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BOQUERÓN La obra BOQUERÓN, de Antonio Arzabe Reque, a diferencia de algunas escritas sobre la Campaña del Chaco, tiene el gran mérito de haber sido creada por un actor auténtico de la guerra, el que dentro del ambiente que le rodeó, ha logrado captar las realidades de las varias acciones que conformaron la Defensa de Boquerón. ANTONIO ARZABE REQUE, soldado raso del Regimiento “Campos” 6 de Infantería, ha vivido junto con sus camaradas las horas angustiosas del famoso “cerco”. Psicólogo y de espíritu reposado, interpreta fielmente las distintas reacciones de los diferentes combatientes en los momentos intensos de lucha, en las horas de exacerbante calma, haciendo vivir el cuadro real al lector. Sus palabras, expresadas en forma sencilla, sus razonamientos y críticas se ajustan a la realidad. Es la narración ordenada de lo que ve y siente un soldado que por su jerarquía no puede penetrar al pensamiento, concepción y decisiones de los Comandos; pero, sin embargo, a través de las órdenes y pequeñas acciones interpreta el espíritu de los Jefes. BOQUERON antes de ser impresa, fue sometida a la opinión pública en forma de ensayos, conferencias, difundida fraccionariamente por las radioemisoras de Oruro y en alguna ocasión radioteatralizada, habiendo tenido buena acogida por la crítica. No dudo que por su estilo claro, la descripción cruda y real, la fe en el patriotismo y rendimiento del soldado boliviano sea una obra bien aceptada por los círculos intelectuales del país. El autor, con extremada paciencia, ha ido compilando día a día en plena guerra, los acontecimientos que sucedían a su alrededor. Su Diario de Campaña, base de la presente obra, fue escrito en los intervalos de la lucha cuerpo a cuerpo, en los instantes de calor abrasador que enmudecía las ametralladoras o robando a su sueño los momentos más preciosos. Gustará el lector del intenso drama y vivirá intensamente las minutos de excelso heroísmo de la defensa de Boquerón. Tcnl. DEM. Augusto Ríos R. ANTONIO ARZABE REQUE BOQUERÓN DIARIO DE CAMPAÑA Mes del sitio del glorioso reducto chaqueño EDITORIAL UNIVERSITARIA ORURO - BOLIVIA 1961 Homenaje a todos los caídos en la Campaña del Chaco y a los que aún sobreviven a aquella hecatom be nacional. EL AUTOR A MANERA DE PROLOGO Querido lector: Pongo en tus manos, una obra nacida en gran parte, en las mismas arenas del Chaco; escrita en los momentos cruciales del combate, y bajo el influjo del dolor y la desesperación. Toda ella siguió la ruta del cautiverio y fue salvada de los actos de requisa a que sometían los inspectores paraguayos en la vida de cautividad. Encontrarás en ella, muchos trozos extractados del libro “Boquerón”, del Mayor Alberto Taborga, y del libro “La Guerra del Chaco”, del Coronel Aquiles Vergara Vicuña; los he tomado, porque ellos me trajeron a la memoria muchos actos que había olvidado. La presente obra no aspira a ser un trabajo de literatura. Es un diario de guerra, escrito por un soldado modesto, que no anhela otra cosa que dar a conocer una etapa gloriosa de las actuaciones de nuestros soldados, oficiales y jefes a quienes el destino señaló actuar en el REDUCTO DEL FORTÍN BOQUERÓN. Y si lo doy a publicidad, no es mi deseo, sino la voluntad de la Federación Departamental de Ex Combatientes de Oruro, quienes me ordenaron en asamblea darlo a conocer por intermedio del diario “La Patria” de la ciudad de Oruro, con motivo del Mes del Sitio de Boquerón. Sea en buena hora; porque de esta manera, he levantado el espíritu deprimido de los ex combatientes de la Guerra del Chaco, y, porque de esta manera han conocido las generaciones presentes, y conocerán las que vienen, la página más gloriosa escrita de un puñado de valientes, allí en la Guerra del Chaco. Muchas veces se oye o se lee en carteles, periódicos, o en los labios de los mismos ex combatientes las palabras “Boquerón”, “Alihuatá”, “Kilómetro 7”, etc., sin saber qué significan aquellos nombres, sin que se den cuenta qué representan éstos; sonando de esta manera en los oídos de los jóvenes de hoy como una cosa hueca, sin importancia… Pero ahora lector: lee el presente libro, porque él representa el himno sacro a la heroicidad de nuestros soldados que lucharon en las candentes arenas del Chaco para salvar de la codicia de un país vecino nuestros yacimientos petrolíferos del Sudeste, en cuya defensa se inmolaron más de 50.000 bolivianos... Todos, por salvar la dignidad de la Patria y sus sacros intereses. Por esta razón, he puesto en el presente trabajo, todo mi empeño y esfuerzo; pero si encuentras defectos o errores de dicción, no critiques, ya que mi intención es hacer una obra de carácter cívico. Al leer esta obra, no sólo debes pensar en los que actuaron en Boquerón; sino, en todos los ex combatientes delChaco; ya que todos ellos se sacrificaron por igual y casi en las mismas condiciones. Estos sufrieron en mayor o menor grado las

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BOQUERÓN

La obra BOQUERÓN, de Antonio Arzabe Reque, a diferencia de algunas escritas sobre la Campaña del Chaco, tiene el gran mérito de haber sido creada por un actor auténtico de la guerra, el que dentro del ambiente que le rodeó, ha logrado captar las realidades de las varias acciones que conformaron la Defensa de Boquerón. ANTONIO ARZABE REQUE, soldado raso del Regimiento “Campos” 6 de Infantería, ha vivido junto con sus camaradas las horas angustiosas del famoso “cerco”. Psicólogo y de espíritu reposado, interpreta fielmente las distintas reacciones de los diferentes combatientes en los momentos intensos de lucha, en las horas de exacerbante calma, haciendo vivir el cuadro real al lector. Sus palabras, expresadas en forma sencilla, sus razonamientos y críticas se ajustan a la realidad. Es la narración ordenada de lo que ve y siente un soldado que por su jerarquía no puede penetrar al pensamiento, concepción y decisiones de los Comandos; pero, sin embargo, a través de las órdenes y pequeñas acciones interpreta el espíritu de los Jefes. BOQUERON antes de ser impresa, fue sometida a la opinión pública en forma de ensayos, conferencias, difundida fraccionariamente por las radioemisoras de Oruro y en alguna ocasión radioteatralizada, habiendo tenido buena acogida por la crítica. No dudo que por su estilo claro, la descripción cruda y real, la fe en el patriotismo y rendimiento del soldado boliviano sea una obra bien aceptada por los círculos intelectuales del país. El autor, con extremada paciencia, ha ido compilando día a día en plena guerra, los acontecimientos que sucedían a su alrededor. Su Diario de Campaña, base de la presente obra, fue escrito en los intervalos de la lucha cuerpo a cuerpo, en los instantes de calor abrasador que enmudecía las ametralladoras o robando a su sueño los momentos más preciosos. Gustará el lector del intenso drama y vivirá intensamente las minutos de excelso heroísmo de la defensa de Boquerón. Tcnl. DEM. Augusto Ríos R.

ANTONIO ARZABE REQUE BOQUERÓN

DIARIO DE CAMPAÑA Mes del sitio del glorioso reducto chaqueño

EDITORIAL UNIVERSITARIA

ORURO - BOLIVIA 1961

Homenaje a todos los caídos en la Campaña del Chaco y a los que aún sobreviven a aquella hecatom be nacional.

EL AUTOR

A MANERA DE PROLOGO Querido lector: Pongo en tus manos, una obra nacida en gran parte, en las mismas arenas del Chaco; escrita en los momentos cruciales del combate, y bajo el influjo del dolor y la desesperación. Toda ella siguió la ruta del cautiverio y fue salvada de los actos de requisa a que sometían los inspectores paraguayos en la vida de cautividad. Encontrarás en ella, muchos trozos extractados del libro “Boquerón”, del Mayor Alberto Taborga, y del libro “La Guerra del Chaco”, del Coronel Aquiles Vergara Vicuña; los he tomado, porque ellos me trajeron a la memoria muchos actos que había olvidado. La presente obra no aspira a ser un trabajo de literatura. Es un diario de guerra, escrito por un soldado modesto, que no anhela otra cosa que dar a conocer una etapa gloriosa de las actuaciones de nuestros soldados, oficiales y jefes a quienes el destino señaló actuar en el REDUCTO DEL FORTÍN BOQUERÓN. Y si lo doy a publicidad, no es mi deseo, sino la voluntad de la Federación Departamental de Ex Combatientes de Oruro, quienes me ordenaron en asamblea darlo a conocer por intermedio del diario “La Patria” de la ciudad de Oruro, con motivo del Mes del Sitio de Boquerón. Sea en buena hora; porque de esta manera, he levantado el espíritu deprimido de los ex combatientes de la Guerra del Chaco, y, porque de esta manera han conocido las generaciones presentes, y conocerán las que vienen, la página más gloriosa escrita de un puñado de valientes, allí en la Guerra del Chaco. Muchas veces se oye o se lee en carteles, periódicos, o en los labios de los mismos ex combatientes las palabras “Boquerón”, “Alihuatá”, “Kilómetro 7”, etc., sin saber qué significan aquellos nombres, sin que se den cuenta qué representan éstos; sonando de esta manera en los oídos de los jóvenes de hoy como una cosa hueca, sin importancia… Pero ahora lector: lee el presente libro, porque él representa el himno sacro a la heroicidad de nuestros soldados que lucharon en las candentes arenas del Chaco para salvar de la codicia de un país vecino nuestros yacimientos petrolíferos del Sudeste, en cuya defensa se inmolaron más de 50.000 bolivianos... Todos, por salvar la dignidad de la Patria y sus sacros intereses. Por esta razón, he puesto en el presente trabajo, todo mi empeño y esfuerzo; pero si encuentras defectos o errores de dicción, no critiques, ya que mi intención es hacer una obra de carácter cívico. Al leer esta obra, no sólo debes pensar en los que actuaron en Boquerón; sino, en todos los ex combatientes delChaco; ya que todos ellos se sacrificaron por igual y casi en las mismas condiciones. Estos sufrieron en mayor o menor grado las

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mismas penalidades de la guerra, las mismas contingencias y es para ellos que se escribe; para cantar los fastos heroicos desde Boquerón a Villa Montes. Nada tiene de bello; porque los actos inhumanos que se desarrollan en toda guerra, carecen de la belleza que tienen los actos que suceden en un ambiente de paz y de trabajo. Por esto querido lector, lee el presente libro con la sana intención de prometerte a ti y a la humanidad, de laborar siempre por la conservación del orden, del trabajo y la paz de los hombres en este mundo llena de horrores y de lágrimas.

EL AUTOR

ANTECEDENTES DE LA GRAN BATALLA DEL FORTÍN BOQUERÓN Junio, Julio y Agosto de 1932. Estos meses han sido de grandes acontecimientos en la vida relativamente tranquila del Chaco; a pesar de que, siempre han existido emboscadas de patrullas o la caza de centinelas, en los que morían o resultaban bajas de parte de los paraguayos y bolivianos, cuyos nombres han servido para denominar los puestos avanzados o los fortines que resguardan contra posibles sorpresas del enemigo. Después, todo era monotonía. Los días pasaban dentro de la modorra y el fastidio del calor y los mosquitos. Sólo en los fortines donde habían mujeres, éstas se entregaban a la tarea de tejer intrigas entre la oficialidad joven, las mismas que ocasionaban, rencillas, celos y, por qué no decirlo, hasta uno que otro duelo, que nunca se llevaba a efecto “por culpa de los padrinos... “, que siempre sabían subsanar el honor mancillado. JUNIO... Se descubre la existencia de tropas paraguayas en Laguna Chuquisaca. Se comisiona al Mayor Oscar Moscoso Gutiérrez para ocupar el lado occidental de dicho lago; pero la orden no tiene un límite y la indiscreción de un joven militar arrastra a la Patria dentro de la hoguera de la guerra, donde se desangrará la Nación Boliviana por espacio de tres años y en la que ofrendarán su vida más de 50.000 ciudadanos. A las acciones de Laguna Chuquisaca, continúan otras, aumentando estas en volumen e importancia; tales son: la toma por tropas bolivianas de Corrales, Toledo, Huijay, y por último, la del Fortín Boquerón, el 28 de julio de 1932. Es aquí donde encontramos a nuestras tropas ocupando el fortín; ya no se mueven; sólo en otros lugares se producen otras “ocupaciones” de fortines paraguayos. Luego viene un cese de actividades. Están satisfechos los bolivianos con las “victorias” de sus armas, esperando de esta manera dar un escarmiento a las fuerzas paraguayas del que la diplomacia boliviana querría sacar ventaja; pero... las fuerzas enemigas tan solo han hecho un repliegue. En La Paz, la voz de las multitudes grita “Hasta Asunción! “. Salamanca, por su parte, se dirige al pueblo y arenga: “Pisemos fuerte en el Chaco”, sin pensar que el Chaco está guarnecido por un miserable ejército, casi sin armas, sin municiones, sin un elemental sistema de aprovisionamiento. Sin embargo, se piensa seguir adelante. Es decir, hacia el fortín paraguayo Isla Poí, lugar donde las fuerzas paraguayas se han replegado y donde seguramente tienen un sistema de fortificaciones bien organizado, con un ferrocarril a sus puertas, caminos bien trazados y trabajados. Allí sería la tumba de nuestro ejército; mientras nuestra retaguardia quedaría totalmente desguarnecida, porque somos pocos. Y esto lo saben muy bien nuestros generales; pero, nosotros los soldados no tenernos derecho a hacer consideraciones... Primeros días de septiembre de 1932. El general Quintanilla da parte de algunas novedades ocurridas en el Chaco Boreal: “...Fuerte patrulla destacada de Arce para verificar supuesto abandono Fortín Rojas Silva, constató hallarse ocupado por una sección o una compañía (paraguaya)...“ “...Regimiento 14 viajó sin armamento ni munición, los que proveyéronse Batallón Lairana...“ “...resto esperará sus armas” (que debían llegar recién de La Paz)... Mientras tanto, ¿qué ocurría allí, en el reducto que ocupaban 430 soldados en Boquerón? Hace ya más o menos un mes que este fortín paraguayo está en nuestro poder. Ha costado sangre su captura; varias vidas se han inmolado en sus trágicas sendas; el coronel Luis Aguirre y 16 soldados son muertos y muchos los heridos. Se hacen preparativos para un nuevo avance hacia Isla Poí. Pero tenemos noticias que existen tropas enemigas diseminadas en las picadas que conducen a dicho fortín. Lo hemos constatado porque una patrulla nuestra ha sido aniquilada. Los sobrevivientes nos indican que en el trayecto no existe agua. Nosotros no tenemos ni un carro aguatero que nos provea de este elemento tan necesario para nuestras ametralladoras pesadas y para el sustento de la tropa combatiente sobre una marcha de cuarenta kilómetros, con un sol que calcina, que quema y sofoca... Y más aún, somos tan pocos... ¡Qué difícil se presenta poder amagar al fortín paraguayo Isla Poi...! Dentro el Reducto de Boquerón. Se escucha dentro el monte, el ruido seco de los golpes del hacha, cavar de zanjas, órdenes de los superiores que indican mayor vigilancia hacia el enemigo. Los “pahuichis” (habitaciones subterráneas o a ras de tierra) del comandante y del puesto sanitario, ya han sido construidos. Lo mismo los de comandos de compañías... Sólo allá en la linde del monte, se mueven sombras... Son las patrullas que recorren silenciosas, escrutando la selva, alertas a cualquier ruido de la maraña. Las sendas también son motivo de reconocimiento. Esta mañana sobrevoló un avión boliviano; dejó caer un parte y en él nos comunicaba que hay movimiento de tropas paraguayas sobre el camino que conduce a Isla Poí... Parece que son ellos los que tomarán la iniciativa del ataque. El coronel Marzana, comandante del reducto, ha enviado un parte al coronel Peña.

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Todos los soldados viven momentos de verdadera tensión nerviosa. Nadie abandona su fusil, comen, duermen y van a todo lugar con el fusil debajo del brazo. “La inminencia del peligro nos une fraternalmente a oficiales y soldados...“ “... los rastros de los satinadores paraguayos van haciéndose más notorios y frecuentes”... “Hace días el subteniente Humberto Núñez del Prado regresó de un reconocimiento a Pozo Valencia”. ¿Qué trajo? Dos soldados heridos; uno de ellos, el soldado Alvarado. Parece que lo veo..., tiene la mandíbula destrozada, la lengua partida. Es difícil curarlo; ¡es terrible! ...la cara destrozada presenta un cuadro dantesco. Sangre que le sale a borbotones... imposible hacerla parar. Su agonía ha empezado... Ha perdido tanta sangre, que pronto muere... Otra fosa que se abre dentro del fortín. Un defensor menos y varios que se van a retaguardia a restañar sus heridas... Pero, el monte impasible sigue guardando su incógnita hasta muy pronto. Sólo los animales dan la nota típica con sus estridentes y lúgubres gritos. El espíritu de la guerra prepara sus fauces, para tragarnos, para triturarnos dentro de sus descarnados miembros... ¡Es la letanía de la Muerte que se avecina! Les oficiales, mientras tanto van comentando: “Si nosotros constituimos la vanguardia hacia el enemigo, si somos punta de lanza de la conquista, si debemos llegar los primeros a las márgenes del Río Paraguay, ¿cómo es que no tenemos cañones, fusiles, municiones, víveres, agua, zapatos, una elemental estación de radio, o un destartalado camión aguatero? ¿Serán los estadistas y los generales unos dementes irresponsables…” 7 de Septiembre de 1932. Hoy ha amanecido con una claridad primaveral. El límpido cielo chaqueño da su señal de que tendremos un día caluroso. No hay noticias de que el comando haya resuelto atacar al fortín Isla Poí. Jefes y oficiales se reúnen en el puesto de Comando; no sabemos de qué han tratado. A las tres de la tarde, tres camiones llegan al fortín conduciendo víveres, municiones y soldados. Más o menos a las tres y cuarenta y cinco minutos se oye ruido de motores hacia el lado boliviano. Son aviones nuestros, que se dirigen hacia Isla Poí. Han pasado varios minutos, cuando de pronto se escucha la explosión de varias bombas que han dejado caer en el fortín paraguayo. Al retornar, dejan caer dentro de Boquerón, una bolsa que contiene cartas y periódicos. Nuestros puestos de avanzada, distantes a siete kilómetros de Boquerón, tienen la misión de dar parte telefónico cada hora. Entre los partes arrojados por el avión, existe uno en el que nos indica que tropas paraguayas avanzan por los dos caminos que conducen a ese fortín. Asimismo nos indican que tengamos cuidado y reforcemos nuestra vigilancia. Noticias de La Paz: “La alta sociedad, se afana en dar los últimos toques a un gran baile de fantasía. ¡Se trata de seleccionar a las bellezas departamentales!” El general Lanza desde su sector, ha enviado el siguiente parte: “Servicio de retaguardia no colabora. Escasez de gasolina es desesperante, insinúo conminarse se recuerde existencia Tercera División que sirve a la Patria y no intereses particulares. (Fdo.) Gral. Lanza.” Los soldados y oficiales se reúnen en grupos para comentar: —Ahora parece que la cosa es seria— dice un soldado, y continúa: —Los pilas se nos vienen encima. —Hubiese deseado que nos den un poco de tiempo más, para arreglar nuestras posiciones —replica otro— ya que se adelantaron a nosotros, no hay más que recibirlos dignamente; que no digan que somos flojos en la guerra y que nos dormimos en el fortín que nos han cedido. Mientras tanto, en las trincheras, los soldados se mueven como hormigas de un lado a otro, reforzando parapetos, construyendo troneras, despejando el campo de tiro y haciendo cálculos de distancias. Ha sonado el teléfono del puesto avanzado. Es el cabo que comanda el grupo. Es una llamada urgente. El telefonista corre a buscar al coronel Marzana, quien viene acompañado del teniente Taborga y varios oficiales. Entre ellos se encuentra el coronel Cuenca. Estos se reúnen alrededor del teléfono. Habla desde el otro lado el cabo: —Aló, ¿con quién? —Con el Comandante del Destacamento coronel Marzana, —responde la voz viril del jefe del reducto. —Mi coronel, desde este puesto estamos viendo que los pilas avanzan; esperamos sus órdenes. —¿A qué distancia están? —pregunta Marzana. —Más o menos a mil metros, mi Comandante. —Bien, esperen a que se encuentren cerca, entren en posición, no se delaten y cuando tengan sus blancos asegurados y bien distribuidos, hagan fuego. No desperdicien la munición. Me dará parte de todo; mejor si deja el teléfono sin colgar. Aquí estaré para saber. Siga observando. Los oficiales que estaban cerca del coronel, estaban callados. Tan sólo las miradas se buscaban, como diciéndose: ¡Ahora es verdad... La guerra comienza...; pero será terrible, sangrienta y hasta el fin… Nuevamente se escucha la voz del cabo que dice: —Mi coronel, están a quinientos metros. Son muchos, vienen en filas a ambos lados del camino. Hay tres hombres que vienen detrás, parecen oficiales, mis soldados están apuntando sus armas... esperan mis órdenes para disparar, he ordenado que nadie hable. Mis soldados tienen órdenes de no moverse de sus puestos, mientras podamos resistir. —Bien, cabo, —-replica Marzana— conserven su serenidad y calma y, cuando vean que ya es imposible continuar, se retirarán sin dejar armas y recogiendo el teléfono. Deben retirarse en todo orden. Ahora siga observando. —Atrás vienen como doscientos soldados en columnas; sus uniformes son verdes, usan sombrero en lugar de gorra... Están a doscientos metros. Avanzan rápido. Ahora lo dejo mi coronel, ya están próximos; dejo el teléfono para que escuche mis órdenes a los soldados, le hablaré dentro de un momento...

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La proximidad de las tropas paraguayas, ha enmudecido a los oficiales que rodean el teléfono. Esta noticia ha corrido como reguero de pólvora, toda la tropa que está en las trincheras ya sabe. En unos, la noticia ha causado alegría, en otros, los ha sumido en reflexiones tristes. Están meditabundos; se ve que luchan interiormente con ese fantasma del miedo a lo desconocido, porque muchos recibirán su bautismo de fuego, y para ellos es terrible la situación. Las tropas del cabo están listas para hacer fuego de sorpresa, mientras las tropas paraguayas siguen avanzando por la carretera con la precaución que el peligro entraña; pero, sin saber de dónde recibirán la sorpresa. El teléfono dejado por el cabo permite oír lo que habla: —Ya están más cerca, están a ciento cincuenta metros... Están a cien... a cincuenta... Y de pronto se escucha la voz del cabo: —¡Fuegooo! El aire se llena de un sordo tronar de fusilería, la ametralladora lanza al espacio su carcajada de muerte y desolación. El monte multiplica el ruido de los disparos. Los corazones de los oficiales reunidos alrededor de Marzana que permanece impasible, parecen que van a saltar. El traquido de las detonaciones continúa. La sorpresa ha causado sus efectos. El cabo habla: —Mi coronel, muchos han caído. La línea se ha deshecho... Ahora los sobrevivientes se han metido dentro del bosque. Disparan, pero no saben dónde nos encontramos. Mis soldados siguen disparando, hay muchas bajas en el camino. La demás tropa se protege dentro del monte. Hay gritería de los pilas. Muchos están heridos y se arrastran buscando el monte. Espero sus órdenes mi coronel. —Siga sosteniéndose un momento más, observe sus movimientos. ¿No tiene heridos? —No, mi coronel. Siento ruido de pisadas a mi derecha... Un momento... Aquí se escucha varios disparos. Era que un pila se había aproximado demasiado al puesto y allí dejó de existir. Su cuerpo acribillado de balazos a quemarropa se desplomó inerte sin lanzar ni un ¡ay! de dolor... —Mi coronel, parece que nos están rodeando, me retiro—. Fue la voz del cabo, que luego desapareció. Sólo se escuchó allí, a los siete kilómetros, el estruendo de los disparos que pasaban o llegaban hasta el fortín como latigazos... Los soldaditos del puesto avanzado se retiraban después de haber cumplido con su deber... Los oficiales cabizbajos, también se retiraban cada uno a sus puestos de combate. La alarma ha cundido dentro del fortín y, tanto oficiales como soldados, están listos para repeler el ataque enemigo. Han pasado dos horas; los soldados del puesto avanzado fueron llegando poco a poco. No hubo bajas de parte de los nuestros... ¡Buena la misión cumplida...! Al anochecer ha llegado otro grupo de soldados que se encontraban en el fortín Arce; son soldados del Regimiento Lanza, de caballería. Cada uno busca su posición dentro las fortificaciones del reducto. Pronto la noche cae, y con él, el monte se viste con su negro manto. Los grillos y los sapos dan comienzo a su monótono cantar... ¡Música triste y lúgubre que enerva los sentidos...! ¡Música que nos habla de los abismos tenebrosos de la Muerte que ronda en la oscuridad de los bosques circundantes al fortín... Se ha prohibido fumar o encender fuego..., el silencio es sepulcral. La vista y el oído se multiplican en su función avizora, queriendo rasgar la oscuridad de la noche para desentrañar los misterios que encierra la selva. La noticia de que el enemigo se encuentra cercano, ha hecho que nuestro sueño sea ligero, sobresaltado... Tememos que el enemigo nos sorprenda durante nuestro sueño y nos pase a degüello... ¡Miedo...! ¡Miedo de morir sin defenderse... ¡Pocos son los soldados que conocen a los soldados paraguayos! Y nosotros para ellos debemos ser seres extraños. Talvez nos consideran con plumas o... ¡qué se yo!; pero sí, sabemos que vienen a matar y que son nuestros enemigos... ¡Nada ya hay que hacer! Los acontecimientos se apresuran y no se dejarán esperar. Ha prohibido el coronel que los soldados se alejen de sus trincheras. Deben permanecer en sus puestos en constante vigilancia. Los centinelas tienen mucho cuidado de dar una falsa alarma; mientras tanto sus compañeros descansan de las emociones del día. A las diez de la noche se escuchan varios disparos, son las patrullas adelantadas que han chocado con las patrullas paraguayas que ya están en las proximidades del fortín. Luego... el silencio, un silencio que mata, que aterra nuestras almas. El coronel Marzana redacta el parte que debe ser transmitido a Muñoz. Este es enviado al telefonista. Inmediatamente se siente la voz melosa que va dictando palabra por palabra. ¡Qué lejos nos encontrarnos de nuestras tropas! Nuestra retaguardia está protegida por pocos hombres. Se dice que son pocos, porque no alcanzan a doscientos hombres en Arce y Saavedra y unos cincuenta en Castillo. Y, están tan lejos, a seis leguas de Boquerón y una a Castillo. Mientras tanto, los pilas ya están frente a nuestras posiciones buscando los lados débiles de nuestro atrincheramiento. ¡Sabe Dios, lo que será mañana de nosotros...! Nuestras plegarias al Cielo se elevan sinceras; cada uno hace una rememoración de su vida pasada, porque cerca ronda la Muerte... 8 de septiembre de 1932. Ha pasado una noche tenebrosa. Los ánimos deprimidos ante el temor de un ataque de las tropas paraguayas a nuestras posiciones. Se percibe un ruido intenso de camiones. Es la señal inequívoca de aproximación del enemigo. Nuestro jefe elevó el parte respectivo al Comando de Muñoz. La respuesta no se deja esperar.

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“—Es necesario dominar el miedo”. Nos apresuramos a limpiar la maleza que rodea los parapetos. Las distancias de tiro están calculadas. Talamos callejones profundos en la maraña, por donde tendrán que avanzar obligadamente los “pilas”... “El enemigo avanza rápida y simultáneamente a lo largo de la Recta de Isla Poí - Boquerón, otra por el camino de Pozo Valencia. Son grandes masas de gente. No se cuidan de hacer ruido. No sospechábamos que los paraguayos planearan una ofensiva de grandes proporciones. Presentimos la derrota antes de comenzada la batalla decisiva.” La situación se torna más comprometida. Nos sentimos solos. No podremos resistir la avalancha. “Reunidos los oficiales alrededor del fuego, masticamos hojas de coca mezcladas con azúcar. Esto aquieta los nervios. ¿Es misión de cobertura la que nos está señalada? ¿Dónde está el grueso de nuestras fuerzas principales? Pienso y deduzco. Plaza sitiada, plaza tomada...” (My. Taborga) Las sendas que conducen a Castillo, Ramírez y Puesto 14, son patrulladas constantemente, porque hay peligro de que se nos corte de un momento a otro. Las patrullas que rondaban en la noche, han vuelto al fortín. Nadie se mueve de las trincheras. El puesto de sanidad y de primeros auxilios con su personal e instrumental, preparado para la atención de heridos. Se ha dado a conocer que tenemos muy pocas drogas, insuficientes para una acción de grandes proporciones. La contestación de la Sanidad de Arce es: “Los heridos deben ser evacuados a Arce”... Se ha confirmado nuestra situación “DEBEMOS DEFENDERNOS EN NUESTRAS POSICIONES, SIN ABANDONARLAS BAJO NINGÚN PRETEXTO” La pieza de artillería ha tomado posición frente al camino Boquerón - Isla Poí. Han sido nombrados los estafetas para proveer la munición, El ruido de los camiones pilas no ha cesado un momento. Parece que van concentrando gran cantidad de tropas frente a Boquerón. Los disparos aislados han sido intermitentes. Las dos de la tarde. Los primeros disparos de artillería pesada. Pasan muy alto o por encimas de nuestras cabezas; es un disparo cada media hora. Hasta este momento no hay heridos. Nuestros soldados tienen orden de disparar, siempre que vean blancos o sea al enemigo real; no se debe disparar al azar. En vista de que los disparos de artillería son peligrosos, los soldados construyen posiciones contra estas armas. El estruendo que producen las explosiones de los proyectiles de cañón, casi no les tememos, porque ellos explotan detrás de nuestras posiciones; pero, parecen disparos de sondeo; pues, las explosiones van acercándose poco a poco a nuestras posiciones. Algunos han caído dentro del fortín pero no causan gran efecto material. Son las seis de la tarde. El combate se ha generalizado en el sector noreste, entre las picadas Antigua y Nueva a Isla Poí. Es un ensordecedor traqueteo de disparos. Los proyectiles vienen a converger al centro del fortín. Llegan los primeros heridos, uno de ellos tiene un disparo en el pecho. El proyectil le ha atravesado el pulmón derecho, respira con dificultad y el aire hace que la herida se abra y se cierre como la boca de un fuelle viejo. Otro de los heridos tiene el brazo colgando, apenas le sostienen algunas fibras nerviosas; la sangre corre por la blusa de kaki, que también está destrozada; inmediatamente los cirujanos han amputado aquel brazo ya inutilizado. No ha sido necesario anestesiar, el dolor era tan intenso, que ni siquiera sintió la amputación. Otros heridos han sido atendidos, aunque no todos de gravedad. ¡Apenas dos agujeros en la pierna o en el brazo! Estos, pronto estarán empuñando de nuevo sus fusiles... Total, cinco heridos... ¿Muertos?... Hasta este momento nada más que uno... Los paraguayos también han debido tener su parte porque se ha escuchado ayes de dolor. Los coroneles Marzana y Cuenca están en conferencia; parece que el ataque ha sido a la tropa del sector del Subcomandante, y por esto ha venido a darle el respectivo parte. Pronto la noche viene; pero, el fuego de artillería continúa cada cuarto de hora. No deja descansar, ni cerrar los ojos. Parece que se prepara un ataque para mañana y quiere el enemigo que nos aniquilemos... Nadie duerme. Septiembre 9 de 1932. Las cuatro de la madrugada. Ante la presión de las avanzadas enemigas se han replegado nuestros puestos adelantados. Estamos listos. Va despejándose la niebla. Nuestros dientes castañetean y es imposible domeñar el temblor de las piernas... Las cinco de la mañana. La artillería rompe el fuego, le acompañan los morteros, iniciando así la lucha... Se oye un griterío feroz, los “pilas” se esfuerzan en amedrentarnos, quieren aparentar con sus alaridos mayor número del que realmente deben contar. Suenan las bandas de música “Campamento” y “Cerro Corá”, son las polcas épicas paraguayas las que más les enardecen. Los proyectiles 105 vienen con un ruido peculiar, como si estuvieran envueltos en papel de seda. Las explosiones son desmoralizadoras. Dan la impresión de oír un piano que cae sobre un tablado. “Las ocho. Se inicia el ataque frontal. De la orilla del monte que queda a mi frente surgen tropas a caballo. En el flanco izquierdo ya se ha comprometido el combate. Observo: dos escuadrones que progresan por el ancho pajonal, sin precaución alguna, sin intervalos, marchando al trote. Con gritos y hurras, nos desafían. Sus risotadas nos son claramente perceptibles. Se acercan. Tenemos orden de vigilar estrictamente el empleo de la munición. No debe dispararse sino a distancias mínimas. Nuestros soldados contemplan absortos, más con curiosidad que con temor las maniobras de la caballería enemiga. A los seiscientos metros inician los escuadrones su asalto al galope. Chillan como vaqueros que arrean ganado. Minutos anhelantes... “Añamembuí... Aña-ra-copeguaré... bolís... ¡Viva el Paraguay!... — oímos por primera vez el grito de guerra”. “Faltan contados segundos para que rebasen los cuatrocientos metros que tenemos marcados en el terreno. Los dedos se aferran nerviosamente a la garganta de los fusiles y ametralladoras... ¡Ya! Doy la señal con un pitazo... Vomitan las pesadas. Se sacuden las livianas. No cesa la fusilería. Hierve por fin el caldero de la guerra. ¡Espesa humareda se levanta al frente... Se despeja. Diez minutos ha durado el primer amago. El R.C.2 “Coronel Toledo” ha sido desbaratado en su primer intento.

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Sólo quedan caballos sin jinetes galopando por el campo, sus relinchos parecen pedir “alto el fuego”. El rechazo ha sido fulminante. Ayes, lamentos y clamor de heridos... “Dura y aleccionadora experiencia para la caballería enemiga. Ha sido obligada a desmontar sin voz de mando. “Al fragor sigue la apacible calma. Nos abrazamos frenéticamente con alegría criminal... Nuestros soldados salen de sus madrigueras para recoger municiones, equipos y bolsas de víveres de los muertos paraguayos. Probamos el gusto desabrido de la clásica galleta paraguaya. Fumamos “charutos” de tabaco fuerte. Nos aprovisionamos de yerba mate. “A mi izquierda, Dávila, Guzmán e Inofuentes, tienen aferrado al enemigo, en la parte de nuestras trincheras que los paraguayos han bautizado con el nombre de “Punta Brava”. Ellos han sufrido muchas bajas. Yo apenas cuento cuatro heridos. Frente a la “Punta Brava” han caído en el primer asalto los mayores paraguayos Rivas Ortellado y Melgarejo, Comandantes de Batallón de los Regimientos “Corrales” y “Curupaytí”, respectivamente. “A las quince horas, se reinicia el ataque. La preparación de la artillería ha durado dos horas y media. Entra en pleno la 1ª División paraguaya comandada por el mayor Carlos G. Fernández. Está integrada por los regimientos “Mongelós”, “Corrales”, “Curupaytí” y “Coronel Toledo”. Atacan por oladas. Parecen estar decididos a la acción final. Se oye “¡calar yataganes!”. “Nuestros tiradores no se dan tregua. Matan hombre por hombre. Los paraguayos casi no atinan con el blanco. Son tropas bisoñas. Sus proyectiles pasan muy alto. Carnicería feroz aniquila sus filas.. .“ (Del libro “Boquerón” del My. Taborga) Si bien ha cesado el fuego de ambas partes, no así la artillería. Cada dos minutos cae una granada. Imposible descansar. Nuestros oídos nos zumban, y nuestros nervios están destrozados después de cinco horas de continuo batallar. Han caído nueve muertos y más de veintitrés heridos. Da horror ver los destrozos que ha ocasionado la metralla. Cráneos destrozados, vísceras vaciadas, piernas y brazos hechos añicos, montón de carne y huesos sanguinolentos, sin forma humana posible. La curación de los heridos si bien ha sido inmediata, muchos de ellos presentan serios cuidados por su estado. Los lamentos de los heridos pueden ocasionar que la artillería dirija sus disparos con mayor precisión hacia el puesto de sanidad que se tiene instalado y protegido con adobes; por esta razón se tapan las bocas con trapos para que sus gritos no llamen la atención. Hoy han aumentado nuestros efectivos. Han llegado como refuerzos 120 soldados comandados por el capitán Tomás Manchego. Las oscuras sombras de los soldados se mueven dentro del monte del fortín como fantasmas. Ahora parece que las tropas paraguayas se desplazan hacia nuestra retaguardia... La tenaza de la Muerte ha empezado a cerrarse... No pudieron contra nuestras armas y buscan cortar nuestro sector de aprovisionamiento. Es aproximadamente la media noche. No hay comunicación telefónica. Las patrullas paraguayas han rebasado nuestra retaguardia destruyendo la línea telefónica que nos unía con Yucra y Ramírez. Estamos aislados... El coronel Marzana envía patrullas de contacto hacia los puestos de retaguardia. Ellos no vuelven y esto hace ver que las tropas paraguayas ya están detrás de nuestras líneas. En toda la noche no han cesado los disparos de la artillería y los morteros. Los árboles del fortín han ido cayendo uno a uno o desgajándose sus ramas. Parece que una manada de elefantes hubiese pasado por el bosque dejando árboles tronchados. Hay decenas de hoyos dejados por las explosiones de los proyectiles 105. El puesto sanitario ha trabajado constantemente toda la noche. Los cirujanos Alberto Torrico y Eduardo Brito hacen proezas para poder salvar la vida de los heridos; pero las drogas, vendas, algodón y gasa van escaseando. Se recurre a los paquetes individuales de los soldados. Mientras tanto, en el puesto de comando, Marzana da órdenes y más órdenes según las circunstancias. A las once de la noche han llevado hasta las trincheras algo de comer. Mote mal cocido, es ya algo que llenará el estómago... Los heridos piden agua, y se tiene que enviar a los camilleros hasta el pozo de donde se tiene que sacarla con piolas. Parece que el enemigo quiere cortarnos este elemento; pues, los disparos de morteros son dirigidos a este lugar, lo que hace casi imposible abastecernos. El tráfico de camiones en el sector paraguayo ha ido en aumento. Parece que reciben más refuerzos. Mientras, los nuestros rendidos por el cansancio y el continuo martillar de los morteros y el fuego de artillería, no pueden conciliar el sueño. Algunos soldados han salido de sus posiciones a proveerse de algo que comer. Muchos han tenido suerte, pues regresaron con galletas, carne en conserva, cigarros y agua en hermosas caramañolas; es que los “pilas” están bien provistos. El campo donde se ha librado el combate durante el día, está prácticamente sembrado de cadáveres paraguayos. .. ¡Hoy les fue muy mal...! Septiembre 10 de 1932. La claridad del nuevo día ha comenzado con el tronar de los morteros y los disparos de cañón, que caen dentro del fortín con gran estruendo. Nuestra única pieza de artillería, un 75, ha sido destruida. El teniente Calero que comandaba dicha pieza se encontraba más o menos a veinte pasos; de un momento a otro, se oye en el espacio un ruido como el silbar de un ave y de pronto se escucha la explosión... Fragmentos metálicos y un rayo de luz rasga el espacio y con ellos, seis sirvientes de la pieza volaron... El teniente Calero se había salvado milagrosamente... Pálido como una cera se incorporó y buscó refugio en un hoyo. Los restos de aquellos muchachos, fueron recogidos trabajosamente y luego depositados en una fosa, que los camilleros ya tenían lista para posibles bajas de aquel día. Nuevamente se reinicia la batalla con todo furor. Morteros, cañones, ametralladoras y fusilería entonan su canción apocalíptica. ¡Boquerón arde! ¡Boquerón está convertida en ruinas! ¡Esta batalla no cesa y parece que nunca terminará!

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Los paraguayos, por tomar el fortín, en forma desesperada, no escatiman sus vidas. Hay por lo menos unos mil quinientos cadáveres que cubren con sus cuerpos y su sangre las proximidades de las trincheras bolivianas. La atmósfera se satura con el mal olor de los cadáveres. Numerosos buitres revolotean en el cielo de Boquerón. A las doce del día, ha calmado el fuego; se juzga que quisieron tomar un momento de reposo para escuchar otro combate, lejano, en dirección al puesto boliviano Lara. Es que allí se han encontrado dos fuertes patrullas, que en su desesperación tuvieron que acudir a las bayonetas. ¡Lucha terrible!... donde la agilidad y la destreza se impusieron; trece muertos paraguayos y dos bolivianos. Sus cuerpos quedaron en el campo sin que les cubra ni un poco de tierra. Un refuerzo paraguayo hizo que los bolivianos abandonasen rápidamente aquel lugar donde cayó prisionero el sargento Alberto Cuadros, por algunos minutos. Pocos momentos después, había sido puesto en libertad, ¿cómo?... con los ojos vaciados... Tuvieron que rematarlo. El sargento Sustach dio el parte respectivo. Apenas la patrulla se reintegró dentro del fortín, nuevamente se reinicia la furia del combate. Se oyen disparos y tableteo de ametralladoras en dirección al puesto Yucra, donde se libra otra batalla sangrienta con las tropas que quieren auxiliar a las de Boquerón. Esta batalla nos da a conocer que estamos cercados. El enemigo nos ha rodeado con un anillo de fuego cuyos disparos que pasan alto llegan a las posiciones contrarias de nuestras mismas fuerzas... No sabemos si protegernos de las balas que vienen del frente o de las de retaguardia. ¡La muerte viene por delante y también por detrás!... Ahora, el fuego de artillería paraguaya es dirigido a los defensores de Yucra. Se siente el silbido característico de los 105, que pasan a gran altura y van a explotar a tres kilómetros de nuestras trincheras. Es que quieren batir las posiciones y destruir el avance de los refuerzos que vienen de Yucra. El tableteo de las ametralladoras es incesante: ¡Cómo debe ser la desesperación de nuestros compañeros por romper aquel cerco de fuego y metralla! Vano empeño. Después de dos horas de lucha, nuestras tropas han sido diezmadas. El mayor Lairana ha caído prisionero. Muchos muertos... Más de un centenar. Varias compañías destrozadas o en retirada ¡Boquerón sumido en el silencio presagia desesperación y ruina...! No hay artillería boliviana; mientras los paraguayos parece que tuvieran un centenar... ¡Qué desigual se presenta esta guerra! Tropas paraguayas bien equipadas, diestras en el movimiento dentro del bosque, acostumbradas desde su nacimiento al ambiente selvático. Numerosas en efectivas; y, las nuestras...? Casi bisoñas, recién bajadas del Altiplano, con poca instrucción; mal aprovisionadas y mal comandadas por jefes que disimulaban su impericia con falsos partes... Marzana, cuyo valor y sacrificio es puesto a toda prueba, conversa y toma sugerencias de sus oficiales que guardan en él la certidumbre de un hombre firme en sus resoluciones; pero la batalla de Yucra le ha hecho cavilar. La situación crítica en que nos encontramos es desesperante. A los soldados nada se les oculta y sus oficiales les hicieron conocer. De esta manera nace en todos una sola idea: VENCER O SACRIFICARSE HASTA LA ULTIMA INSTANCIA...! ¡ Hasta quemar el último cartucho! Hay algunos que se ofrecen a ir en ayuda de Yucra; pero, la misión ordenada por los generales es “NO ABANDONAR BOQUERÓN, CUESTE LO QUE CUESTE”. Por tanto, seguiremos en nuestros reductos hasta que la Parca nos lleve o rompan el cerco nuestras tropas… ¿Por qué nos han lanzado a la guerra sin haber previsto todas estas deficiencias? ¿Acaso al ser humano no se aprecia desde el punto de vista militar? ¿Qué tiene que ver el aspecto político de un pueblo, para lanzarlo a una guerra que no se la estudió y no se la preparó? “PARAGUAY NOS HA DECLARADO LA GUERRA” es la comunicación que tenemos de La Paz. ¡En qué circunstancias...! El último parte del coronel Marzana es: “...Esta tropa necesita relevarla. Hállase rendida. Sigo manteniéndome firme… Veamos ahora lo que dice el coronel Aquiles Vergara: “…Tres puntos de importancia resaltan de inmediato de este parte. En primer lugar que el coronel Marzana y en general el personal de mando en el fortín, fueron engañados por el ardid paraguayo de simular una retirada, con el objeto visible de atraer al grueso del adversario...” En el sector del teniente Luis Reynolds el enemigo ha aparecido de sorpresa, con tal ímpetu que ha asaltado nuestras posiciones. El momento es desesperante. No hay tiempo que perder. La lucha en ese sector es macabra. Cuerpo a cuerpo, no hay disparos; sólo chocar de cuchillo-bayonetas. El teniente Reynolds, atravesado por un cuchillo, ha dado muerte a un oficial paraguayo de un pistoletazo a quemarropa, pero, allí también cae él y se desangra. Sus soldados siguen defendiendo la trinchera amenazada. Es necesario acudir en ayuda de aquellos muchachos que se acuchillan desesperados. Corren camilleros, cocineros y estafetas a reforzar. Los nuestros ceden palmo a palmo el terreno y a los paraguayos les cuesta la conquista muchas vidas... Se ha formado un grupo de valientes que han dejado sus posiciones y corren hacia aquel lugar al grito de ¡¡Viva Bolivia!!... Empuje feroz; la gritería de los pilas y la de los bolivianos repercuten en la maraña del monte y se confunden unos a otros, hasta que de un momento a otro el pajonal arde... Se ha producido un incendio. Las tropas paraguayas, viéndose entre el fuego de las llamas y el filo de los relucientes cuchillos bolivianos, escapan despavoridas, mientras la fusilería y las ametralladoras las destrozan por retaguardia... Los proyectiles bolivianos buscan los cuerpos de los soldados que huyen hacia el monte... Pocos son los que consiguen salvarse. El pajonal está cubierto de otro centenar de cadáveres... No es posible salir de las posiciones y los heridos paraguayos, mueren desangrándose. Los nuestros presentan varias heridas. Unos tienen hasta tres. Estos son transportados en forma cuidadosa hasta el puesto de socorro. ¡Dios nuestro, qué caro es el precio de nuestro amor a la Patria! ¡Soldados llenos de juventud, llenos de vigor para las faenas de la paz; ahora están tendidos en el campo de combate con la cara hacia el sol y los brazos en cruz, como pidiendo venganza, o clamando el perdón por su osadía... La calma ha vuelto a ser turbada. Ahora se escucha el clamor en todos los frentes. Los paraguayos se han acercado demasiado a nuestras fortificaciones y seguramente creen que el espíritu combativo de nuestras tropas ha decaído o es que ¿se hallan listos para un asalto general…?

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De improviso se escucha veinte cañonazos seguidos, como una pieza de ametralladora. Veinte hoyos dentro del fortín. Ha volado hecho trizas todo el puesto donde se guardaban los pocos víveres que teníamos. El arroz, el azúcar y todo lo demás, se halla desparramado en un radio de treinta metros. Ya nada se puede hacer, la suerte nos abandona. Sin víveres, sin municiones, sin drogas. ¡Oh! es algo que nos enloquece. Y... nuestras tropas de retaguardia sin poder dar un paso hacia nosotros... Dios nos abandona, como nos abandonan nuestros generales... Estamos a merced de nuestros enemigos que echan encima de nuestros cuerpos ya hambrientos, todo el plomo de sus armas; pero, somos fuertes; seguiremos resistiendo... Nuestra misión es no abandonar Boquerón... Seguiremos cumpliendo con el deber... Son las tres de la tarde; se oye el zumbido de motores en el espacio azul del cielo. Son aviones bolivianos, dos biplanos y un Junker. Conocemos nuestros aparatos; un grito de júbilo llena el espacio. Lágrimas amargas corren por los rostros demacrados de los soldados. ¡Es un hálito de la Patria que viene hacia nosotros! Hálito que nos reconforta en medio de nuestras privaciones y de nuestro dolor... ¡La Patria se acuerda de nosotros! No estamos aislados, aún tenemos el aire que nos vincula con los nuestros. Inmediatamente tendemos señales en el suelo. Son lienzos de mosquiteros que forman la letra “M”. “Querernos, necesitamos municiones”, es el significado de aquella letra. Parece que los aviones quisieran leer aquel signo y bajan más de lo normal. Son recibidos por descargas cerradas de ametralladoras y fusiles. Vuelven a tomar altura y desde allí los aviones militares se lanzan en picada, ametrallando los nidos de ametralladoras paraguayas, mientras el otro arroja a las posiciones paraguayas, las bombas de que es portador. Después, nuestros aviones retornan a su base en Arce. No bien se pierden de vista, se oye la lluvia de morterazos que caen dentro del fortín. Semejan miles de cañones que se hubiesen desplomado en el reducto ya destruido. Sólo da a conocer de nuestra existencia, la inusitada defensa de sus hombres. A esta descarga, donde el derroche de munición es asombrosamente grande, le sigue una verdadera tostadera de disparos. Cañones, morteros y ametralladoras vacían constantemente todo el poder de sus bocas de fuego... ¡Boquerón... ¡Boquerón...! ¿Qué suerte la tuya y la de tus defensores? ¡Lucha terrible! ¡Lucha de titanes...! ¿Hasta cuándo podrás resistir este asedio que hace sangrar a tus hijos? La lucha continúa todo el día. Por fin, al anochecer ha decaído el ansia de matar. El aire se satura con él polvo producido por las explosiones de los disparos de la artillería de grueso calibre. Los heridos ya alcanzan a más de ochenta. Más de cincuenta muertos yacen en las fosas abiertas a la rápida... Ya no hay drogas, ni apósitos de campaña. ¡Triste suerte de los que cayeron heridos! La curación de éstos se torna en problema. Aparecen los primeros locos. Uno de ellos, es el sanitario Medina, que, en vez de atender a los heridos, se va a las zonas de peligro, y sin importarle nada, ni los disparos enemigos, sale a campo abierto a despojar a los muertos de sus cigarros, que luego los distribuye entre los heridos con una sonrisa maquiavélica, sonrisa nada normal; luego canta a voz en cuello, canciones que aprendió quien sabe si cuando era niño. Hay un herido del regimiento 14 de Infantería, tiene fracturado el cráneo: éste en su delirio, piensa ver a su mujer y arremete con su fusil con bayoneta, queriendo ensartarle; grita palabras obscenas y se torna furioso. A éste como al sanitario, han tenido que reducirlos a la inmovilidad, con cuerdas y vendas. Los heridos piden agua y como la oscuridad de la noche permite ir a buscarla, se ha encomendado esta misión a varios soldados. Al llegar al pozo, comprueban que en su interior hay tres cadáveres de soldados que en su desesperación habían ido a buscar aquel elemento tan ansiado; pues, el agua del pozo tenia el color del vinagre... Agua con la sangre de bolivianos para apagar la sed devoradora de sus compañeros. Todos los heridos al ver el líquido, quieren abalanzarse; pero sus heridas no les permiten, y piden... suplican: “por favor, un sorbito nada más...“ “¡Agüita mi sargento, por amor a Dios...!” Y la caramañola va pasando de mano en mano, con la consigna de no beber nada más que un sorbo... Muchos quedaron sin tomar. Se vuelve a enviar; pero, el que fue ya no regresó, porque una granada lo partió en pedazos como hace el carnicero con una res. Sus restos fueron encontrados al día siguiente. Tan sólo quedó de su integridad, un brazo con tres caramañolas entre los dedos crispados por la Muerte. Este fue un Mamani o un Choque que cayó por dar agua a sus compañeros! El silencio de la noche nos es sugestivo... ¿Qué hacen ahora los paraguayos? Esta calma parece a la que precede a una tempestad, en la que caerán dentro del reducto, todos los elementos de una verdadera concatenación apocalíptica, donde seiscientos soldados viven momentos de sacrificio, como holocausto a los dioses de la guerra. SEPTIEMBRE 11 DE 1932. Otro día de pugna del fuego enemigo... “Los paraguayos procedían ahora con prudencia, aunque denotaban estar fuertemente reforzados. La experiencia trágica de los primeros y confiados asaltos, les había sugerido una modalidad de acción más lenta, pero menos sacrificada”... (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara Vicuña) “Apenas clarea, truenan artillería y morteros. El enorme efectivo del enemigo, les permite rebasar y cerrar el contorno de nuestras posiciones que no tienen sino un perímetro de mil doscientos metros. Los pilas han cortado los hilos telefónicos que nos comunicaban con Yucra. Organizan ataque tras ataque. Sin embargo, los regimientos “General Aquino,” “Lomas Valentinas” y “2 de Mayo” no han podido reconquistar Boquerón...” “Horas seis. Vuela un avión nuestro sobre el fortín. Deja caer un mensaje lastrado. Es una proclama del general Quintanilla. Junto a ella hay una orden que dice: 11—IX—32. Hrs. 15.30... “El enemigo se encuentra en mal pie. El Destacamento Peñaranda atacará al enemigo que sitia Boquerón. Esta noche enviaré víveres y municiones. El Presidente de la República, el Comandante del Cuerpo de Ejército y el de División, felicitan por segunda vez a los heroicos defensores del “VERDUN” boliviano. Sosténganse diez días, que el Primer Cuerpo de Ejército romperá el sitio de Boquerón. Fdo. Gral. Quintanilla”. “Esta noche enviaré municiones y víveres...” ¿Lo hará mediante los arcángeles del cielo? “sosténganse diez días más...” Tendrá planeado algún golpe estratégico para aprovechar esos diez días?... Y mi General, ¿en qué pie se encuentra?... (“Boquerón”, My. Taborga) “...Sin lugar a dudarlo, el mensaje de referencia es virilmente hermoso; pero, el planteamiento

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que hace en él su autor, de la situación militar (dos mil bolivianos contra cinco o seis mil paraguayos) descontando las unidades escalonadas a retaguardia y listas para entrar en acción en un escenario como en el Chaco, tan propenso para el desbordamiento de las alas en función de la superioridad numérica, para caer sobre las rutas de aprovisionamiento, a la espalda del dispositivo rebasado, ahorra todo comentario sobre su valor real en el plano de los hechos tangibles...” (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara) Diez días más... No se dan cuenta de la situación verdadera de nuestro fortín y de sus hombres que la defienden... Cada minuto que pasa, cada hora que transcurre, es un nuevo episodio trágico que vive Boquerón. Sin víveres, con el estómago que se pega al espinazo, la disentería que se presenta con sus tentáculos de desesperación y muerte, sin armas adecuadas para nuestro sostenimiento en las trincheras, el agua que escasea, con más de setenta heridos casi sin curación, con la gangrena que amorata las heridas de nuestros soldados... se nos pide “diez días más de resistencia.” Con las condiciones anotadas, se necesita ser inhumanos para ordenar lo anterior. Es no conocer el límite de la fortaleza del hombre... ¡Sucumbiremos...! ¡Sucumbiremos ante el enemigo o ante los elementos de la guerra que se aprontan ante nosotros con todos los horrores…! Ahora se reinicia el combate. Los paraguayos buscan los lugares débiles. Pero, aunque pocos son los defensores, el fuego cruzado de nuestras ametralladoras, no permite la aproximación de las huestes paraguayas. Donde quiera que ataquen, allí está un soldado boliviano empuñando su fusil y haciendo que el enemigo muerda el suelo que osa invadir. ¡Boquerón...! ¡Boquerón...! ¡Qué sino el tuyo! ¡Cómo el dios de la guerra te había destinado para que seas la tumba de una generación de hombres valientes...! ¡Boquerón...! ¡Cómo suena tu nombre…! Tragas a los hombres de dos razas dignas de mejor suerte y que ahora se destrozan sedientos de sangre y de metralla... ¡Gobiernos de Bolivia y Paraguay, esperad... Esperad, la hora de las reparaciones ya vendrá y... ¡Ay de ti Salamanca...! ¡Ay de ti Ayala...! ¡Ay de vosotros...! Los puestos de vigilancia están listos para dar la alarma correspondiente. Al tronar de las metrallas, el sol se oculta en el horizonte como avergonzado de tanta carnicería. El manto de la noche se cierne sobre la tragedia chaqueña mientras los cerebros de los jefes militares trabajan para causar más víctimas al día siguiente. De pronto, la oscuridad de la noche ha sido rasgada por una luminosidad verde que inunda la selva chaqueña... ¡Señales! ¡Señales desde Yucra! Es el grito de los nuestros, y en efecto, las tropas bolivianas, ante la imposibilidad de romper el cerco de fuego, hacen señales con disparos luminosos indicando la proximidad de tropas bolivianas. El pesimismo que invade nuestros espíritus, ya no deja creer en milagros. Sin embargo, esperamos. ¡Quién sabe si llegarán...! ¡Quién sabe...! Son las nueve de la noche. Se escuchan murmullos dentro del monte. Son palabras en quechua. Nuestros soldados se aprestan a disparar sus armas, pero, una voz sonora rasga el silencio: —Cuidado compañeros bolivianos. No disparen, somos compatriotas… Los de la trinchera, recelosos de un ardid paraguayo, responden: —i¡Alto!! o hacemos fuego... ¡Avance uno para ser reconocido! Es aquí que se vislumbra en la oscuridad, la figura de un oficial boliviano. —¿Quién vive? —pregunta el de la trinchera. —Capitán Víctor Ustárez, Oficial del Ejército de Bolivia —responde la voz altanera. —¡Mi capitán! —exclama el soldado lleno de emoción y luego pregunta: —¿Cómo pudo pasar y burlar al enemigo? En vez de responder, llama con sonido gutural, parecido al de un lobo de la selva, y al momento se presentan cuarenta soldados. Son los heroicos “Satinadores del Chaco Boliviano”. Son aquellos que sorprendían a los paraguayos con sus audaces incursiones. De sus actos eran testigos las poblaciones de Casado, Isla Poí, Punta de Rieles y Puerto Sastre. Aquí se encuentran los muchachos, orgullo del Ejército de Bolivia, con su capitán Víctor Ustárez, el indómito, el invencible, el verdadero representante de la heroicidad del Ejército del Chaco... Pronto se dirigen dentro del fortín y se presentan gallardamente al Comandante Marzana. Es la primera vez que éste ve al “satinador número uno” de los bosques chaqueños. Lo observa, como se ve a un animal raro. De pronto Marzana le extiende la mano y se juntan en un abrazo lleno de sugerencias. Aquí, el Comandante, el Héroe de Boquerón; allí el héroe de los tiempos heroicos del Chaco... Dos formas de valentía: uno razonador y el otro, todo ímpetu de juventud. Osadía del fuerte; del conocedor de la maraña chaqueña frente a la serenidad apacible de los años... Quedan los dos; mientras los soldados sumidos en las trincheras, cuentan las peripecias que pasaron para llegar hasta allí. Son las doce de la noche, una ráfaga de ametralladora es la señal para que en torno al fortín Boquerón se inflame nuevamente el fuego del enemigo. Relámpagos de luz iluminan el cielo cada cuatro segundos. Las siluetas de los árboles se transforman en espectros movibles que parecen abrazarnos. Noche tempestuosa, donde mil rayos rasgan el espacio con sus relámpagos siniestros. ¡Noche terrible...! ¡Noche fatal...! ¡Noche del Chaco…!, como expresara Juana de Ibarbourou. Las huestes paraguayas atacan. Atacan por todos los lados. Los soldados no atinan dónde disparar; sólo dirigen sus fusiles hacia la luminosidad que producen los disparos enemigos: Arrecia el fuego en toda su intensidad. Los fusiles se ponen quemantes hay algunos cuyos cañones han reventado como una rosa. Los hombros de los tiradores se han entumecido y los oídos empiezan a sangrar... ¡Tanta explosión de los shrapnells! No hay sitio de un metro cuadrado que no tenga un embudo... ¡Boquerón hierve...! Las ramas de los árboles todos tronchados, sin hojas, sin ramas que les hagan parecer vegetales. Troncos desnudos como postes de telégrafos; mas... ¿y los heridos?, ¡pobres de ellos...! Los muertos son transportados desde las trincheras. Los cúmulos de tierra, van aumentando... Estos son la última morada para ellos. Ni un hálito de esperanza hacia la vida. Esta, se va alejando, porque las probabilidades también se van perdiendo...

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Las ametralladoras y la fusilería enemiga son sentidas a pocos metros de distancia de las posiciones. Varias han sido las formas humanas que han llegado hasta nuestras posiciones, pero, disparos certeros o el garrotazo con la culata de un fusil, han hecho que aquel cuerpo osado cayese dentro de nuestras posiciones. Ahora el despojo servirá de parapeto, de apoyo, para el fusil del boliviano. Una nube densa, en su viaje por el infinito, deja al descubierto la luna. Esta, ilumina con su claridad pálida dando forma a los seres que se encuentran en las proximidades. Los pilas presienten el peligro, pero ya es tarde. Los tiradores bolivianos empuñan las ametralladoras Madsen, Colt, Vickers, y un reguero de proyectiles siembra la desolación... ¡Carnicería! ¡Más que carnicería...! Ayes de dolor, gritos de desesperación. Las tropas paraguayas se levantan presurosas y corren, vuelan por el pajonal buscando protección... ¡Difícil! Pues, el monte está lejos y las balas son rápidas e inexorables. Unos caen en la huida y otros prefieren quedarse en el mismo lugar... donde caerán luego, uno a uno. “Ha sido un asalto contra el sector del coronel Luis A. Cuenca. Fue a estrellarse una y otra vez contra la alerta y fogueada defensa, distinguiéndose por su coraje y serenidad en las órdenes de rechazo, el subteniente Clemente Inofuentes”. (“Boquerón”, My. Taborga). Ahora pasa la noche. El fracaso de esta nueva tentativa ha ocasionado la muerte de un centenar de paraguayos. Nosotros no podemos salir a recogerlos para dispensarles una sepultura digna a aquellos seres que yacen boca arriba, con los cráneos destrozados; pero sí, podemos acercarnos para extraerles su munición que empieza a hacernos falta, o el agua, o algo que guardaban para comer, que apetecemos ansiosamente. En el puesto de Comando están el capitán Ustárez y varios oficiales. Han extendido un mapa de la región y lo estudian. Los dedos del Comandante pasan sobre el pergamino extendido en rústica tabla que hace de mesa. El capitán Ustárez observa y hace consideraciones. Discuten la situación y por fin, parece que terminaran el debate. El capitán Ustárez se levanta presuroso, sale y se dirige hacia las trincheras donde se encuentran sus soldados. Imparte una orden, la misma que es trasmitida hombre por hombre, llegando a conocimiento de todos... El capitán Ustárez y sus soldados saldrán del reducto con la misión de romper el cerco y dar oportunidad a las tropas de Yucra para que ellos puedan entrar dentro del fortín y procurar el reaprovisionamiento. Saldrán aprovechando la oscuridad de la noche. Pero... ¿Llegarán a cumplir su cometido? Sólo Dios sabe lo que depara el mañana... Ese mañana que en estas circunstancias se presenta en forma difusa, que es incógnita para el combatiente que tiene la vida en juego a cada minuto y cada segundo. “Mañana”... Suena a una cosa hueca, incoherente, desconocida... Mientras tanto, las trincheras, húmedas por la sangre generosa vertida por sus defensores, tienen un momento de reposo... Las cabezas de los combatientes se inclinan vencidas por el sueño ocasionado por tantas noches pasadas en vigilia, bajo el tronar de las explosiones y el incesante traqueteo de las, metrallas. ¡Duerme Boquerón...! ¡Qué mañana, ese mañana inconmensurable, qué será de ti; mientras tanto descansa y ojalá que tu sueño se funda de una vez por todas con la Muerte que todo lo consume y lo acaba! ¡Duerme Boquerón...! ¡Duerme...! Septiembre 12 de 1932. Creyendo el coronel Marzana que el día amanecería con un golpe decisivo de parte de los paraguayos, ha tomado sus disposiciones tácticas, tal que estamos listos para repeler cualquier intento de asalto. La calma de los paraguayos es sugestiva, ahora no se escucha nada; uno que otro disparo aislado y una que otra ráfaga de ametralladora que hiende la quietud del silencio. El capitán Ustárez sale del fortín con su tropa. La inmensidad del pajonal no está turbada por ninguna señal del enemigo, pero este oficial, viejo conocedor de las artimañas del enemigo, no se fía y destaca sus grupos de patrulleros y satinadores al frente y a los flancos, para evitar una sorpresa de parte de los pilas. Los muchachos avanzan cautelosos. La vista y el oído atentos, escrutan el frente y la maraña del monte que circunda el pajonal. Han avanzado un kilómetro... ¡Silencio absoluto...! Tan sólo se ve en el límpido cielo, el vuelo de los cuervos que, estimulados por el olor que despiden los cadáveres paraguayos, se alistan para dar principio a su macabro festín. El “Explorador del Chaco” avanza confundido dentro de las líneas de sus soldados que se han desplegado en pequeños grupos de tiradores. La proximidad de un pequeño islote de monte, hace que los soldados bolivianos tengan más cuidado. Se duplican las medidas de precaución; pero, ¡no ven…! No ven que una fracción de tropas paraguayas se desplaza por el costado y se va arrastrando hacia la retaguardia de los nuestros. La pequeña isla de monte que antes estaba silenciosa, de pronto inicia el tableteo de ametralladoras... Quiere retroceder, pero, detrás una cortina de fuego hace que se decida romper aquel nido de ametralladoras que vomita fuego y metralla. Son pocos los nuestros... La voz de Ustárez hiende el espacio: — ¡Calar la bayoneta!! ¡¡Al asalto...!! ¡¡Carrera mar…!! Cuarenta voces lanzan al espacio el grito de guerra: — ¡Viva Bolivia!! ¡¡Viva Bolivia!! La embestida con las bayonetas caladas es rápida; pero más rápidos son los proyectiles que diezman a aquellos valientes que van en pos de la Muerte y de la Gloria... No han alcanzado en su carrera ni un centenar de metros, cuando he aquí-que se escucha una voz de angustia: —i¡Mi Capitán!! —Es la voz del estafeta de Ustárez, que corre hacia su capitán que ha caído acribillado por balas que le producen graves heridas... Se sostiene un momento, toma la ametralladora liviana. Ya moribundo se yergue para dar una última orden: —¡¡Adelante soldados bolivianos. ..!! ¡Adelante! ¡Viva, viva Bo...livia...! — y cae de bruces. Sus manos crispadas aferran el arma que está candente y el estafeta que se ha acercado, toma a su superior entre sus brazos. Ve que aquel bravo aún puede hablar. Este entreabre sus ojos y con palabras cortadas exclama:

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—¡Tome la liviana... Dispare... Dis...pare… Pron... Y aquella cabeza valiente y juvenil, cayó en los brazos de su estafeta, para siempre. —¡¡Muerto...!! ¡¡Muerto mi Capitán!! —es el grito de rabia del soldado. La cólera se pinta en el rostro curtido del estafeta y lanza al espacio su grito de venganza: —¡¡Ahora verán “pelas” carajos...!! — Y tomando la ametralladora liviana se pone de pie y dispara... Dispara hasta vaciar el cargador. Mas, los paraguayos que están protegidos dentro del monte, no han dejado de lanzar sus proyectiles contra ese grupo de soldados que en su frenética carrera, han sido detenidos por el reguero de plomo que cae sobre los sobrevivientes... Un disparo... Varios disparos y, una ráfaga de ametralladora, pone fin a la vida de aquel muchacho heroico y corajudo que quiso vengar la muerte de su Capitán. La Parca va sembrando de víctimas el campo y los pocos que quedan, van siendo muertes uno a uno. Todos, todos han caído, ni uno solo de aquellos valientes se ha salvado. ¿Ni uno? No. Debía quedar alguno, para contar aquella hazaña .de leones, de mártires de la Patria. Y ese uno, está herido en las dos piernas; las tiene rotas. Se arrastra hasta un pequeño hoyo y allí permanece durante todo el día. Los “pilas” convencidos de que todos han sido aniquilados, salen de sus trincheras. Van a comprobar si hay algunos heridos y, si encuentran, los ensartan con sus bayonetas. De esta manera los rematan. El soldado del hoyo, ha permanecido con la boca al suelo, hasta que llega la noche. Arrastrando las dos piernas, soportando los agudos dolores, regresa al fortín, habiendo tardado dos días en llegar. Un cronista de guerra del Paraguay, escribe en un diario: “Bolivia se estremeció íntegramente ante la noticia; dudó y quiso dudar de la veracidad de la misma. Para ellos, Ustárez era el vencedor de la selva, el baqueano del Chaco, el más alto exponente del coraje, la audacia y la decisión...” “...para el capitán Ustárez, el Chaco no tenía misterios, significado las distancias, obstáculos el monte, venda para los ojos ni tinieblas, agotamiento al cavar, ni suplicios la sed…” “Año tras año pasó en el Chaco, de fortín en fortín, husmeando los puestos enemigos, explorando los caminos, descubriendo sendas. Llegaba en épocas de paz hasta los fortines paraguayos por picadas invisibles, grabando su nombre en los árboles. Juguetón en el peligro, enfermo de aventuras, catador de emociones varoniles. Caballero de la época del romanticismo. Caballero de la capa y espada…” ¡Boquerón!, te dejé un par de horas. Te dejé para ir allí donde se batía el héroe bravamente y dar cuenta de la hermosura salvaje de su actuación. ¿Para qué? Para dar cuenta y dar a conocer a generaciones presentes y futuras, que el ejemplo de Eduardo Abaroa, no ha desaparecido. Para que ellos sepan que en este Infierno Verde, también han existido muchos..., muchos Eduardo Abaroa, aunque ellos vivan en el anonimato de sus modestas vidas... Por esto te abandoné. Ahora vuelto a ti. ¿Cómo te encuentro? Siempre defendiendo el honor Patrio. En ti se cifra el honor nacional. ¿Defraudarás esa confianza que depositó tu pueblo? ¡No... Nunca...! Preferirás sucumbir como Ustárez antes que ver tu Pabellón manchado por la ignominia. Pelea Boquerón! ¡Pelea y lucha como lo has hecho hasta este momento! Son las dos de la tarde. Ha habido tiempo para servirnos un asado sin sal, de carne de mulo. Ya no hay víveres y, como hay varios mulos de las piezas de ametralladoras pesadas, y no habiendo nada que mitigue nuestra hambre devoradora, acudimos a comer nuestros equinos mestizos... ¡Cuidado, que ellos también desaparecerán...! ¿No nos comeremos a nuestros enemigos que cazamos...? ¡Cuidado defensores de Boquerón! Vais perdiendo poco a poco las nociones de civilización... O es que la bestia que guardáis dentro de vosotros ha renacido con tanta matanza que habéis llevado a cabo en estos días...? Las tres de la tarde. Fuertes cañonazos resuenan en el espacio. Ahora disparan y los hacen explotar a “tiempo”; gran cantidad de fragmentos de acero candentes caen como lluvia dentro del fortín. Nueva modalidad en el curso de los tiros. Estos fragmentos se esparcen en el aire como cientos de proyectiles, cuya trayectoria va acompañada por cientos de silbidos a varios tonos. Muchos de éstos caen dentro de las trincheras; mientras por el pajonal, aprovechan los pilas para acercarse un poco más a nuestras posiciones; pero, no es posible permitir esta aproximación que para nosotros es peligrosa. Es entonces que “Punta Brava”, sacude sus piezas de ametralladoras y esparce el plomo de sus proyectiles, sembrando el terror entre las filas atacantes. Como resultado, nuevas bajas... Nuevos cadáveres, decenas de heridos que gimen ante el dolor de verse mutilados o de ver sus entrañas vaciadas al exterior. ¡Por lo más santo del cielo! ¿Hasta cuándo será esta mortandad? Da ganas de gritar: ¡¡paraguayos, no intentéis más...!! ¡¡Ved a vuestros compañeros lo que las balas de los nuestros ocasiona...!! ¡¡No más, hermanos...!! Las esquirlas de las granadas de cañón también siembran la muerte dentro de las trincheras bolivianas. El Regimiento Campos, este glorioso Regimiento cuyo nombre le debe al sacrificado explorador Don Daniel Campos, ocupa la parte más peligrosa de las trincheras fortificadas. Es en ese sector donde la furia de los paraguayos ha concentrado todo el poder de su fuego. Este regimiento legendario, se bate como un león que defiende a sus cachorros. Cada uno de los que lo componen, es un Leónidas moderno. El capitán Julio Romero los comanda. Este bravo chuquisaqueño hace proezas por mantener a raya las incursiones paraguayas, que se han lanzado por quinta vez; el coraje y la tenacidad de sus hombres, no permiten que ellas lleguen hasta la proximidad de las posiciones bolivianas; allí no hay ráfagas de ametralladoras, casi todos son fusileros. Allí están los “cazadores de pilas”. Cada disparo es una baja con una herida mortal en la misma frente del paraguayo. Allí no hay disparos “por si acaso”. Todo el frente de este regimiento está cubierto de cadáveres. Sus bajas son pocas, porque la serenidad no les ha abandonado; pero, ha caído en plena posición un morterazo. Varios son los que caen destrozados por la explosión, mientras algunos fragmentos de hierro vuelan por el espacio, para ir a caer, uno de ellos, en plena boca abierta del tirador de la pieza. El acero quemante ha penetrado hasta la garganta, es un manantial de sangre, el soldado no ha perdido siquiera el sentido. Se lleva la mano a la boca y contempla el líquido rojo que a borbotones fluye de su boca, sin lengua y casi sin dientes. Va hasta un soldado y le muestra con señas el daño que le ha producido. Luego lo

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toma de la mano y lo lleva hasta la pieza, indicándole con señas que debe entrar en posesión de la ametralladora. Sale a rastras de la trinchera para dirigirse hasta el puesto de sanidad. Allí los cirujanos no saben lo que le ocurre y no le atienden. ¿Dónde tiene la herida? Por fin, después de observarle la cavidad bucal, ven allí dentro un trozo de fierro con aristas que se le ha incrustado rompiéndole parte de la mandíbula. ¡Cuadro macabro, para hombres que no están acostumbrados a escenas de esta naturaleza! ¡Dantesco...! ¡Horrible...! ¡Macabro...! Era necesaria una intervención, y para esto no había tiempo... porque otros de mayores cuidados entran en ese momento, transportados por los camilleros, y aquél, queda en un rincón del pahuichi esperando el turno para curar la gravedad de sus heridas. Es entonces que, desesperado se mete la mano hasta la garganta y dando un fuerte tirón, consigue extraer la esquirla que lo atormentaba. Luego se pone de pie, mira a los heridos que tiene delante y lanzando un grito gutural, al igual que una fiera herida, hace un gesto horrible y sale del puesto de sanidad tropezando, como un endemoniado que lleva el diablo, dejando tras si, un reguero de sangre mezclada con saliva. Su carrera es desenfrenada... ¿Dónde va aquel desdichado, en un momento en que las ráfagas de artillería tronchan árboles y soldados? ¡Loco...! ¡Se ha vuelto loco! Corre en dirección a las posiciones, a su trinchera. Una vez allí, se detiene y contempla un cadáver. Es el cadáver de su compañero que había dejado poco antes. En el fragor del combate, había caído al pie de su pieza con el pecho destrozado por las balas enemigas. Contempla el siniestro gesto que se dibuja en el rostro del cadáver de su amigo y lanza al espacio otro aullido de rabia; toma en sus ensangrentadas manos la pieza Madsen y sube sobre la tronera de la posición. Desde allí sin tenderse, firme como una estatua de epopeya manda exterminio en sus disparos. Es la tragedia del hombre hecha cólera que lanza a sus enemigos ráfagas de proyectiles... y, en ellos va su venganza... ¡Venganza santa...! ¡Venganza de un héroe pronto a sucumbir...! Pues la Muerte que ronda en rosario entre la maraña del monte, no se deja esperar, y va a su encuentro... Un disparo de fusil fue suficiente y aquella mole cubierta de sangre, cae pesadamente para no levantarse más... Ha cumplido con su venganza patriótica... Otros soldados que habían contemplado la escena llenos de espanto, se le acercaron y viéndole la cara destrozada por el mortero y las balas recibidas, quedaron mudos de pena y horror... ¡Patria, ahí está un inmolado a tu sacro cariño...! ¡Ahí tienes tierra bendita, el holocausto de un indio; de esa raza de bronce que tú desprecias en tus ciudades...! ¡Ahí el hijo de los Incas que muere valiente y heroicamente por su Pachamama...! Arguedas, ¡¡Alcides Arguedas!! ¿Me oyes desde tu tumba? ¡Ahí tienes un representante de tu famosa “Raza de Bronce”...! ¡Ahora, ¿estás contento? Tú, que hablaste de esa raza, mal o bien, es ésta la muestra que te presento, en el comportamiento de un indio de nuestro altiplano... ¡Bendito soldado desconocido; para muchos estás dentro de las páginas de nuestra Historia; eres un anónimo, como muchos de tu raza...! ¡Nadie sabrá cantarte en esta hora trágica... Pero, un camarada de armas; un compañero de tus sacrificios, te ofrece su saludo y te dice: —¡¡Pelea raza fuerte...!! ¡¡Pelea corazón de indio que es por tu sagrada Patria, por tu Pachamama...!! Septiembre 13 de 1932. Ráfagas de ametralladoras se sienten momento a momento. Tiros aislados de fusilería son dirigidos al pozo de agua que aún queda; pues, el otro que tenía abundante líquido ha sido destrozado por un tiro de mortero. Está derrumbado y es imposible remediar. El agua escasea a tal extremo, que muchos soldados, para apagar la sed, tienen que servirse de sus propios orines. ¿Víveres? Hace dos días que no se han probado. La cocina ha sido volada por otro disparo de artillería. El cocinero se ha convertido en un combatiente más, porque existen muchos claros en las posiciones y porque su misión ha terminado, sin víveres y sin agua, las ollas no pueden ser aderezadas. Además, necesitamos tiradores que reemplacen a los que cayeron en las acciones. Aunque el fuego enemigo ha disminuido, no por esto deja de producir nuevas bajas. Nuestro puesto de sanidad está totalmente colmado de heridos. No hay drogas ni vendas para la atención de ellos. La gangrena hace estragos, y, el hedor de las heridas putrefactas hace que las moscas se asienten y dejen su queresa, la que pronto se convierte en larvas que roen y hacen supurar, convirtiéndolas en heridas purulentas, fétidas. Muchos son los heridos que prefieren la vida de las posiciones, donde por lo menos estarán libres de las posibles infecciones, a permanecer allí en el puesto sanitario. Varios de los heridos que han visto que los maltratos de la guerra en su humanidad física han impreso la inutilidad, han tomado su fusil y han puesto fin a sus sufrimientos. Otros, viéndose impotentes para descerrajarse un tiro, piden a gritos se les proporcione un medio de descanso definitivo. El sanitario hace uso de las morfinas. Muchos de ellos se sumergen en un sueño del que no despiertan más. Sus cuerpos son llevados a unos veinte metros del puesto de auxilio donde son depositados en fosas que se tienen cavadas a escasos centímetros de profundidad. Ni una cruz de madera, ni un palo que indique el lugar de su entierro. Ni un epitafio que lleve a la posteridad su vida y su historia... ¡Todos!, todos aquellos permanecen en el olvido y en el anonimato. Ni siquiera se lleva control de los nombres de los soldados. Muchos de éstos serán considerados como “desaparecidos”. Ahora la lucha se ha trasladado a Yucra, Castillo y Lara. De esta manera el cerco que nos rodea se hace más imposible de romper. El combate en el sector Yucra, llega hasta nuestros oídos. Nuestros corazones anhelantes palpitan por concebir una remota esperanza... Pero... ¡Nada! ¡Nada...! Y el desaliento vuelve a consumir lo poco que nos queda de vida. Mientras, en el reducto de Boquerón, la calma continúa. ¡Esta es una agonía que raya en la desesperación… “El Comando en esta emergencia, resolvió continuar aprovisionando la plaza por vía aérea, y en efecto, se acondicionaron convenientemente grandes bolsas de víveres y cartuchos; pero, los aviones se veían precisados a volar alto por imperativo del violento fuego que les hacían desde las líneas paraguayas apenas eran avistados y de este modo, el incipiente aprovisionamiento sólo podía confirmarse en mínima parte, cayendo las más de las veces los anhelados paquetes, al alcance de los soldados paraguayos”. “No obstante, éste era el único recurso posible para seguir alentando la resistencia, y a él continuaron atenidos tanto directores de la campaña, en sus cálculos, como las heroicas y sacrificadas huestes de Marzana, en obediencia a la consigna”.

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“La intrepidez y pericia de los pilotos bolivianos, realizaron entonces una tarea encomiable, prolongando hasta límites extremos la agonía de la gloriosa defensa... (Pág. 230)” “...Los defensores sentían disminuir paulatinamente sus energías vitales, en rigor de las exigencias tesoneras y aniquiladoras del combate sin tregua, de la pobreza de sus medios defensivos, agravados por la escasez irremediable de la munición, por la creciente desnutrición y por la torturadora sed, cuyos efectos se hacían sentir en forma más palpable a medida que pasaba el tiempo, desesperados ya de recibir el auxilio del exterior que requerían, tantas veces prometido, dolorosamente al doble estrago que azotaba sus cuerpos constituidos éstos por los trallazos de la metralla y por los mordiscos del clima, ambos en concatenación infernal”. “No obstante todo esto y mucho más, Marzana se mantenía enhiesto como un símbolo vivo del cumplimiento del deber, ya que su actitud, plásticamente hermosa y viril, galvanizaba y arrastraba a sus subordinados a llenar la empresa gloriosa de permanecer en su puesto traspasando ostensiblemente el límite de lo que las posibilidades humanas permitían…” (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara Vicuña). Son las doce del día. Ya se hace costumbre esperar a nuestros aviones que nos traerán un poco de pan y otro de chocolate... Necesitamos más pan porque de lo poco que nos arrojan, apenas tenemos la suerte de que lleguen una o dos bolsas hasta nuestras posiciones, y... ¡tenemos hambre! ¡Hambre que nos devora...! Por fin se deja escuchar en el horizonte el ruido peculiar de nuestra aviación. Son tres aparatos blancos como las gaviotas de nuestros lagos. Son biplanos y pronto se hallan volando por encima del reducto. Las ametralladoras paraguayas entran en acción, pero, los aviones continúan sus evoluciones hasta colocarse muy bajos. Empieza el lanzamiento de sus preciosas cargas. Una va cayendo; pero se fue a la línea de los pilas, que agradecen con una ráfaga de ametralladora... ¡Otra! Esta tiene mejor suerte... Ha caído dentro de nuestras posiciones... Dos caen en el campo de nadie, una está en pleno pajonal. Otras tantas vuelven a caer detrás de las líneas paraguayas. Dos de los tres aviones descargan para los paraguayos su ración de rocío de proyectiles y vuelven a sus bases, mientras ráfagas de ametralladoras y fusilería los acompañan en su retirada. Un soldado boliviano se desplaza fuera de las posiciones en procura de rescate de aquella bolsa de pan que se encuentra en el campo de nadie. El estímulo es grande. Quien rescata o lleva una bolsa hasta el Comandante, tiene derecho a ración doble, o triple, según la cantidad. Y este incentivo ha hecho que aquel soldado se someta a la difícil como peligrosa tarea de ir a rescatar el pan. Ello significa, además, setenta raciones para otros tantos soldados hambrientos... El soldado se dirige con toda cautela hacia el lugar... Se arrastra como una culebra por entre las pequeñas matas de paja que existen en la pampa... Diez miradas aguardan ansiosas el resultado de la proeza. Su arrastre es lento, silencioso. Va acercándose al saco. Faltan tan solo unos treinta metros... Se detiene a descansar. No lleva fusil. ¿Está desarmado? No, tiene su cuchillo-bayoneta entre su ropa de kaki. Su corazón palpita con violencia. Levanta un poco la cabeza para medir la distancia que le separa. Reanuda el reptar, pocos metros le faltan hacia la codiciada bolsa... Silencio absoluto... Miradas bolivianas, vigilantes y anhelosas, contemplan desde las posiciones. Ya está pronto a tomarla... Apenas faltan cinco metros. El bulto se hace grande... Detiene el resuello para escuchar... ¡Un ruido! como el de una serpiente cascabel que se arrastra. Aquieta su respiración. El ruido continúa. Ve con asombro que el bulto se mueve... ¡No es posible! Observa cómo el bulto se va alejando a ras de tierra... ¡Misterioso...! ¿Qué puede ser? Se decide al final y se arrastra decidido y ¡he aquí, un pila! ¡Un pila que también ha venido en pos del bulto! Se levanta a medias, saca el cuchillo de su cintura y se lanza como una fiera pronto a herir y rematarlo, pero, el paraguayo se da cuenta, se pone a la defensiva, le toma el cuchillo. Empiezan a forcejear ambos. Se ve desde las posiciones que se han trabado en lucha... Los cuerpos desaparecen... Han pasado cinco minutos y el pajonal cubre la escena que se desarrolla; ni un ruido, ni un lamento, sólo se escucha en el otro extremo de las posiciones de Boquerón, el traqueteo de las ametralladoras enemigas que dirigen sus fuegos a las posiciones bolivianas... Quietud y silencio en la pampa. ¿Quién fue el que venció en la lucha, y quedó con el saco de pan? El tiempo pasa... Ni un movimiento que delate la existencia de aquellos dos soldados enemigos. Los que observan desde las trincheras se desesperan y van a comunicar el caso a su comandante de sección. Este, reflexiona cariñosamente a sus soldados por haber permitido que salga un compañero. Han pasado otros diez minutos y no hay nada que dé muestras de que esté aún vivo. Por fin, el teniente se decide y ordena a otro soldado salir de la trinchera para ir y averiguar lo que ha pasado. Este hace algunas preguntas sobre la posibilidad de que esté muerto o haya sido tomado prisionero. El teniente le ordena que sólo debe constatar si vive, si ha muerto; o, si está herido, debe arrastrarlo hasta la trinchera poco a poco. —En caso de que esté muerto —le ordena—- debe Ud. arrastrarlo hasta nuestras posiciones, nosotros le protegeremos en caso de peligro. —Es su orden, mi teniente —responde el soldado, al mismo tiempo que sale de la posición. El soldadito lleva su fusil listo para cualquier emergencia y se va arrastrando por las huellas dejadas por su compañero... Pasan otros cinco minutos. Se detiene porque ha escuchado un pequeño ruido como el arrastrar de un bulto. Aguza más el oído. Espera anhelante; escucha a un ser que jadea de prisa. Concibe la idea de que es su compañero. Si es él... Habla despacio llamándolo por su nombre: — ¡Ezequiel...! ¡Ezequiel...! —la voz es apenas un susurro, al mismo tiempo que apresura su arrastre. El llamado ha sido escuchado y no se hace esperar la respuesta. —Ayúdame compañero, ya no puedo más. Estoy cansado. El soldado enviado ve que su compañero tiene la cara hinchada y que le sangra la nariz. La ropa está ensangrentada. Inmediatamente piensa que debe estar herido. Jadea con dificultad, pero arrastra consigo la bolsa de pan. Después de breves momentos de esfuerzo sobrehumano, ambos se encuentran dentro de las fortificaciones de Boquerón, con la carga preciosa; mientras el otro, el pila, quedó tendido para siempre en el “campo de nadie”, con seis cuchilladas en el cuerpo.

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Ya recapacitado, es llevado ante el coronel Marzana, quien lo felicita y le da las tres raciones prometidas. Su hazaña vuelve a contar a los médicos Dres. Brito y Torrico. Estos, después de curarlo le dan de palmaditas en la espalda; luego, se aleja a su trinchera, ufano de haber conquistado el “premio máximo”... ¡Tres raciones de pan para calmar su hambre…! La calma de este día es sólo interrumpida por disparos aislados. Una que otra ráfaga es dirigida hacia las trincheras bolivianas, que permanecen indiferentes ante las provocaciones del enemigo. Septiembre 14 de 1932. Ráfagas de ametralladoras nos hacen despertar. Pues, es la primera noche después de tantos días de combate en que nuestros párpados han podido cerrarse, pues los cañones parecía que llevaban el control de nuestro sueño. Cada treinta minutos, matemáticamente, disparaban un cañonazo, a cuya explosión despertábamos sobresaltados. Esto ha durado toda la noche hasta que al amanecer de este día ya no hacíamos caso y permanecimos imperturbables ante el estruendo de las explosiones. Ha amanecido; uno que otro disparo después de las ráfagas, es la señal de que los pilas están dentro del monte, y a la expectativa sobre algún descuido de los nuestros, mas, esto no se presentará. Como de costumbre, sobrevuelan nuestros aviones sobre el reducto. Lanzan sus cargas preciadas: pan, chocolate, munición y algo de coca. Las municiones caen totalmente retorcidas, tal que los soldados tienen que enderezarlas una a una, a golpes con la empuñadura del cuchillo-bayoneta, aunque esta operación nos cuesta muchos golpes en los dedos, conseguimos que sean utilizables por lo menos en un cincuenta por ciento y entran perfectamente en la recámara del fusil, pero, ya no sirven para las ametralladoras, porque ocasionan atascamientos de la pieza durante los disparos, que a veces resulta peligroso cuando se trata de hacer frente a un asalto enemigo. Nuestros aviones reparten también sus raciones de “confites” a las posiciones paraguayas y a los nuestros, su pan. Uno de los aparatos ha dejado caer un mensaje lastrado que ha sido recogido por un soldado y llevado ante el coronel Marzana, quien lo abre y lee su contenido en silencio. Se advierte en el rostro del Coronel, una mueca de ironía; no dice nada, entrega la nota al ayudante y éste, la copia inmediatamente, para ser llevada por un estafeta a los puestos de comando de las respectivas compañías y grupos de combate, para que se enteren de su texto. El mensaje dice: “Martes 13—IX—32.- Hrs. 14.- DEFENSORES DE BOQUERÓN: Jefes, oficiales y soldados que defendéis la santa causa nacional, haciendo derroche de valor, abnegación y patriotismo, merecéis el bien de la Patria. Vuestro heroico y brillante comportamiento pone en alto el bien ganado prestigio del soldado boliviano. Vuestros camaradas también os ayudan y acabarán por hacer retroceder y derrotar al enemigo impotente ante el vigoroso empuje de sus bayonetas, en el nuevo contra-ataque que se realizará. Debéis permanecer firmes en vuestras posiciones. Tened fe en Dios y en la santa causa de la Patria y la victoria será nuestra; seguid peleando con bizarría en la defensa del Verdún Boliviano. El país entero os contempla, vibra de emoción y admiración al comprobar que sois dignos de vuestros valerosos antepasados y que respondéis a la gloriosa y legendaria tradición de los próceres de la Patria. ¡Viva Bolivia! Fdo. General Quintanilla.” El coronel Marzana recorre hoy las posiciones, charla con los soldados. Contempla con rostro adusto el desastre que han causado las continuas privaciones del cerco... Ve la situación de aquellos soldados entregados por completo al sacrificio estéril; pero, disimula y su corazón se contrae de dolor al contemplar las figuras esqueléticas de los oficiales y tropa de su mando. Les da esperanzas de una vida mejor a retaguardia. Todos los soldados piensan quien sabe con su modesto entendimiento que él tiene la culpa para sus dolores y sufrimientos. Consuela a uno, hace una broma a otro, y va pasando la figura sufrida de aquel Jefe que ya se ha ganado el corazón de sus oficiales y soldados... Mientras va recorriendo la línea de defensa, el traqueteo de las ametralladoras en Yucra se ha acentuado. Es un nuevo combate que se entabla, siempre, por querer romper este cerco que nos separa del resto de nuestros camaradas. Caerán entre sus trincheras decenas de soldados. Marzana oye aquellos disparos que indican los desesperados esfuerzos de los soldados de Lara y Yucra, dice: “—Nuestra suerte está sellada. Debemos aceptar la misión histórica que el destino nos ha impuesto, aún cuando ello signifique un sacrificio estéril, dentro de un concepto militar. Debemos cumplir ciegamente la orden que recibí momentos antes de ser cortadas nuestras comunicaciones con Yucra. La orden terminante que me transmitieron por teléfono proveniente del Palacio de Gobierno es que “no debemos abandonar el fortín por ningún motivo...“ El Comando Divisionario hizo llegar la orden que para nosotros significa la sentencia de muerte. “BOQUERÓN DEBE RESISTIR HASTA QUE MUERA EL ULTIMO HOMBRE”. Después de conversar con varios oficiales, Marzana se retira sereno pero con la conciencia que le roe y le destroza, ante le vista de aquellos que son sus soldados. Pensando los paraguayos que la calma proporcionada aquella mañana debilitaría nuestra vigilancia, irrumpen de golpe en el sector del capitán Antonio Salinas; pero ¡qué chasco! Este, como todos, estaba alerta a cualquier intento y ordena que rompan las ametralladoras su cántico de muerte. Los enemigos se han metido entre dos callejones que se construyeron al comenzar el sitio de Boquerón. Se encuentran dentro de una faja de monte sin poder avanzar ni retroceder. Sobre la faja, desmontada como una carretera, la ametralladora manda un reguero de plomo que desbarata todo intento de infiltración. Los paraguayos permanecen dentro de la pequeña cortina de protección que tienen en el monte. Son varias las “V” superpuestas y en cada extremo de las “V” existe una ametralladora liviana, tal que, cuando los soldados paraguayos irrumpen, los dejan pasar hasta que ingresen dentro de la segunda “V”, y, cuando quieren volverse o seguir adelante, allí son “cocinados” a bala, uno por uno por los “caza pilas” que son excelentes tiradores de fusil... Cada disparo de éstos es pila muerto. De esta manera va disminuyendo el número de los asaltantes. Durante tres horas de asedio mortal, van cayendo uno por uno... El tirador Gallinate ha contados varios como a sus probables impactos. Los despojos quedaron allí, sin que una mano les eche encima un puñado de tierra... Permanecerán hasta que el Destino ponga fin a nuestra situación; mientras tanto, irán pudriéndose como los miles de paraguayos que yacen en el pajonal y en el monte.

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La tarde es excesivamente calurosa. El combate de Lara ha terminado y seguramente, no han progresado nuestros soldados. ¡Otro fracaso de los nuestros! ¿Cuántos muertos y heridos representa esta nueva intentona de romper el cerco...? ¿Cuántas vidas cuesta la de cada uno de nosotros...? Debemos demasiado a aquellos heroicos camaradas, ¿será nuestra la culpa? ¿o será la imprevisión de nuestros generales que no conciben bien los planes para el ataque y no saben disponer sus tropas de acuerdo a los estudios que hicieron en Alemania, Francia e Italia? ¿De que sirvieron las promociones de oficiales y jefes que se envió para su capacitación en los centros militares de países extranjeros, donde estudiaron estrategia, táctica y no sé que otras cosas más? ¡Fracaso! ¡Fracaso y más fracaso, es el resultado de tanto estudio y derroche de la economía nacional! Ahora, los pobres oficiales y soldados tienen que ser quienes lleven las consecuencias de los desatinos de los comandos, porque los subalternos y tropas, tan sólo sirven de “carne de cañón”, mientras los generales están lejos, a cubierto de las balas y de los peligros que trae consigo una guerra. La sed de los heridos se ha ido acentuando debido al desangre de sus heridas. La lengua reseca se pega al paladar. Son vanos los esfuerzos para producir saliva que lubrifique la cavidad bucal. Sus gargantas se aprietan impidiendo la respiración. La voz se hace sorda y fatigosa. Claman y suplican pidiendo agua. Tal es el estado de aquellos pobres seres. El sanitario que se encuentra junto a ellos, ha resuelto que uno de los camilleros vaya a traer por lo menos una lata de agua. Este da la orden... El camillero lo mira al sargento como diciéndole: “Me manda Ud. a la muerte”. Bien sabe que al intentar enviarlo, el soldado se jugará la vida; pero obedece y toma dos caramañolas. Sale del puesto despacio... Mira hacia el pozo como midiendo la distancia... Ve que a unos cincuenta metros existe un hoyo, es una concavidad donde anteriormente se encontraba emplazada una pieza de artillería, destruida por los morteros y disparos de los cañones paraguayos. Asimismo observa que de aquel lugar hay tan sólo cien metros hasta el pozo donde están dirigidos los tiros de ametralladoras y morteros. Sabe asimismo que todo el trayecto está bajo el control de las ametralladoras enemigas. Se pone pensativo y dirige una mirada suplicante al sargento y le dice: —Mi sargento, si muero, Ud. tendrá un peso en la conciencia que le remorderá toda la vida. El sargento medita un momento haciendo una valoración de los hechos y contesta: —Bien. Este peso que Ud. me dice que llevaré toda mi vida, lo acepto; pero Ud. debe salvar a nuestros compañeros que se mueren de sed, y vuelvo a pedirle que vaya. El soldado resignado, se sujeta las caramañolas a la cintura y emprende una veloz carrera. Inmediatamente se escucha una ráfaga de ametralladora que parte de las posiciones enemigas. Las balas levantan pequeñas polvaredas alrededor del soldado camillero que corre. No han pasado más que contados segundos que para el sargento son siglos. Por fin aquél llega hasta la protección y allí permanece oculto a las balas enemigas. Está a la vista del sargento que observa la palidez cadavérica del soldado. Este descansa brevemente y se ingenia un ardid. Ha sacado su gorra de kaki fuera de la protección, colocada en un palo. Nuevamente se escucha la ráfaga de ametralladora. Vuelve a meter la gorra y ve que tiene dos perforaciones. Hace esta operación por tres veces y otras tantas se le envía una andanada de balas. Seguramente, el enemigo tiene anteojos de campaña con el que se le observa. La situación del soldado se torna peligrosa, porque en ese instante cae cerca un disparo de mortero. Pronto caerá otro que puede causarle la muerte. Entonces resuelve de una vez por todas, lanzarse fuera y atravesar el campo hasta un tronco grueso que se encuentra a unos cuarenta y cinco metros hacia el pozo de agua. Dirige una mirada al sargento que sigue observándole desde su puesto. Se hace la señal de la cruz, saca de nuevo la gorra. Esta vez no dispara la pieza, entonces da un salto feroz, sale de la posición y corre... ¡Vuela! ¡Y más que vuela...! Mientras por sus pies empieza a hervir la tierra producida por los disparos desesperados y casi sin puntería que lanza el enemigo para conseguir aniquilar a aquel héroe que iba desafiando a las balas... Dos... tres... cuatro segundos y la veloz carrera del muchacho, consigue llegar hasta la nueva protección. No bien ha llegado a esta posición, cuando se siente un estruendo; es la explosión de un proyectil de mortero que cae en pleno lugar donde estuvo poco antes. De su nueva posición, sólo quedan escasos metros al pozo de agua. Nuevamente hace uso de su astucia por varias veces hasta que en una de ellas da otro salto felino y se mete, mejor dicho, cae dentro del pozo... Allí perdió el sentido... Poco a poco vuelve en sí, recoge el agua en las caramañolas. No le importa de los cadáveres que se encuentran en su interior. Ellos habían adquirido un color blancuzco por la inmersión en el líquido. Ha pasado un cuarto de hora, los disparos de ametralladoras y morteros se suceden hacia el pozo de agua; pero, el otro permanece dentro hasta que lo consideran muerto. El sargento que observa, tampoco sabe si vive el muchacho, hasta que la penumbra de la noche hace desaparecer las formas y es entonces que éste sale, para dar un salto hasta la protección que le brinda el tronco. Como no ha recibido ningún disparo vuela de aquí hasta la concavidad de la pieza y de allá al puesto de socorro. La palidez de su rostro indica lo mucho que ha sufrido en las pocas horas que ha actuado frente al peligro de las balas paraguayas; pero, ahora hay un poco de agua para los más necesitados. Esta actitud ha levantado el ánimo de los camilleros. La lección de aquel soldadito es aprovechada con más confianza al amparo de la noche. Son varios los viajes que se han hecho. Se han colmado de agua pequeños depósitos, sin que ninguno de los que fueron posteriormente hayan sufrido siquiera un rasguño. Desde entonces, ése sería el camino a seguir para proveerse de agua, por medio de saltos enseñados por el camillero, o al amparo de la noche. Todas las noches se ven, desde entonces, el ir y venir de fantasmas hasta el pozo de agua, donde dos cadáveres cuidan el sitio, la conservación de aquel elemento vital, el agua para los defensores de Boquerón... Septiembre 15 de 1932. Por fin parece que el Comando Superior se ha dado cuenta de la esterilidad de los ataques que realizan nuestras tropas de Yucra y que el enemigo va recibiendo diariamente refuerzos. Esta mañana se ha enviado el siguiente parte desde Muñoz que es el lugar donde se encuentra el Comando:

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“Transmitido de Muñoz.- Cif. Nº 370. ESMAYORAL. La Paz. Urgentísimo — Enemigo recibió refuerzos que paralizó nuestros contra-ataques. Enviamos nuevos refuerzos formados últimas fracciones de Rgto. 6 de Caballería con lo que efectivos empeñados Batalla de Boquerón son 2.700. Aprovechando refuerzos preparamos el sexto contra-ataque. En sector Tinfunqué-Arce, sólo quedan alrededor de 600 hombres. Sector Agua Rica, sigue tranquilo.- (Fdo.) Gral. Quintanilla”. Otra orden del mismo General reza lo siguiente: “Memorándum del CICE.- Muñoz.- Sr. Mayor, Jefe de la Escuadrilla de Aviación.- Mañana hasta horas ocho, despegarán de ésta tres máquinas con misión de abastecer a nuestras tropas de Boquerón, de municiones y víveres (pan y charque) que recogerán de Arce, debiendo efectuar tres vuelos sucesivos.- (Fdo.) Gral. Quintanilla.” Como se podrá observar en los partes y en el memorándum del Comando Superior, se ha retirado la defensa de otros fortines para ir a reforzar las tropas que atacan desde Yucra en número de 2.700 que se encuentran en lucha constante para intentar romper el cerco formado por los paraguayos alrededor de Boquerón. 2.700 soldados bolivianos. Es una ironía, en comparación al gran número de tropas que ya ha desplegado el Paraguay alrededor y en la retaguardia de Boquerón. Según los cálculos de los oficiales del reducto, por lo menos hay cerca de 15.000 soldados atacantes, sin contar las tropas que se encuentran encargadas del aprovisionamiento y tropas de transporte desde las puertas de Asunción. Y nosotros, los defensores del reducto de Boquerón, predestinados a nuestra triste suerte, tenemos que soportar toda esta potencia de fuego que martillea constantemente sobre nuestras posiciones... A las siete de la mañana, vuelve el fuego de artillería a amagar nuestras trincheras ya maltrechas. Diariamente se va ahondando nuestro pesimismo y seguimos preparados para el asalto final que nunca llega. Cada tres o cinco minutos, ráfagas de ametralladoras se dejan sentir con su fuego graneado que cae dentro del fortín, principalmente cuando los observadores paraguayos notan movimientos de soldados dentro del fortín. Mientras, los morteros y disparos de artillería no dejan de dirigir sus proyectiles cada media hora... ¡Son tantos los disparos de artillería, que con una distribución en el suelo del reducto, éste habría estado hasta la fecha cubierto de embudos en toda su superficie! “Soldados del sector vecino encuentran al teniente paraguayo Fernando Velásquez, que se debate entre estertores de muerte. Un proyectil se le ha incrustado en la cabeza, a la altura de la sien derecha. Está delirando y tiene la herida totalmente infectada. Al enjugarse el rostro nos extiende una mano. Da a entender que quiere obsequiarnos su anillo a condición de conservarle la vida. Como es natural, no aceptamos el regalo. En esto asoma Manchego y exclama: —“Conozco a este “pila”, es un buen hombre, me tuvo prisionero en Media Luna el año 28, después del ataque a Vanguardia”. Toma su pañuelo y amarra la cabeza al herido. Velásquez repite los nombres de su esposa y de su hija. Encontramos en medio de su pecho unas fotografías y una pequeña Virgen envuelta en un lazo de tul, probablemente del que vistiera su novia el día de sus nupcias. Este hombre de casi dos metros de estatura, nos consterna. Cada vez que podemos le visitamos en el “buraco” que le han adaptado los camilleros. El mozo se va apagando, pero su agonía se prolonga. Sus ojos azures, fijos en los rayos de luz que dejan pasar los troncos mal unidos del techo que le cobija, parecen escrutar el misterio de su destino...” (My. Taborga) A las ocho de la mañana empiezan a sobrevolar nuestros aviones. Las tropas paraguayas que se encuentran en continuo asecho rompen sus fuegos con dirección a nuestros aparatos, estos parecen no apreciar el peligro que entrañan las ráfagas de ametralladoras y sin temor, pasan y repasan por encima del fortín dejando caer los paquetes de pan y munición. Lo mismo que en anteriores ocasiones, la mayor parte de ellos cae en las posiciones contrarias; uno o dos caen dentro de nuestro fortín. ¡Poca cosa! ¡Y el hambre seguirá retorciendo nuestros estómagos! También encontramos munición; pero no servirá para nada... ¡Deshechas, retorcidas, sin valor para nuestra defensa...! Como si no hubiesen arrojado... ¡Total, un vuelo sin resultados favorables...! Sin embargo casi le cuesta la vida al aviador por su intrepidez. Estuvo a punto de ser derribado por la metralla enemiga... Y los días pasan, como pasa nuestra angustia hasta la agonía final... Hacia el fin triste. No sabemos cuál será el epílogo de nuestras vidas. Esa incógnita hace que nos aferremos a un ápice de esperanza... Esperanza ¿hacia qué...? A los misterios y sorpresas que puede guardar el mañana... Pero Boquerón se resiste y sigue sobreviviendo a todas las calamidades de esta guerra. Un soldado se encuentra debajo del alero de la puerta de sanidad; al ser preguntado qué hace en ese sitio con la cabeza entre las manos, responde con amargura: “Pienso en mi casa, mi madre, mi esposa y mis hijos que dejé solos, sin ayuda de ninguna clase”. Es un soldado que después de haber luchado tanto tiempo, dedica un momento de recuerdo a los seres queridos que ha dejado allí, en la tierra añorada... ¡La carne se acuerda de la carne con el amor del recuerdo...! El hijo reclama a la madre... A la madre ausente en este momento de lucidez... Eleva su corazón y su pensamiento a algo más noble que el matar... ¡Tan cercano está su corazón al recuerdo lejano, que gruesas gotas de lágrimas caen de ese rostro enjuto y demacrado! Le invito a que entre dentro del refugio; pero él se resiste y dice “—No, prefiero esta mi soledad...” ¿Soledad? No, no está solo, está en compañía de su madre, de su esposa y de sus hijos, siquiera por medio del recuerdo... Se cierran sus ojos y sonríe... Acaso ve así mejor que con los ojos abiertos... Se levanta del lugar, paso a paso, se dirige a su posición. Mas no se ha alejado demasiado, cuando cae un proyectil y una carcaza ha roto uno de sus brazos. Este lanza un grito de dolor y el brazo colgante parece algo extraño al cuerpo... ¡Es inverosímil! ¡Es algo trágico...! hace un minuto sonreía al recuerdo de los seres más queridos y... ahora, se ve con el brazo inutilizado... Ese brazo que era el sostén de los suyos... Ese brazo que roturaba la tierra fecunda para dar sus frutos como holocausto a la felicidad de su hogar... ¡Cuántos, como éste, quedarán en esta guerra, mancos, cojos, tullidos, ciegos e inutilizados por las enfermedades por el resto de sus días; sirviendo como una carga más a la estrechez de los suyos... ¡Y tener en cuenta que recién comienza la guerra..., aquí en Boquerón...! ¿Y, los que se encuentran debajo de aquellos promontorios de tierra... con la fetidez cadavérica de la muerte...? ¿Qué pensarán de ellos en la casa, la madre, la esposa, la novia o cualesquier ser querido...? ¡Cuántos llorarán la orfandad por causa de esta guerra, de esta carnicería...! ¡Cuántas tragedias en los hogares

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abandonados por defender la Patria...! ¡Patria, en este instante te veo más fuerte que nuestra propia naturaleza! ¡Ahora eres todo, y todo te lo damos; salud, hogar, tranquilidad y... vida! ¡Aquí nos tienes! ¡Sólo el recuerdo, nada más para nuestros seres queridos ausentes... Ha pasado el día entre ráfagas de ametralladoras y explosiones de balas de cañón y morteros; mientras tanto, los muertos y heridos han ido en aumento considerable. Por fin, después de un día de nerviosismo y de dolor, la noche nos cubre con su manto de misterio... Aún no ha salido la luna, y ya los defensores de Boquerón dejan sus posiciones para ir a reaprovisionarse de munición y de algo que comer. Varias son las sombras que se deslizan como culebras hacia un montón de cadáveres que yacen desde hace dos días en el pajonal. Procuran no producir ruido alguno. Una pieza de ametralladora dispara a lo lejos... Lento es el avance. Los cadáveres se encuentran a ciento cincuenta metros. Los que avanzan no los ven; pero en la tarde fueron vistos desde las posiciones. Uno de los que se arrastra ve un bulto; se detiene para percibir algo que se mueve. No tiene un arma para poder defenderse en caso de peligro. Hunde la cabeza y el cuerpo en tierra. Observa que el bulto no es de un ser humano; más tiene la forma de un animal. Se acerca otro poco. Faltan unos quince metros para llegar y de pronto levanta la cabeza... ¡Susto...! No es nada... más que un zorro que devora los restos del que fue un paraguayo, y que tiene las vísceras mezcladas con la tierra. La blusa verde olivo está desgarrada. Una enorme mancha de sangre se encuentra desparramada a su derredor, su fusil está a su lado. El boliviano revisa la bolsa que tiene junto al cadáver y constata que tiene munición. Desata la correa que la sujeta al muerto y se la pone la bandolera. Luego le sigue registrando los bolsillos, encontrando cigarros que guarda para sí. Este cadáver es pobre, busca otro. Sigue arrastrándose diez metros más adelante, percibe otro bulto; es un pila que debió caer en su intento de asalto. Este tiene el estómago totalmente hinchado, hasta reventar los botones de la blusa. La cara está totalmente destrozada. Algo monstruoso, no tiene nariz, ni la mandíbula. Tan sólo dos ojos abiertos y una dentadura destrozada desparramada sobre la masa informe. No aparece el fusil. Seguramente lo recogieron sus compañeros; tampoco tiene morral de munición y al revisar los bolsillos, la mano entra en contacto con la carne fría del cadáver, que lo pone nervioso... Ya no quiere seguir la búsqueda, porque siente que su cuerpo se estremece, por lo que vuelve al lugar donde sus compañeros están en la misma labor. Cerca de ellos, se siente más tranquilo. Ahora se aproxima a otro cadáver que tiene una caramañola de agua, un morral y un fusil. Lo despoja; ha tenido mejor suerte. ¡Este sí, es un pila “rico” en munición! En esto se oye muy cercana una ráfaga de ametralladora. Está a unos treinta a cuarenta metros; los disparos pasan por encima; ¿se habrán dado cuenta de la presencia de los depredadores de cadáveres? Ve los fogonazos que salen de la pieza. El soldado hunde la cabeza y los disparos se pierden en los montes que circundan al fortín. Retrocede despacio, sigiloso, sin producir ruido alguno que delate su presencia. Así va alejándose más y más, hasta que se siente más reconfortado con la compañía de sus camaradas que también retornan hacia las trincheras. Otra descarga de ametralladora rompe el silencio de la noche. Los proyectiles pasan silbando a los oídos; un minuto más, y se encuentran dentro de las fortificaciones. Sacan los contenidos de las bolsas. Uno de ellos cuenta cuatrocientos cartuchos de guerra, otro ciento veinte; y a quien seguimos en sus movimientos, veinte charutos, galletas, una caramañola de agua, más de doscientos cartuchos de guerra y ¡un fusil nuevo!... ¡Maravilloso botín!... Aún no han terminado de guardar sus trofeos, cuando sienten otro ruido. Son otros, que también han ido en paseo de “inspección”... Y así, Boquerón va proveyéndose de munición y víveres para su defensa. Esta operación se repetirá todas las noches. Muchos, en su intento no regresarán a sus posiciones; quedarán allí junto al rebuscado cadáver paraguayo, atravesado por los proyectiles enemigos. La noche oscura sólo es interrumpida por los disparos contrarios que buscan nuevas víctimas. Los soldados que defienden el reducto de Boquerón están de día en día más decaídos. Sus rostros macilentos, indican claramente los sufrimientos que los agobian. Ya no hay esperanzas de salvación para sus desnutridos cuerpos. Las noches de vigilia hacen que los ojos de los combatientes, sean dos ascuas. ¡Boquerón agoniza! ¿Y el final...? Ese final trágico no se presenta. ¿Es que la Parca no está satisfecha con tantas vidas que se han tronchado? ¿Hasta cuándo este sufrir que se va haciendo eterno? Ni un hálito de esperanza, ni un poco de consuelo para los afligidos corazones...! ¡Oh!, esto es lo imposible... ¡Patria, tu sacro nombre nos alienta! ¡Tus tradiciones y tus glorias exigen más de tus hijos! ¡Tanta sangre vertida, tanto coraje y valentía derrochados...! ¿No tendrá algún día la compensación merecida para éstos que no escatiman sufrimientos y dolores? ¡Patria!, ¡cuán injusta serías, si en el devenir vieras sentir la desilusión de tus hijos que hoy te defienden... Septiembre 16 de 1932. El Comandante del Fortín Boquerón, ha dado a conocer la siguiente orden del día: “16—IX—32... Horas 16.45— Para su lectura a la tropa en todos los puestos de combate. “Jefes, oficiales y soldados de Boquerón: “El dedo de la fortuna nos ha señalado el insigne honor de representar en esta Batalla al pueblo de Bolivia, a sus instituciones y a la salvaguardia de su honra nacional. No debemos discriminar sobre las desventajosas condiciones en que luchamos. Nuestro deber es llegar al convencimiento de que el enemigo, podrá pasar después sobre nuestros cadáveres, con el respeto que infunde la memoria de los soldados que supieron caer como leales defensores de su Bandera”. “No tengo motivos para recomendar a mis oficiales y soldados, el cumplimiento de sus obligaciones en sus puestos de combate; porque han dado pruebas de no precisarlo; pero, debo anotarles la gravedad que entrañaría el gasto insulso de munición. Cada tirador debe vigilar su propio empleo de fuego, ya que no tenemos esperanza de ser reaprovisionados. El arma blanca será nuestro único y último recurso cuando se agote la dotación insignificante que aún nos queda; hay que aniquilar hombre por hombre al atacante. Las ametralladoras y la fusilería deben apuntar exactamente al cuerpo del adversario... Cualquier descuido puede ocasionar la sorpresa que dé lugar al enemigo para romper nuestro encuadramiento de defensa. Cualquier punto que sea fracturado de él, significará el derrumbe de nuestras aspiraciones y de la expectativa

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que en nosotros cifran todos los bolivianos, cuya integridad y suerte para el futuro, nos ha confiado... Hasta este momento tenemos paralizado al enemigo en su avance, impotente ante nuestra decisión de servir a la Patria; pero, también debemos vencer al sueño y la fatiga y a todas las privaciones que las circunstancias obligan”. “Un día podremos lucir con orgullo el galardón que nosotros mismos nos hemos impuesto en este memorable campo de honor. Paradigma, que recordarán nuestros sucesores... Soldados de Boquerón: obedeced rigurosamente las órdenes de vuestros denodados oficiales, cuidad de sus vidas como algo necesario a vosotros mismos; y si caen, reemplazadles en el puesto del sacrificio... Jefes, Oficiales y Soldados de Boquerón: Subordinación y Constancia!!” Leída la anterior orden a todos los soldados en sus mismos puestos de combate, puestos de pie ellos, sollozaban y manos furtivas querían secar las lágrimas que a raudales rodaban por sus mejillas secas por el dolor; pero, un impulso unánime saltaba en los corazones de aquellos esforzados soldados. Ese impulso que haría vibrar de emoción y patriotismo de cuantos oyesen la orden del 16 de Septiembre. Salvar a la Patria del deshonor. Dejar bien sentado el honor del soldado boliviano. Después de oír la voz del oficial que acaba de leer, todos se encuentran más reconfortados; una sola, idea ajusta en todos ellos: cumplir su deber hasta el último trance, hasta el sacrificio final... Pensativos, cabizbajos y en silencio, los soldados van desfilando hasta el lugar de sus posiciones. Y allí, en medio del silencio que la pausa del combate brinda, elevan una plegaria al Señor, encomendándole sus almas... “Señor, Tú, el Regidor del Universo. Tú, que desde lo alto de tu trono. Tú, que ves en mí un mísero gusano pronto a ser devorado por la vorágine de esta guerra, te pido humildemente perdones toda ofensa que te causé, y... no te olvides que si mato, es porque defiendo mi Patria. Señor: ahora que me encuentro en el trance más grande de mi vida, te encomiendo mi alma y si llego a morir, consuela a los míos dándoles la fortaleza que requerirán para mitigar sus penas. ¡Dios mío! haz que no me falte el valor, ahora que estoy frente a frente con la Muerte”. La voz silente de la oración parece ser escuchada por el Señor. Una suave brisa sacude las ramas de los escuálidos árboles del fortín mientras un boyero, pájaro selvático, en una rama desgajada lanza al espacio su trino triste y melancólico. ¿Es el espíritu del Señor que convertido en ave, viene a consolarnos con su trino? Sólo El sabe.... Cae la noche; otro día de sitio... Otro día que se va... ¿Nos acercamos a la Vida o a la Muerte...? Como una carcajada del Destino, se escucha el traqueteo de una ametralladora. Es que la Muerte sigue rondando las trincheras de Boquerón, buscando más víctimas para su insaciable voracidad. El soldado que hace un momento había elevado sus preces al Señor ahora duerme tranquilo en el rincón de su trinchera, mientras el ojo vigilante de su camarada escruta las sombras de la noche. ¡Qué apacible sueño! Su rostro tranquilo dibuja una sonrisa angelical. Es que tiene el alma serena. Todos sus compañeros oyen el rítmico respirar; nada turba su sueño; ni la explosión de los tiros de artillería que van cayendo cada cuarto de hora, ni las ráfagas de las ametralladoras que pasan silbando o que van a incrustarse en la protección de las trincheras. ¡Nada...! ¡Nada...! Ha llegado el momento que debe reemplazar a su compañero en el puesto de vigilancia. Dos horas debe permanecer en constante acecho al enemigo que también vigila. Es necesario despertarlo; cuando lo van a ejecutar... ¡Oh! el soldado está sin vida... Pero, ¿cómo es posible que dentro de su posición haya muerto? No se nota ninguna herida. El cabo lo examina; no ve nada; mas hay un punto pequeño en la frente, entre las dos cejas, un punto por donde se coló la Muerte. Una pequeña esquirla como la cabeza de un alfiler le había perforado el cráneo y le dejó enlazado el sueño con la muerte. ¡Cómo llegas Parca maldita a las víctimas que escoges...! ¡Nadie se libra de ti, cuando tu deseo es liberar el alma del cuerpo...! No se le nota ningún signo de sufrimiento; más bien, podríase decir que la Muerte llegó cuando soñaba con cosas bellas. ¡Quien sabe con la novia... o con su querida madre...! ¡Mientras tanto Boquerón languidece, ha empezado su agonía...! Septiembre 17 de 1932. Día trágico para los defensores de Boquerón. Ha caído prisionero en manos del enemigo un sargento del Regimiento 14 de Infantería. Después de torturarlo inmisericordemente y de obtener de él algunos datos referentes a nuestras posiciones, lo han devuelto hacia nuestras trincheras con los ojos vaciados. El infeliz andaba dentro de la maraña del monte dando tumbos y tropiezos en los troncos de los árboles. Conducido por los nuestros, ha declarado que le han sacado, por medio de torturas, algunos datos del que se halla totalmente remordido y pide a gritos que se le dé muerte: —¡Soy culpable! ¡Soy el ser más inservible! ¡Debo morir! ¡Compañeros dadme un fusil por favor...!— La desesperación de aquel muchacho va en aumento... Sus manos se retuercen de desesperación, dolor y remordimiento. El lugar donde está de pie, se va cubriendo de sangre que sale de las cuencas vacías, un líquido bermellón cubre su rostro cubierto de sangre coagulada. Se retuerce... y, busca con la mano a alguno que le tome. Los que espectan aquel cuadro de barbarie, están mudos de terror y de rabia. No saben qué hacer. El sargento quiere llevarlo ante el comandante; pero, otros, se apiadan de aquel desdichado y sugieren darle un fusil; lo toman del brazo y lo llevan dentro de la maraña del monte. Luego, se oye un disparo. El soldado se ha suicidado. Allí mismo se abrió un pequeño hoyo en el que le dieron sepultura... Tampoco tiene éste, una cruz que le recuerde. No ha pasado ni una hora de este acontecimiento, cuando se siente un fuego graneado sobre el sector del Capitán Manchego. Este oficial, enardecido por el fragor del combate se cuida poco y sale apresuradamente de su puesto de comando, cuando vuelve; un proyectil de mortero y una ráfaga de ametralladora lo tienden para siempre en el suelo, junto a otros. Su estafeta da la alarma por la muerte de su Capitán. Llevado al puesto de socorro entre los últimos estertores, muere con los ojos abiertos... En esta misma mañana, caen los tenientes Alfredo Vargas y Juan de Dios Guzmán. Este último del Regimiento Campos. El combate se generaliza, se cree que será el asalto final. El tiroteo se hace tan nutrido, que es una inmensa tostadera. El sargento que hace un momento se suicidó, había dado los detalles de nuestras posiciones y ahora se dejaban sentir los

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efectos que produjo la imprudente información. Caen heridos varios oficiales. Entre ellos, Dávila, Peñaloza y López Sánchez. Este último presenta una herida bastante grave, tiene un proyectil en el pulmón... Ha calmado el fuego después de dos horas de intenso tiroteo. Prosiguen ahora la obra de destrucción, los morteros y los tiros de artillería. Hacia el sector del teniente Pardo, el enemigo se ha acercado demasiado, tal que se ha atrincherado en un bosque muy próximo desde donde hace fuego sin interrupción, todo el día. Ráfagas cortas dirigen sus tiros al centro del fortín. El tableteo se convierte en pesadilla. Todos buscan al tirador de la fatídica pieza que se encuentra, seguramente, bien mimetizada. Los árboles son observados con anteojos de campaña y se descubre al enemigo que está sobre un árbol bastante grueso. Se emplaza una ametralladora pesada y se ofrece el anteojo al tirador de la pesada, para que pueda precisar los disparos de su pieza; mientras el oficial le describe el lugar donde se encuentra el enemigo. El tirador, luego de observar detenidamente el bosque, consigue descubrirlo y exclama gozoso: “Visto mi Teniente.” Dirige su pieza con su cinta de proyectiles, y cuando el otro dispara una ráfaga, suena a su vez la ametralladora boliviana, y se ve que el tirador y sirvientes, quedaron colgados en las ramas del árbol hasta que el primero pronto cayó al suelo como una bolsa. La pieza debió sufrir deterioros, porque desde ese momento se apagó la música infernal del tableteo. Hace dos días que aviones paraguayos nos visitan diariamente. Primeramente esperan que nuestros aparatos retornen a sus bases para poder sobrevolar sobre nuestras posiciones, y al hacerlo, nos envían andanadas de proyectiles. Nuestra única pieza antiaérea está descompuesta; se atascó un proyectil y no la pueden habilitar. A las tres de la tarde vuelve a presentarse el avión paraguayo, o mejor dicho, los aviones paraguayos que son dos, de un color plomizo. Son biplanos. Probablemente de la misma marca que los nuestros o por lo menos, del mismo tipo; sólo se diferencian en el color y en la bandera que llevan. Uno de los aviones se dirige hacia Yucra mientras el otro, vacía sobre Boquerón las cargas de sus ametralladoras, y una vez que ha terminado su misión, se dirige hacia Isla Poí. El que se dirigió a Yucra ha sido atacado por uno de nuestros aviones que le tiene debajo y le va disparando sin interrupción. El aparato paraguayo va perdiendo altura, pasa por las posiciones del reducto de Boquerón casi por encima de los árboles. Nos parece que cayó a poca distancia; pues tomó la dirección de Isla Poí, siempre seguido por nuestro avión; al poco rato se siente en el espacio el ruido del motor que se acerca. Es nuestro avión que después de dar una vuelta por las posiciones bolivianas, se dirige a la base de Arce... El aparato paraguayo esta vez también fue derrotado... (Dentro de poco, comprobaríamos que el aviador había sido herido en el brazo derecho, y que su máquina sufrió serios desperfectos). Nuestra situación dentro del reducto ha empeorado; a la falta de víveres, munición y agua, se ha sumado el hecho de que todos nuestros puestos de comando están ubicados por los morteros, lo que hace imposible permanecer dentro de aquellos. Nuestros oficiales prefieren estar en las trincheras junto a sus soldados... A las seis de la tarde ha conseguido entrar dentro del fortín, una fracción de cuarenta hombres al mando del teniente Grosberger. Traen cada uno, una pequeña bolsita de víveres y charque. Estos soldados al verse dentro del fortín, piden que se les dé de comer... Ironía del destino! Nos piden de comer, cuando hace días los mismos defensores del reducto no han probado bocado!... Hay entre ellos un oficial que dice ser baqueano en el monte. Se llama Subteniente Germán Busch. Es delgado, de buena estatura. Tiene el cabello un poco ensortijado. Charlan con otro oficial del reducto. Después de recibir el parte respectivo, el coronel Marzana ordena que la fracción vuelva a su base, ya que el aumento de tropas en Boquerón, donde todo escasea, se tornaría más peligroso. A las siete de la noche, esa tropa vuelve; pero para entonces la entrada que ellos creyeron abrir, se volvió a cerrar. No fue más que un ardid del enemigo. La consigna era dejar entrar pequeñas fracciones y no dejar salir de Boquerón a ninguna. Es así que cuando las tropas del teniente Grosberger quisieron salir, el enemigo ya los esperaba bien atrincherado. Un nutrido fuego de fusilería hizo que las tropas no atinasen a “pechar” el monte o regresar. Optaron por el primero, pero muchos debieron caer en el campo de combate y otros cayeron prisioneros... Los que se salvaron, tuvieron que vagar por el monte espinoso y recién al día siguiente pudieron salir al Puesto Ramírez, con la ropa totalmente destrozada y la piel desgarrada por las carahuatas que abundan en el interior de la maraña. Hoy ha podido llegar el soldado que viera morir al Capitán Victor Ustárez, del que en capítulos anteriores se ha mencionado su hazaña. Ha tenido que arrastrar sus piernas heridas en una distancia de más de tres kilómetros. Está totalmente agotado. Se lo han llevado al puesto de emergencia y allí, entre lágrimas, cuenta lo que ocurrió. La noticia de la muerte del Capitán ha tenido efectos desmoralizadores entre la oficialidad y la tropa del Regimiento Campos. Era amigo de todos, y todos lo apreciábamos como a un hermano. Mientras tanto, el hambre dentro del reducto de Boquerón es de tal manera; que se ha dado fin a los mulos del Escuadrón del teniente Faustino Pardo. El último ha sido carneado, y, ni el cuero se ha desechado. Un soldado, comentando, decía: —¡Bah!... El cuero cuando se lo hierve, se vuelve como cola; con un poco de sal o azúcar, es algo parecido a la gelatina que sirven en las pastelerías de nuestras ciudades... Otros soldados que no han tenido la suerte de que les toque un trozo de carne de mula o un pedazo de cuero, van buscando por dentro del monte y en la que fue cocina, algunos huesos desparramados. Uno de ellos ha encontrado unas pezuñas y varios huesos, que los mete en su morral como si robase los restos de una comida mejor en otro tiempo. Los lleva hacia el monte. Allí cava un hoyo profundo, donde se mete. Vuelve a salir. Recoge un poco de leña y cubriéndose con una frazada enciende un fuego, extrae una caramañola pila que contiene agua; la vierte dentro de una pequeña lata y en él los huesos que ha recogido y espera; espera que el líquido se torne un poco grasoso, mientras él va atizando el pequeño fuego. Después de media hora de hacer hervir el hueso, lo saca. y se prepara a darse un banquete, “un caldo suculento” ¿A la que? ¡Se puede llamar a la “huancaina”, o a la “italiana”...! Pero, en fin sin darse cuenta, el pobre defensor de Boquerón, se ha suministrado para sí una buena dosis de calcio, que por otra parte llenará por lo menos su estómago vacío que se retorcía de hambre. Satisfecho, ahora se dirige a su posición, donde reanuda su labor de vigilancia. Esta labor se ha convertido en una cosa normal.

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Se ve deambular dentro del bosque soldados que, con sus cuchillos o con cualquier pedazo de hierro, van tanteando la tierra en busca de una raíz tuberosa que tenga sustancias feculentas que les sirvan para aplacar el hambre y la sed que les devora... Los defensores de Boquerón, vuelven a la edad de la barbarie... Sus instintos, sus cualidades y todas sus facultades, han hecho regresión a aquellos tiempos primitivos... Viven en una caverna que es su cueva o su trinchera; visten de harapos que hacen las veces de la piel de los animales de la prehistoria; comen y se alimentan de raíces, desperdicios de la naturaleza, y en vez de agua, beben hasta su orín, y su instinto de matar se ha refinado de tal manera, que son verdaderos artistas. Sus víctimas en su mayor parte llevan la señal de su pericia; es decir, un disparo entre ceja y ceja... ¡Cuántos de aquellos a quienes se envía una bala, harán que lleven una maldición hasta la fosa...! Metrallas, explosiones, que destrozan las vísceras, balas que levantan la tapa de los sesos, heridos que se revuelcan en la podredumbre de la gangrena, ojos que avizoran la impenetrabilidad del bosque en busca de su víctima... Polvo, mugre, lamentos de dolor, gritos de rabia y de maldición... Este es el cuadro tétrico de Boquerón... Todo aureolado por un bosque que ronca, que aúlla, que truena y por último que destroza y mata...! ¿Quién reconstruirá lo que se ha destrozado y destruido...? ¿Quién devolverá lo perdido? ¿Quién hará que vuelva todo lo que se fue.. .? ¡Nadie! ¡Nadie, Dios mío! Y sin embargo, van muriendo hombres que podían ser útiles para el trabajo honesto del campo, de las minas y de las ciudades... ¡Total, cientos de heridos y decenas de muertos... Cientos de inútiles y decenas que ya no volverán...! Son las nueve de la noche. Nuevamente se siente en el sector del teniente coronel Luis Cuenca el tableteo de las metrallas y el graneado disparo de la fusilería. El enemigo concentra su fuego de artillería en ese sector. Se ve en el monte que la tropa paraguaya se acerca haciendo saltos. Los nuestros salen a sus troneras y observan cómo se van acercando los pilas. Quieren aprovechar de la oscuridad de la noche para probar si pueden romper la línea de defensa. La oscuridad no es motivo para que aquellos soldados acostumbrados a los elementos y a todas las circunstancias de la naturaleza, vean la proximidad del enemigo y de su avance. Se pierden los cuerpos en el suelo. La artillería ha cesado, mientras dos ametralladoras van disparando hacia las posiciones bolivianas; mas, éstas permanecen mudas esperando la proximidad del enemigo. Ya se encuentra a quince pasos de las trincheras del fortín cuando de un momento a otro, una orden trasmitida por medio de un silbido agudo, ha dado la señal. Es entonces que cuarenta bocas de fuego esparcen en el monte su reguero de plomo, produciendo un alarido de muerte y desesperación. Los nuestros, ante la inminencia del peligro que significaba la proximidad del enemigo, han calado sus bayonetas y esperan la irrupción de los pilas. Unos han saltado dentro de las posiciones; pero éstos han sido acuchillados por los defensores. Se sucede otro oleaje de atacantes; vienen como refuerzo; mas, éstos, disparan a sus mismos compañeros, creyendo que son bolivianos. Se diezman entre ellos; pero, al darse cuenta, ya es tarde. Muchos, muchos han muerto entre el fuego y el cuchillo. Las bajas paraguayas deben ser desastrosas, porque se oye una orden en guaraní y aquel asalto que parecía el principio de nuestra ruina, fue disminuyendo poco a poco en intensidad, hasta que sólo se sintió en el campo los lamentos y ayes de dolor de los heridos paraguayos que habían quedado abandonados en el campo por sus compañeros. Los nuestros, después de haberse cerciorado que los pilas se habían retirado, salieron en busca de munición y de algo de comer. Estos eran “ricos” en municiones; pues, cada uno tenía por lo menos ciento cincuenta cartuchos de guerra. Las armas que dejaron reemplazaron a las nuestras, que por el uso tenían los cañones ya dilatados. Luis Cuenca se portó en esta nueva oportunidad en forma valiente y singular. Por su actuación y por la serenidad de su comportamiento, supo ganarse un apretón de manos del jefe del reducto, otro tanto fue felicitada la tropa. Boquerón continuaba con el brazo y el arma listos para su defensa. No importa que el ataque sea de día o de noche; pero el valor defensivo siempre está alerta sin importar las deficiencias ni las condiciones adversas en que le ha puesto la naturaleza... Septiembre 18 de 1932. Son las cuatro de la mañana. Intensos disparos de artillería pesada. Los morteros confunden sus explosiones con los anteriores estruendos. Un proyectil ha destrozado el techo del puesto donde se cobijan más de ochenta heridos. La explosión de otro ha dado en uno de los travesaños del techo, ocasionando la muerte de siete heridos. Otros tantos se debaten con nuevas heridas. Añadir a esto los demás soldados, no saben lo que pasa. No hay caso “de encender ni una vela, ni un mechero. La confusión hace que los heridos se arrastren de un lugar a otro y los ayes y pedidos de socorro desesperan a los camilleros que van preguntando en la oscuridad; tanteando los posibles muertos. Uno de ellos desde un rincón exclama: —¡Mi sargento, aquí, el soldado Pedro está muerto...!— De otro lado un herido llama: —Camillero, han muerto a este soldado que está a mi lado. Y así, en la oscuridad de la noche, a tientas y tropezones, van recogiendo los cadáveres. Otro soldado se va desangrando de una nueva herida. Más, otro tiene los intestinos y el hígado confundidos en una masa hedionda que llena con sus vahos de sangre y excrementos, aquella habitación de dolor y desesperación. No hay drogas con qué atenderlos. Se utiliza por vendas, lienzos de colchonetas sumergidas en permanganato de potasa, que hay preparado en cantidad... Empieza la claridad del nuevo día y aparecen entre los heridos otros dos muertos. Uno de ellos tiene una herida horripilante. El pecho abierto por el costado derecho. Una esquirla grande le ha destrozado completamente el pulmón y el corazón que quedan como una rosa macabra. La columna vertebral tiene tres vértebras hechas añicos. La carne, la sangre y los huesos amarillentos hacen suponer que en este lugar hubiese sido carneado un buey. La sangre ha empapado el uniforme que también está hecho jirones. Mientras tanto, en las trincheras, el fuego se ha generalizado en todo el derredor. Boquerón sufre ahora el peor ataque enemigo. Los disparos de fusilería enemiga caen sobre el fortín como si una manguera de agua rociase un jardín. Los proyectiles causan pocas bajas. Los camilleros recorren las trincheras en procura de los posibles heridos y ellos también tienen que dar su tributo: ha caído destrozado por un tiro de fusil el camillero Romualdo Cáceres. El aire se hace pesado y

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denso por la polvareda que producen las explosiones. Se ve en el puesto de Comando a los estafetas que entran y salen llevando partes y órdenes. Hay un movimiento inusitado. El sector del Tte. Inofuentes está a punto de ser arrollado. Las fuerzas paraguayas se han aproximado demasiado. Están a lo sumo a veinte pasos. Los disparos de los bolivianos no son apresurados porque hay orden de que cada disparo debe ser de hombre a hombre y por lo tanto, éstos tienen que ser bien dirigidos… a la cabeza del atacante. ¡Matanza...! ¡Carnicería sin cuento...! Todos los sentidos se han concentrado sólo para matar, para producir el mayor número de bajas. El hombre que agonizaba dentro de Boquerón, ha hecho renacer su esfuerzo; ese formidable esfuerzo que nace del instinto de conservación. ¡No importa que caigan...! La sangre y las vísceras saltan a los troncos que les circundan. ¡No importa ello...! Todos están en una sola idea, la de rechazar al enemigo que nos asalta. Matar al que quiere apoderarse de nuestro reducto. Se ve brillar en todos los rostros la figura felina de la fiera herida que desea rasgar las entrañas del que le ataca... ¡Boquerón está furioso...! Boquerón mata y destroza, despedaza entre sus garras de fuego y cuchillo...! Cada disparo es un impacto. Cadáveres y más cadáveres se van sumando a los que ya existían. Los ayes de los heridos y los estertores se confunden con los silbidos de los “shrapnells” que desgranan sus balines buscando sus víctimas. La fuerza arrolladora del grueso del ejército paraguayo está frente a nuestras posiciones; pero la defensa es invulnerable. Cada hombre acrecienta sus energías ya desgastadas por la lucha constante y cada uno de ellos parece que tuviese diez fusiles. Estos hombres del reducto se multiplican ante la fuerza arrolladora del enemigo. Todo es inútil; ni la fuerza de los titanes hará que los defensores cedan un palmo de terreno. Falta un tirador y allí va otro a reemplazarlo; cae uno, inmediatamente otro ocupa su lugar. La furia guerrera está en todo su vigor. El fragor de la batalla llega hasta Yucra, donde sus hombres contagiados por la resonancia de esta batalla entran también en actividad igual que los de Boquerón. Son dos fuerzas que miden su resistencia y su valor. Disparos y más disparos. Parece que el hombre ha tenido momentos de intenso frenesí. Los de Yucra son como los hombres de Boquerón. Van luchando casi cuerpo a cuerpo. Este combate que va durando horas y más horas, hasta que el enemigo opta por retirarse, porque las fuerzas del reducto no han cedido. El pajonal se ha teñido de sangre paraguaya. Si la fría ley de la guerra es matar: ¿dónde está ese humanismo que nos enseñaron nuestros padres? ¿Dónde está ese mandato divino que dice: “Amaos los unos a los otros”? ¡Dios del Universo! ¡Cómo permites que dos pueblos se descuarticen en forma tan inmisericorde! ¿Es esto lo que se llama acto de civilización? ¿Dónde llevan metido las nociones de pueblos civilizados? Más vale ser bárbaro, que pertenecer a este siglo de odios y Caínes... Madres de Bolivia y del Paraguay: ¿Para esta carnicería infernal habéis amamantado a vuestros hijos? ¿Queréis verlos, cómo se revuelcan en el fango de la podredumbre de los hospitales? ¿Queréis ver a vuestra carne hecha jirones en este campo de batalla? ¿Por qué gritasteis ¡“Viva la guerra!”? ¿Por qué no impedisteis ese derramamiento de sangre de dos razas que podían haber vivido como hermanas, sin rencillas y sin diferencias? Vosotras tenéis culpa en parte... ¿Me oís madres de Bolivia y del Paraguay? Ahora, ya es inútil. ¡Llorad madres bolivianas y paraguayas. Ahí tenéis a vuestros hijos, al fruto de vuestro amor... El pedazo de vuestras entrañas, cogido por un mortero o un tiro de cañón, tienen las entrañas al sol, se arrastran, sufren de dolor. Ni un llanto, ni una palabra de consuelo... Todos... Todos los han abandonado…! Hasta tú, madre que eres todo amor. Su agonía es lenta y se perfila en su rostro de moribundo la maldición para aquellos que causaron esta sangría que es la muerte de vuestros hijos... Mientras tanto, en este reducto seguirán desangrándose dos pueblos. Son las diez de la mañana y la batalla continúa con todo el furor de una danza apocalíptica. Las ametralladoras y las explosiones de morteros y la artillería asemejan una orquesta en la que la Muerte danza con los espectros que pueblan los bosques. Parece que esta fiesta macabra nunca va a acabar, y tarde o temprano, los hombres que defienden Boquerón serán tragados por esta vorágine que da vueltas y vueltas alrededor de los combatientes... Sabemos que el Paraguay ha concentrado todas sus fuerzas sobre este reducto. Hace días que el gobierno del Paraguay ha dado la noticia de que sus fuerzas han conquistado el fortín. ¡Falso! La lucha continúa... Falsos gobernantes, ¡cómo engañáis a vuestros pueblos!... Mientras allí en La Paz se cuenta de victorias que no existen; allí en Asunción dicen “que ya tomaron el Fortín” ¡Cómo mentís...! Habláis de paseos sobre fortines recientemente conquistados. Llamáis a esto conquistar cuando mueren cientos? ¿Llamáis victorias cuando hay decenas con las entrañas al sol? Falsos gobernantes, despiadados ante el dolor humano... Ay de vosotros! ya os llegará el turno... Son las doce del día; por fin, la intensidad del combate va disminuyendo. Las fuerzas atacantes, viendo la imposibilidad de tomar el fortín, retroceden a sus posiciones primitivas. Se arrastran poco a poco y dando pequeños saltos, se retiran. Los defensores tan sólo disparan cuando tienen la seguridad de causar bajas. La munición ha escaseado de tal manera, que tienen que negociar un préstamo con la condición de devolver en la noche “con intereses del cinco por ciento” o con el “uno por diez” en cartuchos. ¡Ironía del Destino! ¡Prestar munición con intereses, para matar a un semejante!... ¡Es que el comercio también existe en las trincheras; como existe en la retaguardia, allí en Villamontes o en Asunción; al igual que en Estados Unidos o en Checoslovaquia donde se venden armas para la destrucción de las naciones... ¡Así es la vida!, se comercia con la vida de la humanidad y con su destrucción en las asquerosas trincheras como en el gabinete transaccional de Marte. Las cuatro de la tarde. Nuevamente el enemigo ha atacado nuestras posiciones del sector Este; pero, allí están las picadas en forma de “V”. Los tiros de artillería se dirigen ahora hacia el sector del Sud, mientras el ataque se realiza en el Este. ¿Es una maniobra enemiga? Los tiros que caen dentro del fortín llegan muy cerca del puesto de primeros auxilios y del comando del reducto. Son momentos de verdadera prueba para el Comandante Marzana y sus ayudantes; pero, ellos sin inmutarse ante el peligro, siguen en sus puestos. Es cierto que la imprudencia no existe; por lo tanto, se guardan y aseguran sus vidas en las protecciones que han construido dentro del “buraco” del Comandante.

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El puesto de primeros auxilios tiene una labor que extenúa a los cirujanos. Todo el día han trabajado suturando heridas, extrayendo esquirlas de metralla, amputando brazos y piernas destrozadas... Los combatientes de otros sectores han ido a reforzar las posiciones del Este, donde la furia de los atacantes ha concentrado su fuego. De todos los sectores corren a reforzar aquel lugar, donde el enemigo quiere rebasarlo con sus numerosas fuerzas. De pronto viene un estafeta, que entre desesperados ademanes exclama: —Ataque enemigo al sector Oeste! —luego agrega— piden refuerzos inmediatamente...! Pasa de largo y a la carrera, va comunicando el caso a los demás sectores. Inmediatamente los muchachos que habían venido a contener el avance del enemigo al sector Este, tuvieron que tomar la decisión de ir a reforzar allí donde el peligro estaba con la inminencia de ser rotas nuestras líneas. Los sectores Noreste y Sudeste continuaban “en calma”; por lo tanto, quedaron pocos tiradores; mientras en los dos frentes opuestos, la carnicería se reanudó con una fuerza criminal. Ha pasado una hora de combate. ¿El resultado? Decenas de muertos y heridos paraguayos; lamentos de dolor, moribundos dando el último estertor de la muerte. Ni un palmo de terreno cedido a los paraguayos. Sin embargo, allí en Asunción continuaban su propaganda: “Nuestras fuerzas en hermosos asaltos, destruyeron al enemigo dentro de sus mismos reductos” ¡Falacia...! Falacia de los conductores de esta guerra cruel y sangrienta. Es verdad, que los hombres que defienden Boquerón, van exterminándose poco a poco; pero, a costa de cuánto. Cada vida boliviana que cae en las trincheras de Boquerón está compensada con veinte paraguayas. Cada herido boliviano hemostasia su sangre, para luego ir nuevamente al puesto que le señalaron sus oficiales. En el puesto de sanidad sólo quedan aquellos que realmente están inutilizados para combatir; pero aquel cuya herida es un disparo en un brazo o una pierna, tiene que continuar en el puesto del deber, defendiendo el reducto de Boquerón... Ha pasado un día de verdadero nerviosismo. Es necesario reparar las fuerzas perdidas en un día de combate; pero, ¿cómo y con qué? El Comandante hace distribuir la mitad de un pan para cada uno. Ni este pedazo ha alcanzado. Muchos han quedado con las manos vacías. Alguno que otro que conserva todavía ese desprendimiento propio en las grandes acciones, hace partícipe de unas migajas o un mendrugo con sus compañeros que no fueron favorecidos, porque es necesario ingerir algo para distraer al estómago. Varios soldados merodean los alrededores de lo que antes fue la carnicería. Suerte tiene aquel soldado que encuentra un hueso. Se lo llevará para hervirlo. Otros van en busca de cueros donde fue el matadero... Total, por lo menos una gelatina, sin sal ni azúcar. Otros se dedican a la caza de lagartos; pero, parece que estos bichos hubiesen escapado al estruendo de las balas. El último mulo que aún está vivo se encuentra pastando en el pajonal. El teniente ha ordenado que se lo traiga; pero ese sector está batido por el fuego de la fusilería y de las ametralladoras enemigas que vigilan nuestros movimientos. Pero el estómago es roído por el hambre. Los bostezos se suceden a cada instante. Hambre, hambre, sienten los defensores de Boquerón. ¡No hay peligros que arredren, cuando esta necesidad acecha, y así, un soldado del que fue teniente Guzmán, se decide a buscar la acémila para luego carnearla. La situación es difícil y peligrosa. El soldadito sale de la posición y se arrastra poco a poco. Los matorrales y la paja le cubren un poco. Los muchachos, desde las posiciones, ven cómo se va acercando hasta la presa. El mulo pasta tranquilamente sin darse cuenta de la tragedia próxima que se desarrollará, y que ya empieza allí cerca. Este levanta la cabeza, pone alerta sus largas orejas, dirige su mirada hacia donde se va acercando el muchacho y lanza un resoplido... Mientras tanto, miradas vigilantes del enemigo, observan los movimientos del que se arrastra anheloso. Por fin se detiene junto a las patas del animal; desata el cordel que lo sujeta a una mata y tira de la cuerda, mientras va arrastrándose de regreso. En este momento, se escucha una ráfaga de ametralladora. Los proyectiles levantan polvo a su derredor. Un proyectil le ha tocado en una pierna, pero no suelta su presa. Siente el golpe seco de otro proyectil y la herida empieza a sangrarle más, sigue arrastrándose con dificultad. El animal parece que comprendiese y resopla nuevamente. Tiene las orejas levantadas y los ojos que se le agrandan. El soldado se detiene y una nueva ráfaga rasga el aire. Esta vez, otro proyectil le ha tocado en el estómago vaciándole los intestinos y el herido tomado de la cuerda del mulo, expiró. Un disparo aislado ha puesto fin a su vida, que, en su afán de querer llevar un alimento a sus compañeros hambrientos, encontró la muerte junto al mulo impasible. Septiembre 19 de 1932. “Hasta Asunción”... habían gritado las multitudes en las ciudades de La Paz, Oruro, Cochabamba, y en todos los ámbitos de Bolivia. “Hay que pisar fuerte en el Chaco...” había gritado un presidente energúmeno y tozudo del que se decía ser un gran hombre, y los generales quedaron callados. No se escuchó ni una voz en contra, nadie dijo lo que era una guerra, porque nadie la conocía sino desde la butaca cómoda de una sala cinematográfica. Y las multitudes ávidas de curiosidad, aceptaron lo que se les dijo. Muchachas y muchachos de todas las edades gritaban en esos momentos eufóricos ¡¡A la guerra!! ¡¡Abajo el Paraguay!! Pero esa curiosidad iba a costar muchas vidas y torrentes de sangre generosa. Miles de campesinos, de obreros y de estudiantes llenaron los cuarteles y se puso en marcha el carruaje bélico de Marte... ¡No para los señores y los grandes caballeros! La guerra no se hizo para ellos. “Que vayan los tontos, los crédulos del significado de la palabra Patria! Es para éstos la guerra... Y es así cómo los contingentes se aprestaron a marchar. Grandes columnas con los pechos adornados de reliquias y medallas. Pasaron “los defensores de la Patria”, “los vencedores de cien batallas” y “los héroes de la Patria”. Pasada la euforia; al sentir los primeros aguijones de una marcha forzada o la carencia de los vítores de los pueblos, o sentir la proximidad del Infierno Verde, el entusiasmo se convierte en desaliento. Es entonces que los padrinos y los parientes, van buscando puestos de retaguardia para los “ahijados”, sobrinos y primos... Total, entraron a defender su Patria en un regimiento de mil doscientos hombres y sólo llegaron a la línea, los indios, los cholos... Los hijos de los “caballeros” quedaron a “defender su patria” en la retaguardia, pesando papas o mandando partes y novedades desde un prostíbulo, que para ellos es un campo de batalla... Estos serán los héroes auténticos de la Campaña del Chaco. Estos tendrán el pecho

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cubierto de medallas... Mientras tanto, en el verdadero frente de combate, aquí en el Chaco Boliviano, hay tan sólo 2.700 soldados que se baten como leones... ¿Qué importa? ¡Que se destripen por esa Patria que los cholos y los indios la defienden para los “caballeritos de cuello duro”, para los “héroes” de retaguardia... ¡Ironía e injusticia de este nuestro Destino! ¡Boquerón...! Boquerón, crisol de heroicidad de tus hijos. Aquí está el verdadero amor a la Patria. Aquí están ellos frente al enemigo, fusil al brazo. Defendiéndote a sangre y muerte. ¿Qué será ahora de ti? El Comando Supremo ya sugiere que se te abandone. Que se te dé por desaparecido. Bolivianos de Boquerón: seréis abandonados por vuestros hermanos de lucha. Por vuestros comandos superiores... Por todos... Aún por la Patria a quien defendéis y por la que derramáis vuestra última gota de sangre. Todos os abandonan... Mas, no ha llegado aún la hora de tu designio. Tienes que perecer ante el empuje superior del número de las armas paraguayas. Tienes que sucumbir ante las imprevisiones de los generales y la tozudez del mandatario... Como es costumbre de todos los días, Boquerón amanece con un fuerte tiroteo. Los soldados del reducto ya no pueden sostenerse de pie. Les zumban los oídos y a muchos les están sangrando. Los hombros donde apoyan los fusiles o las ametralladoras son heridas sanguinolentas. Van a la sanidad a pedir un poco de algodón para sus oídos y construyen almohadillas para sus hombros doloridos. La sangre les fluye de la nariz y sus ya decrépitos cuerpos sufren el martirio de la disentería que les atormenta. Ahora, Yucra guarda un silencio de muerte. Se han ido sus fuerzas a otro sector? ¿Nos abandonan también los muchachos que luchaban por nuestra liberación? No importa... La suerte fatídica de los defensores de Boquerón es LUCHAR HASTA QUE MUERA EL ULTIMO HOMBRE..., ya se va cumpliendo, de seiscientos cuarenta combatientes en las trincheras, sólo quedan trescientos veinte hombres, desnutridos, cadavéricos, escuálidos, sin esperanzas hacia la vida... Boquerón: tu muerte se aproxima, y nadie... nadie, tiene piedad por tu sacrificio en aras de la Patria!... Un viento suave trae las emanaciones de los cadáveres. Olor nauseabundo a carne podrida, a muerte, a cementerio... Nuestros mismos muertos hieden y ese miasma atrae millones de moscas que se van posando sobre las heridas de los nuestros. Triste fin de aquellos desdichados muchachos...! Son las doce del día, no se escucha ni un solo disparo. Parece que el enemigo, después de la cruenta lucha de ayer, estuviera restañando sus heridas recibidas en el combate. ¡Pobres paraguayos! También ellos tienen derecho a una voz de compasión... Han sufrido, quien sabe, más que nosotros... Porque ellos han llevado la peor parte en las batallas que se libran en los alrededores de Boquerón. Sus fuerzas diezmadas, con más de cinco a siete mil bajas; regimientos íntegros deshechos. Cuerpos de mando incompletos... Han muerto muchos de sus oficiales... Varios de ellos están a nuestras vistas, convertidos en masa pútrida. Hasta parece que los buitres están hartos, con tanta asquerosidad. Pero, continuará la matanza, continuará el sacrificio en aras de la Patria... Hasta que las energías sucumban y sólo queden espectros entre las sombras de las tétricas trincheras de Boquerón. Dos de la tarde; nueva andanada de shrapnells cae sobre Boquerón. Se va a iniciar un nuevo combate. Las ametralladoras se confunden con los disparos de la fusilería. Los asaltos se suceden uno tras otro; pero, sin resultados positivos para los paraguayos... Boquerón sigue su agonía; pero sigue peleando... Las tropas paraguayas se estrellan contra las posiciones bolivianas en su desesperación. No les dejamos acercarse a nuestras trincheras, aunque sus oficiales, que vienen detrás, les arengan en guaraní. Otros, les insultan y les amenazan con disparos de pistolas. Estos son los blancos de nuestros fusileros “caza pilas”, se los busca más, son los preferidos de nuestros disparos, a ellos porque son los conductores de esta carnicería. Mientras los atacantes van sufriendo otro revés, por décima vez, en el cielo se presenta otro enemigo, es la aviación paraguaya. Los defensores de Boquerón tienen que habérselas con enemigos del aire y de la tierra. Los primeros no nos importa nada; los más riesgosos son los que tenemos al frente. Estos, tienen cuchillos que brillan siniestramente a los rayos del sol de la tarde. En terrible combate han muerto al suboficial Primitivo Miranda y al sargento orureño Alberto Camacho. Este último, poco más o menos a las ocho, charlando con un teniente, le decía “—Mi teniente, ahora más que nunca soy un verdadero cristiano, ¿sabe por qué? Esta noche, cuando me encontraba en mi posición, sentí como en un susurro la venida de la Muerte, y, de un momento a otro, siento en el pecho el latigazo de una bala. ¡Qué golpe, mi teniente! La bala tropezó en una medallita de la Virgen de Copacabana que me regaló mi madiecita cuando yo partía al Chaco. ¿Quiere verla?— Y Camacho se descubrió el pecho y allí estaba la medalla totalmente doblada. El proyectil casi la había partido en dos... ¿Y ahora? Alberto Camacho, el convencido cristiano, joven estudiante de uno de los colegios de Oruro, estaba tendido boca arriba entre los sepulcros, esperando el turno para ser enterrado. Camacho: ¿Qué te trajo aquí, a este lugar que más tarde le llamarán el “INFIERNO VERDE”? ¿Acaso, el acendrado patriotismo que engendraron las juventudes al grito estentóreo de ¡Guerra!? ¿Cuáles fueron tus ideales al llevar el fusil a la bandolera y marchar a los sones de las marchas patrióticas? ¿Querías ser un héroe, sin sentir el hálito de la muerte? O creías que en medio del combate te iban a condecorar con la cruz del héroe, para después lucirlo en les desfiles? ¡Ingenuo...! ¡Idealista! ¡Iluso!... La Patria necesita muertos, heridos, mutilados... que vivan para ser los muestrarios de las guerras para las nuevas generaciones, y mantener así, el fuego del civismo que alienta a los pueblos hacia la civilización... ¡Pobre compañero! Estabas designado por el Destino para servir de holocausto a la Patria... Ahora, descansa, mientras nosotros tus camaradas de armas, continuaremos con este sacrificio, sabe Dios hasta cuándo... Mientras tanto sigue la Muerte su ronda alrededor nosotros... Acaso pronto, muy pronto te seguiremos... El coronel Peña envía un informe de las operaciones que se desarrollan en el frente de combate, dice así: “Por el desarrollo de las operaciones a partir de esta noche, se presenta una nueva fase, es la GUERRA DE DESGASTE, por fracciones paraguayas móviles que oponen resistencia en cada posición, con la única mira de evitarnos comunicación y

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aprovisionamiento con Boquerón. Debemos confesar que para esta clase de guerra, NO ESTAMOS PREPARADOS... que seguiremos luchando hasta agotar nuestras últimas energías; pero, que no debemos perder de vista que el Destacamento Marzana no puede tener una larga permanencia, si sigue prolongándose...” Y concluye: “La captura de los últimos prisioneros, nos demuestran que no están muriendo de hambre y sed los paraguayos...“ Más tarde continúa su comentario: “Así se cree que el desgaste perjudicará en mayor grado al enemigo, a pesar de ser diez veces más numeroso; hay que obligarlo a retirarse a su base, Isla Poí, y en fin, simultáneamente, que si la desproporción numérica impide el contraataque, deben los destacamentos atrincherados en sus sectores, contener al enemigo; pero si se deja el contraataque, que mantiene el contacto, y se atina apenas a contener al enemigo, guardándose en casa, queda por fuerza ABANDONADO BOQUERÓN, cuyo sostén motiva precisamente la obstinación del Comando… Una escuadrilla de aviones paraguayos revuela por los aires de Boquerón. No disparan; parecen vuelos de reconocimiento y de patrullaje. No ha pasado ni dos minutos, cuando uno se desplaza hacia Yucra y el otro va descargando sus bombas dentro del fortín. Uno de ellos ha caído en forma certera a un depósito de arreos de las piezas de ametralladoras pesadas, aunque no ha causado víctimas. Una vez que ha terminado su bombardeo, también se dirige hacia Yucra, mientras el otro comienza a lanzar sus bombas. Estas no caen dentro; pero las explosiones son tan tremendas, que destrozan el sistema nervioso de los soldados. Al poco momento están de regreso y se dirigen a su base de Isla Poí. Probablemente llegan más contingentes de refuerzo para las tropas paraguayas. Se escucha a lo lejos un gran ruido de motores de camiones. ¿Estarán relevando a los que se encuentran cansados? ¿O habrán tropas frescas para una lucha nueva? ¿Qué es lo que se pretende? Sólo Dios sabe lo que será de nosotros... Pero Boquerón seguirá defendiéndose como lo ha hecho hasta este momento... Septiembre 20 de 1932. El comunicado enviado el día 20 de septiembre a La Paz por el Comando del Primer Cuerpo de Ejército (C1CE), no obstante obrar con mucha antelación en conocimiento de las reiteradas advertencias del Comando Divisionario, las cuales habida su consideración de la gravedad, debía haber reflejado, siquiera en parte, es el siguiente: Transmitido desde Muñoz.- Cif. Nº 193.- Esmayoral.- La Paz.- Urgente.- Horas 22.35.- La situación en ambos sectores no ha variado. Durante todo el día se continuó combatiendo en el sector Boquerón. El enemigo dispone de enorme cantidad de arma automáticas y municiones. - Fdo. General Quintanilla”. Otro mensaje transmitido desde La Paz, decía: “Recibido de La Paz.- Cif. Nº 301.- C1CE Muñoz Hrs. 23.— Hágole conocer siguiente: “Formosa 18-IX-32— Ayer en vapor “Madrid” pasaron tres aviones para el Paraguay. Todos los días se lleva Asunción tanto de ésta como de otros puntos nuevos contingentes. Llamadas reservas hasta 40 años. Bonifaz Colivian. Seguramente destínase reforzar Boquerón o algún otro punto.- Fdo. Gral. Osorio”. Mientras el hilo telegráfico va funcionando entre Muñoz y La Paz, las tropas en el reducto de Boquerón van librando combate tras combate, que va aniquilando nuestras fuerzas de resistencia. La línea enemiga de posiciones se ha aproximado a la nuestra. Los paraguayos se encuentran tan sólo a doscientos metros. El cerco se va achicando alrededor de Boquerón. El espíritu combativo de nuestros soldados sigue incólume. La serenidad de los defensores del reducto se ha convertido en una indiferencia a la muerte. Muchos desean que ella venga lo antes posible. —Ojalá —dice uno de ellos— que se apresuraran en atacar y dar el asalto definitivo; pues así dejaríamos de sufrir de una vez por todas...! Los tiros de artillería no dejan de caer dentro del fortín. Tanta munición que gastan! Nos da a conocer que el Paraguay se estuvo preparando desde el año 28. Y ¿nosotros? Nos dormimos sobre nuestros laureles. Con armamento viejo, poca munición, sin morteros, ni piezas de artillería. ¡Esta sí que es una guerra absurda y sin previsión de ninguna clase! Disparos de fusilería van dirigidos a nuestras trincheras en forma aislada. Los nuestros no contestan; hay orden de economizar nuestras municiones que se agotan poco a poco. Hay sectores que no cuentan ni con cincuenta cartuchos. Toda la noche hemos dormido con los ánimos sobresaltados. Se piensa con evidencia que esto va a terminar muy pronto. No se dice en qué forma; pero terminará; ya con la muerte de todos los defensores o con una orden de salida hacia retaguardia. No sabemos si podríamos resistir una marcha de tres o cuatro kilómetros; porque el aniquilamiento de los nuestros ha llegado a tal extremo, que no pueden tenerse de pie. Son las nueve de la mañana. El ruido de los motores de nuestra aviación se deja sentir. Los soldados salen de sus posiciones, listos a recoger las bolas que van a arrojar. Aquellos evolucionan sobre las posiciones enemigas; mientras dos de ellos sacuden sus ametralladoras, uno de ellos que es un Junker, arroja seis bolsas; éstas caen con precisión matemática dentro del fortín. Alegría infinita para los muchachos; pues, tendrán más pan que los días anteriores. Las bolsas se van reuniendo dentro del buraco del Comandante. Mientras otros aviones se dirigen a sus bases, varios jefes y oficiales se han reunido en el puesto de Comando. Empieza el reparto. —Son quinientos ochenta panes. Cuarenta trozos de charque y un paquete de cartas— indica el oficial que ha abierto las bolsas. —¡¡Cartas!! ¡¡Cartas!!— exclaman varios. Las miradas ya no se dirigen ni a los panes, ni al charque que dejaba exhalar su olor atrayente. Todos están ansiosos de saber quiénes serán los felices que tienen correspondencia. El Comandante toma el paquete y deshace el cordón que lo sujeta. Mientras, en uno de los sectores, se siente la fatídica carcajada de una ametralladora. Las miradas se cruzan en forma significativa. Por fin, el Comandante muestra unas veinte cartas, las revisa y entrega al oficial para su distribución. Las miradas anhelantes de los oficiales asaltan al ayudante, y éste empieza a llamar. —!Lorenzo Ramos! —Es mi soldado— exclama un oficial. —José Rosales— vuelve a llamar. —Está en mi sector— replica otro.

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—Subteniente Renato Sainz... —¡¡Presente!!— exclama el oficial; mientras su rostro cadavérico adquiere un rubor que le hace feliz y pronto toma la carta y se va a un rincón para luego comenzar a rumiar el contenido de la carta. El oficial continúa gritando otros nombres, hasta que llega un momento que no quiere leer el nombre. Mira a unos y a otros... Por fin, con un nudo en la garganta, apenas articula: —Subteniente Luis Reynolds Eguía... Todos se miran en silencio; bajan los ojos que se llenan de lágrimas, y alguien contesta con voz ronca y tartamudeando: —Murió... por… la... Patria…! Todos aquellos hombres, de rostros curtidos por la batalla, tienen una lágrima entre las pestañas que pronto se torna en raudales por las mejillas hirsutas y pobladas de abundante barba. —Esa carta me pertenece— exclama lleno de amargura el teniente Pardo —Luis Reynolds ha sido mi Comandante de Sección, y yo la contestaré. El oficial ayudante, lleno de emoción, entrega la carta que es abierta en presencia de algunos de los oficiales. Era de la madre que, presintiendo el fatal desenlace, escribió: “Mi idolatrado hijito: No sé si llegará esta carta a tu poder; pero confío en Dios que así será. Sé que te encuentras ahí en el Chaco. No sé cómo será aquello; pero, me imagino que debes estar bien; porque yo rezo siempre para que no sufras ningún percance. ¡Cuánto lloraría querido mío, si supiera algo malo de tí. Dios es Todopoderoso y no permitirá que tu madre se suma en la desesperación. ¡Cuánto te extraño mi amado hijito! Si supieras, cada noche te veo en mis sueños, arrogante, con tu uniforme de militar, que me abrazas y me besas con todo cariño. Ayer soñé verte chiquito, soñé que te mecía entre mis brazos. ¡Qué hermoso sueño! Cuando desperté, al no verte a mi lado, lloré amargamente... Pensando en los peligros a que estás expuesto. Hijito, cuídate, no te expongas mucho... Mira que ya soy anciana y perderte... sería para tu viejita, la muerte... Esperando con ansias tus cartitas, recibe hijo mío, la bendición de tu madre que te añora y te da muchos besos. Tu madre”. Encima de la firma había la mancha de una gruesa gota de lágrima... Había sido escrita aquella carta entre sollozos. Era la madre boliviana que escribía a su hijo, un oficial que peleaba en el reducto de Boquerón y aquella carta ya no encontró al vástago idolatrado. Al hijo que era su única esperanza... ¡Pobre madre...! Si pensara en este momento que el fruto de sus entrañas, el hijo de sus sueños, ha entregado su alma al Eterno, hace tres días en un sangriento combate. ¡Cuántas madres como ésta, habrán escrito a sus hijos; mientras ellos ya se encuentran bajo tierra, allí a la vera de una picada o entre los escombros de una trinchera destrozada por la explosión de un tiro de artillería... ¡Pobres madres nuestras! ¡Madre mía, me desespero ante tu recuerdo; pero, esta es la ley de la vida del soldado: “AMAR A LA PATRIA ES UN DEBER; MORIR POR ELLA ES UNA GLORIA”... Emociones del alma... Tragedias de la vida… Ironías del Destino... Aun cerca de la muerte... Una descarga de ametralladoras nos saca de nuestro ensimismamiento, a la triste realidad que nos rodea. Estamos dentro del reducto de Boquerón frente al enemigo que nos acecha arma al brazo y ojo avizor. Son las cuatro de la tarde y no hay ruido de los aviones paraguayos. Esta vez creemos que ya no vendrán; pero de pronto, en medio de andanadas de ametralladoras, surge el ruido fatídico de dos aviones. Estos van hasta Yucra. Quizá pasaron mucho más allá; pero a los diez minutos, los vemos regresar a gran altura. Sobrevuelan a Boquerón como dos cuervos que se aprestan a darse un gran festín y uno de ellos se pone perpendicularmente a las posiciones y lanza una cosa blanca, como una pelotilla. Esta va creciendo cuanto más cerca está a la tierra y parece que cae encima de los que observamos; la sentimos próxima. Un soldadito que está tendido en el suelo boca arriba observa, como nosotros, el silbido característico... La bomba está encima, se agranda... El soldado cierra los ojos. Se le contraen los músculos del vientre. La bomba va a estallar... Estalla y las esquirlas se esparcen alrededor formando un concierto de sones agudos y graves. La bomba ha explosionado a veinte pasos del soldado. Felizmente está a salvo... Veamos en qué estado se encuentra... Pálido, los ojos que parecen se le van a saltar de las órbitas; despide un olor sugestivo... Recorre con la mirada a su contorno y comprueba que nadie le observa; mas, un par de ojos están viéndolo. Es el sargento que se le acerca con andar inseguro. Habla el soldado: —Créame mi sargento, parecía que la bomba iba a estallar sobre mi cabeza. —Sí— responde el sargento entre risueño y serio —pero es necesario que vayas a limpiarte... Estás despidiendo mal olor. El soldado avergonzado agachó la cabeza, dio media vuelta y se retiró más que de prisa... Mientras, los aviones se fueron alejando. Nuevamente la canción de la Muerte se deja sentir entre los disparos de fusilería y la metralla que caen dentro del fortín... Boquerón arde... se reanima en su danza apocalíptica... ¡Boquerón es un volcán...! La tierra llega a su fin...! ¡Disparos... Estruendos... Explosiones... Martillazos... Cataclismo... Boquerón se destroza! ¡Árboles que se desgajan... Troncos que caen... Metralla que retumba....! ¡Todo es destrucción... y desolación...! Parece que los genios del Averno con toda su secuela de iniquidades hubiesen caído dentro de Boquerón! Boquerón, ahora perecerás...? Hasta cuándo, Señor, tantas calamidades? ¿No tienes compasión por los que aquí se encuentran? ¿Acaso tú también nos has abandonado? ¿No somos también tus criaturas? Protege a los defensores de Boquerón que sólo están cumpliendo con su deber... Protégelos Señor. Ha calmado el estruendo y los ánimos destrozados por esta nueva lluvia de proyectiles, va desmoralizando el espíritu hasta de los muchachos más fuertes para la lucha. El Comandante recorre las líneas de defensa y comprueba que los efectos de la cruenta lucha han marcado con su sello de desaliento los rostros de los escuálidos y espectrales defensores del reducto. ¡Nada puede hacer...! Contempla a cada uno de ellos y la garganta se le anuda. Sonríe en forma triste y melancólica. Con voz apenas perceptible les dice: —Hijos míos, ya pronto terminará esto. Cuando salgamos de este lugar, será para ustedes una mejor vida. Iréis a descansar un mes a Muñoz; mientras llegue la orden, debemos cumplir con nuestro deber...

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¡Mentira compasiva! ¡Quiere de esta manera consolar los sufrimientos que atormentan a aquellos muchachos que dan más de lo que permiten sus posibilidades físicas. Mientras tanto, en La Paz y en Muñoz, se atribuye a los generales los reveses que van sufriendo las tropas de Yucra, Castillo y Lara. ¿Será posible que ellos tengan la culpa de todo lo que va aconteciendo en el Chaco? ¿Por qué no hacen prevalecer su situación de Comando de Guerra para dirigir esta campaña que se va tornando en una carnicería estéril? ¿Qué saben Salamanca, Espada y otros de la conducción de una guerra? ¿Qué tienen ellos de estrategas o de tácticos? ¡Maldita política boliviana...! ¡Tú has sido siempre la causante de nuestros desastres, tanto en el Pacífico, como en el Acre! Tú destrozas las mejores intenciones de los hombres sanos... ¡Tú, alimaña infernal, te has apropiado de mi Patria para hacerla desgraciada...! ¡Maldita política de Bolivia, bestia satánica, que corroes las almas nobles de este jirón de América...!! Y tú, América, ¿qué dices por los dos pueblos que se acuchillan, que se despedazan y se matan? ¡Indiferentes...! ¡Negociadores de sangre americana...! ¿Es esto americanismo? Esta actitud que asumís ante la tragedia de dos pueblos desgraciados, es lo que llamáis “Confraternidad Americana”. América, mil veces preferible hubiese sido morir en la lucha contra el yugo español que vivir la vida de Caín que vivís ahora. ¡América! ¿Dónde está ese título que ostentas de “Tierra de Paz”, que tú misma te habías denominado? ¡Boquerón, derrama tu sangre generosa...! Derramen bolivianos y paraguayos la savia de vuestras vidas, si es necesario para hacer con ella una tierra fecunda de entendimiento y de hermandad entre nuestras dos naciones. ¡Derramad vuestra sangre, valerosos hermanos, para que nazca en estas dos miserables tierras, la nueva simiente de la redención de nuestros pueblos, de nuestros ideales de verdadera paz y de progreso! Septiembre 21 de 1932. “...Cansado, agotado, con varios días de ataque; el enemigo diezmado está siendo relevado con tropas recientes, llegadas al frente de combate. Estas muestran la algarabía de quienes no conocen lo que es una guerra. Pronto ya sentirán el silbido de un disparo y la carcajada de nuestras ametralladoras. El ruido de los camiones se siente en todo el frente que se encuentra al Noreste, Este y Sudeste. Se nota, asimismo, que tienen carros aguateros, de rancho y carros que proveen municiones hasta el mismo frente de batalla. ¡Qué diferente a nuestra situación. Ya van trece días de constante lucha, sin víveres, sin agua; ahora, sin municiones. No se puede concebir cómo se sostienen todavía nuestros soldados.. .!“ Disparos aislados son dirigidos a nuestro fortín. Nadie contesta. Nuevamente los disparos menudean en todo el frente. Pero las tropas bolivianas del reducto de Boquerón, no hacen caso porque saben que aquellos disparos son para darles a conocer a los bisoños la dirección de nuestras posiciones. La respuesta es siempre el silencio; ni un disparo. Esto sí que es disciplina de verdaderos soldados que se ven en el trance peligroso donde se juega el hilo de sus vidas. Ahora son ráfagas de ametralladoras que nos invitan a que se las conteste... Pero Boquerón permanece silencioso. Sólo allí, en Yucra, se escucha el tableteo de las ametralladoras. Para los paraguayos, el reducto se ha convertido en un cementerio; por su silencio, nada da a comprender que haya defensores. Seguramente intrigadas las tropas paraguayas por lo que pudo pasar, se preparan a ejecutar un ataque haciendo pequeños saltos. Estas componen más o menos una compañía. El mayor Ocampo, por cuyo sector se presenta esta tropa enemiga, sigue silenciosa. Los soldados del reducto ven cómo los paraguayos se van aproximando. Cada uno empuña su fusil y la mirada es como la del gato que acecha a un pobre ratón. Ahora los bolivianos hacen las veces del felino y allí en el pajonal están los ratones. Nada turba la mirada vigilante de los defensores de Boquerón. Ni rabia, ni odio... indiferencia, sí... Esta es la palabra. Indiferencia absoluta. No hay peligro que les arredre, están acostumbrados a codearse con la Muerte. Los paraguayos han progresado en su avance. Disparan sus armas como si vieran a nuestros soldados. Mas los nuestros son el silencio de la muerte... El enemigo observa que no hay contestación y se hacen más optimistas. Los cadáveres diseminados allí en la pampa por donde pasan, les da a entender que están en la zona de peligro; pero este no se hace notar, no se presenta, ni da a conocerse. Tan sólo ven aquellos cadáveres de sus compañeros, en estado de descomposición, muchos devorados por los buitres, y otros destrozados por las dentelladas de los zorros. Al pasar ante estos despojos, se estremecen seguramente, ya que las miradas se dirigen hacia ellos en forma disimulada. El avance es muy lento; pero vislumbran ya las formas oscuras de las trincheras, puesto que los primeros, los adelantados, permanecen tendidos dentro del pajonal, mientras los rezagados van colocándose a la misma altura. Están a ciento cincuenta metros. Es decir, en la zona de mayor peligro; porque está tan bien medida y calculada, que cada soldado tiene su sector para batirlo en caso de ataque. Se escucha una orden en voz baja: —¡Apunten...! ¡Listos...! Las tropas paraguayas siguen observando la inmovilidad del monte. Están desconcertadas. No saben si permanecer o es que debían seguir avanzando. De improviso, la voz del jefe de sector se escucha sonora: —¡¡¡FUEGOOO!!! Al mismo tiempo, una descarga cerrada de la fusilería de cuarenta bocas de fuego rasgó el silencio, lanzando sobre los atacantes incautos y bisoños, una lluvia de plomo y fuego. Esto es un “bautismo en estado de muerte”. Cuarenta cuerpos yacen inmóviles en el campo. Mientras los restantes, fueron cayendo uno a uno. Quince minutos de duración. Mil cartuchos de guerra disparados. Heridos que gritan por causa de los impactos. Cientos de cadáveres en el pajonal. Entre los nuestros, dos heridos... ¿Verdad que el saldo es halagador...? ¡Aritmética guerrera… ¡Aritmética de sangre y desolación...! Caras risueñas, caras que sonríen ante el artífice de la guerra... ¡Estrategia! Ciencia militar que enseña el arte de asesinar con delectación insana de bárbaros...! Ciencia que enseña la habilidad para desplegar y mover el carro de la guerra sobre el campo enemigo...! Y Boquerón hoy ha estado magnífico porque enseñó lo que es un “bautismo de guerra en estado de muerte”... ¿Qué es lo que induce a las huestes de Boquerón hacia la estrategia peligrosa que emplean? Es la carencia de dotación. Nos falta

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munición. Ya no la tenemos. Pero, ahora, o mejor dicho, esta noche tendremos lo suficiente para resistir uno o varios empellones más de los paraguayos. Esta noche todos saldrán hasta donde se encuentran los cadáveres y ellos les suministrarán lo que estaba destinado para matar a los defensores. Tendremos agua, galletas. Allí está nuestra salvación; tendremos banquete en nuestro reducto. Estaremos bien proveídos por nuestros queridos “pilitas” que esperan allí en el pajonal, boca arriba. Seguramente habrá heridos; pero no los podemos recoger. En el bosque hay cientos de bocas de fuego que nos observan y vigilan nuestro más pequeño movimiento. Al fin, morirán desangrados o se arrastrarán hasta poder llegar a sus posiciones... Son las doce del día; el sol se ha elevado casi perpendicularmente sobre el fortín. Los rayos solares semejan agujas candentes que caen sobre las espaldas desnudas de los defensores del reducto. Tal es el calor, que la transpiración aumentará nuestra debilidad. Los soldados se quitan las camisas, las cuelgan en las ramas de los árboles y empiezan a examinar su “contenido”. Ha progresado el “ganado”. Cientos de piojos se hallan en el campo liso de la camisa o en sus pliegues, ¡hay que matar a éstos!, y la prensa dura de los pulgares empieza a funcionar. Uno, dos, diez, veinte; los demás se libran por ser los más pequeños y más numerosos. No hay tiempo que perder en ellos; ya les llegará el turno cuando crezcan o cuando molesten demasiado. ¡Uff, y qué calor...! 48 grados bajo sombra... Poco falta para asarse! Digo ¿asarse...? Si ya no hay en nuestro cuerpo algo blando que pueda servir de asado. Talvez la capa de mugre que tenemos encima; pero ésta no tiene un poco de grasa. Triste destino de los defensores de Boquerón. Hoy es 21 de Septiembre y ¡oh! me olvidaba; para hoy estaba fijada en la ciudad de La Paz un gran baile de gala, donde bellísimas muchachas de todos los Departamentos, tendrán que mostrar al público sus esculturales cuerpos y en medio de ellas, se moverá su majestad la reina de belleza, la más afortunada económicamente, la que regalará sonrisas a montones y... no sé que otras cosas, que yo no quiero citar... No importa que ella sea una... en fin. ¡Pobre Bolivia!, disimula Patria mía tus desgracias, con la ficción de la algazara... ¡No es posible dar a conocer nuestras miserias. Hay que ocultarlas! Las causadas por la guerra debemos cubrirlas, para que el enemigo no se alegre de nuestras aflicciones... Pero, veamos algunos despachos enviados desde la zona de operaciones. Ellos dicen: “Telefonema de la Cuarta División.- Arce.- 21-IX-32.- C1CE Muñoz.- Horas 15.- Para su conocimiento transcribo el siguiente parte recibido en quechua del puesto Comando Destacamento Peñaranda.- Yucra 21-IX-32.- Horas 14.33. Cuarta Div. Arce.- La fracción del coronel Montalvo que salió de Boquerón informa que en dicho fortín tienen víveres para hoy y mañana más; que ayer se vieron obligados a matar un mulo para comer. Difícil es sacar agua del pozo que se halla bajo el fuego enemigo. Fdo. Peñaranda.— Mayores detalles sobre tropas que han logrado salir, aún no se sabe. Los primeros que han salido, dicen que han tenido que entablar tenaz lucha para poder abrirse paso. Fdo.- Coronel Peña”. Mientras en el Chaco ronda la Muerte; allí en La Paz, la vida lujuriante...! En este mismo día, uno de los coroneles de la guarnición del Chaco enviaba un parte que en párrafo más saliente decía: “El día 21 dan cuenta de que en Boquerón se ha derribado el último mulo para proveer de carne a la tropa y que el pozo de agua se hallaba controlado por el fuego de las ametralladoras pesadas y el de los morteros. . .“ Otro decía: “Que Boquerón no podía sostenerse dos días más” y en un acápite ya se va anunciando una posible caída del Fortín Boquerón. Al estudiar la forma y condiciones en que quedaría Yucra si Boquerón cayese, y la crítica situación de los soldados mellados en su moral combativa, pues se les dijo que vendrían refuerzos, tropas de relevo. Y estos nunca llegaron. En Yucra se ha desarrollado hoy otro ataque contra los paraguayos que tienen sus trincheras alrededor del pajonal que impide la entrada a Boquerón. Fuertes puestos de ametralladoras, líneas de tiradores con livianas se han apostado frente a Yucra. Cualquier intento de nuestros compatriotas de querer romper la línea es rechazada con grandes pérdidas para nuestros comandos, y hasta la fecha los famosos refuerzos se han hecho humo en el trayecto. Se dice que hay tropas escalonadas en Entre Ríos, Tarija, Villa Montes, Villazón, Tupiza, Uyuni,.. en el cielo… Pero éstas no se mueven, están paralizadas... ¿Por falta de qué? ¿Movilidad? ¿Falta de oficialidad? ¿Falta de puestos de abastecimiento? ¿Qué es lo que ha inmovilizado a nuestras tropas que venían al Chaco? La indecisión en la conducción de la guerra. Todos creían que el Paraguay, ante los primeros reveses, iba a capitular, a ceder en las exigencias de los ya famosos diplomáticos bolivianos. No se dieron cuenta de que el Paraguay tenía la máquina de guerra lista para lanzarla en el Sudeste para el que tanto había pedido Salamanca “pisar fuerte en el Chaco”. Y ahora?... ¿Se ha conseguido? Al pretender pisar fuerte en Boquerón, trastabilla el otro pie en Yucra, resbalará en Arce y caerá en Saavedra, en Tinfunqué y Nanawa; perecerá en este último. Pero... “Pisaremos fuerte en el Chaco” había dicho Salamanca... Para ese “pisar” ¿existen caminos? ¿Puestos de abastecimientos? ¿Siquiera drogas, munición o víveres en Boquerón, donde primero se ha querido pisar fuerte? ¡Qué contraste más grande se nota en el comportamiento de los gobernantes paraguayos. Ellos traen desde la Argentina hombres especializados para abrir 170 pozos de agua. Cañería, en suficiente cantidad y, por qué no decirlo, por demás para el entubamiento de pozos artesianos. Camiones aguateros, carros de sanidad, víveres por toneladas, depositados en forma escalonada desde Asunción hasta la misma línea de fuego, con su respectivo personal que se mueve como una máquina sincronizada. No hay problemas en el frente paraguayo; sus jefes y oficiales no tienen el incentivo del sueldo ni de ninguna clase de paga. Ellos prestan servicio a su patria y este es suficiente motivo para que todos se encuentren aglutinados al fervor cívico que debería caracterizarse en estas circunstancias. Y aquí, en nuestra Patria, todos pelean. No hay tal fervor cívico. Grandes cantidades de soldados descansando entre la molicie de los pueblitos del trayecto y del cual, nos traerán otro enemigo más a nuestra resistencia en este Infierno Verde: la blenorragia. Factor que se debe exclusivamente a la imprevisión de nuestras autoridades sanitarias en campaña. ¡Qué triste es decir esto! Y todo, todo lo acaecido, es debido a esa falta de preparación para la guerra a la cual nos hemos visto

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arrastrados por una mentalidad ficticia en sabiduría... Salamanca y sus ministros fueron engañados o ellos fueron los verdaderos culpables. Ya es tiempo de que volvamos a aquel reducto donde el soldado boliviano pone a prueba su espíritu combativo lleno de sacrificio y de valor. Boquerón y Yucra son los jalones de las glorias de un pueblo humilde, donde ofrenda sus caros anhelos en aras de su patria; mientras otros malos hijos, perversos, hacen escarnio de sus propios hermanos. Ya pronto la Historia examinará las responsabilidades. Tú, Boquerón, próximo estás a tu fin. ¡Caerás...! Pero, como lo hacen los valientes. Nadie dirá de ti que tus soldados hicieron traición a la expectativa de los pueblos bolivianos. Cumpliste con tu deber hasta el sacrificio. Nadie te señalará a ti y a tus defensores con el signo de la ignominia. Nadie... Y si así lo hicieran, sería la injusticia de lesa humanidad. Boquerón, tu fin se acerca... Has mostrado a los pueblos lo que puede un soldado boliviano, cuando está imbuido del sacro deber que la Patria le ha señalado. ¡Y qué distinto hubiese sido si la comodidad y las ventajas hubiesen estado contigo! Boquerón: crisol de heroísmo y de amor a la Patria, sigue defendiendo el honor de tu bandera; aún contra todas las adversidades del Destino. ¡Sigue Boquerón, labrando la aureola que tú mismo ya te has impuesto o ya has ganado en el corazón de todos los bolivianos, y... si sucumbes, sea con la gloria de los grandes hechos. Septiembre 22 de 1932. Son las siete de la mañana. En el sector Norte del reducto se siente el incesante tableteo de las ametralladoras; a esto le sigue un nutridísimo fuego de fusilería. Los disparos pasan a ras de tierra. Muchos de ellos se han incrustado en las paredes de los galpones que hacen de hospital. Un soldado que permanecía en la puerta del edificio, ha caído herido de gravedad. No tiene salvación. El proyectil le ha atravesado el estómago, lo que ocasiona su fallecimiento a los pocos momentos. El tiroteo continúa en forma tremenda. Mientras los tiros de mortero se vacían dentro del fortín con sus detonaciones características. Otro ataque se perfila en el sector del teniente López Sánchez. Hace presumir que ésta sea otra pugna por romper la resistencia de los defensores que no atinan a qué sector acudir; pues se nota grandes claros entre los soldados. Unos van hacia un sector para luego correr hacia otro. Hay desesperación entre los combatientes. Varios soldados han caído heridos en esta refriega que va resultando desastrosa para nuestras fuerzas. Los muertos no han sido retirados de las posiciones, porque el fuego es menudeado y se corre el peligro de causar más víctimas en esta empresa. La pieza de ametralladora que bate el sector del teniente López Sánchez pide ayuda a otra pieza que se encuentra en otro sector. El tirador y el sirviente corren como locos; pero el que lleva la ametralladora ha sido alcanzado por un proyectil. Caen al suelo él y la pieza. El sirviente que ha visto y le seguía por detrás, levanta la ametralladora y desde el lugar donde se encuentra el cadáver de su compañero, entrando en posición, empieza a disparar. Una nube de polvo se levanta entre los atacantes, que sorprendidos ante esta reacción, no saben si retroceder o continuar el avance. Momentos difíciles para las tropas atacantes. Una nueva ametralladora dispara desde una “chapapa” en forma intermitente. Los fusileros paraguayos cogidos entre dos fuegos, retroceden alocados entre ayes y la desesperación de los que se encuentran dentro del monte que disparan buscando a las ametralladoras que no cesan de hacer fuego. Por fin, una nueva derrota marca el afán de querer rendir la defensa del reducto de Boquerón. Mientras tanto allí en el sector norte, el enemigo ha sido desalojado nuevamente de las posiciones, que en un momento habían creído ya suyas. Otra dura experiencia para las tropas atacantes. Boquerón continuaba como en el primer día, siempre con su espíritu combativo. Ha cesado el combate, dos horas de cruenta lucha, saldo fatal para los nuestros. Han caído muchos muertos esta vez, como en ningún día. Ascienden las bajas a nueve muertos y quince heridos. Y... ¿para los paraguayos? ¡Qué elocuentes son los ayes de los heridos que se encuentran en este momento desangrándose sin salvación; pues las posiciones paraguayas y bolivianas controlan el campo, donde no podrán venir los auxilios de ninguna de las partes. Varios heridos se van arrastrando, otros permanecen inconscientes en el campo de nadie. Estos morirán porque no hay miras de salvación. Han pasado tres horas. Nuestros muertos fueron recogidos y enterrados en una fosa común. Los tiros de morteros van cayendo en las posiciones que ocupan nuestros soldados; pero éstos han abandonado ese sector y vigilan desde otras posiciones que en forma apresurada construyen. La metralla cae en aquellas posiciones y el estruendo de las mismas hace retumbar todo el fortín. No hay cuidado. A las tres de la tarde se reinicia el fuego de la fusilería y de las ametralladoras. Nuevamente se comprueba que el enemigo ataca el mismo sector. Nuestros soldados vuelven a las posiciones primitivas donde explotaban los tiros de morteros y que ahora han cesado en previsión de herir a sus mismos compañeros. Nueva oleada de asaltantes a nuestras trincheras. Esta vez las piezas del reducto funcionan magníficamente y el barrido se hace en forma sistemática. No hay poder humano que haga a los atacantes conseguir su objetivo. Todo esfuerzo de los paraguayos se estrella contra la barrera de fuego que los detiene y los va aniquilando en forma inmisericorde. Son las cinco de la tarde y aún continuaba la limpieza de tiradores aislados que han quedado en ese sector. Una pieza paraguaya se ha apostado sólo a doscientos metros y desde ese punto dispara contra las posiciones nuestras; pero ha sido descubierta y una andanada de disparos de fusilería ha puesto fin a ésta que mortificaba con sus disparos. El silencio cae en el fortín. Desde este momento, más parece que se hubiese convertido en un cementerio. El cielo va cubriéndose poco a poco con el manto de la oscuridad. La noche cae, y con ella el combate llega a su término. Mientras, allí en el puesto sanitario continúa la labor de los médicos y sanitarios en la curación de los heridos. Dura ha sido la labor de los cirujanos, que en todo el día no descansaron ni un minuto. El puesto de socorro está totalmente colmado de heridos. Son en total ciento treinta. Lo único que se puede hacer por ellos, es colocarles encima de las heridas un retazo de colchoneta empapada en agua de permanganato... En tanto el combate arreciaba en el reducto de Boquerón, el telégrafo entre Muñoz y La Paz, funcionaba llevando los siguientes partes: “Transmitido de Muñoz.- Cif. 780.- Esmayoral. La Paz.- Urgentísimo. Contesto su Cif. 640. La información de la Cuarta División respecto número días alcanzaría abastecimientos Boquerón resultó falsa. De informes tomados en terreno a

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oficiales acaban salir Boquerón, resulta aprovisionamiento alcanzar sólo para mañana más. Basados informaciones origen indicamos apreciación Comando Cuerpo Ejército es siguiente: 1. Boquerón puede sostenerse máximo hasta mañana noche, en que habría que desocuparlo para salvar sus defensores. 2. Refuerzos llegan tarde para salvar a Boquerón quebrantando enemigo; pero, haremos posible iniciación otras operaciones. Fdo. Gral. Quintanilla”. No se dejó esperar la contestación de La Paz y fue ésta: “Recibido de La Paz.- Cif. 203.- C1CE Muñoz. Hrs. 23.30. Como último esfuerzo disponga Ud. suministro provisión Boquerón mediante aviones que pueden efectuar vuelos mañana temprano aprovechando oscuridad. Trimotor que sale mañana colaborará mismo objeto.- Gral. Osorio.” Y la orden de Muñoz, se dirige ahora a las tropas que se encuentran en el frente de batalla y dice ella: “Telegrama C1CE.- Muñoz 22-IX-32.- Cuarta División Arce.- Hrs. 24.30. Por orden Esmayoral BOQUERON NO DEBE SER ABANDONADO. Debiendo realizarse su aprovisionamiento por medio de aviones colaborados por el trimotor que debe llegar el día de mañana y en cuanto el tiempo lo permita, saldrán ésta los aviones llevando doscientos kilos charque para su lanzamiento Boquerón. A su vuelta deben recoger víveres que debe Ud. hacer esperar pista bien embalados y acondicionados para segundo lanzamiento. En cuanto llegue el trimotor será empleado igual misión. No obstante esto, ese Comando no debe escatimar esfuerzos para procurar el abastecimiento por tierra para que aprovisionamiento por aviación no sea reducido, ya que hállase sometido a estado atmosférico. Fdo. General Quintanilla.” Vanas son las esperanzas de nuestros generales. Ni el aprovisionamiento por medio de aviones daría resultado, ni para qué pensar en el aprovisionamiento por tierra, ya que hace dos o tres días no entra ni sale ni un gato a media noche, por así decirlo. El cerco de los paraguayos se ha consolidado de tal manera, que todo el frente de Yucra y Ramírez, está cubierto de tropas enemigas bien atrincheradas. Septiembre 23 de 1932. “Mis soldados han descubierto al enemigo en su cauteloso avance. Aprovechando las sombras de la noche y de la madrugada, han progresado milímetro a milímetro. Les dejamos continuar. Abriremos el fuego a boca de jarro. Están a menos de cien metros. Nos creen dormidos... Aúllan en tropel: ¡Aña-membuí... bolis!! ¡Viva el Paraguay..! Nuestros soldados replican: “—Ahora “pilas”... hijos de p... ¡Viva Bolivia!”… El dragoneante Chura se desgañita gritando: “Pelas... pelas cojoros... Avanzate si eres hombre!...” Asaltan frenéticos, llegan a los cincuenta metros. La metralla los siega, inmisericorde. Son aniquilados cien hombres del Regimiento “Acá-Carayá”. Sus muertos nos proveen de nuevos elementos: munición, dos livianas, agua de sus caramañolas y tabaco... Hay que ir en busca de los víveres y municiones dejados por el enemigo. Se hace necesario organizar esta faena. Al efecto, el cabo Cuchallo, de Huanuni, sale con dos hombres para recoger esos artículos vitales que para nosotros resultan asombrosamente providenciales. Cuchallo abandona la zanja y se aproxima hasta los primeros muertos. Estamos listos para protegerlos de posibles sorpresas. Observo y veo cómo el cabo esgrime incansable su machete. ¿Qué sucede? ¡Está ultimando heridos! Desciendo de mi “chapapa” para impedir tan horrenda tarea. El cuadro es espeluznante. Hay un hombre con el cuelo sangrando y lo que es peor, hay también un testigo: es un cadete paraguayo casi imberbe. Está herido. Me acerco a él, le mojo la cabeza con el agua de su caramañola y le instruyo para que llegada la noche llame en voz alta a sus camilleros. No lo tomamos prisionero, pues no podríamos curarlo... El cadete desea conocer mi nombre. Se lo doy. —¿El suyo?, pregunto a mi vez. —Cadete Dionisio Barreiro —contesta. Le pido no revelar, bajo palabra de honor, a sus jefes, la escena que viera antes... Nunca olvidaré el rostro de este niño que no se queja y que responde como un hombre: —No diré nada, mi teniente”... Al anochecer, Barreiro llama a sus camilleros. Les dejamos acercarse y llevárselo”.... (“Boquerón”, My. Alberto Taborga). Escenas como la que describe el My. Taborga se han repetido varias veces. Soldados que nos mueven a compasión por su estado y la imposibilidad de recogerlos, nos inducen a dejarlos en el campo de batalla, para que puedan llamar a sus camilleros y luego los recojan; ¿por qué hacemos esto? Por la sencilla razón de que no tenemos drogas ni para curar a los nuestros, que se debaten entre los tormentos de sus dolorosas heridas que se van gangrenado, mientras otros, van muriendo sin esperanza alguna. La noche profundamente oscura, es también calurosa. Los soldados tienen que dormir, mejor dicho, recostarse, apenas con el calzoncillo. Cada cuarto de hora caen dentro del fortín los disparos de los morteros. El puesto sanitario está cubierto de una oscuridad impenetrable. Los heridos respiran dificultosamente. Un herido tiene el brazo ligado, porque no se puede hacer parar la hemorragia que mana de su herida. Por los dolores que le produce la ligadura, pide al sargento, le quite la goma que le sirve de hemostático; pero éste se lo niega, haciéndole ver el peligro que corre. Ruega, suplica. Entonces, se le acerca y observa el brazo. La hinchazón le llega hasta el codo. Ha tomado el brazo un color violáceo. Compadecido, desata la ligadura; pero inmediatamente se tiñe de rojo la venda que la envuelve. Es una arteria que no ha sido hemostasiada. Lo levanta y lo lleva al puesto de primeros auxilios. Allí, los cirujanos desvendan la herida, y descubren que una arteria no fue-cerrada. Toman lo instrumentos, cortan pedazos de carne para poder suturar el conducto que sangra. Nuevamente cubierta la herida, es conducido el soldado al puesto sanitario; empero, en la noche, se había vuelto a quitar la ligadura que se le puso. Al amanecer apareció muerto... Pasó del sueño a la muerte, sin lamentos. El desangre se produjo sin que el herido se diese cuenta... Otro ocupante para la fosa que se tiene lista para recibirlo... Disparos aislados dentro del monte dan cuenta de que los paraguayos están en constante vigilancia... ¿Hasta cuándo durará esta vida de privaciones que viven los hombres que se encuentran dentro del reducto? ¿Acaso los soldados no son hombres

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que tienen los mismos derechos que otro cualquiera? ¿El hecho de llevar uniforme no les da derecho a la vida? ¿Por qué se juega entonces con seiscientos muchachos dignos de mejor suerte? Patria, tú lo has absorbido todo...! Voluntad, iniciativa; palabras vanas desde el momento que hiciste de estos seres, el engranaje de la guerra. Ellos serán necesarios mientras funcione la máquina; pero, una vez que termine su labor, si te acordarás de ellos…! ¡Cuántos de estos muchachos que hoy yacen doloridos y sufriendo los tormentos de sus heridas; serán más tarde, cuando acabe la contienda y su pandemonium, piltrafas de la vida, residuos despreciables, arrojados en los rincones de una taberna, o miserables y pordioseros, que pidan su pan como una limosna a los poderes del Estado Boliviano. Entonces, Patria mía, ¿te acordarás de ellos...? Ya no tendrás necesidad de fusileros ni de artilleros; otros serán tus “héroes”, los “verdaderos guerreros”. Los que ganaron la guerra... Para ellos, los mejores puestos en la administración pública y en las empresas... Porque... ellos fueron los verdaderos “defensores de la Patria”... Mientras, tú, Boquerón, sigue el ritmo de tu agonía... Sin pensar en el mañana; porque ahora constituyes la máquina de destrucción...! Sigue pues tu obra macabra... en aras de esa Patria que hoy te enaltece con proclamas y órdenes de servicio... pero, mañana... serás olvidado y despreciado...! Septiembre 24 de 1932. Son las nueve de la mañana. El enemigo ha dejado de lanzar sus morterazos y artillería; ahora los disparos pasan muy arriba de nuestras trincheras. Ellos son dirigidos a los puestos de Yucra, Ramírez y Lara. El traqueteo de las ametralladoras se oye a lo lejos, sin interrupción. Las explosiones de los tiros de artillería son escuchadas en el reducto con cierta amargura y decepción. Se adelanta la idea de que todo esfuerzo que hagan nuestros compañeros, allí lejos, se estrellará ante un enemigo numéricamente superior, el mismo que se encuentra escalonado hasta dos kilómetros de Boquerón, formando verdaderas murallas de fuego y plomo. ¡Ya no hay esperanzas de salvación! Debemos sucumbir; para ese momento, venderemos caras nuestras vidas. ¡Momento terrible!... El enemigo ha rebasado nuestras posiciones. Se encuentra dentro de las zanjas... La inminencia del peligro ha hecho que los nuestros se concentren en aquel lugar. El ataque sorpresivo de los pilas ha causado en nuestra defensa un momento de ofuscación. Pero, pronto se da las órdenes necesarias. Dos tenazas de hombres armados de fuego y acero, caen sobre aquel grupo audaz; mientras, una sección contiene el refuerzo que quiere deslizarse desde el monte. Es dura y tenaz la lucha, en la que se tiene que emplear el arma blanca y los disparos a corta distancia; pero el enemigo no puede sostenerse por mucho tiempo; porque recibe fuego de adelante, de la derecha y de la izquierda. Desesperados ante este fuego graneado que cae sobre ellos que los va diezmando rápidamente y viendo los cuchillos de los más próximos, no tienen otra alternativa que huir hasta el monte; pero en esta huida dejan cantidad de heridos en muy malas condiciones. Nosotros tenemos que lamentar la pérdida de dos oficiales; pero, la posición ha sido retomada. Otro montón de heridos que se debaten entre la vida y la muerte. Muchos de éstos sucumbirán por falta de auxilios. No se atreverán los camilleros a salir a recogerlos, porque en estos lugares no priman las leyes de guerra. No hay quien las controle. ¿La Cruz Roja Internacional? Bonito nombre que suena a farsa y a algo que no tiene sentido ni forma. Entidad que sólo sirve para hacer alarde de humanitarismo sin sentido; para que las señoras y los caballeros de cuello duro busquen motivos de alharaca a sus triunfos baratos. Ellos son como las gallinas que para poner un huevo tienen que alborotar el corral. ¿Cuándo se ha visto que la Cruz Roja sea respetada en una guerra? Todo es farsa, ficción, mentira y simulación. Para decir que tienen los dones de humanitarismo, se ven hospitales bombardeados, heridos acuchillados o despojados de sus ojos, prisioneros torturados y cadáveres vejados... y de todo esto ¿qué dice la famosa Cruz Roja Internacional? ¡Nada!... O bien, se pasa el tiempo en averiguaciones. ¿Quién dirá que es evidente una denuncia? El hombre inventa nombres e instituciones rimbombantes; pero, sin efecto en el campo de las realidades. ¿Qué ha hecho la Cruz Roja Internacional ante las denuncias de lo que hicieron los paraguayos en Laguna Chuquisaca? ¿Qué actitud tomó cuando tropas paraguayas amputaron el miembro viril de los que tuvieron la desgracia de caer prisioneros en poder del enemigo, el mismo que se los pone como macabro cigarro en la boca para después colgarlos de los árboles? ¿Qué hicieron los paraguayos en Yucra con los soldados bolivianos? Nada ¡Nada...! Pero sí, aparecieron combatientes amputados, con los ojos extraídos, cadáveres con la lengua mutilada, prisioneros con los pies quemados. Todo esto ¡no es nada...! ¿La Cruz Roja Internacional no sabía? Ellos están en La Paz y Asurción. La guerra no es allí. Los estragos están en el corazón del Chaco. Por lo tanto, ellos no pueden constatar dónde se estrujan, donde se destripan dos pueblos... Está herido el teniente Enrique Barriga; una esquirla ha penetrado en uno de los pulmones. Es trasladado al puesto sanitario. Se teme que muera. Su estado es muy delicado por lo que es atendido con mucho cuidado; como no hay drogas, se hace todo lo posible para evitarle una infección luego es llevado hasta un buraco, donde permanece en estado inconsciente. Allí estará hasta el final. Ya da asco matar y matar. Dan náuseas ver tantas heridas sanguinolentas, putrefactas, hediondas. Todo es mugre, barro, sudor, piojos, gangrena. Los sentidos se atrofian, se hacen anormales y los soldados del reducto de Boquerón ya han muerto antes de morir. La resurrección a la vida, les será muy lenta... Esto, si no encuentran la paz de la fosa. De los seiscientos cuarenta soldados que en un principio iniciaron la lucha, tan sólo quedan trescientos sesenta. ¿Los demás? Están muertos o heridos... ¡Y los que aún caerán...! Son las tres de la tarde. Se escucha el ruido de un avión boliviano. Da algunas vueltas y arroja tres bolsas... Ninguna cayó en nuestras posiciones; todas para los paraguayos. Parece que la mala suerte estaría pisándonos los pies en la marcha hacia el final. Un tiro de mortero ha derrumbado el único pozo que nos surtía de un poco de agua. Ahora estamos en el trance de morir de sed. Mientras, allí en Yucra sigue la batalla; suena para nosotros como una pesadilla, sentimos por nuestros camaradas que

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van cayendo día a día, sin un resultado positivo. Ya la muerte se acerca para los defensores de Boquerón. Los cuerpos escuálidos de los muchachos, se doblan ante los dolores que les causa la disentería. Hay hambre, sed, miseria, podredumbre, desaliento... Da ganas de pegarse un tiro y dar por terminado todo. Varios ya lo han hecho en su desesperación. El Comando sigue en la testarudez de que no debemos abandonar Boquerón; mientras tanto va disminuyendo en forma rápida el número de sus defensores y los medios de defensa... ¡Boquerón sucumbirá muy pronto! ¡La desgracia se ha cernido sobre los muchachos que la defienden! ¡Terrible es la tragedia que confrontan...! Sus espíritus decaídos son sólo espectros de gloria, todavía se conservan de pie. Tal es la debilidad que les atormenta, que no pueden estar parados... Veamos qué ocurre en las trincheras. Una escuadra ocupa la parte sudeste de Boquerón. Las posiciones semidestruidas por los morterazos han sido apuntaladas con troncos de árboles. Seis soldados están sentados con las espaldas apoyadas en uno de los taludes. Tienen el fusil entre las rodillas. Sus morrales casi vacíos, sin munición. Uno de ellos tiene a su lado un hueso totalmente pelado. En la tronera, un pedazo de cuero de mulo que había sido retostado y masticado ¡cuántas veces! Dos soldados vigilan el descanso de sus compañeros que fusil al brazo van observando el pajonal y el monte próximo, donde se encuentra agazapado el enemigo... Silencio absoluto... Nada turba la quietud del monte. Sólo en lontananza se escucha el tableteo de una ametralladora o la explosión de un tiro de artillería. Después... silencio... El respirar de estos muchachos es regular. La brisa de la mañana va desparramando el tenue aroma de las flores. Mientras el espacio va poblándose de seres alados, cientos de mariposas amarillas, verdes como las hojas, se dirigen hacia el pozo de agua destruido, donde aún existe algo de humedad y allí se posarán, alargando sus trompas para succionar la poca humedad que queda. Uno de los combatientes se levanta tambaleante. Parece que va a caerse, se sostiene de una de las paredes del talud, toma el pedazo de cuero cocido, lo lleva a la boca y empieza a morder, como queriendo destrozarlo. Tarea inútil. Es duro. Lo lame y le vuelve a colocar en el lugar donde estuvo. Se saca la camisa. Se toca despacio el hombro. Es una verdadera matadura. La herida producida por los continuos retrocesos del fusil, ha formado una úlcera sanguinolenta. Tiene el pecho y el hombro derecho hinchados. Orina en un trozo de colchoneta, lo dobla en cuatro y se lo coloca en el hombro; luego se pone la camisa y después la blusa. Ha hecho la curación de su hombro... Hay otro soldado que taciturno y meditabundo, se encuentra también sentado. Levanta la cabeza. Lanza un suspiro profundo. Mira el cielo límpido y nuevamente se sume en su abatimiento. Un hilo de sangre coagulada surca por la cara. Este soldado tiene el tímpano destrozado, no oye; pero, todavía puede causar estragos entre las filas enemigas que intenten asaltar las trincheras bolivianas. Su morral está vacío, apenas tiene diez cartuchos de guerra para su defensa... Ha pasado el día sin que las tropas paraguayas intenten nuevos ataques, parece que hubiesen tomado la decisión de no atacar más las posiciones de las defensas de Boquerón. Se han concretado a reforzar sus trincheras. ¡Mala señal! De esta manera, harán durar el sitio hasta conseguir rendirnos de hambre y sed, o “nos tostarán” con el fuego de sus armas... Disparos de artillería caen en el fortín, con un intervalo de media hora de disparo a disparo. Un avión boliviano se cierne sobre nuestras posiciones. Deja caer tres bolsas de las cuales dos caen al lado del enemigo y una sola dentro del reducto. ¡Poca cosa para los defensores de Boquerón...! La situación no ha variado. El avión boliviano ha regresado a su base, seguido de ráfagas y disparos de fusilería enemiga. Toda esperanza de vida para los del fortín ha desaparecido. Hay soldados que derraman lágrimas amargas al considerar su triste situación. ¿Cuándo podremos colmar la prueba a que se nos ha sometido? El agotamiento de los nuestros ha llegado a su punto culminante. No se vislumbra ni un destello de esperanza hacia el porvenir. Es el camino a la muerte por inanición... Boquerón perecerá porque no hay fuerza humana que reanime nuestros caros deseos, y allí en el Comando no se dan cuenta de la gran tragedia que va formándose dentro de las defensas de Boquerón... Un muchacho universitario que vino desde California; dejando sus estudios, ha caído herido en la cabeza. Es Alberto Lavayén, de Cochabamba. Tiene el cráneo destapado por una carcaza de artillería. Ha perdido el conocimiento. Transportado al puesto de socorro, se le ha hecho la curación; pero no tiene salvación. Le han puesto un pedazo de gasa sobre la herida y lo dejan fuera del puesto, esperando que termine de un momento a otro el estertor de agonía. Pasadas varias horas, el estertor continúa, sin que la respiración se apague. Un momento de éstos, a Lavayén se le oye hablar palabras incoherentes. Es el delirio de la muerte. Nos acercamos. Habla de sus estudios, llama a su madre y a sus hermanos. Cada media hora vamos a ver si ha fallecido, pero el delirio continúa... Mientras, allí en Yucra nuevamente se han trabado en lucha encarnizada. Por fin, al anochecer el muchacho ha expirado. Se le descubre el rostro y se ve que la hínchazón ha convertido la cara en una pelota. Los ojos están abiertos; pero tienen la inmovilidad de la muerte. ¡Otra fosa para este universitario patriota que vino desde lejanas tierras a defender su Patria!... ¡Una vida y una ilusión perdidas y un hogar tronchado por la guerra... ¡Veinte años de sacrificio paterno se tragó una fosa en Boquerón...! Mientras tanto, dentro de este reducto, trescientos cincuenta muchachos, unos estudiantes, otros universitarios, dejan o dejarán sus huesos dentro las fosas. Así se cumple la ley que nos tiene señalada la Fatalidad... Septiembre 25 de 1932. Nuestra situación de día en día se hace más angustiosa. Tanto los oficiales como la tropa han entrado en un período de desfallecimiento. Muchos de ellos se desvanecen. El hambre apresura nuestra agonía y a esto hay que sumar la falta de agua. Los rostros de los soldados empiezan a tomar una coloración violácea por la deshidratación de sus cuerpos. La lengua en muchos se torna como una esfera que gira dentro de la cavidad bucal y la garganta. La voz afónica de los soldados, indica que pronto nos veremos con el delirio que trae consigo la falta de agua... El estómago puede estar semanas enteras sin recibir bocado; pero, la sed no se puede resistir.

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Esta noche el sargento sanitario ha hecho que el pozo sea habilitado; pero el agua que contiene, es en pequeña cantidad, apenas abastece para mojar un poco la lengua de los heridos y preparar un poco de solución de permanganato que sirve para lavar las heridas que empiezan a infectarse tan pronto como se las lava. Dos casos de gangrena entre los heridos y no hay medio de solución. La amputación de los miembros infectados es el único medio. Los “pilas” ya no se atreven a atacar, se conservan a prudente distancia de nuestras posiciones. Disparan de vez en cuando como para dar a conocer que ellos siempre están en acecho. Los tiros de morteros y artillería han disminuido en intensidad. Ahora es cada hora. Parece que todos los efectivos del ejército paraguayo se hubiesen concentrado en nuestra retaguardia para así evitar cualquier intento de ruptura del cerco por nuestras tropas de Yucra. Ante la resistencia que oponen los paraguayos, éstas también han paralizado sus acciones; mientras tanto, las fuerzas enemigas van acumulando más refuerzos. El ruido de los camiones tras las líneas adversarias sigue sin interrupción. La líneas paraguaya sigue sin interrupción. La máquina de guerra de los paraguayos continúa su curso sin contratiempos. Cada jefe, oficial y soldado, conoce la responsabilidad que tiene y cada uno cumple lo mejor que puede. Mientras tanto en el frente boliviano, se carece de todo. No hay gente ni para cubrir los claros dejados por los caídos. No hay víveres para los combatientes. Munición que escasea. Armas sin repuestos. En fin..., todo un desastre; a esto hay que añadir la irresponsabilidad de los generales e incluso del Presidente Salamanca y sus famosos ministros que se dan las ínfulas de estrategas militares, por esto la tardanza de la llegada de refuerzos al campo de batalla... Ahora veamos lo que dice el Coronel Aquiles Vergara, respecto a estos días que pasan en el trágico reducto de Boquerón: “Indispensable es referirnos ya a la etapa agónica de Boquerón. Prescindir en cualquier análisis que hagamos de las ocurrencias en esos días aciagos de todo lo que no tenga atingencia absoluta con el cuadro militar, proscribiendo condiciones de índole internacional, de política interna, o de aquellas simplemente líricas y declamatorias, pues la dramática realidad y precipitación de los sucesos, hacen que estas últimas, tengan escaso o ningún valor...“ Mientras un parte dirigido desde Muñoz, dice lo siguiente: “Transmitido de Muñoz.— Cif. Nº 627.- ESMAYORAL- La Paz.- Urgente— Contraataque que realizóse hoy, no tuvo ningún resultado. Enorme superioridad numérica potencia enemigo paralizaron toda acción. Sin embargo intentaremos último esfuerzo contraatacando día 28 o al amanecer 29. Continúa incursión fuertes patrullas montadas alrededor de Tinfunqué. Demás sectores sin novedad. Hoy lanzamos sobre Boquerón 2.000 cartuchos y algo de víveres. Paneles indican agotóseles víveres y municiones. Por mucho esfuerzo que realiza aviación, reaprovisionamiento es siempre deficientísimo. Fdo.- Gral. Quintanilla.” Se piensa todavía en un contraataque, sabiendo que ya es difícil romper la superioridad enemiga. ¿Por qué no se dio anteriormente una orden para evacuar Boquerón? Por entonces, nuestros soldados estaban en condiciones de hacer un esfuerzo para salir; pero, ahora, es sumamente imposible. ¿Qué haríamos de nuestros enfermos y de los ciento treinta heridos que no pueden tenerse en pie? ¿Abandonarlos a su suerte dentro del fortín? No, esto sería inhumano... ¡Ah, generales de mi Patria! ¡Cuántos desaciertos se ven en nuestra Historia por falta de visión en los hechos y por la incomprensión de nuestros problemas...! Vosotros habéis estimado más la dignidad personal que la supervivencia de nuestras tropas; el egoísmo político de vuestras absurdas ideas y de aquellos que se han dado el título de “grandes estrategas”... de salón, fue primero antes que la situación de la Patria. Hoy Boquerón no se queja de su suerte. Su martirio es un holocausto en aras de lo más grande: la Patria... Cada arruga de su frente, cada herida, cada mueca de dolor, es una maldición para los conductores de esta guerra… Son las dos de la tarde. El sol canicular derrama sus rayos, cual saetas, sobre las esqueléticas espaldas de nuestros soldados; abrasados por la sed devoradora, deambulan dentro del bosque, en busca de hojas o raíces que aplaquen en algo la desesperante sequedad de sus gargantas... Máximo Choquecallata, del Regimiento 14 de Infantería, busca en este momento dentro del tuscal algo para llevar a su reseca boca. Su paso tambaleante indica a primera vista que de un momento a otro va a caer. ¡Es tanta la debilidad de su cuerpo, que apenas se conserva! Se acerca a un árbol, arranca sus hojas espinosas, las lleva a su boca, siente su amargo sabor, lo arroja; se acerca a otro y hace lo propio. Tampoco le es agradable. Ve por fin unas hojas carnosas. Son “carahuatas” (plantas espinosas con raíces carnosas); se arrodilla y empieza a devorarlas como un animal herbívoro; pero la fatalidad está también junto a él... En este momento se siente en el espacio el silbido característico de la aproximación de un proyectil de artillería y, de pronto... ¡un estruendo! Trozos de metal fundido se esparcen en el ámbito y... uno de ellos destroza toda la parte glútea del soldado. Lanza un grito angustioso de dolor. Varios soldados van al lugar y encuentran a Choquecallata que se debate entre dolores. Una pierna estaba a dos metros del lugar; mientras el cuerpo del infortunado muchacho, presentaba la disección de la otra pierna, desde la región del glúteo. ¡Macabro...! ¡Terrible...! ¡Espantoso...! Los ayes de dolor pronto fueron aplacándose en un suspiro, fue el final de la vida de aquél, que por aplacar su hambre, salió de sus trincheras y sólo encontró a la Parca que vino en la “carcaza” (trozo de proyectil de artillería) de un proyectil... Buscaba mantener ese hálito que llamamos Vida y otra vino a impedírselo, la Muerte... Las dos y treinta de la tarde. Vuelan los aviones paraguayos. Se dirigen hacia Arce, parece que van en misión de reconocimiento; al cuarto de hora se escucha el ruido de sus motores; regresan. Revuelan las posiciones bolivianas y dejan caer cuatro bombas, las que explotan uno fuera de nuestras posiciones y las otras, dentro, sin causar víctimas. Después de rociarnos con el fuego de sus ametralladoras, toman la dirección de su base y se pierden en la lejanía del horizonte... Los alrededores de Boquerón permanecen mudos. Sólo se escucha el sordo rumor de las ramas de los árboles tronchados que se baten al vaivén del viento. La atmósfera de Boquerón es insoportable por la hediondez que despiden los cadáveres insepultos que se encuentran en la pampa y dentro del monte. A las seis de la tarde se sienten ráfagas de ametralladoras y disparos de fusil en las proximidades de Yucra; es que el Comando Superior ha ordenado otra carnicería. Nuestros soldados irán sin fijarse que van hacia lo imposible, donde encontrarán la muerte inmisericorde; pero hay que cumplir, pues el soldado obedece, no discute...

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En tanto que los soldados de Boquerón morían y volaban hecho pedazos por la metralla, en tanto que la carnicería continuaba tronchando hogares, sembrando luto y lágrimas, la diplomacia se consagraba a lanzar al mundo, documentos altisonantes impulsados por la vanidad insana de dos hombres: Ayala y Salamanca. Uno decía: “Deseamos la paz”, y el otro respondía: “También nosotros deseamos la paz; pero, habéis ultrajado el honor nacional”... En tanto, la metralla seguía tronchando vidas en el reducto. La guerra continúa con más furor. El número de muertos aumenta de día en día... ¡Salamanca, Ayala ¿no os dan asco vuestras manos ensangrentadas? ¿No veis que dos pueblos de mejor suerte se desangran por vuestra estúpida vanidad? ¿No os roe la conciencia cómo se van cubriendo de luto y desesperación vuestros gobernados? ¡Caiga sobre vosotros el remordimiento y las lágrimas de las que perdieron un hijo o un esposo! Vosotros os disculparéis diciendo: “Mi pueblo no buscó la guerra; ellos fueron los que nos atacaron”... ¿No existieron otros medios de conciliación fuera de las armas que hicisteis empuñar a vuestros gobernados para que se masacren y se apuñalen? ¿No veis que se destripan, y se debaten entre la desesperación del hambre y la sed? Podían ser más útiles a vuestras patrias. ¿Acaso sois dueños de las vidas que les concedió el Ser Supremo para que las arrojéis en la hoguera de la guerra? ¡Claro!, vosotros no conocéis la verdadera guerra con su secuela de calamidades. Vosotros estáis en vuestros palacios y no sentís el estallido de las bombas, ni las ráfagas de ametralladoras. No sabéis lo que es la sequedad de las gargantas al tener necesidad de agua. Vuestros estómagos repletos, no saben de los dolores agudos del hambre devorador. No sentís el aguijón de la muerte que se cola por una herida purulenta. No sentís nada! ¡Nada que pueda mover a conmiseración vuestros renegridos y endurecidos corazones! ¡Salamanca... Ayala!!... ¿Cómo daréis cuenta al Supremo Juez de la causa de esta hecatombe que aflige a mi Patria y a la del enemigo? Estas reflexiones que oís son la voz de la desesperación al ver tanta miseria y dolor; aquí en el reducto de Boquerón y en sus inmediaciones... Ved, Salamanca y Ayala, los cientos de cadáveres, que tienen los rostros hinchados y tendidos fuera de nuestras posiciones, como pidiendo a Dios el castigo que merecéis por vuestra maldad, por vuestra insanía de alma. Ahora es difícil detener... Todo irá hasta la consumación de los hechos, hasta la rotura de ese equilibrio que debía reinar entre Bolivia y el Paraguay. Aquí en Boquerón, tenéis la prueba de lo que será después. . . ¡Malditos hombres! ¡Malditos, Pilatos modernos!... Septiembre 26 de 1932. “Ha amanecido sin novedad en el frente”, es la nota característica de todos los partes de guerra; sin embargo no es la verdad, en un campo de batalla, nunca amanece sin novedades. Tal es así que ha amanecido con cuatro muertos, heridos que se han quitado las ligaduras y han dado fin de esta manera a sus vidas. Ojos sin brillo son el mirar de los heridos, que sacan sus lenguas a cada momento para poder humedecer sus fauces bucales ya resecas... Se escucha un pequeño tiroteo en el sector sudeste. Allí se encuentra el teniente José C. Dávila. Sus soldados han descubierto que los paraguayos se han acercado demasiado; durante la noche habían cavado posiciones. Cuando de pronto se han dado cuenta, ya era tarde. Ahora, los paraguayos están a sólo cincuenta metros, metidos dentro de sus recién abiertas trincheras. Los disparos de la fusilería se hacen más intensos y los proyectiles vienen y se incrustan en los troncos que protegen las posiciones bolivianas. Desde una “chapapa” boliviana que se encuentra en el monte, se han descubierto tiradores enemigos que apenas ocultan sus cabezas. Están encajados en sus pequeños agujeros. El tirador boliviano que se encuentra en la chapapa, dispara cada dos o cuatro minutos, con fina puntería; son tan certeros, que cada disparo es una boca de fuego que se apaga. Esta caza continuará casi toda la mañana. Llegado el medio día, cada posición paraguaya estaba ocupada por un cadáver. Pero, también nosotros hemos tenido dos bajas en este sector. Uno de ellos está herido, tiene un disparo en el costado derecho que le ha vaciado parte del estómago; parece que usara el enemigo proyectiles Dum-Dum; porque las salidas son desastrosas y estas heridas resultan generalmente fatales. El pobre soldado sigue su lenta agonía y pierde el sentido. Habla con el sargento: —Mi sargento, verdad que ya no voy a vivir mucho?— pregunta. —Por qué dices eso, acaso te sientes mal? — responde a su vez el sargento. —Sí— responde haciendo un supremo esfuerzo; y luego continúa —Me encuentro mal, yo sé que voy a morir; pero no tengo miedo... lo único... es que tengo pena... Un raudal de lágrimas se ve surcar por la cara enjuta del soldado. Después de una pausa, en el que toma aliento, continúa: —Tengo pena porque allí en mi pago... en Tupiza... tengo mi esposa... mis dos hijitos... En este momento, un hipo le ha cortado el habla. Dos lágrimas se deslizan por el rostro del curtido sargento que le toma el pulso. Después de un silencio vuelve a hablar: —No sé... ahora qué será de mí..., ni tampoco sé lo que será... de mis hijitos... Mi esposa se morirá de pena... al saber... que he muerto... pero... mis hijitos... ¡¡Mi sargento!! ¿qué va a ser de mis hijos?... Son pequeñitos... ¡Ah, yo no quiero morir, mi sargento!... ¡No! mi sargento, no quiero morir!... ¡tenga compasión de mis hijos... Sálveme, le ruego mi sargento...! El sargento no puede oír más. Un nudo se le ha formado en la garganta y entre sollozos responde: —Gutiérrez, no se amargue, yo le prometo salvarlo, no va a morir, se va a curar, tenga paciencia... ¡Mentira consoladora! La muerte ya ha marcado con su sello trágico y siniestro la cara de aquel padre que, en su individualidad ha traicionado al dolor que le va consumiendo... Ha desertado un momento de la tragedia guerrera y ha dejado de ser soldado, para volar en el recuerdo hacia los suyos. Pone oídos a sus sentimientos de padre, y su corazón fluye de ternura al sentir por los que ha dejado, allí en el terruño que nunca más volverá a ver... Mientras, allí en las trincheras, el traqueteo de una ametralladora, deja escuchar su terrible carcajada... ¡Es la guerra! Aquí, en un rincón del puesto sanitario de Boquerón, se va extinguiendo la vida de un padre de familia, soldado hecho hombre. Un momento después se ha sumido en ese mundo desconocido de la Muerte y allí vuela su alma con el recuerdo de su esposa y de sus hijitos...! ¡Ha muerto...! Los camilleros toman el cuerpo destrozado y lo sacan. Pronto, estará en la fosa común. ¡Pobre soldado... Aún entre los estertores de la muerte, un hálito de esperanza llevó como un sostén para el recuerdo que

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en esta hora aciaga le liga a la vida, de la que no quiso separarse; porque hay cosas más hermosas que la carnicería de la guerra... ¡Oh Dios! ¿Qué hizo este padre para tener tal fin? ¿Acaso el amor que se siente por lo sublime es un pecado que merece la muerte? ¡Sólo Tú sabes Señor, lo que será de los que quedan...! ¡Es tu designio, y ante él nos inclinamos...! Mientras aquí se van extinguiendo las vidas una a una, veamos qué dicen los partes y órdenes que circulan entre La Paz y el Comando de Muñoz: “Recibido de La Paz.- Cif. Nº 658.- Jefe E.M.G. y C1CE.- Muñoz.- Hrs. 2.42.— Gobierno y país entero aprecian y reconocen grandes esfuerzos y elevada moral anima ese Comando y tropas, depositando confianza en éxito nuestro. Mi Comando militarmente juzga conveniente considerar situación, antes emprender nuevos ataques en vista refuerzos se hallan en ruta ésa cuyo detalle debo comunicar Jefe etapas. Esta semana salen 3.000 hombres y otro tanto próximamente. Tercera división posiblemente coopere bajando del norte. Presrepública aconseja emplear trimotor convenientemente escoltado y posible empleo paracaídas, para continuar aprovisionamiento Boquerón, que podría libertarse con próximos refuerzos. Sírvase comunicarnos efectivos fuera de acción y orientar situación. Mañana sale avión Coello. P.O. Esmayoral.- Fdo. Tcnl. Rivera.” ¡Ironía del destino…! Tropas que se descuelgan del Norte para ir en refuerzo de las tropas que luchan en el sector sud del Chaco. ¿Qué tiempo emplearán para llegar hasta las posiciones de Yucra? ¿Vienen en camiones? ¿Hay caminos para esta clase de vehículos? ¿Vienen a pie? ¿Es acaso un camino corto, o tendrán alas en los pies? Mi querido teniente coronel Rivera, se ve que no tiene conocimiento de las distancias y de los caminos que hay en el Chaco ¿Cómo puede moverse una tropa a ochocientos y más kilómetros de distancia en auxilio de otra que está en trance de capitular o de perecer? Y más aún, por un lugar donde no hay ni un camino para rodados? Esa tropa viene hacia el fracaso; pues, no llegará ni la mitad de sus efectivos, porque las inclemencias del calor, la fatiga y en muchos casos la falta de agua, harán que la tropa encuentre la muerte en el camino de recorrido. ¡Sres. comandantes, ¿queréis engañar con la siembra de esperanzas irrealizables, o, queréis mitigar en algo la pérdida de la moral de nuestros combatientes? Los resultados serán más funestos; pues perderán la fe y la confianza en vosotros! ¿Por qué mentís a vuestros soldados que conocen más que Uds...? Ellos conocen las grandes distancias que existen de un punto a otro en el Chaco. Malo es el comienzo de esta contienda. Partes falsos, órdenes absurdas, mentiras a diestra y siniestra. Después... Fracasos y más fracasos. Ese será el producto, por siempre, de vuestra táctica en esta campaña. ¿Por qué no somos más sinceros y decimos las cosas claras, de tal manera, que el soldado pueda prevenir su conducta de acuerdo a los problemas que afligen a nuestro ejército? Son las tres de la tarde. Aviones bolivianos a la vista en el cielo de Boquerón. Son dos, los mismos que nos visitan a diario. Lanzan sus bolsas que como siempre, muchas de ellas caen para los paraguayos y pocas son para nuestras tropas. Las ametralladoras enemigas han entrado en acción. Sus disiparos son dirigidos a nuestros aviones que evolucionan por encima de nuestras posiciones; pero, ellos no temen al enemigo; muy luego se siente el fuego graneado y sistemático de nuestros aviones sobre las posiciones enemigas. Después de dar algunas vueltas, regresan a su base. Buena ha debido ser la rociada, porque callaron por un momento las piezas y la fusilería paraguaya. Son las nueve de la noche. Un fuego intenso de ametralladoras se escucha alrededor del reducto de Boquerón; el tableteo es incesante, sus proyectiles cruzan por el monte ya destrozado, haciendo que sus ramas caigan tronchadas por la segadora mortífera; pero, las posiciones de Boquerón, no contestan a este fuego provocativo. Una que otra fracción enemiga se acerca a nuestras trincheras. Los soldados que vigilan el menor movimiento de las tropas enemigas, están listas para repeler cualquier intento de asalte a nuestras posiciones. Se han acercado aprovechando la oscuridad de la noche hasta donde se hallan los cadáveres paraguayos. Los sacan y ocupan su lugar. Empiezan a trabajar una línea de trincheras que circunda a todo el fortín. Los defensores les dejan construir. No quieren disparar sus armas por no desperdiciar su munición totalmente menguada y esperan con los cuchillo-bayonetas, listos para la lucha cuerpo a cuerpo. El hostigamiento enemigo ha durado más o menos una hora; pero, los nuestros no dan señales de su existencia. Por fin cesa el fuego. Han conseguido su propósito, cual es colocarse lo más cerca posible a las trincheras bolivianas. De esta manera ha pasado la noche. Los soldados bolivianos esperan con ansia el momento final. Tan sólo se escucha el detonar de las explosiones de la artillería que caen dentro del fortín. Estas se confunden con la de los morteros. No hay bajas. Pero, puede ser que mañana recién se las constate. Muchos soldados salen fuera de las posiciones para aprovisionarse de víveres y munición y que se los reparten entre varios que ya no tienen ni un solo cartucho. Otras tres patrullas que salieron han podido apropiarse de un mortero; pero no tiene dotación. Es la primera vez que los nuestros ven esta clase de armas. De nada sirve. A pesar de la proximidad del enemigo, no les arredra salir fuera de las trincheras. Uno de estos grupos se ha encontrado de improviso frente a otra patrulla. Tal fue la sorpresa de cada grupo, que no atinaron a disparar sus armas, después de mirarse un momento, se separaron unos veinte pasos y recién se aprestaron a la lucha. Esto, cuando ya les pasó el momento de embarazo de verse cara a cara. Total, no hubo bajas... Durísima es la prueba que se va pasando en Boquerón. La defensa disminuye el poderío de sus fuegos, porque la munición se ha agotado. El espíritu indómito resurge tan sólo cuando el reducto se halla en peligro de ser asaltado; mientras tanto, cada uno es un espectro que deambula en Boquerón... Septiembre 27 de 1932. Las cinco de la mañana. El enemigo vuelve al ataque. Intenso tiroteo es el despertar de este nuevo día. Los soldados paraguayos convencidos seguramente de que nuestras defensas se encontraban totalmente destruidas o, por lo menos que la moral combativa había desaparecido entre sus defensores, atacan con ímpetu. Si bien es cierto que las bocas de fuego habían disminuido no así la seguridad de sus disparos. Cada uno de estos es una baja que cae al pie de las trincheras

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bolivianas; y si consiguen sobrepasar, el defensor le ensarta el cuchillo-bayoneta. El asedio se va tornando momento a momento más peligroso para nuestros heroicos soldados. La lucha se hace ahora a escasos metros de distancia. La muerte se codea con más confianza. Casi le miramos la cara. Su aliento frío, que viene entre los silbidos de los proyectiles, nos entona canciones macabras a las cuales les sonríen aquellos espectros del Honor Nacional. Es la enamorada que quiere cautivar a sus posibles presas en este reducto. Han pasado dos horas de combate. Esta lucha ha dejado impresa con mayor intensidad sus señales de destrucción en el ánimo de los sitiados. De cada diez muchachos, por lo menos dos están con los oídos sangrantes. Otros, sangran por las narices. Todos tienen los ojos aletargados y soñolientos. Las lenguas resecas, se pegan al paladar como ventosas, para luego separarlas con un ruido peculiar. Hoy a las nueve y media de la mañana, nos han hecho su visita los aviones paraguayos; nos arrojaron unas cuantas bombas que no hicieron efecto y luego una andanada de proyectiles de sus ametralladoras que, tampoco nos causó baja alguna; y como si hubiese causado grandes destrozos, el avión se alejó ufano... Hace tres días que los defensores de Boquerón no han probado bocado. El pan que arrojan los aviones bolivianos, apenas es un bolo nutricio que se queda en las gargantas. Ya no llega hasta el estómago porque desaparece al llegar a esta bolsa digestiva. ¡Es tan pequeño...! Los cueros de mulo, también han desaparecido. Los lagartos, todos han sido cazados, si existen algunos, no salen de sus cuevas por temor a los dientes ávidos de los defensores de Boquerón... Las ansias de comer de los soldados, hacen ver con mirada devoradora a los cuervos que revolotean alrededor de los cadáveres paraguayos y que se encuentran tendidos en el pajonal, muchos de estos rapaces tienen aún los picos sangrantes después de su festín macabro. ¿Serán las próximas víctimas quienes aplaquen en algo el hambre que desconcierta a los defensores? Desde luego, se puede disparar un cartucho para matarlos. ¡Total, es una presa que se puede cocinar; por algo se dice “ave que vuela, cuece bien en la cazuela...! En el puesto sanitario, los heridos han aumentado hasta la cantidad de 156. La mayor parte de ellos tienen heridas que les imposibilita cualquier movimiento. Están tendidos en el suelo, no gozan siquiera de un cotense (saco para contener escombros) como tapa. Las heridas cubiertas con un pedazo de colchoneta empapada en agua de permanganato, despiden un hedor nauseabundo. Hace días que el algodón, la gasa, así como las drogas, se han agotado. Las moscas hacen su agosto... El calor es tan intenso, que es imposible permanecer dentro del puesto. A esto hay que añadir el vaho que se levanta del pajonal por los olores asfixiantes que despiden los despojos de lo que fueron soldados paraguayos. Los defensores caminan dando tumbos. Sus cuerpos escuálidos y esqueléticos, parecen los dibujos caprichosos de un pintor surrealista. Sin drogas, y sin un hálito de esperanza, esta agonía lenta significa la gangrena que muy pronto debe llevarse a la tumba a los sobrevivientes de la metralla paraguaya. Veamos qué dice Vergara Vicuña, referente a estos días aciagos de la Campaña el Chaco: “Habían llegado los postrimeros días de la resistencia. El asedio habíase ido estrechando paulatinamente y los denodados defensores debieron abandonar sus trincheras exteriores para concentrarse en la “isla” donde tenían sus mejores obras de fortificación. La única esperanza de continuar resistiendo se iba desvaneciendo gradualmente a medida que el rumor entrecortado, isócrono y agudo de los combates de Yucra, Lara y Ramírez, parecía interrumpirse amenazando caer en mortal colapso. Esto indicaba a los sitiados que las probabilidades de rompimiento del cerco se esfumaban, aunque con lentitud desesperante. Con todo, el paso raudo de un avión, que dejaba caer un saco de pan o de municiones, infundía aliento a esos corazones valerosos y seguían empuñando ardorosos sus armas procurando aprovechar bien los escasos proyectiles que constituían su remanente, de no más de cinco cartuchos por individuo... Sus propios adversarios, sobrecogidos de respeto ante ese cuadro que rememoraba y reeditaba los dolores y tenacidad estoica de los sitios más relevantes de la Historia, ya no atacaban con el mismo ímpetu y parecían en cierto modo paralogizados por un sentimiento de fraternidad y hasta de admiración... Estado inexplicable del espíritu que en cualquier momento podía ser cambiado por una orden perentoria de su Comando de exterminar de una vez las convulsiones agónicas de esa legión de sombras...” “Con razón un periódico de Buenos Aires estampaba en sus columnas, en esos días, este juicio laudatorio que equivale a un laurel: En Boquerón están escribiendo unos pocos soldados bolivianos la más bella página de heroísmo americano. Contados centenares de hombres luchan desde hace quince días no sólo contra enemigos infinitamente más numerosos, sino contra el hambre y la sed que les han impuesto los sitiadores. Antes que rendirse quieren la muerte”. Son las doce del día. Se escucha ruido de motores de aviación. Son aviones bolivianos, dos de guerra y un Junker. Hacen evoluciones sobre el cielo de Boquerón... Ha descendido el Junker hasta una altura que puede ocasionar su derribo. Da varias vueltas. Otros aviones arrojan bolsas de pan y municiones; las primeras caen en campo enemigo, pero algunas caen dentro de las posiciones bolivianas. La munición está totalmente retorcida o deshecha. El avión Junker en uno de sus pasos por encima de las posiciones, arroja un pequeño paquete. Este ha sido recogido y llevado ante Marzana. Su contenido es un mensaje del que entresaco algunas de sus partes más sobresalientes: “...Diez días más de inquebrantable resistencia y la victoria será nuestra. Habéis escrito la página de oro de la Historia Patria y vuestra huella luminosa iluminará con impañable fulgencia la ruta de heroísmo que deberán seguir las futuras generaciones...“ Otra proclama, aunque en forma tardía, llega a conocimiento de los defensores y dice así: “PARA SU LANZAMIENTO EN BOQUERÓN — Soldados: Vuestro heroísmo y valor no precisan elogios. Ahí está nítido, blanco e inalterable en la página de oro de la Historia Patria. Tamaña bravura y tan grande esfuerzo, no pueden ser estériles. Pocos días más y el sol de la victoria iluminará vuestra hazaña, mostrándoos como a los elegidos del destino para salvar la honra de la Patria. Todos vuestros camaradas os envidian; el mármol y el bronce esculpirán mañana vuestros nombres. Defendéis toda la tradición de heroísmo de los Próceres de la Patria y Libertad. Como hasta ahora, seguid luchando como bravos y soportad con resignación y estoicismo todas las privaciones. Preferid morir con gloria, dejando un legado suntuoso de heroísmo a vuestra heredad, a la ignominia de rendiros o caer en poder del enemigo, el que, a más de

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martirizaros, no respetará vuestras vidas. Tres o cuatro días más y la 8ª División de refuerzo al brioso empuje de sus bayonetas, conseguirá vuestra liberación, ejecutando completo barrimiento de las posiciones enemigas. Defendéis la honra del país y el prestigio de su institución armada. Tamaña honra, bien merece el sacrificio y la resignación a todas las privaciones. YA VUESTROS CORAZONES SENTIRÁN LATIR LA CONDECORACIÓN QUE OSTENTAREIS EN VUESTROS PECHOS QUE OS HA OTORGADO YA EL SUPREMO GOBIERNO Y CONSTITUIRÁ EL BLASÓN ETERNO DE VUESTRA GLORIOSA ACCIÓN. Nuestros gloriosos pilotos cuyas proezas habéis espectado, se esforzarán a diario por lanzaros víveres que aseguren vuestro sustento. No obstante, es preciso que restrinjáis vuestra alimentación reduciendo a lo más estrictamente necesario. El alimento moral puede muy bien compensar las privaciones físicas. Pletóricos de valor y bizarría, seguid teniendo fe en la santa causa de la Patria. Dios está al lado de las causas justas, Él está con nosotros y... ¡adelante!... Viva Bolivia!... El Gral. Cmdte. del C1CE (Fdo.) Gral. Quintanilla.” ¡Formidable! ¡Rimbombante! ¡Estruendoso! Pero... hay muchas cosas irrealizables en el campo de la verdad. ¿Podría el General Quintanilla estar con el estómago vacío tan sólo tres días? ¿Podría soportar dos días sin probar algún líquido que remoje su gargüero? ¿Puede acaso mantenerse en posición defensiva sin armas, ni munición contra un enemigo que le atormenta día y noche? Si fuese así... el general Quintanilla es un ser sobrenatural. ¡Diez días más de resistencia...! ¿Cómo se pide diez días más, cuando sus cuerpos destrozados con los trallazos del combate apenas se ponen de pie? ¿Se nos pide más días de resistencia, sin agua, sin víveres, sin medicamentos, sin munición y por último, con sólo las calamidades que nos acompañan? Señores “generales”, fácil es redactar proclamas; enviar y dar órdenes... ¡Boquerón está en agonía, señores! ¡Boquerón perecerá! ¡No ante el enemigo, sino ante los elementos adversos que la naturaleza ha colocado en contra suya! ¡No será ante el enemigo que fustiga día y noche; porque él reconoce nuestra superioridad moral. Es por las imprevisiones de nuestros comandos superiores. Ellos tendrán la culpa. Ellos serán los causantes de nuestra desgracia. ¡Ellos, y nadie más que ellos...! Septiembre 28 de 1932. Son las cinco de la madrugada. Estruendo de artillería y morteros asemejan al cataclismo de la tierra. Ráfagas de ametralladoras y disparos de fusil, hacen del reducto de Boquerón un verdadero pandemonium. Explosiones y más explosiones retumban en el espacio. Granizadas de plomo fundido caen sobre las huestes que al mando del Coronel Marzana se baten como verdaderos leones contra un enemigo veinte veces superior. Son los espectros de la muerte que luchan contra todo los elementos de la naturaleza que quieren aniquilar su fuerza combativa... ¡Boquerón, tu suerte está escrita y ¿aún sigues peleando? ¡Boquerón, tu designio es distinto del que buscas! y, ¿sigues luchando todavía a brazo partido contra ese designio de los dioses de la guerra? ¡Ay!... ¡qué pocos serán los que reconozcan tu sacrificio...! Son los últimos disparos que vas haciendo, sin cuidarte de que dentro de una hora más, no tendrás ni una bala siquiera para poner fin a tus días. ¡Boquerón!! ¡Qué grande te sientes en tu divino sacrificio! Ofreciste tu sangre y tu vida, todo lo que te pidieron; ahora te toca descansar dentro de la aureola de la gloria. Tú has dado lo más sublime de tu existir. Has derramado generosamente tu sangre. Tus muertos gloriosos y tus heridas, sean todos en aras de lo más santo y sublime, la Patria del porvenir. Que tu sangre sea la savia que alimente a las nuevas generaciones, para hacerla grande y próspera. Que tu sacrificio no sea estéril. Ojalá que tus errores o tus aciertos, sirvan de ejemplo a nuestros generales de mañana, para que más después, no haya inmolaciones de juventudes lozanas dignas de mejor suerte... El combate se apacigua poco a poco. Nuestras fuerzas de Yucra, Castillo y Lara, contemplan azoradas lo que en Boquerón se continúa luchando. Estas creyeron que ya habíamos perecido mucho más antes; pero, la realidad, es que la lucha continúa, porque hay algo que no puede morir; la fe en nuestros jefes que nos comandan. Marzana recorre las trincheras y ve, no sin amargura, las figuras esqueléticas que siguen empuñando el fusil como en el primer día, y en un recodo de una posición, no puede más... se lleva un pañuelo sucio a los ojos y exclama: “—Esto ya es lo imposible...” Vuelve a su puesto de comando y envía a los estafetas con órdenes de que los jefes de sector deben reunirse en la comandancia. Los oficiales cabizbajos, con el fusil o una pistola en la mano, van acercándose en silencio. Sus pasos son inseguros. Parece que de un momento a otro van a caer y que no se levantarán más. La debilidad de estos paladines de la defensa de Boquerón, ha llegado a su extremo máximo. Un soldado que los ve pasar, exclama: —Ellos también van a morir igual que nosotros... Los jefes de sector, fueron llegando hasta el pahuichi del Comandante y como no podían permanecer de pie, Marzana fue invitándoles a que tomaran asiento. Los oficiales no tuvieron inconveniente de sentarse en el suelo. Marzana con la gorra puesta, parece otro espectro que va a dirigir aquella reunión. Todos permanecen callados... Marzana, haciendo un esfuerzo supremo, exclama: —Señores jefes y oficiales: Estáis enterados de las demandas de nuestros superiores. Compulsando los factores que determinan la situación actual, es preciso que cada uno de nosotros también enumeremos las posibilidades de cumplir estas órdenes... Para tal efecto, me permito digáis la cantidad de munición que tenéis en vuestras unidades y calculadas para el tiempo de lucha que puedan durar. Un oficial exclama: —Mi Coronel, en mi sector tengo como promedio tres cartuchos. En las dos piezas de ametralladoras, medio cargador; disponibles para una lucha de tres minutos con blancos asegurados...— Calló el oficial. Luego, otro oficial interviene: —Mi Coronel, si bien tengo en mi sector unos doscientos cartuchos de guerra distribuidos entre treinta y dos soldados, éstos ya no pueden sostenerse por la deshidratación de sus cuerpos, y por la falta de algo que les sirva para llevarse a la boca. Están agotados...

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Y así, van informando de la cantidad de munición y del estado de salud de los combatientes. Una vez que terminó aquella reunión, cada uno se fue a su sector en forma apresurada, porque el enemigo nuevamente atacaba las posiciones; pero los soldados esperan tener al enemigo a tiro para causar serias bajas en sus filas. Otros más audaces, esperan impertérritos la llegada del paraguayo para ensartarle de parte a parte el cuchillo-bayoneta, y como la víctima cae dentro de la trinchera, sus escasas fuerzas no le permiten sacarlo de golpe el cuchillo; tiene que colocar el pie en el pecho o en el estómago y haciendo un gran esfuerzo arranca la bayoneta ensangrentada, mientras la víctima exhala el último estertor. Con ayuda de otro camarada de lucha, extraen el cadáver del paraguayo fuera de las posiciones, para que sirva como parapeto durante la lucha. Esta operación se repetirá cuantas veces sea necesaria hasta que un disparo a quemarropa ponga fin a los días aciagos del bravo defensor de Boquerón. Si bien quedan claros en todos los sectores, estos son disimulados con el alargamiento de los espacios que separan de tirador a tirador, aunque la lucha continúa con toda su fiereza... La Parca sigue aumentando sus víctimas. También el número de los heridos va en ascenso. Los claros dentro de nuestras posiciones van ensanchándose más y más. Los defensores, en su desesperación, presienten el colapso definitivo. La lucha se hace de momento en momento más terrorífica. Armas destrozadas en el ímpetu de la lucha que raya en carnicería criminal. ¡Boquerón se juega el todo por el todo! La sangre paraguaya corre a torrentes en las inmediaciones del fortín. Sus defensores sacan energías de donde ya no las hay. Cada soldado es una fiera que venderá su vida. Los soldados gritan con desesperación antes de caer en sus posiciones: ¡Viva Bolivia!... Es el grito de guerra. La bestia humana se siente herida, y mil bocas de fuego responden a este grito final de los que sucumben. ¡Boquerón va a perecer...! Su agonía se acerca entre gritos de paraguayos y bolivianos que se matan sin piedad. Nuestras posiciones están llenas de cadáveres paraguayos y la lucha continúa, de rato en rato, con ferocidad. El ruido de las armas repercute en lo insondable del monte; mientras en el límpido cielo, luce su esplendor el astro rey, indiferente ante la inhumanidad de aquellos seres que se destrozan y se disparan sus armas con saña salvaje. ¡Boquerón, Boquerón! Estás al pie de tu tumba y sigues bárbaramente en la matanza... ¡Dioses de los ámbitos! ¿Qué es esto? ¿Es esto el amor que pregonó Jesucristo?.. . ¡Basta!!.. . ¡Basta de tanta carnicería...! Ha calmado el fragor del combate, el campo está cubierto de cadáveres; mientras en el reducto van limpiando los soldados sus armas teñidas de sangre paraguaya que se confunde con la boliviana que les fluye de la boca, de las narices y de los oídos. Pocos muertos de parte nuestra; de los paraguayos, tienen más de un centenar. Ellos han vuelto a sus posiciones, desde donde van disparando a cortos intervalos. Se oyen los insultos proferidos en guaraní: —¡Bolis, ya poco les queda de vida! ¡Les pasaremos al degüello! Los nuestros no contestan. La respuesta es un silencio sepulcral. Después de una faena tan dura, los soldados se tienden dentro de sus posiciones para descansar; mientras los de turno, fusil con bayoneta armada, siguen observando y oyendo las amenazas de los paraguayos que mayormente no les importa... Siguen imperturbables... La artillería ha dejado de disparar, por temor a herir a sus mismos compañeros, aunque los morteros siguen descargando sobre Boquerón sus fragmentos de acero candente. Los nuestros ya no escuchan el tronar de los disparos... Cabizbajos, se contemplan llenos de tristeza, apesadumbrados por la matanza y entre penas y zozobras, la noche negra cubre con su manto la tragedia del reducto... El silencio de la muerte aniquila los espíritus de aquellas sombras que deambulan en las posiciones bolivianas. Son la de los muertos que reclaman una rama de laurel. Mientras en la pampa, entre gritos de dolor, cien heridos se desangran, sin una mano piadosa que les cierre, que les dé la fortaleza que ansían para soportar su dolor... Boquerón! ¡Pronto sucumbirás...! Generales de mi Patria. Ved el cuadro horrendo de la matanza... ¡¡Salamanca!! Ved las manos sangrantes de cien brazos descarnados, que se elevan hasta el cielo, clamando al Ser Supremo, un hálito de esperanza para sus vidas en acechanza... Y tú... hombre inmisericorde, pides más víctimas para saciar tu vanidad; vanidad de gobernante. Gobernante sin corazón... ¡Oh, ni las arpías del infierno, perdonen la insanía que demuestras por arrancar la vida a estos espectros de la gloria. Te lo dieron todo... todo... y les exiges más días de penurias, de tristezas y de dolor, sin armas ni municiones, con el hambre y la sed que atormentan sus desfallecidas estructuras... Sin esperanzas y sin consuelo. Harapientos y sudorosos te reclaman su derecho a la vida. “Si Dien-Bienphu es pendón de orgullo de la moderna Francia, que soportó los embates de un cerco, ¿por qué Bolivia no puede enorgullecerse de las huestes del reducto de Boquerón? Los desapacibles galos, han suspendido al Olimpo de la Gloria a sus defensores de Dien-Bienphu. ¿A qué altura tendría que exaltar la Nación Boliviana a sus 619 soldados que durante veintitrés días diezmaron a quince mil sitiadores paraguayos?...“ (“Boquerón”, de Taborga). Viento ululante sopla en medio de los árboles. Las ramas tronchadas por la metralla enemiga caen una a una como la vida de los defensores de Boquerón; hasta que quedan algunos de los desgajados troncos, como banderas que se debaten de un lado a otro. Son el símbolo de los soldados de mi Patria. Despojos de la vida, tronchados por el estruendo de decenas de combates; ahora se balancean al vaivén de su destino, triste... Boquerón sucumbirá... y con él, el martirio de sus almas... pero, aún no terminará. Cesarán para ellos los trallazos del combate, el chocar de bayonetas y los ayes de dolor; pero el mañana les señala el dolor en las almas, el calvario de la prisión. Ya se acerca tu fin, defensor de Boquerón debes alistar tu cuerpo, como reglaste el latido de tu valiente corazón...! Septiembre 29 de 1932. Son las dos de la mañana. Murmullo de voces en el puesto de Comando del Coronel Marzana. Son Los jefes y oficiales que se hallan reunidos, para considerar la situación de la defensa de Boquerón. Cada jefe, cada oficial, va dando su opinión al respecto. Los criterios más o menos son los mismos. El enemigo ha sobrepasado esta noche nuestras posiciones del sector norte, atrincherándose fuertemente. Ya nuestras fuerzas carecen de munición para su defensa. Los soldados se encuentran

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desfallecientes por tantos días de combate. Sin víveres, sin dotaciones, con ciento sesenta y tres heridos que no pueden ser atendidos por la falta de drogas. Sin la esperanza de ser relevados. Sin refuerzos que nos puedan ayudar en la lucha titánica que se sostiene. Todas estas consideraciones, son anotadas por aquellos oficiales, cuyos rostros indican a las claras los sufrimientos por los que atraviesan... Marzana, con lágrimas en los ojos, exclama: —DIOS SABE QUE HEMOS CUMPLIDO CON NUESTRO DEBER Y QUE LO SEGUIREMOS HACIENDO. OS AGRADEZCO EN NOMBRE DE LA PATRIA VUESTROS SACRIFICIOS. VOLVED A VUESTROS PUESTOS. ¡SUBORDINACIÓN Y CONSTANCIA! (“Boquerón” - Taborga). Doce voces roncas y apagadas por la debilidad responden al unísono: ¡VIVA BOLIVIA!! Todos los jefes de sector fueron desfilando hacia sus puestos mientras allí en el Comando, quedaron taciturnos y tristes Marzana y su ayudante... No puede sostenerse de pie por más tiempo... Han sido tan grandes las emociones sufridas en el día y en la noche, que el cuerpo se resiste a sostenerlo por más tiempo de pie en aquella posición del militar. Marzana toma asiento en un cajón de munición vacío; hunde entre sus manos la cabeza, permaneciendo en esta postura por más de quince minutos. Mientras esta escena se desarrolla en el Comando del reducto, el fuego de algunos disparos se confunde con el viento que ulula entre los ramajes del monte. Una lágrima quedó prendida entre los párpados cansados de aquel jefe que en veinte días había envejecido más de la cuenta. Se levanta despacio, toma su pistola, la observa y dirige unas cuantas palabras a su ayudante, que sale tras el Comandante. Se hunden en la oscuridad de la noche, para desaparecer en las tortuosas sendas que conducen sólo Dios sabe a dónde... Han pasado tres horas. La palidez del cielo, indica la proximidad del nuevo día. Se sienten voces en las posiciones enemigas que se encuentran a escasos metros de distancia... Un jefe de sector habla a sus soldados en la siguiente forma: —Hijos, ya no podemos más... tenemos que rendirnos, o si no, este día nos acaban a todos; pues ya no hay municiones para la defensa, nosotros somos los que tenemos más, y no alcanza para luchar media hora. Se pensó en la retirada; pero, tampoco podemos, porque muchos apenas pueden moverse en sus posiciones y los demás, no están en condiciones de luchar a la bayoneta, por su debilidad... Los soldados, ante esta noticia, sintieron que las lágrimas asomaban a sus pupilas y se consideraron como los seres más infelices... pero no cabía otra alternativa... o rendirse o caer bajo el yatagán enemigo casi sin luchar... Las sombras de la noche van huyendo ante la claridad que va dibujando a los seres semiocultos que se encuentran arrastrándose como culebras hacia las posiciones del reducto. Los nuestros los perciben; pero en la parte superior de las trincheras bolivianas, ya están colocadas banderas blancas, banderas de parlamento. Mientras tanto, ¿qué es del Comandante? Marzana ha desaparecido. Ha ido a la entrevista con los jefes paraguayos... Un comandante paraguayo sale del bosque seguido de varios oficiales. Marzana lleno de amargura; pero firme como el león que muere levantando la cabeza, dirigiéndose al de mayor graduación, exclama: —He solicitado esta entrevista para pedirle la garantía de nuestras vidas y la de los oficiales; sobre todo la de los heridos y tropa. Hemos quemado el último cartucho. Estamos sin víveres ni municiones; de lo contrario, esta rendición no podía justificarse. Sus soldados están al pie de nuestras trincheras, considero que toda resistencia es inútil y en estas condiciones, mi responsabilidad ante la Historia sería demasiado grande si entregara a este grupo de valientes que nos ha acompañado a la masacre estéril de las bayonetas. Hemos cumplido con nuestro deber; hace veinte días que venimos combatiendo, alguna vez me justificaré antes mis superiores; pero, ahora, un deber de humanitarismo obliga a proceder en esta forma con mi propia tropa. El Tcnl. Estigarribia, Jefe Supremo de las fuerzas paraguayas, observa el porte militar de aquel jefe boliviano y exclama: —Nada más solicita el Comandante? —Nada más —-responde Marzana, haciendo un esfuerzo supremo por parecer tranquilo. —Están en buenas manos —continúa Estigarribia— Su vida y la de todos sus hombres están aseguradas. Mientras esta escena se desarrollaba en el puesto de Comando de las fuerzas paraguayas, los soldados enemigos irrumpían en las posiciones del fortín... Pasa media hora y la plaza se llena de paraguayos que abruman por la cantidad. Los rostros pálidos de nuestros soldados, llaman la atención de aquéllos. Muchos, compadecidos por el aniquilamiento que denotan los defensores de Boquerón, quedan admirados. ¿Cómo es que todavía late la vida en aquellas piltrafas de la guerra?... Los defensores de Boquerón van abandonando uno a uno las trincheras que durante veintitrés días las habían defendido a sangre y fuego. Los soldados paraguayos, viendo la miseria en que se encuentran y pensando talvez de los horrores que se libraron, ofrecen galletas duras y agua, que los bolivianos bebían a grandes sorbos y pedían más. “¡Agüita, paraguayo, por favor...!” exclamaban. Las armas destrozadas fueron amontonándose unas sobre otras, como leños y cuyo sonido al caer asemejaba el choque de las tibias de nuestros esqueléticos cuerpos... Ni un fusil con su manivela. Culatas rotas, cuchillos-bayonetas partidos en dos, percutores destrozados... ¡Eh ahí, el botín grandioso que encontraron en las defensas de Boquerón!... Un jefe paraguayo pregunta: —¿Donde se encuentran los demás? La respuesta es: —No hay más soldados... El jefe, iracundo, dispara su revólver para amedrentar y replica con voz amenazadora: —¡No es posible! Digan, ¿por dónde escaparon?, si no avisan serán fusilados. En esto interviene un sargento y dice: —Señor oficial, no hay soldados, los últimos están en ese galpón. Están heridos; los demás... han muerto.

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Contempla un momento las armas amontonadas y ve a los rendidos que se hallan sentados, cabizbajos y tristes, en el patio del fortín y exclama lleno de cólera: —Por esta miseria han muerto más de siete mil paraguayos...!! ¡¡Añamenbuí... Añará-cope-guaré!! ¡¡Desgraciados!!... Tal es la cólera de aquel jefe paraguayo, que no pudiendo encontrar la razón de que trescientos sobrevivientes hayan contenido un ejército de más de diecisiete mil paraguayos, gesticula, grita, patea y dispara su pistola a diestra y siniestra... Aquella cólera, luego fue trocándose en admiración y ordena que se nos provea de galletas y agua. Los oficiales, en un reducido grupo han sido reunidos al pie de un muro que fue anteriormente la oficina telegráfica. No alcanzan ni a veinte. ¡Pobres de aquellos seres! Sin mando, sin fortaleza que caracteriza al oficial libre. Sus ropas deshechas. Muchos aún con heridas sangrantes, ocultándolas bajo la visera de sus gorras de kaki. Los ojos tristes, contemplan los despojos de lo que fueron sus soldados y que ahora piden con voz suplicante: “—Por favor, un poquito de agua, paraguayo…” ¿Son éstos los que en momentos del combate gritaban ¡VIVA BOLIVIA! con el ímpetu de sus descarnados cuerpos? ¿Son éstos los que hicieron temblar a los paraguayos durante veintitrés días? ¿Son éstos los que la Historia ha elegido para representar el valor y el heroísmo de un ejército? ¡Parece imposible creerlo… Son las nueve de la mañana y aún continúan buscando el “túnel” por “donde se han escapado les bolivianos”. No dan crédito a que tan sólo estos sean los defensores del reducto. Quieren a toda costa que aparezcan más soldados; pero la realidad les comprueba que así es... Cuentan a los heridos, desentierran los cadáveres, y uno por uno la voz en guaraní pasa por encima de las cabezas de los rendidos. SEISCIENTOS TREINTA Y CUATRO... Ni más... ni menos. 162 heridos, 87 soldados descansan dentro de las fosas profanadas y 385 piltrafas vivientes de la hecatombe de Boquerón... Pronto llegan camiones y se llevan a nuestros oficiales rumbo al cautiverio. Mientras, cien soldados bien armados, con bayonetas caladas, se colocan a ambos lados del camino; al centro son colocados los bolivianos, y a una voz de mando de un oficial paraguayo de a caballo, que ordena: ¡Adelante, mar...! La columna de prisioneros se pone en marcha hacia el cautiverio... ¡Hacia otro calvario...! Pero, ahora, hacia la vida... Mientras allí, en retaguardia... En Yucra, Castillo y Lara, las ráfagas de ametralladoras y el estruendo de los morteros, sigue cantando el himno bélico de la Guerra y la Muerte. Mientras el poeta rasga su lira en el infinito de su parnaso a las caravanas que se ausentan y se alejan en medio del polvo del Camino del Infierno Verde: “Como espectros resecados de renegrido color, Macilentos, pero altivos, con más fama que Espartaco, Ya se ausentan, ya se alejan del Gran Chaco Los valientes peregrinos, los campeones del valor. Con las carnes ultrajadas por la inclemencia más cruel, Algo así como esqueletos retobados de uniforme, Llevan a cuestas la grandeza de su propia fama enorme, Y ceñidas las cabezas de kantutas y laurel. Ni un lamento, ni una queja, cada cual como ayer, Comandante de sí mismo, con intrépida mirada, Sólo sabe, sólo dice, que la trágica jornada, Su martirio fue holocausto, puesto en aras del deber. Vencedores de la Muerte, que abdicó de su poder, Han logrado vida eterna porque ya viven en la gloria Cada nombre es un poema que engalana la Historia, Cual Marsellesa repercute por doquier. Denodados, como tigres, de sus bríos a merced, Aunque exprimieron sus venas por ahogar al adversario, Fama es cómo resistieron el más terrible calvario, De cansancio e insomnio, de tormentos de hambre y sed.”

(De Juan José Quezada)

CUADRO DE HONOR DEFENSORES DEL FORTÍN “BOQUERÓN”

COMANDANTE DEL FORTÍN: Tcnl. Manuel Marzana SEGUNDO COMANDANTE:TcnL Luis A. Cuenca JEFE DEL DETALL: My. Esteban Bravo MÉDICOS: My. Eduardo Brito, Cap. Alberto Torrico DENTISTA: Sof. José Parrilla

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JEFES DE SECTOR: My. Miguel Campos, Cap. Julio Romero, Cap. Antonio Salinas, Cap. Tomás Manchego, Cap. Luis Rivero S., Tte. César Melazzini, Tte. René Miranda COMANDANTES DE SECCIÓN: Tte. José C. Dávila, Tte. Daniel Aguilar, Tte. Fausto Pardo T., Tte. Jorge Calero, Sbtte. Clemente Inofuentes, Sbtte. Alberto Taborga, Sbtte. Renato Sainz, Sbtte. Rogelio Banegas, Sbtte. Luis Reynolds, Sbtte. López Sánchez, Sbtte. Angel Aguirre, Sbtte. Juan de Dios Guzmán, Sbtte. Enrique Barriga, Sbtte. Humberto Núñez del Prado, Sbtte. Teófilo Caro, Sbtte. Res. Roberto Guzmán, Sbtte. Res. Ángel Aguirre SUBOFICIALES: Vicente Ordóñez, Primitivo Miranda, Hugo Tejerina SARGENTOS: Federico Arnez, César Novoa, Antonio Arzabe Reque, Francisco Pacheco, Francisco Tellería, Juan Melcón, Felipe Tórrez, Julio Encinas, Teófilo Guzmán CABOS: Alfredo Benavides, Raúl Arauco, Serafín Madariaga, Felipe Pabón, Juan Espejo, Nicéforo Plata, Teodoro Cruz, Daniel Gallinate, Juan Choquecallata, Francisco Crespo, José D. Soria, Manuel Valdez, Rafael Montes, Ascencio Fernández, Alberto Saavedra SOLDADOS: Daniel La Fuente, Daniel Lima, Rafael Montes, Andrés Villegas, Marcelino Mendizábal, Lorenzo Vargas, Inocencio Serna, Francisco Rojas, Adolfo Cuba, Justo Fernández, Luis Aramayo, Hugo Ortuño, Martín Ibáñez, Víctor Illanes, Lorenzo Ramos, Víctor Calle, Narciso Montaño, Felipe Aliaga, Camilo Oblitas, Pablo Soliz, Froilán Ugarte, Amadeo Espinosa, Saturnino Chuquimia, Miguel Nina, Domingo Escobar, Bartolomé Coca H., Gregorio Copari A., Constantino Balderrama, Isidro Merubia E., Leonardo Jaldín, Severino Maita, Juan Rivera E., Ricardo Gómez A., Fernando Ávila A., Ovidio Camacho A., Victor Puca, Demetrio Condori, Jacinto Campos, Lino Padilla, Pedro Gallo, José Rosales, Ángel Coimbra, Plácido Herrera, Narciso Montaño, Teodoro Quino, Inocencio Aduviri, Juan Ramírez, Carlos Mamani, Santiago Maida, Clemente Vega, Francisco Escóbar, Roberto Yapari, Jorge Espinoza, Pastor Loza, Gerónimo Paredes, Marcelino Calle, Justino Aguilar, Zenón García, Agustín Vera, Luis Rivero, Leandro Chipana, Antonio Miranda, Jorge Patzi, Pablo A. Patiño, Tomás Lima, Abelardo Churme, Francisco Pilcomayo, Justo Quisbert, Antonio Rodríguez, Genaro Loayza, Ramón Mamani, Alberto Almendras, Mariano Choquetarqui, Juan Huanca, Santiago Tapia, Pacífico Uribe, Justo Fernández, Rafael Suxo, Lorenzo Ramos, Fernando Dávila, José Fuentes, Florencio Vargas, Hilarión Quispe, Alfredo Montoya, Salustio Vicente, Sabino Leaño, Antonio Zacovik, Antonio Clavijo, Agustín Marín, Máximo Zambrana, Carlos Arce R., Fortunato García, Alipio López E., Encarnación Hinojosa, Sabino Salvatierra, Darío Durán, Rafael Rivera, Alberto Vaca J., Mateo Paucara, Mario Ibáñez, Faustino Quinteros, Clemente Pardo, Gilberto Casas, Ismael Limachi, José Andrade, Salvador Carvajal, Pedro Choque, Ricardo Aramayo, Fidel Vargas, Benito Palacios, Eduardo Rivero P., Alberto Gonzáles, Enrique Suárez, Gregorio Torruello, Faustino Fernández, Alfredo Salinas, Luciano Osco, Benigno Migma, Antonio Tirado, Primitivo Lizarazu, Isaac Irigoyen, Enrique Velásquez, José Rodríguez N., Alberto Camacho, Alberto Lavayén, y… otros, cuyos nombres quedarán en el anonimato por falta de una lista completa.

COMENTARIO EN TORNO AL LIBRO “BOQUERÓN” DE ANTONIO ARZABE REQUE, POR EL DR. JOSERMO MURILLO VACARREZA

Refiriéndome a su atenta nota de 10 de este mes con la que se han dignado enviarme los originales del trabajo: BOQUERÓN, DIARIO DE CAMPAÑA, del Benemérito de la Guerra del Chaco y ex-prisionero de Guerra, Prof. Antonio Arzabe Reque, ruego recibir mis más rendidos agradecimientos para Ud. y demás miembros del Directorio de la Federación Departamental de Beneméritos de la Guerra del Chaco, por es la singular distinción que tanto me enaltece. He leído no sólo con emoción sino con cariño dichos originales cuyo valor, más que por su contenido literario que para este caso es de carácter complementario, tiene la trascendental importancia como documento de esa epopeya que la hirieron gloriosa, corno en todos los conflictos internacionales que culminaron en la tragedia de una guerra, los que fueron a combatir impulsados por su fe cívica y con cuyo heroísmo cubrieron las maniobras políticas que concurrieron a provocarla para desviar las inquietantes y legítimas exigencias que por su reivindicación social comenzaron a expresar los sectores laboriosos y proletarios de Bolivia. La historia de nuestras guerras internacionales se circunscribe a relatos castrenses y a deformaciones de la verdadera actuación de los Gobiernos que dirigieron esas campañas; los testimonios más verídicos, para contribuir a adquirir noción cabal sobre el pensamiento y la actuación del pueblo que constituyó la masa combatiente, son los que provienen de esos actores en apariencia de segunda fila, porque no tenían relieve directivo, pero que son los primeros, porque fue su valor y su sacrificio los que realmente hicieron la verdadera historia. El estado social y el pensamiento veraz —lo que sirve para una interpretación más exacta de estos aconteceres y arrancar lecciones útiles que es la finalidad del estudio histórico— se imprime fielmente por los que sufrieron y combatieron. Por ello, el “Diario de un soldado de la Independencia Altoperuana”, cuyos originales fueron encontrados por el Dr. Gunnar Mendoza, nos permite conocer todas las circunstancias de esa lucha interminable por nuestra emancipación política. El “Diario de la Campaña del Ejército Boliviano” por José Vicente Ochoa, la “Relación de un combatiente” por Daniel Ballivián, “Una Página para la Historia” de Gregorio Aramayo, o la “Crónica de un soldado de la Guerra del Pacífico” por Hipólito Gutiérrez, del Ejército Chileno, son fuentes inapreciables no sólo por su veracidad sino por el acopio de datos y referencias, y que nos ilustran con mayor exactitud las dimensiones del impacto de esos conflictos en un momento social dado, lo que es fundamental para formular cualquier clase de juicio histórico. El libro del Prof. Antonio Arzabe Reque, actor redivivo del sacrificio del Fortín Boquerón, con sus narraciones de día tras día de las angustias de un puñado cuyo heroísmo se malogró por la torpe dirección política que todo lo sacrificó ante la expectativa ególatra de tener el privilegio de ganar una Guerra, es una verdadera revelación para cuando se escriba la Historia que merezca el nombre de tal por su verosimilitud, del desastre nacional del Chaco.

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Además de su imponderable valor documental para los investigadores de esa verdad histórica, es también una fuente edificante de valor y de abnegación para que las generaciones nuevas se impregnen con las enseñanzas penosas de una tragedia para encontrar el rumbo más exacto en el destino de nuestro país. Todos esos diarios de campaña son los elementos más buscados no sólo por la fría composición historiográfica, sino por la más emotiva ansiedad del civismo; “El Hombre es Bueno” de Waldo Frank, “Sin Novedad en el Frente” de Erich María Remarque y otras narraciones de combatientes, por su verdad descarnada contribuyeron al admirable estudio sobre la “Biología de la Guerra” de George Fr. Nicolai, y contribuyen a demandar con mayor vehemencia la condenación de las guerras y la postulación de la paz entre los pueblos, que son los únicos sacrificados por los que trafican con el chauvinismo y los impulsos agresivos y de destrucción que desencadenan para medrar sobre los escombros de la tragedia, el sufrimiento y el empobrecimiento de las clases más desposeídas, a las que pagan con una medalla y con una pitanza como los residuos del poder y fortuna que acumulan al provocar estas hecatombes. Una pseudo-intelectualidad formada con la obsecuencia ante los comandos de esa nuestra luctuosa campaña, fecundó una serie de obras anecdóticas que con su mediocridad distorsionó la verdad; los apuntes exactos fueron proscritos por la censura patriotera, como ocurrió con el libro “Cruces de Quebracho” de Arnaldo Baldovinos, que criticó con certeza las falsías y errores desde el frente paraguayo, pero que llegó a contribuir a la formación de un sentido nuevo y revolucionario sobre la Guerra del Chaco en ese país. Del mismo modo, las páginas del “Diario de Campaña” del ex-combatiente Antonio Arzahe Reque, es un tributo más para dilucidar en la conciencia la rebelión contra los que, por su interés, encienden la chispa de la conflagración, y por su impotencia, no saben cómo han de sofocarla. Este esforzado tributo del “hombre desconocido” de nuestra Patria ha sido permanente, no sólo en las guerras internacionales sino en las contiendas intestinas; reaccionar contra ese sistema es crear una nueva conciencia de liberación, y estas fuentes estimuladoras necesita nuestro país a través de sus nuevas generaciones. No se ha difundido aún lo bastante que la defensa de Calama y la imprecación de Abaroa sobre el puente del Topáter, fueron la actitud del hombre desesperado no ante la fuerza arrolladora del adversario sino ante la miserable pasividad del gobernante de entonces que, por su animadversión política con Ladislao Cabrera, prefirió dejar que sucumbiera ese puñado de valientes antes que enviarles las tropas que con ventaja podían haber acudido desde Potosí y desde el Sur de la República y con cuyo oportuno refuerzo habría cambiado el curso de la Guerra del Pacífico; Boquerón reeditó ese episodio y las ocultas maniobras que lo convirtieron en un reducto sin esperanza, donde el heroísmo pródigo, el valor sin tasa, habrían alterado también la integridad del cauce de la Campaña del Chaco. Las grandes conmociones bélicas que sacuden a inmensas colectividades humanas, por lo común son conocidas más por los hechos a los que concurre en forma anónima el hombre-masa, y no por la actitud misma del hombre como tal, en relación con quienes se agrupa en sus temores, reacciones y manifestaciones más íntimas ante el conflicto al que es impulsado por la fuerza de quienes se adueñan de la conducción con el privilegio efímero del poder. Por su interés como contribución a la elucidación histórica, por su importancia como aleccionamiento de civismo, y por la develación del modo de comportarse enfrente de una tragedia al hombre para salir de un conflicto inhumano, el Diario de Campaña de Arzabe Reque, requiere la difusión del libro impreso. Estimo que mis opiniones sobre el trabajo mencionado las emito con la mayor sinceridad, porque no pretendo halagar al autor ni a la Federación de Beneméritos del Chaco.

JOSERMO MURILLO VACARREZA

FIN DEL LIBRO