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BAL TASAR GRACIAN: POLITICO Y FILOSOFO DEL SIGLO XVII Por el Lic. José María DOMINGUEZ, ex Profesor ayudante de Filosofía del De- recho y Estudios Superiores de Derecho Político en la Universidad de Madrid. (e ontinuación) III LA POLITICA CARACTER DE LA INVESTIGACION Vamos a estudiar ahora lo que en sentido muy amplio pudiera lla- marse "la política de Gracián", es decir, todas reflexiones de tipo polí- tico, toda la concepción gracianesca relativa a las relaciones de la convi- vencia social desde el prisma del poder y las obras (instituciones) a que esas relaciones dan lugar. Ante todo nos conviene fijar el punto de vista metodológico que el pensamiento de Gracián cobra a la vista de las más modernas investiga- ciones sobre la política en sus tres sentidos : como ciencia, como arte y como vida. La política como ciencia es una especulación teorética sobre las reglamentaciones sociales originadas por el poder; 1 la política como arte es intuición para el que la realiza, y conjunto de reglas prácticas de- ducidas de la historia, pero generalizadas por la abstracción para que sirvan como "pedagogía" al hombre de Estado y como "experiencia" al ciudadano. La política como vida, es historia del antes y periodismo del 1 H. HELLER: e oncepto, función y desarrollo de la ciencia política, 1934. Madrid, págs. 14 y 15. Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx http://biblio.juridicas.unam.mx DR © 1949. Universidad Nacional Autónoma de México Escuela Nacional de Jurisprudencia

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BAL TASAR GRACIAN: POLITICO Y FILOSOFO DEL SIGLO XVII

Por el Lic. José María DOMINGUEZ, ex Profesor ayudante de Filosofía del De­recho y Estudios Superiores de Derecho Político en la Universidad de Madrid.

(e ontinuación)

III

LA POLITICA

CARACTER DE LA INVESTIGACION

Vamos a estudiar ahora lo que en sentido muy amplio pudiera lla­marse "la política de Gracián", es decir, todas reflexiones de tipo polí­tico, toda la concepción gracianesca relativa a las relaciones de la convi­vencia social desde el prisma del poder y las obras (instituciones) a que esas relaciones dan lugar.

Ante todo nos conviene fijar el punto de vista metodológico que el pensamiento de Gracián cobra a la vista de las más modernas investiga­ciones sobre la política en sus tres sentidos : como ciencia, como arte y como vida. La política como ciencia es una especulación teorética sobre las reglamentaciones sociales originadas por el poder; 1 la política como arte es intuición para el que la realiza, y conjunto de reglas prácticas de­ducidas de la historia, pero generalizadas por la abstracción para que sirvan como "pedagogía" al hombre de Estado y como "experiencia" al ciudadano. La política como vida, es historia del antes y periodismo del

1 H. HELLER: e oncepto, función y desarrollo de la ciencia política, 1934. Madrid, págs. 14 y 15.

Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx http://biblio.juridicas.unam.mx

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ahora - para el gobernante es sólo el Diario Oficial, como c~mpendio de sí mismo.

Los escritos teológicos y filosóficos de nuestra Edad de Oro se limi­tan a estudiar los orígenes de la sociedad y del poder, y la actividad de éste, fijando las normas a que ha de acomodarse. En cambio, no se ocu­pan de la integración del pueblo en el Gobierno, en qué consiste y en qué debe de consistir ; las instituciones instrumentales para este fin ; la esfera a que ha de extenderse la acción del Estado y los fines específicos del mismo.' 2

La obra de Gracián puede encuadrarse dentro de lo que Herrnann Heller llama "teoría del arte político" 3 , que se halla integrada por una serie de estudios sobre la "técnica del poder", cuya finalidad es "adoctri­nar respecto a los principios relativamente fijos que son decisivos para ejercer el mando y lograr la sumisión en política". Prueba de que esto es lo que se propone hacer Gracián son las frases inicales de El Po­lítico : "se'."á este (tratado) no tanto cuerpo de su historia, cuanto alma de su política ; no narración de sus hazañas, discurso sí de sus aciertos ; crisis de muchos reyes, que no panegírico de uno solo". "Apreciaré re­glas ciertas ... estimando más la seguridad, que la novedad." 4

Lo que Gracián se propone, por tanto, tomando corno referencia a Fernando El Católico, es hacer el "alma de su política", o sea, los prin­cipios ideales rectores que la dominaron; el "discurso de sus aciertos", o sea, los hechos en sí mismos considerados como realización positiva de unos valores ideales políticos, y las "crisis de muchos reyes", o sea, las reglas que con carácter general piden deducirse, o, como dice Heller, "los principios relativamente fijos que son decisivos para ejercer el man­do y lograr la sumisión en política". 5 N o es, por tanto, una investigación histórica, sino crítica, lo que Gracián pretende realizar. Pero nuestro autor no cumpl,ió por entero su programa, y al lado de reflexiones de tipo socio­lógico-político (mando, poder, esencia de la política y función del polí­tico), de reflexiones histórico-políticas (tipos de príncipes) y de múltiples referencias históricas, se van desarrollando todas las que pudiéramos lla­mar "verdades pragmáticas" para uso y consejo del príncipe Baltasar Carlos, a quien va dedicada la obra.

2 Cf. HINOJOSA: Influencia . .. pág. 107. 3 Ob. cit., pág. 24. 4 Político, pág. 149. 5 Ob. cit., pág. 24.

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Hemos procurado ordenar todo este material sin un criterio teorético estricto. Ello sería demasiado unilateral y nos haría esforzar excesivamen­te la concepción del autor. Por eso, dentro de apartados amplios, concep­tuados y denominados a la moderna, hemos integrado toda la terminología y la técnica conceptual de Gracián, dejando aparte y sin siquiera enume­rarlos, toda una serie de problemas que el progresivo desenvolvimiento histórico-político ha ido destacando.

SOCIOLOGIA POLITICA FUNDAMENTAL

Vamos a comenzar, pues, con lo que sociológicamente es fundamen­tal y previo a lo político, a saber : el fenómeno del mando y el "natural imperio" de los hombres.

El mandar "es empleo de hombres" ... "que un hombre ha de nacer o rey o poco, no hay medio, o César o nada". 6 Eso es lo único que sobre el mando hemos encontrado a través de toda la obra gracianista. Para él, el mando es algo universal y necesario, es "empleo de hombres", que unos hombres hacen o les ocurre respecto de los demás. En el mando hay siem­pre una relación de alteridad -"o César o nada"-, uno que manda y otro que obedece. Pero la fenomenología del mando no la podía hacer Gracián : hallábase demasiado preocupado con los individuos para haber tenido ocasión de analizar objetivamente la consistencia de sus actos. Hoy, el fenómeno del mando es acaso uno de los más estudiados y de los más reducidos a sus elementos más irreductibles. Desvinculado ya del indi­viduo que lo realiza, al mando se le considera hoy como un "ejercicio normal de la autoridad" que "se funda siempre en la opinión pública''. Consiste el mando, pues, en un hecho social cuya particularidad es el aseguramiento de la producción por una voluntad ajena de una intención que no es suya, sino predeterminada por otra voluntad. Esta determina­ción de una voluntad, esta subordinación de una voluntad a otra a virtud de la autoridad de ésta, es lo que se lleva a cabo por el mando. 7

Ahora bien, para mandar es necesario tener poder, tener "natural imperio" : "Brilla en algunos un señorío innato, una secreta fuerza de imperio, que se hace obedecer sin exterioridad de preceptos, sin arte de per­suasión." s Este señorío innato, esta secreta fuerza, determinante del natu-

6 Crit. II, XII, 351. 7 V. ORTEGA y GASSET: La rebelión de las masas, 1• edic., págs. 212-3. 8 Héroe, pág. 153.

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ral imperio consiste -y aquí ya le dejamos la palabra a Spranger-. en "el designio de imprimir en el mundo íntimo y en la conducta exterior de los demás la propia voluntad valorativa". 9 "A la contextura de cQn­tenido de los valores se añade, como algo nuevo, la fuerza de la vida de valor. Esta energía es por de pronto algo íntimo que se observa en la naturaleza individual. Pero irradia también en las relaciones individuales en cuanto la fuerza de la propia vida valorativa constituye una condición previa para determinar y mover a l~s demás en el sentido de las propias valoraciones." 10 Es, pues, ese natural imperio, esa facultad determinadora de la voluntad ajena que el hombre posee, nada menos que todo un de­signio. No se trata sólo de una mera propensión a estimular en los demás el secundar una determinada directriz o ideal, un determinado valor, sino que se trata de todo un propósito conscientemente voluntario a imponer a los demás la propia estimativa. Es algo así como un destino del propio valor el que su intuición despierte la acomodación propia y la determina­ción de la voluntad ajena al acatamiento y a la aceptación.

Esos dos ingredientes : mando y señorío -natural imperio, autoridad, ascendiente, etc.-, constituye el poder. "Poder es la capacidad y también la voluntad (en la mayoría de los casos) de imponer a los demás la propia orientación valorativa." 11

"El efecto del poder sobre los demás se evidencia siempre en forma de determinación. El poder impone motivos, bien directo~ por la vivencia enérgica de la utilidad, de la verdad, de la belleza, de la santidad, bien indirectos al insertarse la preexistente conexión efectiva de motivos -del egoísmo, del mero instinto de conservación, por ejemplo- en la acción recíproca de índole espiritual en virtud de una maniobra técnica, por de­cirlo así,_ y ser utilizada como palanca valiosa para los fines del que tiene el poder en sus manos." 12 "El poder no puede extirparse en modo alguno de la vida, pues vivir significa, ya de suyo, "poder algo" y esta fuerza fundamental debe encontrarse, por tanto, de alguna manera dentro de toda manifestación de vida." 13 "La vida humana entera está entrecruzada de relaciones de poder y de rivalidad." 14

9 Formas ele vida, pág. 229. 10 Ob. cit., pág. 55. 11 SPRANGER: ob. cit.,, pág. 229. 12 SPRANGER: ob. cit., pág. 231. 13 SPRANGER: Psicología de la edad juvenil, pág. 238. 14 SPRANGER: Formas de vida, pág. 230.

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Cuando a ese imperio natural del hombre lo corresponden "la emi­nencia del entendimiento y la grandeza del corazón, no le falta cosa para construir un primer móvil político." 15

EL POLITICO

El político une la eminencia del entendimiento y la grandeza del co­razón a su natural imperio, y logra imprimir por sí un rumbo a la vida política de su nación. El político es el -que hace de la cualidad formal de ser poderoso, su virtud central, y la misión del político y la intenciona­lidad de su vida como tal, es injertar en aquellos sobre quienes actúa su propia realidad ideal. Sentirse uno mismo como poder, considerando que sólo así cumple uno su peculiar misión vital, es propio del político, cuan­do acontezca como impulso elemental primario, no como actitud racional sometida a designio. "El hamo politicus puro pone al servicio de su volun­tad de poder todas las zonas de valor de la vida." "El político fija su aten­ción escrutadora en los puntos de arranque desde los que es posible impulsar al hombre, tal como es, dinámicamente. Diríase que atisba los sectores propicios de motivación. Su conocer de la gente es una especie de saber maniobrero." 16

El contenido de su voluntad es el poder; el derecho es sólo una li­mitación que encuadra su esfera de acción. Y su voluntad lo es de pode­río, ambición, y ambición noble -"no es el merecimiento a la gratitud de los hombres, a su consenso, a distinciones, sino merecimiento a la pro­secución de la propia fuerza creadora, a la fama, a diferencia de los ho­nores". 17

Gracián a este respecto se limita a muy pocas indicaciones; falta en él lo que pudiéramos llamar fenomenología del hamo politicus ; "o recurre a meros apuntes biográficos, sin más valor que el de su particularidad y concreción históricas, o encubre su desprecio por ellos eh metáforas. Así ocurre cuando compara al político con el médico. A ambos, dice, les per­sigue la ojeriza común: pero "yo tengo por cierto que del médico nadie puede decir ni bien ni mal : no antes de ponerse en sus manos, porque aun no tiene experiencia; no después, porque no tiene ya vida". Y esto ocurre también con los médicos "morales, los de la república y costum­bres, que, en 'vez de remediar los achaques e indisposiciones por obliga-

15 Héroe, pág. 154. 16 SPRANGER: Formas de vida, pág. 233. 17 Cf. M. ScHELER: El héroe.

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c1on, ellos mismos los conservan y aumentan, haciendo dependencia de lo que había de ser remedio." 18 Esa es una de las poquísimas citas que pudimos encontrar sobre el político, en abstracto. Para Gracián, el po­lítico viene a ser algo así como el clínico del Estado, el que lo arregla y cura de sus achaques. Como se ve, todo un sentido peyorativo del Es­tado, al que Gracián llama república. Esta es un enfermo que requiere cura, y esta tarea ha de llevarla a cabo el político.

Pero el político actúa en el Estado a través del pueblo ; éste es la materia viva sobre la que el político plasma sus ideales, y al Estado llega la determinación política por mediación de esos ideales. Es, pues, el pue­blo el instrumento de que se vale el político para estructurar al Estado, y la materia viva que ha de moldear aquél una vez determinada su volun­tad política por la voluntad de poderío del hombre de Estado. Conste que nos hallamos en un plano sociológico, por tanto genético, no en un plano de lógica : lo primero en la realidad no es a veces lo primario.

Y ¿qué opina Gracián del pueblo? M u y sencillo, que nada quiere y todo le parece bien : "Y dan en alabar a uno sin saber de qué ni para qué. Celebran lo que menos entienden y vituperan lo que no conocen, sin más entender ni saber. Por eso, el buen político suele echar buena esquila que guíe al vulgo donde él quiera." 19 Pues bien, sea cual fuere la opi­nión que del pueblo se tenga, consiguientemente será la que se tenga de la acción del político. Así, mientras unos, como el Papa San Gregorio -según Márquez-, 20 dicen del gobierno que es arte de las artes "porque el hombre es animal de más colores y pliegues que otro ninguno", peor de conocer y más rebelde de encaminar; para otros, entre ellos Gracián, como la mayoría de los que lo forman son necios, el pueblo es un rebaño, al que hay que adular y atraer. Y si este rebaño, por serlo, no tiene es­timación ética de los actos de gobierno, resulta, de consiguiente, que el político ha de preocuparse de atraer a los necios, sin dejar de echar mano de todos los resortes, buenos o malos, que cuando no pueda servirse de la piel del león, "vistase de la de la vulpeja", recomienda Gracián. Do­minar a los necios es la condición para poder desarrollar con eficiencia una acción política: "los ignorantes son los muchos, los necios son los in­finitos ; y así, el que los tuviere a ellos de su parte, ese será señor de un mundo entero." 21 Esto es lo condicionante, tener a los necios de su lado.

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18 Crit. I, VI, 208. 19 Crit. II, V, 189. 20 Governador Christiano, folio 2, col. 1. 21 Crit. II, V, 168.

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Para ello, todo lo que sea preciso: si la astucia, la astucia; si el engaño, el engaño.

Desde Maquiavelo se ha separado a la política de la moral, y este inmanentismo político, luchando por su propia afirmación, hizo a aquel autor predicar el empleo de cuanto fuese adecuado a ello. La política, así, era instrumentación. Lo moral no era ya más rector de lo político ; a esto le basta sólo con serlo, es decir, con que hubiese adecuación entre el instrumental empleado y el fin a conseguir; si este era logrado, que­daba legitimado todo lo demás.

La desestimación de la política por parte de Gracián, deriva segura­mente de su mentalidad cristiana. Dado que sólo unos pocos habrán de ser los elegidos, es decir, si los buenos son sólo una pequeña minoría dentro de la comunidad, la política, que es asunto colectivo, no podrá poseer análoga exigencia de perfectibilidad moral. Uno puede escapar a ser bueno, puede condenarse; pero nadie puede dejar de ser gobernado, de ser súb­dito. Por tanto, todas las armas, o las tretas, que se utilicen son política­mente válidas, aunque no lo sean moralmente. Lo cual no es, ni más ni menos, que la tesis de Maquiavelo. Incluso si la política hubiera de estar al servicio último de fines exclusivamente ético-religiosos, ello no impe­diría que como tal política, como acierto en el hallazgo de los medios más adecuados para hacerse obedecer, fuese independiente de la moral. Esto haría a la política inmanente por propia naturaleza; es decir, por la dife­rencia que para un católico ha de existir entre el individuo bueno y el súbdito, a secas, sin calificativo diferenciador. El tipo del buen ciudadano, con su propia religión civil, su tabla de valores y de deberes y responsabi­lidades sociales, se hará esperar todavía, hasta los demócratas -Locke y Rousseau.

En Gracián, la separación es tanto más cierta cuanto que la medida de la moralidad de los actos, no viene dada por su ser realidad de valores éticos con contenido, sino en cuanto que su consistencia consiste, sim­plemente, en ser la expresión de una personalidad y, a la vez, el medio para lograr esta última, que reduce su valor a puro pragmatismo.

Romero y Navarro es uno de los críticos que rechazan el maquiave­lismo de Gracián. 22 Sagacidad y cautela, si; maquiavelismo, no - dice nuestro crítico. Es precisamente quien con mayor dureza maltrata al autor de ll Principe, calificándolo de falso político, cuyas máximas son in-

22 Ob. cit., pág. 24.

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mundicia, sus reglas, para atar las manos a la virtud y soltarlas al vicio, y sus "razones no de Estado, sino de establo". 23

N o debemos, sin embargo, despistarnos con las protestas antimaquia­vélicas de Gracián. Para él no son los principios, sino los fines, los que justifican las acciones. Esa misma prudencia que Gracián contrapone a la astucia como virtud capital del político, no resulta a lo latgo de su obra el término contradictorio de aquélla, pues la prudencia es tan sólo una dote o capacidad, "prontitud en la inteligencia y madurez en el juicio", o sea, que está caracterizada por cualidades, por valores formales instrumentales, pero no por valores éticos con contenido. Su prudencia es calculismo, es­peciosidad. Lo que ocurre, en realidad, es que Gracián no ha distinguido entre el ser y el deber ser de lo político, entre la realidad y el ideal, y así, mientras que unos autores bien intencionados se agarran al político Fernando para afirmar lo deontológico en Gracián, otros se apoyan en el oráculo y en algún trozo del Criticón para demostrar, como hace Joaquin Costa, que Gracián "es un maquiavelista con sotana de jesuíta." 24 Lo cierto es aquello que ya señalamos al estudiar la moral de Gracián : su voluntarismo. Un ideal, remoto, le hace atacar la engañosidad; un sentido práctico, voluntarista, le aconseja seguir la corriente de la vida misma. Por eso es que dice, al hacer la crítica y reforma de los refranes, lo si­guiente: "aquello de 'Dios me dé contienda con quien me entienda' sin duda que fué dicho de algún sencillo ; los políticos no dicen así, sino con quien no me entienda ni atine con mis intentos ni descubra de una legua mis trazas". 25

Lo inconveniente que resulta el hacer lo que pudiéramos llamar "po­lítica de engaño" es lo que hace a Gracián terminar, como quien dice, mor­diéndose la cola : "vulgar agravio es de la política el confundirla con la astucia; no tienen algunos por sabio, sino al engañoso ; y por más sabio al que más bien supo fingir, disimular, engañar, no advirtiendo que el cas­tigo de los tales fué siempre perecer en el engaño". 2e Y un poco más adelante: "política inútil la que se resolvió toda en fantásticas sutilezas y comúnmente, cuantos afectaron artificio, fueron reyes de mucha quime­ra y de ningún provecho". 27 Cierto que la palabra anatema de "castigo" se escucha en esas frases; pero, a mi entender, lo que Gracián vilipen­dia es el hombre engañoso, pues éste, en el juego de su misma falsedad,

23 Crit. I, VII, 236. 24 V. CosTA: Máximas pol. de B. G. 25 Crit. III, VI, 204. 26 Político, 179. 27 Político, 180.

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llega a falsificarse a sí mismo - tremenda cosa esta, para Gracián. Pero lo que nuestro insobornable autor no rechaza del ámbito de su política, es el engaño hecho con la astucia humana. Para convencerse de esto últi­mo, basta ver la pequeña antología del oráculo que, a modo de prueba de su tesis, aporta Joaquín Costa en sU: estudio, ya citado, sobre Gracián.

Para juzgar lo que la prudencia es para Gracián, baste decir que llama "prudentazo" a Felipe II, el triste, serio y austero burócrata que se esforzó en ejercer el gobierno sólo con pluma y tinta, como caracterizó Merriman a su reinado. 28 Limitémonos pues a recordar su calculada fri­volidad en la corte de María Tudor, cuando cortejaba a esta última.

La política, que según Ortega y Gasset es "tener una idea clara de le que se debe hacer desde el Estado en una nación"; la gran política, que "se reduce a situar el cuerpo nacional en forma de que pueda fare da se", 29

viene a quedar empequeñecida en Gracián cuando, desprovista de lo que Spranger llama "el pathos de la distancia" se reduce a un tener a los necios en un puño, para que el político pueda ponerse en acción.

PRINCIPE Y CORONA

En esta parte de nuestro trabajo vamos a estudiar lo que, parafrasean­do a Mariana, pudiera denominarse "del rey y de la institución real, o sea, el príncipe y el reino". Pero estos dos conceptos e instituciones los estudiaremos como un todo, como algo unido, no como dos términos con­trapuestos, en constante diálogo. El reino es solamente un punto de refe­rencia, un material en el que el príncipe imprime su forma. El príncipe es quien imprime movimiento y rige el reino omnicomprensivamente; por eso no se puede hablar de órganos, al modo que lo hace la moderna teoría general del Estado. El príncipe no es un órgano más, de mayor o menor relieve, dentro de la estructura estatal, sino que es la personificación y encarnación del reino, su clave. Ambos elementos, rey y reino, componen una unidad, un imperio - los teóricos de nuestra época clásica no hablan todavía de "estado". El príncipe de los escritos políticos de nuestra Edad de Oro, lo es únicamente en función de su actuación, en función de sus actos y de la medida en que estos responden a su carácter de príncipe. N o existe en España, en esa época, un cesarismo, como doctrina gene­ral, no el princeps legibus solutus, sino el príncipe tenentur et ipse vwere legibus sus formulado ya por San Isidoro. Pero en Gracián esa

28 Rise of the Spanish Empire, vol. IV. 1934. 29 Mirabeau o el político, págs. 75 y 78.

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subordinación del príncipe a la ley de su imperio -su reino y su magis­tratura- no' aparece destacada porque él se limita, como ya dijimos, a hacer política y no se plantea ninguno de los problemas referentes a la relación en que se encuentre el príncipe con la ley.

A lo largo de nuestra exposición de las doctrinas políticas de Gracián hemos procurado mantenernos dentro de la más pura ortodoxia gracianis­ta, destacando únicamente los problemas que en sus obras aparecen clara­mente planteados y abandonando a la historia de las ideas políticas poste­rior a Gracián la tarea de ir destacando los nuevos problemas que ulterio­res realidades y más frescos ideales fueron imponiendo y aclarando pro­gresivamente.

Comencemos por el príncipe. Para Gracián, él es "el dado óptimo", lo más culminante de la política. Por eso dice que "han de vivir con tal lucimiento de prendas los príncipes, con tal esplendor de virtudes, que si las estrellas del cielo, dejando sus celestes esferas, bajaran a morar entre nosotros no vivieran de otra suerte que ellos". 30

CUALIDADES DEL PRINCIPE

Los príncipes son dechados de cualidades, y a estas las separa Gracián en dos clases: virtudes de hombre y virtudes de rey, llamando también a estas últimas, "prendas reales", "virtudes del ofico", "realces del em­pleo". Las primeras son las que el príncipe posee como hombre; son pren­das morales e intelectuales que Gracián cree imprescindibles para el oficio de rey; pues así como un gran reino exige un gran rey, así también un gran rey supone un gran hombre. N o siempre concurren en los príncipes ambas clases de virtudes, prendas o realces. El único que, según Gracián, reunió las dos clases fué Fernando el Católico, quien "tuvo grandes vir­tudes de hombre y en sumo las de rey". Otros príncipes, en cambio, tu­vier~>n "grandes virtudes de hombres y grandes vicios de reyes", pues fueron hombres religiosísimos, aptos más para el coro que para el trono. "Al contrario, otros tuvieron grandes virtudes y grandes vicios del hom­bre; así Alejandro y César", quienes "compitieron en extremos". Otras veces los príncipes son virtuosos como tales príncipes, no poseyendo más que prendas reales; pero estas prendas "son sublimes y de orden supe­rior" y llenan "grandes vacíos de otras" - tipo este al que responden los reyes Don Dionis de Portugal y Enrique IV de Francia.

30 Discreto, pág. 229.

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Por el contrario, "opuesta infelicidad, ni tener prendas de la per­sona, ni realces del empleo. Fueron príncipes muchos sólo para acrecen­tar el número".

"Pero aún en este tolerable extremo; mayores monstruosidades hay: llenar un príncipe el vacío de las virtudes de abominables vicios, es rematar con todo." 31

Esas virtudes nacen, no se adquieren por el individuo a lo largo de su vida, y por eso son inseparables del que las posee: "nace, no se ad­quiere el dado óptimo, el don perfecto, que desciende del padre de las ilustraciones. Bien que crece con la industria y se perfecciona con la experiencia." 32

El talento culminante y la función específica del príncipe es la de gobernar: "la eminencia real no está en el pelear, sino en el gobernar ... el oficio de rey no es ser capitán, que a mucho más se extiende. Es uni­versal la obligación, abarca muchas eminencias". El "oficio de rey es el mandar, que no el ejecutar, y así su esfera es el dosel". 33

A través de esas frases hay en Gracián la preocupación de distinguir y destacar al gobierno del caudillaje militar. Y ese gobierno es "reinar", porque en aquella época, gobernante venía a serlo sólo el príncipe, pues que todos los demás supuestos órganos eran meros delegados suyos y en él se cifraba todo el poder político activo; era la voluntad del príncipe, teleo­lógicamente ordenada al bien público, la que determinaba y actuaba la máquina del Estado.

La cualidad esencial y culminante del príncipe, como ejercitante del poder, es, según Gracián, la prudencia: "consiste ésta nunca asaz enca­recida prenda en dos facultades eminentes: prontitud en la inteligencia y madurez en el juicio: precede la comprehensión a la resolución, y la inteligencia aureola es de la prudencia". 34

Se integra, pues, la prudencia de tres facultades, inteligencia, com­prensión y juicio, pero para que todas estas tres actúen prudentemente se necesita que la inteligencia sea pronta, la comprensión clara y el juicio madurado.

Para gobernar por medio de la prudencia se necesita, además, en el príncipe, una gran capacidad y un gran valor, entendido este último como valerosidad. "Una prodigiosa capacidad" es el "fundamento seguro de una

31 Político, 168-71. 32 Político, 181-2 33 Político, 173 y 196. 34 Político, pág. 183.

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real grandeza". Pues como "dijo Platón y apreció Valerio", "será feliz el mundo . . . cuando comenzaren a reinar los sabios, o comenzaren a ser sabios los reyes. El primario real constitutivo, es una gran capacidad, y rey de mucha capacidad, rey de mucha substancia". 35 Ahí tenemos, pues, definida la capacidad como primario real constitutivo. Es un "primus" de la voluntad principesca y elemento constitutivo de la misma, o, usando otras palabras, el apriori fundamental, lo fundante de la voluntad política del príncipe. Bien claro lo dice Gracián : "Es la capacidad el fundamento de la política, aquella gran arte de ser rey que no hace asiento sino en los grandes juicios". Y, por último, "es la capacidad seno de la prudencia", 36

Ese "arte" que es la política, es, pues, el producto de la capacidad o genio individual.

Pero la capacidad ha de ir "ladeada de valores", pues "aseguran entrambas la reputación y en competencia ganó siempre la primera". 37

"Del saber y del valor adecúa un príncipe perfecto: un Moisés para ser legislador y caudillo de la república de Dios ... un FeLipe II de España, que comenzó valiente y acabó prudente." 88 Aquí volvemos a verle caer en un defecto que había tratado de evitar él mismo; pretendió distinguir al príncipe del guerrero, hacer del poder civil del primero, todo el poder po­lítico, hacer consistir a éste en un poder solamente civil, y cuando la pulcra dintinción menci.onada más arriba nos había hecho concebir la esperanza de que Gracián lograse separar conceptualmente ambos poderes y caracterizar al del Príncipe por un predominio -por lo menos- del primero, le vemos ahora volver a caer en la indiferenciación. N o basta con que nos diga que "en competencia ganó siempre la primera", porque no nos dice que ésta consista, aún en el caso de que ambas sean, como nos parecen, dos brazos distintos de un mismo cuerpo. Mas es preciso llegar a la moderna construc­ción 'teorética y técnica del Estado de sitio para poder encontrar, sobre la base de ese hecho jurídico-político, la clave de la separación conceptual y práctica entre el poder civil y el militar, aunque por motivos extraordi­narios se hubiesen reunido circunstancialmente.

La reputación es patrimonio del Príncipe, dice Gracián en el Héroe, 89

y está asegurada por dos columnas, la capacidad y el valor . .o

35 Político, pág. 181. 36 Político, pág. 182. 37 Político, pág. 182. 38 Político, pág. 183. 39 Ob cit. pág. 129. 40 Político, 182. Vid. supra, distinción ente reputación y fama,

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Vamos ahora a ver lo que es un príncipe perfecto. En cierta ocasión presenciaron Critilo y Andremio cómo se forma un gran Rey, y observaron que le daban los brazos del emperador Carlos V, la cabeza de Felipe II, el corazón de Felipe III y el celo de la religión católica de don Felipe IV. 41

Es interesante ese párrafo porque en él vemos cómo, en Gracián, el ideal de rey es todo un conjunto de facultades y de actividades y fines a realizar. Vemos también, entre ellos, que Gracián habla de la defensa de la religión católica como algo favorable y esencial al príncipe perfecto. Se trata, pues, de todo un fin trascendente, el religioso, a realizar por el Estado, y de una exigencia que se impone al príncipe para que desarrolle un política religiosa como uno de los deberes impuestos por su cargo. Téngase en cuenta, por otra parte, que la causa religiosa estaba tan mezclada con la supervivencia y predominio de la iglesia católica en Europa y esta, por su parte, se hallaba tan relacionada con el Estado de los Austrias, que si la diferencia entre poder político y religioso era vaga, de hecho, de derecho, en cuanto diferencia entre lo religioso y lo político, era prácticamente imposible. Por otra parte, Gracián no habla, como ya dijimos, apenas de la religión, no invoca para nada los dogmas de la fe y se limita a señalar a la inmortali­dad como nuestro guía. En tanto que nuestra conducta, es meta de la inmortalidad, como principio rector, teleológicamente vacía, sin más con­tenido que el individuo, o, más bien, su personalidad, haya de darle.

Es en el político donde el ideal de príncipe perfecto aparece con mayor claridad. Gracián no distingue entre ser y deber ser ; pudiera in­cluso decirse que en él lo real, en su más amplio sentido, es ideal. Dice, así, cómo Fernando el Católico ha sido el que realizó en su persona todas las perfecciones; pero, por otro lado hay que tener en cuenta que su Fer­nando el Católico no es el histórico Fernando, de carne y hueso, sino el príncipe ideal y el ideal del príncipe. Por eso, cuando refiere a Fernan­do el Católico todas las perfecciones, éstas habrán de ser entendidas como referidas a un centro ideal, del que los príncipes históricos no son sino pálidos reflejos o unilaterales versiones.

La cualidad que enumera primero es la comprensión. El príncipe que posea esta cualidad "está en todos los puntos; en uno hacíase señor de todo, por la noticia, para serlo por la potencia". Esta comprensión vie­ne a ser, ni más ni menos, que la ubicuidad de la fama, de modo que el príncipe gobierna y manda mucho más con su reputación que con un efectivo mandato, mucho más con la coercibilidad que con la coacción. A

41 Crit. III, VII, 213.

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este respecto cita Gracián el ejemplo de Casimiro el Grande de Polonia y el de Jacob Almanzor.

Debe también el príncipe ser "un príncipe prudente", es decir, uno "cuyo gran juicio es el contraste de todo gran caudal." ' 2 La palabra "contraste" ha de entenderse aquí en sentido tecnológico, como la que garantiza y asegura, y no como "lo opuesto" a un gran caudal ; así, la prudencia, empleando una palabra muy del gusto de Gracián, pudiéramos decir que viene a ser un como realce del caudal. Teodosio, Antonino, J us­tiniano fueron, según Gracián, ejemplo de príncipes prudentes.

Sagaz ha de ser, también, el príncipe: "Argos real que todo lo pre­viene. Emulo de J ano, que mira a dos haces, de fondo inapelable, con más ensenadas que un océano. Los propios le recelan, los extraños le temen y todos le atienden, porque a todos entiende." ' 8 El propio Maquia­velo no vería inconveniente alguno en suscribir esas palabras. Aquí está otra prueba más de que Gracián no rechaza la sagacidad, vulgo falsía, en el príncipe : el príncipe ha de ser muchas cosas, pero una de ellas es, precisamente, ser sagaz.

Un príncipe ha de ser penetrante, porque "descubre más tierra en una ojeada que otros dos con eterno desvelo; al que mucho alcanza, nada se le pasa, y al que todo lo penetra, nada se le esconde". Hoy diríamos que el príncipe ha de ser, en vez de penetrante, un intuitivo. Eso era, ejemplariza Gracián, Enrique IV de Francia, "zahorí de la mayor pro­fundidad, haciendo anatomía de los espíritus, de los naturales, de las in­clinaciones". Como se ve, ni lo más íntimo ha de escaparse a su penetra­ción. "Un príncipe vivo que todo lo ve, todo lo oye, todo lo huele, todo lo toca" ; así era V espasiano. De ese modo el príncipe no se rendirá a la adulación ni a la lisonja, ni será engañado por sus servidores, más aten­tos a su bien que al del príncipe - que es el de la nación.

"Un príncipe 'atento' que ni duerme ni deja dormir a los que le ayudan a ser rey, a las potestades inferiores, león si vela, león si duerme, siempre abiertos los ojos, o con realidad, o con la sobrada apariencia. ¡Oh!, atención la del prudente Felipe de las Españas (Felipe 11) y com­paración suya muy repetida y mejor practicada la del telar con el trono, donde asiste un príncipe siempre atento al hilo que se rompe".

"Un príncipe sensible que le piquen, que le lastimen las pérdidas en lo vivo del corazón", que así como "sensibles formó la naturaleza próvi-

42 PoUtico, pág. 184. 43 PoUtico, pág. 184.

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da sus vivientes ... sensibles quiere sus reyes la política", "medio único de su conservación". 44

El príncipe perfecto, para Gracián, es el que es a la vez comprensivo, prudente, sagaz, penetrante, vivo, atento, sensible "y, en una palabra, sabio". No sólo necesita todo eso, sino que ha de aplicarse, además. Ya volveremos más adelante sobre eso de tener aplicación y preocuparse de los negocios públicos.

LA EDUCACION DEL PRINCIPE

Gracián, siguiendo una tradición muy cara al pensamiento político español, se ocupa también de la educación del futuro rey, o, como se lla­maba entonces, "de la instrucción del príncipe". Los teóricos políticos se habían dado perfecta cuenta de que se requería un aprendizaje de la función, dada su importancia. N o se esperaba, sin embargo, que este apren­dizaje diese un príncipe perfecto; porque la vida política, que Gracián caracteriza como mutabilidad suma 45 deja siempre amplio margen a lo que pudiéramos llamar pura discrecionalidad, y cada suceso que ocurra, o cada decisión a tomar, tendrá siempre por lo menos un matiz inédito para la prudencia y sabiduría del príncipe, autor político por excelencia. Si la vida política estuviese concatenada causalmente en todos sus actos, ya no sería vida propiamente dicha, pero sí sería posible entonces enseñar al príncipe el arte de reinar como si fuera una ciencia, cuyos contenidos se poseen con mayor o menor exactitud, pero cuyo contenido de verda­des es siempre cierto. Mas al príncipe se le puede proveer tan sólo de unos 1 cuantos consejos prácticos, que podrán encarrilar su propia decisión aunque no posean más que un valor instrumental para tomar una deter­minación que habrá siempre de ser radicalmente propia. El rey se hace -lo mismo que el hombre, según Ortega-, "que no se nace hecho; gran asunto de la prudencia y de la experiencia, que son menester mil perfec­ciones para que llegue a tan gran complemento." 46 Si Gracián hubiera deducido hasta la última consecuencia de este postulado fundamental, legi­timaría a la vida por su vivir y, por tanto, al rey por sus actos. Así es como se justifican las doctrinas que aceptan el tiranicidio como legítimo . el rey ha degenerado en otra cosa, en un tirano, a virtud de sus propios actos; si, por tanto, son los actos los que diferencian al rey del tirano,

44 Político, pág. 185. 45 Crit. 46 Discreto, pág. 236.

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esos mismos actos han de ser la consistencia específica, la efectividad del ser príncipe; éste lo es en función de su actuación, reina rigiendo, por tanto esos actos han de ser los decisivos para enjuiciar al príncipe, y esos actos han de ser los únicos que le califiquen: rex eris si ,-ecte faciat, si non recte non eris. Esto va a originar el problema del sometimiento del soberano a la ley. 47 Si el soberano no lo es por sí mismo, sino por sus actos, se debe a que, por encima de él, hay una norma que justiprecia esos actos; esa norma es la ley misma, y así queda ella colocada por en­cima del soberano. Tal es la doctrina que sostiene V ázquez de Menchaca: "las leyes han sido promulgadas e instituidas como superiores a la auto­ridad de los gobernantes". Vitoria, en cambio, hubo de apoyar este some­timiento, este régimen jurídico de la función soberana, en la idea del pacto social, y dirá así que ese sometimiento, ese régimen jurídico de la función del soberano, es consecuencia del pacto mismo : "libremente se pacta, pero los pactos obligan".

Pero no involucremos y volvamos al problema de la instrucción del príncipe. Refiere Gracián a este; respecto cómo Fernando el Católico pasó su niñez en medio de los mayores aprietos, consagrando el valor educa­tivo de la estrechez cuando dice: "de una heroica educación; sale un he­roico rey". 48

Pero Gracián no sólo propugna la formación del príncipe desde un punto de vista educativo; además recomienda el aprendizaje teórico. "Todas las artes se apr~nden, y en todos los mecánicos empleos, aun los más fá­ciles, hay tiempo de aprendices. Sólo al real, siendo el más arduo, se le hurta esta común providencia." 49 N o basta, pues, con darles una cultura política a los príncipes, con enseñarles el mec"a.nismo del Estado, estimular­les a dar a sus vidas un sentido de heroicidad; es preciso, además, que manejen los resortes del gobierno - un manéjo, controlado, dedicado a tareas y negocios poco complejos: también esto es necesario para que adquiera conocimiento de su responsabilidad y conciencia de su grandeza futuras. Por eso, a Gracián le parece muy bien la colegialidad ca-soberana de los últimos tiempos del imperio romano. Consistía esta en una co-par­ticipación en las funciones supremas de gobierno, con una coiegialidad en un peifecto plano de igualdad. Según Mommsen, aparece en el año 161 después de J. C. La forma que se hizo más corriente fué la de asociar al hijo menor de edad, pues aunque en este caso uno de los co-soberanos

47 V. ToRREs LÓPEZ: La doctrina de la sumisión del soberano a la ley, en "Ano Arse. Feo, de Vitoria", t. IV.

48 Político, pág. 156. 49 Político, 158.

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quedaba realiter excluído de la soberanía, formalmente la colegialidad era igual. Se introdujo para lograr dos fines: mantener la unidad en el gobierno y regular la manera en que habían de ser reemplazadas las per­sonas que lo ejercían. 50 Muy bellamente describe Gracián la situación: ''socorrían los emperadores romanos su casa de vejez, con ir introducien­do en Césares sus hijos, y cuando no los hallaban en la naturaleza los buscaban en la adopción. De esta suerte el sabio N erva adoptó al valeroso Trajano. Hacían un cuerpo entrambos, aqnél era la cabeza, y éste brazos, repartiéndose las facultades: el viejo la prudencia y el mozo el valor". 61

Hemos de aclarar, sin embargo, que a Gracián no es que le parezca bien la colegialidad real como el régimen más apetecible, sino que la cree un adecuado instrumento para servir a la formación del futuro príncipe; porque, como vimos, el ejemplo que escoge es el de un anciano que asocia a su joven y futuro sucesor al "regimiento"; sólo así es justificable la colegialidad, no como régimen ideal por sí. Es más, la única ventaja que ve en ella Gracián es la utilidad que posee como instrumento pedagógico, sin hacer la menor alusión a la continuidad que va implícita en tal ins­titución; continuidad que unifica la política de la comunidad estatal, no como diría un clásico, su "razón de Estado". De esto no habla Gracián porque ello es perfección de la institución en sí, y nuestro autor se plan­tea el problema sólo pragmáticamente, desde el punto de vista del futuro rey. Por eso, aunque no haga sobre esto ninguna indicación, parece más bien proponerse como mejor una colegialidad desigual.

EL REY FUNDADOR

El Rey fundador es un tipo especial de soberano. El es quien plasma lo que Hauriou llama la "idea institucional", ligando a todos sus suceso­res a ella a virtud del principio de continuidad en la política. "El que trans­funde una idea (un ideal colectivo, o, mejor, colectivizable) en una obra social, es un fundador". 52

La idea de Gracián es idéntica. N o se refiere a la creación de un reino por un acto guerrero de conquista (caso de la forma del reino visigodo, por ejemplo) o por colonizaCión de un territorio despoblado hasta enton­ces (problema este, tan solo, de creación de Derecho y vida política), sino que se refiere al caso del fundador que, dentro de un régimen ya en mar-

50 MoMMSEN: Compendio de Derecho público romano. Trad. esp. Madrid, s. f. 51 Político4 pág. 158. 52 Principios de Dcho. público y conotnal. trad. esp., pág. 84 y 85.

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cha, logra implantar un nuevo ideal colectivo, una idee force y cambiar su política, su "razón de Estado".

Esta cuestión aparece en nuestro autor planteada con claridad cuando estudia las facultades del príncipe fundador. Con este motivo, podemos nosotros deducir, sin salirnos de su ortodoxia, toda la configuración y consistencia de su magistratura fundacional. El origen de ésta es divino, providencial, en las facultades del príncipe, pero éste es hijo de su propio "valor", o "fortuna", como diría Maquiavelo. Por eso no es contradictoria su afirmación de que "las principales de estas heróicas prendas, son antes favores del celestial destino, que mérito del propio desvelo". 118 A mi modo de ver, ello no es más que una explicación de cómo estas prendas supre­mas se consiguen: no por "autodominio" o por auto-reflexión, pedagógica­mente, sino por designio providencial. Pero el uso de estas facultades, en cuanto que encaminado a la fundación misma, es ciertamente atribui­ble al príncipe y no a la Providéncia, es decir, a la fortuna y no al favor: "Es el fundador de un imperio hijo de su propio valor", 114 dice termi­nantemente Gracián.

La voluntad institucional del príncipe fundador, se realiza en un acto fundacional, a partir del cual aquella, la voluntad, queda asignada a la institución. Ese acto institucional, tiene un contenido político, que, según Gracián, comprende "religión", "gobierno", "valor", "Estados" y "rique-

, zas". 1111 Tal enumeración es muy interesante, pues en ella no se abandona el principio regalista que, ya desde Fernando el Católico, ha quedado incorporado a la política española, a saber: la religión queda "dentro" del Estado, como uno de sus elementos ; no aparte, ni por encima, sino den­tro. El "gobierno" tiene el mismo significado que hoy: la dirección de la colectividad que habita dentro de un territorio en cuanto que deposita-

' rio del "quehacer" público. El "valor" viene a significar lo que hoy se llama moral colectiva, y se refieré a uno de los elementos del Estado, al pueblo. La palabra "estados" no tenía en aquel tiempo el mismo significa­do que hoy. En España venía a significar lo que pudiéramos llamar "uni­dades territoriales", y se usa no sólo con respecto a los territorios de la corona, sino también para los de las principales casas de la nobleza. "Ri­queza", quiere decir, sencillamente, capacidad económica del pueblo y patri­monio colectivo del Estado.

53 Político, pág. 151. 54 Político, 151. 55 Político, 150.

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Pero resulta que la Providencia vuelve a intervenir después de que la fundación ha tenido lugar. Porque "es la providencia suma autora de los imperios, que no la ciega vulgar fortuna; ella los forma y los des­hace, los levanta y los humilla por sus secretos y altísimos fines, los fieles para el cetro de su gloria, los infieles para emulación de aquéllos y cas­tigo, resplandeciendo siempre en unos y otros la armonía prodigiosa de su saber y poder". 56 Resultan traspuestos aquí los significados : la pro­videncia significa fortuna, y la fortuna, providencia; y aquí surge la di­ficultad, que creemos se resuelve del modo siguiente: la fortuna del prín­cipe -utilizo el vocabulario maquiavélico por ser, dentro de los aplicables, d más preciso- se integra, en Gracián, con dos elementos: su virtud, que es propia de ella, y su providencialismo. La providencia, en cuanto que expresión de un cálculo divino, de una "política de Dios", viene a injertar­se en la virtud del príncipe, y entrambas vienen a constituir su fortuna, porque si así no fuese, no necesitaría ayudar a los príncipes infieles a crear grandes imperios para despertar la emulación en los príncipes cris­tianos : si todo fuera providencia, y el príncipe, por su parte, no tuviera que poner "trabajos", no habría necesidad de esa emulación, y la Pro­videncia se daría, generosamente, al mejor dotado.

En cuanto al término "ocasión", viene a ser la "necesidad" maquia­vélica ; porque si la astucia, junto con la providencia, se bastaran a sí mismas, el Estado resultante -"imperio" o "reino"- se parecería a un estado ideal, pues que sólo estaría condicionado por la imaginación y ca­pacidad forjadora del fundador. Pero no es así; para Gracián hay que contar, también, con la "ocasión": "tiene la astucia (empleada esta pala­bra aparentemente como sinónimo de "virtú") su propio modo de fundar, que fué valerse siempre de la ocasión." 57 Esta última no es más que h "necesidad'' de Maquiavelo, como ya dijimos.

Esos son los tres elementos integrantes de la fundación : astucia, for­tuna y ocasión. Son los elementos del acto creador, del acto institucional. N o perder de vista la "ocasión" es uno de los méritos capitales de Gracián. Pues, al igual que Maquiavelo, nuestro autor tiene del "destino" del Es­tado una concepción historicista, inmanentista : ni un designio providen­cialista ni un genio individual pueden, por sí solos, fundar; se requiere la oportunidad, se necesita una materia que sea casi idéntica al posterior contenido de la institución. El destino del Estado es, pues, inmanente a él mismo, no potestativo de Dios o del "político". La prueba de ello es la

56 Político, 166. 57 Político, 166.

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diferencia que hace Gracián entre componer un imperio y fundar un reino: porque son elementos de "clima" cultural y político, los que deter­minan esa diferencia. Los destaca Gracián en la frase siguiente : "hay grande distancia de fundar un reino especial y homogéneo dentro de una provincia, al componer un imperio universal, de diversas provincias y naciones. Allí, la uniformidad de las leyes, semejanza de las costumbres, una lengua y un clima, al paso que lo unen en sí, lo separan de los ex­traños (como ejemplo cita Gracián a Francia). Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las len­guas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrádos, así es me­nester gran capacidad para conservar, así mucho para unir." 118 Como se ve, el condicionamiento histórico-social es evidente en Gracián. En ese condicionamiento ha querido ver expresado Pareja Navarro la idea de nación. No creemos que tal afirmación sea exacta. Pues cuando la idea de nación cobra rango político es cuando se la considera como determinan­te, teórica y prácticamente (Renán y Cavour) de toda una organización estatal y de toda una política gubernamental - sobre todo en lo inter­nacional ; por lo demás, el tema de nación tal como Gracián lo trata, no es nada nuevo en la literatura poJítica española.

LA DINASTIA

He aquí otra materia interesante en la doctrina gracianista. Como que de ella surge nada menos que todo el problema de la monarquía he­reditaria. La aparición de la dinastía dentro del régimen monárquico se la considera como expresión de la continuidad política, como garantía de la pervivencia de las mismas directrices políticas asignadas a la Corona por su anterior titular. Continuidad que es tanto más exigible cuanto que se trata del sumo poder estatal y, desde luego, en un régimen absoluto, del poder soberano -de ahí que se llame "soberano" al rey. Pues bien, Gracián concede gran importancia a esa materia porque en las "familias" o castas --que ambos vocablos usa- es en donde se concentra y de donde deriva un cierto modo o acento propio: "ayuda mucho, o estorba para conseguir la celebridad esto de las familias . . . Parece que se heredan así como las propiedades naturales, así las morales, los privilegios, o achaques de la naturaleza y fortuna". 59 Es decir, que no sólo hay una vinculación de sangre para el título o magistratura soberana, sino, ade-

58 Político, 1.12. 59 Político, 155

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más, una vinculación de las calidades personales a la dinastía, por parte del fundador, o lo que es lo mismo, no sólo es la idea la que se objetiva, sino también la energía política que le dió nacimiento y la objetivó.

LA MUJER Y LA POLITICA

Gracián no habla de la influencia femenina en la política. N o tiene importancia el que diga que "las mujeres por respeto, las esposas por amor, obran mucho con los príncipes". 60 Ese influjo resulta demasiado borroso en esas palabras y en las subsiguientes. La influencia femenina es puramente íntima, sin relieve político. Tan vaga es esa influencia, que Gracián limita la de Isabel la Católica a un tipo puramente íntimo, basán­dose en ella para aconsejar que si el príncipe se asegura de la buena capa­cidad de su consorte, "déle lugar a conreinar". 61 Este problema de la influencia femenina ha preocupado mucho, no sólo a los literatos; sino también a historiadores y teóricos de la política, especialmente en el caso de la esposa. A este respecto son muy interesantes dos reflexiones ente­raramente contrapuestas: la de la mujer de Maquiavelo en la biografía de Prezolini, y la de Azorín, sobre la mujer del hombre público. Gracián, por su parte, diferencia dos casos, cuando dice: "suele predominar más en la voluntad de un príncipe el inmenso amor de una esposa, que el re­verencial de una madre". 62 Respecto a la mujer en general, Gracián pre­fiere la interpretación del Viejo Testamento; o sea, la mujer es una criatu­ra satánica: "todo lo pueden y todo lo pierden"; 63 "de pies a cabeza una mentira continuada"; 64 "donde hay mujeres hay demonios", 65 "las her­mosas son diablos con caras de mujeres, y las feas son mujeres con caras de diablos". 66

EL MINISTRO Y EL PRIVADO

Otro tema muy interesante dentro de la literatura política española es el del ministro o privado. Teóricamente, se viene construyendo desde

60 Político, pág. 1:35. 61 Político, pág. 202. 62 Político, 203. 63 Crit. I, VI, 195. 64 Crit. I, IX. 65 Crit. I, XII. 66 Crit. III, V.

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el punto de vista de su selección por el príncipe, desde Carlos V -en sus cartas a su hijo, más tarde Felipe II- y Antonio Pérez. Prácticamente, la figura del privado adviene con el Duque de Lenna --aunque todavía dentro del tipo más bien inglés del "favorito"- y culmina con el Conde Duque de Olivares, hasta llegar a Godoy, el primer dictador moderno, como le llama su biógrafo H. R. Madol. La especulación teorética sobre el privado es copiosa y muy interesante. Mención aparte merecen, en este sentido, la obra de fray Juan de Santa María, uno de los miembros de la célebre camarilla de Felipe III, autor de un Tratado de República y policía christiana para Reyes y príncipes, y para los que en el gobierno tienen sus veces, 61 en el que se dedican ocho de sus treinta capítulos al tema de los privados; la comedia de Luis de Góngora, "el mejor pri­vado", 68 y el magnílfico capítulo xv de la Política de Dios y Gobierno de Cristo de Francisco de Quevedo, titulado Buen Ministro.

Este tipo de ministro ha pasado en nuestra Edad de Oro por dos etapas: el político auxiliar, plenamente adherido a la línea política del monarca, y el político personal, que hace "su" política, al servicio de lo que él cree mejor, cual el Conde-Duque en su primera época, o, simple­mente, la suya particular y egoísta.

El tema estaba ya, pues, bastante discutido cuando Gracián lo re­coge en su obra, y a pesar de la gran originalidad de ésta en su conjunto, el tema de los ministros está tratado de manera confusa y con vulgaridad.

Por un lado, en el Criticón, 69 al reformar los refranes, dice, refiri~n­dose al "allá van leyes do quieren reyes": "no digo sino tos malos mi­nistros." Según él son "reyes inmediatos" que hacen recaer sus aciertos o yerros en sus reyes: "recaen sobre la cabeza los yerro_s o los aciertos de los demás miembros: subordinados reyes hubo en nada aventajados por sus personas, que fueron grandemente célebres por la eminencia de sus ministros". El rey debe elegir siempre a éstos, ya que "un rey de gran capacidad lo es por el consiguiente de gran elección". Esta ha de ser una de las cualidades determinantes del buen rey. Pues aunque "algunos atribuyen a suerte de un rey el tener buenos ministros . . . más es, o prudencia en saberlos escoger, o ciencia en saberlos hacer". Y es tan grande el influjo que el rey ejerce sobre sus ministros, que "no sólo los escoge buenos un rey sabio, sino que los hace, los forma, los amaestra" ;

67 Madrid, 1615. 68 Anexo de la Rev. de Filología española, "Junta de Ampliación de Estudios",

Madrid, s. f. 69 Crit. III, VI, 209.

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"el político los forma políticos ... el valeroso y ejercitado en las armas,

los saca grandes guerreros ... el sabio, sabios ... el gobernador, grandes gobernadores ... el santo ... santos ... el prudente ... prudentes y el jus-ticiero ... justicieros". 70

OTROS CARGOS PUBLICOS

De los restantes cargos públicos se encuentran en Gracián alusiones a los otros dos más interesantes: virreyes (Mendoza) y embajadores (Osuna). N o destaca Gracián lo suficiente estos dos cargos, limitándose a hacer consideraciones pesimistas sobre la fragilidad de las privanzas y dt: las detentaciones de esos cargos públicos. 71 Debía de tener demasiado presentes a los ministros y estadistas de su época para abrigar muchas esperanzas sobre su prolongada estancia en el poder.

EL REINO

N os toca ahora referirnos al reino y a sus dos elementos recipendia­rios: la corte y el pueblo. El reino es la institución estática pura y es, también, la necesidad que se impone al príncipe, o a su ministro, y sobre la que estos recrean y plasman. Ya vimos lo que abarca al referirnos al acto fundacional: religión, gobierno, valor, estados y riquezas, así como la diferencia existente entre el reino propiamente dicho, uniforme y centra­lizado, y el Imperio, pluralista y autónomo en cada uno de sus "reinos".

Unicamente nos queda por ver la teoría de Gracián respecto a su ascensionalidad o descensionalidad. Para nuestro autor, la línea temporal de desarrollo o desenvolvimiento de un imperio o reino es una curva, que sube y baja: "tienen los imperios sus creciente y sus llenos, crecen con el valor en sumo, consérvanse con una medianía, la que basta para no declinar", es decir, el reino tiene también una vida propia, que un príncipe apto puede "avivar", pero no "crear".

Más adelante veremos lo referente al probltma de la adecuación del

príncipe al reino. Estos dos son, para Gracián los dos elementos forma­tivos del Estado, aunque no lo diga así expresamente.

70 Político, págs. 200-3. 71 Discreto, pág. 211.

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LA CORTE Y EL PUEBLO

Para terminar con lo que pudiéramos llamar la estática del sistema político gracianista nos quedan ahora dos cabos por atar: la Corte y el Pueblo.

En Gracián no hay más que alusiones de tipo literario a la corte, seguramente porque en España, hasta el siglo XVIII, la corte no poseyó, políticamente, valor positivo alguno. Para que la corte tuviera dentro de la monarquía relevancia política, se necesitaban dos cosas : o un régimen de despotismo ilustrado, cual era el caso de las cortes italianas de Loren­zo el Magnífico, etc., y de las alemanas, como por ejemplo la de Weimar; o un régimen de centralización, como el de la corte francesa de los Borbo­nes o el de la madrileña desde Fernando VI. La primera, será una corte política, estética, ejemplar, una especie de museo de las artes y los inge­nios de todo orden; la segunda será una gran central burocrática. Para Gracián, sin embargo, la corte se limita a ser, vagamente, "el trono del

mando, donde todos revientan por subir, y así llegan reventados, unos a ser primeros, otros a ser segundos, y ninguno a ser postrero". 72 En Ei Político, se nos muestra un poco más explícito, aunque dentro de la vaguedad anterior: "célebre cuestión política, si el príncipe ha de asis­tir en un centro por preferencia y en todas partes por . potencia y por noticia, o si con el sol ha de ir discurriendo por todo el horizonte de su imperio, ilustrando, influyendo y vivificando en todas partes. Este es el problema · de la corte-capital, de tipo moderno y contemporáneo, ó de la corte-circuito, de tipo medieval.

En cuanto al pueblo mismo, tema este muy traído y llevado desde siempre en España, aunque con un tipo de reflexiones puramente líricas o meramente oscuras, más que positivas y constructivas, ha permanecido siempre algo así como el gran enigma o esfinge para todo el mundo, in­cluso para aquellos con la cabeza más clara al respecto, los políticos. Las consideraciones que Gracián dedica al pueblo son sumamente amar­gas. Su "pueblo" es el "vulgo", y aun el "vulgacho": "es tan ordinario como fácil alborotarse un. vulgo, y más si es tan crédulo como el de Va­lencia, tan bárbaro como el de Barcelona, tan necio como el de Vallado­lid, tan libre como el de Zaragoza, tan novelero como el de Toledo, tan insolente como el de Lisboa, tan hablador como el de Sevilla, tan sucio

72 Criticón, II, XII, 348.

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como el de Madrid, tan vocinglero como el de Salamanca, tan embuste­ro como el de Córdoba y tan vil como el de Granada". 73

Este pueblo, al que Gracián adjetiva con tanta riqueza y describe con tamaña localización geográfica, es, como dice un poco más adelante, furioso en la acometida, pero cobarde. Y la peor parte de ese pueblo, el

"vulgacho" es, según Gracián, nada menos que "el hijo primogénito de la ignorancia, el padre de la mentira, hermano de la necedad, casado con su malicia". 74 Que su voz sea la de Dios le parece a Gracián poco menos que una blasfemia, a no ser que sea la voz "del dios Baco ... y, si no, escuchadla un poco y oireis todos los imposibles". 75 Sus componentes son "pellejos rebutidos de poca sustancia", que "hablan de lo que no en­tienden". 76 "De la mucha canalla, que de adentro redundaba, se descom­ponían por allí cerca muchos otros corrillos, y en todos estaban murmu­rando del gobierno, y esto siempre y en todos los reinos, aun en el siglo del oro y de la paz. Era cosa ridícula oír los soldados tratar de los conse­jos, dar prisa al despacho, reformar los cohechos, residenciar los oido­res, visitar los tribunales. Al contrario los letrados, era cosa graciosa verlos pelear, manejar las armas, dar asaltos y tomar plazas. El labra­dor, hablando de los tratos y contratos, el mercader de la agricultura, el estudiante de los ejércitos y el soldado de las escuelas, el seglar ponde­rando las obligaciones del eclesiástico y el eclesiástico las desatenciones del seglar. Barajados los estados, metiéndose los del uno en los del otro, saltando cada uno de su corro y hablando todos de lo que menos en­tienden." 77 ¡Cómo se hubiera horrorizado Gracián, creyente en los "es­tados" de la sociedad, ante el espectáculo de un parlamento moderno o del sufragio universal! En fin, que "toda es que gente habiendo perdido sus casas, trata de restaurar las repúblicas". 78

La desestimación política del pueblo es cosa tradicional en España. En este sentido, la actitud de Gracián es todo menos revolucionaria o reformadora. El individuo español ha permanecido ausente de la lucha política mucho más tiempo de lo que le hubiera convenido. Las comuni­dades castellanas parecen haber sido la última vez, hasta el siglo XIX, ert

73 Crit. II, V, 195. 74 Crit. IT, V, 196. 75 Crit. JI, V, 185. 76 Ct·it. II, V, 174. 77 Criticén, II, V, 175-6. 78 Criticón, II, V. 171.

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que el ciudadano se echó a la calle por una causa política de tipo general y gubernamental. Habíasele convencido, o, más bien, predicado más que convencido, de que en la medida en que no interviniese en la vida pú­blica de su país, tanto más feliz sería y viviría mejor. De unos reyes pro­videnciales, primero, y más tarde, de unos gobernadores civiles, esperaba nuestro Juan Español que todo se lo diesen hecho. Por eso se ha podido decir que en España hubo pueblo, sí ; pero no opinión pública. Esas plazas públicas y esos corrillos sobre los que Gracián volcaba todo su desprecio, hubieran sido mucho más eficaces si se hubieran mostrado más activos, en vez de haber esperado a almacenar demasiado odio y rencor. Por eso se ha dicho también que el espafiol no interviene en política hasta que tiene algún agravio que vengar. Quizás sea ello resultado conjunto del llamado individualismo español y de la sed de poder, que se desarrolla con tanta mayor intensidad cuando más impotente se siente el individuo para tomarse la justicia por su mano. Pero entrar ahora en estos problemas nos llevaría demasiado lejos y nos apartaría excesivamente de Gracián, cuya opinión del pueblo era enteramente negativa y e~~Céptica.

LA DINAMICA ESTATAL

Estudiaremos aquí lo que pudiera llamarse la dinámica de la institu­ción estatal, es decir, cómo funciona y cómo es regida la comunidad po­Utica organizada. La clave de la dinámica del reinar es, según Gracián, la prudencia: "Con el valor se consiguen las coronas, y con la prudencia se establecen." 71 La prudencia es, pues, clave del gobierno, pues con ella se consigue que lo creado se estabilice y permanezca. La palabra "estable­cer" que usa Gracián es de lo más significativa. Una cosa de la naturaleza se crea y permanece ya para siempre, hasta que otro proceso la destruye o transforma. Un producto de vida humana, como el Estado, no queda creado y sentado con el acto institucional. Es una tensión o equilibrio entre sefiorío y obediencia que e~tá siempre formándose, siendo toda sÚ historia no más que un fluir de corrientes encontradas, tentativas de ·establecimiento y de destrucción. Por eso, reinar no es limitarse a copiar moldes antiguos, a comportarse según leyes inalterables que encuadren la acción del sujeto político principal, sino que es crear a cada momento: reinar es discrecionalidad, es "razón de Estado".

79 Político, 151.

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LOS METODOS DEL PODER

El reinar se lleva a efecto por "señorío" o bien por "terror". Es, con terminología más moderna, el dilema, o la alternativa recurrente, entre autoridad y fuerza. Esos dos modos del reinar se diferencian por el grado y altura del asentimiento implícito en el comportamiento del súbdito: el que obedece a su señor, tiene plena conciencia de por qué obedece de que lo que él hace es una obligación; en cambio al que está forzado a obede­cer se le manda despertando su temor a su posible desobediencia; es decir, la obediencia se le presenta al súbdito en función y razón de su po­sible desobediencia, pues al obedecer no ve la razón de su acto, sino las consecuencias implícitas en su rebeldía. Cuando el que manda lo hace por señorío, manda a virtud del acto mismo que quiere sea ejecutado; cuando se manda por terror, se manda mediatamente, indirectamente, que se ejecute un determinado acto en vista del castigo que de no hacerlo se derivaría para el súbdito. Por eso, el terror depende de la fuerza de la coacción, mientras que el señorío va ligado al objeto mismo, al acto que se manda. Es por ello que dice Gracián que sólo con el señorío se hace perenne una corona: "Llenó el oriente el Tamorlán, más de terror que de señorío, bárbaro cometa, que con la facilidad con que se forjó, se des­hizo". 80

LOS ACTOS INICIALES

Ahora bien, es por los actos iniciales que se valora un reinado: "la llave de un feliz y acertado reinado, consiste en el arrancar, y permítaseme decirlo así, en acertar a encarrilar. Por donde comenzó a correr el cauda­loso río, por allí prosigue, que después es género de imposible el mudarle la corriente ... En las entradas de los caminos, es el riesgo de errarlos, que acertados una vez, con facilidad se prosiguen".81 Esta visión gracianista del reinado como un camino o línea, responde a una creencia o supuesto, a saber: que la política es continuidad, consistente de una acción y de un objetivo perseguido a través de una serie de actos de gobierno. Res­ponde, además, a una segunda creencia o supuesto : que cuando esa línea es exacta y valiosa, los actos iniciales responden a ella y son los que han dado la clave de ella.

80 Político, 152. 81 Político, pág. 160.

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LA TRADICION POLITICA

Con el problema de los actos iniciales va enlazado en Gracián el problema de la tradición política, o continuidad de una determinada direc­triz política a través de distintos titulares : "Notable propensión es en los príncipes, seguir todo lo contrario del pasado, o por novedad, o por emulación, y reina esta pasión, no sólo en los extraños sucesores, sino en los propios hijos, que pudo la naturaleza unir la sangre, pero no los juicios; herédase tal vez el gesto, pero nunca el gusto." 82 La tradición política consiste, por tanto, en la reanudación y conservación de la línea política marcada por el titular anterior; su juicio ha de quedar como modelo para el futuro, por "notable" que sean la,s "propensiones" del sucesor a la originalidad en política. A esta originalidad la denomina nues­tro autor "connatural oposición". La única explicación que cabe a la elección de tal adjetivo es suponer en Gracián una preocupación, y hasta ansiedad, por el genio individual de cada príncipe, por encima de las exi­gencias de continuidad y necesidad históricas.

EL BIEN PUB,LICO

Sólo ha de estar identificado el príncipe con el bien público, pues por ser la más alta eminencia de la colectividad es, al mismo tiempo, re­presentante y depositario de su conciencia sobre el bienestar general, y a éste ha de encaminar todos sus actos : "Leyéronle las leyes y pensiones de su cargo, que decían, la primera, no ser suyo, sino de todos ; no tener hora propia, todas ajenas; ser esclavo común, no tener amigo personal, no oír verdades ... haber de dar gusto a todos, contentar a Dios y a los hombres, morir en pie y despachando." 83 Así, por debajo de esta mal sistematizada tabla de los deberes del príncipe, fluye ese sentido democrá­tico del bien común que ha sido un imperativo tan característico de la monarquía española. De ahí nace la idea de servicio, enraizada en la idea del bien ajeno como premio y medida del propio. El rey, pues, no es un héroe individual, sino colectivo, su bien es el de todos, su servicio, el de los demás.

82 Político, 161. 83 Crit. Il, XII, 357-8.

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LA DISCRECIONALIDAD DEL PRINCIPE

Como arte que es, la política exige de su realizador un máximo de elasticidad. He aquí el problema de la discrecionalidad del príncipe en el ejercicio de su poder. Su condición esencial en el príncipe es el auto­dominio, el no dejar arrastrarse por sus propias pasiones o por las cir­cunstancias. Gracián centra este problema en tres cuestiones : los yerros, las ocasiones y la aplicación.

Los yerros de gobierno son irreparables, según Gracián: "son eter­nos los yerros de los príncipes, nacen comúnmente en lo más oculto de sus palacios y luego vuelan a las plazas. Entraron en un instante para siempre y la momentánea inadvertencia suya, queda condenada a la pe­renne noticia de todos los venideros". 84

Las ocasiones son la materia sobre que se han de emplear las prendas reales. Según Gracián, "tuvieron algunos príncipes prendas excelentes, pero faltáronles las ocasiones de emplearlas. Al contrario, otros tuvieron las ocasiones y faltáronles los talentos". 85 Estas ocasiones han de apro­vecharse todas y cada una, y dicha de un príncipe es que le ocurran; pero no ha de afectarse ni violentarse por su causa - otro momento en la obra de Gracián en que vuelve a aparecer con toda claridad la idea de la necesidad. Es por la ocasión que los actos de gobierno han de venir condicionados : "son varias las empresas de un rey y todas ellas heróicas Hans e de abrazar . . . no por elección, sino por ocasión". 86

La aplicación es la adecuación que ha de realizar el príncipe entre su caudal y la necesidad, a través de la acción de gobierno. Es el cuidado, la atención puesta en todas las ocasiones para plegarse a ellas plegándolas a su política. 87 En El Político, Gracián se limita a aludir a la aplicación, pero no nos dice exactamente lo que ella sea; a nuestro modo de ver, la aplicación viene a corresponderse con la "atención" de su varón discreto.

EL PRINCIPE Y EL REINO

El problema más interesante que, dentro de la dinámica estatal, se plantea en la obra de Gracián es el del ajuste y proporción entre la ca-

84 Político, pág. 171. 85 Político, 180-1. 86 Político, pág. 189. 87 Político, 187-8.

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pacidad del príncipe y la vitalidad del reino. "Las grandes y difíciles monar­quías piden príncipes grandes en la capacidad y en el valor, y el de prendas grandes, campea más en la monarquía grande". 88 Puesto que es "suma infelicidad de un príncipe llegar a la monarquía ya postrada, caido el valor, valida la ociosidad, desterrada la virtud, entronizado el vicio, las fuerzas apuradas, la reputación fallida, la dicha alterada, todo envejecido y como casa vieja", si bien "lo ordinario es adolecer el príncipe de los mismos achaques de la monarquía". 89 "Corresponder el genio del prín­cipe al estado de la monarquía, es suerte violentarse, o templarse con él ; prudencia tiene lo primero la ventaja de connatural, y con la facilidad asegura la duración ; merece lo segundo la gloria de la industria . . . El ajustar el príncipe su inclinación a la disposición de la monarquía, es precise;>, o por naturaleza, o por arte. En un tiernpo se desea un príncipe guerrero y en otro un pacífico ; la infelicidad está en trocarse las veces, en encontrarse las contingencias". 90

Es el problema maquiavélico de virtud y nécesidad protagonizado en el príncipe y en el cuerpo político. Gracián insiste reiteradamente, como vimos, en la necesidad de esta adecuación como condición de un feliz reinado. De esa ecuación entre el "genio del príncipe" y el "estado de la monarquía" nos parece ya ver surgir al Estado corno entidad indepen­diente y omnicomprensiva. Pero el problema de esta equipolencia gracia­nista no puede solucionarse más que con la adaptación al segundo del primero de esos dos elementos. Bien claro lo dice: "corresponde el genio del príncipe al estado de la monarquía, o templarse con él." A eso le lla­ma Gracián "industria", es decir, política.

Para dramatizar aún más el problema, destaca Gracián otra cuestión, a saber : la de que el espíritu fundacional es solamente conservado por los reyes posteriores, mientras que la institución misma tiende a ascender y a pluralizarse, a perfeccionarse y hacerse más compleja. Una excepción señala Gracián, la de la Casa de Aragón, y es al describimos esto que él estima excepcional, como nosotros podemos descubrir el pensamiento que late por debajo de este párrafo de Gracián: ·"Sólo en Aragón faltó esta dependencia del estado de la monarquía; porque fueron ~travagentes sus reyes, todos a una mano esclarecidos . . . ninguno fué incapaz ni delicioso ; y al contrario de otras monarquías, el último fué el mejor; creció la

88 Político, 163. 89 Político, 166. 90 Político, 167.

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virtud con el impulso natural en sus reyes, que es meJor en el fin que en el principio." 91

LA TIRANIA

Cuando esa adecuabilidad no responde al genio del príncipe, se en­gendra la tiranía. La bibliografía política española sobre el tirano y el tiranicidio es riquísima, siendo a este respecto fundamental el libro del padre Ju,an de Mariana, De regís et rege institutione. Según Gracián la tiranía se engendra al intentar "ser reyes no siéndolo". Es decir, la tiranía no supone aquí una falta de respeto a las leyes o una desviación de lo que exige el bienestar público, no, Gracián explica la tiranía más bien psicológicamente, como inadecuación entre la virtud -o "caudal", como lo llama Gracián- y el reinar, viniendo a ser el tirano como un Don Quijote tomado al pie de la letra: un hombre sin condiciones que pretende llevar a cabo gestas desaforadas. Como se ve, pues, Gracián no ha sabido ver lo que es tiranía. Su doctrina antitiranicida se basa en un título de legitimidad estático: no de rey en cuanto que gobernante, sino en cuanto que heredero y depositario de la dignidad real: "con razón los teneis en tan despreciable lugar (los puñales de Junio y Marco Bruto), que no merecen otro las traiciones y más contra su rey y señor, aunque sea el monstruo Tarquinada" - Tarquino el Soberbio. 92

LA RAZON DE ESTADO

Por debajo de todo lo antedicho queda un elemento, la razón de Es­tado, como única directriz de la política del rey. A esa razón de Estado hay que entenderla como una tentativa a enclavar dentro del Estado mis­mo el principio rector de su actividad. Las "empresas" del rey han de abrazarse por "ocasión", sin que el rey descanse nunca, sino que "en cesando la ocasión de unas, ha de pasar a otras". Continuidad del oficio, continuidad del objeto, variedad de los actos, variedad de las empresas. Siempre, el mejor bien del Estado. Por parte de sus depositarios, la razón de Estado implica una responsabilidad, para desarrollarla: "que un yerro en las llaves de la razón de Estado basta a perderlo todo con descrédito, y un acierto, a ganarlo todo con inmortal reputación". Extrema selec­ción, extrema cautela re'luieren todos los actos de gobierno. Todo ello

91 PoUtico, 174 y 175. 92 Político, 167.

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la mayor gloria del Estado, incluso en las luchas religiosas, que se estiman como una misión más de perfección estatal, no como un fin trascendente al Estado que éste se vea obligado a cumplir. Quizás pudiera decirse que la defensa de la religión es la razón de ser de la razón de Estado.

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AzoRIN. Lecturas españolas.

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MARAÑÓN, Gregario. El Conde-Duque de Olivares.-Madrid, 1936. Reimpresión, Bue­nos Aires, 1946.

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ToRREs, Juan de. Filosofía Moral de Príncipes, 1576.

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108 lOSE MARIA DOMINCUBZ

ANÓNIMO. El estudioso CMteJano. Agora en esta última impresiOH añlltli.ilo el. Pro­verbiador o Cartapacio. Contiénense: el Estudioso, Pobre por bovedad o gro­sería, En conversación, Convidado, Caminante, Discreto en sus persecuciones.­Alcalá de Henares. 1587.

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SALAZAR, Fr. Juan de. Política Española. Que contiene un discurso acerca de su Monarquía, materias de Estado, aumento y perpetuidad.-Logroño, 1619.

QuEVEDO, Francisco de. Advertencias disculpando los desabrimientos de esta carta (Carta del Rey Fernando el Católico al primer Virrey de Nápoles. 1508). 1621.

BARREDA, Francisco de. El mejor Príncipe Trajano Augusto, 1622.

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PADILLA, Manrique. Idea de nobles y sus desempeños en aforismos, 1637-44.

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PÉREZ, Antonio. Norte de Príncipes. 1642.

MÁRQUEZ, José Micheli. Deleite y amargura de las dos Cortes, celestial y terrena. 1642.

SAAVEDRA FAJARDO, Diego. Idea de un príncipe político cristiano.-Milán, 1642.

QuEVEDO, Francisco de. La rebelión de Barcelona. 1642.

GRACIÁN, Baltasar. El Discreto.-Huesca, 1645.

GRACIÁN, Baltasar. El Criticón. Primera Parte.-Zaragoza, 1651.

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BALTASAR GRACIAN: POLITICO Y FILOSOFO

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109

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MATHEU y SANZ, Lorenzo. Tratado de la celebración de Cortes generales. 1667.

APENDICE

BoTERO, G. Detti 1 memorabili 1 di 1 personaggi illustri 1 Del Signar 1 Giuanni Botero 1 Abbate di San Michele de/la Chiusa, .... j Al serenissimo Carlo Emanuel 1 Duca di Savoia ... 1 in Torino 1 Per Gio Domenico Tarino, MDCVIII ...

ExiMENo, Pedro. El espíritu de Maquiavelo.

FARET, Nicolás. L'onneste-Ilomme, or, l'art de plair a la Covrt.-París, 1630. Hay traducción española de 1634, por Adolfo de Salazar.

PEREGRINI, Matteo. Al Savio e convene".Jole il corteggiare. Libri III. Golfarini, 1624.

PÉREZ, Antonio (1540?-1611). Norte de Príncipes, virreyes, presidentes, consejeros y governadores. Y advertencias políticas sobre lo público y particular de una Monarquía ... fundadas en materia y razón de Estado, y Govierno.-Ma­drid, 1788.

PÉREZ DE ÜLIVA, H. ( t1531). Diálogo de la dignidad del Hombre.

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