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BEATRIZ HELENA ROBLEDO Flores blancas para papá Esta historia nace de una frase que me dijo hace algunos años una adolescente cercana: mi papá es un invento. Ella había perdido a su padre cuando apenas tenía cuatro años en un accidente aéreo, tal como ocurre en la novela. No se si por la cercanía afectiva con la chica, o por lo importante que fue mi padre, sentí que debía ser muy triste crecer sin papá. Eso por supuesto lo imaginaba, pero en ese momento lo sentí profundamente. La frase empezó a habitarme y a crecer en mi interior. Me llené de preguntas, sobre todo al pensar en el invento. Si, ella me decía que todos se inventaban un poquito de su papá: su madre, sus tíos, su abuela, nadie parecía decirle la verdad. De allí nació flores blancas. Empecé a pensar en los personajes de la historia. El más claro fue la adolescente a quien bauticé Magdalena, no sé por qué. Supe que así se llamaba. Luego a través de los ojos de Magdalena fue surgiendo un esbozo de papá, si, como un invento que se fue develando a medida que ella se hacía preguntas sobre él. La depresión de Magdalena me dio la idea de llevarla al psiquiatra. En ese momento no sabía lo que pasaba al interior de un consultorio psiquiátrico. Recuerdo que leí varios libros de casos de pacientes, tratando de hallar la voz de este personaje. Al final decidí que era mejor que nunca hablara y que mejor prestara su oído a las angustias de Magdalena. Creo que eso fue un acierto porque su silencio pone el foco en las palabras de la niña que trata de recuperar su corta vida a través del recuerdo de escenas y personas que la fueron configurando. El recurso de alternar el relato de la acción y las sesiones con el psiquiatra me sirvió para ahondar en la psicología del personaje y desentraña las causas de su melancolía y su depresión. A la vez considero que le dio densidad a la historia. De otro modo creo que hubiera quedado algo muy plano, muy lineal. Esta novela se cocinó a fuego lento. Por épocas la guardaba y luego la retomaba. Lo hacía cuando sentía la necesidad de hacerlo. Es extraño. No quería falsearla con prisas editoriales. Sin embargo, un día sentí que ya era hora de sacarla a la luz. Y así lo hice. Una editora la tenía pero tampoco se decidía a publicarla. La llamé y le dije, voy a enviarla al premio barco de vapor, si no queda, la sacamos. Ella estuvo de acuerdo y quedó de finalista y fue publicada por S.M. Cuento todo esto porque me resulta extraño ese cuidado que le puse a esta historia, pero era un cuidado como maternal, como queriendo protegerla del artificio o el engaño. Mientras maduró escribí muchos más textos: otras novelas para niños, cuentos, biografías, artículos, ensayos, y hasta poemas (que nunca he publicado). Hoy me sorprenden las reacciones de los lectores. Nunca imaginé lo presente que estaba -al menos en mi país- la ausencia del padre. Quizás la guerra y la violencia que se los lleva tan a menudo, o la irresponsabilidad de tantos hombres que los hacen y desaparecen, dejando a las mujeres a cargo de todo. Esto lo corroboro cada vez que converso con los lectores en los colegios o algunos me escriben por correo. Lo que más me sorprende es lo misteriosa que puede ser la Literatura, las vueltas que da, lo poco obvia que es. Hay un sustrato emocional en ella que remueve los sentimientos y las situaciones de los lectores sin necesidad de hablar de lo mismo aparentemente. Me explico: una novela que sucede en una familia acomodada y que no toca los

Beatriz Helena Robledo para GRETEL

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BEATRIZ HELENA ROBLEDO

Flores blancas para papá Esta historia nace de una frase que me dijo hace algunos años una adolescente cercana: mi papá es un invento. Ella había perdido a su padre cuando apenas tenía cuatro años en un accidente aéreo, tal como ocurre en la novela. No se si por la cercanía afectiva con la chica, o por lo importante que fue mi padre, sentí que debía ser muy triste crecer sin papá. Eso por supuesto lo imaginaba, pero en ese momento lo sentí profundamente. La frase empezó a habitarme y a crecer en mi interior. Me llené de preguntas, sobre todo al pensar en el invento. Si, ella me decía que todos se inventaban un poquito de su papá: su madre, sus tíos, su abuela, nadie parecía decirle la verdad. De allí nació flores blancas. Empecé a pensar en los personajes de la historia. El más claro fue la adolescente a quien bauticé Magdalena, no sé por qué. Supe que así se llamaba. Luego a través de los ojos de Magdalena fue surgiendo un esbozo de papá, si, como un invento que se fue develando a medida que ella se hacía preguntas sobre él. La depresión de Magdalena me dio la idea de llevarla al psiquiatra. En ese momento no sabía lo que pasaba al interior de un consultorio psiquiátrico. Recuerdo que leí varios libros de casos de pacientes, tratando de hallar la voz de este personaje. Al final decidí que era mejor que nunca hablara y que mejor prestara su oído a las angustias de Magdalena. Creo que eso fue un acierto porque su silencio pone el foco en las palabras de la niña que trata de recuperar su corta vida a través del recuerdo de escenas y personas que la fueron configurando. El recurso de alternar el relato de la acción y las sesiones con el psiquiatra me sirvió para ahondar en la psicología del personaje y desentraña las causas de su melancolía y su depresión. A la vez considero que le dio densidad a la historia. De otro modo creo que hubiera quedado algo muy plano, muy lineal. Esta novela se cocinó a fuego lento. Por épocas la guardaba y luego la retomaba. Lo hacía cuando sentía la necesidad de hacerlo. Es extraño. No quería falsearla con prisas editoriales. Sin embargo, un día sentí que ya era hora de sacarla a la luz. Y así lo hice. Una editora la tenía pero tampoco se decidía a publicarla. La llamé y le dije, voy a enviarla al premio barco de vapor, si no queda, la sacamos. Ella estuvo de acuerdo y quedó de finalista y fue publicada por S.M. Cuento todo esto porque me resulta extraño ese cuidado que le puse a esta historia, pero era un cuidado como maternal, como queriendo protegerla del artificio o el engaño. Mientras maduró escribí muchos más textos: otras novelas para niños, cuentos, biografías, artículos, ensayos, y hasta poemas (que nunca he publicado). Hoy me sorprenden las reacciones de los lectores. Nunca imaginé lo presente que estaba -al menos en mi país- la ausencia del padre. Quizás la guerra y la violencia que se los lleva tan a menudo, o la irresponsabilidad de tantos hombres que los hacen y desaparecen, dejando a las mujeres a cargo de todo. Esto lo corroboro cada vez que converso con los lectores en los colegios o algunos me escriben por correo. Lo que más me sorprende es lo misteriosa que puede ser la Literatura, las vueltas que da, lo poco obvia que es. Hay un sustrato emocional en ella que remueve los sentimientos y las situaciones de los lectores sin necesidad de hablar de lo mismo aparentemente. Me explico: una novela que sucede en una familia acomodada y que no toca los

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temas sociales, ni la violencia, ni las guerras termina por remover en los lectores heridas causadas por esa violencia. ... Escribir para mí ha sido siempre una necesidad. Es como un territorio en el que me siento protegida y a la vez es una manera de mantener una conexión conmigo misma, así esté hablando del otro, de los otros reales o ficticios. Es el hilo conductor que no me deja perder. Y aunque siempre he escrito (lo hago desde muy pequeña) empecé a publicar más o menos a los 25 años: primero fueron artículos, notas de periodismo cultural; guías para docentes, y poco a poco empecé a tomarme más en serio la ficción. Hoy en día combino la investigación (otra de mis pasiones) con la escritura de ficción. Yo les digo a los jóvenes escritores que no esperen a tener condiciones favorables para empezar. No hay situaciones ideales para escribir. -a no ser que seamos millonarios- (y por lo general estos no escriben), sino que hay que "robarse" el tiempo de la escritura, y poco a poco se va ganando el espacio, se va llenando la vida de palabra, hasta que uno logra dedicarse de lleno a este oficio, que es parte inspiración, (muy pequeña) y una gran parte de trabajo continuo y perseverante.

Beatriz Helena Robledo