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Unidad 2. Sesión 5. Actividad 1 PROYECTO DE INVESTIGACIÓN DISEÑO DE INSTRUMENTO PARA ELABORAR EL PERFIL SOCIODEMOGRÁFICO DE VÍCTIMAS DE FEMINICIDIO Y VICTIMARIOS EN EL ESTADO DE MÉXICO, ENFOCADO A LA IMPLEMENTACIÓN DE PROGRAMAS DE PREVENCIÓN DE ESTE DELITO Nombre del aspirante: Mónica Marisa Ruiz Pozas División: Ciencias Sociales (DCS) Grupo: 034 Nombre del Monitor Académico: Mtra. María del Pilar Muñoz Lapiedra

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Unidad 2. Sesión 5. Actividad 1

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN

DISEÑO DE INSTRUMENTO PARA ELABORAR EL PERFIL SOCIODEMOGRÁFICO DE VÍCTIMAS DE FEMINICIDIO Y VICTIMARIOS EN EL ESTADO DE MÉXICO, ENFOCADO

A LA IMPLEMENTACIÓN DE PROGRAMAS DE PREVENCIÓN DE ESTE DELITO

Nombre del aspirante:

Mónica Marisa Ruiz Pozas

División:

Ciencias Sociales (DCS)

Grupo: 034

Nombre del Monitor Académico:

Mtra. María del Pilar Muñoz Lapiedra

Dirección del Blog Personal:

https://blogdemonicaruizunadm.wordpress.com/

18 de mayo de 2018.

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FUENTES DE INFORMACIÓN UNIDAD 2 SESIÓN 5

INFORMACIÓN FUENTE

BUSCADOR CIENTÍFICO CITA FORMATO APA PÁRRAFO DE INTERÉS

HEMEOROGRÁFICA DIGITAL

REDALYChttp://www.redalyc.org/articulo.oa?

id=81432400005

Alcocer Perulero, Marisol. “ Prostitutas, infieles y drogadictas”. Antipoda. Rev. Antropol. Arqueol. No. 20, Bogotá, septiembre-diciembre 2014, 220 pp. ISSN 1900-5407, pp. 97-118

Feminicidio y las normas de género. Desde la teoría feminista, Radford (2006) introdujo el término femicide para referirse a los “asesinatos misóginos de mujeres cometidos por hombres” (Radford, 2006: 33)3 . Con esta propuesta sugiere que la desigualdad entre mujeres y hombres, en el marco de un sistema de opresión genérico, es factor fundamental para que se concrete el asesinato. El género constituye un ordenador social y una categoría significativa que interactúa con otras como clase, etnia, edad, etcétera. Por su parte, Joan Scott (1996) reflexiona el concepto centrando la discusión sobre una conexión integral entre dos proposiciones: a) el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las 3 No todo asesinato de mujer es feminicidio; de lo contrario, sería innecesario sugerir este nuevo concepto, ya que “cuando el género femenino de una víctima es irrelevante para el perpetrador, estamos tratando frente a un asesinato no feminicida” (Russell, 2006: 79).

HEMEOROGRÁFICA DIGITAL

REDALYChttp://www.redalyc.org/articulo.oa?

id=10230108002

Bejarano Celaya, Margarita, El feminicidio es sólo la punta del

iceberg Región y Sociedad, núm. 4, 2014, pp. 13-44 El Colegio de

Sonora Hermosillo, México

Existe todavía una amplia brecha entre las formulaciones conceptuales de las académicas y la posibilidad viable de hacerlas operables en criterios estandarizados, y así avanzar en la investigación empírica de la violencia feminicida; así como en la tipificación con elementos definidos y acreditables de los delitos que conlleva y en la

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impartición de justicia, por lo que continúa siendo un reto la elaboración más compleja y definida del concepto, para evitar las apreciaciones subjetivas que permiten que permee la impunidad por parte de quienes imparten justicia. Vale la pena aclarar que la violencia feminicida se refiere a la violencia extrema, que incluye los asesinatos de mujeres o los intentos de hacerlo. Por tanto, en este trabajo se propone transitar del uso del término femicidio, como un acto aislado que coarta el ejercicio de derechos de las mujeres y las priva de la vida, hacia la utilización del de “violencia feminicida”, que debe entenderse como la forma extrema de violencia hacia las mujeres y que puede culminar con su muerte profana, aunque no necesariamente. Esto justifica seguir con la construcción teórica del concepto y de los mecanismos metodológicos para adentrarse en su estudio, considerando el entramado institucional y la construcción de poder que subyacen a las relaciones de género, y que sustentan la constante violación de los derechos de las mujeres y la infravaloración de sus vidas.

HEMEOROGRÁFICA DIGITAL

REDALYChttp://www.redalyc.org/articulo.oa?

id=72719316

Sarasua, B., & Zubizarreta, I., & Echeburúa, E., & de Corral, P. (2007). Perfil psicopatológico diferencial de las víctimas de

violencia de pareja en función de la edad. Psicothema, 19 (3), 459-

466.

En cuanto a la edad, las víctimas más jóvenes han sufrido maltrato físico en un porcentaje mayor, han denunciado las agresiones y no conviven con el agresor en mayor proporción que las víctimas de mayor edad. Asimismo, precisamente por ser más jóvenes, tienen una historia de victimización más corta, pero, aun así, es cró- nica (el 73% ha sufrido una historia de maltrato durante un período de entre 1 y 4 años). Probablemente las víctimas más

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jóvenes tienen una mayor intolerancia a los comportamientos violentos y, por eso, se enfrentan más al agresor, con lo que el riesgo aumenta para ellas. Las más jóvenes han estado expuestas a un mayor riesgo para su integridad. Así, han sufrido violencia física en la inmensa mayoría de los casos (71%), que se ha mantenido incluso durante los embarazos (en el 91% de los casos). Y, además, casi la mitad (48%) de estas víctimas han sido amenazadas con algún tipo de arma. De hecho, la percepción subjetiva de amenaza a la vida está presente en la mayoría de los casos (67%), aunque no es significativamente superior en relación con el grupo de mayor edad (56%). Desde una perspectiva psicopatológica, más de un tercio de todas las víctimas evaluadas presentan un trastorno de estrés postraumático, lo que supone una tasa algo más baja que la media de otros estudios, según la revisión de Cascardi et al. (1999). Más específicamente, respecto a los grupos estudiados, la prevalencia del trastorno en las víctimas de menos de 30 años tiende a ser superior (42%) a la registrada en las víctimas más mayores (27%).

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REDALYCfile:///C:/Users/Windows%2010/

Downloads/art

%C3%ADculo_redalyc_32116013001.pdf

Arteaga Botello, N., & Valdés Figueroa, J. (2010). Contextos

socioculturales de los feminicidios en el Estado de

México: nuevas subjetividades femeninas. Revista Mexicana de

Sociología, 72 (1), 5-35.

En el caso del Estado de México, los datos contenidos en las averiguaciones previas permiten afirmar que poco más de la mitad de las víctimas (51%) se concentra en el rango de edad que va de los 16 a los 40 años, conformándose como el sector en mayor riesgo. Se trata pues de un amplio rango de edad que incluye a las mujeres en una de sus etapas más social y sexualmente activas. El

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resto de las víctimas (la otra mitad) se distribuye de la siguiente manera: 15% son mujeres de cero a 15 años, y 34% tiene 40 años y más. Por lo que se refiere a su estado civil, la mayoría de las mujeres asesinadas son catalogadas, por declaraciones de familiares, amigos y testigos, dentro de algún tipo de relación de pareja, ya sea formal o informal (casada, divorciada, separada o en unión libre). En esta situación se encuentra 55% de las víctimas. Mientras que las mujeres reportadas simplemente como solteras abarcan 28% de las actas ministeriales revisadas. Del resto de las víctimas no se señala ningún tipo de dato al respecto. Cabe destacar que 58% de las mujeres que han sido objeto de violencia asesina tiene hijos, mientras que 27% no tiene descendencia.9 De aquellas mujeres que se sabe tienen hijos, 93% tuvo de uno a cuatro hijos. De este universo, 57% tuvo de uno a dos hijos, mientras que 33% se reportó que tenía de tres a cuatro hijos. El resto (10%) más de cuatro hijos.

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REDALYChttp://www.redalyc.org/articulo.oa?

id=88636921010

Mujica, J., & Tuesta, D. (2012). Problemas de construcción de

indicadores criminológicos y situación comparada del feminicidio en el

Perú. Anthropologica del Departamento de Ciencias

Sociales, XXX  (30), 169-194. 

Primero. Existe un problema de registro criminológico del fenómeno «feminicidio» y del registro de los indicadores criminalísticos. Ello no es un problema de la categoría por sí misma, sino de forzar un ejercicio por convertirla en elementos operacionalizados para el registro de la antropología criminal aplicada y del registro delictivo concreto. La categoría política feminicidio evidencia problemas de «traducción» a categorías de registro criminológico, pues sus elementos inherentes no se deben a elementos materiales,

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sino a «motivaciones» —«misoginia», «sexismo», etcétera—, y por lo tanto, presentan severas dificultades en términos de registro positivo. En consecuencia, el registro criminológico ha pasado a concentrar gran parte de sus esfuerzos en «el vínculo pareja» y en «el homicidio de mujeres», pues son elementos de registro concreto y de relativo acceso para construir una medición del fenómeno. Segundo. El problema de construcción de elementos criminalísticos operacionalizables no es el único asunto. Hay severos problemas en el uso de herramientas de sociometría criminal en los registros oficiales. Como hemos visto, en el Perú se utilizan cifras absolutas para hacer comparaciones de evolución temporal del fenómeno y no tasas, como indica la amplia literatura especializada. Esta forma de medición impide un tratamiento exhaustivo de la problemática del feminicidio y, por el contrario, conduce a una lectura poco precisa sobre su incidencia y gravedad. Tercero. Sobre la base de esas cifras y la exposición de esos datos se ha tejido un extendido discurso público acerca de la expansión del feminicidio que anuncia su incremento «exponencial» en el Perú, abonado por la prensa, las organizaciones de la sociedad civil e instituciones del Estado, y un uso de los datos que genera alarma y preocupación sobre esta supuesta expansión. 189 ANTHROPOLOGICA/AÑO XXX, N.° 30 Cuarto. Sin embargo, a la luz de la evidencia de las cifras oficiales comparadas, no es posible indicar que haya un aumento en las tasas de feminicidio.

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Tampoco es posible afirmar que las cifras peruanas sean las más altas del mundo, del continente o de la región. Por el contrario, se puede mostrar con cifras oficiales una tendencia estable y baja respecto del continente. La conversión de los datos oficiales de cifras absolutas a tasas permite constatar que el feminicidio en el Perú es un fenómeno epidemiológicamente no regular (al menos según los datos disponibles hasta 2011). Quinto. Esto, sin embargo, no hace menos importante el tema; más bien evidencia un problema asociado: si bien el feminicidio es epidemiológicamente poco recurrente, la violencia contra las mujeres a través de otras prácticas es un fenómeno extendido y tiene tasas muy altas en comparación con el resto del continente y el mundo. Las violaciones sexuales, por ejemplo, muestran tasas anuales de veintidós por 100 000 habitantes, en donde el 93% de las víctimas son mujeres, lo que ubica al Perú en el primer lugar de América del Sur (Mujica, 2011) y entre los países con más altas tasas en el mundo. Así, es también una evidencia que la violencia contra las mujeres a través de diversas manifestaciones (violaciones, acoso, violencia doméstica, etcétera) es un fenómeno extendido y regular, aun cuando el feminicidio no es recurrente en las tasas comparadas. Sexto. Lo anterior muestra un asunto fundamental. Se trata de entender el feminicidio como una práctica no separada de la estructura de la violencia contra las mujeres; es preciso entenderlo como uno de los elementos de un

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amplio y extendido sistema de ejercicio de administración y uso de la violencia. Así, la escasa cifra de feminicidios no puede ser leída fuera de un contexto de agresiones constantes y de altas tasas de violencia contra las mujeres, pues obedecería a un continuum de la estructura y no a una excepción a la regla (Mujica, 2010). Es ahí donde es necesario continuar la investigación en criminología social y antropología criminal: ¿cuál es la trayectoria de la violencia en casos de feminicidio? ¿Cuál es la relación de las extendidas formas de la violencia contra las mujeres y los pocos casos de feminicidio que aparecen? ¿Cuál es la estructura de estos casos y cómo construir indicadores de registro que permitan la investigación aplicada?

Bibliográfica Bourdieu, Pierre, La dominación masculina” Traducción de Joaquín

Jordá, EDITORIAL ANAGRAMA, BARCELONA

Bourdieu, Pierre, La dominación masculina” Traducción de Joaquín Jordá, EDITORIAL

ANAGRAMA, Barcelona, España

la violencia simbólica se instituye a través

de la adhesión que el dominado se siente

obligado a con al dominador (por

consiguiente, a la dominación) cuando no

dispone, para imaginarla o para

imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para

imaginar la relación que tiene con él, de

otro instrumento de conocimiento que

aquel que comparte con el dominador y

que, al no ser más que la forma asimilada

de la relación de dominación, hacen que

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esa relación parezca natural; o, en otras

palabras, cuando los esquemas que pone

en práctica para percibirse y apreciarse, o

para percibir y apreciar a los dominadores

(alto/bajo, masculino/femenino,

blanco/negro, etc.), son el producto de la

asimilación de las clasificaciones, de ese

modo naturalizadas, de las que su ser

social es el producto.BIBLIOGRÁFICA

DIGITALCORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS CASO

GONZÁLEZ Y OTRAS (“CAMPO ALGODONERO”) VS. MÉXICO

SENTENCIA DE 16 DE NOVIEMBRE DE 2009 (EXCEPCIÓN PRELIMINAR,

FONDO, REPARACIONES Y COSTAS)http://www.corteidh.or.cr/docs/

casos/articulos/seriec_205_esp.pdf

Corte Interamericana de Derechos Humanos, Derechos

Humanos Caso González y Otras (“Campo Algodonero”) Vs. México Sentencia de 16 de

noviembre de 2009 (Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones

y Costas)

Párrafo 515. El 30 de enero de 2004 se

creó la Fiscalía Especial a nivel federal.

Conforme lo alegado por el Estado, la

Fiscalía Especial Federal para Juárez

dependía de la PGR y “era competente

para dirigir, coordinar y supervisar las

investigaciones de los delitos relacionados

con homicidios de mujeres del municipio

de Juárez, Chihuahua, en ejercicio de la

facultad de atracción en aquéllos que

tuvieran conexión con algún delito federal”.

Dicha afirmación no fue controvertida por

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la Comisión o los representantesHEMEROGRÁFICA

DIGITALScielo

http://dx.doi.org/10.1590/S0102-69922014000200004

Incháustegui Romero, Teresa. Sociología y política del feminicidio; algunas claves interpretativas a partir de caso mexicano, Soc. estado. vol.29 no.2 Brasília May/Aug. 2014

El contexto social de los feminicidios en México: cambios sociodemográficos y de género; la emergencia de la mujer trabajadora, jefa de familia

El panorama de análisis que permitió la sistematización estadística del registro de Mortalidad (Certificados de Defunción) que sustenta estas notas, permitió observar a los feminicidios perpetrado en México en transcurso de una generación.

Veintiséis años para hacer exactos; entre los años ochenta y noventa del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI. Lapso de tiempo en el que confluyen hombres y mujeres nacidos al menos entre 1930 y 1990; generaciones que vivieron el nacimiento, esplendor y crisis del Estado desarrollista, como los que nacieron con las políticas del cambio estructural, la apertura y la globalización, los nuevos medios de comunicación. Son tanto los que se moldearon emocionalmente con las canciones Emilio Tuero y la cinematografía de Pedro Infante o de Juan Orol, los que enamoraron bailando con las grandes bandas de Luis Arcaráz, Pablo Beltrán Ruíz o Pérez Prado; como lo que se liberaron con el rock y los que vibran hoy con los corridos y las quebraditas de los Tigres del Norte, los raperos y el hip-hop.

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Todos viven en medio de transformaciones dramáticas desde el punto de vista demográfico, político, económico, social y cultural. Es el México con la mayor cantidad de generaciones jóvenes en toda la historia; el del mayor movimiento migratorio interno e internacional experimentado en el país.19

En plano social y urbano, experimentan el crecimiento de las periferias urbanas en las ciudades medias, principalmente en las de la frontera norte;20 junto al crecimiento de nuevos polos turísticos y la megalopolización de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Un crecimiento urbano transido de grandes desigualdades, desordenado y fragmentado: entre grandes zonas precarias o deterioradas y cinturones emergentes con edificaciones modernas y zonas restringidas para los grupos privilegiados.

En el norte, son los años del auge de las plantas maquiladoras en que arriba un gran número de mujeres jóvenes - madres solteras, separadas, viudas o abandonadas - que se lanzan solas o con su prole, en busca de empleo y mejores ingresos y oportunidades para ellas y sus familias.21 Cuando crece de manera inédita el empleo femenino, por encima incluso de la ocupación masculina, originando un cambio de género en la ocupación que mereció más de una reflexión respecto a sus consecuencias en los hogares, al confrontar esta tendencia económica a la cultura patriarcal prevaleciente y a la falta de

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servicios sociales para la atención y cuidado de los miembros menores o dependientes.22

En el centro, sur y sureste del país son los años de la crisis de la industria paraestatal, de la privatización de empresas públicas y la caída de la inversión petrolera. Los decenios de agudización de la crisis de la agricultura temporalera, del aumento en las importaciones de maíz; los años de la intensificación de la migración de zonas indígenas o rurales dispersas hacia las ciudades medias en crecimiento o a ciudades de los Estados Unidos, primero de hombres jóvenes y después de las mujeres.

En lo político, es el México de la alternancia partidista en los gobiernos que se desplazó desde las localidades del norte en 1983, hasta alcanzar la capital del país en 1997 y el poder federal en 2000.

Como podrá observarse desde el punto de vista de la cultura y las relaciones de género, estos son también años de profundas transformaciones. Empezando por incremento en el uso de métodos anticonceptivos que pasó de 12 por ciento de las mujeres en edades fértiles en los años setenta, a 75 por ciento en los noventa (Palma, Figueroa & Cervantes, 1990). Cambio aparejado con mudanzas en las concepciones y usos sobre la sexualidad, el amor y la vida en pareja, las reglas para el cortejo, las percepciones sobre el cuerpo; la formación de uniones; pero también las

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maneras de vestir y los estilos de vida de las mujeres. La magnitud de estos cambios es tal que una de las académicas más destacadas en el estudio de los usos de la sexualidad en México, Ivonne Szasz (1997) afirma que en estos años, la vida de las mexicanas cambió más dramáticamente de lo ocurrió en la vida de las mujeres europeas en todo el siglo XX.

Los cambios se refieren en buena medida a la escolaridad de la población femenina que pasa de 3.5 años de escolaridad en los setenta, a 7.8 años en el 2000. Lo que asociado a la contracepción modificó intenso y rápidamente los patrones reproductivos y en la participación económica.23

El crecimiento de la jefatura femenina es, sin duda, uno de los cambios más relevantes, no sólo por su magnitud sino por la carga cultural y simbólica que representa el hecho, de cara a las concepciones que prevalecen sobre el arquetipo de familia patriarcal (López, 2007). En consecuencia, los hogares modificaron sus patrones de género en la proveeduría; la contribución económica femenina en los hogares pasó de poco más de 18 por ciento a 21 por ciento en promedio entre fines de los años 80 y el 2000, aunque en las zonas urbanas más pobladas paso a representar 44 y 51 por ciento de las mujeres trabajando de manera remunerada.

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El clima social y la violencia hacia las mujeres

No se pueden estudiar los feminicidios sin referirse a la cultura de la violencia que goza todavía por desgracia de una amplia aceptación en nuestro país. Así es corriente la violencia entre varones por razones de género (defensa de honor, prestigio, manifestación de poder, valentía etc.). Lo mismo en el espacio público, las calles, que en lugares de trabajo, centros deportivos, que al interior de los hogares.

Pero si tomamos la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes que es el indicador usado internacionalmente para medir y comprar el clima de violencia social, los años que transcurren entre 1985-2010 son en gran medida parte del proceso de pacificación que venía experimentando el país desde los años cincuenta. En consecuencia, la mayor parte del periodo se caracteriza por una tendencia a la baja en la tasa de homicidios de 50/100 mil hab., que cae de 25 homicidios/100 mil hab., en los años setenta, 8 /100 mil hab. en el año 2005. Toda una proeza en el proceso civilizatorio mexicano.

Pero en 2007 se produce un ascenso vertiginoso en estas tasas para regresar en 2010 a los niveles de los años setenta. En

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este sentido el clima de violencia en el país da un salto dramático para atrás de poco más de cuarenta años y en ese contexto, la emergencia de feminicidios en Ciudad Juárez (1983) son un anticipo de la violencia que se disparará, década y media más adelante, en el estado de Chihuahua y el resto del país.24

Ahora bien, considerando datos del registro de la Secretaría de Salud que contabiliza a personas lesionadas por violencia25 se advierte que prevalece en México un uso de la violencia con un fuerte sesgo de género, tanto entre varones, como de éstos hacia las mujeres (Gráfica 1). Ya que el ejercicio de la violencia y las diferencia de víctimas y agresores de la violencia familiar y violencia no familiar se distribuyen casi ejemplarmente según el género de las personas. Así de un total de 339 mil 135 casos atendidos en 2010, los varones fueron 60.3 por ciento y las mujeres 39.5 por ciento, con un promedio de 929 casos de lesionados diariamente

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