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Boleto de regreso
NUMERO CINCO / OCTUBRE DE 1991 • 7 000 PESOS
Emilio Carballido y Sergio González Rodríguez sobre Noyo
Birkerts • Blanco • Foumel • Deltoro • Zai'tzeff
Dibujos
BIBlIOII(A de c5';f(éxico·
NÚMERO CINCO / OCTUBRE DE 1991
Plaza de la Ciudadela 4, Centro Histórico de la Ciudad de México Tel. 51209 27 FAX 510 41 85
Gabriel Zald Últimas noticias 2
Sven Blrkerts Confesiones de un lector
Paul Fournel Estación Guadalupe 8
Antonio Deltoro Los cielos territoriales 12
Salvadar Novo Una felicidad escrita con S 14
Julio Prieto y Salvador Novo Acta sobre piñatas 34
Sergio González Rodriguez Nuestro corazón se huelga 17
Emilio Carballldo Salvador Novo 23
Augusto Monterroso Escritores, otros animales de pluma . .. y un dinosau rio 28
Alberto Blanco Líneas paralelas 38
A Pepe Gorostiza en su cumpleaños 16
Cartas a bordo 21 Serge l. Zai'tzeff Tres cartas de Manuel Toussaint a Genaro Estrada 42 Leños, libros y amigos - los más viejos,
preferidos 25
El arte popular mexicano 36
Si el famoso Pitágoms no miente 33
México en la medicina 40
Gerardo Denlz Mester de maxmordonía III 46
Salvador Novo El rincón del bibliómano 47
Presidente Víctor Flores Olea
BIBLIOTECA DE MÉXICO Director General Jaime Carcía Terrés
Revista Biblioteca de México Director: Ja ime Carcía Terrés
Coordinación Editorial: Jaim e Moreno Villarreal y Juan Villoro Consejo de Redacción: Fernando Á lvarez. del Castillo, Cera/do Deniz
Julio Hubard, Manuel Porras, Bernardo Ruiz, Rafael Vargas
Diseño: Cermán Montalvo T ipografía . Redacta
Últimas noticias ¿Habías vuelto a ver pájaros? Desenjaulados, libres del piterío infernal, unos cuantos burócratas vuelven a ser gorriones, 01 vidados de ti, en la eternidad.
Buscan migas de tiempo y lo suspenden. Hacen migas, y con cuánta razón, si todo pasa y no pasa nada. Así·crece la yerba, lenta como un reloj.
El oasis se extiende. Embotellados para siempre, por fin hemos llegado. ¿ y a viste el fin del mundo?
Salían de millones de automóviles a bailar un danzón, desenjaulados, mientras subían al cielo de fiesta por las nubes.
Biblioteca de México
Confesiones de un lector Como lo afirma en estas páginas, Sven Birkerts ha pasado buena parte de su vida trabajando como bibliotecario. En el desempeño de esa actividad leyó a muchos autores a quienes ha dedicado algunos de los ensayos más estimulantes que hay¡m salido del m edio académico norteam ericano recientemente.
La escena primaria. Tarde de sábado , ve rano, clima templado. Estoy acostado en la cama de mi cuarto, leyendo una novela. Tengo diez, doce o quince años -da lo mismo. Una vez más, absorto en la lectura, no escucho a mi padre que llega de la oficina. Se para en la puerta de mi cuarto. No hemos cruzado una sola palabra pero ya he escondido el libro y fingido un gesto de impasibilidad. "A cortar el pasto", dice mi padre con estilo taquigráfico, pues los dos estamos. hartos de di scutir una y otra vez. Ni siquiera se trata de discutir. Pu esto que no soy de una pieza, ni estoy comprometido de m anera conspicua con el llamado "mundo real" , estoy equivocado. Lo sé. No tiene caso que alegue el valor de la lectura. "Bastante tiene uno para pensar con los problemas reales," diría , "¿para qué añadir los de gente ficti cia?" A esa edad aún no se me ha ocurrido una respuesta. Mi única respuesta es mi persiste ncia . Tan pronto como él sale de la casa vuelvo a la cama.
Mea culpa . Confesión. Generalm ente uno se confiesa para quitarse un peso del corazón , para poner bajo la luz algún e rror o un delito . ¿Leer? Bueno, sí: de trás de todo , a pesar de cualquier declaración pomposa que pudiese hacer, aún tengo el sentimiento de que mi hábito no es del todo elogiable. ¿Es por la act·ividad en sí, o se trata más bien de mis razones, mis embrollos? ¿Cómo explicarlo?
Hace muy poco, vi en la televisión Days of wine and roses . Jack Lemmon y Lee Remick interpretan a una pareja alcohólica. Finalmente , Le mmon intenta curarse. A Remick nadie la puede convencer de que se detenga. En la última escena, Lemmon discute con ella: ¿Por qué no quieres salvarte? Remick mira angustiada alrededor del cuarto como si mirara el mundo m ismo a través de las paredes. "Cuando no bebo -dice por fin- todo me parece tan sucio." Esto me llama la atención, pero ni siquiera sé bien por qué . No creo tener esa misma sen-
sación de repugnancia. Pero , ¿por qué no pude dormir? ¿Y por qué recuerdo ese episodio justamente ahora?
Hay de lecturas a lecturas. La lectura como medio para conseguir un fin , para obtener información , para culti vamos; y la lectura como un fin en sí misma, como una necesidad, una compulsión .
Me imagino en una situación como ésta: estoy aprisionado en un cuarto durante una semana . Hay una cama, un a silla y un lihro: la más trivial de las novelas . ¿Cuántas horas pasarán antes de que la devore? ¿Cuántas veces releeré la cosa antes de que mis carceleros me liberen ? ¿Debería ave rgonzarme·) Porque no tengo la menor duda de que leena el libro . ¿Se trata de una situación análoga a la del alcohólico que se bebe una botella de loción ?
y hay otras in terrogantes. ¿De qué m anera leería esta nove la: de manera sencilla, u oblicuamente, como sociología? ¿Qué me daría m ás placer: el relato o la imagen de mí mismo leyendo un libro semejante?
En primer lugar, ¿por qué lee rla? Porque la lectura es un fin en sí misma, y porque la novela ti ene su lugar -por ignominioso que sea-
Biblioteca de México 3
en el orden de la palabra impresa, que es un orden en sí mismo. Anna Karenina y La tierna furia del amor tienen más parecido una con otra que con cualquier cosa del ámbito material.
Psycopathia librorum . Debo librarm e de ella .
Inmersiones frecuentes e indiscriminadas. En mi departam ento, en mi vida, m e rodeo de la palabra impresa. No es casual que haya pasado casi un te rcio de mi vida en bibliotecas, explotado y mal pagado , y que sólo con cie rta reticencia haya aceptado cambiar de profesión -para convertirme en maestro. Si no estoy mirando palabras, lo más probable es que las esté produciendo .
¿Podría ser que los orígenes de la escritura se encuentren en la lectura , e n el deseo de gobernar la fu ente de una sensación tan placentera? Rola nd Barthes ha identificado ese place r como jouissance, confiriéndole así una naturaleza sexual.
El mundo está cubierto de palabras, y yo voy por é l leyéndolas. La supe rficie citadina : anuncios, signos , graffi ti . Leo y releo los mismos lemas idiotizantes en las cajas de cereal cada mañana. Si quiero una lectura más diversificada , estudio los frascos de mermelada, separando y
reagrupando las letras de las listas de los ingredientes.
¿De dónde proviene este constante impulso de perturbar las calmadas aguas de las palabras? Gana de anagramas. Mientras manejo, por ejemplo, invento juegos con los letreros de la carretera. Leo las palabras al revés, revuelvo las letras. No basta escuchar palabras en el radio del coche. El ojo siente hambre. ¿En dónde se origina? ¿Se le puede controlar? ¿Es correcto mirar los lomos de los libros mientras se está abrazando a alguien?
No puedo pasar ante un puesto de periódicos sin detenerme. ¿Qué es 10 que busco?
Si tengo que hacer un viaje de dos horas en autobús, antes pasaré una hora tratando de discernir exactamente qué quiero leer. ¿Una revista, un cuento, poemas? ¿Y por qué no simplemente me siento y pienso? En realidad, con frecuencia eso es 10 que termino haciendo. Pero necesito saber que tengo algo que quiero leer para sentirme seguro. Al saberlo, puedo dar rienda suelta a mis ideas. De hecho, al resistir la tentación de abrir el libro de alguna manera afilo mi pensamiento.
También existe esa clase de lectura que consiste en tan sólo ojear libros de vez en cuando -no sabría decir qué motivo conduce a ello; jalo la silla frente a uno de los libreros de mi biblioteca. Una expectante calma se apodera de mí. Paseo la mirada lentamente, leyendo los lomos, o identificando el título por su color y posición. El sólo mirar mis libros, advertir su presencia, su proximidad con otros libros, me llena de una sensación de porvenir. "Los libros -escribí alguna vez grandilocuentemente- encaman el anhelo de la juventud eterna." A estas alturas lo que importa no es el contenido de los libros sino la idea de su existencia. No los he leído todos, ni es probable que lo haga, ¡pero sé que podría! Donjuanismo.
Al contemplar de esta forma una sección entera de mi biblioteca, entro en un juego de libre asociación. Por ejemplo, cuando veo La educación sentimental, no pienso en el argumento sino que recuerdo una semana que pasé en Corfú, y la sombreada cabaña en la que me sentaba a descansar durante los atardeceres . . .
Converso con T .F. Estamos de acuerdo en que la mera proximidad con los libros es civilizadora. Hablamos, medio en broma, de emanaciones.
Compulsividad, exhaustividad. Tengo manía por terminar las lecturas, aun si el libro no vale la pena. No es que siempre lo haga, pero si abandono un libro me Teprocho mi falta de voluntad.
Cuando tengo que dejar de leer por algún motivo, trato de cerrar el
libro en una página que tenga un número redondo -250 o 400-, a manera de cierre provisional.
El placer que se experimenta al terminar, al ser capaces de poner una marca mental junto al título. La revisión obsesiva -especialmente en los días de la juventud, pero también ahora- de las listas de Otros títulos disponibles . Impresas en las contraportadas de los libros de bolsillo de Vintage y Anchor. La decadencia y caída del Imperio Romano, los Ensayos de Montaigne. .. Por mucho que haya leído, siempre tengo la sensación que de acuerdo con cierto rasero -el de la hipotética inteligencia que ha formulado esas listas- no sé nada y nunca lo sabré. Terminé de leer la obra de Thomas Mann y me puse a pensar cuánto terreno le había ganado a la ignorancia. Pero la lista parecía haberse acrecentado otra vez. ¿Cómo es que aún no había leído The World's Body, de John Crowe Ransom ?
La necesidad de ser exhaustivo siempre me ha acechado. Ahora mismo me veo vagando entre la estantería de la Biblioteca Pública de Birmingham cuando niño. Carecía de instrumentos para discriminar entre lo excelente, lo bueno y lo mediocre; asumía con naturalidad que todos los libros eran iguales. Y con una precocidad matemática que combatía amargamente contra mi deseo, pronto me di cuenta de que
Biblioteca de México
jamás tendría suficiente tiempo para leerlos todos.
Me sentaba en una mesa de la biblioteca con una énorme pila de libros, ya no emocionado -como me sentía al elegirlos- sino lleno de unaentumecedora desesperación. ¿Cuántas veces en mi vida he hecho listas de todo aquello que debería haber leído para educarme? ¿Cuánto han variado esas listas? El que ha~ ya dejado de hacerlas, ¿debe considerarse una victoria o una derrota?
Fetichismo. Traigo a casa un libro que sé que terminaré pronto. La expectativa de esa lectura altera el sentir de mi vida por un tiempo. Debo prolongar la sensación, pero no de manera indefinida. Dejo el libro en su bolsa de plástico y lo pongo junto al sillón. Voy a la cocina y me preparo algo de comer. Trato de no pensar en el libro ni en el placer que habrá de brindarme. Pongo atención en otras cosas, preparo un poco de café, lavo los trastes, me demoro . Finalmente, con una pequeña cafetera en la mano, vuelvo al sillón. A un lado, mis pertrechos: una taza, cigarros, cenicero. Enciendo el cigarrillo y saco el libro de la bolsa. Pero aún hay una serie de actos rituales que debo cumplir antes de comenzar a leer. Contemplo la portada, vuelvo el libro y examino la contratapa. Si hay una fotografia del autor, la examino. Leo cuid.adosamente las solapas, paso las hojas pa-
ra sentir su grosor, reviso la portadilla, la página legal, salto hasta las últimas páginas para buscar información sobre el autor, la bibliogratia, el índice. Aun entonces, antes de tirarme un clavado, chapoteo. Abro el libro y leo una frase, vuelvo la página y leo otra. Aquí y allá una que otra palabra.
Hay un cierto temor de comenzar, así como existe un temor de terminar. Se trata, en realidad, de una emoción compleja. Pues tanto como quiero leer, a la vez quisiera no leer. En ese momento, en mi espera, el libro es pura posibilidad. Cualquier lectura 10 menguaría. Con la primera palabra pasaré de la libertad a la contingencia. He aquí una paradoja; el mundo del libro representa libertad cuando se le sitúa junto a la contingencia de la vida cotidiana. Languidezco entre la sumisión y la resistencia. La primera frase está ahí como la distante orilla de un abismo: tengo que obliganne a saltar
y tengo que tocar tierra de manera adecuada. La transición de las vacilaciones del pensamiento a la disciplina de la lectura siempre es abrupta, una desaceleración forzada.
Leo la primera frase una y otra vez, midiendo su profundidad. La leo cuantas veces haga falta . Y sólo cuando siento que la he "pescado", procedo. Física de la lectura: de qué manera cobra velocidad el ojo, cómo se allanan los aguzados enjambres de palabras una vez que se establecen los primeros planos de sentido.
Lectores de novelas. A veces pienso que, si me abocara a ello, podría elegir de entre una multitud a los auténticos lectores de novelas. Tienen algo extraño en los ojos, como si tuvieran un pedacito extra de lente en la córnea. También conozco su forma de mirar: un íntimo desapego, una serenidad transida de pasión abstracta. La mirada de un lector me muestra un alma con un sentido del tiempo diferente, un sentido que no se encuentra en' el ojo de quien frecuenta bares, del aficionado entretenido en su tarea, o de ese personaje reclinado en su so-
. fá con el aparato de control remoto en la mano.
Mi padre: "Bastante tiene uno para pensar con los problemas reales, ¿para qué añadir los de gente ficticia?" En cierto sentido, tiene razón. La vida no sólo es suficiente, sino que excede todo criterio de suficiencia. ¿O hay algo que él ignora?
Hay realidades y realidades. No creo que exista ningún tipo de compromiso con el mundo que me haga abandonar mis inmersiones en la ficción. No podría dar una definición adecuada de la realidad, pero sé que siento de la manera más real, más apegada al mundo, cuando 10- . gro obtener una doble visión. En
otras palabras, cuando soy capaz de combinar compromiso y desapego. Oh, mezcla exquisita: estar absorto en una determinada actividad y percibir, simultáneamente, el sitio de esa actividad dentro de una perspectiva máS amplia. Al leer registro todo de e'sa manera. No obstante, cuando me aparto del libro siento cómo se restablecen los firmes'contomos de mi vida. Durante un breve momento ambos términos forman una ecuación: si la ficción se asemeja a la vida, también la vida se asemeja a la ficción. Me tomo a mí mismo desde el punto de vista de un autor que escribe el destino del personaje que soy yo. ilusoria o no, esa sensación nutre mi alma, la cual prolonga tanto como puede.
Leo Madame Bovary por tercera, o quizás por cuarta vez. Sé completamente bien 10 que habrá de pasarle a la pobre mujer -el motivo no puede ser la curiosidad. Tampoco la leo para obtener un beneficio moralo para comprender mejor la vida provinciana del siglo XIX. Entonces, ¿por qué? Leo el libro por 10 que me ocurre cuando lo leo, porque me hace sentir de cierta manera respecto de mi vida. Me permite concentranne en aspectos de lo real que de otra manera me eluden.
Flaubert, Graham Greene, Henry James, Virginia Woolf, Robertson Davies, Thomas Hardy -cada autor me permite experimentar sensaciones que no encuentro en ninguna otra parte. Cada novela es una lente cortada y entintada de distinta manera que vuelvo sobre mí mismo.
Hardy me brinda un sentido de la distancia y del panorama - veo las vidas de Jude y de Tess como si las mirase desde las alturas: Observo sus acciones, participo de sus pensamientos, pero también veo cómo se extiende el campo hasta el horizonte. Aun mientras sigo las palabras de Hardy, voy comprendiendo algo acerca de mi propia vida sub specie aetemitatis. Por otra parte, cuando leo Al faro siento como si mirara el mundo a través de una lente de aumento. Veo a la Sra. Ramsay arreglando los delicados adornos de su mantel, advierto el destello de luz en la superficie de un bronce bruñido, y cuando doy vuelta a la página -no, incluso antesestoy consciente de la I vida como una corriente de pequeños movimientos, un estudio de los detalles en cámara lenta. Cuando levanto la vista parece que la luz de mis ventanas cae con especial intensidad sobre el polvo de la alfombra.
¿Cómo describir la extraordinaria emoción que a veces me embarga en mitad de una página? Como ha dicho Henry Miller a propósito de Blaise Cendrars: "Había· veces en que al leer a Cendrars tenía que apartar el1ibro para estrujarme las
Biblioteca de México
El ratón de nuestra Biblioteca, francófilo y francófono, eleva su indignada protesta porque el Didionnaire des hisfoires dr6-les (Le Livre de Poche # 6462), de Hervé Negre, libro recientemente adquirido por la Biblioteca de México, en su capItulo dedicado a los rotones no induye ningún cuento que valga la pena, ni siquiera un poquitito chistoso. Hemos tratado de consolarlo argumentando que tampoco en los dem6s capltulos, que por orden alfabético van de absurdo hasta zool6-gico, hemos encontrado cuentos memorables ni dr6les. Aunque el editor se cura en salud pretendiendo que "10 noción de diccionario contradice la noci6n de histoire dr6le" o cuento gracioso. De cualquier modo ya hemos recomendado al encargado de este género de adquisiciones que sea m6s cuidadoso o m6s exigente al practicarlas.
Por su parte, el rat6n replicó pregunt6ndonas que si por tratarse de un libro inservible puede comérselo. Nos vimos obligados, a nuestro pesar, a contestarle que no, por no crear un precedente riesgoso.
Adem6s, le explicamos que, con buena voluntad y constancia en la búsqueda, no es del todo imposible, al recorrer el susodicho Didionnaire, toparse con uno o dos di610gos m6s o menos relativa y modestamente dr6les:
Primer ejemplo: -Ando muy preocupado. Desde ha
ce varios días no hago m6s que ver puntitos negros.
-. y ya viste a un oculista' -No, s610 puntitos negros.
Segundo ejemplo: -Pap6, iqué son esos frutos arriba
del 6rbol este' -Ciruelas negras. -Pero si son blancas. -Es que est6n verdes. y perdonen nuestros lectores, pero a
tamañas vergüenzas nos orilla a veces nuestro no por culto menos terco ratón.
manos con angustia o con alegría, con tristeza o con desesperación ."
El encendedor interno. Cuando tomo una novela, 10 hago a sabiendas de que depondré esa abominable autoconsciencia que me acompaña a 10 largo de la mayor parte de mi vida. Y en cuanto comienzo a lee r , me pesco deslizándome por la superficie de las palabras, dejando atrás una manera de medir el tiempo e ingresando en otra (que , mientras dura, en realidad carece de medida), y una poderos-a agitación hace presa de mí. En realidad, no es porque me preocupe si Laura se casa con Nick -aunque, para seguir leyendo, debe preocuparme- , sino porque , al leer acerca de Laura y Nick, acerca de los enredos emocionales y psicológicos de su relación, mi psique comienza a experimentar extrañas oscilaciones. Estoy leyendo acerca de ellos, y pongo tal atención , pero al mismo tiempo estoy re procesando, en micromilésimas de segundo , mi propia historia, los avatares de mis propias relaciones.
Esto es algo distinto del mecanismo de identificación. La identificación requiere una pérdida de la distancia crítica; este proceso depende de . mantenerla. Vivo episodios de mi propia vida desde el punto de vista de otra mente, la del autor. Me veo desde una posición que no puedo recuperar cuando cierro los ojos y pienso en el pasado. Cuando inten-to hacerlo me encuentro demasiado presente y no puedo evitar el reflejo de darle una cierta forma propia del dramaturgo .
¿Qué tanto se asemejan los vislumbres de la memoria puestos en marcha por la lectura de un libro a los contenidos de la memoria involuntaria según la definió Proust?
Este recordar y reprocesar explica por qué el cine no puede remplazar a la novela, por más refinado que sea su registro o su proceso psicológico. Pues cuando vemos una película estamos obligados a mantener el mismo paso que los acontecimientos en la pantalla. No podemos detenernos o suspender nues-
Biblioteca de México
tra atención, no podemos dar lugar a las esenciales pausas, ni volver atrás para confirmar una sensación. La inmersión en la ficción, como la cinematográfica, pertenece al reino de la duración, pero sólo cuando leemos podemos experimentar esas extraordinarias colisiones entre el tiempo como secuencia (vida cotidiana) y el tiempo como duración. Levanto la vista: me quedo embotado contemplando la planta junto a la ventana, exaltado todavía por el angustioso miedo de Emma.
¿En dónde estoy cuando leo? ¿Cómo es posible que esté mucho más presente en el ático de Emma que en mi propia silla?'y cuando conside ro que tal vez ese ático nunca existió salvo en la imaginación de Flaubert.
Una posibilidad: que acaso lea, a final de cuentas, justamente para encontrarme en ese punto de suspensión entre ambos estados. A me- . dio camino entre la novela y las realidades de la vida hay un horizonte y un punto de fuga: en él desapare-
ce el sentimiento de contingencia. Madame Bovary. He releído y ate
sorado este libro porque me permite, mientras lo leo -y por un buen rato luego de que lo he dejado a un lado-, percibir mi vida no como una azarosa secuencia de acontecimientos, o un accidente, sino como un destino.
Nunca me canso de los relatos porque nunca me canso de considerar mi propia vida como un relato. No siento tanta avidez por sus argumentos como por los niveles de distanciamiento que me permiten.
Mi madre posee un inagotable acervo de anécdotas. "Es una historia interesante," dice. "Estaban felizmente casados -o al menos así 10 creía la gente- y tenían un hermoso niño . Pero entonces, por algún motivo, nadie sabe por qué, él comenzó a beber. y a partir de eso las cosas comenzaron a derrumbarse . .. " El más simple de los relatos me cautivaba. ¿Por qué? La historia no era tan interesante, especialmente si la contaban sin detalles ni tensión narrativa. No, me emocionaba porque el relato me ponía en presencia de otro marco de tiempo. En la medida en que podía contemplar activamente l·a vida como una condensación ilu~oria de acontecimientos, me liberaba de mi permanente e inseparable conciencia.
La novela es significativa [ ... ] no porque nos muestre el destino de otra persona de manera acaso didáctica, sino porque el destino de ese extraño, por virtud de la flama que 10 consume, nos brinda el calor que nunca extraemos de nuestro propio destino. Lo que lleva al lector a la novela es la esperanza de entibiar su friolenta existencia con la muerte sobre la cual lee.
Walter Benjamin
Leo acerca de Emma. La veo avanzar hacia su destino. Al mismo tiempo, en cierto sentido, estoy en el interior de Emma, mirando la vi-
.da tal cual se le presenta a ella. Sus actos no están teñidos por la presciencia de su destino. La tensión entre ambas perspectivas es casi intolerable. ¿Por qué la procuro? Porque por un momento puedo ser tanto Dios -para Flaubert el autor era una suerte de Dios- como creación. Poseo conciencia más allá de la página. Y yo, ¿lucho también en un mundo de visiones chatas, proyectando mis sueños sobre un opaco futuro, totalmente ajeno al patrón en que se inscriben mis hechos? Decir que Dios es un novelista y nuestras vidas ficciones sugiere que a) o bien Él conoce completamente lo que percibimos como tiempo, o b) que Él crea cada instante en pleno
dominio de su inmensa inspiración. Algo que siempre me ha pareci
do claro es que mi agitación mientras leo tiene que ver más con el misterio de mi propio ser que con la peculiar velocidad de cualquier personaje.
Miedo de terminar. Disminución, regreso a un contorno fijo . He participado en una serie de posibilidades artísticamente angostadas en un destino . Al volver a mi propia vida llevo conmigo esa sensación de angostamiento.
También los autores deben enfrentar esta terminación. Advierto cuán frecuentemente se despiden de sus personajes antes del último capítulo. El tiempo se comprime repentinamente, pasan años: tácticas de estrangulamiento. Como si el novelista hubiese estado permitiendo que sus creaciones se consumieran lentamente en las vidas que él les posibilitó.
George Steiner ha lamentado que nuestra época esté dejando atrás el hábito de los libros. Acusa de ello a la multiplicación de distracciones, a la pérdida del ti empo privado, y a la competencia de los m edios de difusión. ¿Por qué m e llena de tanta tristeza esa idea? Después de todo, la gente debería estar en condiciones de hacer 10 que quiera. Yo siempre tendré mis libros; no porque las bibliotecas desaparezcan pronto, sino porque para mí los libros no son solamente obje tos o medios para alcanzar un fin: son el símbolo y la encarnación de la vida del espíritu. Temo que la introspección y la ensoñación y los ideales de discriminación de nuestra cultura se desvanecerán gradualmente. Temo que el refinamiento lingüístico (su densidad y dificultad), y con él nuestro acceso a la verdadera complejidad de la vida interior, sean desplazados por las comunes y simplistas idioteces de la jerga televisiva. El verdadero temor es que ése sea el destino de la raza para hablar de la evolución a grandes rasgos -que los ideales de la Ilustración hayan sido probados, como un rasgo morfológico, y hayan sido descartados; que el Horno sapiens esté decidiendo, colectivamente, librarse de la sapiencia porque de nada sirve ponderar para qué existe o a dónde conduce; que la evolución demostrará exactamente lo contrario de los ideales de la Ilustración . Esta es la pesadilla de un lector. Me abruma cada vez que camino a través de un centro comercial en los suburbios o al encender la televisión. Entonces busco mis libros para reconfortarme. Aunque a veces me siento más cerca de la extinción que de la tranquilidad.
Traducción de Rafael Vargas y Lauro Zavala
Biblioteca de México
Julio Hubard, quien CUIIIIIIiwa CICIII .. ..... el aqo ele Subdirector ele ella ....., .. IIa hecho c:arao d ...... Coordinad6n d. Asesores en el CONACULTA. Le ... 1IIOI buena ...... En el lugar d. Hubard queda Fernando ÁIvarez ele! CCIIIiIIo.
Alianza Editorial llega a ., libro de bolsIIolÚllerO 1 500. Los puristas que abominaban de los .¡.mpIares port6IiIes, capaces d. convivir con 16pices labial .. en los mundanal bolsos d. lal secretarias, han tenido que acostumbrane a estos ubicuol .. pecrmen ... A propósito d. e .. te festejo escribe Fernando Savater: "Soy d ••• a raza d.lectores que se han visto obligados a conocer alguna de los libros m6s inolvldabl .. durante los trayectos de diversos transportes p6blicos . .. no imaginaba la hilera de mislibros como un augusto desfile de voI6men .. en cuarto con lomos de becerro y letras estampadas en oro: yo lo imaginaba, lo q,uerfa como un enjambre de pequeños y flexibles pode., bóob zumbando triunfalmente en todos los autobuses del mundo y despertando con sus aguijonazos las conciendas adormecidas y timoratas."
Los tiempos modernos han hecho de la lectura una adividad n6mada. Aunque la B. de M. se precie de ser un oasis para los sedentarios, no podemos menos que calebrar la existencia de .. as bibliotecas ambulantes que, como quiere Sovater, drculan sobre ruedas, y aun sobre alas. A prop6sito de esto 6ltimo, .. encomiable el gusto de Iberia, que entre sus "Ubros de a bordo" cuenta con tltulos de Álvaro Cunqueiro y Francisco Ayala. En 1984, con motivo de su dncuentenario, Aereméxico lanzó al aire una coleed6n d.literatura¡ entre otras "bit6coras de vuelo" figuraban las antologras 23 cuentos de la Revolud6n Meximna, de Edmundo Valadés, y Lo fugitivo permqnece, de Carlos Monsiv6is, que acaba de reeditar con éxito Cal y Arena.
Nuestro ratón padece la muy justificable acrofobia de los animal .. sin alas. Esto nos lleva a pensar que las bibliotecal del aire seguramente estar6n libres de raton ... Pero no de murdélagos.
PAUL FOURNEL
Estación Guadalupe Recientemente, Paul Foumel visitó México en su calidad de secretario del OULIPO, el Taller de Literatura Potencial que fundara en 1960 Raymond Queneau, y que contaría entre sus miembros a Georges Perec e !talo Calvino. Foumel, quien dirige además la editorial Seghers, nos dejó este mexicano cuento fragmentario.
La estación La Buena Idea era construir la es
tación, y fue él quien la tuvo. Después de que la estación fue construida, de que se trabajó durante dieciséis noches y tres días, de que se quitaron los magueyes, de que se levantaron nubes de arena, de que se subieron los bloques, de que se hizo crecer este edificio en el desierto, lejos, en el camino a Puebla y, sobre todo, después de que se colocaron las letras que decían EST ACIÓN sobre el gran portal, las cosas siguieron el curso ordinario de por aquí.
El Jefe de la Estación Los albañiles se fueron mirándo
nos como si estuviéramos locos, pero como acababan de cobrar buenos pesos, se subieron contentos al camión . Sobre todo uno que se rascaba las nalgas pensando en el tequila. Nosotros en cambio nos sentamos sobre la escalera de la estación para retomar el aliento y mirar la planicie, la arena, las espinas y todo ese terreno que se había tenido que apisonar. En medio de la noche le expliqué que a la izquierda se escuchaba el silencio del volcán y que a la derecha se podría adivinar el rumor de la gran ciudad, cuando hiciera viento.
Dijo que eso tal vez jamás sucedería . Enseguida me explicó en pocas palabras que como él había tenido la idea de la estación, sería el Jefe de la Estación. No el jefe de la estación sino el Jefe de la Estación, 10 que dejaba ver que quería ser también el jefe de otras cosas. Él fue, pues, el Jefe de la Estación y yo fui su segundo. No decidimos mi título: ni subjefe , ni lugarteniente, ni capitán, ni siquiera segundo .
Después nos dormimos.
La espera Alrededor de la estación no ha
bía nada. La arena era gris como la mañana. Los granitos que se habían quedado un momento en el aire caían como polvo en el borde de su sombrero negro . Los coyotes se mantenían a distancia de la obra y los magueyes dudaban en reverdecer. Tan lejos como alcanzaba la vista no había una mula, ni un solo hombre. Más allá del lugar más lejano que se alcanzaba a simple vista, no había ni la idea de mula ni de hombre.
Eso no 10 aterraba. Se mantenía sentado sobre la escalera, con el sombrero un poco echado sobre los ojos que tenía cerrados y yo podía ver por la punta de sus dedos, por sus botas y sus orejas que las fuerzas le volvían.
Su siesta era invencible porque ya te nía la estación y ahora era el Jefe de la Estación.
Los retoques Insistió en que me trepara sobre
sus hombros y que yo mismo fuese quien colgara los letreros "Sala de espera" y "Boletos", sí, sí, insisto.
Después puso los focos neón aunque no hubiera electricidad.
y como ya había una sala de espera que un día podría iluminarse, llegaron.
La carrera Sin gestos, la vieja indígena que
llevaba cuatro cañas de maíz y tres bolsitas de magia aceleró el paso para llegar antes que el cargador de papayas y ser la primera en la taquilla. El que llevaba los rábanos rosas aún con tierra en sacos de yute, llegó mucho después.
Al mediodía, más o menos, un hombre pasó a caballo delante de la estación pero no levantó la vista.
Al terminar el día tuve que ir a saludar personalmente al primero que debió esperar en la escalera exterior pues nuestra sala de los pasos perdidos desbordaba gente .
En el interior la gente iba, venía, comerciaba y salía con gusto a la plataforma de madera, tras la cual empezaba, inmediatamente después, la arena.
Biblioteca de México
Nadie jamás exigió la llegada del tren.
El Jefe de la Estación se acerca El Jefe de la Estación miraba, sin
moverse, desde hacía tres horas a la vieja, cuando se dio cuenta de que ella tenía hambre . Las arrugas le surcaban el rostro y un hambre atroz le apretaba las narices.
Él se le acercó y tomó el billete de 1 000 pesos que ella guardaba entre los dedos para comprar su boleto, lo tendió al hombre de los rábanos rosas quien de inmediato preparó para la vieja unos manojos rosas muy regulares .
Otros inmediatamente tuvieron hambre.
No pude darme cuenta cómo llegó el taquero. Fue sin duda en un momento en que volteaba la cabeza, pero el aceite brincaba ya en la cavidad de la lámina.
La indígena joven se sentó y de abajo de su jorongo sacó unas muñecas que colocó a su alrededor. Cerró su rostro como un guijarro para dormir mejor.
Hubo una primera canción Hubo una primera canción y fue
la del Jefe de la Estación.
La primera lluvia La primera lluvia que cayó hizo
que cayera el polvo. Arrugó los rostros de negro. La primera lluvia que cayó hizo levantar la primera choza: el Jefe de la Estación vio al más friolento que se levantaba el cuello, y le asignó un lugar donde podía construirse un abrigo. Todos los que sabían construir hicieron sus chozas, y como la noche se había acabado y la lluvia continuaba, el Jefe de la Estación asignó otros lugares. Era el comienzo de una calle.
Caprice 66 La lluvia también hizo crecer jar
dines y al término de una mañana, la vida se detuvo. Todo el mundo volteó la cabeza al mismo lado en la lejanía -incluso la indígena con rostro de guijarro- para ver llegar el Caprice 66. Bailaba entre los agujeros de lo que todavía no era ningún camino y el sol regresó al mis-
mo tiempo que su pintura amarilla. Los limpiadores desprendían el lodo y sobre sus puertas pudo leerse muy rápidamente la tarifa de las dejadas. Había servido de taxi veinte años en Nueva York y llegaba por sus propios medios. Se convirtió en el coche del Jefe de la Estación.
La asociación guacamole Tacos y Papaya tuvieron la idea
de ponerse juntos y juntos inventaron, a fuerza de nunca estar de acuerdo en la receta, un guacamole que no tenía rival más allá del volcán y hasta el fondo de la ciudad.
La noticia se extendió por los gra-
..... raffu ele Maria T_ .. 101ll1re, el. Uro.
nos de arena y por los pájaros negros y regresó con procesiones de tragones que hicieron otra calle, donde el J efe de la Estación les ordenó hacerla . Tenían su casa pero se quedaban seguido hasta muy tarde en la taquería y el J efe de la Estación me pidió que me quedara por ahí para echar una mirada. Así fue como le tomé el gusto al guacamole de mi tierra . Todavía hoy, cuando estoy lejos por negocios, me conformo con olerme la punta de los dedos.
Los de Tepito Detrás de los tragones, detrás de
los mariachis que vienen detrás de los tragones, detrás de los boleros 'que vienen detrás de los mariachis, llegaron los muchachos malos de Tepito, los atacantes-por-la-espalda. Quisieron organizar su policía y robar boletos. También empezaron a construir su propia calle y el J efe de la Estación se sumió el sombrero . Para alimentar la guerra iniciamos la venta de boletos de tren y la gente tranquila vino a comprarlos para encontrar la paz otra vez. Y el J efe de la Estación hizo la guerra como un jefe. Perdió un dedo y una oreja, yo perdí la punta de la nariz pero la calle nueva ardió por no haberse instalado donde había decidido el Jefe de la Estación.
Los atacantes-por-la-espalda re-
gresaron a pie, dejando detrás de sí un Volkswagen con una cadena para cerrar la cajuela de adelante y un Renault 12 cuyos asientos hay que sujetarlos con los brazos pues saltan a cada rato con los baches.
El VoJkswagen es m ío y el Renault 12 es del restaurante . Lo pintaron de verde guacamole por necesidades comerciales.
En la esquina de las calles Los tragones construyeron, así,
otra calle, donde el Jefe de la Estación les había dicho que la construyeran y con la calle anterior se hizo el primer cruce. La primera vez
que los dos coches se encontraron, el J efe de la Estación ordenó que el Chevrolet Caprice 1966 que venía por la derecha tuviera siempre la preferencia.
En el cruce se desarrollaron los com ercios de un cruce. Los niños se peleaban por lavar los tres parabrisas y el J e fe de la Estación m andó cavar un pozo para que pudieran tener agua. Un gran. hombre delgado vendía tom as m últiples para que nadie se impacientara, mientras llegaba la electricidad. El hijo de la indígena vendía también muñecas y se quedaba tan inmóvil en medio del cruce que todos temían pasar encima de él. Dimos los primeros claxonazos.
En el cruce , también se instaló un traga-fuego, desde que caía la noche, y fue nuestro primer artista .
Gringo Sostenía una pequeña bola blan
ca en la mano y la elevaba por arriba de su cabeza, exactam ente en la esquina de la calle . No se acercaba mucho al cruce, com o si su m ercancía fuera demasiado preciosa. La bola blanca era el prim er ser vivo nacido en la estación , e ra un perrito . Bajé el vidrio del VW y regateamos el precio. Al J efe de la Estación se lo habría regalado, pero a mí m e lo rebajó a la mitad del precio.
Era un perrito cazador color are-
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Según Borges, en cierta ocasi6n Bioy Casares se declar6 enemigo de la c6pula y los espejos, pues ambos reproducen el número de los hombres. Sin embargo, nada le satisface tanto como la multiplicaci6n de los libros. A prop6sito de los 1 500 títulos de "El libro de Bolsillo", Bioy escribe: "Sin renegar de nada ni de nadie, me atrevería a decir que los libros son mi origen, mi patria, mis interlocutores y mis guías en esta excursi6n por la existencia." Entre los volúmenes que "salvo el diploma ... darón todo lo bueno que usted puede recibir de la Universidad", Bioy recomienda algunos de Conrad, Svevo, Rostand, Hume, G6mez de la Serna, Graves y Buzzati. A estas recomendaciones, añadimos cuatro "libros de bolsillo": La invenci6n de Morel, Historias fantásticas, Historias de amor y La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares.
Desde que en 19661anz6 su primer "libro de bolsillo", Unas lecciones de metaffsica, de Ortega y Gasset, Alianza Editorial ha publicado 40 millones de ejemplares. Las cifras, cuando se refieren al comportamiento del cosmos o a las deudas públicas, suelen ser intimidantes. Sin embargo, en relaci6n con el enjambre literario desatado por Alianza hay gratas sorpresas. aCuól es el libro mós vendido? aUn western aguerrido, una novela porno, las confesiones de una celebridad? Mientras estos temas triunfan en otras casas editoras, Alianza ha logrado vender mós de 1 450 000 ejemplares de El principito, de Saint-Exupéry, mós de 750 mil ejemplares de El árbol de la ciencia, de Baraja, y mós de 450 mil ejemplares de La metamorfosis, de Kafka. Induso en la poesía hay ventas notables: mós de 150 mil ejemplares de Poemas y canciones de Bertol! Brecht (al ver los saldos de Alianza quizó se hubiese ahorrado la frase de "malos tiempos para la lírica").
Germón Montalvo, diseñador de nuestra revista, obtuvo el primer lugar en el concurso de carteles para el Festival de la Ciudad de México. Su Diana Cazadora en monocido adorna los rincones de la capital. No es de extrañar que en la ciudad mós poblada del mundo, la mitología busque nuevos vehículos. Enhorabuena.
na con grandes patas y le puse el nombre de Gringo . Se acurrucó alrededor de la palanca de velocidades, lo que significaba que pronto iba a ser bueno para cazar serpientes.
Conversaciones de café En el café se comenzó a decir
que el Jefe de la Estación trabajaba tanto que el tren vendria. Lo esperaban . Ahora ya había un hombre en la ventanilla que llevaba una cachucha. Había tres pozos de agua y, yendo a pie a mantener el fuego en los hoyos de basura, podía contarse hasta diez coches.
La cola de espera se alargaba cada día delante de la ventanilla y yo rechazaba el título de jefe de la estación. No tuve ninguno. Sin embargo, cada mañana era yo quien se trepaba a la escalera para sacudir la arena de las letras de ESTACIÓN. Era necesario que se pudieran ver desde lejos.
Guadalupe Recuerdo la mañana en que lle
gó Guadalupe . Salió de la arena, exactamente detrás del gran maguey que habíamos dejado para señalar el medio del cruce . Llevaba a su niño, aún más negro que ella, enrollado sobre su espalda. Su cabeza se mecía y él dormía.
Ni siquiera echó una ojeada a nuestras calles que valía la pena ver. Siguió con sus grandes pasos para llegar a la estación y todo el mundo pudo ver que era una gacela.
La mano sobre los ojos El Jefe de la Estación se pasaba
cada vez más seguido la mano sobre los ojos. Se echaba el sombrero sobre la nuca, se ponía la palma de la mano bien extendida sobre la frente, la dejaba caer por cansancio y se frotaba los ojos. Había perdido la cuenta de los días y las noches y el rumor de la estación le producía un dolor de espalda hasta donde le llegaba el cuchillo. No se le veía más en las noches en Tacos y Papaya y dos veces me había dicho "haz lo que quieras".
En la noche, la indígena anciana le había llevado una bolsita de magia que había rechazado con la mano. Se había quedado sentado sobre la escalera.
Se robaron el sombrero del Jefe de la Estación
Guadalupe no se dirigió a la ventanilla, tampoco fue a la sala de espera. Arregló a su bebé que colgaba de su espalda, ajustó el rebozo con que 10 tenía apretado y, haciendo el gesto de subir distraídmente
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la escalera, se robó el sombrero del Jefe de la Estación.
Se lo puso en la cabeza y todo el mundo pudo ver que le quedaba bien .
y todo el mundo pudo ver enseguida que sabía correr rápido, aun con su niño sobre la espalda y una mano puesta sobre el sombrero.
El Maguey Mayor En Tacos-Papaya se dice que en
la noche Guadalupe grita cosas horribles que, sin embargo, no despiertan al bebé.
Después de haberse tropezado veinte veces en la oscuridad, el Jefe de la Estación, agotado, se golpeó la nuca con la mano como queriendo agarrar su sombrero. Entraron a la cabaña y era él quien apoyaba su hombro sobre el de ella, y era el pecho de él el que batía más rápido.
Desde entonces ella grita cosas horribles como "rájame", "chorréame en la cabeza". Otras veces ella le ordena ser el Maguey Mayor. Ella quiere los dedos, quiere la lengua, quiere la guerra, quiere ser abierta. y en la mañana, ella sube por la calle con una sonrisa, la cabeza debajo del sombrero que le queda muy bien.
El Jefe de la Estación se compró un chicote que lleva colgado del pu-
ño derecho y nunca utiliza. Se pasa los dedos entre su cabello negro que le volvió a brillar.
¡Tope! Tuve que arreglar sólo el espino
so problema del primer cafre que por poco atropella a Gringo y que pasó sobre el maguey del cruce. Era demasiado joven para tener licencia y en consecuencia no pude quitársela. Lo puse a barrer la calle y me ayudó a construir dos topes en cada bocacalle. Los idiotas van a deshacer su coche pero los demás adoptaron la costumbre de gritar alegremente "¡Tope!" cuando saltan al enfrenarse ante la joroba.
También yo resolví, con un fusil, el problema de los niños pordioseros.
Época de sequía Al principio de la época de se
quía, una tarde, hacia la caída del día, todo el mundo sintió pasar el amor. Era una muchacha que tenía deseos y se alzaba la falda . Y toda la calle tuvo deseos. Ella esperaba un enamorado y la calle esperaba un enamorado.
Reía demasiado fuerte para una muchacha y cuando saltaba de gozo, sus senos y su cabello se le subían hasta arriba.
Ella cantaba al atardecer la canción del Señor que vendría por su corazón. Tejía una trenza de flores . La indígena con rostro de guijarro volvió los ojos a ella y los hombres bajaron por la calle arqueando la espalda. Algunos llevaban guitarras.
Los boleros hicieron fortuna .
Un puñado de arroz Tuvo lugar el primer matrimo
nio. El Jefe de la Estación se había puesto su vestimenta negra y anudado una corbata de plata y turquesas. Se puso una cruz sobre la estación y la ceremonia se realizó en la escalera. El Jefe de la Estación dijo cosas importantes porque era el primer matrimonio y de él nacería el primer bebé. Añadió que la novia era hermosa yeso era cierto. Fue el matrimonio de la muchacha enamorada.
y el mío también.
El amor da alas a quienes ya tienen
El fotógrafo de la boda decidió quedarse, pero como todavía no había muchas bodas, trabajaba mientras tanto de preceptor. Hice sacar agua por todas partes para que mi bebé tuviera un poco y emprendí junto con todos los viejos la construcción de las aceras para nuestra seguridad. Ordené que las barrieran cada mañana.
Después de la reflexión madura El Jefe de la Estación paseaba se-
guido al niño de Guadalupe, agarrándolo de la mano, y el pequeño arrastraba el chicote por la arena.
Puesto que ambos tenían las piernas ligeramente separadas, se podía ver que orinaban, plantados sobre sus botas, al otro lado de la estación.
El Jefe le decía al muchacho: "pronto haremos pipí en casa" y el muchacho 10 miraba con grandes ojos negros, meneando la cabeza incrédulo.
Finalmente, el Jefe le enseñó cómo sacudirse las últimas gotas.
Urbanismo En los bailes, Guadalupe dejaba
que se le subiese el vestido de holanes. Pero por más alto que se le subiera, no se le subía 10 suficiente, así eran de largas sus piernas.
El Jefe cantaba para ella y ella 10 miraba con cara seria.
En la mañana, antes de irse a acostar, hacía la cuenta de los nuevos que habían llegado en la noche y dibujaba sobre la arena, con la punta de su bota, el emplazamiento para la nueva calle .
Toda la gente que se 10 encontraba le decía "buenos días, Jefe", y se metía a acostarse.
Gasolinera Guadalupe quería un vestido
nuevo que nadie sabía tejer. El Jefe me llamó aparte y me pla
ticó de su decepción. Pensaba que la gran calle era demasiado estrecha y lamentaba no haberla trazado más amplia que la Estación, por 10 m enos cuatro pasos grandes.
Me dijo también que había una cosa que buscaba y que no la encontraría ahí. Yo sentía que él estaba bastante bien . Además, yo solo había arreglado el problema de la economía y el problema de los barriles de gasolina.
Tres vueltas completas El día en que el hijo de Guadalu
pe pudo dar tres vueltas a la ciudad, corriendo, sin lamentarse al regresar y con sed normal, el Jefe de la Estación vino a Tacos-Papaya a anunciamos que debía hacer un viaje con su familia, para buscar la idea que todavía le faltaba. En ese momento sabía que el viento no barrería nada antes de su regreso y nos recomendó que todo creciera y que nada cambiara.
Estación Guadalupe Después vino la idea de las para
das de autobús, la idea de la estación para camiones, la idea de la estación anexa del ferrocarril , ideas de segunda. Fui yo quien las tuvo. Él , desde muy lejos, acercaba el tren hacia nosotros.
Traducción de Eduardo Pérez Fem ández
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ANTONIO DELTORO
Los cielos territoriales
Los cielos territoriales de esta casa se mueven sobre la azotea y el patio, van al parque cercano con las nubes y las nubes se forman de las aguas del mar que está muy lejos. Yo vengo del tiempo; de mis padres, de mis abuelos, de las primeras células; ¿por qué ahora y no antes? ¿por qué aquÍ, mi amor? ¿por qué tú y no otra? ¿por qué este trozo de cielo que aparentemente es idéntico a otro cielo? Si trazo una vertical pasa por el piso de abajo hasta llegar al sótano, donde están las bombas y las cisternas y s~ clava en la tierra llena de restos de hombres que vivieron aquÍ en otros tiempos. Cuando dormimos el tiempo se lleva el cielo que conocemos, el tiempo se lleva todo, incluso el cielo.
Biblioteca de México
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Salvador Novo, por Diego Rivera. ,
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" Biblioteca de México
desea agradecer a quienes, con el solo interés de promover el conocimiento
de la obra literaria de Salvador Novo, pusieron a su disposición papeles
inéditos y raros que aquí quedan recogidos. Al Estudio de Salvador Novo, A .C.,
a su presidenta, la señora Gloria Pérez Jácome, a su tesorero, el maestro Antonio López Mancera, y a su secretario, el doctor Salvador López Antuñano,
va nuestro cálido reconocimiento. Asimismo, agradecemos a Sergio González Rodríguez
su colaboración amistosa en la localización y selección del material publicado.
DOR NOVO
Una felicidad escrita con s
Salvador Novo (1970).
Este discurso fu e pronunciado e n el fes tival de clausura del Ins titu to Técnico Industri al -anteceso r directo del Ins ti tuto Politécni co Nacional-, e n donde Novo impa rtía la clase de gra m át ica , e l :30 de: noviembre de 1926.
Ante todo, debo consignar una e rrata de im prenta que he notado en las in vitaciones a esta clausura de cu rsos. Se anteponen en ellas a mi nombre los t(;rminos solemnes discurso por. Más exacto habría sido escribir palabras , ya qu e la fac ilidad de discurrir parece haberme sido ya vedada por la Naturaleza y que, aunque e n este propio edifi cio, tres veces por sem ana ense ño gramáti ca, no sé a cuál conjugación pe rte nezca e l verbo ·d iscursear. Para di scurrir es m eneste r trascendencia de finiti va en e l ju icio, ra.zonamiento lógico, re fl exión si logística, de que por comple to ca rezco . Pa ra discursear, ha de echarse mano de la Mitología , como he visto hacer , y me parece qu e aq uí mismo, no ha mucho tiempo. Y yo creo que definitivamente los dioses griegos, qu e fueron siempre (a n útil es pa ra estas cosas, han pasado de m oda para nosotros . Ni "Doña Venus,", ni "Don Jú pite r," como se les decía tan graciosam e nte e n la Edad Media, son ya ca paces de in spira rnos, aq uéll a amor, éste tem eroso respeto . Ya quisie ra yo ten er a Don Vulcano en e l Tall er de fundi ción de este Instituto. Y estoy completame nte seguro de que el joven Mercurio no sabría ll evar los libros de Almacérr de ventas "Etic" . Si antes de ponerse las fatales a las de cera Ícaro, hubiese estudiado en una escuela Técnica la resistencia de los m ateriales, no se habría decidido a la ridícula aventura.
De aquella griega pe rsonificación de las ideas _ ¡cuán largos so n los siglos de evolución qu e nos separan! ¡qué profundo signifi cado tiene y qu é alto habla de nosotros el paso que va del centauro al caballero y que llega al hombre que maneja un autom óvil' ¡Cuánto más noble qu e el elegido de los dioses que cabalga una nube es e l hombre que arranca de esta tierra suya el hierro indomable y hace ai1icos el cielo con su aeroplano ' I
Poco a poco todos los dioses han recogido su atrezzo y se han ido a correr la legua, quié n sabe a qué rincones de ignorancia e n que todavía les gusta la ópera. Nos han dejado sus re tratos en unas casas lóbregas que se llaman Museos de Arte. Pero tampoco sus re tratos nos satisface5 ya . Se nos parecen demasiado , y no nos gusta vernos en esos trajes tan incómodos.
Os preguntaré is si proscribo el arte de nuestra vida moderna, de máquinas y de contratos . No tal. El arte es condición de la vida, pe ro, por supuesto , la
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sigue y a ella pliega sus modos de manifestarse . No proscribo tampoco a Grecia. Nosotros somos gri egos a nuestra manera. El arte es divertimiento, ocio, momento en e l día , juego, dice Schill e r, en el trabajo. Pero para no se rlo de pega, ha de se r tan natural y espontáneo, qu e re fl eje la vida actual, que sea el momento, pe ro e n el día, el jue go , pe ro en el trabajo. Así fu e en los griegos. Huelga citar ejemplos de obras máximas del arte que no son sino re flejos de actividades de orde n no artístico, sino pe rfectamente uti litario , en todos los ti empos. Si la investigación va descorriendo velos y presentando realidades a nuestra fantasía, no hay por qué indignarse, como Keats, a l desvanece rse en un simple espectro solar el arco iris. Al contrario, cedamos gustosos a la cie ncia lo que por e rror ignorante hacíamos pertenecer a la maravill a, y que nuestros ideales, nuestras cosas sagradas, nuestros respetos, nuestras admiraciones, sean cada vez más altos y más puros.
Pe ro creo que estoy hablando de masiado de cienc ia. Podría pe nsarse, al escucharme , que hablo en un laboratorio de Química, de Biología, de todas esas cosas tan difíci les en que Fausto hinche retortas con sal es de esperanzas. Y no es así. Nos encontramos en un a Escuela Industrial que no ti ene laboratorios, sin o tall e res. En sus salones, ampli os.y cordiales, no se ex prime e l ce rebro de los jóven es. En armoniosa labor ej e rcitan sus manos en la divina labor de crear materialmente , miran un horizonte que no es el circunsc rito de la ciudad, e imitan con sus ágil es brincos a los chapulines que viven, boquiabiertos y al egres, en los te rrenos todavía un poco salvajes de este establecimien to.
Yo he estado con e llos durante un año . Y su compañía, breve, esporádica y todo, ha. sido para mí, al propio tiempo que una provechosa lección de en ergía, y un estímulo, algo así como el asomarme a rumbos de vida nunca antes sospechados ni entrevistos . He pensado frente a estos muchachos: yo pude ser uno de ellos. Ser fuerte, ser alegre , saber construir una mesa, echar a andar un automóvil, ajustar un re loj, captár las ondas de un lejano mensaje , o forjar una ll ave milagrosa. Estas manos mías pudieron encallece r en la creación de un útil. Mi obra les se r·viría a mis semejantes: Silla, yo habría aliviado una fatiga o albergado el ocio fecundo del sabio. Mesa, se partiría sobre mi obra la dádiva cordial de l pan, o se escribiría sobre ella un gran poema que dijese la verdad o la bell eza perfectas. Chasis, balatas, acele rador ¡ni siquiera sé que son estas cosas! - yo le habría dado al hombre el dominio del Tiempo y del Espacio. ¡Quién sabe si además no m e fu era dado el privilegio de inventar un procedimiento para descomponer sin remedio todas las armas de fuego! Una vida así vale vivirla . Sin que él la busque, la Inmortalidad, que consiste en el mudo recuerdo grato , seguirá al hombre que haya creado, que haya fabricado, construido, engendrado .
Ya debemos ir transformando aquella triple fórmula de la vida perfecta: Un hijo: un libro , un árbol. Un hijo, por supuesto, todos los que se pueda man-
tener; pero en cuanto a los árbol es, ellos solos se encargan de plantarse, y en cuanto a los libros , no dan la verdadera inmortalidad, que es la persistencia entre los hombres Los libros , cuando son inmortales, lo son para otros libros, nunca para la humanidad e n su total. Tomemos como ejemplo Lo. cárcel de am or . Para los e ruditos, este libro es inmortal. Encue ntran que influye en todas las fi cciones contemporáneas o inmediatamente poste riores a su aparición, en esta forma y en la otra , y escribe n otros libros e n que inmortalizan a su autor. Fuera de ellos , nadi e se divie rte con esa novela , ni la conoce, ni le hace falta, y mientras el bachille r Diego de San Pedro sigue vivie ndo en la estrecha cárcel de unos cuantos estantes y de unos cuantos cerebros, el hombre anónimo de las cavernas que in ve ntó la primera escudilla en qué beber agua, la primera manera de encender lumbre, la primera arma de defensa o de abrigo, carece de estatuas y no se le cita en los libros, pero ti ene un altar de mudo agradecimiento en el corazón de todos los hombres.
Yo pude se r útil, me digo con un poquito de amargura . En lugar de ello, sé muchos nombres y muchas fechas; vivo con los muertos. Sé declinar nombres y pronombres. COI;lOZCO las conjugaciones de la Real Acade mia Española y de don Andrés Bello, que difi eren sin que a nadie le importe . De vez en cuando escribo 10 que ya antes de mí han escrito otras mil personas, cosas de la luna, del viento y de las rosas. Y en tanto, las victrolas ortofónicas resultan de mejor sonido que las ante riores, s in qu e los e ruditos se expliquen el motivo ..
y es qüe soy e l último supe rviviente de la edad de oro del profesionalismo. En mi tiempo, no había más rem edio que ser licenciado, ingeni e ro o doctor. Cua ndo iba yo ya, mal de mi grado, a la mitad de uno de estos tres solemnes caminos, la Revolución abrió otros muchos: eran las escuelas Industriales , rutas amplias, cla ras y no trilladas, en que el fruto se alcanzaba rápidam ente . Y aunque me aparté de la turba que se apeñuscaba hacia el título, no era ya tiempo de volver atrás y m e he quedado por ahí sentado en una piedra un tanto filosofal , mientras llega la noche que da el descanso. A todo el que miro venir , le advierto a gri tos que se vaya po.r esas otras rutas pequeñas. Algunos me hacen caso, otros interponen amparos o disecan muertos. Pero los mejores toman esas pequeñas rutas . Yo, entonces, desde mi distancia, les corrijo la ortografía . Pero sé bien que van a la felicidad, fin superior de la vida, y me digo que nada importa que sea la suya, y la del mundo futuro , una felicidad escri ta con s
Para te rminar, debo repetir que , como ya se habrá notado, no es esto un discurso . No traté de explicar al ciudadano Secretario, que nos honra con su prese ncia, e l ade lanto de este Instituto , ni 10 conveniente que sería terminar su construcción. De una y otra cosa le ha conven cjdo ya, estoy seguro, la visita que hizo a sus talle res y dependen cias. Os anuncié solamente palabras. Me parece que ya he dicho bastantes.
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Con Jo .. Gorolttla.
S L ADOR i~OJO
A Pepe Gorostiza en su cumpleaños 1 968
Nuestro corazón se huelga
- ¡sujetos a tántos dai1os!-
al Cl' lebrar tu cumpleaños
y dclrte modesta cuelga"
ll 1irtos":' (" Laureles? ¿Acelga?
l" Mailanitas con violin
dI ' drcangcl o serafín?
No; sino el gusto de verte
seguros de que tu MUERTE
nos será VIDA - SIN FIN!
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SERGIO GONZÁLEZ RODRíGUEZ
En 1917 Salvador Novo (1904-1974) llegó a la ciudad de México; delaba Torreón, Coahuila. José Gorostiza (1901-1973) vino a la capital también en ese año, procedente de Aguascalientes, donde había terminado su preparatoria.
Novo se inscribió de inmediato en la Escuela Nacional Preparatoria de San IIdefonso y cursó un primer año de asistencias irregulares. Con su primer amigo David Niño Arce empezó a "faltar a la escuela, seguro de que en unos cuantos días de mayor aplicación podría alcanzar a los puntuales, para 'irnos de pinta' a Chapultepec, a la Alameda, al Museo, a conocer el Centro, admirar escaparates y gastar en los dulces que en Torreón no se conocfan".1 Luego aprobó todas las materias en exámenes extraordinarios y se inscribió en el segundo año. Ahí mostró mayores aptitudes para el francés y la gramática que para el álgebra, y descubrió el placer del cine:
En la pugna, por entonces iniciada, entre las películas norteamericanas de episodios y de cowboys, y los "films de arte" europeos, éstos parecían haber triunfado. Las familias comentaban, discutían, aguardaban estrenos tan sensacionales como la serie "Los siete pecados" que fueron otras tantas cintas borrosas de Francesca Bertini con el rollizo Gustavo Serena, con el romántico Tulio Carminati. Pina Menichelli dictaba desde sus closeups el fatal parpadeo, la boca ladeante de pasión, que las muchachas de la época imitaban en sus actitudes. Pero este mundo de sueños, del que la moda había desterrado a mi héroe audaz y musculoso, para sustituirlo por un Febo Mari con cara de borrego, equivalía por mi mimetismo de sus muieres a la admiración que regateaba a sus hombres. Me hallaba hermosa; me sonreía, me contemplaba, y empecé a depilar mis celas. Presentía, esperaba, que alguien descubriera, arrobado, mis aptitudes para traba¡ar en el cine; y muchas veces, en camino a la escuela, estuve a punto de entrar a proponerme, en los que suponía estudios de Germán Camus, por la calle de Mina.2
En el cine Vicente Guerrero o en el Briseño, Navo debió aprender a posar para las fotograffas, como aparece en las me¡ores tomas
1 Salvador Noyo, '" e""tu" de '"/. Memorill'. (Inédito). 2/bItI.
de Manuel Álvarez Bravo o de Tina Modotti, donde el luego de la mirada es dominante: refleia soltura y convicción de poseer una precoz, "rápida y voluble inteligencia" que reta a la cámara. Era un gesto que quizá ensayaría en sus rondas sentimentales.
José Gorostiza era circunspecto como un notario de provincia. Su hermano Celestino, dos años menor, escribiría que José "se desenvolvió rápidamente"3 en el medio literario: se hizo amigo de su paisano Carlos Pellicer, de Jaime Torres Bodet, de Bernardo Ortiz de Montellano, de Enrique González Ro¡o, y acudió a las tertulias del Café Selecty, en que se reunían aquellos ióvenes, prehistoria de Contemporáneos. Más tarde, Torres Bodet invitará a Xavier Villaurrutia y éste a Novo a reunirse con ellos. Gorostlza, por su temperamento retraído, nunca se sintió del todo bien en las tertulias. En un texto de 1949 consignó la impresión que le causaba aquel medio, al hablar de la "metamorfosis" de su amigo "Ernesto":
No recuerdo haberlo visto en la escuela. Las primeras imágenes que conservo de él2 me lo muestran en las oficinas de la Universidad y en las tertulias literarias de hace quince años, empeñado como yo mismo en abrirse paso a través de las rencillas, las complicidades y los subterfugios de nuestro mundo intelectual.4
El texto reflexiona sobre el cambio registrado por un hombre que deió atrás la generosidad de la iuventud y se entregó al endurecimiento y el egoísmo del éxito político y financiero. En comparación con la vida de aquel amigo, Gorostiza veía la suya "menos cambiante", incluso tras el paso de mucho tiempo. Cuando recibe en 1968 el Premio Nacional de Letras, afirmará: "De los 67 años de mi vida, 20 los consagré a mi preparación por demás deficiente, y 47, que cumplí este año, al servicio de la República." Añadió: "la mayor satisfacción de mi vida ha sido la de escribir en los ratos vacíos que le de¡an a uno".5 En efecto, Gorostiza publicó sólo dos libros breves y un puñado de poemas dispersos, pero ¡amás vio en esto un signo de esterilidad sino de "cohesión e individualidad", como se puede inferir de su autopresentación para la antología Galería de poetas nuevos de México de 1928, que expresa también un celo abnegado:
3 Celestino Gorostlzo, E/ '''''0 con lI,trllore" 11. 4 José Gorostlzo, 'ro'II. s/bld.
No condeno mi obra sin embargo. Es bien pobre como poesfa, lo sé. Pero dentro de su debilidad arquitectónica, sus numerosos toques de mal gusto, su temperatura de emoción directa, tiene no sé qué de cohesión e Individualidad que ha de ser el esqueleto de mi obra futura.6
En esos años Salvador Novo pierde a su padre; poco después, José Gorostlza perderá al suyo. Novo crecerfa rodeado de familiares y balo los privilegios maternos de ser hilo único; Gorostlza, como primogénito, quedó a cargo de su familia, y mientras estudiaba Leyes debió trabalar también. Novo dispuso de su tiempo, que compartió entre los estudios y el descubrimiento de encuentros clandestinos y "casas pecaminosas" de homosexuales:
Los cursos en la Preparatoria terminaron y quedé en posibilidad de inscribirme en Leyes. Torres Bodet era ya secretario de Vasconcelos y yo lo vefa raras veces, rodeado ya desde entonces de la atmósfera en que vocacional mente desenvolvería, forlaría su personale a costa de su persona. Xavier (Villaurrutia) se inscribió conmigo en Leyes; pero en la escuela nos veíamos menos que en otras más agradables partes nocturnas.7
Novo y Gorostiza manifestaron, por lo visto, la misma renuencia ante los empeños profesionales en la burocracia de sus compañeros de generación. Y no es tanto que pusieran en entredicho el trabaio en las instituciones públicas, en el México postrevoluclonario la burocracia y la diplomacia representaron para los intelectuales lo que las universidades y los organismos de enseñanza superior representan ahora para muchos: acceso a un salario y a un grupo de pertenencia; incluso ambos escritores se beneficiaron de ello. Lo que Novo y Gorostiza parecen cuestionar es la degradación íntima de sus compañeros, su olvido de la ligereza y el desinterés que cobiiaron en otros años.
Novo pronto descubrió que su temperamento se avenía con las ideas modernas, con los cambios urbanos que anunciaban las noticias cosmopolitas, como lo consignará en Elloven, que publicó en 1928 pero que resumía impresiones que empezó a anotar desde principios de los años veinte, cuando hizo de sus paseos urbanos el escenario de un viaie sentimental y certeza autoidentificatoria:
Por emplear el tiempo, y todavía persuadido (a pesar de las constantes, caudalosas comprobaciones en contrario) de la singularidad excepcional de mi carácter, empecé a escribir una minuciosa y romántica autobiografía novelada que titularía "Yo".'
Entonces Novo despunta como ensayista y poeta extraordinario, un dandy erudito y provocador, apasionado de los libros y de las renovaciones culturales, entre las que incluye la apuesta a su propia actitud e inteligencia pora inquietar los prestigios literarios a la sa-
6 ¡bid. 7 Novo, Lo ."otuo d. '0/. a/bld.
Noyo MI el ,ltudlo fotot¡ráfIco de Stmo.
zón. Balo el seudónimo de Radiador llega a colaborar en un periódico para choferes: El Ch,,"ra,..9 En esos años también adquiere un gusto que:erdurará toda su vida: para él lo fntimo ser un Ingrediente de su vida pública. Cada aventura amorosa, cada vlale, cada chisme, será tan decisivo como las lecturas y la curiosidad Intelectual; cada escándalo contra "Ias buenas costumbres" formará un bllndale adicional contra la animadversión de un medio hipócrita.
Gorostlza, discreto y laborioso, estaba en las antfpodas de Novo, sin embargo, a lo largo de los años, Novo se referirá a Gorostlza en buenos términos. Cuarenta y cinco años después, Novo lo recordaba como debió verlo la primera vez: "tlene una sonrisa y unas cuantas débiles palabras" .10 Novo se extrañaba de tanto apego al silencio; conversador pródigo, quizá entendfa el silencio como una barrera Inaceptable entre la palabra y el mundo. Cuando Novo publica Ileturn tlclcet en 1928, Gorostlza escribe una reseña generosa del libro. Ahf afirma:
Yo creo que elespfrltu del ensayista, y en particular el de Novo, asume una incorregible tendencia a definir y nombrar nuevamente las (osas; más que a definirlas, a modelarlas, a irles dando forma, peso y expresión en la elástica arcilla que es todo lengua le. Novo procede como si las
9 Javier Aranda Luna, "Nuevo Novo", El Notlono/, 10 dw septiembre de 1990.
10 Emmanuel Carballo, 'ro"',onlsto' _lo Ilt.roturo m.x/cono.
palabras no tuviesen sentido alguno. A sus olos, los nombres representan a los obletos, en s610 dos dimensiones y son como su fotografia. Les falta espesor, es decir, sentido. Por eso su primer movimiento es de repugnancia hacia los nombres y prefiere examinar directamente las cosas, que mide, prueba, analiza, recorriendo todos los grados de gestacl6n del nombre, hasta que al fin lo pronuncia, pero cargado de aquella profundidad que haría caber un poco de agua, por elemplo, entre las paredes de la palabra vaso. 11
Oorostlza se esmeraba en descifrar el dispendio, ese reino para él distante; Novo veía en la parquedad de Oorostlza una defeccl6n afortunada. Era el diálogo entre lo múltiple y la exactitud. En 1944 Novo del6 constancia de una visita que recibi6 de Oilberto Owen, ahí habla de la dispersi6n del grupo Contemporáneos:
De repente aparecl6 Owen en México, fantasma de sí mismo. Ha vagado uno o dos años no sé por d6nde, amigo sobre todo del embalador Zalamea, pero ya incapaz de pr'esenciar el milagro de la re-
11 Gorosllza, Prosa.
surreccl6n de un grupo en el que falta Jorge y que las divergentes trayectorias de Xavier, de Pepe Oorostlza, mias, han acabado por dispersar del todo y por hacer Imposible el regreso de otra cosa que un Hilo Pr6dlao en cuya paternidad yo no participo. 1'1
Novo, que en 1926 ante un público de estudlantes13 prescrlbia elegir las "rutas pequeñas" que " van a la fellcldad", y Oorostlza que casi se hacia perdonar por publicar sus Canciones, vivieron lo suficiente para evocar su iuventud a la luz de los homenales. ¿Se verian victlmas de una "velez aborreclda"? En 1969 pudieron reunirse Salvador Novo, José Oorostlza y Jaime Torres Bodet en casa de Laura y Eduardo Villaseñor. "-¡Nuestro coraz6n se huelga I suietos a tantos dañosl-", había escrito Novo meses antes en un poema dedicado a Oorostlza en su cumpleaños. 14 En aquella ironía quizá Novo quiso Incluir también los daños amistosos, pero como se sabe, la amistad es hermana de los caprichos, y a su vez este:.. condenada a durar más que una pasi6n eterna.
12 Novo, La vida en M.xlto en el periodo presldent/a/de Manuel Aylla Camatlra.
13 Novo, DlMunG, 30 de noviembre de 1926. ("Una felicidad escrita can S" es el nombre can el que aparece aquf. l .)
14 Novo, "A Pepe Gorosllza en su cumpleaños, 1968".
Cartas a bordo En su libro Continente vacío (1935), Salvador Novo recoge algunos apuntes de su diario . El jueves 9 de noviembre de 1933, a bordo del M.S. Northem Prince, con rumbo a Río de Janeiro y Montevideo, había escrito: "Yo quiero a México hoy como no lo ha querido nadie nunca antes -de un modo total-, apasionado y fisico que me hace desear con amargura el abrazo de su tierra misma, el azote de su viento en mi rostro, su sol en mi carne [ ... ) No puedo olvidarme de México en ningún instante ." Seguramente, Novo tuvo ante sí abierta esa página del diario unos días más tarde, en el mismo navío, cuando escribió a Narciso Bassols la carta que aquí presentamos, antecedida por otra que remite a su madre. Ambas bordan el malestar del viajero, quien no duda en afirmar que no volverá a viajar, cosa que por supuesto no habría de cumplir.
Mamá:
A bordo del Northern Prince, lunes 13 de noviembre de 1933
Faltan cuatro días para que lleguemos al primer puerto, Rio de Janeiro, y desde ahí pueda hacerle enviar esta carta. Desde ahí creo que tardan siete días más, y como yo tardaré cuatro más, cuando la esté leyendo ya tendré tres días de estar en Buenos Aires, si Dios quiere . No quiero darle impresiones tristes, pero la verdad es que ya ansío no sólo llegar al término del viaje, sino regresar a mi casa. He heredado quizás de usted una aversión fundamental al movimiento que convierte en tortura lo que para mil otros sería un envidiable placer, el viaje, el barco, el hotel, el tren, en una palabra la ausencia y cuanto ella implica. Es horrible tener que llevar la cuenta de las camisetas y de los calcetines, y acostarse en una cama estrecha de hospicio, y tratar con gen·tes absurdas como todas las que van en esta jaula infernal de desterrados. Este viaje es largo, pero le prometo que será el último, y que no me volverán a tentar las sirenas ni siquiera de una Europa que maldita la falta que me hace visitar.
La comida a bordo es horrible, naturalmente. Lo entenderá si considera que toda es refrigerada, que hemos atravesado el trópico, y ayer el Ecuador, que es la cintura de la Tierra, y que todo lo que comemos, carnes, legumbres o pescados, lleva ya casi dos semanas en la bodega. Ayer me sentí mal del estómago y una señora gorda muy buena, Margarita Robles de Mendoza, me dio sal de frutas, no comí todo el día y ya estoy bien, pero voy a mantenerme a base de jamón, mermelada y té, que es lo único que no puede hacerme daño. Naturalmente que con esto voy a adelgazar bastante y dígale a María que al
regreso necesita hacerme unas comidas que me compensen todo esto . Agréguele a esto que no voy solo en el camarote, sino que va un viejo alemán muy antipático, y comprenderá mi desesperación, ¡pero no lo vuelvo a hacer!
Ya es cerca de la una y tengo que terminar esta carta, pues han irrumpido en donde escribo para tomar el cocktail e irse a comer. Espero tener muchas cartas suyas en Montevideo. No tengo recomendaciones que hacerle sino que a mi regreso -y rece mucho porque sea muy pronto- mi casa sea un descanso que merezco.
Salude a mamá y a todos. Su hijo
Salvador Novo
M.S. "NORTHERN
PRINCEtt
Biblioteca de México
A bordo del Northern Prince, 14 de noviembre de 1933
Sr. Lic. D. Narciso Bassols Secretario de Educación Pública Presen'te.
Muy querido Licenciado: al entrar en esta jaula en la que todavía he de pennanecer ocho inmensos días le escribí una pequeña carta que al releer he resuelto no enviarle y sustituir por ésta, que le irá desde Río de Janeiro, adonde llegaremos dentro de tres días. Le comunicaba en aquella una impresión de dolorosa angustia que se ha purificado sin abandonarme. Solo entre matrimonios pintorescos, el mismo viejo "fardo animado" que usted conoce bien, no sé a punto fijo si mi desesperación proviene de que estoy lejos de las cosas valiosas de un México insustituible, o si el tener que cuidar de mi ropa sucia me torna romántico y el hecho de compartir un camarote con un señor alemán igual a Hitler contribuye en alguna grave medida a mi desesperación. Es la verdad que siento ahora como nunca antes un acendrado cariño por México, total, íntegro, fisico, que me hace desear el contacto de su tierra misma, el abrazo de su sol y no otro. ¡Cómo cambiaría este estúpido viaje por uno con usted, rápido y fructuoso, por esos pueblos nuestros! Le juro que al regreso - ¡que veo tan remoto!- se me habrá quitado lo poltrón y lo snob y que habré de dedicarme en cuerpo y alma a trabajar en algo que sirva.
No tenemos derecho de abandonar a México ni por un instante. Pienso que pertenecemos por entero a un solq y mínimo pedazo de la Tierra; fuimos ahí sembrados, ahí echamos raíces, y ahí hemos de florecer y morir, por más que el viento arrastre nuestro polen. Cuanto es viajar, desplazarse, ir a otros países, nos diluye y nos debilita y ya luego no servimos para nada, unos porque se han adaptado a los medios extraños, otros porque al volver su tierra ya los desconoce y rechaza. Como todo purgatorio, este viaje me llenará, por contraste, de ideas estimulantes sobre el valor enorme de México, país tan felizmente ignorado en los otros y en el que todo, a la distancia o a la meditación, tiene un claro sentido y una valiosa integridad. El iberoamericanismo, el internacionalismo ¡parecen tan absurdos y tan lejanos! Tenemos demasiado qué hacer en México y sólo nosotros podemos hacerlo de un modo armonioso y legítimo.
He abandonado, por supuesto, la idea de regresar por Europa, como originalmente se había proyectado un poco. Que Europa vaya (con perdón) al caraja, y todos los países; yo lo único que quiero es que muera el Tiempo que falta para el regreso, que vuele raudo, que no lo sienta palpitar minuto a minuto, como hasta hoy, cuando los honorables Delegados se dedican al poker o al chisme y yo recorro taciturno o furioso el puente , frente a un mar inacabable que ha perdido toda la belleza que sólo la imaginación le confiere .
Me sentí horriblemente solo en Nueva York; me perdía en los subways, no sabía adónde ir, me fatigaba de caminar. Vi un poco de teatro bueno, The -Green Bay Tree y Three and One, y cine en Radio City, Henry VIII (por Charles Laughton, mediocre) y Berkeley Square, buena. No pude ver la última obra de O'Neill, Ah, Wildemess, que me traje para leer. La víspera de embarcanne descubrí un saloncito snob
y simpático, el 5th Avenue Playhouse, y en él vi una película surrealista de Cocteau, Le Sang du Poéte, y una pequeña de Eisenstein, Romance Sentimentale, que consiste en puros paisajes y naturalezas muertas maravillosamente montados, con sólo una mujer cuyos estados de ánimo traducen los paisajes; predosa. La de Cocteau tiene música de Milhaud y es completamente ridícula. El saloncito es menor que el Orientación y tiene anexa una biblioteca y una librería muy selecta; no se anuncia en los periódicos.
¿ Y qué más podría referirle? Si hago, como se teme, un libro de este viaje, en él irán pintados todos estos señores que ya conoce usted, y sus caras mitades que a veces, como en los casos de Sánchez Pontón y de Salvador Mendoza, son sus dobles caras. Sierra, plenipotenciario, se va echando a la bolsa de un modo suave a Romeo y a ese "profesor distraído" que es Eduardo Suárez, cenicero ambulante; Tato Espinosa canta todo el día a voz en cuello, su mujer gana dinero en el juego, Emma Cosía y yo conversamos (¿sabía usted que hace catorce años yo estuve enamorado de ella ... y le hice un poema que naturalmente ella no conocía?), las respuestas de Daniel lo enemistán con todo el mundo, Pérez Duarte se pasea en camiseta ... ¡Y todavía faltan ocho días de todo esto! Tengo la irrazonada esperanza de que la Conferencia no se prolongue por más de tres semanas, hasta el 23 de diciembre; me ayuda, como única base para pensarlo así, la consideración de que hay tres ministros de Relaciones, o 4, en las delegaciones, y que querrán volver pronto a sus ínsulas; y además me parece que la transacción entre no celebrar la Conferencia y celebrarla al fin, será la de acortarla lo más posible, caso en el cual estaré llegando a México a fines de enero.
¿Será mucho pedirle alguna breve carta entre sus ocupaciones?, ¡me haría tanto bien! Me lo imagino a usted, tan a gusto, trabajando duro·y luego saliendo a comer con algún amigo que podría ser yo, si no anduviera en las empresas de atravesar el Ecuador y de realizar todas estas hazañas desusadas e incongruentes.
Lo saluda, lo quiere y lo extraña mucho su amigo
Salvador Novo ·
Registro de cheques de vlalero de Salvador Novo, tres de ello. cambiado. en el Northern Pr/nee.
El Nm-tlt¡:r11 l'rinu; zarpó d~ Nu~va York el '4 de novit'lnbre de 1931 rumho a Montevideo, a c]onJe arribaTla el dla 21 . Sillvador Novo viajo formando parte (k la Jelt ga( iOt;lIl1CX1Cana a la Séptima ContercnclJ [ntcrnacÍlmal Amencana que ~e celebró- en la (apltal uruguaya. -:
U Jla 1 S dt, noviembre. (omo lffid de la~ aUlvidades sociales de a bordo. se celebró una "C( remonla de Neptuno" en la que se ini! IO.a los n('()fito~ <.n alta mar. Novo -quien ya' habla viajado años atrM, a HawaJ- aparece en el reparto como la HIja dI' NI pruno. En COl1nncnt, [lC ('l() solo menclon,1 de paso aquel "dommgo en que se cel~bro la desdbnda cpremomd de Neptuno".
Biblioteca de México
EMILIO CARBALLIDO
Salvador Novo N ombre curioso, de poeta. Uno de esos nombres que es imposible inventar y que suenan a pseudónimos.
Muy alto, fuerte y casi corpulento, pe ro más bien delgado (00 1948, 49, 50 ... ). Manos muy grandes, bien cuidadas, como de pianista. Ojos también grandes, muy expresivos. La inteligencia enorme estaba allí, sobre todo. Ojos y gestos de la boca dejaban caer frases de humor feroz, con una frecuencia alarmante. Era el rasgo de su generación: el culto al ingenio. Él, VilIaurrutia, Celestino Gorostiza, tenían la facultad y el gozo del epigrama, la ironía, el chiste despiadado, la lengua maligna y hábil como tijeretazo, martillazo, puñalada o simple alfil erazo, según.
La personalidad es algo que la voluntad forma a través de modelos. Salvo que la gente no siempre se da cuenta de que ella mismo eligió su disfraz. Celestino Gorostiza era así de natural, como si no hubiera escogido sino simplemente heredado. Pellicer era como un soldado de Bolívar, un soldado con muchos ascensos ganados en hazañas. Villaurrutia era amable, gracioso, misterioso como gato. Torres Bodet era un poco estatua en gesto público, pero se le podía romper la coraza y era entonces el anfitrión encantador de una gran sala de recepciones. Ortiz de Montellano, don Bernardo, era un mago algo hermético, bondadoso, que sabía otorgar las palabras c;:lave. El maestro Novo recordaba a Oscar Wilde, indudablemente. Con ese mismo arrojo y ese mismo histrionismo para vivir.
Sin pelo en la tapa del cráneo, se dejaba crecer el lado izquierdo de su corona capilar y lo lanzaba, en lengüetazo ralo, sobre el lado derecho. Un peinado, la verdad, horrible.
¿En qué año estrenó sus pelucas? 51,52. Manolo Fábregas lo convenció de que eran maravillosas (él las usa y no son maravillosas) y lo llevó con el que las fabricaba, alguno de los muchos Horcasitas de nuestra escena.
El maestro preparó todo como un acontecimiento teatral. Se plantó la nueva peluca y se presentó en un
palco de Bellas Artes, donde pudieran verlo todos los ojos. Se escribió a sí mismo un artículo donde agotó cuantos chistes y bromas era posible hacerle . ¿Quién iba ya a poder inventar ingeniosidades? Las desarmó.
Esa imagen ha quedado de él, en fotos hermosas que se mandó hacer, con sus magnífIcas manos llenas de anillos gigantescos, sus chalecos de seda china y la peluca dando un complemento más o menos armónico a la intensidad del rostro .
Le teníamos algún miedo. Y no estoy seguro por qué exactamente . Creo que por sus humores cambiantes.
Llegaba uno a visitarlo y mostraba un gusto enorme, mandaba preparar comida especial, nos leía lo que estaba escribiendo, con su magnífica voz, tan bien matizada y bien timbrada. Y costaria trabajo decirle adiós, si estaba a gusto con la visita.
Pero podía, de pronto, cansarse y cerrarse, como quien apaga una luz. Y dejar de platicar, y contestar monosílabos, y uno huía como m ejor podía.
Biblioteca de México 23
O estaba así al l1 egar uno, con esa luz apagada. Y uno se iba muy pronto , a los 10 minutos.
¿Cómo hablaría Cenicienta con su Hada Madrina? ¿Cómo se sentiría al visitarla? Pienso que de un modo muy se mejante.
El maestro Novo, así lo pienso y así lo digo , nunca "Salvador", a veces "Novo" cuando hablo del poeta. y sin embargo, no había distancia con él, y la había inmensa.
Dejaba, a menudo, que viéramos panoramas culturales de los que ni idea teníamos. O descubría horizontes y se precipitaba a comunicárnoslos. Era un tremendo políglota. Acabando de conocerlo, al fin, cara a cara y no de lejos, al ir a verlo a su oficina podía cruzarme con su peluquero, o con su bolero, a con su maestro de italiano. Aprendió e l idioma en tres meses, en 1950, y se puso a traducir, feliz. Nos leía sus traducciones. Por alguna razón le encantó la obra de un autor menor, Guido Cantini, y lo puso en español y le montó tres piezas. Inmenso éxito de taquilla la segunda, Vita mea, que rebautizó astutamente El presidente
hereda: era un cambio de sexenio. Un día Fernando Wagner le ha
bló en alemán, y en alemán hablaron un rato. "Salvador habla el alemán más perfecto", m e aclaró Fe rnando ante mi atónito:
-Maestro, ¿habla usted alemán ? Francés e inglés, los hablaba y los
escribía como nativo. Luego vino el delirio del náhuatl. Lo aprendió, lo leyó, se arrebató con las culturas indígenas, perfeccionó su conocimiento e n todas direcciones. Creo que sabía bastante latín y algún griego, pero tal como con el alemán, no mostraba sus campos de conocimiento , sólo si se ofrecía. Eran sus placeres privados.
Así un día descubrí que sabía armonía, composición y contrapunto.
Fue viendo un ballet de Doris Humphrey, que le pareció atroz.
Yo, escandalizado: - i¿Pero, por qué? ' y procedió a analizar la forma
musical de la obra de Bach, que la Humphrey había pscogido, y cómo no tenía ni idea de lo que bailaban. Comparación objetiva de las dos formas, la musical y la dancística, verdadera crítica de danza com o no he visto aquí a NADIE que sepa hacerla. Resultó obvio que el maestro se entre tenía no pocas veces leyendo y estudiando textos musicales y que éste lo conocía muy bien. Otro idioma en su poliglotismo.
Nos educaba. Hacía comidas deliciosas para nosotros; ahí nos enseñaba a manejar cubiertos y a saber
Biblioteca de México
qué se bebía con qué . Ya entender que la alimentación no es llenar el buche , sino también cultura y estética. Le divertía mucho cocinar, lo estudió también, era cocinero graduado, cordonbleu
Nos invitaba a sus fiestas, nos m ezclaba con sus amigos: celebridades, grandes artistas, millonarios, políticos, dándonos la misma atención, igual rango. Claro, otra manera de educarnos.
Tenía fama de reaccionario y conse rvador, y casi la cultivaba. Pero véase su furia contra Estados Unidos y los imperialismos. Y: un día leyó una obra mía, que le llevé. ( Le daba a lee r todo lo mío y e ra un rayo leyendo, qué velocidad increíble y qué perfecta asimilación.) Leyó pues Un pequeño dú;¡ de ira, que fue premio Casa de las Américas. Obra de un enfoque social muy explícito, de protesta y casi de mitin.
La amó. La amó con un arrebato que sólo le había visto con mi MedusCl . Hizo una cena para MIS amigos, todos los que yo quisie ra, y unos cuantos de él. Toda mi chamagasa pandilla y otros compañeros y yo tuvimos un super festín en La Cap;]]a. Él, en el escenario, leyó el te xto para su placer y e l mío, lo leyó con toda la emoción, todos los matices, toda la perfección . Me quedan los timbres en la oreja, en mi muy privada oreja: mi pendejo amigo que fue con la grabadora salió como araña, enredado en la cinta y no quedó ni rastro audible.
En su penúltima enfermedad m e lo encontré sin su peluca puesta y, claro, sin esos pelos tan feos que antes se pegosteaba sobre el cráneo. Re llo como busto romano, más esculpido por la enfermedad .
-Maestro, está guapísimo. No se vuelva a pone r nunca esas pelucas.
Torció la boca, su signo de pro~ funda desaprobación, un signo que a veces e ra de broma ya veces muy en serio.
Insistí y torció más la boca. Y no me hizo caso. Se las volvió a poner, y ahora eran anaranjadas.
No tardó ni dos años en volver al sa natorio.
Ahí, la última vez que lo vi, volvía yo de un viaje. Él no podía hablar: tenía oxígeno, tubos en la nari z, tubos en las venas. Le dije:
-No hable, le voy a platicar. En el más difícil monólogo de mi
vida, le conté cosas que podían inte resarl e , sin parar. Él jadeaba un poco y m e veía intensamente. Me callé por fin. Ya no podía hablar, m ás bien que ría llorar. Le dij e:
- Ya me voy, maestro . Vuelvo pronto a verlo.
Se quitó el oxígeno, me dijo: -Sí. En el Panteón Jardín. Dijo su chiste, hizo seña para que
le volvieran a poner la mascarilla. Fue la última frase que le oí.
SALVADOR NOVO
Leños, libros y amIgos los más VIeJOS,
preferidos
Este ensayo dedicado a la lectura fue publicado en la revista El Libro y el Pueblo en marzo de 1933, y halla hoy un lugar natural en las páginas de esta Biblioteca de México.
a don Ramón P de Negri
N O hace mucho que la categórica declaración de un sabio norteamericano, que aseguró que nuestro pretendido carácter bélico (que la reciente historia de Sudamérica y de España ha demostrado no ser primitivo nuestro) debe atribuirse al inmoderado consumo que hacemos de chile, me hizo pensar en que este método deductivo: "dime 10 que comes y te diré por qué te peleas," quizás no sea tan malo, si se aplica correctamente a otras premisas espirituales de nuestro pueblo.
Un consumo físico puede sin duda determinar características generalmente fisicas, y sólo de modo ocasional actitudes espirituales . Los sabios norteamericanos lo saben bien, ellos que prescriben pintorescas dietas de lechuga a las esbeltas actrices de Hollywood, cuya silueta -resultado fisico de la dieta- les granjea un contrato largo -resultado pecuniario-, durante todo el cual han de suspirar artísticamente -resultado espiritual de la dieta- ante la cámara.
Pero a mi ver es más divertido explorar los consumos espirituales de un pueblo en busca del ori·gen o de la explicación de sus actitudes características, de sus reacciones ante los varios aspectos de la vida, de sus sueños, de sus ideales, y de sus placeres. Esto me parece tan divertido como un psicoanálisis colectivo y puede acaso resultar más interesante.
El cine y la lectura
El común denominador de la gente no tiene otro "modo de empleo" para las horas de ocio que ir al cine o leer un libro. Muy desgraciadamente los aparatos de radio -ese intruso-, enemigo de la privacía y del silencio, están siendo ya tan asequibles que todo el mundo los adquiere como el viejo Fausto adquirió la juventud: a cambio de su alma, y los pone
a funcionar a todas horas, con lo cual se di vierte , no gasta en cines y no lee . Pero el radio no ofrece satisfacciones espirituales completas. Ni despierta, ni colma la curiosidad, ni ofrece un modelo, ni una aspiración al espectador. El cine sí, en parte . Muchas y muchos lectores asiduos de novelas van ahora al cine. Pero tampoco éstos son los lectores auténticos ni pueden las películas llenar todas las condiciones de un libro seleccionado personalme nte por el consumidor, abierto con delectación, frugalme nte hojeado y luego, en la postura m ejor, con la ropa más cómoda y el cigarrillo a mano, recorrido línea por línea con ojos nunca duros, ni distraídos.
He aquí sí al hombre . Nadie le ha escogido un "programa doble sonoro." No sino él mismo fue el otro día a buscar esa obra que le re comendó su amigo, la encontró y ahora que tiene tiempo va a lee rla. Una característica de los libros es que en lo general no los descubre uno, sino que se los recomienda un amigo, el más amigo, el que tiene espíritu más a tono con el nuestro . Y como a este amigo nadie nos lo ha recomendado -por muy recomendable que sea, por supuesto-, sino que es la casualidad quien lo ha unido a uno, resulta que el libro que él nos recomienda es siempre el que más nos gustará .
Los libros prohibidos
Dicen los historiadores de México que España, durante nuestro coloniaje, prohibió que llegaran a México las obras de imaginación que, a su juicio, podían exaltar la de los indios. Si la prohibición fue -como lo fue seguramente- burlada cuanto a la importación y lectura de novelas, dio en cambio un fruto deplorable : no se escribieron novelas en México durante la Colonia . Tenemos que llegar hasta 1816 para encontrar, en las fatigosas obras del Pensador Mexicano, las primeras novelas y la primera mención del Quijote en América. De ahí en adelante hallaremos nutrida producción novelesca en México, durante todo el siglo XIX. Nutrida relativamen·· te , pero de todas suertes no superada en el actual , ni en calidad ni en volumen .
Ante esta absoluta falta de producción novelesca
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cabe preguntar: ¿es que a los mexicanos no nos gusta leer? ¿Y que tampoco sabemos escribir? Hemos tenido siempre poetas. El lugar común de la historia de nuestras letras ya nos enseña que en la Colonia, según mordaz observación, "había más poetas que estiércol." Los ulteriores siglos han podido siempre florecer en antologías de grupo que cuentan ya numerosísimos volúmenes. Todos los chicos de las escuelas se sienten poetas. Pero lo que nos ha faltado siempre es la prosa. No hay en ella una sola antología digna de ese nombre y las novelas mexicanas, es triste decirlo, se desenvolvieron siempre durante el siglo pasado en ambientes europeos que muchas veces no conocía ni el propio autor.
Novelas por entregas o poetas
Si miramos nuestro reciente pasado, advertiremos que las grandes novelas extranjeras tuvieron siempre consumo entre nosotros. Fuera de las que los periódicos ofrecían "por entregas" y de las que en esta forma episódica se suscribían en casi todos los hogares, aquellas queridas colecciones mal impresas, con una truculenta tricromía en la portada en que estaba todo Dumas y todo Hugo, ocasionalmente todo Balzélc, Zola y Eugenio Sue, y junto a ellos, El sol de moyo, El Cerro de las Campanas, y tres o cuatro novelas mexicanas más, eran vorazmente consumidas por nuestros padres, que también habían leído El Periquillo Sarniento en la lujosa para aquellos tiempos edición de Ballescá, y que lo traían a cuento y mención a propósito de las situaciones en que soliera encontrarse alguna persona de su amistad, y que reproducían las del héroe de Lizardi. Así, "el ajuar de Periquillo" tomó carta de naturalización entre nuestros refranes cuando se trataba de describir la pobreza de mobiliario de alguien .
A este mismo pasado pertenecen nuestros grandes poetas Manuel M. Flores, Manuel Acuña, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina,Nervo y González Martínez más tarde, para no
mencionar a los ídolos, a quienes analizaremos en particular más adelante, que son Antonio ,Plaza para el pueblo y Juan de Dios Peza para la burguesía. Estos poetas eran figuras prominentes en la vida nacional; en las fechas históricas, decían versos o disc~:rsos aplaudidos y comentados; interesaban a la gente y la aparición de sus libros constituía un suceso social. Pero en tanto que esto ocurría con los poetas, los novelistas nacionales seguían escaseando, y cuando los había y lograban una relativa difusión, sus libros hablan de otros países, como los versos de los afrancesados poetas modernos en 1895.
El pueblo leía novelas de Miguel Zévaco y versos de Antonio Plaza; la clase media, novelas de Dumas y versos de Juan de Dios Peza; la más atrevida aristocracia, novelas de Zola o de su doble femenino la Pardo Bazán, y versos .. . en francés. Cuando la romántica clase media descubrió y adoró la Maria de Jorge Isaacs, la aristocracia desdeñó, calificándolo de cursi, ese ingenuo brote de americanismo en la novela.
Revolució,n y literatura
En este punto maduró, floreció y rindió sus frutos la Revolución de 1910. Sin relación alguna de origen con la literatura, cuyos precursores, si los tuvo, permanecen en la oscuridad, la Revolución, al reajustar los valores de la vida mexicana, hubo forzosamente de tocar sus manifestaciones de producción y de consumo literario. Los poetas supervivientes fueron enviados a representarnos al extranjero, y este hecho mismo no hace sino comprobar el respeto, el fetichismo casi, que se ha tenido siempre en México por la poesía y sus albaceas. México se quedaba sin poetas, pero con la costumbre de tenerlos, y, al propio tiempo, las hazañas revolucionarias, los combates y la marcialidad de una empresa en que se hallaba empeñado el país entero, parecía ofrecer el mejor estímulo a una nueva manifestación de las letras: la poesía y la novela revolucionarias. Dentro del aspecto revolucionario, parecía lógico esperar que las letras mexicanas encontrasen al fin un carácter propio.
Este carácter "mexicano" de nuestra literatura se ha buscado siempre, desde nuestra independencia. Ignacio Rodríguez Galván quiso hallarlo al versificar La profecía de Guatimoc; su contemporáneo Fernando Calderón, en dramas de capa y espada que, extraños en asuntos a nuestro país, eran sin embargo coloniales en el matiz, como lo eran francamente los de Rodríguez Galván. Años más tarde, Los charros contrabandistas, Los bandidos de Río Fria, Calvario y Tabor, se servían de una técnica entonces en boga universalmente para encajar en molde extranjero episodios nacionalizados que constituyen nuestra primera novelística autóctona. Infortunadamente, el molde, más fuerte que el contenido, se ha roto contra el afinado gusto moderno, y esas truculentas novelas ya no nos llaman, muertas sin sucesión.
Buscar lo "mexicano" dentro de la forzada literatura inspirada en la Revolución, que hasta ahora se ha producido, parece tarea tan inútil como pretender que en la literatura de Ya Revolución Francesa, y sólo en ella, puede hallarse "lo francés" genuino. Si lo mexicano existe, será anterior y posterior a la Revolución de 1910, que representa tan sólo una fase, importantísima y todo, de nuestra vida. Los frutos de la Revolución no deben buscarse en la litera-
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Con Jo .. Lull Morfln", Arthur Mlller y IU espolO.
tura, como tampoco contiene ésta los antecedentes de aquélla. La Revolución va más allá de las letras: su fin es social y sus medios tuvie ron que ser materiales en el medio apático y lánguido en que dormitaba la conciencia de nuestro país e n 1910. El resultado literario , libresco más bien, de la Revolución, fue indirecto , y consistió en que, al borrar las ficticias "clases" sociales que una tradición aristocrática colonial conservaba en nuestro país, nulificara, desnudándolos, a muchos valores literarios tenidos hasta entonces por indiscutibles y sagrados en nuestro Olimpo Local.
La furia de adquisición
En La chose littéraire explica el editor Bernard Grasset el origen de las ediciones numeradas, limitadas, en diversos papeles, que constituye hoy día la más apasionada moda de los libros y su comercio en Europa, y la atribuye a la Guerra Europea. Quizás pudiéramos nosotros alegar con igual derecho, aunque por difere ntes razones, que nuestra Revolución dio nacimiento a un asombroso renacimiento del com ercio de los libros en nuestro país . Nunca en efecto , como en los últimos años, se vio en México tan grande cantidad de expendios de libros nuevos y viejos. Fuera de las casas que ya conocemos y cuya prosperidad deriva del inteligente comercio de las viejas ediciones mexicanas, no hay casi un zaguán en el primer cuadro de la ciudad en que no se halle instalado un expendio de libros viejos . Derruido el Volador, los antiguos puestos todavía anteriormente situados alrededor de la Catedral, se han refugiado en los otros mercados, en la Lagunilla, en Tepito . Allá va toda clase de personas a hojearlos y a adquirir-
los: unos con la esperanza de tropezar con un incunable que adquirir en un peso, otros por curi osidad y los más . por espíritu de acumulación. Así existe hoy e n el mundo una clasificación de personas que compran libros para revenderlos , para leerlos y. para ense ñarlos.
No es, pues, desgraciadam ente, que hoy se lea más, sino mucho m e nos que antes . Ocurre que se compra más porque la presencia de los libros parece justificar la ausencia de la cultura, o la posibilidad más inmediata de adqu irirla en un mome nto dado.
Balance de lecturas
He visitado toda clase de expendios de libros, desde los más lujosos hasta los más humildes, a fin de explorar, como era mi propósito, las lecturas actuales de nuestro pueblo, para cotejarlas con sus condiciones espirituales. De mi rápida investigación resulta que:
La "élite" adquiere libros fran ceses, particularmente novelas . Como son libros ca ros y escasos. los encarga fu era, en corto número de ejemplares.
El común de los mortales lee ávidame nte, y consume cualquie r número de ejemplares que ll egue, de libros rusos y sobre Rusia . En este núme ro se incluye n los estudiantes y los obreros.
Las señoritas ya no leen. Van al cine e n cambio . y e l pueblo sigue leyendo a Antonio Plaza, sabo
reándolo , sintiendo dentro de su alma que su frase amargada y rebelde, de protesta contra la "sociedad" -a la cual se le da , qui zás con mayor razón de la que parece, el significado que le atribuye n los periódicos en sus "notas de sociedad"-, no ha dejado de ser la frase justa.
Biblioteca de México
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Augusto Monterroso acostum-
bra escrib ir en coches, trenes
y aun e n e levadores; 'aprove-
cha ulla sa la de espera o una
calle congestionada para apun-
tar frases. Un urbanista de San
BIa1>, S B., demo~tro que sus
textos son reJactados por lo
menos en sIete colon ias. ¿Que
ocurre cuando el mas móvil de
nucstros autores ll ega J su es-
(1 itorio' Saca e l cuaderno y
descubre con feliz estupor que
e l cuento ya esta escrito . En-
'ton ces se pone a dibujar. Lo
m1Sll10 \(' sucedl' a l compartir
la mesa y las copas con los
amigos. La servilleta de pape l
,\ l'l bollgrato son los instru-
llwntos predi lectos (k l artista
gregano, para LjuJ('1l 'Oll\CT-
Sd r, h,'h,'}' v clibuldr SOIl d( tivi-
c1dl!t-s, SI 110 idelllil.as, por lo
1l1!'1}()S s imul ull"dS
I\lolltcrroso sahe qUl' la '!i-
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Cualldo esta l'xposic lOIl se
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de ,',an BIas, dcspnlo tal
ton 's d,' dquel pals. f'or Jesgra-
so lo se acordaban ele que
tres, v grandes, pero no
sus nombres. Co m o suele
pdsa r en San Bias, e l asun to se
resolvió con un afo n smo:
"Los tre8 grcll1des son dos:
Augusto Montcrroso."
Juan Villoro
Escritores, AUGUSTO
MONTERROSO
SALVADOR NOVO
Si el famoso Pitágoras no miente
A D. José Antonio Pérez POITÚa Con cheque por $13 500.00 para la Librería de Porrúa Hnos. y Cía. S.A. por las razones que inspirada y claramente expone el siguiente
s o n e t o
Si el famoso Pitágoras no miente (quiero decir: que si no le háce al cuento), el autor aprovecha del descuento que al librero se da generalmente.
y si éste es del cuarenta o del cuarente, si es de ciento cincuenta al azotento, en libros aplicado a medio y ciento, menos cuarenta, quedará ennovente.
Aquí va pues bancario documento por trece mil quinientos, en patente pago de libros ciento más cincuento.
Recibidos, cuarenta. Y acentúas que -cual dijo Pitágoras- ¡portento! ¡del mismo cuero salen las Porrúas!
(Porque las dudas, si las hay, disipe, corramos estrambote a don Felipe).
14 de diciembre de 1973
Biblioteca de México
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JULIO PRIETO Y SALVADOR NOVO
Este diálogo, publicado originalmente en la revista México en el Arte, además de nutrir el riquísimo expediente sobre cultura popular mexicana reunido por Novo, echa una luz cálida y para nada exenta de ironía sobre un aspecto característico de su carrera: el del funcionario.
En la Ciudad de México a los veinticuatro días del mes de noviembre de mil novecientos cuarenta y ocho se reunieron en la oficina del Jefe del Departamento de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes los señores Julio Prieto y Salvador Novo para cumplir la conminación im-
índice alfabético en busca de la palabra "piñatas". No estaba. Las piñatas se le escondieron a Paca en páginas que no registraba en el índice alfabético, -pero que son las 392 a 394 en que reproduce la música de tres cánticos entonados al quebrar la piñata, y en su mención ocasional al referirse, muy superficialmente y sin documentación sobre ellas, a las posadas.
Pero ayer pasé a visitar a don Artemio y le pregunté sobre el origen de las piñatas.
Me satisfizo mucho comprobar que él también lo ignoraba; que todo lo que sabe es que en España se rompen piñatas el que se llama "Domingo de Piñata", y que es el si-
núm. 1174, págs. 698 a 700, aparecen los siguientes datos:
"D. Josef Juan de Fagoaga, alcalde ordinario de primero voto de esta N. C. y presidente de su junta de policía.
"Hago saber al público de esta capital que el Exmo. Sr. D. Pedro Garibay, Mariscal de Campo de los reales exércitos, Virrey gobernador y capitán general de esta N. E. con superior oficio de nueve del presente, me ha dirigido para que se publique por rotulones y tenga su cumplimiento la minuta que a la letra dice así:
"El Ilmo. Sr. Arzobispo encarga que se eviten los coloquios, y las jornadas o funciones que en estos días
tasobre piñatas plícita que en comisión conjunta les reiteró la víspera el C. Director General del INBA, con el apremio de entregar antes del veintisiete de los corrientes un diálogo en el cual se esclareciera el origen, la significación y la belleza de las piñatas mexicanas.
Ocurre que el susodicho Director General profesa la idea de que sus Jefes de Departamento no deben ceñir las doce horas mínimo de su día de trabajo al desempeño de las labores técnicas que tienen encomendadas; sino que por añadidura, han de colaborar con artículos firmados en la revista México en el Arte.
Item más, ocurre que llevada al Consejo Técnico Consultivo esta idea del C. Director General, halló en su seno una abrumadora mayoría aprobatoria que los infrascritos Julio Prieto y Salvador Novo prefirieron calificar en su fuero interno de montonera. Y que rendidos a la inminencia de la fecha que se les señaló para cumplir tal encargo procedieron a dialogar en la siguiente forma:
/. P. -¿Qué sabe usted, Salvador, acerca de las piñatas?
S. N. -Cuando usted me indicó hace días el rumbo documental de nuestra amiga Frances Toar, extraje su gordo volumen del estante en que lo tenía congelado, y recorrí su
guiente al Miércoles de Ceniza; y que supone que algún español habrá traído la costumbre que aquí se implantó, transfiriéndola de la Semana Santa a otra celebración religiosa, que es la de las posadas.
Don Artemio me prestó su Vetusteces de don Luisito González Obregón, y en él encontré dos artículos, uno sobre las posadas y otro sobre la Navidad de otros tiempos. En ellos se reproducen documentos que explican el origen y los comienzos de las posadas en México no más allá de 1808. Y se anota el dato interesante de que la costumbre de hacer en estas nueve noches las fiestas caseras llamadas posadas es esencialmente nacional, pues si existe ahora en alguna provincia de España, será porque allá la importó un trasnochado indiano o un mexicano expatriado; tan sólo allá de antaño existen las misas de aguinaldo en los templos y los coloquios o pastorelas; y aquí no se celebraron posadas sino hasta principios del pasado siglo, pues de ellas no hablan nuestras crónicas, ni los vecinos que llevaban diarios de los sucesos notables de su época, ni las gacetas de la centuria décimoctava, ni los autores dramáticos, ni los poetas, ni los novelistas del coloniaje; y no es sino hasta el sábado 17 de diciembre del año del Señor de 1808, cuando en el Diario de México, tomo IX,
Biblioteca de México 34
se tienen por las noches en casas particulares: con cuyo pretexto hay desórdenes, bayles y otras diversiones incompatibles con la veneración que exigen los santos misterios del presente tiempo.
"En debida execución de esta superior orden y para que tenga todo el verificativo que exige su justificación, se publica por el presente. México y diciembre 13 de 1808. -Josef Juan de Fagoaga.- Por su mandado, Francisco Xavier de Benitez."
En el otro artículo ("La Navidad de otros tiempos") nos habla de que en las confiterías colgaban del techo por la época de posadas "sabrosos panales, cubiertas piñas, zanahorias, higos, tunas y otras muchas frutas, que también halagan la vista, como lisonjean el gusto". Puede ser que estas delicias colgantes guarden alguna relación con las piñatas. Me parece interesante y curioso que en México hayan asumido formas humanas, como los judas, las piñatas españolas transferidas de la misma temporada religiosa de los judas, y que esos elementos juntos se hayan transformado para dar origen a la mexicanísima idea de las piñatas.
/. P. -Sí, porque en cuanto a la forma, no cabe duda que nuestras piñatas corresponden a la producción plástica popular mexicana. Yo les noto una cierta influencia orien-
tal en cuanto al manejo del papel de china. Recuerdan mucho a los faroles y sobre todo a los juguetes de papel doblado que se cuelgan (dragones, peces, etcétera) en las fiestas japonesas y chinas. Si hace algunos años todavía, llegaban precisamente para Navidad estos curiosos juguetes de papel a México, es muy posible que años atrás hayan sido más frecuentes y más baratos.
S. N. -¿No le parece, Julio, que el manejo de la piñata por una persona que tira de la cuerda que la sostiene para alejarla lo más posible de sus perseguidores, tenga un poco del papalote mexicano?
J. P. -Probablemente, pero hay una liga sin duda entre los judas y las piñatas y 10 que los cronistas nos dicen de que las esculturas prehispánicas se adornaban siempre con tiras de papel y con plumas. También en las fiestas de las iglesias ha habido siempre la costumbre de ornamentar los altares con frutas y tiras de papel picado y con las formas más complicadas de papel doblado y pintado, las flores de papel para adornar en los días de difuntos; han hecho una técnica de la que ahora no vacilaremos en llamar escultura de papel, para adornar objetos en toda clase de celebraciones religiosas. Por 10 demás las formas de nuestras piñatas tienen una fuerza, un poder tan grande de expresión, como los mejores ejemplares escultóricos prehispánicos; claro está, ayudados por los colores del papel con que están revestidas. Pero en fin, esto es el exterior de la piñata y creo que 10 que más nos emociona es su contenido de colaciones y la variedad de obsequios y sorpresas que irrumpen al quebrarlas.
S. N. - Me referia anoche mi madre que ella recuerda cómo en su infancia las piñatas se llenaban con huevos de Pascua pintados de vivos colores y llenos de papel de oro y plata menudísimamente picado, o bien con agua florida. Y esto me lleva a que consideremos la relación que efectivamente tienen las piñatas españolas ejecutadas durante la Pascua o las fiestas de Pascua. TranspOrtadas a México y dotadas aquí de ese nuevo sentido escultórico que usted señala, y de ese barroquismo de su revestimiento que les da autonomía con respecto a sus modelos castellanos, las hemos vuelto más prácticas y apetecibles por su contenido, y no como en España y antes en México, cuando simplemente las rellenaban de confetti.
Pero ése es, diríamos, el "contenido aparente" de las piñatas. Creo que es más importante su contenido latente ...
J. P. -¿Freud? S. N. -Si desnudamos una piña
ta, veremos que el ceremonial de su goce se realiza con la admiración y
la codicia de los invitados, y entre todos sus solicitantes se disputa el privilegio de su violenta destrucción. Los candidatos son vendados, y en la posada extraviados y alejados de la posibilidad de hacerlo demasiado pronto. Los demás ríen y se divierten con su torpeza, y tirando de ella la alejan de su puntería. y cuando al fin la estrella, son los demás quienes se apresuran a obtener el fruto de su acierto.
J. P. -Bueno, Salvador, yo creo que ya tendremos que dejarlo aquí, primero porque es hora de celebrar lajunta para organizar la gira de su Departamento a Monterrey, y se-
Biblioteca de México
gundo porque si seguimos tratando sobre esto, se me hace que Carlos no va a querer publicar nuestro diálogo.
S. N. -En efecto. El psicoanálisis de las piñatas nos llevaría demasiado lejos. Y en resumen la última palabra sobre su aspecto artístico (que es el que incumbe a la revista para la cual nos hemos puesto a dialogar) no pueden expresarlo adecuadamente las palabras. Si acaso, los pinceles, y ése es el ramo de usted.
Quede en sus aptas manos ilustrar con piñatas esta nota sobre ellas, y darle así valor.
SALVADOR NOVO
El arte popular mexicano
Texto para una "Exposición de objetos diversos destinados a la formación de un Museo de Arte Popular Mexicano", en la Sala de Arte del Depto. de Bellas Artes, S.E.P., 1932.
Por siglos hemos gozado de la reputación de ser un país pintoresco. Nuestras costumbres, nuestros ritos, nuestras habitaciones en el campo y en los pueblos atraen la atención de los turistas, que vienen fatigados de las grandes ciudades y admiran un poco compasivamente la choza del camino, en tanto que mientras el tren se detiene a tomar agua en una estación, compran, a sus reiterados ruegos, unjarro decorado, un pequeño sarape, un muñeco de petate, una máscara o cualquiera otra "curiosidad" que les ofrece un hombre mal cubierto con harapos. El tren llega a la ciudad de México. El turista se instala en un cómodo hotel, cuyo cuarto de baño y cuyo teléfono, cuyos huevos con jamón y café con crema, pan tostado y mermelada de naranja, previa toronja, le invitan a sentirse en su casa. Sale a conocer la ciudad, pregunta cuánto pesa el Ángel de la Independencia y por qué le ponen coronas todos los días, pues este extraño adorno le ha hecho pensar que se trata de un céntrico panteón subterráneo; toma un automóvil, va a Taxco, cena en Sanborn's y para su extrañeza, pero también para su comodidad, encuentra que aquellos objetos que viera en las diversas estaciones de su tránsito' se exhiben ahora, en una atmósfera norteamericana que le place aspirar, con el título "Mexican Cunous" -sólo que a precios exageradamente mayores.
Unos días después, el turista toma un avión y se rompe la crisma o llega sano y salvo a su lugar de origen. Puede hacer cualquiera de las dos cosas. Ya no me interesa lo que haga.
Pero el hombre mal cubierto con harapos que se acercó al tren a suplicar, casi con lágrimas en los ojos, que le compraran el muñeco de barro o el candelero de vidrio, el jarro o el sarape, regresa, una vez partido el tren, a su pintoresca choza. Trae en la mano unos cuantos centavos que le ha producido la venta de los objetos cuya manufactura significa días enteros de laboriosidad y de privación. Se come unas tortillas y vuelve a ponerse a trabajar. Su pequeño hijo ya está aprendiendo y le ayuda. Cuando el padre muera, el hijo hará 10 mismo que hacía aquél.
De manera que los pequeños objetos que el padre produce y enseña a producir a su hijo, son, a la vez que su único medio de vida, su único medio de expresión. De ser útiles han pasado a ser bellos porque expresan las ansias no satisfechas de comodi-
dad, de elevación, de armonía, de gratificación de los sentidos de la vista o el tacto que compensa y equilibra, haciendo posible, si no la vida, la existencia, la falta absoluta de confort y la total carencia de otros medios de derivación activa de la dinamia espiritual inherente a cada poblador de la tierra.
Durante los años que precedieron a la Guerra Mundial en Etlropa ya la Revolución de 1910 entre nosotros, ¿no fue la tendencia en todas las casas la de contar, si no con un ajuar Luis XV legítimo, al menos con un austríaco y bustos de Trianón, lunas venecianas, dragones chinos, cristal de bacará para la mesa? Alfombras persas y reproducciones en las paredes de la Gioconda y de su tía. Todo 10 más culto, todo 10 más extranjero, remoto y ultramarino posible . De ahí vino, fatal y espantoso acaecimiento, que los alfareros de TIaquepaque, al ver que sus modelos no tenían éxito ni venta, y que en cambio todo el mundo quería cabezas de moro para los corredores, tibores de un modelo exótico y señoritas lánguidas para la consola de la sala, Dante en el destierro y Mefistófeles embozados, se pusieron a cometerlos y que todavía los miremos en esa escoria citadina de las casas en que hay perico, piano, criada, deudas y un hijo que está estudiando para licenciado.
Si el ambiente hace al hombre, también 10 expresa y representa. Así como las viejas familias de la llamada aristocracia mexicana detestan cuanto huela a mezcla con los de abajo y se destierran dentro de sus casas coloniales, rodeándose de objetos exóticos y viejos como ellas mismas, y están así alejadas y ajenas por completo en cuerpo y en espíritu, de la realidad mexicana, las de la llamada clase media, sin el dinero de las otras, hacen, sin embargo, todo 10 posible por imitarlas en la actitud espiritual y en la costumbre de la vida; la Venus de Milo, de mármol en una residencia y de yeso en una vivienda, es en ambos lugares símbolo perfecto de reaccionarismo, de intento de evasión a la nueva vibración de la belleza y al nuevo concepto de la vida.
Frente a estas actitudes legítimas o imitativas, de pseudo neoclasicismo, el mundo europeo, conmovido hasta sus bases por la Gran Guerra, ávido de renovación, volvió sus ojos a la pureza vigorosa de las razas primitivas; a la ingenuidad no mancillada ni mitificada de los negros, cuya producción artística -escultórica, musical- vino a apreciarse entonces, y se echó a un lado el fardo de las reglas académicas para producir belleza con moldes, volviendo a hallarla, no en la perfección de la reproducción mecánica, sino en la expresión comunicable de sentimientos, que no pueden ceñirse a reglas, porque no tienen otra obligación que la de satisfacer el gusto,
Biblioteca de México 36
ente indomable que escapa, y ha escapado siempre, , a toda coacción, pero que es susceptible, bajo con
diciones dadas de civilización y de organización social, de torcerse y echarse a perder, como lo es también de renovarse saludablemente si esas trabas desaparecen.
y esta rectificación universal de lo hasta entonces considerado como bello, dio al mundo la maravillosa sorpresa de que en nuestro país no había desaparecido nunca el buen gusto; de que la capacidad artística, en el sentido eterno de la expresión, había adquirido entre nuestra inmensa población india y mestiza un intenso vigor que la Revolución vino a poner de manifiesto, como lo había hecho la Guerra Mundial con las artes populares de otros pueblos, pero en una medida mucho mayor.
La estupenda tradición artística de los toltecas, finos y civilizados, de los mayas, de los demás pueblos que habitaban este continente hasta que no se le ocurrió a doña Isabel la Católica ese chanchullito de las joyas, y al tátaratatarabuelo del Príncipe de Pignatelli prenderles un cerillo a los fordcitos trasatlánticos en que vino a civilizarnos, parece haberse conservado intacta y en germinación, bajo el sudario doloroso de los siglos de opresión económica. Y he aquí que ahora descubrimos que los muñecos de petate, las jícaras, los juguetes de barro, los sarapes policromos, no sólo nos gustan a nosotros porque nos ofrecen una afin comunicación espiritual y estética que nos da un sentido elevado racial y una conciencia de nacionalidad de que antes carecíamos, dispersos en imitaciones y en importaciones artísticas y de hábitos, sino que aun los pueblos más lejanos en la geógrafia encuentran estos productos artísticos populares, y los aprecian, dadas las altas calidades de belleza expresiva que encierran.
Pero el turista se los lleva por veinte centavos, si los compra directamente, y nosotros los adquirimos por la misma irrisoria suma. El indio viene a pie desde su montaña, cargado de petates que ha estado produciendo por varias semanas; a veces cargando simplemente tres o cuatro petates que vende a un peso cada uno y que le han costado tres o cuatro semanas de diaria labor, desde arrancar el tule, prepararlo y trenzarlo, hasta traerlo a ofrecer, con voz gemebunda, por las calles en que cualquier fordcito puede dejarlo con el petate del muerto. Por otra parte, si un comerciante listo de la ciudad hace su ramo de expender "curiosidades mexicanas", puede estar seguro de muitiplicar su capital en número infinito, adquiriendo en los diversos estados de la República, directamente de los productores, a precios risible's, la mercadería de que hará su fortuna en la ciudad. Naturalmente que en ninguno de estos casos hallará el productor ningún beneficio para sí mismo, ni ninguna oportunidad de mejoramiento en las condiciones de la vida, que girará toda ella por largas generaciones al través de esta actividad, doble resorte económico y expresivo único de su existencia. Y es aquí donde la atención de los revolucionarios debe detenerse a considerar las posibilidades de realizar y de cristalizar en hechos las promesas de la Re vo- . lución, aprovechando la capacidad artística del pueblo, su habilidad manual y la pureza de su producción, implantando o ayudando a implantar en ella métodos económicos, científicos, que rindan al productor el beneficio justo de su esfuerzo.
Por dicha, y como suele ocurrir en los pueblos que no han perdido su integridad espiritual, en los pue-
bIas que son nuevos y, en el mejor sentido de la palabra, primitivos, la producción artística popular mexicana consiste principalmente en objetos útiles; en objetos que tienen aplicación inmediata para el servicio humano y que a esta condición primordial de los objetos comerciables adunan una belleza que no se encuentra en otros y que debe, por lo mismo, aumentar su precio como aumenta su valor intrínseco. La homogeneidad estética, evidente en múltiples rasgos de la producción artística popular nacional, es buena prueba de que existe una coherencia espiritual en México que urge transformar en una coherencia social más sólida para fines económicos. Urge organizar a los productores de arte popular para su propio beneficio; para que el turista y nosotros,
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todos paguemos el precio justo por los objetos cuya manufactura ha costado un esfuerzo equivalente a varios días de la vida de un hombre. Y para que si estamos, el turista y nosotros, dispuestos a pagarle el dueño de la elegante tienda de "Mexican Cunous" los tres pesos que nos cobra por una hermosa máscara, por la 'que ha pagado quince centavos, le paguemos un peso cincuenta centavos al que la hizo y ayudemos a morir de inanición a un bandido y a salvar de la muerte por hambre a un artista y a un hombre honrado, en tanto contribuimos, sin sentirlo, a conservar ya fomentar la sagrada antorcha del nacionalismo espiritual y cooperamos al establecimiento de una industria nacional y revolucionaria.
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2
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A Luis Filcer
Biblioteca de México 3
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T
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La vía del tren vidas paralelas
Corren juntas pero no se tocan
Cambia la escenografia mas no cambia la trama
Cambian los actores mas no cambia el autor
Primero se le escucha después se ve su forma
El tren en medio de la noche como un perro bajo la luna
o
s
El testarudo tren como un poema golpeando un yunque en la oscuridad
Más allá del laberinto de palabras más allá del sueño y la vigilia
Más allá de los cristales empañados que borran con su aliento la ciudad
El ulular de una rauda sirena hace un dibujo de rayas nerviosas
En el breve espacio de una vida no hemos conseguido mancharlo todo
¿Pero cuánta tinta se necesita para manchar un solo poema?
Cuando no sabemos de dónde viene ni sabemos a dónde va a llegar
En este viaje donde la mano de gracia lanzó los .dados, y asignó las partes
Los versos son testigos: pasillos con eco para los últimos pasajeros en abordar
B L A N
p a r a
La inmensidad desierta del andén: el tren que rueda como una lágrima eñ el viento
Como una línea entre el mundo y la belleza el drama del viajero y sus contradicciones
La luna se balancea pendiente de un hilo el vaso de lágrimas amenaza con desbordarse
e
Está haciendo agua la nave de la razón ardiente se agitan con el viento los pañuelos mojados
Porque el hombre se fue pero el niño volverá tal vez por esto negamos las distancias
Porque podemos viajar hacia adelante pero podemos viajar también hacia atrás
Bajo la pesada luz de las cortinas grises y en las lámparas habitadas por una esperanza
Mientras corren los trenes cual perlas de sudor a todo 10 largo de nuestra columna vertebral
Miles de seres aparecen y desaparecen en el acto destellan los anuncios: señas de identificación
De los puentes y las chimeneas surge un anhelo las antenas captan ondas que no se quieren borrar
Signos de admiración y signos de interrogación al final de la vía todo es tan solo un punto
y no nos conformamos con cualquier respuesta para llegar hasta nuestro destino anticipado
Soltamos la pluma y nos aferramos a la vista vamos de regreso en el camino de la ambigüedad
Hacia el punto de un nuevo nacimiento o de una muerte repetida hasta el vacío
Una intuición muy poderosa nos impulsa a formar parte del viaje: ¿no es natural?
1
o
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Después de todo es preciso guardar silencio siguiendo el ritmo que marcan los durmientes
Para dejar atrás la sobrecarga que dificulta nuestro paso en este camino cubierto de niebla
Hay mucha pasión y poca claridad en el grafiti humo en los ojos y restos de luz en las palabras
s
Pero de aquí no nos movemos: ni pestañear siquiera porque esta pobreza de espíritu nos puede salvar
El tiempo pasa de largo por las ventanillas y nosotros permanecemos aquí en el claroscuro
¡Qué velocidad en la corriente de los cambios! ¡las luces se prenden y se apagan sin cesar!
¿Pero a dónde va el tren con tanta prisa? ¿será posible que no vaya a ningún lugar?
Porque los relojes caminan pero el tiempo no queda la ceniza en la estación del texto
Porque los trenes avanzan pero el espacio no despierta un nuevo paisaje en la ventana
Poco a poco se esfuma la película del sueño y todo es más extraño de 10 que imaginamos
La belleza nunca será más de lo que ya es cualquier día de éstos nos vamos a acordar
El que avanza contra el viento lo sabe en medio de la vía 10 espera su visión
Allí donde se juntan las líneas allí donde nace el equilibrio
El silencio nos sostiene no hay nada que agregar
Biblioteca de México 39
SALVADOR NOVO
México en la medicina
Con motivo del IV Congreso Mundial de Cardiología que se celebró en la ciudad de México, en 1962, el Dr. Ignacio Chávez encomendó a Salvador Novo la redacción de un breve libro, Visión de México, que presentara al país ante los miembros extranjeros del congreso, un "libro escrito no para el turista miope ... sino para el viajero de tipo universitario", que constaría de tres capítulos: México en la historia, México en el arte y México en la medicina.
Biblioteca de México presenta a continuación un fragmento de este libro que circuló en una hermosa edición dedicada a los congresistas, diseñada por Vicente Rojo: Hemos escogido la sección que abarca la historia de la medicina en México, de sus orígenes a 1921, e ilustra la versatilidad narrativa de Salvador Novo.
Los nahuas -dueños del Anáhuac a la llegada de los españoles- distinguían ya con sutileza entre la respetabilidad inherente a la profesión del médico y las actividades nocivas y despreciables del charlatán. El Códice Matritense de la Real Academia de la Historia (ed. facsimilar del Paso y Troncoso: vol. VIII, fol. 19r.) nos transmite esta hermosa y justa definición del médico verdadero y del médico falso:
El médico verdadero: un sabio (tlamatini), da vida.
Conoce por experiencia las cosas; conoce las hierbas, las piedras, los árboles, las raíces.
Tiene ensayados sus remedios, examina, experimenta, alivia las enfermedades .
Da masaje, concierta los huesos. Purga a la gente, la hace sentirse
bien, le da brebajes; la sangra, corta, cose, hace reaccionar, cubre con ceniza [las heridas) .
Por contraste:
El médico falso : se burla de la gente, hace su burla, mata a la gente con sus medicinas, provoca indigestión, empeora las enfe¡:medades y la gente.
Tiene sus secretos, los guarda, es un hechicero (nahuallt), posee semillas y conoce hierbas maléficas; brujo, adivina con cordeles. Mata con sus remedios, empeora, ensemilla, enyerba.
En su Segunda Relación (la más larga y dramática, y documento que contiene la primera descripción que se haya hecho de las maravillas de México), Cortés informa a Carlos V que en "Temixtitán" (sabido es que el capitán lo hacía mejor conquistando ciudades que escribiendo correctamente sus nombres). "Hay calle de herbolarios, donde hay todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios, donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos".
Apenas 50 años después de la Conquista, Francisco Hernández, m édico de Felipe n, pudo catalogar 1 300 hierbas cuyas virtudes curativas conocían y utilizaban los indígenas. En otro capítulo ("México en la Historia") mencionamos las contribuciones mexicanas a la dieta europea. A la medicina, el Nuevo Mundo (yen máxima parte, México) aportaria la jalapa, el guayacán, el ruibarbo, la ipeca, la coca, la quina, la zarzaparrilla, el ricino, la valeriana, el toloache, la papaya, el tamarindo, el árnica, el yoloxóchitl (flor del corazón) . El tabaco (yetl, picietl y cuauhyetl: tres especies) se empleaba en México por sus virtudes curativas; y el hule (ulli) como tópico, aplicándolo en las quemaduras como hoy mismo se hace con ciertos plásticos y para el mismo objeto. "Bien puede afirmarse -dice el Dr. Ignacio Chávez- que nunca la farmacología recibió un aporte, ni volverá a recibirlo jamás, tan grande, tan rico y tan insustituible como el que vació la flora americana sobre la medicina europea del siglo XVI".
Induzcamos por último en el México precortesiano una destreza quirúrgica congruente con la delicadeza de su orfebrería -y de la que son testimonios desconcertantes las incrustaciones dentarias y los cráneos trepanados descubiertos en Monte Albán, Oaxaca- como una compro-
Biblioteca de México 40
bación del adelanto a que en el orden de la medicina habían llegado aquellas razas.
Consumada la conquista, la medicina española (que en los xv y XVI
vivió sus siglos de oro al enriquecer con la de Avicena, absorbida en su contacto de ocho siglos con los árabes, las escuelas de Hipócrates y de Galeno) se dio a la Nueva España generosamente. A la urgencia de afrontar las epidemias desatadas en la vencida Tenochtitlan se debió en gran parte que el primer siglo de la Colonia, al lado de palacios, templos, conventos, los españoles erigieriln más de diez hospitales en la capital , y más de 20 en la provincia durante el siglo XVI. El primero en el tiempo, que aún perdura con su nombre definitivo de Hospital de Jesús, fue establecido por Hernán Cortés apenas consumada la Conquista , en 1524.
Otros después, y sin interrupción: el de la Tlaxpana, destinado a leprosos; el de Santa Fe de Tacubaya, con la primera Casa de Cuna, en 1532. El venerable, seráfico Fray Bernardino Álvarez funda en San Hipólito, en 1567, el primer manicomio del continente. Y el doctor Pedro López, el primer leprocomio en el Hospital de San Lázaro (1571).
Desde 1527, el virreinato expidió la primera Ordenanza de Médicos, y con ella, la prohibición del ejercicio a los que careciesen de título. La enseñanza de la medicina, sin embargo, se ceñía por aquellos años a la impartida en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, destinado a los indios y fundado en 1536. Dos de sus estudiantes -Martín de la Cruz, autor: y Juan Badiano, su traductor en pulquérrimo latínson los primeros médicos mexicanos cuyos nombres conservamos. y su obra: conocida en tardía edición inglesa de 1940 por el Códice Badiano, el libro de farmacología más antiguo del continente, fechado en 1552.
La Universidad -primero Real y luego Pontificia: ancestro ilustre de la que hoy se asienta en el Pedregal de lava vomitada en siglos prehistóricos por el volcán Xitli (y bajo la cual una pirámide descubierta, la de Copilco, prueba la existencia de una
cultura extinta)- se fundó en 1553, y es en consecuencia la más antigua de América. Pero no incluía los estudios de medicina. Fue preciso aguardar 22 años, hasta 1575, para que el claustro votara la creación de la "Prima de Medicina". Al abrirse la cátedra el 7 de enero de 1579, se iniciaba la enseñanza oficial de la medicina en el Continente Americano. A lentos pasos se integró, por la agregación gradual de asignaturas: "Vísperas de Medicina"(1598), "Anatomía y Cirugía" y "Método y
, Práctica de la Medicina" (1620), una carrera estrictamente fiel a las doctrinas de Hipócrates y de Galeno.
El siglo XVIII registra unas cuantas aportaciones: en 1719, la disposición del virrey Valero, que establece las prácticas de internado por dos años en el Hospital de Jesús; en 1772, la publicación de la primera revista médica del continente: el Mercurio Volante, del Dr. José Antonio Bartolache; en 1779, la primera operación cesárea practicada en Santa Clara, California; y en 1784, la primera sinfisiotomía, practicada en Veracruz por el Dr. Francisco Hcrnández, y con curación a los 32 días.
La bibliografia médica debe a la Nueva España tempranas y estima-
6.
bIes contribuciones. Aparte el ya citado Codex Badianus (1552); la cuantiosa información, aún en parte inédita, recogida por Sahagún de sus informantes indígenas hasta 1569; y los volúmenes de De Historia Plantarum Novae Hispaniae del Dr. Francisco Hernández, iniciados en 1571, y que hoy edita, en forma monumental, la Universidad de México. En 1570 se edita en México el primer libro de medicina del continente: la Opera Medicinalia del Dr. Francisco Bravo; en 1578, el primer tratado de cirugía escrito en América: Suma y Recopilación de Chirugia, por el Dr. Alfonso López; en 1618 el primer tratado de higiene y climatología impreso en América: Sitio, Naturaleza y Propiedades de la Ciudad de México (recientemente reimpresa por Bibliófilos Mexicanos, 1962); y finalmente, el Cursus Medicus Mexicanus del Dr. Marcos José Salgado, primer tratado de fisiología escrito en el continente, en 1727.
Como en todos los órdenes la Independencia propició en la medicina un anhelo de renovación y un voraz apetito de información, libre ya de las prohibiciones del Santo Oficio. Clausurada la agónica Universidad Pontificia en 1883 por don Valentín Gómez Farías, se creó un
establecimiento de Ciencias Médicas que fundía las carreras de médico y de cirujano -hasta entonces divorciadas- y se formó un programa avanzado con 12 cátedras, servidas por profesores jóvenes. Al frente de este esfuerzo renovador, y a lo largo de un viacrucis que no habría de concluir sino en 1856, al alojarse la Escuela de Medicina en el que fuera Tribunal de la Inquisición, luce el espléndido desempeño de su director el Dr. Casimiro Liceaga.
De la época porfiriana, mencionemos a quien mejor encarnó el esfue rzo de renovación de la medicina, al introducir el método científico en el estudio de los enfermos, y la disciplina mental en el espíritu de los médicos: el doctor José Terrés.
Al asomamos a la historia del arte en México, señalamos una fecha, 1921, como la del inicio de la gran pintura mural. Una coincidencia -explicable por los factores culturales y políticos acarreados ya en madurez por la Revolución de 1910 a toda la vida mexicana- sitúa en los mismos años el punto de partida de la medicina contemporánea mexicana, que vive la época de las especialidades.
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SE GE l. ZAITZEFF
Tres cartas de Manuel Toussaint a Genaro Estrada
El amor por .el arte, la afición a las letras, el interés por la investigación y las empresas editoriales son algunas de las múltiples afinidades que unen a Manuel Toussaint (1890-1955) Y Genaro Estrada (1887-1937). Por lo tanto no es sorprendente descubrir a través de las contadas cartas que se dan a conocer a continuación que los dos cultivaron una sincera e íntima amistad, la cual debe haberse iniciado allá por 1914 cuando coincidieron en la Escuela Nacional Preparatoria. Estrada era secretario de esa institución y profesor de gramática española1 mientras que Toussaint impartía clases de castellano. Éste es el año de la publicación de Las cien mejores poesías (líricas) mexicanas, antología que estuvo a cargo de los llamados "Castros", es decir, Antonio Castro Leal, Alberto Vázquez del Mercado y Manuel Toussaint. Dos años más tarde Genaro Estrada se lanzaría a su vez como investigador literario con su fundamental Poetas nuevos de México. En 1917 Toussaint y Estrada se encuentran juntos no solamente en Pegaso como redactores sino que figuran entre los miembros de la Sociedad Hispánica de México y, gracias a Alfonso Reyes, llegan a ser corresponsales bibliográficos de la Revista de Filología Española de Madrid.
Igual que Pedro Henríquez Ureña, Genaro Estrada sentía una honda admiración por el joven escritor de quien le dice a Alfonso Reyes el 15 de octubre de 1917: "Manuel Toussaint, que tiene del erudito y del artista, y es una de las más fundadas promesas de nuestra literatura contemporánea".2 También Es-
1 Según Luis Mario Schneider en su edición de Genaro Estrada, Obras (México: Fondo de Cultura Económica, 1983), p. 10.
2 Esta cita y las siguientes proceden de los epistolarios de Alfonso Reyes con Genaro Estrada y Manuel Toussaint guardados en la Capilla Alfonsina (México, D.F.). Damos las gracias a su directora, Alicia Reyes, por habemos proporcionado fotocopias efe ese material.
trada aprueba sus proyectos editoriales, especialmente el de fundar la Colección México Moderno. Al respecto Estrada le escribe a Reyes el 17 de noviembre de 1919:' "La manejan exclusivamente Loera y Chávez y Manuel Toussaint. Trabajan con fe y entusiasmo. Creo que esta empresa llegará a prender". Cabe recordar que el primer libro de creación de Estrada, Visionario de la Nueva España, aparecerá en 1921 en esas ediciones. En esos mismos años Toussaint y Estrada colaboran activamente en las páginas de Revista Nueva, México Moderno y en los célebres cuadernos de Cvltvra que publicaban Julio Torri y Agustín Loera y Chávez.
El 9 de febrero de 1921 Toussaint le anuncia a Reyes que quizás irá a Madrid con el fin de sustituir a Artemio de Valle-Arizpe en la Comisión Del Paso y Troncoso que dirigía Francisco A. de Icaza. De hecho, ya para principios del mes de abril Toussaint se encuentra en España. Por su parte, Estrada también había llegado a Europa desde marzo y se quedaría hasta julio. Había sido comisionado para organizar la participación mexicana en la feria comercial de Milán. Luego de varios meses en Italia, pasa a Madrid donde vuelve a ver a Manuel Toussaint y a Alfonso Reyes, quien había sido ascendido a primer secretario de la Legación de México (con Artemio de Valle-Arizpe como segundo secretario). En la segunda mitad del mes de junio Toussaint, Estrada y Reyes viajan a París, donde disfrutarán de unos días memorables. Para Reyes este regreso a la capital francesa después de una prolongada ausencia (desde 1914) resulta particularmente emotivo. Así recuerda Artemio de Valle-Arizpe ese momento:
Mire, Genaro, le dijo [Reyes], tengo la Ópera dentro de mi cuarto, y abrió una ventana que caía sobre la magnífica plaza. Anoche vine a abrir esta puerta y me en-
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contré con que estaba aquí dentro la Ópera. ¡Ay, Genaro, estamos en París! ¡Fíjese, en París! Pero déjeme llorar un poco. Y dicho y hecho, se fue a poner la cara contra un rincón, en tanto que Genaro Estrada, con avidez nostálgica, se pegó intensamente a la lectura del "Demócrata", como siempre lleno de sangre y puñales; pero de tiempo en tiempo sacaba la mirada por encima de la redonda eminencia de sus anteojos, para ver los movimientos espasmódicos de Alfonso, quien seguía dándole fuerte al sollozo. Por fin, Genaro le fue a dar, con mucha cortesía, golpecitos en la espalda, diciéndole con acento consolador: "¡ya! ¡ya! ¡ya!"3
La primera carta que se reproduce aquÍ, escrita en membrete del Hotel Bayard de París un mes después del suceso anterior, evoca con nostalgia la presencia de Reyes y Estrada. Éste ya se había embarcado en Southampton el 6 de julio rumbo a Nueva York y no tardaría en llegar a México. El tono íntimo e informal de esta carta atestigua que Estrada y Toussaint eran buenos amigos y que compartían el mismo gusto por las mujeres, el arte y París.
Después de viajar por diversas ciudades del norte de España, por fin regresa Toussaint a Madrid en septiembre de 1921 antes de proseguir hacia Italia. La segunda epístola que se da aquí procede de esa breve estancia madrileña de Toussaint cuando pudo gozar ampliamente de la compañia de su querido Alfonso Reyes. Juntos se divertían y sobre todo se dedicaban a su gran pasión: la compra de libros. Toussaint permanecería unos meses más en
3 Artemio de Valle-Arizpe, "Alfonso Reyes, íntimo", Digesto sobre Alfonso Reyes (pen Club, 31 de mayo de 1924). Citado por Paulette Patout en su Alfonso Reyes et la France (Lille: Service de reproduction des theses, Université de Lille, m, 1981), p. 182.
.............. Europa y secretario ya para abril de 1922 estaría de vuelta en la ciudad de México como particular de José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública. Por su lado, Genaro Estrada, poco después de su "entrada triunfal en México"4, había ingresado a la Secretaría de Relaciones Exteriores como oficial mayor.
Ya reintegrado a la vida mexicana, Estrada le confia a Reyes (agosto de 1921) que espera de Toussaint "muchas cosas buenas después del regreso europeo" y efectivamente éste realizará una valiosa obra literaria y en particular se dedicará con fervor al estudio del arte colonial de México. En la capital mexicana Estrada y Toussaint seguirán participando en algunos de los mismos órganos culturales tales como México Moderno, La Falange, La Antorcha, Contemporáneos, Nuestro México y Letras de México. Además, los textos titulados "N.Y." de Estrada y "Portafolio funambulesco: tallas dulces del camino" de Toussaint aparecerán en La Pajarita de Papel, publicación del PEN Club de México, el cual estuvo inicialmente a cargo de Estrada en 1924.
Con la excepción del periodo que Estrada pasa en España como embajador de su país (1932-34), ambos amigos desempeñan sus diversas actiYidades diplomáticas, burocráticas o académicas en la ciudad de México hasta 1937. En ese año Manuel Toussaint, invitado por el gobierno de Argentina para participar en un Congreso de Historia de América, permanecerá fuera de México durante unos meses. Ya el 10 de marzo de 1937 su "fraternal y viejo amigo" Alfonso Reyes le había escrito para darle esa noticia e instarlo a aceptar la invitación por el gusto de verlo y "por el bien de Méxica". El 14 de abril Toussaint le contesta que ya aceptó ir a Buenos Aires sobre todo porque Reyes se
4 En carta de Manuel Toussaint a Alfonso Reyes fechada el4 de septiembre de 1921.
.....'oullClhlt.
encontraba allá. Al mismo tiempo, aprovechando esa ocasión, se propone conocer la riqúeza arquitectónica de Bolivia, Perú y Ecuador. La tercera carta que tenemos corresponde al viaje que hace Toussaint con su esposa a bordo del Santa Maria camino de Sudamérica. El gran conocedor que fue Toussaint del arte colonial no deja de verse en sus impresiones poco favorables de 10 que alcanzó a ver en Panamá. Hacia principios de julio ya está alIado de Reyes, quien le comunica a Estrada el 21 de ese mismo mes: "Ya supondrá Ud. lo mucho que lo he recordado aquí en conversaciones con Manuel Toussaint. La visita de éste ha sido provechosísima para nosotros. Conferencias sobre arte mexicano han causado enorme impacto, y su persona dejará aquí el mejor recuerdo. Ojalá muchas veces se repitieran visitas de esa calidad". Unas semanas más tarde Toussaint está de vuelta en Méxi'co pero su amigo Estrada, quien adolecía de ciertos problemas de salud, muere el 29 de septiembre de 1937 a los 50 años de edad. En la primera carta enviada a Reyes después de su viaje a Sudamérica, Toussaint expresa su dolor de la siguiente manera: "La muerte de Genaro me conmovió profundamente y ahora, desaparecido él, nos damos cuenta de la falta que hace. Para usted y para míla pérdida fue doble: era nuestro amigo". (20 de noviembre de 1937).
En el homenaje que rindió Letras de México a Estrada elide noviembre de 1937 con la participación de destacados escritores mexicanos (Zavala, Ortiz de Montellano, Villaurrutia, Abreu Gómez y ValleArizpe, entre otros), Manuel Toussaint escribe un breve artículo sobre "Genaro Estrada, bibliófilo y coleccionista". Reconoce que con la desaparición de ese polifacético "hombre de acción" la cultura mexicana ha perdido a uno de sus grandes valores. En particular llama la atención sobre la intensa actividad
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editorial de Estrada y su amor desinteresado al libro como objeto de arte . Además, se insiste en la valiosa y reveladora colección artística que logró reunir ese "hombre que gastó su vida en beneficio de su país, engrandeciendo su nombre y dando a conocer su cultura". La admiración de Toussaint es sincera y por eso lamentará la publicación póstuma de su Bibliografia de Goya (Casa de España en México, 1940). En una reseña escrita para el primer número de la Revista de Literatura Mexicana, de su compañero de juventud Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint vuelve a recordar la vasta contribución de "nuestro nunca bien llorado Genaro Estrada" y su ejemplar trabajo de investigación. Aunque .esa bibliografia agota el tema, se recalca el hecho de que Estrada no tuvo la oportunidad de organizar el material y que por lo tanto esa guía resulta algo limitada y de dificil consulta. Conociendo la severa autocrítica de su amigo, Toussaint se pregunta qué habría pensado aquél de ese volumen no cuidado meticulosamente por él.
Sin duda la admirable obra de Genaro Estrada siguió siendo un modelo para Manuel Toussaint, quien llevaría a cabo hasta 1955 algunos de sus proyectos de mayor envergadura, los cuales lo consagrarían como uno de los maestros indiscutibles de la investigación y la crítica del arte colonial en México.
,&Jj' _. París, coin Rue Richer et Conservatorie, 23 de julio. [1921]
Mi querido Genaro: Le escribo desde nuestro VIeJO
hotel, cuarto número 4, frente al café de los píforos que tiene corridas en las ventanas telas blancas, como un sudario a la piforería masculina, y unos carteles que dicen: "Clóture annuelle." "Réouverture 17 septembre." También los píforos sienten
calor en París y buscan para sus menesteres la amplia frescura de las playas. Allí andarán desnudos, pero con botones. Pero, ¡las píforas! Genaro las píforas! A toda hora del día tan frescas! Cada vez que me encuentro a una resplandeciente, me acuerdo de usted. En los trances bélicos mientras no llega el momento de perder la memoria, también me acuerdo de usted y hago como una especie de brindis. He ido a nuestros "arrets" de la Ópera a las 12 en punto del día, pero no estaban ni usted, ni Alfonso, ni Canedo.5 Sólo estaban mil chicas maravillosas tomando sus autobuses, ¿se acuerda? ¿Se acuerda de la mía? No la he vuelto a ver; además, ahora todas son mías: usted ya se fue y Sáyago estará gozando del producto de sus collares; bien ganado se 10 tiene con su incesante murmullo internacional y políglota.
y ¿la chica de las medallas? Tranquilícese, Genaro; no la he visto porque, como de costumbre, no tengo un céntimo; Alfonso no me ha mandado el dinero que tiene que mandarme aquí, de modo que vivo del amparo de Bayardo; pero el dinero llegará, e iré, y la veré, y la amaré, y ella lo sentirá y se pondrá divinamente roja, y la abrazaré, y la besaré, y me la llevaré. ¡Que te crees tú eso, chico! "Para amantes, París; para esposas, nuestro país. "6
Bueno. Después de escrito lo anterior salí a dar una vuelta. Dios mío, qué asoleadero! Regresé a las 7, me cambié, me lavé y bajé a cenar. Hoy se fueron muchos brasileros de modo que casi se vació el hotel. Le escribo a usted en pyjamas, fumando en mi larga boquilla y haciendo ruedas de humo, de esas que cuando las hacía yo en un restaurant de Bruselas, un camarero servicial acudía, creyendo que yo lo amaba, ¿se acuerda?
Tengo que confesarle que París está menos bueno que cuando usted 10 dejó. Nuestros amados boulevards están convertidos todos en un verdadero volador: a la orilla de las aceras, en infinidad de puestos horribles, venden las cosas más estrafalarias, casi como en el Rastro de Madrid. Se nota que la gente va más mal vestida; los ricos han salido a las playas y los que quedan tienen calor, sudan y esto es enemigo de la elegancia. Las ellas siempre están bien, cIaro; el calor les sienta porque las pone en carácter; además, tiene drogas para no sudar o para sudar agua de colonia por 10 menos. Ya se ríe, son sus majestades, las píforas de París.
5 Se trata de Alfonso Reyes (1889-1959) y del escritor español Enrique Díez-Canedo (1879-1944).
6 Rubén DalÍo había escrito en "Palabras liminares" a Prosas profanas (1986): "mi esposa es de mi tierra, mi querida, de PalÍs".
Chacón 7 piensa ir a Londres (¡qué mal gusto!) antes de regresar a México; yo no sé si volver a Bélgica o irme directamente a San Sebastián donde la legación8 vive ya; probablemente haré 10 segundo porque, además de estétr muy pobre por ese maldito Londres, no queda sino una semana de este mes. Con la vida tranquila que llevo ahora, París es delicioso, si se puede. En el primer empuje gasté cuanto me quedaba y ahora, tengo que hacer vida pacífica, mientras me llegan refuerzos. Y aspiro con más pureza todo, y veo París porque cierro los ojos frente a cada escaparate de chácharas. Ya salgo sin plano y el metro no guarda secretos para mí. Además, he descubierto una ocupación maravillosa. Seguir chicas lindas en el metro. Eso cuesta poco. Y dan las vueltas más fantásticas como si desearan siempre llegar a un punto trazando una espiral alrededor. Cuando la cosa parece que va a formalizarse, veo en perspectiva la invitación que hay que hacer, tiemblo de mi pobreza, y me bajo en la primera estación de correspondencia para volver a algún punto cercano al hotel. A propósito de eso, hay una estación a dos calles (Esquina Rue de Lafayette y Rue Cadet) .
Ya fui al Museo Gustave Moreau; L,Jeda muy cerca, un poco más allá uel consulado . Se pasa uno la tarde muy agradable, pues es uno el único visitante y puede ver a sus anchas dibujo por dibujo, o acuarela por acuarela. Éstas están muy bien instaladas, en muebles giratorios y ellas dentro en marcos con bisagras que permiten ir viendo cada lado e impiden que la luz las destruya. La cantidad de obras, como de costumbre es enorme; pero encontré 10 que buscaba: algo que indicase más íntimamente el espíritu del pintor que sus obras publicadas: eso existe en sus obras sin terminar y en algunos de sus dibujos. Aunque se le estima algo, no se le comprende del todo . Me confirmé en mi opinión de que él solo vale más yue los prerrafaelistas ingleses juntos.
Por sus largas dimensiones, esta carta ha tenido que ser escrita en entregas, como los folletines o folletones que dicen en Madrid. Esta "ciudad luz" se achicharra con 36 grados a la sombra, y un sol más canicular que el del trópico. La Plaza de la Concordia parece una parodia del Desierto y el obelisco se regodea sintiéndose en su tierra. Dicen que esto es extraordinario, único en la historia, ¡qué sé yo! Lo que digo es que prefiero la monotonía de nuestro viejo París, de horizontes grises,
7 Tal vez se trata de José MalÍa Chacón y Calvo (1892-1969), escritor cubano.
8 Se refiere a la Legación de México en Madrid.
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y de torres y arcos y columnas que "azulean" a 10 lejos, que no esta plaza de toros por el lado de sol y sin toros!
Recibí su taIjeta que ya había yo contestado en el primer capítulo de esta carta. ¿Cree usted realmente que nada urge en N.Y.? ¿No es el centro del capitalismo que tanto mal hace al mundo? Yo pienso que allí urge lo principal y que por allí es por donde ha de comenzar la cosa. Estas partes ya están ganadas.
Lo he extrañado hoy sobre todo, (25 de julio) al hacer el reglamentario trottoir, como las píforas. Al pasar por la bocacalle de la Rue Lafitte no dejé de mirar el pórtico de nuestra Señora de Loreto en el fondo y arriba, en el mismo cielo, las torrecillas de azúcar del Sagrado Corazón de Monmartre! Tan azules y tan sonoras!
Bueno, Genaro, ¡bueno! Voy a acostarme porque tengo mucho sueño y mañana tengo qué hacer: Ir del hotel a la Legación, en metro, cosa que usted no sabría, ver si tengo correo en el maldito consulado, ver a mi no menos maldito encuadernador Moscovitz que me va a dejar sin un cuarto y mil cosas más.
Supongo que a estas fechas usted estará en México, o cerca de él. Le reexpedí dos cartas que había para usted en Rue Bourdaloue, a México.
Salude mucho a los amigos y cuénteles nuestras aventuras. Recuerdos.
Manuel
Genaro: No he podido mandarle 10 que le debo, y es un remordimiento que pesa más que mi equipaje: 10 haré llegando a España. (En secreto le digo que los de España se han seguido portando mal en mis cosas. En fin .)
Ya hemos visto a Graiños, Art . y YO .9
Madrid, 25 de septiembre de 1921
Mi querido Genaro :
Contesto su carta del sábado oficinesco. Por aquí hemos tenido un tiempo muy lluvioso que no impide se divierta uno bastante; acaso sí eche a perder una gran corrida estupefante que han preparado para mañana. Yo que soy enemigo de los toros por naturaleza voy porque van todos y porque será tan extraordinaria, que casi es indispensable para mi archivo de viajes sin rumbo
9 Artemio de Valle-Arizpe (1888-1961), escritor colonialista mexicano.
ya veces con tedio. El billete de un miserable tendido cuesta 60 pesetas, como oferta mínima, pues la cosa es de caridad, África, + roja, etc. Los de la Lega, por diplómatas, pagan más, naturalmente. Pasado mañana, martes, es el té oficial de la J"egación, con motivo de la Independencia; ya hubo anoche una fiesta cursi en que hablaron Miguel Alessio lO , Erro, II y oradores españoles del mismo molde. Naturalmente se dijeron muchas tonterías y nosotros, Alf., Art.12 Y yo, tuvimos la pequeña ventaja de haber llegado tarde y permanecer en el vestlbulo del salón, de pie, pero sin oír. La distancia favorecía a veces nuestra "vigilante espera", cambiando las frases de los oradores antes de que llegaran a nosotros. Lo que más nos gustó fue algo recogido por Alf. : me parece que decía "el coro ingenuo de Oceanía."
El té es en su querido Palace, señor don Genaro, aunque la lega está ya tan elegante que dificilmente la conocería usted. Han comprado cosas magníficas a precios baratísimos, y siquiera hay ya un cuarto decoroso en qué recibir a un extranjero: usted recordará cómo estaba.
Esta mañana lo recordamos a usted Alfonso y yo, recorriendo la feria de los libros que se ha inaugurado en el paseo del Prado. No porque hubierll grandes cosas, sino porque usted no habría dejado de ir a ella con nosotros. Alfonso compró un Alamán completo, primera edición más el tomo de Adiciones y Rectificaciones de Licéaga, que aquí han inventado forma parte de la obra, en 130 pesetas. Es muy barato: yo, antes de irme con usted a París, había adquirido un ejemplar. Yo compré un Dionisia de Halicamaso, edición de Venecia de 1545 y un Fr. Antonio de Guevara, Vidas de los Emperadores Romanos, Madrid, 1669, en 15 pesetas los dos.
A principios de octubre nos vamos Alfonso y yo a Italia, aunque por rumbos distintos y acaso sin coincidir, pues él tiene que ir con la manada sociológica, a Turín y después a Venecia y Florencia únicamente, por disponer sólo de 20 días. Yo tengo que ver más, y con más calma. A pesar de todo procuraré estar con él en una de las dos ciudades. ¡Ah, mi querido Genaro, Italia, Italia, Italia! El gusto de nuestro corazón que encuentra su patria artística. Las anotaciones marginales de mi Baedeker las leeremos ambos con lágrimas en los ojos cuan-
10 Miguel Alessio Robles (1884-1951), abogado mexicano. Fue Ministro de México en España en 1921.
II Luis Enrique Erro (1897-1955), ingeniero y político mexicano.
12 Alfonso Reyes y Artemio de ValleArizpe.
do comentemos estas cosas que vimos y estos corrugamientos que pasamos. Le ofrezco taIjetearle desde cada ciudad para que recuerde y si algo necesita, o algo quiere que compre o haga, escnbame al consulado en Génova que será mi centro de correo en Italia como la Lega lo es en España.
He pedido mis viáticos para e131 de diciembre, en una carta a Pepe. 13 Le agradeceré mucho si se lo recuerda a tiempo.
Lo abraza su amigo y colega en viajes.
Manuel
Sta. María, 22 jun. 1937.
Sr. D. Genaro Estrada
México.
Mi querido Genaro: Por fin, voy camino de Buenos
Aires. Supongo sabrá usted que tuve que salir sin arreglar nada en Hacienda. Qué le vamos a hacer!
Hemos tenido buen tiempo, un poco de lluvia, pero no mucho movimiento. La vida de a bordo, monótona y perezosa, sólo se conmueve un poco a la llegada a los puertos: ayer Guayaquil, mañana Callao. Los mismos rostros, diversa indumentaria, idénticas conversaciones. Nuestro yo viajero se sobrepone al resto de nuestra personalidad y llegamos a ser otros seres, diversos de los sedentarios que éramos antes y que sólo saben viajar. Así toleramos todas las molestias sin sentirlas.
Para mi profesión de viajante en catedrales este viaje aúJi no me da
13 José Vasconcelos (1882-1959), encargado de la nueva Secretaría de Educación Pública a partir de 1921.
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nada. Panamá es interesante como población cosmopolita, como bazar de sedas y perfumes, de marfiles de la India y chucherías italianas. Junto a la zona que es un pedazo de Norte América, de paisaje muy bien peinado y casas con el cuello abotonado por detrás, la ciudad vieja de calles estrechas, mugre latina, polifonía lingüística, forma duro contraste .
Pero la parte colonial es tan pobre que da lástima o risa. Muestran un altar barroco, del XVII, columnillas salomónicas revestidas de vid , de esos que en México tenemos a montones, como una joya incomparable. Viene de la antigua Panamá y Morgan14 no lo vio, que si lo ve, también se lo lleva.
La catedral, pequeña, de cinco naves mal techadas, no tiene más que un buen Murillo que no creo esté registrado en los catálogos: Ntra. Sra. del Rosario . Los angelillos inconfundibles, el tono plateado, el ambiente tibio lo identifican. Por desgracia está muy deteriorado. Las otras iglesias, Santa Ana, el arco chato de San José, La Merced, son insignificantes.
En un bello paseo, a la orilla del mar, hay un museo pequeñito, casi abandonado. Sin embargo, allí se ven joyas arqueológicas de gran interés, piedra, cerámica y oro de la provincia de Chiriquí, barro sólo de la de Coclé.
Lo admirable de Panamá es el canal. Es de una belleza matemática. La ingeniería ha vencido a los elementos naturales y al arte. Es prodigioso.
Muchos saludos a los señores PoITÚa y un abrazo de su amigo.
M. Toussaint
14 Sir Hemy Morgan (¿1635?-1688), pirata inglés.
GERARDO DENIZ Mester de maxmordonía 111
Se recordará (tal vez) que la definición académica de "maxmordón" decía, en su segunda acepción, "hombre taimado y solapado". Ahora, ¿tiene por fuerza el maxmordón de editorial -el nuestro- que satisfacer ambas acepciones y que ser taimado y solapado a más de "tardo, sin discurso", etc.7
Pues bien, sí. Ya conté cómo le aplicamos el nombre a aquel maxmordón primigenio -el Ur-Maxmordón, diríamos-; sólo que , en su caso, no cabía vacilación, pues era taimado y solapado por naturaleza y lo habria sido aunque se hubiera dedicado a pediatra o a pescador de caña, en vez de sabihondo de editorial. Otros maxmordones tal vez no sean particulannente taimados y solapados en su comercio humano extraprofesional, pero tendrán que se rlo, por fuerza, en la m edida en que sean genuinos maxmordones editoriales.
Tocamos con esto las cuerdas más íntimas de la maxmordon ez. Veamos. ¿En qué se apoya un maxmordón para persuadirse de que su labor es útil, de que su nicho ecológico no es parasitario, o aun patógeno? La respuesta parece sencilla: el maxmordón se sentirá, lógicamente, un hombre de bien -y la maxmordona una mujer de ídem- porque lo es, en efecto, ya que contribuye, de manera modesta pero decisiva, a que lo que se imprime en el mundo sublunar esté bien, bien escrito.
Si se interroga al respecto a un maxmordón, contestará, aproximadamente , lo anterior. Imposible objetarle nada, además. Sin embargo, a quien haya disfrutado del discutible privilegio de convivir con maxmordones, la susodicha explicación le parecerá sumamente mal orientada. Si bien el maxmordón se encarga, modesto, de corregir las e rratas que empuercan las pruebas tipográficas (o cibernéticas), es preciso reconocer, para ser sinceros, que esta respe tabl e y necesaria actividad no basta, diga él lo que quiera, para que el maxmordón se sienta . . . ¿cómo decimos hoy? "realizado". Corregir errores es, al fin y al cabo, una tarea de corrector, y un corrector no
es automáticamente -¡qué más quisiera!- un maxmordón.
Abreviando: el maxmordón considera que corregir para que no diga "digo" donde debe decir "diego", es apenas un incidente nimio de su oficio. En realidad, en lo hondo, el maxmordón está convencido de que su mérito alcanza profundidad mucho mayor, ya que, aparte de tristes correcciones de letras, él, hombre múltiple , hombre extraordinario, está autorizado para modificar cualquier cosa que considere errónea. Él, que no en vano es un maxmordón, nada m enos.
Es taimado y solapado el maxmordón; mucho. Pues, bajo su piel ovina de cazador de erratas, bullen siempre los quimos y las bilis de un carnívoro fallido, de alguien dispuesto a trocar el orgasmo por e l vértigo de cambiar "bizcocho" por "biscocho" y "biscocho" por "bizcocho" . Ambas formas son equivalentes, y el maxmordón lo sabe; pero su impunidad para introducir cambios, para sobar textos, a m enudo estropeándolos, es lo que hace que se sienta persona de provecho.
Los ritos maxmordonosos se consuman sin darle cuentas al autor, al traductor, a nadie. Es casi inconcebible que un maxmordón consulte nada con otro individuo (y casi siempre será con la espe ranza de dejar a éste en ridículo). Impunidad, decíamos. Impunidad que, interrogada, se pretende limpia, simple, buena. Farsa pura.
Escuchemos al maxmordón a la hora del coffee break. Melifluo y malaleche o altanero y perdonavidas, narrará cómo hace un rato salvó al mundo de tales o cuales barbaridades de Fulánez, autor afamado. Por desgracia -y éste es el mejor parapeto de la maxmordonería-, es imposible establecer fronteras , siquiera aproximadas. Hay que enfrentarse a la repelente complejidad de lo real.
Número uno. A veces -muchas- el maxmordón enmienda descuidos, inevitables errores humanos del autor o traductor. Reconozcámoslo gustosos. Otras veces -numerosas tam-
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bién- el maxmordón emprende una campaña por el desierto de un autor o traductor que no es ya descuidado o falible, sino estúpido. Surge entonces la posibilidad, siempre curiosa, de presenciar un choque de estupideces.
Número dos. En ocasiones -demasiadas- el maxmordón se ceba en lo que está perfectamente escrito, pero puede ser maltratado por él. En lo que puede serlo -ya que no siempre se da este caso: hay también vacas sagradas, autores (y hasta traductores) intocables, por causas externas, antipáticas. Qué le vamos a hacer. El maxmordón callará, rezongando más o menos -cuestión de carácter-; sin embargo, jamás renunciará por entero a lo suyo, a lo según é l imprescindible . En cualquier caso, sea de quien sea -Alfonso Reyes- el texto cuyas pruebas esté leyendo, el maxmordón, taimado y solapado (y miserable y otras varias cosas), sonreirá enigmáticamente y, a solas, cambiará "pezuña" por "pesuña". Ambas grafias dan lo mismo, sólo que un maxmordón .. . ¡es un maxmordón, qué caramba l
(Hablábamos hace un momento de "la repelente complejidad de lo real". ¿No se manifestará asimismo entre los maxmordones7 Creo -provisionalmente - que si: los hay malos y peores. )
SALVADOR NOVO
El Rincón del Bibliómano
La era bibliofílica
Tres libros franceses ocúpanse en sendos aspectos de este divertido y apasionante juego moderno que es la bibliofilia, juego francés en cuanto se refiere a eso genérico y discutible que es el libro "de luxe", pero, sin duda, antiguo, universal y eterno, y cuyas recompensas, peligros y artimañas narra tan deliciosamente Edward Newton en "This BookCollecting Game", obra de 1928. Son ellos, por orden de aparición: "Du Commerce des Livres", por André Delpeuch, París, 1928; "Le Livre d'Aprés Guerre et les Sacié tés de Bibliophiles", por Raymond Hesse, Grasset, París, MCMXXIX (acabado de imprimir en 1928), y "La Chose Littéraire", por Bernard Grasset, impreso por Gallimard en marzo del año 1929.
El libro de M. Delpeuch es amable, delicado, breve, romántico. Lo envuelve aquel papel transparente cuyo frufrú, como solían decir las señoras de sus vestidos, pide el trato discreto de una plegadera de marfil. M. Delpeuch, obscuro editor, autor y librero, se confiesa amante del libro y nos reseña sobre el tiempo que hubo de emplear en madurar y afirmar su gusto por la lectura.
El de M. Rayrnond Hesse es libro robusto y documental, apto a revelar por sí solo, si la bibliografia anterior de M. Hesse no fuera tan copiosa como conocida, estudios previos de importancia sobre el mismo tema, abordado por él en la colección "Historia del Arte Francés" (La Renaissance du Livre), bajo el título "Histoire du Livre d'Art du XIXe Siéc1e a nos Jours", en 1927. Divídese en tres partes: aborda en la primera, que denomina "La post-guerra y el libro", tras de discutir las orientaciones nuevas de la edición, las causas de su desarrollo y la psicología particular del bibliófilo, una clasificación de los ilustradores modernos de libros, a quienes concede singular importancia. Contiene la segunda una utilisima tabla de ediciones originales de algunos autores contemporáneos, y da en la última lista detallada de las principales So
cia, sus anuarios, su composición, su obra, sus miembros.
M. Bernard Grasset aborda el tema desde un punto de vista totalmente diverso. Gran editor él mismo desde hace 25 años, no ha podido documentarse, como M. Hesse, acerca de las colecciones que su propia casa contribuye a aumentar, y la lectura de los infinitos originales que ha debido examinar día con día, el trato cotidiano con genios inéditos o conocidos, con críticos, con fabricantes de reputación, las concesiones que su gusto se ha visto precisado a hacer a la conveniencia de su empresa; el haber asistido durante la guerra, como parte interesada, al súbito y desusado interés por "las cosas de la literatura" que la guerra trajo consigo, y que antes de ella los diarios negaban sistemáticamente al público, a quien creían alimentar suficientemente con folletines; el descubrimiento, hecho por su casa, de aquel niño genial que fue Raymond Radiguet; el haber publicado, sin esperanza alguna de éxito pecunario, el primer tomo de la obra de Proust, a tres francos cincuenta, edición "introuvable" hoy , por la que ha llegado a pagarse, después de diez años, la suma de 10 000 francos, y que el mismo Grasset no ti ene acaso en su biblioteca, todo ello y la actitud primordialmente literaria de su espíritu, condición que él señala como ineludible en todo verdadero editor, le ha comunicado un rico caudal de experiencias que hoy nos brin-
ciedades de Bibliófilos de Fran- Novo con IU macI ... (1961).
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da en este libro impreso, en el colmo del pudor profesional, fuera de su casa.
"La bibliofilia es, en su esencia, dice Grasse t, el gusto y la búsqueda de los más preciosos especímenes de la cosa escrita." Como tal ha existido desde antes de Gutenberg. Pero a partir de la guerra, ha adquirido, principalmente en Francia, un nuevo aspecto de "especulación", de que carecía; de una especulación con lo contemporáneo que no siempre se basa en la calidad de lo escrito, sino en otras tres condiciones: el nombre del autor, la clase del papel y el número del ejemplar. Cuando La Rochefoucauld publicó sus Máximas, cuando Racine publicó Andromaque, no se cumplió sino una de estas tres condiciones, el valor del nombre , porque no se soñaba aún con imponer las otras dos, y ningún contemporáneo suyo pensó en atribuir a estas dos obras maestras un valor mercantil superior al de tal cual mamarracho aparecido el mismo año. Fórmula artificial la de nuestra bibliofilia moderna, porque sus reglas no obedecen a las de la lógica, pues que basta el detalle de un número romano o arábigo al dorso de la falsa portada para que el ejemplar que lo lleva, y que por lo demás en nada se distingue de sus hermanos, emitidos por la misma prensa y en todo iguales, valga doscientos francos, en tanto que los otros, marcados a doce francos, se quedan en los escaparates.
SalYador Novo con Salvador Novo con ...
¿Pero basta la especulación mercantil del libro a explicar la bibliofilia de nuestra edad? "A Dios gracias, dice Grasset, no solamente se compran hoy libws para revenderlos; algunos los compran para enseñarlos ."
Nótase en ello un rasgo esencial a nuestra época, en todos los órdenes: el esnobismo; que si, por su parte, ha existido siempre, si ha habido en otras épocas "Preciosas Ridículas" y "Eruditos a la Violeta" , el hecho mismo de que se les haya señalado como grupo, implica la escasez de su número . Era antaño dificil hacerse de una biblioteca. Sigue siendo inútil para el verdadero estudiante, para el "scholar", en
los países en que los hay juntamente con buenas bibliotecas públicas. Pero es cada vez más frecuente el caso de que vayáis a visitar a una persona cualquiera y no salgáis de su domicilio sin que os muestre, llena de orgullo , "sus libros". Que en este caso no constituyen, porque la constituyeron ya, en el momento de su adquisición por el snob, una especulación directamente mercantil ; pero que asumen el papel de disfraces de alguna otra clase de especulación .
De ahí las tiradas de cien mil ejemplares que hoy suele alcanzar cualquier autor, aun los buenos. Es necesario "tener al día" miles de bibliotecas. Y de ahí también que m ediante
una publicidad imponente , digna del mejor chicle, y que hace a los autores comparables con los chalecos cruzados o con los más eficaces dentífricos, los críticos más respetados hayan logrado edificar un amplio y fi cticio gusto por la lectura, no sólo ya por la venta del último libro del más reciente y celebrado autor, cualquie ra que éste sea. Así ha sido posible que tropeza ra el nuestro, durante unas vacaciones , en una playa vulgar , con una resignada y conmovedora señora que leía el "Disraeli" de Maurois porque su esposo se lo había enviado de París, e n vista de que la prensa aseguraba que e ra aquél un libro "que es necesario haber leído ."
Contiene el de Grasset sutiles observaciones sobre la conducta de los autores inéditos que le someten manuscritos. Los hombres se los llevan lisos, en un sobre, en una carpeta. Las mujeres los enrollan. Grasset no comenta esta conducta; no debo hacerlo yo tampoco. Descubre también el sistema que sigue su casa para la revisión de originales; él mismo lee la primera página de todos ellos. Si esa página le interesa, los hace llevar a su hogar par'l leerlos todos; de esta lectura depende su admiración o desprecio, porque él no usa de términos medios. Si admira, publica. Si desprecia, devuelve o da a releer a sus empleados el manuscrito impuro, porque estos lectores de editor encarnan el gusto del público, son , según su expresión, "abogados de la mediocridad aceptable", y proporcionarán inmediatamente galeras de composición a los formadores y "nuevas" obras de "nuevos" autores a la infinita y ansiosa caterva de los snobs, de los que están al día en la producción literaria, llamémosle así, como estaban antes de que ésta fuera tan nutrida, al tanto de todas las columnas de todos los periódicos de escándalo, como están todavía, y con la misma clase de interés, atentos a la última forma de las solapas .
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