2
Salón de 1846: Delacroix Charles Baudelaire Trad.: Hermes Salceda (Saltana.org) Con Delacroix la justicia tarda más. Sus obras son, al contrario, poemas, y grandes poemas ingenuamente concebidos,(6) ejecutados con la insolencia habitual del genio. —En los del primero no hay nada que adivinar; porque tanto se complace en la exhibición de su destreza que no omite ni un pétalo, ni un reflejo de reverberación. —El segundo abre en los suyos hondas avenidas para la imaginación más viajera. —El primero goza de cierta tranquilidad, mejor dicho, de cierto egoísmo de espectador, que hace planear sobre toda su poesía no sé qué frialdad, qué moderación, —que la pasión tenaz y biliosa del segundo, en lucha con las lentitudes del oficio, no siempre le permite mantener.— Uno empieza por los detalles, el otro por la inteligencia íntima del tema; venga de donde venga, éste solo coge la piel, el otro le arranca las entrañas. Demasiado material, demasiado atento a las superficies de la naturaleza, Victor Hugo ha llegado a ser pintor en poesía; Delacroix, siempre respetuoso con su ideal, es a menudo, a pesar suyo, poeta en pintura. un error puntual en el dibujo es a veces necesario para no sacrificar algo más importante. En esto no pensaron las gentes que tanto se burlaron del talento de Delacroix; sobre todo los escultores, gentes parciales y tuertas, más allá de lo permisible, y cuyo juicio vale, como mucho, la mitad que el juicio de un arquitecto. Desde el punto de vista de Delacroix la línea no existe; ya que por más tenue que sea, siempre habrá un geómetra quisquilloso para imaginarla suficientemente gruesa como para contener otras mil; y para los coloristas que quieren imitar estas palpitaciones eternas de la naturaleza, las líneas no son sino, al igual que en el arco iris, la fusión íntima de dos colores. El techo circular de la biblioteca del Luxemburgo es una obra aún más sorprendente, en la que el pintor logró, —no sólo un efecto aún más dulce y unificado, sin suprimir ni un ápice de las

Baudelaire Salón de 1846 Delacroix

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Baudelaire Salón de 1846 Delacroix

Salón de 1846: Delacroix

Charles Baudelaire

Trad.: Hermes Salceda (Saltana.org)

Con Delacroix la justicia tarda más. Sus obras son, al contrario, poemas, y grandes poemas ingenuamente concebidos,(6) ejecutados con la insolencia habitual del genio. —En los del primero no hay nada que adivinar; porque tanto se complace en la exhibición de su destreza que no omite ni un pétalo, ni un reflejo de reverberación. —El segundo abre en los suyos hondas avenidas para la imaginación más viajera. —El primero goza de cierta tranquilidad, mejor dicho, de cierto egoísmo de espectador, que hace planear sobre toda su poesía no sé qué frialdad, qué moderación, —que la pasión tenaz y biliosa del segundo, en lucha con las lentitudes del oficio, no siempre le permite mantener.— Uno empieza por los detalles, el otro por la inteligencia íntima del tema; venga de donde venga, éste solo coge la piel, el otro le arranca las entrañas. Demasiado material, demasiado atento a las superficies de la naturaleza, Victor Hugo ha llegado a ser pintor en poesía; Delacroix, siempre respetuoso con su ideal, es a menudo, a pesar suyo, poeta en pintura.

un error puntual en el dibujo es a veces necesario para no sacrificar algo más importante.

En esto no pensaron las gentes que tanto se burlaron del talento de Delacroix; sobre todo los escultores, gentes parciales y tuertas, más allá de lo permisible, y cuyo juicio vale, como mucho, la mitad que el juicio de un arquitecto.

Desde el punto de vista de Delacroix la línea no existe; ya que por más tenue que sea, siempre habrá un geómetra quisquilloso para imaginarla suficientemente gruesa como para contener otras mil; y para los coloristas que quieren imitar estas palpitaciones eternas de la naturaleza, las líneas no son sino, al igual que en el arco iris, la fusión íntima de dos colores.

El techo circular de la biblioteca del Luxemburgo es una obra aún más sorprendente, en la que el pintor logró, —no sólo un efecto aún más dulce y unificado, sin suprimir ni un ápice de las cualidades del color y de la luz, que distinguen todos sus cuadros,— mejor aún se apareció bajo un aspecto completamente nuevo: ¡Delacroix paisajista!

En vez de pintar a Apolo con las musas, invariable decoración de las bibliotecas, Eugène Delacroix cedió a su irresistible gusto por Dante, que tan sólo Shakespeare reequilibra en su espíritu, y eligió un fragmento en el que Dante y Virgilio encuentran, en un lugar misterioso, a los principales poetas de la Antigüedad

El paisaje, que no deja de ser un accesorio, es, desde la óptica en la que me situaba antes —la de la universalidad de los grandes maestros—, una de las cosas más importantes. Este paisaje circular, que abarca un espacio enorme, está pintado con el aplomo de un pintor histórico, y con la finura y el amor de un paisajista.

En cuanto al cielo, es azul y blanco, cosa sorprendente en Delacroixla pintura de Delacroix es como la naturaleza, le horroriza el vacío.

Para completar este análisis sólo me queda señalar una última cualidad en Delacroix, la más destacable de todas y que hace de él un auténtico pintor del siglo XIX: es esa melancolía singular

Page 2: Baudelaire Salón de 1846 Delacroix

y tozuda que se desprende de todas sus obras, y que se expresa mediante la elección de los temas, el gesto y el estilo del color. Delacroix aprecia a Dante y a Shakespeare, otros dos grandes pintores del dolor humano; los conoce a fondo y sabe interpretarlos libremente.

No es sólo el dolor lo que mejor sabe expresar —prodigioso misterio de su pintura— ¡el dolor moral!