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Brazalete Tricolor

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  • U N B R A Z A L E T ET R I C O L O RUn Brazalete Tricolor Hugo Chvez Fras

    EDICIONES CORREO DEL ORINOCOAlcabala a Urapal, Edificio DimaseLa Candelaria, Caracas-Venezuela www.correodelorinoco.gob.ve - RIF: G-20009059-6

    Nicols Maduro MorosPresidente de la Repblica Bolivariana de Venezuela

    Delcy RodrguezMinistra del Poder Popular para la Comunicacin y la Informacin

    Edicin y correccinIris YglesiasDiagramacinEdarlys RodrguezSaira AriasFoto portadaPrensa Presidencial

    Depsito legal: lfi 2692014320290ISBN: 978-980-7560-83-2

    Impreso en la Repblica Bolivariana de VenezuelaReimpresin, marzo 2014

    Descargue nuestras publicaciones en: www.minci.gob.ve

  • T TE. C ORONEL (Ej. ) hUgO ChvEZ fRAs

    U N B R A Z A L E T ET R I C O L O R

    pRLO gO dEAdN ChvEZ

  • [9]

    NdICE

    Prlogo

    A manera de prlogo

    Una bandera en Ayacucho

    El tricolor nacionalI. IntroduccinII. El tricolor nacionalIII. Inicio fatalIv. Un hombre, una bandera y un continente librev. La venezuela de hoy, su bandera, y nosotros, los militares

    El ejrcito de ayer, de hoy y de siempreI. Introduccin

    13

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    4545

  • II. El ejrcito de ayerIII. El ejrcito de hoy y de siempre

    Vuelvan caras

    Profesionalismo del oficial venezolanoI. IntroduccinII. posibles causas de la falta de profesionalismoIII. El amor a la profesinIv. Recomendacin

    Evolucin de la bandera de Venezuela 1797-1930

    Eplogo: Un brazalete tricolor

    Volver al reencuentro con nosotros mismos. Y con tantos sueos inconclusos que galopan hacia el horizonte. Vamos a su encuentro con la fuerza de mil centauros, en carga tumultuosa, tremenda y victoriosa!!

    Teniente Coronel (ej.)Hugo Chvez Fras

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  • [13]

    pRLO gO

    En un momento trascendente de nuestra historia patria escribo estas breves reflexiones, con la misma sensacin que segura-mente experiment nuestro Comandante Eterno y que le hicie-ra exclamar, con absoluto compromiso y confianza en la victo-ria: volver al reencuentro con nosotros mismos y con tantos sueos inconclusos que galopan hacia el horizonte.

    Dos sentimientos esenciales se agitan hoy en mi espritu, co-mo ser humano y como revolucionario. El primero est inevita-blemente relacionado con la cercana del da en que se cumplir un ao del paso a la inmortalidad del Comandante Chvez, del hermano entraable. El segundo se vincula con el nuevo intento de la derecha ms recalcitrante de impulsar un nuevo golpe de Estado contra el pueblo venezolano.

    Con respecto al segundo, tengo la sensacin de haber vivido el mismo instante, de que hechos, actos y personas se repiten, de que la imaginacin o la creatividad se agotan. Nadie sabe cmo pretenden inventar el futuro quienes no hacen ms que copiar su propio pasado.

    Una vez ms la oposicin pretende desconocer los resultados electorales. Desde 1998 lo ha hecho sin resultados contra 18 de 19 consultas inobjetables. Esta vez tambin con el apoyo sin

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    A D N C H V E Z P R L O G O

    tapujos de las fuerzas ms retrgradas, endgenas y exgenas. No lo lograrn, de eso estamos seguros, y con absoluta concien-cia ratificamos que el fascismo no se impondr en nuestra tierra amada, aunque en ello se nos vaya la vida.

    Me atrevera a decir que esa misma certeza es la que nos em-barg a todos y todas los bolivarianos(a), revolucionarios(a), chavistas, al caudal infinito de pueblo que desbord el recinto de la Academia Militar en aquellos das dolorosos y difciles de marzo de 2013, cuando, espontneamente, muchos enarbola-ron como smbolo de batalla, memoria y victoria, el uso del bra-zalete tricolor en recordacin del 4 de febrero de 1992, momen-to en el que el lder de esta Revolucin Bolivariana inscribi su nombre para siempre en la historia.

    Este libro que se edita nuevamente, cuya primera impresin fue en 1992, constituye base de la reivindicacin de los smbolos patrios, especialmente de la bandera, que se convirti en los tres colores de la identidad de la rebelin bolivariana contra el siste-ma opresor del puntofijismo. Podra afirmarse que el 4 de febre-ro de 1992 se instala y revaloriza en la memoria de los venezola-nos el tricolor nacional y el peso histrico de su significado.

    Un Brazalete Tricolor es resultado de la continua investiga-cin y profundo conocimiento sobre nuestra historia del Co-mandante Chvez, cuyo origen l mismo identifica en una sen-tida crnica sobre el viaje a Huamanga, Per, el 9 de diciembre de 1974, donde nos narra cuando cruz la pampa repentina-mente una joven quechua sobre un caballo blanco, llevando en alto el flamante tricolor venezolano. Como nos escribe en el

    libro, este encuentro lo conmovi profundamente y lo estimul a seguir indagando sobre nuestras races.

    Los textos incluidos en este libro fueron ordenados cuidado-samente por Chvez durante su prisin en la crcel de Yare, ex-trados de la misma, y posteriormente impresos de forma clan-destina en agosto del ao 1992 en la imprenta de los hermanos Vadell.

    Releyendo el texto, me conmovi particularmente la remem-branza de aquel muchacho nativo de Tinaquillo, miembro del grupo de militares patriotas del 4F, que no tena el smbolo m-gico que a esa hora ya todos portaban: el brazalete tricolor, y co-mo dice el entonces capitn bolivariano Hugo Chvez, el mismo sac uno de su mochila de combate y lo coloc en torno al bra-zo izquierdo palpitante de patria.

    Despus de casi 200 aos congelados los sueos del Liberta-dor, Bolvar volvi para siempre y aquellos brazaletes volaron por toda la patria, alborozados para internarse en el tiempo, do-minando las distancias y dejando un trazo tricolor que parti la oscuridad para siempre.

    A 22 aos de aquella gesta y con Chvez guiando e iluminando el camino de la Patria nueva, nuestro reto es seguir construyendo el Socialismo Bolivariano, donde se funde la relacin entre la tra-dicin patritica iniciada con la gesta libertaria de Francisco de Miranda y Simn Bolvar, con la insurreccin popular del 4 de febrero y la lucha por la justicia social y los cambios revoluciona-rios en Venezuela. Desde esta perspectiva, el Socialismo Boliva-riano no se presenta, por tanto, como un imperativo ajeno a

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    A D N C H V E ZP R L O G O

    nuestra realidad, sino como una necesidad inmanente y madura en la historia venezolana y latinoamericana.

    Nutrido con la savia del rbol de las Tres Races el pensa-miento y la accin de Simn Bolvar, Simn Rodrguez y Eze-quiel Zamora y rescatando con sentido crtico las experien-cias histricas del socialismo, adoptando como gua el pensa-miento y la accin de revolucionarios y socialistas latinoameri-canos y del mundo, como Jos Mart, Ernesto Che Guevara, Jo-s Carlos Maritegui, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx, Federi-co Engels, Lenin, Trotsky, Gramsci, Mao Tse-Tung y otros que han aportado a la lucha por la transformacin social, por un mundo de equidad y justicia, nuestra experiencia avanza como una obra humana que tiene antecedentes remotos, como la cos-movisin indio-afroamericana, el cristianismo y la teologa de la liberacin.

    El Comandante Chvez tiene el mrito de enriquecer y hacer viva la doctrina del Libertador Simn Bolvar, apelando a su contenido vigente, realizable y victorioso, que unifica la Patria y la proyecta como patrimonio soberano del mundo a travs de los procesos de integracin y unin.

    Igualmente, toma del libro de Simn Rodrguez, Sociedades Americanas (1828), la fuerza que tiene la nacin y la patria de contar con un proyecto nacional que unifique, pero que tenga como patrimonio las fuerzas creadoras del hombre y su cultura.

    Ah est presente la causa de la ideologa: la naturaleza de la educacin, qu, cmo y para qu aprender desde la perspectiva de la Revolucin Bolivariana, mediante el aprendizaje crtico que impulsa la produccin de conocimiento para la libertad y

    para la realizacin colectiva como realizacin individual, que se materializa en el amor a la Patria, la solidaridad y la inclu-sin social.

    Con el ideario del General Ezequiel Zamora, logra integrar el rbol de las Tres Races, donde relaciona estratgicamente la revolucin federal con la causa de la independencia surameri-cana de Bolvar, de hacerla realidad, es decir, la toma del poder poltico es un asunto fundamental para las revoluciones de los pueblos decididos a liberarse de las cadenas de la explotacin y la dominacin.

    Para garantizar la prolongacin histrica y vigente de la Doc-trina Bolivariana, que hace su cuerpo ideolgico vivo, dinmi-co, dialctico, crtico-autocrtico, creador, realizador y pleno de valores y virtudes, es imprescindible el estudio del pensamiento y praxis del Comandante Supremo Hugo Chvez Fras, recogi-dos en textos como este libro.

    La ideologa es lo sustantivo de la conciencia revolucionaria, es lo nutritivo, es la virtud y el compromiso de hacer un modo de vida la creencia del cuerpo de doctrina y socializarla con la fuerza colectiva de los pueblos.

    Destaca el valor estratgico y poltico de la revolucin que es transformar radicalmente la sociedad, para edificar la democra-cia del pueblo: participativa, protagnica y solidaria. La fortale-ce con la emancipacin de los excluidos, al promulgar leyes inexorables de justicia porque es creyente de los poderes crea-dores del pueblo.

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    A D N C H V E Z P R L O G O

    Cuando la batalla en el campo de las ideas es primordial en nuestro accionar cotidiano, recordamos aquellas palabras del Comandante en el 2004, cuando nos dijo: Tenemos que de-moler el viejo rgimen a nivel ideolgico, golpear las viejas ideas, las viejas costumbres, ir conformando slidamente su [del pueblo] estructura mental, ideolgica; su estructura espi-ritual, moral.

    Chvez nos ense la verdad incuestionable de que la pri-mera revolucin es aqu dentro, en el espritu y de que el pri-mer frente es el frente moral, la tica. (). Eso pudiramos re-sumirlo en una frase: la conciencia del deber social. Y si quere-mos decirlo con Cristo: amaos los unos a los otros. Eso es el amor social, no el egosmo, sino los cdigos morales y princi-pios de la vida: los principios del socialismo. Moral y luces son nuestras primeras necesidades.

    Cuando en los imperativos actuales la batalla econmica se convierte en componente esencial para el avance de nuestro proyecto social, no debemos olvidar que el socialismo consiste, ante todo, en que la base econmica del pas sea esencial y sus-tancialmente democrtica, en modificar la base productiva del pas, de manera tal de asegurarnos una democracia econmica.

    En momentos en que la Conferencia Nacional de Paz, convo-cada por el presidente Nicols Maduro, hijo de Chvez, instal tambin la Comisin por la Verdad en la Economa, debemos recordar el nfasis que siempre puso nuestro Comandante Su-premo en la necesidad de avanzar hacia una mayor democrati-zacin del poder econmico, a travs de la incorporacin de

    mecanismos de autogestin productiva a nivel colectivo, la uti-lizacin de una planificacin democrtica como mecanismo re-gulador de las relaciones productivas.

    Cuando el llamado a la Paz y a la No Violencia marcan el pa-norama de nuestros das recientes, llamado que abarca a todas y todos las venezolanas y venezolanos, nuestra Patria necesita, an ms, profundizar la democracia participativa y protagnica y acelerar el proceso de restitucin del poder al pueblo, tal co-mo aparece enunciado en el Plan de la Patria.

    Los que tuvimos la posibilidad de estar cerca del Comandante Chvez sabemos la prioridad que daba a los desafos ideolgi-cos. Hombre de accin e ideas, lo sorprendi la terrible enfer-medad que le hizo sufrir, pero enfrent con gran dignidad y en-tereza. Bolvar fue su maestro y el gua que orient sus pasos en la vida. Ambos reunieron la grandeza suficiente para ocupar un lugar de honor en la historia humana.

    Honor especial merece tambin su amado pueblo venezolano por su inmensa capacidad de comprender la hazaa que junto a l inici y lleva a cabo.

    Cuando los siglos pasen, cuando la mquina del tiempo se re-fleje en el futuro, los cientos de millones de rboles deshojados y las ciudades mil veces reconstruidas, y si nosotros pudiramos prefigurar los hombres de entonces, y si Venezuela es digna, prspera y fuerte, en los recuadros de gloria de entonces ten-drn que decir que nada en el pensamiento ha sido ms grande que Bolvar y Hugo Chvez, y ahora, imaginando ese futuro me-recido y que tanto sacrificio ha costado, vuelvo a renovar el

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    A D N C H V E Z

    compromiso eterno con la Patria y releo la dedicatoria que Hu-go me escribi, en la solapa de uno de los libros de aquella pri-mera edicin de Un Brazalete Tricolor, en aquellos das de Yare; y que pudiera hacerla suya nuestro pueblo todo:

    Adn, aqu nos encontramos con nuestras races tricolores. Por ahora y para siempre!!!

    Adn ChvezBarinas, febrero 2014

    hUgO ChvEZ fRAs

    A m A N E R A d E p R L O g O

    La idea de esta publicacin vino desde las calles huracanadas de la Venezuela posterior a la jornada insurreccional del 3 y 4 de fe-brero de 1992, entre marchas multitudinarias y cacerolazos es-truendosos.

    Y es que uno de los tantos fenmenos que, a raz de aquella fe-cha memorable, se desat por toda la geografa venezolana ha si-do el flamear incontenible del pabelln nacional, smbolo patrio cuyo destino pareca ya estar limitado a los actos oficiales y a los domingos marciales en bases areas, bases navales y cuarteles.

    Quizs una de las causas de tal estremecimiento tricolor haya si-do el brazalete usado por las tropas del movimiento bolivariano revolucionario 200, durante el desarrollo de la operacin Eze-quiel Zamora. La insignia sali del letargo y combati durante ms de 12 horas en miles de brazos palpitantes de esa juventud que se atrevi a dar un paso al frente, en busca de la patria perdida.

    Los tres colores mirandinos iluminaron la oscuridad con un rayo de iris, para amanecer desafiando a quienes traicionaron las esperanzas de todo un pueblo heroico y libertario.

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    Las armas fueron rendidas por ahora. Pero los brazaletes tri-colores cogieron vuelo con el viento clido de febrero y se dis-persaron por las calles, los caminos y campos de Venezuela.

    Y ahora ondean en las manos forjadoras de millones de hom-bres, mujeres y nios venezolanos, para siempre!

    De dnde surgi el brazalete bolivariano, robinsoniano, za-morano? Como toda la inspiracin del MBR 200, viene de lejos, producto de toda una vivencia de aos forjadores de sueos en ebullicin expansiva.

    La recopilacin que aqu se presenta es apenas una muestra de la siembra de tantos hombres durante tantos das de la vida.

    Desde los tiempos del uniforme azul, del penacho blanco y el paso redoblado en el alma mter, fue siempre la bandera motivo de inspiracin para la marcha larga.

    Muchos compaeros, vivos y muertos, estn presentes entre las lneas de estos modestos trabajos. A todos ellos, soldados de la patria que ya se levanta, dedico este saludo tricolor.

    El primer ensayo narrativo fue elaborado durante el viaje que en diciembre de 1974 realizamos a la pampa de la Quinua, en la hermana repblica bolivariana del Per, en la ocasin del ses-quicentenario de la batalla de Ayacucho. Un grupo de doce alf-reces de la Academia militar desfil con la bandera venezolana en aquella tierra de los incas, en el corazn del Imperio del Sol.

    Un episodio marc para siempre el recuerdo en ese da nubla-do de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1974: una hermosa joven quechua, con su rostro de siglos precolombinos, cruz la heroi-ca pampa a caballo, con el tricolor venezolano batiendo el aire

    h U g O C h v E Z f R A s

    cargado de leyendas. Ya era un brazalete sobre el hombro andi-no del cerro Condorcunca.

    En marzo de 1975, a cuatro meses de la graduacin, es elabo-rado el segundo trabajo titulado El tricolor nacional, para ser publicado en forma de artculo en la revista Siempre firmes, de circulacin interna entre los cadetes de la Academia. Ya haba-mos comenzado por entonces el curso bsico de especializacin de armas y servicios en las diferentes escuelas del Ejrcito. La promocin Simn Bolvar estaba ya por salir, primer embrin de una nueva poca, producto del Plan Educativo Andrs Bello.

    El 8 de julio de aquel ao, sesenta y seis jvenes subtenientes prestaron juramento ante la bandera nacional, en el Patio de Ho-nor de la Academia Militar, con el grado de subtenientes y el ttulo universitario, por primera vez en la historia militar venezolana, de licenciados en Ciencias y Artes Militares, mencin Terrestre.

    El brazalete tremolaba sobre el vila en cielo azul turqu, pero se fue en el alma de aquella juventud bolivariana, transformado ya en idea firme, como lo refleja la frase final de este segundo artculo: Adems, los ideales de Bolvar son nuestros por herencia, y esta-mos obligados a realizarlos; y por ningn motivo, nuestra bandera ser humillada, por muy grande y poderoso que sea el agresor.

    Y vino entonces el cambio brusco entre el mundo de los ideales y del cdigo de honor, en contraste con una realidad donde ya se haban afianzado los antivalores y se intua una alocada carrera hacia el abismo donde hoy se encuentra la sociedad entera.

    Eran los tiempos de la gran Venezuela, era de bonanza que precedi a la hecatombe.

    A m A N E R A d E p R L O g O

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    La juventud militar profesional vea ya con inquietud cmo el Ejrcito se iba transformando progresivamente en una organi-zacin amorfa, solo eficiente para los vistosos desfiles, incapaz de cumplir con su misin constitucional.

    El Ejrcito de ayer, hoy y siempre fue un corto ensayo selec-cionado en junio de 1978 para concursar, a nombre de los ofi-ciales, suboficiales y tropas del batalln blindado Bravos de Apu-re, en un evento literario que se efectu en el comando de la re-cin creada brigada blindada, en Valencia, dentro del marco de la celebracin del 157Aniversario de la Batalla de Carabobo y Da del Ejrcito.

    El brazalete tomaba forma en los rostros curtidos, en los tan-ques trepidantes. Adems de idea, ya era un cuerpo incipiente.

    Estaba, por cierto, como oficial del mismo batalln Bravos de Apure, asentado para entonces en el viejo cuartel Abelardo Mri-da de Maracay, el subteniente Pedro E. Alastre Lpez, hoy com-paero de viaje, en este camino de redencin popular, integran-te del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200.

    Pedro Alastre recin acababa de llegar de Francia, donde se es-pecializ en el mantenimiento de los vehculos blindados AmX-30, adquiridos para las fuerzas estratgicas del Ejrcito.

    Era el tiempo de la forja y la siembra, al comps de las notas del himno pico, vibrante, de aquel batalln-escuela que era el Bravos de Apure.

    Al rumor de clarines guerreros ocurre el blindado,

    h U g O C h v E Z f R A s

    ocurre veloz, con celosos dragones de acero que guardan la patria que el cielo nos dio.

    El solo nombre de Bravos de Apure era mgico, evocaba los tiempos heroicos de los Bravos de Pez, del cao Mucuritas, del banco arenoso de El Yagual, del grito sabanero de las Queseras del Medio.

    Fue por aquellos aos que lleg, recin egresado de la Acade-mia Militar, el subteniente Carlos Manuel Daz Reyes, con su morral lleno de sueos, procedente de un hogar humilde y lu-chador de Los Teques, la tierra del cacique Guaicaipuro.

    Esa poca trajo tambin el reencuentro con los pasos perdidos de la leyenda del abuelo guerreros los viajes al Apure en la bs-queda incesante de la verdad de comienzos de siglo, las horas interminables en viejas bibliotecas de cuarteles, hurgando en li-bros desvencijados.

    Y fue de todo ese mundo mgico de donde naci el relato titu-lado Vuelvan Caras, enviado por ese entonces al concurso anual de cuentos del diario El Nacional.

    Surgi de entre las polvaredas de los rugientes tanques AmX-30, de los vivaques de la tropa en campaa, sobre los pedregales y los gamelotales de la patria reseca y tostada. Se unen all la co-tidianidad de la vida del soldado tanquista con la imaginacin supersticiosa del hombre de la sabana.

    A m A N E R A d E p R L O g O

  • [26] [27]

    Y en la vida de guarnicin, entre las notas de la diana Carabo-bo, los toques de viejas cornetas llamando a rancho, los caneyes humeantes y ennegrecidos por el gasoil quemado de los pode-rosos motores hispano-suizos de los vehculos blindados, haba tiempo tambin para la discusin acerca de los problemas fun-damentales de la profesin militar.

    Fue as cmo surgieron las ideas que dieron forma al sencillo documento elaborado en diciembre de 1980, titulado Profesio-nalismo del oficial venezolano, como parte de las continuas re-comendaciones que la plana mayor de un batalln debe hacer llegar a su comandante para la toma de decisiones.

    La recomendacin concluyente del documento fue una espe-cie de premonicin... La elaboracin y definicin de un perfil del oficial del Ejrcito, el cual ser tomado como base en la formacin militar de los cadetes de la Academia Militar de Venezuela.

    Tres meses despus, en marzo de 1981, lleg a la misma sec-cin de personal del batalln blindado la transferencia para el alma mter, cuna de los sueos.

    All ya haba comenzado la siembra, un grupo solidario de eternos compaeros: Francisco Javier Arias Crdenas, Jess Ortiz Contreras, Jess Urdaneta Hernndez, Felipe Acosta Car-les, entre muchos otros.

    Y continu la marcha inexorable, otra vez en el templo azul de los sueos, a la sombra del roble y del samn, entonando junto a miles de imberbes cadetes el himno inolvidable:

    h U g O C h v E Z f R A s

    A la patria debemos tributo,de inmortal gratitud y de honor,pues fund nuestro digno institutopara hacernos guardin de su honor.

    Despus de varias vueltas en los recovecos del camino, fue ela-borado, en septiembre de 1989, el folleto denominado Evolu-cin de la Bandera de Venezuela 1797-1930.

    Apareci a la luz el da del XII Aniversario de la Secretara del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa, cuando fue inaugu-rado el Saln de Banderas en el Palacio Blanco, por el ya para entonces ilegtimo Presidente de la Repblica, recibido como haba sido su gobierno por la sangrienta insurreccin popular de febrero de ese mismo ao.

    De entrada, inevitable, aparece el faro bolivariano trado des-de la Angostura de 1819.

    Seor: Dichoso el ciudadano que, bajo el escudo de las armas a su mando, ha convocado la soberana nacional para que ejerza su voluntad absoluta!

    Y en la portada los tres colores verticales, alargados, como las races del rbol robinsoniano, bolivariano, zamorano. Como el brazalete de la noche insurrecta de febrero.

    Tte. Cnel. Hugo R. Chvez FrasCrcel de Yare, junio 1992

    A m A N E R A d E p R L O g O

  • [29]

    U NA BA N d E R A E N AyAC U C h O

    Casi hasta la medianoche, estuvimos Dumas y yo, cantando vie-jas composiciones venezolanas y oyendo las interpretaciones t-picas de la sierra peruana, en una fra fonda de la calle principal de Huamanga, capital del departamento de Ayacucho. Mi com-paero, paisano y amigo con su cuatro y una bella mujer indge-na con su guitarra entretuvieron hasta tarde a los cadetes y pa-rroquianos que fueron all la noche del 8 de diciembre, vspera de la batalla liberadora, 150 aos despus. A lo lejos se sentan las sombras de la noche serrana, en un fro terrible que helaba las venas.

    Panameos, bolivianos, ecuatorianos, colombianos, perua-nos, venezolanos y hasta chilenos. El semillero militar latinoa-mericano haba inundado las calles onduladas y serpenteantes para la gran celebracin de la dcada. La conversacin giraba en torno a dos temas principales. Uno era, por supuesto, el obliga-do del momento: los preparativos de la batalla, sus incidencias y consecuencias polticas y militares para aquel momento histri-co de nuestro continente. Un profesor universitario presente all, entre cerveza y cerveza, afirmaba que en el cerro Condor-cunca no hubo ninguna batalla, sino un pacto entre los dos

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    H u g o C H v e z F r a s u n b r a z a l e t e t r i C o l o r

    ejrcitos, en el cual los espaoles entregaron las armas. El otro tema era ms espinoso, por lo actual. Y adems, vedado supues-tamente para los hombres de armas, especialmente los venezo-lanos: la participacin de los militares en los procesos polticos de los pases latinoamericanos. Los peruanos defienden con gran pasin a su gobierno, el del general Juan Velasco Alvarado, a quien tuvimos la suerte de saludar personalmente esa tarde y recibir de sus manos un pequeo libro empastado en azul, titu-lado La Revolucin Nacional Peruana. Por su parte, un ardoroso antinorteamericanismo surge a borbotones del discurso de los jvenes cadetes del Colegio Militar de Panam, la del Congreso Anfictinico, la del canal interocenico.

    Nuestro amigo chileno Juan Heiss, cadete del Colegio Militar de Santiago, en cambio, se mantena ms reservado en cuanto a las opiniones sobre la Junta Militar del general Augusto Pinochet.

    Nosotros, Dumas, Carlos Escalona y yo, adelantamos algunas opiniones sobre el papel de los militares en la sociedad y, parti-cularmente, el apoyo incondicional que en Venezuela han pres-tado las Fuerzas Armadas al sistema democrtico en los ltimos 16 aos. Pancho Hernndez, cadete peruano del cuarto ao, me dijo ya al final de la amena charla, con su voz de profundo acen-to indgena, quechua: Ver usted, cmo ya algn da se cansa-rn de esos cabrones.

    Llegamos cantando a la medianoche los tres llaneros de Bari-nas y Portuguesa, entonando Fiesta en Elorza, a la colina donde funciona la Escuela Municipal, sitio de nuestro alojamiento. El capitn Ismael Carrasquero, nuestro comandante, nos hizo una

    reprimenda por haberlo despertado a esa hora. Es un buen jefe, especialmente por lo humano de su carcter. Subimos luego las escaleras en silencio y recordamos que ya es 9 de diciembre, da de la batalla. Un silencio profundo se hallaba congelado y petri-ficado sobre la milenaria cordillera de los Andes peruanos.

    Muy temprano, despus del tpico desayuno con exceso de pi-cante, partimos en autobs hacia la pampa de la Quinua. Cruza-mos empinados caminos, entre columnas interminables de gen-tes, mayormente indgenas de trajes coloridos, que iban a pie y algunos en bestias, hacia el histrico sitio. El cielo amaneci azul intenso, aunque ms all de las altas montaas, hacia el oes-te, podan verse oscuros nubarrones.

    En una curva del camino, por fin omos a nuestro gua sealar hacia el norte: all est el cerro. Inmenso es el Condorcunca o Rincn de los Muertos, en quechua. Una falda amplia se abre ha-cia la pampa donde se decidi la libertad de este gigantesco te-rritorio que se inicia all en nuestras costas del Caribe. Hasta aqu vinieron a pelear los llaneros, Dumas, le dije al alfrez auxi-liar Ramrez Marqunez, compaero desde los aos de secunda-ria all en Barinas, en nuestro recordado liceo OLeary.

    Luego de la parada ms larga que en mi vida de cadete he he-cho (casi seis horas), desfilamos bajo un torrencial y fro agua-cero que nos hizo levantar el barro con nuestro paso redoblado. En esa tribuna, estaban los presidentes de nuestros pases boli-varianos, responsables de los destinos del subdesarrollado pue-blo latinoamericano.

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    H u g o C H v e z F r a s

    Y, finalmente, entrando la tarde, se inici una escenificacin de la batalla, llena de colorido.

    Entre todo aquello, vuelto un maremgnum de indgenas, sol-dados, caballos y lluvia, cruz la pampa repentinamente una jo-ven quechua sobre un caballo blanco, llevando en alto el fla-mante tricolor venezolano. Recortadas las siete estrellas sobre el cielo encapotado, me sent tocado en la fibra venezolanista y la-tinoamericana que nos mantiene aferrados a nuestra historia, ante un presente confuso y oscuro, como esta tarde de hoy en la legendaria tierra de Ayacucho.

    Alfrez Hugo Chvez FrasHuamanga, 9 de diciembre de 1974

    EL TRICOLOR NACIONAL

    I. INTRODUCCIN

    El presente trabajo tiene la intencin primordial de resaltar uno de los autnticos valores nacionalistas que nos legaron aquellos que ofrendaron sus vidas en la bsqueda de una Venezuela me-jor, libre e independiente; valores que, lamentablemente, no es-tn enraizados en el corazn del pueblo, de ese pueblo vido de gloria y de grandeza, el cual surgi, precisamente, de esos valo-res que encendieron el relmpago milagroso en la Amrica de la primera mitad del siglo pasado: la Revolucin.

    Y no podemos quedarnos cruzados de brazos, como simples espectadores, ante tan grave situacin. Debemos comenzar por alguna parte, para sembrar el germen del nacionalismo en la Venezuela actual; y qu otro campo ms apropiado que el de los hombres de uniforme, herederos directos de aquellas glorias, y los cuales hoy por hoy son el mismo pueblo con uniforme: en los institutos militares nos estrechamos las manos hombres ve-nidos de todas las regiones del pas venezolano, de los fros y elevados Andes y de la ilimitada llanura; de oriente y de occi-dente, del norte y del sur, nos conocemos y fraternizamos

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    hombres de todos los sectores sociales; en fin, somos un reflejo de las inquietudes del pueblo venezolano y todos, sin excepcin, llevamos la misma bandera que detrs de bolvar libert de la dominacin espaola a ms de medio continente.

    Al cumplirse 169 aos del arribo del generalsimo Francisco de Miranda a las costas patrias, trayendo la bandera que ms tarde el Libertador conducira con gloria, se nos presenta una bella oportunidad para exaltar ese tricolor vencedor en cientos de batallas y gua de la Venezuela de hoy, que nunca jams debe ser pisoteada. Para impedirlo estamos nosotros, los que senti-mos correr por nuestras venas la sangre de Bolvar.

    II. EL TRICOLOR NACIONAL:

    SU ORIGEN

    Es la historia la gran maestra de la humanidad. Ella nos ensea las buenas y malas acciones de las generaciones que nos antece-dieron, a ella le debemos el conocimiento de las tradiciones y valores que sustentan la nacionalidad y el amor a esta tierra que nos vio nacer. Y es tambin en ella donde encontramos el origen de nuestro pabelln nacional y los nombres de aquellos que la izaron por primera vez en cielo americano.

    As nos encontramos con Sebastin Francisco de Miranda, nacido en Caracas, en el ao de 1750, quien fue, por antonoma-sia, el precursor de nuestra independencia. Su constante espritu

    revolucionario lo llev, en 1806, a zarpar de los Estados Unidos, al mando de una expedicin armada, con el objeto de invadir las encadenadas y sumisas tierras venezolanas. Contaba con tres pequeas embarcaciones, comandadas por el Leander, a bordo del cual iba Miranda.

    El Leander navega sobre el mismo mar que condujo al almi-rante Cristbal Coln al descubrimiento de nuestro continente, pero en esta oportunidad, con un propsito definido, grandio-so, formidable: llevar la insignia que representara en la posteri-dad la marcha victoriosa de la libertad. Voy a citar a Santiago Key-Ayala, quien en su libro La Bandera de Miranda, dice tex-tualmente, refirindose a aquellos intrpidos y revolucionarios tripulantes:

    No sabe la tripulacin del Barco adonde va, ni en cul empresa arriesgan su libertad y sus vidas. Algunos lo sospechan. Todos ignoran que la entidad est destinada a larga y azarosa vida; que padecer derrotas y alcanzar gloriosos triunfos. Que guiar corazones y pies en tie-rra; que guiar corazones y brazos en los mares; que flo-tar sobre ciudades, al viento de las Llanuras, a las bri-sas del ocano, sobre los mstiles de las fortalezas y en los buques de paz y de guerra; que recorrer de victo-ria en derrota, de derrota en victoria, las tierras de cien pueblos, escalar las mayores alturas de la gloria y de las montaas de Amrica, atravesar el Atlntico, ser

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    saludada en las playas africanas, infundir alarmas en las costas de islas y pennsulas.

    Coln, con sus tres carabelas blandiendo la bandera de Casti-lla, abri el camino a los conquistadores que nos dominaran durante ms de trescientos aos; ahora Miranda, con su hazaa, abre la ruta a los libertadores, que 18 aos ms tarde, coronara triunfante nuestro Libertador. Humillando al Len de Castilla desde el Orinoco hasta el Potos. Pero vamos al fondo del asunto: en qu doctrina se bas Miranda para disear la configuracin de nuestra victoriosa bandera?

    La carencia de fuentes histricas vlidas ha llevado a la formu-lacin de innumerables teoras e hiptesis acerca de ello, mu-chas de las cuales son simples especulaciones. La que presenta un verdadero sentido histrico y est ms acorde con la realidad es la que explica Key-Ayala en el libro mencionado anterior-mente, que paso seguidamente a detallar. En la pennsula espa-ola no hubo, hasta 1785, una unidad doctrinaria en materia de banderas. Fue entonces cuando Carlos III instituy la bandera nacional espaola, la cual consista en una ancha banda dorada encerrada entre dos delgadas, de un vivo color rojo. Esta fue la bandera que utilizaron las tropas realistas a lo largo de toda la lucha por la posesin de las colonias americanas.

    En esa bandera estn los colores amarillo y rojo; mas queda todava la interrogante del azul: de dnde la sac el precursor? Pues bien, Espaa tuvo un pabelln particular en tres franjas: la de arriba, encarnada; amarilla la del centro; y azul la de abajo,

    segn es descrita en un diccionario antiguo publicado en el ao 1700. Se supone una simple alteracin del orden de las franjas hechas por Miranda para disear su bandera.

    Y el hecho de que el tricolor mirandino presente doble la ban-da amarilla se explica fcilmente: inspirndose en la bandera es-paola rasg simblicamente la bandera metropolitana, como dice Key-Ayala, arranc la banda roja superior y, entre la doble banda amarilla y la roja inferior, interpuso el azul de la revolu-cin. Ello explica por qu la bandera de Miranda tiene doble franja amarilla; y presenta la azul en el centro, el color revolu-cionario de Amrica, en el cual se incrustarn ms tarde, en ar-mnica constelacin, las simblicas siete estrellas de las provin-cias que proclamaron la independencia all en 1811. Ese color azul representa histrica y sencillamente a la revolucin ameri-cana; veintin repblicas ocupan el territorio americano, y de ellas, slo tres no incluyen en sus banderas el azul como elemen-to de combinacin: Mxico, Bolivia y Per. Con lo dicho anteriormente, se trata de explicar con bases hist-ricas verdaderas, la procedencia doctrinaria de la bandera trico-lor creada por Miranda, cuya descripcin detallada presento a continuacin: consta de tres fajas horizontales, de mayor a me-nor, la primera amarilla, la segunda azul, y la tercera encarnada, simulando los colores del iris. Figuraba en ella el siguiente sello de armas: una india sentada en una roca, que lleva en la mano derecha un asta rematada por el gorro frigio; junto a la india se ven emblemas del comercio, de las ciencias y las artes, un cai-mn y vegetales; ms all buques mercantes y, en ltimo

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    trmino, el sol que asoma sobre el horizonte marino. Esta fue la misma bandera que acompa la comisin de la Sociedad Pa-tritica de Caracas, cuando la tarde del 4 de julio de 1811 fue re-cibida por el Congreso. Al siguiente da se declar la indepen-dencia de Venezuela. Y a partir de entonces, la historia nos muestra claramente las modificaciones que condujeron a la adopcin definitiva de la actual bandera que junto a nosotros lucha por la Venezuela del futuro.

    III. INICIO FATAL

    Pareca un funesto destino el que esperaba a nuestro tricolor en las tierras americanas. La primera expedicin de Miranda fra-cas. Su gran mpetu revolucionario cay abatido en un feroz combate naval contra fuerzas superiores. Miranda, a bordo del Leander, pudo escapar. Mas no tuvieron la misma suerte sus dos goletas, las cuales cayeron en poder de los espaoles, y sus des-dichados tripulantes fueron hechos prisioneros y llevados pos-teriormente al patbulo en Puerto Cabello; algunos, los ms in-felices, fueron sepultados en horribles mazmorras.

    Haba sufrido as la ensea nacional su primera derrota, el 12 de marzo de 1806; pero, cuntas le faltaban a lo largo y ancho del continente oprimido de Amrica.

    Mas, el combativo y fogoso general Miranda no abandon su empresa; se retir a la isla de Trinidad y desde all solicit ayuda al gobierno ingls; se reaprovision y sali a la cabeza de una

    segunda expedicin hacia las costas de Coro. Y desembarc esta vez, ocupando el puerto de La Vela, en donde fue izada su ban-dera, impregnando de esperanzas el suelo americano, prximo a baarse en sangre para conseguir su libertad. Sin embargo, y a pesar de haber tocado tierra americana, en esta segunda tentati-va tambin fue vencido nuestro tricolor; despus de intenso combate, el da 11 de agosto de 1806.El da 4 de agosto, las autoridades espaolas haban hecho que-mar la bandera, a manos del verdugo, en la Plaza Mayor de Ca-racas, ciudad que presenci dolorosa, cual madre herida, la des-truccin de la ensea, junto con los retratos y proclamas del hijo que haba osado lanzar el grito maravilloso: Revolucin.

    Pero esas cenizas volarn en alas del viento: polvo sagrado que es semilla de libertad, prender y germinar hasta muy lejos en el continente, y sus frutos sern recogidos por un hombre, que los conducir a la gloria: Simn Bolvar.

    IV. UN HOMBRE, UNA BANDERA Y UN CONTINENTE LIBRE

    No fueron intiles tales esfuerzos. El ejemplo de Miranda ani-m las fuerzas, prendi la mecha de la revolucin. Un grito ms poderoso que los rugidos de la naturaleza estremece el conti-nente. Despiertan los dormidos corazones del pueblo abatido, las montaas lanzan hacia la ilimitada llanura el eco que rebota aqu y all y llega a todos los rincones de Amrica del Sur.

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    El 19 de Abril de 1810, Caracas se rebela de hecho contra la Es-paa dominadora, y asume cuantos derechos se le hubieren ne-gado a lo largo de tres siglos.

    Don Francisco de Miranda, ilustre hijo de Caracas, llega de nuevo a nuestras costas. La junta revolucionaria de Caracas lo nombra teniente general, y se convierte en el gua de la revolu-cin venezolana. Renace all nuestra ensea tricolor, la misma que fuera quemada cinco aos antes, es aclamada por las multi-tudes. Ella presencia el encendido discurso de Bolvar en la So-ciedad Patritica, la noche del 4 de julio de 1811, donde clama por: poner sin temor la piedra fundamental de la libertad ameri-cana. Al da siguiente se declara solemnemente la independen-cia de Venezuela, y nuestra bandera es levantada en brazos del pueblo, se reencuentra con Miranda y se muestra vigorosa. Pero no bien entra de lleno en el amplio camino que le trazan sus im-petuosos jvenes, comienza a hallar tropiezos.

    Valencia es sublevada por los realistas y desconoce la autori-dad del Congreso. Miranda toma el mando del pequeo ejrcito republicano y, despus de largo combate, reduce al enemigo y lo rinde el 13 de agosto de 1811.

    He all nuestra primera victoria, cuyo saldo fue de 800 muer-tos y 1.500 heridos patriotas. Comienza as nuestra bandera a levantarse sobre un suelo baado de sangre.

    En adelante, la historia es testimonio fiel del sacrificio de un hombre, que abandon todo por la causa revolucionaria, y que llev el tricolor de Miranda desde el Orinoco hasta el Potos,

    cubrindolo de gloria. Hombre y ensea cabalgaron juntos por el continente, creando naciones independientes. Juntos reciben el ao de 1812, tan funesto para Venezuela, Bolvar se ve obliga-do a salir de Venezuela, y se pierde la Primera Repblica.

    Pero aquel indomable espritu del Libertador lo hace aparecer amenazante, al frente del tricolor mirandino, en los Andes ve-nezolanos; juntos realizan la maravillosa Campaa Admirable y recuperan la repblica. Nuestra bandera recorre entonces valles y montaas, y se le ve en todas partes, entre los vtores de la vic-toria y las lgrimas de la derrota. Ella presencia, impotente, aquel cruento sacrificio de una generacin, todava adolescente, el 12 de febrero de 1814, y es salpicada por la sangre joven de aquellos universitarios defensores de la libertad. Libertad! Cunta sangre se ha vertido por tu causa y todava hay tiranos en el mundo.

    Ms tarde, el glorioso tricolor lanza, junto a Bolvar, aquel no rotundo de voluntad inquebrantable, en San Mateo. All se sa-crifica el valeroso Ricaurte y, envuelto en el manto tricolor, pasa a ser inmortal.

    En julio de 1814, Bolvar lleva su tricolor a Oriente, a reparar los desastres y a proseguir luchando. Presencia en Urica la muerte de Boves, aquel que ba nuestro suelo con la sangre de tantos jvenes venezolanos.

    En 1817, Piar lleva nuestra bandera a la gloria, en las riberas del Orinoco y ms tarde, abrazado a ella, muere, ajusticiado por sus mismos compaeros de armas.

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    Dos aos ms tarde, en 1819, las palmeras del Arauca ven pa-sar bajo el ardiente sol de nuestras pampas la bandera de la li-bertad, en brazos de Pez, quien la iza, cubierta de laureles, en el campo inmortal de Las Queseras.

    Son tambin los tres colores, amarillo, azul y rojo, los que ilu-minan el genio de Bolvar en aquel asombroso paso de los An-des, hasta detenerse sobre el Puente de Boyac, donde se sella la independencia del pueblo granadino.

    Y al fin, sobre cien victorias y apoyados por la invencible espa-da del Libertador, la bandera de Venezuela observa la histrica Batalla de Carabobo, donde se levanta y contempla las libres tie-rras de su patria, su imperio, que se extenda sobre ruinas hu-meantes, sobre campos desiertos, sobre doscientos mil cadve-res que clamaban venganza.

    De esa manera, el 24 de junio de 1821, Venezuela se hincha de gozo, y levanta, jubilosa, su bandera, en manos de su hijo ms glorioso.

    Bolvar fue el hombre que absorbi totalmente la lucha por la independencia. Y su gran sueo, el crear una gran repblica que llamara Colombia, en honor de su descubridor, lo impuls a re-basar las fronteras, que para l no existan, pues segn sus pro-pias palabras: nuestra patria es la Amrica. Detrs de l, nuestro pabelln tricolor emprende tambin nuevas lides y hasta el tem-plo del sol conduce la victoria: Bombon, Pichincha, Junn, pre-senciaron su desfile triunfal, guiando al Ejrcito Unido Liberta-dor, invencible, conformado por hombres que prefirieron morir de pie que vivir de rodillas. Y as lleg la fecha memorable: 9 de

    diciembre del ao 1824. En las fras cordilleras del Per, a 4.200 metros de altura, al pie del monte Condorcunca, estuvieron pre-sentes nuestro amarillo, azul y rojo, marcando la huella imbo-rrable del gigante: Ayacucho.

    V. LA VENEZUELA DE HOY, SU BANDERA, Y NOSOTROS, LOS MILITARES

    Desdichado fue Bolvar, que no pudo ver realizado su sueo y muri con la sensacin de haber arado en el ocano. Su Colom-bia se desplom abatida por la anarqua y las rastreras aspiracio-nes de muchos prceres americanos. Venezuela, separada de la Gran Colombia, cay envuelta en el manto de las guerras civiles. Y sucedi lo peor, lo que Bolvar previ y quiso evitar: un nuevo coloniaje se abalanz sobre nosotros. Los Estados Unidos, que parecen destinados por la providencia a plagar la Amrica de mi-serias, en nombre de la libertad, deca Bolvar en una carta diri-gida al representante ingls, en 1826.

    Ha pasado siglo y medio, y nos encontramos hoy con una Ve-nezuela pujante y ansiosa por salir de ese estado de subdesarro-llo en que se halla. La bandera, aquella que trajo Miranda, ya on-dea en los yacimientos de hierro, y muy pronto iluminar tam-bin los campos petroleros, fuente principal de nuestra riqueza econmica. Poco a poco nuestro pueblo se va haciendo ms criollo y ms consciente de la realidad.

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    Sin embargo, todava falta mucho por hacer, y para alcanzar el desarrollo, debe unirse todo el pueblo de Venezuela, y marchar a un mismo paso hacia su destino.

    Y somos nosotros, los militares de hoy, quienes estamos obli-gados a formar la vanguardia de ese movimiento. Y cmo ha-cerlo? La respuesta nos la da el mismo Bolvar en su ltima pro-clama: Y los militares, empuando su espada en defensa de las ga-rantas sociales, debemos identificarnos ms con la comunidad, llevar a ellos el sentimiento autnticamente nacionalista.

    Adems, los ideales de Bolvar son nuestros, por herencia, y estamos obligados a realizarlos; y por ningn motivo nuestra bandera ser humillada, por muy grande y poderoso que sea el agresor.

    Alfrez Hugo R. Chvez FrasAcademia Militar, Caracas, 1975

    EL EjRCITO dE AyER, dE hOy y dE sIEmpRE

    Adelante, marchemos valientesal combate y al rudo fragor,por la patria, muy altas las frentes,despleguemos pujanza y valor.Coro del Himno del Ejrcito

    I. INTRODUCCIN

    La historia, sin lugar a dudas, es la maestra de la humanidad. En ella podemos observar hechos pasados, acciones virtuosas o errneas de nuestros antecesores.

    En el anlisis profundo de esos hechos, en la comprensin cabal de las leyes generales que los han venido provocando y en la cons-tante accin, acopiada y supeditada a tales leyes, est el maravillo-so secreto generador del desarrollo y progreso de los pueblos. Ve-nezuela, este pedazo de tierra bajo este pedazo de cielo, tierra baada con sangre, cielo poblado de hroes, tiene una historia grandiosa. A lo largo y ancho de valles, llanos y montaas, re-tumban an los ritos de nuestros victoriosos abuelos, quienes lucharon a brazo partido por legarnos una patria libre y

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    soberana. Aquellos hombres, descalzos, semidesnudos, curti-dos y ceudos, dejaron sembrada su huella, profundamente, en el continente suramericano. Aquellos hombres, sin ms ilusin que morir por ser libres y llevando la poderosa arma de la vo-luntad alzada en hombros, cambiaron el rumbo que haba veni-do siguiendo la historia.

    Aquellos hombres, emergiendo como el rayo de la ms pro-funda oscuridad, derribando selvas con su furia, llenando de huesos los caminos, enrojeciendo las aguas con su sangre, ara-ando montaas con sus manos y despertando hasta los muer-tos con su grito, sembraron en el vientre de la patria, con el gran-dioso amor del sacrificio, al hijo ms querido y ms glorioso, al hijo tan esperado por la humillada madre, todo lleno de futuro y esperanzas: el Ejrcito.

    II. EL EJRCITO DE AYER

    Dolorosa y larga fue la espera de aquel parto. Durante ms de una dcada, sufri Venezuela aquel atrevimiento, pagando cara su pasin terca y rebelde.

    Nutrindose con la savia valerosa de su pueblo, fue creciendo aquel ejrcito. Del norte y del sur, del este y del oeste, de los ms recnditos lugares y parajes, fueron surgiendo los soldados que haban dormido durante 300 aos, esperando aquel momento inevitable, madurado por el desarrollo de las condiciones hist-ricas generales de aquel entonces.

    Hubo perodos donde los laureles desbordaron la corona de la madre patria. Impresionante fue aquel ao 1813. Gloriosos tiempos que no vuelven! Habase ya perdido el esfuerzo supre-mo y heroico del generalsimo Miranda, el venezolano que ma-yor proyeccin universal haba tenido hasta entonces. Desig-nios impredecibles del hado misterioso! Sera ahora un joven mantuano, hurfano, viudo y decidido, quien tomara las rien-das de la patria, para vengar la afrenta con aquella famosa Cam-paa Admirable: Simn Jos Antonio de la Santsima Trinidad Bolvar y Palacios.

    Mas, aquel ejrcito bisoo y carente de tropas entrenadas no habra de resistir la reaccin terrible y brutal que provoc el fe-nmeno socio-militar que se llam Jos Toms Boves.

    Ao 1814, deberas desaparecerte, ahogado en la sangre que se derram en tus das. Nuestro ejrcito, reforzado por nios, mujeres y ancianos, se debata entre la vida y la muerte.

    Sin embargo, despus de que Pedro Zaraza atraves a Boves de un lanzazo en la batalla de Urica, tuvo Bolvar que recapacitar y comprender que su revolucin no haba llegado an al corazn de las masas campesinas y desposedas; que era necesario con-fundir en un solo objeto la lucha y los intereses del pueblo; que era necesario ganar la motivacin popular y retenerla, si no se quera correr el riesgo de que apareciesen detrs de cada banco de sabana uno, dos, tres Jos Toms Boves.

    Hacia all dirigira entonces sus esfuerzos aquel general empe-ado, genial y visionario que fue Bolvar.

    Era de esperarse el resultado: de los oscuros horizontes irrum-pi, entonces, al frente de intrpidos centauros, un hombre

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    nacido en Curpa, llanero de Portuguesa, crecido y formado en la ancha tierra barinesa, una especie de Boves-amigo: el catire Jos Antonio Pez.

    Este bravo contingente, origen remoto de nuestro actual bata-lln Bravos de Apure, habra de imprimirle otra faceta al Ejrci-to venezolano. Hombres de lanza y caballo, indiferentes al mie-do, temerarios y aguerridos, cabalgaron sin recelos sobre la pa-tria, cubrindola de triunfos y ensordecindola con sus gritos de victoria.

    Lleg as el ao 1821, con un ejrcito conformado, fogueado en cientos de combates, y bien dirigido por el genio venezolano de la guerra.

    El 23 de junio, vspera de la gran batalla, en la sabana de Ta-guanes, vecina a Carabobo, Simn Bolvar hizo parir a la patria. Luciendo esplendorosos uniformes, ondeando penachos al viento, el hijo tan esperado fue revistado, unidad por unidad, arma por arma, por aquel hombre que desafi a la misma natu-raleza en su empeo.

    Todo un ejrcito de lnea estaba all, amenazante, rugiendo cual mil leones, estremeciendo aquellas inmensidades. Habase dado el fruto del ciclpeo esfuerzo de tantos hombres.

    A la maana siguiente, aquel recin nacido levantara, orgu-lloso, el tricolor mirandino en la sabana de Carabobo, sobre ms de 200.000 cadveres, que a lo largo de tantos aos haba recogi-do la madre, y que an seguan clamando venganza.

    He ah, Venezuela, el resultado de tu amor! He ah, patria ma, tu hijo gallardo, defensor de tu suelo, reflejo de tu bravura, vigilante de tus futuras inquietudes!

    III. EL EJRCITO DE HOY Y DE SIEMPRE

    Despus de 157 aos de aquel magno suceso, nuestro Ejrcito, con una tradicin y una doctrina ya forjada a lo largo del acon-tecer histrico de la patria, sigue, en lo esencial, siendo el mis-mo. Aqu nos unimos hombres de todas partes del pas: el bulli-cioso llanero, el inquieto oriental, el efusivo central, el regiona-lista occidental, el taciturno de la montaa; todos bajo un mis-mo smbolo, y con el mismo objetivo de llevar sobre los hom-bros la misma bandera que recorri, detrs de Bolvar, las exten-sas tierras suramericanas.

    Es tu joven hijo, Venezuela, que recoge en su seno la gente de tu pueblo, para adiestrarlo y ensearlo a amarte y defenderte.

    Es tu semilla, patria, que ha sido regada por el viento y por las aguas hasta abarcar tus anchos horizontes. Es tu reflejo, pas de hroes, tu reflejo sublime, tu reflejo glorioso.

    A medida que pasen los aos, nuestro Ejrcito debe ser la pro-yeccin inevitable del desarrollo social, econmico, poltico y cultural de nuestro pueblo.

    Los hombres de uniforme seguiremos siendo el brazo armado de la nacin, dispuestos a derramar la ltima gota de nuestra

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    sangre en defensa de los intereses del pueblo, al cual nos debemos, cuya esperanza representamos y estamos obligados a mantener.

    Deben permanecer en nuestras mentes y en nuestros corazo-nes, como el ms valioso tesoro, el coraje y la decisin de nues-tros antepasados; debe seguir corriendo por nuestras venas el fervor patritico que nos permita, en un momento determina-do por el llamado histrico de los aos, sacar a relucir ese coraje y esa decisin, para evitar que sean pisoteadas las tumbas de aquellos hombres, para evitar que sus gritos de reclamo y de protesta retumben en nuestras mentes, para evitar ser juzgados por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos, como inme-recedores de tales glorias.

    Nuestra sangre es la savia del pueblo,y en el pueblo se plasma en cancin.Primera estrofa del Himno del Ejrcito.Fragmento.

    Stte. Hugo Rafael Chvez FrasBatalln Blindado Bravos de Apure

    Maracay, junio 1978

    vUELvAN CARAs

    El espritu blindado, hecho de audacia y abnegacin, de sacrificio y disciplina, no cambia jams!Porque es el alma misma del soldado tanquista y el alma es inmortal.Llanura venezolana, propicia para el esfuerzo como lo fue para la hazaa

    Rmulo Gallegos

    I

    El rugir de aquellos monstruos de acero haca vibrar el anchuro-so llano de Juan Parao. Un sol abrasador se derramaba sobre las cabezas de aquellos hombres que avanzaban pensativos, frunci-do el entrecejo, con la mirada perdida en el horizonte lejano.

    El ruido ensordecedor de los inmensos carros blindados haba invadido la tranquilidad de los esteros y tomado por asalto la soledad de aquellos legendarios parajes.

    Atrs haba quedado la vida rutinaria del cuartel, con sus lar-gos y duros das de entrenamiento, el severo y forjador exigir de

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    los oficiales, el bullicio de los hombres que visten el uniforme del ejrcito al cual correspondi, hace muchos aos, construir la historia de esos pases del Sur de Amrica.

    Julieta tango, habla Carlos, cambio. La voz chillona y juvenil del conductor del tanque lleg a travs del intercomunicador hasta los odos del teniente Pedro Gonzalo Zamora, veterano y consagrado tanquista, hombre duro y de frreo carcter, pero a la vez con un corazn tan grande como el llano que se abra ante sus ojos.

    Adelante!, Carlos, cambio.Indicador de temperatura de agua 95. Debo detener el carro,

    cambio.El rodaje continu bajo el intenso sol y lo forzado de la mar-

    cha, haban venido provocando un preocupante recalentamien-to de los tanques del 4to batalln de la 1ra brigada blindada, el cual operaba desde un mes atrs, por los llanos de Apure y de Barinas, cumpliendo con las maniobras anuales de entrena-miento de combate.

    Maldita sea, detngase y coloque el ventilador de emergencia.Por accin electromagntica, las revoluciones del ventilador

    se acoplan a las del motor, estando este acelerado, lo que permi-te, por efecto del aire, disminuir la temperatura del agua.

    Sargento Vargas, detenga los carros all, a la derecha, debajo de aquellos rboles, orden el teniente al reemplazante de pelo-tn, un sargento primero que vena en el tercer y ltimo carro, asomado por la torrecilla y mirando a travs de su binocular aquellas tierras que lo vieron nacer y hacerse hombre.

    Unos cien metros a la derecha, despus de un pequeo banco, es-taba un frondoso bosque, sitio ideal para cualquier viajero que se aventure por aquellas soledades. El rechinar de las orugas estreme-ci la tierra, cuando los tanques giraron y se dirigieron al lugar indi-cado por el comandante del pelotn, quien se qued atrs, revisando el sistema de enfriamiento de su mquina de acero.

    Tirador, gire la torre a las tres horas, grit el teniente Zamora al cabo primero Jos Manuel Guevara, quien completaba, junto con el soldado radio-cargador, la tripulacin de cuatro hombres que requiere un carro blindado para ser operado al mximo de su capacidad. El cuerpo giratorio de la torre se movi entonces hacia la derecha, hasta las tres horas. Para un soldado tanquista, la punta de su can es como la aguja de un reloj. Si la dirige al frente, se entiende que est a las 12 horas y de all, hacia la dere-cha, tiene ya sus puntos de referencia u horas determinadas.

    El teniente comenz, cuidadosamente, a chequear el movimiento giratorio del ventilador, el nivel de los depsitos de agua y todo el compartimiento del motor, buscando algn desperfecto.

    Mientras tanto, un fuerte viento haba comenzado a soplar, batiendo el pajonal reseco y trayendo desde los ms apartados parajes, cientos de aos de historia y de misterios.

    II

    Mire, viejo, pngase el harboquejo, esta brisa viene brava, le gri-t el catire Jos Esteban a su compaero de viaje, un negro de

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    casi cien aos a cuestas, pero que todava rondaba por el llano, desafiando la misma muerte.

    Carajo, catire, mire que s ser brava. La vienen empujando los muertos.

    Jos Esteban no prest mucha atencin a las ltimas palabras del viejo; fueron pronunciadas en tan baja voz, que el viento aprovech para arrastrarlas, hasta hacerlas desaparecer entre los furiosos remolinos que correteaban por la sabana, levantan-do una polvareda.

    Mire, camarita, enfilemos pa aquellos rboles, all podemos pasar este huracn, opt por exclamar el negro, ahora con un to-no de voz ms elevado.

    Viejo, yo respeto sus aos, pero ese es el paso de Mata Oscura. Ud. debe haber odo mucho ms que yo lo que se dice por ah de las visiones y aparecidos.

    El viejo se qued callado, compartiendo con su silencio los te-mores del catire, pero al sentir la mirada recelosa de su interlo-cutor, se decidi a contestarle.

    igame bien, sute Jos Esteban. Yo le voy a repetir las mismas frases que le escuch una vez a mi jefe, cuando camos presos en San Fernando de Apure, por all en el ao 22 y fuimos a parar a manos del temible Vicencio Prez Soto: Madre Santa, me agarr el catarro sin pauelo.

    El catire sigui cabalgando, pensativo, al lado del viejo, com-prendiendo perfectamente el significado de aquellas palabras.

    A menos de una legua de all, se levantaban imponentes los sa-manes y morichales del paso de Mata Oscura. Cobijados bajo su

    sombra, ya se haban refugiado los soldados tanquistas, dis-puestos a levantar un pequeo vivac.

    III

    Celosos eran los soldados con sus vehculos blindados. Estaban profundamente convencidos de lo indispensable que es el man-tenimiento, para conservar operativo el material de guerra. Ali-vindose un poco del ardiente sol, se dedicaban por entero a la verificacin de los niveles de aceite, combustible, agua, liga de frenos, tensin de las orugas. Mientras observaba el barmetro, para chequear la presin del circuito hidrulico, el sargento Ar-valo Vargas recordaba los cuentos que tantas veces haba odo de labios de muchos llaneros, quienes, como l, an conserva-ban aquel espritu supersticioso heredado de sus antepasados. En el cuartel nunca quiso manifestarlo. Sentase temeroso de las crticas y burlas de sus compaeros. Los muchachos de Los An-des, los expansivos centrales, los alegres zulianos, no hubieran credo en ninguno de aquellos pasajes. Ahora, sintindose en su propia tierra, y estando en aquellas circunstancias, todava no haba podido liberarse de aquel temor.

    Pero l estaba seguro de encontrarse en el paso de Mata Oscu-ra, clebre en todo el inmenso llano. Tambin estaba seguro (y ya haba revisado su almanaque para cerciorarse) de la proximi-dad de la cuaresma. Y tambin saba que aquel ventarrn que

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    H u g o C H v e z F r a s u n b r a z a l e t e t r i C o l o r

    apenas comenzaba no era un fenmeno normal en aquellas lati-tudes. La presin hidrulica s estaba normal en 120 bars.

    Debera ahora comprobar el funcionamiento del can de su tanque.

    Tirador, alcnceme el probador de disparo elctrico.Se vio obligado a repetir la orden, porque el rugir del viento en

    el morichal permiti apenas que su segundo de a bordo oyese una voz ininteligible y lejana.

    Parado sobre la mscara del inmenso can de 105 mm, Pe-dro Gonzalo Zamora observaba a sus hombres. Eran jvenes casi de su misma edad. Tan diferentes unos de otros. En pensa-mientos. En madurez. En preparacin. En carcter. Recordaba sus tiempos de cadete en la Academia Militar. Aquellas aulas donde pas cuatro largos e inolvidables aos.

    Quizs lo ms importante pensaba era que haba aprendido los bsicos principios del mando y la conduccin de hombres. Ahora los estaba aplicando. Esos soldados eran la razn de su existencia; alimentarlos, adiestrarlos, educarlos, estimularlos, reprenderlos, era su ms sagrada e ineludible obligacin. El re-sultado de una guerra est en el hombre y no en las cosas, haba ledo alguna vez en los escritos militares de Mao Tse Tung. Esta-ba consciente de que aquella era una gran verdad.

    Salt hacia la parte delantera del chasis y luego, apoyndose en un gancho de remolque baj a tierra. La fuerte brisa, irrespetuo-sa y atrevida, levant un poco de polvo, el cual fue a caer sobre el mareado color verde de su braga de campaa.

    IV

    Los llaneros a caballo ya se haban acercado bastante al vivac de los blindados. Los cansados y escudriadores ojos del viejo se toparon con las siluetas verdes que se movan, enrgicas, sobre la superficie de los tanques. Con una seal advirti al catire de la presencia de los soldados. Sinti el viejo una profunda nostalgia en lo ms hondo de su alma guerrera. l, que haba peleado en aquellos llanos durante ms de 20 aos, conociendo los sinsabo-res de la guerra. Tena de recuerdo aquel machetazo que con tanto orgullo mostraba, cuya horrible cicatriz le recorra toda la espalda, desde la base del cuello, hasta la cintura. Se lo asest un soldado gomecista del general Ramrez, en la clebre batalla de Periquera, por all en junio de 1921. Madre Santa, si ellos hu-biesen tenido esos tanques y esos caones, no hubiesen fracasa-do en sus intentos revolucionarios. Hubiesen derrocado la tira-na gomecista. El viejo se sinti, sbitamente, trasladado varios aos atrs. Vea claramente a su jefe, el general Pedro Prez Del-gado, el temerario Maisanta, asaltando pueblos y llenando de esperanza las vidas de los llaneros.

    Recordaba tambin al general Arvalo Cedeo, el tuerto Vargas, al general Alfredo Franco. Todos haban visto derrum-barse sus ideales, ante el surgimiento de la Venezuela petrolera que marc al afianzamiento poltico y militar del general Juan Vicente Gmez. l, con casi un siglo de vida, era algo as como el ltimo sobreviviente de aquella horda de valientes. Haba te-nido algo de suerte. Cuando lo sacaron del Castillo Libertador, a la muerte de Gmez, era ms cadver que ser viviente.

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    Ahora, mirando a los soldados tanquistas, un fuego interno se apoder de l y no pudo evitar llevar su arrugada mano a la altu-ra de la sien derecha, en estricto saludo militar, cuando detuvo su caballo frente al carro blindado desde donde le observaba, con admiracin y respeto, aquel joven de rostro curtido y duro que era el teniente Pedro Gonzalo Zamora.

    Ud. fue entonces coronel de Los Macheteros de Apure? Es para m realmente un honor conocerlo, mi viejo. Yo he ledo algo de aquellos tiempos romnticos del caudillismo.

    Ya el sol de los venados se haba hundido en el horizonte y las sombras cubran totalmente la sabana. Los carros blindados es-taban all cual inmensos monstruos dormidos, arropados con su gruesa lona. Los soldados haban armado las carpas indivi-duales al lado de sus vehculos, cobijndose del viento, que se-gua soplando fuertemente; tres centinelas prestaban una com-pleta seguridad al improvisado campamento, en el centro del cual, una fogata rompa la oscuridad de la noche.

    Pues mire que de romnticos no tenan n, teniente, ust ya vio el machetazo que me acomodaron a m en el espinazo. Que si hu-biera estao afilao ese toco, este cristiano que le est hablando juera un pedazo ms de esta sufrida tierra que estamos pisando.

    Buscaba ahora el teniente la forma ms adecuada para hacerle comprender aquella expresin de tiempos romnticos; le con-test con voz pausada, pensando muy bien lo que iba a decir, pa-ra no llevarle la contraria al noble viejo: S, mi coronel, Ud. tiene razn; pero dgame, qu fuerza lo impulsaba a usted a dejar su conuco y su gente, a renunciar al cmodo chinchorro y a la tran-quilidad de su rancho, a empuar un muser y un machete, para

    aventurarse por todo este llano querido, dispuesto a regar con su sangre cualquier pedazo de tierra reseca o a dejar sus huesos a la orilla de cualquier camino, sin esperar ms nada que la libertad y la justicia para su pueblo? Dgame si no es verdad que senta usted como si el corazn quisiera brotarle del pecho al solo pensar en una patria mejor.

    Detuvo el teniente su inspiracin repentina, al observar que en los arrugados e inquietos ojos del anciano intentaba aflorar una lgrima.

    Siga, mijo, siga hablando, aunque este cuerpo est viejo y can-sao, yo, que estoy aqu adentro, todava siento eso que ust dice, y me parece que mi llanura no alcanza pa arroparme el corazn, que la desborda toitica, as como el ro Apure cuando se adentran las aguas, exclam suavemente el viejo, al tiempo que extenda su brazo para agarrar fuertemente por el hombro a aquel joven oficial que le haba alborotado el espritu.

    Se conmovi hondamente el teniente Zamora y comenz a sentir un nudo que le oprima la garganta, pero comprendiendo al instante que ahora el viejo caudillo s haba entendido aquel trmino usado anteriormente por l, concluy diciendo:

    Bueno, mi coronel, ah quera yo llegar. Aqu est el romanti-cismo del que le hablo, pues ningn ser humano puede negar que ese sentimiento que nos ha invadido en este momento, tanto a us-ted como a m, est basado en el ms profundo amor a una causa justa, a una idea grandiosa.

    El catire Jos Esteban, quien oa absorto aquella conversacin, logr por fin afinar su cuatro, y un pasaje melanclico ya haba comenzado a brotar de las mgicas cuerdas, para irse, en brazos

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    de la fuerte brisa, a jugar entre los carros blindados y entre las pequeas carpas de los rendidos soldados tanquistas.

    Arvalo Vargas el sargento no dorma. Adems del cons-tante roncar de su compaero de carpa, aquella noche estaba muy intranquilo, se haba tirado de espaldas sobre el suelo y mi-raba fijamente el techo oscuro de lona, contra el cual chocaba el humo de su cigarrillo. Su braga estaba desabotonada y las tren-zas de sus botas de combate, desamarradas. Haba aprendido, desde recluta, que un soldado en campaa no puede darse mu-chas comodidades para dormir. Como almohada, haba coloca-do la mochila de combate. Y a la derecha, al alcance de la mano, la subametralladora, su mejor amiga. Ah tienes tu mujer, le dijo un cabo cuando, haca casi dos aos, se la asignaron como ar-mamento individual.

    Pero no eran nicamente los ronquidos de su compaero un muchacho de las altas tierras andinas lo que le impeda a Ar-valo Vargas conciliar el sueo. Era, ms que todo, aquella mali-cia con que lo haba armado la misteriosa llanura. Aquel fuerte viento. El paso Mata Oscura. La vecina cuaresma. Los cuentos que haba tantas veces odo, al calor del fogn, en las largas no-ches de invierno. Las circunstancias reales en las que se encon-traba se unan al fenmeno superorgnico de su imaginacin, para provocar en su mente un torbellino de inquietudes y temo-res que asaltaban su conciencia.

    Solamente el rasgar de las cuatro cuerdas pudo hacerlo salir de su ensimismamiento, pues aquella msica, desde que haba aprendido a orla y a quererla, le haca vibrar las fibras de un

    autntico y espontneo amor por los valores que conforman la identidad de la patria venezolana.

    V

    Minutos despus, ya eran cuatro los hombres sentados en torno al fuego, donde el humo producido por la bosta de ganado es-pantaba los jejenes que alborotaba el viento, al estremecer el morichal.

    S, teniente, aunque usted tal vez no lo crea, lo que ha contao el sargento es la pura verdad, yo se lo aseguro. Hizo tanto nfasis el viejo en esta ltima frase, que el teniente Zamora comenz a ser asaltado por una inquieta y temerosa duda. Sin embargo, agre-g, reflejando una gran seguridad en s mismo:

    No quiero dejar de creerles, pues s que ustedes conocen mucho su tierra, pero pienso que, por la misma razn de haber descubier-to sus secretos y haberse compenetrado tanto con ella, tiene arrai-gado profundamente ese espritu supersticioso que caracteriza a todos los llaneros.

    Oiga, teniente, por all le estn contestando, exclam el viejo, al mismo tiempo que sealaba con su brazo izquierdo hacia el norte, de donde vena galopando el viento.

    En efecto, todos pudieron or claramente un lejano y largo to-que de corneta, vibrante y retador.

    Ese es el 1 y 14, teniente!, grit emocionado el anciano, mien-tras que Arvalo Vargas y el catire, apresuradamente,

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    procedieron a hacerse la seal de la cruz y un Ave Mara Pursi-ma sali al unsono de sus gargantas.

    Aquel ruido, cada vez ms fuerte, pareca que viniera acercn-dose hacia ellos. El teniente estaba estupefacto, sin llegar a com-prender lo que estaba pasando.

    Ahora oan, cercano tambin, un fuerte galopar de caballos. Tan fuerte, que silenciaba al furioso viento, amo y seor de la in-mensidad.

    Pararn, Pararn, Pararn Y la corneta, ordenando la carga, all como si estuviese pegada

    al pabelln de la oreja.Tarat -Tarat -Tarat Y de pronto, un grito que pas como una tromba, partiendo

    en dos la oscura sabana, estremeciendo aquellos parajes y de-jando atnitos, inmviles, a aquellos hombres: Vuelvan caras!

    Teniente Hugo Chvez FrasBatalln Blindado Bravos de Apure

    Maracay, febrero 1980

    pROfEsIONALIsmO dEL OfICIAL vENEZOLANO

    I. INTRODUCCIN

    La ausencia de valores, que actualmente sacude al mundo ente-ro en general y a Venezuela en particular, se ha propagado inexorablemente por todos los sectores y a todos los niveles de la vida nacional. Las Fuerzas Armadas no pueden, de ninguna forma, escapar de estos problemas sociales, por cuanto son par-te del conglomerado venezolano.

    Por este fenmeno que nadie puede negar, en nuestro Ejrcito se han venido presentando una serie de problemas que inciden negativamente en el profesionalismo del oficial.

    II. POSIBLES CAUSAS DE LA FALTA DE PROFESIONALISMO

    1. Errores en el enfoque general de la carrera militar Partiendo de la misma base de formacin, nos encontramos

    con que en la campaa de captacin de aspirantes a la Acade-

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    mia Militar de Venezuela, se plantea al estudiantado la posibi-lidad de continuar estudios universitarios posteriormente a su egreso como oficial del Ejrcito. Esto lleva a los jvenes, des-conocedores de la realidad con la cual se van a conseguir, a plantearse objetivos totalmente ajenos a las necesidades de la fuerza. As vemos oficiales recin egresados de la Academia Militar, quienes en vez de buscar la prctica y el afianzamiento en el mando de tropas, razn de ser de nuestra existencia, bus-can la forma de ingresar a cualquier instituto de educacin su-perior, descuidando las cuestiones intrnsecas y sagradas de la profesin militar. Valdra la pena recordar una frase del gene-ral Simn Bolvar: Yo sigo la gloriosa carrera de las armas por lograr el honor que ellas dan, para libertar a mi patria y para merecer las bendiciones de los pueblos.

    Los militares de hoy tenemos un gran compromiso en la for-macin del Ejrcito del futuro, en medio de un mundo convul-sionado al extremo.

    2. Aceptacin de falsos valoresIntereses personales tales como: el deseo de llegar a ser im-

    portante; el deseo de llegar a ocupar posiciones sociales ms elevadas; entre otros, han contribuido a tergiversar la calidad del profesional militar. Hemos tendido a confundirnos con ese tipo de valores destructores, en vez de inspirarnos en un pen-samiento profundo, basado en ideas grandiosas que nos obli-guen a darlo todo en beneficio de la institucin armada y, por ende, del pas.

    3. Desprestigio de la profesinSin nimo de caer en crticas destructivas contra institutos

    que fueron formados, seguramente, con la mejor de las inten-ciones, es necesario plantear y expresar el dao que ha sufrido la profesin con la incorporacin de un nuevo tipo de oficial, al cual se pretende exigir el mismo nivel de rendimiento que a los oficiales de Academia.

    Asignndoseles cargos o puestos para los cuale s no fueron ca-pacitados en su corto tiempo de formacin, ocasionando daos graves a la organizacin.

    III. EL AMOR A LA PROFESIN

    Es necesario que en los institutos de formacin de oficiales sean inyectadas y alimentadas en el personal una serie de condicio-nes que lleven hacia la consecucin de un oficial integral.

    Entre estas condiciones, ocupa lugar privilegiado el amor por la profesin y un acentuado espritu de sacrificio. El oficial que posea estas condiciones, aunque no sea un grado superlativo, indudablemente ser un verdadero profesional de las armas.

    IV. RECOMENDACIN

    Esta seccin recomienda, muy respetuosamente, sea hecho un estudio a fondo de las causas que han venido originando un de-terioro en el profesionalismo del oficial, a fin de atacarlas,

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    mediante la elaboracin y definicin de un perfil del oficial del Ejrcito, el cual sera tomado como base en la formacin militar de los cadetes de la Academia Militar de Venezuela.

    Tte. Hugo Rafael Chvez FrasJefe de la Seccin de Personal

    Cuartel Abelardo MridaMaracay, diciembre 1980

    EvOLUCIN dE LA BANdERA dE vENEZUELA

    1797-1930

    Seor: Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la soberana nacional para que ejerza su voluntad absoluta!

    Simn Bolvar

    El presente trabajo fue publicado en forma de folleto por la Se-cretara Permanente del Consejo Nacional de Seguridad y De-fensa, en septiembre de 1989, fecha para la cual Hugo Chvez Fras tena el grado de mayor del Ejrcito.

    Se realiz bajo la direccin del General de Divisin Arnoldo Rodrguez Ochoa, quien escribi la presentacin del folleto que se transcribe a continuacin.

    Los dibujos son de Luis Alarcn Mrquez.

    El editor

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    BANdERA dE gUAL y EspAA

    AO 1797

    El 13 de julio de 1797, fue descubierta la conspiracin de don Ma-nuel Gual y don Jos Mara Espaa, quienes fueron hechos prisio-neros, y en cuyo poder fue hallado el diseo de su bandera.

    En su parte superior izquierda, sobre un rectngulo blanco, se destaca un reluciente sol, smbolo de la patria y de la igualdad, que es la ley, que debe ser una para todos.1

    Sobre la franja horizontal inferior, de color azul, descansan cuatro estrellas blancas, representando las cuatro provincias: Cuman, Guayana, Maracaibo y Caracas.

    Y las cuatro franjas verticales de color amarillo, rojo, blanco y azul representan la unin de las razas de indios, negros, blancos y pardos, y los fines polticos del Movimiento: Igualdad, Liber-tad, Propiedad y Seguridad.

    1. Vargas, Francisco Alejandro. Los smbolos sagrados de la nacin venezola-na, pg. 33.

    Bandera de Gual y Espaa1797

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    BANdERA dE mIRANdA pROyECTO dEL EjRCITO COLUmBIANO

    AO 1800

    En el Archivo General de Indias, en Sevilla, reposa un Catlogo de documentos, en el cual aparece el primer tricolor mirandino, bajo el nombre Bandera de Miranda para su proyectado Ejrcito con el nombre de Columbiano.

    Presenta tres franjas paralelas e iguales, con los colores negro, encarnado y amarillo, los cuales representan las razas de negros, pardos e indios, sobre cuya igualdad habra de estructurarse el ejrcito del Generalsimo.

    Bandera de MirandaProyecto del Ejrcito Columbiano

    1800

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    BANdERA dE mIRANdABANdERA NAvAL

    AO 1806

    Esta fue la bandera izada en el mstil de la corbeta Leander.Era de color azul, smbolo del mar y del cielo, el color del nue-

    vo mundo.

    Simbolizada por el sol, la libertad americana se levanta en el horizonte, en tanto que el podero de Espaa, re-presentado por la luna, comienza a declinar.2

    Un gallardete rojo corona la ensea, con una divisa en letras maysculas: Muera la tirana y viva la libertad.

    Esta insignia fue testigo del empeo heroico del Generalsi-mo, en pos de su sueo: Columbeia.

    2. Snchez, Manuel Segundo. Boletn de la Academia Nacional de la Historia. N 18, pg. 686.

    Bandera de Miranda. Bandera Naval1806

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    CUCARdA dE LOs REvOLUCIONARIOs

    4 DE MAYO DE 1810

    El da viernes 4 de mayo de 1810, la Gaceta de Caracas, en su N 96, public un acuerdo de la Suprema Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, en el cual se instituye la cu-carda que los revolucionarios deberan llevar a la altura del bra-zo izquierdo:

    Se ha fijado e interpretado la cucarda que se ha per-mitido llevar a los habitantes de Venezuela en la for-ma siguiente:Los colores rojo y amarillo significan la Bandera Espa-ola que nos es comn, y el negro nuestra alianza con la Inglaterra, timbreados stos con el retrato, o las inicia-les del Augusto nombre de Fernando VII, a cuya liber-tad se han dirigido los esfuerzos combinados de ambas naciones y los votos generales de la Amrica.

    Esta cucarda, convertida posteriormente en bandera, refleja el fin poltico del momento: la adhesin a la autoridad del rey de Espaa, prisionero para entonces de Napolen Bonaparte.

    Cucarda de los revolucionarios4 de mayo de 1810

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    BANdERA dE LA INdIA

    AO 1811

    El 14 de julio de 1811, en el Acto de Proclamacin de la Inde-pendencia, fue enarbolada la bandera de la Confederacin Ve-nezolana, con tres franjas horizontales: amarillo, azul menos ancho y encarnado menos ancho que el anterior.

    Esta bandera fue diseada por la comisin que al efecto desig-n el Congreso Constituyente de Venezuela, formada por el ge-neral Francisco de Miranda, el capitn de fragata Lino de Cle-mente y Palacios, y el capitn de artillera Jos de Sata y Bussy.

    Sobre la franja amarilla, en el extremo superior izquierdo, apa-rece el siguiente escudo de armas: una india, sentada en una ro-ca y portando en la mano izquierda un asta rematada por un go-rro frigio, rodeada por diversos smbolos del desarrollo: el co-mercio, las ciencias, las artes, un caimn y vegetales.

    Adems, trae dos inscripciones premonitorias: a la espalda de la india, Venezuela libre y a sus pies, Columbia.

    La utopa de Colombia la Grande apareci en este pabelln que sera bautizado con sangre en los encarnizados combates de la Primera Repblica.

    Bandera de la India1811

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    BANdERA dEL gOBIERNO fEdERAL

    PAMPATAR, 12 DE MAYO DE 1817

    En plena guerra de Independencia, despus de haberse perdido la Primera y la Segunda repblicas, el poder del Gobierno Fede-ral fue instalado en Pampatar, isla de Margarita, el 12 de mayo de 1817.

    En decreto del 17 del mismo mes, se establece el nuevo trico-lor patrio, a ser usado en los buques de guerra de la repblica: se conservan de la misma forma las franjas amarillo, azul y rojo, pero colocando siete estrellas azules en el campo amarillo, las cuales representan las provincias unidas de Caracas, Cuman, Barinas, Barcelona, Margarita, Mrida y Trujillo, integrantes de la Confederacin Venezolana al momento de la firma del Acta de nuestra Independencia.

    Bandera del Gobierno FederalPampatar, 12 de mayo de 1817

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    BANdERA dE ANgOsTURA

    20 DE NOVIEMBRE DE 1817

    Tras la victoriosa Campaa de Guayana, el general Simn Bol-var incorpora la octava estrella al tricolor sobre el campo amari-llo, en representacin de la nueva provincia liberada.

    En el Palacio de Gobierno de Angostura, el 20 de noviembre de 1918, el Libertador dict el siguiente decreto:

    Habindose aumentado el nmero de provincias que componen la Repblica de Venezuela por la incorpora-cin de la Guayana, decretada el 15 de octubre ltimo, he decretado y decreto:Artculo nico.-A las siete estrellas que lleva la Bande-ra Nacional de Venezuela, se aadir una, como emble-ma de la Provincia de Guayana, de modo que el nme-ro de las estrellas ser en adelante de ocho.Dado, firmado de mi mano, sellado con el sello pro-visional del Estado y refrendado por el Secretario del Despacho, en el Palacio de Gobierno de la ciudad de Angostura, a 20 de noviembre de 1817 7.

    Bandera de Angostura20 de noviembre de 1817

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    BANdERA dE LA gRAN COLOmBIA

    4 DE OCTUBRE DE 1821

    La utopa bolivariana tom cuerpo en territorio americano el 17 de diciembre de 1819, al dictar el Congreso Constituyente de Angostura la Ley Fundamental de Colombia.

    Ms tarde, el Congreso General, reunido en la Villa del Rosa-rio de Ccuta, estableci, segn ley del 4 de octubre de 1821, la bandera de Colombia, tomando como inspiracin la misma adoptada por Venezuela en 1811, es decir, con las tres franjas horizontales de diferente anchura, pero incrustando en el mis-mo sitio donde se encontraba la india original el escudo de ar-mas de la Nueva Granada, para simbolizar la unin de ambas naciones en la magna obra bolivariana.

    El escudo de la Nueva Granada, enmarcado por un cuartel, lleva en su parte superior un cndor, smbolo de la soberana, el cual toma con su garra izquierda una granada y con la dere-cha una espada. Sobre la cabeza del cndor, una corona de lau-reles de la cual emergen dos cintas que flanquean el cuartel y se unen en su extremo inferior con la estrella de los libertadores, llevando el lema: Uixit et uincit et amore patri. En la parte in-ferior, una luna llena aparece a la vanguardia de una columna de diez estrellas.

    Bandera de la Gran Colombia4 de octubre de 1821

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    BANdERA dE LA REpBLICA dE COLOmBIA

    Al poco tiempo, despus de iniciarse la Campaa del Sur y ante la liberacin de nuevas nacionesEcuador y Per y la poste-rior creacin de Bolivia, fue instituida una bandera para la Gran Repblica de Colombia.

    Ahora, con un escudo de armas sobre la franja azul central:

    Dos cornucopias llenas de frutas y flores de los pases fros, templados y clidos (como signos de la abundan-cia, smbolos de fuerza y unin), un hacecillo de lanzas con la segur atravesada, arcos y flechas enlazados, ata-dos con cintas tricolor en la parte inferior.3

    Todo ese conjunto rodeado por un crculo en el cual aparece inscrito lo siguiente: Repblica de Colombia.

    3. Rojas, Arstides. Lecturas histricas.

    Bandera de la Repblica de Colombia

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    BANdERA dE LA REpBLICA dE vENEZUELA

    AO 1830

    La Unin Colombiana se desintegr en 1830 y el sueo de Bol-var sigui la misma suerte de los surcos abiertos con su arar en el mar.

    El 6 de mayo de ese ao, fue instalado el Congreso Constituyen-te en la ciudad de Valencia, el cual decret la bandera de la Rep-blica de Venezuela, el 14 de octubre, manteniendo las tres franjas (amarillo, azul y rojo) pero cambiando el escudo de armas.

    El Escudo de Armas para el Estado de Venezuela ser provisionalmente, hasta la reunin de las prximas le-gislaturas, el mismo de Colombia, con la diferencia que las cornucopias sern vueltas abajo y en la parte interior del valo llevar la inscripcin Estado de Venezuela. Esta ltima fue cambiada por Repblica de Venezuela.

    Las cornucopias volteadas parecan entonces anunciar la po-ca que estaba comenzando, con sus tragedias sociales, polticas y econmicas, cuyos vientos huracanados marcaron el naci-miento de la Repblica.

    Bandera de la Repblica de VenezuelaAo 1830

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    BANdERA dE fRANjAs IgUALEs

    AO 1836

    El Soberano Congreso de la Repblica decret, el 20 de abril de 1836, la reforma sobre el escudo de armas de 1830 y estableci el nuevo pabelln nacional:

    El Pabelln Nacional ser sin alteracin alguna el que adopt Venezuela desde el ao 1811, en que proclam su independencia, cuyos colores son: amarillo, azul y rojo en listas horizontales.Las Banderas que se enarbolasen en los buques de gue-rra, en las fortalezas y dems parajes pblicos y las que desplegasen los agentes de la Repblica en el exterior lle-varn el Escudo de Armas en el tercio del color amarillo.

    Con la aparicin de esta bandera, engalanando las alboradas de la Repblica, surgen dos nuevos elementos: por primera vez las tres franjas presentan el mismo dimetro y, adems, hace su aparicin el escudo de armas, muy similar al actual.

    Bandera de Franjas IgualesAo 1836

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    H u g o C H v e z F r a s u n b r a z a l e t e t r i C o l o r

    En efecto, en decreto del 18 de abril, el Soberano Congreso esta-bleci el Escudo:

    Las Armas de Venezuela sern un Escudo, cuyo cam-po llevar los colores del Pabelln Venezolano en tres cuarteles. El cuartel de la derecha ser rojo y en l se co-locar un manojo de mieses, que tendr tantas espigas cuantas sean las provincias de Venezuela y simbolizn-dose a la vez la unin de stas bajo el sistema poltico y la riqueza de su suelo. El de la izquierda ser amarillo y como emblema del triunfo llevar armas y pabellones enlazados con una corona de laurel.El tercer cuartel, que ocupar toda la parte inferior, ser azul y contendr un caballo indmito, blanco, empre-sa de la independencia. El Escudo tendr por timbre el emblema de la abundancia que Venezuela haba adop-tado por divisa, y en la parte inferior una rama de lau-rel y una palma, todos con tiras azules y encarnadas en que se leern en letra de oro, las inscripciones siguien-tes: Libertad 19 de Abril de 1810 5 de Julio de 1811; y en la parte inferior del escudo: Estado de Venezuela.

    BANdERA dE LA fEdERACIN

    CORO, FEBRERO 1859

    El 20 de febrero de 1859, se inici, en Coro, la Revolucin Federal.

    El cielo encapotadoanuncia tempestadoligarcas tembladviva la libertad.

    Al comps de este canto que a los pocos meses incendiara los caminos y campos de Venezuela, surgi una nueva bandera, de-cretada en Coro el 25 del mismo mes:

    El gobierno provisional del Estado Coro, en ejercicio de las funciones generales de la Federacin

    DECRETA1. El Pabelln Nacional es el de la extinguida Repbli-ca de Venezuela, con la adicin de siete estrellas azules en la franja amarilla, para simbolizar con su nmero las siete provincias que constituyeron la Federacin Vene-zolana del ao undcimo.

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    H u g o C H v e z F r a s u n b r a z a l e t e t r i C o l o r

    El Ejrcito y la Armada usarn este pabelln hasta que la Asamblea General de los Estados decrete lo que cre-yese conveniente.

    Dado en Coro, a 25 de Febrero de 1859, Ao 1 de la Federacin.

    Bandera de la FederacinCoro, febrero 1859

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    BANdERA dE LA fEdERACIN

    BARINAS, JUNIO 1859

    Muy pronto, el general Ezequiel Zamora se convirti en el lder indiscutible de la Guerra Federal. Y desde Barinas, en junio del ao 1859, dict un decreto estableciendo el pabelln de los esta-dos federales:

    El Pabelln de los Estados Federales es el mismo de la Repblica, con la diferencia que en la franja amarilla llevar veinte estrellas azules, que simbolicen las veinte provincias que forman la Federacin Venezolana.

    Ezequiel Zamora

    Bandera de la FederacinBarinas, junio 1859

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    BANdERA dECRETAdA pOR EL gENERAL jUAN CRIssTOmO

    FALCN 29 DE JULIO DE 1863

    Una vez triunfante la Revolucin Federal y habiendo asumido la Presidencia, el general Juan Crisstomo Falcn emiti un de-creto por el cual se estableca que el Pabelln Nacio