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BERCEO. REVISTA RIOJANA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES. Nº 159, 2º Sem., 2010, Logroño (España). P. 1-376, ISSN: 0210-8550 B E E RC O revista riojana de ciencias sociales y humanidades 159 159

BERCEO ciencias sociales y humanidades · La premsa, la ràdio i la televisiò des d’una perspectiva històrica, IdEB, Palma, 1994, pp. 15-26. 65 Núm. 159 (2010), pp. 63-94 ISSN

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LA IMPORTANCIA DE LA PRENSA DE PROVINCIAS EN LA ESPAÑA LIBERAL

JOSÉ-VIDAL PELAZ LÓPEZ*

RESUMEN

Durante el siglo XIX y primer tercio del XX la prensa de provincias alcanzó un considerable desarrollo en España. En este artículo se estudian los principales factores que influyeron en su evolución. Se abordan los aspectos legales, pero también profesionales y empresariales que condicio-naron su existencia. También se analizan las relaciones con los diferentes poderes establecidos: Iglesia, Ejércitos, sindicatos, caciques locales, etc. El papel desempeñado por este tipo de prensa estuvo lejos de la función de “cuarto poder” que ejercían las cabeceras de Madrid, pero no por eso fue menos importante en la España de la época.

Palabras clave: Prensa, Historia, España, Opinión pública, Siglo XIX, Siglo XX.

During the 19th century and the first third of the XXth the provincial press reached a considerable development in Spain. In this article we study the principal factors that influenced this evolution: the legal aspects, but also pro-fessional and managerial. The relations by the different established powers are also analyzed: Church, Army, unions, local chiefs, etc. The role played by this provincial press in Spain was far from the function of “fourth power” that the head-boards of Madrid were exercising, but it wasn´t less important.

Key words: Press, History, Spain, Public Opinion, XIXth century, XXth century.

* José-Vidal Pelaz López (Palencia, 1965) es Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid. Entre sus líneas de investigación preferentes destacan la Historia de la comunicación social y la Historia política reciente. En relación a la primera podemos citar sus libros Caciques, apóstoles y periodistas. Medios de comunicación, poder y sociedad en Palencia (1898-1939)(2000), Prensa y sociedad en Palencia durante el siglo XIX (1808-1898) (2002) y Ver cine. Los públicos cinematográficos en el siglo XX (2002). Respecto a la segunda El Estado de las Autonomías. Nacionalismos y regionalismos en la Historia Contemporánea de España (2002), Winston Churchill. Auge y declive del Imperio británico (2003), Castilla y León en democracia. Partidos, elecciones y personal político (1977-2007) (2007), y la coautoría de una Historia del Mundo actual (3º ed. 2006). Ha publicado también numerosos artículos en publicaciones especializadas.

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1. EL PAPEL DE LA PRENSA EN LA ESPAÑA LIBERAL

La guerra de la Independencia supuso para España el fin de un mundo. La invasión francesa determinó el comienzo de un ciclo revolucio nario que cambiaría por completo la faz de la nación. La poli-tización y radicalización de la vida española en esos años hizo que nues-tro país se in corporase de golpe a las novedades que había alumbrado la Revolución Francesa para todo el continente europeo. Entre ellas, y no precisamente con la menor importancia, destaca, sin duda, una nueva concepción del periodismo.

Desde 1812 la prensa en nuestro país atravesó por diferentes etapas en su proceso de consolidación, en un continuo tira y afloja con el poder. Todas las Constituciones liberales sin excepción, consagraron la libertad de imprenta como un principio irrenunciable, a la vez que todos los gobiernos procuraron recortarla mediante leyes coercitivas y limitadoras en diversos grados1. Mientras tanto la sociedad iba cambiando, mejoraba la instrucción, se desarrollaban las infraestructuras, el país se urbanizaba e industrializaba, y el número de lectores potenciales aumentaba. Con la Restauración de 1876 la prensa en España llegaría a su mayoría de edad. En el desarrollo de esta “edad dorada del periodismo español” como frecuentemente se la ha llamado, tendría gran influencia la Ley de Policía de Imprenta de 1883, la más liberal del siglo liberal.

Efectivamente, desde 1883 hasta la Dictadura de Primo de Rivera la prensa experimentó un notable crecimiento y su protagonismo en los asun-tos públicos no hizo sino aumentar. En la España posterior a 1898 todos los debates nacionales de importancia fueron canalizados sistemáticamente a través de los medios de comunicación. La prensa desempeñó un papel destacado en los grandes problemas de la época, en una España en la que éstos no faltaban: el problema colonial (guerra de Cuba y luego de Marruecos), el problema social (el auge del movimiento obrero), el proble-ma político (el caciquismo), el territorial (es decir, catalán), el militar (que desembocaría en el golpe de 1923), etc. Y, como síntesis de todos estos ”problemas”, englobándolos a todos, el “problema de España”, es decir, la aparente incapacidad de nuestro país para adaptarse a los ritmos de la contemporaneidad y lo que era aun peor, la aparente incapacidad de dere-chas e izquierdas para ponerse de acuerdo en un diagnóstico común, lo

1. FERNANDEZ AREAL, M: El control de la prensa en España, Madrid, Guadiana, 1973; CENDAN PAZOS, F: Historia del de recho español de prensa e imprenta (1502-1966), Instituto de Estudios Administrativos, Madrid, 1971 y GOMEZ-REINO Y CARNOTA, E: Historia del derecho de la imprenta y de la prensa en España (1148-1966), Instituto de Estudios Administrativos, Madrid, 1977. Síntesis para el siglo XIX en ALMUIÑA, C.: La prensa vallisoletana durante el siglo XIX (1808-1894), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977, tomo I, pp. 164-267. Una reflexión de conjunto en ALMUIÑA, C: “Evolución de los modelos informativos en España” en XII Jornades d’estudis històrics locals. La premsa, la ràdio i la televisiò des d’una perspectiva histò rica, IdEB, Palma, 1994, pp. 15-26.

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que acabaría conformando “dos Españas” enfrentadas.

Nadie pone en duda el papel de la prensa en todas estas cuestiones. Sin embargo, cuando se habla de la prensa española existe una tenden-cia a considerar como tal únicamen-te a la madrileña, aquella que por su cercanía al poder y por el volumen de su tirada tenía más capacidad de influencia sobre los gobiernos de turno. O, en todo caso también a la de Barcelona puesto que el siglo XIX español había configurado un interesante dualismo en nuestro país: la revolución liberal concentró el poder político en Madrid mientras que la revolución industrial hizo lo propio con el poder económico en la periferia, singularmente en la Ciudad Condal.

Pero España, por supuesto, era mucho más que Madrid y Barcelona, con ser estas importantes. A partir del Real Decreto de 30 de noviembre de 1833, obra de Javier de Burgos, una nueva organización territorial se había introducido en nuestro país. Ese nebu-loso mundo que denominamos “de provincias”, y que tanto arraigo ha demos-trado tener a lo largo de nuestra Edad Contemporánea, era el que proporcio-naba la cara real de la nación frente al islote que representaban las dos grandes capitales. El papel que la prensa de provincias desempeñó durante la etapa liberal, y muy singularmente durante la Restauración, no ha sido, probable-mente, puesto en valor de forma suficiente. Los estudios locales o provinciales, con ser numerosos, no han ido acompañados por un análisis de lo que estos periódicos, cuantitativamente mayoritarios en el conjunto del país, pudieron significar a la hora de configurar la opinión pública española relativa a los más cruciales temas de la época2. A reflexionar sobre esta importante cuestión se dedican las líneas que siguen.

2. Hace ya algún tiempo Botrel llamaba la atención sobre esta cuestión, BOTREL, J.F.: “La prensa en las provincias: propuestas metodológicas para su estudio” en Historia Contemporánea, 1992, nº 8, pp. 193-214. Un estado de la cuestión sobre nuestros cono-cimientos sobre la prensa en las distintas provincias y regiones españolas en YANES MESA, J.A.: “La renovación de la historiografía de la comunicación social en España” en Historia y Comunicación Social, 2003, nº 8, pp. 241-258.

Lám. 1. Constitución de 1876.

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2. EL DESARROLLO DE LA PRENSA DE PROVINCIAS DURANTE LA RESTAURACIÓN: UN APUNTE CUANTITATIVO

Madrid y Barcelona eran las ciudades con mayor número de periódicos publicados en el país -entorno al 40% según las Estadísticas oficiales- desde finales del XIX hasta la década de los treinta del XX. Allí estaban instaladas, además, la mayoría de las imprentas. Su evolución fue un tanto desigual. El aumento proporcional de publicaciones en la capital catalana fue mayor. Mientras que en Madrid el número de cabeceras se triplicó entre 1879 y 1927, en Barcelona, se multiplicó por más de cinco. Los datos del Cuadro 1 también permiten observar el salto cuantitativo que se produjo a partir de la Ley Sagasta de 1883.

Cuadro 1Periódicos publicados en Madrid, Barcelona y el resto de España

(1879-1927)3

Años Madrid Barcelona Resto Provincias Total

1879 155 (28,5%) 70 (12,8%) 319 (58.7%) 544

1882 241 (29,75%) 122 (15%) 447 (55,2%) 810

1887 279 (24,7%) 124 (11%) 725 (64,3%) 1.128

1892 217 (19,1%) 130 (11,4%) 789 (69,5%) 1.136

1900 328 (24,35%) 158 (11,7%) 861 (63,9%) 1.347

1913 459 (23,18%) 323 (16,3%) 1.198 (60,5%) 1.980

1920 570 (24,9%) 434 (19%) 1.285 (56,4%) 2.289

1927 471 (21,3%) 373 (16,9%) 1.366 (61,6%) 2.210

En todo caso los grandes periódicos nacionales eran los de Madrid. Como señalaba Maeztu, esta prensa constituía un poderoso vínculo de cohesión entre los españoles4. Los 32 diarios madrileños que se publicaban en 1918 sumaban un total de 656.000 ejemplares. Como Madrid tenía por esas fechas una pobla-ción en torno a los 600.000 habitantes, y el resto de su provincia estaba poco poblada, es evidente que al menos dos tercios de los diarios editados en Madrid se distribuían en el resto de España. Algunas cabeceras como El Sol y El Debate colocaban menos de la quinta parte de su tirada en la capital. Otras, como El Liberal, eran fundamentalmente madrileños, si bien tenía homónimos de la misma empresa en varias ciudades. Las provincias más pequeñas y próxi-mas a la capital eran un mercado privilegiado para su prensa, aunque contasen con algún diario local. Pero también en Galicia era muy frecuente, como decía

3. SANCHEZ ARANDA, J. J. y BARRERA DEL BARRIO, C.: Historia del periodismo español. Desde sus orígenes hasta 1875, EUNSA, Pamplona, 1992, pp. 221-222.

4. SEOANE, Mª C. y SAIZ, Mª D.: Historia del periodismo en España 3. El siglo XX: 1898-1936, Alianza Universidad, Madrid, 1996, pp. 34 y ss.

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Láms. 2, 3, 4 y 5. Portadas de los periódicos de Madrid y Barcelona, El Debate, La Correspondencia, La Vanguardia y ABC.

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con humor Julio Camba en 1911, “constituir una sociedad por acciones para suscribirse a un periódico de Madrid. Se reúnen tres o cuatro socios y entre ellos van pagando el importe de la suscripción”5.

No podemos dejar de señalar que las tiradas de estos grandes diarios fue-ron siempre muy bajas en relación con otros países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Mientras allí se alcanzaban difusiones millonarias, en España era todo un logro superar la barrera de los 100.000 ejemplares.

Cuadro 2Tirada de los principales diarios de Madrid y Barcelona en 19136

Título Ciudad Ejemplares

La Correspondencia de España Madrid 135.000

Heraldo de Madrid Madrid 124.000

El Liberal Madrid 115.000

ABC Madrid 100.000

La Vanguardia Barcelona 58.000

La Publicidad Barcelona 25.000

Al lado de los periódicos de Madrid y Barcelona existía otro universo periodístico con cabeceras obviamente con tiradas muy inferiores pero con un grado de penetración social probablemente mayor que el de la prensa de la capital. Entre 1882 y 1927 el número de periódicos de provincias se multipli-có por más de tres, superando en esta última fecha las 1.300 cabeceras. Fuera de Valencia, Sevilla o Bilbao, pocos diarios alcanzaban los 10.000 ejemplares de tirada. Merecen ser destacados también La Voz de Galicia de La Coruña, La Unión Mercantil de Málaga, o El Norte de Castilla de Valladolid. La mayor parte no llegaban a los 5.000 y alguno ni a los 1.000 ejemplares.

Cuadro 3Tirada de los principales diarios de provincias en 19137

Título Ciudad Ejemplares

El Liberal Sevilla 28.000

El Noticiero sevillano Sevilla 25.000

La Gaceta del Norte Bilbao 20.000

El Liberal Bilbao 17.000

Las Provincias Valencia 12.000

El Pueblo Valencia 10.000

5. Ibidem, p. 35.

6. FUENTES, J.F. y FERNÁNDEZ, J.: Historia del periodismo español, Síntesis, Madrid, 1997, p. 191.

7. Ibidem.

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Láms. 6, 7, 8, 9 , 10 y 11. Cabeceras y portada de la prensa en provincias: El Norte de Castilla, La Gaceta del Norte, Diario de Valencia, El Adelantado, El Diario Palentino y El Correo de Andalucía.

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Las provincias con más escaso número de publicaciones eran las del inte-rior, por lo general las zonas con menor desarrollo económico y demográfico. El periódico es ante todo, hijo de la burguesía, la nueva y pujante clase social que se sirve de él como un decisivo instrumento en la lucha política que se desarrolla en el marco del régimen liberal. Se trata, básicamente de un fenó-meno urbano, estimulado y dirigido por los grupos intelectualmente más pre-parados, políticamente concienciados y económicamente solventes (recuér-dense las figuras del editor responsable y del depósito previo). La sociedad española, rural y tradicional en su conjunto, reaccionó con perplejidad prime-ro y quizá con un algo de hostilidad después, al advenimiento del nuevo mundo liberal. La debilidad del periodismo en un espacio geográfico concreto puede ser un buen síntoma de la lentitud de la adaptación de estas gentes a las nuevas realidades. Después de todo, el juego político y periodístico fue durante mucho tiempo sólo cosa de unos pocos, cosa de “notables”. No obs-tante, al filo del último cuarto del siglo XIX, el periodismo se había convertido en una realidad social tan habitual en el mundo provincial español como las nuevas instituciones que había traído consigo el régimen liberal8.

Cuadro 4Provincias con menor número de publicaciones (1879-1927)9

1879 (0) 1882 (1) 1887 (5)1892 (5)

1900 (3)

1913 (6)

1920 (8)

1927 (9)

CuencaGuadalajara

GuadalajaraAlbaceteGuadalajara Guipúzcoa

Ávila ÁlavaSoriaSegovia

SoriaSegovia

SoriaSegoviaTeruel

Cuadro 5Provincias con mayor y menor número de habitantes por periódico

(1913-1927)10

1913 1920 1927

Madrid 1.914 Madrid 1.500 Madrid 2.453

Orense 41.156 León 24.400 Badajoz 54.000

8. Sobre estas cuestiones puede verse VALLS, J.F.: Prensa y burguesía en el XIX español, Anthropos, Barcelona, 1988, pp. 175 y ss.

9. SANCHEZ.y BARRERA: op. cit., pp. 222-223.

10. Ibidem.

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Pero, al lado de los datos meramente cuantitativos, debemos tener en cuenta los de otro tipo. Muchas de las publicaciones surgidas en estos años fueron realmente efímeras, por lo tanto, lo realmente significativo no es el número, sino en todo caso la constancia. A partir de 1875 existe un núcleo burgués (intelectuales, comerciantes, profesiones liberales) que considera como una conquista irrenunciable la existencia de un periódico en su ciu-dad. En este sentido el hecho fundamental en relación con la prensa pro-vincial durante la Restauración fue la consolidación en estos años de la prensa diaria en las capitales de provincia. De entre los diarios fundados antes de 1875 que lograron fuerza notable en las décadas posteriores pode-mos señalar a tres: Faro de Vigo (1853), El Norte de Castilla (Valladolid, 1856) y Las Provincias (Valencia, 1866). El resto nacerían después. Es el caso de El Comercio (Gijón, 1878), El Diario Palentino (1883), La Rioja (1889), Diario de Burgos (1891) El Correo de Andalucía (Sevilla, 1899), Diario Montañés (Santander, 1902), La Verdad (Murcia, 1903), entre otros. La mejor demostración de la fuerza con que surgía esta prensa es que, muchas de las cabeceras nacidas entonces continúan editándose en nuestros días.

Este es, sin duda, alguna, el momento clave en la vertebración de un periodismo provincial estable y duradero. Y es que, como decía un diario castellano en su primer número, precisamente en 1883, año de promulga-ción de la Ley Sagasta:

“La vida de un pueblo que es cabeza de una entidad tan importante como una provincia, que tiene centros gubernativos, administrativos, eclesiásticos, políticos, de justicia, de instrucción pública, militares, de comunicaciones, de recreo y tantos otros, no responde a su importancia si no sostiene un eco dia-rio de la opinión pública en la prensa. Su existencia es una manifestación elocuente del progreso y una exigencia muy justa de nuestros tiempos”11.

11. PELAZ LÓPEZ, J.V.: Prensa y sociedad en Palencia durante el siglo XIX (1808-1898), Universidad de Valladolid y Diputación de Palencia, Valladolid, 2002, p. 123. Se trata de El Diario Palentino, de 12-2-1883.

Láms. 12 y 13. Sellos conmemorativos del nacimiento de los periódicos El Norte de Castilla y La Rioja.

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La prueba final del proceso de asentamiento que experimentó la pren-sa en el último cuarto de siglo, la proporciona el aumento de su difusión por el ámbito provincial. Por entonces aparecieron, además, los primeros periódicos editados fuera de las capitales. Probablemente no fuera ajeno a ello la indudable mejora en el servicio de Correos.

Cuadro 6Provincias en las que no se editan periódicos fuera de la capital

(1913-1927)12

1913 1920 1927

Álava, Logroño, Segovia, Soria

Álava, Toledo

Álava, Segovia

El resumen que cabría hacer del perfil de la prensa provincial al final de la Restauración sería el de un periodismo que había consolidado ya sus cabeceras principales en la capital y que complementaba ese eje central y estable con cierta abundancia de publicaciones menores, normalmente semanarios diversificados y especializados temáticamente, que alcanzaban una vida inferior a un año por término medio y que habían desbordado ya el marco de las capitales de provincia.

3. LAS VICISITUDES DE LA PRENSA DE PROVINCIAS: UN NEGOCIO, UN OFICIO, UN PRODUCTO

El ejercicio del periodismo en el mundo provincial español de la Restauración estuvo condicionado por diferentes elementos, no solo lega-les, sino también empresariales, sociales, profesionales e incluso “ambien-tales”. Para comprender mejor el papel que desempeñó esta prensa es necesario que abordemos todas estas cuestiones.

3.1. La empresa

Lo normal en provincias durante el siglo XIX y buena parte del XX era la existencia de empresas periodísticas individuales o, como mucho, fami-liares (y por tanto frecuentemente hereditarias), en las cuales el negocio del periódico iba anejo en muchas ocasiones a una imprenta o librería. En numerosos casos el impresor había de hacerse cargo de la propie dad del periódico que editaba ante la quiebra de la empresa de éste (lo cual era harto frecuente dada la precariedad económica de la gran mayoría de las

12. Estadística de la prensa periódica de España, referida al 1º de abril del año 1913, Madrid, 1914, pp. 19 y 156. Estadística de la prensa periódica de España, Madrid, 1920, p. 140. Estadística de la prensa periódica de España, referida al 31 de diciembre del año 1927, Madrid, 1930, p. 149.

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publicaciones) y ante la perspectiva de verse arrastrado en su caída. En otras ocasiones eran las mismas imprentas las que promovían la pu blicación de algún periódico como medio de hacer más rentable una ma quinaria infrautilizada. La imprenta proporcionaba no sólo el necesario soporte material para la edición, sino, que, además, centralizaba los servicios de administración y, en definitiva, solía convertirse en la garantía última de la existencia de las publicaciones que editaba. La implantación progresiva de prensa de carácter oficial o institucional (Boletín Oficial de la Provincia, Boletín de Ventas de Bienes Nacionales, Boletín Eclesiástico) contribuyó a consolidar el sector. No obstante dada la precariedad del mundo de la edi-ción no era infrecuente que bastantes impresores poseyeran, además, unas estimables fuentes de ingresos complementarios a través de propiedades rústicas, inmuebles urbanos o algún cargo en la administración.

A pesar de que las relaciones entre patronos y obreros en el gremio de los impresores obedecieron a la lógica dialéctica entre capital y trabajo, no fue éste un sector particularmente conflictivo. En la mayoría de las ocasio-nes las relaciones humanas se imponían sobre las tensiones laborales. Se trataba de empresas pequeñas en las que las plantillas gozaban de gran estabilidad13. La fidelidad era un valor muy apreciado tanto por el dueño como por los propios operarios. No era infrecuente que los hijos de los empleados entraran también al servicio de la imprenta como aprendices.

Durante la Restauración con la consolidación de la prensa diaria en las capitales de provincia, paulatinamente los periódicos se fueron dotando de talleres propios y de una infraestructura empresarial estable. Una pléyade de publicaciones profesionales (boletines de médicos, farmacéuticos, veterinarios, prensa del Magisterio etc.) más o menos estables, junto con las cabeceras ofi-ciales antes comentadas contribuyeron a consolidar el mundo de la imprenta provincial. A su lado, de forma más volátil aparecían y desaparecían revistas

13. La vida de los tipógrafos no era precisamente fácil. El informe recogido por la Comisión de Reformas Sociales en 1884 relativa a Palencia, describe de forma vívida sus condiciones laborales y existenciales Los locales de trabajo necesitaban una mejor ven-tilación y aseo, la iluminación era deficiente. La jornada laboral era de diez horas, repartidas en tres períodos, 275 días al año. Los jornales se cobraban solo por día tra-bajado, lo que se traducía en unos 2.200 reales de sueldo anuales, apenas suficiente para vivir. El obrero cajista escasamente llegaba en el ejercicio de su profesión a los 35 años. Los empresarios contrataban con preferencia a niños en vez de a hombres para pagarles salarios inferiores por un mismo trabajo. A pesar de estas circunstancias no existían Sociedades de Socorros mutuos. Tampoco “hay dentro del arte afiliados a partido político alguno ni tendencia a la formación de ellos”. En el Informe se recuerda sólo una huelga en 1872 por cuestiones salariales que terminó en acuerdo. El obrero tipográfico era mas ilustrado que la media, lograba reprimirse en el consumo de la bebida y tenía “afición a las publicaciones ilustradas, literarias y artísticas... Está además desarrollada la afición a la música”. Sobre un total de 4.817 obreros en la ciudad de Palencia, 31 trabajaban en el arte de imprimir, 16 oficiales y 15 aprendices. Reformas sociales, Tomo V, Información oral y escrita practicada en virtud de la Real Orden de 5 de diciembre de 1883, Madrid, 1893, pp. 515-519.

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literarias, publicaciones festivas, religiosas o satíricas que probaban suerte con mayor o menor (casi siempre menor) fortuna en el mundillo periodístico local.

Si bien la prensa de partido siguió siendo la más abundante numérica-mente en el panorama nacional, el periódico de empresa, basado en la racionalidad económica y en la información más que en la propaganda, ganó mucho terreno. Cada vez se era más consciente del valor de la información como mercancía y de la necesidad de hacer rentable económicamente el negocio periodístico. Tanto los políticos como los propios periodistas se fueron dando cuenta de que, en el complejo mundo del siglo XX, había formas más sutiles de influir en la opinión pública que la simple apelación política. La prensa poseía un poder que iba más allá de sus posibilidades de convocatoria electoral, su fuerza residía en su capacidad de generar estados de opinión en la emergente sociedad de masas14. Otro factor fue la

14. Sobre esta cuestión GOMEZ MOMPART, J.L.: “Prensa de opinión, prensa de infor-mación. Los diarios españoles en la conformación de la sociedad-cultura de comunicación de masas” en AUBERT, P. y DESVOIS, J.M. (eds.): Presse et pouvoir en Espagne, 1868-1975, Maison des Pays Ibériques, Casa de Velazquez, Bordeaux, Madrid, 1996, pp. 83-98. También en TRESERRAS, J.M.: “La sociedad de comunicación de masas en España” en

Láms. 14 y 15. Boletines Oficiales de las provincias de Orense y Cáceres.

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Láms. 16 y 17. Revistas y Boletines de la profesión médica en La Rioja y Ciudad Real.

existencia de lectores cada vez más formados que buscaban en la lectura de la prensa algo más que la mera identificación política. El avance de la alfabetización no sólo produjo un número mayor de consumidores sino un público cada vez más exigente. Como apuntan Seoane y Sáiz

“En el primer tercio del siglo XX la prensa española continúa el proceso, iniciado en el último cuarto del XIX, de conversión desde el modelo de perió-dico de opinión, de predominio ideológico, dependiente de partidos, movi-mientos o personalidades políticas, al de periódico de empresa, concebida como un negocio, sostenida por el lector y el anunciante... la época romántica del periodismo tocaba a su fin”15.

La modernización tecnológica del mundo periodístico fue avanzando con paso lento. El invento decisivo para el sector vino en 1865 de la mano de la rotativa de Marinoni, que fue acompañada de otras mejoras como la aplicación ulterior de la energía eléctrica. La primera rotativa española pare-ce que perteneció a El Imparcial, en 1875. Las primeras li notipias las adqui-rió este mismo periódico en 1895. En la década inicial del siglo XX la mayor parte de los diarios importantes disponían de rota tivas de papel continuo, aunque en provincias lo habitual eran las máqui nas llamadas de doble

TIMOTEO ALVAREZ, J. y otros: Historia de los medios de comunicación en España. Periodismo, imagen y publicidad (1900-1990), Barcelona, Ariel, 1989, pp. 96-103.

15. SEOANE y SAIZ: op. cit., pp. 23-24.

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reacción. Nuestro país fue siempre a la zaga en la incorporación de nuevas técnicas16.

Pero la empresa periodística no sólo dependía de las innovaciones en su propio sector, sino que, en buena medida, su desarrollo se iba acompasando con la evolución de todo el complejo mundo de la comunicación. La prensa necesitaba del correo, del ferrocarril, auténtica arteria vital por la que llegar hasta el último rincón del suelo español. Y le era imprescindible el telégrafo, vía nutricia del alimento con el que se construye la información, las noticias. El telégrafo óptico comenzó a funcionar en España a partir de 1831, el eléctrico en 1852 y finalmente el teléfono en los años 80, mientras que la introducción del teletipo se retrasaría hasta los años 30 del siglo XX. Las agencias de noticias, fuente principal y básica sobre todo de la prensa de provincias, no se consoli-daron hasta la Restauración. La propia naturaleza efímera del periódico le obli-gaba a vivir en medio de un incesante ciclo infernal, debía abastecerse, compo-nerse y difundirse en el transcurso de cada jornada, cada vez más rápido, cada vez mejor. Por eso la prensa asumía con ansiedad cada avance técnico, cada progreso en las comunicaciones17. Es el símbolo perfecto de una época en la que los acontecimientos se suceden cada vez con mayor cele ridad.

16. SANCHEZ y BARRERA: op. cit., pp. 35-36 y 143-147.

17. BOTREL, J.F y DESVOIS, J.M.: “Las condiciones de la producción cultural” en SALAÜN, S y SERRANO, c. (eds.): 1900 en España, Espasa, Madrid, 1991, pp. 37-38.

Láms. 18 y 19. Portadas de El Imparcial de 1845 y La Rioja de 1889.

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De todo lo dicho se desprende que el desenvolvimiento de la empresa periodística en nuestro país se iba a ver, sin duda, determinado por el peculiar proceso español de modernización. La lentitud característica del modelo de desarrollo económico o, si preferimos la terminología clásica, el “fracaso” de la revolución industrial española, por un lado y las dificultades para la implantación del régimen liberal, por otro, determinaron que el periodismo español experimentara unos progresos muy limitados en com-paración con otros países europeos avanzados. Y dentro de España, según regiones o provincias, el problema llegará a ser aun más acusado.

Las dificultades económicas de las empresas periodísticas españolas fueron siempre la norma por lo que se hacía imprescindible la búsqueda de todo tipo de fuentes de financiación, algunas de ellas, poco confesables. Una podía ser la subvención o las prebendas del cacique local. Pero había más formas. Durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, la prensa, también la de provincias, sucumbió a la tentación de aceptar dinero proce-dente de los bandos en liza a cambio de mostrar una postura favorable. La elevación de los precios del papel fruto del conflicto colocó a muchas empresas informativas al borde de la quiebra. Los periódicos de provincias lógicamente interesaban a los beligerantes menos que los del capital, pero su influencia no era desdeñable. Los más importantes fueron muy celosos de su independencia (como Heraldo de Aragón o El Norte de Castilla) mos-trándose en general estrictamente neutrales. El resto se dejaron querer. Al final de la guerra había más de veinte periódicos provinciales que recibían subvención inglesa entre ellos El Popular de Málaga, El Cantábrico de Santander o La Voz de Galicia18.

3.2. Los periodistas

De forma paralela al desarrollo del periodismo en las capitales y pro-vincias fue consolidándose un grupo humano, los periodistas, un elemento cada vez más habitual y aceptado dentro de la fauna social de la ciudad19. Su procedencia era diversa. Para unos el periodismo era la derivación lógi-ca de sus actividades en la imprenta, para otros la consecuencia de sus tareas pedagógicas en el mundo de la educación, algunos lo concebían como un servicio a su fe religiosa. Para muchos no se trataba nada más que de un divertimento en una capital de provincias con escasos alicientes cul-turales y de todo tipo.

Muy pocos de entre ellos conseguían vivir de su trabajo en el mundo de la prensa. Para la mayor parte se trataba de una actividad complemen-taria a sus labores profesionales habituales: la educación, la abogacía, la imprenta, la medicina, la farmacia, o el sacerdocio. La novedad durante la

18. SEOANE y SAIZ: op. cit., pp. 224-227.

19. Sobre estas cuestiones puede verse BARRERA, C. (coord.). Del gacetero al pro-fesional del periodismo. Evolución histórica de los actores humanos del “cuarto poder”, Ed. Fragua, Madrid, 1999, pp. 41-115.

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Restauración radica en que el tipo de periodista-político que se servía del medio únicamente como modo de medro personal en su carrera casi había desaparecido. Podría decirse que el periodismo provincial del último tercio del siglo XIX estaba “profesionalizándose”. En este sentido la aparición de la prensa diaria significó un notable revulsivo. El periódico requería ahora una jornada completa de esfuerzo y había un interés mercantil en el traba-jo bien hecho. La dedicación que un diario exigía a sus redactores fue también un incentivo para la progresiva especialización de funciones. El de periodista no podrá seguir siendo durante mucho tiempo un mero oficio a tiempo parcial.

El número de periodistas en una pequeña capital de provincias no fue nunca demasiado elevado, pero su presencia se hizo notar siempre. Se trataba de un grupo humano de un extraordinario dinamismo. Resultaba habitual encontrar los mismos nombres encuadrando las redacciones de la mayor parte de los proyectos periodísticos de la ciudad. La nómina se com-pletaba con los corresponsales en la provincia, habitualmente secretarios de ayuntamiento, farmacéuticos o maestros, y con los destacados en Madrid. En el caso de la prensa católica eran los párrocos los encargados del acopio de noticias para sus revistas.

Las relaciones en el interior de este grupo humano basculaban entre el amor y el odio. A veces triunfaba el espíritu corporativo y todos se apiña-ban en torno a alguna causa noble, como la gestión de un indulto para algún condenado a muerte. Pero con frecuencia estallaban las polémicas con las más nimias excusas. La lucha por el escaso mercado envenenaba el ambiente. Las polémicas entre periódicos eran cosa normal y su transfor-mación en cuestión personal estaba a la orden del día. Los motivos eran lo de menos, iban desde errores tipográficos hasta veladas alusiones persona-les, sin dejar de lado la ideología. La hostilidad llegaba al paroxismo duran-te las campañas electorales cuando unos y otros procedían a cantar las alabanzas de sus patrocinados (¿o patrocinadores?). La lectura de la prensa de estos años no proporciona una imagen muy halagüeña del periodismo de provincias. Odios africanos, rencores y disputas, convertidas en asunto de interés público por el mero hecho de que los protagonistas estaban en disposición de controlar un periódico.

La situación profesional del periodista español no era demasiado satis-factoria en aquella época: “La condición de periodista era muy semejante a la del proletariado: sin contrato de trabajo, ni horario fijo, ni descanso dominical hasta los años veinte”20. Aunque se había avanzado mucho en su consideración y proyección social, todavía quedaba mucho terreno por recorrer. Poco a poco fueron surgiendo por toda España las Asociaciones de Prensa (la primera fue la de Madrid en 1895) y de forma paulatina lle-garon algunas conquistas en materia laboral, salarial, etc. A comienzos de

20. SANCHEZ y BARRERA: op. cit., p. 209.

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los años veinte comenzaron a oírse las primeras voces pidiendo que se organizaran académicamente los estudios de periodismo, para ir progresi-vamente dignificando la profesión. Hubo que esperar a la Dictadura de Primo de Rivera para que cuajara la primera Escuela de Periodismo de España, fundada por Ángel Herrera Oria en 1924.

3.3. El periódico

La progresiva profesionalización del periodismo provincial se fue poniendo también de relieve en el contenido y confección de las páginas de los periódicos. Los propios periodistas eran conscientes de que su tra-bajo estaba experimentando hondas transformaciones. La edición de cabe-ceras diarias obligaba a un mayor esfuerzo por cubrir las tres planas de información de que habitualmente constaban. En una capital de provincias las noticias sensacionales no abundaban precisamente. No es de extrañar que los periódicos se volcaran, por ejemplo, en la información de todo tipo de crímenes espeluznantes. Con el tiempo fueron haciéndose mas frecuen-tes los reportajes, sobre todo en función de alguna catástrofe, tipo inunda-ción o incendio voraz. Los números extraordinarios sobre resultados elec-torales o sobre los sorteos de los quintos en época de guerra en Cuba se hicieron algo habitual. Con todo el periodismo que podía leerse en aquella época era bastante aburrido y su presentación cualquier cosa menos llama-tiva. Poco a poco fueron especializándose las páginas y creando secciones individualizadas con tipografías especiales para llamar la atención.

La estrella de los diarios eran, sin duda, los telegramas. Paulatinamente fueron ocupando cada vez más espacio, y, conscientes de su aceptación, las empresas no dudaban en gastar más dinero en contratar mejores servicios en Madrid. El público deseaba información y ésta se había convertido en una preciada mercancía. Antes la prensa no era más que un instrumento de polémica, un medio pronto y cómodo de propagar las ideas y defender las doctrinas. Fue la guerra de Cuba y su dramático final, lo que contribuyó a acelerar la maduración de este nuevo periodismo.

A pesar de todo, durante los primeros años del siglo XX la evolución de la prensa provincial en fondo y forma fue realmente limitada. Sus diarias cuatro páginas seguían en 1914 pareciéndose sospechosamente a las de 1890. El editorial y la información de Madrid iban acompañados por las noticias locales y provinciales, con la consabida agenda compuesta por la información de mercados, Bolsa, Audiencia, el tiempo, el teatro, registro civil, sección religiosa, etc. La tercera página normalmente se completaba con los telegramas y la cuarta se llenaba con la publicidad. Eran abundan-tes los plúmbeos artículos sobre temas históricos, literarios o agrarios de los que podríamos denominar “sin fecha de caducidad”, mientras que los ripios más o menos afortunados de algún vate local intentaban poner la nota de humor. El folletín aportaba el ingrediente cultural. La información interna-cional ocupaba un lugar insignificante, y escaseaban los comentarios edito-riales sobre la vida española en sus diversas facetas. La verticalidad y la

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Láms. 20 y 21. Crimen de Fuencarral y anuncios en El Correo de Andalucía.

ausencia de titulares caracterizaban la composición de las planas. En fin, que solo una campaña electoral, una catástrofe, un incidente cubano o marroquí o una agria polémica con la competencia sacaban a la prensa de su tono monocorde.

Fue después de la Gran Guerra cuando la prensa comenzó a despojarse de su vetusto ropaje decimonónico y adoptó un nuevo estilo más acorde con los tiempos. Los vientos de cambio la proporcionaron un nuevo aspec-to, remozado, y un nuevo talante, más preocupado por la información. Los titulares vistosos se convirtieron en la tónica dominante, las noticias gana-ron en amplitud y el diseño de las planas adquirió mayor horizontalidad. Las hojas extraordinarias se hicieron frecuentes, dedicándose a los temas más variados. Se perfeccionó la tipografía, se revolucionó la titulación y la composición de planas con un predominio de la horizontalidad sobre la insípida y plúmbea verticalidad decimonónica. Se introdujeron nuevos géneros periodísticos como la entrevista o interview y los reportajes sobre temas variados. Se amplió el campo de informaciones que se recogían en sus páginas abriéndose a nuevos fenómenos sociales como el deporte, la moda o el cine. En definitiva el periodismo provincial se adecuó a los nue-vos moldes que se estaban imponiendo en la prensa más avanzada. Esta transfiguración se enmarcaba en un momento de honda transformación en el panorama periodístico español, en el que se estaba produciendo el cam-bio hacia un periodismo de “masas”, -si es que cabe atribuirle este califica-tivo a una prensa de tan exiguas tiradas como la española- que se conso-lidaría durante la República.

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4. DEL LÁPIZ ROJO Y OTRAS COACCIONES

Desde el primer momento de la Restauración, Cánovas mostró gran interés por el control de la prensa, consciente de la influencia que los medios de comunicación habían ejercido sobre el desarrollo de los aconte-cimientos durante el Sexenio. A partir de 1883 la Ley de Imprenta, vino a suavizar un tanto la presión oficial y a crear un modus vivendi que tan larga vigencia en el tiempo estaba destinado a tener. Efectivamente la Ley de Sagasta propició un gran florecimiento de la prensa de provincias, pero ello no debe hacernos pensar que la aplicación de los principios legislativos generales en ámbitos sociales concretos se realizaba de una forma mecáni-ca o automática. En primer lugar porque tan importante o más que la letra de las leyes, era el rigor o la condescendencia con que éstas se hacían cumplir. Pero es que, además, en el mundo provincial de los siglos XIX y XX otros condicionantes determinaban la labor periodística. Puede decirse, en efecto, que “la libertad legal verdaderamente interesaba a unos cuantos periódicos políticos partidistas normalmente en Madrid, que no eran más que una parte de la prensa nacional. A la prensa de provincias… le afecta-ba mucho más otro tipo de cortapisas”21.

4.1. Libertad dentro de un orden

La Señora Anastasia, como designaban los periodistas a la censura, era presentada por los caricaturistas como una mujerona de aspecto feroz, provista de unas enromes tijeras, en actitud agresiva. Fue una presencia inevitable para la prensa de la Restauración. No obstante, también resulta obligado señalar que la explosión periodística que se produjo durante estos años no pudo ser posible sin un adecuado marco legal que permitiera a la prensa desenvolverse con una cierta capacidad de maniobra. Puede decirse sin ambages que, en conjunto, durante estos años la prensa provincial española se expresó con notable libertad. Sus comentarios abarcaron todos los problemas del país sin excepción, empezando por los sociales o eco-nómicos y terminando por los coloniales, del mismo modo que sus críticas recorrieron toda la escala política nacional, desde el último alcalde hasta el Presidente del Consejo de Ministros. Nunca nuestro país había gozado de unas libertades semejantes y tan sostenidas en el tiempo.

Este sistema heredado del siglo XIX iba a sufrir en los primeros veinte años del nuevo siglo “no despreciables restricciones”. La primera, la Ley de Jurisdicciones de 23 de marzo de 1906 que estuvo vigente hasta la República y que sometía a los tribunales militares los delitos de imprenta comprendidos en la vaga denominación de “injurias u ofensas claras o encubiertas al Ejército”22. La segunda, la ley de 7 de julio de 1918, que

21. Ibidem, p. 184.

22. En Circular a los Gobernadores civiles de 24-4-1906 el Ministro de la Gobernación establecía que uno de los tres ejemplares que, según el artículo 11 de la Ley de Policía

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facultaba al gobierno para establecer la censura previa so pretexto de no entorpecer la neutralidad declarada en la Gran Guerra23.

A las medidas legales de nuevo cuño, deberíamos añadir el cada vez más frecuente recurso a la suspensión de las garantías constitucionales, singularmente del artículo 13 en el que se consagraba el derecho de los españoles a “emitir libremente sus ideas y opiniones ya de palabra, ya por escrito”24. Si en los primeros años de la Restauración éste fue un expedien-te excepcional, en los años que siguieron al Desastre se fue convirtiendo en una práctica cada vez más habitual (aplicada a todo o parte del territorio

de Imprenta de 1883, debían presentar los periódicos en el Gobierno civil, fuera entre-gado a la autoridad militar para su censura. LEZCANO, R.: La ley de jurisdicciones 1905-1906, Akal, Madrid, 1978.

23. PIZARROSO, A.: De la Gazeta Nueva al Canal Plus. Ed. Complutense, Madrid, 1992, p. 81. También se podría añadir la Ley de 1 de Nero de 1900 por la que se podía suspender cualquier periódico que atentara contra la integridad del territorio nacional

24. ALMUIÑA, C.: “Prensa y poderes en la España tardo-liberal. Primer tercio del XX” en AUBERT y DESVOIS: op. cit., pp. 39-54.

Lám. 22. La censura de prensa representada en la Señora Anastasia.

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nacional) en un sistema que se descomponía por momentos25. Entre 1898 y 1923, las garantías constitucionales fueron suspendidas 23 veces26. De ellas 9 afectaron a todo el Estado y las restantes a las provincias más con-flictivas, Barcelona en primer lugar, seguida de Vizcaya. La duración media de suspensión fue de 6,4 meses al año entre 1898 y 1905. Como dijo Unamuno “en vista de la presión de la caldera”, el Gobierno optaba por “quitar el manómetro”27. La creciente incapacidad de los últimos gobiernos de la Restauración para mantenerse en el poder sin recurrir al fácil expe-diente de la suspensión del derecho constitucional de la libertad de prensa, representa la mejor prueba del progresivo debilitamiento del sistema. Una vez que lo excepcional alcanzó el rango de habitual, se puede decir que el régimen había perdido por completo el control de la situación.

25. Así ocurrió en noviembre de 1885 con ocasión del fallecimiento de Alfonso XII pero, sobre todo durante 1898 con motivo de la guerra con los Estados Unidos. En esta ocasión la mordaza sobre la prensa atravesó tres fases definidas. En primer lugar, cen-sura telegráfica durante los primeros momentos del conflicto. Luego vino, en mayo, la declaración del estado de guerra con el fin de “evitar el que propalando noticias inexac-tas o en otra forma, se procure extraviar a la opinión pública o alterar el orden en cualquier forma”. Para ello se sometía a tribunal militar cualquier delito en este sentido, incluyendo los cometidos por medio de la imprenta. Por fin, en junio de 1898, tras el Desastre de Santiago de Cuba y ante el temor de posibles desordenes contra el gobierno y la monarquía misma, se decretó la suspensión temporal de las garantías contenidas en el artículo 13 de la Constitución relativas a la libertad de expresión. Continuaba en vigor el estado de guerra.

26. 1899 comenzó precisamente con el levantamiento de la suspensión de garantías y el cese del estado de guerra en que se hallaba la nación desde el año anterior. La agitación que sacudía al país tras el Desastre condujo a una nueva suspensión constitu-cional en 1900 con motivo de la campaña de desobediencia civil emprendida por la Unión Nacional. Antes de que terminara el año 1900 el artículo 13 de la Constitución volvía a estar en suspenso debido a un amago de sublevación carlista que tuvo su cen-tro en Cataluña. Las siguientes ocasiones en las que se suspendieron las garantías cons-titucionales tuvieron que ver con el deterioro de la situación socio-económica y su aprovechamiento con fines desestabilizadores. En 1911 la razón radicó en una oleada de huelgas iniciadas en Bilbao, Barcelona y Valencia con pretensiones revolucionarias que desembocaron en una fracasada huelga general. En 1916 fue una huelga ferroviaria la que provocó la declaración del estado de guerra. El año 1917 fue particularmente duro para la libertad de prensa. Las garantías eran suspendidas en el mes de marzo en previ-sión de una anunciada huelga y restablecidas un mes más tarde. Entre junio y julio volvían a suspenderse por el gobierno de Dato. En agosto, con motivo de la huelga general revolucionaria, se implantaba el estado de guerra que estaría en vigor hasta octubre. Entre septiembre y octubre de 1918 se dejaba en suspenso el párrafo primero del artículo 13 para poder establecer la previa censura en todo lo relativo a asuntos internacionales debido a la tensión existente con Alemania por la cuestión del torpedea-miento de buques neutrales. En 1919 Maura suspendía de nuevo las garantías debido “al estado anormal de Barcelona y al temor de que el movimiento sindicalista de la ciudad condal se extienda a otras regiones”. Finalmente en 1921 el desastre de Annual impulsó a las autoridades a extremar el control sobre todas las informaciones referidas a la cues-tión marroquí.

27. SEOANE y SÁIZ: op. cit., p. 65.

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Además de las modificaciones legales, las circulares a los periódicos prohibiendo tratar determinados temas o la suspensión de garantías, los gobiernos de turno tenían otras muchas formas de influir sobre la prensa de provincias. Dado que la mayoría de las noticias de importancia se ges-taban en Madrid y de allí se distribuían por el resto del territorio nacional, el control de los medios de comunicación se revelaba como esencial. Las acusaciones de que el Gobierno utilizaba a su capricho el servicio de Telégrafos, retrasando la salida de telegramas incómodos o incluso censu-rando su contenido, eran harto frecuentes. Del mismo modo lo eran las quejas hacia el servicio de Correos por los retrasos y pegas que encontraba la prensa madrileña no adicta al gobierno para distribuirse por las provin-cias, así como por la violación en algunos casos del secreto de la corres-pondencia. Como decía El Liberal:

“El telégrafo de Madrid no sirve para nada ni para nadie. Para telegrafiar al extranjero hay que remitir los despachos a la frontera, por correo, y el ser-vicio entre la corte y las provincias resulta completamente ineficaz por el retra-so y las mutilaciones que se permite la censura”28.

Si los Gobiernos tenían capacidad para controlar la emisión de infor-maciones desde Madrid, poseían además la capacidad de realizar un segundo filtro en los lugares de destino, las capitales de provincia. El ser-vicio de telégrafos estaba bajo control directo del Gobierno civil que volvía a revisar las informaciones retirando de la circulación aquellas que no considerara pertinentes. El gobernador, como si de un auténtico virrey se tratase, tenía un amplísimo margen de maniobra en el terreno práctico que permitía establecer sorprendentes agravios comparativos entre unas provin-cias y otras en materia de control de la información. En algunos casos se daba la circunstancia de que los periódicos de Madrid llegaban a provincias con informaciones que el gobierno civil provincial había vetado29. Esto provocaba la natural irritación. El control del servicio telegráfico motivó las airadas quejas de los periodistas, tanto por la limitación de la libertad de expresión que ello suponía, como por las pérdidas económicas que gene-raba. Además, se argumentaba, una censura demasiado severa sería siem-pre contraproducente ya que provocaba que, como contrapartida, se dis-parasen la fantasía y el rumor.

28. TIMOTEO ALVAREZ, J.: Restauración y prensa de masas. Los engranajes de un sistema (1875-1883), Eunsa, Pamplona, 1981, p. 100.

29. En Circular a los gobernadores de 26-6-1917, en la que se establecían las reglas para la censura previa, el Ministro de Gobernación recomendaba que “el trato sea igual y el mismo para todos los periódicos sin distinción ni preferencia ningunas”. PELAZ LÓPEZ, J.V.: Caciques, apóstoles y periodistas. Medios de comunicación, poder y sociedad en Palencia (1898-1939), Universidad de Valladolid y Diputación de Palencia, Valladolid, 2000, p. 260.

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Las leyes ponían en manos de los gobernadores numerosos instrumen-tos: concesión de licencias, censura, multas, secuestros, o suspensiones30. Pero aparte de las armas legales hay que tener en cuenta otras circunstan-cias: además el gobernador civil coordinaba la red caciquil provincial, uti-lizando los mecanismos a su disposición para entorpecer en lo posible la labor de los periódicos que no se consideraban afines. También podía ejercer presión sobre las imprentas, de manera indirecta, es decir utilizando amistades o influencias para que un periódico no encontrara donde impri-mirse. Pero también directa, obstaculizando el acopio de papel, materia prima indispensable.

4.2. Los poderes fácticos: Ejército, Iglesia y sindicatos

Aunque durante la Restauración el Ejército estuvo formalmente apar-tado de la política (a diferencia de la habitual presencia de espadones en la época isabelina) su protagonismo en la vida española fue indudable y también en relación al control de la información. No hay que olvidar que los militares durante esta época publicaban sus propios periódicos que fueron muy numerosos e influyentes en determinados momentos (por ejemplo ante la cuestión de las Juntas de Defensa y su papel en la crisis de 1917)

El hecho más conocido de interferencia del poder militar sobre la pren-sa fue sin duda el asunto del Cu-cut! de Barcelona en noviembre de 1905, cuyo resultado fue la Ley de Jurisdicciones a la que antes se hacía referen-cia. Pero hay que considerar además, que la existencia de dos guerras coloniales (Cuba entre 1895-98 y Marruecos, con los desastres de 1909 y 1921) durante este periodo implicó la presencia de la censura militar que también era aplicada en cada provincia de forma arbitraria según el gober-nador militar de turno. Durante el conflicto con los EEUU el estado de guerra estuvo en vigor durante varios meses en toda la península.

Por otro lado, la existencia de crecientes desórdenes sociales provocó en más de una ocasión la proclamación en una o varias provincias del estado de guerra, que facultaba a la autoridad militar para controlar por completo lo que se decía en los periódicos. En 1916 la razón fue una huel-ga ferroviaria. En agosto de 1917, con motivo de la huelga general revolu-cionaria.

Las guarniciones existentes en la mayoría de capitales de provincia podían ser un notable elemento intimidatorio. Los asaltos a imprentas por parte de los oficiales ofendidos por algún comentario en la prensa local

30. ALMUIÑA: “Los gobernadores civiles y el control de la prensa decimonónica” en TUÑÓN DE LARA, M. (dir.): La prensa en los siglos XIX y XX. Metodología, ideología e información. Aspectos económicos y tecnológicos, Universidad del País Vasco, Bilbao, 1986, pp. 167-182.

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eran una posibilidad con la que había que contar31. En líneas generales puede decirse que entre 1898 y el golpe de Primo de Rivera de 1923, la sociedad civil y con ella los medios de comunicación fueron cediendo terreno ante el poder militar.

Al lado del Ejército, otra institución capital en la España de la época era la Iglesia. Las relaciones entre el poder civil y el eclesiástico tampoco fue-ron sencillas. Asuntos como la célebre “ley del candado” de Canalejas propiciaron momentos de enorme tensión entre ambas esferas. En el plano popular el anticlericalismo iba ganado adeptos. Ante esta situación la jerar-quía reaccionó, al menos de dos maneras.

Por un lado, la Iglesia estuvo detrás de numerosas publicaciones. Después de una época inicial de rechazo al periodismo, (León XIII había dicho: “La libertad de pensar y de publicar lo que se quiera es el origen de muchos males”) la Iglesia adoptó la estrategia de combatir al enemigo liberal con sus propias armas, optando por lanzarse al mundo periodístico. De algu-nas publicaciones era propietaria directa, de otras solamente inspiradora. En 1895 la Nunciatura remitió al Vaticano un informe sobre el estado de la pren-sa en España. De un total que rondaba los 1.000 periódicos que se publicaban en el país, una quinta parte (unos 200) eran considerados como “católicos”, pero otros 680 eran catalogados como “liberales no hostiles”, es decir, que de una u otra manera acataban el Magisterio de la Iglesia. El Nuncio alertaba sobre el “daño inmenso” que causaba en “las ciudades de segundo orden” “la falta de un periódico local católico”, ya que los lectores entonces recurrían a los periódicos liberales32. No obstante, también es cierto que diarios católicos como La Gaceta del Norte o El Correo de Andalucía serían referencias infor-mativas en sus propias provincias. Y, a partir de 1911 El Debate se convertiría en el periódico de referencia para el catolicismo español.

Esta llamada “buena prensa”, salía a la luz con censura eclesiástica, una censura que, como en el caso de la civil o militar también variaba en grados e intensidades según la diócesis, el Obispo o el sacerdote encargado de ejercerla.

En segundo lugar, además de contar con sus propios periódicos o con órganos afines, la Iglesia durante estos años ejercería también su presión sobre aquellos medios que desarrollaron un discurso más o menos anticlerical. En algunas provincias de Castilla los Obispos podían conseguir que ninguna imprenta se atreviese a publicar prensa hostil para con la religión, socialista, anarquista o simplemente republicana. En 1887 el entonces obispo de Málaga,

31. En mayo de 1900 fue asaltada la redacción El Progreso de Játiva, en agosto de 1901 la de El Correo de Guipúzcoa (Bilbao), en marzo de 1906 la del semanario La Humanidad en Alcoy. BOTREL y DESVOIS: art. cit., p. 35.

32. CÁRCEL ORTÍ, V.: León XIII y los católicos españoles. Informes vaticanos sobre la Iglesia en España, Eunsa, Pamplona, 1988, p. 890. “Atrae mucho el interés del pueblo el hecho de salir el periódico dentro de los muros de la propia ciudad y de tratar con cariño los inte-reses locales. Por ello son también necesarios los pequeños periódicos de provincia…”

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Marcelo Spínola, condenaba la revista que los masones malagueños publicaban en aquella ciudad ya que “se ridiculiza la comunión, se ataca descaradamente al sacramento de la penitencia, se habla con procaz desenfreno del estado religioso y en fin, sin ambages ni rodeos, se hace patente qué enemigos declarados de la Iglesia son los que ese papel escriben”33.

Y esta fue en 1902, la reacción del obispo (luego cardenal) Almaraz ante el intento de publicación de un semanario socialista en la ciudad de Palencia:

“Hacemos saber que de nuestro man-dato han sido examinados por una Comisión de teólogos dos números del periódico La Luz, semanario socialista que se publica en Valladolid, pero que, para Palencia se escribe y en Palencia se vende y se reparte. Como quiera que, según la censura, la doctrina contenida en dicho periódico es herética, impía e inmoral y además injuriosa a la Autoridad eclesiástica... venimos en condenar y condena-mos al referido semanario La Luz; prohibimos bajo pena de pecado mortal su lectura y mandamos que sean entregados los ejemplares que obren en poder de los particulares a los respectivos curas párrocos, quienes los inutilizarán inmediatamente...”34.

El mundo de la prensa no quedó al margen de los conflictos sociales, y así sobre todo en la segunda década del siglo XX se hizo más patente el fenómeno del sindicalismo que perturbó la vida de las empresas. Esto coin-cide con el auge del poder de organizaciones de trabajadores que se lan-zaron entonces a acciones de gran resonancia social. Fue célebre el caso de la “censura roja” ejercida por los huelguistas de Barcelona en 1919 cuando remitieron una nota a los directores de los periódicos para adver-tirles de que no debían publicar nada sobre la huelga. Los empleados de los talleres de las imprentas apoyaron a los huelguistas. Animados por su éxito ese mismo año se formaría el Sindicato español de Periodistas afín a la UGT que convocarían ese mismo año una huelga de redactores en toda España35.

33. MATEO AVILÉS, E.: “Clero, prensa y censura en Málaga durante la Restauración (1875-1923)” en Actas VII Congreso de Profesores-Investigadores, Motril, 1988, p. 484.

34. PELAZ: Caciques… op. cit, p. 163.

35. ALMUIÑA, C. “Aproximación a la evolución cuantitativa de la prensa española entre 1868 y 1930” en Investigaciones históricas, nº 2, 1980, pp. 315-316.

Lám. 23. Marcelo Spínola, Obispo de Málaga.

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4.3. A favor del viento político: caciquismo y autoridades locales

Si arriesgado podía resultar enfrentarse con el Ejército, la Iglesia o con los sindicatos, mucho más lo era no colocarse a favor del viento político, soplara éste de donde soplara. La relación entre prensa y política durante la Restauración es un asunto complejo, que presenta múltiples caras. El interrogante es obvio, ¿era necesaria la prensa en un sistema que falsea-ba sistemáticamente los resultados electorales? O, dicho de manera más gráfica ¿para qué podía servirle un periódico a un cacique?. La relación de la política con la prensa cobra una nueva dimensión si entendemos el caciquismo como un fenómeno tan inducido desde las altas esferas del poder, como alimentado por un pueblo necesitado de interlocutores ante un Estado omnipotente y lejano. A comienzos del siglo XX la prensa se había convertido en un instrumento peligroso que había que saber con-trolar, incluso en una sociedad parcialmente desmovilizada y en medio del caciquismo general imperante. Con el paso del tiempo, el desarrollo de la alfabetización y el aumento de los niveles de vida fueron haciendo que la opinión pública cobrara una importancia creciente siendo cada vez más difícil de manipular.

Para un diputado de provincias era imprescindible contar con un medio adecuado mediante el cual transmitir sus mensajes a la sociedad. Las páginas de un periódico podían ser utilizadas de muchas maneras. Los manifiestos electorales eran en este sentido el mecanismo más obvio pero ni mucho menos el único. Según avanzaron los años el nuevo género periodístico de la entrevista fue cada vez más utilizado. El periódico era, además, un ins-trumento a través del cual se coordinaba la campaña electoral, transmitien-do consignas y ánimo a los partidarios. Su distribución masiva por los diferentes distritos era también una muestra elocuente de poder y fuerza. Asimismo era necesario contar con un arma que pudiera neutralizar los mensajes del adversario y por ello los periódicos se llenaban de comunica-dos, réplicas y contrarréplicas. Cuando no había elecciones la prensa afín era el mejor amplificador de las gestiones que el diputado realizaba a favor de la provincia. Dar lustre y eco a su actividad política era sembrar simpa-tías para el futuro. En resumen, para un político que se preciara el perió-dico era una especie de necesario gasto de representación que le permitía dar realce a su propia importancia dentro y fuera de su distrito.

Si éstos eran los decisivos motivos que aconsejaban a un cacique el control de la prensa, los de ésta para buscar el amparo de aquel no eran menos poderosos. En una capital de provincias cualquier toma de postura, incluso en el asunto más inocuo, tenía siempre una lectura política, así que aceptar determinados padrinazgos era visto con naturalidad. Por otro lado, el sostenimiento de un diario podía resultar muy difícil sin recibir alguna ayuda extra periodística. La afinidad ideológica entre político y periódico no era imprescindible. El cacique podía esgrimir “razones” de muy diferen-te tipo. Un político de peso podía hacer mucho por un diario. Podía con-seguir la contrata de las labores de imprenta para el Ayuntamiento y la Diputación, o recomendar su lectura a los amigos políticos, los cuales eran

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asimismo potenciales anunciantes o también adquirir directamente unos cientos de ejemplares para repartirlos de forma gratuita por la provincia en plena campaña electoral. Además podía proporcionar un préstamo en con-diciones ventajosas. Incluso, no era descabellado pensar en la subvención directa, con unos miles de pesetas al año. Tampoco lo era la recompensa personalizada en forma de un cómodo destino en la administración para el periodista especialmente dócil o voluntarioso.

Evidentemente también existían riegos. Las disputas entre los grandes a veces se canalizaban mediante agresiones a los pequeños. El mensajero solía con facilidad ser hallado culpable. Entonces los periodistas debían soportar procesos, amenazas y persecuciones de todo tipo, que podían llegar en ocasiones a la agresión física. En esos momentos el amparo de un cacique solo servía para poner al periódico en el punto de mira de sus enemigos. Cuando se iba en contra del “turno” ni siquiera un poderoso cacique podía salvar a un rotativo de las iras de un gobernador civil o de un celoso fiscal de imprenta.

Las relaciones con Ayuntamientos, Diputaciones, delegaciones de Hacienda, jueces, diputados, senadores, etc. debían ser especialmente cui-dadas por los periodistas para evitar problemas desagradables. Esta situa-ción se traducía en un evidente autocontrol de los periódicos de provincias con respecto a sus informaciones. Esta actitud de complacencia con respec-to a las autoridades a la que se veía abocada la prensa de provincias hará

Lám. 24. Mapa del caciquismo español por provincias.

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que un regeneracionista como Julio Senador se refiriera a ella de esta forma así de despectiva:

“Periodicuchos locales fundados para incensar a algún inmundo cacique y escritos por infelices parias de otra especie, sin más discernimiento que el indispensable para insultarse mutuamente como verduleras, comentan los suce-sos con su clarividencia habitual:

“Durante la presente temporada la cuestión obrera se ha agudizado bas-tante en nuestra querida ciudad. Confiamos sin embargo en que nuestras dig-nas y celosas autoridades velarán por la conservación del orden social...etc”.Y así todos los inviernos”36.

4.4. Los riesgos de una profesión

Finalmente, no hemos de olvidar que la aplicación de los principios teóricos generales en ámbitos sociales concretos fue siempre problemática. En el mundo provincial español de los siglos XIX y XX las limi taciones, coerciones o presiones sufridas por la prensa y los periodistas, impedirán un desenvolvimiento totalmente espontáneo y libre de su profesión37. Así los esforzados artífices del perio dismo español hubieron de enfrentarse frecuentemente con la in compren sión de buena parte de sus vecinos y con las severas admonicio nes de los jefes políticos de turno. De este modo el desenvolvimiento histórico del periodismo se vio marcado en primer lugar por el hilo de los acontecimientos políticos, con sus alternativas entre pro-greso y reacción y, en segundo término, por una continua y progre siva maduración de la socie dad, cada vez más receptiva a la necesidad de con-tar con una prensa propia.

El ejercicio del periodismo en una capital de provincias conllevaba riesgos incluso físicos. En líneas generales se puede decir que el periodista debía tener mucho cuidado con las opiniones que vertía en tinta impresa. Las relaciones de los periodistas con las autoridades municipales y provin-ciales proporcionaban numerosos ejemplos de lo mal que se pueden enca-jar algunas críticas. En una pequeña capital de provincias la pugna entre poder y prensa alcanzaba cotas casi caricaturescas. En 1895 esbirros al servicio del alcalde propinaron una buena paliza al director de La Opinión de Valladolid, de tendencia republicana moderada (seguidor de Castelar), al salir del periódico de madrugada. La Opinión llevaba unos días haciendo campaña en contra del alcalde conservador38.

En las dos primeras décadas del siglo XX las agresiones y amenazas continuaron estando a la orden del día y por los motivos más sorprenden-tes. El enojo de una autoridad incapaz de encajar con elegancia una crítica

36. SENADOR, J.: La ciudad castellana, Fundación Banco Exterior, Madrid, 1989, p. 27.

37. Sobre las diferencias entre marco legal y marco real en ALMUIÑA, “Los gober-nadores civiles…”, art. cit.

38. ALMUIÑA, op. cit., tomo I, p. 341.

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o la furia de un colega rival podían convertir el cruce de frases ingeniosas en cuestión personal y pasar directamente a la agresión física. Pero estaba también el público en general, esa masa impersonal, que de pronto adqui-ría rostro para protestar con vehemencia sobre una información tendencio-sa, malintencionada o, sencillamente, incorrecta. En esas ocasiones el periodista no se encontraba a salvo ni siquiera en la más transitada calle. Otras veces las presiones eran más sutiles, bordeando lo psicológico, mediante la extendida práctica del anónimo.

5. EL “VERDADERO” SENTIDO DEL PERIODISMO

Hemos visto como las tareas del periodismo estuvieron fuertemente condicionadas por el entorno social en que se desarrollaron. La Iglesia, los militares, las autoridades locales o provinciales, los diversos caciques de uno u otro color, los mismos periodistas rivales o el público en general ejercieron una no despreciable labor intimidatoria sobre el esforzado infor-mador. Resulta imposible evaluar hasta qué punto todo este conjunto de circunstancias ambientales podían influir en el ánimo de un redactor o director de periódico a la hora de elaborar su crónica cotidiana. Pero no es descabellado afirmar que la autocensura bien pudo ser un método de con-trol tan eficaz como la más estricta y severa disposición oficial en materia de libertad de expresión.

A pesar de las miserias que eventualmente rodeaban a la profesión, el periodista tenía un elevado concepto de sí mismo y de la misión social que desempeñaba. Muchos periodistas de provincias seguramente tenían en mente a Castelar cuando afirmaba que:

“Cuando tomo en mis manos un gran diario, cuando recorro sus columnas, cuando considero la diversidad de sus materias y la riqueza de sus noticias no puedo menos de sentir un rapto de orgullo por mi siglo, y de compasión hacia los siglos que no han conocido este portento de la inteligencia humana, la creación más extraordinaria de todas las creaciones”39.

El papel real del periódico en la sociedad de provincias decimonónica era un tanto más prosaico que el que encerraban estas solemnes declara-ciones pero, no por ello, menos importante. Y esto nos lleva a dos últimas reflexiones sobre el verdadero sentido del periodismo de provincias en la España de la Restauración.

Por un lado, hemos de considerar que los periodistas empezaron a con-siderar su ocupación profesional como una especie de servicio público que debía satisfacer la creciente demanda de información que se generaba desde la sociedad. A partir de 1898 se operó en el mundo de la información un proceso de creciente mercantilización. Los periódicos de provincias, habi-tualmente en manos de empresas familiares, acometieron un proceso de

39. SEOANE, Mª C.: Historia del periodismo en España. El siglo XIX, Alianza, Madrid, 1983, pp. 11-12.

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transformación de sus estructuras. En muchas ocasiones siguieron enfeuda-dos a los intereses políticos, pero ya no era una prensa política como la que había existido durante buena parte del XIX. Lo que predominaba ahora era la prensa de “información general”, que suministraba a los lectores un pro-ducto, “la información”, que la sociedad, o más concretamente una parte de ella, demandaba de forma creciente. Chesterton decía con un punto de cinismo que “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Pero la verdad es que para las sociedades desarrolladas la información se fue convirtiendo en un producto casi de primera necesidad.

Cierto es que para sobrevivir buena parte de los diarios de provincias tuvo que hacer concesiones a los poderes locales, pero lo cierto es que el sentido de su existencia no era ya la de actuar como órgano de un partido o un cacique, sino el de transmisor de informaciones de interés general.

Por otra parte, en segundo lugar, la aparición de diarios en casi todas las capitales de provincia a finales del siglo XIX fue un claro síntoma de que la nueva sociedad liberal burguesa necesitaba portavoces que fueran vehículo de sus aspiraciones. Los periodistas estuvieron pronto llamados a convertirse en parte integrante de las llamadas “fuerzas vivas” de una ciudad o provincia al lado de autoridades políticas, religiosas, militares o judiciales. Los directores de periódicos fueron elevados a la categoría de autoridades locales cuyo con-curso se hizo imprescindible para cualquier iniciativa.

De pronto, la prensa estaba en todas partes, participando en todo tipo de actividades. Sus representantes de igual modo aparecían en la comisión de festejos, integrando la “Junta local antiesclavista”, liderando peticiones de indulto, coadyuvando a la creación de la Cámara de Comercio e Industria, impulsando la suscripción para dotar a la armada de un nuevo acorazado en plena crisis del 98, organizando veladas benéficas, variopin-tos actos culturales, manifestaciones públicas solicitando medidas protec-cionistas para el trigo, pidiendo la traída de aguas o impulsando la celebra-ción del Cuarto Centenario del descubrimiento de América. Nada de lo que afectaba a la ciudad y provincia les resultaba ajeno. La prensa asumía de este modo una “función social”, y es ahí donde encontraba el “verdadero sentido” de su actividad. Lejos de las disputas políticas de Madrid, la pren-sa de provincias no aspiraba a ejercer de “Cuarto poder” del Estado en el sentido político de la expresión. Los periodistas fuera de la Villa y Corte desempeñaban otra función, tan noble como la de sus colegas capitalinos, pero de un orden diferente.

La prensa de provincias dedicaba todo su celo a los verdaderos proble-mas de la ciudad y provincia: sociales, económicos, etc. Las grandes cues-tiones que ocupaban sus páginas giraban en torno a la salubridad pública, la organización anual de las ferias locales, las subsistencias, las mejoras urbanísticas, el alumbrado, la vida económica local, las cosechas, la men-dicidad, la educación o la situación de la clase obrera ante el invierno. La prensa desplegaba también grandes campañas cuando consideraba que los intereses de su ciudad o provincia iban a ser perjudicados: en Castilla la

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prensa movilizaba a la sociedad periódicamente en contra de las medidas librecambistas en materia de trigo. En La Rioja la decisión del traslado a Logroño de la sede episcopal de Calahorra, según el Concordato de 1851, hizo correr ríos de tinta en la prensa de ambas localidades.

La prensa provincial entendía su función como “correa de transmisión” entre la sociedad y sus autoridades. Se trataba de ejercer como “contrapo-der social” presionando para conseguir todo tipo de mejoras para la capital y la provincia. La prensa se convertía en el más entusiasta adalid del pro-greso. Y sus páginas en punto de referencia obligado en el diario devenir de la colectividad.

Decía Arthur Miller que “un buen periódico es una nación hablándose a si misma”. Eso mismo cabría decir sustituyendo la palabra nación por la de “provincia”. En España donde el provincialismo (y a veces también el provincianismo) arraigó con tanta fuerza, el papel impreso se convirtió en la voz de la provincia, en cierto sentido en el reflejo del “alma” de una comunidad. Más allá de su virtualidad como “cuarto poder”, una función ciertamente reservada a los periódicos de la capital del reino, capaces de influir en las grandes decisiones gubernamentales, la prensa de provincias en la España liberal encontró su sentido histórico último precisamente en esta misión de representación del sentir de un pueblo.

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