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danielamatizborda
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bestias en un hotel de paso
Este paisaje es duro como el silencio,
aprieta contra el pecho sus piedras calcinadas.
Yanis Ritsos
Dudosos pies por ciega noche llevo.
Quevedo
voces de la cieganoche
Silvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe
una taza
Qué cabeza la mía,
dejé una frase suelta y una rosa en el horno.
Cotidianos trajines, calores, taquicardia,
y un almohadón de plumas
con un lápiz labial justo en el centro.
Qué cabeza la mía.
Yo buscaba algún parque y encontré en un mal sueño
una torta partida por un rayo.
La sala está revuelta.
El miedo de un venado no cabe en este horno,
por eso huele así toda la casa.
Pero a quién se le ocurre
dibujar una piedra y tropezar dos veces,
llenar un cenicero con los puntos y comas
de alguna carta antigua.
¿Hubo un Adán violento? ¿Hubo un amor-halcón
“de una vez para siempre”?
Qué cabeza la mía,
guardar los zapatones en un charco
y aceptar ese baile sabiendo que me espera
una puerta cerrada tras la puerta.
Cuaderno del espejo
Entre el espejo y yo, hay un hombre hecho polvo.
El perro de policía luce sus colmillos de cristal.
Su saliva ya sueña con mis huesos.
El espejo se cree que está leyendo un cuento.
Todo el espejo es hambre.
Duermo apretado en el espejo, con mi padre y mis hijos.
El espejo no escucha, pero te lee los labios.
La trampa del espejo está hecha de paciencia.
El espejo relata, una vez, otra vez, el cuento de mi cara.
En la red del espejo hay un pescado.
Suele mirarme como se ve un hermano.
El espejo es un pozo que se tragó mi infancia.
Todas las cacerías empiezan y terminan en el mismo
lugar: el campo pulido del espejo.
Espejo delator.
Fragua un retrato hablado del fugitivo.
Está hecho de cajones de espanto, el espejo.
Allí guarda las caritas de trapo de los niños, planchadas,
ordenadas, prolijas.
Mi rostro, el tuyo, afilan los espejos.
El espejo es un libro que está leyendo un libro.
El Extranjero (uno)
Como un aullido el corazón.
Como un grito que piensa y que se aturde de su
propia ignorancia.
Todas las palabras caben en ese gesto.
(El aullido de un mono, por ejemplo).
Cada día, cada hora, se descuelga del sueño y se
arroja al vacío, se muere y resucita en un juego
que nunca me tocó decidir.
Condenado a ser apenas una sombra en medio de
su afán, escucho su respiración bajo mi ropa.
Ronca como la selva a medianoche.
Un extraño, un aullido enterrado en mi cuerpo.
Lo he visto dibujado en las hojas de un libro.
Se llama corazón.
Nos vamos pareciendo, poco a poco.
Yo no tengo diez dedos en las manos.
El a veces camina como yo.
Alejandra Pizarnik abre su cuaderno de apuntes
a Jorge Arturo
El hombre que saca la cabeza del agua,
es un pez que se asfixia.
El pez que mete la cabeza en el agua,
es un hombre y se ahoga.
El poeta escribe en la línea del agua,
y se asfixia,
y se ahoga.
El Callado
a Juan Gelman
Le advirtieron que hablara. Lo intimaron. Dijo:
Lo que callo es de arena.
Lo que yo nunca digo es un aroma que ha
podido tatuarme.
Sin mucho esfuerzo puedo callar una estación, un
modo de nevar.
Mi boca guarda el humo de un disparo en una noche
del 76.
Soy un hombre que vive de callar.
Espesuras de ciego me lamen los recuerdos.
Me visita mi padre (una foto movida cubriendo
un esqueleto).
Callo un tren enredado en las líneas de una mano
que estuvo entre las mías. Bandadas callo.
La procesión de San Silverio reflejada en el agua,
sus botes de colores.
Afilaron cizaña, chamuscaron su sombra en las paredes.
Y él les dijo:
Callo algún bar, algún cielo de espuma, ojos
de marineros en bandejas plateadas para los muslos
de la victrolera, única tierra firme.
Lo que yo nunca digo es una noche, ese
terrón despedazado a besos, y un tigre de bengala
alrededor de un cofre, y en el cofre: comparsa en
Bahía Blanca, una carroza hundida en salitrales.
Es un aceite hirviendo lo que callo.
Es un hijo que recorre saltando las piedras de mi voz.
Muchas horas del día paso en eso. Dale que dale.
Es un color que si lo miro es otro.
Lo amenazaron fiero, lo maltrataron, dijo:
Yo no cierro la boca, yo callo cada brazo, cierro el
pelo, las uñas, disuelto estoy en la respiración de
alguna madre.
Al silencio hay que hacerlo, acunarlo, vestirlo.
En esa soga gruesa cuelgo la ropa limpia, voces
de una mujer nacida en Drinicí.
Para sobrevivirla callo una selva entera.
Busco aullidos de mono en caracoles, una perla
enterrada en un ají.
A ratos logro que me pierda el tiempo.
Cuando alguien calla, el mundo se divide: es éste y
otro, se hace dos para siempre.
En la radio hay un himno de orines y una noche de
trapo. Le dieron otra chance, la última. El les dijo:
Fabrico lo que callo: huesos de algún perfume,
una almohada de polvo.
Con metales secretos elaboro una tela, fina, suave
(la voz de Billie Holliday en “Tenderly”)
No es memoria. Tampoco es omisión. Yo no
sabría explicarlo. No es mutismo, no es eso. Es un
cuento que empieza en el final.
Lo que yo nunca digo son cuatrocientos indios
mirando la cabeza del jefe Lloriqueo clavada en una
estaca.
Lo que callo y olvido me habita de otro modo.
Escucho la caldera: La nostalgia trabaja, las mandíbulas.
Las lágrimas trabajan, el turbión, los zapatos crepitan
y cada espejo dinamita un rostro.
Ahora, lo que se dice, no vale una palabra de
todas las que él calla.
El suelo está en el suelo, el hombre está en el hombre.
Agujeros que se comen el aire recuerdan una cara
que se tragó la cara.
Le advirtieron y dijo: “Lo que callo es de sangre”.
Madre (fotografía uno)
¿Cuántas llaves su boca?
Candados que la visten. La roban de la luz,
escondida, entregada.
Ladran perros de trapo en cajones saqueados
por el polvo.
Todos los movimientos de mis manos la dibujan.
¿Cuántas llaves su boca?
Días ajados flotan sobre palabras rancias,
en el mismo rincón donde mi edad es un ruido
y una canción de vidrios sucios quiere hacerme
dormir.
Ella respira los venenos.
Esa señora vive a dos pasos de nadie, replegada.
Y vuelvo a ser un niño hecho sed y ella el agua
escondida entre las piedras.
¿Cuántas llaves su boca?
¿Cuántas vueltas de llave?
El Alebrije
Algunos artesanos mexicanos han construido alebrijes, figuras
monstruosas de papel maché pintadas de colores chillones. Las
manos de estos artesanos han captado los restos de una pesadilla;
un híbrido de seres que cruzaron un umbral prohibido para
engendrar a la pavura.
Entre la burla y el escarnio,
barro contra los ojos, boca de carnaval,
el Alebrije paga una culpa antigua anterior al pecado,
y es remoto por dónde se lo mire.
“Toda piel es disfraz”, sentencia a ratos, briago.
En guerra con él mismo
-cuerpo de dos cabezas sacándose los ojos-
sueña perfumes dulces que le comen el alma,
caga prolijamente rayas de presidiario.
Entre la repulsión y la piedad: el Alebrije.
Prisa de pato en salmo de tortuga, perro metido
a pájaro, y la sangre a lunares bajo el lomo quemado,
achicharrado.
El globo de los ojos a punto de estallar,
las alas atrofiadas,
lenguas partidas serpenteando entre los dientes
carniceros.
Son pocos los que han visto un Alebrije.
No hay follaje que disimule este rencor, ni piedra que
lo oculte, ni una rama que acepte un parecido.
Son pocos los que han visto un Alebrije.
Y pocos vivirán para contarlo.
Algunos escucharon un verso en su saliva: “el corazón
de la mariposa es una garra”.
Otros creyeron ver una sentencia entre sus restos de
comida: “si hueles mi excremento sabrás que
alguna vez me comí al diablo”.
Mascota de llorar.
Dragón que habita la piecita del fondo de una
gallina tonta.
Cola de espinas que asoma por debajo del vestido
de novia.
Lo suyo es el espanto.
Lo suyo, es una guerra personal.
El escritor fracasado (diario)
Pruebas al canto,
sarna del trabalenguas que da palabras rotas
y tacones torcidos.
Cada paso un traspié, borrón y cuenta vieja.
La frente muy en alto. La tonada es la misma:
“Fui gazapo en la tienda de orondo,
fui desliz en el reino de ufano”.
También el ser supremo se equivoca.
Pero él corrige con milagros.
Hay sueños que no ofrecen ni una gota de jugo.
Bancarrota con luces y guirnaldas.
Y siempre la tonada:
“Fui gazapo en la tienda de orondo,
inclemencia y mal tiempo”.
Mal de muchos consuelo del que escribe:
“¡Yo, que tengo la mano lejos del corazón!”
La boca es un paraguas dado vuelta que reza su
desgracia
Porque errar, es humano.
Porque hasta el más pintado se equivoca.
Algunos consejos de doña Leonor a su hijo el
poeta Jorge Luis
No permitas que ella cruce el jardín de la
palabra solo,
que descorra cortinas de tu sombra
o que apoye su olor en los peldaños.
Podría ensuciar los muros con leyendas.
Podría dejar dos velas encendidas
y la palabra solo nunca presta su almohada.
No compartas el taxi ni el pañuelo.
Vigila noche y día.
No le entregues la llave de la puerta.
No atiendas el teléfono.
Si te mira, no mires.
Que ella no ponga un pecho en esta casa.
Sordomuda
(un primero de noviembre, celebración del día
de los muertos, en México)
A tu boca cosida, Sordomuda,
llevo ramos de flores (flores de zempaxúchitl),
pongo locos de atar y velas, chocolate
y papeles de china recortados,
panecillos de miel y otras delicias.
Así es la muerte en México, próxima y querendona.
Por eso vas que flotas con pimientos de fuego,
calacas sombrerudas,
altares de Mixquic.
Yo te cerré la boca, yo clausuré un color,
te enterré en un mal sueño,
una tumba chiquita, un abrigo de piedras.
Pero en ésta, tu tierra,
sólo los dioses tienen la dicha de morirse.
Yo sé esperar, yo espero,
yo quiero estar despierto
cuando en los guitarrones de la noche,
suene el corrido de la Sordomuda.
El Extranjero (dos)
Ojos de aullar,
mirada de mugido,
y lengua errante en boca del ahogado.
¿A eso vine?
Puedo ver animales partidos a cuchillo que duplican
la selva.
Vuelan alrededor cartas de nadie a nunca que
te rompen a boca.
¿A eso vine?
Mi reclamo es humilde:
encontrar sed de tigre en boca de la niña y hambre
de halcón en esa sed.
Pero calzo estos días que nunca dejan huella.
y me visto de oscuros animales que se muerden la cola.
y hablo con las preguntas que hacen nido en la asfixia.
Me acercó este deseo:
que ella me regalara jardines para el dónde, me
entregara paciencia para el cuándo.
Pero su simple cifra no se puede decir,
apenas el atisbo de nombrarla me deja entre las
manos sombra de dos lugares.
Los espejos vomitan siempre un bocado más de lo
que fui.
Regresé del exilio, volví a ninguna parte.
Madre (fotografía dos)
Madre,
yo vi al perro en la leche.
Si lo hubieras visto, tu cara se habría escapado
de tu cara.
No, Madre,
vi al perro del amor.
Si hubieras visto eso tendrías una piedra
adentro de la lengua.
Madre, te juro, vi
al perro de la luz, lo vi de cerca.
La madre inclina la cabeza, llora por él, por todos.
Cuaderno de Ana Frank
I
Duermo la noche de la presidiaria.
Grandes olas de trapo para un cuerpo pequeño.
Los mismos corazones que hablan con el aullido de los
monos y besan como joyas hambrientas.
Vientos del país del diablo me relatan largas historias
de gente cuerpo a tierra.
Donde estaba mi calle, una almohada se pudre bajo los
aguaceros.
Y soy la noche de la presidiaria, que sueña con
linternas que talan todo el bosque.
Apenas ésa.
Una caja de música en la parte más alta de la hoguera.
II
No hay otra que bañarse en un fuentón a oscuras.
Otros se bañarán bajo la ducha y entonarán canciones,
pero aquí será siempre un fuentón y un
profundo silencio.
Afuera, vigilan cada calle, cada piedra en la calle.
Aquí la oscuridad abre sus boca
y yo salgo a pelearle con un jabón pequeño y perfumado.
III
Busco el centro del silencio, ahí está, lo tengo. Apunto
bien y arrojo al suelo un plato sopero de la vajilla de la
señora Van Pels. No hago añicos el plato, hago pedazos
al silencio. Y el silencio me mira con sus pedazos
regados por el suelo. Ahora todos están furiosos
conmigo. Somos apenas un plato quebrado contra el piso.
Esta noche soñaremos con el bombardeo.
IV
Estoy agarrada al filo de una callecita.
Mis ojos me sostienen.
Cuelgo de una cornisa. Hay una calle angosta tallada
en el abismo,
es oscura como la sombra de estrella de la indiferencia.
El miedo de los hombres ha rodeado mi casa.
Me sostiene una risa de metales preciosos,
una ronda que juega con mis pasos, me da confianza
un árbol que se truena los dedos.
V
Mucho más que estar sola,
alejada de los demás,
es estar sola, así,
sin los demás. Por eso
yo voy siendo los otros,
y decir estoy sola
es nombrar mucha gente.
VI
Hoy nos toca paseo
y vamos a subir por la escalera.
Tomados de la mano, en un peldaño y otro
vamos a regresar por la escalera.
La escalera es redonda como el mundo antes de
ser redondo.
Tal vez la vida sea un sueño repetido: el acero del
hacha contra un árbol de arena.
La escalera me lleva, me trae, de ningún lado.
Yo sé cuántos peldaños tiene, es un número inútil.
Cuando puedo elegir escojo la baranda. Es suave y
es muy firme.
Todo se ve distinto desde arriba.
Abajo cruje un mar inmenso. Entre una tabla y
otra, brillan las estrellas hundidas.
Hoy me toca paseo, por eso estoy al pie de la escalera.
Y vamos y venimos agarrados del brazo.
Cuando subo saludo a los que bajan.
Cuando bajo saludo a los que suben.
Olga Orozco mira un cuadro de Gerónimo Bosch
Porcelana en el dedo de la madre.
Oro en polvo en los ojos de la abuela.
Encajes en los labios de Margarita.
Puntas de pie, perfume de Francesca.
Una letra minúscula en las cartas de Gaby.
Nos evoca la lluvia Romina y su teclado.
Suave murmuración flota en los valses.
Espejos obedientes repiten acuarelas.
Y el corazón de todos un oleaje sereno.
Pero afuera, la selva.
Y siempre algo que chilla
“como un cerdo al que degüellan en el alba”.
sangreseca
Sangreseca
Preguntas que cortan las manos, queman la boca,
flotan en la cuchara.
Yo respiro preguntas hechas de sangreseca.
El insomnio de los colores engendra monstruos.
¿Qué engendra el país de los torturadores?
Un túnel de preguntas donde zumba una novia
de esparadrapo, la novia rota del camino.
La vi temblar en una foto y arrastrar sus dos pies.
Es la memoria el humo de todas las palabras,
chispazo entre las alas de los días donde la muerte
tuvo domicilio, jardín de encapuchados, ropa sucia.
Ruedas de la memoria, sangre fresca.
Que el asco no te saque a bailar, que no te mire.
La pista es un pañuelo endurecido.
Y la novia, ¿utopías? ¿un puñado de fiebre para
cambiar el mundo?
La rosa del pantano engendra sueños.
Es la memoria ese sudor de madres.
En la cabeza llevan este fuego encendido.
Envíos
Todo lo que se da llega a destiempo.
No existe otra manera.
Entre el ojo y la mano hay un abismo.
Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.
Un país que asoma su cabeza deforme en una
carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
esperabas.
Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
sucio de odio.
Bailamos entre los escombros de una cita.
Dibujamos una taza de café en el desierto.
Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.
Al final nos entregan los huesos de un perfume.
Aun así persistimos.
En alguna montaña vive un pez resbaloso.
Entre números rotos se desliza una estrella.
Lugar
Lugar,
es el nombre del animal más grande de la tierra.
Hay quienes aprovechan su sombra y no saben
que existe.
O beben su saliva y lo confunden con un río.
O duermen en los huecos que dejan sus pezuñas en
la tierra y piensan que la tierra es así.
Los exiliados cargan sus pedazos de tiempo.
Otros clavan zapatos en el barro.
Hay ciegos que cambiaron la vista por una certidumbre.
Algún dios carpintero que fabricaba muebles repite
la sentencia:
“un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”
Pero los desaparecidos, ¿dónde están?
Todo es ajeno aquí.
Somos los extranjeros de un lugar que era nuestro.
El deseo escribe en un libro sin hojas.
Alguien se prende fuego envuelto en un secreto.
Hay quienes buscan que el amor les corrija la rabia.
Otros rezan, divisan un lugar después de este lugar.
Está el que desespera: si ese animal ocupa tanto
espacio, ¿por qué no puedo verlo?
Unos pocos eligen atravesar un sueño para llegar a
un sueño.
¡Ah, si el silencio dijera sus lugares!
Ahora, cada baldosa es un campo de caza.
En días por venir, alguien escarbará en las
preguntas hasta desenterrar un fémur, algún
diente de lo que fue un lugar.
Pero no en esta casa con un piso de viento.
Nadie se mueve aquí, es el gran día.
Reparten un desierto entre todos los hombres.
Servicios del insomnio a Vicente Muleiro
Apilo noches cada noche.
Paredones de sombra donde mi sombra reza, traga
un bocado, un ruido de hojas secas.
Es a destajo y es de mala gana.
Yo tuve otros trabajos. Eso está en otra historia.
Ahora dedicación, la vista baja.
Castigo de las manos, pena. Una sobre la otra,
apilo noches, de barro son, cuadradas.
Ahora dedicación, la paga escasa.
Reseca es esta noche, hosca, de madres muertas.
Yo tuve otros empleos. Eso está en otro cuerpo.
Ahora dedicación, la lengua muda.
Soy el que apila noches toda la santa noche.
El que traslada escombros de una carta a la otra.
Manjares
a Tomás Saraví
“Los hombres que cocinan”.
“Los hombres que cocinan”, dice el profesor Tauro,
no en las enciclopedias. En la calle,
a quien quiera escucharlo: fritangas de coraje,
vino espeso, chocolate de perlas.
Sentado en una mesa del bar El Lobo Púrpura, cerca
del Puente Negro, desliza pensativo
mole de guajolote, tamales de paciencia.
Y tiende en el suspenso un mantelito a cuadros.
Perdices estofadas en globos de historieta.
Se le hace agua la boca.
¿La obsesión de su vida? Una bestia emplumada.
¿La niña de sus ojos? El jabalí adobado.
Gentilhombre. En la calle da el verbo “aderezar”.
Donde ayer hubo piedras, confitura de arándaro.
Salpicón de cordero donde ayer hubo frío.
Donde una vez el odio, se levanta un asado.
Frutas cristalizadas bajo lámparas suaves
y al que quiera escucharlo: carnero a la jalea,
vinagreta, uvas negras.
Te encomiendo mi alma: lechoncillo, jenjibre.
Se relame (osobuco), se le hace agua (salsita).
Grandes papas doradas como besos,
faisanes gratinados, caldereta, potajes.
Caviar del pensamiento y motivos del árbol del ají.
“Los hombres que cocinan,
encontraron el modo de evitar el suicidio”.
Espejito de mano a Laura Yasán
Mírate bien, hoy eres
una cara de trapo al fondo del aljibe,
un perfil oxidado que ondea bajo el agua.
Mírate bien, hoy somos
el ladrido del viento. Te advertí, te lo dije,
es un sepulturero que cobra como artista.
Seguro ya te olió. Su corazón helado
vende casas de polvo en los despeñaderos.
Te advertí, te lo dije, el espejo, compra muebles
usados
y trabaja en el rostro con cuchillos sin filo.
Mírate bien, hoy eres un hospicio, un extraño,
reverso de una imagen que se repite y dice:
uno de los dos está muerto.
Nadie tiene una casa de buena piedra
Tenía razón el viejo Pound.
En el país de los ciegos
todo cuesta un ojo de la cara.
Historia de los días
Con paciencia infinita,
dócil, como algunos perfumes que van rayando
el aire con polvo de diamante,
yo llené una alcancía, la colmé,
minucioso, sereno,
coloqué la ilusión, una y otra, el tintineo
era de oro
(como el sonido de los días).
Con paciencia infinita yo llené una alcancía.
Era de barro (como los huesos de los días).
Cuando el tiempo la quiebre,
encontrará un puñado de clavos oxidados.
Cuchara
Nace del verbo dar,
como si el corazón tuviera mango.
Está hecha de lo que le falta, jamás se
guarda nada para sí.
Podría medir el mundo, acunarlo, transportar
su misterio, sus campanarios de agua de una
orilla a la otra.
Más humana que un perro.
Más a mano que Dios.
Láminas infantiles
Todo fue puntual y simple.
Hubo quien lo peinó frente al espejo y
quien le llenó la cantimplora.
Alguien le puso una moneda en el bolsillo.
Luego, la camisa planchada, el beso en la mejilla.
Uno cruzó los dedos. Todos lo acompañaron a
la puerta de calle.
Y el suicida, salió de cacería.
Epitafios
La palabra en la boca del muerto.
No hay nada más inútil.
Un diálogo de sordos. A destiempo un rumor,
cuando todos se han ido.
Los mudos quieren tener la última palabra.
Nada más narcisista que un epitafio.
Manual de convivencia
Mis vecinos son sanos,
tienen el paso elástico y recortan el césped
los domingos.
Pero yo no conozco a mis vecinos.
Tengo mi casa aquí,
pinté verde la verja, la pared blanca,
pero no los conozco.
Los supongo educados,
eso se ve en el moño que corona sus bolsas
de basura.
Mis vecinos son sanos,
tienen un perro largo que arrastra las orejas
y un jardín de candados.
Tengo mi casa aquí, puse una piedra, planté una
veranera,
pero no los conozco.
Cada mañana escucho el golpe del periódico contra
sus puertas de metal.
Estoy viendo mi casa. Si le prendiera fuego,
un curioso quizá se acercaría.
Pienso en mi casa, tal vez si la quemara
este barrio sería más amable.
bestias en un hotel de paso
Se ama un enigma a punto de ser descifrado
Luis Cardoza y Aragón
Aguardiente
Ella estampa su boca en un papel y cierra
lo que queda del día.
Duerme plácidamente, la cabeza apoyada
en un cactus
en la misma ciudad donde pido socorro.
Ella apoya la sangre en palabras no dichas.
Abandona su boca en el papel, rostros que
se destiñen en su lengua, vidrios del
aguardiente, gente de no fiar.
Recorren la ciudad esos papeles, flotan sobre
los altos edificios.
Yo soy el distraído, el que vive sin ver
explosiones nucleares debajo de la tierra.
Y ella puede llevarme de la boca, tatuarme un par de
cuentos, golpear el aire con una breve ola de rouge.
Ella sabe que puede bailar en un susurro
y darme entre los ojos con los ojos cerrados.
Bestias en un hotel de paso
Escalas del deseo para el rinoceronte,
gran cuerno de atizar.
Hay un ancla de huesos enterrada en un cielo
distinto al de los libros,
una historia de escamas y de plumas revueltas
en abrazos y vapores de júbilo.
La gran mole ladeada acomoda la verga, echa a rodar
su lágrima de polvo.
Peldaños del deseo para el que corcovea y respinga
de gozo.
Racimo de pezuñas tachonadas al lomo de la tierra.
Y en la noche del cuerpo: un tambor de jadeo,
selva de cañerías,
de dos que se despiertan dentro de un laberinto
y agitan sin desmayo sus perlas oxidadas, sus
armaduras tristes, sonajeros de fierro.
Llueven migas de pan cuando la hembra conversa:
“Desde éste, mi lugar, puedo ver la otra orilla”.
El, callado, contesta
que en dos patas es fácil olfatear ramas altas.
Y en el cuento infinito,
el cazador apunta a la cabeza de los sueños.
Labios de ramas quebradas
Sabemos que el sonido de un río
es el ruido del río,
y que no tiene nombre,
y lo reconocemos.
Es igual que ese nombre
que llamamos tu nombre,
y lo reconocemos,
y es el ruido de un río.
Huellas a Jorge Teillier
En el sueño soy otro que se parece a mí.
En la arena del sueño cruza un tren.
La silueta de un viejo va borrando las huellas
con un plumero negro.
Tras la locomotora, el ruido de tus pasos y los míos
anudados a un tango, a una canción revuelta, a un
roquerío lejano donde van a morir todas las camas.
Y la luz en la luz.
Y el anciano en lo suyo.
En el sueño soy otro que se parece a mí.
Este que ves ahora, no se parece a nadie.
Semen
Entre barcos hundidos que deshacen su rostro para
matar el tiempo.
Entre perros de escamas y cuerpos atados con cadenas,
maniquíes sin nada que ofrecer,
vive un tren blanco,
de estrellas líquidas, alcoholes raros.
Sale de su escondite de aguaceros, cruza
los viejos puentes, tiembla
sobre la red tejida en los abismos.
Nada tiene que ver con los trenes blindados
que atropellan ciudades, ni con desvencijados
vagones que trafican esclavos.
Es apenas un tren tallado en hielo atravesando el patio
de tu ropa tendida.
Le cambiaron las ruedas por almohadas, sueña
con el abrazo del carbón y la nieve.
Donde crece la noche, se duplica la selva.
Un tren al rojo vivo se refleja en la pupila de un ciego.
Cuando menos lo pienses,
su esqueleto de lava descansará en tu lengua.
“Esta noche, amiga mía...”
Todas las ventanas de los bares,
tienen una cara como la mía estampada en su nada.
Un día ocurre.
Tu rostro ocupa lo que veo y es el paisaje que
respiro.
Hay una hoja caída de tu corazón que pasa de la realidad al
misterio con sólo pestañear y sobrevive a la tormenta como
los héroes de los cuentos.
Describe un abismo entre tus ojos y la noche
que en un mismo azar trastabillan cosidos por la lluvia.
Todas las ventanas de los bares tienen una cara como
la mía
viendo pasar la gran ciudad, maquillaje barato
del desierto.
El Hogar
El cuchillo golpeando la madera.
Sobre la tabla de picar cebolla
el tableteo de los días,
el cuchillo
golpeando en la madera.
Aguijón que retumba sobre la tabla de picar
y el día desplumado al fondo de la olla,
y el cuchillo golpeando la madera.
Cizaña de la música y redoblante, escarcha
del acero que corta, que desgarra las sombras asustadas
detrás de cada puerta.
Y el cuchillo golpeando la madera.
Bajo el filo mellado ruedan los labios que callaron,
que se oxidaron sin reclamar el aire que nos falta.
Y el cuchillo golpeando,
y aquella empuñadura como mano de muerto,
y las horas hirviendo al fondo de la olla
Escuchando un disco de C. E.
No te muevas, no digas, no te mires las uñas oxidadas
y no cambies el disco, no revuelvas la sopa que estoy al
borde, justo donde dice hasta aquí y un animal de polvo
agoniza en las sillas, no des vuelta la página, no cierres
los cajones, no mires el reloj que sopla un país helado
debajo de las suelas, por eso no respires ni soples esa
vela que me caigo del mundo.
Bienvenido
La palabra perro se levanta temprano, me plancha
las camisas, es más mala que un perro.
Lleva agitado un corazón pequeño. Pero no
tiene corazón, no me habla.
Mastica mi comida antes de que yo me la lleve a la boca.
Silva cuando me duermo.
La escriben en el cielo con humo que envenena.
Una gota es mortal. Trabaja todo el día.
El sueño está tatuado con sus dientes.
Si una mano cortada me escribiese una carta, yo
la recibiría.
Son estrellas deshechas de sus ojos, no se pueden mirar,
no se pueden dejar de mirar.
Un mundo tapizado de ladridos.
Atiende en el espejo, entrega a domicilio cucharadas
de hollín.
Por la calle sin nadie va el día disfrazado de la
palabra perro.
No quieras enterarte qué dice esa palabra.
Deseo
Sea mi cabizbajo tu esperanza,
mi enrarecido tu obsesión,
tu inocencia mi trueque,
tus dientes mi amuleto,
mi alcoholizado tu noviazgo.
Y un día,
cualquier día,
se te haga agua la boca para mi navegar.
Boleros
I
El perfume de tu voz dice mi nombre
como si mordiera una sombra.
II
Y tu cuerpo
era el tamaño de mi ataúd.
III
Me gasté en ese roce
contra las uñas de su voz
como si aquellos labios rojos
se fumaran un hombre.
IV
El mar está hecho de botellas que arrojamos
al mar.
Tu pelo se revuelve en un aire lejano.
Alguien quiebra botellas en mi noche vacía.
Bujías
En las paredes de mi cueva las cifras de tu música
y un bisonte tatuado que corre entre las piedras,
las branquias de una estrella,
y la pequeña ola de tu voz.
Bendita sea la luz que alumbra esa pared.
Y cuando se hizo noche.
Maldita sea la mano que me robó tu boca.
Balada en San José
Te busco, no porque esté aturdido,
porque deba cruzar un puente hecho de tablas flojas,
o por saciar el hambre de un capricho, como si eso
me hiciera un hombre menos solo.
Ni para coleccionar huellas en un álbum de nieve,
ni por la vanidad secreta de nombrarte y pensar que
estás pensando en mí. Ya te encontré.
Y te busco.
Jorge Boccanera
publicado con autorización del autor