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nombre están de acuerdo respecto de un capital común de experiencias, conceptos, las ciencias llamadas puras, ella es por excelencia la ciencia que es sospechada de Pierre Bourdieu: Me parece que la sociología cuenta con todas las propiedades La sociología es plenamente una ciencia, pero una ciencia difícil. A diferencia de cosas ocultas, incluso reprimidas. diré solamente que hay mucha gente que afirma ser y cree que es un sociólogo, y debo reivindicar su cientificidad? -----------
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L a s o c i o l o g í a , ¿ e s un a c i e n c i a ?
PIERRE BOURDIEU1 (1980)
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La sociología es plenamente una ciencia, pero una ciencia difícil. A diferencia de
las ciencias llamadas puras, ella es por excelencia la ciencia que es sospechada de
no ser una ciencia. Hay una buena razón: da miedo. Esto es así porque devela
cosas ocultas, incluso reprimidas.
La Recherche: Comencemos por las preguntas más evidentes. Las ciencias
sociales, y en particular la sociología, ¿son realmente ciencias? ¿Por qué necesitan
reivindicar su cientificidad?
Pierre Bourdieu: Me parece que la sociología cuenta con todas las propiedades
que definen una ciencia. Las respuestas posibles varían mucho según el sociólogo. Yo
diré solamente que hay mucha gente que afirma ser y cree que es un sociólogo, y debo
reconocer que me cuesta admitir que lo son (como ocurre, en diferentes grados, en
todas las ciencias). En todo caso, hace tiempo que la sociología salió de la prehistoria,
es decir, de la época de las grandes teorías de la filosofía social con la cual los
profanos la siguen confundiendo a menudo. Todos los sociólogos dignos de ese
nombre están de acuerdo respecto de un capital común de experiencias, conceptos,
métodos, procedimientos de verificación. Sin embargo, por diversas razones
sociológicas evidentes, y entre otras porque ella juega a menudo el rol de disciplina
refugio, la sociología es una disciplina muy dispersa (en el sentido estadístico del
Traducción de Axel O. ELJATIB, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. 1 Pierre Bourdieu, 1980: «La sociologie est-elle une science?», en La Recherche, junio de 1980, reimpresoen La Recherche, nº 331, mayo 2000, pp. 69-71 —de donde se traduce. Véase la versión completa en Bourdieu, P., Cuestiones de sociología, Madrid, Istmo, 2003, pp. 20 ss.
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término), y ello desde diferentes puntos de vista. Así se explica que dé la apariencia de
una disciplina dividida, más cercana a la filosofía que el resto de las ciencias. Pero el
problema no es ése: si somos tan puntillosos con la cientificidad de la sociología, es
porque molesta.
LR: ¿Los sociólogos son entonces objeto de una sospecha particular?
PB: La sociología tiene efectivamente el triste privilegio de ser sin cesar
cuestionada respecto de su cientificidad. Se es mil veces menos exigente con la
historia o la etnología, ni hablar de la geografía, de la filología o de la arqueología. Sin
cesar interrogado, el sociólogo se interroga e interroga sin cesar. Ello hace creer en un
imperialismo sociológico: ¿qué es esa ciencia nueva, balbuciente, que se permite
someter a examen a las otras ciencias? Estoy pensando, por supuesto, en la sociología
de la ciencia. En realidad, la sociología no hace otra cosa que hacer a las demás
ciencias las preguntas que se le plantean a ella de manera particularmente aguda. Si la
sociología es una ciencia crítica, puede ser porque ella misma está en una posición
crítica. La sociología causa problemas, como se suele decir.
LR: ¿La sociología da miedo?
PB: Sí, porque devela cosas ocultas y a veces reprimidas. Revela, por ejemplo, la
correlación entre el éxito escolar, que se identifica con la “inteligencia”, y el origen
social o, mejor dicho, el capital cultural heredado de la familia. Son las verdades que
los tecnócratas, los epistemócratas (es decir, un buen número de aquellos que leen
sociología y de aquellos que la financian) no quieren escuchar. Otro ejemplo: la
sociología muestra que el mundo científico es un espacio de competencia orientado
por la búsqueda de beneficios específicos (premio Nobel y otros, prioridad del
descubrimiento, prestigio, etc.) y conducida en nombre de intereses específicos (es
decir, irreductibles a los intereses económicos en la forma ordinaria, y percibidos por
ello como “desinteresados”). Esta descripción pone evidentemente en cuestión una
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hagiografía científica en que participan a menudo los científicos y que necesitan para
creer en lo que hacen.
LR: De acuerdo: la sociología aparece a menudo como agresiva y molesta.
Pero, ¿por qué el discurso sociológico habría de ser “científico”? Los periodistas
también hacen preguntas molestas; pero no pretenden hacer ciencia. ¿Por qué es
decisivo que haya una frontera entre la sociología y el periodismo crítico?
PB: Porque hay una diferencia objetiva. No es una cuestión de honor. Hay
sistemas coherentes de hipótesis, conceptos, métodos de verificación, todo lo que se
vincula comúnmente con la idea de ciencia. En consecuencia, ¿por qué no decir que es
una ciencia, si lo es? Máxime cuando es un asunto muy importante: una de las maneras
de deshacerse de verdades molestas es decir que no son científicas, lo que equivale a
decir que son “políticas”, es decir, suscitadas por el “interés”, “la pasión”, y por ende
relativas y relativizables.
LR: Si se cuestiona su cientificidad, ¿no es también porque la sociología se
desarrolló con un cierto retraso en relación con las otras ciencias?
PB: Sin duda, pero ese “retraso” se debe a que la sociología es una ciencia
especialmente difícil. Una de las dificultades mayores reside en el hecho de que sus
objetos son asuntos de lucha: cosas que se ocultan, que se censuran; por las que se está
dispuesto a morir. Esto es cierto para el investigador mismo, que está en juego en sus
propios objetos. Y la dificultad particular que tiene hacer sociología tiene que ver muy
a menudo con que la gente tiene miedo de lo que va a encontrar. La sociología
confronta sin cesar a aquellos que la practican con realidades rudas; desencanta. Por
ello, contrariamente a lo que se cree con frecuencia, por dentro y por fuera, la
sociología no ofrece ninguna de las satisfacciones que la adolescencia busca a menudo
en el compromiso político. Desde este punto de vista, se sitúa en las antípodas de las
ciencias llamadas “puras” (o de las artes “puras”), que son sin duda, en parte, los
refugios donde uno se retira para olvidarse del mundo, los universos depurados de todo
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lo que causa problemas, como la sexualidad o la política. Por eso los espíritus formales
o formalistas generalmente hacen mala sociología.
LR: Usted muestra que la sociología interviene con motivo de cuestiones
socialmente importantes. Ello plantea la pregunta por su “neutralidad”, por su
“objetividad”. ¿El sociólogo puede permanecer por encima de la lucha, en
posición de observador imparcial?
PB: La sociología tiene la particularidad de tener campos de lucha por objeto: no
sólo el campo de las luchas de clases sino el mismo campo de las luchas científicas. Y
el sociólogo ocupa un lugar en esas luchas: se halla, como poseedor de un cierto
capital económico y cultural, en el campo de las clases; después, en tanto investigador
dotado de un cierto capital específico, se halla dentro del campo de la producción
cultural y, más precisamente, en el subcampo de la sociología. Ello debe estar siempre
presente a su espíritu a fin de poder discernir y dominar todas las repercusiones que su
posición social puede tener sobre su propia actividad científica. Por eso es que la
sociología de la sociología no es, para mí, una especialidad entre otras, sino una de las
condiciones primordiales de una sociología científica. Me parece, en efecto, que una
de las principales causas de error en sociología reside en una relación incontrolada con
el objeto. Es entonces fundamental que el sociólogo tome conciencia de su propia
posición. Me parece que las probabilidades de contribuir a la producción de la verdad,
en efecto, dependen de dos factores principales, que se vinculan a la posición ocupada:
el interés en saber y hacer saber la verdad (o a la inversa, de ocultarla o ocultarla a los
otros) y la capacidad de producirla. Es conocida la frase de Bachelard: “No hay ciencia
sino de lo oculto”2. El sociólogo está mejor armado para descubrir lo oculto
especialmente porque está mejor armado científicamente, porque utiliza mejor el
capital de conceptos, métodos y técnicas acumulados por sus predecesores, Marx,
Durkheim, Weber, y otros, y porque es más “crítico”, porque la intención que lo
anima, conciente o inconcientemente, es más subversiva, porque tiene más interés en
develar lo que está censurado o reprimido en el mundo social. Y si la sociología no
2 Cfr. Le rationalisme appliqué, P.U.F., Paris, 1949. N. del T.
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avanza más rápido, como la ciencia social en general, puede ser, en parte, porque esos
dos factores tienden a variar en razón inversa.
Si el sociólogo logra producir al menos algo de verdad, no se debe a que tiene
interés en producir esa verdad, sino a que hay un interés. Es exactamente lo contrario
de lo que sostiene el discurso un poco bobo sobre la “neutralidad”. Ese interés puede
consistir, como en cualquier otro ámbito, en el deseo de ser el primero en hacer un
descubrimiento y de apropiarse de todos los beneficios vinculados a él, o la
indignación moral, o la rebelión contra ciertas formas de dominación y contra aquellos
que las defienden dentro del campo científico, etc. En pocas palabras, no hay una
Inmaculada Concepción. Y no habría muchas verdades científicas si se debiera
condenar tal o cual descubrimiento (basta con pensar en la “doble hélice”) so pretexto
de que las intenciones o las maneras de los descubridores no son suficientemente
puras.
LR: ¿Pero en el caso de las ciencias sociales, el “interés”, la “pasión”, el
“compromiso”, no pueden conducir al enceguecimiento?
PB: En realidad, y esta es la dificultad particular de la sociología, estos
“intereses”, estas “pasiones”, nobles o innobles, no conducen a la verdad científica
sino en la medida en que están acompañadas del conocimiento científico de lo que las
determina, y de los límites así impuestos al conocimiento. Por ejemplo, todos saben
que el resentimiento ligado al fracaso no vuelve más lúcido respecto del mundo social
sino encegueciendo respecto del principio mismo de esta lucidez. Pero eso no es todo.
Mientras más avanzada está una ciencia, más importante es el capital de saberes
acumulados, y en mayor medida las estratégicas de subversión, de crítica, sean cuales
fueren las “motivaciones”, deben, para ser eficaces, movilizar un saber importante. En
física, es difícil triunfar sobre un adversario haciendo uso de un argumento de
autoridad, o, como todavía se hace en sociología, denunciando el contenido político de
su teoría. Las armas de la crítica deben ser científicas para ser eficaces. En sociología,
por el contrario, toda proposición que contradice los lugares comunes socialmente
aceptados resulta expuesta a la sospecha de que se asume una posición ideología
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determinada, una posición política determinada. La sociología golpea los intereses
sociales: los intereses de los dominantes que optan por el silencio y el “sentido
común”, los intereses de los portavoces, de los altoparlantes, que necesitan ideas
simples, simplistas, slogans. Por ello es que se le piden mil veces más pruebas (lo cual,
de hecho, está bien) que a los portavoces del “buen sentido”. Y cada descubrimiento
de la ciencia desencadena un inmenso trabajo de crítica retrógrada que tiene a su favor
a todo el orden social (los créditos, los puestos, los honores, y por ende la creencia), y
que apunta a volver a cubrir aquello que había sido descubierto.