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Blazquez Feliciano Ideario de Helder Camara

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FELICIANO BLAZQUEZ

IDEARIO DE HÉLDER CÁMARA

SEGUNDA EDICIÓN

l.iibierln y maqttetación: Luis de Horna solire timi fotografía original de Klans Mehner

(£) Ediciones Sigúeme, 1974 Apartado 332 - Salamanca (España)

ISBN 84-301-0585-9 Depósito Legal: S. 272-1974

Printed in Spain Imprime: Gráficas Ortega

CONTENIDO

Hélder Cámara, la conciencia del pueblo 9

índice de siglas 15

1. El hombre 17 2. La miseria 34 3. Injusticia 46 4. Subdesarrollo 61 5. Concienciación 72 6. Capitalismo y socialismo 83 7. Comunismo ; 100 8. Revolución 112 9. Iglesia 123

10. Juventud 146 11. Espiral de conciencia . . . . ' 160 12. La universidad 171 13. Opresión y torturas 184 14. La no-violencia 195 15. La paz no es pacifismo 205 16. Minorías abrahámicas 213

índice general 227

Hélder Cámara, la conciencia del pueblo

No importa que año tras año se le venga negando, incomprensiblemente, el premio nobel de la paz. Una muestra más de la injusticia de toda justicia humana. Claro que la reacción no se hizo esperar. «Mani tese» —manos tendidas—, esa organización italiana de ayuda. a los países del tercer mundo, asociada a otros movimien­tos escandinavos análogos, menos políticos y, sin duda, más sinceros, empezaron a recoger firmas y fondos para el arzobispo de Recife, dom Hélder Cámara, a quien querían desagraviar entregándole un simbólico premio nobel de la paz frente al llamado «premio nobel de la guerra», atribuido a los políticos Kissinger y Le-Duc-Tho. Y efec­tivamente, después de tres propuestas consecutivas para el nobel de la paz, todas ellas denegadas, dom Hélder recibió otro premio, mucho más querido y valioso para él, el Popular de la paz. Alguien lo ha llamado el «Premio a un luchador». ¿Escenario? El ayuntamiento de Oslo. ¿Fecha? el 10 de febrero de 1974. Las 510.000 coronas noruegas, alrededor de los cinco millones de pesetas, permitirán a este incansable defensor de los pobres com­prar tierras para los más desgraciados de la región. «Yo

no solicito caridad —dijo en el discurso pronunciado—, sino justicia para los países en vías de desarrollo»; y no olvidéis que «la revolución para la humanización del mundo ha comenzado ya, basada en el amor a la verdad y al prójimo».

No le inquieta morir, no obstante ser un enamorado de la vida. En multitud de ocasiones ha recibido amenazas de muerte, por escrito y por teléfono, pero no cree que le maten, porque morir por la justicia y por la paz sería un sueño demasiado hermoso, y meritorio. Lo suyo es que­marse, lenta y martirialmente, como una vela, en defensa del hombre nordestino y de todos los hombres que sufren al vivo, en su propia carne, el látigo cruel e inmisericorde de la injusticia o de la servidumbre y la incomprensión.

Tampoco le aturden los aplausos, que son muchos, por aquello de haber paseado ya, y a buen ritmo, por las ferias de las vanidades; ni le inquietan los insultos ni las ironías del sorprendentemente convertido al conserva­durismo más ancestral, Gilberto Freyre, cuando se em­peña en recordarle los años en que llegó a figurar entre los líderes integralistas de Plinio Salgado, algo así como un fascismo a la brasileña. «Hasta por su semejanza física —dice abierta y demagógicamente Freyre— parecía el doctor Goebbels de Brasil. Pálido, espiritual, vehemente, elocuente, gesticulante, dramático, teatral, asimiló en­tonces del famoso maestro del arte de la propaganda polí­tica técnicas eficientes y hasta sutiles». '

No importa. Los pobres están con él. Se vuelcan como en un padre acogedor, que dice siempre «sí». Los ricos, inequívocamente, están en contra suya. «Ama a Brasil o abandónalo», apareció escrito una mañana, en la fachada de su casa. Y un millonario germano-brasileño se permi­tió decir en un restaurante, ante una importante audien­cia, que «habría que escupir a ese cerdo, ponerlo en la pared y disparar».

Las ideas no mueren. Los hombres, sí, y quizá sin motivo. Las acusaciones, tantas veces pueriles, como las

del gobernador de Guanabara, Carlos Lacerda, quien afirmó en televisión que «dom Hélder cultivaba la mi­seria como las hortalizas de un huerto para su ensalada cotidiana», le dejan tan intacto en sus proyectos, como antes.

El está al servicio de la causa de liberación del pueblo brasileño. Ese es $u sitio, del que procura no apartarse ni un ápice. El está con los sin-voz, gritando en favor de los pobres de este mundo. Está ahí, firme e impertérrito en su papel de representante de una iglesia libre que, aunque perseguida, se levantará siempre, porque debe hacerlo, contra las estructuras injustas.

Tiene 65 años. Ya ha labrado su propio rostro. Calvo, de aspecto frágil, pequeño y delgado, bondadoso, aunque con dejes dramáticos, y optimista siempre. Nació, penúl­timo de trece hermanos, de los que viven dos, un 7 de febrero de 1909 en Fortaleza, en el estado de Ceará, co­razón del «cuadrilátero del hambre», como llamó Josué de Castro a ese «fértil lecho de la miseria», que es el nor­deste brasileño.

Su padre era comerciante y periodista; su madre, maestra. El abuelo paterno había dirigido un periódico, y su hermano mayor fue crítico literario. Ambiente mo-ralmente sano, dentro de una discreta pobreza, en el que se respiraba amor y espíritu de servicio a los hombres, aunque sus padres no fueran católicos practicantes. «Mi padre —confesará dom Hélder— me ayudó a ver que es posible ser bueno sin ser religioso. Y, más tarde, yo mismo comprendí que se puede ser católico practicante y ser un egoísta».

A los veintidós años y medio es ordenado sacerdote. A los veintiocho es trasladado a Río de Janeiro, y a los cuarenta y tres nombrado obispo auxiliar en Río y se­cretario de la conferencia episcopal del país. Desde este momento, su figura casi diminuta, comienza a hacerse popular, sobre todo a partir de sus programas semanales en televisión, en los que hace gala de una oratoria chis­peante, nítida y contundente.

Pero su pasión no es otra que la de ayudar al hombre en la no fácil empresa de su liberación. Denuncia injusti­cias, no ahorra sus ataques a nadie, sean católicos o mar-xistas, capitalistas o fascistas. Acusa, reta, descubre escla­vitudes solapadas, y habla de que el cristianismo tiene la misión ineludible de hacer que el hombre sea cada vez más hombre.

En 1959 fundó el Banco de la Providencia, que es una especie de caja de ahorros para los más necesitados. Los pobres xc preocupan, pero él mismo reconocerá más tarde que ésta fue una etapa de «asistencialismo», algo así como cierta caridad artesanal, pero no había descu­bierto aún que hace falta, sobre todo, una etapa de «con-cienciación» profunda, de educación de base y de re­formas.

En 1964 es designado arzobispo de Olinda-Recife, en el nordeste subdesarrollado. «Nadie pretenda encasi­llarme en un grupo determinado o ligarme a un partido. No se sorprenda nadie si me ve tratar con personas consi­deradas comprometedoras y peligrosas, sean de izquierda o de derecha, afines al gobierno o de la oposición... Los que sufren, pobres o ricos, tendrán un lugar especial en mi corazón».

Las críticas no tardaron. Los términos de «demago­go», «traidor», «subversivo» y «comunista» empiezan a aflorar a labios de los gubernamentales y de aquellas personas que se sorprenden de sus ideas sociales y de la excesiva preocupación que manifiesta por los temas so­cio-económicos y políticos. ¿Cómo no me voy a preocu­par —dirá— si me encuentro ante dos terceras partes de la población del nordeste que viven en condiciones in­frahumanas o casi infrahumanas? Tal vez anunciar el evangelio —piensa— no sea otra cosa, ahora y aquí, que promover a estos hombres hacia la conciencia de su li­bertad, porque «en el nordeste Cristo lleva el nombre de Antonio, Severino y José», ese hombre concreto, que

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necesita justicia, que tiene derecho a la justicia, que me­rece justicia.

Ha leído a Marx, conoce a Freud, se considera amigo y continuador del malogrado Martin Luther King, ad­mira a Gandhi, está empapado del pensamiento perso­nalista de Mounier. Teilhard de Chardin le descubrió nuevos horizontes, alaba la valentía de Garaudy, pero quien realmente le despertó del letargo de su «asistencia-lismo» primigenio fue el famoso dominico, profeta del desarrollo, Lebret y su Manifiesto por una civilización so­lidaria. «Llamamos economía humana en cuanto investi­gación —afirmaba el Manifiesto— a la disciplina especu­lativa y práctica que estudia el paso de una determinada población de una situación infrahumana a una fase más humana, siguiendo el ritmo más rápido y con el menor coste financiero y humano posible, sin olvidar la solida­ridad que debe existir entre las poblaciones».

Llegó después el concilio Vaticano ir, y dom Hélder se sintió interiormente fortalecido, y empujado con más fuerza a continuar su lucha sin cuartel contra la espiral de violencia, la guerra, las injusticias y el odio, la explota­ción y esclavitudes de hoy. Cuando no está en Recife, buscadle en Detroit, en Kyoto, tal vez en Berlín, en París o en el Vaticano, porque en todo el mundo quiere gritar esta voz de los sin-voz, pidiendo reformas estructurales, y no ayudas, justicia y desarrollo para todos, y no para unos pocos, condenando el colonialismo interno y ex­terno, advirtiendo de que más tarde, tal vez las cosas no tengan remedio.

Este es dom Hélder Cámara. Un profeta que no aban­dona a su pueblo. La conciencia que habla, cuando todos callan. La voz de los débiles. El grito del pobre.

Una vez más, una serie de voces autorizadas han co­menzado a llamar la atención del Comité del premio nobel de la paz con la propuesta del nombre de dom Hélder, para 1974. Iniciaron este rosario de peticiones los obispos católicos de Bélgica con este significativo

telegrama: «Los obispos católicos de Bélgica apoyan vivamente la candidatura de dom Hélder Cámara, arzo­bispo de Olinda y Recife, para la atribución del premio nobel de la paz 1974. Por sus acciones desinteresadas y valientes en favor de los más desfavorecidos, monseñor Hélder Cámara contribuye en gran manera a la paz y a la justicia en el mundo». Siguió, en el mes de febrero, la petición de un grupo de parlamentarios noruegos, en­cabezado por el ex jefe del gobierno Joergensen (so-cialdemócrata); y, finalmente, unos doscientos cincuenta profesores de los Países Bajos, sumándose a diversos grupos de intelectuales y políticos de diez países europeos, se han dirigido a la Academia Sueca, proponiendo a monseñor Cámara como candidato al nobel de la paz 1974, «por su lucha en favor de la paz mundial y de los oprimidos del mundo entero».

Bajo el título de Ideario he querido englobar el pensa­miento vivo de este hombre, seleccionando de aquí y de allá, con cierta amplitud, los temas dominantes en sus múltiples charlas. El no escribe libros. Su obra está, por eso, muy repartida en entrevistas, conferencias, ruedas de prensa y artículos.

He citado en varias ocasiones, como verá el lector —por el papel de protagonista que dom Hélder ha jugado en la redacción del mismo—, ese documento estreme-cedor, publicado en la primera quincena de mayo del pasado año, por los obispos del nordeste brasileño, con motivo de celebrarse el décimo aniversario de la encíclica Pacem in terris y el xxv de la publicación de la Carta de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos. No se re­cuerda una intervención episcopal tan clara e incisiva, en la que el lenguaje no admite ambigüedades, y la se­riedad de los análisis y la gravedad de las denuncias resultan escalofriantes.

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ÍNDICE DE SIGLAS

AR J. González, Hélder Cámara, el arzobispo rojo, G. P., Barcelona 1972.

CEPAL Conferencia pronunciada en la CEPAL, Recife (Brasil), en • agosto de 1967.

CGF Carta a Gilberto Freyre, publicada en la revista «Zero Hora», el 25 de agosto de 1972.

CJ Carta a los jóvenes: Ecclesia 1337 (1968). CM Discurso pronunciado en la Cámara Municipal de Recife

(Brasil), 11 de septiembre de 1967. CON Carta de los obispos del nordeste de Brasil, 6 de mayo

de 1973. CPE Conferencia pronunciada en el Club de Corresponsales

Extranjeros de Río de Janeiro, 1967. CSC Cristianismo, socialismo, capitalismo, Ediciones Sigúeme,

Salamanca 1974. D F El desierto es fértil, Ediciones Sigúeme, Salamanca 21972. D P Discurso pronunciado en Pernambuco (Brasil) en sep­

tiembre de 1967. E Entrevista en la revista «Época», 14 de octubre de 1966. EJ Evangelio y justicia, Zero, Madrid 21970. E V Espiral de violencia, Ediciones Sigúeme, Salamanca 31970. G P F. Blázquez, Hélder Cámara, el grito del pobre, Sociedad de

Educación Atenas, Madrid 21973. 11 «Hechos» (Argentina) 18 de octubre 1966. ICI Informations Catholiques Internationales 321 (1968). ID Iglesia y desarrollo, Búsqueda, Buenos Aires 21968. J A Conferencia pronunciada en agosto de 1967, en la v i Asam­

blea mundial del movimiento internacional de la Juven­tud agraria.

Í C

I,P Entrevista publicada en la revista «La Prensa», el 27 de enero de 1969.

M Autocrítica, publicado en la revista «Mánchete», el 25 de diciembre de 1965.

PAS Pobreza, abundancia, solidaridad, Zero, Madrid 21970. PP Entrevista publicada en la revista «Primera Plana», en

octubre de 1966. PT Para llegar a tiempo, Ediciones Sigúeme, Salamanca 31970. RE La rebelión de los economistas, Zero, Madrid 1969. RN-V La revolución de los no-violentos, Dinor, Pamplona 1972. RP Revolucáo dentro da paz, Subiá, Río de Janeiro 1968. SD La subversión del dinero, Nova Terra, Barcelona 1967. SDI Entrevista concedida a Oriana Falaci y publicada en

«Siete Días Ilustrados» (Buenos Aires) el 7 de octubre de 1970.

SN Discurso en el seminario del nordeste (Brasil), el 2 de mayo de 1965.

TRI Entrevista concedida a J.-C. Buter, y publicada en «Triunfo» el 15 de mayo de 1971.

UC Conferencia pronunciada en la universidad de Cornell, en marzo de 1967.

UP Conferencia pronunciada en la universidad de Princenton, en marzo de 1967.

UR Universidad y revolución, Nueva Universidad, Santiago de Chile.

VP J. de Broucker, Dom Hélder Cámara, la violencia de un pacífico, Desclée de Brouwer, Bilbao 1970.

1. El hombre

Contradicciones

El hombre tiene inteligencia, chispa genial, habilidad y pertinacia para llegar a disociar el átomo; pero no va­ciló en usar, por primera vez, la energía atómica para arrasar dos ciudades, dejando a los pocos sobrevivientes una herencia de mutilaciones externas e internas peor que la muerte inmediata.

El hombre, como un semidiós, es capaz de sembrar estrellas, y efectivamente, ya lanzó más de un centenar de satélites alrededor de la tierra o de la luna; pero este mismo hombre mantiene muros vergonzosos, cortinas de hierro y luchas raciales como los de los blancos contra los negros, en los Estados Unidos, y la de los negros contra los blancos, en África'del sur.

El hombre, como un semidiós, es capaz de los desem­barcos espaciales —mañana en la luna, luego en los de fuera de nuestro sistema, de galaxia en galaxia—, pero este mismo hombre, después del horror de provocar dos guerras mundiales en una generación, nunca fue ca­paz de poner fin a las guerras locales, como esta lamenta­ble y vergonzosa guerra del Vietnam.

Asombra lo que el hombre es capaz de obtener del petróleo; parece fantasía lo que consigue hacer con la electrónica y son imprevisibles los resultados revolu­cionarios a que puede llegar la automatización; pero este mismo hombre permite que aumente, de año en año y de modo trágico, la valla que separa al mundo desarrollado del mundo subdesarrollado (RP).

Situación infrahumana

Para ustedes, europeos; para ustedes, franceses, no es quizá fácil comprender lo que significan las palabras «situación infrahumana, subhumana». Acaso les parezca una expresión vacía, una exageración, o quizá simple demagogia. Pero en Recife. es muy fácil encontrar, a pocos pasos de donde estéis, casas que no merecen el nombre de casa, donde hay gente que vegeta. No se pue­de calificar de ropa a los harapos que usan. La alimenta­ción es a todas luces insuficiente. Carecen también de educación y de trabajo. Esta gente está más cerca del cactus que de una verdadera condición humana (E).

Violación de derechos

Para sostener este estado de cosas, el poder ejecutivo se ha irrogado una serie de prerrogativas propias de un poder absoluto. El conjunto de medidas tomadas ha te­nido como resultado la negación de valores penosamente conquistados e incorporados a la vida institucional bra­sileña, de modo especial, lo relativo a las libertades demo­cráticas.

La Constitución está sometida a un poder mayor, el Acto Institucional número 5, que pone en manos del eje­cutivo el poder total y supremo de decidir sobre cualquier problema en la forma que crea conveniente. La autono-

mía de los otros poderes ha sido sacrificada en favor del ejecutivo. Los partidos políticos carecen de autonomía para tomar sus decisiones. Los canales de expresión de la voluntad popular han sido suprimidos. El ejercicio de la presidencia de la república y de los gobiernos estaduales se realizan sin contar con el mandato popular.

La inviolabilidad del domicilio, el derecho al «habeas corpus», el sigilo de la correspondencia; las libertades de prensa, de reunión y la libre expresión del pensamiento son derechos que fueron sustraídos al pueblo. La libertad sindical y el derecho a la huelga le fueron arrebatados a la clase obrera.

Para contener la resistencia a tales condiciones de opresión e injusticia, la violación de los derechos humanos es ejercitada por actos de violencia todavía mayores. El te­rrorismo oficial ha establecido el control por medio del espionaje interno y de la policía secreta, y el estado tiene un creciente dominio sobre la vida particular de los ciu­dadanos, recurriendo con frecuencia a la tortura y al asesinato (CON).

A.nte todo, el hombre

Si deseamos que los derechos del hombre dejen de ser meras palabras, es indispensable poner constantemente el enunciado teórico en relación con la realidad que nos rodea.

¡Cómo es posible! Se dedican sumas de dinero al nordeste, surjen en él varias empresas, y sin embargo el paro sigue en aumento, y aumentan la miseria y el hambre.

¿Cuál es el triste secreto de que los ricos se hagan cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres?

El misterio, el secreto está en que la empresa considera el dinero, el capital, más importante que el trabajo, es decir, más importante que el hombre.

I lay que cambiar la empresa que pone el beneficio por encima de todo; que cotiza mejor a la máquina, que < ucftta cata, que el hombre, que abunda y se compra a buen precio.

(lomo la sed de beneficios es insaciable, las máquinas son cada vez más potentes, cada vez se necesitan menos hombres.

No vamos contra el progreso. Pero queremos el pro­greso al servicio de todos, y no solamente de un grupo cada vez más reducido y más rico.

El trabajador debe ser dueño de su propio trabajo, no basta con que gane un salario elevado. El trabajo for­ma parte de la persona humana.

La persona humana no puede ser vendida ni venderse. Toda compra o venta de trabajo huele a esclavitud.

Es necesario cambiar las estructuras agrarias. El papa Pablo vi ha dicho: «La tierra ha sido dada para todos, y no solamente para los ricos».

Nadie crea que esto es comunismo. Propiedad privada, sí, con tal de que sea para todos.

No puede haber propiedad privada que sea privativa, que prive a los demás de lo que les es necesario para vivir, de lo que necesitan para mantener honestamente a su familia (VP).

Pecados contra el hombre

Ningún gobierno, ningún pueblo, puede tener la conciencia tranquila con respecto a la Carta de derechos humanos aprobada hace 20 años por las Naciones Unidas.

Sugiero que, como resultado de esta reunión, los nor­teamericanos preparen una película sobre los pecados de los Estados Unidos contra los derechos del hombre.

Yo haría esta sugerencia a otros países, pero la hago a ustedes que aún tienen la libertad de concretarlo. Y pro­pongo que esta película documental sea objetiva, sin

verdades a medias y que sea al mismo tiempo una expo­sición que sirva de invitación a otros países para que lle­ven a cabo similares exámenes y estudios sobre las con­diciones de vida de sus pueblos, para ver si están de acuer­do con los derechos del hombre.

Cuanto más valiente sea la exposición de los Estados Unidos, más valiosa será su contribución para el bienes­tar del mundo.

Con todo el respeto debido a las Naciones Unidas, permítaseme preguntar: ¿Cómo esperan las Naciones Uni­das ser respetadas cuando establecen: «Todos los hombres son libres e iguales en dignidad y en derechos», si dentro de las propias Naciones Unidas los estados miembros no son iguales en dignidad y en derechos?

Mientras existan estados poderosos y estados débiles dentro de las propias Naciones Unidas; mientras haya miembros con derecho al veto, la declaración de los de­rechos humanos no será más que un conjunto de falsas y altisonantes frases, sólo capaces de crear ilusiones.

La declaración no estará al día a menos que asegure el desarrollo integral y efectivo del hombre y el progreso solidario de la humanidad (CICOP).

Tragedia del hombre

Cada año mueren de hambre 40 millones de asiáticos, africanos y latinoamericanos. En Europa, hay un médico para cada mil habitantes; en Ghana, uno para cada 18 mil; en Indonesia, uno para cada 71 mil; en Sudán, uno para cada 80 mil. En el Brasil, muere un niño cada 42 segundos; 85 por hora, 2.040 niños cada día. Todavía hay en el mundo 250 millones de niños sin escuela (RP).

¿Quién no sabe que en regiones donde hay plantacio­nes de caucho, cacao o caña de azúcar, o extracción de estaño, cobre o carbón, el hombre está lejos de poder en-

tender la belleza de la doctrina cristiana sobre la creación a imagen y semejanza divina y sobre el cometido que Dios le dio de conducir la historia y construir el mundo?

¿Quién no sabe que en las zonas ganaderas, la tierra es del ganado y las sobras de los trabajadores rurales?

¿Quién no sabe que en el medio rural, donde creemos que se encuentran las mayores reservas de fe, la creencia del pueblo humilde está muy mezclada con la superstición y el fatalismo? De tanto ser maltratada por la naturaleza y explotada por el hombre, termina la gente por sentirse incapaz, impotente, y termina por depositar toda su con­fianza en Dios.

Urge concienciar a los agricultores. Hacer que hasta los más sencillos y más rudos puedan entender y vivir el bello orden divino de «dominar la naturaleza», «cultivar el jardín». La naturaleza debe ser transformada por el hombre y debe servir de intermediaria entre ellos, ayu­dando a cada hombre a comunicarse con sus hermanos.

...Ahora Pablo vi, en la Populorum progressio, afirma abiertamente que «la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto». Y en­seña que «nadie tiene el derecho de reservar para su uso exclusivo aquello que es supérfluo, cuando a otros les falta lo necesario». Y dice: «La tierra fue dada a todos y no sólo a los ricos» (JA).

El hombre del nordeste

En el nordeste, Cristo se llama Zé, Antonio, Seve-rino... He ahí a Cristo, he ahí el hombre. El es el hombre que precisa de justicia, que tiene derecho a la justicia, que merece justicia.

El día en que tengamos el valor, la confianza de ser nosotros mismos; el día en que creamos en la fuerza de las ideas y en la justicia; el día en que nos decidamos a exigir pacíficamente el cambio de las estructuras socio-eco-

nómicas y político-culturales que son la desgracia de nues­tro país y de nuestro continente, ese día no estaremos al comienzo del final, sino al final del comienzo.

Si hay miseria en el nordeste, si los dueños de las tie­rras permitieron que se aposentase la miseria, tal vez fue porque nosotros, los obispos, no hablamos con más claridad... En la medida en que nos comprometamos con la realidad; en la medida en que admitamos, sin temor, que el mismo Dios ha deseado al hombre como agente de la historia dándole la misión de dominar la naturaleza y completar la creación; en la medida en que los cristia­nos dejen de una vez por todas de solidarizarse con cual­quier régimen económico o político; en la medida en que esta actitud de los cristianos les lleve a abandonar favores de los poderosos y de los gobiernos y a ser mal vistos, mal juzgados y perseguidos, habrá marxistas que, en número creciente, comenzarán a revisar el concepto o el prejuicio de la religión en general y de la religión cristia­na en particular.

Cuando se nace y se vive en Buenos Aires no es fácil entender exactamente lo que significa condición infrahu­mana de vida. Esto tal vez parezca una expresión vacía o exageración demagógica; pero, cuando se vive en Re-cife, a cinco minutos de cualquier lugar donde nos en­contremos, es posible ver con los propios ojos y tocar con* las propias manos lo que es condición infrahumana de vida. Imagínese a una persona que viva en una casa que no merezca el nombre de casa, que se vista con ropas que no merezcan el nombre de ropas, que no tenga alimentos y le falte un mínimo de condiciones de educación, de trabajo. Es evidente que esa criatura no deja de ser criatu­ra humana, pero está de tal modo en un nivel infrahu­mano que más parece un cactus que un hijo de Dios. Cuando se vive en un nivel así, la inteligencia y la libertad son un lujo. ¡Allí no se quiere nada! Lo normal es que en esa situación la inteligencia y la voluntad estén embotadas. Usted no imagina hasta qué punto la herencia de la mise-

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ria deja marcas en la criatura humana. Marcas de servilis­mo y de fatalismo. Por ejemplo, ¿cómo puede ser q.ue un hombre que depende absolutamente de un señor pueda tener actitudes diferentes a las del esclavo? ¿Cómo po­drá pensar, discutir e inclusive hablar con libertad? Duele ver cómo caminan a veces los pobres habitantes del medio rural: marcha de esclavos, mirar de esclavos, hablar de esclavos. Si no hay medio de cambiar las estructuras sociales, aquella criatura termina pensando que todo es así, que no hay remedio, que «quem nacen pra vintem nao chega a tostao» (quien nació para centavos no lle­gará a pesos). Es aquella convicción de que unos nacieron para ser pobres y otros para ser ricos. La frase «Dios lo quiere así», encierra toda una problemática religiosa que deberíamos analizar» (PP)-

Alguien dijo que un humanista ateo es dos veces ateo. ¿Por qué no decir, por el contrario, que un humanista ateo está ya en la mitad del camino, porque amando al hombre ya ha cumplido la mitad de la ley, más aún, aman­do al hombre ama ya, sin saberlo quizá o sin quererlo, a Dios, creador y padre del hombre?

Cristo me ha enseñado que amar al prójimo es tan importante como amar a Dios.

Todos los hombres tienen un único destino que al­canzar y la misma vocación humana y divina que realizar.

El trabajador del nordeste tiene prohibido ser hombre. Si es el trabajo el que hace al hombre, es la desocupa­

ción la que lo destruye. Hay empresarios que no aceptan en sus fábricas más que obreros con 1,70 de altura como si los nordestinos fueran americanos o alemanes.... Nadie tiene seguridad en el trabajo. Todo nordestino tiene la vocación del desempleo...Y, puesto que el sueldo no llega, no queda más remedio que vender el propio cuerpo para vivir (AR).

El hombre y la salud

En la reciente publicación de SUDENE «Salud», De­partamento de Recursos Humanos, febrero 1970, se afirma que la «población nordestina continúa presentando bajos índices de higiene y elevadas tasas de mortalidad de acuer­do con la renta per cápita».

La parasitosis se presenta en forma realmente alar­mante, llegando hasta el 90 por 100 en la jafa del Río Grande del Norte. El mal de Chagas ha matado a 500.000 personas en un área habitada por 12 millones. La tuber­culosis alcanza en el nordeste la elevada tasa de morta­lidad de 80 personas por cada 100.000 habitantes, tasa que en los países desarrollados se encuentra por debajo de 20 por cada 100.000 habitantes.

A este propósito se estima que en la región existen unos 100.000 tuberculosos, a los cuales se agregan 30.000 nuevos enfermos. Es de advertir que el origen de las en­fermedades tiene una causa económica. De otra parte, las enfermedades transmisibles son responsables del 22 por í 00 de fes muertes.

La mortalidad infantil es muy elevada. En el nordeste, por cada 1.000 niños mueren 180. En cambio, en las ca­pitales donde se encuentran los servicios médicos y asis-tenciales, el coeficiente es de 98 por cada 1.000 niños. Asimismo, la mortalidad general es de 18 por 1.000 ha­bitantes, y la media de existencia es sólo de cincuenta años, siendo aún menor para los hombres (cuarenta y siete). Como puede apreciarse en el nordeste, la vida, además de «severina», también es corta.

Para hacer frente a problemas de tanta magnitud, no encontramos en los servicios de salud una respuesta ade­cuada. La relación entre el número de médicos y cada 1.000 habitantes es de 0,2; en cambio, en las capitales es de 0,8 (Anuario estadístico del Brasil, 1968). En el mismo año, el nordeste apenas tenía 1,9 camas hospita­larias por cada 1.000 habitantes.

I MI I-I poema de Natal, el poeta nordestino escribe el ilhiin.i del hombre de la región:

Y si somos severinos, iguales en todo ante la vida, moriremos de muerte igual, la misma muerte severina: ¿Cuál es la muerte de la que se muere? De envejecimiento antes de los treinta, de emboscada antes de los veinte y de hambre un poco cada día.

J. Cabral de Meló, Morte e Vida Severina (CON)

Educación

De las personas mayores de cinco años, y que por tanto ya debían estar en la escuela, cerca del 60% son anal­fabetos, según el censo de 1970.

De acuerdo con la misma publicación oficial, el nor­deste, con una población escolar que representa el 20% de sus habitantes, hace algunos años disponía de una red de locales escolares para enseñanza primaria que apenas cubrían la mitad de esa publicación.

En la educación primaria, más de la mitad de los alum­nos cursan la primera serie, siendo la evasión escolar entre el primero y segundo año del orden del 30%, conforme a las estadísticas del estado. El porcentaje más alto corresponde a los estados más pobres y el 30% a los mejor atendidos.

Además, la enseñanza primaria está gravemente afec­tada por la insuficiencia de locales escolares, la falta de bienes de equipo, material didáctico y recursos pedagó­gicos, de manera especial la baja calidad de los profe­sores, fenómeno que tiene su explicación en la baja remu­neración de los mismos (Educación-DRH-SUDENE fe­brero 1970).

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En la enseñanza media sólo ingresan el 50% de los que concluyen la primaria y al nivel superior apenas llega un 5% de los que se matriculan en primaria.

A esto se agrega el hecho de que el nordeste no me­jora su posición en el conjunto de la enseñanza brasileña, sobre todo en los niveles secundario y superior. Por ejem­plo, su participación en términos de matrícula en la ense­ñanza secundaria no ha evolucionado entre los años de 1961 a 1970, permaneciendo en un 17%. En lo que respecta a enseñanza superior, se ha producido una dis­minución, pues las matrículas nordestinas se han reducido de 16 a 14% en 1970 (Anuario estadístico del Brasil IBGE).

Al confrontar esta situación real con el derecho que tienen las personas, recordamos lo que enseñó Juan XXIII hace diez años, cuando habló en nombre del evangelio: «Deriva también de la naturaleza humana en el derecho de participar de los bienes de la cultura, y, por tanto, el derecho a una educación de base y a una formación téc­nica y profesional» {Pacem in terris, n. 13) (CON).

El hombre nuevo

La encíclica Populortim progressio, con su definición del desarrollo integral del hombre, ofrece todo un pro­grama : verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos, programa mag­níficamente resumido en «hacer, conocer y tener más para ser más».

Hay que encontrar un hombre nuevo para la justicia empleada a escala mundial. Evidentemente, será tanto más fuerte cuanto que no se trata ni de relaciones entre individuos, ni entre grupos, sino entre pueblos (PT).

Nadie ha nacido para ser esclavo. A nadie le gusta padecer injusticias, humillaciones, represiones. Una cria­tura humana condenada a vivir en una situación infra­humana se parece a un animal —un buey, un asno— que se revuelca en el barro (EV).

Dignidad humana

Hoy, el mundo exige con tenacidad y firmeza el reco­nocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases. Los cristianos y todos los hombres de buena voluntad no pueden por menos de adherirse a este movimiento, aun suponiendo que para ello deban renunciar a sus privilegios y a sus fortunas personales en favor de la comunidad humana, en un proceso de socialización progresiva. La iglesia no es en modo alguno la protectora de las grandes propie­dades. La iglesia pide, por el contrario, uniendo su voz a la de Juan xxin, que la propiedad sea patrimonio de todos los hombres, puesto que su objetivo esencial es el de cumplir una función social.

...La Biblia y el evangelio denuncian como un pecado contra Dios cualquier atentado contra la dignidad del hombre, creado a su imagen y semejanza. Siguiendo este imperativo de respeto hacia la dignidad de la persona hu­mana, hoy se produce el encuentro histórico de los ateos de buena fe y de los creyentes, en común servicio a la humanidad, en esta búsqueda de la justicia y la paz (SD).

Hombre en un mundo en desarrollo

El mundo, para un gran número de cristianos, era el mundo por el que Cristo no había orado. El problema para los hombres consistía en estar en el mundo, vivir en él, trabajar en él, sin pertenecer al mundo.

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Existe toda una literatura muy valiosa, sin duda, bajo múltiples aspectos, pero basada en la idea de que lo que importaba era pasar, lo más rápidamente posible, por esta tierra, con los ojos siempre fijos en el cielo. Basta recordar el más célebre de los libros religiosos católicos, después del evangelio, La imitación de Cristo, en el que hemos podido leer infinidad de veces: «Cada vez que he estado en medio de los hombres, volví menos hombre».

Había una gran confusión. Todo por culpa de no darse cuenta que la palabra «mundo» tiene en el evangelio por lo menos media docena de significados. Sin recordar casi nunca que tanto amó Dios al mundo que envió a su hijo único, Cristo.

Teilhard de Chardin nos ha ayudado a mirar al mundo y a amarlo. Recuérdese la inolvidable Misa sobre el mundo que ojalá Jolivet transforme un día en otra cantata.

Con frecuencia me encuentro personas tímidas que me dicen: «¿No cree usted que el nombre está llegando a audacias increíbles? Dios no puede permitir que ese pe­tulante señor disgregue impunemente el átomo, lance satélites como un dios, siempre nuevos mundos...».

Es aquella vieja idea de un Dios celoso, preocupado de que el hombre pueda hacerle la competencia. Como si la mayor alegría de un padre no fuese la gloria de su hijo. Cuanto más lejos vaya el hijo, más contento estará el padre.

El día en que el hombre llegue a la que ahora imagi­namos estrella más remota, entonces, al descubrir otros miles de millones de mundos, podrá tener una idea menos pobre de Dios, menos miserable...

Agradezcamos a Teilhard de Chardin el que nos haya enseñado a llegar, sin miedo, con el corazón alegre —co­mo en este momento— al «corazón de la materia».

Dado que el cerebro humano, desde el «homo sa­piens», ha llegado prácticamente al límite absoluto im­puesto por las leyes corpusculares de la materia en la complejidad de una unidad orgánica aislada, hay que

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Ilrgiir u l;i conclusión de que la humanidad ha de andar cu 111 linca de la socialización.

I'.nlonces, por encima de las divisiones de los bloques del este o del oeste, más allá de las distancias creadas por el egoísmo a escala mundial, se sueña en la superhuma-nidad, en el sentido teilhardiano, de una inteligencia hu­mana cuyo signo será un máximum de apertura hacia la persona humana...

Teilhard de Chardin, aunque estemos convencidos de que mañana tendremos la super-humanidad —sobre todo porque tenemos y, para siempre, al super-Cristo— la realidad es que tenemos, en dos terceras partes del mun­do, a los hombres más cerca de los cactus que de la ver­dadera condición humana (¡si sor Sonrisa viniera a estas tierras, yo le mostraría flores de cactus que tienen un ros­tro, un alma, un hombre!). Tenemos, en dos terceras par­tes del mundo, infra-hombres sin verdaderas casas, sin verdadera alimentación y verdaderos vestidos, sin un mínimum de educación y de condiciones de trabajo...

He aprendido contigo, Teilhard, a estremecerme de alegría al ver a un hombre que tiene el coraje de salir de la cápsula espacial y permanecer suspendido en el es­pacio... Estoy dispuesto a saludar los desembarcos en los planetas... Pero el precio que tenemos que pagar para ir a las estrellas es entendernos bien aquí abajo, en esta pequeña pero curiosa tierra...

¡Que no se hable nunca de super-producción! ¡Es mentira! No existe. Lo que hay, todo el mundo lo sabe, es sub-consumo producido por infra-hombres...

¡Cómo me alegra oir hablar de super-caridad! Sencilla­mente no estoy seguro de que la caridad sea para todos los hombres lo que representa para nosotros. Prefiero hablar de super-amor.

Hermanos míos, hombres y hermanos míos infra-hombres, hermanos míos, hombres y hermanos míos ángeles, hermana mía tierra y Vosotras todas, hermanas mías estrellas, formemos hoy un inmenso círculo de amor

en homenaje al verdadero superhombre, que animado del calor del super-Cristo, ha enseñado a los hombres la super-caridad, el super-amor (PT).

Hombres, no «almas»

Puede parecer extraño que un obispo esté abordando problemas que parecen socio-económicos y políticos, pero la verdad es que no hay divisiones en la criatura humana. Estas dicotomías están superadas. En el hombre existe una unidad fundamental; hasta la vieja escolástica dice que existe una unidad sustancial en la criatura humana. Antes se hablaba en la diócesis de un millón de almas. Yo prefiero hablar de miles o millones de criaturas hu­manas (ID).

Dios y el hombre

Algunos se asustan cuando ven que el hombre ha conseguido en años lo que no se había conseguido en mi­lenios; y se preguntan afligidos adonde puede ir a parar el hombre. Sufren, porque creen asistir a la destrucción de Dios, tal como lo concibe nuestra limitada y mezquina imaginación. Hemos creado la idea de un Dios, celoso y pequeñito, temeroso de que le hagan sombra, y que se ocupa celosamente de crear todo directa y personalmen­te, sin compartir con nadie el don de la creación.

Falseamos así la idea de un Dios vivo y verdadero, y luego nos asustamos, cuando se derrumban nuestras medias verdades y nuestras falsas ilusiones. En ciertos medios, todavía hoy se producen actitudes de pánico ante las teorías del evolucionismo, por ejemplo, y la compro­bación de la edad real del universo (RP).

El mejor modo de combatir el comunismo es tratar de vencer la miseria y sacar a las masas de la situación in-

frahumana en que se encuentran. ¿Cómo puede ser llamado comunista aquel que trabaja por lograr la «promoción del ser humano»?... Se trata de elevar al nivel humano, a la dignidad humana, a quien está en una situación inferior. La mejor manera de combatir el comunismo es predicar una religión que no sea el opio del pueblo, predicando un cristianismo que, a ejemplo de Cristo y en unión con él, se encarne y afronte todos los problemas humanos a fin de realizar la redención del hombre (UC).

El auténtico humanismo

Hoy, tanto en el campo religioso como en el no reli­gioso, lo que se exige del humanismo es mucho más pro­fundo y radical. Se desea humanizar al hombre... lograr la promoción humana; es decir, la promoción a un nivel humano de dos tercios de la humanidad que todavía vive en condiciones infrahumanas. Después, la humanización del tercio restante de la humanidad, que hace todo por ser cada vez más rico mientras la abrumadora mayoría se vuelve cada vez más pobre.

Hay que afrontar el problema de la humanización del tercio feliz y egoísta, que se encuentra en un estado de pecado de injusticia en escala astronómica contra los dos tercios de la humanidad, que se encuentran en condicio­nes infrahumanas. Considérese lo referente a la humaniza­ción de la parte rica del mundo subdesarrollado, cuya responsabilidad es mayor aún que la de los ricos del mun­do desarrollado, porque aquélla asume el papel de colo­nizadora en su propio país y sostiene su riqueza a costa de la pobreza de sus propios conciudadanos. Con respecto a la humanización de todos y cada uno de los seres hu­manos, el humanismo debe establecer que el egoísmo y el infortunio no constituyen un monopolio del hombre, sino la debilidad de cada uno.

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Lo que aparece como nuevo y más revolucionario en la concepción religiosa del humanismo cristiano de nues­tros días es el descubrimiento del enorme valor que tienen los pasajes bíblicos en los que aparece el hombre no sólo como un ser creado a la imagen y semejanza de Dios, sino también con la vocación de co-creador y con la misión de dominar la naturaleza y completar el trabajo de Dios.

No se trata de olvidar la grandeza divina... El primer paso es enseñar al hombre el derecho y el deber de inter­ferir en la historia como su agente, de dominar, completar y dirigir la evolución creadora. El humanismo cristiano, lejos de imaginar a un Dios celoso ante los progresos cien­tíficos y tecnológicos del hombre, lo presenta como un pa­dre feliz con los progresos de sus hijos...

Lo que falta al humanismo cristiano es una mejor sis­tematización y la legitimación de sus principios y pro­gramas de acción. Falta preparación para enfrentar el gran cambio que puede precipitar la promoción de los dos tercios de la humanidad, que viven actualmente en condiciones infrahumanas; y la humanización del ter­cio restante, actualmente conforme con su injusta situa­ción de privilegio y que, apartándose cada vez más de la justicia, se condena inevitablemente a la guerra (UC).

2. La miseria

Bomba «M»

¿Quién no sabe, quién no siente, por ejemplo, que ur­ge hacer la reforma agraria, en vez de usarla sólo como slogan u objeto de estudios e investigaciones intermi­nables? Es urgente, urgentísimo, acordarse de que el mensaje cristiano no es sólo para ser difundido y admi­rado, sino, sobre todo, para ser vivido.

¿Por qué los obispos de América latina, igual que sus sacerdotes y fieles, no se levantan de un extremo al otro del continente y tratan de llevar a la práctica las «conclu­siones de Mar de la Plata»? Algunos seglares aislados, algunos sacerdotes entusiasmados, algunos obispos con­siderados progresistas serían fácilmente vulnerables: sería fácil denunciarlos como subversivos y comunistas. En cambio, si todo el pueblo de Dios de este continente se uniera activamente con miras a lograr el desarrollo y la integración de los diversos países latinoamericanos y fuera apoyado por las universidades, los técnicos de los organismos oficiales o privados, por los líderes de todas las religiones, los líderes empresariales, por los líderes obreros, la prensa oral y escrita, el teatro y el cine, y por todas las fuerzas vivas del continente, tal vez se llegara

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a tiempo para evitar que América latina opte por la vio­lencia, con las consecuencias imprevisibles que tal deci­sión traería; o para evitar que en América latina sobre­viniese la explosión de la peor de las bombas, más terri­ble que la bomba atómica o la bomba H, es decir, la «bomba M», «la bomba de la miseria» (JA).

¿Podemos hablar, en forma serena y objetiva, de los dos tercios de la humanidad que viven sin libertad, en condición de desorden estratificado, en el estado de pre­guerra o de prerrevolución? De este tema se ocuparon personas, de las que no cabe sospecha. Oigamos, para empezar, a Juan XXIII en la encíclica Mater et magistral «Nuestra alma sufre profunda amargura ante el espectá­culo infinitamente triste de una multitud de trabajadores, en numerosos países y continentes enteros, que reciben salarios que les obliga a ellos y a sus familias a vivir en condiciones infrahumanas». Pablo vr, en su mensaje de navidad 1963: «Generaciones enteras de niños, aún en nuestros días, mueren o vegetan por desnutrición. El hambre provoca enfermedades y miseria. A muchísimas poblaciones lo que les falta no es sólo la prosperidad, sino lo mínimo indispensable para la supervivencia. Y si no se aplican los remedios convenientes, este lamentable fenómeno aumentará, en vez de disminuir». El hecho está, además, registrado en las estadísticas de la FAO: «De los 50 millones de personas que mueren cada año, 35 millones aproximadamente perecen, directa o indirec­tamente, de hambre» (M).

Esclavitud

Durante tres siglos y por lo menos hasta el xix man­tuvimos en la esclavitud a 200 millones de africanos, de­portamos decenas de millones de entre ellos e hicimos morjr a otros tantos negros, hermanos nuestros. Después

vino la experiencia colonialista, con la ilusión de una «misión civilizadora», portando, incluso, misioneros para dar apoyo moral a los dominadores. Hoy, aparentemente, terminó la esclavitud, aun cuando en América latina que­dan innumerables esclavos, mantenidos en condiciones infrahumanas por coetáneos que no admiten la alteración de las actuales estructuras económico-sociales injustas y esclavistas.

Hoy, aparentemente, terminó el colonialismo, pero América latina, con siglo y medio de experiencia, puede prevenir a los pueblos hermanos de Asia y África de que la independencia política sin independencia económica no significa nada (RP).

Si la esclavitud africana fue abolida, continuamos manteniendo, todavía hoy, aunque sin confesarlo, una esclavitud nacional que voy a intentar describir. Los trabajadores tienen permiso para vivir con su mujer y sus hijos; ellos trabajan para el patrón y, casi siempre, pueden cultivar un poco de tierra para el uso propio. El patrón suele considerarse, en el fondo, un padre generoso y bue­no. Si bien es cierto que la choza normalmente carece de agua, luz e instalaciones sanitarias. El patrón se tranqui­liza pensando que Dios da el frío de acuerdo con la ropa que se tiene (¿Cuándo eliminaremos de Dios la responsa­bilidad que es fruto de nuestro egoísmo? ¿Cuándo asu­miremos los hombres la responsabilidad que tenemos de cocreadores, de sujetos de la historia y guías de la aven­tura terrestre?). Entonces al patrón le parece que tiene derecho a pagar lo que quiera y como quiera, puesto que ya le hizo el favor de suministrarle casa y un poco de tie­rra, y le dio la oportunidad de trabajar. Si mañana el trabajador se mostrara ingrato y pretendiera volverse alguien, y se llenara la cabeza de novedades, frecuentando las escuelas radiofónicas, adhiriéndose a los sindicatos rurales, o hablara de sus derechos, el patrón quedaría convencido de tener motivos para alarmarse, pues allí

asoma el soplo de la subversión y quizá del comunismo. Entonces, sin vacilar, expulsará al trabajador, llegando, si fuere necesario, a destruir la choza, en la que viven el campesino y su familia, a fin de lograr sus propósitos (UP).

Muerte en vida

Severino, hijo de Severino, nieto de Severino, lleva una vida «severina», que es como la muerte en vida. Más bien vegeta. Y vegeta, no como árbol frondoso, de fuertes raíces, sino como el cactus, hermano suyo. Hasta hoy no se rebeló. Aprendió de sus padres, analfabetos, y en la capilla del ingenio, su patrón, a tener paciencia, igual que el mismo hijo de Dios, tan ultrajado y que murió en la cruz para salvarnos. Deduce, a su modo, que la vida es así. Formado en una escuela de cristianismo y fatalismo, le parece normal que unos nazcan ricos y otros pobres, porque esa es la voluntad de Dios (RP).

Quien depende absolutamente de un patrón y vive en las tierras del señor, del que recibe una choza miserable, en la que vive, y un mísero trabajo, que le permite no más un régimen de hambre, y una ropa escasa y miserable; quien, en cualquier momento, puede ser desalojado de las tierras del patrón, no mira a éste como un hombre mira a otro hombre, como un hermano mira a otro hermano, sino como un esclavo mira a su dueño. Aquel que vegeta en una situación miserable, sin un mínimo de educación y de trabajo libre, se siente invadido por un terrible desa­liento y termina por añadirle a la religión un triste fata­lismo: «Dios lo quiere así: hay quienes nacen pobres y quienes nacen ricos. Es la suerte de cada uno» (UC).

Mientras se planee el desarrollo económico, el pro­greso social y la elevación cultural de los medios rurales sin la intervención de los propios agricultores, o mejor

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dicho, mientras los agricultores sean objeto de planea­miento, en lugar de asumir la responsabilidad de plantear y emprender la propia promoción y la de su medio, podrán existir grandes planes y bellas intenciones, pero no pasará todo de intenciones y planes.

Esta ausencia de los agricultores en la conducción de la promoción rural explica, en gran parte, la encrucijada que enfrenta el mundo ante las perspectivas del hambre. La situación, tan generalizada, de que los agricultores vivan como marginados dentro de sus propios países, la circunstancia de que- la política se haga en función casi exclusiva de la civilización urbana, hacen que reuniones como la vuestra, en la que domina la preocupación por una economía agrícola como base del desarrollo general de la sociedad, sean dignas de la atención de los gobiernos, de la ONU y especialmente de la FAO (JA).

Marginarían creciente

Desde la época de la colonización, la explotación de los recursos regionales se ha realizado en una organiza­ción tal que ha relegado a un segundo plano la solu­ción de las necesidades de la clase obrera. Recuérdese que fue el latifundio y el trabajo de los esclavos la base de la economía de exportación.

La fuerza de trabajo recibía como pago por su parti­cipación en la producción apenas lo necesario para su reproducción. La sociedad nordestina estuvo organizada para producir bienes destinados a cubrir las necesidades externas... Al declinar la economía azucarera, tanto la expansión pecuaria, la economía de subsistencia, así co­mo el desarrollo de nuevos frentes de exportación, se realizó en los mismos moldes de la estructura colonial, siendo los latifundistas quienes tuvieron en sus manos el control sobre la producción y las decisiones sobre el po­der político.

La economía continuó de esa manera organizada en función de los intereses de minorías privilegiadas, vaciada en una estructura de propiedad feudal que no permitía ninguna participación del pueblo en las decisiones sobre la producción... El control de la propiedad agraria y del capital por minorías, cuyos intereses se oponen a los de­rechos de la gran mayoría del pueblo, constituyen la clave para comprender la situación de pobreza, opresión e injusticia social que reina en el nordeste.

...Todo movimiento que reviste carácter de libera­ción campesina, como el acceso a la tierra, encuentra es­peciales dificultades en su conquista: No es que falten tierras en el nordeste, como lo demuestra el catastro de 1967, que mostró que un total del 50% de la tierra culti­vable estaba improductiva.

La improductividad de las tierras, por una parte, y de otro lado la imposibilidad de cultivarlas, ha dado como resultado la desnutrición y el hambre que padece la po­blación campesina. Y como ulterior implicación tenemos el aumento del desempleo en el agro, que da lugar a la perpetuación de unas relaciones de trabajo que muy poco se diferencian de la servidumbre y la esclavitud. El cam­pesino, por regla general, trabaja para procurarse su sus­tento y acepta diferentes formas de acceso a la tierra de carácter feudal, donde el valor del trabajo es muchas ve­ces superior al valor de la tierra trabajada.

Por otra parte, los dispositivos legales a los que po­drían recurrir los campesinos para defenderse de las dis­tintas formas de explotación —por ejemplo, el «estatuto de la tierra»— en la práctica se muestran poco eficaces.

En el caso de arrendamiento, los campesinos se some­ten al pago de ciertos porcentajes sobre el valor de la tierra trabajada, que casi siempre resultan superiores a los fijados por el estatuto de la tierra; exigencia impuesta por el feudatario que, de no ser satisfecha por el arren­datario, hace que el campesino quede en el futuro sin derecho a cultivar la tierra.

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La situación de los asalariados no es mejor. En teoría, las condiciones en que prestan su trabajo estarían prote­gidas por la legislación laboral, pero en la realidad se observa que los patronos, sobre todo aquellos que se dedican al monocultivo de la caña de azúcar, apelan a la expulsión masiva de los campesinos de sus tierras y así se libran de las obligaciones laborales impuestas por el estatuto de la tierra.

A este propósito parece levantarse la voz del profeta campesino para reprochar la iniquidad que se arrastra por los campos: «Aplastan a los desvalidos contra el pol­vo de la tierra en las encrucijadas del camino... Habrá llantos en todas las plazas y en todas las calles clamarán ¡ay, ay!, y llamarán al labrador para que se duela y la­mente» (Amos 2, 7; 5, 16).

Dispersados, los trabajadores pasan a vivir en J"avelas próximas a las tierras «evacuadas», donde forman grupos humanos de mano de obra barata, al alcance de los pa­tronos rurales. Reclutados bajo la condición de «trabaja­dores clandestinos» —designación con la que se escapa de la ley laboral—, los campesinos se someten a salarios ínfimos fuera del mínimo establecido, y realizan tareas cuya naturaleza no contempla la ley...

Los sindicatos, recortados en sus libertades, muy poco pueden hacer en favor de sus asociados, y si algo consi­guen es a título -de concesión graciosa de la política oficial del sector, tomando en cuenta que la represión del ré­gimen ha dejado prácticamente sin líderes al movimiento sindical. Por otra parte, la clase trabajadora, en lugar de ser instrumento de lucha en el proceso de transformación social, se ha convertido en órgano de asistencialismo ofi­cial.

La estructura de la propiedad agraria, origen de las injusticias que padece el campesino, de una parte, y de otro lado, la aspiración de éste a poseer la tierra, ha gene­rado la lucha por la reforma agraria. Esta lucha sostenida por los campesinos ha hecho crecer la tierra en el nordeste

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y al producirse la concentración de la propiedad en esa región se ha tornado en objetivo social de todo el pueblo brasileño...

Marginado en el campo, explotado y sin acceso a la tierra, lo que le queda al campesino es seguir luchando por la tierra o emigrar hacia los centros urbanos de la región, Sao Paulo y otros lugares, donde continuará explotado como mano de obra barata, trátese de construir Brasilia o la carretera transamazónica.

La ciudad es la continuación de su odisea. Sin posibi­lidad de competir por el tipo de empleos generados por la industria, ya de por sí insuficientes para absorber la fuerza de trabajo urbano, el campesino engrosa la subocu-pación en el sector servicios, procurando matar su hambre en cualquier «boliche».

En la ciudad se encuentran las señales más evidentes de la degradación... (CON).

El clamor de los oprimidos

Quienes viven donde miiiones de criaturas humanas se encuentran sometidas a condiciones infrahumanas, vién­dose prácticamente reducidas a esclavitud, deberán estar muy sordos para no escuchar el clamor de los oprimidos. Y el clamor de los oprimidos es la voz de Dios.

Todo aquel que resida en los países ricos, donde desde siempre y todavía siguen pululando aquí y allá unas zonas grises de subdesarrollo y de miseria, le bastará con que sepa escuchar un poco, para ensordecerse con el clamor silencioso de los sin-voz y los sin-esperanza. Y el clamor de los sin-voz y sin-esperanza, es la voz de Dios.

Quien haya caído, por fin, en la cuenta de las muchí­simas injusticias, consecuencia de la tan desigual reparti­ción de las riquezas, deberá tener un corazón de piedra para no captar la protesta silenciosa o violenta, no hace al caso, de los pobres. Y la protesta de los pobres, es la voz de Dios (DF).

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La miseria esclavina

Me causa gracia oir hablar de «mundo libre» allí donde la miseria esclaviza y oprime a las personas. Deseo hablar a mis amigos ricos, a mis hermanos que disponen de todo, y llamarles la atención sobre el peor de los colonialismos: el colonialismo interno. Llamo «colonialismo interno» a la actitud mantenida dentro de los países subdesarro-llados por hombres que se enriquecen desmesuradamente a costa de sus propios compatriotas, a quienes los man­tienen en condiciones infrahumanas (PP).

O el nordeste reacciona y saca a su gente de esta si­tuación o se producirá el caos, puesto que la región nor-destina vive sus años decisivos. Se nota una reacción eco­nómica; sin embargo, gran parte de la población conti­núa viviendo en condiciones infrahumanas: no hay más que ver la falta de las más elementales condiciones de habitabilidad y de trabajo. Existe un profundo desaliento, que se manifiesta en el fatalismo añadido a la religión... Cuando el hombre se conforma con el hecho de que existan ricos y pobres, como si fuera una predestinación impuesta por Dios (CPE).

Si mañana Joaquín Nabuco llegase a Recife y recorrie­se, por ejemplo, nuestra zona cañera, ¿no sentiría acaso la necesidad de recomenzar su campaña abolicionista? Viniendo de la eternidad con ojos para ver y oídos para oir, ¿qué pensaría del trabajador de la agro-industria de Pernambuco? ¿Cómo reaccionaría ante los salarios de hambre? ¿Qué diría de,la pérdida de «descanso remu­nerado», de la pérdida de las garantías conseguidas y todo ello como consecuencia de la imposibilidad prác­tica de hacer frente a tareas diarias, sin duda superiores a la fuerza física de nuestro hombre del campo? ¿Qué pensaría de nosotros al encontrar hombres famélicos y enfermos, que viven en casas que no merecen el nombre

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de tales y sin tener permiso para plantar un palmo de la tierra para el sustento de la propia familia? ¿Podría creer que todavía existan personas que prohiben a los trabaja­dores ir a la escuela y participar en los sindicatos?

No necesitamos imaginar la llegada de Castro Alves, porque la providencia nos envió otro poeta, igualmente grande, cuya inspiración, de acuerdo con la época, nos dio Vida y muerte severina. Lo que nos debe causar temor y horror es nuestra ceguera colectiva. Si vamos al teatro y escuchamos un texto que contiene muchos de los mensajes de los antiguos profetas, nos emocionamos con los cuadros cuyo realismo nos conmueve. Conservamos en el recuerdo músicas que completan la grandeza y la belleza del texto... Salimos del teatro, y la impresión nos dura sólo una o dos cuadras. Después, volvemos la hoja, y nos olvidamos de que en el nordeste los severinos forman legión y se multiplican y tienden a seguirse mul­tiplicando (DP).

Tengo la impresión de que estoy bien en mi papel de obispo, porque debo ser un impulsor. Hablo al gobierno, a los rusos, a los trabajadores, trato de animar, de alentar, es mi oficio. Y si lo hago, es porque cuando llegué a Recife, era muy fácil descubrir que más de dos tercios de mi pueblo yacía en la miseria, en una situación infrahu­mana. Es evidente que mi primer deber de hombre, de cristiano, de sacerdote, de obispo, era ayudar al pueblo a prepararse para el desarrollo (E).

Hay que combatir la miseria, hay que luchar por el desarrollo, porque la miseria es una vergüenza y un in­sulto a Dios. Cuando la iglesia, de testimonio integral y se comprometa a ello, entonces quedará demostrado que la religión no es «el opio del pueblo», y que los mar-xistas se han equivocado absolutamente (H).

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Nadie se llame a engaño: ningún país de América latina saldrá por si solo del subdesarrollo. O abandona­mos juntos la miseria y el hambre o caeremos en el caos (CM).

Subdesarrollo y vivienda

Otra publicación de SUDENE —«Habitación», del departamento de Recursos Humanos (1970)— estima en 2,3 millones de unidades el déficit habitacional en el nor­deste, situación que tiende a aumentar.

El número de viviendas en el nordeste no aumenta proporcionalmente al crecimiento de la población. En el decenio 1940-1950, para un crecimiento de la población en un 24% el número de viviendas apenas creció en un 21,7%. En el decenio siguiente, para un crecimiento poblacional del 25%, la vivienda se incrementó sólo el 18%.

La misma publicación da cuenta que hasta 1967 el Banco Nacional de la vivienda había financiado en el nor­deste sólo el 14% del total de las viviendas construidas en todo el país.

Al número insuficiente de viviendas se suma su mala calidad, muchas de ellas en estado precario en lo que a condiciones sanitarias se refiere. La investigación de IBGE (PNAD, I trimestre 1970) revela que de dos millo­nes y medio de viviendas en el nordeste, el 76% no con­taban con agua potable y que un 73% carecían de insta­laciones de desagüe.

En lo que se refiere a utilización de energía eléctrica, la situación era idéntica, porque un 75% de esas viviendas no tenían instalaciones eléctricas.

Según la misma publicación, en los centros urbanos medianos y grandes apenas un 50% de las casas están construidas con material noble; el resto, adolece de una serie de defectos, configurando verdaderas favelas y tu-

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gurios, formadas en otras ciudades —Salvador y Recife— como producto de las emigraciones masivas.

Los datos aportados por las estadísticas, y hasta el simple conocimiento por la observación cotidiana, nos revelan, en verdad, una situación alarmante, manifestando en forma palmaria en el sector de la vivienda el irritante contraste entre ricos y pobres. Esta situación hiere el sen­timiento cristiano: «Si alguien que goza de los bienes de este mundo ve a su hermano en estado de necesidad y le "cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer el amor de Dios en él?» (Jn 3, 17) (CON).

A favor de los sin-vo^

Existe ya una violencia instalada en América latina: la violencia de pequeños grupos privilegiados que mantie­nen a millares de hijos de Dios en una situación infra­humana... No basta con reformas superficiales.

Muchos gobiernos de América latina preparan la explosión, a veces sin saberlo ni quererlo, de la peor de las bombas nucleares, peor que la bomba A: la «bomba M», la bomba de la miseria.

Preparan la «bomba M» los que temen la conciencia-ción de las masas o intentan impedirla bajo la acusación capciosa y desde ahora ridicula de subversión y de co­munismo.

Preparan la «bomba M» los que intentan reprimir por la fuerza la protesta de los jóvenes, de los trabajadores, e incluso de la iglesia, en la medida en que la iglesia se siente en la obligación humana y cristiana de prestar su voz a los que no pueden hablar (VP).

3. Injusticia

A escala mundial

El mundo subdesarrollado afirma que cuando se com­para el dinero invertido por los países industrializados en el mundo subdesarrollado con el dinero que vuelve y, sobre todo, cuando se compara la ayuda recibida por el tercer mundo con las pérdidas que sufre a causa de los precios impuestos a sus materias primas, se comprueba que se comete una injusticia a escala mundial (UC).

De 1960 a 1965 el aumento del producto nacional fue de 1.400 a 1.700 dólares per cápita para los países desarrollados, mientras que para los subdesarrollados fue de 132 a 142 dólares. A mediados de la década del 30 los países subdesarrollados exportaban 11 millones de toneladas de cereales; ahora importan 30 millones de toneladas. Los países desarrollados tienden a prescindir, en gran escala, de las materias primas exportadas por los países subdesarrollados. Por poner un ejemplo, veamos lo referente al algodón.

De 1957 a 1961, los países desarrollados tuvieron que importar el 27% del algodón que industrializaron; en 1965 importaron sólo el 17%. El trabajo que las má­quinas tardaban 130 horas en hacer en 1960, se realiza

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ahora en tan sólo 40 horas. Una hectárea que producía 268 libras de algodón, ahora produce 500. Las fibras sintéticas, que en 1955 contribuyeron con un 20% a la confección de vestimentas, en 1964 llegaron a un 38%.

Según estadísticas oficiales de Estados Unidos, de 1950 a 1961, la suma neta de capitales norteamericanos exportados fue de 13.700 millones de dólares. En el mismo período, el total neto de capitales norteamerica­nos importados fue de 23.200 millones de dólares, lo que representa una succión de 9.500 millones. En ese mismo período, los haberes norteamericanos en el mundo sub-desarrollado tuvieron un aumento de 11.800 millones a 34.700 millones. La injusticia surge en su plenitud si se compara la ayuda enviada a los países subdesarrollados con lo que esos países pierden a consecuencia de los mí­seros precios impuestos a las materias primas importadas del tercer mundo. En América latina, se calcula que, de 1950 a 1961, asciende esa pérdida a los 10.100 millones de dólares (RP).

Desigualdades por doquier

¿Habrá algún edén en el mundo que no conozca la in­justicia, las desigualdades, la división? ¿Habrá algún lu­gar en que la injusticia no constituya la primera violencia, madre de todas las violencias? ¿Donde la protesta vio­lenta contra la injusticia, desde el mismo instante en que salta a la calle, no ponga en jaque el orden público y ame­nace la seguridad del estado ? ¿Y que, consiguientemente, no provoque la represión violenta por parte del poder?

Un poco por todas partes van siendo cada vez más numerosos, sobre todo entre los jóvenes, quienes acaban pensando que para correguir las injusticias no hay más remedio posible que el de levantar a los oprimidos, víc­timas de tales injusticias, movilizándolos para forzar el camino hacia la justicia y ver días mejores (DF).

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Un derecho de la justicia

Si todo hombre y, sobre todo, todo cristiano tiene deberes hacia el derecho y la justicia, ¿qué habrá que de­cir de vosotros, juristas cristianos? En cuanto juristas, toda vuestra vida ha de estar consagrada a proclamar el derecho y a batirse en favor de la justicia. En cuanto ju­ristas cristianos, la responsabilidad que pesa sobre vues­tras espaldas es más terrible todavía.

En esta hora de injusticia a escala mundial, en la que el derecho se ve pisoteado por la fuerza, se ofrece una tarea y una aventura verdaderamente apasionantes, ca­paces de transfigurar la vida, a quienes quieren llevar con auténtica dignidad el nombre de juristas cristianos... Al hablaros tengo la impresión real de que con ello presto mi voz a quienes sufren sin la posibilidad de proclamar su propio sufrimiento; a quienes se sienten explotados, sin fuerzas para denunciar a los explotadores, y llegan a un estado de casi fatalismo en el que se padece un des­tino de sufrimiento en la tierra, precio quizá de una re­compensa eterna.

Conocéis de sobra la advertencia extremadamente gra­ve de la encíclica Populorum progressio: Hoy no basta pensar que existe injusticia entre individuo e individuo, entre grupos y grupos, sino entre naciones y naciones, entre mundo y mundo.

...No os contentéis con denunciar, con firmeza y se­renidad, las injusticias entre mundo y mundo. Ha sonado la hora en que el jurista, sin miedo a perder la serenidad de los magistrados, tiene que dar el ejemplo de compro­meterse a fondo en la defensa de la justicia hasta que lle­gue a ser plenamente respetada.

Tenéis que estar alerta para denunciar las trampas y artimañas que pasan desapercibidas a las personas de buena voluntad, no acostumbradas a la malicia de los aprovechados. Por ejemplo, cuando lleguéis a demostrar que, en las relaciones entre países desarrollados y subde-

sarrollados, el problema no consiste en la ayuda sino en la justicia, no faltarán quienes propongan subir el pago de las materias primas de los países subdesarrollados, pero de tal manera que el aumento de pago no proceda de una disminución de sus ganancias, sino del bolsillo del pueblo, lo que convierte la medida en algo inmoral y criminal.

Exigid justicia en las relaciones con los países subde­sarrollados... Los trusts internacionales no tienen patria, no tienen entrañas... Son los verdaderos dueños del mundo, los que hacen y deshacen guerras y desencadenan golpes de estado... Hacen imposible el desarrollo autén­tico, en el sentido del desarrollo del hombre entero y de todos los hombres.

¿Os habéis dado cuenta de que, veinte años después de la solemne proclamación de los derechos del hombre por la ONU casi todos esos derechos continúan siendo, pisoteados en los países subdesarrollados? ¿Sabéis que, muchísimas veces, la política externa y el comercio de los países desarrollados son los responsables, directos o in­directos, del desprecio de los derechos del hombre en todo el tercer mundo?

...Otro pecado que, sin ser monopolio de nuestro mundo subdesarrollado, es muy frecuente en nuestras regiones, es el de permitir que las leyes se desacrediten al no ser aplicadas (PT).

En el período de 1950 a 1961 los capitales extranjeros invertidos en América latina ascendieron a 9 billones 600 mil millones de dólares, mientras que la suma de dólares que reingresaron los países prestatarios ascendió a 13 billones 400 millones. Por lo tanto, fue América la­tina quien prestó a los países ricos. La suma de esos em­préstitos a países ricos se elevó a 3 billones 800 millones de dólares (M).

Caudillismo

Tengo la impresión de que el caudillismo es una ma­nifestación del subdesarrollo. Todo radicalismo en las actitudes políticas busca aplastar y trata con dureza a los adversarios. Esto me parece humillante. Cuando logremos el desarrollo integral de nuestras regiones, el caudillismo será únicamente un triste recuerdo (PP).

Justicia y pat^

El mayor problema de nuestro tiempo no es el comu­nismo, sino la diferencia entre los países prósperos y los que yacen en la miseria, hecho que, según todos los cál­culos, tiende a aumentar.

Muy a menudo se llama comunismo a lo que en rea­lidad es cristianismo.

Puedo estar equivocado, pero creo que si un día —no por ambición ni por maquiavelismo— los jefes es­pirituales de la humanidad, ante la gravísima situación en que se encuentra el mundo, se unieran ecuménica­mente todos y tomasen la defensa de la persona humana, del desarrollo armonioso e integral del mundo, y desple­gasen la bandera de la pa% basada en la justicia, el comunis­mo disminuiría notablemente. Por lo menos en nuestro tercer mundo, los comunistas con base filosófica, de con­vicciones materialistas, de ateísmo militante, son insig­nificante minoría. La masa que hoy se vuelve hacia el comunismo será feliz el día que sepa que no es necesario negar a Dios y la vida eterna para poder amar a sus se­mejantes y luchar por la justicia en la tierra. Esa masa mirará con atención y simpatía la religión, si la ve deci­dida a no permitir injusticias absurdas, cometidas en nom­bre del derecho de propiedad y de la iniciativa privada (M).

Situación del nordeste

Según los datos proporcionados por la SUDENE, la renta per cápita del nordeste se estima actualmente en algo más de 200 dólares, lo que representa la mitad de la renta per cápita del Brasil y un tercio de la renta en Sao Paulo.

Por otra parte, según los datos del censo de 1970, para cada cien nordestinos mayores de 10 años, 52 per­sonas apenas ganaban hasta 100 cruceiros mensuales y 15 no tenían ningún rendimiento. Apenas un 3,3% de la población económicamente activa ganaba algo más de 500 cruceiros mensuales y sólo un 0,86% ganaba sueldos mayores de 1.000 cruceiros. En las regiones de Piauí y Marañón, en una población económicamente activa de 1.470.000 personas, solamente 955 ganaban más de 2.000 cruceiros mensuales {Jornal do Brasil, julio de 1972).

Las estadísticas que hablan de renta per cápita nos dan una aproximación de la realidad, pero por lo general ocultan irritantes desigualdades, donde el hombre no es ciertamente la medida de todas las cosas.

El desempleo y el subempleo revisten caracteres alaf-mantes en la región. Un 23% de personas en edad de trabajar están impedidas de usar su fuerza de trabajo o sólo la utilizan parcialmente.

¡Qué lejos nos encontramos en el nordeste de aquel derecho básico para todos los hombres del que habla Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris: «Quede bien claro —dice el papa— que la persona humana no sólo tiene la libertad, sino también el derecho a trabajar» (n. 18) (CON).

Nos alegra ver que la «Carta del nordeste» coloca, al lado de las preocupaciones económicas, proyectos prio­ritarios relativos al desarrollo del hombre, tales como educación, salud, etc. Si parece poco, poquísimo, queda al menos salvaguardado el principio de que nada sirve al mayor incremento económico, si ha surgido artificial-

mente. Si el nordeste continúa desnutrido, enfermo, sin iniciativas, sin esperanzas, aunque las empresas se mul­tipliquen, sólo parecerán pirámides en el desierto no tar­dando mucho (CEPAL).

Justicia distributiva

Justicia no signica imponer a todos la misma cantidad de bienes. Esto sería atroz. Sería como si todos tuvieran el mismo rostro, el mismo cuerpo, la misma voz. Creo en el derecho de tener rostros y cuerpos diferentes. Yo entiendo por justicia una mejor distribución de los bienes, a escala nacional e internacional. Existen dos colonialis­mos: uno interno y otro extemo. Sobre este último baste decir que el 80% de los recursos del planeta están en ma­nos del 20% de los países; en los últimos quince años los Estados Unidos han ganado en América latina más de 11.000 millones de dólares: son cifras de la universidad de Detroit. Para demostrar el colonialismo interno basta ocuparse del Brasil. En mi país existen zonas que definir­las como subdesarrolladas sería generoso. Allí los hom­bres viven como en los tiempos de las cavernas y se con­tentan con poder comer lo que encuentran entre la ba­sura. ¿Qué puedo yo decir a estas gentes? ¿Que deben sufrir para ir al paraíso? La eternidad comienza aquí, sobre la tierra, no en el paraíso.

A veces me pregunto cómo es posible que personas serias y virtuosas hayan aceptado tantas injusticias. La verdad es que la iglesia todavía pertenece al engranaje del poder. Tiene dinero y emplea el dinero en empresas comerciales y se asocia con aquellos que detentan las ri­quezas. ¡Que entregue el dinero y deje de predicar la re­ligión en términos de paciencia, obediencia, prudencia, sufrimiento, beneficiencia! La dignidad del hombre no se logra regalándole sandwiches. ¡Somos nosotros, los sacerdotes, los responsables del fatalismo por el cual los

pobres se resignaron siempre a ser pobres y los países subdesarrollados a ser subdesarrollados!

¿Cómo se explica que ese puñado de países que tienen en sus manos el 80% de los recursos terrestres sean paí­ses cristianos y, a menudo, católicos? Si existe esperanza de solución, ésta se encuentra en el esfuerzo de todas las religiones juntas. La paz puede ser alcanzada sólo gracias a los que el papa Juan llamaba hombres de buena vo­luntad (SDI).

Hambre

El hambre reviste en el nordeste carácter de epidemia. En una investigación realizada en varias ciudades de la región se ha llegado a los siguientes resultados en materia de porcentajes alimenticios: calorías, 56%; calcio, 7 9 % ; vitamina A, 7%; vitamina C, 27%.

Las causas y consecuencias de tal estado de desnu­trición se ven en las conclusiones de la investigación publicada en 1968 por el Instituto de nutrición de la uni­versidad federal de Pernambuco: «La deficiente disponi­bilidad de alimentos es un hecho evidente para la pobla­ción nordestina. En general, el poblador nordestino es débil, lo que se pudo comprobar por el grosor de la piel. Esta observación empírica fue confirmada a través de exámenes clínicos que arrojaron como resultado la des­nutrición y el poco desarrollo físico de la población».

Esta situación generalizada presenta mayor gravedad en algunas áreas de la región, por ejemplo, en los lugares donde existe concentración del monocultivo de la caña de azúcar. A este respecto, un estudio realizado en 1968 en Ribeirao (Pernambuco) reveló que el consumo medio de alimentos arrojó los siguientes resultados: calorías, 50%; proteínas, 59%; calcio, 55%; vitamina A, 26%, y vita­mina C, 49%.

La desnutrición, además de producir la reducción de la estatura, tal como se ha indicado anteriormente, ha

traído como triste consecuencia la aparición de una serie de mutilados mentales. En efecto, en un test aplicado en tres municipios de la zona de Mata, de Pernambuco, para medir el coeficiente intelectual de 109 niños, se llegó a los siguientes resultados: en Gameleira fue registrado un coeficiente de 78, que en la escala de Terman indica a personas con una inteligencia embotada; en Ribeirao y Agua Preta se llegó a constataciones realmente aterra­doras, registrándose coeficientes de 72,4 y 72,3 respecti­vamente.

En la escala de referencia, esas cifras sirven para ca­racterizar el límite de debilidad mental, porque un punto más abajo ya se encuentran las personas en franco estado patológico, en el último grado de imbecilidad (CON).

Injusticia universal

Fácilmente descubrimos injusticias por todas partes. Injusticias de diferente naturaleza y de diferentes grados, pero al fin injusticias.

En los países subdesarrollados, las injusticias —que quizá se ignoren en algunas partes— alcanzan a millones de criaturas humanas, de hijos de Dios, reduciéndolos a una situación infrahumana.

¿Qué quiere decir exactamente situación infrahumana ? ¿No es acaso una expresión demasiado fuerte, cargada de demagogia? De ninguna manera. Con frecuencia existe una herencia de miseria. Porque ¿quién no sabe que la' miseria mata como las guerras más sangrientas? Hace más que matar: produce trastornos físicos (basta pensar en Biafra), trastornos psicológicos (hay muchos retrasa­dos mentales, fruto del hambre) y trastornos morales (los que por una situación de esclavitud no oficial, pero real, viven sin perspectivas y sin esperanzas y caen en un cier­to fatalismo y en una mentalidad de mendigos.

Pero tengamos cuidado: las injusticias no son mono­polio de los países subdesarrollados. Se dan también en

los países desarrollados, tanto en el bloque capitalista como en el socialista.

En el mundo capitalista, incluso en los países más ricos, hay estratos subdesarrollados que en Canadá co­mienzan a llamarse «zonas grises».

En el mundo socialista, en la práctica (la teoría quizá sea diferente), tanto en la Unión Soviética como en China roja no aceptan el pluralismo dentro de su sociedad.

La lucha entre las dos grandes naciones del bloque socialista es ya iluminadora. Pero ciertamente tanto una como otra tratan de imponer el materialismo dialéctico y la obediencia ciega. Se respira el mismo clima que en las dictaduras: invitación a delatar a los demás, reina una atmósfera de sospecha y de inseguridad, se impone la autocrítica (EV).

Injusto «milagro brasileño»

El «milagro brasileño», mixtificado por la creencia popular, es un crecimiento económico que sólo favorece a los ricos, mientras que para los pobres representa un castigo, una maldición. El «milagro» se ha realizado con el empobrecimiento relativo y absoluto del pueblo. La concentración de la renta en pocas manos explica mejor que nada el verdadero sentido de la política económica del gobierno.

Entre 1960 y 1970, el 20% de la población brasileña, que constituía el grupo más alto de ingresos, aumentó su participación en la renta nacional de 54,4 a 64,1%, mien­tras que el 80% restante rebajó su porcentaje de 45,5 a 36,8%.

La concentración de la riqueza se aprecia de modo más irritante cuando se constata que en el mismo período indicado el 1% de la población, que constituye el grupo de los más ricos, aumentó su renta de 11,7% a 17%, mientras que la mitad de la población del país, compuesta

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de personas que perciben los más bajos ingresos, redujo su participación en la renta nacional de 17,6 a 13,7%, lo que implica que en 1970 el 1% de los brasileños ganaban más que la mitad de toda la población (J. C. Duarte, Aspectos de la distribución de la renta en Brasil de 1970).

Un hecho que explica el nivel de concentración de la renta es la rebaja brutal del poder adquisitivo de la clase obrera. Entre 1961 y 1970 el decrecimiento salarial fue de 38,3%. En el mismo intervalo, el crecimiento del pro­ducto real per cápita fue de 25,6% (IBGE, Anuario es-dístico del Brasil). Por tanto, para realizar el llamado «mi­lagro brasileño», el gobierno regimentó el salario míni­mo, transfiriendo a los grupos privilegiados parte de la renta que correspondía a las clases asalariadas.

Los defensores del sistema refutan argumentando que la «torta primero tiene que crecer para después ser di­vidida», que la concentración de la renta tiene, entre otras explicaciones, la necesidad de la creación de un mercado donde puedan venderse los bienes producidos por las empresas extranjeras, las que, al implantarse en el país con una tecnología superior, requieren de un patrón de consumo adecuado.

En realidad, la tecnología moderna supone una so­ciedad de consumidores formada de ricos; en consecuen­cia, tiene una estructura de producción que condiciona inevitablemente la renta y el consumo. La industrializa­ción se torna de ese modo en un instrumento al servicio, de la producción de bienes capaces de satisfacer caprichos de un consumo cada vez más refinado, dejando de lado las verdaderas necesidades del pueblo.

Todavía dos explicaciones más. Para atender a la im­portación de equipos industriales, necesarios para la pro­ducción de aquellos bienes, el país ha incrementado su deuda externa de una manera realmente alarmante, en la actualidad superior a la suma de diez billones de dólares. De otra parte, la economía brasileña desperdicia recursos

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que podrían ser de gran provecho para el desarrollo del país en general.

La concentración de la renta tiende, por tanto, a aumentar cada vez más la estructura de poder que la hace posible. En el proceso de empobrecimiento del pueblo, para aumentar la fortuna de los ricos, la concentración de la renta es la demostración más clara de la opresión y la injusticia impuesta por el régimen de propiedad pri­vada de los medios de producción, eje del actual sistema brasileño.

El gobierno también contribuye a la concentración de la renta por medio del régimen impositivo. Así, por ejemplo, el impuesto municipal tiene una clara discrimi­nación en favor de los ricos; mientras al consumir en un restaurante de lujo sólo se paga del 6 al 10%, al com­prar un kilo de lentejas o de harina se paga hasta el 17%. Existe concentración de la renta a nivel regional, haciendo que los estados productores como Sao Paulo se beneficien con más impuestos que los estados pobres, como el nor­deste. Finalmente, el impuesto a la renta, contrariando toda apariencia, incide más fuerte sobre las personas de menor capacidad económica, gravando los salarios, mien­tras que los grandes propietarios están protegidos por dispositivos legales que estimulan la reinversión y la capitalización de las empresas, disminuyéndoles los im­puestos (CON).

Injustas minorías

Imaginad un país que, disponiendo de 3.800.000 pro­piedades, con un total de 400.000.000 de hectáreas, tiene casi la mitad de esta extensión, exactamente 180.000.000 de hectáreas, en manos de un 1% de propietarios... Imaginad además que de las anteriores 3.800.000 propie­dades, más de 2.500.000 son pequeñas propiedades, eco­nómicamente insostenibles, presa fácil y atrayente para grandes propietarios...

C7

Decidme: un país así —típico de la situación la­tinoamericana—, ¿reclama o no un cambio de estructura agraria?

Imaginad un país cuyo gobierno se empeñe en mul­tiplicar las unidades escolares primarias y que se esfuerce en responder a las necesidades de la enseñanza media y superior, pero en el que el 88% de los niños abandonan la enseñanza primaria en el cuarto curso a pesar de la utopía de la enseñanza primaria obligatoria... Suponed que en ese país el contingente de alumnos asistentes a escuelas superiores quede reducido apenas a un 1% de los que tenían derecho a frecuentarlas... Decidme: un país así —típico de la situación latinoamericana—, ¿tiene o no tiene necesidad de cambiar sus estructuras económi­co-sociales y político-culturales ?

Los juristas rendirían un notable servicio a la huma­nidad si llegasen a una feliz formulación de nuevas es­tructuras válidas tanto para uno como para otro mundo.

Que los juristas del mundo desarrollado, que se ex­trañan de que se incluya a los países desarrollados entre los que precisan de un cambio de estructuras, intenten aprender la lección profunda de la encíclica Populorum progressio: para lograr el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres, tan importante como el esfuerzo para el desarrollo integral del hombre es la unión de todos para alcanzar el desarrollo solidario de la humanidad (PT).

Iglesia j justicia

Pablo vi respondió al llamamiento del concilio con la creación de la «Comisión pontificia para la justicia y la paz».

Es evidente que esto era una actitud sintomática, porque si la injusticia no estuviera aumentando de vo­lumen, la creación de este cuerpo no habría estado jus­tificada.

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Por sí misma, la acción era valiente, ya que podía provocar fácilmente muchas dudas y numerosas acusa­ciones contra la iglesia. Sería fácil afirmar que la iglesia estaba actuando fuera de su propio terreno. Si sólo hu­biera ofrecido ayuda, la acción de la iglesia hubiera sido bienvenida; pero al empezar a contestar a la injusticia, inmediatamente surgen las demandas de que la iglesia no debe salir de la sacristía, que debe cuidarse de sus ac­tos de culto y sólo de éstos, que debe «evangelizar» con la predicación cristiana, que debe mantener la paz social-

Sin embargo, la iglesia, al ser una continuación de Cristo, considera que tiene el derecho y la obligación de estar en medio de los hombres, en el corazón de los sucesos del mundo.

Naturalmente que no intenta asumir las funciones de un supergobierno o de una supertecnología. Lo único que desea es servir y, si es necesario, prestar su voz a aquellos que no la tienen... ¿Cómo podemos cerrar nues­tros oídos, nuestra conciencia ante las injusticias que des­humanizan por la miseria a más de dos tercios de la hu­manidad y hacen correr el riesgo al resto de la humanidad de deshumanizarse por su parte con el exceso de confort y el egoísmo?

En octubre de 1970 se celebró en Kyoto un congreso mundial de religiones cuyo tema fue la justicia como condición de la paz. La humilde actitud de las religiones representadas fue patente. Todas ellas se sintieron cul­pables de algún modo, deudoras a la humanidad por no haber entendido o haber hecho mejor uso de los mensajes de los que se sentían portadoras para ayudar al hombre a vencer su egoísmo y levantar un mundo más justo y más humano.

¿Qué es lo que hemos hecho con el evangelio de Cris­to? Todas las religiones, preocupadas por la necesidad de recursos financieros para llevar a cabo su labor misio­nera, beneficencia y acción social han caído presas de la maquinaría capitalista.

co

Como cristianos nos avergonzamos al ver que nues­tras denominaciones hacen inversiones en negocios, al­gunos de los cuales se dedican a la industria de las armas, y buscan casi vertiginosamente la prosperidad que se deriva de la explotación de aquellos países que sumi­nistran las materias primas.

En este momento el negocio bancario es el meollo de todo el sistema capiíalista y como cristianos ños duele ver a nuestras iglesias ligadas directamente con los ban­cos. Nos hiere oir preguntar a la juventud si nosotros somos también una empresa gigante que opera por todo el mundo.

¿Con qué remanente de autoridad moral vamos a exigir cambios de estructuras si nuestras propias institu­ciones se hallan ligadas a las viejas estructuras? ¿Cómo podemos ser lo bastante desinteresados para juzgar al capitalismo y denunciarlo por ser fundamentalmente an­ticristiano y tener por principal interés y ley más elevada el beneficio? ¿Dónde vamos a encontrar la claridad de visión suficiente para ver que nuestra religión, preocu­pada con la defensa del actual orden social y autoridad, acaba apoyando las estructuras de opresión? ¿No podemos decidirnos a poner a un lado el prestigio, la posición social, el dinero, etc., y aceptar los riesgos que Cristo dijo a sus seguidores que deberían aceptar, confiando en el Padre que alimenta a los pájaros libres y viste a los lirios del campo? (CSC).

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4. Subdesarrollo

Ayudas, no; justicia

Un día la historia hará justicia a la CEPAL que por medio de la ONU promovió este encuentro, tocando al fin lo esencial del problema; era la denuncia, serena y objetiva, de que se encuentran mal establecidas las rela­ciones entre el mundo desarrollado y el mundo subde-sarrollado. No había traba ni demagogia. No había in­gratitud ni utilitarismo. Los demás aspectos del desarrollo no quedaban olvidados. Se mostraba de modo indiscu­tible: 1) que no basta verificar que, en conjunto, el mundo desarrollado no llega a contribuir para el conjunto de todo el mundo subdesarrollado, ni siquiera con el uno por ciento del respectivo producto nacional bruto; 2) que no es todo probar que las guerras y la carrera de armamentos consumen y consumirán cifras varias veces mayores que las dedicadas al desarrollo; 3) que el pro­blema no es hacer la tentativa de subir a uno o dos por ciento la ayuda al desarrollo, pues no se trata de ayuda y sí de justicia a escala mundial.

El mundo se asustó cuando Raúl Presbich demostró que, en los últimos diez años, América latina fue desan­grada en más de trece billones de dólares. La historia

/Cí

registrará el egoísmo igualmente lamentable de la Unión Soviética y Estados Unidos quienes no estuvieron a la altura de la denuncia gravísima e intentaron destruirla. Sin embargo, es más grave y más urgente poner término a esta injusticia —yo repito a escala mundial— que des­truir los depósitos de las bombas nucleares (CEPAL).

Si el auténtico desarrollo supone el desarrollo «de todo el hombre y de todos los hombres», en rigor, no hay ningún país en el mundo verdaderamente desarrollado.

Pero aún se puede deducir otra conclusión mucho más importante y mucho más grave, conclusión que debemos señalar por sus consecuencias trágicas: Acercaos más al mundo de las injusticias en los países subdesarrollados, en los países desarrollados, en las relaciones entre el mun­do desarrollado y el mundo subdesarrollado. Veréis que en todas partes las injusticias son una violencia. Y se puede decir, debemos decir, que la injusticia es la primera de todas las violencias, la violencia número uno (EV).

Demografía y subdesarrollo

Para un matrimonio desarrollado, un hijo representa gastos desde el período prenupcial. Cuando parece que llega el hijo, se hacen exámenes para la comprobación de la gravidez. Luego, los ginecólogos se encargan del cuidado de la madre grávida, a quien se somete a trata­mientos especiales con el fin de evitarle las varices y otras enfermedades que surgen con el embarazo. El alumbra­miento tiene lugar en un sanatorio, donde los pediatras prescriben la alimentación apropiada para el bebé. Luego vienen los juguetes, las ropitas, la nursery y el jardín de infancia. Por fin, el colegio particular, que es de día en día más caro, y la universidad. Para una pareja desarro­llada, un hijo pesa, sin duda, en el presupuesto familiar.

Para el subdesarrollado, en cambio, la llegada de un hijo no pesa mayormente. Un poco más de dificultades.

No hay, ni puede haber, examen prenupcial, ni verifica­ciones de embarazo, ni atenciones especiales por parte de los ginecólogos, ni sanatorio, ni pediatras, ni alimen­tación adecuada,, ni juguetes, ni ropas, ni nursery, ni jardines de infancia, ni colegio particular, ni universidad... Sólo algún mendrugo por aquí o por allá.

El hijo del subdesarrollado empieza a trabajar ense­guida y trabaja hasta que se casa. Después del casamiento, la nuera que viene es una azada más con la que contar. En el nordeste subdesarrollado un hijo es saludado con cohetes (RP).

Stiperconfort j miseria

En Latinoamérica hay una tentación de radicalismo y de violencia, siendo evidente la imposibilidad práctica de pasar de la espiral del subdesarrollo a la del desarrollo. Esta tentación es grave, sobre todo, porque sabemos que el super-confort de los satisfechos se paga con la miseria de las masas, cada vez más numerosas. Esta tentación es todavía más grave, porque se ve a algunos poderosos de entre nosotros que, para salvaguardar su propio pres­tigio y sus riquezas, se hacen aliados e incluso colabo­radores y lugartenientes de los que nos explotan.

De la misma manera que hay treinta millones de nor­teamericanos en una situación indigna de la condición humana, hay, y vosotros lo sabéis mejor que nadie, un Canadá pobre dentro de un Canadá rico.

No pienso solamente en el norte del Canadá, ese Ama­zonas rielado, desafío para la tecnología del mañana. Pienso en el Canadá que siente la excesiva presencia de un vecino demasiado poderoso: en el Canadá que sufre las consecuencias de cierto colonialismo interno... y, evidentemente, problemas de esta envergadura crean un clima que, hoy o mañana, lleva o llevará al radicalismo y a la violencia.

lis preciso que en el mundo desarrollado la proble­mática de relaciones entre los países de la abundancia y los países de miseria llegue a sufrir un profundo cam­bio de óptica, de tal manera que el hombre medio, el hombre de la calle, llegue a comprender que no basta al Canadá (y a todo el mundo desarrollado) dar un 1 % de su producto nacional bruto a Latinoamérica (y para todo el mundo subdesarrollado). La cuestión no está en hacer subir este porcentaje, sino en revisar seriamente la polí­tica internacional del comercio, de la industria, de la agri­cultura, de las finanzas, de la mano de obra..., la cuestión está en llegar a una nueva jerarquía de valores a una re­volución del hombre (PT).

Estimular el desarrollo

Honor sea dado al concilio Vaticano n que, al abrir un amplio campo para el desarrollo —que Juan xxm ya considera en la Pacem in terris el mayor problema social de nuestros tiempos— tuvo ojos para lo que pasó en Gi­nebra y apoyo pleno a la tesis de la CEPAL diciendo lo siguiente en la constitución pastoral sobre la presencia de la iglesia en el mundo:

Es función de la comunidad internacional compaginar y es­timular el desarrollo, de tal manera que de los recursos des­tinados a ello se disponga eficaz y equitativamente. A esta comunidad internacional pertenece también, respetando siempre el principio de subsidiaridad, ordenar en todo el mundo los procesos económicos a fin de que se desplie­guen conforme a la justicia. Deben crearse instituciones que promuevan y ordenen los asuntos internacionales, sobre todo con las naciones menos evolucionadas, a fin de compensar los defectos que provie­nen de la excesiva desigualdad de potencial nacional. Este ordenamiento debe proporcionar recursos a las naciones en vías de desarrollo, a la par que la asistencia técnica, cultural y monetaria requerida, para que puedan desenvolver ade­cuadamente sus economías (Gaudium et spes, n. 86).

/• A

A primera vista puede parecer absurdo y hasta ridí­culo elaborar una idea cierta y justa que se sobreponga a los intereses económicos más fuertes que los estados más poderosos. Pero la historia está llena de ejemplos de ideas que lograron superar intereses que parecían insu­perables. En el plano nacional basta recordar la abolición de la esclavitud promovida por jóvenes como Castro Alves, Rui Barbosa, Joaquín Nabuco. En el plano inter­nacional basta con registrar las conquistas de los trabaja­dores.

Hay razones que hacen inaplazable que don Quijote salga de nuevo a escena. Sólo los ingenuos y su imagina­ción creadora tienen todavía el quijotismo como sinónimo de idealismo sin consecuencias prácticas. Son las ideas las que rigen el mundo. Se hace inaplazable una campaña mundial de la abolición de la esclavitud que complete la independencia política de los pueblos con la indispensable independencia económica, no sólo de algunos grupos o de algunas regiones sino del hombre entero y de todos los hombres.

Improrrogable, porque no es exageración decir que está en juego la paz del mundo. La juventud, especial­mente, está perdiendo la paciencia orientándose hacia resoluciones desesperadas de violencia y de «radicalismo». Es urgente demostrar que tienen validez los procesos democráticos. Es indispensable hacer la tentativa de un esfuerzo máximo para salvar, internamente, a los países de las poco gloriosas e inhumanas luchas civiles y librar a la humanidad del conflicto mundial cuyas consecuencias nadie puede prever (CEPAL).

Feudalismo económico

La evolución económica del Brasil se da a través de dos épocas de prosperidad y concentradas en diferentes áreas, lo que produjo, en el caso del nordeste, por ejem-

pío, que pasado el período de auge azucarero, quedase prácticamente al margen del desarrollo nacional.

Luego vino la minería y después el ciclo del café, produciendo nuevas relaciones de trabajo y, por lo mis­mo, una nueva distribución de la renta per cápita, situa­ción que hizo surgir en Sao Paulo una estructura de mer­cado, base del desarrollo industrial del centro sur.

A lo largo de ese proceso económico, el nordeste ha permanecido fuera del alcance de las transformaciones económicas, mientras en el país se formó un complejo económico en el que convivían la economía de explota­ción al lado de la economía de subsistencia, cuya impor­tancia se fue extendiendo gracias a la expansión del des­arrollo pecuario.

Frente al desarrollo brasileño, la economía del nor­deste siguió el esquema de la economía colonial, fundada básicamente en la propiedad de tipo feudal. El latifundio, unidad de producción y trabajo, fue la base del poder económico y político.

Posteriormente, la coyuntura favorable en el comercio internacional y las posibilidades de expansión de la eco­nomía de subsistencia, con la incorporación de nuevas áreas de cultivo, le dio a la economía una apariencia de normalidad.

En el último cuarto de siglo, mientras la densidad demográfica se elevaba en función de la economía de sub­sistencia, la región fue apremiada por grandes sequías, cuyos efectos pusieron al descubierto la debilidad de la economía regional y subrayaron su atraso frente a la eco­nomía del centro sur, en plena expansión con la produc­ción del café.

Desde entonces, el nordeste pasó a ser una región problema, dando lugar a un plan especial del gobierno central, conocido con el nombre de «Combate a los efec­tos de la sequía». Sin embargo, la discontinuidad en la ejecución de dichos planes, sumado al carácter asistencia-

lista de esa política, redujeron su real efectividad de ser una auténtica respuesta al subdesarrollo de la región.

Nuestra economía se caracteriza por la pujanza social de pequeñas minorías, las que tienen acceso a elevados patrones de consumo y transfieren su poder a otras re­giones para lograr mayor lucro. Más aún,-esas minorías se aprovechan de la política federal establecida para la re­gión. Así los que controlan la producción de bienes eco­

nómicamente importantes para el nordeste, como el azú­car, agitan la bandera de la pobreza de la región y consi­guen del gobierno privilegios y regalías que nunca se convierten en beneficio para el pueblo. De esta manera el control de los órganos federales por las oligarquías de la región produjo el fenómeno anacrónico que se ha dado en llamar la «industria de las sequías».

Durante la época de la colonización fuimos sometidos a una cultura de dependencia, presentándose dicha cul­tura bajo la capa de una exigencia fatal. El concepto de un mundo dividido entre dominador y dominado, propio del Brasil-Colombia, penetró en todos los estratos de nuestra sociedad, revelándose de gran utilidad para el mantenimiento del sistema de poder impuesto por nues­tras élites a las clases dominadas.

De esta visión del mundo nació el «proteccionismo» generoso de quien mira desde arriba a las «clases inferio­res», como si fuese necesario que existan injusticias para que ejerzan su generosidad.

El paternalismo y el asistencialismo, reflejos de aque­lla cultura dominante, se convirtieron en instrumentos de mediatización del pueblo en decisiones que afectan a su existencia, o lo que es lo mismo, sirvieron a maravilla para imponer la dependencia y la marginación (CON).

Todos nosotros, obispos de los cinco continentes, podríamos de una forma coordinada y en un mismo es­píritu, tratar de promover el diálogo entre el mundo des­arrollado y el mundo subdesarrollado.

Todos, en perfecta sincronización, deberíamos tratar de despertar a los ricos, no para dar limosnas, sino para la práctica de la justicia social... (PT).

El camino del desarrollo

Retomando la historia recordamos que hace veinte años se presentó un fenómeno que pareció de gran alien­to para todos. Al finalizar la década del 50, el nordeste experimentó una situación económica, social y política muy delicada.

La región fue azotada por dos grandes temporadas de sequía (1951-1952 y 1958), cuyas repercusiones en la vida nordestina pusieron en evidencia la precariedad de la política federal en el área y reforzaron la convicción de que el nordeste es una región marginada del proceso de desarrollo nacional.

La industrialización, objetivo al que el país se lanzó a partir de 1930, se intensificó rápidamente concentrándose ante todo en el centro sur. De otra parte, las injusticias sociales, producto de estructuras económicas absolutas, de manera especial en el campo, engendraron tensiones políticas inéditas entre las ligas agrarias. La insatisfacción popular fue tan grande que manifestó su descontento en las elecciones estaduales de 1958.

En el debate acerca de los problemas de la región, la iglesia del nordeste participó activamente, a través de dos documentos episcopales, —en Campiña Grande (1956) y en Natal (1959)—, y fue concebido un proyecto social que pudo abrir camino al desarrollo y a la promoción de la justicia social. Bajo la presión creciente de sus lí­deres y grupos de influencia, a los que se unieron otras fuerzas de la nación, el gobierno se vio obligado a enca­rar con seriedad el problema del nordeste.

En diciembre de -1959 se creó la Superintendencia del desarrollo del nordeste — SUDENE— con la responsa-

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bilidad de ejecutar un proyecto de desarrollo regional en el nordeste.

Creada la SUDENE, la política gubernamental de res­puesta al nordeste partió del supuesto de que el problema del desarrollo brasileño residía en el subdesarrollo del nordeste. Que ese problema trascendía el terreno eco­nómico para convertirse en grave problema político, po­niendo en riesgo la misma unidad nacional. Que el Brasil no podía seguir dividido en dos regiones: unas prósperas, el centro sur, y otra que se debatía en la miseria, azotada por las sequías. Que el problema sólo se resolvería si se llegan a suprimir estas desigualdades en el ritmo de des­arrollo entre ambas regiones del país y se logra para el nordeste una tasa de crecimiento similar o superior al resto del Brasil, meta acariciada por el gobierno federal del nordeste.

Pata alcanzar ese objetivo, la SUDENE adoptó un plan de desarrollo que se fundamentó en dos líneas cen­trales: intensificación de las inversiones industriales en la región, contando para ello con los recursos y estímulos es­peciales del gobierno federal, y transformación conco­mitante de la agricultura nordestina, en base a amplios programas de reforma agraria y colonización.

...Transcurridos diez años desde la creación de la SUDENE, cabe preguntar ahora cuál ha sido el resultado obtenido por «Autarquía», institución estatal a la que se atribuyó un papel decisivo en la lucha contra el sub­desarrollo regional; asimismo sería importante indagar acerca de las razones que influyeron en la alteración de su política de desarrollo.

La SUDENE, no obstante el trabajo que ha realizado en favor de la economía regional, por la lógica interna del sistema al que está ligada, es víctima actualmente de un proceso de «vaciamiento» que le va arrebatando las ca­racterísticas y misión para la que fue creada... De otro lado, la disminución creciente de los recursos acordados a la SUDENE, la convierte en una institución inoperante

pañi ejecutar su política de desarrollo. En efecto, mientras cu 1967 representaban aquellos recursos el 1,4% del fondo federal, en 1972 apenas correspondían al 0,4% (Anuario estadístico del Brasil y SUDENE)... En 1971, más del 20°/o de los recursos fueron retirados para dedi­carlos a PROTERA. El resultado final es que ahora la región apenas recibe una parte de los recursos del 34 y 18, siendo así que en un principio fueron íntegramente des­tinados al desarrollo del nordeste. La creciente disminu­ción de los recursos constituye de por sí una clara indi­cación de que entre las prioridades trazadas por el gobier­no, el desarrollo del nordeste tiene muy poca importancia.

El proyecto de desarrollo regional abrió perspectivas para la incorporación del nordeste al proceso de desarrollo brasileño... Durante un corto período de los años 60 las tasas de crecimiento económico alcanzaron Índices supe­riores a la media de orden nacional. Así, en el período de 1963-1967, el crecimiento del nordeste fue de 6,4% sien­do el del Brasil en general tan sólo de 3,4%... Pero, en el trienio que se inicia en 1970, las tasas de crecimiento anual para el nordeste se sitúan en la mitad de lo que alcanza el país en general (nordeste 5,2%, y Brasil 10,4%). Tal hecho significa que la tendencia actual es de dis-tanciamiento y profundización de las diferencias exis­tentes entre el desarrollo del nordeste y el de centro sur de Brasil.

La planificación, el liderazgo asumido por el sector público en su lucha contra el subdesarrollo y el sentido reformista de la política adoptada —elementos subya­centes en la respuesta dada al desafío nordestino— deno­taban la concepción de un proyecto recibido entonces por amplios sectores de la nación como un signo de reali­zación de la justicia social.

En realidad, se trataba de una respuesta frente a un estilo de promover el desarrollo, en cuya fase decisiva se presentaban dos alternativas: o se implantaba el socialis­mo o se afirmaba el capitalismo nacional autónomo como

productor del proceso. Entre tanto, se produjo la pene­tración de capitales extranjeros, de manera especial en el último quinquenio de los años 50, lo que apartó toda posi­bilidad de adoptar una de esas alternativas. Tras la crisis de los primeros años de 1960, comenzaron a prevalecer los intereses del capital extranjero, a los cuales se habían asociado sectores de la vida nacional configurando con su participación el sistema característico del capital aso­ciado y dependiente.

La peor consecuencia de esa opción por el capitalismo reside en el cambio de objetivo que se produce en torno al desarrollo nacional, el cual, al convertirse en una ope­ración de los capitales extranjeros en el territorio nacio­nal, no se define ya como algo que interesa a la sociedad brasileña, sino como una actividad en función de los in­tereses de empresas extranjeras y de sus asociaciones nacionales. Así se explica que se haya sacrificado una de las prioridades fundamentales de la política nacional de desarrollo, cual es la desaparición de las desigualdades regionales.

Además, la nueva política exigirá una revisión profun­da de todas las instituciones económicas, sociales y polí­ticas, a fin de someterlas a las conveniencias de la expan­sión del capital supranacional en nuestro país (CON).

5. Concienciación

Llegar a ser pueblo

...Me parece que nuestra responsabilidad es la de ayu­dar a las masas a llegar a ser pueblo, de ayudar al pueblo a prepararse para el desarrollo.

Cuando hablo de desarrollo no me limito a pensar en el desarrollo económico. Usted sabe todo lo que yo pongo en esta amplia expresión «desarrollo». Por lo tanto allí está la razón más íntima, más secreta, más profunda, de las dificultades que surgieron; porque, frente a la pro­blemática del nordeste subdesarrollado no hay una mis­ma manera de ver y de sentir los problemas. Me parece que mi primer deber como hombre, como cristiano, co­mo padre, como obispo es de ayudar a las personas a lo­grar un nivel humano y esto me parece muy claro. Hay, pues, todo un trabajo de concienciación del que ya le he hablado. Pero, hay un razonamiento que es el razona­miento —no le diré de todos los militares— pero sí de los militares responsables del movimiento. Ellos me ha­blan muy abierta y directamente. Me dicen: «Usted sabe, monseñor, usted es un hombre bueno. No tenemos nin­gún motivo para discutir su persona, sus ideas... ¡ah, sus ideas! Hay que ser un poco cuidadoso. Porque, por ejem-

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pío, ¡usted sabe muy bien, monseñor, que es más fácil y más rápido hacer la concienciación que la reforma...! Admitiendo que existe esa distancia entre la conciencia­ción a realizar y la reforma —y la reforma exige tiempo y recursos que nosotros no tenemos —y al mismo tiem­po usted hace la concienciación, entonces usted prepara la subversión. Usted es un poco subversivo, inclusive usted utiliza el método comunista».

Yo pienso que la concienciación se hace con nosotros, sin nosotros o contra nosotros. Hoy es imposible mantener a todo un pueblo en la ignorancia. En efecto, existe la radio, la televisión, la prensa, sobre todo la radio de transistores que llega aún donde todavía no existe la electricidad... Para el mundo de hoy no hay posibilidad de mantener al pueblo ignorante. No admitiré bajo ningún concepto que mi gente, que mi pueblo, mañana tenga la tristeza de sentir que la iglesia sabía y conocía muy bien los pro­blemas, pero calló. ¡No! De ninguna manera. Y entonces yo dije a mis amigos, sobre todo a mis amigos militares y también a algunos obispos y sacerdotes que piensan como ellos: «Algunas veces ustedes me llaman füoco-munista —lo que es un auténtico absurdo—, pero yo pienso que es exactamente lo contrario. Pienso que tengo mi manera de combatir el comunismo; la manera que me parece más válida, a saber: combatir la miseria, debatirme por el desarrollo; porque yo no amo los anti, sino el por. Yo lucho por el desarrollo y creo que la miseria es una injuria al creador, es una vergüenza. Ahora bien, si trato de vivir y hacer vivir una religión comprometida, encar­nada, entonces es el gran misterio de la encarnación de Cristo, que es nuestro maestro. Entonces verdaderamente vivimos en una iglesia encarnada, miramos el cielo y marchamos hacia la eternidad, pero estamos aquí. No deseo de ninguna manera una religión opio del pueblo, ni una religión alienada o alienante. Todo esto me parece una manera justa de hacer un antimarxismo» (ID).

Abrir los ojos

La concienciación es mucho más necesaria que ense­ñar a leer y escribir. Es preciso despertar la iniciativa, promover líderes, enseñar a trabajar en equipo, mostrar que aquello que uno solo no puede hacer, todos juntos podrán. Es preciso enseñar que no se debe esperar todo del gobierno. A ese trabajo damos el nombre de «concien­ciación». Se trata de abrir los ojos, de dar conciencia, de ayudar a servirse de su inteligencia y de su libertad, de ayudar al hombre a ser hombre. Lo curioso es que los patronos se rebelan contra la concienciación de las masas. El propio gobierno se alarma diciendo: «Ya que es más rápido y fácil concienciar que hacer las reformas estruc­turales, aquél que, sabiendo esto, conciencia las masas, es subversivo, es comunista» (UC).

Educación de base

Conforme con la experiencia realizada, y que no se puede negar, es indudable que la educación de base y la cultura popular conciencian a la criatura humana. Ya se sabe cómo ayudar a las masas para que se transformen en pueblo y cómo ayudar al pueblo a desarrollarse. La duda está en saber si la educación logra quitar el velo de los ojos de los ricos, si puede romper la coraza del egoísmo, si es capaz de remorder conciencias, si cambia la menta­lidad y lleva a las reformas de las estructuras econó­mico-sociales (UP).

Sin nosotros o contra nosotros

Si amando al prójimo me liníitara a una posición asis-tencialista, efectuando distribución de alimentos, vestidos, remedios, casas, etc., sería tenido por una criatura extraor-

diñaría, por un santo. Pero en el momento en que ad­vierto que existe en nuestro continente, un colonialismo interno (latinoamericanos cuya riqueza se basa en la mi­seria de millones de otros latinoamericanos, mantenidos en condiciones infrahumanas) y que es indispensable lu­char por la promoción humana de estos hermanos, a quienes un subtrabajo sólo permite una vida miserable, entonces empiezo a ser considerado subversivo y comu­nista.

Entre los que me acusan de comunista, rojo y subver­sivo, algunos deben hacerlo por broma o malicia. Pero otros deben creerlo de buena fe y hasta llegan a rezar por mi conversión. Tuve curiosidad por ir al fondo de esta acusación absurda. Un general me explicó: «Cuando pre­tende ayudar a las masas a transformarse en pueblo, usted, monseñor, afirma que no basta la mera alfabeti­zación y quiere llegar a la concienciación (abriendo los ojos, despertando la conciencia, alentando la iniciativa, enseñando a trabajar en equipo y a no esperar todo del gobierno). Y de ese modo usted despierta una fuerza que, mañana, será incapaz de controlar. Es más fácil y más rápido concienciar que realizar las reformas de estructu­ras. Por eso, si usted sigue concienciando a las masas, es subversivo. Y como provoca el enfrentamiento de una clase con otra, si no es comunista, igualmente les hace el juego a los comunistas».

La respuesta parece fácil: con nosotros, sin nosotros o contra nosotros las masas abrirán los ojos. Pero ¡ay del cristiano, si mañana comprobaran esas masas que la religión, miedosa ante los gobiernos y poderosos de este mundo, les había abandonado!

Es fácil comprobar que nunca sigo a los comunistas, Pero mi modo de combatirlos es luchando y haciendo luchar para vencer la miseria. Mi modo de combatir el marxismo es presentar una religión que no tenga nada de opio para el pueblo; que, en lugar de alienada y alie­nante, tiene que encarnarse en Cristo y que, sin olvidar

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la trascendencia de la fe, se ocupe también de los proble­mas humanos (M).

Promocionar al hombre

Vivimos en la capital del nordeste subdesarrollado. En otras regiones subdesarrolladas, como el norte, el Amazonas, el oeste o toda América latina, hay millones de personas que viven en una situación que podríamos cali­ficar de inhumana. Me parece que mi primer deber, como hombre y como cristiano, es ayudar a esas criaturas de Dios promocionándolas humanamente.

¿Por qué hablo de promoción humana? Sin demago­gia, objetiva y realmente puede demostrarse que las casas por ellos habitadas no merecen el nombre de «casa»; viven en chabolas, en cuevas inhumanas. Su alimentación no satisface la más mínima exigencia de la existencia humana: llevan una existencia de hambre. Estos pobres no tienen los vestidos necesarios, carecen de la más mínima posibilidad de educación, de trabajo; les falta por completo la esperanza y la visión del futuro. Todo esto nos lleva a la convicción de que esas personas viven en realidad al margen de la vida económica, social, polí­tica y cultural. Todo hombre desea y tiene el deber de promocionar humanamente a esas criaturas, a esos hijos de Dios. Cuando uno ha nacido en la miseria, cuando los padres y abuelos han vivido ya en esa situación infrahu­mana, se corre el grave riesgo de entregarse al fatalismo.

Socialmente ésa es la gran tarea de mi vida: elevar a esos hombres. Hay que despertar la iniciativa. El pesi­mismo y el desánimo han de ser superados. El gobierno debe tomar parte naturalmente en esta tarea, pero no sería razonable esperar que él lo hiciese todo. Hay que demos­trar que lo que uno solo no puede hacer, lo puede la co­munidad; hay que demostrar que podemos y debemos comenzar de nuevo.

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Hemos de aprender a trabajar y a plantearnos los pro­blemas comunitariamente. Esa es la labor que la «Opera­ción esperanza» está llevando a cabo en 15 regiones.

Por desgracia, la experiencia nos muestra que junto a aquellos que son capaces de un movimiento humano, hay un 20% que, por tradición, incapacidad espiritual o salud débil, son incapaces de dar el paso más diminuto hacia un desarrollo humano. Sobre nuestros hombros hemos de llevar a esas personas. Yo los llamo los heridos de la guerra. Debemos soportarlos, en cuanto sea posible, sin perjuicio de nuestra tarea y en interés del desarrollo. Para ellos hemos levantado el «Banco de la Providencia». No podemos citar muchas obras, acciones o números, porque nuestro trabajo es una labor de corazón a corazón, de hombre a hombre. Lo primero es hacerles conscien­tes de la realidad y de su dignidad de personas humanas. Estamos todavía al comienzo de nuestro trabajo, pero sabemos que podemos y debemos terminarlo (RN-V).

Actitud liberadora

Las masas oprimidas de obreros, campesinos y nume­rosos subempleados toman conciencia de esta situación (de injusticia y opresión) y asumen progresivamente una nueva actitud liberadora. La clase dominada no tiene otra salida para liberarse sino a través de una larga y difí­cil caminata, ya en curso, en favor de la propiedad social de los medios de producción.

Este es el fundamento principal del gigantesco pro­yecto histórico para la transformación global de la actual sociedad en una sociedad nueva, donde sea posible crear las condiciones objetivas para que los oprimidos recupe­ren su dignidad humana y pisoteada, echen por tierra los grillos de sus sufrimientos, venzan el antagonismo de clases y consigan, por fin, la libertad.

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El evangelio nos llama a todos los cristianos y hom­bres de buena voluntad a un verdadero compromiso con esta corriente profética (CON).

La promoción de los pobres

Corresponde, pues, ante todo a los pueblos pobres y a los pobres de los pueblos, realizar por sí mismos su propia promoción. Que recobren la confianza en si mis­mos, que se instruyan, saliendo del analfabetismo, que trabajen y luchen con tenacidad para construir su propio destino, que aprendan a cultivarse utilizando todos los medios que la sociedad moderna pone a su disposición: escuela, medios audiovisuales, periódicos; que sepan es­cuchar a todos aquellos que pueden despertar y formar la conciencia de las masas, y sepan entender, sobre todo, la palabra de sus pastores.

Si los obreros no llegan a ser de alguna manera pro­pietarios de su trabajo, todas las reformas estructurales seguirán siendo por completo ineficaces... Porque, lo que pretenden es ser propietarios, y no vendedores, de su trabajo. Hoy, los obreros van adquiriendo cada vez mayor conciencia de que el trabajo es parte de la persona humana. Y la persona humana no puede ser vendida ni venderse.

Los trabajadores tienen el derecho y el deber de unirse en auténticos sindicatos obreros, a fin de exigir y defender sus derechos: salario justo, horarios y vacaciones razo­nables, seguridad social, alojamientos familiares, parti­cipación en la gestión de la empresa... Los gobiernos no deben cejar en el empeño de liquidar esa lucha de clases que, contrariamente a lo que de ordinario se afirma, son los ricos los que habitualmente han desencadenado y con­tinúan manteniendo contra los trabajadores, explotándolos con sus salarios insuficientes y sometiéndolos a unas con­diciones de trabajo sencillamente inhumanas (SD).

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Educación liberadora

Los padres no desean más que el bien de sus hijos; la escuela dice basarse en la vida y para la vida; la iglesia se las da de enseñar la paternidad de Dios y la fraternidad de los hermanos, pero el balance de tantos esfuerzos edu­cativos ahí está: el 20% de la humanidad monopoliza más del 80% del total de recursos; consiguientemente más del 80% de la humanidad tiene que apañárselas para vivir con menos del 20% de los recursos de la tierra.

No se trata de temerle al progreso, sean cuales fueren sus manifestaciones, por audaces que puedan parecer: el hombre está apenas comenzando a realizar aquello para lo que ha sido creado, y a poner en práctica aquel mandato de su padre y señor de dominar la naturaleza y completar la creación. Tampoco se trata de negar todo lo positivo, magnífico y grandioso que el hombre como co-creador está comenzando a hacer. Pero cuando uno parte de esta afirmación: «La verdad os hará libres», comprueba que en buena parte la educación está fuera de la verdad, ya que no consigue liberar. Es urgente y vital unirnos todos para promover una educación liberadora. Es la misión más grande que espera al hombre de hoy y la causa que deberá proporcionar una razón de vivir a las minorías abrahámicas.

Salvo error en contra, la educación liberadora deberá partir de un cierto número de axiomas:

— todos y cada uno de los hombres son responsables por sus acciones y omisiones del destino de toda la humanidad;

— para las religiones judeo-cristianas, la verdad úl­tima y fundamental está en aquella afirmación de la Biblia: Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza;

— el individualismo engendra el egoísmo, raíz últi­ma de todos los males;

— urge conjugar simultáneamente el verbo «tener» y el verbo «ser», que lejos de excluirse, se complementan y no saben pasar el uno sin el otro;

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— el mal no está en tener. Concretamente el temerle a lo que la imaginación creadora del hombre está llevan­do a cabo hoy, y anuncia ya para mañana o pasado ma­ñana, no sería más que un mantenimiento de la esclavitud y como tal una negación manifiesta de la verdad. Lo que hace falta es que el progreso, en vez de redundar en provecho de unos grupos cada día más reducidos, sea puesto al servicio de toda la humanidad;

— la miseria deshumaniza; pero también el exceso de confort hace al hombre inhumano;

— la guerra está haciéndose cada día más absurda. Y ya no sabe a exageración alguna el decir que podría acabar por ser el suicidio colectivo de la humanidad. Pero a las guerras nuclear y química en que todos estamos pensando, hay que añadirles la de la miseria: la más sangrienta, la más traidora y la más vergonzosa de todas las guerras (DF).

A. los privilegiados

Es necesario un notable e inteligente esfuerzo de con-cienciación de las masas marginadas —tanto en los países desarrollados como en los países subdesarrollados— para prepararles a arrancarse de la situación infrahumana en que se encuentran, para prepararles también a que no se instalen en la vida, a que no se aburguesen, a que no caigan en el egoísmo que hoy condenan porque están sufriendo sus consecuencias.

Al mismo tiempo es necesario lanzarse a un notable e inteligente esfuerzo por concienciar a los privilegiados tanto de los países de la abundancia, por las zonas de pobreza que mantienen y el neocolonialismo que cons­ciente o inconscientemente sostienen, como también de los países subdesarrollados, donde son los promotores y pilares de un colonialismo interior. La concienciación de los privilegiados es en extremo difícil. Supone un cú-

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mulo de virtudes en quien quiere consagrarse a ella: verdad en la caridad, fuerza en la dulzura, decisión y fir­meza sin faltar al amor (DF).

Subrayo que no basta entregarse a prolongadas cam­pañas de alfabetización. Hay que procurar darle al hom­bre lo que podríamos llamar una «educación de base», o sea, asegurar a la criatura humana un fundamento para que realice su vocación de hombre en la vida, in­cluso en el sentido amplio de humanidad redimida por Dios.

La predicación en cuanto evangelización no es sola­mente completar el anuncio hablado de Cristo, sino ayu­dar a los hombres a salir de su situación infrahumana para que lleguen a un nivel más digno de los hijos de Dios. Si ésos hombres permanecen en la miseria es muy fácil comprender esa mezcla de cristianismo con ritmos bárbaros, de cristianismo con fatalismo. En consecuencia, debemos trabajar para que la criatura humana supere la miseria (PP).

No le tengas miedo a la verdad porque por dura que pueda parecerte y por hondo que te hiera, sigue siendo auténtica. Naciste para ella. Sal a su encuentro, dialoga con ella, ámala, que no hay mejor amiga, ni mejor hermana (DF).

Poder esclavizante

Es claro que los detentadores del poder esclavizante, igual que el faraón, no admiten ni reconocen la existen­cia de los valores en la lucha del pueblo. No quieren ver

la presencia de Dios en la energía latente de los pobres. Entretanto, para los opresores que echan mano de la represión en cualquier momento, Dios es instrumenta-lizado en sus argumentos ideológicos y puesto al servicio del «orden establecido», porque esto les conviene.

Las autoridades y los privilegiados se imaginan que sin la presencia de «agitadores», los oprimidos seguirían con los ojos cerrados en actitud pasiva, sin reaccionar.

Allí donde las masas de oprimidos tienen una cierta posibilidad de acción directa, se comprometen en agita­ciones más o menos profundas, agudas y prolonga­das (EV).

La conciencia de los pueblos

En estos momentos en que los pueblos y razas pobres toman conciencia de sí mismos y de la explotación de que aún son víctimas, este mensaje busca infundir valor a todos aquellos que sufren y luchan por la justicia, con­dición indispensable para la paz.

También en algunas naciones desarrolladas, algunas clases sociales, algunas razas o algunos pueblos no han conseguido todavía el derecho a una vida verdadera­mente humana.

Una influencia irresistible trabaja en estos pueblos pobres para lograr su promoción, para obtener la libe­ración de todas las formas de opresión. Si la mayoría de las naciones consiguieron conquistar la libertad po­lítica, son pocos aún los pueblos económicamente libres. Pocos son, igualmente, aquellos que alcanzaron la igual­dad social, condición indispensable para lograr una ver­dadera fraternidad, porque la paz no puede existir sin justicia. Los pueblos del tercer mundo forman el prole­tariado en su propia existencia por aquellos que, por ser los más fuertes, se atribuyen el derecho de ser los jueces y los policías de los pueblos materialmente menos ricos. Ahora bien, nuestros pueblos no son menos inteligentes ni menos justos que los .grandes de este mundo (CON).

6. Capitalismo y socialismo

Capitalismo liberal

Tengamos el valor y la objetividad de reconocer que errores existen de los dos lados:

— El capitalismo liberal, como señala la Populorum progressio, tiene también raíces materialistas y es respon­sable directo de la dictadura internacional del poderío económico.

— ¿Por qué no habremos de estimular los esfuerzos de pensadores comunistas que, con pretexto de no con­siderar el marxismo como filosofía, como sistema intan­gible, se, rebelan contra catecismos como el de Stalin, se rebelan contra un marxismo dogmático, monolítico, y condenan todas las atrocidades cometidas contra pueblos que pretendían tener fisonomía propia y ver respetada la propia autodeterminación...?

— ¿Por qué no reconocer que no hay un tipo único de socialismo y pleitear para los cristianos la liberación del término «socialismo» desde que no está ligado, nece­sariamente, a materialismo, y lejos de significar régimen que dañe a la persona humana o a la comunidad, puede significar régimen al servicio de la comunidad y del hombre?

No nos dejemos cegar por la pasión. No confundamos intereses económicos con guerras religiosas o luchas ideológicas.

En rigor, de lado a lado, ha existido egoísmo ante los profundos intereses del tercer mundo. Está vista la in­sensibilidad de la Unión Soviética, sólo comparable a la de los Estados Unidos, en la Asamblea de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. En rigor, de lado a lado, ha existido falta de respeto a la autodeterminación de los pueblos, ha habido ocupación militar, ha habido atrocidades.

¿Hasta cuándo la América latina va a aceptar la impo­sición de tener a su hermana Cuba como excomulgada? Los que se levantaron en Cuba deseaban apenas verla arrancada al subdesarrollo y la miseria. Hubo apelo inicial al Canadá y a los Estados Unidos. Quien deja a un pueblo aislado y sin salida es responsable de los desvarios a que este pueblo se vio arrastrado.

Se dice que dialogar con Cuba es exponer a América latina al peligro terrible de cubanizarse. ¿Hasta cuándo la democracia será capaz de afrontar el diálogo? ¿Cómo so­mos tan ingenuos que no nos damos cuenta de que aislar a Cuba y castigarla por el crimen de querer ejercer la au­todeterminación que, en teoría, alardeamos de respetar, y dejarla cada vez más en la órbita del imperialismo so­viético, es crear sin más, sobre todo en la juventud, el «mito Cuba», como modelo de revolución y de salida del subdesarrollo?

¿Por qué no tender entre el mundo occidental y el mundo socialista el puente de la concordia, que en Mon-treal separa el pabellón de los Estados Unidos del pabe­llón de la Rusia Soviética? (PAS).

Hacia el socialismo

El mundo marcha hacia el socialismo. En buena hora, el. marxismo deja de ser un mito, abandona posiciones dogmáticas, que eran un contrasentido histórico. El so­cialismo tiende a desligarse de una, hasta ahora indis­pensable, vinculación materialista. En este instante, nos­otros los cristianos podemos ofrecer al socialismo la mística de la fraternidad universal y de la esperanza total, incomparablemente más amplia que la mística estrecha nacida del mecanicismo histórico.

Sueño con el socialismo, pero no con el socialismo que se predica ahora, así como sueño con la integración de América latina, pues solamente de este modo sus países podrán llegar por sí solos al desarrollo (RP).

¿ Usted es socialista ?

Es verdad que lo soy. Dios creó el hombre a su ima­gen y semejanza para que fuese su co-creador y no un esclavo. ¿Cómo se puede aceptar, entonces, que la ma­yoría de los hombres sean usados y vivan como esclavos ? Yo no veo ninguna solución en el capitalismo. Pero no la veo tampoco en los ejemplos socialistas que se ofrecen en la actualidad, porque se basan en dictaduras. Sí, la experiencia marxista es asombrosa. Admito que la Unión Soviética ha tenido gran éxito cambiando sus estructuras, admito que China roja ha quemado etapas de un modo extraordinario. Pero cuando leo lo que sucede en la Unión Soviética, en la China roja, las purgas, las delaciones, los arrestos, el miedo, les encuentro un paralelo muy grande con las dictaduras de derecha y el fascismo. Cuando ob­servo la frialdad con que la Unión Soviética se comporta en relación con los países subdesarrollados —el caso de América latina es un ejemplo— descubro que es una frialdad idéntica a la de los Estados Unidos. Algún ejem-

pío de mi socialismo puedo tratar de verlo, quizá, en algunos países que están fuera de la órbita rusa o China: Tanzania, quizá Checoslovaquia antes que la destruyeran. Pero ni tampoco. Mi socialismo es un socialismo espe­cial, que respeta a la persona humana y se vuelca hacia el evangelio. Mi socialismo es justicia (SDI).

Capitalismo y miseria

¿Podrá el capitalismo dejar de considerar el lucro como motor esencial del progreso económico, la concu­rrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los bienes de producción como derecho ab­soluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondien­tes? Esos principios que parecen inherentes a la propia esencia del capitalismo, conducen a absurdos e injusticias irritantes que comprometen el desarrollo del hombre todo y de todos los hombres (y sabemos que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, como sabemos también que sin justicia no existirá desarrollo auténtico y, por lo tanto, no habrá paz).

Ved los principales frutos —frutos corrompidos— del egoísmo capitalista:

Crece en América latina (¿sucederá lo mismo en África y Asia?) el colonialismo interno. Se trata de un pequeño grupo de privilegiados de la propia Latinoamérica, cuya riqueza es mantenida a costa de la miseria de millones de conciudadanos. Latifundistas, mantienen inexplotada la mayor parte de sus abundantes tierras. Permiten que en ellas vivan y trabajen familias pobres. Mas para que no adquieran derechos son mantenidas cuidadosamente en chabolas infectas y trabajan en régimen patriarcal, sin ninguna ley que los ampare. Indiscutible situación in­frahumana. Esclavitud blanca.

Si el trabajador pretende cualquier mejora o garantía, es amenazado con la expulsión de las tierras del patriarca.

Si reincide, la casa es destruida. Si intenta defenderse, corre peligro de vida. Si fuera apaleado o asesinado, la familia no tendrá siquiera el consuelo de ver castigado el crimen, pues, en áreas subdesarrolladas, el propietario es no sólo dueño de vida y muerte, sino que acostumbra a controlar la política, la policía y la precaria justicia humana.

Jóvenes de países desarrollados de régimen capita­lista, ¿os disteis cuenta de que el régimen capitalista cría carnadas subdesarrolladas hasta en vuestros propios países desarrollados? Los Estados Unidos tuvieron el valor de reconocer ante el mundo que tienen, dentro de sus pro­pias fronteras, treinta millones de americanos en situa­ción indigna de la condición humana."

¿Qué país desarrollado de régimen capitalista no tiene carnadas subdesarrolladas que, guardadas las proporcio­nes, participan de la situación de miseria de los países subdesarrollados ?

Más triste todavía es cuando, como en el caso de los Estados Unidos a más de los problemas materiales, exis­ten, irritantes y absurdos, los prejuicios raciales. Y este es el momento exacto de inclinarnos ante la memoria del pastor Martin Luther King, que venía a participar de nuestro panel y cayó asesinado.

Sabemos que él libraba en Estados Unidos la batalla no-violenta emprendida por los negros para obtener la integración racial. Es la página más bella, más democrá­tica y más cristiana de la historia contemporánea de Es­tados Unidos. Desgraciadamente, el egoísmo de los blan­cos viene forzando a los negros a pasar a la violencia, y es de temer que el holocausto de King —que cayó como Gandhi, como Kennedy y como el propio Cristo— en­cienda todavía más el odio entre blancos y negros, odio de consecuencias imprevisibles.

Jóvenes de países desarrollados de régimen capitalis­ta, ¿estáis acompañando la actitud del capitalismo frente a los países subdesarrollados? Si tomamos el típico ejem-

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t)Io de las relaciones entre Estados Unidos y América atina, cuando se compara lo que América latina recibe

como ayuda con lo que pierde como consecuencia del deterioro de sus materias primas, cuando se compara el dinero invertido en América latina con el que vuelve a Estados Unidos (al margen de la ley, naturalmente, pues hay mil maneras de burlarla), se constata el absurdo de que es América latina quien está ayudando a Norteamé­rica. Lo mismo ocurre entre Asia y África, de un lado, y países desarrollados de otro.

...Si para el capitalismo el lucro es el motor esencial del progreso económico, ¿qué pueden los países subde-sarrollados esperar de los países capitalistas, aparte de las migajas que caigan de las mesas de los banquetes ?

Si para el capitalismo la concurrencia es la ley suprema de la economía, lo lógico es que surjan al lado de socie­dades preindustriales, sociedades altamente industrializa­das y hasta sociedades post-industriales. Si para el capi­talismo la propiedad privada encierra un derecho absolu­to y sagrado, el anticomunismo y la defensa del mundo libre, son óptimo pretexto para guerras como la del Viet-nam, que mal esconde la preocupación de mantener y expandir áreas de influencia y de prestigio político (RE).

Dos imperios

Estando en Estados Unidos hablé una vez de la dife­rencia existente entre los imperios capitalistas y socialis­tas. Allí es posible, al menos, decir la verdad, dentro del país, a los más grandes propietarios del capitalismo im­perial. He estado siete veces allí y he visitado 15 univer­sidades de Norteamérica. Allí expuse con toda libertad mis ideas. He de reconocerlo. Esto no hubiese podido ha­cerlo en Moscú, Pekín o en La Habana.

He recibido una invitación de la república socialista de Yugoslavia. A los mensajeros yugoslavos les dije que

n o

sólo aceptaba las invitaciones de aquellos países en los que pudiese hablar con toda libertad. Me respondieron que también su gobierno aceptaba una crítica y que yo tendría plena libertad.

Pero no sería totalmente sincero conmigo mismo si no dijese que, dada la actual situación de Brasil, para mí es mucho más fácil visitar los países capitalistas que los socialistas. Aún no he estado en ningún país socialista y ya me llaman comunista. ¿Qué será cuando hable en al­guna nación socialista? Con todo, me gustaría poder visitar Yugoslavia (RN-V).

Socialismo y juventud

Si el capitalismo levanta reservas tan graves y deja la impresión de contradicciones internas de las cuales no se puede librar, tiene el mérito de permitir que la ju­ventud ligada a sus áreas de influencia esté aquí y parti­cipe, con entera libertad, de las críticas severas que ha­cemos del régimen capitalista.

Sin embargo, están casi del todo ausentes los jóvenes de áreas desarrolladas de régimen socialista. ¿Cuál es la razón de esta ausencia, de esta falta de diálogo? ¿Se trata de la demostración viva de la persistencia del preconcepto antirreligioso de la parte del socialismo o la culpa, en gran parte también, es nuestra por habernos solidarizado de más con la mentalidad capitalista y no estar debida­mente abiertos a un diálogo con el socialismo?

Teóricamente, el marxismo se define como humanis­mo y hasta como el humanismo científico. Teóricamente, el socialismo se basa en valores profundamente humanos: la paz, la solidaridad y fraternidad entre los hombres, la emancipación del trabajo y, consecuentemente, la cons­titución de una sociedad de hombres verdaderamente libres e iguales.

I ii l.i i ii. 11 tica, el socialismo, con pretexto de defen­derse del régimen capitalista, levantó el telón de acero y el muro de la vergüenza. En la práctica, durante décadas, el pensamiento de Marx cambió dogmas e, inclusive, en cuanto a la visión sobre la esencia alienada y alienante de la religión. Donde el ateísmo militante, la persecución religiosa y, en la mejor de las hipótesis, la vida religiosa encerrada esclusivamente en el interior de los templos.

En la práctica, continúa la lucha de clases, pues la dictadura roja del proletariado no alcanzó todavía la fase paradisíaca prevista líricamente por Marx.

Continúa la falta de libertad creadora para artistas y pensadores. Continúan las depuraciones periódicas den­tro del propio partido y el clima de desconfianza y de­nuncia.

Cuando Hungría pretendió pensar por sí misma y expresarse por su propia voz, vimos cómo fue aplastada.

En la práctica, la Unión Soviética tiene satélites cuya unión y control son todavía más rígidos que los existen­tes para los satélites del régimen capitalista.

...Sin caer en el error opuesto de identificar el cristia­nismo con el socialismo, ¿no será llegado el momento de invitar a los jóvenes cristianos a un diálogo, siempre más amplio y fraterno, con los jóvenes de países so­cialistas?... (RE).

Secuelas del capitalismo

En la ciudad se encuentran las señales más evidentes de la degradación humana a la que ha conducido el sis­tema capitalista: la prostitución, el desamparo de ancia­nos y niños, la muerte prematura, las formas de explota­ción más refinadas en el trabajo: en fin, la marginación; en todas sus formas.

¿Cómo podemos llamar cristiano a un mundo que pre­senta tantas iniquidades en su organización y funciona­miento ?

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Las estructuras económicas y sociales vigentes en el Brasil son edificadas sobre la opresión y la injusticia, las que provienen del régimen capitalista impuesto en el país y dependiente de los grandes centros internaciona­les de poder.

En nuestro país, pequeñas minorías, cómplices del capitalismo internacional, se empeñan por todos los me­dios en conservar una situación creada en su favor. Se ha establecido una estructura que no es humana y por lo mismo tampoco es cristiana.

Se debe al capitalismo la construcción de una socie­dad injusta, que mantiene su peso explotador, que sos­tiene, protege y acrecienta el poder de los grupos pri­vilegiados. La injusticia generada de esa situación tiene su fundamento en las relaciones capitalistas de produc­ción, que dan origen obligatoriamente a una sociedad de clases, marcada por la discriminación y por la injus­ticia.

El capitalismo internacional y los que con él se han comprometido en nuestro país —clase dominante— im­ponen por todos los medios de comunicación y educa­ción un tipo de cultura dependiente. Se sirven de esta situación para justificar su dominación y disimular el estado de opresión que han impuesto. Al mismo tiempo, el sistema trata de entorpecer vastas estructuras del pue­blo, formando un hombre resignado ante su alienación.

El proceso histórico de la sociedad de clases y la do­minación capitalista conducen fatalmente a una confron­tación de las clases. Aunque este hecho es cada día más evidente, sin embargo, esta confrontación es negada por los opresores para ser afirmada después en la propia negación (CON).

Persona humana y capitalismo

Las cinco mayores empresas norteamericanas (Gene­ral Motors, Ford, Standar Oil, General Electric y Chrys­ler) tuvieron en 1965 un volumen de ventas de unos 55.255 millones de dólares, casi siete veces más que el to­tal de los presupuestos para este año de Brasil, Argenti­na, México, Chile, Venezuela y Colombia, que reunidos apenas alcanzan la cifra de 8.177 millones de dólares.

¿Tenemos que reconocer nuestra vocación de colo­nias y preferir mil veces seguir a la sombra de vuestro imperio demócrata y cristiano o correr el riesgo de pa­sarnos a la órbita del socialismo que aplasta a la persona humana y arranca la idea de Dios?

¿El esquema latinoamericano de seguridad continen­tal deberá acoger, contento, las migajas que caen de vuestro banquete y recibir, con agradecimiento, las ar­mas que para vosotros están pasadas de moda pero que sirven mucho para la defensa de nuestros gobiernos latinoamericanos, demócratas o dictatoriales, justos o arbitrarios, progresistas o sujetos a oligarquías locales?

¿El capitalismo e incluso el mismo neocapitalismo respetan verdaderamente a la persona humana? ¿No con­siste su esencia en considerar la ganancia como suprema preocupación, aun cuando haya que aplastar a criaturas humanas ?

Ayudad a Estados Unidos a no llevar demasiado lejos el papel mesiánico de policía del mundo, de guardián de la democracia y de los derechos fundamentales del hombre.

Ayudad a Estados Unidos a no temer la conciencia-ción de las masas, la promoción humana, la organiza­ción de la comunidad. Democracia auténtica y cristia­nismo verdadero sólo pueden alegrarse con tales movi­mientos. Tratarlos de subversión y de comunismo es hacer propaganda comunista.

Z I O

Ayudad a los Estados Unidos a revisar los conceptos de capitalismo y de socialismo. Ayudadnos a descubrir una socialización personalista exenta de la dictadura del gobierno y del partido, y creadora de un clima de ex­pansión para la persona humana y la comunidad (PT).

Es difícil presentar una síntesis más realista y fiel del capitalismo liberal que la presentada por Pablo vi : «Sis­tema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico; la competencia como ley su­prema de la economía; la propiedad privada de los me­dios de producción como un derecho absoluto, sin lí­mites ni obligaciones sociales correspondientes».

Renovando una frase de Pío xi, la encíclica denuncia el liberalismo sin freno como generador de «el imperia­lismo internacional del dinero».

La esencia del histerismo anticomunista consiste en cobijarse a la sombra del capitalismo sin sospechar si­quiera que también éste está marcado por el pecado ori­ginal, que lleva a desviaciones trágicas para la humani­dad (PT).

Pero lo que muchísimos ignoran y otros quieren ol­vidar —a menudo porque les conviene olvidarlo— es que el mismo capitalismo que se las da de defensor del mundo libre y de las civilizaciones espiritualistas, también tiene raíces materialistas. Muchísimos ignoran y otros olvidan —a menudo porque les conviene olvidarlo— que hoy en día se dan experiencias socialistas que no parten del materialismo dialéctico y que, por lo menos en teoría, aspiran al respeto de la persona humana (DF).

El verdadero socialismo

Dada la existencia de ciertas necesidades impuestas por la exigencia de determinados progresos materiales, la iglesia, desde hace un siglo, ha tolerado el capitalismo

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con sus préstamos a un interés «legal» y el resto de sus fórmulas y sistemas tan poco acordes con la moral de los profetas y del evangelio. Pero la iglesia no puede sino regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de esa moral evangélica. Siguiendo la iniciativa de Pablo vi, corresponderá a los cristianos de mañana el restituir a sus verdaderas fuentes, que son cristianas, esas corrientes de valores morales que cons­tituyen la solidaridad, la fraternidad.

Los cristianos tienen el deber de demostrar que el verdadero socialismo no es otra cosa que el cristianismo vivido en una forma integral, con un auténtico reparto de los bienes y la verdadera igualdad fundamental. Lejos de proyectar nuestras iras contra ese nuevo sistema, des­cubramos en su estructura una forma de vida social me­jor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu evangélico. Así evitaremos que muchos puedan identificar a Dios y a la religión con esos opresores del mundo de los pobres y de los trabajadores que son, cier­tamente, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo. Esos sistemas inhumanos han engendrado otros que, queriendo liberar a los pueblos, han podido oprimir a los hombres si han llegado a caer en el colectivismo totali­tario y en la persecución religiosa. Dios y la verdadera religión no tienen nada que ver con las diferentes formas con que aparece el Mamón de iniquidades. Muy al con­trario, Dios y la verdadera religión están siempre de parte de los que intentan promover una sociedad más justa y fraternal entre todos los hijos de Dios, la gran familia humana (SD).

Socialismo sin dictaduras

—¿Usted propugna, pues, el socialismo? — Sí. No es que me haga ilusiones respecto a las ex­

periencias socialistas del momento, pues me parece que

O/f

la Unión Soviética sigue una línea abiertamente impe­rialista, y creo que China roja va a seguir sus mismos pasos. Pienso en un socialismo diferente, un socialismo que de verdad respete a la persona humana, que no caiga en la dictadura de un gobierno o de un partido. Le recordaré que no soy un experto ni en economía ni en política. Pero considero indispensable una profunda mo­dificación de las estructuras económico-sociales y polí­tico-culturales. ¿Cómo llevar esto a cabo? Bueno, eso es tarea de técnicos. Yo no tengo por qué saber cómo se pueden llegar a operar tales cambios.

Me gusta animar a los jóvenes a que descubran por sí mismos el modelo de su propio desarrollo. Creo que yo soy demasiado viejo, además de obispo, para propo­ner soluciones concretas. Yo intuyo el futuro, lo veo como en sueños, siento que nada cabe esperar ya ni del capitalismo ni del neocapitalismo.

La juventud tiene una gran tarea por delante. Ahora vamos a seguir con interés la experiencia chilena. Está claro que Allende se verá sometido a terribles presiones. Nuestros amigos norteamericanos no deben estar dema­siado contentos con lo que está pasando en Chile. Tam­bién presionará la Unión Soviética, y quizá hasta la China roja. Lo que ocurra en Chile interesará a todo el mundo.

¿Hasta cuándo conseguirá Allende salvaguardar esta línea firme que se ha marcado de un socialismo chileno, socialismo que, según él, no irá ligado al materialismo dialéctico ?

Además, ¿por qué han de ir necesariamente unidos socialismo y materialismo dialéctico? Pienso que sería muy importante escribir un libro sobre lo que Marx diría si estuviese vivo. Yo ya le pedí a Roger Garaudy que lo hiciera. Porque no hay que repetir una y otra vez lo que dijo Marx. ¿Cómo reaccionaría hoy en día Karl Marx? Estoy convencido de que reconocería sincera­mente que ya no es necesaria la relación entre la religión y la alienación, porque existen actualmente, y no sólo

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dentro del cristianismo, grupos que no desean, que no admiten que la religión sea una fuerza alienada y alie­nante (TRI).

Socialización personalista

Yo pienso en una participación consciente y delibe­rada de las capas más amplias de la población en el con­trol del poder y en la distribución de la riqueza y de la cultura... Que sean los hombres los sujetos del progreso social; que llegue la sociedad a un alto nivel de ciencia y de aptitud profesional; que el hombre sea libre, prota­gonista de la sociedad y siempre más solidario, en el plano local, regional, nacional, continental y mundial; que el estado, como autoridad subsidiaria, respete la responsabilidad de cada hombre y su participación ín­tegra en la vida de la sociedad; que el estado respete las minorías y favorezca sin discriminación alguna una mejor armonía de los grupos étnicos, ideológicos, religiosos; que las estructuras del estado vayan hacia una socializa­ción cada vez más amplia, donde existan y funcionen or­ganizaciones de base e instituciones intermediarias inde­pendientes, responsables y organizadas.

Que se llegue a una planificación racional y funcional y, en el plano internacional, a una autodeterminación de los pueblos y a una integración equilibrada (ICI).

Socialismo j socialismos

El socialismo verdadero requiere la socialización de las posesiones, el conocimiento y el poder. Además, por su misma naturaleza no puede imponerse por la fuerza. Es posible que algunos pregunten irónicamente que en qué parte del globo se ha ensayado esta utopía. Lo úni­co que podemos decir con tristeza es que esos no tienen

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espíritu de averiguaciones y que no saben otra cosa que seguir caminos muy trillados. En la actualidad nos en­contramos en un atolladero. En un lado tenemos al ca­pitalismo, cuya ley suprema es el beneficio, por encima de cualquier consideración moral. Esto es contrario al evangelio y tiene horribles consecuencias. En el otro lado está el socialismo, viciado por serias deformaciones. La única salida posible radica en un socialismo en el que la verdadera realización de cada individuo sirva a la reali­zación de todos. Debe ser un socialismo que sea uno en sus objetivos generales, pero muchos para adaptarse a las aspiraciones, necesidades y culturas de los distintos pueblos.

¿Qué pensamos nosotros de aquellos que demuestran un horror instintivo al socialismo y que en él ven al an­ticristo o al peor de todos los males posibles?

Aquí nos enfrentamos a uno de los más astutos ma­nejos del capitalismo. El capitalismo es inhumano y ma­terialista hasta la médula de sus huesos, pues pone al capital por encima de los seres humanos y hace del be­neficio su propósito supremo. Sin embargo, tiene la as­tucia y la habilidad de no presentarse jamás como mate­rialista.

...Como sistemas, el capitalismo y el socialismo son culpables en la práctica de crímenes espantosas contra la humanidad. Pero debemos hacer una distinción. La manera en la que el capitalismo aplasta al hombre es más sofisticada y sutil y procede de la misma naturaleza del sistema, mientras que las bárbaras crueldades que ha co­metido el socialismo ruso y chino son crímenes «contra» el verdadero socialismo.

¿Qué podemos pensar de la pretensión estadouniden­se de estar sacrificando miles de jóvenes vidas americanas y matando, incluso, más millares de vietnamitas para sal­var al mundo de la esclavitud comunista? Citamos el caso de Vietnam porque es el más escandaloso, pero la verdad es que nuestros hermanos de los Estados Unidos van por

todo el mundo matando y siendo matados siempre con el pretexto de salvar al mundo libre.

Para eliminar el comunismo las dictaduras de la dere­cha se hallan tan dispuestas y son tan malas como las dictaduras de la izquierda y la verdad es que utilizan mé­todos que no difieren en nada de los que usaron Stalin y Hitler. Debemos notar, asimismo, una deformación mo­ral y psicológica más curiosa todavía: las mismas personas que tiemblan asustadas al pensar en las crueldades del comunismo se hallan dispuestas a aceptar e incluso a aprobar y promover las mismas crueldades en nombre del anti-comunismo.

En la actualidad, tanto el capitalismo como el socia­lismo tienen muy poco que echarse en cara.

A pesar de lo improbable que pueda parecer, al menos en teoría el socialismo es más humano y está más cerca del espírifu del evangelio. Todavía más inverosímil quizá, a causa de su intrínseca preocupación por el beneficio, el capitalismo es completamente inhumano. Cuando tiene que elegir entre el capital y el hombre siempre escoge el capital y no titubea ante el daño que eso pueda causar a los seres humanos. El pretexto es que este sistema opera únicamente a nivel económico y no le interesan las con­sideraciones morales. Todo lo que reciben sus víctimas son las migajas que caen de la mesa del rico (CSC).

Iglesia y capitalismo

La libertad religiosa sólo existe en los países capita­listas si la religión, interesada en el mantenimiento del orden social y la autoridad, apoya al régimen establecido. Si por motivos de conciencia la religión denuncia las in­justicias y las estructuras de opresión, entonces se la con­sidera peligrosa, subversiva y comunista. A la religión se le pide que se quede en la sacristía, que no sea más

no

que un culto, y que predique sin interferir en los proble­mas sociales. De nuevo, la manera de actuar en este caso es diplomática e hipócrita: se llama la atención a los obis­pos contra los laicos o sacerdotes que critican dichas estructuras, y junto a estas apelaciones se les recuerda la ayuda financiera que reciben para la obra social de la iglesia y se les insinúa el deseo de contribuir con más todavía en el futuro. Y si el que provoca los problemas es el mismo obispo, entonces la práctica usual es la de presionar sobre la nunciatura e incluso sobre la curia romana (CSC).

7. Comunismo

Imperialismo de izquierdas

Cuando uno anda buscando la raíz del mal, pregun­tándose por el mayor problema de nuestro siglo, o el peligro más inminente que acecha hoy a la humanidad, y del que precaverse más urgentemente, se encuentra con que para una gran mayoría, el mal de los males es el comunismo.

Pecaría ciertamente de ingenuo quien echara en olvi­do que tanto la Unión Soviética como la China roja, no sólo se precian de su materialismo dialéctico, sino que además intentan imponerlo por la fuerza, dejándoles sin cuidado alguno el ir aplastando personas y pueblos que aspiren apartarse de aquel modelo único que ellas han decidido imponer a todo el mundo como la solución de las soluciones.

La experiencia nos demuestra —concretamente la de Yalta, a fines de la segunda guerra mundial— que los intereses comunes cuentan mucho más que las diver­gencias ideológicas: superpotencias capitalistas y super-potencias socialistas también saben entenderse a la per­fección.

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La Unión Soviética y la China roja son tan imperia­listas como los Estados Unidos. En las reuniones de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, los Estados Unidos y la Rusia Soviética han hecho gala hasta el presente, de la misma indiferencia, por no decir del mismo egoísmo.

La verdad es que no hay elección posible entre las garras del complejo económico-tecnológico-político-mi-litar y las del comunismo que están atenazando ya a más de la mitad de la población mundial (DF).

No soy comunista

Ellos creen que soy revolucionario y comunista, sólo porque en Brasil, en América latina y un poco en todo el mundo, a quien se contenta con repartir limosnas, co­mida o medicinas, se le considera persona admirable y santa; pero a quien pide justicia, porque sabe que no basta cualquier reforma, sino el cambio de toda la estructura, ya que existen millones de personas que viven en una situación infrahumana; a quien pide justicia, se le llama comunista. Hay quien tiene, sí, ideas comunistas. Ellos creen que el mayor peligro del mundo es el comunismo; a mí me quieren eliminar porque me consideran revolu­cionario, porque piensan que ayudo al comunismo. A mi juicio, en cambio, ayuda y sirve al comunismo quien conserva unas estructuras inhumanas, es decir, quien no prepara la reacción que mañana ya no se podrá contener. No puedo permanecer indiferente. He aquí el misterio del dolor: yo, que deseo la paz, aparezco, no como cen­tro de unidad, sino como punto de división. Lo que a mí me parece que es verdad, he de decirlo, ya que, como dijo Cristo, la verdad os hará libres. Estoy convencido de que, cuando trabajo por la justicia, estoy preparando el adve­nimiento de la paz.

Mi actitud frente al marxismo es clara. No tengo no­ticias de las acusaciones, pero se trata, sin duda alguna, de un malentendido.

Intentaré explicar claramente mi posición frente al marxismo. Es evidente que éste agita los ánimos y que Dios con frecuencia se sirve de instrumentos antirreli­giosos. El marxismo sacude a las religiones, en especial a las cristianas. Nos ha recordado a los cristianos, en con­tra de sus mismos propósitos, la excesiva preocupación por la vida eterna y el olvido en que teníamos la vida presente. Su extraordinaria preocupación por el orden social nos ha despertado del sueño. La conservación del orden social y los principios autoritarios nos cegaron y no vimos el desorden social y las injusticias de ese mara­villoso orden social. Reconozco que, al menos en teoría, el marxismo es un humanismo, en cuanto que por encima del capital coloca a la persona humana. He dicho muchas veces que las dos grandes experiencias marxistas del mundo actual, la de la Unión Soviética y la de China roja, se imponen en parte. Piense en lo que fue y en lo que es Rusia: un país dominado por los zares que, en los cin­cuenta años que han transcurrido desde la revolución del estado, de país subdesarrollado ha pasado a conver­tirse en una gran potencia rival de los Estados Unidos de América. En China roja no han sido necesarios cin­cuenta años. Es sintomático. Todos nos damos cuenta hoy día que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética tienen miedo a China.

Lo que yo no entiendo, y lo que me molesta del co­munismo es que los marxistas actuales no hacen sino re­petir lo que dijo Marx. Carecen de la inteligencia y de la valentía necesarias para manifestar lo que Marx hubiese hecho de haber estado entre nosotros. Es más, tanto Rusia como China roja creen poder imponer a los demás los modelos de socialismo empleados con anterioridad. Quien haya presenciado la invasión y opresión de Hun-

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gría y Checoslovaquia, ¿cómo podría ser un fanático ad­mirador de las ideas marxistas?

Ellos quieren imponer como prueba científica el ma­terialismo, el materialismo dialéctico. Ha habido jóvenes maoístas que han venido a verme y me han dicho que ellos aceptaban el principio, pero no el materialismo dia­léctico. Yo afirmé una vez no estar en contra de los dogmas, porque el hombre necesita serias convicciones. Lo que yo no quiero es que en el siglo xx —y el siglo xxi ha comenzado ya— no quiero que en la mitad del siglo xx, cuando subimos a las estrellas y vivimos en una época atómica, sigamos con la misma mentalidad que en tiem-

1 pos de la inquisición. La iglesia ha tenido dolorosas experiencias de este estilo. Durante siglos hemos querido imponer a otros por la fuerza nuestras propias convic­ciones; nosotros, los católicos, más aún que los protes­tantes, si bien es cierto que la inquisición se practicó en ambos lados.

...¿Por qué, por ejemplo, el filósofo comunista francés Garaudy no escribe un libro con el título: «Lo que Marx diría y haría hoy?». Para Marx, la religión necesariamente estaba vinculada con la pobreza de espíritu (RN-V).

El marxismo, hoy

—Usted, ¿leyó a Marx? —Naturalmente. Y no estoy de acuerdo con sus con­

clusiones, pero estoy de acuerdo con su análisis de la sociedad capitalista. Esto, por supuesto, no autoriza a nadie a colgarme la etiqueta de marxista honorario. El hecho es que Marx debe ser interpretado a la luz de una realidad que ha cambiado, que cambia. Su análisis es de hace más de un siglo. Hoy, por ejemplo, Marx no diría que la religión es una fuerza alienada y alienante. Muchos comunistas saben esto; lo saben tipos como el francés Garaudy y no interesa si tipos como Garaudy son expul-

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N.idos del partido comunista: ellos existen y piensan.. I.os hombres de izquierda son a menudo los más inteli­gentes y generosos, pero viven en un equívoco. No quieren meterse en la cabeza que hay cinco gigantes en el mundo: los dos gigantes capitalistas, los dos gigantes co­munistas y un quinto gigante que tiene los pies de ar­cilla. Este último es el mundo subdesarrollado. Sólo los imbélices pueden creer que los dos imperios capitalis­tas —que son los Estados Unidos y el Mercado Común Europeo— están divididos por cuestiones ideológicas de los grandes comunistas, que son la Unión Soviética y China roja: simplemente se han repartido el mundo y sueñan con una segunda conferencia de Yalta para seguir repartiéndoselo. Entonces, para el quinto gigante, para nosotros, ¿dónde está la esperanza? No está ni al lado de los capitalistas ni del lado de los comunistas, ya sean rusos o chinos.

Cuanto más leo a Marx, más me convenzo de que su análisis de la situación económica y social del mundo es aceptable. Lo que a mi en modo alguno me convence es su interpretación, su concepción del mundo, es decir, su filosofía. Tengo la impresión de que Karl Marx, hoy día, sería expulsado tanto de la Unión Soviética como de China roja (SDI).

Anticomunismo

Se predica el anticomunismo como si fuera la cruzada de nuestros tiempos. Se considera a la Unión Soviética comb el enemigo número uno de la libertad, de la demo­cracia, de la civilización cristiana; enemigo de Dios, de la patria y de la familia. En la imaginación de muchos, el ruso ocupó el lugar despreciable y horrible que en otro tiempo correspondió al judío, como pueblo deicida. Últi­mamente, para algunos la Unión Soviética pasó a ser el enemigo número dos, ya que la China roja sobrepasa a Rusia en ansias de dominación y destrucción.

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Como contrapartida de la Unión Soviética y de la China, surge Estados Unidos como paladín de la civili­zación cristiana, de la democracia y de la libertad. Muchos lo consideran el pueblo elegido, después de haber sal­vado por dos veces al mundo. Muchos lo ven como el restaurador de la economía europea después de la segunda guerra mundial y como propulsor del desarrollo en todo el tercer mundo. Muchos le reconocen, agradecidos, el derecho y el deber de interferir en cualquier país que se encuentre ante el riesgo de volverse comunista. Consi­deran justas y salvadoras sus medidas económicas y hasta militares, siempre que lo hagan para impedir la expansión comunista. Muchos aceptan cualquier tipo de guerra adoptado por los norteamericanos y de buena fe encuen­tran el modo de entender y aceptar las escaladas y hasta, si fuera inevitable, algún nuevo Hiroshima y Nagasaki.

Hay un anticomunismo estrecho, deformado, defor­mante, que interesa a la propaganda comunista. Actúan así, entre otros, quienes tachan de comunista a todo aquel que, aun no teniendo la menor conexión con el partido o con la ideología comunista, tiene sed de ver­dad, de justicia, de promoción humana y social, los que para combatir el comunismo adoptan métodos incompa­tibles con la democracia y que ponen en práctica los re­gímenes totalitarios, y, en particular, los regímenes co­munistas, como la incitación a delatar, la tortura física o mental, la falta de respeto a la persona humana.

Parece ridículo que un obispo católico tenga que pro­clamar que no es comunista. En lo que se refiere al an­ticomunismo lleguemos a un acuerdo: incluso entre los que combaten el comunismo, no todos lo hacen con los mismos métodos. Yo tengo mi manera de combatir el comunismo que consiste en trabajar por el desarrollo, pues estoy convencido que la miseria, además de ser una injuria al creador, es una ofensa a la criatura humana. La miseria es el mejor caldo de cultivo para la expansión comunista (CGF).

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Estados Unidos y el comunismo

¿Cuáles son las grandes líneas políticas de los Esta­dos Unidos en América latina? A mi modo de ver son las siguientes:

— Sienten pánico al pensar que el comunismo puede implantarse en cualquier país latinoamericano. Y, ante ese peligro, se deja de lado el principio de la autodetermina­ción de los pueblos y se aplican sanciones económicas o se llega incluso a la ocupación militar, preferentemente por medio de soldados de algún país amigo, bajo las órdenes del Pentágono.

— Es igualmente el miedo al comunismo el que jus­tifica proyectos peligrosos como el de la «Fuerza ínter-americana de Paz». Y ese terror al comunismo puede ser interpretado de manera muy amplia al punto de im­pedir la ruptura del aparente orden establecido que, en rigor, especialmente en el medio rural latinoamericano, a menudo no es otra cosa que la injusticia y el desorden establecido.

— Es también el miedo al comunismo el que lleva a mantener el militarismo en América latina, con las con­secuencias inevitables de gastos presupuestarios despro­porcionados frente a los recursos limitados de los países subdesarrollados. Y lleva a mantener dictaduras, bajo el pretexto de evitar la agitación y el desorden. Ese temor conduce también a un cierto desprecio por las ideas jus­tas y necesarias, como la integración nacional de cada país y la integración continental que, de acuerdo con los planes norteamericanos, sólo puede llevarse a cabo a través de las fuerzas armadas (UC).

El anticomunismo monolítico y obsesivo, además, es responsable de muchos absurdos, el primero de los cua­les es la transigencia con injusticias con las que no nos enfrentamos por temor a que si lo hiciéramos, se «abri­ría la puerta al comunismo».

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La Unión Soviética y el marxismo

La Unión Soviética se imagina guiada por el único humanismo científico, dado que se inspira en el marxis­mo. En la práctica, con pretexto de desprenderse del régimen capitalista, mantiene el telón de acero y el muro de la vergüenza; no se admite, en modo alguno, el plu­ralismo en el seno del mundo socialista; ella y China roja se entreven como dos potencias capitalistas; consi­deran el marxismo como dogma intocable.

Tanto en China roja como en la Unión Soviética hay un clima de sospecha, de autocrítica y de redadas de lim­pieza que nos hacen pensar en una dictadura. Tan la­mentables me parecen las dictaduras de izquierdas como las de derechas. He de añadir, además, que la Unión So­viética es, a mi entender, un país capitalista compara­ble a las demás naciones capitalistas de occidente, opues­tas a todo el mundo subdesarrollado.

¿Hasta cuándo durará esta creencia de que todo lo que es bueno para el pueblo es comunista? Sin reformas es imposible superar el obstáculo del desarrollo... Sin reforma agraria, la miseria casi inhumana de los trabaja­dores rurales seguirá. Sin reforma bancaria, poco se ayu­dará al desarrollo del país, y sin reforma fiscal, el rico continuará enriqueciéndose, mientras el pobre seguirá sufriendo. Sin reforma electoral, las elecciones parecerán libres, pero de hecho estarán sometidas a la influencia del dinero. Sin reforma administrativa, la burocracia con­tinuará minando la fuerza de la vida política (RN-V).

Obispos comunistas

Nosotros, obispos del nordeste, nos hemos dado cuenta de que tenemos que estimular el sindicalismo ru­ral, único medio práctico para que los trabajadores ru­rales reivindiquen sus derechos ante los «dueños»... Si

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estamos obligados a no dejar buenamente a los segla­res una obra que sería, normalmente, de presencia cris­tiana en lo temporal, es porque nos damos cuenta, ante la ciega frialdad y la autoridad abusiva de algunos due­ños, de la necesidad de dar una caución moral a la defensa elemental de los derechos humanos. Y si se tiene la auda­cia de tratar de «comunistas» hasta a los obispos de la santa iglesia dedicados a la misión eminentemente cris­tiana de defender las personas humanas subyugadas, ¡qué sería de nuestros sacerdotes y, sobre todo, de nuestros seglares, en el caso de que nosotros los abandonáramos a su propia suerte! (SN).

El mito de la subversión

Aquí, en el nordeste, como en el resto de América latina, el desarrollo sólo puede pasar por una opción po­lítica... Sin duda, nosotros tenemos una obra maestra so­bre el papel, pero tenemos también la prueba de que, vinculada a los grandes potentados, no es posible hacer las reformas de estructura necesarias...

Tenemos una ley de reforma agraria, y es buena. Tenemos organismos para ponerla en práctica. El nor­deste ha sido declarado zona prioritaria en la aplicación de la reforma agraria. Para una mayor eficacia, cinco de estos organismos públicos se han asociado.

Como esquema es perfecto... Pero este esquema se queda desgraciadamente en el papel. No se lleva a cabo. Y si se exige que se lleve a cabo, ¡es la subversión!, ¡el comunismo! ¡no se respeta la propiedad de las tierras! ¡no es posible!... ¡La propiedad es el dogma principal, para nosotros, buenos cristianos, más importante que la santísima trinidad, que la encarnación del verbo. La pro­piedad privada... La propiedad privada que es propiedad que priva.

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Con las actuales estructuras no se puede ir más lejos. Así tenemos un falso desarrollo: los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres se hacen cada vez más po­bres (GP).

Capitalismo-comunismo

Terminemos de una vez con la falsa dicotomía ca­pitalismo-comunismo, como si el hecho de no estar con­formes con las soluciones capitalistas implicara una ad­hesión al comunismo, y como si criticar a los Estados Unidos fuera sinónimo de conformidad con la Unión Soviética o con China roja.

Terminemos con la ilusión de que saldremos del sub-desarrollo gracias a una ayuda que, como está compro­bado, es falaz e incluso antiproductiva: pongámonos re­sueltamente del lado de los que exigen una reforma com­pleta del comercio internacional.

No cabe duda de que el hambre del pueblo es, ante todo, hambre de verdad y de justicia, y cuantos han re­cibido el sagrado ministerio de instruirlo y educarlo de­ben entregarse a su tarea con ahínco y entusiasmo. Hay algunos errores que deben ser urgentemente disipados: No, Dios no quiere en modo alguno que haya ricos y pobres, que haya ricos que gocen de los bienes de este mundo explotando a los pobres. No, Dios no quiere en modo alguno que haya pobres siempre en estado de mi­seria. La religión no es el opio del pueblo. La religión es una fuerza que encumbra a los humildes y rebaja a los orgullosos, que da pan a los que están hambrientos y hambre a los que están hartos. Es cierto que Jesús nos advirtió que siempre habría pobres entre nosotros (Jn 12, 8), pero es a causa de que siempre habrá ricos dis­puestos a acaparar los bienes de este mundo y es, también, a causa de que siempre pueden producirse desigualdades debidas a las diferencias de capacidad entre los hombres

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y a otros factores inevitables. Pero Jesús nos enseñó también que el segundo mandamiento es igual al primero, porque nadie puede amar a Dios sin amar a sus hermanos los hombres. Y nos previno claramente.-de que todos seríamos juzgados por un solo hecho:

Tuve hambre y me disteis de comer... Cuando lo hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, conmigó lo hicisteis (Mt 25, 31-46).

Todas las grandes religiones y las grandes doctrinas de la humanidad se hacen eco de estas palabras. El Corán anuncia de esta forma la última prueba a la que los hom­bres serán sometidos, cuando Dios les juzgue:

¿Cuál es esta prueba? Rescatar a los cautivos, alimentar al huérfano cuando tiene hambre, amparar al pobre que duer­me sobre la roca... Aceptar, como única ley, la misericordia (Sura 90, 11-18).

Tenemos el deber de repartir nuestro pan y todos nuestros bienes. Si algunos pretenden acaparar para sí lo que los demás necesitan, los poderes públicos tienen el deber de imponerles este reparto ineludible al que no han accedido de buen grado. El papa Pablo vi lo recuerda en su reciente encíclica:

El bien común exigirá, pues, algunas veces la expropiación» si, a causa de su extensión, de su deficiente o nula explota­ción, de la miseria que engendra para las poblaciones o del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva. Afirmando esto netamente, el concilio ha recordado tam­bién, no menos claramente, que la renta disponible no es cosa que queda abandonada al libre capricho de los hombres; y que las especulaciones egoístas deben ser eliminadas. Desde luego es absolutamente inadmisible que ciudadanos provistos de rentas abundantes, provenientes de los recur­sos y de la actividad nacional, las transfiriesen en parte con-

sidetable al extranjero, por puro provecho personal, sin preocuparse del daño evidente que con ello infligirían a la patria (JPopulorum progressio, n. 24).

Es también radicalmente inadmisible que los extran­jeros ricos vengan a explotar a nuestros pueblos pobres, so pretexto de fortalecer su industria y su comercio; tan inadmisible como que unos cuantos ricos exploten a su propio pueblo. Esto provoca la exasperación de los na­cionalismos, siempre lamentables y opuestos a una ver­dadera colaboración entre los pueblos (SD).

Hacia una solución

América latina, y también Brasil, tienen el hombre capaz de llevar a efecto esta idea, pero necesitamos mayor libertad de movimiento. Digo necesitamos, y no me es­toy refiriendo personalmente a mí, ni a los obispos, sino a los técnicos que viven aquí. Me estoy refiriendo tam­bién a la juventud. Necesitamos la libertad necesaria para forjarnos el modelo de nuestro propio desarrollo. Probablemente no será un modelo capitalista o neocapi-talista. Que no teman quienes están obsesionados por la idea fija de una concepción comunista. Tampoco será en ningún caso una copia de los modelos socialistas ac­tuales. Queremos y necesitamos una socialización que respete los derechos de la persona humana; queremos una socialización que no se convierta en dictadura, ni del partido ni del gobierno. ¿Es mi sueño una utopía? Yo creo que si somos muchos los que eso soñamos, llegare­mos a encontrar algún día un camino y una solución (RN-V).

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8. Revolución

Revolución solidaria

Sólo una revolución solidaria, sin la utilización de las armas, que se traduzca en un cambio rápido y pro­fundo —porque no se puede esperar mucho tiempo— dentro de los principios democráticos, puede evitar el caos.

Yo voy mucho más lejos y soy mucho más exigente en materia de revolución. La expresión para mí no sig­nifica movimiento armado y sangriento. Revolución, co­mo la entiendo yo, significa cambio rápido y radical. Sucede que, a mi entender, es el mundo entero el que necesita una revolución social... Se impone una revolu­ción social, tanto en los países ricos como en los sub-desarrollados (CGF).

Revolución cultural

¿Es que no estamos ya frente a una revolución cul­tural tal como la desean los jóvenes de todo el mundo? Cambiar nuestra sociedad significa la ruptura con el sis­tema de valores burgueses basados en el egoísmo y en el

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éxito personal. Lo que hoy ponemos en tela de juicio, ¿no es precisamente la manera como los hombres orga­nizan las relaciones entre sí y con el mundo? Se habla con frecuencia hoy del fin del humanismo y de la muerte del hombre. El hombre no muere hoy en la especulación abstracta de los pensadores sino más en concfeto por la falta de pan y de conocimiento. ¿No se_trata hoy de la muerte del hombre en general, o más en concreto, de una manera de ser hombre en una humanidad dividida entre los que poseen todo lo que quieren y los que no tienen casi nada de lo que necesitan? Para superar esta situación por medio de transformaciones sociales, ¿no tendremos que buscar nuevos medios de exptesión, un nuevo humanismo, en la próxima década? Si los años (}0 han sido decepcionantes en el plano del desarrollo, ¿no podrían llegar a ser los años 70 los de la liberación humana? Un movimiento de presión moral liberadora tendrá que descubrir de nuevo la imagen misma del hom­bre, hecha a imagen de Dios. ¿Dónde hacerlo si no es en un encuentro permanente entre el pueblo, que mues­tra el hombre olvidado, y la universidad, que lo busca en su reflexión teórica? El hombre renace cuando la acción y el pensamiento se unen para rescatarlo.

¿Nos hemos esforzado para descubrir todas las po­sibilidades de encuentro entre la cultura popular y el saber universitario? Más en.concreto, ¿el saber de una universidad que busca su desalienación de crear? Este des­cubrimiento sólo será posible si el pueblo se hace cons­ciente de sus insospechadas potencialidades. Este encuen­tro, ¿no hace que nos encontremos a partir de nuestras propias necesidades y de una identidad que permanecía escondida?

Tarea propia de toda Latinoamérica, unida por lazos históricos y culturales comunes. Me parece muy signi­ficativo que una universidad, que se propone situarse en el corazón mismo de la realidad nacional, y que ha creado con este fin un organismo especial, se proponga

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también extender sus estudios a toda la realidad latinoa­mericana. Y cuando hablamos de toda Latinoamérica no podemos excluir ningún país. A nuestro continente le faltará siempre algo, mientras no hayamos reintegrado a Cuba y su experiencia sociopolítica dentro de nuestra comunidad. Tampoco podemos olvidar a los países que surgen en la región del Caribe, con los que nos sentimos identificados por la misma problemática social, aunque hablemos una lengua distinta (PT).

Revolución y revoluciones

En la evolución actual del mundo se han producido —y se producen— frecuentes «revoluciones». Es un hecho que no tiene nada de sorprendente. Todos los poderes actualmente establecidos nacieron, en una época, más o menos remota, de una revolución; es decir, de una rup­tura con un sistema que ya no garantizaba el bien común y de la instauración de un nuevo orden más apto para asegurarlo. Evidentemente, no todas las revoluciones son buenas. Las hay que no son otra cosa que «algaradas pa­laciegas» y que sólo conducen a nuevas fórmulas de opre­sión. Algunas de ellas hacen más mal que bien «engen­drando nuevas injusticias...» (Populorum progressio). El ateísmo y el colectivismo al que determinados movimien­tos sociales se consideran obligados a vincularse cons­tituyen un grave peligro para la humanidad. Pero la his­toria demuestra que algunas revoluciones han sido in­discutiblemente necesarias y que con el tiempo han aca­bado abandonando sus posiciones antirreligiosas momen­táneas, produciendo buenos frutos. Nadie discute ya hoy el signo positivo de la revolución que, en 1789, y en Fran­cia concretamente, posibilitó la afirmación irreversible de los derechos del hombre {Pacem in terris, n. 11-27). Muchas de nuestras naciones han tenido que realizar — o tienen que realizar todavía— estas reestructuraciones

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profundas. ¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos y de las iglesias ante esta situación? Pablo vi ha señalado ya con toda claridad nuestro camino en su encíclica sobre el progreso de los pueblos {Populorum progressio, n. 30-32).

Desde el punto de vista doctrinal, la iglesia sabe que el evangelio exige la primera y la más radical de las re­voluciones: la que lleva el nombre de conversión, la que supone la más absoluta transformación y el cambio más radical llevando desde el pecado a la gracia, del egoís­mo al amor, del orgullo al humilde servicio a los demás. Y esta conversión no es únicamente interior y espiritual, sino que abarca la totalidad del hombre: todo su ser cor­poral y social, al mismo tiempo que espiritual y personal. La conversión tiene un aspecto comunitario cargado de consecuencias para toda la sociedad, y no solamente por lo que se refiere a la vida de los hombres aquí en la tierra, sino sobre todo en relación con la vida eterna en que Cristo Jesús que, «clavado en lo alto», atrae hacia sí a toda la humanidad. En eso estriba para los cristianos el desarrollo y la realización integral del hombre. Es así como el evangelio se ha convertido, de una manera visi­ble o invisible, a través de la iglesia o desde fuera de las iglesias, en el constante y más poderoso fermento de los profundos cambios experimentados por la humanidad a lo largo de los veinte siglos (SD).

Revolución estructural

En el mundo subdesarrollado, esta verdad parece una evidencia. Si se mira al mundo subdesarrollado desde cualquier ángulo —ya sea económico, científico, polí­tico, social o religioso— se llega a comprender que una revisión sumaria, superficial, no bastará, en modo alguno. Se debe tener en cuenta una revisión en profundidad, un

cambio profundo y rápido —no tengamos miedo a la expresión—; se debe llegar a una»revolución estructural.

Decía Pablo vi :

Que nos entiendan bien. La situación presente debe afron­tar valientemente las injusticias reinantes para que sean combatidas y vencidas. El desarrollo exige transformaciones audaces, profundamente renovadoras. Deben ser empren­didas sin ninguna demora las reformas urgentes. Cada uno trate de asumir generosamente su parte.

Desde el ángulo económico, ¿quién no sabe que en los países subdesarrollados existe el colonialismo in­terno, esto es, existe un pequeño número de privilegiados, cuya riqueza es mantenida a costa de la miseria de millo­nes de conciudadanos? Es todavía un régimen semifeu-dal: Apariencia de vida patriarcal, pero en la realidad, ausencia de los derechos de las personas, situación in­frahumana, esclavitud auténtica. Los trabajadores rura­les —verdaderos parias— no tienen acceso a la mayor parte de las tierras, que los grandes propietarios guardan improductivas para la valoración del mañana.

Cuando esta situación se da en un continente como América latina, cristiano en su mayoría, al menos, de nombre y tradición, se puede medir la responsabilidad enorme que tiene ahí el cristianismo. Sin olvidar grandes ejemplos de dedicación, de sacrificio y hasta de heroísmo, es preciso reconocer que en el pasado —y el peligro no ha desaparecido todavía— los. cristianos latinoamericanos somos gravemente responsables de la situación de in­justicia existente en el continente (PAS).

Yo no viajo por turismo, sino porque estoy conven­cido de que, por una parte, tengo que solidarizarme con los hermanos de otros países subdesarrollados, como Áfri­ca o Asia, y, por la otra, he de viajar a Estados Unidos, a Canadá, a Europa, como lo estoy haciendo, porque sin

un cambio en las estructuras de los países desarrollados es imposible cambiar las estructuras de los países subde-sarrollados (RN-V).

Revolución política

Ante la fuga de elementos humanos cualificados se imponen medidas capaces de asegurar la permanencia en Latinoamérica de nuestros recursos humanos cuali­ficados que hoy se encaminan hacia los países desarro­llados, como si se tratara de un verdadero programa de ayuda técnica en su favor. De 1960 a 1965, en el campo médico, más de tres mil profesionales emigraron de Lati­noamérica a Estados Unidos; lo cual representa para los países latinoamericanos una pérdida global de unos 60 millones de dólares.

Pero, para encontrar soluciones, hay que ir a la raíz del problema. Mientras que los mejores no salgan del pueblo, no se sentirán comprometidos con él. Para que los mejores permanezcan en el país, no basta con ofre­cerles mejores condiciones de trabajo y de vida. Seguirá Ja ruptura, y los mejores continuarán marchando a otros países, mientras no exista una democratización de la cul­tura. Una universidad que no es del pueblo está desti­nada a formar los instrumentos de la dominación, del colonialismo interno o externo.

El hecho político más evidente de nuestro continente es la ausencia de participación popular a la hora de tomar decisiones. Quiere decir, con otras .palabras, que el pue­blo no participa en el proceso político, ya sea porque no hay una consulta popular auténtica, ya sea porque una parte del pueblo no vota, ya sea por falta de interés: abstención donde existe la consulta popular, apatía en los regímenes en que está excluida. Entre otras razones, ¿no se da una falta de correspondencia entre las decisiones tomadas y los problemas reales del pueblo? ;No falta

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también audacia para emprender las transformaciones rá­pidas y profundas que son necesarias para ir a las raíces mismas del problema?

Puede ser también que los esfuerzos empleados para que la población obrera y agrícola se beneficie de las transformaciones sociales sean inútiles, porque se hacen sin una auténtica participación y sin que les llegue el fruto de su trabajo. Este hecho exigiría la búsqueda de modelos alternantes que pudieran promover audazmente cambios reales en las estructuras de producción y en la estructura del poder. Un cambio estructural así, afecta primordialmente al cuerpo institucional sobre el que se apoyan los privilegios más injustos que desnaturalizan la distribución delfruto del trabajo humano. Afecta luego a todos los aspectos de la organización de la actividad eco­nómica, y también a la gestión de las empresas, donde necesariamente tiene lugar la participación de todos los factores de la producción, hasta la distribución de los productos (PT).

No basta con que el hombre tenga acceso a las venta­jas y beneficios que se derivan del progreso económico. Si no toma una parte consciente en la creación de la ri­queza y sobre todo en la estructuración de un modelo de desarrollo, si no participa en las mismas decisiones, todo lo que vaya a hacerse y lo que le toque de rebote, no pasará de ser simples migajas, repartidas a voleo por una mano paternalista (DF).

Yo uso la palabra «revolución», pero para mí no sig­nifica lucha armada, no significa sangre ni odio. Revo­lución es cambio, radical y rápido, en el que desempeña un rol decisivo la fuerza de las ideas. Creo en la fuerza de las ideas, de lo contrario no habría o no existirían grandes publicaciones, no habría nadie, no habría tele­visión, no habría grandes universidades. De hecho, son las ideas las que conducen al mundo (EJ).

-í -í O

Revolución en el mundo desarrollado

Oir que Europa y América del norte necesitan una revolución social es algo que debe causar gracia a los norteamericanos y europeos. Todo les parece tan seguro y tan próspero que sólo podrá causarles gracia la fantasía de los subdesarrollados que transfieren sus problemas mi­serables al mundo desarrollado... Pido, no obstante, per­miso para analizar por un instante vuestro país en el que, si no me equivoco, la revolución social se manifiesta en tres sectores distintos: la lucha por la integración racial de los negros; la lucha por la promoción social de 30 mi­llones de norteamericanos que, dentro del país más rico del mundo, viven en la miseria, y la lucha por la elimina­ción de la guerra.

La lucha por la integración racial me parece la más bella página de la historia contemporánea de este país. Pero si ella encontró entre los cristianos a líderes como ese admirable pastor Martin Luther King; si avanzó un poco y obtuvo, aquí y allá, apreciables adhesiones, in­clusive muchas veces por parte de figuras del gobierno, en general continúa siendo una lucha ardua y que va a exigir todavía muchos sacrificios y no menor heroísmo por parte de nuestros hermanos negros ¡Cómo puede ser capaz de cegarse tanto la criatura humana, cuando entran en juego las pasiones! Los Estados Unidos saben cuánto pierden en fuerza moral por culpa de este asunto, uno de sus puntos más vulnerables. ¿Cómo hablar de democracia, cómo intentar presentarse ante el mundo como campeón de la libertad, mientras los negros, aunque iguales a los blancos ante la ley, continúan siendo víctimas, en la prác­tica, de la segregación en tantos aspectos?

El propio presidente Lyndon B. Johnson declaró la guerra a la miseria. Y el mundo admiró el valor del jefe de la nación norteamericana, cuando no vaciló en reco­nocer que, en el interior de este país, existen 30 millones de personas en situación indigna de la persona humana.

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Y el mundo subdesarrollado se llenó de esperanzas pen­sando que, una vez resuelto el problema de la integración de esos 30 millones, esa potencia se lanzaría en cuerpo y alma a luchar contra la miseria del mundo entero, como medio de lograr una civilización armoniosa y solidaria.

Si no me equivoco, las victorias obtenidas en la lucha contra la miseria interna en Estados Unidos no han sido decisivas. Tal vez esté la raíz del mal en las ideas precon­cebidas que llevan a Estados Unidos a continuar con la guerra armamentista y con las guerras locales, que, po­co a poco, pueden degenerar en guerra mundial.

Mientras el comunismo sea presentado como el mal supremo; mientras el hombre medio norteamericano no comprenda que es una ilusión pensar que morir en Corea o en Vietnam es morir por el mundo libre; mientras el hombre medio norteamericano no comprenda que están surgiendo diversos tipos de socialismo, hasta el punto de que los Estados Unidos y la Unión Soviética están menos distantes entre sí de lo que pueden imaginar los anticomunistas ingenuos que tiemblan ante la hoz y el martillo; mientras el hombre medio norteamericano no comprenda que el más grave problema social de nues­tro tiempo es la distancia cada vez mayor entre los pueblos ricos y los que se vuelven cada día más pobres; mientras no se produzca un cambio de mentalidad, una revolución de ideas, los Estados Unidos no estarán a la altura de la gran responsabilidad de ser la mayor de las democracias en la hora actual.

Y llegamos al problema de la guerra contra la guerra, que alienta la juventud de este país, como alientan todos los jóvenes del mundo. ¿Hasta cuándo será tan bárbara la humanidad que le parezca razonable el hecho de que prevalezca la capacidad, mayor o menor, de destrucción? ¿Hasta cuándo, con el pretexto de defender a la persona humana, los Estados Unidos admitirán que millares de bombarderos arrojen miles de toneladas de bombas sobre ciudades abiertas, en las que resultan víctimas mujeres y

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niños indefensos? ¿Hasta cuándo habrá en este país per­sonas que encuentran admisible la repetición de Hiros­hima y Nagasaki? (UP).

Revolución tecnológica

Las exigencias actuales de la revolución económica, política y social que implica el desarrollo de Latinoamé­rica, están unidas a la revolución científica y técnica en la que las universidades evidentemente desempeñan un pa­pel decisivo.

Hay que comprender que no se pierde nada de la dig­nidad académica y de la grandeza de la universidad por condicionar las facilidades y oportunidades dadas a la investigación científica, a la necesidad absoluta de sobre­pasar las condiciones actuales de miseria institucionali­zada y generalizada. No se trata sólo de escoger las ma­terias de investigación científica según este criterio, sino también de orientarlas de manera que se logren aplica­ciones inmediatas y eficaces. Se trata de promover una cruzada, autónoma y sostenida por el conjunto de las economías latinoamericanas, que desemboque en una auténtica reforma de estructuras capaces de asegurar la redistribución y el crecimiento de la renta.

La carencia científica actual de nuestra tecnología hace que ésta sea un artículo de importación con carac­terísticas generalmente inadecuadas para la solución de nuestros problemas económicos. A veces -—como sucede con el considerable esfuerzo que se está haciendo para superar el subdesarrollo del nordeste brasileño— los mé­todos de producción escogidos no bastan para crear em­pleos suficientes. Se debe a que se adopta, sin excepción ni distinción, una tecnología intensiva pero poco pro­ductiva de empleos. Tenemos, entonces, que una mano de obra sin empleo se acumula cada vez más, o también que los elementos importados a una región no utilizan

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sus escasos factores de economía. Hay que crear, por tanto, una tecnología o ajustaría a sus exigencias especí­ficas. Pero esto no se hace sin un fundamento de investi­gación científica de un nivel elevado y sistemático. Se trata de toda una revolución para el cambio rápido de las ideas, de las actuaciones y de las costumbres académicas, para orientar el esfuerzo científico y tecnológico de las universidades hacia las tareas urgentes del desarrollo (PT).

¿Cómo evitar que el mundo subdesarrollado se aparte cada día más del mundo desarrollado? Hoy, 85% —ma­ñana 90%— yacen en la miseria para hacer posible el superconfort del 15%, —mañana del 10%— de saciados. ¿Quién no comprende entonces la exigencia de una re­volución estructural en el mundo desarrollado ? (PAS).

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9. La iglesia

No es el opio del pueblo

La iglesia no es el «opio del pueblo». Debemos pro­bar con hechos que la religión no es alienada ni alienante, sino que ella pretende encarnarse como Cristo. Cuando se trata de afrontar realidades precarias, como por ejem­plo el problema de la alfabetización, soy de los que pien­san que no basta una mera solución técnica sino que es preciso ir más lejos, es preciso abrir los ojos, colocar a la criatura de pie y despertar la iniciativa suscitando líderes y enseñando a trabajar en equipo. Enseñar a no esperar todo del gobierno...

La iglesia, sin provocar odios, debe hablar y tener el coraje de hablar, incluso delante del poder público y de las autoridades, no como quien se siente libre de culpa, porque, por ejemplo, en todo el pasado hay graves erro­res. En América latina, nosotros como iglesia, no pode­mos quedarnos fuera, como si no fuéramos responsables de la creación de algunos errores. Pero nos cabe, sin aire de superioridad y sin la pretensión de ser maestros, re­cordar los principios cristianos. Me agrada mucho aquel gesto de Juan x x m de presentar los principios cristianos en su forma humana, de tal modo que todos los hombres

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de buena voluntad puedan entender lo que hay de común; porque el cristianismo es de tal modo la respuesta a las grandes inspiraciones humanas que termina por ser com­prendido por todos los hombres de buena voluntad. En este sentido, tenemos la obligación de hablar. Recuer­do con entusiasmo aquella simplicidad con que llegó Pablo vi a la ONU. Entregó a alguien su capa no demos­trando intención de quedarse en el lugar más alto. Acep­tó, incluso, hablar de pie delante de los embajadores del mundo. El no tenía el monopolio de la verdad, no iba a «enseñar»; él iba como peregrino de la paz. Este es el gran ejemplo para los obispos del mundo entero.

Yo no hablo en nombre de los obispos, hablo en el mió propio. Cada vez creo menos en la violencia; la vio­lencia engendra la violencia, el odio engendra el odio. Para mí en Brasil sería muy fácil incitar a la violencia y pregonar la rebelión, porque conmigo no pasaría nada. Es muy difícil prender a un obispo en Brasil; pero, los más pequeños sufrirían las consecuencias. Serían tenidos por comunistas y tratados en forma muy violenta. De hecho no creo en la violencia, no creo en el odio. Por eso, el trabajo se hace mucho más difícil, porque se trata de abrir los ojos de la gente y al mismo tiempo contener­los. Es urgente un trabajo simultáneo: abrir los ojos y realizar las reformas. Si los poderosos quieren de hecho liberarse del radicalismo del odio que no tengan la menor ilusión: no hay fuerza que detenga la rebelión humana. Lo que podemos conseguir nosotros es ganar tiempo a que los oprimidos abran los ojos. En este sentido, yo vuel­vo siempre a la manía de un gran movimiento de opinión pública. En esto, todos nosotros somos responsables. Si los líderes religiosos —católicos, evangélicos y, digo más, los líderes agnósticos, y los que se juzgan a sí mis­mos ateos— que tienen sed de justicia, sed de verdad, se unieran junto con las universidades, la prensa escrita y hablada, los jefes de prensa, los líderes operarios y los líderes políticos, tal vez se llegue a tiempo para demostrar

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que la democracia es capaz de resolver sus propios pro­blemas.

No me gustaría llegar a la conclusión de que el único remedio es la violencia (ID).

Iglesia pobre

Es una gran necesidad de los creyentes. Sueño con una iglesia que sea la servidora de los pobres. Una de las cosas que más me molestan y me angustian es el peligro de que la iglesia, divina en su origen, pero humana en sus miembros, pueda caer e integrarse en el gran mecanis­mo del mundo.

Amo a los pobres, y Dios me ha dado la gracia de ver en ellos a Cristo. En este sentido procuro ser un fiel ser­vidor de san Vicente de Paúl, quien tuvo palabras de sin­gular acierto, como éstas: «Tengo que ganar los corazo­nes con el amor, no con el derecho». No quiero con esto decir que mi ideal es hacer que los pobres continúen siendo pobres por siempre. Dos tercios de la humanidad pasan hambre y viven en la miseria. Pienso que la mi­seria es una ofensa al creador. La pobreza evangélica es desprendimiento.

La pobreza de espíritu, en el sentido de desprendi­miento, es una virtud que todos los cristianos están lla­mados a practicar. También trabajo con todas mis fuerzas por extirpar la miseria del mundo. Ha llegado la hora en que a los militares sólo les está permitida una guerra: la lucha contra la miseria, contra el subdesarrollo de los pueblos (Rtt-V).

Si los cristianos fuésemos libres...

Infelizmente, los cristianos —y pienso que todo el pueblo de Dios— estamos lejos de estar libres del engra­naje capitalista, lo que quita mucho de nuestra fuerza mo-

ral para condenar las estructuras injustas y exigir que sean reformadas...

Reto a los cristianos de otras partes del mundo a que hagan su propia revisión de vida. El cristianismo en Amé­rica latina empieza a reconocer que sufre las consecuencias de haberse solidarizado con los poderosos, cuya riqueza es responsable de la situación infrahumana de las masas latinoamericanas.

Después de convivir con la esclavitud indígena y con la esclavitud africana no hablamos lo suficientemente claro y alto a quienes mantienen el colonialismo interno. Por el contrario, aceptamos limosnas para el culto y para obras sociales, ayudando a los ricos a crear una mala con­ciencia de ser buenos cristianos y de estar en paz con la ley de Dios. El cristianismo que difundimos en el con­tinente superestimó la salvaguarda del orden establecido; insistió en virtudes como la paciencia, la obediencia, la aceptación y ofrenda de los sufrimientos (grandes vir­tudes, sin duda, pero que aisladas del auténtico contexto cristiano alimentaban una catequesis hecha a medida para tender a los intereses de los patronos).

El cristianismo que difundimos en el continente atri­buyendo todo a Dios y no apelando casi a la iniciativa y responsabilidad del hombre, llamado por el creador a dominar la naturaleza, a completar la creación, a con­ducir la historia; el cristianismo hasta hace bien poco, casi hasta hoy, alimentó en las masas latinoamericanas un sentimiento pasivo, fatalista y fanático.

Gobiernos y patronos —y en el caso de América la­tina son expresiones casi sinónimas—, sin tomar en serio la religión, sacaron de ella el máximo provecho posible. En la hora en que la Gaudium et spes, repensada y profun­dizada por la jerarquía latinoamericana en Mar de la Plata, secundada y respaldada por la Populorum progressio, nos lleva a una presencia activa en el desarrollo y en la inte­gración de América latina, sentimos que no puede demo­rarse que seamos los primeros en dar ejemplo de liberar-

nos de las estructuras, cuya superación es básica para que haya en el continente desarrollo con justicia, esto es, po­sibilidad de desarrollo auténtico.

Cuando en la práctica se empieza a ver lo que signi­fica liberarse de las estructuras vigentes, abrir la mano contra los privilegios y ventajas, adoptar nuevo estilo de vida, pasar de ser centro de atenciones y prestigio, a ser mal visto, incómodo y mal juzgado, se comprende que sin conversión profunda y personal, jamás se es ins­trumento de conversión del mundo.

Si los cristianos fuésemos libres, el testimonio cristia­no tal vez libertase al mundo de la miseria, que subhu-maniza, y de la mala abundancia, que deshumaniza (PAS).

Nunca fui tan ingenuo como para pensar que basta un sermón o unos consejos suaves para cambiar las es­tructuras (RN-V).

El obispo

El obispo es de todos. Nadie debe escandalizarse si me ven frecuentar personas consideradas como indignas y pecadoras. ¿Quién no es pecador? ¿Quién puede tirar la primera piedra? Nuestro Señor, cuando fue acusado de andar con publicanos y almorzar con pecadores, respon­dió que justamente los que necesitan del médico son los enfermos.

Nadie debe asustarse si me ven con personas consi­deradas comprometidas y peligrosas, de la izquierda o de la derecha, del gobierno o de la oposición, antirrefor­mistas o reformistas, antirrevolucionarias o revolucio­narias, consideradas de buena o de mala fe.

Nadie intente vincularme a un grupo, adherirme a un partido, para darme por amigos a sus amigos y hacerme adoptar sus enemistades.

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Mi puerta y mi corazón estarán abiertos a todos, ab­solutamente a todos. Cristo murió por todos los hombres, por lo que no debo excluir del diálogo fraternal.

¿Que me intereso por los pobres? Desde luego que, amando a todos, debo tener, a ejemplo de Cristo, un amor especial por los pobres. En el juicio final todos seremos juzgados por el tratamiento que hayamos dado a Cristo, a Cristo en la persona de los que tienen hambre, de los que tienen sed, de los que andan sucios, magullados y opri­midos... (RP).

Iglesia y política

—¿Puede la iglesia intervenir en política? —En el sentido en que la política es un bien común,

la iglesia no se puede desinteresar de ella. Evidentemente, otra sería mi respuesta si pensáramos en términos de po­lítica partidista. En estos casos, la iglesia debería estar cada vez más independizada. Aclaremos que cuando me refiero a la «iglesia», me estoy refiriendo no sólo a la iglesia jerárquica, sino también a los laicos. Es evidente que a través de nuestros laicos debería haber una pre­sencia cristiana en los partidos políticos, al menos en todos los partidos democráticos donde la justicia y la dignidad humana sean respetadas. Me gusta pensar en la presencia cristiana a través de los laicos. Ahora bien,

'la jerarquía como iglesia no debe identificarse con ningún partido político. Que los cristianos participen, está muy bien. Pero, la iglesia como tal, no debe adherirse a ningún sistema económico, a ninguna escuela literaria y tampoco a ningún partido político. En este sentido desearía que los partidos en cuya denominación figura la expresión «católica», «cristiana», se liberaran de la misma, porque podría parecer que están identificados con la iglesia. No hay ninguna actividad humana capaz de agotar la realización cristiana y, gracias a Dios, es así, de manera

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que «en la casa de mi Padre hay muchas moradas», y dentro de todos los partidos puede haber una presencia cristiana que me parece muy saludable (ID).

Iglesia y latifundio

...Por un lado, el obispo, que no tiene medios para resolver el caso de las tierras propias, acepta fácilmente que se mantenga la situación medieval de baronato sin nombre. Es en la «casa grande» de la hacienda donde el sacerdote acostumbra a celebrar la misa para los descen­dientes de los esclavos.

Por su parte, el latifundista se siente en paz con la propia conciencia y se juzga a sí mismo como un sostén del orden y de los principios cristianos (RP).

Sin olvidar grandes ejemplos de dedicación, de sa­crificio y hasta de heroísmo, es preciso reconocer que en el pasado —y el peligro continúa existiendo— los cristianos latinoamericanos somos gravemente responsables de la situación de injusticia existente en el continente. Acep­tamos la esclavitud de los indios y la esclavitud africana. Y ahora, ¿puede decirse que hablamos bastante claro y con energía a nuestros latifundistas, a los grandes, a los poderosos? ¿O cerramos los ojos y les ayudamos a tener la conciencia tranquila, sabiendo que han cubierto injusticias increíbles con limosnas dedicadas a construir iglesias (muchas veces escandalosamente ricas, en con­traste chocante con la miseria ambiente) o con limosnas para nuestras obras sociales? En la práctica, ¿no damos aparentemente la razón a Marx, presentando a los parias un cristianismo pasivo, alienado y alienante, de hecho opio para las masas? (GP).

Pluralismo interno

Creo que la iglesia debe estar abierta a los órganos de información. Llamo su atención sobre lo que pasó a propósito de la prensa durante el concilio Vaticano ir. Hubo interés mundial por el concilio el primer día, y la prensa mundial estaba en Roma. Pero después, cuando empezaron las discusiones en el aula, los periodistas fue­ron invitados a pasar por el despacho de prensa, donde recibían una nota redactada por esa oficina. Casi siempre se trataba de una noticia incolora e inodora, cuando no llena de mentiras. A partir del segundo período, los pe­riodistas tuvieron acceso a lo que realmente ocurría en el concilio. Recuerdo que algunos pastores evangélicos me decían: «Sí, la iglesia buscaba mantenernos en la ilusión de que dentro de ella todo era como un seno de Abrahán: que todo era concordia, que no había pro­blemas. Lo cual no era aceptado por nosotros, porque sabíamos que no era así».

Es verdad que cuando los obispos del mundo entero, dentro de la basílica de san Pedro, cantábamos el credo, estábamos todos unidos, ¡gracias a Dios!, pero hay án­gulos distintos, hay posiciones diferentes en relación a cuestiones abiertas, ¡Imagínese ahora que por el hecho de ser cristianos o incluso obispos, estuviéramos obliga­dos a pensar de la misma manera hasta en los pormenores! En esas condiciones, sería intolerable ser cristiano. Pero no, nosotros tenemos la posibilidad de asumir posiciones diversas en cuestiones discutidas. Ahora bien, lo que cada vez se hace más necesario es salvar aquello que me gusta llamar «pluralismo interno», porque nosotros estamos deseosos de una posición pluralista frente a los cristianos o ateos, pero es necesario que dentro de nuestra propia casa sepamos respetar posiciones diversas. Daríamos un hermoso espectáculo de democracia y de cristianismo si, a pesar de opinar en forma distinta, salváramos entre nosotros el respeto mutuo y la caridad.

...Yo creo que cada vez más perderemos el miedo a la prensa. Usted ha de sentir, todavía hoy, que cuando llega con su grabador delante de un sacerdote, sobre todo de­lante de un obispo, una autoridad eclesiástica, ella vacila un poco y tiene miedo a las palabras. ¡Dios del cielo! Es claro que equivocarse es muy humano, pero desde el momento que uno habla sin odios, sin pretensiones, sin pensar que es «doctor en Israel» y admite que otras personas piensen en forma diversa, yo creo que el miedo no tiene razón de ser (ID).

Papel de la iglesia

Si consideramos que el subdesarrollo se ahonda en América latina y que todo el tercer mundo se encuentra en una situación indigna de la condición humana, lo que constituye una injuria a la creación; si consideramos que en el interior de América latina la rebelión anticristiana va a ser inevitable mañana, un mañana no lejano, si la iglesia no está presente y activa; si consideramos aún que la América latina cristiana tiene la grave obligación de esforzarse por llevar el testimonio cristiano a Asia y África, sus hermanos no cristianos, y en el subdesarrollo, vemos que es deber de la iglesia en América latina exa­minar todo lo que se debe hacer en cada país y en todo el continente...

Sin olvidar su trabajo pastoral y, sobre todo, como exigencia de la responsabilidad pastoral que consiste en salvar hombres concretos en situaciones concretas y no espíritus descarnados, tengo la fe fraternal de sugerir a la jerarquía que dentro de cada país de América latina:

— estimule siempre el desarrollo integral; — tome abiertamente posición a favor de las masas

subdesarrolladas, ayudándolas a transformarse en pueblos; —' en caso de que posea tierras, especialmente las

improductivas, deshacerse de ellas en favor de una pro­moción humana y social;

— llevar su apoyo moral, si llegara el caso, a un mo­vimiento de acción no violenta capaz de alterar las con­diciones todavía medievales y de colonialismo interno;

— estimular dentro de los países el diálogo entre las zonas desarrolladas y las zonas subdesarrolladas (M).

La iglesia y sus tierras

Los obispos brasileños han reclamado, más que na­die, las reformas de las estructuras, especialmente, la forma agraria. Se da el caso de obispos que, en tierras de la diócesis, están realizando con éxito experiencias de promoción humana y cristiana con familias que vivían allí en condiciones infrahumanas.

Sin embargo, debemos tener el valor de encarar- una situación desagradable e insoslayable: es todavía excep­cional que las tierras de las diócesis se utilicen para expe­riencias de promoción humana. ¿Qué obstáculos habrán encontrado los obispos brasileños —incluyendo al de Olinda y Recife— para poner en práctica sus bellas decla­raciones sobre reforma agraria?

Dos dificultades principales nos salen al paso: — sabemos que no basta con decirle al habitante que

la tierra le pertenece para que se opere en él la promoción humana, con la cual soñamos. Es necesario que se realice, al mismo tiempo, todo un trabajo complementario de asis­tencia técnica, financiera, social y espiritual;

— sabemos también que anunciar simple y pura­mente al morador que pasa a ser el propietario de la tierra donde vive es, incluso, dar margen a que surjan aprove­chados que compren, por precio irrisorio, las casuchas de los neopropietarios, que mañana se podrían ver en una situación peor que la anterior.

La falta de recursos para llevar a cabo una auténtica promoción humana en tierras de las diócesis viene per­petuando la insostenible y desventajosa situación pre­sente.

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¿Hasta cuándo dejaremos persistir este equívoco? La Conferencia nacional de los obispos del Brasil ya anunció la decisión de promover una amplia investigación sobre los bienes diocesanos. Al menos en el nordeste, parece imposible aplazar por más tiempo una solución al pro­blema que nos quita la fuerza moral para exigir lo que debemos exigir en lo referente a reforma agraria (RP).

Hay diócesis que tienen grandes extensiones de tie­rras y que mantienen poblaciones en un nivel infrahu­mano. Es evidente que si se puede hablar de escándalo con relación a un propietario que se dice cristiano, mucho más con relación a una diócesis. La solución del problema no es simple. No basta distribuir un pedazo de tierra, porque esto no resuelve el problema. Es necesario que con la tierra haya una asistencia técnica, social y finan­ciera, es decir, todo un conjunto que se debe realizar para que de hecho se llegue a una promoción humana y so­cial. Muchas veces sucede que como el propio obispo no dispone de recursos adecuados para asegurar, junto con la distribución de la tierra, toda la asistencia a la que me he referido, entonces va dejando que se prolongue la situación actual, y lo que es peor, da lugar a una natural connivencia con los grandes propietarios. Frecuentemen­te es en estas grandes propiedades en las que nosotros celebramos misa y predicamos los preceptos de la iglesia. ¡No se trata de caer sobre los propietarios, de acusarlos, de denunciarlos al odio de las poblaciones! No. Se trata de unirnos para encontrar una solución que no es fácil, que es compleja pero improrrogable (ID).

Iglesia comprometida

La iglesia no puede quedar indiferente... Por vocación divina nosotros pertenecemos a la cepa de aquellos hom­bres que tienen que comprometerse con los marginados,

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por cuanto también nosotros formamos parte de la raza humana, estamos cercados de enfermedades (Heb 5, 2).

Nuestra conciencia cristiana, por consiguiente, como la de Pedro y de los apóstoles en el comienzo de la igle­sia, no nos permite callar (Hech 4, 19-20).

Sabemos que no vamos a ser comprendidos por mu­chos que no quieren entendernos, aunque estén delante de los hechos, a causa de intereses egoístas. Esos abogados complacientes del statu quo convierten la fe, por razones obvias, en un asunto de mera relación personal con Dios, sin relación alguna con la acción política y social de la persona. Privatizan la religión, utilizándola como ins­trumento ideológico en defensa de grupos e institucio­nes que no se ponen al servicio del hombre, oponiéndose así a los designios de Dios. A este respecto, decía el após­tol Santiago en su carta:

¿No son los ricos los que les oprimen y les arrastran ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman el buen nombre invocado sobre nosotros? (Sant 2, 6-7).

Por su parte, el papa Juan XXIII, lamentando la men­talidad errónea de muchos cristianos bienintencionados, afirma en la Pacem in terris:

Para nosotros, cristianos, la ruptura que se da entre fe re­ligiosa y acción temporal resulta, por lo menos en parte, de la falta de una sólida formación cristiana.

No podemos concebir a la iglesia separada del mundo como un ghetto. La iglesia está al servicio del mundo. Está volcada en él. Es más, la iglesia se identifica con el mundo en cuanto que expresa en la realidad humana aque­lla dimensión de gracia y amor de Dios. El mundo es el lugar donde Dios ama a los hombres y realiza su salva­ción. Es, pues, en el corazón de la humanidad, en la pro­longación de la historia de los hombres, donde opera el amor vivificante del Espíritu santo. ¿Cómo ausentarse,

entonces, del mundo? ¿Cómo ser indiferente ante el mundo o adverso, escepto que se trate de combatir el pecado, la miseria o la esclavitud?

Así, además de los sacramentos, signos específicos de la fe y de la gracia redentora, también las realidades humanas en sus variadas esferas son mediadoras de la salvación, factores de comunicación con Dios a través del servicio y de la comunión con los hermanos de flaqueza y de humanidad (Mt 25).

La salvación no se configura, por tanto, como una realidad fuera del mundo, alcanzable sólo en la transhis­toria, en el más allá. Ella comienza a operarse aquí. La vida eterna, todavía no consumada, ya nos es dada por el hijo de Dios en el «aquí» y el «ahora» de la vida humana (Jn 5, 24; 6, 40).

Esa salvación, que viene de Dios y que irrumpe en la masa humana, dentro del tejido de la historia, se va revelando a lo largo del complejo proceso de liberación del hombre.

Conexo con la dimensión personal e interior de la liberación del hombre, no es posible una salvación total sin que se incluya en ese proceso la dimensión política, económica y social. Por ello, la liberación, conforme a los designios del Padre, se realiza a través y dentro del pue­blo, donde se experimenta la dimensión político-social del hombre, Dios salva a cada uno dentro de su pueblo, el pueblo de Dios.

Tenemos que reconocer con espíritu de verdadera humildad y penitencia que la iglesia no siempre ha sido fiel a su misión profética, a su misión evangélica de estar al lado del pueblo. Cuántas veces se ha visto envuelta en las redes de la iniquidad presente en el mundo y les ha hecho el juego a los opresores, ha favorecido a los poderosos del dinero y de la política en contra del bien común, revistiendo sus acciones bajo apariencias enga­ñosas, por ingenuidad o timidez, presentando una triste deformación del mensaje evangélico. Pero la palabra de

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Dios es muy clara al respecto, ya que continuamente la llama al arrepentimiento, a la conversión, a fin de que vuelva a su primer «fervor» (Ap 2, 4).

Estamos convencidos de que este momento es de opción por Dios y por el pueblo. Es de fidelidad a su misión. Es cierto que el precio de esta elección ha sido siempre la persecución bajo el pretexto de prestar un buen servicio a Dios (Jn 16, 2).

El camino a seguir nos parece claro, es el que nos ha trazado Cristo... Estamos seguros de que también a nos­otros se dirige el oráculo de Jesús, señor de la iglesia, en la carta del Apocalipsis:

Nada temas por lo que tienes que padecer. Mira que .el dia­blo va a arrojar a algunos en la cárcel para que sean proba­dos... Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida (Ap 2, 10).

A la luz de nuestra fe y con la conciencia de injusticia de las estructuras económicas y sociales de nuestro país, nos entregamos a una profunda revisión de nuestra ac­titud de amor por los oprimidos, cuya pobreza es la pie­dra de tropiezo de sus opresores (CON).

Actitud nueva

En lugar de pecar por omisión, en lugar de juzgar y condenar de lejos, en lugar de ser espectadora, la iglesia quiere encarnarse como Cristo asumiendo todas las ale­grías y esperanzas, todos los problemas y ansias de los hombres.

Los obispos de nuestro continente tomaron en Mar de la Plata la decisión de llevar a la iglesia a una presencia activa en el desarrollo e integración de América latina. Si en el pasado, consciente o inconscientemente, la predi­cación, la catequesis, la liturgia ayudaron al conformismo

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y a mantener a las masas en una situación infrahumana, la iglesia católica se dispone a aceptar de punta a punta del continente una actitud nueva, derivada de una teología del desarrollo y capaz de tomar importancia como ex­traordinaria fuerza de desarrollo.

No faltará —especialmente en las áreas de los que son más cristianos que el papa y de los que hacen anticomú-nismo como recurso político y medio de vida— quien descubra en estas palabras un testimonio de filocomu-nismo y un servicio a la cubanización del país, servido tal vez inconscientemente, pero sin duda, como conse­cuencia de alguna sutil maniobra de agente de Fidel Castro.

La iglesia no es el opio del pueblo... La predicación en cuanto evangelización no es sola­

mente completar el anuncio hablado de Cristo, sino ayu­dar a los hombres a salir de su situación infrahumana para que lleguen a un nivel más digno de los hijos de Dios...

A veces nuestros mayores teólogos me dan la impre­sión de vivir en la luna. Es necesario que se encarnen en la realidad. Por ejemplo, ellos empiezan a discutir dicien­do «tenemos que hacer primero la humanización y des­pués la evangelización». ¡No tenemos que hacer nada pri­mero!, sino que debemos hacer todo a la vez, sin pregun­tarnos lo que viene primero y lo que viene después. Todo junto...

Cuando tomé posesión de la archidiócesis de Olinda y Recife, me encontré con nuestros llamados «mocam-bos», que son casitas infectas, dentro del barro. Pensando en los «mocambos» dije que Cristo se llama, en Recife, José, Antonio y Severino (GP).

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Freno y acelerador en la iglesia

Los episcopados latinoamericanos, que juntos cons­tituyen el CELAM, no son ni más ni menos progresistas o conservadores que los demás. Creo que las conferencias episcopales de todo el mundo se parecen mucho. En to­das, hay siempre grupos más avanzados, más audaces, y grupos más conservadores, más tímidos; no faltan, por cierto, aquellos grupos que están a medio camino entre la audacia y la timidez; éstos quizá sean los más nu­merosos.

Cuando oigo hablar de «progresistas» o «reacciona­rios» —expresiones que llegan a resultar ofensivas— re­cuerdo una comparación que manifestó Jean Guitton, observador católico en el concilio. Comparó a la iglesia con un automóvil en movimiento. Según los conductores más apresurados —decía— el automóvil, en lugar de te­ner freno —¡qué cosa más absurda el freno!— debería tener dos aceleradores. Naturalmente, los conductores temerosos encuentran que debería ser al revés. ¿Para qué acelerador?, dicen. ¡Mejor vendrían dos frenos! Ahora bien, lo que es humano —yo diría, cristiano— es que el automóvil, y también la iglesia, tengan un freno y un ace­lerador (ID).

La iglesia se revisa

Entre nosotros hay muchos que quizá deberían re­visar, profundizar y ensanchar la noción de catequesis...

¿Qué sería de la iglesia y de la humanidad si no exis­tiese más que la catequesis en sentido formal? En una gran mayoría, los dos tercios subdesarrollados de la hu­manidad quedarían fuera de su alcance; los obreros tam­bién, pues Pío xi lo subrayó y la realidad continúa dándole la razón cada día: la iglesia ha perdido a la clase obrera, la mayoría absoluta de los adultos de las grandes ciudades,

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pues, por regla general, entre ellos el porcentaje de asisten­cia a la misa dominical (prácticamente el único precepto for­mal que quedaría en la iglesia) no llega a más del 10%.

Más importante aún que insistir en las notas ne'gativas, es sugerir notas positivas o sugerencias constructivas. Se puede considerar como victoriosa en Latinoamérica la experiencia —comenzada en Colombia y trasplantada a varios países— de la educación básica a través de las escuelas radiofónicas.

No se trata de una simple catequesis formal, pues se ha tenido el acierto de comprobar que existe primera­mente un trabajo anterior, humano y cristiano, que hay que realizar: el de levantar millares de criaturas humanas que se encuentran en una situación infrahumana; el de ayudarles a conquistar los preliminares de la libertad (¿de qué sirve hablar de libertad y de derechos humanos a los que no tienen casa, ni auténticos alimentos, ni ves­tidos adecuados, ni un mínimum de educación, de tiem­pos libres o de asistencia religiosa, ni siquiera un míni­mum de garantía de trabajo?).

Por medio, no sólo de un programa de radio sino de una escuela radiofónica, que se hace posible gracias al transistor, incluso en lugares extremadamente retrasados donde no llega la electricidad, se despierta el espíritu de iniciativa, el sentido de colaboración, el ansia de vivir, la sed de progresar.

En el Brasil, la experiencia avanza en cantidad y me­jora en calidad... La catequesis oficial ganaría, y los espe­cialistas podrían enriquecer todavía más el célebre mé­todo de «ver, juzgar y actuar» que, incluso últimamente en la encíclica Mater et magistra recibió la consagración por parte de la santa sede. Si no se actúa así, ¿cómo llegar a la masa obrera que continúa escapándosenos de forma tan angustiosa?

En cuanto a la inmensa masa de las grandes ciudades que escapa al contacto mínimo semanal con la iglesia, en la misa del domingo, habría que considerar «como

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catequesis» el esfuerzo de conquista (de mejora, siempre posible y deseable) no sólo de los militantes de acción católica especializada sino de instituciones como el mo­vimiento familiar cristiano o la legión de María. ¿Y qué hacer con los intelectuales que también se nos escapan peligrosamente? ¿Qué hacer, sobre todo, con los sabios y los artistas? ¿Quién tiene experiencias en este campo?

En el esfuerzo de ampliación de la catequesis, deben entrar:

— la preocupación de despertar a los hijos de los ricos (puesto que es mucho más difícil despertar a los padres) llevándoles a la comprensión del ideal evangélico de pobreza y a la práctica efectiva de la justicia social;

— sensibilizar a los educadores hacia el mundo de los obreros. Es urgente terminar con los colegios gratuitos —de segunda o tercera categoría— que funcionan para los pobres al lado de colegios para la alta sociedad.

Se comprende que hacen falta educadores para los hijos de los patronos. Pero es urgente —sobre todo para llegar a una parte de la clase dirigente del mañana— crear escuelas de buena y excelente categoría (lo que de ninguna manera significa un lujo inadmisible en un cen­tro de enseñanza) para los hijos de los obreros (PT).

Imagen de servicio

Acabemos de una vez con la imagen del obispo-prín­cipe, que habita en un palacio, aislado de su clero, del que se mantiene a distancia y trata con frialdad. Acabe­mos con todo lo que puede dar al sacerdote la impresión de que sólo es visto y conocido a través de la ventanilla de la curia diocesana, en el momento de liquidar econo­mías o de exigir. Acabemos con esa imagen de autoridad que se cuida más, en realidad, de hacerse temer que de ser amada, de hacerse servir que de servir.

Lo que podemos desear para nuestro clero, en reía­

i s

ción a un plan de trabajo y a una pastoral de conjunto sólo se logrará en la medida en que demos ejemplo de entendimiento con los otros obispos de la región, del país, del continente y del mundo; y en la medida en que el sacerdote vea en nosotros al buen pastor, al padre, al imitador de aquél que vino a no ser servido sino a servir.

Permanezcamos alejados de las intrigas y seamos in­capaces de leer una carta anónima, porque aquél que no tiene el valor moral de responder de sus informaciones y de sus acusaciones, no merece el respeto de ser escuchado.

Insistimos a fin de subrayar la necesidad de prevenir­nos contra el clericalismo. La costumbre de hablar desde el pulpito a un auditorio pasivo que no tiene derecho a reaccionar, nos perjudica creándonos la actitud mental de hablar siempre ex cathedra, como alguien que es maes­tro en todos los aspectos, como alguien que tiene siempre la última palabra.

Es un deber de la jerarquía estimular al seglar a abrir nuevos horizontes asegurándole un voto de confianza po­sitiva, y no sólo recomendando prudencia, frecuentemente necesaria, pero todavía un tanto negativa. Las audacias de hoy preparan las actitudes normales de mañana. La Iglesia no es un organismo que inmoviliza, sino que arrastra...

En general, no estamos bien preparados para el diálo­go con los seglares. Estamos más acostumbrados a asocia­ciones en que los miembros nos escuchan silenciosamente y nos aceptan respetuosamente, que a grupos de mili­tantes que piensan con la cabeza y que tienen el valor y la confianza de decir lo que piensan. Sucede también que en momentos difíciles es imposible contar con per­sonas serviciales.

Hay una tesis que puede probarse históricamente: antes de emprender reformas en profundidad, la iglesia se ha encontrado siempre con la pobreza. Por tanto, es providencial el hecho de que en Roma, durante la primera fase del Vaticano ir, haya funcionado el «grupo de la

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pobreza»: obispos de todo el mundo se han reunido para estudiar el misterio del pobre y para descubrir los medios prácticos de ayudar a la iglesia a reencontrar los caminos perdidos de la pobreza.

Tomemos la iniciativa de suprimir nuestros títulos personales de eminencia, beatitud, excelencia. Perdamos la manía de considerarnos como nobles y renunciemos a nuestros blasones y lemas.

Simplifiquemos nuestra forma de vestir. No pongamos el peso de nuestra fuerza moral y nuestra autoridad en el modelo de nuestro coche. Prestemos una seria atención a nuestro lugar de residencia.

Existen coches utilitarios, cuyo uso todo el mundo comprende y acepta. Existen coches que escandalizan y rebelan.

No permitamos que nuestra casa sea llamada palacio. Pero tratemos de que no lo sea realmente... ¿Cómo po­demos malgastar gruesas sumas en la construcción de templos de piedra olvidando al Cristo viviente, presente en la persona de los pobres? ¿Y cuándo terminaremos de darnos cuenta de que en las iglesias demasiado suntuosas los pobres no tienen el valor de entrar y no se encuentran en su casa?

Recordemos, sobre todo, la miseria siempre creciente en nuestros días de millones de hombres, que contrasta de forma sublevante con el confort y el lujo de un núme­ro muy pequeño; recordemos que, aun sumando todas las familias cristianas, somos minoría y, una minoría que no hará sino disminuir; estimulemos a los jóvenes arqui­tectos a descubrir tipos de iglesias, que sean bellas y sencillas, liitúrgicas y funcionales; que despierten y ali­menten el sentido religioso sin sombra de ostentación o de arrogancia.

Que las casas de Dios se levanten más que nunca mez­cladas fraternalmente con las casas de los hombres, abier­tas, acogedoras, pobres en el sentido evangélico.

Todo lo dicho, aunque importante en cierta manera, sólo es exterior. Lo esencial es la mentalidad.

Tengamos el valor de hacer una revisión de concien­cia y de vida. Preguntémonos si hemos adoptado o no una mentalidad capitalista, métodos y procedimientos que irían muy bien para los banqueros pero que quizá no son muy propios para alguien que es «otro Cristo».

¿Existirán casos de iglesias propietarias de grandes dominios? ¿Y casos de diócesis injustas hacia sus obreros, sus funcionarios o profesores?

Hablamos de mentalidad. Sería curioso verificar has­ta qué punto nuestro lenguaje (y la palabra es o debe ser la encarnación del pensamiento) es burgués. Sabemos hablar a los ricos y a la clase media, pero, ¿sabemos tam­bién hablar a los pobres y a los obreros?

Una seria meditación que hay que hacer también —ante Dios, a quien no podemos engañar— es acerca del tratamiento que damos a los ricos... Que, ante el juez, no nos acusen de haber capitulado y habernos hecho conniventes y blandos por las limosnas recibidas (PT).

Serio examen

En su peregrinación histórica aquí en la tierra, la igle­sia ha estado prácticamente ligada al sistema político, social y económico que, en tal momento de la historia asegura el bien común o, al menos, un cierto orden so­cial.

Hoy, la doctrina social de la iglesia, ratificada por el concilio Vaticano n se ha liberado de la influencia de ese imperialismo del dinero, que se cree que fue una de las fuerzas a las cuales estuvo ligada durante algún tiempo. Después del concilio, algunas voces enérgicas se elevan para pedir que termine esta convivencia temporal entre la iglesia y el capital, denunciada en varias oportunidades. Tenemos el deber de hacer un serio examen de nuestra

situación a ese respecto y liberar a nuestra iglesia de toda dependencia con relación a las grandes finanzas interna­cionales. Evidentemente no se puede servir a Dios y al capital.

La iglesia nunca se solidariza —en lo que tiene de esencial y permanente, es decir, su fidelidad y su comu­nión con Cristo en el evangelio— con ningún sistema po­lítico, económico o social. Desde el mismo momento en que un régimen deja de asegurar el bien común en provecho de unos pocos, la iglesia debe no solamente denunciar la injusticia, sino tratar de liberarse del sis­tema injusto, colaborando con otro sistema más justo y que se adapte de manera más adecuada a las necesida­des del momento.

Hace un siglo, al tomar conciencia de la necesidad de algunos progresos materiales, la iglesia toleró el capita­lismo, a pesar de los empréstitos a intereses legales y sus otros usos que no concuerdan con la moral de los profe­tas y del evangelio. Pero ahora sólo puede alegrarse al ver que en la humanidad aparece otro sistema social que es menos incompatible con esa moral. Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido, la justa división de los bienes y la igualdad fundamental de todos.

Evitaremos así que algunos confundan a Dios y la religión con los opresores del mundo, de los pobres y de los trabajadores, como efectivamente son el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo. Esos inhumanos sistemas dieron lugar a la aparición de otros opresores que, de­seando liberar a los pueblos, someten igualmente a los seres humanos cuando caen en el colectivismo totalitario y en la persecución religiosa.

La iglesia saluda con alegría y orgullo a una humani­dad nueva, donde el lugar de privilegio ya no es para el dinero acumulado en manos de unos pocos, sino para los trabajadores, obreros y campesinos.

U/t

La iglesia se regocija al ver que en el mundo progre­san formas de vida social que le dan al trabajo su ver­dadero lugar, que es lugar de privilegio. Tenemos el deber de compartir nuestro pan y nuestros bienes. Si algunos pretenden acaparar para si lo que otros necesitan, entonces los poderes públicos tienen el estricto deber de imponer la distribución que unos pocos se niegan a ha­cer (CON).

10. Juventud

Paso a los jóvenes

Hay quienes piensan que la juventud brasileña carece de fibra y de abnegación. Bien se ve que falta diálogo con la «joven guardia». Aun los mismos, los mismísimos jóvenes melenudos, anhelan la efectiva integración de la universidad a la realidad brasileña. Claro que no admiten que los que no son jóvenes pretendan imponerles los lí­deres. Un líder no se impone desde fuera: surge desde dentro. Claro que no habrá clima propicio para la juven­tud mientras haya miedo. ¿Qué es mejor y más saludable, más democrático y más constructivo, más leal y más hu­mano, temer que el joven piense, prohibir que hable, impulsarlo a la clandestinidad y a la radicalización, o aceptar —aquí o allí— inevitables exuberancias de len­guaje y de actitudes, pero con amplia salvaguarda de la decisión de construir y un saldo amplísimo de sed de afirmación?

Mientras estemos a tiempo se debe abrir un valiente e ilimitado crédito de confianza a la juventud. Los jó­venes no admiten confianzas a medias. A fin de cuentas, mis amigos adultos, ¿acaso los jóvenes no son nuestros hijos? ¿Cómo olvidar que, a través de los tiempos, la

juventud siempre participó de la vida nacional e inter­nacional? Basta preguntar: ¿hubiera existido la aboli­ción de la esclavitud y una república en Brasil sin la de­cisiva participación de los jóvenes?

¿Excesos? Es normal que se produzcan. El día que nuestra juventud sea respetuosa, prudente y fría como la vejez, el país morirá de tedio...

Un día os quisieron prohibir el derecho a usar, en el «Festival internacional de teatro», el himno y la bandera del Brasil. Pero el Brasil os pertenece. Más aún: vosotros sois el Brasil (RP).

El continente no os basta

Pensemos siempre en términos de tercer mundo. El continente no os basta. ¿Cuándo empezaremos a pagar nuestras deudas con África? (Durante tres siglos las amé-ricas han sometido a esclavitud a millones de africanos). ¿Cuándo comprenderemos en la práctica que debemos sentirnos hermanos de Asia, puesto que allá será donde, a fin de cuentas, se ganará o se perderá la batalla del des­arrollo?

Aparentemente, el tiempo cuenta en contra de vos­otros, pero hay que acelerar la historia: es preciso que vuestra generación lleve al tercer mundo a sentarse, no como mendigo, sino como hermano, a la mesa por fin redonda, en que el mundo se decida a dialogar.

Ni siquiera la tierra os basta; resulta demasiado li­mitado hablar sólo de las dimensiones planetarias. Desem­barcaréis en los astros; viviréis la liquidación de la ca­rrera de armamentos y el fin de las guerras (no gracias a motivos idealistas sino realistas); humanizaréis la era electrónica y la cibernética; os libraréis de los desafueros, alcanzaréis la socialización al servicio del hombre y ve­réis la comunidad que soñó Juan xxm.

...Es cierto que protestáis, reclamáis, exigís, pero ¿cómo os pueden negar el derecho a exigir, reclamar, protestar, si no se os consulta en este mundo de la injus­ticia y de la guerra?

Todo lo que deseamos, en diálogo fraterno con voso­tros, es que vuestra protesta sea cada vez más una pro­testa creadora, como cuando ofrecéis la medida de vues­tra capacidad al dar dimensiones planetarias a la canción «Muerte y vida de Severino».

Todo lo que deseamos, en diálogo fraterno (los cu­ras sin clericalismo; los padres sin paternalismos) es que tengáis un poco de paciencia con nosotros, los que he­mos sido engendrados y criados en un ambiente de es­tancamiento y egoísmo; así nos daréis una admirable lección de apertura y humanismo (CJ).

La rebelión de la juventud

Aún sigo pensando como en Manchester, en Ingla­terra, que los jóvenes no pueden soportar ya los siete pecados capitales del mundo actual: el racismo, el colo­nialismo, la guerra, el paternalismo, el fariseísmo, la alie­nación y el miedo.

Frente a los siete pecados capitales que vosotros com­batís, me han indicado los siete pecados capitales en los que habéis caído: el esnobismo, la pereza mental, la con­testación, las drogas, el sexo, la acomodación y el ateísmo.

Quienes os acusan de esnobismo, olvidan que cada generación tiene su estilo propio: basta hojear un álbum familiar...

¿Pereza mental? No aceptáis la cultura polvorienta, pasada de moda y alejada de la vida que pretende incul­caros la universidad.

¿Cómo no protestar cuando hay tantos caparazones de prejuicios que romper y tantas estructuras inhumanas y retrógradas que destruir? Es verdad que con frecuencia lleváis demasiado lejos vuestra protesta.

Las drogas, los narcóticos. Vosotros mismos jóvenes, sin duda, estáis ya convencidos de que las drogas son una falsa ilusión, cuyo precio se paga con la salud, la vitalidad, la creatividad... Pero es una lástima que los adultos no se pregunten cuál es la raíz de esa desesperanza y de esa amargura que conduce a la juventud a ese intento de eva­sión.

¿En qué época el sexo no ha ejercido una atracción muy fuerte? Con seguridad, vosotros mismos —más senci­llos, más auténticos, más directos— habéis experimen­tado la necesidad de profundizar en el misterio del amor, que con frecuencia supone el sexo, pero que no se reduce de ninguna manera a la atracción de la carne.

¿Acomodación? Ese sí que es un peligro de verdad... La acomodación es una sirena dispuesta siempre a se­duciros.

Vuestra postura ante la religión y ante Dios depende enormemente de vuestra actitud y de vuestra respuesta a la vida. Cuando encontráis hombres que se esfuerzan por vivir una religión que no soporta ser opio del pueblo, fuerza alienada y alienante; cuando encontráis hombres para los que el amor de Dios pasa a través del amor hu­mano, vuestro ateísmo deja paso al respeto, a la simpatía y, quién sabe, a la fe.

No necesito pediros que seáis sinceros. Ya sé que aborrecéis la hipocresía y la mentira. Sólo os pido que comparéis hechos con hechos, argumentos con argu­mentos. Os pido que aportéis puntos de vista nuevos y nuevas perspectivas (EV).

Impaciencia de los jóvenes

En el caso de las reformas de estructuras, los jóvenes terminan por tener la impresión de una farsa, de falta de seriedad y, por io menos en Latinoamérica, se lanzan al radicalismo y a la violencia.

La juventud se irrita, sobre todo, al descubrir el fa­riseísmo con que los interesados en mantener los colonia­lismos internos (pequeños grupos de privilegiados cuya fortuna mantiene en la miseria a millones de conciuda­danos) invocan, para defender sus propios privilegios, motivos como la lucha contra el comunismo, el desorden y la anarquía. Polarizad vuestra fuerza moral en desenmas­carar tales farsas.

...Dios me ha concedido la gracia de amar a los jó­venes y de creer en ellos. Estoy convencido de que, en la medida en que la paz se construye por los hombres, creo que será más bien obra de los jóvenes que de los adultos.

En general, el adulto es menos generoso y más egoís­ta, más desconfiado, más frío. La mirada del adulto está empañada fácilmente por el interés. He aquí por qué una de las más fuertes tentaciones que la juventud afronta es la de ver atenuarse el idealismo, enfriarse el entusiasmo, dominar la capacidad de acomodación, en la medida en que el joven se instala en la vida y piensa en casarse —lo que es del todo natural—, tener una casa, tener hijos y preocuparse de su porvenir.

A los jóvenes del norte y del sur del mundo desarro­llado y del mundo subdesarrollado..., si me preguntáis lo que conozco de más válido, de más fuerte, de más eficaz como fermento de revolución cultural a la altura de la revolución estructural que el mundo necesita, res­ponderé sin vacilar: el cristianismo auténtico, tal como aparece después del concilio Vaticano n.

Si deseáis un líder, capaz como nadie de entender a los jóvenes e incapaz de decepcionaros, responderé sin recelo: ¡Cristo! (PT).

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La juventud es un don

¿Cómo no sentir la urgencia de lanzarse a la acción, cuando uno tropieza con tantos jóvenes —de una since­ridad a prueba de bomba en su afán por combatir toda injusticia, pero a menudo con unos métodos violentos que no pueden menos de provocar irremediablemente la represión violenta— que tanto en la cárcel como en me­dio de la tortura dan muestras de un coraje que resulta casi imposible atribuirlo sólo a una ideología puramente materialista...? Todo aquél que tiene ojos para ver y oídos para oir se siente interpelado; ¿cómo quedarnos en la mediocridad, cuando contamos con la fe que va a sos­tenernos ?

El secreto para ser siempre joven y seguirlo siendo por mucho que los años transcurridos vayan haciendo mella en el cuerpo, el secreto de la eterna juventud del alma está en tener una causa a la que consagrar la propia vida.

A los veinte años, sin sombra de arruga ni cana al­guna, ¡ya se puede ser un derrotado en la vida, un pesi­mista, un viejo! Todo aquél que no se decida de una vez a comprender lo que es la vida ni dar con las razones que se pueden tener para aceptar su reto, ya ha comprometido irremediablemente su juventud...

Consagrar su vida a una causa es de gran importancia. Pero hay que ir con cuidado para no equivocarse de causa.

La historia nos ofrece ejemplos de causas grandes: — cuando en los países que, como Brasil, conocieron

durante siglos la vergüenza de la esclavitud africana, es­talló el movimiento abolicionista, no pudo menos de su­birse a su carro el entusiasmo de los jóvenes que gozo­samente corrieron infinidad de riesgos para ayudar a los esclavos a liberarse y poner en marcha una gran corriente de opinión pública de lo más hermoso, para hacer añicos de una vez por todas las estructuras esclavistas. Poetas,

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periodistas, tribunos, sacerdotes, hombres y mujeres de toda clase y condición fraternizaron emulándose en la lucha sagrada cuya meta estaba en la libertad de todos los hijos de Dios;

— cuando en el siglo xlx en América latina, y en el xx en África y Asia surgió el movimiento anticolonial para sostener a los pueblos en su voluntad de acceder a la independencia política, el mundo no pudo menos de caer en la cuenta de lo vergonzoso e inútil que sería em­peñarse en mantener las estructuras coloniales. Y hoy, cada país liberado cuenta con sus héroes, sus poetas, sus polemistas, sus mártires y sus santos.

Sin menospreciar todas las otras causas merecedo­ras de una dedicación total y digna de cualquier sa­crificio, nos atrevemos a afirmar rotundamente, sin miedo a equivocarnos, que hoy también contamos con una cau­sa del siglo: completar la liberación de dos de cada tres hombres, que siguen siendo todavía esclavos, aun cuando ya no se les aplique más' tal adjetivo; acabar de una vez la liberación de tantos países que si de hecho ya han conseguido que se les reconozca oficialmente indepen­dientes, todavía no han conquistado su independencia eco­nómica, y sin ésta, su ingreso en la ONU carece de valor.

Lo más apasionante de todo ello es que esta vez el esfuerzo tenemos que hacerlo todos y para todos.

No, no te detengas. El comenzar bien es una gracia de Dios. Continuar por el buen camino, y no perder el ritmo... es una gracia todavía mayor. Pero la gracia de las gracias está en no desfallecer, con fuerza todavía o ya no pudiendo más, hecho trizas o añicos, seguir avanzando hasta el fin (DF).

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Papel de la juventud

La juventud tiene un papel irreemplazable que re­presentar; hay que tener la valentía de fiarse de los jó­venes, de dialogar de verdad con ellos, de acoger las exi­gencias que expresan en nombre de la autenticidad y de la justicia, habiéndonos hecho acreedores por nuestra parte de la suficiente fuerza moral para exigir también de ellos el respeto a la justicia y a la autenticidad.

Más adelante, cuando se cuente ya con la perspectiva del tiempo, la juventud actual será ciertamente mucho mejor comprendida y juzgada de lo que lo está siendo hoy. Se reconocerán sus valores altamente positivos, y sus defectos, graves sin duda, y a veces incluso muy graves, se cargarán en buena parte a nuestros pecados de adultos.

Antes de pedirle cuentas a la juventud, hagamos lo posible por comprenderla y hacerla comprender, conside­rándola a la luz de algunas imágenes sintomáticas, que si no nos aclaran del todo el panorama, nos desvelarán, si prestamos atención, mucho más nuestras responsabilida­des, que las de quienes a sí mismos se apodan gamberros.

Mirad, por favor, allá en la penumbra del horizonte a ese joven dormido en una de las salas del aeropuerto de Los Angeles. Es un norteamericano. Vuelve de la guerra del Vietnam. El uniforme desabrochado nos dice bien a las claras que este adolescente no ha nacido para militar. Fue arrancado de la universidad, le hicieron interrumpir sus estudios y le pusieron en las manos un fusil ametra­llador, para soltarle, medio aturdido, en el Vietnam, don­de se le obligaría a matar para no tener que morir.

Con la mayor de las repugnancias ha tenido que apre­tar el gatillo y matar sin ninguna razón —pero ¿es que puede haber alguna razón para matar?—- a otros jóvenes como él, en plena eclosión de la vida.

¿Qué tiene de extraño que para aturdirse y para olvidar se haya dado a las drogas...? Ahora retorna de una guerra absurda —pero ¿qué guerra no es absurda?— y no se le

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recibe con flores. Al contrario, casi todo el mundo le está mirando con una especie de desprecio y conmiseración. Ni siquiera su novia ha querido volver a saber nada de él. Sus hermanos más jóvenes no soportan el recuento de sus hechos de armas y se burlan a carcajada limpia de sus condecoraciones. Sus padres, por otra parte, se están preguntando preocupados cómo reintegrarlo a la vida normal...

Imaginaros por un instante una habitación con todas las luces apagadas o casi apagadas en una casa de campo.

Una veintena de chicos y chicas, enterados de que en invierno la casa está vacía y cerrada, han conseguido ha­cerse con la llave. La casa es propiedad de los padres de una chica de la panda.

Durante tres días y tres noches fuman y hacen por bailar; fuman e intentan hablar; fuman y se esfuerzan por excitarse...

De repente, la dueña de la casa, enterada de ello, va allá, encontrándose con los jóvenes en cuclillas, echados, adormilados, los ojos desorbitados cuando no cerrados del todo, embrutecidos.

Lo primero que se le ocurrió fue echar a la calle a los desconocidos y llevar a la fuerza a su hija para casa. Pero el espectáculo era tan deprimente que no se atrevió a echar a nadie. Destrozada, se sentó en el suelo, entre aquellos jóvenes convertidos en piltrafas humanas y se echó a llorar.

¡Si se atrevieran a hablar! Naturalmente ni uno de ellos sería capaz de justificar su acto suicida. Pero dejarían bien claro que si fuman no es simplemente por fumar. Sienten en carne viva lo que les parece que es el absurdo de la vida. Y no encontrando salida alguna que sea digna de su juventud, no les queda más remedio que olvidar.

¡Qué fácil nos sería ir superponiendo indefinidamen­te imágenes y más imágenes parecidas, tan humanas que no pueden serlo más! Cabría evocar entonces a tantos jóvenes casi niños todavía, que pierden la paciencia y se

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lanzan a la violencia armada. Pero, junto a éstos y a tan­tos otros, se encuentran también por todas partes, tanto en los países ricos como en los países pobres, otros mu­chachos extraordinarios, llenos de ilusiones y rebosando generosidad, dispuestos a dar lo mejor que tienen para construir un mundo más digno y más humano.

¡Jóvenes, cuya juventud coincide con la juventud del mundo: Las minorías abrahámicas se abren a todos, pero vosotros contáis en ellas con un lugar especia-lísimo! (DF).

A los jóvenes de los países desarrollados —tanto de régimen capitalista como de régimen socialista— yo os digo: más que pensar en ir al tercer mundo para inten­tar establecer allí la violencia, quedaos en vuestra casa para ayudar a concienciar a vuestros países de la abundan­cia, que también ellos necesitan una revolución cultural que nos lleve a una nueva jerarquía de valores, a una nueva visión del mundo, a una estrategia global del desarrollo y a la verdadera revolución del hombre (EV).

Radicalismo juvenil

Allí donde las masas de los oprimidos tienen una cier­ta posibilidad de acción directa, se comprometen en agi­taciones más o menos profundas, agudas y prolongadas.

Pero cuando caen en una especie de fatalismo al fal­tarles la esperanza, o cuando la reacción demasiado vio­lenta les yugula en un instante, entonces es la juventud la que se pone en pie.

La juventud no tiene paciencia para estar esperando que los privilegiados se despojen de sus privilegios.

Con mucha frecuencia, la juventud ve a los gobiernos demasiado ligados a las clases privilegiadas.

La juventud pierde su confianza en las iglesias que dan a luz doctrinas muy hermosas —textos monumenta-

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les, conclusiones grandilocuentes— pero sin haberse de­cidido, al menos hasta el presente, a encarnarlas en la vida real.

La juventud entonces se hace cada día más radical y deriva hacia la violencia.

En algunos lugares, la juventud sólo es idealismo, llama, hambre de justicia, sed de autenticidad. En otros lugares, conservando el entusiasmo, la juventud se com­promete con ideologías extremistas y se prepara para las «guerrillas» urbanas o rurales (EV).

No preguntas, respuestas

La juventud latinoamericana, seglares y eclesiásticos, está interpelando cada vez más la teología, exigiendo, sin evasivas, respuesta para la pregunta angustiante: si ya tenemos instalada la violencia en el continente, tene­mos o no el derecho o la obligación de pasar a la radi-calización y a la violencia.

Oigo a la juventud que me dice por la voz de sus poe­tas y músicos:

Guarda siempre en el recuerdo que esa entrada no es suya. Su vista poco alcanza, mas la tierra continúa... Sigue de frente que yo te doy la garantía de que alguien pasó primero en busca de la alegría, pues quien anda noche y día siempre encuentra un compañero...

Cuando indago:

Mi entrada, mi camino, me responde de repente:

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Si yo aquí no voy sólito, ¿quién va ahí delante de mí?

Viene la respuesta:

Tanta gente y tan ligero que yo hasta perdí la cuenta. Mas le afirmo: Fuera el dolor, que el dolor no cuenta;

y el camino pide:

Va... me lleva para otro lugar, que yo también quiero un día poder llevar toda la gente que vendrá caminando, buscando con certeza de encontrar (RE).

¡Jóvenes del mundo!

¡Atención, adultos! Sería un error imaginarse que toda la experiencia, toda la prudencia, toda la sabiduría nos pertenece a nosotros, es patrimonio nuestro; y que los jó­venes carecen de sabiduría, de prudencia y de experiencia.

¿Quiénes son los que deciden las guerras, en las que les toca especialmente a los jóvenes morir y matar, estú­pida, absurdamente, sin gloria alguna?

¿Quiénes son los que deciden los cursos y los progra­mas de enseñanza? Si es verdad que estos cursos ofrecen a los jóvenes una ciencia y una técnica muy avanzada, ofrecen casi únicamente ciencia y técnica al servicio de grupos cada vez más cerrados; ofrecen ciencia y técnica

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que crean una masa cada vez mayor de oprimidos y ayu­dan a ampliar cada vez más la distancia entre países pobres y países ricos.

¿Quiénes son los que dirigen las empresas? Pues bien, si son un portento de organización y de técnica, son tam­bién obras maestras de egoísmo y de ambición.

¿Quiénes son los que llevan la política? Tanto las superpotencias capitalistas como las socialistas ofrecen un espectáculo degradante de injusticia y ambición.

¿Quiénes controlan los poderosísimos medios de comu­nicación social? Pues bien, la prensa, la radio y la televi­sión gozan de una libertad que termina donde comienzan los intereses de los gobiernos y de las empresas que finan­cian sus programas...

¿Quiénes son, humanamente, los que gobiernan las religiones? Pues bien, ésta es la realidad que comproba­mos: o las religiones se acomodan a la situación presente y ayudan a mantener el llamado «orden social», se dejan manipular y de esta manera, por así decirlo, «cobran pres­tigio»; o por el contrario, si se sienten en la obligación de denunciar las injusticias, de estimular la promoción humana y la educación liberadora, entonces no tienen más remedio que prepararse para la incomprensión, el des­precio y la persecución.

¡Atención, jóvenes! No os apresuréis a condenar a los adultos de hoy, que son los jóvenes de ayer! ¿Podéis acaso garantizar que, cuando mañana seáis adultos, con­duciréis el mundo de forma más humana?

Lo que tiene que impedir a los jóvenes lanzar piedras contra los adultos de hoy es el peligro grave en que ellos mismos se encuentran, el peligro gravísimo de instalarse en la vida: cuando terminan los estudios y se acerca el matrimonio, ¿cuántos jóvenes conservan la llama, la auda­cia, la sed de trabajar, a costa de su sacrificio, por un mun­do más respirable y más humano?

...¿Hasta cuándo los jóvenes seguirán partiendo para la guerra, cuando hoy sabemos que las guerras son ne-

fastas, que sólo sirven a los intereses de los fabricantes de armas y de guerras, que pueden fácilmente llevar a la humanidad a un suicidio colectivo, que hacen morir y matar a millares y millones de personas, que destruyen física y moralmente a los que vuelven de los campos de destrucción y de muerte?

Firmemos nuestro pacto de luchar pacíficamente por la justicia y por el amor, proclamando por tres veces:

¡Liberación! ¡Liberación! ¡Liberación! (CSC).

11. Espiral de violencia

Violencia institucionalizada

Nadie ha nacido para ser esclavo. A nadie le gusta padecer injusticia, humillaciones, represiones. Una cria­tura humana condenada a vivir en una situación infrahu­mana se parece a un animal —un buey, un asno— que se revuelca en el barro.

Pero el egoísmo de algunos grupos privilegiados en­cierra a multitud de seres humanos en esa condición in­frahumana, donde padecen represiones, humillaciones, in­justicias ; viviendo sin ninguna perspectiva, sin esperanza, con todas las características de los esclavos.

Esta violencia instalada, institucionalizada, esta violen­cia número uno atrae a la violencia número dos: la revolución, o de los oprimidos, o de la juventud decidida a luchar por un mundo más justo y más humano.

Ciertamente, entre continente y continente, entre país y país, entre ciudad y ciudad-se dan variantes, diferencias, grados, matices, en lo que respecta a la violencia número dos.

Hoy los oprimidos del mundo están abriendo los ojos. Las autoridades y los privilegiados se alarman ante

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la presencia de agentes exteriores a quienes ellos llaman «elementos subversivos», «agitadores», «comunistas».

En ocasiones, se trata incluso de personas compro­metidas con ideologías de extrema izquierda que luchan por la liberación de los oprimidos, habiendo optado por la violencia armada para llevar a cabo esta liberación. Otras veces, se trata de personas que, movidas por un sentimiento religioso, no soportan ver cómo la religión se interpreta y se vive como un opio del pueblo, como una fuerza a ienada y alienante, y desean que la religión se ponga al servicio de la promoción humana de aquellos que yacen en condiciones infrahumanas.

Las autoridades y los privilegiados miden por el mismo rasero a ambos grupos. Para ellos, cuantos en nombre de la religión —eclesiásticos y seglares— traba­jan para implantar reformas desde la base, para provocar el cambio de las estructuras, han abandonado la religión por la política, caen en el izquierdismo o, al menos, son ingenuos que preparan el camino al comunismo.

El anticomunismo monolítico y obsesivo, además, es responsable de muchos absurdos, el primero de los cuales es la transigencia con injusticias con las que no nos en­frentamos por temor a que si lo hiciéramos, se «abriría, quizá, la puerta al comunismo».

Si algún rincón del mundo sigue estando tranquilo, pero con una tranquilidad basada en la injusticia —tran­quilidad de las charcas en cuyo seno se están fraguando fermentaciones venenosas—, es seguro que se trata de una serenidad engañosa, llena de mentira.

La violencia atrae a la violencia. Repitámoslo sin miedo y sin pausa: las injusticias atraen la revolución, o de los oprimidos, o de la juventud (EV).

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Violencia número dos

Cuando la «constestación» contra las injusticias llega a la calle, cuando la violencia número dos trata de hacer fren­te a la violencia número uno, las autoridades se creen en la obligación de salvar el orden público o de restablecerlo, aunque haya que emplear medios fuertes: de esta forma entra en escena la violencia número tres. Algunas veces las autoridades llegan más lejos, e incluso hay una tendencia en esta dirección: para conseguir informaciones, quizá decisivas para la seguridad pública, la lógica de la violen­cia conduce a utilizar torturas morales y físicas, como si las informaciones arrancadas con torturas pudieran mere­cer la confianza más segura.

Tengamos el valor y la lealtad de reconocer, a la luz del pasado y quizá a la luz de algunas reacciones ejempla­res y típicas que empiezan ya a brotar en algunas partes, que la violencia número tres —represión del gobierno con el pretexto de salvaguardar el orden público, la seguri­dad nacional, el mundo libre— no es monopolio de los países subdesarrollados.

No hay ningún país del mundo que esté totalmente inmunizado contra la posibilidad de caer en el engranaje de la violencia (EV).

Aumenta la violencia

Cuando vuelvo mis ojos al mundo, tengo la impresión de que la violencia aumenta y pretende apoderarse del mundo. Pero me parece quedes de la mayor importancia manifestar y poner de relieve que la raíz, la madre de toda violencia, la violencia número uno es la injusticia que está haciendo acto de presencia en los países subdesarrollados bajo la forma de un colonialismo interno. Y no existe país en el mundo en el que no haya regiones subdesarro-lladas. El presidente Johnson dijo una vez que en los

Estados Unidos había 30 millones de negros que vivían en condiciones inhumanas.

Por lo demás, en la política comercial internacional es donde una mirada crítica descubre las más grandes y visi­bles injusticias. En enero de 1970 estuve en Canadá; mi visita coincidió con la del primer ministro de Jamaica, quien informó que en 1966 para obtener un tractor cana­diense en su país tuvo que entregar 860 toneladas de azú­car. Cuatro años más tarde, no fueron ya 860 las toneladas que tuvo que entregar Jamaica a cambio de un tractor canadiense idéntico al anterior, sino 3.200. Esto mismo podría afirmarse de todos los países subdesarrollados, con la única diferencia de que la materia prima exportada y el país importador son distintos. En enero de este año, cuando en Detroit eché un vistazo a las estadísticas ofi­ciales de los Estados Unidos, comprobé que en los últi­mos 15 años se habían invertido en América latina 3 billones, 800 millones de dólares; pero en el mismo perío­do de tiempo, en los últimos 15 años, habían salido de América latina 11 billones 200 millones de dólares.

Permítame que insista una vez más: la injusticia per­petrada en la política comercial internacional entre los países subdesarrollados, por una parte, y los superdesarro-llados, por la otra, es el comienzo de todas las demás injusticias, es la violencia número uno. Esta injusticia desen­cadenará la reacción de los oprimidos o de los jóvenes en nombre de éstos. Entramos así en la injusticia número dos. La tercera injusticia es la respuesta del gobierno.

Así, pues, a mi entender, el mundo asciende conti­nuamente en una espiral de violencia y sube a la cima de las injusticias. La única vía de salida posible son, a mi jui­cio, las fuerzas espirituales del mundo, las grandes reli­giones, las universidades y, si tiene libertad, también la prensa hablada o escrita (RN-V).

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Los no-violentos

Nunca y en ningún modo he sido partidario de la fuerza armada. Siempre he estado del lado de los no-violentos, del impulso moral y libertador, por ejemolo, de la «acción, justicia y paz»... Hoy me siento capaz de probar que la fuerza armada no es solución alguna; y no es solución, porque ella misma conduce a la espiral de la violencia.

Si mis amigos pretenden afirmar que la fuerza armada es la única solución válida, si los jóvenes son partidarios de la violencia y pretenden imponerla, no harán sino lle­var al mundo a una dictadura.

Me he referido a mis amigos. Hay quienes no com­prenden mi actitud ante los propagandistas de la fuerza armada... Soy contrario, con todo mi corazón, a todo odio, a toda violencia; no creo, y esto por principio, en su poder constructivo...

Respeto las ideas de todos; reconozco que entre quie­nes son partidarios de la violencia hay personas honradas. No tengo ningún derecho a dudar de la lealtad de quienes comprometen su vida por esa solución. Se me objeta a menudo que me opongo al uso de la fuerza armada tan sólo por motivos tácticos. No es verdad. Soy contrario a ella en virtud de mis principios y convicciones.

...De todos modos me inquieta el que hasta hoy los movimientos de los no-violentos no hayan encontrado todavía el modo de cambiar las estructuras. Dios conoce mi vinculación con Martin Luther King y sus sucesores. Todas las organizaciones de los no-violentos deberían reunirse, a escala mundial, para hacer un serio examen de conciencia común. Ninguna organización pacífica debe­ría contentarse con pequeñas reformas, sino exigir el cambio de las estructuras, no sólo en los países subdesarro-Uados sino incluso en aquellos que ya han alcanzado su desarrollo.

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Sueño con una unión, no con una unificación, de los no-violentos (RN-V).

Violencia de siempre

¿Por qué hablar de violencia? Es un asunto que está a la orden del día. Es verdad que

la violencia es de todos los tiempos. Pero tal vez hoy se presenta más densa que nunca. Como ha sido recordado recientemente, la violencia está en todas partes, omni­presente y multiforme, brutal, abierta, sutil, insidiosa, disimulada, racionalizada, científica, condensada, solidi­ficada, consolidada, anónima, abstracta, irresponsable...

Es fácil hablar sobre violencia cuando se trata o de condenarla de lejos y sin apelación, sin distinguirse su­ficientemente sus aspectos y sin profundizar bastante las causas duras y lamentables, o de atizarla también de lejos, cuando se tiene vocación de Che Guevara de salón...

Difícil es hablar sobre la violencia cuando se está en el corazón de los acontecimientos, cuando se ve que muchas veces algunos de los mejores y más generosos de los nuestros sufren la tentación de la violencia o son raptados por ella.

En el momento de preguntar si la revolución estruc­tural que el mundo necesita supone necesariamente la violencia, es preciso observar que la violencia ya existe y es ejercida, de modo inconsciente algunas vecesj por aquellos mismos que la denuncian como castigo para la sociedad.

Ella existe en el mundo subdesarrollado: las masas en situación infrahumana son violentadas por los pequeños grupos privilegiados, de poderosos. Se sabe que las masas pensaron en volverse pueblo e hicieron un esfuerzo de educación de base y cultura popular; si ella se organiza en sindicatos o en cooperativas, sus líderes son tachados de subversivos y comunistas. Se comentó de manera muy

justa: «Ellos se muestran rebeldes al desorden establecido, son puestos fuera de la ley... Deben desaparecer para que el orden reine»... ¡El orden-desorden!

En cuanto al derecho, es muchas veces instrumento de violencia contra los menos poderosos o se reduce a bellas 'frases sonoras en textos de declaraciones, como la de "los derechos fundamentales del hombre, cuya segunda década el mundo empieza a conmemorar. Una buena manera de festejar este aniversario sería, de parte de la ONU, comprobar si alguno de estos derechos son real­mente respetados en dos terceras partes del mundo.

La violencia existe también en el mundo desarrollado, tanto de régimen capitalista como del socialista. Hay, al respecto, señales de inquietud que hablan lo suficiente­mente claro:

— los negros, que pasan de la no-violencia a la vio­lencia. El apostolado negro de la no-violencia se cae, levantando una enorme tristeza en todas las almas rectas;

— hay un estremecimiento de horror cuando se oyen, de un lado, a jóvenes americanos obligados a arrasar una región y a over-kill, a sobre-matar, aparentemente para sal­vaguarda del mundo libre (en la realidad, sabemos bien por qué) y, de otro, casi niños obligados a matar para defender las propias vidas o, mejor, sus sub-vidas;

— se levantan simultáneamente las juventudes de Alemania Federal, de Italia, de España y de Polonia... Y ¿qué decir de la protesta singular de los hippies?

— se mantiene la carrera de armamentos, de modo que entorpece la carrera espacial. ¡Qué espléndida sería la gloria de nuestro tiempo si no se sintiese que los héroes de la cosmonáutica parten para el espacio al servicio de la beligerancia, del prestigio político y militar!

— en la nueva Checoslovaquia, todo el mundo nota el malestar de la Unión Soviética que, con pretexto de salvaguardar la unidad del bloque socialista, reactiva la lucha ideológica contra el capitalismo.

La Europa del mercado común reaccia en creer que Suecia es el único país de Europa que tiende a figurar en­tre las próximas sociedades post-industriales y procura negar que el control de su mercado se le escapa en favor de la tecnoestructura norteamericana.

¿Necesitamos otros flashes sobre el mundo de hoy? — la libra esterlina, antes tan sólida, tuvo que deva-

luarse y la vieja reina del mar se verá, tal vez, obligada a abandonar su aislamiento espléndido para integrarse en el continente;

— el dólar es objeto de preocupaciones muy serias para el Tío Sam, aunque su situación económica conti­núe muy fuerte;

— la sombra de la paz llega a despertar inquietud en millares de trabajadores que viven de la guerra y se ali­mentan de la muerte;

— la automatización no es tranquilizadora y el paro en masa es una pesadilla hasta en los países altamente in­dustrializados, en los cuales se podría pensar que la recla-sificación de trabajadores sería fácil;

— los «trusts» nacionales e internacionales ya son más fuertes que los estados más fuertes y llegan a hacer imposible encontrar sus gangsters encargados de la eli­minación de ciertas personalidades que empezaban a vol­verse muy incómodas. Se puede decir que esos trusts son, en realidad, los verdaderos señores del mundo y manejan las revoluciones y las guerras.

Podéis fácilmente aumentar la lista de las que yo lla­mo señales de inquietud, pero que son, sin duda, señales de violencia, más o menos disimuladas, tanto en el mundo capitalista como en el socialista.

Más indiscutible todavía es la violencia de parte del mundo desarrollado para con el mundo subdesarrollado, como recordé a propósito de la II UNCTAD.

Frente a esta triple violencia —dentro de los países subdesarrollados, dentro de los países desarrollados, y de parte de los países desarrollados para con los subdesa-

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rrollados— se llega a comprender que se pueda pensar, que se pueda actuar en términos de violencia liberadora, de violencia redentora.

Si los poderosos del mundo subdesarrollado no tienen el valor de desprenderse de los propios privilegios y de hacer justicia a millones de personas en situación infrahu­mana, si los gobiernos hacen reformas que se quedan so­bre el papel, ¿cómo frenar a la juventud que tiene la ten­tación de encaminarse hacia el radicalismo y la violencia?

¿Hasta cuándo a los países desarrollados de los dos lados será posible frenar a la juventud, punta de lanza de la agitación de mañana, si se multiplican las señales de inquietud y de violencia?

¿Hasta cuándo las bombas nucleares serán más po­derosas que la bomba de la miseria que se prepara en el seno del tercer mundo? (PAS).

Guerrilleros de salón

Respeto a aquellos que en conciencia se sienten obli­gados a optar por la violencia, pero no la violencia fácil de los guerrilleros de salón, sino de aquellos que provo­caron sinceridad por el sacrificio de la vida. Me parece que la memoria de Camilo Torres y de Che Guevara me­recen tanto respeto como la del pastor Martin Luther King.

Acuso a los verdaderos autores de la violencia, a to­dos los que, de derecha o de izquierda, hieren la justicia y hacen imposible la paz (PAS).

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El absurdo de las guerras

El hombre llegará al fih a convencerse de lo absurdo de la guerra. Las guerras mundiales, desde el descubri­miento de la energía nuclear, son un auténtico suicidio. Las guerras locales —y el Vietnam está ahí para demos­trarlo— exigen tantas vidas humanas, tanto dinero, tanto prestigio como las guerras mundiales.

Por todas partes, junto a una mayoría no inquieta y conformista, junto a una extrema izquierda y junto a una extrema derecha que entrechocan y caen en la violencia y en el odio, existen minorías que saben muy bien que la violencia no es la única respuesta a la violencia; que si res­pondemos a la violencia con la violencia, el mundo caerá en una espiral de violencia; que la única respuesta verda­dera a la violencia es tener el valor de hacer frente a las injusticias que constituyen la violencia número uno.

Los privilegios y las autoridades llegarán a compren­der que están obligados a escoger entre la violencia san­grienta y armada, por una parte, y, por otra, entre la violencia de los pacíficos y la presión moral liberadora.

A los que piensan que jamás las autoridades y los pri­vilegiados cederán ante la violencia de los pacíficos —que desde luego no se contenta de ninguna manera con refor­mas de poca monta, sino que exige el cambio de las es­tructuras injustas e inhumanas—, bastará recordarles que, con toda seguridad, sus hijos están ya de parte de la justicia, exigiendo y ayudando a crear un mundo más solidario y más humano (EV).

¿Fuerza armada o educación?

El gran problema está en saber si la revolución so­cial que el mundo necesita es obra de educación o si debe pasar por la violencia y la fuerza armada.

Lo que se hace sin trabajo educativo, sin preparación de mentalidades, no echa raíces. Una transformación no comprendida por aquel a quien se le hace violencia, sólo reportará amargura y resentimiento... Es un sueño difícil de realizar, pero espero que sea realizable y capaz de in­troducir cambios radicales y rápidos para revoluciones creadoras (RP).

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12. La universidad

Misión de la universidad

Hoy, como ayer y como siempre, sólo merece el nom­bre de universidad la institución que se transforma en centro elaborador y difusor de cultura auténtica, en con­ciencia viva de la comunidad humana a la cu*l pertenece, en diálogo profundo y permanente.

¿Cómo elaborar cultura sin investigación? En cuanto a nuestro país, desde los gobernantes a los más simples hombres del pueblo, mientras no se convenzan de que el dinero gastado en investigación es inversión del mayor al­cance, quedamos condenados a pensar en segunda o ter­cera mano, a repetir, imitar sin soplo creadof, sin descu­brimientos propios, sin atender a todo lo que de especí­fico encierra nuestra realidad.

Si la universidad no se interesa en ser conciencia viva de la comunidad a la que pertenece, niega su propia esen­cia y pierde el derecho a la libertad y a la autonomía, sin las cuales no se realiza el espíritu universitario.

Si la universidad no se vuelve diálogo vivo y perma­nente —horizontal y vertical, interno y externo—, lo mejor es que desaparezca.

Quien esté juzgando intempestivas y exageradas estas afirmaciones, sepa que ellas no son mías, claro que las adopté, pero han hecho cuerpo en mí desde la reunión de Colombia, cuyas conclusiones el santo padre aprobó con entusiasmo y alegría. Conclusiones que tienen la misma altura de las célebres conclusiones de Mar de la Plata.

Me di cuenta de que la idea fecunda es audaz: los cris­tianos, en Buga, entendieron y proclamaron que la cé­lula vital de la universidad no es sólo el profesor ni es sólo el alumno, sino el binomio profesor-alumno.

Además del diálogo interno, permanente, entre las diversas disciplinas, entre las facultades y los institutos, entre los profesores, investigadores y estudiantes de los diversos organismos universitarios, es indispensable a la universidad el diálogo externo. Le cabe conocer y diag­nosticar la realidad social en que se mueve y a la que per­tenece, dar directrices y elaborar y ofrecer modelos de solución.

El diálogo institucionalizado que debe ser la univer­sidad ha de llevarla a entrar en contacto con aquellos que a ella aspiran o tendrían derecho de aspirar.

Circunstancias económicas y sociales hacen que, de hecho, queden marginados de la universidad muchos que por vocación y aptitudes merecerían participar de la educación superior. ¿Cómo puede quedar la universidad alejada de una realidad tan triste? ¿cómo puede permane­cer tranquila sabiendo que sólo una minoría de privi­legiados (y sois los primeros en reconocer que el criterio selectivo casi siempre viene siendo la posibilidad finan­ciera de poder permanecer hasta el fin de la escuela pri­maria, pasando la enseñanza media y llegar hasta la su­perior), sólo una minoría de minorías logra llegar hasta donde llegasteis vosotros ?

El cuidado de mantenerse en comunicación con la realidad ambiente, de interesarse por la cultura popular, de velar por una sólida educación primaria y secundaria extensible a un mayor número, no es, para la universidad,

apenas cuestión de justicia y reparación: si la universidad no echa raíces profundas en la tierra en que surgió, si no mantiene, además de diálogo interno, amplio e intenso diálogo externo, no conseguirá hacer cultura auténtica, y si llega a ciencia, ésta será desvitalizada; si llega a téc­nica, ésta será deshumanizada (RE).

No torres de marfil

Las universidades del mundo subdesarrollado no pue­den funcionar como lo hacen habitualmente: como torres de marfil rodeadas por la miseria. Es urgente que se in­tegren en la dura realidad del medio en que se encuentran y del que forman parte. Urge que esas universidades se ocupen de los problemas de las poblaciones locales; que denuncien el peor de los colonialismos que es el colonia­lismo interno; que ayuden a las masas, en condiciones infrahumanas, a transformarse en pueblo y preparen al pueblo para el desarrollo (UC).

Universidad católica

A las universidades católicas se exige todavía más: que aseguren un diálogo institucionalizado entre las cien­cias, las técnicas y las artes, de un lado, y de otro, la filo­sofía y la teología.

No se trata de filosofar en las aulas, en los laboratorios, en los campos de investigación, ni de catolicizar la cien­cia y la técnica.

En Buga se firmaron a este respecto directrices de rara feliz idea:

— si cada disciplina se mantuviera fiel a su método, podrían superarse más fácilmente los problemas de fron­tera que se suscitaran;

— deberá ser evitada toda «concordancia», toda falsa unión entre las ciencias y la teología;

/7?

— es urgente la necesidad de un «estudio científico de la teología» no sólo a partir de sus métodos propios, sino también sirviéndose de la historia, de la ciencia, de la filosofía, de la filología, etc. En otra palabras, este es­tudio debe ser interdisciplinar. Todo esto supone un auténtico espíritu de «libertad». Deberá reconocerse a los fieles, clérigos y laicos, la debida libertad de investiga­ción, de pensamiento y de expresión humilde y valerosa de su manera de ver en el campo de su propia competen­cia;

— el legado original de la teología no suprime ni disminuye la importancia de las otras disciplinas del sa­ber. Por el contrario, enriqueciéndose con sus contri­buciones específicas, la teología las ilumina más profun­damente, englobándolas en una misión de conjunto.

Esto nos lleva a pensar en el padre Lebret. Una de las últimas preocupaciones de este hombre de Dios y hombre de los hombres fue ver surgir la síntesis. Lebret pensaba en vocaciones excepcionales, de hombres capaces de repe­tir en nuestros días las hazañas de Alberto Magno y To­más de Aquino.

Sin llegar a estos raros hombres de síntesis, haría bien a los especialistas el diálogo de la propia especializa-ción con las demás disciplinas universitarias y con las diversas interpretaciones filosóficas y teológicas del mun­do y del hombre.

En una sociedad pluralista, el ideal sería que toda universidad llegase hasta aquí, elevase hasta aquí su mi­sión de integración y de síntesis, porque no le viene de casualidad el nombre de universidad.

Como este ideal no existe, o no existe por ahora, los cristianos exigen que de ello haga la universidad católica una de sus misiones esenciales.

Misión que también debe ser entrañable a la univer­sidad católica, y de modo general a todas las universi­dades, es exigir de sí misma, del poder público y de la sociedad, el derecho y el deber de mantener, largo y sin

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límite, el espíritu de diálogo, de libertad, de respeto a la persona humana. Si el diálogo a la libertad y el respeto a la persona humana no encuentran un asilo en la uni­versidad, ¿dónde encontrarían refugio? (RE).

Universidad j poder político

Las universidades, sobre todo las grandes y poderosas universidades de los países desarrollados, poseen una influencia considerable sobre la opinión pública. Estamos asistiendo a reacciones extrañas y peligrosas dentro de las universidades de los países desarrollados: para hacer frente a la «contestación» de los jóvenes, y reconozcá­moslo, a los excesos, a los abusos y al comienzo de im­plantación del terror que acompañan a esa «contestación», las universidades de responsabilidad universal no han en­contrado aún los métodos de acción a la altura de su mi­sión de sabiduría y apelan a los poderes discrecionales. Esto se convierte en un terrible ejemplo y en una peligro­sa apertura para que mañana se implante una nueva dic­tadura. ¿Hasta qué punto esto no explicaría el maridaje de estas universidades, o directamente con el poder polí­tico, o indirectamente con el poder económico a través de las fundaciones que las subvencionan? (EV).

Conciencia crítica de la sociedad

América latina, como parte del tercer mundo, está abocada hoy a la tarea de encontrar nuevas vías de des­arrollo a base del esfuerzo predominante de nuestros propios pueblos, de su capacidad de creación, de su ac­tuación organizada y consciente y de su decisión de su­perar el actual contexto de dependencia y alienación en sus múltiples aspectos. ¿Cómo discutir hoy la temática del desarrollo sin plantear frontalmente todas las impli-

•Í7C

caciones de la dependencia económica, política y cultural? Y ¿cómo superar ese estado de cosas sino formulando una teoría social que sea la expresión auténtica de lo pe­culiar de nuestra realidad y que esté inspirada en la ori­ginalidad de nuestra cultura y abierta a la asimilación crítica del desarrollo científico general?

En ese contexto tenemos que situar la tarea histórica de las universidades latinoamericanas. Sin embargo, no se trataría de pedir un diálogo de la universidad con la sociedad como si estuviesen separadas una de la otra. No olvidemos que la universidad es parte y expresión de la sociedad y, más precisamente, debería ser la concien­cia crítica de esa sociedad en su proceso de transforma­ción. La universidad no puede quedarse indiferente: es expresión, al nivel de la cultura, de la sociedad como rea­lidad pasada o lo es como proyecto futuro. O traduce las estructuras vigentes y es, por eso, apoyo al statu quo o busca expresar la sociedad en dimensión prospectiva.

Por otra parte, una universidad que se reforma, sólo tiene sentido en una sociedad que cambia, al mismo tiem­po que prefigura y anticipa este mismo cambio. ¿Ten­drán nuestras universidades la imaginación y osadía de preparar al mundo de mañana o preferirán quedarse co­mo reliquias de lo que pasó? La presencia inquieta de los jóvenes me tranquiliza a este respecto. Ellos ya van siendo ese mañana anticipado.

Se trata no solo de elegir los temas de investigación científica según este criterio, sino también de enfocarlos con miras a obtener su aplicación pronta y eficaz a la pro­moción del crecimiento autónomo y autosostenido de las economías latinoamericanas, capaz de respaldar una autén­tica reforma de estructura que asegure la redistribución y el crecimiento del ingreso.

Todo este esfuerzo podrá traducirse en programas de inversión y en proyectos cuya puesta en marcha y opera­ción serán los instrumentos de materialización del propio desarrollo. Sin embargo, estos instrumentos pueden ser

17A

aplicados en direcciones divergentes y aun opuestas en sus efectos de promoción y ascensión humana.

Podía ocurrir que, por ejemplo, toda la transforma­ción resultante no pasara de una modernización de los procesos productivos, cuyos rendimientos aumentados continuarían beneficiando a los mismos grupos sociales que acaparan actualmente las mayores ventajas del pro­greso técnico y que, en un neocapitalismo, se desarrolla­rían con muy poca o ninguna contribución a la elevación efectiva de las masas desposeídas de hoy. Eso muestra cómo cualquier transformación al nivel tecnológico y económico tiene que inscribirse en un marco más general donde intervienen los factores socio-políticos.

...Una universidad que no es del pueblo está desti­nada a formar instrumentos de dominación, de colo­nialismo interno y externo (UR).

Universidades latinoamericanas

Las universidades en continentes, como los nuestros, además de las responsabilidades de todas sus hermanas, las universidades del mundo desarrollado, tienen que de­sempeñar el papel importantísimo de foco de conciencia de la realidad histórica.

La América latina no saldrá del subdesarrollo econó­mico si no arranca del principio de que hay que dejar el subdesarrollo cultural. Urge superar la cultura colonia­lista, con sus esquemas en gran parte responsables del mantenimiento de sus estructuras, que nos impiden e impedirán liberar a millones de hijos de Dios mantenidos en situación infrahumana de miseria y de esclavitud.

Entre otras, hay tres claras divisiones entre cultura conolianista y cultura liberadora: mera alfabetización y educación de base, es decir, cultura popular; enseñanza media para privilagiados tomando el espíritu del huma­nismo grecolatino y formación intensiva de técnicos a

nivel medio; la enseñanza superior para superprivile-giados es grandemente reducida a fabricar diplomas. Uni­versidad formada en la investigación abierta al diálogo y en renovación permanente.

...No falta quien machaconamente insiste en pensar que la universidad nada tiene que ver con la cultura po­pular. No nos cansaremos de repetir que la universidad no podrá ser indiferente a la cultura popular, a poco que le importe la miseria y esclavitud que se yergue sobre el país, a poco que le importe que apenas seamos libres políticamente, y que económica y culturalmente conti­nuemos siendo colonias.

Quien no entiende la cultura popular, tampoco en­tiende la revolución que hay que emprender en la ense­ñanza media.

Que, al menos los cristianos tengamos realismo y cambiemos el rumbo, mientras todavía hay tiempo. Que las órdenes y congregaciones religiosas hasta hoy vueltas hacia colegios y gimnasios para privilegiados, piensen con urgencia en los hijos de los trabajadores, los jóvenes de un medio popular, y les inicien en las técnicas de ni­vel medio, fundamentales para el desenvolvimiento del país y del continente.

Quien no entiende la urgencia de la cultura popular y la inhabilidad de los técnicos a nivel medio, no sabe que necesitamos de investigación como necesitamos de alimento y de casa, de luz y de aire.

Sin investigación no nos libraremos jamás de pagar «royalties», símbolo moderno de obediencia y vasallaje de los hombres de hoy (RE).

Si las universidades del mundo desarrollado y subde-sarrollado se dieran cuenta de la denuncia hecha en Gi­nebra en 1964 por medio de instrumentos adecuados, como por ejemplo relaciones objetivas de valor técnico indiscutible, empezarían a moverse. El problema está en convencerlas. Podemos contar de momento con la sim-

patía entusiasta de los estudiantes para las causas justas y humanas. En ninguna universidad, en ninguna parte del mundo, faltarán profesores idealistas, investigadores abier­tos, dispuestos a examinar los hechos con objetividad y a dar su apoyo para la causa que les habrá conquistado.

Repitámoslo: el trabajo que hay que emprender con­siste en examinar si es necesario o no volverse a formu­lar el problema de las realaciones económicas entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado. Si es posible o no poner en duda el sistema de «ayudas», dado que se trata en realidad de una injusticia a escala mundial.

En el mundo subdesarrollado, por ejemplo, habrá que examinar más a fondo lo que representa el «colonia­lismo» interno. En el mundo desarrollado tendrá que exa­minarse la miseria, en cuanto deformadora de la persona humana (PT).

Presencia en el pueblo

¿Cómo puede la universidad participar en ese nuevo tipo de presencia del pueblo y anticiparlo, si no está abier­ta a ese pueblo y a sus necesidades, y permitirle ya el ejer­cicio de sus responsabilidades? ¿Cómo puede la univer­sidad pensar en la democratización de la sociedad si no comienza por ser ella misma una comunidad democrá­tica capaz de pensar sus problemas y los de su país? Ahí descubro también una contribución importante de vues­tra universidad y de su reforma. No basta con que el pue­blo participe dentro del país en las estructuras del poder. Nuestros países tienen que participar a nivel internacio­nal, como sujeto activo, en el proceso de decisiones mun­diales. ¿Hasta qué punto las grandes potencias están dis­puestas a aceptarlo? A nosotros nos toca crear instru­mentos de comunicación, organizamos como grupos de presión y adquirir la competencia que nos permita ser oídos por las otras naciones del planeta. ¡Qué responsa-

bilidad pesa sobre las universidades latinoamericanas para preparar ese diálogo hoy en dimensiones no sólo mun­diales, sino ya probablemente cósmicas!

En cambio, la contribución de la universidad a las transformaciones económicas, tecnológicas y políticas só­lo tendrá sentido si se integra en un contexto más amplio de trasformación cultural en el que su aportación será específica y todavía más decisiva (PT).

Universidad chilena

Vuestra universidad no ha creado un modelo abs­tracto y trasnochado, ni una copia ingenua de otros mo­delos, sino que ha intentado descubrir su camino en el corazón mismo de la cultura en la que ha nacido y en la que vive. Por eso, es una universidad comprometida con la realidad chilena.

Esta realidad no la tomáis como una cosa hecha, sino como algo que está haciéndose. Por esto, consideráis la universidad como un centro que cuestiona la andadura.

La crítica se desarrolla a partir de un pluralismo abier­to a opciones y tendencias divergentes.

Para ello habéis creado una participación activa entre profesores y estudiantes en una comunidad de trabajo e investigación.

Esto sólo va a ser posible si se sitúa al pueblo como término del proceso histórico. Entonces las diversas fun­ciones de búsqueda, de reflexión y creación, enseñanza, formación profesional y servicios para la comunidad local y nacional se irán desarrollando en un diálogo crí­tico con el pueblo.

Tales exigencias, al tiempo que nos ayudan a descu­brir el proceso cultural, hacen que denunciemos todo lo que viene impuesto de fuera y que tiene la pretensión de forzarnos a aceptar unas reglas y unos modelos en el campo económico, social, político y sobre todo en el campo cultural.

El compromiso con la realidad de vuestro país es la mejor traducción del profundo sentido humanista que anima al cristianismo.

Y es entonces, en el núcleo mismo de la realidad chi­lena, donde se descubre lo universal de más allá de las fronteras y donde vuestra experiencia sirve de inspira­ción para otras universidades, al abrirles los más amplios horizontes.

Todos estos puntos están de acuerdo con el docu­mento preparado en el encuentro episcopal en Buga y con los textos de la reunión del CÉLAM en Medellín. En Buga, los obispos allí presentes definieron la univer­sidad como «la conciencia del proceso histórico, en la que el pasado se hace presente con ía creación de nuevas formas de cultura». Y el texto continúa —os leo los pa­sajes más significativos—:

Esta conciencia de la cultura se manifiesta en el saber, se ins­titucionaliza en la comunidad universitaria que, por medio de un diálogo permamente de los miembros entre sí y de ella con la sociedad, participa en la personalización y en la socialización del hombre a través de un mundo que se trans­forma y se hace más humano.

A c o n t i n u a c i ó n d i c e :

En efecto, todas las tareas particulares y permanentes de la universidad, como son entre otras la búsqueda y la forma­ción de dirigentes, han de integrarse, permaneciendo fieles a sus propias exigencias, en la reflexión comprometida con el proceso de liberación. Por esto es indispensable que exista un estrecho contacto con las fuentes y las formas de cultura popular. Dentro de esta meta, la universidad ha de ofrecer condicio­nes tales que los universitarios puedan asumir de manera crítica la responsabilidad de participación en el proceso político con vistas al bien común. En este sentido deseamos la necesaria politización de los miembros de la comunidad universitaria. Dent ro de esta misma línea, es capital también que la ins­titución universitaria se esfuerce en buscar los elementos

capaces de promover de una manera continua la independen­cia cultural del pueblo frente a toda forma de sumisión, venga del interior o del exterior. La liberación que se busca ha de ser la raíz de una integración fecunda, tanto de los individuos en la sociedad, como de las sociedades latino­americanas en su esfuerzo comunitario.

Aquí termina el documento de los obispos en Buga. En Medellín, todo el episcopado latinoamericano, por medio de sus delegados, ha hecho esta crítica:

Nuestras universidades no han tenido suficientemente en cuenta las particularidades latinoamericanas; copiando fre­cuentemente esquemas de países desarrollados, no han dado una respuesta adecuada a los problemas particulares de nuestro continente. Latinoamérica necesita una educación liberadora para verse libre de servidumbres injustas y ante todo de nuestro propio egoísmo. Es la educación exigida para nuestro desarrollo íntegro.

M á s a d e l a n t e los o b i s p o s d e c l a r a n :

Como toda liberación es ya una anticipación de la redención total de Cristo, la iglesia latinoamericana se siente parti­cularmente solidaria con todo el esfuerzo educativo que tiende a liberar a nuestro pueblo.

Amigos míos, ¿todo esto será sólo un sueño? ¿Será una vaga aspiración, fantasía nacida a lo largo de esta noche de fiesta, como fuegos artificiales que se apagarán inmediatamente? De ninguna manera.

He franqueado la cordillera para deciros: ¡Conti­nuad!... Quien enciende una antorcha de esperanza no tiene derecho a permitir que se apague. Y lo digo no para alimentar vuestra vanidad, sino para que midáis toda vuestra responsabilidad: Latinoamérica os contempla(PT).

El peligro del universitario

Un viejo amigo, experimentado y vivido, sabiendo que un hijo universitario andaba metido en reivindicacio­nes, protestas, manifestaciones y peligros de prisión, co­mentó un día: «Cinco años más y el revolucionario de hoy se habrá instalado en la vida, y adiós revolución».

El peligro existe para todos vosotros: el peligro de instalaros, aburguesaros, perder la llamada, perder la sed de justicia, el ansia de ayudar a la religión, al país, al continente y al mundo a librarse del subdesarrollo, del hambre y de la miseria.

No os olvidéis de la universidad. Venid a ayudarla a ser siempre más centro elaborador

y difusor de cultura auténtica, conciencia viva de la co-muiidad en que se inserte... De modo especial, gastad tiempo, abrid espacio en la vida para ayudar a vuestra uni­versidad a ser digna del momento excepcional vivido pot nuestro continente.

Si mañana la América latina todavía se volviese más colonia económica y cultural, espiritual, y no tuviese fibra p a n reaccionar y se acomodase a la miseria y a set vegetativa, la universidad, especialmente la universidad católica, no merecerá vivir en nuestro continente.

Pero si mañana la América latina se librase a un tiem­po de la apatía y de la violencia, del fanatismo y de las guerrillas; si mañana la América latina, sin odio y sin sangre, realiza de hecho cambios profundos y rápidos y vive su revolución, entonces, y sólo entonces, tendréis derecho a sentir ufanía de vuestro diploma conquistado en una universidad de América latina, conquistado en Brasil, en Recife, capital del nordeste subdesarrollado en la década del desarrollo y de la liberación (RE).

1S3

13. Opresión y torturas

Presos políticos

— Dejemos las cuestiones personales para hablar de Brasil. En su país gobierna una dictadura militar de de­rechas. La prensa internacional habla de los presos polí­ticos. Se estima que su número oscila entre 5.000 y 12.000. ¿Podría confirmarnos este número en virtud de sus co­nocimientos personales?

— En París me referí ya a los presos políticos brasi­leños y a las torturas de que eran objeto. No lo hice por falta de amor a mi país; todo lo contrario. Por voluntad de Dios nací en Brasil; pertenezco a este pueblo; Dios sabe que amo a mi pueblo y a mi país íntimamente. Cuando voy de viaje, no olvido que soy brasileño, que pertenezco a América latina; pero tampoco olvido que soy criatura de Dios, y por eso, en ninguna patte del mundo me siento extranjero; soy criatura humana, con­ciencia humana, voz humana: en ninguna parte del mun­do soy extraño. Por eso, tengo plena libertad al analizar las cuestiones que aparentemente son problemas internos de Brasil. Hoy sabemos que lo que al parecer es propio de un pueblo, tiene en realidad trascendencia mundial; los problemas adquieren en la actualidad una importan­

tes

cia planetaria. No a todos gustan las verdades que digo, pero ¿por qué habría de callarme al tratarse de mi propio país?

Por lo que respecta al número de presos políticos y a las torturas que se les infligen, no he hablado en nombre propio. Me he fundado en los hechos descritos en el informe de una comisión internacional de juristas, impreso en Bruselas. La comisión, compuesta por representantes de los juristas más conocidos en todo el mundo, estuvo aquí desde el 25 de febrero hasta el 4 de marzo de 1970.

¿Se trataba de enemigos de Brasil? De ningún modo. ¿Eran enemigos políticos? Tampoco. Eran personas li­bres de toda sospecha, representantes de una organiza­ción jurídica de fama mundial. Y fueron ellos quienes hablaron en todo el mundo de los presos políticos y de las torturas. Lo que ellos propusieron es lo que yo mismo vengo proclamando continuamente: si el gobierno de Brasil está convencido de que no hay presos políticos ni torturas, no debe temer una investigación (RN-V).

El terrorismo de la represión

No podemos admitir las deplorables manifestaciones de violencia que se traducen en asaltos, secuestros de per­sonas, asesinatos o cualquier otra forma de terror. Vienen a ser una manera de torturar al pueblo y, ciertamente, no son expresión de la voluntad del pueblo brasileño.

El ejercicio de la justicia, no obstante estar regulado y tutelado por las leyes, con frecuencia viene vinculado por procesos conducidos demasiado lentamente y por procedimientos inadecuados, de detenciones efectuadas teniendo por base sospechas o denuncias, hechas apresu­radamente, sin que sea permitida la comunicación, y no raramente privando a los imputados del derecho funda­mental a la defensa.

Por otra parte, es notorio que, no obstante el mentís, está bien vivo en la conciencia de nuestro pueblo, y muy difundido en la opinión pública, el convencimiento de que es notable el número de casos de tortura en Brasil. Escapa a nuestra competencia comprobar jurídicamente el fundamento de denuncias que, en un modo o en otro, se difunden aquí y en el extranjero, y llegan también a nues­tro conocimiento. Corresponde al gobierno, en interés del buen nombre del Brasil, indagar a fondo sobre el problema, con el fin de eliminar, por un lado, el peso de la mala fama que estas denuncias acumulan sobre el país en el terreno internacional y, por otro, tranquilizar fun­dadamente al pueblo.

Pero en razón de nuestra misión apostólica, seremos culpables de omisión si en este momento no dejáramos constancia clara de nuestra oposición a todo tipo de tor­tura, física o psicológica, dondequiera que se manifieste, tanto en el Brasil como en cualquier otra parte del mundo.

No ignoramos que en otros tiempos y en otros con­textos culturales y sociales se admitió la legitimidad de la tortura. Sin embargo, la misma maduración de la con­ciencia humana en el tiempo, que debe traducirse en un progresivo perfeccionamiento de su comportamiento an­te Dios y los hombres, nos lleva hoy a defender como conquista de la humanidad la condena absoluta de la práctica de la tortura a una persona humana (GP).

Tortura moral y física

Si bien es cierto que no fue en los países subdesarro-llados donde se inventó el «lavado de cerebro», debemos reconocer que en nuestros países es vergonzoso ver lo que les ocurre a los prisioneros, desde el más humilde la­drón de pollos hasu los presos políticos. Se practica la tortura moral y física más refinada bajo la cobertura de procesos científicos destinados a conocer la verdad.

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Al cabo de 48 horas de interrogatorio ininterrumpido en los cuales los interrogadores se suceden unos a otros, pero el interrogado es el mismo; al cabo de 48 horas de turbador hipnotismo bajo luces intensas; al cabo de 48 horas de promesas y amenazas alternadas, de informa­ciones falsas y de hambre, ¿qué valor puede darse a de­claraciones obtenidas en esa forma?

Es urgente descartar estos procedimientos para ob­tener las llamadas pruebas que, con mucha frecuencia, tienen el amparo y la complicidad de peritos en derecho y en psicología (LP).

Violación de derechos humanos

...El poder ejecutivo se ha irrogado una serie de pre­rrogativas propias de un poder absoluto. El conjunto de medidas tomadas ha tenido como resultado la negación de valores penosamente conquistados e incorporados a la vida institucional brasileña, de modo especial lo relativo a las libertades democráticas.

La Constitución está sometida a un poder mayor, el Acto Institucional número 5, que pone en manos del eje­cutivo el poder total y supremo de decidir sobre cual­quier problema en la forma que crea conveniente. La au­tonomía de los otros poderes ha sido sacrificada en favor del ejecutivo. Los partidos políticos carecen de auto­nomía para tomar sus decisiones. Los canales de expresión de la voluntad popular han sido suprimidos. El ejercicio de la presidencia de la república y de los gobiernos esta-duales se realizan sin contar con el mando popular.

La inviolabilidad del domicilio, el derecho del «ha-beas corpus», el sigilo de la correspondencia; las liberta­des de prensa, de reunión y la libre expresión del pensa­miento, son derechos que fueron sustraídos al pueblo. La libertad sindical y el derecho de huelga le fueron arrebatados a la clase obrera.

Para contener la resistencia a tales condiciones de opresión e injusticia, la violación de los derechos huma­nos es ejercitada por actos de violencia aún mayores. El terrorismo oficial ha establecido el control por medio del espionaje interno y de la policía secreta, y el estado tiene un creciente dominio sobre la vida particular de los ciu­dadanos, recurriendo con frecuencia a la tortura y al asesinato (CON).

Yo acuso

— Quisiera hacerle esta pregunta: ¿ha comprobado usted personalmente si se maltrata a los presos brasi­leños ?

—Hace poco se presentaron en Recife dos jóvenes, venían del sur y querían hacer la guerra de guerrillas. Se presentaron ante mí como campesinos. Ellos saben que no pienso como ellos, pero también que nunca les traiciono. Hice todo lo que pude para apartarlos de sus ideas; soy contrarjo al uso de la violencia, pero ellos con­tinuaron aferrados a su plan. Entonces les dije: «Antes de dos meses os apresarán y maltratarán». Apenas habían pasado unos veinte días cuando oí rumores de que ha­bían sido torturados.

Un día, al abrir el periódico, vi que uno de ellos, Louis Mederus, se había tirado por la ventana de la co­misaría; en seguida me presenté con mi obispo auxiliar en el hospital de la policía secreta. El médico de servi­cio no puso ninguna dificultad cuando dije que quería ver a Louis Mederus; es más, me acompañó a mí y a mi obispo auxiliar a la habitación del enfermo; había, ade­más, un cuarto testigo, el policía de turno que custodiaba la habitación. Louis Mederus estaba gravemente herido; cuando nos vio, sonrió y dijo que éramos amigos suyos. Le pregunté cómo había sido; él me dijo: «Dom Hélder, fui torturado; cuando comprendí que los malos tratos

iban a comenzar de nuevo, decidí tirarme por la ven­tana».

Yo sabía ya demasiado. Cuando salíamos, me dijo el médico de la policía secreta: «Usted me conoce a mí y a mi familia; por favor, no diga nombres, soy casado. Pero le sugiero que vaya al gobernador de Pernambuco, que es médico; tráigalo aquí; a él se le abren todas las puertas; como médico puede observar a Louis Mederus; que mire a ver si Louis Mederus tiene todas sus uñas y si sus órganos genitales funcionan todavía».

Fui al palacio del gobernador, redacté un informe y firmé. Mi obispo auxiliar firmó también. A quien entre­gué el documento le dije que eso era solamente el punto de partida. Los dos obispos asumimos la responsabilidad de todo lo que decíamos. Después supimos que podíamos ser interrogados por la policía militar. No pasó nada. Todo sigue como antes.

Con todo, cada día tengo mayor confianza en que Brasil comprenderá la necesidad de abrir sus puertas a una comisión internacional sin vinculaciones partidistas, como, puede ser, por ejemplo, la Cruz Roja Internacional. Sólo así podremos calmar la conciencia del mundo.

No creo que sea falta de amor a la patria estos tris­tes hechos. Es falta de amor el callarlos (RN-V).

La represión existe

Aquí tenemos una demostración práctica de eso que ha ocurrido en algunos países, de eso que ha de ocurrir mañana en otros... En todas partes existen injusticias, tanto en países subdesarrollados como en los desarro­llados. Ahora bien, para mí, tales injusticias constituyen la violencia número uno, esto es, la violencia institucional.

Cuando los oprimidos o los jóvenes se lanzan a la calle, eso es ya la violencia número dos. El gobierno pone inmediatamente en acción la violencia número tres, ya que se ve en el derecho y en la obligación de salva-

•i on

guardar el orden. Estoy convencido de que esto que el Brasil conoce hoy, otros países lo han conocido ya y otros lo han de conocer aún, puesto que en la represión de la revuelta, de la protesta de los oprimidos, hay una lógica interna que conduce hasta la tortura, encaminada a arrancar secretos que se consideran de importancia de­cisiva para el orden y la seguridad nacional. Estoy con­vencido de que solamente cuando los gobiernos lleguen a comprender que la única manera de llegar al fondo del problema consiste en afrontar las injusticias que consti­tuyen la violencia número uno, sólo cuando lleguen aquí, al corazón del problema, sólo entonces el mundo podrá conocer la paz (TRI).

—Usted ha formulado la primera denuncia contra la práctica de torturas en el Brasil...

— Sí, se tortura... Y desgraciadamente no es éste un monopolio del Brasil. Francia ha conocido la tortura, Alemania la ha conocido también; otros países pueden conocerla mañana. Porque existe una lógica de la vio­lencia, de la violencia armada. Existen injusticias que están ahí. Hoy o mañana los oprimidos saldrán a la calle para protestar. O la juventud, en nombre de los oprimi­dos. Y el gobierno seguirá esa lógica interna de la vio­lencia armada.

—¿Le ha afectado a usted la represión personal­mente ?

—No. Por ahora no, sólo me ha afectado la prohibi­ción, si no oficial, por Jo menos práctica, de hablar por televisión o expresarme a través de la prensa. Es lo único. En lo que respecta a la prensa internacional, como us­ted ve, puedo hablar con toda libertad; nadie me con­trola. También puedo trasladarme al extranjero sin nin­guna dificultad.

—El gobierno de Sao Paulo le ha acusado de defor­mar la imagen de su país en el extranjero. ¿Qué tiene usted que responder a sus detractores?

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—En apoyo de sus acusaciones, el gobernador de Sao Paulo no pudo utilizar más que recortes de prensa. Yo había preparado una respuesta, cuya publicación exigió el cardenal Rossi, de Sao Paulo. La carta del go­bernador fue ampliamente difundida, mi carta sólo pudo circular multicopiada.

Respecto a la imagen del Brasil, yo puedo demostrar que en realidad no hago más que defender a mi país y al tercer mundo en general. Lucho, ante todo, por la justicia. Ese es el contenido esencial de mi mensaje. Y afirmo que la presencia de los exiliados habla por sí misma en contra del actual régimen del Brasil, sobre todo si se tiene en cuenta que algunos de esos exiliados llevan en sus cuerpos las huellas de las torturas a que han sido sometidos.

Si el gobierno quiere realmente mostrar otra cara del país, nada más fácil: no tendrá más que adoptar postu­ras más rigurosas y luchar contra el colonialismo interno. Y contra el neocolonialismo también, el cual no es sino una consecuencia de los imperios. Y digo bien «imperios» en plural, pues, en mi opinión, hay imperios socialistas que hacen el mismo juego que los capitalistas. No hay más que ver lo que ocurre en las reuniones de la UNC-TAD, de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Co­mercio y Desarrollo, donde la Unión Soviética y los Es­tados Unidos hacen gala de la misma frialdad y del mismo egoísmo (TRI).

El temor a la policía conduce al trabajador a renunciar fácilmente a sus derechos. Varias veces, militantes sin­dicales han sido apresados. Se ha creado una psicología de terror: Las palabras «comunista», «subversivos», «agi­tadores», repetidas, desgraciadamente, hasta en los medios eclesiásticos tienen un resultado extraordinario. Para mu­chos es «subversivo» todo hombre que reclama lo que se le debe (CON).

101

Amenazas

—En distintas ocasiones han atentado ya contra us­ted. Todos saben que usted tiene una lista de más de 32 personas que van a ser asesinadas. En esa lista figura su nombre; ¿es verdad?

— Sí, existe esa lista. La organización oficial de mi­litares recibió la invitación de llevar a cabo las ejecucio­nes. Parasat es una organización de paracaidistas que han demostrado un extraordinario heroísmo saltando a las grietas mismas de las rocas para salvar a las víctimas de las catástrofes aéreas. Un día se pidió a Parasat que hi­ciese también otros trabajos en bien del Brasil, tales como el fusilamiento de brasileños no gratos. Parasat no aceptó el encargo. Quienes hicieron pública la nega­tiva, tuvieron después algunos problemas. Creo que no se trata de una iniciativa oficial del gobierno.

Aquí, en Recife, existe realmente esa lista; no es pura fantasía; también yo figuro en ella, soy uno de los primeros. Debería ser- anulada ahora que todo el mundo levanta la voz contra ella.

...La universidad católica fue ametrallada, y el palacio episcopal fue alcanzado 18 veces.

Es curioso que en esta ciudad, donde la policía de­tiene a los estudiantes y trabajadores que reparten oc­tavillas de algún modo revolucionario, no haya detenido a nadie relacionado con este atentado (muerte del padre Henrique), estos disparos y este letrero.

El «CCC» comenzó a amenazar por escrito o por te­léfono. Con bastante frecuencia recibo yo por las noches llamadas anónimas.

Un día, a un estudiante se le hizo saber que no vol­vería a casa sano; y, en efecto, dispararon contra él hi­riéndole en la espina dorsal»; todavía hoy se le puede vi­sitar en el hospital «Petrus Secunde»; ya nunca podrá ponerse en pie.

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También al padre Henrique le amenazaron por telé­fono dos veces. Trabajaba con la juventud y se le exigió que abandonase esa labor. Si no lo hacía, desaparecería. Y de hecho fue maltratado cruelmente y asesinado. Us­ted me pregunta: ¿quién lo asesinó? Alguien podría su­gerirme que fue la gente drogadicta a quien el padre Henrique quería liberar de su enfermedad. No me in­teresa saber quién lo asesinó, sino quién mandó que lo asesinaran. Y es extraño que los tribunales de justicia, a pesar de que han iniciado una investigación, no tengan el mínimo interés en esclarecer el papel del «CCC». No conozco nombres y no creo además tener el derecho de publicarlos si los conociera. Sería injurioso afirmar que fue el movimiento «Tradición, familia y propiedad» o el «CCC». Yo solamente he expuesto la secuencia de los acontecimientos y el desinterés de los tribunales de jus­ticia (RN-V).

Contra toda opresión

Cristianos, hermanos míos, llevad cuidado. Guardaos de invocar el temor al comunismo como pretexto para evitar el cambio de las estructuras que mantienen a millo­nes de hijos de Dios en una condición infrahumana. No es honrado decir que procurar alterar las estructuras es meterse de cabeza en el comunismo ateo.

¿Por qué nosotros, los que amamos la justicia y sabe­mos que sin ella no puede haber auténtica y duradera paz, no nos alzamos contra toda opresión y esclavitud, se de­rive ésta del este o del oeste, del comunismo o del capi­talismo?

Para elegir entre una esclavitud u otra no pretendamos usar y abusar del nombre de Cristo, el liberador, aquel que vino a liberarnos del pecado y de las consecuencias del pecado, del egoísmo y de las consecuencias del egoísmo. ¡Porque el nombre de Cristo es tan grande, tan profundo,

tan vasto, tan puro, que sólo se puede usar contra «todas las formas» de esclavización! Parece increíble que los mo­vimientos fascista y nazi vuelvan a reaparecer. ¿No tu­vimos bastante con la experiencia del próximo ayer?

¿Cuándo entenderán los tecnócratas que ellos son es­clavos del lujo, esclavos muy bien pagados para obtener seguridad y dar una imagen seductora en beneficio de la inmensurable ambición de los amos del mundo?

¿Cuándo decidirán las iglesias juntar toda la fuerza moral que aún pueden conseguir para tratar de acabar con la manipulación del hombre que, sin embargo, se presenta como liberación del hombre? A pesar del riesgo de salirse de los límites del campo religioso e invadir el terreno de la política, ¿cuándo se decidirán las iglesias a denunciar las injusticias que procedan de cualquier sistema, con la segura convicción de que sin justicia no habrá paz? (CSC).

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14. La no-violencia

Mi vocación personal

Respeto a aquellos que en conciencia se sienten obli­gados a optar por la violencia... Acuso a los verdaderos autores de la violencia.

Mi vocación personal es la de peregrino de la paz, siguiendo el ejemplo de Pablo vi ; personalmente pre­fiero ser mil veces muerto a matar.

Esta posición personal se basa en el evangelio. Toda una vida de esfuerzo para comprender y vivir el evan­gelio me lleva a la convicción profunda de que si el evangelio puede y debe ser llamado revolucionario es en el sentido de que él exige una conversión de cada uno de nosotros. No tenemos el derecho de cerrarnos en el egoísmo; debemos abrirnos al amor de Dios y al amor de los hombres. Basta pensar en las bienaventuranzas — quintaesencia del mensaje evangélico— para descu­brir que el camino a seguir para los cristianos aparece claro: nosotros estamos del lado de la no-violencia, que de ningún modo es postura de flaqueza y de pasividad.

No violencia es creer más en la fuerza de la verdad, de la justicia y del amor, que en la fuerza de la mentira, de la injusticia y del odio.

Si esto os parece moralismo, esperad todavía un mo­mento :

La opción para la no violencia si se arraiga en el evan­gelio, se basa también en la realidad. ¿Queréis realismo? Entonces yo os digo: si en cualquier rincón del mundo, pero sobre todo en América latina, una explosión de violencia se enciende, podéis estar seguros de que inme­diatamente los grandes llegarán. Sin declaraciones de guerra, las superpotencias estarán allí y tendremos un nuevo Vietnam... ¿Queréis todavía más realismo? Jus­tamente porque nos es preciso llegar a la revolución estructural, es indispensable promover primero, pero en un nuevo sentido, una «revolución cultural». Si las men­tes no llegan a un cambio en profundidad, las reformas de las estructuras, las reformas de base, quedarán sobre el papel (PAS).

Violencia pacífica

— ¿En América latina, entonces, es imposible la re­vuelta armada?

— Legítima e imposible. Legítima, porque es provo­cada, e imposible, porque será arrasada. Hay fuerzas militares especiales, entrenadas por el Pentágono, que están preparadas para derrotar cualquier intento.

— ¿Qué piensa del Che? —Guevara era el genio de la guerrilla. Lo demostró

en Cuba. Pero desde el punto de vista político era mucho menos genial y lo demostró en Bolivia. Allí no pudo ser ayudado por los oprimidos; quien no tiene una razón para vivir, no la tiene para morir. Quedó solo y lo devo­raron. No creo que Cuba pueda repetirse y creo que Amé­rica latina no tiene necesidad de muchos Vietnam, como decía Guevara. Cuando pienso en Vietnam, pienso en un pueblo heroico que lucha contra la superpotencia. Pero también creo que a China roja no le importa nada Vietnam.

—¿Y de Camilo Torres? —Era un sacerdote sincero, que perdió todas las ilu­

siones de que la iglesia quisiera llevar a la práctica lo que dicen sus bellísimos textos. Pensó que el partido comu­nista era el único que podía hacer algo. Entonces los co­munistas lo mandaron directamente al combate, para que lo mataran: ellos pensaban que con la muerte de Ca­milo, Colombia se incendiaría. Pero no pasó nada: cuando finalmente lo mataron, nadie se sorprendió.

—¿La guerrilla urbana, en consecuencia, es un mé­todo equivocado?

— Obviamente, por lo que ya dije. Mi posición al res­pecto no está basada en motivos religiosos, sino en mo­tivos tácticos. No está basada en ningún idealismo, sino en un sentido realista, exquisitamente político. Un realis­mo que se aplica a todo el mundo. Si en los Estados Unidos los jóvenes salieran a la calle a tentar una revo­lución, serían aniquilados y el Pentágono terminaría por acaparar el poder total.

— ¿Qué hay que hacer, entonces? —Yo no tengo soluciones. Tengo opiniones, suge­

rencias que se resumen en dos palabras: la violencia pa­cífica. No la violencia de las armas, sino la violencia de Gandhi y de Luther King: la violencia de Cristo. La llamo violencia porque no se contenta con pequeñas reformas, sino que exige una revolución completa de las estructu­ras actuales, sobre bases socialistas y sin derramamiento de sangre. No basta luchar por los pobres o morir por ellos; hace falta darles a los pobres conciencia de sus de­rechos. Hacerse comer por los leones, no sirve de mucho si las masas permanecen sentadas viendo el espectáculo. Yo seré un utopista y un ingenuo, pero digo que es po­sible concienciar a las masas y hasta quizá abrir un diá­logo con los opresores. No existe ningún hombre que sea completamente malo. ¿Y si tuviéramos la posibilidad de una conversación con los militares más inteligentes? ¿Si tuviéramos el poder de inducirlos a una revisión de

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su filosofía política? Habiendo sido un integralista, un fascista, yo sé cómo razonan ellos: Tal vez consigamos convencerlos.

— ¿Usted lo ha intentado? — Lo intentaré. Lo intento ya diciéndoselo a usted.

Deben comprender que el mundo avanza. A veces me pregunto cómo es posible que personas serias y virtuosas hayan aceptado tantas injusticias (SDI).

Gandhi, el prototipo

Si tornamos a Gandhi como el prototipo del líder de la no-violencia activa y valiente, podríamos pregun­tarle: «Gandhi, ¿dónde está tu victoria?».

A corto plazo, Gandhi parece haber fracasado. ¿Cuál ha sido realmente la suerte de su doctrina tanto en los países subdesarrollados como en los países desarrolla­dos?

...Cuando Gandhi hacía una huelga de hambre, todo el mundo se entristecía y no había ningún lugar del im­perio capaz de resistir a la presión moral que se elevaba de todos los rincones de la tierra. Pero suponed que el régimen establecido hubiera dejado a Gandhi sin voz, que hubiera encarcelado a sus colaboradores más cerca­nos y más queridos, que hubiera difundido sobre ellos las peores infamias (por ejemplo, que habían denunciado a sus compañeros, que tenían miedo y que confesaron su participación en movimientos subversivos, que ha­bían abandonado la satyagraha...). En este caso,, ¿qué ha­bría podido hacer el apóstol de la no violencia?

• ••¿Qué aconsejaría Gandhi al tercer mundo ante este panorama, cien años después de su nacimiento?

¿Acaso son mayores las posibilidades de la doctrina de Gandhi en los países desarrollados? Quizá. Pero la doctrina de Gandhi exigiría el cambio de las estructuras sin lo cual los países pobres no podrán salir jamás de su miseria.

•4 r\n

Sin este paso previo no habrá nunca ni respeto a la persona humana, ni clima de libertad, ni margen para llevar a cabo una presión moral que demuestre su eficacia, no fijándose como meta unas reformas inexpresivas, sino para lograr cambios profundos y rápidos que harían inútil la llamada a la revolución armada.

...¿Debemos entonces concluir que en los países des­arrollados están sumamente reducidas, si es que no son nulas, las posibilidades del movimiento iniciado por Gandhi y de los grupos que se inspiran en su filosofía y en su ejemplo?

Ni mucho menos. El tiempo juega a favor de Gandhi. Antes que pase mucho tiempo, Gandhi será reconocido como un profeta (FV).

Mis modelos

¿Modelos? Tengo diversos modelos en mi vida. En el plano internacional, por ejemplo, pienso con frecuen­cia en un hombre que no fue político en el sentido de la política de los partidos, pero sí lo fue en el del bien común; me estoy refiriendo a Juan xxin y su preocupa­ción por el bienestar general. A los políticos de este es­tilo pertenece también Pablo vi, puesto que ambos papas han comprendido los más graves problemas de nuestro tiempo. Para mí Pablo vi es un peregrino de la paz.

Admiro mucho también al gran Martin Luther King. Yo he elegido la línea de la libertad de los no-violentos (RN-V).

Opción no-violenta

Hago aquí el don de mi persona, física y espiritual, a la acción no-violenta. En consecuencia, me comprometo a respetar los diez mandamientos siguientes:

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1. meditar todos los días en la predicación y la vida de Cristo;

2. tener presente que la acción no violenta tiene por fin la reconciliación y la justicia, no la victoria;

3. conservar en mi comportamiento y en mis pa­labras, una actitud de amor, porque Dios es amor;

4. orar todos los días y pedirle a Dios la gracia de ser su instrumento, para que todos los hombres puedan ser libres;

5. sacrificar mis intereses personales para que todos los hombres puedan ser libres;

6. observar para con mis enemigos, como para con mis amigos, las reglas de la cortesía;

7. intentar consagrarme habitualmente al servicio de los demás y del mundo;

8. evitar la violencia, tanto de manos como la vio­lencia de la lengua y del corazón;

9. esforzarme por observar una higiene espiritual y física;

10. respetar las órdenes de la acción no violenta y de sus jefes durante las manifestaciones.

Los presupuestos y objetivos del movimiento revo­lucionario no violento son los siguientes: una triple mu­tación de mentalidades (revolución cultural en un sen­tido nuevo) como condición previa para las mutaciones profundas y rápidas que deseamos conseguir:

— es urgente sensibilizar a los poderosos para que se decidan a dejar sus privilegios, y sensibilizar los go­biernos latinoamericanos para que se decidan a realizar las reformas de base;

— es urgente que los jóvenes procuren encontrar soluciones adaptadas a nuestras realidades;

— es urgente ayudar a las masas a convertirse en pueblo (VP).

No se trata de ser vegetariano como él (Gandhi); o vestirse a lo hindú; o de copiar la satyagraha; o de en-

sayar huelgas de hambre... Lo que tenemos que iom.tr de él es el espíritu. Y la gran lección es que sólo gana la victoria aquél que sabe vencerse, y sólo seremos capaces de hacer libres a los demás, si lo somos nosotros mismos. Es la enseñanza válida para todos los tiempos, que la auténtica no-violencia (no la falsa, la cobarde, la hi­pócrita) es más fuerte que la violencia y que el odio (VP).

Acción, Justicia y Pas^

Acción, Justicia y Paz comprende y practica la no-violencia como una acción positiva, audaz y valiente de no conformismo con las estructuras actuales de América latina.

Como fuentes de inspiración de su acción, Acción, Justicia y Paz retiene principalmente:

— la constitución pastoral Gaudium et spes y la en­cíclica Populorum progressio;

— las conclusiones de la n Conferencia del episco­pado latinoamericano, principalmente en lo que se re­fiere a la paz, la justicia, la juventud, la educación, la pobreza de la iglesia y el apostolado entre minorías se­lectas y entre las masas;

— las conclusiones de la asamblea de Upsala, pro­movida por el Consejo ecuménico de las iglesias, y las conclusiones de la reunión de «Iglesia y sociedad», en Ginebra.

En cada país, según las circunstancias, Acción, Jus­ticia y Paz se esforzará particularmente por:

— suscitar y alentar los grupos de reflexión, preferen­temente interdisciplinares, a fin de estudiar formas rá­pidas de desarrollo apropiadas a nuestros países, en una perspectiva de personalización;

— estudiar la existencia o la no existencia, la confor­midad o no conformidad, y las distorsiones prácticas de

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las leyes relativas a las reformas de estructuras, teniendo siempre en cuenta la personalÍ2ación;

— eliminar las injusticias evidentes, tales como las situaciones de esclavitud, despidos colectivos en las zo­nas rurales o urbanas, salarios miserables, falta de res­peto por los derechos del hombre, especialmente por las clases menos favorecidas;

— denunciar la carrera de armamentos que divide a los pueblos, despilfarra los recursos nacionales e impide toda auténtica integración;

— denunciar las violencias contra las justas manifes­taciones que no perturban el orden y que a veces son declaradas abiertamente ilegales;

— denunciar los monopolios nacionales e interna­cionales y cualquier tendencia de imperialismo;

— preocuparse por cualquier tipo de desarrollo rea­lizado a expensas del hombre.

Una vez maduro el pensamiento de los grupos de re­flexión y definida la opción no violenta a través de los compromisos personales, se presentarán muchos cami­nos para concretar los objetivos de Acción, Justicia y Paz:

— reuniones de «concienciación» bien organizadas, bien construidas y bien dirigidas;

— utilización inteligente de los medios de comunica­ción social, comprendiendo en ellos la música, el teatro, la caricatura...;

— apoyar las huelgas justas; — movilizar grandes concentraciones o marchas, co­

mo punto culminante de una actividad bien organizada; — reclamaciones pacíficas, aun con peligro de ir a

la cárcel, en defensa de los que sean injustamente dete­nidos por defender los valores que nosotros proclama­mos: esta es una de las formas fundamentales de expre­sión no violenta (VP).

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Justicia, pero sin odio

Creo que os conozco bien. Y si no me equivoco, es­tamos de acuerdo en el modo como hay que enfrentarse con este mundo desbordante de injusticias. Y la injus­ticia es para vosotros la violencia número uno.

Estaréis de acuerdo en reconocer que, de una manera general, la juventud está perdiendo la paciencia y que deriva hacia la radicalización y la violencia armada. Ad­mitís también que los gobiernos están dispuestos a reac­cionar de una manera brutal, que Carecen de escrúpulos para utilizar incluso la tortura.

Vuestra duda —o la duda de muchos de vosotros— recae sobre esta cuestión: ¿es válida la no violencia, in­cluso cuando se trata de un movimiento positivo y exi­gente como la Acción, Justicia y Paz?

¿Qué es lo que nos separa? Nuestros objetivos son los mismos: Queremos un mundo más justo y más hu­mano. Vosotros quizá penséis que sólo la violencia ar­mada tendrá la fuerza suficiente para socavar y demoler las estructuras inhumanas que crean esclavos.

Si estoy dispuesto a consumir con alegría el resto de mi vida, de mis fuerzas, de mi energía, para exigir la jus­ticia, pero sin odio, sin violencia armada, a través de la presión moral liberadora, es porque estoy convencido de que sólo el amor es constructivo y fuerte.

Conozco vuestra sinceridad y respeto vuestra opción. No permitáis que haya indiferentes a vuestro alrededor. Provocad discusiones. Que vuestra juventud obligue a pensar y a adoptar una postura: incómoda como la ver­dad, exigente como la justicia.

Ayudad a la Acción, Justicia y Paz: apoyándola, so­metiéndola a crítica, discutiéndola. Quizás os sorpren­dáis al descubrir que actuando así estáis ayudando a las minorías abrahámicas, permitiéndolas afirmarse y actuar.

Este es mi grito: ¡Dadme vuestro calor y vuestra amistad! Ayudado por vosotros, quiero conservar la

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juventud de espíritu, la esperanza y el amor que necesito para ayudar a los hombres, mis hermanos (EV).

No-violencia activa

No son menos numerosos los que desean un mundo más justo y humano también, pero sin estar de acuerdo en que la guerra y la violencia armada puedan ser el método adecuado para lograrlas. Sin tener que recurrir siquiera a motivos de orden religioso o ideológico, los que eligen la no-violencia activa —es decir, la violencia de los pacíficos— se encuentran con que hoy se dan po­derosos complejos que dominan la tierra a base de aliar el poder económico con el poder político, tecnocrático y militar; ¿cómo pensar entonces en vencer por las armas a los señores de este mundo cuando cuentan precisa­mente entre sus mejores aliados a los fabricantes de armas y a los fautores de las guerras?

Es entonces cuando se abre camino imperiosamente la otra pregunta: ¿se va a sacar algo con la no-violencia? ¿se dan cuenta los no-violentos de que lo que se trata de conseguir no es solamente alguna que otra pequeña re­forma, sino que tanto en los países desarrollados como en los países subdesarrollados lo que hay que lograr es el cambio de las estructuras político-culturales y econó­mico-sociales? (DF).

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15. La paz no es pacifismo

Hambre de pa%

Tengo hambre y sed de paz. De la paz de Cristo, que se apoya en la justicia. Tengo hambre y sed de diálogo. Por esto corro a dondequiera que me llamen, buscando lo que pueda aproximar a los hombres en nombre de lo esencial.

Si un país no escucha mi llamada, quizás otro la es­cuche mañana. Si una institución se niega a responder —quizá no puede hacerlo— puede que otra esté a la es­pera. Por esto, me resulta imposible quedarme mano sobre mano. Si la hora de la providencia no ha sonado todavía, sonará muy pronto.

¿Quién soy yo? ¿Un ingenuo, un presuntuoso, un agitador? Mi único juez, Cristo, lo sabe. Sólo pretendo una cosa: seguir cada día las huellas del peregrino de la paz. Y hablar en nombre de quienes no pueden hacerlo.

Mis planes, no tengo por qué ocultarlo, recuerdan el combate contra Goliat. Pero la mano de Dios estaba con el joven pastor y David venció al filisteo con su fe, una honda y cinco guijarros (PT).

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Nuestro ideal

v La paz es nuestro ideal. No cualquier clase de paz. No una paz ficticia. La verdadera paz, que Cristo ha ve­nido a traer a los hombres de buena voluntad.

El que ve un pantano bajo la luna, puede engañarse. Eso parece ser una visión de paz. Pero, por debajo, sólo hay barro y podredumbre en fermentación.

Nosotros no queremos una paz de pantanos, una paz falaz que oculta injusticias y podredumbres.

Hay personas que se preocupan mucho de mantener el orden y salvar la paz. Y no se dan cuenta de que hay simulacros de orden y de paz que merecen el nombre de desorden y trabajan contra la paz."

Cuarenta y cinco millones de brasileños, la mitad de la población, no disponen de 36 cruzeiros nuevos al mes para poder vivir, o hacer como que viven.

Proclamar esta verdad, no es ir contra el orden, ni contra la paz. Es ir contra la apariencia de un orden, la apariencia de una paz que prepara las explosiones del mañana.

Proclamar tales verdades, no es ir contra alguien en particular. Si la mitad de la población del Brasil no dis­pone de 36 cruzeiros nuevos al mes para hacer como que viven, todos tenemos un poco de culpa en ello.

Entre 100 familias brasileñas, 70 no reciben ni si­quiera el salario mínimo.

Y entre los que reciben el salario mínimo, muchos lo reciben únicamente sobre el papel.

...Hay apariencias de orden y apariencias de paz que ocultan injusticias terribles y que trabajan contra la paz.

¿Es subversión y comunismo abrir los ojos del pueblo sobre estas verdades?

...Los directivos de todas las religiones no pueden dejar de interesarse por nuestra causa. ¿Cuál es la reli-

gión que no lucha por la paz, y que no sepa que, sin justicia, la paz es mentira? (VP).

Pa^ y justicia

Hace falta una reforma de las estructuras, porque sin ella no llegaremos jamás a una verdadera paz en América latina, porque no puede existir paz sin justicia.

...No habrá paz sin justicia, y si no hay justicia a es­cala mundial, no habrá paz mundial (E).

La falsa pa\

La Acción, Justicia y Paz se define por sí misma, y su nombre nos descubre sus objetivos:

— acción: no sólo especulación, teoría, discusión, contemplación;

— justicia: por todas partes se descubren injusticias; por todas partes hay necesidad de justicia;

— pa%: la justicia es la condición, el camino, la senda. Sólo pasando a través de la justicia se llegará a la paz auténtica y verdadera.

A todos cuantos en el mundo entero tienen hambre y sed de justicia se les invita a*caminar juntos:

— los oprimidos, los que padecen la injusticia en los países subdesarrollados y en las zonas subdesarrolladas de los países ricos;

— los que, perteneciendo a las clases privilegiadas de los países pobres o a las clases ricas de los países ricos, no soportan más la injusticia y descubren en ella la violen­cia número uno;

— los técnicos, que se hallan en una situación privi­legiada para comprender la gravedad del distanciamiento, cada día más profundo entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado, y que, por naturaleza y por vo-

catión, prefieren la presión moral liberadora a la vio­lencia sangrienta;

— los que, habiendo optado por Ja violencia sangrien­ta y armada, empiezan a preguntarse si la violencia de los pacíficos no será la verdadera solución;

— Aquellos que, siendo todavía o habiéndolo sido ayer autoridades, y que respondieron a la violencia con la violencia (usando quizá, incluso, la tortura) compren­dan la urgencia de la violencia de los pacíficos para exigir la justicia, sin caer en la violencia armada y en el odio.

Todos cuantos en el mundo entero tengan hambre y sed de justicia y acepten la invitación a caminar juntos en la Acción, Justicia y Paz, deben saber:

— que la Acción, Justicia y Paz no es ni será nunca un partido político;

— que no pertenece en absoluto a un hombre, a un partido, a un país, a una cultura, a una religión;

— que la Acción, Justicia y Paz es el lugar de encuen­tro de hombres de buena voluntad, convencidos de que sólo los caminos de la justicia y del amor conducen a la verdadera paz, y que están decididos a ejercer una pre­sión moral liberadora para conseguir la justicia y ayudar a la humanidad a escapar del odio y de la confusión.

Cada uno debe descubrir en su propia religión la fuerza necesaria para entregarse totalmente a la justicia como condición previa pira la paz.

A medida que vaya desarrollándose la Acción, Jus­ticia y Paz, un día será necesario reunir, de todos los libros sagrados, las exhortaciones, las exigencias, las ora­ciones ligadas a la paz y a la justicia, sin olvidar los ejem­plos que nos ofrecen los grandes modelos dentro de las diversas religiones.

Para algunas religiones, la palabra «justicia» supone todas las virtudes y es sinónimo de santidad.

En cuanto a la «paz», sabemos que existe una paz falsa, que se parece a las charcas cenagosas bajo la luna. La paz que nos reclama, que toca nuestro corazón, por

la cual estamos decididos a sacrificarnos, supone que se respeten plenamente los derechos de todos: los derechos de Dios y los derechos de los hombres. No sólo los de­rechos de unos pocos hombres privilegiados, sacrifi­cando los de otros muchos hombres: los derechos de cada hombre y los derechos de todos los hombres (EV).

Desarrollo: nuevo nombre de la pa\

Dios me ha dado la gracia de amar a los jóvenes y de creer en ellos. Estoy convencido de que, en la medida en que la paz se construye por los hombres, creo que será más bien obra de los jóvenes que de los adultos...

Sabemos que el desarrollo es-el nuevo nombre de la paz, lo mismo que sabemos también que sin justicia no existirá auténtico desarrollo y, por lo mismo, no habrá paz.

Dado que la justicia es el fundamento indispensable de la paz, las injusticias internacionales ponen en cons­tante y creciente peligro la paz del mundo.

...Y cuando la situación se agrava por la presencia de grupos militares que, consciente o inconscientemente, están al servicio de minorías privilegiadas, oponed el derecho a la fuerza, con habilidad, pero firmemente, y procurad poner al descubierto lo que hay de desorden, de injusticas y de falta de humanidad en el pseudo-orden que se creen en el deber de defender.

El papa dice que la creación de la comisión pontificia para la justicia y la paz responde a un voto del concilio y es la contribución de la santa sede a la gran causa de los pueblos en vias de desarrollo.

Pablo vi afirma: «Justicia y paz es su nombre y su programa». Imposible hablar más claro. La santa sede ha tomado posición: dice que en las relaciones entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado el pro­blema no es sólo de ayuda, sino de justicia; tiene concien-

cia de que falta justicia a escala mundial; recuerda que sin justicia de ninguna manera tendremos paz (PT).

Un sueño

No desconocemos los problemas surgidos de la di­ferencia de razas, de lenguas, de países, de religiones; no podemos olvidar los odios, las luchas, la frialdad, el egoís­mo... Pero, a pesar de todo, ¿es un sueño, es una ilusión pensar que en cualquier rincón del mundo existen per­sonas decididas a exigir, de una forma pacífica, pero firme', la justicia como condición previa para la paz?

El rostro, la sonrisa, los gestos de paz y de amistad, las pequeñas atenciones y la delicadeza son un lenguaje universal, capaz de demostrarnos que estamos mucho más cerca de lo que imaginamos. En todas partes la bondad nos rinde, la injusticia nos hiere, la paz es un ideal.

Cualquiera que sea tu religión, lucha por conseguir que, en lugar de separar a los hombres, les ayude a unirse.

¡Guerra de religiones! ¿No es ésta la mayor tristeza de todas las tristezas, una contradicción irreconciliable, un absurdo? Dios es amor. La religión debe aproximar a los hombres, debe juntarlos.

En los dogmas de tu fe, ¿cuáles son los principios, las directrices que exigen la justicia y la paz?

¡Unámonos por encima de todas las barreras! Si las minorías dispersas por todas las razas, todas las lenguas, todos los países, todas las religiones consiguen unirse en la Acción, Justicia y Paz, entonces tendremos derecho a conservar la esperanza.

La Acción, Justicia y Paz desea llevar a cabo una pre­sión moral liberadora que ayude, de una manera pací­fica, pero efectiva:

— a cambiar las estructuras económico-sociales y político-culturales de los países subdesarrollados;

— a inducir a los países desarrollados a integrar sus zonas subdesarrolladas y a revisar en profundidad la política internacional del comercio con los países sub-desarrollados.

La Acción, Justicia y Paz considera un deber suyo vigilar las reacciones violentas de las autoridades que ponen como pretexto la salvaguarda del orden público. La Acción, Justicia y Paz se compromete sobre todo a elevar su voz de protesta cada vez que sepa de forma cierta que se han empleado torturas como método «cien­tífico» para arrancar informaciones, quizás importantes e incluso decisivas para la seguridad nacional.

¿Cuándo se van a decidir las grandes religiones de la tierra a emplear toda su fuerza moral para exigir la jus­ticia como condición de la paz?

Sólo hemos presentado algunas posibilidades prác­ticas de acción: a las minorías abrahámicas de hoy y de mañana les corresponde ir más lejos, decir y sobre todo llevar a cabo el resto, siempre fieles a los caminos de la justicia y del amor, como condición previa para la paz (EV).

Morir por la pa\

—Dom Hélder, esta semana he visto los letreros de la pared de su casa («Ama a Brasil o abandónalo»), he leído innumerable cantidad de cartas anónimas que con­tienen amenazas, he oído llamadas telefónicas nocturnas y anónimas, conozco además la censura postal y telefó­nica. Permítame una pregunta personal: ¿no tiene miedo, no teme por su propia vida?

— ...No creo que me maten. Y no lo creo, porque morir por la justicia, morir por la paz es un privilegio especial; no todos lo merecen. El privilegio no depende de nuestra voluntad: no todo aquel al que se le dice: «Hijo mío, tú vas a morir por la justicia y la paz», muere

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realmente. Eso es cosa del Padre. Muere así un hombre grande, Martin Luther King. Mueren así sólo los que están maduros para ello, por ejemplo, el padre Antonio Henrique, que era tan humilde, tan sencillo y tan joven. El elegido fue él, no yo. Yo creo que esta gracia es de­masiado grande. Si está en el plan de Dios, prescindiendo de mis méritos propios —Dios no cuenta nuestros mé­ritos a nuestro modo y manera; él tiene en cuenta la buena voluntad de los más débiles— digo que si está en el plan de Dios que yo entregue mi vida por la justicia y por la paz, también me dará la fuerza necesaria para ello. Estoy seguro de ello, y sería para mí una gran alegría.

...Si él lo quiere, seré el primero en alegrarme de ello, porque es en realidad un gran honor y una gran alegría dar la vida por la paz.

Sólo podremos conseguir una paz verdadera y dura­dera cuando tengamos la valentía de eliminar las raíces del mal, cuando terminemos con el colonialismo interno de los países subdesarrollados, cuando eliminemos las regiones subdesarrolladas de los países ricos, cuando de­mos rienda suelta al espíritu creador que suprima y venza el egoísmo, cuando saneemos a fondo la política comer­cial internacional, en una palabra, cuando en el mundo instauremos la justicia (RN-V).

16. Minorías abrahámicas

¿Quiénes son?

Si se me permite una alusión a mi historia personal, voy a evocar mi semifracaso; un fracaso a medias, que me empuja a nuevos combates y que me abre nuevas espe­ranzas.

Durante seis años he soñado en un gran movimiento de presión moral liberadora. Lancé Acción, Justicia y Paz. Recorrí medio mundo. Hice llamamientos a institu­ciones: universitarios, iglesias y grupos religiosos, sin­dicatos obreros, organizaciones de técnicos, movimientos de juventud, etc.

Seis años después he llegado a la conclusión de que las instituciones como tales se encuentran totalmente imposibilitadas para lanzarse a unas acciones audaces y decisivas por dos motivos capitales:

— no pueden traducir más que el término medio resultante de las opiniones de sus miembros;

— en la sociedad capitalista, si quieren seguir sobre­viviendo, se ven obligadas irremisiblemente a permane­cer metidas directa o indirectamente en el engranaje.

Reconozco que no se me ha permitido llegar hasta los países del este. Sin embargo, si es verdad que son muchas

y muy graves las faltas que reprochar a las superpoten-cias capitalistas, tales como Estados Unidos y la Comu­nidad Económica Europea, no son menos las que echar en cara a la Unión Soviética y a la China. Con la parti­cularidad de que si en los países capitalistas aún cabe de­nunciar tales pecados, en Moscú y Pekín sigue resul­tando de todo punto inconcebible.

Al mismo tiempo que me doy cuenta de que recurrir a las instituciones en cuanto tales es una vulgar pérdida de tiempo, me estoy encontrando por doquier —incluidos, me lo dice mi situación, los países del este— con unas minorías que por lo que toca a la justicia y a la paz me pa­rece que constituyen una fuerza sólo comparable a la de la energía nuclear escondida durante años y más años, millones de años, en lo más íntimo de los átomos, en espera de la hora de su descubrimiento.

...En las cinco partes del mundo viven unos hombres y mujeres, de todas las razas, de todas las lenguas, reli­giones e ideologías, dispuestos a no escatimar sacrificio alguno para ayudar a construir de verdad y de una vez un mundo más justo y más humano.

Dios, pensando en todos, llama a algunos. A éstos les decide él a lanzarse al vacío, a ponerse en camino, a partir... Les lanza a la calle, al camino, para que arrastren consigo a otros, a muchos otros. Les pide que sean sig­nos cuando llegue la hora de las pruebas.

El primero que fue llamado así por Dios, fue Abrahán. No dudó ni un momento. Se puso en camino. Tuvo que hacer frente a pruebas difíciles. Aprendió a sus expensas a despertar en nombre de Dios a sus hermanos. A lla­marles. A animarles. A ponerles en marcha.

Que los no judíos, los no cristianos, los no mulsuma-nes nos permitan darles a estas minorías llamadas a ser­vir el nombre de abrahámicas. No hay inconveniente al­guno en que cada raza y cada religión les dé un nombre equivalente, respondiendo mejor a su propio talante re­ligioso y a su tradición particular (DF).

O-IA

No es solamente aquel que sólo recibiera uno. Son aquellos que habiendo recibido cinco o diez, en vez de ganar otros diez o veinte, han descubierto el confort o la prudencia humana o la falsa humildad y vuelven tal y como se fueron, las manos vacías y sin fruto alguno. No les llames todavía a ajusfar cuentas. Espera un instante, a que salga gritando con la esperanza de despertar a mis hermanos

(DF).,

Un mundo mejor

— ...Usted habla con frecuencia de «minorías abrahá­micas». ¿Qué entiende por eso?

—Cuando vuelvo los ojos a los diversos grupos hu­manos —periodistas, obispos, soldados, ingenieros o mé­dicos— de cualquier país, tengo la impresión de que existe una tendencia a los términos medios. La medianía de los grupos no es ciertamente su mayor virtud, pero tampoco su mayor pecado. No es la gran cobardía, pero tampoco el supremo valor, la suprema valentía. Es el término medio, simplemente.

Por encima de estos grupos hay una minoría. Es sor­prendente que sólo haya una minoría, pero gracias a Dios tal tendencia se manifiesta dentro de todos los gru­pos humanos en todos los países y en todos los tiempos. Esa minoría es maravillosa y peligrosa. Dos palabras muy serias: maravillosa y peligrosa. Me gusta calificar de abrahámicas a esas minorías porque, como Abrahán, esperan contra toda esperanza. Yo sueño con ver unidas a las minorías abrahámicas de todos los grupos de un

país, de los diversos grupos del mismo continente y de los distintos grupos de todo el mundo.

Permítame referirme ahora a un caso concreto. Es­toy hablando con un periodista.

Usted pertenece a esa minoría abrahámica de la prensa, porque para usted hubiese sido mucho más fácil quedarse tranquilamente en su propia casa. ¿Por qué vino a Amé­rica latina? ¿Por qué viajó por todo el mundo con las dificultades e inconvenientes que eso comporta? Hu­biese sido más cómodo quedarse en su propia casa. Usted es un hermano de las minorías abrahámicas.

Sueño con ver el día en que en Brasil podamos con­tar las minorías abrahámicas entre los médicos, los in­genieros, los estudiantes, los periodistas, los soldados, los obispos, los católicos, los protestantes o los judíos. Nosotros no somos mejores que los demás, pero Dios no reparte su gracia de una manera monótona. No a todos da la gracia en la misma medida. Dios pone eti­quetas y numera. A Dios le gusta el riesgo. A veces hay grandes montañas de gracias; a ninguno, sin embargo, le falta la gracia necesaria. A Dios le gusta el riesgo; por eso, parece a veces injusto; pero no lo es, porque pide mucho más a aquellos a los que da más. Podríamos de­finir la minoría abrahámica como el conjunto de perso­nas que más han recibido (RN-V).

Sed magnánimos

Lo que cuenta y urge más es luchar contra la tenta­ción del egoísmo. La brisa del desánimo sopla a menudo. Y nos abruma entonces la sensación de que el querer pen­sar en los demás no sirve para nada, que lo mejor será renunciar a todo ideal, que hay que ser más realistas y tener los pies en el suelo, desentendiéndose de los otros y preocupándose un poco más y únicamente de sí mismo.

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La experiencia no se cansa de repetirnos que el egoís­mo es la fuente más infalible de la infelicidad para uno mismo y para los que le están rodeando.

Es ciertamente comprensible e incluso deseable que se cultive un amor prioritario por lo que llamamos el «círculo familiar», el grupo humano que nos ha traído a la vida... También es comprensible e incluso deseable que se nutra un amor prioritario por la propia familia, raza, lengua o religión. Pero, aun fomentando esta pre­dilección por vuestra patria y el medio humano y espi­ritual que os rodea, procurad no sentiros nunca extran­jeros en ningún lugar del mundo. Sed un hombre entre los hombres. Que ningún problema de ningún pueblo os deje indiferentes. Vibrad con el gozo y la esperanza de cada grupo humano. Haced vuestros los diversos sufri­mientos y humillaciones de vuestros hermanos en la hu­manidad.

Conocéis de sobra el contenido y significado de pa­labras tales como:

— pusilánime: se aplica a quien cuenta con un alma pequeña y mezquina;

— magnánimo: se dice en cambio de quien goza de un alma grande y profunda.

Esforzaos por ser magnánimos y serlo de verdad, tanto de pensamiento como de obra e incluso en vues­tros sueños. Tachad de vuestro diccionario particular pa­labras como «enemigo», «enemistad», «odio», «resenti­miento», «rencor», e tc . .

Una última advertencia: pobre es quiefl parte de su propia valía, quien se considera audaz y clarividente, quien se cree superior y mejor que los demás. Nadie es tan pobre que el que ha recibido más. Porque si ha re­cibido tanto, es sencillamente porque no teíiía demasiada fuerza ni tampoco mayores valores que provinieran de sí mismo. Y si ha recibido, tiene ciertamente la obliga­ción moral de pensar en los demás y de servir. Servir, por supuesto, hasta el máximo (DF).

¡Unios!

Las minorías abrahámicas deben descubrir el medio de entrar en contacto con muchos.

Con los líderes de las clases privilegiadas, en primer lugar. Pero, para esto, es necesario que el grupo tenga a alguien que se imponga por su fuerza moral y que sea capaz de presentar las verdades más duras con la caridad más auténtica.

Con los líderes de las distintas religiones. Los cató­licos de América latina reunidos en Medellín (Colombia) y los protestantes en Upsala (Suecia) han llegado a con­clusiones muy graves a propósito de las injusticias. Jun­tos, católicos y protestantes, han firmado el gran texto de Beyruth sobre la justicia a escala mundial.

Sin duda, existen movimientos semejantes en el seno de las otras religiones. Ha llegado la hora en que cada re­ligión ha de encontrar en sus-textos sagrados aquellas verdades capaces de infundir vitalidad a la promoción humana de los parias del mundo entero y de sacudir violentamente la conciencia de los ricos.

Las minorías abrahámicas, unidas a periodistas jó­venes que trabajan en los periódicos, en las revistas, en la radio y en la televisión, o en las agencias de prensa, lograrán convertirse en un elemento de gran importancia y su influencia será excepcional.

¿Por qué no entablar diálogo con los militares? En el fondo, debajo del casco militar, hay un hombre, un hermano en humanidad. Y es evidente, que entre las fuerzas armadas también existen minorías abrahámicas que hay que despertar, infundir vida, incorporar a la Acción, Justicia y Paz.

¿Y los políticos? También debemos tratar de acer­carnos a ellos con la inocencia de la paloma y con la as­tucia de la serpiente a su vez (EV).

¿Seremos unos egoístas tan redomados y replegados sobre nosotros mismos para no oír cómo el Dios de

justicia nos exige que no dejemos ni cielo ni tierra sin remover para que las injusticias dejen de asfixiar y empu­jar al mundo por la pendiente de la guerra? ¿Estaremos tan alienados que nos estemos permitiendo el lujo de buscar a Dios en las horas cómodas del ocio, en los tem­plos lujosos, en las liturgias pomposas, y a menudo va­cías, y no verle ni escucharle o servirle precisamente allí donde está él de verdad y donde nos espera y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima misma de la injusticia de la que tan a menudo nosotros somos cómplices...? (PT).

Ponerse en camino

Partir es, ante todo, salir de sí mismo. Romper la costra del egoísmo propio que aspira a encerrarnos en la cárcel de nuestro propio «yo».

Partir es dejar de dar vueltas a la noria de sí mismo, como si uno fuera el centro del mundo y de la vida.

Partir es no dejarse encerrar en el círculo de problemas del pequeño mundo al que pertenecemos: sea cual fuere la importancia del mismo, la humanidad es mucho ma­yor y es a ésta a la que tenemos que servir.

Partir es, ante todo, abrirse a los demás, descubrirlos y salir a su encuentro. Abrirse a las ideas y comprender las que son contrarias a las nuestras, es tener el olfato de un buen comerciante. Bienaventurado todo aquel que entiende y además hace realidad en su vida aquel dicho: «Siempre que no estás de acuerdo conmigo, me enri­queces».

Tener al lado a quien no sabe decir más que «amén», y siempre está de acuerdo ya por descontado y del todo, no es tener un compañero, sino más bien una sombra, un eco.

Cuando el desacuerdo no es sistemático o tendencioso,

cuando proviene de una visión diversa, no puede más que enriquecer.

Caminar a solas es posible. Pero el buen andariego sabe que el gran viaje es el de la vida, que requiere com­pañeros.

La palabra «compañero» etimológicamente significa «el que come el mismo pan». Bienaventurado por tanto aquel que se sabe eternamente en viaje y que ve en todo prójimo al compañero soñado...

El buen caminante se preocupa de sus compañeros desanimados, cansados... Intuye el instante en que es­tán a punto de desesperar. Los coge consigo o sale a su encuentro. Los escucha. Y con inteligencia y delicadeza, pero sobre todo con amor, les hace recuperar el coraje y reencontrarle gusto al viaje.

Para las minorías abrahámicas, partir significa ponerse en movimiento y ayudar a muchos otros a ponerse tam­bién ellos en movimiento para construir un mundo más justo y más humano.

...Uno experimenta la sensación de clamar en el de­sierto, al igual que les pasara a todos aquellos que a lo largo de los siglos se han ido preocupando por la justi­cia. También ellos tuvieron que hablar en el desierto. La injusticia se va extendiendo y cada vez va ganando en intensidad. Ya cubre los dos tercios de la tierra. Y no nos escuchan más que las piedras. O unos hombres con el corazón de piedra.

La fatiga pasa del cuerpo al alma... Impresión de de­sierto en torno a uno mismo, y hasta el horizonte más lejano que sus ojos puedan alcanzar (DF).

Hay quienes tienen entrañas de posesión. Hay quienes tienen la esencia del don (DF).

Contra toda esperanza

Esperemos contra toda esperanza, e imaginemos que las minorías abrahámicas se multiplican por los cinco continentes y por los siete mares.

Cuando llegue ese momento, ¿a quién hablar?, ¿a quién consultar?

Hay que rechazar a toda costa la idea equivocada de que la Acción, Justicia y Paz está ligada a un país deter­minado, a una lengua determinada, a una religión... Las minorías abrahámicas no tienen que rendir cuentas a nadie.

Pero es fácil comprender que, sobre todo al principio, será conveniente o casi necesario situarse en un lugar, tener un punto de referencia, un centro de información, un lugar donde intercambiar experiencias...

La fuerza moral de la Acción, Justicia y Paz nacerá de la intercomunicación entre las minorías abrahámicas de las distintas ciudades, los distintos países y continentes.

Cuando las minorías abrahámicas del tercer mundo se sientan auténticamente solidarias y, sobre todo, cuando sean acogidas fraternalmente por los países desarrollados, la humanidad habrá dado un paso importante hacia la paz.

¿Es posible el pluralismo en el seno de la Acción, Justicia y Paz? No sólo posible, sino deseable. Quedando a salvo la esencia del Movimiento, tal como aparece en el nombre, su ideal será la unidad, pero no la uniformidad. El ideal es poder lograr la variedad en la unidad.

El Movimiento carecería de toda vitalidad profunda si se realizase de la misma forma en Brasil y Francia, en la India y en los Estados Unidos, en Camerún y en Aus­tralia.

Cada raza, cada lengua, cada religión deberá dejar en el Movimiento su propia impronta.

¿Hay lugar para la «contestación»? Evidentemente. Si la Acción, Justicia y Paz no se convierte en signo de

contradicción, si no despierta inquietudes, si no hace que surjan dudas, si no suscita adhesiones y si no provoca odios, habrá que empezar a preparar ya sus funerales.

El Movimiento no se considera a sí mismo como la solución. Sólo trata de ayudar a los hombres en un mo­mento en el que todos andamos buscando a tientas un camino (EV).

Para librarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo de la soledad que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y sobre todo prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo... (DF).

Héroes anónimos

Si es verdad que el hombre medio no tiene cierta­mente la vocación del heroísmo para lanzarse en medio del peligro o desafiar el martirio, también es verdad que su vida cotidiana es todo un zurcido de sacrificios y de heroísmos anónimos sin cuento.

El chófer de taxis que en su pequeña capital de pro­vincia provee a la educación de sus ocho hijos; la esposa del simple funcionario que se las ve con apuros para su­mar al salario de su marido lo más imprescindible para poder educar a sus dos hijos y al tercero que está a llegar; la muchacha que no se ha casado para adoptar a sus once sobrinos, hijos de sus dos hermanos... Es lo que en la edad media se conocía como el «martirio blanco»: in­cógnito, anónimo, discreto. Y casos como éstos pueden irse citando sin fin.

Sin el sacrificio de los que se quedan en la sombra, consagrados al quehacer ingrato de lo cotidiano, per­didos en la vulgaridad de cada día, ¿podrían los demás consagrarse a los problemas de la gran familia humana? Mientras que el hombre medio está masticando el pan de la monotonía —la misma casa, las mismas caras, las mismas voces, las mismas preocupaciones—, otros se des­gastan sin cuento ni medida: éstos cargan con el fardo mayor; pero, por lo general, sobresalen, siendo recono­cidos públicamente.

Sería injusto, además de estúpido, menospreciar a la humanidad media, que es la más numerosa. Hay que re­conocer —y no por cálculo interesado, sino por deber de justicia— el valor del heroísmo anónimo de todo «martirio blanco».

Una vez comprendido y apreciado, el hombre medio será feliz reconociendo que otros puedan tener una voca­ción diferente de la suya; sobre todo, viendo que a su manera e indirectamente él puede hacer posible la ac­ción de las minorías abrahámicas. Comprendido, infor­mado, escuchado, despertado a la violencia de los pací­ficos, puede acabar por jugar un papel de importancia capital (DF).

En las comunidades de base

Las minorías abrahámicas deben sentir y entender que la clave del cambio en las estructuras de la iglesia radica en esas comunidades de base que tratan de utilizar los grandes textos y las valientes conclusiones del Vaticano n . Dichas minorías deben enraizar en la verdadera humildad, sin creerse que son más importantes o mejores que quie­nes piensan y actúan de modo diferente, y en la caridad evangélica, puesto que renunciar a la caridad, es renunciar a Dios; deben buscar formas y medios para comenzar y poner vida en las comunidades de base sin perderse en

ooz

oposiciones con sacerdotes u obispos. Si realmente tienen éxito, estarán preparadas para los cambios en las estruc­turas parroquiales.

Cuando las comunidades de base nacen en una dióce­sis, no tratan de ser desleales o actuar a escondidas, y son libres para practicar las enseñanzas del evangelio y de la vida, las estructuras diocesanas se hallan ya en el proceso de cambio.

Pero las minorías abrahámicas no deben olvidar que es absolutamente esencial para ellas ayudar al obispo a ven­cer los peligros del aislamiento, la adulación, la intriga, el pseudodiálogo, el temor de la carne, y darle el máximo apoyo siendo uno con su presbiterio, unido con todo el pueblo de Dios, abierto a todos los grandes problemas y preocupaciones humanas, un hombre de esperanza, fe y amor.

En todos los países es esencial la consecución de una minoría abrahámica de obispos que procure nutrir y pro­mover un clima de unidad en el credo, un clima de res­peto mutuo para las diferentes posturas en materias dis­cutidas y mantener luego todo el espíritu del afecto co­legiado.

En tanto que salvaguarda el respeto para las distintas posturas, la minoría abrahámica de obispos ideal no sólo debería adoptar la actitud profética de hacer hincapié en que la iglesia de Cristo no puede contribuir a mantener las estructuras de opresión sino también alentar pacífica pero valientemente los intentos que se realizan para pro­mover la educación a favor de la liberación y el progreso humano.

Quienes conocen la curia saben muy bien que ésta ya tiene una maravillosa minoría abrahámica. Si no ca­yera en la trampa de creerse más perspicaz, audaz o cris­tiana que otros, esta minoría se hallaría preparada para aceptar cualquier sacrificio que pudiera ayudar al papa y a los obispos del mundo a usar las grandes enseñanzas de la iglesia. ¿Quién sería el interlocutor de esta minoría

que actuaría sin el más ligero deseo de trabajar a hurta­dillas o conspirando?

Una de las tareas más importantes y urgentes de la minoría abrahámica de la curia romana es la de propor­cionar la máxima cantidad de apoyo a la comisión pon­tificia para la justicia y la paz; cuan trágico sería, especial­mente para la juventud y los hombres de buena voluntad, que ese cuerpo se convirtiera en otro sujeto de frustra­ción (CSC).

ÍNDICE GENERAL

Hélder Cámara, la conciértela del pueblo 9

índice de siglas 15

1. E L HOMBRE 17

Contradicciones 17 Situación infrahumana 18 Violación de derechos 18 Ante todo, el hombre 19 Pecados contra el hombre 20 Tragedia del hombre 21 El hombre del nordeste 22 El hombre y la salud 25 Educación 26 El hombre nuevo 27 Dignidad humana 28 Hombre en un mundo en desarrollo 28 Hombres, no «almas» 31 Dios y el hombre . . . .' 31 El auténtico humanismo 32

2. LA MISLRI \ 34

Bomba «i\I» 34 Esclavitud 35 Muerte en vida 37 Marginación creciente 38

T > 7

El clamor de los oprimidos 41 La miseria esclaviza 42 Subdesarrollo y vivienda 44 A favor de los sin-voz 45

3. INJUSTICIA 46

A escala mundial 46 Desigualdades por doquier 47 Un derecho de la justicia 48 Caudillismo 50 Justicia y paz 50 Situación del nordeste 51 Justicia distributiva 52 Hambre 53 Injusticia universal 54 Injusto «milagro brasileño» .' 55 Injustas minorías 57 Iglesia y justicia 58

4. SUBDESARROLLO 61

Ayudas, no; justicia 61 Demografía y subdesarrollo 62 Superconfort y miseria 63 Estimular el desarrollo 64 Feudalismo económico 65 El camino del desarrollo 68

5. CONCIENCIACIÓN 72

Llegar a ser pueblo 72 Abrir los ojos 74 Educación de base 74 Sin nosotros o contra nosotros 74 Promocionar al hombre 76 Actitud liberadora 77 La promoción de los pobres 78 Educación liberadora 79 A los privilegiados 80 Poder esclavizante 81 La conciencia de los pueblos 82

7?R

6. CAPITALISMO Y SOCIALISMO 83

Capitalismo liberal 83 Hacia el socialismo 85 ¿Usted es socialista? 85 Capitalismo y miseria 86 Dos imperios 88 Socialismo y juventud 89 Secuelas del capitalismo 90 Persona humana y capitalismo 92 El verdadero socialismo 93 Socialismo sin dictaduras 94 Socialización personalista 96 Socialismo y socialismos 96 Iglesia y capitalismo 98

7. COMUNISMO 100

Imperialismo de izquierdas 100 N o soy comunista 101 El marxismo, hoy 103 Anticomunismo 104 Estados Unidos y el comunismo 106 La Unión Soviética y el marxismo 107 Obispos comunistas 107 El mito de la subversión 108 Capitalismo-comunismo 109 Hacia una solución 111

8. REVOLUCIÓN 112

Revolución solidaria 112 Revolución cultural 112 Revolución y revoluciones 114 Revolución estructural 115 Revolución política 117 Revolución en el mundo desarrollado 119 Revolución tecnológica 121

9. L A IGLESIA 123

N o es el opio del pueblo 123 Iglesia pobre 125 Si los cristianos fuésemos libres 125 El obispo 127

??9

Iglesia y política 128 Iglesia y latifundio 129 Pluralismo interno 130 Papel de la iglesia 131 La iglesia y sus tierras 132 Iglesia comprometida 133 Actitud nueva 136 Freno y acelerador en la iglesia 138 La iglesia se revisa \ 138 Imagen de servicio 140 Serio examen 143

10. JUVENTUD 146

Paso a los jóvenes 146 El continente no os basta 147 La rebelión de la juventud 148 Impaciencia de los jóvenes 149 La juventud es un don 151 Papel de la juventud 153 Radicalismo juvenil 155 N o preguntas, respuestas 156 ¡Jóvenes del mundo! 157

11. ESPIRAL DE VIOLENCIA 160

Violencia institucionalizada 160 Violencia número dos 162 Aumenta la violencia 162 Los no-violentos 164 Violencia de siempre 165 Guerrilleros de salón 168 El absurdo de las guerras 169 ¿Fuerza armada o educación ' 169

12. L A UNIVERSIDAD 171

Misión de la universidad 171 N o torres de marfil 173 Universidad católica 173 Universidad y poder político 175 Conciencia crítica de la sociedad 175 Universidades latinoamericanas 177 Presencia en el pueblo 179 Universidad chilena 180 El peligro del universitario 183

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13. OPRESIÓN Y TORTURAS 184

Presos políticos 184 El terrorismo de la represión 185 Tortura moral y física 186 Violación de derechos humanos 187 Yo acuso 188 La represión existe 189 Amenazas 192 Contra toda opresión 193

14. L A NO-VIOLENCIA 195

Mi vocación personal 195 Violencia pacífica 196 Gandhi, el prototipo 198 Mis modelos 199 Opción no-violenta 199 Acción, Justicia y Paz 201 Justicia, pero sin odio 203 No-violencia activa 204

15. L A PAZ NO ES PACIFISMO 205

Hambre de paz 205 Nuestro ideal 206 Paz y justicia 207 La falsa paz 207 Desarrollo: nuevo nombre de la paz 209 Un sueño 210 Morir por la paz 211

16. MINORÍAS ABRAHAMICAS 213

¿Quiénes son? 213 Un mundo mejor 215 Sed magnánimos 216 ¡Unios! 218 Ponerse en camino 219 Contra toda esperanza 221 Héroes anónimos 222 En las comunidades de base 223

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