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Beato Pablo VI: Un Gran Papa Papa Largamente Incomprendido - Janet Nora Playfoot Paige

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BEATO PABLO VI

Un gran Papa largamente incomprendido

José Luis González BaladoJanet Nora Playfoot Paige

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Los coautores de este libroagradecen muy sinceramente

la generosa colaboración recibidade Renato Perino,de Attilio Monge

y de Jorge Almendros.También y no menos

la de Monseñor Pasquale Macchi,fiel secretario durante un cuarto de siglo

de Juan Bautista Montini-Pablo VIy testigo de su gran amor

a todos los hombres.

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EPablo VI

por quienes mejor lo conocieron Prólogo algo diferente...

¡de otros prólogos!

s lo convencional y más frecuente que los libros empiecen con un prólogo. También conun prólogo, en la intención más adecuado y convincente, quiere empezar este,convencidos de escasa inadecuación quienes lo firmamos.

Sobre Pablo VI se han publicado buenos libros, escritos con las mejores intencionespor autores que muy bien lo conocieron, expresando juicios movidos por sincerosobjetivos.

Este es, conscientemente, un libro sin grandes pretensiones. Sabemos, quienes lofirmamos, de nuestra insuficiente adecuación con respecto a tan gran Papa: por sugenerosidad paterna, por su humildad, por su cultura, por su santidad.

Que le hubiéramos antepuesto un prólogo brotado de nuestras plumas y de nuestrareconocida insuficiencia profesional sería multiplicar la notable escasez que somosconscientes de que es un defecto original –¡en contra de nuestras intenciones!– que locaracteriza.

Por eso, a la hora de ponerlo a disposición de quienes tengan la buena voluntad deleerlo, atraídos sin duda por la excepcional personalidad de su Protagonista y pese a laescasa competencia de quienes lo firmamos, hemos cedido a la media inspiración deanteponerle un prólogo que dignifique su apariencia y presentación.

Un prólogo con varias aportaciones y firmas. De alguna suerte, las mejores con lasque hemos tropezado, ya fallecidos buena parte de quienes las manejaron. A todos, vivoso ya muertos, profesamos nuestra íntima gratitud y admiración. Una admiración ygratitud que a la mayoría los alcanza, como sufragio, de la Otra Parte de este mundo.

Estamos bien convencidos de que uno de los muchos méritos por ellos contraídos nodejó de ser lo que, convencidos, vertieron en honor de un Sumo Pontífice al que, antes ymejor que nosotros, conocieron y admiraron por sus grandes méritos.

Por razones obvias, no pretendemos que sea un prólogo exhaustivo. Fueron muchosotros los que, en vida de Juan Bautista Montini/Pablo VI y también inmediatamentedespués, emplearon sus talentos para testimoniar sobre sus actividades y sobre sus másque ejemplares –¡santas!– benemerencias...

Somos conscientes –¡vaya que sí!– de que, de aquellos de quienes aquí incorporamos«trozos» seleccionados, habría mucho más, acaso todavía más válido y merecedor dehaberse incorporado. Pero también hay algo de lo que nos declaramos convencidos: deque los testimonios aquí recogidos son y serán para todos convincentes y válidos. A unosy a otros –¡a todos!– les adelantamos –¡y a Dios y al Beato Pablo VI en primer lugar,pero también a Su Santidad el gran buen Papa Francisco!– la expresión de nuestra íntimay muy sincera gratitud.

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¿Por quién... empezar?

Simplemente obvia la necesidad de empezar por alguien...¿Por qué no por el que, durante casi 25 años (noviembre 1954-agosto 1978), fue la

persona a él más cercana y fiel: su secretario Monseñor Pasquale Macchi? El cualescribió un libro sobre él, publicado en 2001, bajo el tan sobrio como expresivo títuloPaolo VI nella sua parola (título que para el lector no necesita ser traducido) que es untestimonio muy creíble sobre quien había sido su dignísimo superior y amigo.

No se trata de una obra maestra. Monseñor Macchi, doctorado en literatura modernapor la Università Cattolica del Sacro Cuore con una tesis sobre El problema del mal enGeorges Bernanos y, antes de ser elegido secretario del Arzobispo Juan Bautista Montini,profesor de Literatura en el Seminario de Milán, no llegó ni pudo dejarse absorber por lafunción literaria. Sí quedan muestras de una exquisita sensibilidad estética en espléndidasy muy finas ediciones de documentos pastorales del Arzobispo Montini editados porMacchi con la colaboración de pintores modernos que casi estimulan la atención moral alcontenido íntimamente religioso de tales documentos[1].

Y lo que también queda, fino obsequio all’Arcivescovo Pasquale Macchi de artistasitalianos modernos y muy finos del diseño y del manejo de la pluma, es un documentoque sin duda muchos –uno entre ellos– admiraron y seguimos admirando. Trátase de unaespecie de álbum-libro titulado I Custodi della Bellezza (Los Guardianes de la Belleza)que recoge ilustraciones que dejan sinceramente boquiabiertos a quienes las ven, aun entamaño reducido, que es el de dicho álbum I Custodi della Bellezza (100 páginas, 25x17cms)[2].

Lo que aquí sigue, al ser de Monseñor Pasquale Macchi, es profundamente sincero encada una de las casi 400 páginas del libro Paolo VI nella sua parola que el Autorobsequió a muchos que probablemente lo hubiéramos adquirido –como quienesfirmamos esto, de no haber sido porque nos lo envió como obsequio, sabedor de laatracción que nos conocía por el gran Protagonista de cada una de las páginas de sulibro[3].

Un libro que es todo él, en la intención y otro tanto en el contenido, un homenajetestimonial al Hombre-Papa por cuyo nombre arranca el título: Pablo VI en su palabra.A los diez años de fallecido el sucesor número 262 de san Pedro, así empieza el discursodel que fuera su devoto Secretario:

«Un testimonio sobre Pablo VI es para mí una necesidad del corazón, pero la grandeza moral de su personahace difícil, casi imposible, dar con adecuadas expresiones. Es por lo que quiero reducir al máximo misconsideraciones personales para dejarle hablar a Él directamente, con sus expresiones, sus razonamientos, susnotas, sus actos, sus viajes, sus encuentros con personas de toda condición.

Deseo utilizar la palabra viva del Papa, poner de relieve su propia narración, sus reflexiones en torno a todolo que ocurría en la Iglesia y en el mundo, para conocer cómo brotaron en Él sus gestos más destacados ycómo Él mismo los analizaba y juzgaba.

Habría que estar a su altura espiritual para hablar de forma digna de este Papa, protagonista en un momentodecisivo de la historia de la Iglesia, comprometida en el Concilio Ecuménico Vaticano II en un aggiornamentode coraje, cada vez más fiel al designio de Cristo y a su tarea providencial en el devenir de la historia.

Por otra parte, mi frecuentación con Él durante casi veinticinco años llegó a despertar en mí una

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admiración que no ha dejado de ir en aumento desde el primer encuentro nada más haber sido nombradoArzobispo de Milán hasta el día de su muerte como Papa en Castelgandolfo.

En estas páginas constato aflorar y crecer lo que parece constitutivo de la personalidad de Pablo VI: latensión de un amor apasionado a Cristo Señor y, como consecuencia, su servicio generoso e incansable a laIglesia, misterio de Cristo resucitado»[4].

Pablo VI fue un gran estilista. Escribía y hablaba con mucha precisión y elegancia, altiempo que sin el menor rebuscamiento. Tenía una caligrafía muy fina. Lo asegurancuantos lo conocieron y lo analizaron bajo este aspecto y criterio. Quedan centenares dedemostraciones en tal sentido. Quiérese decir de escritos suyos a mano, algo que noocurría con el admirado Angelo Roncalli, de quien se asegura que usaba mucho su viejaOlivetti.

Se ha recurrido a tal casi superfluo análisis para expresar que Macchi no era unestilista literario. Lo fue Juan Bautista Montini. Tanto en sus escritos como en susdiscursos. (Algo –bastante– mejor que Monseñor Pasquale Macchi manejó siempre lapluma el secretario de Juan XXIII, Loris F. Capovilla: el cual, para cuando respondióafirmativamente a la propuesta del Nuncio vaticano en Francia, que acababa de sernombrado Arzobispo de Venecia, ya había ejercido durante varios años de periodistacomo director del semanario La Voce di San Marco).

Monseñor Macchi fue, como secretario, excepcional y muy digno, íntimamentebendecido por el aprecio y gratitud de Pablo VI y de todos. Que no fuera un auténticoliterato solo hubiese limitado su tarea en el caso de que el Arzobispo Montini y PapaPablo VI hubiera tenido necesidad de ayuda para preparar sus sermones o conferencias.Lo cual es bien sabido que no ocurrió...

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La voz de su primer sucesor como Arzobispo de Milán

... Una voz que fue, y que sigue siendo en el recuerdo, la del Arzobispo-CardenalGiovanni Colombo.

Había sido un excepcional –no único– colaborador del Arzobispo Juan BautistaMontini durante su mandato en la Sede ambrosiana. Entre otros cargos deresponsabilidad y confianza, había sido rector del Seminario de la Archidiócesis.

Cuando el Arzobispo Montini se vio transformado en sucesor de Juan XXIII ytrasladado de Milán a Roma, nombró a Giovanni Colombo sucesor suyo en el gobiernode la Archidiócesis ambrosiana. Ocurrió el 10 de agosto de 1963. Un año más tarde,Pablo VI lo elevó al cardenalato.

Los testimonios de Giovanni Colombo sobre Pablo VI son muy numerosos y estánllenos de contenido. Entre otros queda un libro titulado simple y llanamente RicordandoG. B. Montini Arcivescovo e Papa, de extenso formato y de casi 200 páginas, llenas deexpresivos recuerdos.

El tópico convencional de por dónde empezar... A lo peor se corre el riesgo dedescartar recuerdos muy elocuentes, pero todos son expresivos y sinceros. Este, porejemplo:

«En la hora serena de mi senectud, en esta víspera lenta en el descenso sobre mis días terrenales, mi alma sevuelve con frecuencia agradecida y admirada hacia Pablo VI. No solo se me ha concedido el privilegio deencontrarme con él sino que la Providencia dispuso que posase mis huellas sobre los senderos de la siempreamada diócesis de Milán, huellas suyas de gigante mientras mi paso se sentía entumecido para seguir susejemplos.

El día mismo de mi solemne ingreso en el Duomo de Milán, mientras por primera vez tomaba asiento en laCátedra de San Ambrosio, de San Carlos, del Beato Cardenal Ferrari y del Cardenal Schuster, evocando elrecuerdo del Arzobispo Montini, que había sido mi más inmediato predecesor, me dije con toda sinceridad:“¡Qué alta es esta cátedra, y qué pequeño soy yo!”.

El sentido de mi inadecuación e indignidad me ha hecho compañía siempre en cada uno de mis años comoobispo de Milán, pero el sentido del deber y de la misión me dio la gracia de ponerme en el surco de mispredecesores, quienes en multitud desde el cielo como auténticos amos, me sostenían, y uno, vivo todavía,Pablo VI, desde la Cátedra infalible de Pedro, en actitud de padre tierno, me sostenía. Su apoyo, oraafectuoso, ora animador, ora estimulante, fue un día público y estimulante...».

Los años desde que Juan Bautista Montini pasó por el alto trono de San Ambrosio ydel aún más alto y supremo de Pedro no han dejado de pasar, a la velocidad con quevuela el tiempo. A Dios gracias, con el recuerdo denso de frutos.

Desde entonces se han sucedido los papas –Juan Pablo I, Juan Pablo II, BenedictoXVI, todos con sus herencias específicas impresas en nuestros recuerdos– y el granentrañable Papa Francisco, en este momento reinante, a quien agradecemos haberempujado la causa de san Juan XXIII confirmándonoslo en... Santo, que era comomedio mundo más el otro medio lo sentíamos, y porque también nos acaba de proclamarBeato, de camino para Santo, a Pablo VI Montini.

También en la Archidiócesis ambrosiana, a Pablo VI y a Giovanni Colombo les hansucedido otros excepcionales Arzobispos. Uno, el inmediato a Colombo y entre los másapreciados y añorados por todo el mundo: Carlo Maria Martini, con talla reconocida de

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candidato a Papa si la escasa salud no se/nos lo hubiera llevado, sin mengua de supersonalidad como pastor y como hombre de cultura.

Carlo Maria Martini tenía inteligencia y cultura –sin excluir a los que no entran en laapresurada lista– para apreciar adecuadamente a Juan Bautista Montini, que también diomuestras de mucho apreciarle a él.

Pablo VI, todos los años en que fue Papa –¡y antes!– nunca dejó de hacer ejerciciosespirituales, como si hubiera sido un fiel hijo de san Ignacio de Loyola, que fue el quemedio-impuso en el método y duración la exigente costumbre de unos Ejerciciosespirituales que siguen llevando, siglos después, el complemento adjetival del Santonacido en... Azpeitia (Guipúzcoa).

El Papa Montini casi presentía la proximidad de la muerte, viendo su débil saludconvertirse en acelerada debilidad. Los ejercicios espirituales pueden y suelen a vecesconsiderarse una buena preparación para la muerte. Él, sin duda, también los consideró...

Cada año de su pontificado –no cabe duda de que ya antes– Pablo VI eligió concriterios de exigente capacidad para hacerlo a los predicadores de los ejerciciosespirituales que hizo fielmente con sus colaboradores más cercanos. Para los que iba arealizar (¡y realizó!) del 12 al 18 de febrero de 1978 el elegido fue Carlo Maria Martini.

Pasquale Macchi eligió también, con criterio acertado, a Carlo María Martini comoprologuista del libro Paolo VI nella sua parola. Archiocupado sin duda, el jesuita exrector del Instituto Bíblico aceptó hacer un prólogo engagé para dicho libro. Dice así, nique lo hubiera pensado para utilización complementaria:

«Quisiera aquí recordar la última ocasión que tuve de ver de cerca al Papa Pablo VI: ocurrió durante lapredicación de los Ejercicios espirituales a la Curia romana en febrero de 1978. Precisamente estos días hacaído en mis manos, por delicadeza de Su Excelencia Monseñor Macchi, la fotocopia de algunos papelesinéditos en los que Pablo VI fue anotando, día a día, los contenidos de mis sermones. Me he sentidoprofundamente conmovido al ir pasando dichos apuntes en los que, con su caligrafía menuda en la que secaptaban signos de su sufrimiento físico, el Papa iba delineando algunos puntos clave de mis meditaciones ytomaba nota de algunos textos bíblicos que yo había comentado o citado. Jamás hubiera pensado que aquellaspalabras quedasen registradas con tanto cuidado y se trocasen en objeto de meditación y de oración por partede Pablo VI.

Me impresionaba igualmente, en aquellos Ejercicios, la puntualidad con que Pablo VI acudía a todas y cadauna de las meditaciones a pesar de sus sufrimientos. Se trataba de nada menos que cuatro meditacionesdiarias, pero Pablo VI nunca dejaba de acudir, a pesar de que se notaba que le costaba mucho caminar y deque le tenía que resultar costoso permanecer largamente sentado para escuchar.

De manera especial recuerdo una ocasión en que, habiendo sobrepasado no poco el tiempo fijado para lameditación, me di cuenta de que Pablo VI no volvió a su habitación, como otras veces, sino que permanecióinmóvil en la capilla en espera del comienzo de la siguiente meditación. En aquella circunstancia le remití, pormedio de su secretario, una nota para excusarme. Pero su respuesta me ratificó en la humildad y atención conque Pablo VI estaba siguiendo los Ejercicios.

Tales recuerdos personales míos son bien poco comparados con todo lo que este libro de MonseñorMacchi nos ayudará a conocer con relación a tan gran cristiano y Papa que fue Pablo VI. Pero he queridoratificar con algún recuerdo inédito lo que siempre he intuido ser él: un hombre profundamente creyente,humilde, disponible y atento al diálogo, continuamente deseoso de ayudar y temeroso de molestar a los demás,alguien que tuvo el don de una gran perseverancia en las pruebas. Estoy convencido de que el ejemplo de suvida, como se describe en este volumen, ayudará a muchos a iluminar, en su existencia, la primacía de lasantidad».

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Otras voces y otras plumas

Síguese, pero ya no más por ahora, por voces y plumas de sucesores de Juan BautistaMontini al frente de la Archidiócesis Ambrosiana. El que primero siguió a Carlo MariaMartini fue un hombre que por él había sido ordenado sacerdote y que participó en doscónclaves, de uno de los cuales salió elegido Papa Benedicto XVI y del siguiente el PapaFrancisco.

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En uno y en otro había estado considerado papable Tettamanzi, pesando acaso o nopara algunos, en la candidatura, su proximidad al movimiento Comunión y Liberación,con mayor arraigo en Milán, de la mano y liderazgo del sacerdote lombardo LuigiGiussani. Pero los candidatos preferentes del Espíritu Santo evidentemente fueron otros.

Un testimonio, ya más remoto y breve que el de Martini, sobre el predecesor de uno yotro en la sede ambrosiana, es precisamente el de Dionigi (que en castellano diríaseDionisio) Tettamanzi, localizado como prólogo a la obra de una casi canónica biógrafade J. B. Montini, la titulada: Paolo VI: Il coraggio della modernità (San Paolo, Milán2008)[5]:

«Cuore (corazón) es la palabra que aparece centenares de veces en el magisterio montiniano. No puedo, a esterespecto, olvidar la homilía que el Arzobispo Montini pronunció en el Duomo de Milán el 28 de junio de 1957,el día en que me ordenó sacerdote junto con otros clérigos ambrosianos. En dicha ocasión él formuló unaoración al Señor para que nos hiciese don a tales jóvenes ministros “de un corazón grande, capaz de igualarseal de Cristo y de dar cabida a todas las dimensiones de la Iglesia y a las del mundo; un corazón capaz de amara todos, de servir a todos, de hacer de intérprete a todos. Un corazón capaz de comprender a los corazones delos demás”. Y siguió animándonos a poseer un corazón que no se limite a conocer a las ovejas del rebaño, sinoa ir en busca de las otras, en una tensión que no ha de concederse descansos bajo el estímulo del amor. (...)

La Autora de esta hermosa biografía cita el discurso con que Pablo VI inauguró la cuarta y última sesióndel Concilio el 14 de septiembre de 1965, en el que el Papa afirmó que, cuando el día de mañana se quieradefinir el elemento característico de la Iglesia del Concilio, al interrogante “¿qué hacía (...) en aquel momentola Iglesia católica?”, la respuesta debe ser: “Amaba. Amaba con corazón pastoral, (...), amaba con corazónmisionero (...) Amaba, sí, todavía, la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II seguía amando con corazónecuménico”».

De varias plumas más...

Se trata de la de un autor italiano –comprensible que abunden las de connacionalessuyos–, autor de un libro muy breve, escuetamente titulado Paolo VI dentro de unacolección que se presenta como Scrittori contemporanei di Dio. Un autor que es, eneste caso, Aldo Cazzago. Enuncia:

«Pablo VI ha sido el Papa fiel a la doctrina y a la tradición, que adoptó actitudes firmes contra las tendenciassecularizantes y disgregadoras que se manifestaron desde el interior de la Iglesia y de la sociedad, pero quetambién ha sido un hombre tenaz de las mediaciones, que con paciencia y sacrificio ha tratado de evitarfracturas y sanar incomprensiones.

Su pontificado sumo ha sido una inmersión continua en las problemáticas del mundo moderno y delhombre concreto, en el esfuerzo de salir a su encuentro, de escucharlo y de servirle. Las encíclicas Ecclesiamsuam (6.08.1964), Populorum progressio (26.03.1967) Humanae vitae (26.07.1968), así como la cartaapostólica Octogesima adveniens (14.05.1971) e igualmente la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi(8.12.1975) son los documentos centrales de su magisterio que documentan, junto con tantos gestospastorales, cómo él fue no solo el Papa del tiempo actual sino también el de los tiempos futuros por haberintuido los nuevos horizontes de la historia y de la evangelización cristiana, especialmente en el planoecuménico y en las relaciones internacionales.

Estudios, documentos y testimonios tienden asimismo, cada día más, a subrayar igualmente la estaturaintelectual y humana de Pablo VI: la inteligencia y finura de ánimo, la sensibilidad artística y literaria, sucapacidad de escucha y de amistad. Diríase que de tal suerte emerge con claridad la figura de un Pontífice queha vivido su relación con Dios y con el hombre de una manera unitaria y profunda, como una tensiónpermanente de la mente y del corazón. En su figura y en su palabra se percibe una vibración que en ningúnmomento se interrumpe, y esto porque Pablo VI ha sido, ante todo y en primer lugar, un enamorado de Dios,que de la oración y de la contemplación sacaba la fuerza para su servicio a la Iglesia y al hombre».

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¡La tentación de alargar mucho más esta especie de prólogo...! Material,exquisitamente adecuado y elocuente, sobraría. Porque Pablo VI inspiró, con su aparentetimidez y discreción, y sigue inspirando, excelentes reflexiones. También, y casiespecialmente a pesar de la nula utilización del material que hasta aquí... no se ha hecho,a escritores que se expresan –o han venido expresándose, alguno que ya está de la OtraParte en la que está Él...– en la lengua que nosotros hablamos y que Pablo VI sabía bien,aunque fuera algo menos que la francesa.

Sí, habría –¡hay!– mucho material filomontiniano en la lengua de Cervantes. Deplumas y de corazones amigos de quienes firmamos el libro.

De la pluma de Joaquín Luis Ortega

Empezaremos por la pluma del sacerdote Joaquín Luis Ortega, amigo nuestro y escritorexquisito, que pasó por cabeceras de prestigio y emisoras de radio. ¡Amigo Joaquín Luis,que sabes te admiramos y deseamos por lo menos –sabiendo que es mucho– tanto biencomo tú nos deseas! ¡Gracias muy cordiales por la utilización de un trozo para el que casino tenemos tiempos de pedirte permiso, sabiendo que tu autorización es implícita y quete sorprenderá gozosamente verlo aquí... republicado!

«Montini fue siempre pastor y sacerdote. A pesar de que pasó la inmensa mayoría de su vida entre papelescurialescos y pisando alfombras diplomáticas. No tuvo que improvisar un talante ministerial cuando fuellamado a regir la sede de Milán o a sentarse en la Cátedra de Pedro. Su labor de juventud entre las gentesuniversitarias, su presencia eficaz en movimientos apostólicos así lo confirman. Montini tuvo siempre fibra depastor, entendido el pastoreo como conducción de los hombres hacia las metas mejores. Montini enseñaba,conducía, guiaba.

Cuando fue Papa, cuando le creció el rebaño hasta hacérsele universal, se acentuaron sus capacidadespastorales. Hizo de su enseñanza un alimento. Extremó la vigilancia –cualidad tradicional de los pastores–cuando vio que el rebaño, antes dócil y uniforme, se abría peligrosamente y caracoleaba en lugar de seguirtras el Pastor. Empeñó su tiempo y su vida en mantener la unidad y la fe. Tareas ambas primordiales para unpastoreo como el suyo.

Parece como que a veces se le hubiese regateado ese talante pastoral presentándolo como un Papa políticoo diplomático. Ciertamente no era un ingenuo. Él sabía que los problemas de los hombres, las cosas de la pazy de la guerra, los derechos humanos y los valores transcendentes ni se defienden ni se solucionan por sísolos. Hay que lucharlos. De ahí que en sus viajes, en sus mensajes y en sus audiencias propiciase siempre losencuentros con los líderes mundiales, con los que tienen en sus manos los resortes del poder. Hacía políticade alto bordo. Siempre en la defensa del hombre, siempre a favor de la vida, siempre en beneficio de los másnecesitados. Su ir y venir por el mundo (nunca un Papa antes de él había hecho visitas pastorales tanperiféricas y dilatadas) le dio un conocimiento preciso de los pastos por donde andaba su rebaño. Era unexperto en humanidad y un conocedor profundo de su época. Sin ambos saberes es muy difícil realizar unafunción de pastor como la que había caído sobre sus espaldas».

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De la pluma de José Luis Martín Descalzo

También de la pluma del gran y fecundo sacerdote escritor vallisoletano José Luis MartínDescalzo. Del que, después de La frontera de Dios, su gran novela, cultivó mucho elperiodismo religioso como enviado especial a Roma para el Concilio convocado por JuanXXIII y llevado a término por Pablo VI.

Amigo por nosotros menos frecuentado, porque hace ya años que has abandonadoeste mundo llamado por Dios, como seguro premio al mucho bien que habías hecho contu pluma y con tu vida. Nos complace creer que también Pablo VI, que tan para biensupo utilizar su palabra y su pluma, habrá aprobado lo que sobre él escribiste y que, simuchos no tuvieron ocasión de conocerlo de inmediato, otros agradecerán y disfrutaránconociéndolo, o volviéndolo a recordar, tras leerlo una vez más:

«Durante 40 años, por nuestros pagos se ha llamado “enemigo de España” a todo el que, de alguna manera,discrepaba del régimen franquista. Uno de esos enemigos oficiales de España era Pablo VI, o Montini, comodecían con desprecio en los medios políticos. Y lo grave del asunto es que porcentajes altísimos del puebloespañol se tragaron la fábula y me parece que aún sigue rodando. La verdad es que Pablo VI no fue jamásantiespañol aunque sí fue claramente antifascista. El sentido democrático lo llevaba Juan Bautista Montini en lamisma sangre. Su padre había sido uno de los iniciadores en Italia del movimiento social católico del quesaldría más tarde la actual Democracia cristiana.

Montini fue antifascista por educación. Lo era radicalmente el más querido de sus profesores, el que mástarde sería cardenal Giulio Bevilacqua. Lo era el que siempre fue mentor espiritual de su alma: JacquesMaritain.

Era antifascista por experiencia: conoció la persecución que el fascismo italiano desencadenó contra laFUCI (Federación Universitarios católicos italianos) de la que el joven sacerdote Montini era consiliario. (...)Concluida la guerra, el ya sustituto de la Secretaría de Estado vaticana vio siempre con preocupación la uniónde la Iglesia española con los ejércitos vencedores. Y es sabido que se opuso tenazmente a la firma delConcordato y sobre todo al apartado que ponía en manos del Gobierno el control del nombramiento de losObispos. (...) Ahora se ha ido sin que los hombres –y más los españoles– termináramos de aprender aquererle. Aunque algunos hace tiempo pudimos descubrir qué deuda inmensa tenía la Iglesia española hacia unPapa que tanto la ayudó –¡qué mejor cariño!– en una época decisiva de su historia».

Nos damos cuenta, llegados aquí, de haber optado por una manera arriesgada demedio prologar este libro que tan de nuestras almas gemelas de esposo y mujer o deesposa y marido (usamos la expresión para evitar la semicacofonía de esposo-esposa)nos está saliendo.

Arriesgada dícese porque los testimonios aportados, para nosotros tan convincentes yconfiamos en que para el lector aún más, dan la impresión de que, por donde unosterminan otros vuelven a empezar. Pero quienes tal medio hemos elegido, lo quepodemos asegurar es que nos tranquiliza y satisface más de lo que, con todaprobabilidad, nos hubiera satisfecho y tranquilizado un medio o método diferente.

Pero aquí sí vamos a dar por terminado este prólogo con riesgo de interminable. Loqueremos hacer rindiendo homenaje a un escritor y teólogo que, sin haberlo tratadonosotros personalmente, nos ha dado la impresión de haber sido uno de los que antes, yen la voluntad mejor, se ha volcado sobre la personalidad del Papa Montini, estrenándosecon una biografiaza.

Nos referimos a un sacerdote palentino que se llama Eduardo de la Hera y que dedicó

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–asegura, con toda credibilidad– cinco años y mucha ilusión a la aventura de escribir unadocumentada biografía sobre el Papa al que estamos dedicando la nuestra no sin admirarla suya, tan bien intencionada, querido amigo, que se nos antoja... casi cuantitativamenteexcesiva.

El testimonio para este semi-casi prólogo sobre Pablo VI lo tomamos de laintroducción del libro del admirado don Eduardo de la Hera del que aún no hemos citadoel título (la verdad, querido amigo, que no muy inteligible para el lector corriente, con elque casi nos identificamos). Este: La noche transfigurada (BAC, Madrid 2002):

«El Cardenal Martini, siendo Arzobispo de Milán, recogió, en la sesión conclusiva del proceso para labeatificación de Juan Bautista Montini, su predecesor en la sede de San Ambrosio, los rasgos que mejordefinen, como persona, al Papa Pablo VI. He dicho como persona. No solo como hombre de Iglesia. Comopersona y como creyente. Como el hombre fuerte y enérgico que Montini fue, a pesar de su debilidad física.Un uomo coraggioso, dice Martini. O sea, antes que Papa, hombre. «Nada menos que todo un hombre».Como el título de la novela de ese vasco universal que fue D. Miguel de Unamuno.

Es esta faceta humana de hombre que ríe y llora, que goza y sufre, que duda muchas veces y se lanza alvacío en otras, la que me ha fascinado de Juan Bautista Montini. Detrás de aquellos ojos claros había unhombre tímido como otros que andan por las calles. Detrás del alzacuello romano había un hombre cargadode responsabilidades, que pensaba mucho las cosas antes de decidirse y que, por lo tanto, necesitabacomprensión. Comprensión y afecto, como todo mortal, sobre todo cuando uno no acierta o se equivoca.

¿Los papas se equivocan? En unas cosas sí y en otras no. ¡Como todo el mundo! (...) ¿Cómo describe a supredecesor Carlo M. Martini? Pienso que, muy acertadamente, como testigo de la alegría, apasionado de laIglesia, artista del diálogo, enamorado de Dios y, sobre todo, como profeta del acontecimiento eclesial másgrande del siglo XX: el Concilio Vaticano II. O, si ustedes prefieren, del Concilio a secas. Sin apellidos. Quetodo el mundo sabe a qué Concilio nos referimos. Y, si alguien no lo sabe, habrá que decírselo. Aunque solosea por amor a lo que es historia de la cultura. (...) Montini fue un hombre nacido para el diálogo, para launidad, para callar con los labios y responder con los gestos. Tal vez pueda interesarnos más su perfilpsicológico, su alma contemplativa, su amor a la Iglesia, que otros datos sobradamente conocidos».

Apenas, en lo que precede, se ha citado una página del libro, muy digno y mejorintencionado, de Eduardo de la Hera que tiene... ochocientas veintiséis páginas. Muchas,pero bien escritas. Las excelentes intenciones del Autor aparecen muy documentadas.Nuestra admiración y agradecimiento le llegarán tarde, pero son cordiales y sinceros.

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1Pablo VI:

un gran Papa de anteayer

Pocos años después de su muerte, dijo de él su sucesor al frente de la Archidiócesis deMilán, el cardenal Giovanni Colombo:

«A medida que transcurre el tiempo y que el flujo irresistible de la historia nos aleja cronológicamente de sufigura, se manifiesta más claramente su grandeza. Solo el porvenir lo comprenderá con exactitud. Supersonalidad, que se movía con aparente empacho en las angustias de lo cotidiano y de la crónica, encuentrasu mejor encaje en la historia. Y la historia, que empieza ya a incluirlo entre los grandes, irá reconociendo cadadía más su estatura excepcional».

Por su parte escribió sobre Pablo VI James V. Schall, jesuita norteamericano, profesorde la Universidad Gregoriana de Roma:

«Estoy convencido de que nadie, empezando por mí, salió jamás de una audiencia con Pablo VI sin sentirseprofundamente conmocionado por el calor y religiosidad íntima de aquel hombre. Era lo opuesto de la imagenpública que de él se tenía corrientemente»[6].

Peter Hebblethwaite, autor de una muy documentada biografía de Pablo VI traducidaa un gran número de lenguas, incluidas español e italiano, asegura:

«Bastaba una hora de conversación con él para sentirse y quedar amigos para toda la vida. Se mantuvosiempre fiel a sus amigos, sin olvidar jamás sus cumpleaños u onomásticos»[7].

Para documentar esta biografía, no podremos dejar de recurrir a Monseñor PasqualeMacchi, su fiel secretario privado, fallecido hace algunos años, para otros juicios, peroadelantamos uno aquí:

«Quienquiera que se haya acercado a él, jamás podrá olvidar la suavidad de su trato. No creo que exista nadieque haya hablado con él sin conservar, del encuentro, un profundo consuelo interior. Recuerdo la ternura másque materna con que tomaba en brazos a los niños, cual si tuviese miedo de tocarlos, para no hacerles daño, ycon cuánta delicadeza se arrodillaba junto a los enfermos, sobre todo cuando se trataba de niños de cortaedad, viendo en ellos al mismo Cristo».

El intelectual italiano Arturo Carlo Jemolo, tras definir a Pablo VI como «Papa delGetsemaní» y «Testigo del Gólgota», afirmó que «acaso haya sido la figura más dulce depontífice de los últimos ciento cincuenta años» [8].

Falsa contraposición a Juan XXIII

¡Cuánto se contrapuso –aún se hace– a Juan XXIII con Pablo VI! Tienta aportar el juiciode un excelente conocedor de ambos, el académico francés Jean Guitton:

«Juan XXIII había sido, durante un largo período de tiempo, un conservador casi con retraso sobre lostiempos, pero se había vuelto sinceramente disponible a la novedad del Espíritu hacia el final de su vida.Montini, por el contrario, había comprendido siempre que el catolicismo no podía aislarse de la realidad delmundo. Estaba persuadido de que el catolicismo era dinámico y no estático, y de que tenía que orientarse

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simultáneamente hacia su propia reforma y la del mundo. Pablo VI era más tomista y newmaniano queroncalliano. Durante el Concilio había querido alcanzar un consenso general. Se había esforzado por reducir lomás posible la minoría de los opositores, para que el mundo entero, tras haber visto un Concilio dividido pordiscusiones, tuviese la oportunidad de observar, en el momento de las votaciones, un Concilio perfectamentereconciliado»[9].

El mismo Jean Guitton añade: «Pablo VI poseía una naturaleza dulce, delicada.Aborrecía hacer sufrir a nadie. No apagaba el tizón humeante».

El cardenal Poupard, colaborador próximo de Pablo VI, dice de él:

«Formado en la escuela severa y exigente de Pío XI, ayudante fiel de Pío XII en sus tareas de cada día,continuador ferviente de Juan XXIII, Juan Bautista Montini eligió desde el primer momento un nombre quellevaba implícito el alcance de su pontificado: Pablo, el Apóstol de los gentiles, el heraldo de la palabra, elviajero incansable, doctor y pastor, el reformador atrevido y avisado que no duda en cambiar las observanciasno esenciales para difundir mejor el mensaje del Evangelio».

El ya aludido Jean Guitton hace suyo el acercamiento a la vez comparativo ydiferenciante entre ambos pontífices con la siguiente observación:

«La visión de Juan XXIII se resume en una palabra: “rejuvenecer”. Me parece verlo todavía mientras se pasael dedo pulgar por el rostro para ocultar las arrugas: aggiornamento. La visión de Pablo VI creo que es posibleresumirla con una palabra que él pronunciaba con una aplicación lenta, marcando bien las sílabas: “pro-fun-di-zar”».

En este punto se puede citar de nuevo al periodista italiano Arturo Carlo Jemolo:

«Pablo VI sucedió a un Papa que había disfrutado de una inmensa popularidad, una popularidad que le veníahasta de su misma figura física, de su origen pueblerino, por lo que le resultaba tan fácil hablar hasta a los máshumildes, con su bondad, detrás de la cual se notaba una fe profunda. Pero no era menor la fe de Pablo VIque la de Juan XXIII, ni era menor su deseo de bien, ni su coraje, del que tuvo oportunidad de dar muestrasfrente a los acontecimientos, a un continuo derruirse de alguna parte del edificio (de la Iglesia), a unafloramiento latente de rebelión entre el clero, que a veces dio lugar a episodios de auténtico cisma, a ladisminución continua de las vocaciones».

A Juan XXIII y a Pablo VI se los define como «papas del Concilio». El pastor MarcBoegner matizó el alcance de la definición afirmando que se trataba de un Concilio«convocado por Juan XXIII que no se hubiera atrevido a convocar Pablo VI», pero«llevado a feliz término por Pablo VI, que Juan XXIII no hubiera sido capaz deconcluir» [10].

Dice el ya citado James V. Schall que «en la hipótesis de que nos detuviésemos acomparar a estos dos Pontífices, descubriríamos que ambos coincidían sustancialmenteen lo mismo, salvo el hecho de que, en general, Pablo VI era más abierto».

Pablo VI era consciente de ser contrapuesto polémicamente a su predecesor. Susecretario y ejecutor testamentario, Monseñor Pasquale Macchi, localizó un textoautógrafo, borrador de un discurso que Pablo VI renunció a pronunciar, prefiriendoafrontar la injusta comparación antes que defenderse[11].

Pablo VI admite que «la personalidad de Juan XXIII posee características de tan altovalor moral y de un carácter humano tan singular que sería ingenuo, vano y hastairreverente, especialmente por parte de quien le ha sucedido, pretender no ya pasar por

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igual que él sino simplemente por parecido». Sin embargo, «la diferencia de las personases compatible con la identidad de tareas, de sentimientos, de programas». Y añade:

«El afecto que el Papa Juan profesó a aquel a quien le ha correspondido sucederle, así como la veneración deeste para con él son de por sí una demostración, y no la última, de la fidelidad sustancial a su línea. Hay unaconfirmación de ello en la prosecución de su programa y en haber mantenido a las personas en los cargos queocupaban (¿quién ha sido cesado?)».

A Pablo VI le dolía que se tergiversase la imagen de su predecesor:

«Ciertamente constituye un agravio a la memoria del Papa Juan XXIII atribuirle ideas y actitudes que él notenía. Era bueno, por supuesto, pero en absoluto era indiferente. Le preocupaba mucho la rectitud de ladoctrina y temía las desviaciones. Aquellos que hacen semejante interpretación sobre el Papa Juan, ¿quéprovecho han sacado a fin de cuentas de sus enseñanzas? Se trata de una interpretación doblementeinteresada: en primer lugar, para tranquilizar la conciencia, plegada a todo dogmatismo que no sea la verdadcristiana liberadora y unívoca; pero también para poder oponerse a toda exigencia doctrinal y a todaafirmación cristiana, coherente con el compromiso cristiano del magisterio eclesiástico... Juan XXIII no fueen absoluto un débil, ni un transigente; no fue un hombre inclinado a la aceptación de opiniones equivocadas nide la llamada fatalidad de la historia. Su diálogo no estaba hecho de bondad renunciataria ni perezosa. Por loque se refiere a la comprensión y acercamiento al mundo moderno, tenemos la impresión de encontrarnossobre las huellas del Papa Juan hasta donde resulta posible a nuestra poquedad»[12].

Comentando este singular documento, el jesuita G. Martina afirma:

«Es difícil dar con una página autobiográfica más elocuente. Pablo VI no nos ha dejado un Diario del Alma;no ha redactado memorias, pero volcó en estas líneas su alma intensamente emotiva, delicadísima, conscientede la difícil situación en que se había visto colocado, con la tarea de llevar a cabo una obra comenzada por supredecesor, salvando el espíritu con que aquel la había puesto en marcha, pero al mismo tiempo cortandoposibles desviaciones».

Habla su secretario, y ejecutor testamentario

Monseñor Pasquale Macchi fue secretario privado de Juan Bautista Montini durante losocho años de su ministerio como Arzobispo de Milán y los quince de su pontificado. Hadicho cosas muy elocuentes sobre Pablo VI en varias ocasiones. Una de ellas fue en elprimer aniversario de su muerte, en un acto celebrado en el Duomo de Milán:

«Quien afirmó que nadie es grande para su mayordomo, no dijo la verdad: mi admiración ha ido aumentandocon el paso de los años, y todavía más el afecto que siento hacia Pablo VI, que para mí fue padre, madre,hermano y maestro... Para mí ha constituido un gran regalo vivir durante más de veinticuatro años junto aPablo VI, de quien recibí lecciones continuas de fe, de coraje, de sacrificio, de humildad y de entrega gozosa aDios. Haber estado a su servicio ha constituido para mí un inmenso privilegio espiritual, por la posibilidad decompartir la vicisitud diaria de un excepcional hombre de Iglesia».

En otro momento de su mismo discurso, Monseñor Pasquale Macchi afirmó:

«Por su gusto, no hubiera deseado ser servido por nadie. Trataba de realizar por sí mismo hasta los serviciosmás humildes. En la vida de cada día era de una sencillez asombrosa. No sorprende, pues, que su humildadalcanzase a realizar, con total naturalidad, gestos que a alguien se le podrían antojar excesivos. Cito uno deellos nada más: cuando el 14 de diciembre de 1975, hacia el final del encuentro de oración con motivo deldécimo aniversario de la reconciliación entre las Iglesias de Roma y de Constantinopla, decidió postrarse derodillas para besar los pies del metropolita Melitón, nadie sabía de su gesto. Un instante antes me llamó y medijo lo que iba a hacer, solo para que yo tratase de evitar que el metropolita se moviese de su sitio».

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Ante tal auditorio, Monseñor Macchi, aun confesando «temblor de voz y titubeo deespíritu» (con voce che trema e spirito esitante), y no sin sentirse algo «reacio y tímido»(renitente e timoroso), descendió a detalles que solo él conocía:

«Podría citar un gran número de ejemplos de su caridad. El gesto, por ejemplo, de dejar caer su anilloepiscopal, a falta de dinero en efectivo, en el cepillo que, con motivo de una reunión de la Conferencia de SanVicente de Paúl, se iban pasando los cofrades para recaudar para los pobres; las visitas privadas que hacía alos pobres y enfermos, siendo Arzobispo de Milán, sobre todo durante la cuaresma; asimismo, las visitas quehacía todos los años a los sacerdotes enfermos o necesitados, las tardes de Navidad y Pascua, tras las tareasde la noche y de la mañana».

Monseñor Macchi aludió al «pensamiento que, en los meses inmediatos a su muerte,tenía preocupado a Pablo VI: alcanzar con una palabra, con un mensaje, con un gesto, atodas las personas que, a lo largo de la vida, le habían producido alguna amargura o que–así pensaba él– podían aguardar de su parte un signo de benevolencia, para darse a símismo algo parecido a la garantía de que en su ánimo no quedaba el más mínimosentimiento de rencor. Tenía muy presente el pasaje del evangelio de san Mateo que dice:“Si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti,deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23s).Antes de llevar a cabo su ofrenda a Dios, quería estar seguro de toda reconciliación conlos hermanos. Jamás conservó rencor hacia nadie».

Con motivo de uno de los viajes más largos de su pontificado, el 27 de noviembre de1970, Pablo VI sufrió un atentado en Manila[13]. Macchi recordaba un detalleestrechamente vinculado a aquel espectacular episodio:

«Si alguien me preguntase cuál fue la sonrisa más suave que yo recuerdo en el rostro de Pablo VI, tendría queremontarme al atentado que sufrió en el aeropuerto de Manila. Cuando empujé para atrás, no sin ciertaviolencia, al agresor que había herido en el pecho a Pablo VI, por fortuna no de muerte, y lo entregué a lapolicía, miré hacia el Papa. Jamás podré olvidar aquella sonrisa dulcísima. Cuando sus ojos tropezaron con losmíos, me dirigió un mínimo signo de reproche por la violencia con que había alejado al agresor: interpreté,porque así me lo pareció, que aquella sonrisa era reflejo del gozo de una felicidad inesperada».

Paradojas de Pablo VI

El lector puede tener la impresión de que se le está propinando un intenso brainstorming(bombardeo) en torno a una figura que pasó por la escena del mundo con la máximadiscreción.

Allá donde está, la memoria subjetiva de Juan Bautista Montini no necesita talreivindicación en elogios. Es la conciencia de quienes nos beneficiamos de su ministerio,sin acaso valorarlo adecuadamente, la que tiene necesidad de reconocer las virtualidadesvivificadoras de su legado.

Pero tampoco es indispensable rematar de tal forma este capítulo introductorio. Lavida de Pablo VI soporta bien otros análisis, en función de sus mensajes altamentepositivos. Análisis, si se quiere, de apariencia ligeramente polémica, pero de realidadserena.

En su monumental biografía (749 páginas) sobre Pablo VI, el escritor británico Peter

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Hebblethwaite dejó deslizar un par de afirmaciones capaces de despertar, en quien ya nola tuviera, una notable curiosidad hacia el sucesor de Juan XXIII. En la primera de talesafirmaciones asegura que Juan Bautista Montini «fue el hombre de este siglo mejordotado por la naturaleza para convertirse en Papa». En la segunda, no menossorprendente, dice de él que «fue el menos clerical de los papas modernos».

En materia de afirmaciones paradójicas sobre Pablo VI, hay una del periodista italianoGiancarlo Zizola que no lo es menos: la que asegura sobre el Papa Montini que fue «elmás laico de los papas[14]». La expresión le fue sugerida por el gesto de Pablo VI de«abolir prácticamente el cardenalato vitalicio» cuando, por medio del documentoIngravescentem aetatem del 23 de noviembre de 1970, decretó que, una vez alcanzadoslos ochenta años de edad, los cardenales quedasen privados de la facultad de participaren el cónclave.

Según Zizola, la decisión de Pablo VI tenía una apariencia «secular» por su tendenciaa incorporar a la estructura eclesiástica la tendencia de la sociedad civil a deponer de lospedestales de mando a los mayores para ir abriendo paso a las generaciones jóvenes.

Cuando «despojó» del derecho de voto en el cónclave a los cardenales octogenarios,Pablo VI tenía setenta y tres años. Había en aquel momento dos cardenales curiales tanfamosos como potentes, el italiano Alfredo Ottaviani y el francés Eugène Tisserant, quetenían, respectivamente, ochenta y ochenta y seis años. De repente, uno y otro, y conellos casi una docena de cardenales más, quedaban «fuera de combate».

Ottaviani y Tisserant no lograron frenar su contrariedad en presencia de algúnperiodista que dio eco a sus expresiones de crítica al documento de Pablo VI. El Papaobservó con ellos la misma conducta que con los miles de críticos que le salieron a lolargo de sus quince años de pontificado, y especialmente a raíz de la publicación, en juliode 1968, de la encíclica Humanae vitae: encajó en silencio y sin rencor.

Es más, si se da el crédito que merecen (y lo merecen todo) a dos amigos suyos taníntimos como lo fueron, sin duda, el padre Giulio Bevilacqua y Jean Guitton, hay razonespara pensar que, por sus críticas, aún se hicieron acreedores de un mejor trato por partede Pablo VI.

Guitton asegura haber escuchado de labios del «oratoriano» Giulio Bevilacqua unaconfidencia según la cual «el respeto que Pablo VI tenía hacia sus adversarios lo hacíamás conciliador hacia ellos que hacia sus propios amigos» [15].

Retomando la observación de Giancarlo Zizola, cabría preguntarse por qué Pablo VIno se sometió a la misma ley que dictó para los cardenales, presentando la renuncia a losochenta años. Giancarlo Zizola había dicho que el decreto Ingravescentem aetatem«podría convertirse en bumerán» para el propio Papa. «A fin de cuentas –argumentaba–,las razones que aduce Pablo VI para convertir los ochenta años de los cardenales en sumuerte civil pueden referirse perfectamente a un Papa que haya cumplido esa mismaedad», ya que «resulta difícil sostener que la sangre y las células papales puedanconstituir excepción a las leyes de la naturaleza».

A través de un diálogo del que da cuenta Jean Guitton, hay pruebas fidedignas de quePablo VI pensó seriamente en hacerlo. Tal brevísimo diálogo arranca con la siguiente

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opinión del filósofo francés:

«Estoy convencido de que había calculado la posibilidad de presentar la dimisión en el caso de que llegase a nosentirse capaz de cumplir con su tarea: “Pero el papado no es una función. ¿Acaso se puede dimitir de lapaternidad?”. “Sin embargo, yo he establecido un límite de edad para los obispos. ¿Por qué debería constituirexcepción?”. “No existen precedentes en veinte siglos. Solo la muerte...”».

El tema de por qué Pablo VI no dimitió a los setenta y cinco ni a los ochenta añosdespierta curiosidad. Además del testimonio de Jean Guitton hay una pruebasuficientemente clara de que estaba decidido a hacerlo, pero se vio moralmente impedidode llevar a cabo su decisión.

En agosto de 1976 tuvo lugar en Filadelfia el XLI Congreso Eucarístico internacional.Uno de los grandes precedentes creados por el propio Pablo VI había sido tomar partepersonalmente en los dos anteriores congresos eucarísticos internacionales celebradosdurante su pontificado: en el de Bombay en diciembre de 1964 y en el de Bogotá enagosto de 1972.

Pablo VI estaba totalmente decidido a acudir al de Filadelfia. Pero tropezó con laoposición de sus colaboradores más próximos, respaldados por su médico, el doctorMario Fontana, preocupados por su delicada salud. Pablo VI sacó una conclusión deabsoluta lógica:

«Si no puedo viajar, esto constituye un impedimento para el desarrollo de mis tareas como Papa. En tal caso,mi deber es presentar la dimisión».

Sus colaboradores más próximos hicieron todo lo posible para convencerlo de que elviaje resultaba inconveniente, entre otras razones porque Estados Unidos se encontrabaen vísperas de una campaña electoral. Al propio tiempo, se esforzaron todo lo posiblepara disuadirlo de presentar la dimisión. Pero hay pruebas de que su voluntad de dimitirera muy seria.

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2Sacerdote sin casi haber pasado

por el Seminario

Juan Bautista Montini desembocó en una importancia planetaria, más sufrida queapetecida, tras hacer siempre lo contrario de lo que humanamente hubiera deseado. Locual deja entrever que Alguien, en el arcano, movía los hilos de su vida.

Una paradoja destacada de su currículo: llegó a sacerdote sin casi haber pasado por elSeminario.

Otra: fue nombrado Arzobispo de la diócesis más importante[16] sin haber sidocoadjutor ni párroco.

Su casi paisano y amigo Angelo Giuseppe Roncalli fue seminarista desde los nueveaños hasta su ordenación, a los casi veinticuatro, y hasta varios años después: completóprimero estudios en Roma y fue por varios años profesor y director espiritual deseminaristas en la diócesis de Bérgamo.

Alguien ha dicho que Montini constituyó la antítesis acerca de la idoneidad de losseminarios para formar buenos sacerdotes, de igual suerte que en la peripecia profesionalde su predecesor bergamasco creyó identificar una apología viviente de lo contrario.

Aquí se señala el hecho, sin insistir en el contraste. Si Juan Bautista Montini frecuentópoquísimo el seminario fue por razones coyunturales derivadas de una saludcrónicamente precaria. Y de que su preparación para el sacerdocio coincidió con unaguerra (1914-1918) en la que Italia estaba directamente implicada. Los jóvenes de suedad, incluidos los seminaristas, tuvieron que acudir al frente. Él se libró con disgusto.No le atraía la milicia en sí misma, pero sí el ideal patrio. Hubiera querido servir a sussemejantes desplazados en el frente.

Hijo de un periodista profesional, director de un diario

Era hijo de un abogado llamado Giorgio Montini, que más que a la jurisprudencia sededicó al periodismo, como director y en parte propietario del diario Il Cittadino, deBrescia.

También se dedicó a la política. Fue concejal del ayuntamiento bresciano y diputadodel Parlamento nacional durante varias legislaturas.

El onorevole Montini era católico practicante y militante en una época en queprofesarlo implicaba situarse frente a un establishment político-cultural y socioeconómicoque se las daba de anticlerical.

Era la época en que, tras la «brecha» (1870) de la llamada Porta Pia romana, el PapaPío IX, proclamado beato junto con Juan XXIII el 3 de septiembre del año santo 2000,se había visto despojado de los Estados pontificios, considerándose prisionero.

La madre del futuro Papa, Giuditta Alghisi, era catorce años más joven que sumarido. Hija única y huérfana desde muy corta edad, fue confiada y puesta a los

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cuidados de una tía materna bajo la tutoría legal del alcalde de Brescia: un «garibaldino»radical que, por ideología, se situaba en el polo opuesto del que defendía Giorgio Montinidesde Il Cittadino.

Tuvo su simbolismo premonitorio que el encuentro entre los padres del futuro Papa seprodujese en Roma en 1893 con motivo de una peregrinación religiosa organizada paralas bodas de plata del Papa León XIII.

Giorgio Montini tenía 33 años. Giuditta, con solo 19, resultaba menor de edad para lasleyes de entonces. El hecho constituía un impedimento. La joven en la que el yaafirmado periodista tuvo la intuición de descubrir a la mujer de su vida carecía de lacapacidad de decidir sin el consentimiento de su tutor, el cual, coherente con su ideologíay prejuicios, se lo negó.

Por suerte, la tía en cuya casa estaba la joven, Rina Rovetta, brindó comprensión a lapareja. Aparte de consentir que se viesen de vez en cuando, era fiel transmisora de lacorrespondencia que se intercambiaron durante los dos años que tardó Giuditta enalcanzar la mayoría de edad. Lo cual ocurrió cuando la coalición entre católicos yliberales moderados que apoyaba el diario dirigido por Giorgio Montini obtuvo la mayoríay desbancó al síndico radical. Del matrimonio, celebrado el 1 de agosto de 1895,nacieron tres hijos. El primero, en mayo de 1896, se llamó Ludovico, como su abuelopaterno. Un año y meses más tarde, el 26 de septiembre de 1897, en la casa veraniega deConcesio, a ocho kilómetros de la capital, nació Juan Bautista, que heredó el nombre delabuelo materno[17]. Aún tendrían un hijo más: Francesco, nacido el 22 de septiembre de1900.

Ludovico estudió Derecho, como su padre. Apenas lo ejerció. Fue durante algunosaños profesor en la Universidad Católica de Milán, recién fundada por el franciscanopadre Agostino Gemelli.

Lo mismo que don Giorgio Montini, estuvo perseguido por el fascismo a causa de sumilitancia democrática. Fue durante bastantes legislaturas diputado por la DemocraciaCristiana y representante de su país en instituciones internacionales, como en Estrasburgoy en la Oficina Internacional del Trabajo (OTI) de Ginebra.

Se retiró voluntariamente de la política en 1963, cuando su hermano, con el quemantuvo siempre muy estrechas relaciones, fue elegido Papa.

Francesco se dedicó a la Medicina. Transcurrió la mayor parte de su vida entregado ala investigación en el hospital Fatebenefratelli (Hermanos de San Juan de Dios) deBrescia.

El orden de fallecimiento fue el inverso. El primero que falleció, en enero de 1971,fue Francesco. Tenía setenta y un años. Juan Bautista falleció el 6 de agosto de 1978, alos –casi– ochenta y dos años de edad. Les sobrevivió Ludovico, que fallecería el 12 defebrero de 1990, con noventa y cuatro años.

Los compromisos profesionales no distrajeron a don Giorgio de preocuparse por laeducación de los hijos. Pero el seguimiento inmediato fue más bien cosa de doñaGiuditta, secundada por su suegra, Francesca Buffali, y por una cuñada, María.

Ambas permanecieron en familia, dándole un carácter tirando a patriarcal, con buen

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entendimiento. No consta que existiesen conflictos entre ellas. Lo que de verdad consta,por multitud de cartas que aún se conservan, es el afecto y respeto que el hijo, nieto ysobrino profesó siempre a las tres.

La familia repartía las vacaciones de verano entre la casa solariega de Concesio, dedonde procedía don Giorgio, y la de Verolavecchia, a treinta kilómetros de Brescia, dedonde procedía doña Giuditta.

En uno y otro pueblo se ambientaron las correrías y pequeñas trastadas delmuchachito, a veces tímido y otras algo menos, que fue el joven Montini.

Un coetáneo suyo de Verolavecchia recordó, cuando lo hicieron Papa, su trastadamenos «ejemplar». Una vez tuvo que separarlo mientras se peleaba con un coetáneo queno había encontrado mejor diversión que «martirizar» a un pequeño gatito atándole unacazuela a la cola.

Otro coetáneo, este de Concesio, recordó que «a Bautista le gustaba jugar tanto comoa nosotros. Por un período de tiempo nos divertimos una barbaridad con una especie debicicleta que nos montamos nosotros mismos, con ruedas de madera. Lo único que ledaba aspecto de bicicleta elemental era que logramos encajar dos ruedas de madera en unpalo. Al principio Bautista tenía miedo, pero luego también él reclamaba su turno paramontar. Tras las primeras caídas, aparcó sus temores y se enfrentó con los riesgos delmás que extraño juguete».

«Otras veces», narró Alessandro Bertoloni, «nuestras escapadas eran por la finca, enla que abundaban los árboles frutales: manzanos, higueras, perales, cerezos, nísperos.Como era inevitable que se nos antojase comer fruta, Bautista pedía antes permiso a sumadre. Doña Giuditta, velando por su estómago, menos robusto que los nuestros, lefijaba la cantidad de unas frutas u otras que pudiera comer. También Ludovico yFrancesco eran buenos muchachos, pero él era el más delicado de todos. A veces, a lavuelta, confesaba a doña Giuditta: “Sabes, mamá: he comido un melocotón (o una pera ouna manzana) de menos, por miedo a equivocarme”».

Alumno «irregular» de un colegio dirigido por los jesuitas

A los seis años se matriculó en el Colegio Cesare Arici, de los padres jesuitas. Su primerprofesor fue un seglar llamado Giovanni Malizia. Sobrevivió a la elección como Papa desu antiguo alumno. Esto le dio su cuarto de hora de satisfacción y crédito para algunaentrevista en la que manifestó:

«Sí, hace sesenta años me cupo el privilegio de enseñarle a leer y de poner la primera pluma en su mano paraenseñarle a escribir. Era un niño algo pálido, delicado de salud, con unos ojos muy vivarachos. Aunque nodebería decirlo, alguna vez tuve que tirarle de las orejas».

Resultaría cómodo poder asegurar de él que había sido el primero en todo en elcolegio. La crónica refleja otras constantes: su irregularidad en la asistencia, por razonesde salud, y la dificultad que encontró a veces para presentarse a los exámenes de fin decurso tras meses enteros de ausencia.

Lo asegura uno de sus biógrafos más cercanos: «Su asistencia a las clases tuvo una

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andadura un tanto precaria, con interrupciones a veces de meses. En 1910 ni siquierapudo presentarse a los exámenes ni en junio ni en septiembre».

En todo caso, el Cesare Arici fue determinante para su formación humanística ytambién para su atracción por un cultivo de las letras que haría de él un estilista tanadmirado que se han llegado a escribir tesis sobre su personalidad en cuanto escritor[18].

En las aulas del Cesare Arici se forjó Juan Bautista Montini algunas amistades a lasque permanecería fiel a lo largo de toda su vida. Tres de tales amigos fueron GiuseppeCottinelli, Ottorino Marcolini y Carlino Manziana. Los tres se hicieron religiosos«oratorianos» de la congregación fundada por san Felipe Neri.

Cottinelli se dedicó a la pastoral juvenil. Marcolini desarrolló una destacada laborapostólica entre los marginados, promocionando viviendas sociales en condiciones pocomenos que milagrosas para los sectores más desprotegidos en la periferia de Brescia[19].

A Carlino Manziana, el más afín a él por sensibilidad y por amistad de las respectivasfamilias, lo nombró, ya Papa, Obispo de Crema.

Tras mencionar a estos amigos, en los que quedan simbolizados numerosos otros quealargarían en exceso la lista, es el caso de aludir a la vinculación de Juan Bautista Montinicon un ambiente complementario del de sus estudios, que tuvo un intenso influjo en suvida: el «Oratorio»: una congregación religiosa, ya se ha dicho, algo distinta de las demás,fundada por san Felipe Neri.

Sus miembros no hacen los votos monásticos, pero viven en fraternal caridad. Elambiente del Oratorio de la Pace ejercía un atractivo más intenso, tanto sobre JuanBautista como sobre sus hermanos y amigos comunes, que el Colegio Cesare Arici.

Este era un buen ambiente para los estudios: exigente, pero muy tradicional en lametodología. La Pace tenía una fascinación espiritual y recreativa muy distinta.

Su mayor deseo: hacerse sacerdote

Su atracción por el sacerdocio parece que se puede situar en los ambientes de La Pace,hacia los dieciséis años.

Entre las amistades de la familia tenía ocasión de admirar a modelos capaces dedespertar en él ideales de emulación.

Entre todos ellos descollaban dos sacerdotes del Oratorio, amigos entre sí más porcomplementarios que por temperamentalmente parecidos, que ejercieron un fuerte influjoen la personalidad del futuro Papa.

Uno se llamaba Giulio Bevilacqua, al que para encontrar un remoto parecido en la«fauna sacerdotal hispana» habría que remitirse al jesuita Padre José María de Llanos,del vallecano Pozo del Tío Raimundo.

Solo que las batallas de Bevilacqua eran de otro género y sus evoluciones fueronmenos señaladas que las del jesuita madrileño, porque desde siempre Bevilacqua se situódel lado de los inconformistas y en contra del fascismo mussoliniano, cuya«persecución» le propiciaría la oportunidad de refugiarse, por los años veintitantos, en elapartamento romano-vaticano de un amigo mucho más joven desembocado, sin haberlo

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apetecido, en la Secretaría de Estado (¡el lector no necesita que se le explicite quién eratal amigo!).

El otro, todo bondad, se llamaba Paolo Caresana. También él, como Bevilacqua, sehabía hecho filipense tras haber sido párroco diocesano y haberse batido por lapromoción social de los pobres.

«El nuevo hábito religioso que aceptó como divisa –asegura un biógrafo– aumentó ladulzura que caracterizaba su bondad, bajo la cual se ocultaba una convencida firmeza».

Ellos debieron de ser, además de sus modelos (y Paolo Caresana su confesor),confidentes de su deseo de hacerse sacerdote. Pero también, en primer lugar, don Giorgoy doña Giuditta, que de buen grado lo remitían al consejo de tan buenos sacerdotes.Queda una nota, escueta y expresiva que escribió don Giorgio el 11 de septiembre de1913:

«Mi querido hijo: me parece que se te brinda una excelente oportunidad para que te sinceres con el padreCaresana sobre los proyectos que abrigas acerca de tu futuro. Es un hombre que te puede dar los mejoresconsejos y, en temas de tanta importancia, los consejos de personas equilibradas y santas siempre son buenos.Tienes mi permiso para conducirte en esto como creas conveniente. Que el Señor te inspire, te guarde y tebendiga».

Había alguien en la familia que pedía en sus oraciones «la gracia de ver a alguno desus nietos elegido para al servicio de Dios». Era la abuela Francesca. El cielo diomuestras de escucharla[20].

En las proximidades de Verolavecchia, donde Bautista transcurría algunos de losperíodos de convalecencia, había un monasterio de benedictinos franceses huidos delrigor de las lois anticongrégationnistes («leyes anticongregacionistas»). Eran amigos dedon Giorgio Montini, al que estaban agradecidos por el buen trato que les había dedicadoa través de las páginas de Il Cittadino.

A Bautista le gustaba acudir a su iglesia al atardecer para escuchar el canto deCompletas. Algunas veces aceptaba pernoctar en su hospedería. Llegó a sentirse atraídopor el lema benedictino del Ora et labora, según asegura un cronista de la Orden:

«Conquistado por la atmósfera del claustro, Juan Bautista Montini, en busca de su vocación y llevado por elentusiasmo propio de su edad, llegó a soñar en un momento de su vida con entrar en la comunidad. Peroaquellos entre los monjes a los que abrió su espíritu lo disuadieron, tanto por su precaria salud como por haberdescubierto en él un temperamento activo»[21].

Terminados los estudios de bachillerato, fue admitido en el seminario como «auditorexterno». Cuando la salud se lo permitía, iba a las clases del seminario. Luego regresabaa casa, donde los cuidados de doña Giuditta resultaban más adecuados a suscircunstancias de salud que el rancho del seminario.

A él no le halagaba nada aquella excepción. Pero si aun con aquel trato teníafrecuentes recaídas, mal podía esperar poder incorporarse a la vida del seminario.(Siendo ya Papa, confesaría que tuvo, durante toda su juventud, el presentimiento demorir joven)[22].

A trancas y barrancas fue sacando adelante los cursos. En algunos casos, profesores

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del seminario y sacerdotes amigos de la familia (como Caresana y Bevilacqua) le iban adar clases particulares.

Su padre, don Giorgio, le propuso el siguiente horario: diana temprano, misa,desayuno, estudio, descanso (que podía sustituir por ejercicio de piano), almuerzo,descanso, estudio, visita a la iglesia, estudio, cena.

A las 10, a la cama. Un horario que no se diferenciaba mucho, posiblemente, del quellevaban los únicos seis seminaristas que, por las circunstancias de la guerra, lo teníancomo accidental compañero en las clases de Teología.

Le ayudó en todo momento el padre Caresana «siempre alegre y sereno. En todomomento entregado a hacer el bien y a aliviar las fatigas y pesares del prójimo».

En época ya madura de su sacerdocio, Juan Bautista Montini le escribiría: «Supaternidad fue mi primer seminario».

Por entonces su padre compatibilizaba ya la dirección de Il Cittadino con el cargo dediputado en el Parlamento, lo que le obligaba a pasar más tiempo en Roma que enBrescia[23].

En alguna circunstancia, para poder hablar mejor con su hijo y satisfacer su deseo devisitar la Ciudad Eterna, lo invitó a viajar con él hasta Roma.

Una vez en la capital, en tanto el padre desempeñaba sus tareas profesionales, élvisitaba la ciudad y sus iglesias, y actuaba como secretario suyo. Por ejemplo, en estacarta del 24 de octubre de 1917:

«Muy queridas mamá, abuela y hermanos: Papá acaba de regresar de una audiencia con el Santo Padre. Comopodréis imaginar, se encuentra muy feliz. Asegura que lo entretuvo un largo rato en conversación familiar yque lo trató con la sencillez de un padre. Como es natural, ha traído un montón de bendiciones. Mañana metocará acudir a mí, que formo parte de la tropa, y abriré el corazón para recibir las más copiosasbendiciones».

«¡Ordenaremos al buen Montini para el cielo!»

A mediados de noviembre de 1919 pasó a vivir en el seminario y se vio «sometido» a losrequisitos canónicos previos a la ordenación sacerdotal.

A ritmo intenso, hasta febrero del año siguiente, fue recibiendo las llamadas «órdenesmenores» (tonsura –coronilla–, ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado) como pasoprevio a las «mayores» (subdiaconado, diaconado y sacerdocio).

De la seriedad con que fue dando tales sucesivos pasos da una idea una carta que el 2de marzo de 1920 envió a uno de sus amigos más entrañables, Andrea Trebeschi, en laque le decía:

«Ya soy subdiácono. Y lo soy tras unos días de ferviente meditación, tan tranquilos y robustecedores comopocos hasta ahora en mi vida. Experimento la alegría de este paso que me distancia para siempre de mi pasadoy de sus deseos humanos, para enriquecerme con las promesas y las fatigas de la consagración total y, enestos días, con la fuerte dulzura del amor más puro».

Como requisito para su admisión al sacerdocio, se reunió el claustro de profesores delseminario presididos por el Obispo, Monseñor Giacinto Gaggia. A la hora de expresar suparecer, hubo más de uno que, aun admitiendo la idoneidad moral e intelectual del

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candidato, objetó que poco podía esperar la diócesis de un joven de salud tan precaria.Monseñor Gaggia dio una respuesta que pasaría a todas las biografías del futuro Papa:«Bien, quiere decirse que tendremos que ordenar al joven Bautista para el cielo».

Sus primeras dos misas en... ¡Roma!

¡Ordenarlo para el cielo! Lo hizo, por supuesto, Monseñor Giacinto Gaggia. Pero loordenó también para bastantes décadas de fecundo ministerio en la tierra.

La ordenación tuvo lugar el sábado 29 de mayo de 1920. Al día siguiente, domingo,Fiesta de la Santísima Trinidad, don Battista celebró su primera misa en el santuariocercanísimo al domicilio familiar de la Madonna delle Grazie.

Junto con el cáliz de un amigo capellán de guerra, en su primera misa el joven Montiniestrenó otro objeto lleno de simbolismo. Fue el alba que le preparó doña Giuditta con sutraje de bodas.

El inmediato 9 de junio (año 1920), ya estaba en Roma, adonde había acompañado asu padre. El viaje le sirvió, además, para otras cosas muy importantes.

Además de celebrar una Misa en la Basílica de San Pedro y otra en las catacumbas,fue recibido en audiencia por el Santo Padre Benedicto XV, sin que ni remotamentepensasen ninguno de los dos que el sacerdote recién ordenado habría de ser el cuartosucesor del ya anciano Sumo Pontífice...

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3Roma no le gustaba... ¡casi nada!

Su Obispo, Monseñor Giacinto Gaggia, decidió mandarlo a Roma para que tuviese laoportunidad de completar los estudios. Esperaba que el clima de aquella ciudad fuesemejor para su salud.

En verdad que... lo había de ser. Por lo demás, tanto Giulio Bevilacqua como PaoloCaresana lo animaban a abandonarse en manos de Dios, lo que equivalía a que... selimitase a obedecer.

El 10 de noviembre hizo su ingreso en el Seminario Lombardo de Roma.Empezó frecuentando Filosofía en la Universidad Gregoriana por las mañanas y la

Facultad de Letras por las tardes en la Universidad de La Sapienza.Una vez por semana escribía a su familia.Quedan casi todas las cartas, por medio de las cuales se pueden seguir sus estados de

ánimo, a veces de cierto desasosiego:

«Había acariciado la idea de orientarme hacia el estudio de la Historia mientras me encuentro enfrentado conlibros de Filosofía y de Latín. Había pensado en un taburete en una habitación aislada, o en una biblioteca, yme encuentro confundido entre una multitud de jóvenes mucho más fuertes que yo y, por ello, capaces deexcitarme inconscientemente a la emulación o a la envidia. De esta suerte he experimentado la tentación, omás bien el atractivo del trabajo, tanto más fuertemente cuanto más incapaz soy de responder».

Al año de su llegada a Roma se produjo una circunstancia que trocó sus planes devida. Vivía en Roma y era subsecretario del gobierno un bresciano amigo de su padre,que también lo era del Secretario de Estado de Benedicto XV, el Cardenal PietroGasparri.

Un día en que se encontraron para cenar, Longinotti habló al Cardenal Gasparri de lapresencia en la capital de un joven sacerdote muy bien dotado que podría representaruna excepcional adquisición para la Diplomacia de la Iglesia.

Gasparri le garantizó que lo tendría en cuenta. Longinotti le dio las gracias y añadió:«Hoy soy yo quien le da las gracias; un día me las dará Su Eminencia por la señalaciónque acabo de hacerle» [24].

El Cardenal Pietro Gasparri encargó al sustituto Giuseppe Pizzardo para queentrevistara al joven Juan Bautista Montini. El sustituto Pizzardo citó al sacerdotebresciano a su despacho para el 10 de noviembre de 1921, primer aniversario de sullegada a la capital.

No hay transcripción del diálogo que el Prelado de la Liguria mantuvo con el jovenJuan Bautista Montini.

Se puede deducir con aproximación de la carta que, nada más abandonar sudespacho, el joven Juan Bautista Montini se dirigió al padre Paolo Caresana. Pero sobretodo se deduce su contrariedad por lo poco que le apetecía la perspectiva de quedarse enRoma:

«Regreso en este momento del coloquio con Monseñor Pizzardo. Tras el aturdimiento de las primeras intensas

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impresiones, y a raíz de su carta, estaba dispuesto a ceder. Dos cosas me hubieran agradado por igual: unaorden o un rechazo. De entrada, contesté que no tenía más que repetir mis sentimientos. Enseguida, más paraconvencerme que para brindarme argumentos, habló de mis escasas posibilidades de entrega a un apostoladoactivo, presentándome como más adecuado a mis circunstancias de salud el género de vida que me proponía.Hubiera preferido razones más elevadas. Dije que no quería poner límites a mi disponibilidad, con tal de que nose me tomase como una exhibición, cosa que reiteradamente excluyó, y que, al hacer del tema de mi porvenirun problema de conciencia, le pedía también a él un consejo, ahora que podía evaluar mis condiciones. Medijo que se podía servir a la Iglesia también por este camino. Con razones de escasa entidad me describió lainutilidad de los estudios filosóficos en mi situación y la conveniencia de los jurídicos por lo que pueda ocurrir.Me preguntó de nuevo si no tenía dificultades, si representaba para mí un sacrificio, si de alguna manera seviolentaba con ello mi vocación. Esta fue la pregunta decisiva. Era, de manera inconsciente, para él y para mí,muy complejo. Implicaba los dos extremos: sacrificio y comodidad. Contesté que no tenía dificultades, y fuemi cesión. Tuve la impresión de que se sintió satisfecho de ello. Asumió el compromiso de notificar el tema alSeñor Obispo y que trataría las modalidades prácticas para mi ingreso en la Academia. Se quedó en queemprendería el estudio del Derecho canónico. De suerte que la decisión está tomada.

Me siento un tanto perplejo, bastante tranquilo, en permanente duda de haber rechazado la optimampartem. No llego a descifrar con seguridad entre lo que es deber, y comprendo hasta la evidencia que elbinomio de la oboedientia et Pax es inseparable. Me parece que, a un tiempo, gano y pierdo. Acaso cambio elfrente espiritual: de un combate contra la superbia vitae paso a otro contra la concupiscentia oculorum, de laambición interior a la externa. Tengo muchos preceptores según los intereses externos, pero ninguno que mediga si me he equivocado delante de Dios. Trato de querer con rectitud, pero no hallo en mí el eco del primerversículo que tuve ocasión de leer tras el coloquio: Quam bonus, Israël, Deus his qui recto sunt corde!.

Me consuela la humildad de mi futuro trabajo, huérfana de todo apostolado fecundo y activo. Me asustanlas hipótesis más inverosímiles de una carrera, hipótesis que sin embargo no hubieran asomado para alguienque hubiera sido previsor»[25].

Al joven Montini tampoco le atraía la diplomacia

Trocó el Seminario Lombardo por la Academia eclesiástica, donde se preparaban losfuturos diplomáticos de la Iglesia. El centro tenía entonces otra denominación que aMontini no le gustaba nada: Academia de Nobles Eclesiásticos.

También la Academia brindó a Juan Bautista la oportunidad de establecer algunasamistades duraderas con compañeros de estudios (como Mariano Rampolla del Tíndaro,sobrino del cardenal homónimo que «rivalizara» en votos con Giuseppe Sarto, y que«perdió» la elección en virtud del veto del Gobierno austríaco[26]; el monegasco AntonioRiberi, más tarde auditor de la nunciatura en Dublín y nuncio en varios países, entre ellosEspaña[27]; el italiano Emilio Pallavicino; el inglés Arthur Murray Dale; el lituano PabloKlina; el australiano John R. Knox...).

Queda reflejo, en la correspondencia con sus padres, de la nostalgia que sentía eljoven de no poder regresar a Brescia. Nos vamos a fijar en una carta dirigida a donGiorgio para hablar de algo que le resultaba particularmente humillante (11-1-1922):

«De repente han elevado la pensión de diez a quince liras diarias. En estos días hay que pagar la segunda cuotabimestral. Pienso con cierto rubor que a mi razonable edad estar a cargo de la familia, y en tal medida, es unasituación que semeja a la de los buenos hijos de papá que saben contar sin sudarlo con el precio de una vidacómoda. Aunque no seáis los desafortunados padres de una prole fugada, no os encontráis en una condicióndistinta de la de ellos a efectos financieros, porque quizá enrojecéis con mi mismo enrojecimiento, y por si nobastase, animáis al hijo pródigo a negocios ruinosos. Para fracasar no se necesitan ahorros, expresión deánimo que apenas me consuela. Para mí, por lo demás, que debería decir el ministraverunt manus istae[28] yque, fuera de casa por vocación, también debería estarlo de la mesa, la cosa aún parece más grave. Pero

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poniéndola, puesto que es inevitable, en el diseño y en el balance previo de la Providencia, veo que mecompete corresponder con humilde gratitud a vuestra caridad que me brinda un pan tan abundante,condimentado con la más sincera y cordial intención por vuestra parte no solo de dar de comer al hijoinsaciable cuando ya sería hora de desavezarlo, sino al sacerdote que restituye bendiciendo con las palabrasdel Señor «el que acoge al profeta en cuanto profeta recibirá recompensa de profeta» y que deja en manos dela providencia, bajo cuya mirada maduran las mieses de la humana fatiga, sacar una provisión acaso máspobre para la casa terrena pero redoblada en aquella otra que se está construyendo de la otra parte.

Por lo demás, hoy he soñado con los ojos abiertos con esta reflexión: si esta pudiese ser la causadeterminante que me sacase de aquí para devolverme a los lugares e instituciones a las que cada día sientomás pegado el corazón, ¿no sería una cosa hermosa tal provisión de parte de la Academia?

Esto me hace preguntarme de manera espontánea algo en sí mismo harto improbable: en el caso de que mepropusiesen, de manera excepcional, una disminución de la cuota sabiendo de mi condición tirando aproletaria, ¿no debería rechazarla al objeto de evitar que se doble el hilo que me vincula a este lugar y queacaso en cambio podría así romperse? ¿Qué os parece?».

Su sueño no se realizó. Don Giorgio hizo el correspondiente esfuerzo económico yJuan Bautista pudo proseguir los estudios en la Academia, que no tardaron en alcanzar sutérmino. Tan es así que a finales de 1922 se encontró en espera de destino.

A lo largo de aquel año había sido testigo de un par de acontecimientos cuyareferencia no se puede descuidar: la muerte de Benedicto XV (22-1-1922) y la eleccióncomo sucesor (12-2-1922), con el nombre de Pío XI, del Arzobispo de Milán AchilleRatti.

Le produjo una intensa impresión el funeral de un Papa que había dado muestras degran aprecio hacia su padre:

«Ayer asistí al funeral del Papa, celebrado a puerta cerrada en San Pedro con solemnidad regia peroescasamente cálida de lágrimas y de oraciones. La piedad del rito, del mundo lejano que asiste está bien pocorepresentada por la descompuesta curiosidad de los presentes. Hubo sin embargo algún instante de conmociónciertamente inolvidable cuando, cesados los cantos polifónicos de la Capilla Sixtina, chirriaron con rudeza lascadenas que bajaban el augusto féretro a los sótanos donde duerme Pedro, pobre semilla de futuraresurrección que aguardará en el sueño a la última generación. De esta manera, la muerte de quien en nombrede todos prometió y dio testimonio del más allá se nos antoja más nuestra, algo casi piadosamente familiar».

La sombra de Varsovia en el horizonte

El 4 de enero de 1923 le recomendaron estar disponible para un destino, perotranscurrieron cuatro meses antes de que aquel preaviso se concretase en algo que nofuese la vaga alusión al posible envío a diferentes nunciaturas. A mediados de mayo tuvoconfirmación definitiva: iría a Polonia.

Fue su muy duro «noviciado» en un país que lo había de dejar marcado. En primerlugar, no llegó a aprender una lengua nada fácil.

Entre los recuerdos recogidos en la fundación bresciana que lleva su nombre –IstitutoPaolo VI– hay una gramática polaca con abundantes subrayados, testimonio de unesfuerzo que, en plazo más largo, le hubiera permitido adueñarse de una lengua másentre las muchas que llegó a aprender. En aquel momento era nuncio Lorenzo Lauri. Elauditor era Carlo Chiarlo. Secretario, Antonio Farolfi.

El joven Montini fue enviado como agregado, pero «permaneció sin nombramiento,calificación ni tratamiento».

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Como consecuencia, se encontró a veces escaso de dinero para sus pequeños gastos.Hay prueba de ello en la posdata de una carta (23-9-1923) a Rampolla del Tíndaro:

«Escribí hace bastantes días a Monseñor Pizzardo recordándole, ya que él mismo me lo había ofrecido,algunas limosnas de misas, pero aún estoy aguardando su respuesta. Si tienes ocasión, ¿quieres hacerme elfavor de recordárselo? Te quedaré agradecido. A fin de cuentas no soy tal Creso que pueda permitirme ciertoslujos».

De Polonia se llevó un recuerdo humilde y fiel: un despertador a cuya señal sedespertaría solícito durante el resto de su vida. Según revelaría su fiel secretario,Monseñor Pasquale Macchi, tras cincuenta y cinco años de haberlo hecho muy en horapor las mañanas, hubo un día en que aquel despertador sonó a destiempo, si no ya –paradójicamente– más en hora que nunca. Fue el 6 de agosto de 1978. Por un error en lacuerda, sonó a las 21,40: en el instante mismo en que el antiguo agregado sin calificaciónlaboral acababa de fallecer.

Los que pasó en Varsovia fueron solo seis meses de su vida. Los de su estreno en el«oficio». Por la lejanía y la casi imposibilidad de la lengua, fueron entre los más difíciles.Fue la época de su vida en que escribió más cartas. Cerca de sesenta. Se conservantodas.

Consta por una de ellas que le habían dado la facultad de solicitar el regreso a Roma sino se encontraba a gusto. En otra del 27 de junio se explayaba así con sus padres:

«En la hipótesis de que me hiciese reclamar de Roma, surgen otras menos prometedoras: que yo sepa estánViena (donde en la magnífica sede de la nunciatura se pasa un frío y... un apetito espléndidos) y Lima (enPerú, donde todo desaconseja una permanencia), que carecen de personal de oficina. Por otra parte, losdestinos para América Latina son mucho más fáciles, sobre todo para los principiantes, que para Europa. ¿Nosería mejor quedarme aquí donde, a fin de cuentas, estoy más cerca de casa? No son otros los pros y loscontras. Por eso, os diré lo que tengo intención de escribir a Roma con el fin de que, si acaso, me podáisprevenir con vuestros consejos. Diría: a) que para terminar los estudios y para evitar el peligroso invierno, yopreferiría ser llamado de nuevo a Roma; b) que, salvo esta concesión, ningún puesto mejor que Polonia...».

El primero de octubre llegó un telegrama del Cardenal Pietro Gasparri llamándolo aRoma. Dos días más tarde escribió a sus padres:

«De esta suerte se cierra este episodio de mi vida que me ha procurado experiencias útiles aunque no siemprefelices, de las que solo más tarde y con mayor madurez podré sacar provecho a tenor de los designios de laprovidencia que me ofreció tales lecciones. Por eso me parece que es ya hermoso todo aquello que antes teníaotro aspecto a mi alrededor».

El regreso a Roma le permitió proseguir los estudios interrumpidos. Ya durante elcurso, en diciembre de 1923, recibió de Pío XI el nombramiento de Consiliario delCírculo romano de la FUCI (Federación de Universitarios católicos italianos).

En verano pudo hacer unas vacaciones culturales que, con ligeras variantes, repetiríaen años sucesivos. Tras pasar unos días en familia y un par de semanas en una abadíabenedictina de Saboya, del 5 al 29 de agosto realizó en París un curso de lengua yliteratura francesas. Él mismo dio cuenta así a su familia (9-8-1924):

«Llegué a París a las 17,30, trasladándome a las Benedictinas. Al lado de su convento de clausura disponen deuna hospedería. Tengo una pequeñísima habitación. Digo misa en una capilla cercana. Aquí también tomo las

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comidas con otros sacerdotes (dos españoles, un belga, un canadiense, etc.: ¿Qué os parece tal colección deextranjeros?). Estoy relativamente cerca del curso que frecuento, y en el centro de la ciudad. La pensióncuesta 17 francos al día. Sigo con discreta fidelidad el curso para extranjeros. Hay cursos de arte en losmuseos, y de literatura muy interesantes, a los que se suman otros de gramática y de ejercicios prácticos. Hayunos 150 alumnos, la mayoría de ellas son jóvenes inglesas; hay también un grupo «clerical» de religiosas y desacerdotes... Tras un primer momento de decepción, París no me parece inferior a su fama. Aún no he vistocasi nada; las distancias son enormes, y aunque empiezo a manejarme en su topografía y con los medios detransporte de la gran ciudad, el tiempo resulta escaso para satisfacer mi curiosidad... Ya he hecho tres visitasal Louvre en las que he podido ver mucho, observando poco, por la enorme cantidad de cosas que hay paraver».

En París le alcanzó una propuesta tentadora, de la que fue intermediario su hermanoLodovico, ayudante de cátedra en la Universidad Católica de Milán. El fundador de launiversidad, padre Agostino Gemelli, le ofrecía la consiliaría de los estudiantes. Peroaunque Milán le atraía más que Roma, no se dejó tentar.

Roma representaba para él la obediencia. A punto de terminar el curso estival, recibióun aviso notificándole su próxima incorporación a la Secretaría de Estado. Entró atrabajar en ella a primeros de octubre.

A un mes de distancia (9-11-1924), con un poco de experiencia en el nuevo trabajo –nada entusiasmante, por lo que se ve–, escribió a sus padres:

«Advierto interiormente cierta sensación de pérdida, incluso ahora que me había propuesto no echar en faltaningún otro camino, para recorrer el mío con mayor decisión y tranquilidad. Sigo con la impresión de ser unpequeño árbol trasplantado a un terreno donde crece bien la encina majestuosa y la hiedra parásita, pero dondele cuesta echar raíz, mientras muchas otras le fueron arrancadas del suelo natal... Mi físico contribuye unpoco a estas nostalgias erráticas e inquietas, porque me faltan las fuerzas y todo me pesa, hasta el punto deque, solo a veces entre la gente, me sorprende una ilimitada náusea de todo. Si no fuese que viene unpensamiento reflejo de paz a proveerme de un íntimo gusto de sonreír y de dar cauce a la paciencia, quiénsabe a qué mares de pesimismo me arrastraría la tempestad de estos vientos. Pero también hay sus momentosbuenos, y echando cuentas, creo estar cercano al empate; y sigo adelante con confianza, convencido una vezmás de la vanidad de cuanto nos rodea y de la preciosidad de la esperanza que no confunde.

Pero imagino que queráis saber cosas más interesantes que estas. Ante todo, lo que se refiere a mi oficio.Me ocupa toda la mañana, a veces incluso la tarde. Aún desconozco cuáles serán mis condiciones; solo sé quehe tenido que hacer un juramento..., terrible... Ignoro si podré seguir viviendo en la Academia; en primer lugarporque se deja caer un poco de más desde lo alto la tolerada hospitalidad provisional; pero también porque laoficina termina a la una y aquí la comida es a las doce y media; en último lugar porque, si diese con unapartamento donde algún ministerio me facilitase la manutención, no veo por qué no debería cambiarme a él,por más que esto resulte un tanto difícil. Entre tanto, trato de sobrevivir (tiro a campà, como dicen en Roma).Por las tardes, desde hace unos días, voy a la mesa del Círculo (romano de la FUCI), porque el retraso sevuelve cada vez más grave, y mi presencia entre los jóvenes, un poco turbulentos, aunque conmigo muydeferentes, es cada vez más necesaria... Pero no vayáis a creer que trabaje demasiado. La vida del empleadono lo permite, y menos la del escribiente primerizo, por lo menos desde el punto de vista intelectual».

Rodeado de jóvenes universitarios

La doble experiencia de trabajo en la Secretaría de Estado y con la FUCI le daría ocasiónpara escribir en una carta a casa:

«Vivo entre dos pequeños mundos: el de la Secretaría, que para mí termina cada día cuando me voy; y el delos estudiantes, repleto de pequeñas minucias de poca cuenta en lo tocante a lo que a unos y a otros de verdadnos interesa».

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Lograba compaginar, sin particulares esquizofrenias, la doble tarea diplomática ypastoral. Pronto, ambas experimentaron un crescendo cualitativo, que se reflejó en elnombramiento, el 9 de abril de 1925, como minutante y, unos meses más tarde, en laextensión a ámbito nacional de su tarea como consiliario de la FUCI (FederaciónUniversitaria Católica Italiana).

Por entonces el padre Caresana se encontraba en Roma como Consiliario nacional delas Mujeres de Acción Católica, designado personalmente por Pío XI. Algo debió deescribir el padre Caresana a don Giorgio Montini sobre su hijo porque existe una carta dedon Giorgio al Oratoriano en la que, entre otras cosas, le dice:

«Nosotros hemos ofrecido al Señor a ese hijo nuestro y siempre nos hemos dejado guiar por la providencia,absteniéndonos de hacer pesar nuestros deseos acerca de su destino y nuestras preocupaciones sobre susalud. Incluso ahora le confieso que no nos atrevemos a oponer dificultades a las disposiciones de lossuperiores, aun temiendo que el exceso de trabajo no pueda ser sobrellevado sin riesgo por él... Tenga encuenta que jamás he aludido con Bautista a paso alguno en este sentido, y que conviene no hablarle enabsoluto del tema».

La consiliaría de la FUCI había estado confiada con anterioridad a un sacerdotetambién de origen lombardo, Monseñor Giandomenico Pini, con quien Montini habíamantenido una estrecha relación epistolar de seminarista. A Pini le sucedió por unperíodo muy fugaz Monseñor Luigi Piastrelli.

En el verano de 1925 tuvo lugar un Congreso nacional de la FUCI en Bolonia.Llevados por cierto entusiasmo patriotero, no se les ocurrió cosa más ingenua alPresidente Pietro Lizier y al Consiliario Piastrelli que remitir un telegrama al Rey de Italiabrindándole la presidencia de honor del Congreso con motivo del 25º Aniversario de suReinado.

Aquel telegrama provocó un verdadero conflicto internacional. El Gobierno españoldirigió una dura protesta diplomática al Vaticano por el reconocimiento que semejantegesto implicaba de un statu quo fundado en la usurpación de los Estados pontificios enfavor del Reino de Italia. Pío XI, en un arranque de mal genio, dispuso la destitución dePiastrelli y de Lizier y su sustitución por Juan Bautista Montini como Consiliario y porIgino Righetti como Presidente.

Nombramiento como Profesor de Historia de la Diplomacia

La FUCI fue una tarea pastoral y afectivamente importante en la vida del futuro Papa,compaginada con un trabajo cada vez más absorbente en la Secretaría de Estado. Hastatuvo que encajar en la doble tarea otra que desempeñó entre 1931 y 1937: la de profesorde Historia de la Diplomacia eclesiástica en la Academia de la que había sido alumnounos años antes.

Por inercias que en absoluto correspondían a ambiciones de carrera, fue escalandoalgunos peldaños. Minutante desde 1925 a las órdenes de Monseñor Giuseppe Pizzardo,pasó a depender, unos años más tarde, de Monseñor Alfredo Ottaviani, que ocupó lavacante por traslado de Pizzardo.

En diciembre de 1937, Montini fue promovido a la categoría de sustituto, a las

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órdenes del nuevo Secretario de Estado de Pío XI, el Cardenal Eugenio Pacelli.Cuando el 2 de marzo de 1939 este fue elegido Papa con el nombre de Pío XII

nombrando Secretario de Estado al Cardenal Luigi Maglione, Montini fue confirmadocomo Sustituto.

Cuando falleció Luigi Maglione en 1944, Pío XII se convirtió en «Secretario deEstado de sí mismo», como se autodefinió él mismo.

Montini, que siguió siendo Sustituto, pasó a depender directamente de Pío XII, con elque despachaba a diario.

Con la misma categoría «profesional», aun ejerciendo tareas de rango superior, semantuvo hasta el 29 de noviembre de 1952, en que Pío XII lo nombraría «Pro-Secretario» de Estado.

La obra de Juan Bautista Montini al frente de la FUCI fue tan densa y fecunda, yhasta brillante, que constituyó casi una media vida, a pesar de haber durado solo diezaños.

A aquella época se remontaron algunas de las más fieles amistades de su vida (lafidelidad a los amigos por su parte fue una constante). La de Aldo Moro, por ejemplo. Lade Guido Gonella, De Ugo Piazza. De Amleto Cicognani. De Federico Alessandrini. Devarios –Guano, Costa, Zamperetti...– que, acaso estimulados por su ejemplo, invirtieronel sentido de sus estudios y se fueron al Seminario. Los dos primeros llegarían a obispos,nombrados por él, que los conocía muy bien.

Pero sería incompleto hablar del Consiliario Juan Bautista Montini sin aludir alPresidente Igino Righetti.

Juan Bautista Montini formó con él un binomio muy conjuntado y eficaz. Entreambos existió «un singular consorcio intelectual y espiritual continuado que sobrevivió ala relación institucional entre el Consiliario eclesiástico y el Presidente general de laFUCI, durante la cual se había establecido una relación de encuentros casi diarios».

El Presidente Igino Righetti falleció muy joven: el 17 de marzo de 1939. Montini, quepara entonces ya había cesado como Consiliario, signó con sus iniciales «G.B.M.»(gibiemme) una expresiva necrológica en la revista oficial del movimiento, Studium. Enella escribió cosas como estas, que resumen la estima que conservaría por él de por vida,en una fidelidad de la que nunca desposeyó a ninguno de sus numerosos amigos decualquier época:

«Era sorprendente su capacidad de escuchar a los demás, de comprenderlos, de compartir sus sufrimientos,de apreciar su lado bueno y merecedor de estima. Era sorprendente la generosidad con la que olvidaba ataquesy ofensas no para defenderse a sí mismo, sino la obra, la idea, la causa... Era un líder que no conocía elegoísmo ni el orgullo. Y pareja con la radical desconfianza en sí mismo, que parecía una segunda naturaleza enél por lo sincera y robusta, era su confianza en el bien. Esta, más aún que la evidente, lo ponía en condicionesde sostener y guiar a los demás...

Se veía en él una varonil, elemental y absoluta rectitud moral. La visión clara que tenía de las cosas setraducía en él en una formulación precisa de imperativos morales. El “sí” y el “no” eran en él resueltamentenetos e irreductibles. Una sinceridad profunda con su conciencia lo convertía en un fuerte. ¡Cuántas veces lovimos, frente a las situaciones más delicadas y complicadas, enfrentado con personas de mayor autoridad yentradas en años que él, o cercado por los mil quebraderos de cabeza que provoca una tropa de estudiantescada uno de los cuales pretende tener la idea acertada para proponer e imponer, salir airoso con sorprendentesencillez (era un arte suyo personal): “Esto se hace, porque es nuestro deber; esto no se hace, porque no se

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debe hacer”».

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4Al servicio de dos papas:

Pío XI y Pío XII

Un fucino de aquellos tiempos recuerda, entre mil otras anécdotas, la de una visita con elConsiliario Montini, una gélida mañana de domingo, a la borgata de Primavalle[29]. A lahora del regreso, el tranvía se estropeó. Bajo un aguanieve que helaba la respiración,emprendieron el regreso a la carrera. Antes de las dos, Montini tenía que entregar uninforme al Secretario de Estado Gasparri que, a su vez, tenía que pasarlo a Pío XI.

Si una cosa no le gustaba a Montini era hacerse esperar. Prefería tener que hacerlo él.Lo contó un chófer que lo era ya en sus tiempos de Sustituto y alcanzó a serlo cuando elex Sustituto llegó a Papa como Pablo VI. Una vez había llevado a Montini aCastelgandolfo, donde tenía que despachar un asunto con Pío XII. Tras dejarlo en laVilla Pontificia, quedó en recogerlo a las cinco de la tarde.

Dieron las cinco, cinco y media y hasta las seis y diez antes de que Montini vieseaparecer a su chófer, otras veces puntual. Cuando llegó, este se deshacía en excusas,temeroso de un rapapolvos por parte de alguien de quien sabía que andaba tan sobradode trabajo como escaso de tiempo. Pero no hubo reprimenda. Montini se mostró muycomprensivo: «Por favor, no hablemos del tema. Ya lo he olvidado. Es más: me alegrode que haya ocurrido así. Es una buena oportunidad para desquitarme un poco de lasmás veces en que he sido yo quien le he hecho aguardar».

Lo retuvo en Roma el «Número Uno»

Lo contó a quien escribe el oratoriano padre Marcolini:

«A Montini se le hacía cuesta arriba tener que quedarse en Roma. Al poco de su regreso de Polonia, vino aBrescia y me citó por teléfono. “Quieren que me quede en Roma: ¿qué te parece?”, me preguntó. Yo lecontesté: “Roma no es lugar para un cura; si acaso lo es para un burócrata. Otra cosa es si quien te quiere enRoma es el Número Uno”. (Por Número Uno yo entendía el Papa. Estoy convencido de que quien en definitivadecidió el destino romano de Juan Bautista Montini fue Pío XI)».

El padre Marcolini añade:

«Montini estaba tan a gusto en la FUCI como a disgusto en la Secretaría de Estado. Su cargo en la FUCIexigía que tomase parte en los congresos anuales que celebraba la federación. A veces llegaba con retrasoporque Pizzardo se resistía a soltarlo. Hasta que llegaba Montini, los asuntos se estancaban. Pero su presenciae intervención desbloqueaban las situaciones. Hubo algún caso en que Pizzardo no lo soltó. El Congreso fueun desastre. Righetti llegó a perder la paciencia. En una ocasión me dijo: “Yo podría liberar a Montini de laSecretaría de Estado. Creo que Pío XI me haría caso. Pero, ¿cómo puedo alejar los pasos del Consiliario de uncamino que conduce a los primeros puestos de la Iglesia? Bien sé que hablar a Montini de carrera es insultarlo.Se trata de un hombre que conserva el perfume sacerdotal en puestos donde los hombres son tan insidiados.No hay muchos como él”. “En este momento no te puedo dar una respuesta –aseguraba haberle contestadoMarcolini–. Déjame consultar a los amigos. Luego te diré mi opinión”, le dije. Celebré la misa y hablé delasunto con Bevilacqua y Caresana. Luego transmití a Righetti la opinión coincidente de los tres: “Déjalo dondeestá. No hagas que se mueva”».

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Y allí siguió, compatibilizando la asistencia espiritual de la FUCI con su tarea deminutante. El padre Marcolini hace esta reflexión verosímil:

«La vida de Montini estuvo entretejida de episodios de esta naturaleza: le llovieron de manera implacableresponsabilidades y cargos que él jamás había deseado. Primero, la Secretaría de Estado; después, laArchidiócesis de Milán; por último, el Papado. Creo que, de todos, el único cargo en el que se encontró agusto fue el de Consiliario de la FUCI».

Dimisión provocada del Consiliario

El lector tiene derecho a saber por qué y cómo tuvo que dejar Montini el cargo que leatraía en favor del que no era de su agrado. Digamos antes que si él estaba muy a gustocon los jóvenes, estos no lo estaban menos con él. No porque les consintiese nada:agradecían su estímulo y exigencia. Pero surgió un doble frente que dio un vuelco a lasituación. Estaba, por una parte, el fascismo, que llevaba mal la «rivalidad» de una FUCIque hacía sombra a la GUF (Gioventù universitaria fascista) con pretensiones demonopolio asociativo. Y estaban algunos eclesiásticos propensos a contemporizar con elrégimen de Mussolini, el «Hombre de la Providencia», con quien el Vaticano habíallegado al «arreglo» de los llamados Pactos Lateranenses, pactos que Montini acatabacon disciplina, pero que no lo convencían del todo, como no convencían a hombres de lalucidez de Alcide De Gasperi, un gran amigo de su padre y suyo.

Entre tales eclesiásticos contemporizadores, que eran mayoría en la Italia de entonces,destacaban algunos que, por razones distintas, tenían que ver con Montini: el CardenalMarchetti-Selvaggiani, Vicario del Papa para la Diócesis de Roma; los MonseñoresPizzardo y Ottaviani, jefes directos suyos; el jesuita Agostino Garagnani, consiliario deotra asociación juvenil católica menos abierta que la dirigida por Montini... Unos y otrosrecelaban de sus métodos pedagógico-pastorales y le hicieron objeto de acusaciones poconobles.

Montini redactó un largo informe reservado para su Obispo con la versión detallada delo ocurrido. El Obispo no pudo leerlo porque, cuando el informe llegó a Brescia,Monseñor Giacinto Gaggia había entrado en coma. En dos biografías de absolutafiabilidad sobre Juan Bautista Montini[30] se ha publicado esa versión, íntegra y dolorosa,de las maquinaciones que le llevaron a la forzada dimisión del cargo.

Dócil, disciplinado al máximo, cumplidor, Montini tenía ideas propias que, a fuer decalcadas en una lectura fiel y exigente del Evangelio, le resultaban irrenunciables.

No despreciaba las normas positivas, pero no las anteponía a las –a la vez– másliberales y estrictas de su conciencia. No había oportunismo que lo doblegase. No iba derebelde, pero aún menos de contemporizador. A fin de cuentas, si algo no le tentaba eralo que, acaso, tentase a muchos en derredor suyo: la carrera.

En carta a sus padres sobre el mismo tema fue más sobrio, acaso para no disgustarlos,aunque suficientemente claro:

«Mi trabajo ha sido censurado ante mis superiores por observaciones que me han causado una profundaturbación, por más que, a Dios gracias, no han logrado despertar en mí remordimiento alguno... Me hacostado defenderme de cosas al mismo tiempo graves y ridículas. Pero me he propuesto aceptar la prueba tal

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como me la envía el Señor. Me parece que no alcanza a privarme de la confianza de mis superiores. Pero esposible que pueda alcanzar el objetivo en función del cual acaso han sido lanzadas: restar impulso a nuestromovimiento en las reuniones recientes que han dado muestra de un buen relanzamiento y para entregar sudirección real, si no la nominal, a otras personas e instituciones. Paciencia. Puede trocarse en una suerte paramí bajo otros aspectos. Porque ahora estaré más tranquilo y saldrán beneficiados mi trabajo y la salud. No mepreguntéis nada más ni lo comentéis con nadie. Rezad siempre por mí, como sé que ya lo hacéis. Pero estaestación del viacrucis merece una parada especial».

Consumada su separación de la FUCI, el Papa Pacelli exclamó: «Mejor. Así lotendremos por completo a nuestro servicio en la Secretaría de Estado». No fue menoselocuente y profético lo que, al día siguiente de la dimisión, pudo escuchar Igino Righettide labios de Pío XI: «Las cualidades que posee Monseñor Montini hacen que estédestinado a prestar servicios a la Iglesia desde niveles más elevados».

Siguió como primer minutante, sin inquietudes de autopromoción. En julio de 1933había hecho una breve experiencia como Sustituto, supliendo a Monseñor AlfredoOttaviani durante sus vacaciones. Desempeñó la tarea a conciencia, pero no le encontróningún gusto particular, según escribió a sus padres (13-8-1933):

«Hoy ha terminado mi mes de sustitución de Monseñor Ottaviani: si hubiese que buscar las satisfacciones queprocuran al espíritu alguna clase de provecho, tendría que decir que, encima de cansado, me siento algoaburrido. Pero puesto que es buena regla no ir en su busca, puedo decirme discretamente contento, nohabiendo experimentado graves molestias, como tampoco, confío, habiéndolas causado a los demás. Demomento me corresponde disfrutar de otro mes de calor y de prisas antes de pensar en el mes de lasvacaciones, más deseadas por la libertad de elegir horarios y ocupaciones que por la de dejarlos. Pero no meencuentro mal, y doy gracias a Dios por la compasión que encuentro en las cosas como regalo de sus manosa mi pequeñez».

El 13 de diciembre de 1937 hubo «cardenalada». Uno de los promovidos fueGiuseppe Pizzardo, que dejó la Secretaría de Estado. El hecho determinó la sustitución,y promoción consiguiente, por Juan Bautista Montini, a quien le apetecía poco, por nodecir que nada tal promoción. De esa inapetencia hay confirmación en una carta a suspadres (15-12-1937):

«Mañana tendrá lugar mi nombramiento como Sustituto de la Secretaría de Estado. He temblado, duranteestos días, esperando que se me ahorrase este peso y se tuviese cuenta de mis razones y ruegos para dejarmeen paz. ¡Se me antojaban tan válidos y evidentes...! Ahora no sé cómo hacer. No se necesitaba menos paraobligarme a no confiar sino en Dios... Os lo encarezco: pocas palabras, pocas fantasías; más bien algunaoración y un poco de afecto hacia vuestro don Bautista»[31].

Aquel nombramiento le situó en tercer lugar en el gobierno central de la Iglesia:inmediatamente después del Secretario de Estado y del Papa. Con ambos se entendíamuy bien, aunque no le produjese ningún vértigo despachar a diario con uno y otro.

Hablaba a sus padres del consuelo espiritual que veía en ello, pero lo hacía desdecierto distanciamiento, sin darse aires de importancia. Los temas que ocupaban susaudiencias por entonces eran poco alegres, por no decir lo contrario.

Seguían siendo tensas las relaciones con un Mussolini que, aunque por una partemedía sus gestos para no enajenarse la tolerancia de un gran número de obispos,tampoco lograba frenar sus arrebatos totalitarios que chocaban con los verdaderosintereses de los más débiles y también con los de la Iglesia.

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Montini no se encontraba totalmente a gusto en su trabajo. No porque infravalorase loque tenía que hacer ni porque se considerase más adecuado para otras tareas. Pero lorealizaba a plena satisfacción de sus jefes.

La de su despacho era, junto con la del Papa Pacelli, la última luz que se apagaba enel Vaticano. De ello eran testigos, más que los propios coinquilinos de los «palaciosapostólicos», los noctámbulos del Estado adyacente que, transitando por las víascercanas, levantaban la mirada hacia las ventanas de sus despachos.

Del tesón con que Montini desempeñó sus tareas en la Secretaría de Estado hay unaprueba indirecta en una confidencia referida por el que sería más tarde su sucesor en elArzobispado de Milán, el Cardenal Giovanni Colombo:

«Una sola vez tuve ocasión de captar de sus labios una alusión al treintenio transcurrido en la Secretaría deEstado. Con suave ironía, aludió a su cabeza: “¡Ah, aquella Secretaría de Estado, donde me gané estacalvicie!”».

Hitler el Führer y el Duce Benito Mussolini

Por causa del fascismo en parte, pero del nazismo hitleriano mucho más, la situaciónpolítica mundial había ido empeorando. La guerra estaba a punto de estallar ya en 1938,pero en septiembre hubo la impresión de cierto esclarecimiento cuando, por el Pacto deMúnich, Francia e Inglaterra sacrificaron los Sudetes a la avidez de Hitler.

El 29 de septiembre de aquel año, Pío XI dirigió al mundo un radiomensajeofreciendo a Dios su vida por la paz. El 11 de febrero de 1929 iba a celebrarse el décimoaniversario de un Concordato con Mussolini que el propio Duce había infringidoreiteradamente. En otras circunstancias, el aniversario hubiera merecido una celebraciónadecuada. Pero las de un país guiado por un dictador megalómano no lo consentían.

Por su parte, Pío XI quiso hacer algo, pero solo en parte se sabe de qué se trataba.Convocó a Roma a todos los obispos. Se cree que tenía preparado un discurso no solode condena del fascismo, sino también de denuncia del Concordato. Pero no pudopronunciarlo: la noche entre el 10 y el 11 de febrero falleció.

Montini vivió de cerca el período de Sede Vacante entre la muerte de Pío XI y laelección cantada de Eugenio Pacelli como Pío XII (3-3-1939)[32]. Pío XII confirmó aMontini como Sustituto, acrecentando la frecuencia de los despachos con él a medidaque la agravación de los acontecimientos europeos y mundiales hacía entrever lainminencia de una catástrofe.

¿Mérito del nuevo Papa concederle tanta confianza o del candidato haberla merecido?Ambas cosas, pero no menos lo segundo. Montini supo mantenerse muy en la sombra,sin menoscabo de una callada eficacia en actos y gestos que llenaron de gloria elpontificado de Eugenio Pacelli. Dio la vuelta al mundo y forma parte de las llamadas másangustiosamente apremiantes para evitar la guerra una expresión pronunciada por Pío XIIen su radiomensaje del 24 de agosto de 1939: «¡Nada está perdido con la paz! Todopuede quedarlo con la guerra». Alguien ha descubierto en los archivos del Vaticano elguión y texto de aquel radiomensaje en letra autógrafa del Sustituto...

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Fallecen los padres del Sustituto Juan Bautista Montini

Este capítulo daría para muchas páginas. Pero se impone abreviarlo. En todo caso, hayalgunos detalles que exigen todavía ser narrados de la pluma de alguien –Nello Vian– de cuya fidelidad afectiva y conocimiento del personaje hay sobradaspruebas:

«Escribía las tardes de los domingos, única pausa de descanso dentro de sus jornadas de trabajo estresante. Elpensamiento de su familia permanecía fijo y lo acompañaba. Sabía que estaban expuestos a las amenazasbélicas aéreas, y que los padres iban declinando en su estado físico. El padre había superado ya los ochentaaños y estaba minado por la enfermedad, que el hijo de Roma sabía que era grave. Fue la mayor prueba que seexigió de su fortaleza desde la distancia. Con mayor efusión los entretenía sobre él mismo, como sucedió conesta del 1 de febrero de 1942: “Sin duda comprendéis las vibraciones siempre nuevas de esta mi tarea, elcansancio que a menudo la acompaña, el sentido indefinido de oscuridad que envuelve a hombres y cosas eneste momento, el ansia ininterrumpida de una experiencia espiritual más fiel y más conclusiva”».

Entre julio y agosto de aquel año permaneció unos días en Brescia. Realizó luego unrápido viaje, entre el 26 y el 29, con motivo del agravamiento del padre, internado en unaclínica y sometido a una intervención quirúrgica.

Giorgio Montini murió la tarde del 12 de enero de 1943. A la madre, que sobreviviócuatro meses a su marido y murió inesperadamente el 17 de mayo, dirigió dos cartas, deserena evocación del padre, «maestro y amigo para mí», expresando el deseo de tenerlaen su lugar: «Eres tú ahora, mamá querida, la única que me sostienes y guíasfuertemente, es decir, no para replegar sobre la casa terrena la mirada y el afecto, sinopara sacar de ahí mayor estímulo y vigor para servir con fidelidad el reino de Dios, comosiempre, de manera unánime, me habéis enseñado». Recogió, para conservarla en elalma, la herencia del amaestramiento, y prosiguió el camino cada vez más alto y solitariode su servicio. Conservó consigo, hasta escalar el predestinado vértice, el tesoro de lascartas recibidas de casa. Cabe imaginar el sentimiento íntimo de conmoción y deagradecimiento con que las removería» [33].

En defensa de la memoria de Pío XII

La permanencia de Juan Bautista Montini en la Secretaría de Estado se prolongó hasta1954, al servicio y en colaboración estrecha con Pío XII.

Montini fue uno de los testigos más cercanos de la conducta de un Papa que seríamuy criticado a comienzos de los sesenta, sobre todo a raíz de la obra teatral DerStellvertreter (El Vicario), del escritor alemán Rolf Hochhuth.

El semanario católico inglés The Tablet publicó, el 29 de junio de 1963, una cartaremitida por el entonces ya Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, en vísperas delcónclave en el que resultó elegido Papa, en defensa de la memoria de Pío XII. Ibaintroducida por esta nota del director del semanario:

«La carta que sigue nos llegó el viernes 21 de junio, una hora después de que su autor hubiera sido elegidopara el papado. Este tributo a la memoria de su predecesor Pío XII, que tenemos el privilegio de publicar, esuno de los postreros actos del Papa Pablo VI como cardenal Montini, Arzobispo de Milán»[34].

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Todo había arrancado de que el joven dramaturgo alemán hacía responsable a PíoXII, por su supuesto silencio, del exterminio de judíos por Hitler. La carta es larga, perocontiene un juicio histórico que merece ser conocido, en honor tanto de Pío XII como dequien lo escribió:

«Señor Director: en la revista The Tablet del 11 de mayo de 1963 tuve ocasión de leer su artículo titulado PiusXII and the Jews y me complazco por la defensa que en él se hace no solo de Pío XII y de la Santa Sede, sinotambién de la verdad histórica de los hechos, y de la lógica, más aún, del buen sentido.

No tengo intención alguna de entrar en el examen de (...) si era deber del Papa Pío XII condenar conprotestas clamorosas y espectaculares el exterminio de los judíos durante la última guerra. Habría mucho quedecir sobre el tema, porque la tesis del drama, que el señor George Steiner pone en evidencia en The SundayTimes del 5 de mayo de 1963, es decir We are accomplices to that which leaves us indifferent, no es aplicableen absoluto a la persona y a la obra de un pontífice como Pío XII. No sé cómo puede afirmarse y aún menoscómo se puede convertir en tesis de una obra teatral tal acusación respecto de un Papa que podía decir de símismo, en alta voz y con conciencia segura: “No hubo esfuerzo que no hayamos hecho, ni atención quehayamos descuidado al objeto de que las poblaciones no se viesen sometidas a los horrores de la deportación ydel destierro; y cuando la dura realidad vino a desilusionar nuestras más legítimas esperanzas, hicimos todo loposible para, por lo menos, atenuar su rigor”. La historia, que no la artificial manipulación de los hechos y suinterpretación preconcebida, reivindicará la verdad sobre la acción de Pío XII durante la última guerra conrespecto a los criminales excesos del régimen nazista y demostrará cuán vigilante, asidua, desinteresada y llenade coraje fue en el contexto real de los hechos y de las condiciones de aquellos años (...). La figura de PíoXII, como la presenta Hochhuth, resulta falsa. No es cierto que fuese un cobarde, ni por temperamentonatural ni por la conciencia de hombre investido de un poder y de una misión... Pío XII, bajo su aparienciafrágil y delicada y bajo un lenguaje siempre escogido y moderado, ocultaba, o más bien dejaba entrever, untemple noble y viril, capaz de asumir posiciones de gran fortaleza y de impávido riesgo.

No es verdad que fuese insensible y solitario. Más bien era de ánimo muy fino y sensible. Amaba la soledadporque la riqueza de su espíritu y su extraordinaria capacidad de pensamiento y de trabajo buscabanjustamente tratar de evitar inútiles distracciones y pasatiempos superfluos; pero no era un extraño a la vida, unindiferente respecto de las personas y los acontecimientos que lo rodeaban, sino que más bien anhelaba estarsiempre al corriente de todo y tomar parte, hasta el sufrimiento íntimo, en la pasión de la historia, en la que sesentía inserto. A este respecto dio un espléndido testimonio en el Times de mayo el excelentísimo señorOsborne, por entonces embajador de Gran Bretaña ante la Santa Sede que se vio obligado, a causa de laocupación alemana de Roma, a vivir confinado en la Ciudad del Vaticano: Pius XII was the most warmlyhumane, kindly, generous, sympathetic (and, incidentally, saintly) character that it has been my privilege tomeet in the course of a long life...

La razón de que Pío XII no haya asumido una posición de violento conflicto contra Hitler para evitar laliquidación nazi de millones de judíos no le costará comprenderla a cualquiera que evite el error de Hochhuthde juzgar las posibilidades de una acción eficaz y responsable durante aquel tremendo período de guerra y deprepotencia nazista de la misma suerte que se podría hacer en condiciones normales, o bien en las condicionesgratuitas e hipotéticas inventadas por la fantasía de un joven autor teatral. Una actitud de condena y deprotesta, como la que este señor reprocha al Papa no haber adoptado, hubiera sido, además de inútil,perjudicial: eso es todo...

Si por hipótesis Pío XII hubiese llevado a cabo lo que Hochhuth le echa en cara no haber realizado,hubieran tenido lugar tales represalias y ruinas que, una vez terminada la guerra, el propio Hochhuth, con máspausado juicio histórico, político y moral, hubiera podido escribir otro drama mucho más realista y másinteresante que el que, de manera acaso brillante pero al propio tiempo infeliz, ha puesto en escena...».

Próximo ya a su cierre, este capítulo «aguanta» todavía una anécdota que JuanBautista Montini narró en más de una ocasión, a pesar de su tendencia a no repetirse. Alfondo aparece de nuevo Pío XII:

«Recuerdo un episodio menudo pero significativo ocurrido la noche de Navidad de 1944, cuando Pío XII bajóa la basílica de San Pedro para celebrar la misa en presencia de los soldados de varias naciones que entoncesse encontraban en Roma. ¡Una noche inolvidable! Un diplomático de un gran país estaba sentado muy cerca

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de mí observando, él que era protestante, todo el fervor que brotaba de la majestuosa solemnidad del lugar yde la fiesta y de la a un tiempo popular y tumultuosa sencillez de los cantos en las diversas lenguas. En elmomento de la comunión, cuando el Papa bajó de las gradas del altar monumental de la confesión paradistribuir a los fieles que se agolpaban alrededor del altar berniniano la sagrada hostia como haría un párrococualquiera en su iglesia, la escena asumió casi el aspecto de una visión. El grave diplomático, extranjero yprotestante, se inclinó hacia mí y me preguntó con un deje de emoción: “¿Podría comulgar también yo?”»[35].

El ambiente en que se desarrolló la anécdota fue descrito por Montini en el discursocon el que se despidió del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Entre otrascosas, dijo:

«¿Cómo podré olvidar las relaciones, más que oficiales, amistosas y confidenciales, que dicha hospitalidad(por parte de la Santa Sede durante la guerra) llegó a establecer entre los diplomáticos y el despacho desde elque yo tuve el honor de servir a la Iglesia? ¿Cómo olvidar aquellas misas de Nochebuena, aquellos encuentrosentre diplomáticos de naciones beligerantes y entre sí enemigas que, alrededor del vicario de Cristo, aquellanoche inefable, llena de misterios humanos y divinos, parecían olvidarse del conflicto y considerar lo másnatural del mundo encontrarse unos al lado de otros para celebrar la paz, la fraternidad, el amor de lacivilización cristiana?».

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5Sucesor de los santos Ambrosio

y Carlos Borromeo y de los beatos Andrea Ferrari e Ildefonso Schuster

El 30 de agosto de 1954, tras veinticinco años al frente de la archidiócesis lombarda parala que había sido nombrado por Achille Ratti, falleció el Arzobispo Cardenal IldefonsoSchuster, antiguo monje benedictino hijo de un soldado pontificio de nacionalidad bávara.

Montini había tenido contactos con él por los años veinte, cuando Schuster era priorde la abadía romana de San Pablo Extramuros (en una carta a su sucesor GiovanniColombo, expresando el deseo de que fuese introducida lo antes posible la causa debeatificación del antecesor de ambos, Pablo VI aludía a la «veneración, casi amistad que,mucho antes de su muerte, desde julio de 1921, me vinculó a él»).

No es que Pío XII hubiese tenido en cuenta estos antecedentes para convertir a JuanBautista Montini en sucesor del Arzobispo fallecido. Tampoco parecía convenienteproseguir, en el epicentro industrial que encabezaba el «milagro económico italiano», conlos métodos de un Arzobispo-monje que, al decir de algunos, había dado la impresión deintentar convertir la capital de la Lombardía en un inmenso oratorio.

Al revés de su predecesor lombardo, Eugenio Pacelli –Pío XII– era un romanoauténtico (romano di Roma, subrayan con énfasis quienes lo son). Lo cual es casi inútilpreámbulo para explicar que Pío XII no tenía por qué experimentar la muy especial filíaprolombarda que cabría atribuir a su predecesor Achille Ratti/Pío XI. Aunque tampocopodía ignorar –y no consta que ignorase– que Milán era la diócesis más importante de laIglesia. Tampoco la más fácil[36].

¿Promoción o alejamiento?

El nombre de Montini como candidato para Milán ya había aflorado en algunas crónicas.Pero sorprendió igualmente cuando, el 3 de noviembre, fiesta de san Carlos Borromeo,copatrono con san Ambrosio de la magna archidiócesis, se conoció oficialmente la noticiaa través de un par de escuetas líneas aparecidas en el Osservatore Romano en áulicaprosa preconciliar.

Hubo quienes, más generosos que críticos, pusieron un fuerte acento sobre lagenerosidad de Pío XII en desprenderse de su colaborador más eficaz e inmediato paraofrecerlo a la Archidiócesis lombarda. Otros se sumaron a la sospecha de que lapromoción milanesa encubriese más bien un alejamiento.

Los principales protagonistas del hecho, Pío XII y Juan Bautista Montini, ya hanfallecido, como también los posibles inductores en la sombra (Cardenales GiuseppePizzardo, Alfredo Ottaviani y algunos curiales más...) de tal alejamiento. Porque seanalicen un poco los hechos –o sus conjeturas–, no se causa perjuicio a ninguno de ellos.Todo lo más se esclarece un episodio decisivo de la vida de Juan Bautista Montini.

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Casi todos sus biógrafos insinúan la sospecha de que su envío a Milán encubriera unavoluntad de alejamiento. Bien está, si es real, la anécdota de alguien que, con no muybien entendida decepción, habría susurrado a Monseñor Montini por aquellos días:«Excelencia, yendo a Milán ha perdido usted el tren para la sucesión papal». A lo que élhabría contestado: «Me importaría más haber cogido el tranvía para el cielo».

Lo cierto es que, por indicios que nada tuvieron que ver con la inmensa discreciónque de por vida observaría Juan Bautista Montini, la sospecha del alejamiento cobróarraigo. Y no ya en cronistas con ganas de buscarle tres pies al gato, sino en analistasmás bien serios. Por ejemplo, en Roger Aubert, antiguo profesor de la Universidadcatólica de Lovaina:

«Que se tratase de un promoveatur ut amoveatur (asciéndase para «quitarle de en medio») y no de unaoportunidad para que tomase contacto del ministerio episcopal con miras a que estuviese mejor preparado paraasumir después las riendas de la Iglesia, parecía bien claro, puesto que no se le había dado cabida en el SacroColegio Cardenalicio, aunque la de Milán fuese, por norma, sede cardenalicia. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Que elpontífice que se iba haciendo viejo se sintiera un poco molesto por la brillantez de su adjunto y por laadmiración que despertaba en muchos ambientes? ¿Que hubiese prestado un poco de atención (une oreillecomplaisante) a los numerosos miembros de la Curia romana que lo encontraban demasiado bien dispuestohacia los progresistas? Determinados indicios apuntan en esta dirección. Acaso exista una explicación más: enel curso de la grave enfermedad de Pío XII, en 1954, Montini se vio prácticamente impelido a dirigirpersonalmente la Iglesia durante varios meses. Puede ser que Pío XII, dándose cuenta de la dificultad quetenía el prelado para zanjar los temas y tomar decisiones rápidas, se percatase de que, a pesar de sus grandescualidades, no era el hombre indicado para convertirse en Papa».

Esta atrevida hipótesis del eclesiástico belga en manera alguna resta credibilidad a unepisodio narrado por el político francés Maurice Schuman:

«Considero llegado el momento de revelar una anécdota que siempre he mantenido en riguroso secreto, noporque a ello me hubiese comprometido sino porque una voz interior me imponía guardar silencio. Enseptiembre de 1949 tuve el honor de ser recibido en audiencia por Pío XII. La última vez que habíaencontrado al Cardenal Pacelli había sido en 1938, con ocasión del Congreso Eucarístico de Budapest. Lamemoria del Santo Padre era prodigiosa: nada más tender la mano hacia mí para que me levantase, me recordólas palabras proféticas que había escuchado de sus labios once años antes. Eran las que anunciaban lainevitable caída del nazismo, al tiempo que preveían en qué estado se encontraría la Europa liberada.

El coloquio prosiguió luego con un brevísimo diálogo que reproduzco fielmente: “Me despido de SuSantidad –le dije– suplicando su bendición, antes de pasar por el despacho de Monseñor Montini”. “No tieneFrancia amigo mejor que él”, me dijo el Papa. Luego, tras un breve silencio, me preguntó: “¿Qué edad tieneusted?”. “Treinta y ocho años, Santidad”. “¿Treinta y ocho años? Estoy convencido de que un día serárecibido en esta misma planta por aquel a quien va a ver. Por lo menos, es lo que yo deseo”»[37].

La hipótesis de que detrás del nombramiento de Montini para Milán pudiese haberalgo más que una simple promoción pareció admitirla incluso el Cardenal GiovanniColombo en una declaración al semanario italiano Gente con motivo de la elección papalde su predecesor al frente de la Archidiócesis Ambraosiana:

«La explicación de su venida a Milán sin la púrpura cardenalicia parece haya que buscarla en el clima políticode comienzos de los años 50. Juan Bautista Montini, nada predispuesto a hablar de sí mismo, jamás quisoexplicar por qué había sido enviado a Milán por Pío XII».

El propio Cardenal Colombo da cabida a la siguiente anécdota, que considera apócrifa:

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«Circuló el rumor de que, cuando en octubre de 1958 el Arzobispo rindió homenaje al cadáver de Pío XII,fallecido en Castelgandolfo..., hubiese susurrado, mientras oraba en recogimiento: “¡Cuánto le he querido,pero quizá no nos hayamos comprendido!”. Una expresión de todo punto inverosímil, si reflexionamos sobrela discreción del Arzobispo Montini. Quien lo acompañaba en aquella ocasión, su secretario MonseñorPasquale Macchi, niega que jamás la hubiese pronunciado».

Un autorizado biógrafo de Juan Bautista Montini a quien ya hemos tenido ocasión deconocer, Nello Vian, matiza el tema de esta suerte:

«En enero de 1954[38] partió de Roma sin el capelo rojo (de cardenal) que cuatro predecesores inmediatossuyos habían recibido antes de hacer su entrada en la sede ambrosiana. Después de treinta años depermanencia en el Vaticano pareció, y en parte pudo ser, de hecho un alejamiento, por más que sirvió paraabrirle al pleno ejercicio de la actividad pastoral, que desde la juventud no había cesado de ser su aspiraciónmás íntima»[39].

La conjetura aludida por el Cardenal Colombo en torno al clima político de los años50 como explicación del envío de Juan Bautista Montini a Milán adquiere fuerza deargumento en la pluma de un agudo vaticanista como Giancarlo Zizola, más abundantede detalles:

«El elemento desencadenante del destierro (de Montini) quizá haya de identificarse en una más concreta seriede episodios relacionados con el conflicto que se produjo entre la Acción Católica italiana y los proyectos deregresión política y religiosa cultivados por la derecha vaticana. Montini había tomado parte en una reuniónsecreta celebrada en Roma en contra de los Comitati civici (Comités ciudadanos) apoyados por Pío XII ydirigidos por Luigi Gedda, favorable a una alianza entre católicos y fascistas. La oposición a tal bloque estabasostenida de manera especial por los jóvenes de AC, a cuyo frente se encontraba Mario Rossi. Convencido deque “una operación para transformar la institución resultaba imposible en aquellos momentos”, este habíatomado la decisión de dimitir. El Cardenal Lercaro le había sugerido que no lo hiciese. No obstante, Rossihabía enviado una carta de dimisión con fecha del 27 de enero de 1954.

Era la primera vez que un presidente de la GIAC (Gioventù italiana di Azione Cattolica) nombrado por elPapa optaba por irse. La dimisión estaba motivada: Rossi indicaba a Pío XII los métodos fascistas y laideología reaccionaria del Presidente general de la AC Luigi Gedda y el peligro que esto no dejaba de constituirpara la Iglesia. De ello deducía la imposibilidad de coexistir con una línea fascista que para él no era menosanticristiana que la comunista.

Naturalmente, su carta había llegado hasta la mesa de trabajo de Montini. El Sustituto había pensado que unperíodo de reflexión pudiese llevarle a reconsiderar el problema. Por tal razón había mantenido secreto eldocumento: “La carta de mi dimisión permaneció por un tiempo en la Secretaría de Estado –escribió Rossi–.Pero entre tanto la noticia se había difundido...”. La noticia había sido dada también a Pío XII. Para el partidoconservador esto significaba un punto negro en la imagen de Montini como alguien que ocultaba a Pío XIIdocumentos de la máxima importancia. La dimisión se hizo pública el 22 de abril de 1954 por el OsservatoreRomano, a casi tres meses de distancia de la fecha de la carta. “A la mañana siguiente –escribió Rossi–, recibíuna llamada afectuosa de Monseñor Montini preguntándome si había descansado bien”. El 1 de noviembre de1954 Montini era nombrado Arzobispo de Milán. La Curia contaba con la delicada salud del Sustituto y con suinexperiencia personal para poder esperar haberse librado de él para siempre. Por otra parte, Pío XII habíaevitado convocar nuevos consistorios, desde 1954 hasta su muerte, con tal de no conferir la púrpuracardenalicia al Arzobispo de Milán»[40].

Caminando bajo el frío y la nieve

Antes de desplazarse a la Archidiócesis lombarda, Juan Bautista Montini quiso cumplircon sus muchas amistades de la capital. Lo hizo también por carta con Pío XII:

«En el momento de mi alejamiento de esta morada bendita, no me resulta posible decir cuáles son mis

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sentimientos. Pero superando el remolino de los recuerdos, de las impresiones, de los pensamientos y de lospropósitos, siento impelente la necesidad de expresar a Vuestra Santidad mi más sentida y filial gratitud por losbeneficios, cuya misma cantidad y volumen me impiden enumerar y medir, que me han venido de la paterna,generosa, permanentemente renovada y afable bondad de la Santidad Vuestra».

Había pensado hacer el viaje de incógnito, pero, sin que él se percatase, un medioinformativo milanés consiguió situar en el mismo departamento a uno de sus redactores.Este captó una anécdota: todas las pertenencias personales del nuevo Arzobispo de laArchidiócesis más importante de la Iglesia católica cabían en una maleta prestada. Elperiodista logró entrever que la etiqueta que colgaba del asa decía: Dott. FrancescoMontini. Pertenecía al más joven de sus hermanos.

Aceptó, para su entrada, la fecha que le propusieron: el 6 de enero (1955). Dedicó laespera inmediata a una vigilia de oración. Eligió para ello un santuario mariano, a laspuertas de la diócesis misma: la Madonna dei Miracoli, en Rho.

Pese a su origen más bien acomodado, el Arzobispo se había impuesto vivir enpobreza, no por masoquismo sino por fidelidad a la bienaventuranza que promete el reinode los cielos a quienes son pobres en el espíritu (cf Mt 5,3).

De sacerdote, de Monseñor, de Arzobispo, de Papa, solo gastaba en libros. Y engestos de caridad. Cuando se fue de Roma a Milán, mandó ocho cajas de ellos (algunasmás acompañarían luego su regreso a Roma).

No los compraba por ninguna extraña afición de coleccionismo bibliográfico. Lo hacíapara leer y estudiar. Las librerías de género religioso próximas al Arzobispado en Milán yal Vaticano tenían en él a uno de los más fieles clientes. Aparte de pagar puntualmente lasfacturas, para evitar comprensibles celotipias, realizaba la adquisición de libros en unas yen otras.

Los viajes de Juan Pablo II han contribuido a conferir cierta monotonía a ese gestode, nada más pisar suelo del país visitado, arrodillarse y besar la tierra. Si luego otroscumplieron tales gestos, es probable que ninguno de tales besos tuviera mayores visos deautenticidad que el que imprimió Montini en el suelo empapado de agua la tarde del 6 deenero de 1955, nada más pisar el territorio de su diócesis.

Era una de esas tardes rigurosamente húmedas que hacen insoportable la temperaturade la capital lombarda. Queda la estampa fotográfica en blanquinegro del acontecimiento.Del beso en el suelo por el Arzobispo, lejos todavía de la aglomeración y curiosidad delas multitudes. Y del desfile de coches de autoridades y de policía municipal a caballo poruna de las calles principales, precediendo y siguiendo a un coche descubierto, con elArzobispo en pie y bendiciendo bajo la lluvia a la multitud apiñada en ambas aceras, bajoel mosaico por millares de paraguas.

El Corriere della Sera, el más prestigioso de los diarios italianos, encargó la crónicadel acontecimiento a Orio Vergani. La vieja página vibra todavía bajo la prosa de unartista del buen hacer narrativo:

«Llueve. La muchedumbre aguarda paciente. No quiere renunciar a los buenos puestos que ha conquistado. Eltránsito sufre una larga parada. Los semáforos envían, a intervalos, las señales en ámbar. DesdeSant’Eustorgio, adonde el alcalde ha acudido con el saludo de la ciudad, hasta el Duomo, el recorrido es uncanal largo y sinuoso sobre el que martillea implacable la monotonía de la lluvia. El largo bajorrelieve de la

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muchedumbre carece de puntos luminosos. Está todo él modelado en gris. Los paraguas aumentan los tonosde penumbra. Las madres sostienen a la vez a sus hijos encapuchados y el paraguas...

“Helo, allá al fondo, al Arzobispo”. Su coche avanza con mucha lentitud, precedido por los sonidos de unhimno. Es un coche descubierto. De pie, en él, recogiendo toda la lluvia sobre su capa magna y sobre la tejaverde que renueva la antigua insignia de las visitas pastorales, está el Arzobispo, el nuevo pastor, el buensacerdote lombardo que tras tantos años regresa a su región natal y que será el padre de esta su metrópoli. Depie, en el coche descubierto, con la jornada de hielo, con la lluvia que no hace disminuir su fatiga. De pie, bajola lluvia, para ver bien a todos en el rostro, para que todos le puedan ver bien a él, para indicar, con un gestosencillo, su entrega espiritual a todos.

De improviso, como por una orden repentina, los paraguas de la multitud han empezado a cerrarse. Sialguien, distraído por el deseo de ver, lo mantiene abierto, en seguida se escucha una voz popular diciendo:“¡Oiga, el paraguas! ¿No ve que también él está sin paraguas?”»[41].

A punto de terminar su recorrido, la crónica registra otro beso. El que, llegado a lospies de la escalinata del Duomo, estampó, doblemente postrado de rodillas, en la cruzque había salido a recibirle a manos de un canónigo que precedía al capítulo catedralicio.

El intenso epílogo que coronó la presentación pública del nuevo arzobispo fue undiscurso que por contenido no encontraría parecido más que en otros, densos ysolemnes, de su sumo pontificado[42].

Aquel discurso de presentación podría considerarse como programa pastoral suyo enla sucesión remota de los santos Ambrosio y Carlos Borromeo, y próxima de AndreaCarlo Ferrari y de Ildefonso Schuster.

Abrió el discurso con un juicio realista sobre las exigencias del momento:

«Sé que los tiempos son difíciles y críticos; que las necesidades son múltiples e inmensas; conozco la actitudde la vida eclesiástica, tan decisiva para el nombre cristiano en el momento actual; y conozco las ansias delmundo del trabajo, agitado por inquietudes espirituales más vivas aún que las económicas; pero sé también quela palabra de Dios es siempre viva y poderosa; que la gracia de Cristo permanece indefectible y urgente sobrela hora presente; que las almas generosas y profundas siguen estando prontas y que son numerosas en la tierraambrosiana. Y espero. Y con la fuerza de esta esperanza mueve hoy mi corazón, y moverá mañana mis pasos,siempre mi oración, mi caridad y mi bendición a esta querida Milán».

Arzobispo de los pobres y de los alejados

Se convertiría en tópica la definición de Pablo VI como el Papa del Diálogo. No fue, lasuya, la dialógica una actitud metodológica estrenada como Papa. Le venía de atrás: desus convicciones y de sus métodos pastorales.

De tal inclinación al diálogo procedía su recurso a plantear continuos interrogantes.Era una forma de introducir a los oyentes en el discurso, invitándolos a contestarinteriormente a tales preguntas, y solidarizándose con ellos en las dudas posibles:

«Necesitamos un cristianismo auténtico, adecuado al momento actual. A este problema se le puede dar otraformulación: ¿cómo podemos adecuar nuestra vida moderna, con todas sus exigencias, en tanto que sanas ylegítimas, a un cristianismo auténtico?».

No se inhibe de la responsabilidad que le concierne y que afronta con humildad:

«Para poder atender a mi tarea de conservación y renovación de la fe y de la vida cristiana, necesito vuestraconfianza y vuestra colaboración. Para merecerlas, creo deber presentarme. Tiemblo al hacerlo, por más quevuestra bondad ha dado ya muestras de conocer algunos detalles de mi humilde vida y de querer juzgar

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variados aspectos de mi persona. Pero permitidme decir que todo esto apenas tiene interés respecto de lafunción que acabo de llegar para cumplir. No tengo otro título para vuestro interés y para vuestra confianzafuera del mandato de la Iglesia que me conduce entre vosotros. Solo de esto, en lo que mi fragilidad ydebilidad encuentran sostén y apoyo, he de valerme. Apóstol y obispo soy; pastor y padre, maestro y ministrodel Evangelio; no tengo más función entre vosotros que esta; no sea otro el juicio que me reserve vuestracompasión, como manda el apóstol: “Así, que los hombres nos consideren como servidores de Cristo yadministradores de los misterios de Dios” (1Cor 4,1)... Ha llegado una nueva hora en tu historia, oh Iglesiamilanesa; una hora en la que tu inmenso y floreciente patrimonio espiritual reclama de tu sagacidad y de tucelo un doble deber: el de defenderse y el de renovarse».

No es suficiente conservar el patrimonio recibido:

«Hay que renovarlo. No en sí mismo, objetivamente, ya que debe permanecer inalterado e incorrupto, sinosubjetivamente, en nosotros mismos, en nuestras obras, en nuestras instituciones, en nuestra cultura; ennuestra vida, en una palabra: el siempre fecundo tesoro religioso y moral que hemos recibido».

Un excelente biógrafo suyo, el sacerdote agustino P. Carlo Cremona, que «bebióinformación de buena fuente» [43], aseguraría que hubo quien –¡el Cardenal AlfredoOttaviani!– «ni siquiera durante su período milanés cesó de dirigir fuertes misivas deamonestación al Arzobispo Montini», el cual, por su parte, «le correspondía en todos loscasos con contestaciones extremadamente corteses».

Desde el primer momento, el espíritu innovador de Montini era el que se contiene enexpresiones tan calibradas como las siguientes:

«No tenemos tanta necesidad de cosas nuevas como de cosas sinceras, sentidas, perfectas. Non nova, sednove. Tenemos necesidad de profundizar y ensanchar».

Milán era (y es) una de las ciudades más industriales de Europa. Montini teníaconciencia de ello. Y de que su labor pastoral no podía prescindir de esa circunstancia:

«Pondré todo el cuidado en colaborar para que, en lugar de en campo de lucha, el trabajo se convierta enterreno de encuentros humanos sinceros y pacíficos, orientados a la colaboración auténtica entre las clases yal incremento del bien común; y de ofrecer, allí donde aún existiese sufrimiento, o injusticia, o aspiraciónlegítima de mejoras sociales, una defensa franca y solidaria de pastor y de padre».

Aunque llevaba la intención de ser Arzobispo de todos, explicitó desde el primermomento preferencias reveladoras de sensibilidad evangélica:

«Los pobres: es decir, cuantos tienen necesidad de ayuda y de consuelo; los necesitados, los parados, losenfermos, los presos, los afligidos: a ellos se dirige en este momento más cordial y directo mi recuerdo, yquisiera que llegase mañana el interés y el socorro; y que la vida diocesana encontrase en esta efusión deenergías y de medios no ya peso y fatiga, sino fuerza y alegría, de manera que pudiese hacer suya la palabrade san Ambrosio: “Mi defensa está en los aplausos de los pobres”».

Otra clase de preferidos dentro de su ministerio universal:

«Los alejados: los que no son católicos; los que se confiesan anticlericales; los que están alejados porquedudan de la validez de nuestro credo; los alejados porque están inmersos en sus negocios, y tienen descuidadoel gran negocio de la eterna salvación; los alejados por desconfianza en la Iglesia y en los curas; los alejados,por obcecados y encantados por partidos enemigos de Cristo, de la Iglesia, de nuestra cultura... A estos, aquienes acaso la singularidad de mi primer encuentro con el pueblo milanés hace prestar atenciónmomentánea, vaya mi palabra de invitación y de amonestación. Venid; los brazos de Cristo permanecenabiertos para vosotros; no temáis; sabed que cualquiera sea la relación que vuestro posicionamiento marcarácon respecto a mi ministerio –de acogida, de espera, de coloquio, de amonestación, de reproche–, un único

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sentimiento y propósito lo caracterizará: será de amor paterno».

Algunas anécdotas de fondo milanés

El capítulo del episcopado milanés de Montini reviste una enorme densidad. El autor sesiente abrumado a la hora de intentar reducir en letras de página impresa, más que suimposible crónica, su simple perfil escrito. En todo caso, ¿quién negará que el perfil,tanto como la personalidad y el ánimo de un pastor, se revela también en su humanidad,y se manifiesta incluso en las pequeñas anécdotas, de las que no tienen por qué sertestigos exclusivos sus colaboradores más encumbrados sino, acaso, los más enapariencia sencillos?

Al poco de su elección, quien escribe entrevistó al que había sido chófer de JuanBautista Montini como Arzobispo de Milán. Se llamaba Antonio Mapelli.

Ya ha muerto. Había conducido al Arzobispo Montini por gran parte de la Lombardíaen recorridos de ajetreo pastoral al frente de la Archidiócesis más extensa de Italia.

El signor Mapelli hablaba del entonces –quiérese decir cuando el Arzobispo era ya elPapa Pablo VI– con total sencillez y sin esfuerzo. En una conversación sin filtrosmentales previos, deslizó las anécdotas que le fueron viniendo al recuerdo:

«Ocurría de vez en cuando –empezó diciendo– que tropezásemos con otros coches parados al borde de lacarretera. Por mucha prisa que llevásemos, siempre me mandaba parar y que preguntase si tenían necesidadde algo. Quienes estaban siempre de enhorabuena eran los que hacían autostop. Si había sitio en el coche, losinvitaba a subir sin reparar en que fueran religiosos o conocidos. Casi nunca eran lo uno ni lo otro. Algunos, aldarse cuenta de quién era, se mostraban confundidos. Pero él les daba ánimos: “¡Suba, haga el favor!», decía.Una vez, a la salida de Milán, recogimos a un joven suizo. Se sentó a mi lado y, aprovechando una distraccióndel Arzobispo, me preguntó quién era aquel personaje. Le dije: “El Cardenal de Milán, ¿no lo conoce?”. “En esecaso creo que no me querrá a bordo. Yo soy judío”, dijo. Había querido visitar Italia: lo del autostop eraconsecuencia de haberse quedado sin dinero. Lo llevamos hasta Varese y lo acompañamos hasta la estación.Antes de dejarlo, el Cardenal le dio dinero para el billete y algo más: unas diez mil liras de las de entonces».

Siendo ya chófer del Arzobispo Montini, el signor Mapelli tuvo una hija. Montini, quehabía celebrado el matrimonio de muchos de sus amigos, sobre todo de antiguos fucinos,y bautizado a sus hijos, se ofreció para bautizar a la tercera y última de los hijos de suchófer. Hasta sugirió su nombre: Marcelina, como la hermana de san Ambrosio.

El Arzobispo tuvo siempre un cariño particular a Marcelina, que le correspondíasiendo fiel al compromiso de rezar todas las noches un Avemaría. «Por el Arzobispo,primero. Por el Papa, después».

Cuando Montini fue elegido Papa, ofreció a Mapelli llevarlo como chófer a Roma, siél quería. Mapelli prefirió quedarse en Milán, pero no renunció a acudir a verlo cada vezque pasaba por Roma.

Una vez, regresando de Nápoles, hacia las 10 de la noche, se presentó a loscarabinieri del Vaticano diciéndoles que deseaba ver al Papa.

«¿A quién tenemos que anunciar?», le preguntaron. «Digan que se trata de AntonioMapelli», contestó. Tomó el teléfono el secretario privado de Pablo VI, que lo invitó asubir. Lo acogió amablemente, tratando de explicarle que no eran horas para «molestar»al Santo Padre. Mapelli comprendió, pero no pudo contener su disgusto de no poder ver

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a tan buen amigo. El cual, que no estaba lejos, creyó identificar la voz, salió a suencuentro y lo acogió con un cariñoso abrazo. Le preguntó por su familia, sin olvidar a labenjamina. Quiso que Mapelli se alojase en el Vaticano antes de proseguir para Milán,con un regalo del Papa para Marcelina.

En conversación fluida, Antonio Mapelli recordaba detalles llenos de humanidadreferidos a un ex Cardenal Montini ya convertido en Papa. El detalle, por ejemplo, delregalo de una radio para el coche que le había hecho el Cardenal de suerte que, cuandolos desplazamientos se producían en tardes de domingo o en los «miércoles europeos»,pudiese, durante las esperas, escuchar las crónicas de los partidos del Milánpreberlusconiano, del Inter de Helenio Herrera y Luis Suárez, y de la Juventus de...Giovanni Agnelli.

El signore Antonio Mapelli evocaba para su circunstancial entrevistador:

«Durante los viajes, nunca la escuchábamos, aunque le gustaba mucho la música, sobre todo clásica. Alregreso, decíamos siempre el rosario. Él decía las avemarías. El secretario Machi y yo las santamarías. Laúnica vez que estuvo pendiente de la radio durante un viaje fue cuando Juan XXIII entró en agonía. Era elanochecer del 3 de junio de 1963. Estábamos regresando de un pueblo cercano a Gallarate. Cuando la radiocomunicó el fallecimiento del Sumo Pontífice, el Cardenal experimentó un sobresalto de dolor. Apenasrepuesto, recitó el De profundis y un réquiem. En el instante en que la Iglesia perdía al inolvidable PapaGiovanni, tuve un vago presentimiento de que nosotros íbamos a perder a nuestro Arzobispo».

Comprobando la entrega con que el Arzobispo seguía desempeñando las tareas de sucargo, el chófer olvidó, o trató de olvidar, aquel presentimiento. Aún se confirmó más enél cuando tuvo que acompañar al Cardenal al aeropuerto de Linate para el viaje a Romacon motivo del cónclave: «Le llevé la maleta. Era muy ligera. Estaba convencido de queregresaría. Me constaba, además, que había preparado la lista de personas que tenía querecibir a su vuelta y había fijado el calendario de compromisos inaplazables».

La signora Mapelli estaba menos convencida que su marido del regreso delArzobispo: «Para mí la multiplicación de la correspondencia que, a partir delfallecimiento de Juan XXIII, había empezado a recibirse a su dirección, constituía unindicio de que pudiera no volver del cónclave».

Un imposible balance

Habría un sinfín de anécdotas milanesas de Montini para contar. Una más, entre milespara las que no queda espacio.

Ocurrió una tarde que un obrero falleció en un trágico accidente laboral. Suscompañeros convirtieron una esquina de la misma fábrica en capilla ardiente. Nada másenterarse del hecho, el Arzobispo acudió a rezar ante el féretro. De entrada, no fue muybien acogido por unos trabajadores que lo suponían más de la parte de los patronosnegligentes que de las víctimas de la siniestralidad laboral.

Lo observaron rezar de rodillas, largamente. Al incorporarse les dijo, con gesto y vozconmovidos: «Me hubiera gustado poder quedarme con ustedes durante toda la noche;pero tengo todavía muchos papeles sobre la mesa, que me urge despachar. Permítanmeque me quede, siquiera sea simbólicamente, velando con ustedes a su compañero y

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hermano».Se descolgó su cruz pectoral y la depositó al lado del ataúd.Un intento de balance de la labor llevada a cabo por Juan Bautista Montini durante los

ocho años y medio que permaneció al frente de la Archidiócesis de Milán requeriría unespacio y una capacidad de síntesis de la que es más cómodo confesar que se carece.

Para intentar tal balance habría que empezar hablando de las nuevas parroquiascreadas por él, que se añadieron a las 977 con que contaba la Archidiócesis Ambrosianacuando él llegó.

De la construcción de nuevos templos por insuficiencia de los existentes, sobre todoen nuevas aglomeraciones de inmigrantes.

De una «misión ciudadana» que fue la más extensa jamás llevada a cabo en toda laIglesia a lo largo de sus casi dos mil años de existencia.

De sus visitas a las fábricas para encontrarse con los obreros en sus ambientes detrabajo y dirigirles una palabra que tenía mucho más de invitación fraterna que deretórico paternalismo.

De sus encuentros con representantes del mundo de la economía y de la cultura,dialogando con estos desde el respeto y admiración de alguien que se considerabasiempre en actitud de aprender y recordando a los otros el deber de compartir con losdemás sus riquezas.

Habría que espigar en sus centenares de discursos siempre renovados en el contenidoy en la forma, desprovistos de tópicos, impregnados siempre de espíritu evangélico, dereferencias cristo-eclesiológicas, correctos siempre desde los puntos de vista sintáctico ysemántico.

A falta de ese balance con el que uno no se atreve, hay una especie de balance deapariencia negativa trazado por el propio antiguo Arzobispo que no tardaría en verseconvertido en Papa.

Respondiendo a un impulso afectivo hacia sus «queridísimos hijos de la Archidiócesisde Milán», con motivo de la Asunción de 1963, el nuevo Papa les envió un mensaje enrecuerdo de los que durante los años de su permanencia entre ellos les había venidomandando.

Se trata de un mensaje de cuya efusividad y tono bastan para dar idea unos pocospárrafos de su introducción:

«Por lo que de mí depende, os seguiré llevando en el corazón. Es fácil de comprender que, humanamente, estainesperada y radical interrupción de diálogo me resulta dolorosa. No se comparte trabajo, oración,sufrimientos y esperanzas sin que el alma eche, junto con las del deber, las raíces sentimentales en el terrenoconfiado al propio ministerio. Esto no podía no ocurrirme particularmente por el campo extenso y hermoso enel que mi vida se había ofrecido sin reservas y en el que pensaba concluir sus días. Pero lo que más dolorosame hace esta brusca despedida es el pensamiento de lo que mi ministerio ha dejado sin concluir en Milán.¡Tantas cosas no realizadas, tantas no logradas, tantas apenas comenzadas y tantas dejadas a medias! Estaconstatación me llena de tristeza y me obliga a invocar la misericordia de Dios por lo poco o nada que heterminado, y a pediros compasión por no haberos edificado y servido a tenor de mi deber y de vuestranecesidad, y porque de las muchas cosas en las que había puesto mano, más son las que he dejado empezadasque terminadas».

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6Sucesor de Juan XXIII

Hacia las ocho de la tarde Radio Vaticano dio la escueta noticia: «Ha expirado el SumoPontífice. El Papa de la Bondad ha fallecido religiosa y serenamente a las 19,49 de hoy,3 de junio de 1963».

Enseguida, Montini emitió un comunicado:

«Ha fallecido el Papa del Concilio... Un gran Papa. Un Papa de corazón sencillo y sincero, manso y bueno. UnPapa que marca en la historia de la Iglesia y del mundo un punto de luminosidad amistosa y feliz... Deberemosrecordar este pontificado como un gran fenómeno de íntima regeneración católica y de capacidad externa decoloquio y de salvación de todos».

Tres días después presidió un funeral solemne por el Papa que le había profesado unaamistad y estima excepcionales[44], por más que el acto no era ni quería ser solo expresiónde sentimientos personales, sino de los de toda la Archidiócesis Ambrosiana.

Se habían empezado a espiar sus movimientos. Se quería descubrir, por ejemplo, sitenían razón quienes hablaban de «neutralidad montiniana». Por eso, aunque elArzobispo de Milán estaba convencido de hablar solo para sus fieles, sus palabras fueronrebotadas a distancia, bajo epígrafes que aseguraban que Montini se había«comprometido».

Se identificó su «compromiso» en expresiones como estas del discurso en el funeral:

«El Papa Juan ha marcado algunas trayectorias a nuestra marcha que será sabiduría recordar y seguir.¿Podríamos descuidar la demostración que él ha encarnado en la espontaneidad humanísima de su santa vida,de la profunda y esencial capacidad de la religión cristiana para renovar de continuo la carga espiritual delmundo moderno? (...) ¿Podríamos abandonar caminos trazados con tanta largueza, con perspectivas defuturo, por el buen Papa Juan?».

Pablo VI es elegido con mayor número de votos que su Predecesor Juan XXIII

La situación de sede vacante confiere un gran protagonismo a los electores del nuevoPapa, de manera especial a los considerados por la opinión pública como candidatos másprobables a la sucesión.

Poco a poco, Montini se convirtió en el más destacado de todos.Se suele creer, por lo menos y en especial por parte de los católicos, que la elección

de un Papa es, en definitiva, cosa del Espíritu Santo. Pero la labor del Espíritu noexcluye la colaboración de los integrantes del Colegio Cardenalicio. Eso explica que enlos días previos al cónclave los cardenales sean muy activos en el intercambio deopiniones sobre la ventaja de determinadas candidaturas.

Los que más se mueven suelen ser los de la Curia romana. En primer lugar porque enRoma es donde se acumula mayor concentración relativa de purpurados. Aunque enconjunto son más numerosos los que viven esparcidos por el mundo, están demasiadodiseminados frente a la homogeneidad del bloque curial.

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Juan XXIII podía ser elegido con un mínimo de treinta y cuatro votos, que, sobre untotal de cincuenta y un electores, representaban los dos tercios requeridos para laelección. Por el número de votantes (ochenta y uno), en el cónclave de junio de 1963 senecesitaba un mínimo de cincuenta y cinco votos para ser elegido.

Según algunos[45], Montini se habría convertido en Pablo VI por efecto de cincuenta ysiete votos: dos más de los necesarios. Es teóricamente posible.

Por nuestra parte, basándonos en inferencias de cierta lógica, nos inclinamos a pensaren un número de votos mayor. Más por espíritu de concordia que por veleidadesplebiscitarias, Montini demostraría sobradamente, durante su intenso pontificado, no serpartidario de las mayorías raspadas con apoyaturas de «la mitad más uno».

Cuando en el Concilio se sometieron a la votación final grandes documentos, como laLumen gentium y la Gaudium et spes o el decreto sobre la libertad religiosa, hizo retirartales documentos e hizo retocar los puntos susceptibles de restarles votos para quepudieran pasar con el máximo consenso posible.

Por la misma razón cabe suponer que se resistiera a asumir un cargo de supremaunidad como el Sumo Pontificado con el contrapeso de veinticuatro votos «ausentes».Eso aun cuando los votos que pudieron haberle faltado, por haber ido a otros, no teníanpor qué interpretarse como técnicamente contrarios.

Existe suficiente fundamento para pensar que estuvieran bastante perfiladas, ya deentrada, dos tendencias. Más difícil resulta la adscripción de determinados cardenales auna tendencia o a otra.

Suponer que cardenales como Alfredo Ottaviani, Giuseppe Pizzardo, Giuseppe Siri,Francesco Roberti, Ildebrando Antoniutti, Antonio Bacci, Alberto Di Jorio, Carlo Chiarlo,Valerio Valeri, Ernesto Ruffini, Paolo Giobbe, etc., del ámbito italiano-curial, tuviesen lamira puesta en un candidato distinto del de Giacomo Lercaro, Josef Suenens, JuliusDöfner, Juan Landázuri, Raúl Silva Henríquez, Bernard Jan Alfrink, Franz Koenig, PaulÉmile Léger, Josef Frings, Achille Liénart, Pierre Gerlier, etc., no obedece a otra lógicaque la deducible de la actitud de unos y otros durante la primera sesión del Concilio.

Los cincuenta y tantos cardenales que había a la muerte de Pío XII nunca habíantenido ocasión de encontrarse entre sí. Los ochenta y tantos de Juan XXIII no solohabían coincidido a lo largo de varias semanas en Roma durante la primera sesión delConcilio Vaticano II sino que habían convivido, habían rezado juntos y hasta se habíanenfrentado dialécticamente en la exposición de puntos de vista y de propuestas diferentesde metodología pastoral.

En aquella especie de parlamento sacral que había sido la Basílica de San Pedro entreel 22 de octubre y el 8 de diciembre de 1962, todos habían tenido ocasión de decantarseen un sentido o en otro respecto de los temas importantes que habían salido a la palestra,como la liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, el ecumenismo, etc.

El 11 de octubre de 1962, al día siguiente mismo de la espectacular inauguración, a lasnueve y media de la mañana estaba convocada la primera congregación general.Cardenales, obispos, observadores y peritos acudieron con la puntualidad de escolaresdispuestos a experimentar algo que ninguno de ellos había vivido nunca.

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El orden del día preveía votar la formación de comisiones de trabajo. Para facilitar lascosas, existían listas confeccionadas en la Curia romana.

El Concilio pudo haber tomado un rumbo más aguado de no haberse producido unhecho de consecuencias espectaculares: el Arzobispo de Lille, Achille Liénart, ironizósobre lo absurdo de sugerir que se empezase por elegir comisiones cuando los Obisposaún no se conocían entre sí.

La intervención del purpurado galo recibió el respaldo de la mayoría. Se interrumpióla sesión. Los Padres conciliares dispusieron de una semana para conocerse mejor yvotar las comisiones. La primera congregación general quedó aplazada hasta el 22 deoctubre.

Achille Liénart y Juan Bautista Montini: primero y último en llegar

Tras la muerte del Papa Juan XXIII lo que estaba en juego no era tanto la prosecuciónde un Concilio difícil de ser abortado como la posibilidad de un determinado ritmo ycalidad del Concilio mismo.

Achille Liénart fue el primer Cardenal que acudió a Roma para el cónclave. No cabedescartar la probable hipótesis de que adelantase el viaje para neutralizar de nuevo lasposibles maquinaciones por parte de la Curia.

Tras el Arzobispo de Lille fueron llegando los demás. Los medios de comunicaciónjugaban su parte. Crónica a crónica, iban fabricando sucesivas listas de «papables».Giacomo Lercaro era uno de los candidatos fijos por los innovadores. Pero su excesivacaracterización se convertía en riesgo: sus pronunciamientos en favor de una Iglesia delos pobres y su radicalismo en tema de reforma litúrgica comprometían sus posibilidadespara el caso nada improbable de un impasse.

Montini, innovador nada extremoso, salía en todas las listas como candidato derecambio. Mientras se suponía que algunos cardenales de la Curia difícilmente estaríandispuestos a votarlo, resultaba asumible en cambio por los sectores menospredeterminados.

Además de por tendencias, se tendía a agrupar a los cardenales por nacionalidades.Resultaban ser cincuenta y siete europeos, doce latinoamericanos, siete estadounidenses,tres asiáticos, dos australianos, un africano. También se analizaba una muy netaalternativa: ¿italiano o extranjero?

Según el que sería su sucesor en la Archidiócesis Ambrosiana, Giovanni Colombo, elfuturo Papa era uno de los convencidos sobre la posibilidad de un extranjero:

«Añadió que la felicitación que de verdad se requería era la del Espíritu Santo, puesto que la Iglesia, guiadacon la divina asistencia, estaba ya madura incluso para nuevas opciones, como la de un Papa que ya no teníapor qué ser italiano»[46].

Algunos ya habían empezado a gritar: «¡Viva el Papa!»

Un día de aquellos, un Cardenal entonces todavía Prefecto del ex Santo Oficio quepronto cambiaría su denominación (¡y tarea!) por la de Congregación para la Doctrina de

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la Fe, exponente de una ortodoxia más bien estática, que llevaba con orgullo el apodo decarabiniere della Chiesa (no hace falta añadir tratarse de... ¡Alfredo Ottaviani!), acudióa visitar a tres cardenales residentes en un colegio para seminaristas y sacerdotes de hablahispana situado en las proximidades de la Via Aurelia.

Hablaron durante más de una hora. En el momento de irse, uno de los trespurpurados acompañó a Ottaviani hasta la puerta. Los residentes, que tenían ciertaconfianza con el Cardenal que había acompañado al carabiniere visitante, exteriorizaronsu sorpresa: «¡Vaya visita, Eminencia!». Su Eminencia contestó con cierta suficiencia:«Qué pasa, ¿queréis que nos venga a visitar Montini?» [47].

Montini estaba todavía en Milán. Fue el último en llegar. Prefería estar alejado deRoma en un momento de maniobras que no eran de su agrado y de las que acaso notenía una experiencia muy feliz, tras haber vivido en la capital los períodos de sedevacante tras las muertes de Benedicto XV y de Pío XI.

Pero también hasta Milán llegaban los incómodos ecos de la prensa que lo dabancomo favorito de la mayoría de los pronósticos. Por si fuera poco, tales ecos habíancontagiado a gran parte de sus fieles. En más de una ocasión, con motivo decomparecencias suyas en público, se vio acogido con aplausos y gritos tan en su origenamables como para él incómodos de Viva il Papa!

Para no aburrir al lector, traeremos al «ruedo» una anécdota más, captada de labiosdel que todavía era chófer del Arzobispo, signor Antonio Mapelli:

«Lo recuerdo muy bien. Ocurrió durante una visita suya pastoral a Gallarate. Había transcurrido una semanaescasa desde la muerte de Juan XXIII. Nada más bajarse del coche el Cardenal Montini, una niña de no másde cinco años gritó: “Viva il Papa!”. Tuve la impresión de que fuera la única vez, o una de las pocas, en queel Cardenal se sintió molesto en presencia de una criatura de tan corta edad».

A tenor del «motu proprio» Summi pontificis electio, que fijaba entre un mínimo dequince y un máximo de dieciocho los días de sede vacante, el cónclave estaba previstoque se abriese el 19 de junio. Montini viajó a Roma la tarde del 17. Los periodistashabían cercado el Seminario Lombardo de la capital romana. Él huyó del ruido de Romapara acogerse a la hospitalidad, en Castelgandolfo, de un amigo de su familia: el avvocatoBonomelli, director de las villas pontificias.

Bajó a Roma la mañana del 19 para la misa del Espíritu Santo, que sirvió paraintroducir el cónclave. Dicha misa incluye el sermón De eligendo pontifice, a cargo del«Secretario de los breves latinos»: un prelado supuestamente muy ducho en la lengua deCicerón que desde la solemnidad del púlpito de la Basílica de San Pedro se encarga detrazar para los electores un retrato robot del Papa ideal.

El tal secretario, en junio de 1963, era Monseñor Amleto Tondini. En un latín que lamayoría de sus colegas no eran capaces de seguir (¡Montini sí!), Tondini soltó un speechque ignoraba cierta abominación por Juan XXIII de los profetas de calamidadesdenostada en su discurso para la inauguración del Concilio. Según Tondini, el Paparesultante del cónclave debía ser poco menos que lo opuesto del que acababa de serenterrado en las Grutas vaticanas.

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Un proverbio recurrente, cada vez que se trata de elegir a un nuevo Papa, asegura queQuien entra Papa en el cónclave, sale de él cardenal.

Como todos los proverbios, a veces acierta, pero otras se equivoca. Dice también otroproverbio, más radical y paradójico, que la primera parte del cónclave suele ser obra deldiablo; la segunda, de los hombres; y la parte final, del Espíritu Santo.

Se entiende esto último por el hecho de que, inicialmente, el elegido resulta siempre –más o menos– del agrado de todos, tanto si es el previsto como si se trata de un Papa desorpresa.

Esto último ocurrió, por ejemplo, con Angelo Giuseppe Roncalli y con Albino Luciani.Otra cosa es que, transcurridos los «años de gracia» que se suelen conceder a un Papa,los críticos empiecen a darse cuenta de que las cosas que predica siguen sabiendo a lo desiempre y no cambian sustancialmente. Por suerte para ellos, tanto Roncalli como –mucho más– Luciani, consumieron sus respectivos mandatos dentro de tal período degracia. Algo que no le ocurrió a Juan Bautista Montini (¡ni a Karol Wojtyla,evidentemente!).

El «enorme gozo» de Alfredo Ottaviani

Al amparo de las sólidas paredes de la Sixtina y del tajante Extra omnes! pronunciadotras el paso de los conclavistas, difícilmente sabrá nadie jamás lo que ocurrió en uncónclave salvo unos protagonistas que se abstienen muy mucho de revelarlo.

Pero algo, desde fuera, se puede conjeturar. Se puede deducir, por ejemplo, que laelección de Juan XXIII resultara más difícil que la de su sucesor. Lo confirma un simpledato: el de que, para elegirle a él, los cincuenta y un cardenales necesitaron onceescrutinios a lo largo de tres días.

El cónclave que había elegido a Pío XII (12 de marzo de 1939) duró un solo día. Elque eligió a Pío XI (12 de febrero de 1922) duró cuatro. El que eligió a León XIII (3 demarzo de 1878) duró uno solo.

El más largo de este siglo (no es el caso de ir más atrás) fue el que, en 1903, necesitócuatro días para convertir en sucesor de Gioacchino Pecci (León XIII) a Giuseppe Sarto,es decir, San Pío X.

También había sido largo –tres días– el que, en la misma víspera del estallido de laPrimera Guerra Mundial, convirtió a Giacomo Della Chiesa en Benedicto XV (6 denoviembre de 1914).

La elección de Pablo VI se situó en un término medio de presunta dificultad. Requiriódía y medio: cinco escrutinios. Hay que considerar, no obstante, el hecho del mayornúmero de electores para él respecto de los Papas que lo precedieron. Claro que ni deescrutinio hubiera hecho falta de haber sido aceptada por los conclavistas la propuestaque un semanario italiano atribuyó al Cardenal norteamericano Richard James Cushing[48].

Apenas iniciado el cónclave, el Cardenal Arzobispo de Boston, Cushing habría dirigidoa los cardenales la invitación a «elegir por aclamación al Arzobispo de Milán».

La original propuesta «no fue aceptada por excesivamente revolucionaria, pero

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enseguida después la unanimidad se alcanzó igualmente mediante la respuesta de lavotación secreta. Y es cierto que el elegido pidió una nueva comprobación y solo serindió cuando ya no vio posibilidad de evadirse».

Independientemente de la credibilidad que se pueda atribuir a estas afirmaciones –paranosotros, escasa–, el hecho es que hubo dos fumatas negras antes de la definitiva. ¿Seríaque ningún candidato había alcanzado los cincuenta y tres votos indispensables? Eraposible. No obstante, si no los había alcanzado, lo que cabe pensar es que el Arzobispode Milán estaba muy cerca de ellos.

La conjetura se basa en una feliz indiscreción del Cardenal Franz König. El día 21,hacia las 10 de la mañana, quedó concretada una mayoría posiblemente abrumadorasobre su nombre. No es improbable que a los votos de los «innovadores» se hubiesenañadido los de muchos de los otros, sino incluso los de casi todos[49].

Hacia las 12,15, la chimenea de la Capilla Sixtina dejó salir una fumatainequívocamente blanca. Quienes estaban viendo el humo en la plaza o por televisión,tras la certeza de que ya había Papa, estaban impacientes de saber quién sería.

La espera se hizo larga. A Alfredo Ottaviani, el cardenal casi ciego hijo de unpanadero «trasteverino», le correspondía dar el anuncio. Aunque no fuera el mássimpático de los cardenales, por una vez fue acogido con aplausos cuando se asomó albalcón central de la Basílica Vaticana para anunciar el gaudium magnum.

¿Quién? La impaciencia rayaba en el paroxismo. Un Ottaviani insólitamente pícaro secomplacía en echarle tiempo al asunto, consciente de la solemnidad de un eventodifícilmente repetible, por lo menos en el corto plazo que le podía quedar a él dedesempeñar la tarea reservada al primero de los «cardenales diáconos» [50].

El Papa era... ¿Por qué, a fin de cuentas, iba a renunciar el Cardenal semiciego a laocasión de su vida? Lo dijo con toda la parsimonia del mundo. A lo mejor, hasta lo habíavotado, aunque de entrada no hubiese sido su candidato. ¡También hubiera sidoparadoja, incompaginable con su montaraz honradez, tener que anunciar el gran gozo deun nuevo Papa sin haberle dado el voto!

El nuevo Papa era..., eminentissimum ac reverendissimum, sanctae romanaeEcclesiae cardinalem Johannem... Montini no era el único Johannes –Juan–. Había dosmás: Urbani, Arzobispo de Venecia, y Landázuri-Rickets, que lo era de Lima. Pero elnoventa y tantos por ciento de sus «fans» de todo el mundo completaron el nombre porsu cuenta, antes incluso de que el Cardenal semiciego aclarase tratarse de BaptistamMontini.

Para cuantos habían sostenido en la polémica, en la conversación serena o en el deseoíntimo su candidatura, el gozo era mayor que para otros. Pero todo el mundo dabamuestras de sentirse realmente feliz.

Para muchos, solo quedaba por conocer su nombre como Papa. Quienes lo conocíanmejor, como los antiguos fucinos, sabían que si la elección se producía, el nombre nopodía ser otro que el que fue: Pablo. Siempre le habían oído hablarles de él conentusiasmo.

Enseguida, el nuevo Pedro-Pablo se asomó al balcón. Los aplausos no lograron

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romper su epidermis. Correspondió a ellos sonriendo con amable discreción. La sonrisaera sincera, pero no era la de Angelo Giuseppe Roncalli.

Tras sonreír, dio la bendición urbi et orbi: a Roma y al mundo. Para aquella hora,que era la de las 12,30 aproximadamente, llevaba ya a cuestas varias de rara intensidad.Se sabría tras su muerte, por confesión de su fiel secretario Monseñor Pasquale Macchi,que había pasado toda la noche en oración.

¡Lo que «fueron» las cosas!

El reglamento del cónclave prevé que, una vez verificada la elección con la mayoríanecesaria, se recabe el consentimiento del elegido: «¿Aceptas la elección que de ti se hahecho como vicario de Cristo?».

Aceptó. No podía hacer otra cosa. Pronunció un sí que le costó más que ningún otro,en una vida de muchos –acaso uno solo– síes.

Podría haber buscado una forma más barroca para expresar su aceptación. Prefirió lasobriedad: «Sí, en el nombre del Señor».

Se asegura que lo hizo en latín: Ita, in nomine Domini (In nomine Domini eratambién su lema de Obispo. Una expresión paulina).

Tras la aceptación, los cardenales prestan obediencia al recién elegido. El ya citadoreiteradamente, con convincente estima, Giancarlo Zizola refiere lo ocurrido cuando lellegó el turno al Cardenal Giacomo Lercaro, Arzobispo de Bolonia.

Según el gran vaticanista, Pablo VI le habría susurrado al oído: «Ya ve, Eminencia, loque son las cosas. Usted, y no yo, es quien debería haber estado sentado aquí».

El temor de Juan Bautista Montini a lo que le esperaba tenía mayor razón de ser queen ningún otro caso. Nadie como él, que había permanecido cerca de Pío XI durantealgunos años, y de Pío XII durante bastantes más, sabía lo que significaba la soledadinmensa de ser Papa.

Milán había sido duro. Pero incluso en la diócesis más grande de la Iglesia disponía deuna referencia que apuntaba a Roma. Hasta allí le podía llegar, como le llegó sobre tododurante el pontificado roncalliano, el consuelo de la aprobación de una conducta pastoral.

Dicen que Juan XXIII se ensimismaba a veces, reflexionando sobre determinadosproblemas. Y concluía, con cierta amnesia transitoria que le ayudaba a desdramatizar lassituaciones: «Esto es serio. Tengo que consultarlo con el Papa». Pero que, en seguida,volviendo en sí mismo, rectificaba: «¡Qué tonto; si el Papa soy yo!» [51].

Montini era distinto. Las amnesias situacionales no le eran posibles. Él tenía otramanera, más realista, de aceptar las situaciones. Incluso la responsabilidad suprema deasumir, tras el Papa Roncalli, la sucesión romana de Pedro de Galilea.

Dice algo al respecto una anécdota referida por nuestro amigo Loris FrancescoCapovilla:

«Enseguida después de su elección, Pablo VI encargó a Monseñor Dell’Acqua que me saludase de su parte,invitándome a un coloquio inmediato. De esta manera, la tarde del 21 de junio de 1963, tras subir al tercer pisodel Palacio apostólico, entré de nuevo en un apartamento que me resultaba familiar. El Papa aguardaba en lasala del ángelus. Aceptó el gesto de reverencia que me resultó espontáneo, habiéndolo observado más de una

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vez al cardenal Roncalli con respecto a Pío XII. Omitiré reproducir en detalle el coloquio que permanecesellado dentro de mi alma, para limitarme a reproducir una sola expresión: “Me urge decirle que si he aceptadoeste peso es porque estoy convencido de que se debe llevar a cabo la obra del Papa Juan”. Por mi parte, nisiquiera me atreví a darle las gracias por la confidencia que acababa de hacerme. Besé su mano y abandonéaquella sala un tanto aturdido»[52].

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7Pablo VI toma las riendas

Hay ya suficiente perspectiva para observar el pontificado de Pablo VI en una mirada deconjunto, no necesariamente desde su comienzo hasta su cénit, sino desde el cénit haciaatrás. Y serenidad también suficiente, desde la distancia, para emitir un juiciodesapasionado.

Según algunos, al pontificado de Pablo VI le sobran los últimos años. Hay quienesdicen, sin recriminaciones a su persona, que acaso se equivocó en no haber apurado lalógica de algunas reformas por él mismo introducidas, fijando un plazo concreto para sudimisión. Se advierte el peso que semejante provisión no hubiera dejado de tener para elfuturo. Puede que no les falte un poco de razón. Es atrevido decirlo. Pero trazar unabiografía, por breve que sea, exige «mojarse», incluso en las vertientes incómodas.

Tanto como fueron dinámicos los primeros casi diez años del pontificado de Pablo VI,dieron cierta impresión de ser angustiosos sus casi cinco últimos. Hubo un crecientedeterioro en su salud, como una de las explicaciones. Y hubo una especie de autobloqueopor la angustia que le produjo el casi rechazo de la Humanae vitae.

Por qué no dimitió como hubiera querido, convencido de deberlo hacer

Ya se dijo en el primer capítulo: quiso dimitir. También se explica por qué no lo hizo. Suvoluntad era sincera: tanto como la conciencia de sus deberes y responsabilidades. Que ladimisión no se concretase en un gesto definitivo tiene algo que ver con la «debilidad» quele aquejó en el tramo final de su vida: en la medida en que se acentuó su sensibilidad, fuedisminuyendo cierta autonomía de decisión.

En su entorno hubo personas, cuya buena fe no se puede cuestionar sin ser injustos,que se esforzaron por convencerle –y lo lograron– de que dimitir no era lo procedente.Por eso no lo hizo. Temió que le pudieran hacer a él el reproche de «gran cobardía» queDante Alighieri hizo a Celestino V. Tampoco quiso protagonizar un gesto de inevitableespectacularidad que temió que provocase escándalo en no pocos, más allá de la nobleintención de la que hubiera arrancado.

Pablo VI fue fiel cada año a los ejercicios espirituales. Eligió siempre él mismo a lospredicadores: el redentorista austríaco Bernard Häring; el jesuita italiano Carlo MaríaMartini, más tarde Arzobispo de Milán; el Arzobispo polaco Karol Wojtyla (que seríaJuan Pablo II); el salesiano español Antonio Javierre.

El padre Häring aseguró[53] que, antes del comienzo de los ejercicios, Pablo VI le pidióque hablase con toda libertad, como ante cualesquiera oyentes comunes de sussermones. El padre Antonio María Javierre le escuchó –y dio cuenta de– una queja porparte del Papa al término de los ejercicios: la de que los teólogos no se pronunciaban conclaridad sobre un tema que le producía angustia e incertidumbre: el de laoportunidad/legitimidad de dimisión papal, de suerte que tuviese una orientación definida

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a la que atenerse. Señal más que evidente de que el tema le preocupaba, porque élhubiera deseado dimitir, sintiéndose viejo e incapacitado para seguir viajando al CongresoEucarístico internacional de Filadelfia, como había hecho a los de Bombay y Colombia, yen su entorno le insistían en que no lo hiciera, aduciendo argumentos que él encontrabainsuficientes. Él les contestaba, a su secretario Macchi y a sus médicos, que si no estabaen condiciones de movilidad tampoco lo estaba para seguir siendo Papa. Y en el entornole objetaban que, si presentaba la dimisión, creaba un precedente para los papas quevinieran después, que también hubieran tenido que dimitir en determinadascircunstancias...

¡Pobre y recto Pablo VI! ¿Hizo mal en no dimitir? No subjetivamente. Por lo demás,si dimitir se hubiera podido interpretar como un gesto profético, no es que los añosfinales de su pontificado hubiesen estado desprovistos de profetismo.

También la exigente autoconvicción de responsabilidad y la difícil permanencia en labrecha a pesar de su caducidad física fueron expresión de profetismo.

Pero al margen de estos gestos de monótona diuturnidad, hubo otros más llamativos eigualmente ejemplares llevados a cabo ejemplarmente por tan gran Papa: por ejemplo, latan angustiosa como aparentemente inútil intervención en favor de cinco españolescondenados a muerte en septiembre de 1975; su carta a las Brigadas Rojas intercediendopor la liberación de Aldo Moro y su desolación humana, tras el asesinato, asistiendo a sufuneral en San Juan de Letrán; la silenciosa ejemplaridad de su muerte el 6 de agosto de1978; la testamentaria austeridad de su funeral y sepelio...

¿Quién ha dicho de Pablo VI que era indeciso?

En un número (último a la vez de 1994 y primero de 1995), la revista Time insertó unacolaboración en la que el periodista e historiador británico Paul Johnson enjuiciaba deesta suerte el pontificado paulino:

«Lo malo empezó tras su muerte (de Juan XXIII), cuando Juan Bautista Montini, Arzobispo de Milán, seconvirtió en Papa como Pablo VI. En teoría, por formación y experiencia, Pablo estaba mejor preparado paraser Papa que ningún otro pontífice del siglo XX. En realidad, se mostró inquieto, dudoso e indeciso. Eratotalmente incapaz de tomar decisiones...».

Antes que Paul Johnson, ya había admitido un periodista italiano:

«Posiblemente, a ningún Papa se le haya seguido con tanta severidad como a Pablo VI: con tanto rigor crítico,con tan exigente pretensión de obtener una exacta rendición de cuentas de su actuación. Sus dos predecesoresmás recientes habían disfrutado de un trato más favorable, entre otras cosas porque de Juan XXIII estábamosdispuestos a aceptarlo todo y resignados a no esperar nada de Pío XII»[54].

¡La supuesta incapacidad de decisión por parte de Pablo VI...!Quienes mejor lo conocieron desde su infancia (por ejemplo, el filipense padre Giulio

Bevilacqua) tenían una explicación convincente para esta conducta suya antedeterminadas situaciones: su agudeza de inteligencia le hacía percibir de inmediato lacomplejidad de los problemas, los pros y los contras de las soluciones posibles. No erapropenso a las actitudes tajantes. La impulsividad no es propia de personas inteligentes,

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sino de las que no lo son.La agudeza de inteligencia le hacía percibir la exigencia moral de actitudes acordes con

los postulados de su conciencia. Respecto de ellas tenía una firmeza insobornable. Eratan suave en los modos como radical en los hechos, a tenor del viejo aforismo latino:Suaviter in modo, firmiter in re.

Con esa decisión formuló el programa de su tarea como Papa ya en el primerradiomensaje, al día siguiente de su elección: «La parte principal de mi pontificado estarádedicada a la continuación del Concilio Vaticano II, hacia el que convergen las miradas detodos los hombres de buena voluntad» [55].

En el mismo mensaje aludió a «renovación de las estructuras de la Iglesia», a larevisión de la legislación eclesiástica, a su intención de proseguir en la línea de las grandesencíclicas sociales de sus predecesores, al esfuerzo para la «consolidación de la justiciaen la vida civil, social e internacional, en la verdad, en la libertad y en el respeto de losdeberes y derechos mutuos», a su decisión de llevar a cabo «toda clase de esfuerzos parala conservación del gran bien de la paz».

¡Vaya si tenía ideas claras!, por mucho que para exponerlas echase mano de sudelicadeza máxima, cuando el 21 de septiembre de 1963, al recibir a los integrantes de laCuria romana (desde la que –les dijo– «durante largos años tuve el honor de prestar mihumilde servicio»), les anunció cosas del siguiente tenor:

«Se requerirán algunas reformas que serán ponderadas y tendrán en cuenta venerables tradiciones junto conlas necesidades de los tiempos. Reformas que han de ser funcionales y provechosas. No estarán guiadas porotro objetivo que el de desprenderse de lo caduco y superfluo y sustituirlo por lo vital y provechoso para unfuncionamiento más eficaz y adecuado».

Dijo a tal audiencia curial que, entre tales reformas, se incluía el reclutamiento de susmiembros «con una más extensa visión supranacional» y su educación «a una más atentapreparación ecuménica». Invitó a las integrantes de tal audiencia a no aferrarse a«prerrogativas de otros tiempos», a «formas externas carentes de auténtico significadoreligioso» ni a competencias que «hoy puede ejercer mejor el Episcopado localmente».

No ignoraba que entre sus oyentes pudiese haber un gran número de quienes nosimpatizaban con su inmediato predecesor Juan XXIII ni con el Concilio que él habíaconvocado.

Les dijo, no obstante: «Hago mía la herencia de Juan XXIII, de feliz memoria,convirtiéndola en programa para toda la Iglesia... Quiso este Concilio Vaticano II un Papaal que la aclamación espontánea de la voz pública atribuyó las palabras evangélicas quese refieren al precursor de Cristo: Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre eraJuan...».

Por supuesto, hubo decisión y claridad de ideas en el largo discurso que pronunció enpresencia de los Padres conciliares, cuando inauguró la segunda sesión del Vaticano II,fijando cuatro objetivos principales: a) una definición más clara de la Iglesia; b) surenovación interior; c) tender un puente hacia el mundo contemporáneo; d) esfuerzo deunidad con los hermanos separados, respecto de los cuales pronunció palabras quesonaban a nuevas en el lenguaje de la Iglesia católica:

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«Si alguna culpa nos fuese imputable por la actual separación, humildemente pedimos perdón a Dios,pidiéndolo igualmente a los hermanos que se sintiesen ofendidos por nosotros. Por lo que nos atañe, estamosdispuestos a perdonar las ofensas de que ha sido objeto la Iglesia católica y a olvidar el dolor que se haderivado para ella de la larga serie de disensos y separaciones».

Dos semanas más tarde, apenas encarrilada la segunda sesión, recibió a representantesde tales «hermanos separados» presentes en Roma en calidad de observadores,dirigiéndoles palabras de extraordinaria lucidez:

«Volver con el pensamiento al pasado conllevaría la amenaza de perdernos en los meandros de la historia, conel riesgo de que se reabrirían heridas aún no del todo cicatrizadas. Por lo que me atañe, considero mejor novolver la mirada hacia el pasado sino hacia el presente y, sobre todo, hacia el porvenir. Otros podrán y deberánorientar sus estudios hacia la historia pasada. Por mi parte, en este momento más prefiero fijar la atención noen lo que ha sido sino en lo que debe ser. La esperanza es mi guía, la oración es mi fuerza, la caridad es mimétodo al servicio de la verdad divina, que es mi fe y mi salvación».

Eran muy lúcidas las ideas que vertió en su encíclica primera y –junto con laPopulorum progressio– más significativa, la Ecclesiam suam. La redactó de su puño yletra[56], en los primeros doce meses de su pontificado. Algunos de sus puntos siguensonando así de claros:

«No ambiciono decir cosas nuevas ni definitivas. Para eso está el Concilio, cuya laborno debe ser molestada por esta conversación epistolar. Esta encíclica no pretende revestircarácter solemne ni doctrinal; tampoco proponer enseñanzas concretas, morales osociales; quiere, nada más, ser un mensaje fraterno y familiar... Tres pensamientos agitanmi ánimo: a) que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma; b) se debecotejar la imagen ideal de la Iglesia como la vio Cristo con su imagen real, como hoy sepresenta; c) reflexionar sobre las relaciones que la Iglesia debe establecer con el mundoque la rodea y en el que vive y trabaja.

Tendré siempre presente, como orientación programática, la palabra que hizo famosami predecesor Juan XXIII: aggiornamento... La Iglesia debe entablar diálogo con elmundo en el que vive... El diálogo debe caracterizar nuestra tarea apostólica... Antes aúnque para convertirlo, pero incluso para convertirlo, hay que acercarse al mundo y dirigirlela palabra...».

Los grandes «viajes apostólicos» de Pablo VI

Era el 4 de diciembre de 1963, en la clausura de la segunda sesión conciliar, primera bajosu égida. Pablo VI estaba leyendo el discurso que trazaba un balance provisional de loslogros del Vaticano II, con la promulgación de la Constitución sobre la Reforma litúrgicay el Decreto sobre los Medios de Comunicación social.

Hablaba en latín. Los Padres conciliares lo iban siguiendo en la traducción repartidapreviamente por la Secretaría del Concilio.

De repente, los más atentos se dieron cuenta de que lo que el Papa declamaba conparticular conmoción no estaba en los folios. Era lo siguiente:

«Permitidme ahora una última palabra para comunicaros un propósito que desde hace tiempo ha venidomadurando en mi ánimo y que he decidido comunicaros hoy. Tan viva es mi convicción de que es necesario

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intensificar plegarias y obras para el feliz término del Concilio que he decidido, tras madura reflexión y muchaplegaria, peregrinar personalmente a la Tierra de Jesús. Con la ayuda de Dios, me propongo ir a Palestina enenero próximo para honrar personalmente, en los lugares sagrados donde Cristo nació, vivió y murió y, trasresucitar, ascendió al cielo, los misterios de nuestra salvación: la Encarnación y la Redención...».

Hoy ya no nos sorprenden los viajes del Papa. Más bien, por circunstancias que aveces los rodean (y en desahogo de neurosis más o menos colectivas), se los critica. JuanXXIII fue el precursor de tales viajes, con uno modestísimo pero inmensamentesignificativo (unas pocas horas de tren) que realizó a Asís y Loreto la víspera misma dela inauguración del Concilio.

El gesto de Pablo VI al elegir Tierra santa (por el simbolismo espiritual de los lugares,su complejidad política[57] y la distancia) constituyó un antecedente muy significativo tantoen la delicadeza de los preparativos como en las modalidades de su realización. (¡Se tratóde un muy simbólico y comprometido precedente del viaje que, en la última década demayo de 2014, llevaría –¡está llevando!– a cabo, en circunstancias igualmente difíciles,su tan admirable como querido cuarto sucesor, es decir, el Papa Francisco!).

Los enviados de Pablo VI para preparar las condiciones político-jurídicas de dichoviaje –su secretario Macchi y el prelado francés de la Secretaría de Estado JacquesMartin– actuaron con absoluta discreción. La compañía aérea Alitalia equipó su mejor jetpara el bautismo de aire por parte de un Papa.

Fueron tres días –desde las 7,30 del 4 de enero de 1964 hasta las 18,30 del día 6,festividad de la Epifanía– que permitieron a Pablo VI mantener un cordial encuentro enAmmán con el Rey Hussein y trasladarse en coche a Jerusalén para recorrer, rezando, elcamino del Calvario, perdido entre las multitudes; celebrar la Misa en Nazaret; y visitarCaná, el Lago de Tiberíades, Cafarnaún, el Monte de las Bienaventuranzas, el Tabor, elMonte Sión, el Cenáculo y la Basílica de la Dormición. Y encontrarse, a las 21,30, con elPatriarca Atenágoras en la sede de la Delegación apostólica. Celebrar, a la mañanasiguiente, la Misa en la Gruta de Belén. Abrazar de nuevo a Atenágoras. Y trasladarsenuevamente a Ammán para, desde allí, emprender el viaje de regreso a Roma[58].

Aquel viaje le consintió «regresar», convertido en Pedro, al país de donde Pedrosaliera un día y adonde no habían vuelto él ni ninguno de sus sucesores.

A menos de un año de distancia, el 18 de octubre, en el curso de otro acto religiosocelebrado en presencia de los Padres conciliares que asistían a la tercera sesión delConcilio Vaticano II, Pablo VI dio noticia de otro viaje esencialmente religioso, quellevaría a cabo del 3 al 5 de diciembre de 1964:

«Os comunico, hermanos, la decisión de tomar parte en el próximo Congreso eucarístico internacional deBombay, en el curso de un viaje muy rápido y sencillo. Es la segunda vez que anuncio un viaje en esta basílica,algo hasta ahora totalmente ajeno a las costumbres del ministerio apostólico pontificio. Pienso que, igual que elprimero a Tierra santa, también este hasta las puertas de la inmensa Asia, del moderno nuevo mundo, no esextraño a la índole y hasta al mandato mismo de este ministerio apostólico... No es, de verdad, afán alguno denovedades ni de viajes lo que me empuja a esta decisión, sino únicamente el celo apostólico de gritar mi saludoevangélico a los inmensos horizontes humanos que los nuevos tiempos abren ante mis pasos y el propósito deofrecer a Cristo Señor un testimonio de fe y de amor más extenso, más vivo y más humilde».

Fue un viaje muy sencillo y muy rápido. Le brindó la oportunidad de rendir adoración

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pública a la presencia de Cristo en la Eucaristía, pero también de dar testimonio de fe ensu presencia en los más pobres de la tierra. De hecho, buscó ocasión para visitar, de unincógnito que hubiera querido ser total pero que apenas lo pudo por su circunstancia, unslum de chabolas en el arrabal de la inmensa metrópoli. Visitó el mayor hospital deBombay, el Jejeebhoy. Un cronista presente lo describe así:

«Apareció conmovido, casi aterrorizado. En medio de una sala había un niño focomélico, con los pies pegadosal tronco, sentado en el suelo. El Papa se le acercó. Se arrodilló delante de él. Lo besó. Y lloró... Pablo VIconocía por adelantado el drama que iba a presenciar. Por eso había elegido la India como meta de su primerviaje al mundo no cristiano. Quería dar testimonio del ansia de la Iglesia católica por los pobres y losdesheredados y cumplir un acto de amor por quienes carecen incluso del pan de cada día»[59].

El tercero lo realizó, del 3 al 5 de octubre de 1965, durante la cuarta sesión delConcilio, a la sede de las Naciones Unidas, con motivo del vigésimo aniversario de sufundación. Fue como si de una vez visitase los 117 países allí representados.

Pero, a pesar de las apariencias, no fue en absoluto un viaje político. Fue un viaje enfavor de la paz y del entendimiento leal entre los pueblos. Pronunció un calurosísimodiscurso que alcanzó su punto culminante cuando gritó ante los representantes de los 117países y del mundo entero que lo seguía por televisión: «¡Nunca más los unos contra losotros! ¡Nunca más!».

Recordó las palabras del presidente Kennedy asesinado cuatro años antes: «La humanidad debe poner términoa la guerra, o la guerra acabará con la humanidad». Y añadió: «La vida del hombre es sagrada. Nadie estáautorizado a atentar contra ella. En esta asamblea el respeto de la vida, incluso en lo que se refiere al granproblema de la natalidad, debe encontrar su más alta profesión y su más razonable defensa. Os corresponde avosotros la tarea de hacer que el pan sea suficientemente abundante en la mesa de la humanidad y de nofavorecer un control artificial de los nacimientos, que sería irracional, con el fin de que disminuyan losconvidados al banquete de la vida».

El cuarto viaje, del 22 al 25 de agosto de 1968, lo llevó a Bogotá, con motivo delCongreso Eucarístico internacional. Si cada viaje tuvo sus anécdotas, todas rebosantes deuna intensa religiosidad, también las tuvo este.

El último día de su permanencia en Colombia, celebró la misa en una parroquia de lossuburbios, dio la comunión a dieciocho hijos de familias de chabolistas, almorzófrugalmente con sus padres y no quiso irse sin visitar dos viviendas de familias muypobres.

Para hacerlo tuvo que bajarse del todoterreno y recorrer a pie, en compañía delpárroco, un sendero poco menos que imposible.

Realizó más viajes: a Fátima, el 13 de mayo de 1967; a Turquía, el 25-26 de julio de1967; a Ginebra, para visitar la sede del Consejo ecuménico de las Iglesias y la Oficinainternacional del Trabajo, el 10 de junio de 1969; a Uganda, del 31 de julio al 2 de agostodel mismo año.

El más largo y último de todos, con un recorrido de 45.000 km y una duración de diezdías, lo llevó a Asia, (con paradas en Irán, Pakistán, Islas Filipinas –donde sufrió elatentado mencionado anteriormente a manos de un pintor boliviano–, Islas Samoa,Australia, Indonesia, Hong Kong, Sri Lanka...).

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Dos viajes que Pablo VI no pudo hacer

En tema de viajes de Pablo VI, tan –casi– importantes como los realizados y no menossignificativos son los que quiso hacer y no pudo, porque... ¡no lo dejaron! Ya se ha dichodel que no pudo llevar a cabo en 1976 para asistir al cuadragésimo primer CongresoEucarístico internacional de Filadelfia.

Hubo, que se sepa, otros dos viajes más que le resultaron imposibles al Papa Pablo VIpor razones de otra naturaleza: políticas o similares. A dos países europeos, a cual máscatólico: Polonia y España.

El viaje a Polonia quería haberlo realizado en 1966, con motivo del milenario de la fede aquel país. Lo había invitado el primado Stefan Wyszinski en representación delepiscopado. A Pablo VI le atraía aquel viaje por –al menos– dos razones: rendirhomenaje a una catolicidad entonces fiel y probada; y rematar, de alguna suerte, lamisión incompiuta de su primer y único destino exterior, recién estrenado en el campo dela diplomacia eclesiástica en que, por razones de salud, tuvo que regresar a Italia, alVaticano, donde el clima le resultaba más propicio.

No pudo realizarlo. El primer ministro Gomulka se abstuvo de acusar recibo de susolicitud, más al parecer por temor al Kremlin que por oposición suya personal.

Con relación al viaje que el Papa Pablo VI no pudo hacer a España, tuvo un testigoexcepcional tanto en su gestación como en el disgusto de su imposible concreción final.Tal excepcional y creíble testigo fue el ex embajador ante la Santa Sede Don AntonioGarrigues y Díaz-Cañabate, que antes de ser embajador ante la Santa Sede lo había sidoante el Gobierno de Estados Unidos. Él mismo lo reveló.

Consciente de los prejuicios que en España existían contra la persona de Pablo VI porparte del gobierno con otras complicidades paraeclesiásticas, con reflejo negativo para laaceptación de su ministerio pontificio –única cosa que de verdad preocupaba a PabloVI–, el señor Garrigues pensó que un viaje del Papa a España y un contacto directo tantocon exponentes del régimen como con los españoles en general, empezando por lajerarquía eclesiástica, pudiese obviar las dificultades.

Le resultó fácil al embajador convencer al Pontífice por una razón decisiva: aunque enEspaña no había estado ningún Papa, hay constancia de la venida del Apóstol cuyonombre resultaba aquí más familiar: Santiago.

El pretexto existía: la clausura del Año santo compostelano de 1970. La invitación delos Obispos estaba garantizada: ya en 1965 lo había invitado el cardenal FernandoQuiroga Palacios. Faltaba la de Franco[60].

El Señor Garrigues pensó que no era imposible. Habló del tema con Fernando M.Castiella, ministro entonces de Asuntos Exteriores, para que este lo despachase con elCaudillo. El cual tenía una manera muy particular de demostrar que una cosa no leinteresaba: fingir no haber oído. El interlocutor podía sacar pretexto para reformularlacon alguna variante. Fue lo que hizo Castiella. Pero un segundo silencio por parte deFranco resultó inapelable.

Pablo VI encajó con silencioso dolor el rechazo de su noble generosidad. Aquel

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disgusto (y otros) constituyen parte de su crédito a una gratitud, siquiera sea póstuma,por parte de los que aquí somos. Y una razón añadida a las numerosas en que sefundamenta la segura espera de que muy pronto, gracias a la generosa estima,generosidad y comprensión del Papa Francisco Bergoglio, no tarde en, después de la yainminente declaración de Beatitud de Pablo VI Montini, no tarde en producirse sudeclaración de casi-mártir de incomprensión por parte de algunos y de santo porconvicción de cuantos nunca hemos dejado de admirar y de dar gracias a Dios por el donde un Papa tan –¡por desgracia!– largamente incomprendido...

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A modo de apéndice

Quedan sin decir muchas cosas de una vida y especialmente de un pontificado densos degestos que exigirían reseña. Hay, no obstante, una esperanza: dejar constancia de que,por debajo de cosas tan torpe y apresuradamente narradas, queda, ¡sobre todo!, lagrandeza espiritual de un Hombre y de un Papa entre los más grandes y nobles (ydotados de inteligencia y sensibilidad) del siglo que ya queda atrás y del que camina yahacia el final de su segunda década.

Un espíritu, el de Pablo VI Montini, difícil de captar con adecuación y aún más deexpresar cabalmente por quien se ha metido a biógrafo. Unos gestos que reventarían unlibro de mayor extensión que este.

Como el espíritu animó hechos, consiéntase la fugacísima reseña de algunos entreellos: 1) Trocó el Santo Oficio en Congregación para la Doctrina de la Fe, lo cual fuebastante más positivo que ponerle nombre nuevo. 2) Sustituyó a un excesivamenterigorista Alfredo Ottaviani (¡carabiniere della Fede!) por el cardenal yugoslavo FranjoSeper y, como su mano derecha, por el profesor belga Charles Moeller, autor de unmonumental y generoso Literatura del siglo XX y cristianismo; 3) puso a un Cardenalfrancés, Gabriel-Marie Garrone, con anterioridad Arzobispo de Toulouse, al frente de laCongregación para la Enseñanza católica; 4) y a otro también francés, hasta entoncesArzobispo de Lyon, Jean Villot, al frente de la Secretaría de Estado; 5) llevó a la curia aclérigos –más o menos innovadores– de distintas nacionalidades: españoles (entre otros, aMaximino Romero de Lema y a Ramón Torrella: este había sufrido una suspensióncanónica de Eijo y Garay en Madrid, donde trabajaba en la JOC sin poder decir misa,que a diario le levantaba Pla y Deniel poniendo a su disposición un coche para quepudiese trasladarse y celebrarla en un pueblo limítrofe de su archidiócesis primada; 6) diopasos firmes, incluso atrevidos, en el terreno del ecumenismo: celebró encuentros conMichael Ramsey, Arzobispo de Canterbury (marzo de 1966) y con Atenágoras, en tresocasiones (la última, en Roma, en octubre de 1967); 7) se adelantó en el levantamientode seculares excomuniones recíprocas (diciembre de 1965); 8) puso en marcha una –a lavez– decidida y prudente Ostpolitik con la colaboración de Agostino Casaroli, a quienencargó misiones delicadas ante los gobiernos de Budapest, Praga, Belgrado, Varsovia; 9)logró el desbloqueo del statu quo con Hungría; 10) resolvió –sin mayor satisfacción porparte del interesado, dicha sea la verdad– el caso Mindszenty y procedió alnombramiento de nuevos obispos; 11) y el de Checoslovaquia, con la liberación deMonseñor Josef Beran, enseguida nombrado Cardenal, seguido del nombramiento denuevos obispos; 12) renovó el episcopado español, con el nombramiento y promociónpara las diócesis más importantes de hombres mejor dispuestos a aceptar las decisionesdel Vaticano II; 13) promovió a Vicente Enrique y Tarancón de Solsona a Oviedo, mástarde a Toledo y finalmente a Madrid; 14) trasladó a Marcelo González de Astorga aBarcelona y luego a Toledo; 15) nombró a Narciso Jubany Obispo de Gerona y lotrasladó luego a Barcelona; 16) nombró cardenales a los tres; 17) nombró a José M.ª

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Setién, primero auxiliar y luego Obispo residencial de San Sebastián; 18) a Juan M.ªUriarte, auxiliar de Bilbao; 19) a Antonio Palenzuela, Obispo de Segovia; 20) a JavierOsés, primero auxiliar y luego residencial de Huesca; 21) a Antonio Montero, auxiliar deSevilla y luego residencial de Mérida; 22) a José M.ª Larrauri, auxiliar de Pamplona; 23)a Alberto Iniesta y a Ramón Echarres, auxiliares de Madrid; 24) a Ramón Buxarrais,Obispo de Zamora; 25) a Javier Azagra, auxiliar de Cartagena-Murcia; 26) a Elías Yanes,auxiliar de Oviedo y residencial de Zaragoza; 27) a Antonio M.ª Rouco Varela, primeroauxiliar y luego residencial de Compostela; 28) a José Manuel Estepa, auxiliar de Madrid;29) a Gabino Díaz Merchán, Obispo primero de Guadix y luego de Oviedo; 30) a RicardM.ª Carles, Obispo de Tortosa; 31) a Ángel Suquía, Obispo de Almería. Y uninterminable etcétera consecuencial; 32) elevó a cardenalicias y archidiócesis a Barcelonay Madrid; 33) reconoció los especiales méritos de don Ángel Herrera Oria con elcardenalato; 34) admitió a un consistente número de laicos como auditores en el Concilioa partir de la segunda sesión. Y a quince mujeres (siete monjas y ocho laicas) a partir dela tercera; 35) nombró a ciento cuarenta cardenales (veintisiete en febrero de 1965; otrostantos en junio de 1967; treinta y tres en abril de 1969; idéntica cantidad en febrero de1973; veinte en mayo de 1976)[61]; 36) abolió la «corte pontificia» (marzo de 1968) ydisolvió los Cuerpos armados pontificios (septiembre de 1970); 37) instituyó el Sínodo delos obispos (octubre de 1964) y fijó su composición y normas de funcionamiento; 38) loconvocó en cuatro ocasiones (septiembre-octubre de 1968; septiembre-noviembre de1971; septiembre-octubre de 1974; septiembre-octubre de 1977); 39) instituyó elSecretariado para los no cristianos (mayo de 1964) y el Secretariado para los nocreyentes (abril de 1965); 40) renunció a la tiara, que le había sido regalada por losmilaneses, decidiendo que fuera vendida en favor de los pobres (noviembre de 1964);41) dejó caer en el olvido el uso de la silla gestatoria; 42) introdujo de manera simultánealos procesos de beatificación de sus predecesores Pío XII y Juan XXIII (noviembre de1965) para evitar la polémica entre quienes querían que este fuese declarado santo poraclamación y los que consideraban constituir un agravio el presunto olvido del PapaPacelli; 43) emanó importantes encíclicas (aparte de la ya citada Humanae vitae, acogidacon polémica): Mense maio (sobre el culto mariano); Mysterium fidei (sobre laeucaristía); Christi Matri rosarii (sobre el rosario y la paz); Populorum progressio(sobre el desarrollo de los pueblos y la promoción de los pueblos del tercer mundo); 44)fue silenciosamente consciente de oposición a sus deseos de bien por parte de algunosque hubieran debido secundarlos. (Dijo a Helder Camara: «Yo no siempre le podrédefender públicamente, pero usted siga»); 45) instituyó la Jornada de la Paz (1968),fijando para ella el primer día del año y asignando un tema específico para cada añosucesivo; 46) fijó en setenta y cinco años la edad de retiro de los obispos (agosto de1966) y en ochenta la edad tope para la participación en el cónclave por parte de loscardenales (noviembre de 1970); 47) convocó el Año santo 1975; 48) proclamó a sanBenito patrono de Europa (octubre de 1964); 49) a pesar de su muy exquisitasensibilidad en temas de política (su padre y su hermano mayor habían estado entre lospromotores de la Democracia cristiana en contra del fascismo mussoliniano), mantuvo en

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todo momento una exquisita neutralidad respecto de la política interna italiana; 50) tomósiempre partido en favor de la paz, situándose de parte de los débiles, de los oprimidos,de los pobres; 51) fue tajante en pedir al presidente norteamericano Johnson el fin de losbombardeos en Vietnam (diciembre de 1967); 52) pidió a Estados Unidos y a la UniónSoviética que no sofocasen a los miembros más débiles de la comunidad internacional yno olvidasen sus responsabilidades en orden a la paz, al progreso y a la cooperaciónmundiales; 53) habló de la paz con los numerosos jefes de estado y de gobierno quetransitaron por el Vaticano: John Kennedy (EE.UU.), Nikolai Podgorny y AndreiGromyko (URSS), Georges Pompidou y Charles De Gaulle (Francia), U Thant (ONU),Eamon de Valera (Irlanda), Konrad Adenauer (Alemania), Joâo Goulart (Brasil), AntonioSegni, Giovanni Leone, Aldo Moro y Amintore Fanfani (Italia); 54) alguno de loscardenales de su pontificado resultaron tan sorprendentes (¡y dignos!) como el bautizadocomo Cardenal párroco, el oratoriano Padre Giulio Bevilacqua, el español don ÁngelHerrera Oria y el fundador de la JOC (Jeunesse Ouvrière Catholique), el belga JosephCardijn.

* * *A pesar de la extensa, conscientemente incompleta y no actualizada lista, sabemos

dejar muy limitados en la enumeración y juicio los méritos de Pablo VI con relación aEspaña y a la Iglesia. Pero de lo que no somos tan felices como interiormenteconscientes es de que sus méritos están exacta y generosamente reconocidos ¡ypremiados! en el Cielo. Más, incluso, de cómo y de cuánto lo son y están por parte delgeneroso juzgado que representa la gestión del bendito Papa Francisco...

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Índice

BEATO PABLO VI

Pablo VI por quienes mejor lo conocieron Prólogo algo diferente...¡de otros prólogos!

¿Por quién... empezar? La voz de su primer sucesor como Arzobispo de Milán Otras voces y otras plumas De varias plumas más... De la pluma de Joaquín Luis Ortega De la pluma de José Luis Martín Descalzo

1Pablo VI: un gran Papa de anteayer

Falsa contraposición a Juan XXIII Habla su secretario, y ejecutor testamentario Paradojas de Pablo VI

2Sacerdote sin casi haber pasado por el Seminario

Hijo de un periodista profesional, director de un diario Alumno «irregular» de un colegio dirigido por los jesuitas Su mayor deseo: hacerse sacerdote «¡Ordenaremos al buen Montini para el cielo!» Sus primeras dos misas en... ¡Roma!

3Roma no le gustaba... ¡casi nada!

Al joven Montini tampoco le atraía la diplomacia La sombra de Varsovia en el horizonte Rodeado de jóvenes universitarios Nombramiento como Profesor de Historia de la Diplomacia

4Al servicio de dos papas:Pío XI y Pío XII

Lo retuvo en Roma el «Número Uno» Dimisión provocada del Consiliario Hitler el Führer y el Duce Benito Mussolini Fallecen los padres del Sustituto Juan Bautista Montini En defensa de la memoria de Pío XII

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Sucesor de los santos Ambrosio y Carlos Borromeo y de los beatos Andrea Ferrari e Ildefonso Schuster

¿Promoción o alejamiento?

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Caminando bajo el frío y la nieve Arzobispo de los pobres y de los alejados Algunas anécdotas de fondo milanés Un imposible balance

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Sucesor de Juan XXIII

Pablo VI es elegido con mayor número de votos que su Predecesor Juan XXIII Achille Liénart y Juan Bautista Montini: primero y último en llegar Algunos ya habían empezado a gritar: «¡Viva el Papa!» El «enorme gozo» de Alfredo Ottaviani ¡Lo que «fueron» las cosas!

7Pablo VI toma las riendas

Por qué no dimitió como hubiera querido, convencido de deberlo hacer ¿Quién ha dicho de Pablo VI que era indeciso? Los grandes «viajes apostólicos» de Pablo VI Dos viajes que Pablo VI no pudo hacer

A modo de apéndice

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[1] Documentos que son, por ejemplo, Omnia nobis est Christus (expresión tomada por Juan Bautista Montinidel primer Arzobispo de Milán, san Ambrosio, para una carta pastoral con motivo de la Cuaresma de 1955,reeditada de manera exquisita en honor de Pablo VI en el centenario de su nacimiento –26.09/1897-1997–, conprólogo del entonces Arzobispo de Milán Cardenal Carlo María Martini y con ilustraciones del dibujante FlorianoBodini). Uno tiene a la vista, admirado de la cuidada edición, aun consciente de que importa más el contenido, doslibros más, «cartas pastorales» dirigidas a la Archidiócesis ambrosiana para las cuaresmas de 1957 y 1961: unatitulada Sul senso religioso y otra Sul senso morale (Sobre el sentido religioso y Sobre el sentido moral). Laprimera, ilustrada con dibujos originales de Leo Scorzelli y prologada por el Cardenal Giovanni Saldarini,Arzobispo de Turín, y la segunda prologada por el Cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo de Génova, que luegolo sería de Milán, e ilustrada con acuarelas de Trento Longaretti.

[2] Adelantando nuestra incompetencia para utilizar expresiones adecuadas, se trascriben en italiano, a manerade ejemplo, algunas que definen los dibujos de tal obra excepcional: tecnica mista su cartone, pastello su carta,inchiostro su carta, matita su cartone, pastello e matita, paesaggio acrilico su carta, tempera su carta a mano,etc.

[3] Ya que se han citado autor y título, procede hacerlo de la Editorial, en cuya fundación (y de otraseditoriales que le sobrevivieron en sus objetivos más religioso-testimoniales que económicos) había intervenido elentonces joven Juan Bautista Montini con otros amigos y coetáneos. Editoriales que se llamaron y siguenllamando Morcelliana y La Scuola, ambas con sede en Brescia, y una más, denominada Studium, con sede enRoma.

[4] Sobre el estilo literario de Juan Bautista Montini-Pablo VI hay un muy positivo y riguroso análisis en unlibro titulado Critica stilistica e linguaggio religioso in Giovanni Battista Montini, firmado por el especialistaFabio Finotti (Edizioni Studium, Roma, 1989).

[5] Uno ratifica la breve pero expresiva descripción con que la editorial italiana San Paolo presenta a GiseldaAdornato, autora del libro Paolo VI: il coraggio della modernità: «Giselda Adornato (1959) lleva deceniosestudiando de manera exclusiva la figura y magisterio de Juan Bautista Montini/Pablo VI. Ha inventariado elArchivo histórico diocesano de Milán, publicando en 2002 una monumental Cronologia dell’Episcopato diGiovanni Battista Montini a Milano, y ha colaborado en la publicación de los cuatro tomos de los Discorsi escritti milanesi. Ha escrito varios volúmenes sobre el magisterio montiniano y colabora en la redacción de lapositio para su causa de beatificación».

[6]JAMES V. SCHALL, The final legacy of pope Paul VI, en Notiziario n. 8, Istituto Paolo VI.[7]PETER HEBBLETHWAITE, Paul VI, the first modern Pope, Harper Collins Religious, Londres 1993, 9.[8] La expresión Forse la più dolce figura di pontefice degli ultimi centocinquant’anni aparece citada en el

Notiziario n. 7, Istituto Paolo VI, 59. Fue publicada originalmente en La Stampa, Torino el 8 de agosto de 1978.Las otras dos expresiones –Papa del Getsemani y Testimone del Golgota– fueron los titulares de dos artículossuyos: el primero con motivo del octogésimo cumpleaños de Pablo VI, en el Osservatore Romano; el segundo,para su necrológica, en La Stampa (8-8-1978).

[9]JEAN GUITTON, Paul VI secret, Desclée de Brouwer, París 1979, 21.[10]M. BOEGNER, L’exigence oecuménique: Souvenirs et perspectives, París 1968, 252. (Al decir de Jean

Guitton, Pablo VI conocía esta expresión del pastor Boegner, que él citaba así de memoria: «Fue necesario JuanXXIII para dar comienzo a este Concilio; lo fue Pablo VI para proseguirlo y aplicarlo».

[11] Dicho autógrafo aparece reproducido y analizado por el profesor de la Gregoriana Giacomo Martina enNotiziario n. 13, Istituto Paolo VI, 15-17.

[12]JEAN GUITTON, o.c., 98 recoge de labios del propio Pablo VI esta autocomparación con su predecesor,refiriéndose a su encíclica más discutida, la Humanae vitae: «Juan XXIII era mucho más conservador ytradicional que yo. Si hubiera vivido, habría hecho lo que yo he hecho».

[13] El pintor boliviano Benjamín Mendoza, que exponía en un hotel de Manila, vestido de sacerdote y con uncrucifijo en sus manos, logró mezclarse entre autoridades cuando Pablo VI se disponía a besar tierra en elaeropuerto de Manila. En su mano, cubierto por un trozo de tela, Mendoza ocultaba un cuchillo. Nada másencontrarse frente a Pablo VI, vibró un golpe con rapidez. Se produjo cierta confusión. El Papa notó una especiede «empujón», como diría un comunicado oficial. Pero antes aún se percató de lo que ocurría su secretarioparticular, que logró desviar la cuchillada sin conseguir evitar que Pablo VI fuese herido en el pecho: alguien llegóa ver ligeras manchas de sangre en su hábito blanco. Mendoza fue reducido y transportado a un furgón por lapolicía. Casi nadie se percató de que el Papa había sufrido una herida. Más bien se hablaba de sus «salvadores».Alguien atribuyó el mérito a Ferdinand Marcos. Las imágenes televisivas no dejaban dudas: si el cuchillo deMendoza no penetró en el pecho de Pablo VI se debió a la rápida interposición de su secretario personal. Pablo VIrestó importancia a lo acontecido y no consintió el menor retoque en el programa de la visita. Y solicitó el indulto

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para su agresor.[14]GIANCARLO ZIZOLA, Quale papa?, Roma 1977, 82.[15]JEAN GUITTON, o.c., 63. En el primer aniversario de la muerte de Pablo VI, en una reunión de amigos,

Guitton confesó: «Tuve a veces la impresión, que creo que era compartida por todos los que lo conocimos, deque Montini se mostraba más amigo de los más lejanos que de los más próximos. Diríase, a primera vista, que lamáxima evangélica con la que se había quedado interiormente sonaba así: “Ama a tu lejano como a ti mismo”»(Notiziario n. 1, Istituto Paolo VI, 25).

[16] Entonces, por población censal. Hoy todavía, por estructuras: mayor número de parroquias, desacerdotes, de religiosos y religiosas. Su superficie es de 4.880 km2; el número de católicos sobrepasa los cuatromillones; más de mil parroquias; en torno a 2.300 sacerdotes diocesanos y 1.200 sacerdotes religiosos. Hoy día,en cuanto a número de católicos bautizados, las diócesis de São Paulo y México superan a la de Milán.

[17] Un detalle señalado por Jean Guitton, muy destacado amigo del futuro Papa: el día en que nació JuanBautista Montini moría, en el Carmelo de Lisieux, Sor Teresa Martin, la futura santa Teresita del Niño Jesús.

[18] Se alude aquí, como simple ejemplo, a un magnífico y bien documentado ensayo: F. FINOTTI, Criticastilistica e linguaggio religioso in Giovanni Battista Montini, Studium, Brescia-Roma 1989, de 122 páginas.

[19] El Notiziario del Istituto Paolo VI (n. 5, 61-79), dedicó un largo informe a la relación de Juan BautistaMontini con Marcolini, encabezándolo con la siguiente introducción: «Entre las amistades brescianas de Pablo VIsobresale la figura del padre Marcolini. Una figura muy poliédrica: ingeniero, matemático, sacerdote del Oratorio,asistente eclesiástico de la FUCI, de los graduados de AC y de las Conferencias de San Vicente de Paúl, capellándurante la II Guerra mundial; después de la guerra, “sacerdote de las casas”, totalmente entregado a laconstrucción de los llamados Barrios Marcolini, apoyando esta obra con una constante preocupación por elacercamiento al mundo del trabajo... Marcolini mantuvo siempre una actitud afectuosa, sinceramente admiradahacia el amigo “más grande”. Le disgustaba hasta casi irritarle cuando veía que no era admirado adecuadamente,a veces incluso por sus propios paisanos».

[20] Conviene aclarar que los hijos de Don Giorgio Montini y de Doña Giuditta Alghisi no eran los únicos nietosde Francesca Buffali. Giorgio tenía otros hermanos y hermanas casados, algunos de ellos con hijos, de suerteque, en total, Francesca Buffali contaba con veintiún nietos. Un primo más de Juan Bautista se hizo sacerdote.

[21]R. CLAIR, Correspondance de Paul VI avec les moines de l’Abbaye Sainte-Madeleine, Notiziario n. 9,Istituto Paolo VI, 9, 8-9.

[22] Cf JEAN GUITTON, Paul VI secret, París 1981, 82. (Pablo VI expresaba de esta suerte aquel presentimiento,a cuarenta y siete años de distancia: «¿Quién hubiera sido capaz de prever lo que sucedería? Por aquellos tiemposno me hubiera atrevido a imaginarlo: no tenía esperanzas de vivir largo tiempo»).

[23] En aquella militancia política hubo más de obediencia que de ambición. Fue Benedicto XV quien, superadoel período del Non expedit (No es conveniente) impuesto por Pío IX y por su sucesor a los católicos,obligándolos a la abstención política, nombró a don Giorgio presidente de la Unione cattolica italiana delleAssociazioni elettorali, con la invitación de concurrir a las elecciones. Resultó elegido por el Partido Popular, quelideraba y había fundado el sacerdote siciliano don Sturzo.

[24] El padre Ottorino Marcolini aseguraba haberle oído decir al onorévole Longinotti que la señalación deMontini al Secretario de Estado de Benedicto XV había sido su mejor «gesto político».

[25] El carteo de Juan Bautista Montini con el padre Caresana está depositado en la institución bresciana(Istituto Paolo VI) que conserva la memoria de Juan Bautista Montini. Hasta este momento, aún no ha sidopublicado. Con motivo de un encuentro mantenido con él hace más de veinticinco años, el padre Caresanaconsintió a uno de los coautores ver las cartas y tomar de entre ellas aquello que considerase de servicio para loslectores y honor del –entonces– Santo Padre. La transcrita fue una de las copiadas en aquella ocasión.

[26] El veto era el «privilegio» concedido a los gobiernos de Alemania, Austria, Francia y España de poder«excluir» a un cardenal de ser elegido Papa. Nada más salir elegido Giuseppe Sarto con el nombre de Pío X,preparó una constitución por la que condenaba, bajo amenaza de excomunión, cualquier injerencia externa en laelección del sumo pontífice. La razón en que se fundamentaba tal privilegio era por haberse alineado tales«católicos» gobiernos de parte del papado en el contencioso con Italia por la «usurpación» de los Estadospontificios.

[27] Le habían precedido Federico Tedeschini, Gaetano Cicognani, Ildebrando Antoniutti; le siguieron LuigiDadaglio, Antonio Innocenti y Mario Tagliaferri.

[28] Parafrasea aquí las palabras con que san Pablo aseguraba con orgullo a los presbíteros de Éfeso:«Vosotros mismos sabéis que a mis necesidades y a las de mis compañeros han provisto estas mismas manos»(He 20,34).

[29] Aquella barriada de chabolas fue uno de los escenarios adonde Montini condujo durante años, todos los

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domingos, a sus jóvenes fucinos en misiones de caridad, ejerciéndola él el primero y educando a sus pupilos en elamor a los pobres como imagen de Cristo. Según el testimonio de algunos, allí dejaba parte de su escaso sueldo.Y todo lo que, en ocasiones especiales (Navidad, Reyes, Pascua...), lograba recaudar para los pobres entre susconocidos y amigos.

[30] Se trata de ANTONIO FAPPANI-FRANCO MOLINARI, Giovambattista Montini giovane, Turín 1979, 285-291, yde C. CREMONA, Paolo VI, Milán 1991, 121-128 (Montini había dado orden de la destrucción del documentoreservado para su Obispo. Sus órdenes no se cumplieron. ¡No se dirá aquí que fuese peor así! Tras su muerte, eldocumento se pudo conocer).

[31] El autógrafo de dicha carta se encuentra entre las páginas 832-833 de Lettere ai familiari 1919-1943,Brescia-Roma 1986. Su transcripción aparece en la pág 879 de la misma obra.

[32] Tras descartar el mito que circuló en algunos ambientes sobre una elección por unanimidad, GiancarloZizola explica así las circunstancias del cónclave más breve de los tiempos modernos: «Por el conjunto detestimonios y noticias se puede establecer que el Cardenal Pacelli fue elegido al tercer escrutinio, con cuarenta yocho votos sobre sesenta y tres, seis más de los dos tercios. Catorce votos, además del suyo, se fueron a laoposición. El Secretario de Estado había obtenido, en el primer escrutinio, un número imponente de votos: más detreinta. Según algunos, nada menos que treinta y cinco... Queda analizar la rapidez con que se llegó a la mayoríade votos. Una de las múltiples razones hay que atribuirla a la inminencia del estallido de la II Guerra mundial.Otra, a la notoriedad del Cardenal Eugenio Pacelli, conocido ya no solo en Alemania, donde había sido nuncio,sino también en Estados Unidos, donde había permanecido durante algunos períodos como huésped del Cardenal-Arzobispo de Nueva York, Francis Spellman, y de Amleto Cicognani, Delegado Apostólico en Washington. Porotra parte, en los dos últimos años Eugenio Pacelli había sido el guía político de la Iglesia, a causa de laslimitaciones de Pío XI por enfermedad. Por otra parte, hay que considerar que una alternativa de tipo religiosoresultaba adecuada para las exigencias políticas del sistema en una fase en la que el gran choque político enEuropa y en el mundo invitaba a primar la importancia de la diplomacia y por lo mismo de un liderazgodiplomático desde el vértice de la Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta las relaciones de Pacelli con los dosfrentes de los inminentes beligerantes» (GIANCARLO ZIZOLA, Quale Papa?, Borla, Turín 1977, 146-147).

[33]NELLO VIAN, en la introducción a Lettere ai familiari (1919-1943), Brescia-Roma 1986, 37-38.[34] Además de en el citado semanario, donde apareció en inglés (vol. 217, n. 642-3, 714-715), la carta fue

publicada en italiano en el Osservatore Romano (29 de junio de 1963) 7.[35] Esta anécdota ha sido publicada en varios sitios: en 1956, en Rivista diocesana milanese XLV, 127; en Pio

XII. (Conferenze in occasione delle fauste ricorrenze genetliache di Sua Santità, Milán 1956, 25, y en Notiziarion. 17, Istituto Paolo VI, 32.

[36] El fundador de la Pro Civitate Christiana de Asís, sacerdote de origen lombardo, don Giovanni Rossi,aseguraba haber escuchado de labios de Pío XI esta confidencia: «Créame, padre, porque lo he experimentado: esmás difícil ser Arzobispo en Milán que Papa en Roma».

[37] El político francés, que fue uno de los fundadores de la Unión Europea junto con Alcide De Gasperi yKonrad Adenauer, reveló esta anécdota en el Osservatore Romano (28-6-1978) 3. Está igualmente recogida enNotiziario n. 6, Istituto Paolo VI, 82. (Como es sabido, están introducidas las causas de beatificación tanto deMaurice Schuman como de Alcide De Gasperi).

[38] Hay aquí una errata mínima, suya o tipográfica: se trata de enero de 1955.[39]NELLO VIAN, La sua via alla trasfigurazione, Notiziario n. 20, Istituto Paolo VI, 48.[40]GIANCARLO ZIZOLA, Quale Papa?, Roma 1977, 153-154. Sin menoscabo de la estima que se merece

Giancarlo Zizola, no se asumen al pie de la letra algunas expresiones suyas. Por ejemplo, la razón que atribuye aPío XII para no convocar consistorios entre 1954 y 1958. Hubo otras, como la de su declive físico, suparalizante escrupulosidad a la hora de confeccionar listas de cardenales, etc. Por otra parte, Montini, junto conDomenico Tardini, había rogado a Pío XII no ser elevado al cardenalato en una ocasión anterior.

[41] El artículo de ORIO VERGANI, Mons. Montini entra in Milano benedicendo la folla sotto la pioggia(Monseñor Montini hace su ingreso en Milán bendiciendo a la muchedumbre bajo la lluvia), fue publicado en laprimera página del Corriere della Sera del 7 de enero de 1955. Está recogido también, bajo el mismo título, enNotiziario n. 18, Istituto Paolo VI, 49-54, que es de donde se cita aquí.

[42] Juan Bautista Montini fue, como Papa y ya antes, un excelente orador sagrado. Uno de los mejores, encontenido y forma. Su excelencia oratoria no se derivó de esfuerzo de adecuación a método convencional alguno.La impresión que se saca de sus discursos, y aún más la de escucharle en vivo, es la de que no decía nada porconcesión a teorías retóricas. Todo brotaba de convicción íntima, del deseo de ayudar a quienes le escuchaban.Fue, en todo momento, un «profesional» absolutamente consciente de su deber y de su responsabilidad pastoral.De ello derivó en todo momento un respeto exquisito por sus oyentes, circunstanciales o habituales, que le llevó a

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cuidar siempre sus discursos, incluso los improvisados. No por la vanidad de quedar bien sino por algo más nobley exigente: prestar un adecuado servicio. Nunca realizó la obra de Dios con negligencia.

[43] La biografía del P. Carlo Cremona sobre Pablo VI se abre con una carta del que fuera Secretario privadode Pablo VI, Monseñor Pasquale Macchi, al autor. Macchi define el libro como «una narración extremadamentefiel a la historia del hombre (Juan Bautista Montini) y de su tiempo y un fascinante retrato de quien durante quinceaños condujo a la Iglesia de Dios por las huellas del Espíritu». De algunos datos se deduce claramente queMonseñor Macchi debió de ofrecer al Autor materiales de primera mano para escribir el libro.

[44] El hecho tiene abundante posibilidad de documentación. Aquí consideramos suficiente con referirnos auna carta del 4-4-1961 enviada por el Papa Juan XXIII a Juan Bautista Montini: «Tendría que escribir a todos:obispos, Arzobispos y cardenales del mundo, de igual suerte que de todos y cada uno hablo al Señor en mihumilde oración. Pero para referirme a todos me basta con escribir al Arzobispo de Milán, porque con él los llevoa todos en mi corazón, lo mismo que, para mí, él a todos los representa» (Cf GIOVANNI XXIII, Lettere 1958-1963,Roma 1978, 300).

[45] Por ejemplo, PETER HEBBLETHWAITE, Paul VI, the first modern Pope, HarperCollins Religious, Londres1993, 324; también GIANCARLO ZIZOLA, Quale Papa?, 160-172, coincide en que la elección de Montini se produjopor el mismo número de votos: 57.

[46]GIOVANNI COLOMBO, Ricordando G. B. Montini, Brescia-Roma 1989, 42.[47] Juan Bautista Montini no los iría a visitar por razones más que obvias. Uno sabe de fuente segura que en la

víspera misma del cónclave, alguien (entonces Monseñor, hoy Cardenal casi centenario), Loris FrancescoCapovilla, por invitación de Monseñor Angelo Dell’Acqua, intentó hacer apear a tal bloque de cardenaleshispanoparlantes de sus prejuicios más bien pseudo-políticos contra Juan Bautista Montini. Lo que uno no sabe essi Capovilla logró lo que pretendía...

[48] El dicho italiano Se non è vero, non è mal trovato tenía cierta lógica en el caso de Cushing, Arzobispo deBoston. Hombre más práctico que teórico, no le gustaba prolongar sus estancias en Roma con ocasión delcónclave o del Concilio. Alegando que no entendía latín, cosa verosímil, y que cada día que estaba ausente de suArchidiócesis dejaba de ingresar varios miles de dólares para la Iglesia, se las arreglaba para irse a la semana de lainauguración de las diversas sesiones conciliares.

[49] La «indiscreción» del Cardenal König, por entonces Arzobispo de Viena, consistió en la siguiente narraciónpocos meses después de haber sido elegido Pablo VI: «Tuve ocasión de hablar con el nuevo Papa la noche antesde su elección, entre diez y once de la noche. Vi al Cardenal Montini que paseaba en la Galería del Lapidario conel rostro muy preocupado y triste. Me acerqué a él y traté de animarlo. Él me dijo: “Sí, está bien... En todo caso,tengo la esperanza de no salir elegido mañana. No sería el primer caso en que el número de votos sube hasta uncierto nivel y se detiene. Espero que eso suceda conmigo”. Unos días antes me había dicho que, quienquierafuese el nuevo Papa, debería sin duda alguna seguir la línea trazada por Juan XXIII, que había producido unaimpresión tan fuerte en el mundo que su sucesor estaría obligado a desarrollar su herencia... Al día siguientequedé sorprendido constatando con qué decisión dio la respuesta, una vez realizada la elección, pronunciando convoz fuerte y decidida el nombre que había elegido: Pablo. Quedé muy impresionado recordando la angustia y eltemor que había visto dibujados en su rostro la noche anterior. En la primera audiencia que tuve con él comoPapa, Pablo VI me dijo: “A nosotros dos nos une una hora muy importante”». (Tomado de la revista de la ProCivitate Christiana de Asís, Rocca; cf también Colloqui con Papa Montini, Roma 1966, 66-67).

[50] En el cónclave que eligió a Juan XXIII, el privilegio de anunciarlo al mundo le había correspondido alCardenal Nicola Canali. En los dos de agosto y octubre de 1978, que eligieron a Albino Luciani y a Karol Wojtylarespectivamente, le correspondió hacerlo al Cardenal italiano Pericle Felici.

[51] En una conversación con los alumnos del Seminario romano, Juan XXIII desveló la siguiente confidencia:«A veces, oyendo hablar del Papa a mi alrededor, en discurso directo o indirecto, se me escapa: “¡Hay que decirloal Papa! ¡Esto hay que tratarlo con el Papa!”, etc. Yo pienso todavía y siempre en el Santo Padre Pío XII, porquien sentía verdadera veneración y afecto, olvidando a veces que el interlocutor interesado de alguna manera soyyo. Poco a poco tendré que irme acostumbrando al modo de hablar que implica mi nuevo ministerio. Sí, soy yo elindigno siervo de los siervos de Dios, porque el Señor lo ha querido: Él y no yo. Cada vez que me oigo llamarSantidad o Beatísimo Padre, os aseguro que me siento lleno de confusión y me quedo pensativo» (Cf GIOVANNIXXIII, Lettere 1958-1963, Roma 1978, 87, n. 1).

[52]LORIS F. CAPOVILLA, Giovanni e Paolo, binomio inscindibile (septiembre 1988) 137-140, Milán. El hechoaparece descrito también, casi al pie de la letra, en la introducción de LORIS F. CAPOVILLA a Giovanni e Paolo, duePapi: Saggio di corrispondenza (1925-1962), Brescia-Roma 1982, 15.

[53] A otros, sin duda. También, en una entrevista de hace muchos años (1977), nos lo explicó a uno de loscoautores de este libro.

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[54]VITTORIO GORRESIO, Il Papa e il diavolo, Ed. Rizzoli, Milán 1973, 25.[55] Aunque al hablar Pablo VI se escudase en el protocolario y ritual Nos, aquí se vierte por la primera

persona, a sabiendas de que a veces se fuerza un poco el discurso. En realidad, él mismo, hacia el final de supontificado, abandonó el Nos con inicial mayúscula, sustituyéndolo por el simple yo.

[56] Una fotocopia del texto autógrafo se conserva en el Istituto Paolo VI de Brescia, que ha publicado algunaspáginas en varios de sus boletines.

[57] Belén y el Santo Sepulcro estaban bajo el gobierno de Jordania; Nazaret, Caná, Tiberíades, Cafarnaún y elCenáculo pertenecían al Estado de Israel. Tenía que estar sumamente atento: lo que decía a los judíos, podíamolestar a los árabes; lo que decía a los árabes, podía molestar a los judíos.

[58] Circuló una anécdota a modo de feliz precedente de la peregrinación montiniana a los Santos Lugares:durante la primera sesión del Concilio le habría confesado al Obispo griego-católico de Galilea, Monseñor Akim:«El sueño de mi vida es visitar Tierra santa». «Muy bien –habría contestado Monseñor Akim al CardenalArzobispo de Milán–: guarde las ganas para cuando sea Papa: aún será mejor».

[59] Referido por VITTORIO GORRESIO, o.c., 187.[60] Los prejuicios antimontinianos se basaban fundamentalmente en dos hechos. El primero, su intervención,

desde Milán, el 5 de octubre de 1962, solicitando clemencia al régimen para evitar la condena a muerte delestudiante catalán Jordi Conill, que había puesto un petardo manual a un monumento oficial que no produjovíctimas aunque sí desperfectos. El segundo, el llamado «derecho de presentación» (de candidatos a obispos) alque se aferraba el régimen aun después del Concilio, no obstante admitiese Franco, según testimonios de DonJoaquín Ruiz-Giménez y del propio Don Antonio Garrigues, que era un hecho tan incoherente como si el Papapretendiese sugerirle candidatos a Gobernadores civiles. No obstante, habría de ser el Rey Don Juan Carlos quien,tras la muerte de Francisco Franco, renunciase a tan anacrónico «privilegio» tras la restauración de lademocracia.

[61] Alguno de los cardenales de su pontificado resultó tan sorprendente (¡y digno!) como el «cardenalpárroco» Giulio Bevilacqua, el español Ángel Herrera Oria y el fundador de la JOC, el belga Joseph Cardijn.

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