Boletín Ecos de la Historia

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  • UCA

    LA IGLESIA ARGENTINA EN EL SIGLO XX

    El Instituto de Historia Ar-gentina y Americana depen-de de la Facultad de Filoso-fa y Letras de la Pontificia Universidad Catlica Argenti-na y fue creado en septiem-bre de 1996. Director Dr. Miguel ngel De Marco

    Editor Prof. Alejandro Palacios

    Colaboradores del Boletn Lic. Mara Victoria Carsen Secretaria del Departamento de Hist.

    Mg. Mara Fernanda de la Rosa. Dra. Paola Ramundo Dir. Del Programa de Arqueologa

    Prof. Mara Sol Rubio Gar-ca Secretaria de la Revista Temas

    Direccin: Av. Alicia Moreau de Justo 1500 P.B. C1107AFD Buenos Aires Argentina Tel: (54-11) 4349-0200 Contactos [email protected] www.uca.edu.ar/ecos

    Contenido Pg.

    EDITORIAL

    1

    ARTCULOS 2

    ENTREVISTA 20

    DOCUMENTOS FOTOGRFICOS

    5

    ARQUEOLOGA AMERICANA

    22

    RESEAS 24

    AGENDA 26

    ISSN 1852-5474 Ao II N 6 - Octubre-Diciembre de 2010

    Ecos de la Historia . Boletn del Instituto de Historia Argentina y Americana

    Por Miguel ngel De Marco* Este nmero de Ecos de la Historia tiene como

    eje temtico la historia de la Iglesia argentina contempornea. De tal modo, sus pginas se abren a las actividades del ms joven, pero no menos pujante, de los Programas del Instituto de Historia Argentina y Ame-ricana, que aparte de las reuniones de trabajo de sus investigadores realiz recientemente, con todo xito, unas jornadas de carcter internacional.

    La Universidad Catlica Argentina estimula espe-cialmente los esfuerzos en esa rea y promueve la labor conjunta de sus in-vestigadores y profesores de teologa e historia, con el fin analizar el rico y vasto panorama que la disciplina ofrece.

    En efecto, el pasado remoto y reciente de la Iglesia en la Argentina debe ser contemplado desde distintos puntos de vista, puesto que en el devenir del pas ella ha desarrollado y cumple un papel importante que su-pera lo institucional y so-cial para imbricarse en lo ms profundo de la dimensin espiritual y religio-sa de la ciudadana. Desde ese punto de vista, si bien en este nmero de Ecos se expresan aspec-tos externos de dicha presencia, otras investiga-ciones y tesis en el Departamento de Historia de la UCA, contemplan la gravitacin de la fe en una parte sustantiva de la poblacin, los logros pasto-rales, las manifestaciones del pensamiento de eminentes eclesisticos a travs de la historia y otras cuestiones no menos importantes.

    A medida que esos aportes sean discutidos y evaluados en el seno del Programa, estarn pre-sentes en la revista Temas de Historia Argentina y Americana y en este mismo boletn digital.

    Por otra parte, como se ha expresado ms arriba, es digno de ser destacado el xito de las II Jornadas Catolicismo y sociedad de masas en la

    Argentina del siglo XX, que contaron con la participacin de estudiosos provenientes de un amplio abanico de universidades del pas, tanto pblicas como privadas, catlicas o laicas. Duran-te las deliberaciones tuvieron lugar enriquecedo-res dilogos que pusieron en evidencia el renova-

    do inters que la historia de la Iglesia adquiere en plurales mbitos historio-grficos. Se publican en este Bole-tn algunos trabajos nove-dosos, como el de la directora del Programa, doctora Miranda Lida, sobre Catolicismo y peronismo: la zona gris, y los de las licenciadas Natalia Arce y Mercedes Amuchstegui, acerca de Prensa y cultura de mo-vilizacin de masas en el Congreso Eucarstico Internacional de 1934 y "La Pastoral popular en perspectiva", respectiva-mente. Adems se publica un valioso dossier de do-cumentos fotogrficos sobre aquel significativo encuentro. En la seccin reportajes, la Dra. Miranda Lida y el profesor Alejandro Pala-cios entrevistan al desta-cado historiador Luis

    Alberto Romero, quien ofrece un anlisis suge-rente acerca de la prctica historiogrfica actual en este campo de conocimiento.

    El presente boletn, da cuenta, adems, de las actividades cumplidas por el Programa de Ar-queologa del Instituto de Historia Argentina y Americana en el Pukar de la Cueva, con la direc-cin de la doctora Paola Ramundo. Al entregar este nuevo nmero de Ecos de la Historia manifes-tamos nuestro anhelo de ser un vehculo de noti-cias e ideas que acerque a los investigadores y estudiosos a las novedades del Instituto, a sus proyectos y a sus realizaciones.

    *Miguel ngel De Marco es Director del Departamento de Historia (UCA), docente de la carrera y miembro de la Academia Nacional de la Historia.

    Cardenal Eugenio Pacelli en ocasin de la proce-sin de clausura del Congreso Eucarstico Inter-nacional de Buenos Aires, 12 de octubre de 1934. FUENTE: AGN, Dpto. Doc. Fotogr., Arg.

  • Por Mercedes Galindez *

    Para los habitantes de Buenos Aires, el Congreso Eucarstico Internacional (CEI) de 1934 result un gran revuelo. Creyentes y ateos, practicantes o no, nadie poda escapar del evento. Las calles se vestan de fiesta con banderas pontificias que colgaban de los balcones. Las estaciones de trenes y el puerto no paraban de recibir contingentes de peregrinos. Al mismo tiempo, se anunciaba que el Presidente de la Nacin iba a participar en las ceremonias. El objeto del evento era celebrar el culto eucarsti-co. A pesar de esto, no se trataba del mismo tipo de congreso como los pioneros en Francia a fines del siglo diecinueve. Tal como haba ocurrido en el congreso de Chicago de 1926, el CEI segua la moda del perodo de entreguerras: se presentaba co-mo un verdadero espectculo. En un mundo donde el cine y el deporte se volvan cada vez ms populares, un CEI slo concen-trado en el culto eucarstico sera un fracaso.

    La Iglesia supo leer el contexto y convirti un evento religio-so en un autntico espectculo. Su experiencia en estas activida-des no era menor, desde comienzos de siglo vena poniendo en prctica la preparacin de fiestas de masas tal como sugiere Miranda Lida. El ao 1930 no haba constituido un punto de ruptura tan llamativo, sino que se trataba de un largo camino. La Iglesia haba conseguido para mediados de la dcada del treinta un lugar de privilegio en la Plaza de Mayo para obtener la aten-cin del pblico. El resultado fue la experiencia del catolicismo de masas, dentro de la cual el CEI es uno de los mayores expo-nentes. La intencin era adecuarse a los nuevos tiempos para no perder su lugar preponderante en la sociedad.

    Sin embargo, la Iglesia no habra podido tener xito sin la ayuda y utilizacin de los diarios. Para la dcada del treinta, la prensa ya haba dado el vuelco hacia el objetivo de informar. Para ello surgi un nuevo periodismo que abogaba por la profe-sionalizacin. Paralelamente, hubo una renovacin tecnolgica que permita la impresin masiva, junto con nuevos diseos grficos y la incorporacin de la fotografa. En una fecha tempra-na como 1913, la ciudad contaba con un total de material impre-so de aproximadamente 520.000 ejemplares diarios, segn Sylvia Satta. Las empresas periodsticas que adoptaron las tcnicas modernas supieron ordenar la diversidad de los materiales pu-blicados seleccionndolos de acuerdo a su temtica. De esta manera, nacieron las secciones, tal como se conocen hoy. El deporte y el cine se convirtieron en los temas de mayor popula-ridad. Cada publicacin prioriza las noticias de acuerdo a su pblico, diferencindose as unos de otros. Por ejemplo, Crtica daba ms informacin sobre boxeo, mientras que La Nacin se ocupaba de cubrir los torneos de polo. No queda duda de que se trataba de un mercado periodstico diversificado que provea con noticias a una masa de lectores provenientes de todas las clases sociales. Buenos Aires ofreca en su prensa diaria una plataforma ideal para informar a toda la poblacin, y para que la Iglesia pudiera convertir al CEI en un espectculo.

    La construccin del espectculo La clave era resaltar todo aquello que no tuviera que ver con

    el culto en s. La Iglesia se ocup de organizar y desarrollar acti-vidades complementarias. La prensa dio a conocer esas activida-des, y en la manera de hacerlo se esconde la intencin de darles el carcter de espectculo. En general, los diarios destacaron dos valores: la internacionalidad y la modernidad del evento. Todo lo relacionado con el CEI estaba teido por alguno de estos dos valores, los cuales mostraban un gran atractivo.

    En una poca donde viajar a otro continente llevaba semanas

    en altamar, la presencia de prelados y dignatarios extranjeros era para destacar. Ellos fueron las grandes estrellas de las cere-monias. Las noticias sobre los visitantes extranjeros iban siem-pre acompaadas por su litografa y un repaso de su biografa. Se dibujaba la imagen de grandes prceres, con cualidades extraor-dinarias tanto intelectual como espirituales. Un ejemplo de esto es la descripcin que realiz La Nacin del primado de Espaa: su sentido social se lo describe como exquisito. Entre los prelados que mayor atencin recibieron se pueden nombrar al Cardenal Verdier de Paris, Monseor Gom y Toms de Espaa y el cardenal Hlond de Polonia. Los tres contaban no slo con una presentacin de su figura, sino tambin con el seguimiento de las actividades que tenan asignadas en Buenos Aires, entre las que se inclua visitas a parroquias, hospitales y colegios, ade-ms de una innumerable cantidad de ceremonias. Dentro de estas actividades muchas veces se resaltaba la participacin de la elite, sobre todo en el recibimiento de los prelados en el puerto y en el otorgamiento de hospedaje para estos. En ocasiones los diarios realizaban entrevistas, donde los prelados no hacan ms que hablar de la fe catlica y la repercusin del Congreso en dicho plano. Esta era otra oportunidad de esbozar su figura. Por ejemplo, en una entrevista que le realiz La Nacin al Cardenal Verdier, el periodista remarcaba: se despidi de nosotros con una sonrisa afectuosa. Este tipo de sugerencias acercaba al lector a los altos funcionarios de la Iglesia. Hacindolo sentir que lo conocan de verdad. Sumado a esto, la inclusin de foto-grafas con personajes que nunca haban visitado la ciudad, per-mita al pueblo que los reconocieran si decida ir a darles la bien-venida al puerto, lo cual era una costumbre frecuente en Buenos Aires. Por ejemplo, la entrevista que le realiz El Diario al pa-triarca de Lisboa, estaba acompaada por una fotografa donde el prelado posa para la prensa.

    Un da antes del lanzamiento del CEI, La Nacin le dedic un suplemento especial. En su contenido se destacaban artculos escritos por diversas autoridades religiosas y su diseo inclua sus retratos y una mini biografa de cada uno. El lector poda conocer a los visitantes, no slo reconocer su cara y estudiar su vida, sino tambin conocer su prdica. En una segunda seccin se encontraban retratados todos los religiosos que formaban parte de la misin pontificia. En el centro se destacaba Pacelli y el resto de los cardenales. Dentro, en doble pgina, se encontraban las fotografas de 65 cardenales y obis-pos. Asimismo, la cobertura de los prelados extranje-ros incluy la inti-midad de sus apo-sentos. En una amplia sesin foto-grfica, los lectores entraron en con-tacto con los ora-torios personales de los Cardenales en cada una de sus residencias, perte-necientes a la alta sociedad portea.

    PRENSA Y CULTURA DE MOVILIZACIN DE MASAS EN EL CONGRESO EUCARSTICO INTERNACIONAL DE 1934.

    Pgina 2 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474

    Suplemento del diario La Nacin, 2da seccin, 10/10/1934.

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    Paralelamente, las crnicas no escondan el lujo del que goza-ban los cardenales. En una entrevista al cardenal Verdier, el narrador dedicaba varias lneas al cliz con joyas que tena en su capilla privada. En esta misma direccin, las crnicas menciona-ban cmo se lleva a cabo la ceremonia del besa-mano, antigua tradicin que data desde la colonia donde los fieles besan los anillos cardenalicios. Por tanto, en la presentacin de los prela-dos extranjeros se realizaba un doble mecanismo: por un lado, se intentaba familiarizar al lector con el personaje; y por otro lado, se reforzaba el lugar jerrquico que ocupaba. En conse-cuencia, los sacerdotes se convertan en estrellas para admirar.

    Sin duda el gran personaje fue Monseor Pacelli. Su bienveni-da prometa ser tan magnfica como las ceremonias del Congre-so. Dentro de la espera, resaltaba el seguimiento del Conte Grande, vapor que traa al representante del Papa. La cobertu-ra de su paso por Ro de Janeiro funcion como un antecedente para lo que se esperaba que ocurriera en Buenos Aires. Las crnicas destacaron la vehemente bienvenida de la multitud en el puerto, a la que el cardenal respondi con bendiciones. Por su parte, los que pudieron subir al barco a saludarlo, ministros y miembros de la lite, conformaron un verdadero desfile y parti-ciparon del besamanos. Todas estas demostraciones no hacan ms que transformar al cardenal Pacelli en un verdadero astro de cine.

    En verdad, la presenta-cin de la figura de Pacelli fue muy similar a la de los otros prelados, slo que a l se le daba mayor aten-cin. Presentado en los titulares como un de las figuras ms descollantes, sus mritos diplomticos eran triunfos dignos de la poca de las cruzadas. Su descripcin se codificaba en un discurso de grande-za heroica y catlica que no haca ms que exaltar su figura. Por supuesto la informacin estaba acom-paada de fotografas que engrandecan su imagen. Los periodistas saban de la importancia de estas, ya que el pblico porteo no lo conoca an. Monseor Pacelli fue recibido en su carcter de ilustre hus-ped de la ciudad. El pri-mero en darle la bienveni-da fue el presidente, el Gral. Justo, con quien recorri la ciudad en una carroza tirada por caballos. La multitud se ubicara a los costados del camino para saludarlo. No obstante, la ubicacin de cada uno no fue algo librado al azar. Se estableci cuidadosa-mente de acuerdo a cada organizacin catlica, como la Asocia-cin de Alumnos del Colegio del Salvador o la Federacin de Ex Alumnos de Hermanos Maristas. Posteriormente en las crnicas del recibimiento se lo presentaba como un evento de gala en que pudo deleitarse el espectador. Los diarios se hicieron eco de la gran manifestacin de afecto de la multitud. Al llegar a la residencia de la mansin Alvear lo esper una masa de pblico para saludarlo, tal como si fuera una estrella de cine. Y en la recepcin brindada en la Casa Rosada por el presidente, ambos salieron al balcn y fueron inmediatamente ovacionados por la muchedumbre.

    Estos ejemplos muestran que la ovacin de las masas legiti-maba la celebridad del prelado. De hecho, la conversin de los

    prelados en celebridades lleg hasta el punto de generar que una nia se abalanzara al paso del Cardenal durante las ceremo-nias de Palermo. El diario catlico El Pueblo sealaba que esta tena visibles deseos de saludarlo, as se lanz sobre el auto como si Pacelli fuera una estrella de rock. La polica estuvo lista para impedir los deseos de la nia, pero el Cardenal le permiti que se acercara. Esto produjo emocin entre los presentes dado que demostraba su gran bondad.

    La cuestin de la internacionalidad no se quedaba slo en los ilustres visitantes, sino tambin en la llegada de peregrinos extranjeros en general. Con una cobertura completa de sus actividades, el lector poda conocer el nombre de cada uno de los transatlnticos que traan fieles, y cules eran sus nacionali-dades. Al mismo tiempo, los diarios ofrecan la informacin precisa del horario y la drsena en la que llegaban los vapores. Los peregrinos extranjeros arribaban tambin por tren, tal fue el caso de los chilenos y colombianos. Asimismo, el tema de los transporte resulta muy importante dado que es una demostra-cin de la modernidad que caracteriza a la ciudad.

    El obispo de Puerto Rico se gan una nota propia al haber recorrido 80000 kilmetros en aeroplano para llegar a la ciudad, terminando el viaje en el vapor Oceana. La importancia de los transportes modernos se ve reflejada en la publicidad de la tien-da El Manicomio donde un cartel de Bienvenidos! era acompa-

    ado por trenes, aviones y barcos que llegan a la ciudad de manera esplendorosa. En la misma publicidad se com-paraba a Buenos Aires con Paris, Londres, Roma y Ma-drid, las capitales de donde llegaba la mayor cantidad de peregrinos europeos. El hecho que se comparara a la ciudad portea con las prin-cipales ciudades europeas da una pauta de la concepcin que los habitantes tenan de su ciudad: era una ciudad moderna en contacto con el mundo. Siguiendo con el plano de la publicidad, la internacionalidad se expresa a partir de avisos en otros idiomas. Por ejemplo la casa Gath & Chaves tena una misma publicidad de bienve-nida a los peregrinos en fran-cs, ingls e italiano. Contar con textos en otros idiomas en las pginas de los diarios

    no poda sino fascinar a los lectores que estaban habituados a leerlo slo en castellano. Adems, para aquellos que todava guardaban la lengua de sus padres o abuelos, debi resultar acogedor estas expresiones de las casas comerciales.

    Contar con mltiples noticias sobre los participantes extran-jeros al evento no haca ms que otorgar prestigio y generar curiosidad sobre el Congreso devenido en espectculo. Por ejemplo, La Nacin publicaba un pequeo artculo potico don-de sintetizaba el espritu que se viva en la ciudad. En l, los ex-tranjeros aparecan como un atractivo que el pblico poda en-contrar en las calles porteas. Llenos de curiosidad, esos pere-grinos eran, adems turistas y se los reconoca no slo por hablar lenguas diversas, sino tambin por la infaltable cmara fotogrfica. Ellos eran los ojos que registraban la ciudad y luego mostraran al mundo. De esta forma el lector poda sentirse atrado por encontrarse con los visitantes, quienes ofrecan una manera de exhibirse al mundo y transformarse ellos mismos por

    Diario El Pueblo, 10/10/34.

    Revista FVD, publicacin men-sual de los colegios salesiano de la congregacin de Don Bosco en Argentina, con el Cardenal Pacelli en su tapa del nmero de Septiembre de 1934, antici-pndose a su llegada.

  • un lapso de tiempo en celebridades. De manera similar funcionaban las tarjetas postales hechas

    especialmente para el evento donde aparecan informaciones sobre la Argentina. El Pueblo tambin edit un suplemento en huecograbado, pero recin el da 14, es decir, que funcion ms bien como recuerdo que como presentacin de los prelados. As, se converta al Congreso en una forma de darse a conocer internacionalmente. En un editorial de El Pueblo, se reconoca al Congreso no slo como un triunfo espiritual, sino tambin co-mo una exitosa empresa para la buena publicidad de nuestra patria. Con este evento se supona que el mundo occidental tuvo los ojos puestos en Buenos Aires dando la mejor de las impresiones posibles.

    La modernidad es lo que iba a llevarse en sus retinas el visitante, y el segundo valor que se resaltaba eran las atrac-ciones. Los atractivos relacionados con esto, en general no tenan nada que ver con el carcter religioso del evento, y de alguna forma eran los que ms aportaban a transfor-marlo en un verdadero espectculo. Las ilumi-naciones en los edificios de las principales aveni-das tuvieron una cober-tura especial dentro de los diarios. Toda una novedad, daran un brillo nico a las cere-monias nocturnas. Pero antes de ser estrellas en la funcin, seran atractivo en el diario para captar fieles. Anunciando que el ensayo general de la ilumi-nacin haba sido un xito, describan la funcin magnfica que con focos elctricos, discos multicolores y cadenas de luces montaran por la Avenida Alvear. A parte de las descripciones, se brindaba al lector una fotografa del ensayo de la iluminacin. En tanto quien no se detuvo a leer por completo la nota de igual forma poda ser atrado por la futura iluminacin.

    La ciudad en s misma se convirti en un atractivo, pero no simplemente por ser una de las ciudades ms modernas de Su-damrica, si no por el momento especial en el que se encontra-ba. En uno de los recuadros poticos del diario La Nacin, resal-taba el aspecto particular que adoptaba el trfico gracias a la cantidad de autos del interior. Estos hacan paseos por la ciudad, observando los edificios y tiendas, todos adornados para la oca-sin. Alhajada para recibir a los prncipes de la Iglesia que arri-ban, la ciudad de Buenos Aires semeja un inmenso navo empa-vesado, as describa a la ciudad para el da 11 el diario dicho matutino. La presencia de banderas por doquier resultaba im-presionante, nuevamente un verdadero espectculo.

    Otro elemento que ti de modernidad al evento fueron las transmisiones radiotelefnicas. En un recorte que estuvo presente en casi todos los diarios fue el realizado por la Unin Telefnica, se anunciaba que ningn otro Congreso Eucarstico haba tenido tal cobertura cientfica de las ceremonias para po-der llegar a multitudes ilimitadas. Todo esto lo dio sin duda la Unin Telefnica, que posibilitaba que todos participaran de las ceremonias. Se instalaron altoparlantes en los alrededores del Altar Mayor en Palermo, y a lo largo de las avenidas. Estos apa-ratos no hacen ms que asegurar el orden de las ceremonias, ya que gracias a ellos todos podan escuchar con claridad lo que ocurra y no tenan necesidad de empujar y abrirse paso entre la

    multitud para tener una buena ubicacin. La Unin Telefnica aseguraba que las condiciones de audibilidad seran muy buenas. Las trasmisiones llegaran a todo el mundo, pero slo menciona-ban pases occidentales. El final culminante de las ceremonias: la palabra del Papa desde el Vaticano, sera escuchada gracias al servicio radiotelefnico de la Unin Telefnica. Este esfuerzo, que resultaba verdaderamente extraordinario para ellos, era posible gracias a que exista en la Argentina un servicio telefni-co amplio y seguro. En otras palabras, lo que Buenos Aires ofre-ca en honor y homenaje al CEI, era reflejo de la amplitud y calidad del servicio que se obtena diariamente cuando utilizan el telfono. El Pueblo por su parte adems ofreca un boletn ra-

    diotelefnico. Todo los das hasta el da 15 el redactor del diario dara entre las 18.30 y las 19 un boletn infor-mativo sobre los actos del da. Aparte, el dia-rio tambin anunciaba las transmisiones de cada da; los actos, los horarios y las diferen-tes radiodifusoras. La utilizacin de la ltima tecnologa para el buen desarrollo del evento resultaba un atractivo, sobre todo en un pe-rodo donde las nove-dades cientficas y tecnolgicas eran muy populares. Conclusiones La utilizacin de la

    prensa fue vital para que el culto eucarstico quedara en segundo plano y otros atractivos salieran a flote. Si bien era la misma Iglesia quien llevaba a cabo las actividades que los diarios conta-ban, eran estos los que daban brillo al espectculo. De esta for-ma, la institucin eclesial evitaba ponerse en una situacin que la alejara de su piedad de manera tan evidente. En definitiva, la Iglesia supo aprovechar lo que la prensa poda ofrecerle, usn-dola a su favor. La relacin con la sociedad de consumo y su cultura resulta evidente. Si esta no hubiera estado presente en la ciudad de Buenos Aires, la Iglesia no hubiera tenido necesidad de convertir al CEI en un espectculo. Convertirlo en un espec-tculo es una respuesta al contexto donde se desarrolla. No poda tratarse slo de un evento para purificar almas, sino que tena que ser un evento que pudiera ser consumido, y para eso deba ser atractivo. La sociedad disfrutaba de los adelantos tec-nolgicos tales como las luces nocturnas o las transmisiones radiotelefnicas. El anlisis de las fuentes corrobora la importan-cia del valor de la modernidad en la sociedad de entreguerras. Al mismo tiempo, se corrobora la popularidad del cine y del deporte, sobretodo de las celebridades. La necesidad de estu-diar a la Iglesia en relacin intrnseca con otras variables sociales intent ser plasmada en las pginas anteriores. Pensar a la insti-tucin eclesial como alejada de la sociedad oscurece su anlisis. La interaccin con su contexto es la forma de explicar las diver-sas actitudes que fue tomando a lo largo de la historia. En el presente caso, la Iglesia respondiendo a lo que estaba en boga, se convirti en una verdadera organizadora de espectculos.

    * Mercedes Galindez es Lic. en Historia (UTDT) y miembro del Programa de Historia de la Iglesia en la Argentina contempornea.

    Pgina 4 Ecos de la Historia ISSN 1852-5474

    Mapa de la red radiotelefnica que permiti no slo a los asistentes en Palermo escuchar la palabra del Papa, sino tambin seguir los eventos desde distintos puntos de la capital, como el Congreso y la Plaza de Mayo, as como desde otras ciudades del interior y el exterior del pas.

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    DOCUMENTOS FOTOGRFICOS Investigacin fotogrfica y textos: Dra. Miranda Lida y Prof. Alejandro Palacios

    Explanada de la Catedral de Buenos Aires, 9 de Octubre de 1934. El pblico aguarda la bendicin y el saludo del Cardenal Eugenio Pacelli, destacndose un gran nmero de jvenes escenogrficamente dispuestas en las escalinatas. Un fotgrafo ubicado en la cima de una escalera procura obtener una buena toma del acontecimiento, dando cuenta de la importancia creciente de la imagen en los medios grficos. Advirtase cmo los balcones embanderados sobre el inicio de la Diagonal Norte se llenaron de personas que tambin buscaban ser testigos de la escena. FUENTE: Archivo General de la Nacin, Depto. Doc. Fotogrficos, Argentina.

    El Congreso Eucarstico Internacio-nal de 1934 ha dejado numerosos testi-monios fotogrficos que bien pueden dar cuenta de la espectacularidad del acontecimiento y de la escala de la participacin que tuvo en l la ciudada-na de Buenos Aires y los visitantes del interior y el exterior. Si bien una serie de congresos preparatorios organiza-dos en 1933 en Crdoba, Rosario y Tucumn fueron anticipatorios del clima que se respirara al ao siguiente, nada poda compararse al nivel de movilizacin que se alcanz en la capital de la Repblica en 1934. Desde empresas como YPF, compaas de transporte y publicaciones como el diario El Pueblo se brindaban facilidades para viajar hacia Buenos Aires, -empresas como el Ferrocarril del Sud ofreca descuentos para grupos de

    100 o ms perso-nas!-. La Iglesia Catlica Argentina, los colegios confe-sionales y otras instituciones reli-giosas sin duda jugaron un papel fundamental a la hora de asegurar la concurrencia masi-va y el xito del

    evento; pero no debera subestimarse el atractivo turstico que la ciudad organizadora representaba para muchos de los que asistieron y el rol que desempearon otros elementos propios de la modernidad como los medios grficos, que brindaron una co-bertura extraordinaria gracias a la cual esta seleccin es posible .

    Llegada al puerto del cardenal Eugenio Pacelli, Buenos Aires, 9 de octubre de 1934. Horas antes del arribo del legado pontificio, las campanas de las iglesias de la ciudad haban sido echadas a vuelo celebrando el la llegada del Conte Grande. Como sola ocurrir en ocasin de las v i s i t a s d e l a s g r a n d e s personalidades de la poca, una multitud se agolp a esperar al visitante. Advirtase cmo la gente se suba encima de los autos para poder observar mejor el cortejo de policas montados y granaderos. El cardenal saluda desde su coche. FUENTE: Archivo General de la Nacin, Depto. Doc. Fotogrficos, Argentina.

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    Arriba: Visita a la casa de la condesa pontificia, Buenos Aires, 9 de octubre de 1934. Las cmaras registraron cada paso que dio el Cardenal Pacelli durante su estada, en este caso aparece junto al presidente Agustn P. Justo y sus ministros luego de visitar a la seora Adelia Mara Harilaos de Olmos, vicepresidenta del Comit Ejecutivo del Congreso Eucarstico Internacional.

    Ecos de la Historia ISSN 1852-5474

    Arriba: Vista del Monumento a los Espaoles (izquierda, postal) y de la cruz montada sobre el monumento (derecha, AGN) . El sitio elegido para la celebracin del Congreso fue Palermo, en la interseccin de las avenidas Sarmiento y Libertador, donde se encuentra emplazado el Monumento de los Espaoles (Transformado en una gigantesca cruz para el evento) Abajo: Vista desde el Monumento a los Espaoles de las instalaciones, Bs. As., Octubre de 1934. Fuente: AGN. Aqu se puede advertir el esfuerzo logstico que demand la puesta en marcha del evento. Miles de bancos fueron instalados para la comodidad de los participantes. Se decoraron los faroles y las vas de acceso y pueden advertirse las vallas que separaban los sectores, y que ayudaban a los concurrentes a ubicarse. Las entradas al evento tenan al reverso un plano de las distintas secciones, puestos sanitarios y de auxilio.

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    Arriba: Llegada de autoridades e invitados a Palermo, Buenos Aires, Octubre de 1934. En la foto de la izquierda se ve al cardenal Eugenio Pacelli descendiendo de su coche escoltado por oficiales del Ejrcito y la polica de la Capital. Advirtase la atraccin que despierta la llegada de la comitiva del legado pontificio. El cardenal se gan la adhesin del efusivo pblico porteo gracias a su dominio de la lengua espaola y su presencia era muy convocante all donde tuviese lugar. En la foto de la izquierda, autoridades militares y religiosas vestidas con sus mejores galas desfilan en procesin. FUENTE: AGN, Arg. Abajo: Dos vistas del monumento central desde uno y otro lado de la Av. Sarmiento, Bs. As., Octubre de 1934. Existen numerosas vistas panormicas y areas de las concentraciones durante los das del Congreso. En todas ellas se aprecia la masividad que tuvo el evento, en el que los concurrentes se estimaron cercanos al milln de personas, cuando la poblacin de la Ciudad de Buenos Aires en aquellos aos era de menos de dos millones de habitantes. Aunque no se cuenta con cifras oficiales y comprobadas, la concurrencia fue multitudinaria y superior a las expectativas. FUENTE: AGN.

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    Izquierda y arriba: Vistas del templete levantado en el sitio del Monumento de los Espaoles, Bs. As., Octubre de 1934. Desde este sitio munido de altoparlantes se encabezaron todas las ceremonias pblicas. Puede advertirse en ambas visiones, diaria y nocturna, la presencia del palco revestido de vidrio desde el que se r e a l i z a b a l a t r a n s m i s i n radiotelefnica de los eventos, reproducida simultneamente en distintas partes de la Capital y a travs de la radio. En dicho recinto se hallaba instalada la cabina de Monseor Dionisio Napal, que se convirti en la voz del Congreso ya que desde su micrfono gui al p b l i c o e n s u s r e z o s y aclamaciones. FUENTE: AGN, Dpto. de Doc. Fotogr., Arg.

    Ecos de la Historia ISSN 1852-5474

    Abajo: Vista del Pblico congregado en Palermo, Bs. As., Octubre de 1934. Estas ubicaciones corresponden a quienes pagaron su entrada para asistir a las ceremonias pblicas. Ntese la presencia de mujeres vestidas de blanco que cubren sus cabezas con mantillas. Se trata de jvenes en su mayora estudiantes de colegios catlicos que tomaran su all su comunin. Las mujeres adultas visten en cambio con colores oscuros y se encuentran ubicadas en el lateral derecho de la platea. Se puede asimismo identificar a los miembros de la Accin Catlica que participaban en la organizacin recorriendo los pasillos, as como un puesto de distribucin de refrigerios en la extrema izquierda de la foto, para aliviar los perodos de espera de los asistentes. FUENTE: AGN, Dpto. de Doc. Fotogrficos, Argentina.

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    Arriba: Reunin privada en el marco del Congreso Eucarstico Internacional, Bs. As., Octubre de 1934. Si bien Palermo concentr todas las miradas, las actividades del Congreso no se limitaron geogrficamente a esta locacin ni temporalmente al 14 de octubre, numerosos eventos tuvieron lugar en el marco del congreso en distintas partes de la Capital, como esta sesin para las comisiones organizadoras y las directivas de la Liga de Damas Catlicas, integrada a la Accin Catlica Argentina. Se destacan entre el pblico las condesas pontificias Adelia Harilaos de Olmos y Mara Unzu de Alvear. Ntese la elegancia con la que las damas asistieron a escuchar a las altas dignidades eclesisticas. Fuente: AGN, Argentina.

    Derecha y Abajo: Actividades para varones en el marco del Congreso Eucarstico, Bs. As., Octubre de 1934. Era muy comn que as como las organizaciones tenan sus ramas masculina y femenina, las actividades tambin se dividiesen rigurosamente por gnero. A la derecha tiene lugar la Conferencia para hombres en la nave central de la Catedral de Bs. As. Los miembros de la Asociacin Nacional de Hombres Catlicos y los jvenes de la Accin Catlica Argentina participaron tambin de la llamada noche de los hombres, que tuvo lugar

    el 11 de octubre de 1934 (Abajo). Esa noche, a partir de las 23 horas, se realiz una concentracin que circul desde la Plaza del Congreso hasta la Plaza de Mayo. La misa de comunin tuvo lugar a medianoche y sacerdotes distribuidos a lo largo del trayecto les daban la bendicin. La iluminacin nocturna de las calles y edificios fue uno de sus atractivos. Y constituy una de las ceremonias ms populares en el marco del Congreso. Manuel Glvez la retrat en su novela La noche toca a su fin. Fuente: AGN, Arg.

  • Por Miranda Lida * A mediados de 1954 no haba nada capaz de predecir la tor-

    menta que no tardara en avecinarse entre el catolicismo y el peronismo. El 31 de mayo tuvo lugar un pintoresco desfile en honor a Po X, que circul desde el cruce de Avenida de Mayo y 9 de Julio sitio habitual de las manifestaciones peronistas hasta Plaza de Mayo, con gran nmero de curiosos y de pblico, y sin generar el menor roce con el gobierno. Lo mismo cabe decir de la celebracin del Corpus de 1954: como todos los aos, la Municipalidad colabor en la preparacin del acto, prest los altoparlantes y permiti que se colgaran en los postes del alum-brado pblico gallardetes con las banderas nacionales y pontifi-cias. Se sugiere de este modo que es necesario dejar a un lado las interpretaciones deterministas en la relacin entre catolicis-mo y peronismo sin duda, las ms, a fin de proponer una lectura que evite contrastes agudos entre los dos polos1. Ingre-semos, pues, en la zona gris.

    En los aos peronistas, de todas maneras, no puede decirse que al catolicismo le haya ido bien: tras haber alcanzado gran protagonismo en los aos treinta, comenz a notar cmo su buena estrella se fue apagando progresivamente. No porque Pern haya tenido la intencin premeditada de ponerle trabas a la Iglesia, o de colisionar con ella. Sin embargo, no pudo evitar que sus efectos se hicieran sentir, a tal punto que llevara a alte-rar el tono de las movilizaciones catlicas tal como hasta enton-ces se las conoca: se hizo necesario dejar a un lado la reveren-cia y la solemnidad habituales en las procesiones religiosas. Por contraste con tal aspecto ritual, el 17 de octubre encontr a las multitudes en pleno jbilo con sus pies en la fuente de Plaza de Mayo, tal como las retrat una clebre foto. El peronismo se nutri de un espritu carnavalesco, difcil de conciliar con la rigi-dez de las fiestas catlicas ms tradicionales. Las banderas y las consignas coreadas por las multitudes ya no en el latn de la dcada de 1930, sino en un espaol a veces demasiado tosco se volvieron contagiosas.

    Pero no quiere decir que el catolicismo haya quedado estan-cado durante los aos peronistas. Ms bien, se vio sobrepasado por la enorme capacidad que demostr Pern para movilizar a las masas. A la luz del peronismo, cualquier esfuerzo realizado por los catlicos pareca poca cosa. Lo cierto es que fueron muchos, sin embargo, tales esfuerzos. A mediados de los aos cuarenta, por ejemplo, la Iglesia incorpor a la accin pastoral tcnicas modernas que procuraban llamar la atencin de la gen-te. Ya sea la utilizacin de una flota de camiones con acoplado que, debidamente acondicionados, hicieron las veces de librera, iglesia y sala de cine ambulantes (lanzada en 1949 e impulsada por los sacerdotes del Verbo Divino, la empresa se llamaba Ven y ve y se dispuso a ir de pueblo en pueblo por todo el pas); o como la organizacin de novedosos desfiles de carrozas, donde cada asociacin parroquial se haca cargo de su decora-cin no eran muy diferentes a los que se usaran en las fiestas peronistas o en los festejos del da de la primavera.

    Asimismo, y en un afn por mostrarse tan enrgico casi como el propio Pern, el arzobispo Copello lanz en 1946 su plan a diez aos era mucho ms que un plan quinquenal para llevar a cabo misiones religiosas en Buenos Aires, de tal modo que la Iglesia pudiera ofrecer una imagen de eficiencia en la administracin eclesistica. Un muy vago aire de modernidad se colaba en la Iglesia. No obstante, a pesar del esfuerzo realiza-do, a la larga la Iglesia quedara a la zaga. En los aos peronistas, prevaleci una sensacin de estancamiento que, si bien no se condeca del todo con la realidad, bastaba para hacer que el impacto del peronismo pareciera an ms contundente.

    Basta ver lo que ocurre con la presencia de los catlicos en

    las calles para advertirlo. Slo all donde el catolicismo supo adaptarse a las nuevas formas de hacer poltica que el peronis-mo trajo consigo, lograra llamar la atencin. El ejemplo ms elocuente es el de la Juventud Obrera Catlica (JOC), que al-canz una visibilidad imposible de ignorar. En agosto de 1946, la revista Qu registr con detalle el xito de la movilizacin de la JOC, en plena campaa por la legalizacin de la enseanza reli-giosa, y en el marco del Congreso de la Juventud organizado por los Jvenes de la Accin Catlica. Mientras, el diario catlico El Pueblo debi aclarar que no haba habido como se dijo en sectores vinculados al gobierno ninguna intencin de boico-tear los festejos oficiales del 17 de agosto, efemride clave en la liturgia peronista, puesto que la reunin de los jvenes catlicos haba coincidido con esa fecha2.

    En rigor de verdad, no hubo tal boicot; no hubo tampoco ningn roce por la utilizacin del espacio pblico o el aprove-chamiento de las fechas clave del calendario, sea poltico o reli-gioso. De hecho, el propio Pern se hizo presente en el acto de clausura del congreso de los jvenes catlicos el 18 de agosto. Se habl de una presencia de 40.000 personas en el Congreso de la Juventud, con actos en el Luna Park y movilizaciones en las calles cntricas en las que los jvenes marchaban y cantaban desenfadadamente. Pern se present ante un pblico compues-to por varones jvenes ante el cual hizo un gesto de complici-dad que fue objeto de una ovacin largamente celebrada. Tan slo les gui el ojo dndoles su aprobacin. El saldo fue una reaccin embriagadora de los jvenes que se apropiaron del reclamo catlico en pos de la enseanza religiosa y lo convirtie-ron en una poderosa consigna popular: el pueblo quiere una cosa / enseanza religiosa3. As, Pern se convirti en la estrella ms aclamada durante el Congreso de la Juventud catlica. El acto catlico termin peronizndose gracias a la presencia del presidente y todo el magnetismo del que era capaz. El vnculo entre catolicismo y el peronismo pareca ms slido que nunca.

    Pero no slo se estaba peronizando aquel acto, sino todas las formas bajo las que el catolicismo se presentaba en la esfera pblica. Donde mejor se ve esto es en las maneras adoptadas por la JOC para hacerse visible en las calles: sus consignas, len-guajes y rituales se pareceran ms a los del peronismo, que a los tradicionales de la propia Iglesia. Lo que ms llamaba la aten-cin en torno a la JOC una asociacin fuertemente masculi-na era que utilizaba consignas en las que se pona de relieve la virilidad de quienes all participaban, en contraste con el fuerte protagonismo femenino en el catolicismo de los aos treinta. Se escuchaban consignas pegadizas: Por Cristo me rompo todo!; La JOC cual llama / se desparrama / con una fuerza fenomenal / Qu macanudo / ya no lo dudo / la JOC la patria conquistar. Era ste un nuevo lenguaje para el catolicismo as lo calific el semanario Qu, ms parecido al de la marcha peronista, o al de la cancha de ftbol, que al de los muy piadosos himnos sagra-dos de los aos treinta4. La solemnidad de antao qued atrs, y esto era algo completamente nuevo. Entr en boga un estilo ms desenfadado, en muchos sentidos ms masculino, muy pare-cido por cierto al de los descamisados.

    Este mismo estilo se advierte tambin en el Congreso Maria-no de octubre de 1946, cuando los jvenes salieron a la calle cantando consignas desordenadas que invocaban a Mara. No haba altoparlantes; no haba quien pautara los cantos; no hubo comisarios de filas que aseguraran el orden. Fue, segn lo retra-t Qu, una verdadera hazaa5 por el modo en que los hom-bres se apropiaban de la calle en una movilizacin. Pero fue, tambin, una fiesta peronista, aunque slo fuera por la fecha que haban escogido: se hallaban en las vsperas del 17 de octubre. En esos das se respiraba un clima de fiesta que haca que el catolicismo lograra sumar ms gente a sus filas. Sin proponrse-

    CATOLICISMO Y PERONISMO: LA ZONA GRIS

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    lo, el Congreso Mariano prepar el ambiente para los festejos peronistas del da siguiente.

    El catolicismo en especial sus grupos juveniles se dej empapar por el nuevo estilo poltico que el peronismo haba trado consigo en sus primeros aos, sin duda los ms febriles. Y aqu la enseanza religiosa se volvi una consigna pegadiza, no muy diferente de otras. Una vez transformada en cantito popu-lar, la cuestin no se reduce como se dijo en la poca y se repiti mucho despus a una pura concesin que hizo Pern a la Iglesia, en retribucin por la pastoral que sta emiti pocos das antes de las elecciones del 24 de febrero de 1946, donde se pronunciaba tcitamente por Pern. De hecho, este tipo de pastorales tena una larga tradicin en la Iglesia argentina. Pern no gan las elecciones gracias a la mera intervencin de la Igle-sia, que parece haber estado bien lejos de ser decisiva. Relativi-zaremos el argumento que pone nfasis en una oscura conniven-cia entre la Iglesia y el poder. Que la enseanza religiosa no fue en 1947 el mero fruto de una conspiracin urdida en bambalinas se constata a travs de la presencia que tuvo en las movilizaciones de la juventud catlica de esos aos, donde se la incorpor como consigna y bandera. Al darle su reconocimiento legal, Pern estaba tratando de atraer para s a los jvenes de la Accin Cat-lica: fue con ellos con quien Pern in-tent congraciarse, antes que con el cardenal Copello. La legalizacin de la enseanza religiosa es producto de la poltica de masas.

    Puede tambin ser incluida en el mis-mo universo de sentido en el que se inscribe el proceso de democratizacin del bienestar. En neto contraste con la enseanza tradicional, enciclopedista, y juzgada elitista, la enseanza religiosa se colocaba por el contrario al alcance de todos. Poda contrastarse la enseanza laica y oligrquica del pasado con la popular y catlica que el peronismo quera ofrecerles a los ciudadanos de la Nueva Argentina. Llevaba implcita una caricaturizacin abusiva que opona un oscuro pasado donde las oportuni-dades se abran a slo unos pocos, en contraste con un futuro dorado en el que todos tendran acceso a todos los beneficios posibles, contraste que era habitual en la propaganda del rgimen.

    Y como sola ocurrir con las medidas ms aplaudidas del go-bierno, se la celebr plebiscitariamente. La ley de 1947 no fue una decisin que se tom a espaldas de la gente sino que, muy el contrario, se nutri del calor de la calle, y en este sentido era democrtica: se haca en nombre del pueblo. Una de las con-signas que se cant en la Plaza del Congreso mientras se votaba la ley fue Las escuelas son del pueblo / y el pueblo quiere a Dios6. No fue una decisin de carcter republicano: el Congre-so jug un papel insignificante en tanto que instancia deliberati-va. La ley no se resolvi en medio de un gran debate de ideas en el Parlamento, pero s gracias a una gran mise en scne en las calles: neta expresin de la democracia de masas.

    El triunfo de 1947 dej como saldo un catolicismo satisfe-cho pero, al mismo tiempo, expuesto a dejarse llevar por el estilo peronista. De carcter pendenciero, festivo y carnavales-co, empap sin querer al catolicismo. Y a poco de andar, la liturgia catlica se volvi subsidiaria de la peronista, segn se verifica por el reiterado solapamiento en las fechas en las que en esos aos se despleg en las calles la movilizacin catlica. Que

    a cualquier acto catlico le siguiera a los pocos das otro pero-nista cinco veces mayor se volvi una constante, y poco ayud para que el catolicismo remontara vuelo propio.

    Veamos los hechos. Ya dijimos que el Congreso Mariano de 1946 se celebr en vsperas de un 17 de octubre; asimismo, la campaa emprendida por la Accin Catlica contra la Escuela Cientfica Basilio en 1950 tuvo lugar en las vsperas de otro 17 de octubre y sirvi ms como antesala de la fiesta peronista que para darle bros al movimiento catlico; el Congreso Eucarstico Nacional que se celebr en Rosario poco despus del 17 de octubre de 1950 cont con la presencia de un Pern largamente ovacionado por el pblico, y tuvo ms de fiesta peronista que de fiesta religiosa; la celebracin de Corpus Christi sola coincidir todos los aos con la fiesta cvica del 25 de Mayo, que era recu-rrentemente transformada en una fiesta peronista; algo parecido sola ocurrir con la misa que organizaban los Crculos de Obre-

    ros para el 1 de mayo, que quedaba opacada por las fiestas oficiales del da del trabajador; a su vez, la celebracin en Buenos Aires del II Congreso Eucars-tico Arquidiocesano en octubre de 1952 result casi inadvertida por coincidir con el 17 de octubre; y algo parecido ocu-rri con la celebracin del Da del Pont-fice en los primeros das de julio de 1953, opacado por el impresionante desfile militar del da 9, con despliegue de aviacin Y qu decir de lo que ocurra cada vez que Pern asista a un acto religioso, desviando la atencin del pblico hacia su sola figura? En agosto de 1948 se celebraba, como era habitual, la fiesta de Santa Rosa de Lima, patrona de la independencia de Amrica. Pern la proclam patrona de la independencia econmica7. La metamorfosis de la tradicional fiesta religiosa en fiesta pero-nista no fue inocente: se traslad la fiesta de las calles lindantes de la baslica homnima, situada en Belgrano y Pasco, a la Avenida de Mayo y 9 de Julio, don-de se instal una escenografa efmera con un altar improvisado. All se desple-g la misa, el desfile correspondiente y se escuch la palabra de Pern, ovacio-

    nado por la multitud. La estrella fue Pern y cualquier otra figura qued opacada. Incluso la imagen sagrada.

    En este sentido, lo ms triste fue sin duda lo que le ocurri al cardenal Copello: en 1952 se le prepararon incontables home-najes porque cumpla sus bodas sacerdotales que se espera-ba colocaran al arzobispo en las tapas de los diarios y revis-tas. Pero Copello tuvo tanta mala suerte que sus festejos queda-ron deslucidos por el fallecimiento de Eva Pern que cont con los funerales ms grandes de los que se tiene memoria. Y lo mismo le ocurri con su onomstico celebrado el 26 de julio de 1953, justo un ao despus del fallecimiento de Evita.

    En pocas palabras, las movilizaciones catlicas tendieron a quedar opacadas por la grandiosidad de la liturgia poltica, jalo-nada tanto por fiestas cvicas como por otras estrechamente vinculadas al rgimen (en especial, el 9 de julio y el 17 de agosto, as como tambin el 17 de octubre y ms tarde el 26 de julio). Los actos solan incluir interminables desfiles de tropas de los diferentes cuerpos del ejrcito. Uno de los escenarios favoritos era la Avenida 9 de Julio, que gozaba de una perspectiva y un emplazamiento privilegiados.

    All se desarrollaba uno de los desfiles tradicionales que Pe-rn incluy en la liturgia regular del rgimen: la marcha de los

    Esta pgina de Justa, Libre y Soberana, publicacin oficial con motivo del aniversaro del Libertador Gral. San Martn, da cuenta de la importancia d ela sancin de la ley de educacin religiosa de 1947. Bs. As., 1950.

  • reservistas, que sola celebrarse con un gran desfile masculino que sacaba a la calle grandes multitudes. Desde fines de los aos treinta, el da del reservista se festejaba a mediados de diciem-bre, pero con el peronismo se lo incorpor a las fiestas oficiales. En 1950 form parte del ciclo de desfiles de agosto, cuando se celebr el centenario de San Martn; a partir de 1951 se incor-por alternativamente a los festejos patrios, ya sea del 25 de Mayo o del 9 de Julio. En estas fechas, los ex conscriptos se trataba de una convocatoria de la que participaba la sociedad civil y no la tropa asistan con su birrete del servicio militar. En la prensa se publicaban croquis que indicaban donde deba ubicarse cada uno, segn el batalln en el que hubiera prestado servicios. Era un desfile masculino, de aspecto marcial; a partir de 1951, sin embargo, se dio acompaado por una columna femenina de las uniformadas enfermeras de la Fundacin Eva Pern. En 1954, se complet con la presencia de tanques y avio-nes que hicieron exhibiciones ante una multitud que los aplau-da, mientras Juan Manuel Fangio y Juan Glvez hacan lucir sus autos de carrera8.

    Frente a tales espectculos, el catolicismo tena poco que ofrecer. Haba logrado sorprender a Buenos Aires en 1934 cuando organiz el Congreso Eucarstico Internacional, pero veinte aos despus esa frmula se haba vuelto una suerte de dj vu. Esto no auguraba, sin embargo, ninguna ruptura con Pern. De hecho, la Iglesia ofreca a primera vista la impresin de hallarse en buenos trminos con el gobierno y no haba sn-tomas que prefiguraran la tormenta que no tardara en estallar. De hecho, el cardenal Copello asisti puntualmente a todos los actos oficiales. Y Pern, por su parte, no se privaba de aparecer en las fiestas catlicas. La aparicin de los ms prestigiosos mon-seores en los actos oficiales jug un papel central en el modo en que la gente perciba a las autoridades eclesisticas. Por todo ello, y por la gran circulacin de autoridades eclesisticas y pol-ticas en infinidad de actos pblicos, todava en 1954 habra sido difcil predecir el desenlace fatal del conflicto que no tardara en desatarse.

    Problemas no faltaron de todas formas, quizs por ese solapa-miento de la movilizacin catlica y la peronista. El catolicismo en general todava atado a la ritualidad de los aos treinta no pareca contar con la energa suficiente para sacar sus hues-tes a la calle, ante la fuerza arrolladora del peronismo. La mejor prueba de ello fue el acto que el 15 de noviembre de 1953 se celebr, con la asistencia conjunta de Pern y de Copello, para coronar en Plaza de Mayo la imagen de la Virgen de Lujn: fue ms un acto oficial que una fiesta religiosa de autntico fervor popular9. Incluso la prensa catlica, que haba alcanzado cierto dinamismo en los aos treinta, se fue estancando, ao tras ao. En el cuadro general que ofreca la Iglesia prevaleca una relativa sensacin de estancamiento. Por contraste, el peronismo en especial, hasta 1952 goz de una vitalidad en muchos sentidos envidiable.

    Pero en 1954 la rueda pareci detenerse. Ya se lo pudo ad-vertir en ocasin del 9 de julio: el desfile de aviacin, muy co-mn en aos anteriores, fue suspendido, mientras la fiesta cvica se desarrollaba en la Plaza de Mayo, con menor capacidad que la Avenida 9 de Julio, su enclave tradicional. El diario catlico El Pueblo se atrevi a sealar la menor grandiosidad del acto10. Fue quizs por ello que, unos meses despus, en ocasin del 17 de octubre, Pern debi apelar a nuevos mtodos no muy ortodoxos, por cierto para azuzar el entusiasmo de la concu-rrencia. En lugar de hacer despliegues cada vez ms imponentes, se limit a fustigar a la oposicin, sea sta comunista o catlico. El procedimiento no tardara en mostrarse contraproducente.

    Los esfuerzos en pos de una peronizacin casi absoluta de la sociedad se topaban con una sociedad cada da ms resistente. Las transformaciones sociales ocurridas en los aos peronistas tienen aqu mucho que ver. La ampliacin de las clases medias permiti que ms y ms gente accediera a un abanico creciente

    de posibilidades de consumo. Una sociedad que se asentaba y se aburguesaba la familia obrera copiaba, de hecho, los mode-los tradicionales de la clase media resultara mucho ms difcil de movilizar polticamente.

    Este divorcio entre una sociedad en transformacin, y una ritualidad cvica y religiosa atada a formas que se volvan vacuas, es una de las claves que proponemos para entender qu estaba ocurriendo con el peronismo y el catolicismo. Las novedades ms interesantes en el seno del catolicismo de los primeros cincuenta no ocurrieron en las grandes celebraciones del catoli-cismo de masas, sino ms bien a puertas cerradas, en los mbi-tos privados del hogar. Se abandonaba un luto al estilo de la casa de Bernarda Alba; se dejaban atrs las mantillas en el cul-to; se simplificaban los ritos de pasaje, incluida la primera comu-nin, para la cual ahora se recomendaba vestir con sencillez, en lugar del acartonado ritual de antao. Una revista como Para Ti, que no puede ser reprochada de falta de ortodoxia, llam la atencin sobre estos y otros cambios que se estaban dando en la sensibilidad11.

    Y a estos cambios se sumaron otros, tales como las noveda-des en materia de consumo que simplificaran las tareas hogare-as, de tal manera que la escasez de personal domstico poda ser salvada con heladeras, planchas elctricas, lavarropas y otros electrodomsticos. La intensidad de los cambios en el consumo de las clases medias impact tanto que incluso al pro-pio diario catlico El Pueblo le lleg la hora de modernizarse. A tal punto lo hizo, que dej atrs los aires de cruzada del inte-grismo catlico tradicional que haban permeado sus pginas en aos precedentes. A partir de 1954, se prepar un completo relanzamiento del peridico. El diario duplic sus pginas, in-corpor abundantemente el uso de la fotografa e introdujo secciones fijas de crucigramas, historietas, folletn, una columna de modas y otra de cocina para la mujer, y una seccin de es-pectculos lo ms asptica posible, sin afn moralizador. Apare-ci incluso una nutrida seccin de deportes que los das lunes sola ser presentada en un suplemento especial. El peridico volva a sus mejores pocas, lo cual se vio reflejado entre sus anunciantes que ofrecan los ms populares bienes de consumo.

    Y con ello, todo el lenguaje en clave de cruzada tendi a desaparecer de sus pginas, incluso antes de que estallara la tormenta con Pern, cuando todava gobernaba la Iglesia Po XII y nadie tena en mente la idea de un Concilio que apuntara a renovar la Iglesia universal. En cualquier caso, no fue conse-cuencia de los debates intelectuales en boga ya por los aos cincuenta; ni siquiera se debi a un lejano influjo de la nouvelle thologie. No fue una renovacin en las ideas la que llev a El Pueblo a abandonar el tono intransigente que haba sabido tener, sino el descubrimiento de que tal tono ya no le proporcionaba ningn beneficio redituable. Y esto era lo que contaba.

    Tanto es as que se modific su modo de participar en cam-paas que involucraban a los valores catlicos ms tradicionales. Podemos por ejemplo considerar su actitud ante la visita del predicador protestante Thomas Hicks que en 1954 atrajo mul-titudes ofreciendo curaciones milagrosas. El Pueblo reaccion con contundencia, pero no lo hizo con espritu de cruzada; procur guardar la moderacin, an sin ocultar su desdn por los milagros de Hicks. En lugar de denunciar la penetracin protestante, que atentara contra los ms slidos pilares de la cristiandad, El Pueblo declar que el verdadero problema en torno a Hicks era la falta de rigor cientfico en sus curaciones y se encarg de reclamar la intervencin del Estado en el asun-to12. Incluso hizo encuestas entre las distintas confesiones pro-testantes, con el propsito de dejar en claro que no haba nin-guna intencin de entablar una cruzada en nombre de la religin catlica13. Procuraba demostrar que era un peridico como cualquier otro, que poda hacer campaa sin espritu de cruzada y tratar un tema tan delicado como el de Hicks sin recaer en una virulenta persecucin religiosa.

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    Nada de esto hubiera sido imaginable en los aos treinta y cuarenta. Pero no simplemente haba cambiado la poltica edito-rial del diario, sino que tambin cambi la sociedad a la que le iba destinado: se haba vuelto ms aburguesada, menos militan-te. Y a la vez, menos peronista, y quizs tambin menos catlica (en su sentido integrista, al menos).

    Claro que esos cambios no fueron bien recibidos por los militantes de cualquier bandera o color. Salvando las dis-tancias, la situacin recuerda el malestar que provoc en la Unin Sovitica la implementacin de la Nueva Poltica Econ-mica en 1921, tras la cruda experiencia del comunismo de guerra: para los ms revolucionarios, represent una completa traicin a los principios. Algo similar habra ocurrido con el peronismo, desde el momento en que este se encarg de gene-ralizar los estereotipos y las aspiraciones de las clases medias a los ms vastos sectores sociales. Todo ello llevaba a la crecien-te desmovilizacin e indiferencia polticas. Se podra argir que la sociedad se fue volviendo crecientemente indiferente hacia el peronismo, sus rituales y su propaganda monocorde. Pero no se haba vuelto todava masivamente antiperonista.

    El peronismo, que se haba fundado sobre una intensa movili-zacin de masas, llev a que esas mismas masas encontraran cada vez menos incentivos para movilizarse. Si el entusiasmo hubiera sido ms elocuente por parte de sus seguidores; si la liturgia peronista hubiera logrado conservar algo de la adhesin sincera de sus primeros tiempos cuando el 17 de octubre era vivido festivamente, y no como un ritual o una escenografa que tena algo de artificial, Pern no habra tenido quizs tanta necesidad de extremar su manera de hacer poltica. Tanto es as que para 1954 tuvo la necesidad de gestos violentos para sacudir a sus huestes de la indolencia en la que haban parecido caer.

    Y por su parte, tambin los catlicos ms duros considera-ban que los cambios ocurridos haban trado un mayor hedonis-mo e indiferencia. Las actitudes del hombre y la mujer corrien-tes llevaron a que algunos jvenes catlicos radicalizados, des-encantados con el aburguesamiento de las mayoras, tomaran medidas drsticas. Baste como ejemplo su actitud ante algunos estrenos cinematogrficos juzgados indecentes. Desde haca dcadas las pelculas eran objeto de la tutela moral por parte de la Iglesia. A partir de 1931, esta tarea la desempe la Accin Catlica, fiscalizando no slo los films sino adems la publicidad y los nmeros vivos. Ahora bien, en los tempranos aos cin-cuenta cambiaron las formas y los lenguajes con que se desa-rrollaron estas campaas moralizadoras. No se trataba slo de emitir un juicio y publicarlo en la prensa, sino de ir al choque y provocar incidentes violentos en las salas de cine que estrena-ban pelculas juzgadas inadmisibles14. Era una manera de intentar sacudir al catlico comn y corriente de su aburguesamiento.

    Por ello, cuando Pern azuz al catolicismo, la situacin no pudo ser domeada siquiera por el arzobispo. Los gestos conci-liadores de Copello para con el gobierno no fueron bien recibi-dos por unos militantes catlicos que haban llegado a hacer suya esa cultura poltica que a imagen y semejanza de los peronistas ms exaltados era capaz de admitir la violencia. Catlicos militantes juzgaron que Copello era demasiado con-descendiente con Pern, casi un traidor. En cambio, el diario El Pueblo fue motivo de elogios por parte de los catlicos ms aguerridos por haberse atrevido a publicar en primera plana la foto de la multitud que asisti a Plaza de Mayo para la celebra-cin del 8 de diciembre de 1954, lo cual fue interpretado como toda una provocacin. Se la haba jugado, pens Florencio Arnaudo y comenz a descubrirse a s mismo como un ardiente antiperonista, dispuesto incluso a tomar las armas15. Esta actitud se parece a las propias bravuconadas del peronismo. El duelo que acababa de comenzar entre el catolicismo y el peronismo oblig a los que hasta ahora haban preferido guardar una acti-tud indiferente a tomar posicin. La batalla se inici a travs de

    panfletos que se mofaban de Pern en lenguajes de lo ms po-pular coplas, tonadas, canciones, tangos y consignas que reflejaban hasta qu punto el humor prevaleciente en la socie-dad haba verificado un gran vuelco. La amenaza era a primera vista inocente, pero sirvi para romper el hielo.

    Y continu con la concurrencia a una modesta procesin de Corpus Christi que casi espontneamente, y sin ninguna campa-a publicitaria previa, se convirti en el caldo de cultivo que llevara a la cada de Pern. La prohibicin oficial de realizar la procesin en la calle hizo, cual boomerang, que resultara mu-cho ms significativa de lo que sin duda habra sido en circuns-tancias ms normales. Pero no haba ya nada que resultara normal en 1955. Cuando los nimos estn caldeados, hasta lo ms nimio se satura de significacin.

    La espontaneidad con la que se puso en marcha el Corpus fue su nota ms caracterstica y tambin la ms revulsiva para un rgimen que, luego de aos en el poder, haba llegado a or-questar las ms grandes movilizaciones sociales de la Argentina moderna. Slo que en el vasto despliegue de la ritualidad pero-nista, plagada de gigantomana, se haba ya diluido la espontanei-dad de los primeros tiempos. Contra esto precisamente se reaccion en el Corpus de 1955.

    El desenlace es bien conocido y no podemos aqu narrarlo una vez ms. Tan slo hemos procurado mostrar que no haba nada necesario en el estallido del conflicto entre la Iglesia y el peronismo, y que en la relacin entre ambos prevalecieron desde el inicio los grises, en lugar de contraposiciones tajantes, opciones excluyentes. Ni por definicin, ni por esencia, ni si-quiera por los respectivos intereses que defendan, la Iglesia y el peronismo estuvieron de antemano destinados a colisionar.

    NOTAS

    1.Al respecto, Miranda LIDA, Catolicismo y peronismo: debates, proble-mas, preguntas, Boletn del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 27 (2005), pp. 139-148.

    2.Extraordinaria concurrencia, El Pueblo (en adelante, EP), 17.8.1946, p. 3. 3.Incontenible entusiasmo, EP, 19.8.1946, p. 16. 4.Esperanza y un nuevo lenguaje, Qu, 22.8.1946, pp. 32-33. 5.A la calle a gritar su fe, Qu, 17.10.1946, pp. 32-33. 6.Proporciones destacadas alcanz el acto, EP, 14.2.1947, p.1. 7. Solemnemente fue celebrado el Da de Accin de Gracias,EP,31.8.1948, p.1. 8.Emocin de patria en la jornada de ayer, EP, 26.5.1954, p. 5. 9.La coronacin de una histrica imagen de la Virgen, EP, 20.8.1953, p. 5. 10.Con gran jbilo, EP, 10.7.1954, p. 1. 11.Natalia Arce, Ni santos ni pecadores. Notas sobre catolicismo y vida

    cotidiana. Buenos Aires, dcadas del cuarenta y cincuenta, en M. Lida y D. Mauro (comps,) Catolicismo y sociedad de masas en la Argentina (1900-1950), Prohistoria, 2009.

    12.El curanderismo en Buenos Aires, EP, 24.5.1954, p. 3; Mr. Hicks se niega a recibir al cronista de El Pueblo, EP, 25.5.1954, p. 3.

    13.Tampoco los adventistas estn con Mister Hicks, EP, 6 de junio de 1954, p. 3.

    14.Un ejemplo en En torno a recientes desrdenes aclara la ACA, EP, 26.5.1952, p. 1.

    15.Florencio Arnaduo, El ao en que quemaron las iglesias, Buenos Aires, 1995, pp. 24-25.

    * Miranda Lida es Doctora en Hist. (Di Tella, 2003). Investigadora Adjunta en el CONICET, docente en la las universidades UCA y Torcuato Di Tella y directora del Programa de Historia de la Iglesia en la Argentina Contempornea del Dpto. de Historia de la UCA.

    Cardenal San-tiago Copello junto al presi-dente Juan D. Pern.

  • Por Natalia Gisele Arce * Navidad es quizs una de las fechas ms atpicas del calenda-

    rio occidental ya que, desde mediados de diciembre hasta los primeros das de enero, la rutina es suplantada por otros usos del tiempo y el espacio incluso entre aquellos que no practican la fe cristiana de manera asidua. Esto es evidente en la profusa simbologa que inunda gran parte de los hogares y negocios, la cual acta de recordatorio de que esta poca del ao ha llegado y de que muchas familias habrn de reunirse (a veces no muy a gusto) para la cena de Nochebuena. Sin embargo, esta forma de celebrar la Navidad, con su decoracin y menes ms propios del invierno boreal que de la pampa hmeda, es ms reciente de lo que podra suponerse en nuestro pas. A partir de la segunda mitad del siglo pasado ha tenido lugar una peculiar transforma-cin en los modos de representar y experimentar esta fecha, relacionados ms con la divulgacin de nuevos hbitos de socia-bilidad y consumo entre la clase media portea que con la mundanizacin y paganizacin de la que tanto se quej la Iglesia catlica en reiteradas oportunidades a lo largo de ese perodo.

    En las pginas que siguen haremos un breve recorrido por estos cambios, tratando de pensar la relacin que hay entre estos y el particular proceso de secularizacin que tuvo lugar en nuestro pas. Dentro de algunos sectores del catolicismo las transformaciones en las expresiones de religiosidad generaron un extraamiento que en algunos casos devino en fuertes crti-cas a los modos en que los fieles celebraban la Navidad. Estas miradas eclesiales sobre el tema sern las cuatro dimensiones que estructuran nuestro relato, ya que ellas ejemplifican muy bien el rpido cambio en las prcticas devocionales y en los hbitos de consumo que estaban teniendo lugar entre la clase media entre las dcadas.

    Ya desde los aos cuarenta es posible detectar variadas que-jas acerca del carcter superficial que la Navidad estaba adqui-riendo entre los catlicos. En 1943, por ejemplo, un misal ad-verta a sus lectores que el ir a fiestas en hoteles, confiteras o restaurantes luego de la tradicional Misa de Gallo era profanar la noche ms santa y ms pura del ao y privar al hogar cristiano de una de sus ms rancias y sagradas tradiciones1. Varias fueran las medidas eclesisticas tendientes para restituir el verdadero sentido de esta fiesta, siendo una de ellas la Campaa de Navi-dad de la Accin Catlica, la cual se propona todos los aos aumentar el celo festivo a travs de la realizacin de pesebres parroquiales y espectculos de villancicos, as tambin como de concursos de vidrieras temticas y colectas de juguetes. Esta misma organizacin tambin instara a los socios de las diferen-tes ramas a recristianizar las fiestas entre 1950 y principios de los sesenta: los hombres seran interpelados en su calidad de padres de familia, compaeros de trabajo o patrones; mientras que a las mujeres, se les eran recomendaban actividades acordes a su rol de reina del hogar al ofrecerles recetas y listas de rega-los. Claro est, en ambas formas de intervencin es evidente la identificacin del laico militante con el modelo de clase media imperante en la poca, de cierto nivel adquisitivo y con una notoria divisin de las funciones domsticas segn el gnero.

    Sin embargo, estas admoniciones parecan ir a contramano de lo que ocurra en la vida cotidiana. La asistencia a la Misa de Gallo experimentar a lo largo del perodo que nos interesa una progresiva reduccin en su numero de asistentes: en 1966 un sacerdote atribua su notable descenso al hecho de que ciertas dispensas postconciliares atenan la obligacin de los fieles de ir al templo2. Las cenas de Nochebuena, en tanto, distaban de ser los momentos de recogimiento y reflexin deseados por mu-

    chos: por ejemplo, Para Ti recuerda a principios de los cincuen-ta que estas, a diferencia de Ao Nuevo, son reuniones ntimas y no fiestas populosas. Sin embargo, a partir de 1960 el tradicio-nal nmero de Navidad de esta revista dejara atrs estas admo-niciones para abrazar abiertamente el evento navideo, ya que se reducirn las notas religiosas para incluirse amplias secciones de decoracin, regalos y cocina. De este modo, y con una est-tica y diagramacin cada vez ms modernas, se ensear cmo hacer (o donde comprar) tarjetas de buenos deseos, regalos para toda la familia segn la edad y el gnero y objetos para colgar en el rbol de Navidad, publicndose adems recetas de la famosa ecnoma Petrona C. de Gandulfo. Una encuesta de Primera Plana muestra el nimo poco piadoso con el que mu-chos decidan festejarla Navidad: mientras que un quinto de los 50 consultados seal que su motivacin era religiosa, otros alegaron el mantenimiento de la tradicin familiar, en tanto que el resto seal que su verdadera intencin era divertirse y pa-sarla bien3. La revista planteaba adems el otro rostro de la fiesta, aquel que segn un psicoanalista consultado implicaba la reactualizacin de los conflictos familiares.

    Otro de los puntos usuales de la crtica eclesistica acerca de los modos en que los fieles festejaban era la presunta paganizacin de la fecha. Por un lado, se reprenda la implanta-cin artificial del rbol de Navidad y Pap Noel, al ser prcti-cas de origen anglosajn que poco tenan en comn con la tradi-cin hispnica; por el otro, se sealaba el dudoso origen cristia-no de ambas y la ausencia de referencias al nacimiento de Jess. Los medios de comunicacin de masas fueron actores importan-tes en la masificacin de ambas tradiciones, evidencindose el mayor peso de los Estados Unidos y su imaginario navideo boreal en la cultura popular argentina de los aos cincuenta. Este se haca presente no slo en las pelculas o la literatura, sino que tambin en las representaciones grficas publicadas en las revistas, siendo posible encontrar un progresivo aumento de imgenes que incluan al rbol y Pap Noel en los dibujos de buenos deseos o en las vietas cmicas. An ms, el deseo por tener un autntico rbol de Navidad llev a muchos a mediados de los sesenta a hurtar brotes de abeto y de plantas similares de las inmediaciones del Parque Pereyra Iraola, siendo los hallados en esa situacin detenidos4.

    Cabe destacar que tanto el arbolito como la figura de Pap Noel implicaban para la Iglesia una competencia simblica para tradiciones previas como el pesebre, la figura del Nio Jess o

    ENTRE LOS REYES MAGOS Y PAP NOEL. NOTAS SOBRE LAS TRANSFORMACIONES CULTURALES DE LA CLASE MEDIA ARGENTINA DE MEDIADOS DEL SIGLO XX A TRAVS DE LAS FORMAS DE CELEBRAR LA NAVIDAD

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    Artculo sobre la mesa navidea, Revista Para Ti, N 2057, 12/12/1961

    Ecos de la Historia ISSN 1852-5474

  • El imaginario urbano de la gran capital encontrara todo un smbolo en la calle Florida, eje de los festejos y la vidriera donde los sectores adinerados mostrar-an a los visitantes extranjeros la opulen-cia de su progreso material. Pero que es el imaginario urbano? En palabras de Ra-fael Iglesia, es el lugar de interseccin entre el esquema mental que nos formu-lamos en base a lo percibido, El imaginario urbano de la gran ca-pital encontrara todo un smbolo en la calle Florida, eje de los festejos y la vidriera donde los sectores adi-nerados mostraran a los visitantes extranjeros la opulencia de su pro-greso material. Pero que es el imagi-

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    los Reyes Magos. El crecimiento de la popularidad de Para Noel, por ejemplo, era un motivo de alarma principalmente porque permita que se divulgaran en los corazones infantiles ideas herejes e imprudentes cuya peligrosidad radicaba en que, una vez descubierta la mentira de su existencia por los nios, decantara en la desconfianza de estos por cualquier cosa ense-ada por sus padres, incluida la fe cristiana5. A su vez, la hege-mona de los protagonistas de la Fiesta de los nios, los Reyes Magos, comenzara a declinar lentamente en los sesenta, ya que un medio de filiacin catlica como Para Ti comenzar a presen-tar a la Navidad como la fecha para hacer los regalos, situacin que tendr su correlato en el aumento de los actores disfraza-dos de Pap Noel en las grandes tiendas para que los nios pue-dan sacarse fotos y pedirle deseos.

    No obstante, cabe destacar que el rbol de Navidad y Santa Claus no fueron los nicos elementos paganos que le brinda-ron competencia al imaginario catlico, ya que el peronismo ofreci una reinterpretacin laica de la celebracin navidea. No slo el merchandising justicialista era promocionado como posi-bles regalos para las Fiestas, sino que la figura de Evita era pre-sentada en las pginas de Mundo Peronista como una Reina Maga que ayudaba a los tres mticos personajes en la entrega de regalos6. La asociacin entre Navidad y la Nueva Argentina tambin se traslad a las donaciones de sidra y pan dulce que la Fundacin Eva Pern realizaba en Nochebuena.

    El tercer tpico frecuente en las diatribas eclesisticas era la comercializacin de la Navidad, ponindose las tintas en el gran mercado construido en torno a esta fecha. Ms all de estos miedos, el gran aumento de las ventas en esta poca del ao era un suceso innegable, reflejado incluso en la trama de la pelcula Navidad de los pobres (1947). All la accin transcurre en una tienda donde Nin Marshall trabaja como empleada du-rante las frenticas jornadas de fin de ao, inicindose el film con una desopilante escena de Nin intentando vender a un malcriado nio de clase media una variedad de productos que iban desde un mecano a una bicicleta, pasando por un trencito y un pesebre con el Nio Jess adentro.

    Pap Noel en la eevista Para Ti, N 2006, 20/12/1960.

    Coca-Cola tuvo un papel importante en la popularizacin de la imagen de Pap Noel que hoy conocemos. Esta ilus-tracin de Haddon Sunblom de 1931 fue la primera de muchas que el artista realiz para la marca siguiendo el mismo canon de representacin, que finalmente se impu-so sobre otras representaciones hasta desplazarlas. Pap Noel repartiendo regalo en la revista Mundo Peronis-

    ta, Enero de 1953.

    Alquiler de trajes de Pap Noel, 1962.

  • Sin embargo, ser en los sesenta cuando crezca de manera notable el mercado construido en torno a la Navidad, ya que hasta ese momento muchos de los regalos a la venta eran de factura muy sencilla e incluso eran confeccionados de manera casera. El crecimiento del consumo, as como el cambio en los gustos, llev a la aparicin de recomendaciones sobre donde y a qu precio encontrar los mejores obsequios, distinguiendo Para Ti en las listas no solo por edad y gnero, sino tambin por el signo zodiacal del agasajado.

    Mientras tanto, puede percibirse una sofisticacin en el gusto tanto de los clientes como de los productos ofrecidos, como ocurri en el caso de las tarjetas navideas, que atravesaron una modernizacin y mejora en la calidad de las ilustraciones a partir del creciente rechazo de los compradores hacia los diseos ingenuos y cursis7. Primera Plana se encargar a travs de varias notas publicadas de develar la industria de la Navidad,

    tal como la llamar, razn por la cual destacaba las grandes ga-nancias generadas por las rotiseras, la venta de sidra o a las fbricas abocadas a la manufactura de los arreglos de vidrio para los rboles de Navidad8.

    Sin embargo, eran los juguetes los que encabezan la listas de los tems ms vendidos, inicindose en octubre un cronograma en el que primero las comuniones y regalos de fin de curso, luego Navidad y Ao Nuevo, y, finalmente, Reyes dejan las ju-gueteras devastadas.9 El crecimiento de esta industria durante la posguerra, tanto a nivel internacional como nacional, se tradu-jo en un aumento de la calidad en los diseos y materiales de los productos disponibles, lo cuales no obstante continuaron siendo segn Primera Plana los mismos de antes: muecas, autitos, revlveres, sumndose los vehculos manejados a control remo-to, verdaderas vedettes en las tiendas porteas durante la Navi-dad de 196210.

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    Durante los aos peronistas, desde la propaganda gubernamental el festejo de la Navidad estuvo fuertemente asociado a sus aspectos ma-teriales. Este nmero de la revista Mundo Peronista de Enero de 1953 rezaba en la nota sobre Las navidades de Pern y Evita que: La navidad un aprobio para los pobres que pegaban sus ojos frente a las vidrieras inalcanzables son ahora verdaderas navidades cuando los argentinos han dejado de ansiar el bocado de pan dulce para saciar su hambre y el sorbo de sidra para saciar su sed. Tal y como se refiri con la escena de la pelcula La Navidad de los Pobres y en la fotografa que puede verse arriba a la derecha del afi-che, los juguetes cobraron cada vez ms importancia en los festejos, ya sea en torno a su comercializacin o distribucin gratuita. Arriba a la derecha puede verse tambin la presencia de otros elementos de consumo como el caracterstico rbol de navidad y una mujer escu-chando la radio, en referencia a los mensajes de nochebuena de Evita. No es tan ilgico que aparezca esta imagen en el ao 1953 luego del fallecimiento de Evita y cuando ya no haba discursos de nochebuena, pues el peronismo intentaba por todos los medios mantener su presen-cia viva: : Cuando sus palabras llegaban ya los nios sonrean, porque, antes que su palabra, haba llegado su bondad en las formas tangibles del regalo. Que para el peronismo los aspectos materiales de los festejos de la navidad eran no menos importantes que su carcter religioso queda evidenciado tambin en la fotografa abajo a la derecha; all se ha escenificado una navidad perfecta, en dnde la familia se rene en torno a los regalos y dnde no hay pesebre ni rbol visibles, pero s muchos juguetes en un ambiente ricamente decorado y que es poco probable que pertenezca a una de las familias obrera. Las verdaderas navidades eran desde esta ptica peronista aquellas en dnde todos podan disfrutar a determinados bienes de consumo asociados a la celebracin, vindose su carcter litrgico un tanto relegado.

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    Hemos recorrido en los apartados previos los distintos as-pectos que la Iglesia catlica, a travs de sus distintos grupos y voceros, consideraba como desviaciones de las formas en que deba celebrarse la Navidad. Una nueva interpretacin vera la luz con el Concilio Vaticano II, enmarcada en la corriente que hacia fines de los sesenta se autodenominara como liberadora y que ser vista por quienes se hallaban fuera de la Iglesia como progresista o posconciliar. Uno de los tems que la distingui-r de las ideas previas a su aparicin es que, si bien exista antes la nocin de que la Navidad era un momento en el que haba que compartir con los prjimos ms desfavorecidos, aqu la eleccin de Jess de nacer en el seno de una familia humilde se vuelve central.

    Este nuevo discurso es visible en la nueva versin del boletn de Junta Cen-tral de la Accin Catlica, Palabra, que ve la luz en 1967 con una esttica total-mente renovada, llena de fotografas y con una diagramacin muy parecida a la de los medios de comunicacin masivos. Las crticas a la paganizacin y mundanizacin recurrentes en los aos anteriores son puestas de lado: la presencia del arbolito, as como la de Pap Noel, son aceptadas como un hecho ms de la realidad. Ahora el nfa-sis se coloca en la construccin de una nueva tica personal y social, que impli-caba tanto la mejora de las relaciones intergeneracionales como la bsqueda de igualdad y paz poltica.

    El obispo de la dicesis de Goya, Alberto Devoto, fue una de las figuras que mejor expres esta perspectiva evanglica de la Navidad a travs de sus pastorales. En 1969, por ejemplo, pide a su feligresa que vaya ms all de la fiesta folcklrica y de la abrumadora propaganda comer-cial para buscar un compromiso con la liberacin del hom-bre11. Esta postura, en la que tambin se enrolan los mensajes del obispo Eduardo Pironio, intent adems llamar la atencin sobre la situacin social a travs de la realizacin de eventos como el acontecido en la Navidad de 1968: en una iniciativa que incluy acciones a nivel nacional, el obispo de Goya decidi no brindar la Misa de Gallo, a la vez que 21 sacerdotes se manifes-taron frente a la Casa Rosada para hacer visible su oposicin al gobierno de Ongana. Otros religiosos y laicos, en tanto, realiza-ron ayunos en varios puntos del pas como medida de apoyo a la propuesta12. Los problemas internos del campo catlico, as como la radicalizacin del escenario poltico nacional impact como era de esperarse en esta corriente discursiva, teniendo muchos de sus adherentes llamarse a silencio para poder res-guardar sus vidas.

    Los villancicos fueron tambin reinterpretados en la segunda mitad de los sesenta, ya que el nuevo enfoque a favor de los idiomas vernculos y las culturas de cada regin impulsado por el Concilio permiti su revival, del cual el disco La Misa Criolla de Ariel Ramrez es indudablemente el mejor ejemplo. Esta obra, grabada en 1964, contena dos partes: en el lado A apare-ca el trabajo homnimo, mientras que en el lado B, se poda escuchar la Misa Nuestra, con letra de Feliz Luna, y en la que en mismo estilo folcklrico se narraba el nacimiento de Jess13. Ambas obras tendran un impresionante xito de ventas, e im-pondran de all en ms la moda de coros religiosos con reminis-cencias folklricas.

    A lo largo de estas pginas hemos querido establecer los cambios y continuidades entre los aos cincuenta y sesenta a travs de las prcticas cotidianas de religiosidad creadas en tor-

    no a la Navidad. El temor a la descristianizacin que se escon-da tras las quejas y crticas de la Iglesia puede pensarse como una verdad a medias, ya que a pesar de los malos augurios de muchos sacerdotes, el atesmo no cundi entre la poblacin, ya que el catolicismo continu actuando como una fuerte identidad social y cultural. No obstante ello, la religin tal como lo cono-can s desapareci: los cambios en la estructura familiar y urba-na a lo largo del perodo hicieron que los antiguos facilitadores del culto (las madres y la comunidad barrial) per-dieran su primer plano. Los nuevos usos del tiempo libre, la consolidacin de una industria del entretenimiento y el aumento del consumo tambin guardaron una importante conexin con los cambios en las prcticas: el descenso en la asistencia a la

    Misa de Gallo puede atribuirse entonces a la aparicin de actividades recreativas ms atractivas y compatibles con el nuevo rit-mo de vida que a un aumento del atesmo. De este modo, quisiramos proponer que la modernizacin en las costumbres no implic un descenso en las creencias reli-giosas, sino que hubo en su lugar un cam-bio de sensibilidad en la relacin con lo sobrenatural. La aceptacin y reinterpreta-cin de la cultura norteamericana en la vida cotidiana no hizo ms que expresar la bsqueda de smbolos ms afines a las transformaciones sociales que estaban teniendo lugar, y con los cuales las perso-nas pudieran establecer vnculo ms hori-zontales y menos solemnes. Las constantes crticas a la influencia yankee en la Navidad puede pensarse tambin como la punta del iceberg del nacionalismo anglobofbico de gran parte del catolicismo local, que consi-deraba a la tradicin hispnica como la panacea.

    NOTAS

    1. Azcrate, Andrs, OSB, Misal diario para Amrica en latn y castellano, Bs. As., Guadalupe, 1951 (1943).

    2. Navidad: la tradicin que vino del fro, Primera Plana, N 208, 20/12/1966.

    3. Navidad: las grandes maniobras, Primera Plana, N 126, 06/04/1965. 4. Informe especial. La industria de la Navidad, Primera Plana, N 312,

    17/12/1962; Navidad: la tradicin que vino del fro, Primera Plana, N 208, 20/12/1966.

    5. Santa Claus o el Nio Jess?, Anhelos. Boletn de la Asociacin de Mujeres de la Accin Catlica, noviembre-diciembre de 1953. Vase tam-bin No juguis con Pap Noel, Anhelos. Boletn de la Asociacin de Mujeres de la Accin Catlica, noviembre-diciembre de 1954.

    6. La Reina Maga, Mundo Peronista, N 12, 01/01/1952; Negrita, Mundo Peronista, N 11, 15/12/1953.

    7. Estampas. Los fieles exigen mejor nivel esttico, Primera Plana, N 8, 01/01/1963.

    8. Informe especial. La industria de la Navidad, Primera Plana, N 312, 17/12/1962; El rbol de doce siglos, Primera Plana, N 111, 22/12/1964; Navidad: la tradicin que vino del fro, Primera Plana, N 208, 20/12/1966

    9. Reyes. Es Pap el Mago?, Primera Plana, N 165, 04/01/1966. 10.Los mayores desplazan a los nios en la mana de nuevos juguetes,

    Primera Plana, N 8, 01/01/1963. Una nota similar, en el que se vuelven a plantear los juguetes ms vendidos es Lo que est detrs de los Reyes Magos, Primera Plana, N 60, 31/12/1963.

    11.Devoto, Alberto, La navidad es mucho ms que la propaganda comer-cial, Cartas pastorales II, Bs. As., Patria Grande, 2004.

    12.La Navidad rebelde, Primera Plana, N 314, 31/12/1968. 13.Misa Criolla, Concordia, N 355-356, noviembre-diciembre de 1964.

    Licenciada en Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata. Becaria doctoral (Postgrado tipo I) de Conicet.

    Palabra, N 15, diciembre de 1968

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    El imaginario urbano de la gran capital encontrara todo un smbolo en la calle Florida, eje de los festejos y la vidriera donde los sectores adinerados mostrar-an a los visitantes extranjeros la opulen-cia de su progreso material. Pero que es el imaginario urbano? En palabras de Ra-fael Iglesia, es el lugar de interseccin entre el esquema mental que nos formu-lamos en base a lo percibido, El imaginario urbano de la gran ca-pital encontrara todo un smbolo en la calle Florida, eje de los festejos y la vidriera donde los sectores adi-nerados mostraran a los visitantes extranjeros la opulencia de su pro-greso material. Pero que es el imagi-

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    Por Mara Mercedes Amuchstegui *

    Las peregrinaciones a Lujn, las novenas a santos, el encender velas que permanezcan rezando mientras uno no est y dems demostraciones de piedad popular presentes en nuestra cultura fueron estudiadas, caracterizadas o analizadas desde la sociolo-ga, antropologa e incluso teologa, pero no tanto desde la disci-plina histrica.

    Recientes investigaciones, como las realizadas por Touris1 o Lida2 analizan desde esta ltima perspectiva dichos fenmenos de masas que han empapado nuestra historia y que an hoy pueden verse en las calles. Han estudiado dichas investigadoras, por ejemplo, episodios religiosos populares como los congresos eucarsticos o las peregrinaciones a Lujn, relacionndolos con las transformaciones sociales y polticas que ocurran en el pas.

    Sin embargo, poco se ha estudiado acerca de los planes pasto-rales encarados para impulsar esas manifestaciones de piedad popular. Si bien los primeros planteos relativos a la necesidad de una pastoral social podemos encontrarlos ya en 1941, en la Juventud Obrera Catlica, rama especializada de la Accin Cat-lica3, es recin en el marco de la renovacin que supuso el Con-cilio Vaticano II y en el contexto de la proscripcin del partido peronista que la jerarqua episcopal impulsar un proyecto co-lectivo de accin pastoral.

    Pueden pensarse diver-sas razones para la adop-cin de dicha decisin por parte de la jerarqua como por ejemplo acercarse a los sectores populares, o borrar la imagen de una institucin que haba ayu-dado o aglutinado a los enemigos del peronismo para provocar su cada. Tambin puede pensarse que era necesario encau-zar la revolucin interna que se daba dentro de la Iglesia o tal vez un intentar aggiornarse siguiendo los lineamientos dados desde Roma. Ahora bien, cuales-quiera sean las razones, un hecho es ineludible: se impuls a partir de 1968 una pastoral orientada a lo popular y desde lo popular y para ello se form una comisin especializa-da, la Comisin Episcopal de Pastoral (COEPAL) integrada por un grupo de sacerdotes, telogos -que haban sido formados en su mayora en el exterior-, socilogos, consagrados y laicos. La diversidad de elementos que la conformaban reflejaba en cierta medida, el aire de renovacin que se respiraba en varios mbi-tos de la Iglesia, siendo la presencia de mujeres todo un hito.

    Lucio Gera y Rafael Tello, quienes fueran miembros de dicha comisin, luego participaron de reuniones como las Conferen-cias Latinoamericanas de Medelln o Puebla, o la revolucionaria reunin de San Miguel y elaboraron junto con los mencionados planes una reflexin teolgica que en la actualidad se la conoce como Teologa del Pueblo o Teologa de la Cultura, si bien Gera prefiere continuar llamndola Pastoral Popular ya que es un pensamiento que gira en torno a un plan que busca evangelizar la cultura.

    Si bien mucho se ha escrito acerca de esta corriente de pen-samiento, sobre todo en el mbito de la teologa, donde se ha

    debatido acerca de si es una elaboracin que rompe con toda la teologa anterior o si es una rama de la teologa de la liberacin o una escuela nueva, las investigaciones histricas sobre el tema fueron pocas y realizadas desde una perspectiva general. Claro ejemplo de ello son los trabajos de Di Stefano y Zanatta4 o de Gho5, quienes estudian a la Teologa de la Cultura no desde su primera etapa en 1968 sino desde el momento en que la Iglesia Universal le prest ms atencin, en la Conferencia de Puebla de 1979. Dichos histo