2
Los Cuadernos del Jazz 42 BILL EVANS, 1929-1980 ADIOS, PAJARO BLANCO José María Guelbenzu

BILL EV ANS, 1929-1980 ADIOS, PAJARO BLANCO€¦ · provienen de Monk; la emocionalidad, de Bud Powell; el virtuosismo, de Art Tatum a través de Lennie Tristano, un hombre demasiado

  • Upload
    others

  • View
    6

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: BILL EV ANS, 1929-1980 ADIOS, PAJARO BLANCO€¦ · provienen de Monk; la emocionalidad, de Bud Powell; el virtuosismo, de Art Tatum a través de Lennie Tristano, un hombre demasiado

Los Cuadernos del Jazz

42

BILL EV ANS, 1929-1980

ADIOS, PAJARO BLANCO

José María Guelbenzu

Page 2: BILL EV ANS, 1929-1980 ADIOS, PAJARO BLANCO€¦ · provienen de Monk; la emocionalidad, de Bud Powell; el virtuosismo, de Art Tatum a través de Lennie Tristano, un hombre demasiado

Los Cuadernos del Jazz

E ste año pasado de 1980, bisiesto y de muertos como reza el dicho, se ha lle­vado a Bill Evans, el 15 de septiembre, a los nueve meses de su último recital

en España. Estuvimos allí algunos amigos, a un metro escaso de la plataforma, arrinconados y ha­cinados, incómodos hasta decir basta, sólo porque calculamos que junto a aquella mesa instalaría el piano y, de espaldas a nosotros pero en escorzo, podríamos seguir con todo detalle su portentosa digitación, su izquierda, su trabajo en los pedales; al final nos quedamos hasta con su cuba libre. Años y años escuchando long-plays con la minu­ciosidad que exige la belleza profunda de su piano se encarnaban allí, en el Balboa Jazz, como un milagro si se quiere -realmente era un milagro escuchar a Bill Evans en Madrid así por las bue­nas- pero sobre todo como algo que nos habíamos merecido bastante gente, como si tantas escuchas de gentes aunadas se hubieran resuelto en una invocación; una invocación contraria a la que de­saconsejaba Lovecraft ( «nunca invoques aquello que no puedas dominar») pues estábamos dispues­tos a perdernos allí, de todas, a donde nos llevara, en el mágico bosque de notas.

Un despiste del batería -que se volvió al hotel una vez terminada la primera parte del recital- nos dejó a solas con Bill y un chico llamado Mark Johnson que tenía la misma pinta de estudiante introvertido y recién graduado que el propio Evans en sus comienzos. Y en éstas hicieron a dúo My romance, interpretando el chico con las manos la parte que Eddie Gómez hiciera con el arco en el concierto en Tokio. Y por entre los dedos del chico empezaron a descender todos:· Scott La Faro, Chuck Israels, el propio Eddie ... los legendarios bajistas de Bill Evans.

Aunque su figura musical ideal, era el trío, el baterista nunca fue para él tan importante como el bajo. Su primer gran bajista fue Scott La Faro y pienso que la poderosa fluencia de ideas musicales de ambos se trabó de tal modo -esas interseccio­nes en y decantaciones de la línea del piano que hacía Scott- que para Evans ya no hubo otro diálogo más que ése. Con Eddie Gómez grabó a dúo un long-play (lntuition) inmejorable; Eddie era un portorriqueño que se unió a Bill en el 66 -a los veintidós años- y que le proporcionó ese punto de «color» que requería la exposición del pianista. Y el chico Johnson tenía en la punta de los dedos algo importante: se dejaba llevar por donde Bill y Eddie habían caminado antes.

Parece que su tono lo aprendió de George Shea­ring. La precisión y el sentido de la condensación provienen de Monk; la emocionalidad, de Bud Powell; el virtuosismo, de Art Tatum a través de Lennie Tristano, un hombre demasiado frío, sin embargo. Tenía el mundo en sus manos con este pedigree. Kind of blue, el disco de Miles Davis que dio la vuelta al jazz, lo grabó en el 59 pero su

43

primer long-play como líder (Everybody digs Bill Evans) es del 58 y demuestra cómo el romanti­cismo estaba dentro de él y cómo aprendió con Miles a depurarlo en aquellas legendarias graba­ciones (So what,, por ejemplo, pero también Lave Jor sale). Un blanco en el quinteto más importante de los 50.

Su costumbre era la de iniciar cualquier pieza con la exposición del motivo melódico; después comenzaba una labor de descomposición de la melodía con unas ideas y una técnica que no so­naban de modo frío o excesivamente intelectuali­zado sino, muy al contrario, «impresionista»; ése era su esfuerzo y su milagro; así les abrió el ca­mino a Joe Zawinul o a Chick Corea; con el tiempo, la depuración en la exposición del motivo central con el que abría le hizo tocar desde el principio sobre el filo de la navaja. Como todo pianista digno de tal nombre, grabó en solitario. Alone y Conversations with myself, este último en el 63, una histórica obra maestra.

Bill Evans era de ese tipo de gente que cuando entra en algo, o apenas se detiene en ello o, sin mediar más gestos, se deja la vida. En otras pala­bras: cada melodía que interpreta irá siempre con él en todas las demás porque era un convencido; no al estilo del militante entregado sino al de quien sabe qué está buscando y que lo que está bus­cando es la complejidad y la ambigüedad, la suge­rencia frente a la definición. Su voluntad de estilo es tan fantástica que, quien pueda o quiera, no tiene más que comparar dos piezas -trato de dar un ejemplo extremo-: Peace piece, un solo gra­bado en el 58 y el Gymnopédie de Erik Satie, grabado en el 64.

Era el mejor desde Miles Davis, el último mito al estilo de un Bird: era el pájaro blanco, tan entero, expresivo (y tan duro en su capacidad de ser) como Miles, tan infinitamente sensible como Lester Young. No dejaré de escucharle nunca pero da tristeza ver cómo se van. Toda la obra queda, es verdad, pero siempre hubiera podido venir a tocar otra vez. Porque Bill era de los que no defraudan; porque para él la música era la lucha por la vida y la capacidad de hacerlo bien, no de cumplir y cobrar. Era de esa raza que se deja la piel sobre un teclado sin que la inteligencia lo abandone. Era, de una sola vez, cuerpo y alma: un condenado a la armonía.

En fin. Adiós. Se fue el pájaro blanco. No es­tamos más solos porque ya no dejará de sonar. Solo que a veces hay gente que uno quiere que no se vaya nunca. Y se van porque hay que seguir, es cierto, pero ahí es donde la muerte duele; donde una bandada de lágrimas, pájaro blanco, o te dicen adiós y vale y gracias. Te dicen yo he crecido contigo. Te dicen nunca te olvidaré.