y muy modernos. Conversamos cordialmente.Prendes no ostentaba erudicin, ni trataba de sor-prenderme con paradojas sutiles. En el curso denuestra charla advert, con extraeza, una o dosveces, aprobaciones incidentales a valores litera-rios que en realidad eran ficticios. Recordaba yola predileccin de Taine por Hctor Malot, y elentusiasmo de Goethe por Beranger, Hablamos delproblema del estilo, y Prendes dijo:

    -Juan de Valds ha dado la norma definitiva enel estilo: "Escribo como hablo." Pero fjese usteden que quien dice eso, es decir, quien escribe como

  • EL ESCRITOR .&1

    habla, no es el curtidor de la cuesta del ro, ni lazabarcera de la plazuela, ni el pelantrn en el ha-za, sino Juan de Valds, o sea, una persona culti-vada y leda.

    Ya en pie para despedirme, como nombrara yoa Dvila, Sixto Prendes tuvo, en silencio, un ges-to evasivo.

  • Xl

    LA DAMA DE AMERICA

    Soy poco accesible a las visitas. No por hura-a, s en obsequio a los propios visitantes. Cuan-do llegan hasta m, se encuentran con un hombrevulgar que profiere palabras vulgares, y se reti-ran descontentos de m y descontentos de s mis-mos. De m porque no he podido ofrecerles inge-niosidades, y de ellos porque han tenido la singu-lar idea de visitarme. Entiende cada uno el co-mercio social a su modo. Se dan unos a todas lasgentes, sin discriminacin de personas, sean dis-cretas, sean cansadas. Prefieren otros la vida so-litaria, la famosa vida seera, y repiten el refrnque dice: "ms vale seero, que con ruin compa-ero." Soy de estos ltimos. Cmo Dvila, quedesborda actividad, segn me dicen, ha escrito unelogio de la vida apartada? Cmo yo, que pro-pendo al apartamiento, he compuesto libros efu-sivos? No lo s. Nunca he podido saber tampoco

  • EL ESCRITOR 19

    por qu Roja se acuerda en sus poesas del Mon-cayo, cuando tiene ms cerea, ya de Sevilla, ya deMadrid, otras montaas.

    He tenido que recibir, por recomendacin inex-cusable y por propio gusto, a una dama que llegade Amrica. Ya que no he podido yo ir a Amrica,viene Amrica a m. He inclinado levemente la ca-beza, ha sonredo la dama y nos, hemos sentado.- Trabaja usted mucho, maestro ';'-Trabajo cuando estoy en vena, y cuando no,

    s abstenerme.--- Cundo est usted en vena?-Cuando me despierto despus de haber dor-

    mido tres o cuatro horas profundamente._ Trabaja usted de noche?-De madrugada, antes, de que los gallos se des-

    perecen.--- Y sigue usted trabajando al romper el da?-No quiero dejar mal a Bartolom Leonardo

    de Argensola, que habla de quien escribe a la "luzde vigilante lamparilla o en la estudiosa luz delas auroras", y sigo trabajando. La lamparilla vi-gilante la apago al hacerse de da.-iQu raro! Dvila me ha dicho lo mismo. Le

    gusta a usted Dvila?-Unas veces s y otras no.-Como ocurre con todos los autores.-Exactamente. Como ocurre con Homero, Sha-

    kespeare, Cervantes, etc.

  • AZORIN

    - y no le cuesta a usted trabajo dejar la eamaa medianoche?

    -Ningn trabajo. Ni levantarme de la mesa amedia comida.

    -, Come usted mucho?-Lo que necesito para vivir: muy poco; casi

    menos que un cartujo.~Qu escritores son sus predilectos?---!Todos y ninguno. Depende del da, de la es-

    tacin, de la temperatura, de la salud, del humor...y del dinero.~i Cosa extraa! Dvila me ha dado la misma

    respuesta. Prepara usted algo?-Preparo lo que no he de escribir, y escribo

    lo que no he preparado.-j Igual que Dvila! Qu opina usted del es-

    tilo.-El estilo es la fuerza vital. Hay escritores que

    creen que tienen estilo, y no tienen fuerza vital.No son, por lo tanto, escritores. Nos dan una vidaficticia. Nada que no sea vivo puede perdurar. Lavida no se imita, yesos falsos estilos son transpo-siciones de otros estilos, vitales.

    En la puerta, al despedirnos, con su mano en mimano, la dama de Amrica me ha dicho:

    -Maestro, guardar de esta entrevista un re-cuerdo imborrable. Usted y Luis Dvila son misdos escritores predilectos.

  • xn

    CLEMENTE RODERO

    He ido a ver a Clemente Rodero. Vive en un pu-pilaje de la calle del Carmen; pasa parte del aoen Madrid y parte en su pueblo, Sahagn, en laprovincia de Len.

    Ha habido un momento, en Espaa, en que lapintura -la pintura de paisajes-- ha trascendidoa las letras. El jardn abandonado, con su estan-que de aguas verdosas, impregna de melancola co-sas y hombres y se transforma en especies diver-sas. Coetneamente, una rfaga neorromntica quesopla de Amrica, acenta ms la desesperanza.Pero si los dems inciden en el sentimentalismo yen la afectacin -ya con pinceladas pesimistas, yacon falsas elegancias mundanas-s-, Rodero sabecontenerse en una etrea melancola, y permane-ciendo espaol, hondamente espaol, se libra de laadherencia extraa. En el fondo de esa vaga triste--za pasa en silencio, cual tenue sombra, una figurainquietante -Nietzsche- que deja su huella en la

  • AZORIN

    arena. Clemente Rodero suele disertar sobre est-tica y filosofa. Consideraciones filosficas hay enalgunos de sus poemas, no muchos. Descartmos-las sin titubeos. Porque Rodero es, fundamental-mente, pintor y narrador -del momento pasado,del momento presente-, y slo cuando pinta o na-rra alcanza su magnfica plenitud.

    Nuestra conversacin, en 10esencial, ha sido sta :- Con qu cree usted, Rodero, que se hace la

    poesa: con ideas o con palabras?-No lo s.-Le atrae a usted el mundo exterior o le atrae

    el mundo del espritu?-No lo s. No pienso ni en el mundo exterior,

    ni en el mundo del espriru cuando escribo. Escr-bosin pensar.

    -Prefiere usted los poetas antiguos o los mo-dernos?

    -Los modernos y los antiguos. En poesa no hayantiguos ni modernoa: no hay ms que poetas.

    - Cul cree usted que es el mayor peligro parael poeta?

    -El pensar que le van a leer. El sacrificar, si-quiera en mnima parte, la eternidad a lo actual.El poeta debe estar por encima del tiempo y delespacio.

    -La actualidad puede extenderse a muchascosas.

    -Los problemas que son hoy un misterio, pue-den dejar de ser misterio. Recuerde usted la aven-

  • EL ESCRITOR

    tura de fray Luis de Len. En una de las odas aFelipe Ruiz, el poeta ansa salir de la prisin terre-na y volar al cielo. Entonces podr esclarecer mu-chos impenetrables secretos. Esos secretos son _lossiguientes: cmo se sustenta la tierra en el terinfinito; por qu se producen los espantables te-rremotos; cmo se hacen, incesantemente, el flujoy el reflujo; de qu modo se sostiene el agua enlas preadas nubes; por qu fulmina el rayo y re-tumba el trueno. Y es que no sabemos hoy el por-qu de todos esos fenmenos, que fray Luis de Lenansiaba esclarecer?

    - Ser ilusin la vida, querido Rodero?-La vida es ilusin. Y la poesa no sera nada

    si no fuera ilusin. Tan apegados estamos a la ilu-sin, que muchas veces, leyendo un poema, pone-mos en l mucho ms de lo que en ese poema existe.Poemas que admiramos no los admiraramos si 1

  • XIII

    FRENTE A FRENTE

    Entraba yo en la sala y vi en medio un correda invitados que conversaban en pie. Iba yo dis-trado. Divis slo, al pronto, a la duea de la ca-sa: Marta Mendoza. Y con la sonrisa en los la-bios, me apresur a saludarla. De pronto, al llegary tener en mi mano la mano de Marta --o un mo-mento antes-, present lo inevitable. No conocayo a todos los invitados; de los que estaban en elgrupo, unos eran amigos mos y otros no. Entreestos ltimos, se encontraba Dvila. La presenta-cin a los desconocidos iba a ser hecha. La due-a de la casa nos pondra a Dvla y a m frentea frente.

    Nos miramos Dvila y yo en el mismo instante.Aconteci todo en unos segundos. No es fcil ex-plicar lo que, en trances tales, cuando ha de to-marse una resolucin instantnea, hacemos o de-cimos, por qu lo hacemos y cmo lo decimos. Para

  • EL ESCRITOR 49

    pensar no hay tiempo, y nos vemos compelidos auna resolucin: resolucin que puede ser afortu-nada o tener graves consecuencias. Estaba yo in-corporado ya al grupo; Dvila y yo habamos cru-zado la mirada; Marta Mendoza, a punto de pro-nunciar la ritual frase: " Ustedes no se conocen1"La cara de Dvila se puso seria; la ma pas unpoco ms adelante, volvindose torva. Si la inmi-nente presentacin se hace, qu ocurrir? Que-dar todo en un apretn de manos ceremonioso yun cambio de palabras corteses, caso de que lashaya. O sera el saludo una puerta que se abre ala cordialidad?

    No pude reprimir un impulso instintivo. Di me-dia vuelta rpidamente, al mismo tiempo que cogael brazo de Marta. Si con plena conciencia, comoun actor, tuviera que repetir la maniobra, no acer-tara a hacerlo. Despaciosamente, nos encamin-bamos Marta y yo -la empujaba yo con suavi-dad- hacia el hueco de un balcn. En cuatro pa-labras, tratando de ser chancero, enter a Martade la situacin. Entramos poco despus en el co-medor, y en la comida no hubo particularidad dig-na de nota. Hubo, s, al principio, cierto ambienteespecial. Se percataron algunos comensales del an-tagonismo que en torno a la mesa se ofreca, y nosmiraron a Dvila y a m con cierta mirada inqui-sitiva. La duea de la casa, sonriente, dominandoel conflicto, sin concederle importancia --cosas deescritores-c-, disip pronto el vago malestar y es-

  • AZORIN

    tuvo admirable de ingenio y finura. A la hora delcaf, en otra sala, no hubo, por fortuna, intento deconciliacin. Desde el primer momento, al desple-gar la servilleta, yo fu dueo de m y me produjecon naturalidad. Me pareci, mirando a hurtadi-llas, que Dvila, callado al comienzo, monosilbicodespus, acab por estar locuaz y ocurrente.

  • XIV

    TENIA QUE SUCEDER

    1Vaya por Dios ! No encuentro mejor comenta-rio al dichoso suceso; la exclamacin es netamenteespaola. Narrar el suceso clara y rpidamente.Huyo en estos anales de lentitudes y preeces. En-contr a Chaide, Pedro Chaide, en la Puerta delSol. Me cogi del brazo y descendimos lentamentepor la calle de Alcal. Estimo con sinceridad aChaide. Preguntme si estaba escribiendo algo yle contest que s; le pregunt yo a l y me dijoque tambin. Quiso saber lo que yo escriba y ledije que una novela; le interrogu sobre su traba-jo y me contest que un libro de Historia. El ttu-lo de mi libro le gust. Los ttulos Son difciles;cuesta mucho trabajo encontrarlos... o se encuen-tran desde el primer momento, y en ese caso todoel libro futuro gira en torno al ttulo. El ttulo daprestancia al libro; debe ser airoso; unos tienencolor y otros cadencia. Se ha perdido el arte de

  • 52 AZORIN

    titular; los clsicos lo posean; lo posean porqueeran dueos del idioma. Chaide me dice que Lopetiene ttulos expresivos; Caldern los tiene largosy eufnicos. Chaide cita ste de Lope : El oillamo enmi, rincn. Aade otro: Al paear del arrouo, Con-tinuamos caminando lentamente por la calle de Al-cal; Chaide lleva pasado su brazo por el mo. Citoyo este ttulo largo de Caldern, que encierra pro-funda leccin de psicologa: Gustos y disgustos8'On no ms que inw.ginac5n. Como adehala agregoel siguiente, tambin hondamente aleccionador:En esta vida todo es verdad y todo mentira. Chai-de quiere saber el asunto de mi libro. No soy ami-go de hablar de mis libros cuando los tengo en eltelar. Como estimo sinceramente a Chaide y en sujuicio tengo confianza, se lo digo.

    A Chaide le parece rara la idea. Lo que yo estoyhaciendo es un libro sobre el ideal asctico. Y enquin encarnas t ese ideal? -me pregunta Cha-de-. Le contesto que en un hombre. Claro que hade ser en un hombre. Aunque pudiera ser en todauna comunidad de hombres. Y ese hombre quines, y dnde vive, y cul es su condicin? Prosegui-mos caminando lentamente. Encontramos dos ami-gos que nos paran y cambiamos can ellos cuatropalabras. Dnde bamos en nuestra charla? Cha-de inquiere de nuevo. Pero bien, qu se ha hechode ese asctico? Ese asctico -contesto yo- es uneremita sin yermo. Cmo puede ser un eremita

  • EL ESCRITOR 59

    -el vocablo lo reclama- y no vivir en un deser-to ? El eremita que yo voy a presentar -todaviala obra se halla en estado informe- no vive enun desierto, como el antiguo de Bolarque, en la pro-vincia de Guadalajara, sino enmedio de una popu-losa ciudad. Y ese eremita es un hombre culto. Nosdetenemos; Chaide aprieta mi brazo y sonre. De-sea saber si yo he estado alguna vez en una cartu-ja o en un monasterio de la Trapa. La conversa-cin deriva hacia Chateaubriand; es raro cmoen estas charlas deshilvanadas lo que parece lgi-co toma visos de incoherencia.

    Vamos llegando a la plaza de la Cibeles. Nosvolvemos a detener junto a la verja del Ministe-rio de la Guerra. Chateaubriand contaba creo quesetenta y cinco aos cuando compuso Romc: a lossetenta y cinco aos se enamor Goethe de unamuchacha que tena diecinueve. Le pregunto ,aChaide si conoce ese libro. Desde luego, Chaide, sa-bidor de tantas cosas, ha ledo el libro de Chateau-briand. Magnfico es ese libro. Y esa belleza re-posada demuestra que a tan avanzada edad se pue-de tener lozano el entendimiento. No estoy yo se-guro, con tantos aos, de poseerlo. Claro que yono soy Chateaubriand, Hablamos del caballero Ran-c, reformador del Cister, fundador de la Trapa,y hablamos de la prosa plstica, coloreada, caden-ciosa, de Chateaubriand. Esa prosa, como la deRousseau en el siglo XVIII, ha dado pbulo a mu-chas obras de arte. De Chateaubr.and proceden

  • 54 AZORIN

    muchos escritores que o no saben su ascendenciao no quieren saberla. He estudiado la vida de car-tujos y de trapenses. Le digo a Chaide que, param, ese ideal de austeridad y de contemplacin escomo el culmen del pensamiento humano. Quhermosa serenidad! Ghaide me arguye que dondeyo veo serenidad acaso no la haya. Y que si yome precio de psiclogo -lo soy en poca escala-he de reconocer que en la mente de un hombre in-mvil, contenido entre cuatro paredes, pueden dar-se, respecto a su actitud ante el Infinito, ante Dios,en sus esperanzas y desesperanzas, en sus fervo-res y en sus desfallecimientos, conflictos tan dra-mticos como los que motiva la ms intensa ac-cin. Convengo en ello; recojo esta especie --espe-cie esencial- para mi libro en marcha. Celebro elhaber encontrado a Pedro Chaide, Estamos para-dos en la plaza de la Cibeles; Chaide ha de mar-charse por Recoletos y yo he de bajar hacia laestacin de Atocha. Chaide, que lo sabe todo, nose acuerda de cul es la comida diaria de un tra-pense. Tengo yo en la ua -puesto que las he es-tudiado para mi libro- las constituciones de laTrapa. La comida de un trapense la componen doceonzas diarias de pan, una racin de verdura osopa a medioda, y otra racin de verdura, cocidacon sal y sin aceite, por la noche. Y es que micenobita, cenobita en una buhardilla, hastiado delmundo. cansado de las parleras y animosidades

  • EL ESCRITOR 55

    del mundo, va a sujetarse a esa parvedad? Al des-pedirnos, Chaide me dice, jugando del vocablo, ju-gando con la etimologa: "Dvila va a publicar unlibro; saldr de un momento a otro; es un libro decierta extensin, pero en realidad es un libro chi-co, un libelo." i Vaya por Dios!

  • xv

    IDA Y VUELTA

    Voy a trazar, sin destemplanzas, naturalmente,el itinerario del libro de Dvila en mi propia casa.Estoy ya muy avezado a estos lances. No me hamandado el libro Dvila; ha sido cosa del editor.Al volver a casa me he encontrado sobre la mesaun paquete. Desde la puerta lo he visto, y en estemomento, sin saber ms, he presentido que algofuera de lo corriente iba a producirse. Dirase quelos combatidos en la vida tenemos como unas an-tenas invisibles, a la manera que las tienen cier-tos insectos, con las que blandamente, con precau-cin, tarsteamos el vituperio antes de tener cono-cimiento exacto de su existencia. Lo tocamos, estall patente, antes de abrir un peridico, con el pe-ridico plegado en la mano, antes de abrir un li-bro, con el libro todava intenso. Y qu es el librode Dvila? Lo sopesaba yo pausadamente; me com-placa, a pesar de mi presentimiento, en calcularel peso de este volumen. Y para qu quera yo su-

  • EL ESCRITOR. 57

    ber el peso? Era un gesto instintivo con el que ibaretrasando el instante de cortar las hojas. Perolas cortara? Y por qu iba yo a complacer al au-tor tomndome un disgusto con la lectura de sulibro? El libro estaba bien impreso; Dvila tienegusto. La cubierta era de recio y blanco papel dehilo y la tipografa a dos tintas, negra y amaran-to. y all en mi mano, libre ya de su envoltorio,estaba el libro. Haba husmeado ya, pasando hojasal azar, el improperio. Dvila, en ese libro, arre-mete con saa, arrogantemente, contra los viejosmaestros. La vida tiene retornos crueles. No ha-ba yo comenzado mi propia carrera del mismo mo-do? En el libro, hojeado ligeramente, el ms vitu-perado de todos los maestros era yo. Aporreadotoda la vida, esta arremetida se sumaba a otrasmuchas. Pareca obligado principio de todo bisooel combatir a este veterano. Y qu iba yo a ha-cer, en resolucin, con el libro? Haba formadopropsito de no leerlo; no leo jams las impugna-ciones virulentas que de m se hacen. Ahora, sinembargo, dudaba. Dudaba porque en el fondo, sinproponrmelo yo, senta estimacin por Dvla.Las mismas fluctuaciones que en lo ntimo de miser se haban producido, en estimacin y en deses-timacin, con referencia a Dvila, demostraban miquerencia. Y este hombre, distinguido por m,destinado acaso a ser mi amigo, me vituperabaviolentamente?

    Dej el libro con gesto de cansando, cansancio

  • 58 AZORIN

    y desdn, encima de la mesa donde escribo. El pri-mitivo estado espiritual fu creciendo, cristalizan-do; razonaba yo sin razonar; era, en lo hondo demi conciencia, donde el drama se desenvolva.Unos minutos ms tarde, el libro pasaba, con msdesdn, desde la mesa en que trabajo a otra mesaadyacente, donde pongo los libros que esperan lalectura. No haba de suspender mi trabajo diarioporque Dvila hubiera escrito unas pginas en queme maltrataba. Pseme a trabajar. Escrib comotodos los das. Y volv, al cabo, a interrogarme: por qu la desazn? Se leera el libro de Dvila.Se comentara en los peridicos y en las tertulias.Se aadiran acaso otros improperios a los estam-pados en el libro. Los das, las. semanas y los me-ses transcurran y el libro sera olvidado. No obs-tante mi aparente serenidad, el libro pas de lamesa accesoria a un anejo de mi biblioteca, quese halla en el fondo de la casa y adonde van a pa-rar los libros insustanciales. No s si all estuvodas, semanas o meses. Continu mi vida diaria.Nadie me hablaba del libro. La primitiva animo-sidad se haba ido calmando. Haba ido yo antespor el pasillo de la casa con el libro en la mano,para depositarlo en la leonera de los libros. Y aho-ra volva con el libro en la mano por el pasillo, deretorno a mi despacho. No exista motivo para queyo no leyera la obra de Dvila. Poda eludir la lec-tura de un libelo vulgar, no la impugnacin, porvirulenta que fuera, de un hombre de talento. Cog

  • EL ESCRITOR

    la plegadera y fu lentamente, complacindome enmi lentitud, cortando las hojas. Le, s, al cabo, yme encog de hombros. Dvila me combata con ex-trema acrimonia; pero Dvila, al combatirme, noconverta, como otros han hecho, una buena cuali-dad ma en un defecto abominable, El afn de com-prender, de explicarme a m mismo los espeetcu-los del mundo, no era trocado aqu en veleidad. Elencogimiento de hombros de que he hablado, cosafigurada, simblica, acab por desaparecer y reco-br mi ecuanimidad. Mentalmente, di las graciasa Dvila. Dios me d contienda con quien me en-tienda, dice el refrn.

  • XV]

    EN PROFUNDIDAD

    Pasaron cuatro o seis meses. Del libro de Dvi-la, descartada la virulencia, quedaba lo que debaquedar: una afirmacin de vida, un alarde de fuer-za. Hice un viaje a Levante. De tarde en tarde measaltaba el recuerdo de Dvila, y ese recuerdo meserva para afirmar mi propia personalidad. Laobra de tantos aos estaba realizada y no podraanularla nadie. Escriba yo ahora una novela; elprotagonista, con una enrgica sacudida, una sacu-dida moral, despide de s las adherencias que elmundo ha puesto en su persona: el afn de nom-brada, la ambicin de gloria, el apetito sensual,el gusto por la buena mesa, el regodeo en el sueo.Aun los goces del arte, desinteresados y puros,estn ya lejos de este hombre que aspira a lo eter-no. No s si explico bien el concepto del persona-je. A medida que he ido avanzando en edad me haido ganando la duda. Donde antes afirmaba resuei-tamente, ahora titubeo. El automvil camina veloz

  • EL ESCRITOR 61

    por los llanos de la Mancha, y yo voy sumido enmis. cavilaciones. De la maraa de mis pensamien-tos saco al fin un hilo, el hilo de la continua pre-ocupacin por Dvila. No por su libro -el libroest ya olvidado--, sino por su persona. Har yo,una vez ms, el elogio de las casas levantinas?

    Estoy al presente, despus de unas horas de ca-minar vertiginoso, en un cuarto blanco, sencillo,con los muebles de nogal. El ambiente es templa-do, cuando en Madrid es de fro riguroso. La luzes viva; pero el azul del cielo no es el azul intensode Madrid, sino un azul plido y lechoso. Todoesto son cosas que ya apenas prenden en mi esp-ritu. Djeme llevar por la eterna corriente, y escri-bo en lo espiritual y perdurable. Lo efmero y pa-sajero, sin embargo, retorna de cuando en cuandotenazmente. Hay dos clases de nombradas: las hayhorizontales y las hay verticales. Las hay en ex-tensin y las hay en profundidad. Cul ser lade Dvila? Los que gozan nombrada en extensinven su nombre y sus obras aplaudidos por todos;las celebran los crticos y las ensalza el vulgo. Sonhombres dichosos los tales artistas. Pero si com-prenden, si la inteligencia vigila en ellos, esta-rn realmente tranquilos? Los que gozan de lanombrada en profundidad apenas la gozan. Elrea de su prestigio es muy corta. Han de sobre-ponerse a s mismos, a sus desalientos, a sus cadas,para proseguir en su obra. El pblico los ignora.Aun la crtica independiente los discute. En cam-

  • AZORIN

    bio, si no gozan de un extenso pblico ahora, suobra, en tanto que las dems se desvanezcan enel tiempo, ir perforando el tiempo profundamen-te, y pasar, cada vez ms estimada, de generacinen generacin. Cul ser el prestigio de Dvilay el destino de su obra? Se ha hecho la serenidaden mi espritu. La profundidad en la nombradaliteraria se indicia, a veces, en pormenores insos-pechados. No son nada y lo son todo. Si yo advir-tiera que Dvila es un autor en profundidad, nosentira ninguna desazn. El dueo de esta casaes hombre sencillo y culito. Lee mucho y no lee in-distintamente. Su biblioteca, si corta, encierra li-bros selectos. Recorremos toda la casa, y al entraren un cuartito que da a un huerto, cuartito dondemi amigo lee y medita, veo en una mesa el retratode Dvila,

  • XVII

    SIGUE LA PROFUNDIDAD

    Siempre me han atrado los pintores. Hastaqu punto influye la pintura en el escritor? Enqu grado, siendo pintor el poeta o prosista -elDuque de Rivas, Juan de Jaregui-, podremosrastrear la influencia de la pintura en sus produc-ciones? Lo que yo admiro en el pintor -yen miinfluye-, no tanto es la pintura misma como lapsicologa: su arbitrio en disponer de los colores,pincel en mano, y su afn, ya ante el lienzo, ya ensus ensoaciones, de encontrar una composicinfeliz.

    Descend hasta el Mediterrneo, y ascend ver-tiginosamente, en automvil, a un pas montuoso.El pueblo, entre montaas, era corto. Deba deestar a ms de mil metros de altura; imponanla majestad de las montaas y el silencio. Bajabaen pronunciado declive una calle hasta un barran-co, salvado por un puente; en el fondo espumeabade quiebra en quiebra un arroyo. Frontera al

  • AZORIN

    puente se ve una casa; tiene dos pisos y apareceenjalbegada de cal amarillenta. La puerta estencuadrada en jambaje de sillares apiconados. Auna y a otra parte, en la planta baja, ostntanseanchas rejas salientes. En el piso principal hay unamplio balcn en medio, y uno pequeo a cada lado.En el piso segundo, los tres balcones son chicos.El zagun es anchuroso. Al fondo, bajo un arco, seve la escalera: amplia, de piedra, con barandajede hierro. En. las mesas o rellanos de cada piso seabre una ventana que da al campo. Durante unmomento, los visillos de una de las ventanas delpiso bajo han sido levantados. Luego han vuelto acaer. Los balcones de los dos pisos altos estncerrados. En la escalera no se percibe ruido algu-no. Al llegar al piso segundo, la escalera ancha seconvierte en una escalerita estrecha y pina. En loalto hay otro rellano y una puerta. Una tabltacolocada en la puerta dice: "Entren sin llamar.Si 'no estoy, esperen."

    Se entra en una espaciosa estancia con venta-nal cerrado por clara vidriera. Colmbrase unpanorama de montaas. Enfrente, un amplio divnque debe de transformarse por la noche en cama;al lado, una estufa. En uno de los lados de la estancia, junto a la ventana, se ve un ancho tablero,a manera de mesa, empotrado en el muro. Ante eltablero, dos altas banquetas y varias sillas. En laancha tabla, una paleta de pintor. No cuelga enlas paredes ningn lienzo.

  • EL ESCRITOR 65

    En la pared en que se halla el tablero se ve acierta altura un vasar. Seis botellas de agua alca-lina se enfilan all, y al lado un vaso, y junto alvaso un tubito de comprimidos contra el insomnio.Ms all de las botellas aparece una fila de libroschicos, en pasta unos y en rstica otros. Son ma-nuales de artes y oficios. Estn aqu el manual delherrero, el del carpintero, el del albail, el delcurtidor, el del tornero, el del alfarero... El gustode las cosas, gusto por 10 concreto, lleva a querersaber cmo se hacen las cosas. Goethe ha dicho quelas fronteras del hombre son las cosas. El verda-dero arte, sea plstico o literario, se apoya en lascosas. De la realidad tangible parte para el ensue-o. En el tablero ancho hay tambin un tabaquecon fruta: naranjas, manzanas, uvas, pltanos.Encima de una blanca servilleta de hilo reposaun cuchillito de plata. En la tapa de una cajitade madera de enebro, con bellos jaspeados, pone:"Colores puros." Colores puros, no adulterados; co-lores legtimos, colores inalterables, que estn allcelosamente recogidos. Al lado de la caja, dos vo-lmenes: uno, La vida seera, de Dvila, y otro,un librito con los cantos dorados y encuadernadoen tafilete rojo. Una cinta de seda verde sirve eleseal. La portada dice: "El libro de los enfermos,por A. F. Ozanam. Publicado en espaol por elR. Dr. D. Jos Morgades y Gil, presbtero, cate-drtico de cnones y secretario del seminario con-ciliar de Barcelona. Barcelona. Librera de la viu-

    NM. 261.-3

  • 86 AZORlN

    da e hijos de J. Subirana, 1862." La cintita verdeest entre las pginas 80 y 81. En esas pginashay sealados con lpiz azul estos pasajes de Job:"Me han abandonado mis parientes y se han olvi-dado de m los que me conocan. Los moradoresde mi casa y mis siervas me han tratado como aun extrao, y he sido como un forastero a los ojosde ellos."

  • XVIII

    AFRICA

    Estoy sentado en el suelo, con las piernas cru-zadas, sobre una alcatifa de colores sufridos. Laalfombrilla es estrecha, cuadrilonga, y a uno de susextremos est colocado un recio y fofo almohadn.De cuando en cuando me tiendo, y siento ciertavoluptuosidad al entrar en contacto, todo a lo lar-go de mi cuerpo, con esta tierra que yo nuncahaba hollado. La estancia en que me encuentrono tiene ventanas. Por el gran vano de la puerta,da a un patio, jardn a la vez. En los cuatro ngu-los del patio se yerguen cuatro limoneros. Al piecrecen rosales y baladres. Susurra el brollador deuna fuente, y se levanta a un lado un centenarioy negro ciprs. He dado vueltas, durante muchotiempo en el magn, a una porcin de adjetivos conque definir este ciprs. El ciprs es pobre, auste-ro, alto y delgadsimo. Sentado como estoy ahoraaqu, veo su cima resaltar negruzca, aguda, en elcielo de azul turqu. Al cabo he encontrado el ad-

  • 68 AZORlN

    jetivo "acicular", es decir, cosa de aguja, parecidoa una aguja. Y eso es lo que semeja ese enhiestoy sutil ciprs: una aguja que, de entre el follajede rosales y adelfas, se eleva hasta el azul del fir-mamento y lo taladra.

    y qu he venido yo a hacer aqu? Al otro ladodel patio tropieza la vista con una pared blanca,enjalbegada de cal. Y arriba est mi dormitorio,la cocina y el habitculo de mi criado Andrs. Ha-blo, naturalmente, del veterano Andreu Fenoll.Lleva sirvindome treinta aos. Andreu guisa, lim-pia la casa... y no toca jams los papeles que yodejo esparcidos sobre la mesa. La mesa que arri-ba tengo para escribir es de alerce, y la silla enque me coloco, de la misma madera, con el asientode crezneja de esparto. Para llegar a mi dormito-rio y cuarto de trabajo es preciso recorrer unospasillos estrechos, penumbrosos, de blancos muros,y despus ascender por una escalerita pina, escu-rridiza, encajonada entre dos albas paredes. Yms arriba est la azotea. Desde la azotea se co-lumbra el Atlas.

    La frontera natural de Espaa por el S111' debeser el Atlas. Se ha entendido as siempre. No hagonada. En los cuatro ngulos del patio estn loslimones con su tronco negruzco y sus hojas charo-ladas por el anverso. En el medio, junto a la fuen-te, el baladre, florido de blanco, y el agudo ciprs.Hace das que se me desconcert el reloj, y no heintentado componerlo, No tengo, por lo tanto. el

  • EL ESCRITOR 69

    gobierno del tiempo. Por el tiempo navego a la de-riva, y es un dulce navegar. Cuando el ciprs notiene sombra es medioda. No puedo saber ms.Los europeos comienzan las veinticuatro horas dia-rias a medianoche. Los rabes, a rr.cdiodia. Escri-bo a la madrugada, y a esa hora, segn la cuenta,deben de ser para m, en esta tierra de Africa, lasltimas horas de la tarde en Europa.

    Dejo pasar el tiempo y no me muevo casi de laalcatifa en que estoy sentado, cruzadas las pier-nas. Mucho es si de tarde en tarde subo a la azo-tea y contemplo, all lejos, el Atlas con sus nievescano. El tiempo no me oprime. Ni la mesa ni ellecho tienen para m retentiva. Como cualquiercosa --un zatico de pan y unas aceitunas- y melevanto de la cama sin esfuerzo a cualquier horade la noche. El encanto mo es, en las noches deluna, contemplar sobre el ciprs la cara redondadel astro o su cuarto menguante. La luna me diceplacidez, en tanto que el ciprs me susurra conti-nuidad. Continuidad plcida, serena, a lo largo deltiempo, de una costumbre, de una institucin o deuna frmula esttica.

    frica, leccin bienhechora para el escritor; lec-cin de serenidad, de sosiego.

  • XIX

    CURAS DE IDIOMA

    Al apearme del tren en Len me entregan unpapelito impreso, en que se lee: "Hotel Robledo.Gran confort." Penetro luego en el zagun delhotel. All est viendo cmo entran los equipajesun caballero grueso, apersonado, bigotes largos ylacios, pulcro en el traje. Le pregunto:

    -El dueo del hotel? Me hace el favor?-Servidor de usted. Dionisia Robledo -me con-

    testa.-Muy seor mo. Antonio Quiroga -digo yo.Seguidamente, mostrndole el diminuto impreso,

    aado:-Seor Robledo, tendra usted la bondad de

    mandar aadir una e final a la palabra confort,de modo que resulte conforte? Confortar quieredecir, en sus dos acepciones, dar vigor y fuerzas,alentar y consolar. Y cuando se penetra en unhotel cmodo y limpio, como, debe de ser ste, nossentimos. tras el viaje, confortados.

  • EL ESCRITOR .,1La oreja junto a la teja. Declara este refrn

    que debemos dormir en alto. Arriba, cerca del te-cho, el aire es ms puro y los ruidos de la calle seperciben amortiguados. El cuarto que ocupo en elhotel Robledo se halla en el ltimo piso y en laparte trasera de la casa. Desde la ventana colum-bro un panorama de tejados, las torres de la Cate-dral, y all lejos, el campo. El cuarto respira limopieza y agrado. Hay en l una cama baja de metalblanco, un armario, dos silloncitos y una mesa.Accesoria est la camarilla del bao. Las puertascierran bien y el armario no se resiste y rechina.

    Ya estoy en Len. Llevo tres das en la ciudadde los godos. He hecho una cura de idioma cas-tellano en Toledo, otra en Burgos y ahora hago latercera en Len. No s escribir. Despus de haberescrito tanto me encuentro dubitante por falta deexpresin. Soy como el artesano que no dominarala herramienta. Hay en todo momento --cuandoestamos frente a las cuartillas-e- una palabra, lapalabra precisa, sa y no otra, que debemos utili-zar y que no sabemos cul era. La palabra est enel aire, revolotea como una mariposa, y nosotroshemos de acatarla. Lo logramos o no. No lo con-sigo yo casi nunca. Y siempre estoy, por lo tanto,atormentado con este afn de precisin, de clar.dad y de pureza. He escuchado en Len cmo hablala gente popular, cual antes lo haba escuchado enBurgos y Toledo. Conmigo he trado mis adversa-rios, quiero decir, mis apuntes de lingstica. Ad-

  • AZORIN

    versarios, dice compendiosamente don Manuel deValbuena en su Diccionario espaol-loiUno, son"apuntamientos de un escritor". No he recogidoen ese cuaderno todo lo curioso que he ido trope-zando en mis lecturas. No s si Dvla har Jomismo.

    Parte de la provincia de Len, con parte de Pa-lencia y parte de Valladolid, forman la 'I'ierra deCampos. Esos Campos son los Campos gticos. Noshallamos en el sedimento de la nacionalidad espa-ola. Los nombres de Eurico, de Recaredo, deWamba, acuden a la memoria. Uno es el primerlegislador de Espaa. Otro levanta la antorcha dela Fe. Y el tercero, labrador de gran corazn, sal-va a Espaa en trance mortal. He recorrido yala ciudad que visit ha cuarenta aos. Duranteestos paseos van cristalizando en mi ser las sen-saciones que, poco a poco, desde mi salida de Ma-drid, he ido acervando. Los lamos grciles quebajo un cielo de plata oxidada y en un ambientehmedo y suave temblaban con todas sus hojitas,me daban sensacin indecible de sedancia. El tem-blor de esos lamos es incesante. Con razn se losllama "tembladores".

    En el cuarto de la fonda trabajo con mis adver-sarios a la vista. He hablado ya con un fragero,un ebanista, un botero" varias zabarceras del mer-cado, diversos pelantrnes de la contorna. Todosparlan propia y exactamente. La lengua castellanaatesora casi doble vocea que la francesa. Los dic-

  • EL ESCRITOR 73

    conarios no las registran todas. Hay muchedum-bre de voces no catalogadas. En los refranes, porejemplo, se pueden recoger bastantes. O rico o pin-jado. Pinjado no est recibido oficialmente. Ni ha-zera tampoco. El trigo de hazera, chalo en tupanera. Vocablos usuales son sos, puesto que losrefranes van de boca en: boca. La riqueza del espa-ol en modismos, frases adverbiales y refranesadmira. La lengua inglesa es algo ms caudalosaque la espaola; lo es por acarreo de voces quepermanecen intactas en el ingls, en tanto que lasvoces forneas que llegan al castellano son modifi-cadas segn la ndole de nuestro idioma. Pero lalengua castellana tiende, 10 que no sucede con lainglesa, a la anfibologa. El rgimen de preposicio-nes no es el mismo en uno y otro idioma. Se hacepreciso en castellano repetir para ser exacto, yno hay que tener miedo a la repeticin. El posesi-vo 8U, por ejemplo, es como un diablillo que se com-place en hacer jugarretas a los ms hbiles hablis-tas. Conocido es el ejemplo popular que dice:"Quien se come un huevo sin sal, se comera a supadre y a su madre." Citar. por mi parte, doscasos curiosos anotados en mis apuntes. En la co-media de Bretn de los Herreros Don Frutos enBclchitc, acto IlI, escena IIJ, un personaje esthaciendo testamento ante un notario enamoradode la novia del testador.

  • AZORIN

    Ya que no le doy la novia,Como en vano lo procuro,Porque su padre es ms duroQue una silla de Moscovia...

    l De quin el padreT Del notarlo o de la novia?De la otra travesura del posesivo ha sido la vcti-ma el padre Isla, buen prosista, prosista leons,uno de mis prosistas favoritos. El capitulo IV dela primera parte de Fray Gerundio, edicin origi-nal, 1758, pgina 104, comienza as: "Pari, pues,la ta Catuja un nio como unas flores, y fu supadrino el licenciado Quixada de Perote, un cape-lln del mismo Campazas, que en otro tiempo habaquerido casarse con su madre, y se dex por ha-berse hallado que eran parientes en grado prohibi-do." i Y tan prohibido!

    Toca a su trmino mi cura de castellano enLen. He vivido aqu das deliciosos. De esta mis-ma provincia, de Campazas, era el famoso persona-je creado por el padre Isla. El padre Isla nacien Vidanes, aldea prxima a Valderas, En la mis-ma capital viva don Rodrigo de Peadura, uno detantos arrendajos de Don Quijote de la Mancha.A Don Quijote se le derritieron los sesos con lalectura de los libros de caballera, y a don Rodrigocon la lectura de los enciclopedistas franceses.

  • xx

    A CAMPO ABIERTO

    Marta Mendoza ha tomado a pecho el reconci-liarnos. Marta Mendoza : mirada viva, palabrashalageas, expresivas, siempre vida en su curio-sidad espiritual, comprendiendo -en silencio- alGreco, y gustando, sin ponderaciones, en toda suprofundidad, unos versos de Antonio Machado ouna novela de Po Baraja. Marta Mendoza me hacontado a m las entrevistas previas que ha cele-brado con Dvla, y le ha contado a Dvila las en-trevistas que conmigo ha tenido. A los dos nos hadicho, en resumen, las mismas palabras, y los doshemos contestado lo mismo.

    -Tiene usted animosidad contra su adversa-rio?

    -Ninguna.- Lo olvida usted todo?-Lo olvido.El tiempo ciega abismos. El tiempo embota o

    acaba odios; pero la reconciliacin -lo quera as

  • 76 AZORlN

    Marta- haba de hacerse de un modo un tantoteatral. Somos los escritores, en c'erta manera,comediantes que representamos en tablado ante elpblico. Aun los ms recatados e ntimos se sien-ten ante la multitud: pblico grande o pblicochico, pblico de hoy o pblico de maana. Martasonrea enigmticamente. Pensaba en el arte y enla Naturaleza; al arte y a la Naturaleza estamosconsagrados Dvila y yo; al arte y la Naturalezase acerca con fervor Marta Mendoza, Qu limpio,claro, alto y azul el cielo de Madrid! Voy repitien-do las exclamaciones de Marta. Y qu bello, enestos das iniciales de la primavena, en que la Na-turaleza renace, el lejano Guadarrama, ail inten-so en las faldas, blancura ntida en las cumbres! Y cmo la austeridad del paisaje madrileo, en laCasa de Campo, con sus chaparros, contrasta conlos dos azules, el de la sierra y el del cielo, y loshace ms resaltantes!

    El da anterior a la reconciliacin yo recib unpliego misterioso. En el sobre Marta haba escri-to: "Consrvese cerrado y brase maana a lasdiez de la maana." Dvila recibi anloga plica.Abr el sobre cuando se me indicaba, y supe lo queera para m antes un misterio. A las once -ocu-rra esto a las diez- vino en automvil a buscar-me Marta. Partimos rpidamente; salimos de Ma-drid y entramos en la Casa de Campo por un cami-nejo que se ve a la subida del reventn de las Per-dices. El cielo era de una prstina pureza. Can-

  • EL ESCRITOR 77

    taba, balancendose en el aire voluptuosamente,una alondra. Pas cerca del automvil una picazablanca y negra. El automvil avanzaba, y nosadentramos en la mancha de chaparros y cosco-jaso De improviso par el coche.

    -1 Aqu es 1 -exclam Marta.Aqu era, en efecto, bajo este cielo, sobre tal tie-

    rra y con tal fondo: el fondo del zafiro inmensodel Guadarrama. Cerca, a pocos pasos de nosotros.haba otro automvil. Junto a una carrasca, enpie, inmvil, vi a Dvila, Al descender del autom-vil avanc lentamente yo. Avanzaba al mismotiempo Dvila. Y exactamente, despus de haberdado los dos los mismos pasos, despus de haberrecorrido el mismo trecho, tendimos nuestros bra-zos y nos estrechamos, sonrientes, sonriente Mar-ta. las manos.

  • XX]

    TERRENO NEUTRAL

    Ha pasado el tiempo. Dvila viene con f'recuen-ca a casa -es como de la familia- y yo voy amenudo a la suya. Si no estoy, entra en la biblio-teca y all me espera revolviendo libros y pape-leando, o bien charla con mis continuos. He procu-rado, en la primera parte de estos anales, ponercoherencia en el proceso psicolgico. No se veranclaras la posicin de Dvila ni la ma, en el tiempo,si hubiera intersticios que cortaran esa gradacinnatural. Procurar hacer 10 mismo en esta segundaetapa.

    Creo que debiramos convenir todos en la supre-sin del tratamiento. Debiera celebrarse un nuevopacto social en que Se acordara el tuteo entre altosy bajos, conocidos y desconocidos. Fray FranciscoAlvarado, el Filsofo Rancio, al impugnar a Rous-seau, en impugnacin muy digna de leerse, pre-gunta que dnde se celebr el pacto famoso, quin\0 convoc y cules gentes concurrieron a la asarn-

  • EL ESCRITOR 79

    bIea. Este otro pacto sera un convenio tcito y sinsolemnidad. Ni los antiguos romanos ni los rabescreemos que, para tratarse llanamente, celebraranconvenio alguno. Dvila y yo hemos llegado. sindeliberacin, a un pacto, no sinalagmtico, sinounilateral: yo le tuteo y l me trata de usted. Nopodr decir cmo se ha llegado a tal solucin. Param todo es misterio. En parte explica esta des-igualdad el hecho de que yo le llevo a Dvila cercade cuarenta aos. Dvila no se considera, con todo,inferior a m, ni yo me juzgo superior a l; ladesigualdad se ha producido -no s en qu mo-mento- natural y espontneamente. Quera laNaturaleza, la fuerza de las cosas o quien fueredesquitarme as, en forma permanente, sin vio-lencias, con cario, de los pasados desabrimientos'!Cuantos esfuerzos he hecho para que Dvila meapease el tratamento han sido vanos; Dvila veen m la experiencia, y yo veo en l la fuerza. Enel fondo, sin que lo queramos, esta diferencia deposiciones se impone; la crea la Naturaleza misma;est basada, principalmente, en los aos; peroacontece que lo que crea la Naturaleza trasciendea la voluntad. Acaso sea todo una misma cosa;Dvila y yo somos sinceros amigos, y, sin embar-go, nos oponemos.

    De qu manera armonizar el pensamiento y laaccin? La accin crea y la inteligencia disuelve.No ser accin tambin la inteligencia? CuandoDvila y yo hablamos de estas cosas. Dvila aca-

  • 80 AZORIN

    ba por soltar una fuerte interjeccin y levantarse;yo sonro. En realidad, consagrado yo a la litera-tura imaginativa, no me agrada lo abstracto; dejoa un lado las abstracciones, lo que se llama vul-garrnente "filosofas", y me atengo a los hechos:los hechos de mis novelas y de mis comedias. Enla novela y en el teatro las ideas encarnan en he-chos; si no fuera as no habra ni novelas ni come-dias. Dvila cultiva tambin, como yo, la literaturaimaginativa. Y ste es el terreno neutral en quedichosamente Dvila y yo confluin.os.

  • XXII

    LAS INFLUENCIAS

    Quin podr conocer y explicar todas las in-fluencias que obran sobre el escritor? Influye elescritor en el escrtor : influyen las obras en lasobras; influyen las cosas; influyen los mismos ani-males domsticos a quienes estimamos. Es que lamarmota que el padre Isla tena en su celda noinflua, con su reposo, con su sos.ego, en el padreIsla? Y es que agudizando un poco, temeraria-mente acaso, no podramos ver en esas cartas fa-miliares en que el padre lila habla de su marmotauna tranquila jovialidad, una alegra apacible, tras-cendida del curioso animal?

    Y cmo influyen las cosas? Las cosas viven;las cosas nos esclavizan a veces; pero las cosasnos liberan otras de la tristeza y nos dan pbulopara la obra. Escribo estas lneas en una casa decampo; en la cantarera, enfrente de m, sobre lalosa arenisca y hmeda, se yerguen tres cntaros.Escribo en el zagun iluminado vvidamente por

  • 82 AZORIN

    el sol que entra de un cielo lmpido. Los cn tarosamarillentos reposan con sus lneas puras. Desdelo remoto pretrito han llegado, siempre quebradi-zos, siempre frgiles, renovndose de unos enotros, hasta nuestras manos. Y es que t, escri-tor, podrs tener esta perennidad? Y es que tuobra podr transmitirse como estos cntaros, demano en mano, a lo largo de las generaciones? Yes que tu prosa tendr la pureza, la sencillez, lasimplicidad de estas deleznables vasijas? Ello eseterno e insuperable: hagamos lo que hagamos, niel ms hbil escultor, ni un Donatello, ni un Ro-din, podran mejorar la forma prstina de estoscntaros humildes y milenarios. De una vez y parala eternidad han sido creados por manos primiti-vas en el arcano de los tiempos.

    Suspiro. Por qu suspirar? Y despus de todoqu importa el dejarse influir por un autor de hacetres siglos o un coetneo nuestro? Y qu me im-porta que ese coetneo sea ilustre o humilde y estlejano o prximo? El misterio del escritor no lopenetrar jams nadie. El misterio de la obra li-teraria no ser jams por nadie enteramente escla-recido. Sin influencias no hay obras. Sin injertos110 hay en el rbol fructuoso fecundidad. No meavergenzo. Tena que ser as. Haba que sufrir-no s por qu; acaso en represalias a mi antiguaanimosidad-; haba que sufrir esta humillacinintima. Pero ele veras es humillacin? He adver-tido que a veces en el saludar. en el gesto. en la

  • EL ESCRITOR

    manera de coger una cosa o de dejarla, hay en mipersona reminiscencias de Dvila, Las hay tam-bin en mi prosa. Acaso en mi senectud esta am.s-tad cordial es como un estimulante en el trabajo.Hallo en este espectculo de actividad, de confian-za en s, de perseverancia, de entusiasmo que meofrece Dvila todos los das, como un apoyo interiorque me sostiene,

  • XXII]

    LA LECTURA

    Dvila viene a verme -viene con frecuencia-;no estoy, entra en mi biblioteca, donde hay unamesa y cuartillas, y se pone a escribir. Dvila, ple-trico de vida, en plena juventud, escribe en todomomento y en cualquier parte; escribe en el tren,en el cuarto de un hotel, recin llegado; en la salade espera de una estacin, en la mesa de un res-taurante, en la antesala de un mdico; no puedoescribir yo ni recin llegado a un hotel, en tantoque no cree la costumbre, pasados dos o tres das,ni en todos los momentos. Como me he acostum-brado a escribir en la madrugada, en las horasdensas y de profunda quietud, en esas horas hallomi fervor, y no en las otras del da. Dvila sonre;me dice que la costumbre, si es buena por un lado,es mala por otro; corroboro yo que, en efecto, lacostumbre facilita las operaciones diarias, sea elescribir o sea cualquier otro menester, y que lacostumbre cmpece y dificulta tambin esas mismas

  • EL ESCRITOR 85

    operaciones cuando las realizamos a otras horas oen distintos parajes.

    Dvila se levanta, guarda en el bolsillo las cuar-tillas escritas y me pregunta, al mismo tiempo quecoge un libro de los estantes, si yo leo mucho y sila lectura me sabe ahora como en la juventud; yosonro: le parecen a Dvila ingenuas sus propiaspregunta! y sonre tambin; no se hace una mismacosa en la vida, de igual manera, en la vejez queen la juventud; no leo ahora tanto como antes;no lo leo todo; Dvila replica que l lee libros abon-do, sin mirar lo que lee y sin hacer antes una se-leccin previa; la seleccin tiene menos importan-cia de lo que creo; yo le digo que la lectura ahora,para m, es parca, porque deseo ahorrar fuerzas;leo pocos autores; siempre los libros han variado,para m, creo que varan para los dems, segnse lean en uno o en otro da, con salud o con en-fermedad, en momentos placenteros o en momen-tos dolorosos; me pregunta Dvila si creo yo msfavorable, al escribir, la alegra que la tristeza;le replico yo que en sus extremos, exageradas, latristeza y la alegra son infecundas; llevan apare-jada inhibicin de ideas; en la suma tristeza lodesdeamos todo y en la suma alegra no pensa-mos en nada.

    El libro que ha cogido Dvila de los plteos esun libro de Joubert: sus pensamientos; lo va ho-jeando Dvila lentamente, pasando lentamente lashojas, y leyendo al azar. En el libro de Joubert

  • 86 AZORIN

    hay cosas bonitas; me dice Dvila de pronto: "Es-te pensamiento es de Gracin." Le contesto yo queentre los pensamientos de Joubert, casi todos ellosdelicados, se pueden encontrar trasuntos de nues-tro compatriota. "Usted, don Antonio, no ha he-cho nunca lo que haca Joubert con los libros?"Como yo s bien lo que haca J oubert con los li-bro-s -los que no le agradaban enteramente--, le-vanto el dedo ndice en silencio, lo muevo de unlado a otro, como denegacin, y vuelvo a sonrer.Los libros que me desplacen los repudio en abso-luto. " Y los que tienen algo bueno?", torna apreguntar Dvila, No s lo que replicar; no re-plico nada. J oubert, en libros tales, parcialmentebuenos, parcialmente malos, arrancaba las hojasmalas y dejaba lo sustancial. Dvila observa queen libros mediocres la mediocridad empapa todaslas pginas; yo convengo en lo mismo.

  • XXIV

    Monos DE ESCRIBIR

    Voy a casa de Dvila; me dicen que est traba-jando, quiero retirarme, sale Dvila apresurada-mente al recibimiento y me hace entrar en su des-pacho. Dvila torna a sentarse ante su mesa; medice que me siente junto al balcn; yo pronunciopalabras de excusa; l replica que no le molestoy que puedo estar sentado o andar por la estanciay curiosear en los libros. No deja de escribir; con-templo una vez ms el San Pablo de Ribera y elDescendimiento del Greco, dos lienzos magnfi-cos; Dvila, sin dejar de escribir, me preguntade dnde vengo. Le digo que del Museo del Prado;la alfombra es de nudos, recia, blanda, con colo-res vivaces, y hay en el despacho dos estantes decaoba, donde estn los libros ms manejados -en-ciclopedias y diccionarios-, y un armario antiguode roble con tallas primorosas, en que Dvilaguarda sus papeles.

    Dvila escribe sin detenerse; es la primera vez

  • 88 AZORIN

    que le veo trabajar; su letra es clara, fina y an-cha; estoy un poco cohibido; resumo tantas visi-tas como le he hecho en sta visita; me dice D-vila, sin levantar la vista del papel, que si voy mu-cho al Museo del Prado; temo interrumpirle si ha-blo, y l opone que puede escribir sin temor a na-da. Hay muchos modos de escribir; necesito yo elsosiego y el silencio, y Dvila puede escribir conestrpitos y con interrupciones. Se ha levantado,va a un estante, coge un libro y lo hojea un mo-mento; levanto yo la vista y poso la mirada en elSan Pablo de Ribera. Dvila me dice, sentndoseotra vez ante las cuartillas, si creo que en todoslos escritores se dan alternativas de superabun-dancia y de sequedad; le digo yo que en m se danesas alternativas y que unas veces no puedo escri-bir nada y otras escribo horas y horas fluente-mente. Ha habido un momento de silencio, en queDvila pareca absorto; su mano izquierda iba pa-sando las cuartillas escritas desde el rimero a unlado de la mesa, juntas con las otras ya pergea-das. De pronto Dvila se levanta otra vez, sale deldespacho, est ausente un minuto y torna con unlibro en la mano; me pregunta si conozco, si re-cuerdo, si hace mucho tiempo que no he ledo losDesengaos misticos, de fray Antonio Arbiol. Heledo a Arbiol en mi juventud, hace muchos aos;Dvila me dice que ste es un libro de profundoanlisis psicolgico y que lo que en l se exponecon aplicacin a la mstica se puede aplicar a la

  • EL ESCRITOR 89

    psicologa literaria. Esos estados alternativos defervor y de sequedad, Arbiol los estudia aguda-mente. Dvila pone el libro en mis manos y sigueescribiendo.

    Eseriee cuartillas y cuartillas sin borrar, sindessnerse. Di... Dvila que para l no hay alter-nativas de produccin y de esterilidad, y que siem-pre esoribe del mismo modo, con la misma abun-dancia. Da una palmada de improviso, sonre, selevanta con el rimero de las cuartillas escritas enla mano y las guarda en el armario. Frente a m,me est mirando fijamente. "; Cree usted -mepregunta- que la vejez resta fuerzas al escritor?Cuando todo se apoca en el viejo, cree usted quepermanecen intactas las fuerzas mentales? Quopina usted de todo esto?" En realidad, opnar, yono opino nada; lo que hago es sentir. Indudable-mente, siento la vida y veo las cosas de distintamanera que en la mocedad. No escribo lo mismo.No tengo ahora, esta es la verdad, ni la fluidez,ni el COIO-f, ni el mpetu de los verdes aos. Dvi-la me cita casos excepcionales: Goethe, Voltaire;los dos llegaron a la extrema vejez con el entendi-miento lozano; yo le replico que dudo mucho queGoethe y Voltaire escribieran a los setenta aoscomo a los treinta. A mi vez le cito el caso denuestro Quintana. Vuelve a salir Dvila del des-pacho y torna con el tomo de las obras pstumasde Quintana; otra vez, en su breve ausencia, hepuesto la mirada en el San Pablo y despus en el

  • AZORIN

    DeBC81Ulimi.entodel Greco. Al estar de nuevo D-vila frente a mi, con el libro en la mano, me pre-gunta si recuerdo a qu edad muri Quintana; ledigo que, a mi parecer, a los ochenta y cinco aos;he visto un retrato del poeta, ya setentn, pulcra-mente vestido de frac, con ntida camisa y corba-ta de lazo blanco. Su faz era plcida, casi joviall.Dvila me dice que si me gusta Quintana; le ten-go yo por un gran poeta; no es 8610 grandilocuen-te: si fuera slo grandilocuente, podramos pres-cindir de l sin pena; hay en su poesa delicade-zas y ternuras. "A los setenta y tantos aos Quin-tana ha escrito versos bonitos", aade Dvila,Tardo en contestarle porque en este momento, aldecirme tal cosa Dvila, resurgen en m las apren-siones angustiosas que estos das me atosigan: te-mo no poder escribir; sospecho que poco a poco,de da en das, me va a faltar el estro, es decir,la fuerza creadora, sin la cual el trabajo es infe-cundo. Ha hojeado Dvila, mientras yo callaba, ellibro y ha dicho luego: " Recuerda usted los ver-sos que Quintana dedica a Flora de Ferrer? Losversos que Quintana escribi en su vejez eran ver-sos de circuntancias; no importa que sean versosde circunstancias; versos de circunstancias los es-cribieron deliciosos Goethe y Mallarm, Escucheusted estos versos dedicados a Flora de Ferrer,escritos seguramente en un lbum, fechados en1846, escritos a los setenta y cuatro aos." Apoyoel codo en el brazo del silln, pongo la mejilla en

  • EL ESCRITOR 91

    la mano, la mirada en el soberbio S

  • xxv

    CONFESION

    Estaba yo trasteando en mi biblioteca, ponien-do aqu los ldbros de all y los de all aqu, cuan-do ha entrado Luis Dvila. Se ha quedado un mo-mento frente a m, mirndome fijamente, y me hadicho por fin:

    -Confiseme usted, don An tonio.-Por qu queres que te confiese?-Porque quiero decir la verdad.- y por qu quieres decir la verdad?-Porque todos dicen la mentira.-Tienes envidia?-No la he tenido nunca.- Recuerdas la obsesin que tena fray Luis

    de Len de la envidia?-S la recuerdo.-En varias de sus poesas menciona la envid'a,

    En una de ellas, con cierta expresin pintoresca.

  • EL ESCRITOR 93

    El poeta ambiciona un albergue rstico en que re-cogerse:

    Techo pajizo a dondeJams hizo morada el enemigoCuidado, ni se ascondeenvidia en rostro amigo...

    -Rostros amigos en que se esconde la envidia,1. quin no los conoce?

    -1. Y has negado t el habla a un amigo cadavez que escribe bien, como dice Tirso de Molina?

    Que hay hombre que haciendo versosA los dems se adelanta,y aunque ms fama le den,Es tal (la verdad os digo)Que niega el habla a su amigoCada vez que escribe bien.

    -Siempre he hablado con afabilidad a los com-paeros que acababan de escribir una cosa buena.

    -1. Has tenido desdn?-S lo he tenido. El desdn es una fuerza; no

    todos saben desdear; no todos lo saben conte-nindose en los lmites de la civilidad. El desdnimplica ntima superioridad nuestra. Fulano pue-de vejamos, con su poder o con su riqueza; nos-otros, sin poder y sin riqueza, lo desdeamos. Ylo desdefiamos sin acritudes ni groseras.

    - Sabes t el dicho de un gran seor, don An-tonio Maura?

    -Se lo he oido contar a usted alguna vez.

  • 94 AZORIN

    -Cuando le pagaban un favor con ingratitud,don Antonio Maura sola decir aludiendo al favor:"Son diez cntimos que he dado a un pobre." Hassido t solcito con un amigo, cuando necesitabasde l un favor, y te has olvidado luego de l cuan-do el favor estaba hecho?

    -He sido agradecido siempre.- Has injuriado?-He injuriado.-. Has tenido odio?-Nunca he odiado a nadie. He procurado hacer

    justicia. El odio lleva aparejadas la ira, la clera,la violencia. Y todas esas pasiones trastornan lapersona.

    -Has denigrado, en la intimidad con los fami-liares, a un compaero,y luego le has tendido cor-dialmente los brazos?

    -Si he tenido que censurarlos, los he censura-do a la luz del da. S que cuando se detrae en laintimidad, si luego se es cordial con el compaero,el compaero ve reflejada la verdad en los rostrosde los familiares, que no tienen que guardar mira-mientos y expresan, con su esquivez, lo que ocu-rre en el seno de la familia. Los rostros de los fa-miliares son espejos que no traicionan.

    -Has omitido. alguna vez a alguien en un es-crito, cuando era obligado citar su nombre?

    -Nunca lo he omitido.-Si has sido director de alguna publicacin, te

  • EL ESCRITOR 95

    has complacido en preterir a alguien, posponin-dolo a quien vala menos?

    -Siempre he colocado, los buenos y los medio-cres, en su lugar.

    - Has llamado poeta ilustre a un poeta chirle?-Ni por pienso.-Luis, querido Luis, yo te absuelvo.-En correspondencia a su absolucin, vaya dar

    a usted una buena noticia: maana vendr con-migo Magdalena.

    - Quin es Magdalena?-Ya lo ver usted.

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    MAGDALENA

    Magdalena Barricntos Inesta, nacida en Agre-da provincia de; Soria; hija (18 Pedro y de Maria,labradores y ganaderos ricos, con grandes reba-os y predios de labranza y pastorco ; en el tr-mino de Agreda, al pie del Moncayo ; Pedro, her-mano de Mximo, establecido en Madrid con unagran lanera y colchonera en la calle Mayor. Alos cuatro aos Magdalena corre con los brazostendidos hacia las palomas, a las cuales han echa-do puados de maz en el comps de la casa decampo, y las cuales al verse perseguidas caminanrpidamente al principio y acaban por levantar elvuelo; a los ocho aos Magdalena trepa a los r-boles para coger fruta, se s.enta en una rama ybalancea las piernas; hinca los menudos dientesen los duros y agrios albaricoques y come stoscon avidez -los nios son vidos de lo agrio->: dalargas carreras en pelo, montada a horcajadas, a

  • EL ESCRITOR 97

    un borriquito al qu