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FRANZ BRENTANO ARISTÓTELES HUNAB KU PROYECTO BAKTUN

Brentano Franz Aristoteles

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FRANZ BRENTANO

ARISTÓTELES

H U N A B K U

P R O Y E C T O B A K T U N

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F R A N Z B R E N T A N O

ARISTÓTELESTraducción del alemán

por

MOISÉS SÁNCHEZ BARRADOCatedrático del Instituto de Burgos

EDITORIAL LABOR, S. A. : BARCELONA - BUENOS AIRES

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P R O L O G O

De entre los conocimientos, aventaja, según Aristó-teles, a todos los otros en valor y dignidad el que él de-nomina « sabiduría » ; más aún, su contemplación conti-nua nos hace partícipes, según él mismo, de la más altafelicidad de que el hombre es capaz en principio. Todoslos biógrafos de Aristóteles están en esto conformes ;pero cuando luego pasan a exponer la doctrina aristo-télica sobre la sabiduría, nos presentan algo tan inar-mónico y tan plagado de evidentes absurdos, que nopuede uno menos de sentirse disgustado.

Y si eso es ya bastante para despertar desconfianza,todavía es más sospechoso su modo total de procederen la investigación del pensamiento y de las doctrinasaristotélicas. Cuando tropiezan con dos tesis que pa-recen contradecirse de la manera más extraña, sinandar en más averiguaciones pretenden que hay unareal contradicción y se preguntan, por consiguiente, cuálde las dos afirmaciones contradictorias habrá que pre-ferir en la exposición como la propia de Aristóteles. Y,sin embargo, lo más fácil sería presumir que aquellospasajes podrían entenderse en otro sentido que losarmonizara entre sí, y con la ventaja de que lo que,

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a primera vista, parecía crear una dificultad a la com-prensión, sirve más bien para facilitarla, pues la nece-sidad de justipreciar simultáneamente dos afirmacionesal parecer contradictorias, es un puntal firme para lainterpretación de una y otra. Y todavía más. Quizála explicación de la coherencia de un juicio con otro,exige ciertos conceptos intermediarios, descubriéndo-senos así la totalidad del pensamiento aristotélico deuna manera mucho más completa.

Ese camino es precisamente el que yo he tomado,y creo así, aprovechando varias indicaciones desparra-madas en las distintas obras, haber llegado a un resul-tado que se recomienda de una parte por su coherencia,y de otra porque, apoyándonos en él, se comprende muybien cómo Aristóteles podía detenerse con alta com-placencia en la contemplación de una concepción deluniverso así configurada.

Cierto que la teoría aristotélica de la sabiduría eshoy insostenible en su totalidad y que varias partesde la misma están completamente superadas. Sin em-bargo, estoy convencido de que si se la comprende bien,aun hoy puede ser su estudio verdaderamente prove-choso. Yo, por mi parte, no hago más que cumplir undeber de gratitud al reconocer que, cuando de joven meempecé a ocupar de Filosofía en una época de la másprofunda decadencia para la misma, ningún maestrocontribuyó más que Aristóteles a iniciarme en el ver-dadero camino de la investigación.

Hubo ciertamente que poner lo que de él recibí, enrelación con multitud de conquistas científicas de épo-

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cas posteriores, tomando así mucho, si bien no todo, dela herencia aristotélica una forma esencialmente nueva.Podría, no obstante, aun hoy suscribir las siguienteslíneas que un día escribí en su álbum a uno de misoyentes de la Universidad de Viena, que me las pidióamablemente :

De qué raza desciendo, oídlo, vosotros, los blasonados.Semilla soy de Sócrates, el que a Platón produjo.Platón creó la fuerza de Aristóteles, nunca envejecida.Como no se marchitó la novia que él, amante, se escogió.Dos milenios pasaron, aún florece y da brotes el himeneo aquel;Aun hoy, me glorío de proceder de ese, y no de otro conyugio.A ti, Eudeumo, el piadoso, saiudo cual a hermano,Y a ti también, boca divina, Teofrasto, dulce como el vino de

[Lesbos.Por haberle sido ya ofrendado tarde y ser el más joven de los suyos,Me ha preferido, tiernamente, el padre, a todos los demás.

Son ya muy instructivos los múltiples puntos decontacto y aun de concordancia de la teoría aristotélicade la sabiduría con la de nuestro gran Leibniz. Se haridiculizado el magnánimo optimismo de éste, pero hoyse empieza a ser más justo con la significación de sudoctrina. Seguramente ha de salir ésta ganando al notarque la filosofía helénica dio expresión y alta estima a lasmismas convicciones que el eminente y moderno pen-sador enseñó de la manera más fervorosa y en las quevio los fundamentos de una vida verdaderamente hu-mana y digna.

He procurado hacer la exposición todo lo más ceñidaposible. Pero, dada la profunda oposición en que sehalla con las concepciones corrientes, no era posibleevitar siempre una demostración a fondo y una refuta-

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ción de las objeciones más principales. Y habría tenidoque ser aun más extenso, si respecto a algunos de lospuntos más discutidos, como, verbigracia, la doctrinadel νους ποιητικός (el entendimiento activo), la delobrar del Dios aristotélico, así como la de la anima-ción del hombre y del origen del género humano,no hubiera podido remitirme a las respectivas explica-ciones que doy en mi Psicología de Aristóteles y en mitratado próximo a aparecer: Doctrina de Aristótelessobre el origen del espíritu humano.

Franz Brentano

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VidaSi contando siempre entre los más altos bienhechores

de la humanidad a los investigadores científicos, damosla superioridad a unos sobre otros, sea por haber ejer-citado su actividad en más ricos y variados trabajoso en un más alto campo, sea por haber obtenido ma-yores resultados positivos o haber influido a sus con-temporáneos o sucesores de modo más amplio y dura-dero, seguramente y bajo todos estos aspectos, ningunoquizá tenga más derecho que Aristóteles a tal homenajede gratitud.

Había nacido en 384 a. C., en Estagira, cmdad-colonia de los griegos en Macedonia. Sus padres ydemás antepasados habían sido médicos de los reyesde aquella nación. Pero espiritualmente podía con másrazón llamar a Atenas su patria, pues habiéndose tras-ladado a ella a los 17 años, no la abandonó en veinteaños, y esto sólo por algo más de un decenio. Allí recibiótoda su formación científica, allí puso cátedra y allíparece haber compuesto todos los escritos que de élposeemos. Sus sentidos estaban abiertos a todos losnobles estímulos que entonces podía recibir de Atenas.Pero ante todo le atrajo Platón, cuya escuela frecuentódesde luego y cuyo influjo, a pesar de toda la atención

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que Aristóteles consagró más tarde a los antiguos filó-sofos y singularmente a los de la escuela jónica, se hacenotar por encima de la de todos los demás, lo mismoen la filosofía teorética que en la práctica. No cabe dudatampoco, de que en todo tiempo se sintió obligado res-pecto a aquél a la más profunda gratitud. Así nos hablaOlimpiodoro de un discurso epidéctico (un panegírico)escrito por Aristóteles en honor de Platón, y del poemaelegiaco en que Aristóteles celebró a su amigo muerto,el cipriota Eudemo, nos hace notar un pasaje, en quea la alabanza del noble muerto se mezcla la expresiónde la admiración más alta hacia Platón, entonces to-davía en vida :

« Apenas pisó el umbral radiante de la ciudad de Cécrope.Erige, piadoso y devoto, el altar de la santa amistadA aquel, hasta cuya alabanza Temis prohibe al malo,Quien el primero de los mortales, el único, claramente demostróCon su vida, primero, y con su convincente palabra, después,Cómo hay un camino que lleva a la virtud y a la felicidad.Pero a nadie encuentra dispuesto tal nuncio de salud. (1).

Y ese sentimiento de la más alta veneración no seapagó jamás. No se puede dar más eficaz expresión alsentimiento de una deuda de gratitud nunca extinguidaal maestro que le inició en la sabiduría, que como lohace Aristóteles en el crepúsculo de su vida en los librosde la amistad. Es el caso mismo, dice él, de los bene-ficios recibidos de los padres y de la providencia divina,que no se acaban nunca de pagar.

(1) Eudemo había muerto en Sicilia envuelto en el últimoensayo fracasado de reforma de Platón.

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Cierto que a pesar de esos sentimientos para conPlatón, a cuyas doctrinas parece haberse adherido to-talmente en sus primeros ensayos escritos, lo combatióluego en varios puntos muy principales. Pero él mismose explica respecto a este punto con la bella frase deque la verdad debe sernos más querida que el másíntimo amigo y que por la verdad debemos renunciaraun a las propias convicciones. Esa crítica despreocu-pada que en sus años de madurez no tuvo inconvenienteen ejercitar incluso personalmente frente a Platón, lehonra mucho aun habiendo con ello dado ocasión a lashablillas de malas lenguas (de los epicúreos), que que-rían arrojar una luz desfavorable lo mismo sobre él quesobre Platón.

Es un hecho de experiencia y que Aristóteles mismomenciona y explica ocasionalmente, que suscitan másamor en el hombre los beneficios hechos que los reci-bidos. No puede dudarse por lo tanto de que Aristótelestuvo siempre una cálida simpatía para con AlejandroMagno, cuya educación le había encomendado el reyFilipo, y sobre cuyo espíritu y corazón había ejercitadola más bienhechora influencia. Pero tampoco esa sim-patía le llevó a aprobar en un todo la conducta delgrande hombre, como soberano. Y hasta, si bien seadvierte, no es posible desconocer que más de unasentencia importante de sus libros sobre el Estadoparecen hechas para señalar como falsos y reprensibleslos fines que perseguía Alejandro. Éste, en su afán do-minador, no pensaba más que en la guerra y en la ex-tensión cada vez mayor de su imperio. Aristóteles dice,

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en cambio, que todos los Estados cuyas institucionestienen por fin principal la guerra, son Estados fraca-sados en principio, y se muestra contrario a una ex-tensión ilimitada del Estado. Pues que al contrario dela divinidad, cuyo gobierno puede abarcar el universoinfinito, el hombre es limitado en todas sus fuerzas,y, en consecuencia, el Estado como todo organismo, tieneuna cierta magnitud natural y relativamente corta. Elrebasamiento de esa medida tiene que traer consigo, porlo tanto, no un acrecimiento sino una mengua de per-fección. Las mismas relaciones personales que con lacorte macedónica tuvieron Aristóteles y sus mayores, nole impidieron estimar poco conveniente al bienestar delEstado la monarquía hereditaria.

La vida de Aristóteles fue muy agitada. Habiendoquedado muy pronto huérfano de padre y madre, tuvola suerte de encontrar unos cariñosos segundos padresen Proxeno y su mujer que dirigieron sus primerospasos por el camino de la virtud y le guardaron fiel-mente su no insignificante patrimonio paterno. Todavíales consagra un recuerdo de gratitud en su testamento.Después de la muerte de Platón y accediendo a unainvitación del príncipe Mérmelas, marchó a Atarneo,donde fue testigo de la súbita caída y muerte de aquelnoble amigo. Después de salvar por la huida a Pitias,sobrina e hija adoptiva del mismo, la tomó por esposa.Pero pronto se la arrebató también la muerte. Sin em-bargo, aunque entretanto había contraído un. nuevoenlace con Herpile de Estagira, todavía se acuerda deaquélla con cariño en su testamento. Algunos quieren

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ARISTÓTELES 1 ¡V

hacernos creer que aquel segundo enlace fue un meroconcubinato, pero por muy diferente que hubiera sidola condición social de Herpile de la de Pitias, no hayque pensar en relaciones como las que designamos conaquel nombre. La injusticia que suponen éstas paracon la mujer, contradice en absoluto aquel sentido, tanconocido de Aristóteles para la rectitud y la amistad.V en efecto, a Herpile que le dio a su Nicómaco, le fueencomendada como a su segunda madre, la educaciónde una hija que le dejó su primera mujer. Vemos, porotra parte, cómo se ocupa en. su testamento del por-venir de su futura viuda con una disposición muy sig-nificativa para la cuestión que nos ocupa. «Se la hade casar, dice, por segunda vez, en caso de que ella loquiera, pero sólo con un hombre que sea digno deella ». Vemos, pues, que para aquella segunda unióndebió existir alguna sanción, ante todo la de la con-ciencia.

En general, su, testamento encierra muchas cosasque nos acaban de revelar su noble personalidad, enespecial ciertas disposiciones en relación con los es-clavos que dejaba,'demostrando en ellas que si él ensu Ética nos manda ver en el esclavo no sólo al esclavo,una especie de instrumento vivo, sino al hombre, tam-bién supo acomodar a la' teoría su propia conductadel modo más bello.

Poco antes de su muerte fue alcanzado por gravesinfortunios. Hubo de pasar por la amargura de ver queAlejandro, embriagado, había dado muerte en un accesode cólera a su noble sobrino Calístenes. Cuando murió

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Κ) Κ Π Α Ν Ζ BHKSTA.NO

Alejandro y llegó la noticia a Atenas, Aristóteles, quesiempre había sido fiel y agradecido a todo favor, ex-perimentó la más negra ingratitud de parte de aquellaciudad, en cuyo favor había tantas veces hecho valersu influencia ante la corte macedónica. A causa de unpoema que conservamos, en que celebraba al amigomuerto Hermeias, se le movió la acusación de habertributado honores divinos a un hombre. Conociendobien los apasionamientos del pueblo se sustrajo alproceso huyendo, siendo empero condenado a muerteen. rebeldía.

A pesar de haber sido por completo ajeno a la po-lítica de Alejandro, no se libró de ser alcanzado por losfurores del odio largamente reprimido contra el poderíomacedónico y que al estallar violentos hostilizaron lapersona del gran Estagirita.

Se ha contrapuesto esa falta de todo intento deintervención práctica en la política de Alejandro conla conducta de Platón, que hizo varios viajes a Siracusapara reformar aquel Estado con arreglo a sus máximaspolíticas. Pero ha sido error grande pretender ex-plicar ese contraste por la preferencia que Aristótelestenía para la vida contemplativa respecto de la práctica.Precisamente esa preferencia por la contemplación seencuentra lo mismo en Platón que en Aristóteles. Y siPlatón, a pesar de ese amor por la contemplación, sos-tenía que el filósofo debe ocuparse en el gobierno delEstado, poique en un Estado no andan bien los cosashasta que el filósofo llegue a rey o el rey sepa filosofarbien, Aristóteles era de ese mismo parecer. Indudable-

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mente hubiera sacrificado gustoso una parte de sutiempo libre, para él de tanto precio, si hubiera vistoa Alejandra inclinado a prestar oídos, aun como prín-cipe, a las doctrinas y consejos de su educador, üeseguro que esos consejos no se hubieran apartado,tanto como ocurrió con más de una idea revolucionariade Platón, de los caminos que la experiencia evidenciabacomo verdaderamente viables. Si Aristóteles se hubierarealmente y en principio limitado a la investigación yno hubiera querido tener participación alguna en lapolítica ¿cómo hubiera aceptado tan de buen grado lainvitación del rey Filipo? Desde luego que Alejandrojba a ser educado, no para investigador, sino para di-rector de un Estado. Y, seguramente, no aceptó la proposición de Filipo por la remuneración que de él espe -rase, sino por parecerle de éxito más probable el intentode ganar para sus ideas políticas a un joven príncipe,que no a un tirano asentado ya en el trono, comoPlatón pretendió.

Aristóteles murió a los 62 años de edad en Calcisde Eubea, que había acogido al fugitivo en el veranodelÉaño 322 a. de J. C. Del mismo modo que en vidaeclipsó con su escuela del Liceo (que recibió su nombrede Peripatética del paseo cubierto del mismo) a laAcademia (que estaba bajo la dirección de Speusipo),asi también luego en. poder de sus inmediatos sucesores,el primero de los cuales fue Teofrasto. Al lado de éstehay que nombrar también a Eudemo, el autor de laética conocida por su nombre, y que es el mejyor deSUS discípulos inmediatos. "

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Escritos

Pasemos ahora a los escritos del gran hombre,que habiendo ya en tiempos de Platón, hecho sus pri-meras armas de escritor, tomó por modelo a su maestroasí como en la materia, también en la forma de laexposición. Escribió varios diálogos, de los que empero 'sólo nos quedan insignificantes fragmentos. Era unempeño peligroso el querer rivalizar con Platón encuanto a la belleza de la forma. Pero parece ser que,si no llegó Aristóteles a ponerse a la altura del modelo,logró apropiarse algunas de sus excelencias, pues sólopor esos escritos, perdidos para nosotros, pudo Cicerónsentirse movido a celebrarle en segundo lugar despuésde Platón en cuanto al modo de presentar sus doctrinas,perfecto no sólo didáctica sino también estéticamente.

En cuanto a los escritos que conservamos, lo ceñidoy plástico de la expresión les da, aparte del interés defondo, un encanto especial. Pero dejan bastante quedesear (y precisamente más que ninguno, los más im-portantes) desde el punto de vista expositivo.

Hay repeticiones molestas ; una aclaración que hu-biera estado mejor antes, viene luego muy a destiempo;y hasta la primera condición que tiene derecho a exigirtodo lector, la claridad, es bastante deficiente. Unasveces la excesiva concisión, otras lo equívoco de lasexpresiones hace ininteligible más de un pasaje. Y esediverso sentido de una misma palabra no sólo tienelugar en pasajes diversos, sino que se permite ese cam-

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bio de significación aun dentro de un mismo pasaje ;más todavía, dentro de una misma frase.

Y lo más lamentable es que esa excesiva brevedad,de que nos quejamos, suele hacerse notar más espe-cialmente allí donde se trata de las cuestiones másimportantes y difíciles : circunstancia que ya en la An-tigüedad llevó a muchos a formular las más raras opi-niones. Se quiso ver en ello una intención expresa de ha-cerse ininteligible, pues, según ellos, pretendía que ciertasaltas verdades no fueran del dominio público sino re-servadas a su escuela. Otros sospechan que no sintién-dose bastante seguro en ciertas cuestiones, .en vez deconfesarlo sencilla y llanamente, hizo lo que el calamarhace para librarse de la persecución, arrojar tinta :para prevenir una posible crítica o refutación, se en-volvió en una artificiosa oscuridad. Si bien tales supo-siciones carecen de toda verosimilitud por incompati-bles con el carácter de Aristóteles tal como nos es co-nocido, no por eso dejan de dar un elocuente testimoniode esa falta de claridad que le censuramos. Claridadque, por otra parte, no podía ganar mucho con las nu-

. merosas faltas que pueden haberse deslizado en eltexto, de cuya inseguridad dan testimonio el gran nú-mero de variantes de los códices que se nos hatransmitido. Y lo más notable es que el intérprete sesiente a veces tentado a enmendar el texto aun allímismo donde convienen todos los códices, por lo demástan incongruentes entre sí: enmienda que puede serla verdadera aun. cambiando el sentido de un pasajeen todo lo contrario mediante la inserción de un simple

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ov (no). Claro es que no vamos a hacer responsableal escritor de las faltas de los copistas, pero po-demos en todo caso decir que en un texto difícil decomprender para los copistas por lo oscuro del es-tilo, era de esperar semejante irrupción de falsaslecciones.

Pero seremos, por lo demás, más benignos al cen-surar la oscuridad y los otros defectos de la exposiciónen Aristóteles, al tener en cuenta cuándo y cómo fueroncompuestos los escritos que aquél nos dejó. Hoy casiunánimemente se admite que la composición de todosellos corresponde a la época de la segunda estancia enAtenas, esto es, entre los años 385-322 a. de J. C. Labrevedad de este período está en razón inversa delasombroso número y variedad de los trabajos que enel mismo salieron a luz. Al mismo período pertenecenademás de las obras que nos quedan, otras perdidas,como, y sobre todo, la gran obra cuyo contenido erauna exposición histórica de las principales constitucio-nes políticas antiguas.

Y si se tienen también, en cuenta las siguientes cir-cunstancias : que Aristóteles tenía que dividir su tiempoentre la actividad de escritor y la enseñanza oral ; lasperturbaciones que a esa doble actividad habían dellevar los incidentes de la vida pública de entonces yde su vida privada ; y, finalmente, que, según se nosdice, fue de salud débil ¿qué de extraño tiene quenuestro autor, para cumplir el gran cometido que sehabía impuesto en servicio de la humanidad en otrosy más esenciales aspectos, renunciase al pleno desarrollo

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de su talento de escritor, que lo tenía, como lo demues-tran sus primeros escritos?

Ni uno solo de los escritos conservados lo publicóél mismo ; ninguno tampoco está realmente terminado,si bien unos menos que otros. Una buena parte de ellosdebieron servirle como de apuntes para sus conferen-cias (más o menos repetidos unos que otros). Algunos,empero, tienen tan del todo el carácter de un meroborrador que ni aun para aquello mismo habrían sidobastante.

Todo este conjunto de circunstancias dificultan,pues, esencialmente la recta comprensión de sus doc-trinas, y la dificultad se acrecería aún más, si admi-tiéramos como cosa demostrada, con algunos renom-brados críticos, que Aristóteles dice a veces cosas enque él mismo no cree. Tan pronto, según ellos, habríahecho las mayores concesiones a la opinión corrienteaun contra su propia convicción, como en la debelaciónde un enemigo no habría tenido inconveniente enecharle en cara algo que él mismo tiene por verdadero,sólo para crearle un ambiente desfavorable cerca deaquellos a quienes κε dirige ; finalmente, por afán delucir su maestría dialéctica, para poder acumular ra-zones, habría atacado al enemigo en ciertos respectosen que él mismo no está muy seguro.

Hay quien tiene estas malas mañas de escritor deAristóteles por tan indudables, que sobre ellas cons-truye un entero sistema exegético, indispensable, segúnellos, si no se quiere que toda la doctrina aristotélicaaparezca como un conjunto de contradicciones. Y hasta

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llegan a asegurar que cuando sólo ocasionalmente em-plea un principio aun para sacar de él importantes con-secuencias, su aserto no tiene tanta autoridad comoallí donde se ocupa en asentar y fundamentar ese prin-cipio. Admitir esto traería las peores consecuenciasdadas las incertidumbres que produce lo impreciso deJa expresión o la deficiente transmisión del texto.Porque es natural que los pasajes que tratan de funda-mentar un principio, sean pocos, quizá uno solo, mien-tras que la ocasión.· de emplearlo se repite con frecuencia;y, además, el principio, cuando es de gran alcance,contribuye a fijar el carácter del sistema en todos susrasgos esenciales. Y, en efecto, es infinitamente másfácil que por u.n descuido de frase o por una corrupcióndel texto se desfigure un pasaje, que no en igual medidaun. gran número de pasajes.

Y, de hecho, aquel axioma exegético ha llevado asacrificar a un pequeñísimo número de afirmacionesun número incomparablemente mayor de ellas que figu-rando en los más diversos escritos y siendo concordesentre sí, contradirían sin embargo a aquellas pocas, talcomo se las ha interpretado.

Felizmente, puedo yo asegurar en virtud de largosy esmerados estudios consagrados a Aristóteles, quetodas estas hipótesis de antemano tan extrañas son porcompleto infundadas y que se deben sólo a falsas in-terpretaciones, que no son muy de extrañar dadas lasdificultades que su comprensión ofrece. Nos propone-mos, pues, no hacer uso alguno de tales recursos hipo-téticos. Y si llegamos, a pesar de eso, a una exposición

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tan coherente como las otras, tenemos a nuestro favor(en virtud de las reglas de la verosimilitud) la ausenciade tanta complejidad de presuposiciones y, además, laventaja que resulta al verse por la comparación, quelas doctrinas a que aquéllos se ven llevados por sushipótesis artificiosas, resultan mucho menos armónicasen sí y se parecen mucho menos a la doctrina de lospredecesores y sucesores históricos de Aristóteles, comoasimismo a la de los grandes pensadores de otros tiemposque tienen mucho de común con Aristóteles. Son tanevidentemente absurdas, que un hombre que así inter-prete a Aristóteles, jamás podrá sentirse inclinado aadherirse a sus enseñanzas. En efecto, no se han sentidoinclinados a una interpretación" como la que hacennuestros modernos e hipercríticos exégetas, ni los in-mediatos sucesores del filósofo, ni Alejandro de Afro-disia, que por los años 200 d. de J. C. mereció el honrosotítulo de « exégeta en sentido eminente »(1), ni Simplicio,el más docto de los comentadores de Aristóteles y, paraquien éste es la más alta autoridad después de Platón,ni los filósofos árabes, ni los Escolásticos, para quienesAristóteles era, según palabra del Dante, « el maestrode los que saben ». En cambio vemos aparecer ese modode interpretar a Aristóteles en Ramus, que, como se

(1) Como prueba decisiva de ello, véase su comentario, indu-dablemente auténtico, del cap. 9 del libro I de la Metafísica.En cuanto al comentario que bajo su nombre nos ha llegado,al importante libro Λ de su Metafísica, FREUDENTHAL ha demos-trado su íalta de autenticidad de un modo irrebatible, en su obra :Los fragmentos de Alejandro a ¡a Metafísica de Aristóteles, conser-Patios por Averroes,

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sabe, rompió con Aristóteles hasta orí la Lógica, y queen virtud de una exégesis hasta entonces inaudita,esperaba coa mayor razón desacreditarle como meta-físico.

Y así debería decirse que el potente influjo que apesar de todo han ejercido siempre los escritos aristo-télicos en las más altas esferas de la filosofía, espropiamente atribuible a un Aristóteles mal compren-dido, no al verdadero Aristóteles. Vemos a Leibniz, porejemplo, mal guiado por Hamus, atribuir a Aristótelesun modo de pensar (con respecto a los problemas másaltos) muy parecido al que le atribuye la moderna in-terpretación y juzgar, por ello, muy despectivamente lateodicea aristotélica. Y si a pesar de todo está todavíatan poderosamente influido por Aristóteles aun en lascuestiones más importantes, sólo lo está de modo me-diato a través de los que habían hecho del filósofo,entendido de otro modo, su maestro. ¡Cuán distintahubiera sido la situación, si Leibniz hubiera cono-cido la verdadera doctrina de Aristóteles! ¡Con qué en-tusiasmo se hubiera referido a más de un rasgo con-cordante con los suyos! Y del mismo modo que a Leibnizse ve también a la época moderna privada por esemoderno oscurecimiento de la doctrina aristotélica deun influjo saludable y bendito precisamente en el másalto dominio del pensar, dejándose sólo sentir la in-fluencia aristotélica en disciplinas relativamente in-feriores.

Guardándonos, pues, de tener sin más por realmentecontradictorias las afirmaciones en apariencia inconcj-

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Hables del filósofo y de cohonestar oí extraño procederde repudiar las que parecen menos dignas de crédito,en obsequio a hipótesis aun más extrañas, la dificultadmisma de armonizar unas y otras dará más valor a lospuntales que se salven, de ese modo y diremos conAristóteles que la απορία (la dificultad) se convierte enίύπορία (facilidad). Será, pues, necesario buscar el modode hacer posible la conciliación de las varias aserciones,de modo que no sólo una afirmación dé luz para larecta interpretación de la otra, sino que así podamosllegar a reconstruir varios miembros del sistema totalaristotélico, que no siéndonos dados directamente ensu modo de expresarse sucinto y fragmentario, son, sinembargo, necesarios para reconstruir el conjunto. Laestructura ideológica de un gran pensador se parece alorganismo de un ser vivo, en. que la estructura de unaparte condiciona la de otra, y lo que consiguió Cuviercon los restos de los animales prehistóricos : por lanaturaleza de las partes existentes determinar del modomás exacto la de las partes que faltaban, eso mismodebe ser posible en una obra de filosofía como la deAristóteles. Y llegando así a la plena comprensión delverdadero carácter del todo, de modo que haga evidentela afinidad de este pensador con otros cuyas obras seconservan más completas, esa perspectiva nos propor-cionará nuevos medios de interpretación y nos llevaráa la más fácil comprensión de un caso por analogía conotro. Tales procedimientos nos proponemos utilizar yesperamos poder dar de ese modo una imagen muchomás completa del filósofo, sin rebasar nunca, claro

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está, los límites de la verosimilitud. No dejaremosnunca de indicar, cuándo algo se afirma directamente,cuándo se deduce con seguridad, cuándo se presumede modo más o menos probable. No nos podrá alcanzarpor parte de un crítico inteligente el reproche de faltara la exactitud, porque, no hace falta decirlo, al emplearesos medios auxiliares no renunciamos a ninguno delos que usan los demás sino que procuraremos hacer deellos un uso más amplio y cuidadoso. Y cuanto más seensanche nuestro cometido en virtud de lo expuesto,tanto meaos dejaremos de limitarlo, por otra parte, todolo posible dado el reducido espacio de que dispone-mos. (1).

Haremos también referencia, aunque no sea más que conunas palabras, a la cuestión de la cronología de los escritos aris-totélicos, y a lo que distingue los llamados « exotéricos » de losllamados «esotéricos ».

La cronología, sobre todo si está fundada en huellas de unaevolución doctrinal, puede tener una alta importancia para lacomprensión y ordenamiento sistemático de los varios sectoresdoctrinales. En Platón es, desde luego, innegable un gradual des-arrollo de pensamiento. ¿Cómo Aristóteles había de escapar aesa ley de transformación? El cambio es seguro, si se retrocedehasta la época en que escribió sus diálogos. Aun los pocos frag-mentos conservados dan testimonio de ello. Pero es corriente oírdecir que en los escritos sistemáticos que de él nos han llegadoapenas se notan diferencias de doctrina, y que esto nos obligaa suponer, o que esos escritos fueron compuestos en fechas muypróximas entre sí, o que Aristóteles (que no publicó por sí mismo

(1) Este estudio estaba destinado primitivamente a la obraeditada por el Dr. VON ÁSTER : Los grandes pensadores. De ahíla concisión que procuré darle, pero que en fin de cuentas no bastópara hacerlo aceptable por entero. Capítulos muy importantesque hubo que sacrificar, hallan cabida en esta edición separada.

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ninguno de esos escritos) debió hacer a posterior! las debidasrectificaciones.

Pero el espacio de más de doce años (que duró la composiciónde esos escritos sistemáticos) pudo hacer advertir algo que ofrecíareparo o que necesitaba reformar a un pensador que seguramenteno era tan presuntuoso que quisiera atribuir a todas sus aser-ciones la certeza de teoremas matemáticamente demostrados, yque más bien se manifiesta muy humilde respecto a la imperfec-ción de toda sabiduría humana. Y si eran fáciles de hacer a pos-teriori rectificaciones de poca monta, no así las que requeríanrefundiciones profundas.

Muchas veces advertimos que una aclaración que Aristótelestiene por necesaria, no la pone en el lugar que en el escrito lecorresponde, sino que la yuxtapone luego de un modo comple-tamente suelto, y a veces se siguen varias de esas rectificacionessin orden ninguno entre sí, de un modo desmañado. No queríani podía tomarse tiempo para más de eso, él, a quien ocupabanpor el momento otros problemas. Y ¿cómo habría de haberlo en-contrado, cuando se trataba no de un mero complemento dedetalle, sino más bien de una revisión que no podía haber llevadoa cabo sin importantes reelaboraciones? Para escritos aun noeditados por él, ni San Agustín se habría creído obligado a hacerun líber retractationum como lo hizo para los ya publicados por él.

Pero se dirá : y ¿a qué vienen todas esas reflexiones, si laexperiencia nos dice que de hecho tales refundiciones no han tenidolugar en los escritos sistemáticos de Aristóteles? Precisamente,creen ellos, si esa circunstancia nos priva la mayor parte de lasveces de la posibilidad de fijar su sucesión cronológica, la haceaparecer como no necesaria y nos dispensa, por lo tanto, de echarlade menos. Pero aun asi planteada la cuestión, creo habermeconvencido de lo contrario mediante una confrontación precisa.Es en especial en un punto, y punto muy importante, dondehe encontrado en Aristóteles una serie de cambios sucesivos.Y es en la teoría de la definición, sobre la que hace indicacionesen los Tópica, en los Segundos Analíticos, en los libros de laMetafísica, y de nuevo en el libro 4.° de la Meteorología y en elescrito De partibus animalium, indicaciones que lejos de ser com-patibles entre sí, se contradicen abiertamente en muchos puntos.Es importante comparar la conducta práctica de Aristótelescuando tiene que dar «na definición importante, y ver el concepto

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(le definición que es para él regulador, en las diferentes obras.Todo el inundo reconoce que los Topirtí es, de cutre los escritoslógicos conservados, el más temprano en el orden cronológico,l.a teoría de la def inic ión en los Senuntlo.i Analíticos tiene yamomentos enteramente nuevos. Jin ellos la definición se pone eníntima relación con el conocimiento por causas tal como deboresultar de la demostración científica, y se exige de aquélla quetenga en cuenta la causa en su cuádruple sentido de materia,forma, causa eficiente y causa final.

Pero de que propiamente sólo son definibles las sustancias,no se hace la menor mención ni aquí ni en los Tópica, sino que,por el contrario, los ejemplos todos se forman de la esfera de losaccidentes. Así, el libro 7.° de la Metafísica, al limitar la posibi-lidad de una definición en sentido estricto a las sustancias,sobrepasa lo que dijo en los Analíticos y contradice bien clara-mente a los Tópica, en los que había dicho que en la definición,la diferencia específica no puede contener el concepto del género,mientras que en el libro '¿ de la Metafísica se dice expresamentelo contrarío, debiendo cada ulterior diferencia contener la pre-cedente y ser, por consiguiente, la última diferencia igual en con-tenido a la definición entera. Sin ello, se dice en la Metafísica,faltaría al todo la unidad real. Ahora bien, en referencia a esaidea llega Aristóteles a una nueva y notable afirmación. Despuésde haber distinguido una clase de animales como «dotada depies », no cabe a su juicio distinguir luego como subclase, porejemplo, « animales con pies, alados », especificándose por mediode la diferencia«alados » como « animales con pies, alados », porqueen este caso la última diferencia no contendría las anteriores.Lo pertinente sería, partiendo de la clase inmediatamente ante-rior : « animales con pies », poner como subclase : « animales conpies de dedos articulados », verbigracia, ateniéndose siempre ala misma parte del animal en el avanzar de la definición.

Recuerda esto el método clasificatorio artificial de Linnco.Un cambio las reglas de clasificación que da Aristóteles en elescrito De partibus animalium, rechazan del modo más expresoel método recomendado en Metafísica 7., y al exigir que se tenganigualmente en cuenta todas las partes de los animales, resultaalgo parecido al método clasificatorio natural de I.inneo.

Otra considerable diferencia parece separar el De partibusanimalium de Metafísica Z, diferencia que también se advierte

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en un pasaje del capítulo f inal del libro - t .° de Meteoroloyia.El libro / de la Metafísica, que limita la definición en sentidoestricto a la categoría de sustancia, jamás manifiesta la con-vicción de que no tenemos de hecho conceptos sustancialesdiferenciales ; antes bien, no parece sino que Aristóteles estáconvencido de darnos tales ejemplos en los ejemplos por él esco-gidos. Kn cambio, la Meteorología dice de la manera más expresaque nos faltan por completo los conceptos diferenciales sustan-ciales, y deben ser sustituidos por determinaciones accidentalesque les acompañan como propiedades y sobre todo por la indi-cación de las actividades específicas que ejercita la respectivaespecie ; que esas actividades se destacan más en los seres vivosy que por eso se prestan mejor a la definición de especies loscuerpos vivos que los muertos, tn este punto se ha operado unaevolución en el pensamiento cíe Aristóteles, no solo respecto a lamanera de definir, sino también, según parece, respecto a la cog-noscibilidad de las substancias, y le vemos tomar una posiciónmuy parecida a la de Locke y Leibniz en sus ensayos sobre elentendimiento humano.

Esas mismas convicciones mantiene el escrito De partibusanimalium. No diferencias de substancias mismas, sino propie-dades que legadas a ellas como características de las mismas,en su conjunto nos ofrecen un substituto de aquéllas, es lo queempleamos en las definiciones, no habiendo inconveniente enemplear como características hasta determinaciones negativas.Estamos seguros de no equivocarnos al afirmar que la causa deestos grandes progresos en la teoría de la definición respectoal libro Ζ de la Metafísica, fueron los estudios que produjeronla Historia animalium. Como una especie de prenuncio de la futuratransformación de la doctrina de Metafísica 'L debe quizá con-siderarse el pasaje 3, p. 1029 a 11, en que se dice que si los acci-dentes fueran suprimidos parecería que no quedaba nada. Y pare-cen prepararla el terreno hasta algunos lugares de los Analyticaposteriora en que se habla de la busca de la definición como delúltimo fundamento de las propiedades. Creo, pues, haber des-truido el prejuicio de que no se puede encontrar por ningunaparte en los escritos sistemáticos, que nos quedan de Aristóteles,señal de una evolución esencial en su doctrina, bastando lo dichopara asentar la sucesión cronológica de algunos de sus más impor-tantes escritos. De ahí resulta también, contra lo que general-

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está, los límites de la verosimilitud. No dejaremosnunca de indicar, cuándo algo se afirma directamente,cuándo se deduce con seguridad, cuándo se presumede modo más o menos probable. No nos podrá alcanzarpor parte de un crítico inteligente el reproche de faltara la exactitud, porque, no hace falta decirlo, al emplearesos medios auxiliares no renunciamos a ninguno delos que usan los demás sino que procuraremos hacer deellos un uso más amplio y cuidadoso. Y cuanto más seensanche nuestro cometido en virtud de lo expuesto,tanto menos dejaremos de limitarlo, por otra parte, todolo posible dado el reducido espacio de que dispone-mos. (1).

Haremos también referencia, aunque no sea más que conunas palabras, a la cuestión de la cronología de los escritos aris-totélicos, y a lo que distingue los llamados « exotéricos » de losllamados « esotéricos ».

La cronología, sobre todo si está fundada en huellas de unaevolución doctrinal, puede tener una alta importancia para lacomprensión y ordenamiento sistemático de los varios sectoresdoctrinales. En Platón es, desde luego, innegable un gradual des-arrollo de pensamiento. ¿Cómo Aristóteles habia de escapar aesa ley de transformación? El cambio es seguro, si se retrocedehasta la época en que escribió sus diálogos. Aun los pocos frag-mentos conservados dan testimonio de ello. Pero es corriente oírdecir que en los escritos sistemáticos que de él nos han llegadoapenas se notan diferencias de doctrina, y que esto nos obligaa suponer, o que esos escritos fueron compuestos en fechas muypróximas entre sí, o que Aristóteles (que no publicó por sí mismo

(1) Este estudio estaba destinado primitivamente a la obraeditada por el Dr. vox ÁSTER : Los grandes pensadores. De ahíla concisión que procuré darle, pero que en fin de cuentas no bastópara hacerlo aceptable por entero. Capítulos muy importantesque hubo que sacrificar, hallan cabida en esta edición separada.

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ninguno de esos escritos) debió hacer a posterior! las debidasrectificaciones.

Pero el espacio de más de doce años (que duró la composiciónde esos escritos sistemáticos) pudo hacer advertir algo que ofrecíareparo o que necesitaba reformar a un pensador que seguramenteno era tan presuntuoso que quisiera atribuir a todas sus aser-ciones la certeza de teoremas matemáticamente demostrados, yque más bien se manifiesta muy humilde respecto a la imperfec-ción de toda sabiduría humana. Y si eran fáciles de hacer a pos-teriori rectificaciones de poca monta, no así las que requeríanrefundiciones profundas.

Muchas veces advertimos que una aclaración que Aristótelestiene por necesaria, no la pone en el lugar que en el escrito lecorresponde, sino que la yuxtapone luego de un modo comple-tamente suelto, y a veces se signen varias de esas rectificacionessin orden ninguno entre sí, de un modo desmañado. No queríani podía tomarse tiempo para más de eso, él, a quien ocupabanpor el momento otros problemas. Y ¿cómo habría de haberlo en-contrado, cuando se trataba no de un mero complemento dedetalle, sino más bien de una revisión que no podía haber llevadoa cabo sin importantes reelaboraciones'? Para escritos aun noeditados por él, ni San Agustín se habría creído obligado a hacerun líber retractationum como lo hizo para los ya publicados por él.

Pero se dirá : y ¿a qué vienen todas esas reflexiones, si laexperiencia nos dice que de hecho tales refundiciones no han tenidolugar en los escritos sistemáticos de Aristóteles? Precisamente,creen ellos, si esa circunstancia nos priva la mayor parte de lasveces de la posibilidad de fijar su sucesión cronológica, la haceaparecer como no necesaria y nos dispensa, por lo tanto, de echarlade menos. Pero aun así planteada la cuestión, creo habermeconvencido de lo contrario mediante una confrontación precisa.Es en especial en un punto, y punto muy importante, dondehe encontrado en Aristóteles una serie de cambios sucesivos.Y es en la teoría de la definición, sobre la que hace indicacionesen los Tópica, en los Segundos Analíticos, en los libros de laMetafísica, y de nuevo en el libro 4.° de la Meteorología y en elescrito De partibus animalium, indicaciones que lejos de ser com-patibles entre sí, se contradicen abiertamente en muchos puntos.Es importante comparar la conducta práctica de Aristótelescuando tiene que dar una definición importante, y ver el concepto

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de definición que os pura él regulador, en las diferentes obras.Todo el inundo reconoce que los Tópica es, do entre los escritoslógicos ronservados, el más temprano en el orden cronológico.La teoría de la definición en los Seí/uiuios Analíticos tiene yamomentos enteramente nuevos, lin ellos la definición se pone eníntima relación con el conocimiento por causas tal corno deberc-sultar de la demostración científica, y se exige de aquélla quetenga en cuenta la causa en su cuádruple sentido de materia,forma, causa eficiente y causa final .

Pero de que propiamente sólo son definibles las sustancias,no se hace la menor mención ni aquí ni en los Tópica, sino que,por el contrario, los ejemplos todos se forman de la estera de losaccidentes. Así, el libro 7.° de la Metafísica, al limitar la posibi-lidad de una definición en sentido estricto a las sustancias,sobrepasa lo que dijo en los Analíticos y contradice bien clara-mente a los Tópica, en los que había dicho que en la definición,la diferencia específica no puede contener el concepto del género,mientras que en el libro Ζ de la Metafísica se dice expresamentelo contrario, debiendo cada ulterior diferencia contener la pre-cedente y ser, por consiguiente, la última diferencia igual en con-tenido a la definición entera. Sin ello, se dice en la Metafísica,faltaría al todo la unidad real. Ahora bien, en referencia a esaidea llega Aristóteles a una nueva y notable afirmación. Despuésde haber distinguido una clase de animales como « dotada depies », no cabe a su juicio distinguir luego como subclase, porejemplo, « animales con pies, alados », especificándose por mediode la diferencia «alados » como « arrímales con pies, alados », porqueen este caso la última diferencia no contendría las anteriores.Lo pertinente sería, partiendo de la clase inmediatamente ante-rior : « animales con pies », poner como subclase : « animales conpies de dedos articulados », verbigracia, ateniéndose siempre ala misma parle del animal en el avanzar de la definición.

Recuerda esto el método clasificatorio artificial de Unneo.En cambio las reglas de clasificación que da Aristóteles en elescrito De partibus animaliurn, rechazan del modo más expresoel método recomendado en Metafísica Z, y al exigir que se tenganigualmente en cuenta todas las partes de los animales, resultaalgo parecido al método clasificatorio natural de Linneo.

Otra considerable diferencia parece separar el De partibusanimalium de Metafísica Z, diferencia que también se advierte

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AhlSTÓTlíLES 2f)

en un pasaje del capítulo f inal del libro 4.° de Meteorología.El libro / de la Metafísica, que limita la definición en sentidoestricto a la categoría de sustancia, jamás manifiesta la con-vicción de que no tenemos de hecho conceptos sustancialesdiferenciales ; antes bien, no parece sino que Aristóteles estáconvencido de darnos tales ejemplos en los ejemplos por él esco-gidos. Kn cambio, la Meteorología dice de la manera más expresaque nos faltan por completo los conceptos diferenciales sustan-ciales, y deben ser sustituidos por determinaciones accidentalesque les acompañan como propiedades y sobre todo por la indi-cación de las actividades específicas que ejercita la respectivaespecie ; que esas actividades se destacan más en los seres vivosy que por eso se prestan mejor a la definición de especies loscuerpos vivos que los muertos. IMI este punto se ha operado unaevolución en el pensamiento de Aristóteles, no solo respecto a lamanera de definir, sino también, según parece, respecto a la cog-noscibilidad de las substancias, y le vemos tomar una posiciónmuy parecida a la de Locke y Leibniz en sus ensayos sobre elentendimiento humano.

Esas mismas convicciones mantiene el escrito De partibusanimaliam. No diferencias de substancias mismas, sino propie-dades que legadas a ellas como características de las mismas,en su conjunto nos ofrecen un substituto de aquéllas, es lo queempleamos en las definiciones, no habiendo inconveniente enemplear como características hasta determinaciones negativas.Estamos seguros de no equivocarnos al afirmar que la causa deestos grandes progresos en la teoría de la definición respectoal libro Ζ de la Metafísica, fueron los estudios que produjeronla Historia animalium. Como una especie de prenuncio de la futuratransformación de la doctrina de Metafísica Ζ debe quizá con-siderarse el pasaje 3, p. 1029 a 11, en que se dice que si los acci-dentes fueran suprimidos parecería que no quedaba nada. Y pare-cen prepararla el terreno hasta algunos lugares de los Analytieaposteriora en que se habla de la busca de la definición como delúltimo fundamento de las propiedades. Creo, pues, haber des-truido el prejuicio de que no se puede encontrar por ningunaparte en los escritos sistemáticos, que nos quedan de Aristóteles,señal de una evolución esencial en su doctrina, bastando lo dichopara asentar la sucesión cronológica de algunos de sus más impor-tantes escritos. De ahí resulta también, contra lo que general-

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mente se cree, que ciertos tratados de ciencias naturales se escri-bieron más tarde que una parte de los libros de Metafísica.Y no sólo hay que atribuir una fecha más tardía a la composicióndel De partibus animalium y al cuarto libro de Meteorología,sino que, siendo segura la posterioridad de esta última, ha llegadotambién a hacerse cierta la del De generatione animalium y pro-bable la Historia animalium. Aun podemos inferir con certezaque los tres libros, tan importantes De anima (que entran tambiénen la categoría de escritos de ciencias naturales, y naturalmentelos llamados Parva naturalia, anejos a los De, Anima) han sidoescritos también en fecha posterior a las mencionadas partesde la Metafísica, como se ve inmediatamente cuando se advierteque el modo de definir el alma no se acomoda a los postuladosdel libro Ζ de la Metafísica y, en cambio, se muestra en perfectaconformidad con las doctrinas del capítulo final del cuarto librode Meteorología. Además, si Aristóteles al escribir los libros Deanima hubiera perseverado en el punto de vista adoptado enMetafísica Z, sería incomprensible su teoría de los objetos propiosy comunes (αισθητά l'dta και κοινά), pues, derivándose según él,como veremos luego, todos nuestros conceptos de la percepción,si tuviéramos conceptos de diferencias sustanciales, entre losobjetos propios y comunes de los sentidos, se contrariarían no Jasdiferencias accidentales sino también tales diferencias sustan-ciales. Ahora bien, esto no es así.

Por otra parte, los tratados reunidos en la Metafísica no formanuna obra única, pudiendo suceder muy bien, que lo que se dicede los otros libros, valga igualmente para el libro Λ, importantesobre todos, y el único que entra a fondo en las cuestiones sobre elprimer principio de todos los casos. Está escrito muy en esbozo yno contiene nada respecto a investigaciones sobre los principiosdel conocimiento ni se ocupa nunca tampoco de la cuestión dela definición, de modo que no tenemos por esta parte medio desituarlo cronológicamente. Pero en cambio, del hecho de que ade-más de la Astronomía de Eudoxo tiene en cuenta también ladé Kalipo, se deduce que es más moderno que los libros De cáelo.Kn cuanto a la ordenación de las materias en él tratadas y quele son comunes con las investigaciones metafísicas anteriores másextensas, lo vemos superior a éstas. Así, pues, apenas puede du-darse de que el libro Λ pertenece a la época más madura de lafilosofía aristotélica. Pero al mismo tiempo hay que considerarlo

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como un prólogo o preparación, no más, de una obra extensasobre la misma materia, obra que no llegó nunca a escribirse.

A esa obra habría reservado nuestro filósofo la discusión am-plia de ciertos problemas que roza acá y allá en los escritos natu-ralísticos pero que, perteneciendo a la primera filosofía, no tienepor conveniente tratar ahí a fondo. Y esa es también la explica-ción más fácil del hecho que tanto asombro y enfado produce,de que precisamente cuando comienza a hablar Aristóteles delas cuestiones más importantes y difíciles, es cuando resulta másoscuro a fuerza de ser avaro de palabras. Ya en los tres libros delAlina da a la parte más excelente, la intelectiva, una extensiónexcesivamente corta en relación con la parte vegetativa y sensi-tiva. Y sobre muchas de las cuestiones a aquella relativas que noencontramos tocadas en modo alguno en los libros De anima,hallamos sólo alguna indicación en observaciones ocasionales dela Ética. Todo ello viene de que perteneciendo según Aristóteleslos tres libros del alma a las ciencias naturales, la parte intelec-tiva del alma, según el mismo, no pertenece al campo de la Física,sino al de la Metafísica. Pero eso no se encuentra tampoco entrelos interesantes pequeños tratados como los que versan sobre elsentido y sus objetos, sobre la memoria y el recuerdo, etc. y quedeben considerarse como un apéndice a los libros del Alma,ni uno solo que aborde la parte intelectiva, cosa que le hubiéramosagradecido mucho dada la sobriedad, mezquindad más bien, delo dicho en los libros del alma. Una vez en éstos (III, 7, al fin),rehusa expresamente entrar en una cuestión que venía a propósito,dejándola para un trabajo especial que proyectaba. Indudable-mente pensaba al decir eso en la Metafísica, pero nunca llegó acumplir la palabra que allí dio. No debe perderse de vista tampocoesta circunstancia cuando nos disponemos a juzgar a Aristótelescomo escritor, si hemos de ser justos con él.

Algunas otras características que encontramos sobre todo ensus escritos prácticos como la Ética, Política y Retórica, son másíácilmente comprensibles. El fin que en ellos se propone, está,por confesión propia, no tanto en el conocimiento que nos comu-nica, cuanto en el fruto que ha de reportar aplicado a la vidadel particular y de la sociedad. Por eso quería hacerla accesibleaun a los menos interesados por la teoría, en un círculo lo másamplio posible. Por eso se propone, en términos expresos, evitartodo problema psicológico-filosófico que exija una mayor profua-

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didad. Por esa razón de mirar a un círculo más amplio se llaman« exotéricos » a esos escritos, mientras que se suelen llamar «eso-téricos » a los que no aspiran a esa popularidad.

Claro es que Aristóteles no se mantiene siempre fiel a su pro-pósito en el curso do la exposición, sea que se deje arrastrarinsensiblemente por sus aficiones y hábito de Hacer hincapié enlos más hondos problemas, sea que rio pudiera mantenerse enaquellos límites sin tener que renunciar a la plena realizaciónde las mismas necesidades prácticas (esto misino sucede sobretodo en el curso de la Ética). Ll espectáculo que da Aristótelescon esta su inconsecuencia, es interesantísimo, y nos permitecalar hondo en lo más íntimo de su vida : aun queriendo dejarlos problemas, éstos no le dejan a él. Podemos quizá ver en estehecho (al lado de otros indicios) una prueba de que esos escritosprácticos lo mismo que los metafísicos, aunque no en igual grado,no llegaron a alcanzar su forma definitiva. Pertenecen desde luegoa los años más sazonados de su vida, pero eso mismo quiere decirque le ocuparon poco antes del fin de su vida, y si bien tienenun precio singular corno productos de su época más sazonada,llevan también la desventaja de una evidente falta de perfección.

Ya en la Ética el orden deja mucho que desear, pero en laPolítica es tan deficiente que Barthélemy Saint Hilaire y otrosquerían cambiarlo por completo.

También es indudable que algunos trabajos en proyectono llegaron nunca a verse realizados.

La Sabiduría

El conocimiento que tenemos de una cosa es, aveces, un mero conocimiento de hecho, como cuandola percibo. En otros casos, empero, no sé ya sólo queuna cosa existe, sino que puedo dar la razón de porqué existe. Quizá esta razón misma es para mí algomeramente efectivo que tiene su fundamento en otrarazón y que no está bien explicado hasta que no seconozca ésta. Y así será siempre, mientras no se llegue

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a algo que como inmediatamente necesario, ni es capazde ulterior explicación ni la necesita. Sólo el que reduceun hecho a su último fundamento, ha dado una expli-cación, definitiva del mismo. Guarido alguien ha llegadoa uno de esos grados intermedios, puede, sí, decirse deél que sabe en cierto modo y que es superior en conoci-miento al que no hace más que percibir, pero no lecuadra el nombre de sabio. La sabiduría consiste en elconocimiento de lo inmediatamente necesario y en laexplicación por él de lo mediatamente necesario : loque Aristóteles expresa en la Ética a Nicómaco con lassiguientes palabras: la (íwpia es νους κ«ί έπιΰτήμη (sa-biduría es inteligencia y ciencia).

Realizamos muchas clases de percepciones y cabedistinguir también una multitud de ciencias. ¿Podemosdecir también que hay más de una sabiduría? La con-testación a esta pregunta dependerá de si aquello dondehay que buscar la úitima razóa de todo ser condicionadopor otro, es una sola y misma cosa. Y ello es así, segúnAristóteles, pues para él, como veremos, no hay másque un. único ser inmediatamente necesario, por el queen último término están determinados todos los seresrestances, esto es, el entendimiento divino. El quecomprendiera plenamente este principio, con él ten-dría la clave del conocimiento apriórico de todas lascosas.

A ese principio divino, que es un conocimiento quea sí mismo se tiene por objeto, se le revelan y mani-fiestan en ese solo conocimiento todas las demás cosas.Posee una omnisciencia puramente apriórica.

3. BRENTANO : Aristóteles. 228

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Kn la circunstancia de ser esa esencia infinitamenteperfecta a la que siempre vamos a parar, cuando pre-guntamos por el último fundamento de las cosas, esdonde radica especialmente el valor excelso de la sa-biduría.

Aristóteles lo elevó sobre todos los valores. La másalta bienaventuranza se encontrará en sus meditaciones:la vida práctica integral del individuo y la ordenacióncompleta del Estado, en último término, sólo a sus in-tereses sirven. No desconoce, sin embargo, que hay unaenorme diferencia entre el modo como poseen la sabi-duría los hombres y como la posee Dios. Si para éstelo inmediatamente necesario se da también inmedia-tamente como objeto, para nosotros lo primero en elorden del conocimiento es lo que en el orden de \anaturaleza es posterior. A falta do la contemplaciónde un ser incomparablemente superior a nosotros, todolo que podemos recoger de los elementos de nuestrasrepresentaciones de experiencia, es un sustituto in-finitamente pobre. Aunque Dios es infinitamente sabiopor el conocimiento que tiene de sí mismo, al llegarnosotros a referirlo todo a él como a la última causa,no por eso se nos abre la visión de toda verdad aunquesí arroja aquél cierta luz sobre todas y cada una de lascosas.

Así pues, viene a coincidir lo que comúnmente seentiende por un sabio con lo que hemos dicho acercadel conocimiento por la última causa. En efecto, seentiende por sabio, uno que conoce lo más difícil deconocer ; ahora bien, esto es lo que más dista de los

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sentidos. Se entiende también por sabio aquel cuyoconocimiento se basa sobre el fundamento más seguro;ahora bien, el fundamento más seguro es lo inmediata-mente necesario, que condiciona todo lo demás. Seentiende además por sabio uno cuyo conocimiento seextiende en algún modo a todo. Finalmente, se tienepor sabio a aquel cuyo saber es en cierto modo divino,tanto porque se refiere a lo más excelso y divino, comoporque es un saber de algo de que sólo Dios tiene unsaber perfecto. Es, pues, una la sabiduría. No sólo enel capítulo II del libro I de la Metafísica que es el quehe tenido en este patito más en cuenta, sino tambiénen el capítulo X del libro XII de !a misma, aparece lasabiduría como única. Y también la Ética a Nicómacola contrapone como única a la también única sabiduríapráctica (φράνηβις), para evidenciarla como la virtuddianoética más excelente en relación con aquélla.

Cierto que vemos a Aristóteles hablar en varioslugares de una primera y de una segunda filosofía : laprimera que trata de los seres espirituales, la segundade los corporales. Pero en realidad se trata sólo de partesde una misma cosa.

Y aun a veces hace distinciones todavía más pre-cisas, verbigracia, al distinguir la Astronomía como unafilosofía lo más cerca posible de las ciencias matemá-ticas. Pero que un saber de la naturaleza pueda con-servar el carácter de sabiduría separado del saber quese refiere a los seres espirituales, es algo ajeno al pen-samiento aristotélico, puesto que Aristóteles dice ex-presamente que las sustancias espirituales son la con-

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ot) Ι'ΊΙΛΝΖ B R E N T A N O

clición previa aun de las sustancias corporales eternas,de tal modo que si aquéllas no existiesen, no existiríanada (1).

El objeto de la sabiduría humana\ Hay que preguntarse ante todo : ¿cuál es para nus-otros el objeto de la sabiduría?

Si nosotros conociéramos desde luego, como Dios,toda verdad, es claro que sería también objeto de lasabiduría humana el primer principio de todas lascosas. Ahora bien, no es así. Tendremos, pues, queseñalarla como objeto, otra cosa. Y como el horizontede lo que depende del primer principio, lo abarca todo,no podemos considerar como objeto de la sabiduríahumana, sino el concepto del ser en general.

Pero aquí se nos presenta una dificultad, porqueel nombre de ser no parece usarse en un solo sentido.Se llama ser todo lo que existe, pero esto no significalo mismo en todos los casos. Cuando decimos que unhombre, una planta existe, la palabra «existe » segúnAristóteles se usa en sentido propio. Pero cuando de-cimos que existe lo bípedo, lo virtuoso, nos expresaría-mos según él más propiamente si dijéramos que unacosa es bípeda o virtuosa. Esto mismo se hace evidentecuando decimos que existe un no-hombre, con lo queno queremos decir otra cosa sino que una cierta cosano es hombre.

(t) Met. E, 1 y Mcl. Λ, (',.

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ARISTÓTELES 37

Sucede también que cuando uno pregunta si esimposible un cuadrado redondo, respondemos : « así es ».Nada hay más evidente que en este caso no se afirmaalgo real. La imposibilidad de un cuadrado redondono es una cosa que exista fuera de nuestro espíritu, peroel que rechaza un cuadrado redondo como imposible,juzga rectamente y esto es lo que yo quería expresarcon mi « así es ».

Cuando de un cuerpo que tiene la figura de cubo,decimos que es posiblemente redondo, porque no esimposible hacerlo cambiar de figura, también dice aquíAristóteles que usamos la palabra « es » en un sentidomuy impropio. Y cuando hablamos en expresiones abs-tractas de la forma cúbica, de la bípeda, no designamosalgo que exista en realidad, y hablaríamos con máspropiedad si dijéramos que hay algo de forma cúbicapor la cubicidad y de magnitud de dos pies por la bipe-dalidad. Y así también, cuando caliento algo frío, noes el calor lo que aparece ni es el frío lo que desaparece,

• sino que algo caliente surge de algo frío.Cuando dos hombres existen, decimos acaso de am-

bos juntos que son un par de hombres. Pero ¿,qué eseste par? Ciertamente no es algo existente en el mismosentido que cada uno de estos hombres, pues en esecaso existirían no dos cosas sino tres cosas en igualsentido propio. Dos cosas jamás son una sola cosa y, por•el contrario, tampoco una cosa única puede ser variascosas (1). Y cuando, verbigracia, un cuerpo es un ver-

(1) Sentencia muy característica para toda la filosofía aristoté-lica. Met. Z, 13. p. 1039 u 3. Véase también Phys. VI, 5, p. 254 a 24.

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dadero cuerpo único, no por eso son las dos mitadescosas tan reales como el cuerpo .sino que únicamentepueden llegar a ser cosas reales partiendo el cuerpoúnico en dos : hasta tanto existen sólo en posibilidad,repitiendo uaa expresión ya usada. Precisamente estodemuestra bien claramente que una cosa que está aquí,como «aquí localizada» existe tan propiamente como encuanto cuerpo, pues que el mismo cuerpo está ya aquí,ya allí. El cuerpo mismo, en efecto, ése sí que es unacosa, aquella precisamente que era ya antes de estaraquí. Y esa cosa está como parte en lo aquí localizado.Ahora bien, si la parte es una cosa real, el todo no puedeconsiderarse como una cosa realmente única.

La diferencia entre este caso y el antes discutidode un par de hombres es únicamente la siguiente : delos dos hombres cada uno podría existir por sí; aquíempero sólo una parte, porque el cuerpo sigue siendo,esté aquí o no esté aquí, el mismo cuerpo ; mientrasque lo que se añade, no es una segunda cosa que existapor sí y que pueda subsistir separada de este cuerpo.Si se aleja el cuerpo y entra otro en su lugar, no tenemosindividualmente el mismo ser «aquí localizado». Se ve,pues, bien claramente, piensa Aristóteles, que cuandose habla de estar aquí, no se habla de un ser en el mismosentido que cuando se habla de un ser-cuerpo.

Lo mismo, cuando uno es gramático y músico, estecompuesto no es un ser en sentido propio, no sólo por-que se trata de propiedades que estáa inherentes a unacosa, es decir, a un hombre, que lo. que es, lo era yaantes de alcanzar esas propiedades, sino también porque

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AitisróTi:r.i-.s 3$

les falta la unidad, puesto que no tienen de común entresí sino esa casual coincidencia en el mismo sujeto. Estemúsico es. como dice Aristóteles, gramático -/.ατά ανμ-β(βηχός (por añadidura) y al revés. Y también el todoes un iír -/.ara <m,«¿f(:¿//xóg (algo que existe por añadi-dura, no algo que exista en si, algo que exista comotal), no un

Lo « existente» es, pues, capaz de muchas acepciones.En sentido propio es un ser real, como hombre, planta,una sustancia real. En cambio, los otros ejemplos ci-tados en que se emplea la palabra « ser » o « existente »,designan un uso en sentido impropio. Ahora bien,cuando decimos que el objeto de la sabiduría es el sercomo ser, hay que tomar, naturalmente, la palabra enuno de sus muchos sentidos. Y se suscita la objeciónde que en ese caso va a haber mucho que caiga fuerade su. dominio y que, sin embargo, exige una reduccióna la última causa. Ésta es siempre y en todo caso lamisma, el ser inmediatamente necesario. Pero esa tareade reducción puede incumbir a otra ciencia, porque launidad de la ciencia exige no sólo una comunidad deprincipios, sino también una unidad inteligible de ob-jeto. En oposición, pues, a la unidad de la sabiduríadivina, tendríamos que distinguir una multiplicidad,cuando se trata de sabiduría humana.

Pero si el nombre del ser no es unívoco, su multi-plicidad de sentido no se parece a la de las palabras enque se encuentran juntas por casualidad varias signi-ficaciones. Hay casos, los del uso metafórico, fundadosparte en la analogía, parte en la estrecha relación con

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lo que lleva el nombre en sentido propio. Así llamamossano no sólo al hombre que goza de salud sino tambiéna un alimento, una medicina, un color de rostro : alalimento y a la medicina, porque sirven para conservaro restablecer la salud ; al color, porque es señal de saludEn el mismo caso está lo equívoco de la palabra « ser »:siendo varias sus significaciones, están todas en relacióncon una, de tal modo que si desaparecióse el que llevael nombre en este ultimo sentido, caería ipso facto todolo que lleva el nombre en otros sentidos. Toda cienciaversa sólo sobre una clase de objetos, pero de éstos,asienta todo lo que, como tales, les pertenece. Tam-bién la sabiduría, si tiene por objeto el ser en sentidopropio, ha de comprender al mismo tiempo todo lo quese denomina ser en sentido impropio.

Explicación de los términosEl geómetra empieza su exposición científica con

la explicación de ciertos términos y asentando ciertosprincipios que se presuponen como verdades ciertas.Siendo también necesaria una y otra cosa al filósofo,Aristóteles procura satisfacer ambas exigencias.

A la explicación de los términos está consagradotodo el libro V de la Metafísica, si bien lo incompletodel modo de tratar el tema, es una buena prueba decuán, poco llegó Aristóteles a la completa realizaciónde la Metafísica soñada. Pero ya en esto se ve unanotable diferencia entre el modo de proceder del geó-metra y el de Aristóteles. Mientras que el primero, por

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amor a la claridad, evita usar una expresión en variossentidos, Aristóteles se ve imposibilitado, cree él, dehacer eso. Para ello tendría que alejarse demasiado dellenguaje común, tendría que crear demasiados términosnuevos y cargar demasiado la memoria. Y procuracompensar en lo posible esa desventaja comparandoentre sí las varias significaciones de una palabra y pre-cisándolas con toda exactitud una enfrente de otra.Renunciamos a detallar más las correspondientes ex-plicaciones para dirigir inmediatamente la atención alo que dice de las verdades fundamentales.

Conocimientos inmediatosSi no conocemos inmediatamente la verdad primera

en el orden, de la naturaleza ¿no estamos siquiera enposesión inmediata de algunas otras verdades? Y ¿quéclase de verdades son ésas? Toda ciencia presuponeverdades de ese género. Pero ninguna otra sino la cienciaprimera, se ocupa cu fijar su carácter general y endefender su certeza contra los ataques escépticos.

Dos clases de verdades inmediatamenteevidentes, la primera de las cuales es lade los hechos inmediatamente evidentesAsí pues, poseemos realmente conocimientos que

tienen una certeza inmediata y son de dos clases:1.°, hechos inmediatamente evidentes (percepciones);

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2.°, juicios universales que rechazan a priori algo comoimposible.

Los primeros se nos dan siempre que estamos enactividad de sensación o pensamiento, pues que la ac-tividad psíquica, cualquiera que sea su dirección, vasiempre acompañada de una percepción infalible denosotros mismos como actores psíquicos. Cuando vemosalgo colorado, en el acto mismo de ver percibimos in-mediatamente que lo vemos. Y no es esto solo, sinoque cuando ejercitamos varias actividades psíquicas,distinguimos con evidencia una actividad de otra encuanto al objeto, y en otros aspectos. Por ejemplo,cuando vemos y oímos al mismo tiempo, notamos quemientras la vista se dirige a un color no se dirige aun sonido, y el oído al dirigirse a un sonido no se di-rige a un color. Igualmente, cuando reconocemos orechazamos algo juzgando, nos damos cuenta deque mantenemos una actitud opuesta en uno y otrocaso.

En cambio, respecto a los objetos primarios, notenemos una evidencia inmediata de su real existencia.Por muy fuerte que sea la sensación visual que de ellotengamos, no por eso podemos estar inmediatamenteseguros de que lo colorado exista en realidad tal comose nos presenta. Del mismo modo, un recuerdo, por vivoque sea, no nos garantiza con evidencia inmediata laverdad de aquello de que nos acordamos : únicamentela actividad actualmente dada de recordar es objetode esa percepción secundaria a la que atribuíamos unaevidencia infalible.

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En cuanto a la certeza que Aristóteles suele atribuira nuestras percepciones aun en relación con el mundoexterior, hay que guardarse muy bien de interpretarmal sus palabras. Aristóteles suele hablar de un tripleobjeto de percepción. Al uno lo llama lo «propiamenteperceptible» (ιόιον uiGS-^τόν), porque la percepciónde ese objeto es propia exclusiva de un sentido, verbi-gracia, el color, de la vista ; el sonido, del oído. Al otrolo llama lo «común perceptible» (y.oivov aía&i¡TÍn>),porque es percibido por varios sentidos, más bien, portodos, verbigracia, el movimiento, el reposo. Lo terceroperceptible es algo que no nos muestra propiamentela percepción misma sino que lo creemos ligado a ellaen virtud de experiencias anteriores, verbigracia, cuandodigo : « veo al hijo de Diaro ». A esto lo llama Aristó-teles αΐΰΰητοι· κατά ΰνμβεβηχός (sentido por añadidura).

Ahora bien, de las dos últimas clases de percepcióndice Aristóteles que muy frecuentemente nos engañan,sobre todo, las de la segunda clase. En efecto, cuandonos movemos nosotros mismos, nos parece que lo in-móvil se mueve y lo movido quizá nos parece estar enreposo ; y según la distancia y la situación respecto anosotros, las cosas nos parecen de distinta magnitudy figura. En cambio dice que la percepción sensible essiempre infalible en cuanto a lo propio perceptible.

Podría creerse, pues, que Aristóteles atribuye a lapercepción sensible exterior una evidencia inmediata,si bien con alguna restricción. Sería en. verdad algo muyextraño esa evidencia inmediata, pues que presentándoseea la misma sensación algo como coloreado y con una

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cierta extensión y en movimiento o reposo, habría evi-dencia y no evidencia en un mismo acto.

Y así le vemos en otra parte hablar, a propósito delo propiamente perceptible, de una verdad de la im-presión sensible, no universal sino próxima a la univer-salidad. Estando sano el órgano y supuesta una dis-tancia conveniente y las demás condiciones normales,lo propio perceptible debe ser rectamente percibido.Pero como, naturalmente, todas esas condiciones nose cumplen, es claro que al atribuir verdad a la percep-ción en cuanto a lo propio perceptible sensible, no puedeAristóteles haber pensado en una evidencia inmediata.Y todo su pensamiento respecto a este punto acaba dedescubrírsenos, cuando le oímos decir en varios lugaresy sobre todo en su escrito sobre la sensación y lo sen-sible, que si no hubiera uno que viera, ningún cuerpotendría realmente un color, y que por consiguiente sucolorido no consiste en otra cosa sino en que puededespertar en nosotros la sensación de algo coloreado ;que sólo cuando la provoca, es en realidad coloreado,de otro modo sólo en potencia ; y que, de la mismamanera, sólo es realmente dulce, amargo o calientealgo que como tal sentimos, cuando de hecho lo senti-mos ; que las cosas exteriores no son en modo algunoiguales a nuestros fenómenos sensitivos primarios rela-tivos al propio objeto del sentido ; y que, por consi-guiente, si aquello que vemos tal cual se nos aparece,lo atribuyésemos como propiedad a una cosa exterior,estaríamos en el más completo error respecto a lo propioperceptible. Esto no quiere decir que Aristóteles haya

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negado que existan en realidad cuerpos extensos configura en algún modo delimitada, en movimiento o enreposo, aunque sí precisamente que correspondan conexactitud y en todos sus detalles a mi percepción.

Si comparamos lo que dice Aristóteles sobre la dife-rencia de lo perceptible común y propio con la doctrinade Descartes y Locke sobre las cualidades primarias ysecundarias, los encontraremos plenamente coacordes.La verdad por él atribuida a la percepción sensible enrelación con lo propio perceptible n.o quiere decir otra.cosa sino que él cree tener en, el fenómeno sensitivo (encuanto al momento de lo propio perceptible) una señal,todo lo desemejante que se quiera pero constante encircunstancias normales, de algo que existe fuera donosotros. Adviértese, pues, que se interpreta equivoca-damente a Aristóteles, cuando se le hace atribuir a lapercepción sensible exterior una evidencia inmediata,por lo menos en cuanto al objeto propio sentido. Nadamás cierto sino que sólo atribuye una tal evidencia ala percepción y distinción interna (1).

(1) Además del escrito De sens. el scnsib., véase tambiénMet. Γ, 5. p. 1010 b 19 β. y 30, en que para defenderse contra losescépticos, se acoge a la esfera déla percepción interna, y tambiénDe partibns Animaliiim, en que distingue lo más caliente en elsentido de lo que nosotros sentimos como más caliente, de loque es más caliente porque comunica más calor a otros cuerpos,y de lo que tiene un calor natural mayor, y De eoeln en que tratade las estrellas que, según él, deben dar calor sin ser ellas cálidas,y de la relación del calor con ciertos movimientos que se danen el frotamiento.

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AxiomasDespués de esas percepciones inmediatamente evi-

dentes vienen los juicios negativos, también inmediata-mente evidentes, como queda dicho, que rechazan algono ya sólo como falso de hecho, sino como absolutamenteimposible. Un juicio así es el principio de contradicciónen'su sentido más general, que se enuncia de este modo:Es imposible que una misma propiedad y en un mismosentido se afirme y se niegue al mismo tiempo de unacosa (y todo lo demás que haya que añadir para cerrarel camino a cavilaciones sofísticas).

Se ha atribuido recientemente a Aristóteles la opi-nión de que este principio se ha obtenido mediante laexperiencia y la inducción. Y sin embargo, el libro IVde la Metafísica dice de la manera más explícita queese principio es contemplado con evidencia inmediatapor todo el mundo ; y la Ética a Nicómaco, hablandode los axiomas matemáticos, dice que subsisten inde-pendientemente de la experiencia, y así explica por quélos jóvenes ςμε, a causa de su falta de experiencia sonincapaces de conocimientos físicos, no lo son de losmatemáticos. Todos ellos deben participar del carácterdel principio de contradicción, al rechazar algo comocontradictorio en un caso especial.

Y esto se aplica de igual modo a la Aritmética y ala Geometría. Como vemos, Aristóteles no compartelos escrúpulos de Kant sobre el hecho de que el prin-cipio : «Ninguna línea puede ser más corta que la línearecta », no pueda ser un caso del principio de contra-

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dicción, porque la nota «recta » no sea relativa, comola nota de « corta », a la magnitud del línea. Cierto quela magnitud no es una figura y que la figura no es unamagnitud, pero ambos, conceptos están entre sí íntima-mente ligados. De otro modo no podría ser evidenteel siguiente principio como un caso del principio decontradicción : «Es imposible un circulo que no tengaalguna magnitud ».

Es interesante observar que Aristóteles llega unavez a hablar en especial de la cuestión, tan debatidaen los tiempos modernos, de las líneas paralelas, queparece haber ya en su tiempo dado ocasión a diversidadde pareceres. Y también aquí es para él una verdadinconcusa que contradice quien pone en duda la posi-bilidad de líneas rectas que se prolonguen a igual dis-tancia siempre una de otra. Se trata, pues, en estos yotros posibles ejemplos, no de un único axioma, evidentea priori para nosotros e innato, sino de una multitudinfinita de aserciones en que tan pronto como se notauna contradicción entre los términos, se conocen comoverdades con la misma evidencia que el principio ge-neral de contradicción.

También el principio de exclusión de un. tercero sederiva del principio de contradicción, según Aristótelesmismo hace resaltar. En efecto, si algo al mismo tiempono fuera ni A ni no-Α, sería al mismo tiempo no-Α yno no-Α. Igualmente, el principio de que un correlativono puede existir sin el otro (así, verbigracia, lo mayorsin lo menor, una acción sin una causa), es también,según él, un principio que tiene el carácter de la mayor

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contradicción. Cierto que un correlativo 110 es el otro,pero así como figura y magnitud sin ser lo mismo, socorresponden en pensamiento, así es evidente que locorrelativo está indisolublemente unido con su correlatoen pensamiento, y como en pensamiento, también enrealidad.

Conoce Aristóteles asimismo el principio que sentóLeibniz como principium indiscernibilium, y tambiéncoincide con Leibniz en considerarlo como un casodel principio de contradicción : ser indistinguible unacosa de otra y no ser lo mismo que ella, es unacontradicción.

También el subjetivismo, según el cual lo que parauno es verdad, puede ser falso para otro, se le aparececomo absurdo a priori con la evidencia del principiode contradicción. La verdad consiste en la concordanciacon lo que es, y tendría una misma cosa que ser y noser al mismo tiempo, si dos juicios contradictorios pu-dieran ser verdaderos al mismo tiempo.

En medio de una tan. rica plenitud de principiosevidentes a priori que nuestro filósofo pone en relacióncon el principio de contradicción, algunos se han ex-trañado de no encontrar entre ellos el llamado principiode identidad que se acostumbra a expresar por mediode la fórmula : « A es A ». Pero esa fórmula admite undoble sentido. O quiere decir tanto como : «no hayningún A que no sea A », y en ese caso tenemos unprincipio negativo, verdaderamente evidente pero quecoincide con. el principio mismo de contradicción. Ose loma en sentido positivo, y entonces no es, ni mucho

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menos, evidente en su generalidad, pues que verbigracia,un caballo sólo es caballo, mientras existe. Tendría,pues, que ser evidente que existe un caballo paraque pueda ser evidente a priori que un caballo escaballo.

Otro principio importante que Aristóteles consideracomo un caso del principio de contradicción, es que nopuede haber un universal fuera de los particulares co-rrespondientes y que, por consiguiente, no puede haber,verbigracia, fuera de los varios leones un león en sí,como Platón lo había creído. En. efecto ¿qué había deentenderse por ese león en. general sino algo a lo queconvendría todo lo que conviene a todos los leones ynada de lo que conviene a uno a diferencia de todoslos demás? Ahora bien, a todos los leones conviene encomún ser un león particular. Por consiguiente, el leóngeneral no puede ser sino un león particular. Tendríaque estar, por lo tanto, ese león general en algún deter-minado lugar, comer, beber, nutrirse, porque esto escomún a todos.

Otro principio importante que ya antes encontra-mos, es que una cosa real no puede ser muchas cosasreales al mismo tiempo. También le es común, conLeibniz este principio. Pero mientras que a éste le llevaese principio a su Monadología, Aristóteles admite, sí,una sustancia única, extensa y divisible, pero ningunade las mitades en que ésta se divide era antes una cosaen realidad, sino sólo en posibilidad; como por el con-trario la multiplicidad de sustancias extensas enque una sustancia única anterior ha sido dividida,

4. BRENTANO : Aristóleles. 228

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no puede llamarse una cosa una sino en posibili-dad (1).

También. Aristóteles da por excluida como contra-dictoria, la existencia real de un número infinito decosas. Sólo es posible para él una multitud infinitamentecreciente, del mismo modo que, no habiendo contra-dicción en la divisibilidad in infinitum de un cuerpoen partes cada vez más pequeñas, la habría en unadivisión actual e infinita en partes infinitamente pe-queñas. Y lo mismo que es contradictorio el conceptode un número infinito de cosas reales, lo es también elde u,n cuerpo único real e infinitamente extenso.

Por el contrario, se esfuerza mucho en rebatir losfamosos argumentos de Zenón que pretenden demostrarla contradictoriedad, de todo concepto de movimiento.Pero reconociendo los méritos de Aristóteles en haber

(1) Si es absurdo concebir con Leibniz el continuo como unamultiplicidad infinita de puntos reales, tampoco cabe pretendercon Aristóteles que en un continuo realmente uno, una partecualquiera cambie en su realidad simplemente con el desaparecerde otra cualquier parte. Y esto se ve claramente por las consecuen-cias que la pretensión aristotélica traería para el continuo temporaluno. Es imposible que el continuar o interrumpirse del lapsodel tiempo pueda influir por ausencia de la segunda mitad sobrela primera parte. Xo menos extraño sería que en un continuoespecial que se extienda millares de millas, la falta de una milé-sima parte por uno de los extremos pueda ejercer una influenciainmediata sobre las partes más apartadas del otro extremo.Están, pues, igualmente equivocados en esto Leibniz y Aristó-teles. En este lugar no podemos hacer otra cosa que las prece-dentes indicaciones. La exposición de cómo hay que concebirel continuo para que esté libre de contradicciones, nos llevaríademasiado lejos.

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tocado las diferencias posibles en la teleiosis (termina-ción), según que se trate de permanencia tranquila enun lugar o de un recorrido, y las diferencias posiblesen la plerosis (plenitud), según que el punto-límite sealímite en una sola o en varias direcciones, hay quereconocer también, que no llegó a una solución plenay satisfactoria de todas las dificultades.

También fue demasiado lejos en su afán de inter-pretar todos los principios evidentes a priori como casosdel principio de contradicción, al pretender subsumirbajo dicho principio todos los principios de oposiciónpositiva. Le mueve a ello la idea de, que así como enlo alto y bajo (en sonidos), también en lo claro y oscuroy en todos los demás casos de oposición positiva, louno es menos positivo que lo otro, cosa que no es verdadni aun quizá para blanco y negro, cuanto menos parados colores saturados como, por ejemplo, un violeta yun verde igualmente intensos. Y aquí advertimos tam-bién que Leibniz ha incurrido en el mismo error. Detodos modos le queda siempre a Aristóteles el méritode no habérsele escapado la evidencia inmediata lomismo de los principios de oposición positiva que la delos de oposición contradictoria.

También tiene por cierto a priori el principio de quedos cosas no pueden ocupar al mismo tiempo el mismoespacio, debiéndolo haber comprendido también comoun caso del principio de contradicción, pues desde supunto de vista no se comprende cómo pudiera conce-birlo como un caso de oposición positiva : pues teniendoél la determinación local por un accidente de] cuerpo

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respectivo ¿cómo un accidente que está en. un cuerpopuede hacer imposible por oposición positiva un acci-dente similar que está en otro cuerpo?

El pensamiento de que todo lo que es imposible, loes en. virtud de una contradicción, es para él algo tanfirme e inconcuso que así como tiene por casos delprincipio de contradicción los axiomas matemáticostodos sin. excepción, así no duda de que, si las leyes dela naturaleza que nosotros asentamos sólo por induc-ción, no se nos presentan como evidentes a priori envirtud de la ley de contradicción, es sólo porque nosomos capaces de aprehender intuitivamente la verda-dera naturaleza de las cosas. De otro modo, las pro-piedades inductivamente constatadas se nos apareceríantan necesariamente ligadas con esa naturaleza comolo está con el concepto de triángulo la propiedadde que la suma de sus ángulos es igual a dos rectos.También en. esto hallamos plena coincidencia con loque Leibniz enseñó en la época moderna.

Del mismo modo las leyes sobre lo que debe serconsiderado por sí mismo como bueno y mejor, nopueden ser, según Aristóteles, sino casos de la ley decontradicción ; naturalmente empero en virtud de cier-tas intuiciones y conceptos a los que llegamos por per-cepción. También en. el dominio de la voluntad hay,según nuestro autor, algo recto y torcido, y la rectitudde u.n deseo se hace notar en casos determinados comoun carácter suyo específico. Y si el deseo de algo esrecto por sí mismo y sin más condición, no lo puedeser sino en general, en principio : el respectivo objeto

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deseado es amable y bueno. Sería una contradicciónel que no lo fuera en algún caso. Del mismo modo hayconocimiento de algo más o menos bueno, sobre lo queAristóteles formuló en la Tópica y Retórica varias leyes,de que hace uso decidido en sus más altas lucubraciones.

Expresa también del modo más terminante la leyuniversal de la causalidad : siempre que sean dadaslas condiciones todas que hacen posible un hecho, éstetiene lugar inmediatamente y sin. excepción (1). Másaún., conoce también el principio leibniziano de la ratiosufficiens en su doble sentido. También aquí la necesidadradica en su último fundamento en la ley de la contra-dicción. Ahora bien, es otra la cuestión de si esa nece-sidad es para nosotros evidente a priori o si, a falta delas intuiciones al efecto necesarias, tenemos que recurrira la verificación empírica. Volveremos sobre esto luegocuando hayamos de aclarar aún más el concepto aris-totélico de causa eficiente.

Hay todavía algunas observaciones que creemos nece-sarias sobre la teoría aristotélica de las verdades necesa-rias de evidencia inmediata. Verdades todas ellas quedebiendo llevar el carácter de la ley de contradicción,se parecen en todo a los principios que Kant designó comojuicios analíticos a priori. Hay sin embargo también, se-gún éste, juicios afirmativos a priori, pues que éstos sonlos que mejor cuadran a su idea de que en los juicios ana-líticos el predicado está contenido en el concepto del su-jeto : ahí está para él precisamente la explicación de la

(i) Eth. Nic, x, 4,

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posibilidad de su evidencia apriórica. Ahora bien, es inte-resante notar cuán insuficiente es esta explicación, puescomo Aristóteles vio con razón, el principio « A es A >>tomado en sentido afirmativo, no puede enunciarsea priori como verdad universal.

Tampoco podemos dejar de hacer otra observaciónrespecto a la doctrina de que sólo los juicios negativosson evidentes a priori como necesariamente verdaderos.Se desprende de ello como consecuencia necesaria, quecuando sólo nos son dados hechos positivos en par-ticular y que hayamos de utilizar como presuposicionesjunto a los principios negativos generales, jamás po-dremos en principio sacar una conclusión universal afir-mativa, mientras las teyes del silogismo no sean esen-cialmente distintas de las que Aristóteles expone ensu. silogística.

Mencionaremos finalmente el reparo que hace Kantal modo aristotélico de concebir el principio de contra-dicción, esto es, que al emplear el .adverbio « al mismotiempo » queda restringido y limitado a lo que existeen el tiempo. Y precisamente parece justificado esereproche desde el punto de vista aristotélico, pues segúnnuestro filósofo no todo lo que existe, existe en eltiempo. Pero si se tiene una idea más justa del tiempoque la de Kant, tal como lo concibieron tanto Aristó-teles como Platón, resulta verdad lo contrario, y lainclusión, del adverbio « al mismo tiempo » aparece másbien como una falta de limitación, pues quiere decirque el principio vale no sólo para lo que existe y serepresenta con la modalidad temporal de presente, sino

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también para lo que se representa con una cualquieramodalidad temporal de pasado o de futuro.

Conocimientos mediatosVengamos ahora a su teoría de los conocimientos

mediatos. Los adquirimos, en parte por medio de silo-gismos, en parte por medio de la inducción y analogía.

En cuanto al silogismo, diremos sólo por ahora quepor silogismo entiende Aristóteles un procedimientosegún el cual sobre la base de dos juicios ciertos se asientaun tercero cuya negación estaría en contradicción conla admisión de las premisas. De aquí resulta que laafirmación tan corriente hoy, de que un procedimientocomo ese, no puede conducir a una ampliación del co-nocimiento, había ya surgido en la Antigüedad. Yaentonces se había dicho que la negación de la conclu-sión podía únicamente estar en contradicción con laadmisión de las premisas cuando lo que aquélla dice,esté también contenido en éstas. Entonces, pues, nohay en la conclusión un verdadero aumento en el co-nocimiento. Pero vemos también cómo Aristóteles, quecoincide con Leibniz en la persuasión respecto a la fe-cundidad del silogismo, refuta con mucho acierto laobjeción afirmando brevemente que la contradicciónestá entre la conclusión y las dos premisas juntas, noentre aquélla y cada una de éstas. Así pues, lo que dicela conclusión, no había sido conocido ni juzgado, ni enel uno ni en el otro juicio, esto es, en ninguna de laspremisas, y por consiguiente de ningún modo.

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En cuanto a la inducción, Aristóteles reconoce quesu fuerza probatoria es menor que la del silogismo yhasta pone el procedimiento de la inducción per enu-merationem simplicem como conclusión general, en latercera figura, en la que, según él, sólo se permite unaconclusión particular. Debía por lo tanto haber recha-zado esas conclusiones como contrarias a la regla yparece extraño que no lo haga. Atribuye a la conclusióninductiva por enumerado simplex una verosimilitudcreciente con el número de casos, llevado por la ideade que « con la verdad todo está en concordancia, a lofalso en cambio contradice desde luego lo verdadero ».La expresión « desde luego » es un término muy confuso,habiéndose engañado Aristóteles en dejarse llevar deltestimonio constante desde que hay memoria de hom-bres, de que el sol, la luna y las estrellas fijas han mos-trado la misma regularidad de movimientos, a la con-clusión de que ese movimiento uniforme es necesario.Esa excesiva confianza en la inducción por simp.le enu-meración de hechos uniformes sin excepción, le engañapor más de un concepto. En los segundos Analíticosse detiene acá y allá por vía de ejemplo en una conclu-sión por inducción o analogía que está más justificada,verbigracia, en la conclusión de la forma esférica de laluna por las fases de la misma (quizá contribuyó a haceresta conclusión más impresionante y verosímil el ca-rácter especial del caso). Pero no llegó a plena claridaden virtud de riguroso análisis lógico. Cierto que estabareservado a una época mucho más tardía, con. la creacióndel cálculo de probabilidades, el hacer luz por completo

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en la teoría de la inducción y de la analogía y de sufuerza probatoria, si bien, ha confirmado en gran parteel juicio del llamado «buen sentido » que como pre-cursor había precedido al análisis matemático.

Origen de las ideasComo, según nuestro filósofo, todos los principios

aprióricos del conocimiento llevan el carácter del prin-cipio de contradicción, no se le ocurre naturalmenteponer en cuestión los límites dentro de los que aquéllostienen validez. Y sin embargo, no puede hacerse usode ellos, ni aun puede pensarse en ellos, si no nos sondados los respectivos conceptos. Y sólo tenemos con-ceptos en cuanto que los sacamos de las percepciones.Porque pensar, como creyó Platón, que nos son innatos,es un error. Y así para los ciegos de, "nacimiento no hayposibilidad del concepto de color ni de los axiomastodos que son el fundamento del concepto de color.

Igualmente, es, en principio, de esencial importanciapara determinar los límites del conocimiento a nosotrosasequible, nuestra capacidad perceptiva, según el principio de que nada hay en el entendimiento que no sederive en alguna manera de la percepción. Si queremosobtener un índice de los conceptos elementales que nossirven de material en todas nuestras construcciones depensamiento, precisa que tengamos en cuenta su modode originarse en las percepciones.

Aristóteles lo sabe muy bien y en él encontramoslos primeros gérmenes de aquellas investigaciones de

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que tan a fondo se ocuparon en la época moderna Lockey Leibniz, pero no llegó a tratar la cuestión con elesmero de éstos. Le vemos, sí, distinguir en los librosdel Alma ideas que nos son descubiertas por un sentidosolo y otras que lo son por todos los sentidos en común,y es claro que en aquéllas se refiere a los objetos pri-marios de la sensación, a lo que según Locke perteneceno a la reflexión sino a la sensación. Pero no hay dudade que también nos hace encontrar en la percepcióninterna elementos conceptuales que agregándose a losantes mencionados, amplían esencialmente el dominiode nuestros conocimientos.

En los libros del Alma distingue, de entre lo que senos da en común por los sentidos, tres pares de clasesde conceptos, cada uno de los cuales pares correspondea una de las disciplinas matemáticas : Aritmética, Geo-metría que se limita a lo espacial, y un tercer arte men-surativo que, con lo espacial, tiene también en cuentala continuidad temporal. Los tres pares de conceptosson: unidad y multiplicidad; magnitud espacial yfigura ; reposo y movimiento.

En la Ética a Nicómaco (1) nota, empero, que, ademásde aquellos elementos matemáticos, hay otros percep-tibles comunes. Y aquí apunta al dominio que Lockedesignó luego como el campo de la reflexión. Se encuen-tran también aquí otras cosas interesantes y sugestivassobre las que sólo en general podemos llamar la atención.Tan sólo unas pequeñas observaciones que creemos ina-

(1) Elh. Nic. Vi, 8, al final.

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prescindibles. Y ante todo la siguiente: erraría quiencrea que Aristóteles quiso presentar en sus categoríasdiez clases de ideas simples: sustancia, cuantidad,cualidad, relación, lugar, tiempo, acción, pasión, situa-ción y hábito (1). Nada más evidente que el « estarvestido » no puede ser una idea simple. Y del mismomodo aparecen como ideas muy complicadas no sólola «posición» (Θέΰις), sino también la determinaciónlocal y temporal tal como se las ha adoptado en la tabladé categorías. Para el lugar se da como ejemplo acla-ratorio el « estar en el mercado ». El tiempo ha de seruna medida de lo anterior y posterior que se obtieneen relación con el girar uniforme de la última bóvedaceleste.

Del mismo modo, lo que él llama «pasión » no esen modo alguno un elemento conceptual simple. Todomovimiento, y aun el pensamiento, son considerados porél como una « pasión », porque es de su naturaleza elser producidos por un agente, relación que no presen-tándose en manera alguna en la intuición del movi-miento y del pensamiento, va connotado con el predi-cado «pasión ». Se añade, pues, un nuevo momento alde la intuición aquella, y hay que tener en cuenta esa

(1) Esta última categoría la explica así : « está calzado, estáarmado ». Podría preguntarse si no podrían también subsumirsede algún modo bajo la categoría del í/Uiv el « estar encuadrado,dorado, cubierto de musgo, cubierto de bosque, montado, íletado,provisto de tripulación, uncido, habitado, poblado, acompañado,hacendado, casado ». Todos ellos, lo mismo que el« estar calzado »,podrían contarse entre lo que Jos Escolásticos designaban comodenominatio extrínseca,

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complicación de determinación absoluta y relativa yacordarse al mismo tiempo de la despreocupación conque Aristóteles varía el significado en el uso de unapalabra, para comprender cómo puede llegar a hacerde la « pasión » (y lo mismo de la « acción ») una cate-goría especial encima de la de «relación » a la queparece debía más bien subordinarse, y si bien considerael pensar como una « pasión », hace consistir lo produ-cido en el pensante como tal, no en el paciente como tal.

Las categorías aristotélicas son una clase, la másalta, de predicados positivos que ya se descubren en suvariedad en la forma de pregunta a que responden, yvarios de los cuales son equívocos (de lo que Aristótelestiene bien clara conciencia, puesto que habla en el Librode las categorías de una cuádruple significación de lapalabra « cualidad ») y otros muy complicados. Pueden,eso sí, servir muy bien para explanar la variedad designificaciones de la palabra << ser». ¿Qué mejor modode hacerla destacar que, verbigracia, designar a unoen cuanto ser, una vez como « hombre » y otra como« el que se encuentra en el mercado »? Pero ninguno deellos nos da las últimas y más simples ideas. Y así levemos, en el segundo libro del Alma, donde habla delo perceptible propio y común, no hacer caso algunode las categorías.

Después de lo que acabamos de decir sobre la faltade una explicación detallada del cómo se originan dela percepción las representaciones elementales, pareceser un tanto aventurado preguntarnos cómo piensaAristóteles respecto a ciertos conceptos que en ese

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sentido han despertado excepcional interés en la épocamoderna : respecto a los conceptos de « sustancia » y« causa ».

El concepto de sustancia en general nos es dado,según Aristóteles, en cada intuición. Lo dan pues,según él, del mismo modo las percepciones externasque las internas, y es por lo tanto evidente que nopuede haber una cosa real, en sentido accidental, des-ligada de la sustancia. El concepto, empero, que nos-otros asociamos a la palabra « causa », es según Aris-tóteles vario, y si querernos averiguar su origen, habráde hacerse la pregunta para cada uno de sus sentidos.

Aristóteles habla de una causa que él llama «ma-teria » : y nos da precisas indicaciones sobre el origende este concepto. Lo adquirimos en vista del cambioque percibimos en el campo de lo físico y de lo psíquicocomo cuando un cuerpo se mueve, o se inician o cesanpensamientos en el alma. Por el hecho de esos cambiosvemos que no es imposible que el cuerpo o el almatenga una u otra determinación. Así adquirimos elconcepto de capacidad para cosas contrarias y esto eslo que Aristóteles llama causa material: capacidad quese encuentra análogamente en cualquier otra especie-de ser. En relación con la idea de que algo no es impo-sible, nos vemos llevados al campo del juicio en. que seencuentra la negación y el carácter modal de la impo-sibilidad. El concepto, pues, de causa material no seforma sin utilización de lo que ofrece la percepcióninterna. Esto que decimos del concepto de causa en elsentido de materia, vale también para ese mismo con-

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cepto en el sentido de «forma», sentido que está eníntima relación con el primero. La forma no es otra cosaque la realidad en virtud de la cual, lo que existía enposibilidad, se hace real; la que siéndole a esto inhe-rente, lo convierte en cosa real.

De conformidad con lo que ya sabemos acerca dela imposibilidad de que una parte de una cosa real seaella misma real, diremos que lo mismo la forma qae lamateria no existen en realidad. Sólo existe en realidadel compuesto de ambas, pudiendo por lo tanto decirsemuy bien que lo mismo la una que la otra, y también,por consiguiente, su composición, son propiamente fic-ciones que hace Aristóteles siguiendo el uso corrientede la lengua. Y así nos servimos tanto de nombresconcretos como abstractos, verbigracia,« grande »juntoa « grandeza », y decimos que lo grande es grande envirtud de su grandeza. Igualmente, cuando lo grandecrece o mengua, decimos que deja de tener una grandezay empieza a tener otra.

Que el concepto aristotélico de causa en un tercersentido, de causa final, está tomado también del campode la percepción interna, apenas hace falta decirlo.Pero ¿qué decir de ese mismo concepto en el sentidode «principio eficiente», un cuarto sentido que daAristóteles al concepto de causa?

Es éste un coacepto que no coincide con el conjuntode los antecedentes temporales que, sin excepción, vanseguidos de un consecuente temporal. Cosa que estáya implícita en lo que llevamos dicho, pues ya sabemosque preexiste como uno de los antecedentes necesarios,

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una capacidad, pero esa capacidad lleva el nombre, node causa eficiente sino de causa material. Y del mismomodo que, según Aristóteles, una capacidad puede sercausa en otro sentido pero no puede obrar ni cooperar,así tampoco puede ser causa eficiente nada negativoni privativo como tal, mientras que las determinacionesnegativas se cuentan en masa entre lo que designamoscomo antecedente regular.

Más aún. Lo que obra una vez y aun obra comoúnica causa eficiente, puede darse otra vez según Aris-tóteles sin obrar y precisamente por la razón de quepara su actuación puede requerirse la realización deciertas condiciones concomitantes que no son causaeficiente. Y hasta puede suceder que anteceda bastantetiempo al efecto, pero no siendo aún causa eficiente.Como tal, cree Aristóteles que jamás existe previamenteal efecto. Sería pues, según él, completamente falso elconsiderar la causa eficiente como tal, siquiera en unsolo caso como antecedente temporal, aun habiendopreexistido la cosa que luego se hace causa eficiente.Ahora, que no es éste el caso general sino que, dada yala totalidad de las condiciones, tan pronto como surgeJo que obra eficientemente, surge con él, al mismotiempo según Aristóteles, el efecto. Y si el efecto mismopudiera a su vez producir eficientemente algo y nofaltara para ello ninguna de las condiciones necesarias,empezaría a tener lugar en un mismo momento estesegundo y mediato efecto juntamente con la primera ymediata causa. Vemos pues cuán poca aplicación tieneel análisis de David Hume a lo que Aristóteles entiende

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por causa eficiente y cuán indispensable es que éste,que no admite conceptos innatos ni dados a priori, nosmuestre las especiales percepciones en. que crea él haberbebido el concepto, para acabar de ver claro su pensa-miento.

¿Creía acaso Aristóteles poder sacar simplemente elconcepto de « principio eficiente » del campo de la per-cepción exterior? Allí don.de en el segundo libro delAlma enumera lo que es percibido por un sentido soloy lo que es percibido por todos igualmente, no mencionala « acción » ni la « pasión». La presunción a que estodaría margen, de que, según él, este concepto sólopuede ser adquirido por vía de percepción interna,concuerda con su afirmación de que el pensamientonos mueve a desear. En el deseo va implícita la con-ciencia del motivo.

También la manera como habla de la necesidad conque la creencia en la ley de contradicción se imponea todo el que piensa en ella, parece dar a entender queen el hecho de pensar los términos en que se evidenciael principio, cree él percibir como tal lo que produceesa creencia. Debía también por consiguiente creer queante sí tenía una intuición de causa eficiente en elpensar las premisas, cuando de ellas resulta evidente-mente una conclusión, como lo dice expresamente ensus comentarios sobre Aristóteles uno de los más famososperipatéticos de la Edad Media, Tomás de Aquino. Ysi esto es así, también vemos tocarse en este puntoAristóteles con Leibniz en un pasaje de sus NotuvfauxEssais.

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Las dichas cuatro significaciones de la palabra« causa »son las que Aristóteles usa más frecuentemente.Pero bien mirado, habla a veces de una especie de rela-ción causal que no coincide por completo con ningunade ellas : la de la sustancia como portadora de losaccidentes y desde luego precisamente de esa potenciaaccidental que, como materia, sirve de fundamento alcambio de realidades accidentales. Así, verbigracia, elalma es el sujeto del entendimiento, potencia de pen-samiento que tan pronto tiene actualmente este pen-samiento como el otro. El concepto de sujeto sustancialno es el de materia de accidentes, pero es una condiciónprevia de la misma, y de tal modo que Aristóteles llegauna vez a decir que las causas. de la sustancia soncausas de todo, aun de los accidentes, porque éstos nopueden existir sin la sustancia.

Otra relación causal, que si bien se mira, es muydistinta de la de materia en sentido propio, es la deuna realidad que existiendo en. la materia, la predisponea que salga de ella una cosa real y, por consiguiente, lapredispone a esa cosa. El caballo engendra un animalesencialmente distinto según que se aparee con unayegua o con una pollina. Lo mismo en el proceso decalentamiento o enfriamiento no es indiferente el gradode calor previo. Aquí no se trata de algo que, como lamateria en el sentido estricto de la palabra, permanezcacomo un substrato en medio del cambio de las formas.

A su vez tenemos algo como una causa, pero que nose confunde con ninguno de los conceptos mencionados,cuando se tiene uno de esos movimientos que como

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movimientos naturales de los elementos distingue Aris-tóteles de lo que él llama movimientos violentos de losmismos. Así, verbigracia, un terrón arrojado al airecon fuerza vuelve hacia abajo por un movimiento na-tural del mismo. Si se pregunta por el principio eficientede ese movimiento, lo ve Aristóteles en aquello queproduciendo la tierra, la ha comunicado juntamentecon su naturaleza una tendencia a su lugar natural,en virtud de la cual, cuando está allí, permanece enreposo, pero cuando se encuentra en otro lugar y nose la cohibe, se mueve hacia aquél.

El modo de concebir Aristóteles ese movimientosin un principio eficiente simultáneo, mientras que lorequiere siempre para el movimiento violento, trae ala memoria la manera de concebir la continuación delmovimiento en la época de formulación de la ley deinercia (1). Se pretendía que el principio eficiente quehabía desplazado el cuerpo a ese nuevo movimiento,

( í ) Podría suceder que alguien se sintiera inclinado a atri-buir la continuación de un movimiento en virtud de la ley deinercia a una mutua causación entre las partes mismas del mo-vimiento que se suceden unas a otras. Para Aristóteles esto seríaimposible, pues, como sabemos, para él causar y ser producidoson simultáneos y, por lo tanto, el movimiento todo desde el prin-cipio hasta el fin no se realizaría sucesivamente, sino todo de unavez. Si Aristóteles hubiera conocido nuestras experiencias, segu-ramente que habría interpretado el hecho en el sentido de que elcuerpo con que se choca, adquiere una cierta cualidad (una έξις)y no habiendo influencia alteradora, conserva esa cualidad, quelleva consigo una tendencia constante a seguir moviéndose enlínea recta y con movimiento uniforme de un modo parecido acomo él concebía las esferas celestes con una tendencia al movi-miento circular uniforme.

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le había comunicado una tendencia a continuar esemovimiento sin necesidad de nueva eficiencia. Tam-bien de los cuerpos elásticos se hablaba a veces comosi, alterados violentamente en su forma, de por sí mis-mos y en virtud de su tendencia natural volvieran ala antigua forma. Esto presentaba todavía mayor se-mejanza con la física aristotélica que tan extraña nosparece ahora. Pero si nos ponemos en su punto devista, no se podrá menos de admitir, si no una inter-vención continua de un principio eficiente con existenciaactual, sí un influjo duradero de la naturaleza delcuerpo que tiene esa tendencia (1). Esta causalidadtampoco se confunde con la relación de sujeto a suspropiedades.

Quizá se extrañe alguno de que me haya detenido-tanto en esta anticuada concepción de Aristóteles. Peroveremos luego en el curso de la exposición que su co-nocimiento es necesario para comprender muy impor-tantes elementos de la doctrina aristotélica. No seríadifícil demostrar que no se trata aquí de conceptosderivados de la percepción externa, sino que en suconstrucción han intervenido elementos que pertenecena la esfera psíquica.

(1) Veremos luego cómo Aristóteles hace depender la exis-tencia de las cosas de un influjo continuado de la divinidad ;y así, la tierra, y cualquier otro elemento, no sólo ha recibido sunaturaleza de algo que existió pero que pudiera ya no existir,sino que mientras la tiene, es conservado en ella por algo real-mente existente. Esta idea da un nuevo aspecto a la doctrina deAristóteles.

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Nos referiremos también brevemente a otra acep-ción de la palabra « causa » : aquella determinacióngeneral de un concepto genérico que lleva consigo algoasí como una propiedad inseparable. Así, verbigracia,en un triángulo rectángulo la propiedad de ser triánguloes causa de que la suma de sus ángulos valga dos rectos,y el carácter de triángulo rectángulo es causa de queel cuadrado de la hipotenusa sea igual a la suma de loscuadrados de los catetos.

Igualmente, en Cayo el carácter de organismo vivoes cansa de su mortalidad ; el carácter de ser vivoanimal es causa de tener una potencia apetitiva, y elcarácter de hombre es causa de su capacidad de ra-ciocinar.

Perdido el carácter de triángulo rectángulo, desapa-recería la propiedad demostrada por Pitágoras, y poreso dice Aristóteles que cuando una existencia es causade la existencia de algo, su no-existencia es causa dela no-existencia de ese mismo algo. Por eso se permitea veces decir que la falta de la causa eficiente de algoproduce la falta del efecto respectivo, caso que losperipatéticos posteriores distinguieron, como caso dela causa deficiens, del caso de la causa efficiens.

Mencionemos también cómo, según nuestro filósofo,del mismo modo que la materia, también la privaciónes un principio del devenir (1), queriendo decir con elloque si lo capaz de ser fuera ya en realidad aquello quees capaz de ser, no lo llegaría a ser.

(1) Véase Met. Λ, 2, al f in.

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Todo nuestro pensar debe construirse con elementosque estén tomados de la experiencia, pero esto no quitael que pueda haber algo que sea para nosotros irrepre-sentable en sí mismo y de lo que podamos sin embargoafirmar muchas cosas con verdad y certeza. Esto sepercibirá con claridad mayor cuando después de estu-diar la teoría del conocimiento de Aristóteles, vayamosa sus investigaciones ontológicas.

Lo trascendente de la definición sustancialHemos visto que, según Aristóteles, el concepto de

sustancia se nos da directamente en nuestras intui-ciones, y más todavía : que no puede haber represen-tación de un accidente sin concepto de sustancia. Alvernos como sujetos que sienten o piensan, nos vemoscomo sustancia que siente o piensa. La existencia desustancias no es, pues, una asunción hipotética, sinoalgo garantizado por evidencia inmediata. Ahora bien,para nuestro autor, tan evidente como lo que acabamosde decir es que ese concepto sólo lo captamos en lamás extrema generalidad faltándole todas las diferen-cias específicas. Los accidentes inherentes a la sustanciano deben ser considerados como tales diferencias espe-cíficas. Ahora bien, aunque las diferencias específicassustanciales no se nos dan en intuición como el con-cepto de género, no por eso podemos dudar de su exis-tencia, pues, como hemos visto, no se puede admitir,sin caer en el absurdo, la real existencia de un universal.Tenemos pues aquí un conocimiento de algo trascen-

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dente. Y Aristóteles no se contenta con haberlo deducidosino que cree poder adelantar algo más sobre su ver-dadera naturaleza, aprovechando por un lado la ana-logía con los accidentes como punto de apoyo, y porotro la idea de que las leyes generales naturales induc-tivamente constatadas tienen, su fundamento en las di-ferencias sustanciales, de tal modo que si las sustan-cias nos fueran intuitivamente conocidas, las leyesnaturales se nos aparecerían como casos de la ley decontradicción. Así llega Aristóteles a establecer la doc-trina de las definiciones sustanciales. El séptimo librode la Metafísica tiene por incompletas las observacioneshechas en los Analíticos y entra más a fondo en lacuestión. Nos enseña a ver en la definición sustancialuna serie muy compleja de conceptos que se especificancada vez más, en la que toda diferencia específica si-guiente contiene a la precedente, y por lo tanto la úl-tima diferencia específica es igual a la definición total.Lo mismo que sucede con la serie de conceptos acci-dentales : cualidad sensible, color rojo.

En un pasaje (1) da a entender bastante claro queno tenemos una representación propia de estas dife-rencias sustanciales, cosa que formula como convic-ción en el último capítulo de la Meteorología y en loslibros De parlibus animaliam. Y así, en los libros delAlma en que hay que hacer una definición sustancial,recurre al siguiente medio : caracterizar por sustituciónlos miembros sucesivos por grupos de actividades

(1) Met. Z, 3 p. 1029 α 11.

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anejas a ellos, esto es, las vegetativas que el hombretiene de común con las plantas, las sensitivas que leson comunes con los animales y las intelectivas queson propias suyas. Como en otros puntos de su doctrina,tampoco en éste ha sido Aristóteles bien comprendido,y por eso se querían ver contradicciones inconciliablesentre la demostración inductiva de los principios enlos Analíticos, por un lado, y por otra parte, su doctrinade la evidencia inmediata de la ley de contradicciónen la Metafísica. Lo mismo que para las definicionessustanciales, también hay que buscar sustitutivos paravarias definiciones accidentales que nos son trascen-dentes, pero que se descubren por medio de grupos depropiedades anejas a los varios miembros.

Las definiciones, trascendentes para nosotros, delas sustancias se diferencian en un punto de las deaccidentes, que, como en el ejemplo que dimos antes,se nos presentan intuitivamente. Todo concepto acci-dental encierra, como se ha dicho, el concepto de sus-tancia y, por lo tanto, no es género respecto a susdeterminaciones como es el caso en las definiciones sus-tanciales que es donde tan sólo se realiza plena-mente la verdadera definición.

Aristóteles no deja de destacar bien este punto enel séptimo libro de la Metafísica (Met. Z.).

Cambios sustanciales. Materia y formaSigamos todavía más adelante a nuestro autor en

estas sus investigaciones trascendentes. Puesto quesegún él (como queda dicho) sólo es evidente la per-

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cepción interna, debía haber tomado de ahí su puntode partida, caso de querernos revelar todo el procesode su pensamiento. Estando implícito el concepto ge-neral de sustancia en la representación de todo acci-dente, y por consiguiente también de los accidentesque nos revela la percepción interna, le hubiera sidofácil partiendo de ellos, llegar a la conclusión de queexiste una diferencia sustancial trascendente. Y cons-truyendo sobre esa misma base, hubiera podido deducirinmediatamente la existencia de una doble clase desustancias: una corporal y otra espiritual, porque,como se ve por ciertas explicaciones de los libros Deanima, le parece una contradicción que un accidenteen el que se distinguen partes continuas, tenga porsujeto una sustancia inextensa, y un accidente in-extenso una sustancia extensa. Ahora bien, nuestraspercepciones sensibles, verbigracia, la visión, presentanpartes continuas, pues que a cada parte distinta de laimagen vista corresponde otra parte de la visión. Porlo tanto, concluye, es extenso el sujeto sustancial denuestra visión. Por el contrario, cuando pienso un con-cepto general como el de cosa, de negación, etc., elpensamiento es tan poco compuesto de partes continuascomo el objeto pensado tal como lo pienso. Es, porconsiguiente, espiritual el sujeto de ese pensamientonuestro.

Pero Aristóteles prefiere partir de la existencia deun mundo exterior corporal como de algo que nadie puedeseriamente poner en duda. El número aplastante deexperiencias que abonan esa creencia, le parece ser de

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más efecto que las mejores pruebas. Usando el mismoprocedimiento contra los que dicen que no se puededistinguir entre sueño y vigilia, los remite al testimoniode su propia conducta : « Nadie que en Libia haya soñadoestar en Atenas, va por eso al Odeón ».

Aprovecha sin .reparo ninguno, ya en su teoría dela definición sustancial, la existencia, fuera de nosotros,de sustancias extendidas en el espacio, como algoreconocido por todos, y permanece fiel a su idea en loulterior. También toma como cosa reconocida que esassustancias están sometidas a varios cambios acciden-tales : en cuanto al lugar ; a la mayor o menor exten-sión, pues crecen y disminuyen ; y en cuanto a la cua-lidad. Pero tampoco podemos racionalmente dudar,cree él, de un cambio en cuanto a la sustancia.

Las diferencias sustanciales se revelan a no du-darlo por las actividades específicas a ellas anejas. Y¿qué cambio más importante que el cambio que tienelugar a consecuencia de trasformaciones químicas yde trasformaciones aun más profundas en el cambiode lo muerto en. vivo, vegetativo solo o vegetativo ysensitivo juntamente, y al revés en la muerte o desinte-gración de un organismo? (1).

(1) Nótese la limitación del cambio a las cuatro categoríasaquí mencionadas. Cierto que hay también cambio en cuanto aotras, verbigracia, la relación, cuando algo se encuentra más cercao más lejos de otra cosa o cuando alguien cambia su situacióno vestido. ¿Pero la alteración de esas relaciones locales no tienelugar en virtud de un especial proceso trasformativo, sino envirtud de la alteración absoluta que se realiza por lo menos enuno de los dos cuerpos que están en relación local. Igualmenteson meras trasmutaciones las que tienen por consecuencia una

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Tenían, pues, que parecerle completamente insatis-factorias las doctrinas de los Atomistas que todo loquieren explicar por meros cambios de lugar. Ni podíatampoco satisfacerle admitir meras alteraciones o cam-bios de accidentes cualitativos. Exigía y demostrabaun cambio de la sustancia misma. Y así, con ese cambiosustancial de los cuerpos, tenemos una cuarta claseque añadir a los tres cambios accidentales ya admitidos.

Cuando tiene lugar un cambio en los accidentes,encontramos que algo opuesto sucede a lo anterior :pues lo mismo sucederá en el cambio sustancial. En-contramos también en aquéllos que algo subsiste per-manente en el cambio : la sustancia, en cuanto escapaz de recibir en sí una u otra accidentalidad. Y éstaes también la que determina la individualidad, pues

alteración en cuanto a la situación o el vestido. Esto demues-tra que Aristóteles se da muy bien cuenta de que no sólo en lacategoría que él llama πρόςη (la relación a algo), sino tambiénen todas aquellas a las que niega un especial proceso de cambio,se trata de determinaciones relativas o de una multiplicidad queuna vez que se tienen las unidades, está dada sin más. Las tresprimeras categorías accidentales son las que más se acercan,según Aristóteles, a aquella a la que compete el ser en sentidoprimero y propio. Lo que se llama categoría de « pasión », pres-cindiendo de la relación con el agente, deberá contarse en una delas categorías dichas, verbigracia, el movimiento local en lacategoría del lugar ; nuestro pensamiento, que según Aristóteleses también una pasión, deberá contarse, prescindiendo tambiénde su relación con el agente, como una cualidad. Sin embargo,el pensar no es una « pasión » en el sentido de un cambio propio,de algo real en otra cosa real, sino sólo en el sentido de estarrecibiendo permanentemente un influjo que de algo posible hacealgo real. Véase De. An. II, 5, p. -117 b '2. Volveremos prontosobre esto.

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aunque un cuerpo venga a ocupar el mismo lugar queotro ha dejado, lo que aquí está ahora es individual-mente otro que el que antes aquí estaba. Y aunque dospiensen igual por completo, no son, sin embargo, indi-vidualmente una misma cosa aun como pensantes.

El cambio sustancial no puede a su vez tener porsujeto permanente una sustancia real, pero podemosdecir aquí también que la capacidad de ambos casosopuestos está dada lo mismo antes que después, y pre-cisamente de esos dos casos individuales opuestos, pu.essi se cambia el agua en fuego y de nuevo el fuego en agua,se tiene individualmente la misma agua que antes setenía, mientras que otra agua que también, se convirtióen fuego, al cambiar inversamente, se convierte en lamisma agua individual de que resultó este fuego, perono en aquella en que se convirtió el otro fuego. Lomismo, pues, aquí que allí (en los cambios accidentales)la capacidad que decimos que permanece, dice relacióna un especial círculo de individuación (1).

t í ) Un accidente puede convertirse en otro no cambiandosu especie sino su individualidad. Así, cuando se corrompe lasustancia; pues que la individualidad del accidente está condi-cionada por el sujeto. En cuanto a la sustancia, podría parecerque en ella, no teniendo como no tiene un sujeto corruptible(ella misma es la corruptible), sólo pueden ocurrir cambios espe-cíficos. De hecho, Aristóteles sólo tiene en cuenta estos cambiosespecíficos. Pero ¿qué habríamos de decir, si, como según élmismo puede suceder, un cuerpo real único se divide en dos quepertenecen también a la misma especie que el primer cuerpo real,como verbigracia cuando un animal o una planta se parte en dosde la misma especie? Aquí la teoría aristotélica muestra unalaguna. Ya antes llamamos la atención sobre los reparos a que seprestaba su doctrina sobre la unidad y multiplicidad en el continuo.

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Mantiénese la capacidad de los mismos individuosy se puede por lo tanto hablar de una subsistencia dela capacidad in individuo; naturalmente, en el sentidoimpropio de subsistencia que puede convenir a unamera posibilidad, que en realidad es nada. Recuérdeseque en rigor se trata, como antes decíamos, de ficcionesocasionadas por la naturaleza de las cosas.

Podríamos dar a esa idea que acabamos de expresar,una nueva y fiel expresión, con decir que si bienAristóteles no cree como los Atomistas que una sustancia permanente esté por debajo del cambio, estáempero conforme con ellos en la limitación de los cam-bios a un cierto círculo de individuación, lo que implicala creencia en la conservación de una masa invariable.Si no hubiera pensado en este punto como los Atomistas,pudiera haberse visto en el caso de tener que admitirque si un fuego se convertía en una cierta agua indi-vidual y otro fuego también en la misma agua indivi-dual, el mismo individuo habría existido dos veces (1).

(1) La crítica podría mostrar aquí fácilmente, por lo contra-rio, que con respecto al especial círculo de individuación dentrodel cual se mueve la capacidad, debía haberse admitido unaclase especial de determinaciones reales y trascendentes que ensus últimas diferencias específicas debería pensarse como repe-tidas tantas veces cuantos círculos de individuación pudierandistinguirse. E] individuo resultaría de la combinación de dosúltimas y específicas diferencias que se crucen y éstas se indivi-duarían recíprocamente. Tendríamos así algo por el estilo de loque sucede cuando en nuestro campo de visión dos puntos igual-mente rojos aparecen sin embargo como dos por la diversidadde posición en el campo de visión, mientras que una mancha azulque ocupa el lugar de una de las manchas rojas, se individualizafrente a la otra mancha roja simplemente por ser otra la especie

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Los cambios sustanciales no se hacenen serie continua

Si Aristóteles se pronuncia tan decididamente poruna transformación aun en lo sustancial, en un aspectose la imagina empero distinta de las otras tres tras-formaciones accidentales. Éstas, verbigracia, la local,se realizan de una manera continua. En lo sustancial,en cambio, no puede haber un cambio continuo, sinoque se realiza de un modo discontinuo en un momentoo en una serie de momentos sucesivos, preparados poruna serie continua intermedia de cambios accidentales.

No es difícil ver lo que lleva a Aristóteles a estemodo de pensar. Si hubiera u.n cambio sustancial con-tinuo como lo hay local, sería infinito el numero declases de sustancias. Es más, no cabría esperar quela experiencia nos mostrase jamás dos individuos ver-daderamente iguales en especie sustancial. Lo mismoque hoy vemos en Química: que se llega a combinacionescompletamente iguales, porque las elementos se com-binan sólo en ciertas proporciones determinadas, noarbitrarias.

En este sentido ha dicho Whewell que, aun antesde la demostración experimental, podría haberse dedu-cido a priori la limitación de las combinaciones quetraen consigo alteraciones tan profundas frente a la

de color. La admisión de un cruce así de diferenc ias ambassustanciales, implicaría una profunda modificación de toda lateoría de las categorías. Quede aquí sólo indicada esta idea, cuyopleno desarrollo no es ahora oportuno.

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ilimitación de las variedades de mezclas. Es algo inte-resantísimo el ver cómo nuestro filósofo en su teoríade los cambios sustanciales, discretos y momentáneos,anticipa una presunción exactamente igual a la queWhcwell considera como a priori posible. Su discípuloTeofrasto, que no le permaneció fiel en este punto, des-conoció evidentemente la alta significación de esteelemento.

De la nada, nada sale: nada se convierteen nada

Otro ejemplo nos mostrará cómo Aristóteles, juz-gando como juzga sobre lo trascendente sustancial,por analogía con lo que la experiencia nos dice en elcampo de lo accidental, no por eso equipara en absolutoambos campos. Encuentra, en efecto, en lo accidentalcasos de devenir que no son cambios en el propio sentidode la palabra (1). O cesa sencillamente de existir unaccidente real de tal modo que en. el sujeto sólo quedala potencia o capacidad del mismo, o empieza simple-mente a existir, no habiendo existido antes en el sujetoun accidente real contrario sino únicamente la respec-tiva capacidad accidental. Así sucede, verbigracia,cuando después de haber oído, viene el silencio o cuandoun sonido interrumpe el silencio. Y no sólo en este caso,sino que ni aun siguiendo un. sonido a otro, bien miradala cosa, tenemos un verdadero cambio de algo real enotro algo real. El sonido siguiente se produce justa-

(1) Véase la nota de la pág. 73.

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mente cuando el precedente ya no existe, y éste cesaantes de sucederle aquél. Aristóteles llama a estos casos,casos de simple realización de lo que estaba en posibi-lidad, y de simple privación.

Pues bien, .que algo análogo a lo dicho suceda en losustancial, lo rechaza decididamente. ¿Qué sería, dice,lo que quedara al tener lugar una simple privaciónsustancial? No un accidente, porque éste presuponeuna sustancia real. Quedaría, pues, una pura nada.Y ¿cómo a esta nada había de poder ir unida una ca-pacidad cualquiera para un círculo de individuaciónmás bien que para otro? Con la simple desaparición deuna sustancia real se nos daría, pues, una verdaderaaniquilación, y al revés, con un comienzo absoluto dela sustancia, una verdadera creación de la nada. Ahorabien, son cosas éstas de las que no da testimonio laexperiencia como la da de los cambios sustanciales.Pronto veremos por qué Aristóteles tiene que rechazarlasen absoluto.

La ley de la SinonimiaObservamos también otra cosa en el campo de lo

accidental. Encontramos que lo frío se calienta por in-flujo de algo que también está caliente. Del misinomodo, lo caliente se enfría por influjo de algo frío. Algoseco se humedece por influjo de lo húmedo y al revés,lo húmedo se seca al contacto de lo seco. La causa espues sinónima con su efecto. En los grupos de accidentesque son característicos de una clase determinada de

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sustancias vivientes, encontramos que esas sustan-cias producen por su influencia esos mismos caracteresen un cuerpo que hasta ahora no los presentaba, ydebemos deducir de ello que también esas sustanciasproducen sustancias sinónimas : un caballo engendraotro caballo, un león a otro león.

Junto a esa clase de sinonimia entre la causa y elefecto, hallamos también en la experiencia otra sino-nimia análoga en los procesos que distingue nuestroautor de los anteriores (que son obra de la naturaleza)como productos del arte o de la inteligencia, verbi-gracia, cuando un arquitecto construye una casa encorrespondencia con la idea que él tiene en su cabeza.Aquí también, en cierto sentido, la casa que está en lainteligencia del arquitecto, produ.ce una casa real iguala aquélla. Y lo mismo sucede, cuando alguien produceintencionadamente un incendio. Claro es que hay di-ferencias considerables entre la sinonimia del devenirnatural y la del devenir artificial. Es algo muy distintoestar en la inteligencia como concepto general, y comoindividuo real ser objeto de un concepto. Otra grandiferencia es la sigu.ien.te : el que tiene en su cabeza elconcepto de salud y por medio de él da la salud a uncuerpo enfermo, ese mismo otra vez en virtud de esemismo concepto puede robar la salud a uno sano. Louno y lo otro están en poder de la causa. Y esto puedesuceder, porque al saber lo que se necesita para estarsano, por ese mismo conocimiento sabemos lo que senecesita para ser privado de la salud. Y, por lo tanto,también este último efecto cae bajo la ley de la sino-

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nimia. Aristóteles habla de esta ley como de una leyuniversal. Aun en los casos en que decimos se trata node un devenir natural ni artificial sino de un hechocasual o feliz, encuentra él que, bien mirada la cosa,se cumple la ley. Así, verbigracia, cuando un enfermosana por haberse producido un favorable cambio detemperatura, decimos que se ha curado por una felizcasualidad y no por la ayuda del médico. Pero preci-samente lo que necesitaba para ponerse bueno, era unpoco de calor y éste le ha sido dado en virtud de unasinonimia.

Del mismo modo, cuando se cruzan, dos fuerzas quedan por resultado un conjunto que no se parece a nin-guno de los dos factores, cada factor por su parte tiendea una asimilación, y en último caso tenemos siemprecasos de influencia natural o artificial.

Lo que se produce por casualidad o dicha, se pro-duce per accidens. Pero en el fondo de todo obrar peraccidens, hay como fundamento un. obrar per se. Te-nemos siempre, por lo tanto, un obrar por naturalezao por pensamiento.

De todos modos, resulta de lo dicho que aun en elcaso de mayor semejanza del efecto con la causa efi-ciente, se trata de una igualdad específica, no individual:El hombre produce un hombre, no Sócrates a Sócrates,porque en medio de todos los cambios a que está sujetala sustancia, no abandona el círculo de su individua-lidad, o sirviéndonos de una expresión aristotélica, lamateria sustancial permanece la misma. A esto obedecetambién el hecho de que cuando un fuego cambia en

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fuego dos trozos de madera, las sustancias por élproducidas no son un mismo individuo, sino dos indi-viduos específicamente iguales. No la causa eficientedel cambio sino la capacidad sustancial receptiva, lamateria, es el principio de individuación (1).

Sin. embargo, nuestro autor observa (y no deja dedarle importancia) que en vez de los cuatro principiosde todo cambio (los dos términos opuestos entre losque tiene lugar el cambio, la materia que como meracapacidad de ambos es el substrato del cambio y elprincipio eficiente) podría en cierto modo hablarse sólode tres principios, pues que la forma se concibe comouna misma en el principio eficiente y en lo efectuado.

Hablemos antes de la especial repugnancia que pa-recía sentir nuestro filósofo a considerar el movimiento,por él llamado natural, de un elemento hacia su lugarnatural, como producido por la naturaleza del mismo.Quizá está ello en relación con la ley de la sinonimia,pues ¿qué clase de igualdad puede encontrarse entreesta clase de sustancia y esta clase de lugar? Pero nose peca contra la ley cíe la sinonimia si, cuando unfuego produce otro fuego, una sustancia con tendencia

(1) Un grave tropiezo contra esta doctrina suya de la materiacomo principio de individuación parece ser lo que dice en los librosdel alma (De anima, II) de que el cambio de materia en la nutri-ción y crecimiento no impide a la sustancia del organismo per-manecer siempre individualmente la misma. Siguiendo así el usocomún de asimilar la unidad individual de un organismo a lade un río, sin darse cuenta ha traicionado su teoría general demateria y forma.

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ascensional produce otra sustancia con la misma ten-dencia.

Mas, aparte de todo eso, la ley de la sinonimia, queya no es única en virtud de la diferencia esencial quesepara el devenir natural del artificial, no hay queentenderla de una manera tan general que haya deaplicarse a todo caso de eficiencia, y en una cadena deefectos, a más de aplicarse al primer eslabón en relacióncon el último, haya de aplicarse también a todo eslabóninmediatamente anterior en relación con el que le siguea continuación. Una planta no produce inmediatamenteuna planta, sino un germen de planta que, como Aris-tóteles reconoce, aún no tiene la misma naturaleza.Sabemos también, que para llegar al cambio sustancial,hay que prepararlo por medio de alteraciones localesy cualitativas. Y ¿cómo puede entenderse esto sinoadmitiendo que también las cualidades contribuyenal cambio sustancial? Pero, como la capacidad parasustancia es diferente de la capacidad para accidente,las cualidades obran, por decirlo así, instru.mentalmen.tealgo que no les es sinónimo.

Notables son también casos como los que, segúnvimos, parece han inspirado el concepto de causalidad,como verbigracia, cuando nos sentimos determinadospor este o aquel pensamiento a buscar algo, a huir. Elbuscar o el huir no es, él mismo, un pensamiento nitampoco sinónimo del pensamiento con su respectivarealidad, sino que tan sólo sirve de intermediario sino-nímico entre el pensamiento y lo que la voluntad in-fluida por éste produce.

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Desde el punto de vista de la doctrina aristotélicanos encontramos con un caso especialmente importanteen que una sustancia produce un cambio sustancialque ni artificialmente (pues no tiene conciencia) ninaturalmente (porque la sustancia eficiente es inco-rruptible y la efectuada es capaz lo mismo de nacerque de morir) es reducible a igualdad sinonímica.Quiero decir, el influjo del sol sustancialmente trans-formador. Verdad es que también Aristóteles cree enuna cierta similitud del influenciado con el influen-ciante, pero no puede llegar a una verdadera sinonimia.Y así dice expresamente en Met. Λ que el sol es causacomo principio eficiente, pero que no es una causasinónima. Si, pues, a pesar de eso vuelve a hablar 4elprincipio de sinonimia como de un principio universal,se debe a la idea de que los casos que a primera vistafaltan a la sinonimia, contribuyen en último términoy según una ley universal a establecerla, sirviendo deintermediación, para la misma, como la voluntad delartista es la intermediaria entre la idea y la obra eje-cutada, como la semilla y el germen median entre elorganismo engendrador y el engendrado. Cuando, pues,en una acción no aparece a primera vista la sinonimia,podemos concluir con seguridad la existencia de u,nprincipio anterior con respecto al cual se cumple la ley,como lo dice expresamente el segundo libro de laFísica (1).

(1) No carecen de interés las observaciones de Alejandrode Afrodisia sobre los casos en que ley de la sinonimia sufre unaexcepción. Véase FREUDENTHAL : Los fragmentos de Alejandrode Afrod., conservados por Averroes a Met. Λ, cap. IV, al íin.

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Existencia de un ser absolutamentenecesario

Dirijamos ahora la atención a aquellas investiga-ciones que llevaron a Aristóteles a otra afirmacióntrascendente, esto es, a la tesis de un espíritu por símismo necesario, infinitamente perfecto y pensante,como primer fundamento de toda realidad. Nosotrosveremos que dicho espíritu es inferido como principioeficiente, y debiendo ser el primero de todos los prin-cipios, sólo puede ser un obrar per se, no per accidens,y que en él se observa con toda precisión la ley de lasinonimia. Lo hace resaltar expresamente aun allídonde, como en el capítulo IV del libro 12° de la Me-tafísica (1), formula la ley de la sinonimia, y tambiénhace a ello referencia expresa en el capítulo X delmismo libro (2) volviendo sobre ello en el libro 2.° dede la Física (3), donde, tratando de la fortuna y delacaso, afirma de la manera más terminante la obser-vación de la ley de la sinonimia en la causa primerade todo.

Claro es que no dejará de notar en este caso de sino-nimia inferido por analogía, la especial manera de ve-rificarse aquélla, que ya en los casos empíricos delobrar por entendimiento era distinta de como se verificaen el obrar por naturaleza. Ύ así, después de haber

(1) Met. Λ, 4 p. 1070 b 34.(2) Met. Λ, 10 p. 1075 b 10.(3) Phys. II, ü p. 198 α 10,

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hablado de la manera de verificarse la sinonimia en elobrar por naturaleza y por entendimiento artístico, dice:« además de estas maneras de sinonimia, hay la maneracomo el primer motor lo es todo ». Pero ante todas esimportante la siguiente consideración. Si algo existe,pero no es necesario por sí mismo, tiene que tener sufundamento en otro ser (1).

Si ello no fuera así, no podría nunca haber uncurso regular cualquiera de acontecimientos, pues, silo que de por sí, lo mismo puede ser que no ser, fuerao no fuera sin otra causa determinante, podría tambiénde por sí mismo empezar a ser, y de por sí mismo dejarde ser. No se llegaría, por lo tanto, a tener ni una exis-tencia constante y enteramente inalterada ni a uncurso regular y continuo, sino que de un momento aotro podría llegarse a un cambio abrupto, intermitente,en virtud de las perturbaciones que traería lo que depor sí mismo empezara o dejara de ser. Ahora bien,hay en el mundo físico que nos rodea, mucho que porsu naturaleza lo mismo puede ser que no ser, pues quelo vemos nacer o morir. Debe, pues, esto tener su causadeterminante en otra cosa. Supongamos que también

(1) Instructivos en cuanto al modo de llegar Aristóteles aesta convicción, son sobre todo los últimos capítulos del primerlibro De cáelo, donde argumenta contra los que enseñan queel mundo ha tenido un principio, aludiendo a la inverosimilitudinfinita de que, lo que según estos filósoíos empieza a suceder,pudiendo igualmente haber sucedido momento por momentodurante un tiempo infinitamente largo, hubiera sucedido jamásen ninguno de los infinitos momentos que en éste pueden dis-tinguirse.

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esta causa es capaz de ser como de no ser : ello nosremite a una causa anterior, y si ésta no es necesaria,se repite la misma exigencia. Y aunque prolonguemosal infinito una serie de causas, cada una de las cuales,de por sí, lo mismo pueda ser que no ser, no quedaría-mos satisfechos. Lo mismo que cada miembro en par-ticular, todo conjunto de miembros que se sucedenentre sí, sigue siendo algo que lo mismo puede ser queno ser, y lo mismo, por consiguiente, toda la serieinfinita misma. En su totalidad sería algo que existede hecho, pero no necesariamente. No sería absurda suno existencia. Si a pesar de eso existe, hay que buscarsu fundamento en otra cosa. Si hay, pues, algo real quede por su naturaleza lo mismo pueda ser que no ser,existe como fundamento de lo mismo, algo que por símismo es absolutamente necesario.

Ese ser necesario es inmóvil¿Cómo hemos, pues, de figurarnos eso absolutamente

necesario? ¿Algo asi como un eterno movimiento uni-forme? ¿O como una sustancia a la que es natural esemovimiento?

Varios motivos podían recomendar esa idea. El movi-miento local interviene en todo otro proceso de cambio:es la primera de todas las alteraciones en el mundo delos cuerpos. En las estrellas del cielo es la única que sehace notar. El cielo de las estrellas fijas parece girarrealmente en plena uniformidad, y según los astrónomosmás notables de la época de Aristóteles, el movimiento

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de las otras estrellas se explica por una intersección deesferas uniformemente giratorias. El influjo de las es-trellas podía luego haber puesto en movimiento loselementos, que de otro modo estarían quietos en sulugar natural y haberlos hecho experimentar los varioscambios cualitativos, cuantitativos y sustanciales.

Añádase a esto que de hecho Aristóteles, por ana-logía con el movimiento natural que según él debentener los elementos, atribuye también a las esferascelestes un movimiento natural que concibe como mo-vimiento rotatorio. Y así parece recomendarse antetodo la hipótesis de que las esferas celestes, de por síen movimiento natural y uniforme, son la causa primerade todo lo que nace y muere en el mundo sublunar. Sinembargo, la rechaza de la manera más terminante y envirtud de la razón siguiente. Un movimiento no es realsino incompletamente. Se pueden en él distinguir siemprepartes en cuanto a las que no es sino únicamente fueo será. El movimiento existe, mientras existe, sólo encuanto a un momento, ahora éste, ahora aquél. Nosiendo pues absolutamente necesario en ninguna de suspartes y momentos, no puede ser, en. principio, abso-lutamente necesario. Para ser absolutamente necesariotendría que ser absolutamente necesario en cuanto atodos sus momentos y partes siendo así, evidentemente,que no es absolutamente necesario en ninguna parteni momento, y, excepto uno solo, en ninguno más esni real siquiera. Ningún movimiento, pues, puede serlo absolutamente necesario al que haya de referirse elnacer y el morir como a svj causa primera, sino que

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más bien, todo movimiento necesita él mismo unacausa.

Evidenciemos esto en el caso especial de una super-ficie esférica, a la que debe ser natural el movimientogiratorio. Un cierto punto A de su ecuador cambiacontinuamente de posición. Puede por lo tanto estaraquí y no estar aquí. ¿Por qué, pues, está aquí precisa-mente? Se dirá : porque antes estaba allí. Pero vuelvela pregunta : y ¿por qué estaba allí? Y si continúo in-definidamente dando por razón siempre anteriores po-siciones, todas ellas, lo mismo en particular que en con-junto, permanecen inexplicadas. Tendríamos un hechoque ni sería inmediatamente necesario ni estaría mo-tivado por alguna otra cosa. La última causa explicativahabrá, pues, que buscarla en cosa distinta de la mismaesfera movida. Este mismo razonamiento vale, eviden-temente, para cualquier cuerpo movido en general. Ve-mos, pues, que la última causa de los cambios que nosofrece el mundo de los cuerpos, no puede estar en unaesfera movida sino en algo completamente inmóvil.

Aquí, por otra parte, hace Aristóteles la advertenciade que la experiencia nos presenta cosas que ya estánquietas, ya se mueven ; y además otras, las estrellas,cree él, que siempre están en movimiento. ¿Por qué nohabía de admitirse además, como una tercera clase,cosas que siempre y de su naturaleza son inmóviles?Apenas, ciertamente, se sentirá uno inclinado a admitirun cuerpo eternamente inmóvil por necesidad natural,pues, aun siéndole natural la quietud como a otros elmovimiento, podría ser puesto en movimiento por otro

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bajo cuya influencia esté, como una pella de tierracuando es echada hacia arriba, o una llama, cuando esempujada hacia abajo. Y así vemos que Aristóteles,movido por esa razón, concibe como espiritual esasustancia inmóvil por naturaleza. Y uno de los argu-mentos que para ello aduce, se hará más comprensiblepuesto en relación con la observación que acabamosde hacer. En efecto, una eterna inmovilidad a pesarde un influjo que se manifiesta incesantemente activo,indica una fuerza infinitamente grande. Ahora bien,una fuerza de ese género no puede tenerla un cuerpofinito respecto a otro ni tampoco un cuerpo infinito,porque una extensión realmente infinita lo mismo queun número realmente infinito es algo en sí mismoimposible.

El ser necesario es, como causa primera delorden total del Universo, un entendimiento

único y con actividad teleológica

Si dirigimos la atención a la experiencia y pregun-tamos dónde se presenta algo que inmoto mueva, loencontraremos únicamente en el caso de que algo pen-sado se le encuentre bueno y se le desee por sí mismo.En ello lo pensado y deseado es una misma cosa, ysi bien puede darse un doble caso : que deseemos algoque nos parece mejor o que nos parezca mejor porquelo deseamos, aun en este último caso ha de ser antes

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pensado, y por lo tanto es siempre el pensar el primerprincipio (1).

El pensar viene, pues, a ser la causa de la elecciónde medios que son luego, uno tras de otro, realizadosal obrar. Esto nos lleva a la presunción de que ese serinmoto que pretendemos como causa primera del mo-vimiento, ha de concebirse de un modo análogo a unser pensante que encuentra algo bueno y lo desea porsí mismo (2).

Y esta presunción encuentra, según nuestro autor,su plena confirmación cuando estudiamos más de cercalo que nos muestra la experiencia. Le parece una ce-guedad inconcebible la que impidió a todos los filósofosantes de Anaxágoras reconocer que la belleza y ordendel Universo, no de otro modo que la de una obra dearte que produce un entendimiento humano, arguyeun entendimiento ordenador. Y esa semejanza con loque encontramos en una obra de arte humana, saltaaún más a la vista en ciertos fenómenos del orden dela naturaleza viviente. Así, en la estructura de un orga-nismo en que, paso á paso, se llega a la perfección queaparece como la solución buscada a un problema, lo

(1) El comienzo del pasaje de Met. A, 7, generalmente seinterpreta mal. Se omite el compararlo con el tercer libro delAlma y sobre todo con Eth. Nicom. II y VI, 5, de los que resultaque, según el sentir de Aristóteles, ocurre tanto el uno como elotro caso : que el encontrar buena una cosa determine el deseoo que el deseo determine el juicio sobre la bondad. La ',δονη(placer) por supuesto entra en el campo de la Όρεξις (deseo) enun sentido amplio.

(2) Véase el fragmento metafísico de Teofrasto,

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mismo que la casa terminada en. orden a la cual serealiza una larga serie de trabajos que únicamentetienen valor y significación en orden al resultado final.Y esto es ya así en una planta, que, sin embargo, noobra con inteligencia en orden a un fin, pues que estáfalta de conciencia por completo. Claro que lo alcanzadoal término de su desarrollo no es quizá algo bueno porsí mismo (1).

Esto se aplica igualmente a la construcción de unacasa.

Y si bien hay indicios ciertos de enderezamiento aun fin subordinado, con no menos seguridad indican latendencia a un último fin, a algo que, amado por símismo, es bueno o por lo menos parece serlo. Un desearque no deseara nada por sí mismo sino que todo lodeseara por otro, se disiparía en el vacío como algoinfundado, como algo completamente inmotivado. Sirvaesto de réplica a la objeción de que esos fenómenosevidentemente teleológicos en el dominio de la Natu-raleza podían no tener aplicación en nuestro caso, enque se trata de la demostración de algo amado por símismo como último fundamento del movimiento.

También el instinto de los animales se explica sola-mente por un cálculo inteligente de las necesidades,cálculo de que es incapaz el animal misino. Del mismomodo, Aristóteles en el 2.° libro de la Física en quetrata de la cuestión del orden teleológico en la Natu-raleza, entra varias veces en explicaciones que arrojan

(1) Véase el fragmento citado de Teofrasto,

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más luz sobre la semejanza del orden natural con el deUna finalidad inteligente. Y en el capítulo X del libro XIIde la Metafísica dice que no sólo en cada organismoun miembro aparece acoplado a otro miembro, sino quetambién las diferentes clases de organismos están enuna relación teleológica; y aún más : que todo en elUniverso está ligado con todo por relaciones finalesprecisas, confirmando así del modo más variado y bri-llante la hipótesis de que el motor inmoto que exigecomo última causa todo movimiento en el mundo, esuna inteligencia.

El resultado últimamente mencionado, esto es, deque todo está con todo en relación teleológica, nos hacever al propio tiempo que el principio pensante de quederiva en último término el orden, es único. ¿Cómopuede creerse en una multiplicidad de primeros prin-cipios motores, dado el carácter uno e integral delorden? No podrían aquéllos ser diferentes entre sí niiguales. No lo primero, porque esto traería perturba-ciones. No lo segundo, porque es en principio imposibleuna multiplicidad de cosas por completo indiferen-ciadas.

También si traemos a cuento la ley de sinonimia,que, como se ha dicho, vale para todo devenir, nos ve-mos obligados a admitir un entendimiento como últimofundamento. Según esta ley, en cada caso particularla posibilidad precede a la realidad : de algo que pri-mero es sólo capaz de llegar a ser un caballo pero aúnno lo es realmente, sale un caballo real, pero su devenirexige la preexistencia de otro caballo real que trasformc

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en caballo real lo que sólo lo es en potencia. Pero comoeste mismo caballo fue antes en posibilidad que enrealidad, mientras sigamos encerrados en la cadena delas producciones naturales, no llegaremos a entenderel verdadero fundamento del hecho de que existancaballos. Esto sólo podrá ser en el caso de una sinonimiaen que la realidad del caballo aparezca como definiti-vamente anterior a la posibilidad. Y este caso sólo esposible pensando al caballo como contenido, en cuantoparte del pensamiento del orden universal, en la pri-mera inteligencia motora universal. Así pues, aunqueen. la cadena de las producciones naturales, en lo par-ticular, precede lo posible a lo real, empero en fin decuentas y absolutamente, la realidad precede a la po-sibilidad.

Más evidente se hace la necesidad de esa recurrencia,cuando pensamos en los casos de la llamada generaciónespontánea. Aristóteles era de opinión que la generaciónespontánea en plantas y animales inferiores aun ahorase da en la experiencia, y aprobaba también (ya vol-veremos sobre ello) la opinión de quienes creen quehubo también en algún tiempo remoto generación es-pontánea aun de las más altas clases de organismos.Pero aun dejando éstas aparte, ¿no son aun los orga-nismos más bajos en su estructura algo qu.e desafíatoda comparación con obras de arte humano? Redu-cirlo a la mera casualidad, a un ciego encuentro defuerzas que se entrechocan, es un absurdo. La ley dela sinonimia debe guardarse bien. Mas ésta sólo se ob-serva cuando, en nuestro pensamiento, de las causas efi-

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cientes próximas, que por decirlo así trabajan sólomanualmente, sabemos remontarnos al plan del eternoArquitecto, a cuyo servicio trabajan aquéllas.

Ese entendimiento es la causa primerano sólo de todo orden sino también

de todo serPero fácilmente se ve que Aristóteles concebía este

primer principio inmoto del movimiento, como la causaprimera incausada de las sustancias de los cuerposmovidos, y que así debía concebirlo. Ello está fuera deduda en cuanto a los cuerpos corruptibles, por la sencillarazón de que el argumento sacado de la alteración localse aplica igualmente al cambio sustancial. Ello esigualmente claro en cuanto a los cuerpos incorruptibles(según él concibe los cuerpos celestes). Su movimientodebe serles, según afirmación expresa de nuestro autor,tan natural como a los elementos inferiores el movi-miento hacia su lugar natural (1). Y con esto quedadicho que ese movimiento no tiene otra causa eficienteque la misma de la sustancia. Sólo lo que da a uncuerpo la naturaleza de fuego, puede ser, según elsentir de nuestro filósofo, la causa eficiente de su mo-vimiento natural hacia arriba : sólo por consiguientelo que da a un cuerpo celeste su naturaleza, puede serconsiderado como causa de su movimiento natural. Nodebemos, pues, maravillarnos en modo alguno con

(1) De cáelo I, 2 p. 268 b 14-16.

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Schwegler y otros modernos intérpretes de oír decir aAristóteles en términos inequívocos que si no hubierauna sustancia espiritual, no habría cuerpos celestes (1),y en relación con ello, en otro lugar (2), que si no exis-tiera ese principio inmóvil, no existiría nada en abso-luto, incluso las sustancias corruptibles. Es, por lotanto, igualmente inadmisible entender en ningún otrosentido más que el natural, las palabras que Aristó-teles aplica a su primer motor:«El principio y la primerade las cosas » (3) y pretender que aquí quiere decirúnicamente que es el principio del movimiento y ordende las cosas y es la primera cosa sólo en el sentido deuna primacía sobre las demás cosas. Cierto, desde luego,que Aristóteles concibe la sustancia de las esferascelestes como existiendo sin principio. Pero no com-prendo cómo puede considerarse esto incompatible conque sean creadas en cuanto a su sustancia. De otromodo, también y por la misma razón, debería conce-birse su movimiento como incausado, pues que tampocoéste, según nuestro autor, tiene principio. Aun no ha-ciendo, pues, uso de la simple consideración arribaenunciada, de que a los cuerpos celestes sólo puedehaberles dado su movimiento natural el que les ha dadosu naturaleza, el existir ab aeterno de las esferas celestesno impediría en lo más mínimo que fueran causadassegún su sustancia.

(1) Met. E, 1 p. 1026 α 17.(2) Met. Λ, 6.(3) Met. A, 8 p. 1073 α 23.

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Recordemos lo dicho antes. Hay que guardarse deatribuir a Aristóteles el concepto que Hume asoció enla época moderna a la palabra « causa eficiente» (1).El concepto de causa eficiente en nuestro autor, no im-plica la idea de una antecedencia temporal y no repugnasegún, él la circunstancia de que el efecto coexista conla causa. No faltando ninguna de las condiciones quese necesitan además de la causa eficiente, debe, segúnél, tan pronto como se presenta la causa eficiente,darse al mismo tiempo el efecto. Y cuando no se re-quiere ninguna condición, tan pronto como existe lacausa eficiente, existe todo lo necesario para que se déel efecto. Por lo tauto, dado un principio eficiente eternoe inmutable, el efecto no puede existir más que sinprincipio. Es, pues, éste tan eterno como aquél.

Poco han profundizado el pensamiento de Aristó-teles los que al entendimiento, primer principio, segúnél, del orden del Universo, lo hacen ser únicamentecausa del movimiento y del orden, pero no causa delser de las sustancias, como lo demuestra la siguienteconsideración. Si las esferas celestes son dadas al en-tendimiento y son independientes de él, limitándose lainfluencia de éste a darles el orden y, sobre todo, unaposición ordenada, será porque, careciendo aquéllas depor sí de la posición ordenada, deben ser llevadas deun estado de desorden a uno de orden. Las esferascelestes que normalmente están encajadas unas enotras, habrán de ser llevadas de cualquier otra situación.

(1) Véase supra, a! fin, pág. 63.

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menos buena a aquélla. Pero ¿cómo podrá suceder esa?Toda esfera está cerrada. ¿Cómo podría la esfera máspequeña, si está fuera, llegar al interior? No podría,pues, llegarse a ese orden si no hubiese sido ya creadauna sustancia dentro de otra.

Pero para convencernos de eso mismo, basta unaconsideración más sencilla. Porque ese paso de la situa-ción desordenada a la ordenada o habrá tenido lugaren un determinado tiempo o viene teniendo lugar in-cesantemente desde la eternidad. Ahora bien, en elprimer caso el orden no sería desde ab aeterno, lo quecontradice expresamente la doctrina aristotélica. Elotro caso sería, como Aristóteles mismo hace notar unavez (1), un absurdo evidente : las esferas habrían deencontrarse continuamente y al mismo tiempo en po-sición ordenada y desordenada. Tenemos, pues, que vertambién en ese entendimiento único que nuestro autorcree haber demostrado ser el primer principio del mo-vimiento y orden del mismo, la primera causa eficientede la sustancia de todos los cuerpos y cosas que deél forman parte, hayan tenido o no un comienzo tem-poral (2).

En el último caso (de ser eterno el mundo) nuestroautor niega a las cosas, claro es, un nacer (pues esteconcepto implica un comienzo), pero no por eso les niegaun ser causado o un ser en virtud de causación, como

(1) Véase De cáelo I , 10 p. 280 a 6.(2) Con más extensión he demostrado últimamente en mi

escrito, Doctrina de Aristóteles sobre el origen del espíritu humano(Leipzig, Veit & Co., 1911) partes II, IV, que la divinidad aristo-télica es la causa primera creadora de todas las cosas.

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habría que expresarse según él mismo en ciertos casosy sobre todo cuando se trata, no de algo existente enrealidad sino de la forma del mismo o de su capacidadde existencia.

Vemos, pues, en el entendimiento aristotélico, pri-mera causa de todo lo que sucede y de todo ordenen el mundo, un ser, causa primera de todo lo queexiste realmente fuera de ella, do tal modo que nadaen absoluto cabe pensar fuera de ella que pueda existirsin haber sido producido por ella como causa. Todaotra verdad positiva es una consecuencia inseparablede su existencia como primera verdad positiva e inme-diatamente necesaria, de tal modo que si viésemos in-tuitivamente la esencia de la misma y nuestro entendi-miento estuviera capacitado para una derivación inte-gral de consecuencias encerradas en el principio, todaverdad podría ser contemplada « a priori » en la verdadprimera. Pero no realizándose, evidentemente, la pri-mera condición, está excluido por completo para nos-otros ese conocimiento apriórico de todo lo real en suprimer principio.

Esa inteligencia es, en cuanto se contemplaa sí misma, omnisciente y enteramente feliz:su esencia es su sabiduría y su sabiduría es

su felicidadPero lo que para nosotros es imposible, es una plena

realidad para la inteligencia-causa del mundo : su pen-samiento no puede comprenderse de otro modo. Así

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piensa Aristóteles. Porque por un lado, según él, lainteligencia debe tener un objeto que exista en realidad.Sólo lo real es por sí mismo cognoscible, mientras quelo no rea] sólo por medio de otro puede ser conocido.Y siendo la inteligencia-causa del mundo, anterior pornaturaleza a toda otra realidad, nada sino ella mismapuede ser su objeto. Sólo ella es para sí inmediatamentecognoscible. Ahora bien, si está bien claro que la inte-ligencia divina se conoce a sí misma, no lo es menosque conoce también el universo cutero y del modo másperfecto. De otro modo no podría reducirse, como hayque hacerlo, el orden entero del mundo al pensamientodivino como a su primer principio determinante. Luegoal conocerse éste a sí mismo inmediatamente, todo lodemás lo conoce en sí mismo como en su causa primera.Por eso lo llama sabio en el pleno sentido de la palabra,pues que la sabiduría consiste en el conocimiento delprimer principio y en el de las verdades secundariascondicionadas por él. Es, por lo tanto, como dice Aris-tóteles en la Ética, νονς και ίπιΰτήμη (inteligencia yconocimiento). Y como, en. el caso de la inteligencia-causa del mundo, se trata del conocimiento de un prin-cipio que es el principio primero y único de todas lascosas, su sabiduría es una omnisabiduría en el másalto y pleno sentido de la palabra.

Cuando oímos decir a nuestro autor que el conocerde la inteligencia primera es sabiduría, y que al cono-cimiento de la verdad inmediata une ésta el de la verdadmediata, no hemos de creer por ello que en esa primerainteligencia el conocimiento de la verdad mediata sea

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un conocimiento adquirido. El entendimiento-cansa delmundo no debe concebirse como un poder de pensarque recibe en sí el pensamiento. Es más bien una purarealidad de pensamiento. Y esa circunstancia señalaaún más claramente la enorme diferencia entre nuestropensar aun en sus más altos momentos y el de aquelprimer principio.

Los momentos en. que nos alzamos a los más altospensamientos, son momentos felices. Y participar dotal dicha no ya sólo un poco de tiempo sino eternamente,parece algo maravilloso, y más maravilloso aún elregocijarse por toda una eternidad de un conocimientoincomparablemente más perfecto. Ahora bien, como elconocer es vida, debemos atribuir al primer principiouna vida eternamente feliz ; más aún, decir que con-siste (ese primer principio) en este vivir absolutamentenecesario y eternamente feliz.

Del placer que acompaña a nuestro conocimientocuando es completo, dice Aristóteles en la Ética (1) queno es en sí mismo un pensar, sino más bien, aun estandoíntimamente unido al pensamiento, una actividad psí-quica de otra clase. Es evidente que hay que concebirlaanálogamente al placer en el campo sensible, que Aris-tóteles con otros afectos hace entrar en la clase queél llama « deseo » (ορεξις), y aquí tenemos mía pruebapalmaria (desde luego no la única) de lo que muchosintérpretes niegan todavía hoy, a saber, que Aristótelesadmitiera también, en el dominio de la vida psíquica

(1) Eth. Nic. X, 5 p. 1175 b 34,

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intelectiva, al lado de la actividad de pensamiento unaactividad afectiva. Pero al hablar por analogía connuestro entendimiento de una primera inteligencia-causa, y atribuirla lo mismo el pensamiento que lafelicidad a él unida, los identifica ambos del mismomodo que identifica también en él sustancia y pensa-miento, que en nosotros no son una misma cosa. Seríauna contradicción mantener en un pie de completaigualdad (en el entendimiento primero y en el nuestro)los conceptos de pensamiento y emotividad, en lugarde sustituirles más bien por algo solamente análogoque encierre de una manera eminente lo que aquéllostienen de perfecto. Aun del concepto mismo de sus-tancia debe decirse que no puede llevarse al primerprincipio en un sentido igual sino sólo análogo. De otromodo tendríamos que concebir sobreañadida a él unadiferencia específica siendo así que Aristóteles niegaexpresamente que el concepto de ese ser-causa delmundo se componga de género y diferencia. Lo concibecomo completamente inintuíble para nosotros y sólocaracterizable por determinaciones negativas y análogas.En el fragmento metafísico que de él conservamos,Teofrasto insiste muy a fondo en este modo de deno-minación, en sentido meramente análogo.

No debe, pues, ya extrañarnos oír a Aristóteles, almismo tiempo que atribuir al primer principio sustan-cia, pensamiento y placer y en cuanto piensa, conoci-miento y saber inmediato, hablar de ese primer prin-cipio como de algo simple, de una actividad completa-mente única. Entre todos sus atributos hay una mutua

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penetración. Su conocimiento del mundo entra necesa-riamente en el conocimiento de sí mismo y hasta en suesencia misma, y es conocido al ser ésta conocida. Yasí, si el mundo no está delante de él como un objeto,su conocimiento a priori del mundo es para él tanobjeto como su esencia.

Para comprender la no-contradicción de tal penetra-ción mutua, será quizá conveniente observar lo que anosotros mismos nos es dado en ciertos casos de per-cepción interna. Percibimos que algo nos duele y nonos dolería si no percibiéramos el dolor, y, naturalmente,no lo percibiríamos si no existiese. Y hasta puede de-cirse que nos duele, que percibimos el dolor, y quepercibimos que lo percibido nos duele. No es, pues, elcaso de cuando llegamos a saber, verbigracia, que unoha muerto y lamentamos su muerte, en el cual caso alconocimiento del hecho se añade el dolor a él relativocomo una segunda cosa que, sin contradicción, podríadesaparecer aun subsistiendo aquel conocimiento. Perosi, según Aristóteles, el placer unido al conocimiento ennosotros debe considerarse como una segunda actividad,y de otra clase, no ha de tomarse en el sentido de queno haya concebido, por lo menos, el conocimiento delplacer inherente al placer mismo en compenetracióncon éste y, por lo tanto, como una misma y única acti-vidad.

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Esa inteligencia primera es el amorde todo bien y la voluntad omnipotente

que quiere lo mejorLa explanación que acabamos de hacer, nos prepara

para la comprensión de otros elementos de la teodiceaaristotélica. En efecto, así como Aristóteles concibeunidas en el entendimiento divino la verdad primerae inmediata y todas las mediatas, así también el amorque el primer principio se tiene a sí mismo, con el detodos los demás bienes. Y así como el conocimientoalcanza a cada ser en particular, así también el amora cada bien particular del mundo, debiendo éste refe-rirse al amor del primer principio para consigo mismo,del mismo modo que el conocimiento de todas las ver-dades secundarias, se refiere al de la primera e inme-diata verdad. Pero no debe esto entenderse en el sentidode que algo de lo que el primer principio quiere y elige,sea querido y elegido, en consideración a alguna ventajaque a él le viniera o para llegar él mismo a realizarse.Sería tan absurdo lo uno como lo otro. Ahora, que loqu,e Dios ama fuera de sí mismo, es por él amado en lamedida en que se le parece : cuanto más se le pareceuna cosa, tanto más amada es ; lo que a él más se leparece (1), le es más amado siendo por lo tanto prefe-rido a todo lo demás.

Y esta doctrina no sólo está en concordancia conlo que ha asentado en el campo del pensamiento, sino

(1) Véase Eth. Nic. X, 9.

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que la exigía también necesariamente la actuación comocausa de ese entendimiento. Recordemos que al oponernuestro filósofo la actividad por naturaleza a la acti-vidad por entendimiento, destaca como característicode ésta el poder ser el mismo pensamiento principiode actividades opuestas. En virtud de la misma ideacíe la salud puede un. médico darla o robarla, mientrasque en la generación natural el caballo padre sólo dasiempre la naturaleza del caballo, jamás la roba. El queen la actividad por entendimiento se realice uno u otroefecto, depende de la voluntad del que piensa. Y, porlo tanto, no se llegará nunca a un resultado en el obrarde un entendimiento como tal, sin un querer en uno oen otro sentido. Era, pues, inexcusable, por analogíacon nuestro querer, atribuir también a ese primerprincipio pensante una capacidad de querer y elegirrespecto a lo que por él debe ser producido, y decir quedicho principio no debe sólo amarse a sí mismo y actuarese amor en forma de una eterna complacencia sobresí mismo sino que, del mismo modo que asocia al cono-cimiento de su propio ser el conocimiento de toda otraverdad, también debe unir al amor de sí mismo unarecta valoración de todas Jas demás cosas a que serefiere su pensamiento, prefiriendo unas a otras y que-riendo lo que aparece preferible.

Como en nosotros hay un pensar verdadero y falso,así también existe un amor recto y torcido. En eseprimer entendimiento, empero, así como el pensar essin. error, así también él amar y el querer es intachable.Está, pues, la rectitud en el dominio de la actividad

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afectiva en íntima relación de dependencia con la delpensamiento (1).

Al que todo lo sabe sin. error, no puede parecerlebueno sino lo que es realmente bueno. Correspondién-dose, pues, entre sí, el tener por bueno y el desear, seaéste normativo para aquél o aquél para éste, no puedemenos de suceder que así como el amor de la inteligenciaprimera para consigo se dirige a un bien real, del mismomodo su amor para con todo lo demás; que prefiere lomejor a lo menos bueno y que en todo caso su voluntadse decide siempre por lo mejor. Esto es lo que hallamosexpresado por Teofrasto en palabras terminantes,cuando designa a la primera inteligencia como «laprimera, la más divina, la que quiere todo lo mejor(το πρώτον, θιώτατον, πάντα τα ίίρκηα βονλό/ιινον)».Y al refutar una cierta doctrina de los platónicos con-temporáneos, la rechaza porque de ella se sigue algoque seguramente no «habría preferido » (προείλοιτο) lainteligencia ordenadora del mundo. Sólo así se explicala convicción inquebrantablemente firme de Aristótelesde que el orden del mundo es perfecto, sin tacha y quetodo otro orden le sería inferior en perfección. Tambiénse ve por qué él mismo en los Tópica, donde demuestraque no es lo malo la facultad de hacer el mal sino elobrar mal realmente, lo fundamenta con referencia nosólo al ser humano, capaz de virtud, sino también a ladivinidad. También Dios, dice él, tiene facultad deobrar el mal lo mismo que el virtuoso, pero ni éste ni

(1) Eth. Me. VII, 5.

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aquél son malos. Para ser malos tendrían que tener nosólo la facultad sino también la voluntad del mal, puesque cuando a uno se le llama malo, ello se refiere a sumodo de preferir. Esto se halla en plena correlacióncon lo que él dice del modo de obrar del entendimiento.La misma idea puede ser principio de cosas opuestasy sólo depende de la voluntad el que suceda lo uno olo otro.

Los modernos intérpretes de Aristóteles no tienenreparo en pretender que Aristóteles dice aquí, del mismomodo que en otros pasajes, lo que no siente, pues que,según ellos, está esto en contradicción con su. doctrinade la absoluta necesidad del primer principio. Y, sinembargo, Leibniz, profesando lo mismo que nuestroautor : que la divinidad es absolutamente necesaria,sostiene, sin embargo, lo mismo que dice Aristóteles enese pasaje : que Dios no obra el mal, no porque noesté ello en su facultad libre sino únicamente por superfecta bondad. La circunstancia de que ambosfilósofos derivan de su teodicea la misma doctrina deloptimismo (el mundo real es el mejor de los mundosposibles), debía predisponer a los modernos a ver suconcordancia también en otros puntos y apartarlos deafirmar respecto a uno de ellos que no cree en lo quedice, mientras que del otro que dice lo mismo, nadiepone en duda su buena fe. Si esto es imposible en eluno, evidentemente lo es también en el otro y por lamisma razón. Ahora bien, se ve que esto no es impo-sible tan pronto como se da uno cuenta del verdaderosignificado de sus palabras.

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El primer principio es infinitamente bueno,y en cuanto bueno, principio

Presentándosenos como absolutamente necesario,abrazando toda verdad en su conocimiento, todo bienen su amor y todo lo real pensahle en su potencia, ybeatificado en la conciencia de sí mismo, ahora escuando el primer principio de todas las cosas acaba deaparecérsenos como la perfección infinita. Y cuando,por esa razón decíamos que todo lo valora en la medidade su bondad, esto no quiere decir otra cosa sino quetodo lo valora en la medida de la semejanza que tienecon él mismo, trasunto de toda perfección. Y así, elamor de sí mismo da la norma para el amor de todo lodemás que él ama, como el conocimiento de si mismoes el fundamento del conocimiento de toda verdadmediata. Y en virtud de esa relación de todo su quereral amor de sí mismo como el bien, infinito, se demuestraque él lo mueve todo mediante su bondad, pensamientoque Aristóteles formula en las siguientes palabras : « Esabsolutamente necesario, y en cuanto necesario, bueno,y como tal, principio ». Es causa de todo lo que estáfuera de él, de lo que no se mueve lo mismo que de loque se mueve, de lo eterno lo mismo que de lo que tieneprincipio y fin, en el sentido de fin, esto es, en el sentidodel bien por motivo del cual todo existe.

Podría, sin embargo, suscitarse a este respecto unaobjeción, que Aristóteles no deja de tomar en cuenta.¿Cómo puede estar en lo absolutamente inmutable el

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fundamento de que algo suceda? ¿Cómo puede darmotivo a una aspiración? Lo absolutamente inmutableno puede incrementarse. No parece, por lo tanto, poderestar en él la causa de que algo suceda.

Nuestro autor solventa la objeción con tal brevedad,como tantas 'veces, que amenaza hacerse ininteligible.Hay, dice, un « porqué » en doble sentido : en el sentidode aquello en interés de lo cual se desea, y en el sentidode aquello que se desea. En el primer sentido no puedehaber un «porqué » en lo absolutamente inmutable.Cuando algo es de una vez para siempre lo que es, nose le puede dar ni quitar nada. Pero sí puede haber enél un « porqué » en el segundo sentido, en el sentido dealgo que es deseado.

Veamos de aclarar un poco más el uso que él quierehacer de esa distinción. Por de pronto podría creerseque basta referirse a un hombre que con desinteresadoamor se propone hacer un beneficio al amigo. En estecaso aquél en interés del cual actúa, es el amigo fuerade él; empero, en el hacedor mismo del beneficio estálo que obra como causa final, el fin cuya consecuciónse propone, la idea del bien que hay que proporcionaral amigo.

Llevado este concepto al primer principio, inmoto,del mundo, podríamos creer que el orden del mundo,en cuanto está preconcebido en el espíritu infinitamenteperfecto, es la causa final de su realización. Sin embargo,cuando Aristóteles cree que en la inteligencia primeraestá dada la última causa del mundo que como bienes causa del mismo, parece pensar no sólo en. la bondad

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del orden cósmico sino más propiamente en el bienincomparablemente aún más grande, en el mismo serprimordial. Ahora bien, en el ejemplo propuesto, existeen el pensamiento del bienhechor no sólo el bien delamigo, hacia el cual se tiende, sino también, el amigopor el que se mira. En ese sentido parece, pues, que nocabe hacer cu Dios diferencia entre el «porqué » en elsentido de « por quién » y el «porqué» en el sentido de« lo que». Para destacar esa diferencia debemos hacerver cómo puede ser considerado como causa de quealgo sea o suceda, algo real dado inmutablemente (noya pensado como mudable): claro que ao en el sentidode « alguien para el que » sino en el sentido de «algoque ».

A primera vista parece estar esto también excluido,pues lo totalmente inmutable y eternamente necesariono es un bien, que se haya de alcanzar por medio deacción o actividad artificial. Sin embargo, puede su-ceder que en el amor de algo que no puede realizarse,esté el último fundamento de un obrar. Aristóteleshabla en su Ética de la felicidad como algo que es elfin del esfuerzo para todo el mundo ; si, pues, paratodos, también lo es para aquellos a quienes no esposible llegar a participar de ella. Porque no en todasituación podemos llegar a ser hombres felices (esto lodice frente a los Estoicos). Le parece ridículo hacerpasar por feliz a un hombre virtuoso en medio de losmayores sufrimientos y sintiéndose quizá incapaz desustraerse a los mismos. Y si aun para él es verdad quela felicidad es el último fin de sus esfuerzos, lo es evi-

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dentemente porque procura alcanzar un estado que seacerque lo más posible a aquélla. Sigue siendo verdadque, para él, el último motivo de su acción no es el amordel estado que procura alcanzar, sino el amor de la fe-licidad que cree inasequible. Y si esto es así, evidente-mente lo es también tratándose de un bien, cuya rea-lización es imposible porque está dado en realidad yab aeterno como absolutamente necesario. Por causade este bien, todo lo que le sea más o menos semejante,podrá ser encontrado más o menos bueno y amado enproporción de esa semejanza, y lo más semejante pre-ferido a lo menos semejante. Y siendo esto así, la con-secuencia será que cuando un bien se presenta comorealizable, se realizará, y aun entonces la causa de laobra no será en último término él mismo como amadosino algo desde toda la eternidad y necesariamente real.La explicación que dimos antes sobre el amor de Diosa sí mismo y a todos los demás bienes en proporciónde su semejanza con él, nos releva de extendernos másen este punto.

La divinidad¿Cuál es, pues, el resultado de toda esta discusión?

Vemos que nuestro autor ha llegado a considerar comoindubitablemente demostrado un primer principio, ab-solutamente perfecto, de todo ser. Este principio es unpensamiento que es el pensar de un pensar, pues quees objeto de sí mismo. Pero al conocerse a sí mismo, loconoce todo, porque ese pensamiento no se parece al

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pensamiento de una cabeza limitada, que poseyendoun principio no sospecha todo lo en él contenido enconsecuencia necesaria, sino al pensamiento de un sabioen el pleno sentido de la palabra, Aristóteles lo llamaνοήαΐοις νόηαις (pensar del pensar), pero dice por otraparte que esa νόηοις es οοφία (sabiduría), de tal modoque tenemos derecho a explicar la primera definiciónpor medio de la <>οφίας νόηΰις (pensamiento de la sa-biduría).

Ese pensar no es para él mero pensamiento sinotambién gozo. Representa el único objeto de su pensary de su gozo, y, sin embargo, es omnisciente y abrazacon su amor todo bien, prefiriendo lo que en sí es mejora lo menos bueno, lo más útil a lo menos útil, decidién-dose en su voluntad por lo mejor de todas las obraspensables, siendo todo ello, sin embargo, en medio detanta plenitud de conocimiento y amor, una actividadúnica. Es absolutamente necesario, no como se llamanecesario algo porque es indispensable para otra cosa opor ser inevitable, sino que más bien su absoluta nece-sidad es, al mismo tiempo, la más completa libertad.Así es en sí completamente desembarazado y libre, yes también omnipotente en su querer. Pero a todo suobrar da norma en último término su amor a sí mismocomo el bien infinitamente perfecto, siendo así el com-pendio de todo bien ; y como bien, primer principiode todas las cosas, de todo ser, lo mismo en sentidopropio que impropio.

El ser su potencia infinita demuestra que no escorporal, y todas esas propiedades lo mismo que otras

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negativas, verbigracia, la inmutabilidad, el no tenerprincipio, le convienen en sentido propio. Pero, porotra parte, ninguno de los nombres con que le denomi-namos positivamente, ni aun el de sustancia, puedenaplicársele en sentido propio sino más bien análogo,pu.es es completamente trascendente a nuestra intui-ción, y ninguno de nuestros conceptos, todos los cualesproceden de intuiciones, lo puede comprender. De elloprovienen y a ello han de reducirse las aparentes con-tradicciones de las denominaciones que le damos, lascuales existirían realmente de tomar las palabras ensentido propio, pero que habiendo analogía, dejan deexistir.

El primer principio es el único nombre que usándoseen su más alto sentido, juzga Aristóteles digno de ladivinidad.

La divinidad de Aristóteles y la idea platónicadel Bien. El«apetito» de la materia

La divinidad se le aparece ciertamente a nuestrofilósofo como un ser ideal, pero no debe equipararse alobjeto del concepto general de bien. Aristóteles se pre-viene expresamente contra ello. El concepto de biense encuentra realizado en cualquier bien, mientras queel concepto de Dios sólo puede convenir a Uno : suobjeto existe por sí mismo, mientras que esto es impo-sible en el .concepto del bien. Y aunque hubiera un bienexistente en sí en general, no sería por eso más bienque un bien particular cualquiera verdaderamente tal,

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del mismo modo que un círculo en general, aun exis-tiendo en sí, no sería más redondo que un círculo par-ticular cualquiera verdaderamente tal, que se encon-trara aquí o allá con determinada magnitud. Y aunadmitiendo que el círculo en general fuera eterno ynecesario, y en cambio los otros, temporales y perece-deros, ello no le hará a aquél más redondo que a losotros (1). Y así sucede que Aristóteles protesta contrauna identificación de su Dios, que como bien es causade todo lo que existe, con la idea platónica del bien (2).

Esa precaución, podía muy bien no parecerle super-flua, porque también Platón hacía de su idea del Bienlo mejor qu.e cabe pensar y la causa condicionante detodo mediante semejanza con ella. Y no se contentanuestro pensador con demostrar que ese concepto ge-neral no existe como cosa en sí, y que aun existiendo,no tendría privilegio sobre los bienes particulares, sinoque acentúa al mismo tiempo que no por eso podríaservir como causa primera para explicar el ser, porquele faltaría todo poder y actuación, eficiente, porque sólolo individual obra, como también sólo lo individual esproducido. Es, por lo tanto, extraño ver a los modernosintérpretes de la teodicea aristotélica presentarla comosi no fuera el amor de Dios a sí mismo y su voluntadomnipotente lo que es causa de la semejanza de lascosas con él, sino que según Aristóteles una mera po-sibilidad de existencia dada fuera de Dios, espontánea-mente y por amor a Dios se esforzara por asemejarse

(1) Véase Eth. Nic. I, 4.(2) Véase para lo que sigue, Met. A, G.

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a él y llegara a la existencia en virtud de éste esfor-zarse. Según esto, la divinidad desempeñaría realmentey en un todo el papel de una idea-cansa platónica. Seríaun cierto Bien al que procurarían acercarse por imita-ción las cosas a él posiblemente semejantes. Aristótelesdice expresamente que la expresión «part icipar» quePlatón ha sustituido al pitagórico «imitar », no ha cam-biado nada en el sentido. Ofrece, pues, hoy día, esaprotesta de nuestro autor contra la confusión quese hace entre el influjo del Dios de su teoría y el quePlatón atribuye a sus ideas, un particular valor con-denatorio de estas modernas y equivocadas inter-pretaciones.

Sin embargo, objetarán los modernos intérpretesque paso por alto una diferencia que existe entre lacausalidad por ellos atribuida al dios aristotélico y lade los números pitagóricos o de las ideas platónicas,pues si los pitagóricos hablaban de una μίμησις (imi-tación) y Platón de una ft¿&í§n¿ (participación), elloshacen decir a Aristóteles que las cosas se asemejan ala divinidad en virtud de una ίίρεξις (ímpetu), unapetito que las lleva hacia la divinidad. Pero no venesos intérpretes que lo que hacen una vez más, escambiar una expresión oscura por otra oscura, y acasoalgo peor. Pues si se cree que la materia corporal llegaa realizarse en virtud de un verdadero apetito de divi-nidad, hay que admitir que desde luego piensa la divi-nidad, y al pensarla encuentra bueno el parecerse aella, y en virtud de ello aspira a la misma, pues queésa es la forma en que, según nuestro autor, se

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presenta todo deseo en el verdadero sentido de lapalabra.

Ahora bien, basta hacer un poco de memoria paraver lo imposible de tal interpretación. Según Aristóteles,la materia primera no tiene pensamiento alguno, niaun siquiera el de las cosas sensibles, cuanto menos elde una cosa inteligible como es la divinidad. Más aún,no sólo niega todo apetito en el verdadero sentido dela palabra, a todo el mundo inanimado sino aun almundo de las plantas, haciéndolo empezar a apareceren los animales en dependencia de la sensación. Es evi-dente, por lo tanto, que cuando nuestro pensador hablaen la Física de un apetito de la materia y atribuye acosas que no pueden tener idea de Dios, un apetito deéste y una tendencia a parecérsele, no puede haberquerido significar un deseo en el verdadero sentido de lapalabra. Tenemos que dar a esa palabra, si no queremosdar en algo tan absurdo como las expresiones de μίμηβιςy μέ9(ξις, ese sentido metafórico del que habla Teo-frasto en su ya varias veces citado fragmento metafísico.

En ese sentido hablamos también frecuentementede una voluntad y un esfuerzo en las cosas que estánordenadas a un fin por un entendimiento. En vez dedecir, verbigracia, que el arquero que dispara una flecha,ha tenido el propósito de dar en el blanco, decimosque la flecha por él disparada quiere ir al hito o que sepropone dar en él. Y en vez de decir que el carretero,para disminuir el frotamiento de las ruedas, las ha un-tado con una cierta masa grasicnta, decimos que elunto aplicado a las ruedas quiere impedir el frotamiento.

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Ese uso metafórico remite evidentemente a algo muydistinto que es el que propiamente tiende al f in, y estealgo, en el caso presente, en que se trata de un esfuerzopor asemejarse a la divinidad, sólo puede ser, de con-formidad con lo que hemos expuesto de la doctrinaaristotélica, la voluntad de la divinidad que ordena lanaturaleza entera. En los modernos intérpretes de Aris-tóteles, empero, no se deja ver ni esa voluntad de Diosni ninguna otra cosa que pueda verdaderamente desear,y así resulta, como queda dicho, que todos los discursosreferentes a la ¡ίρεξις dicen tan poco como la μέ&εξις yla μίμηαις que nuestro filósofo condena por ese motivo.

La divinidad de Aristóteles y el(la inteligencia) de Anaxágoras

Aristóteles dirigió una mirada crítica no sólo a lateoría platónica de las ideas, sino también a la teoríadel entendimiento que Anaxágoras ponía como principioformador del mundo (1). Y esto es altamente impor-tante para juzgar la rectitud de la moderna interpre-tación que se da a la teodicea aristotélica, tanto por loque Aristóteles aquí censura en Anaxágoras como porlo que deja de atacar.

Según nuestros modernos intérpretes, el pensamientodel dios aristotélico está enteramente limitado a símismo : de nada fuera de él tiene la menor noticia, nide lo que es ni de lo que existió o existirá. Esto le habríapuesto en la más abierta oposición con el νους anaxa-

(1) Met, Λ, 10,

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górico, pues que Anaxágoras había dicho : el entendi-miento (el roí'g) conoce todo lo que fue, es o será.Contra este punto, había de creerse, se volverá la críticaaristotélica. Pero ahí está : ni una palabra de reparotiene para Anaxágoras en este punto. Y si ese silenciodebe parecer muy extraño colocándose en el punto devista de nuestros modernos intérpretes, casi aun másdebe parecerlo un reproche que de hecho hace a Ana-xágoras nuestro autor. El reproche es que Anaxágorasno contrapone a su νους otro principio, como Empédoclesla riña a la amistad. Y lo más curioso es que tampocoél opone a su νους ningún otro principio, antes niegasu existencia del modo más reiterado y decidido. Heahí, dicen aquéllos, una espléndida prueba de ese vicioque le atribuimos : echar en cara a otros aquello mismode que él mismo está bien convencido. ¡Al lado de laindulgencia para lo que, según los modernos intérpretes,debía considerar como una falta, la censura enérgicapara lo que tiene por tan verdadero como Anaxágoras!Espectáculo más grotesco, difícilmente es imaginable.

Pero todas esas extrañezas desaparecen como porencanto, cuando se rectifica no en uno, sino en dospuntos muy importantes el modo hoy en uso de inter-pretar la teodicea aristotélica, de conformidad con lainterpretación que nosotros hacemos. En efecto, nosólo hemos demostrado que se niega sin razón la om-nisciencia al dios aristotélico, sino también que se leinterpreta mal al considerarle, no como el único primerprincipio del mundo, sino sólo como motor y ordenadorde una materia que existe independientemente. Así se

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atribuyó aquí a su row,· una semejanza con el anaxa-górico que no tiene, mientras que allí (en lo de que Diosno sólo se conoce a sí mismo sino todo lo que es, fue oserá), se le arrebató una semejanza que con aquél tenía;y así se alteró la doctrina aristotélica sobre el primerprincipio de las cosas de una manera tal que Aristótelesmismo tenía que sentir la necesidad imprescindible deun principio eficiente opuesto al νους. Si algo preexistea una ordenación, no puede preexistir sino en unacierta posición distinta de la que aquélla le da. Diría-mos, verbigracia, que si el dios aristotélico se limita aencajar unas en otras las esferas celestes, tendrían éstasque haber tenido independientemente de él alguna otracualquiera posición, de la que habían de ser llevadas aOtra más conveniente. Eso !o había visto también Anaxá-goras, y, por eso, había adoptado como punto de partidade la actividad ordenadora de la inteligencia, el estadode mezcla más íntima de los corpúsculos infinitamentepequeños que él llamaba las semillas de todo. Pero¿por qué estaban en este estado de mezcla y no sepa-radas? Es lo que no explica Anaxágoras, y en eso esen lo que le lleva ventaja Empédocles con su amistadque todo lo unifica. Aristóteles, en cambio, no tienepor qué temer el reproche de la falta de un elementoopuesto al entendimiento, precisamente porque a suentendimiento ordenador no preexiste una materia des-ordenada sino que más bien es él mismo la única pri-mera causa del mundo, no sólo con respecto al movi-miento y a la ordenación, sino también al ser sus-tancial.

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Otro reparo que hace Aristóteles a la teodicea ana-xagórica y que está en relación con esa limitación aponer en movimiento y orden algo dado, es que pre-senta, sí, al principio ordenador del mundo como inte-ligencia en cuanto a su naturaleza, pero no como unpensamiento realmente a priori, pues que para ordenaralgo existente fuera e independientemente de él, debeante todo conocerlo, y para conocerlo, debe ser movidopor él como objeto. Así pues, ni el entendimiento orde-nador ai la materia a ordenar pueden considerarsecomo el principio absolutamente inalterable que sepretende. Muy otra cosa es la inteligencia aristotélicaque, como única causa primera, no necesita sino versea sí misma para conocerlo todo en su último fundamento.

Tenemos, pues, ahí algunas pruebas decisivas, creoyo, del más completo desconocimiento de que se hacenculpables los modernos intérpretes de Aristóteles ya en laexposición de su teoría fundamental, para luego descar-gar golpes sobre él, como si dijera el mayor despropósito,y como crítico cometiera con los demás las más groserasinjusticias. Podría, pues, decirse parodiando a Horaciocuando habla de la locura de los reyes de los Aqueos :

Interpres quidquid delirat, plectitur auctor.(Las faltas del intérprete, las paga el autor.)

La divinidad, según Aristóteles, a la luz desu teoría de los principios de la preferencia

Estas pruebas podrían multiplicarse hasta lo infinito.Pero como las aducidas son más que suficientes, noquiero detenerme más en ello. Sin embargo, parece im-

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prescindible refutar los argumentos que en favor de suopinión aducen los modernos intérpretes, y mostrarcuál es su verdadera fuerza probatoria.

Ante todo se apoyan en la infinita perfección deldios aristotélico que reconocen también ellos como in-equívocampnte defendida por Aristóteles. Esa requiere,como él mismo acentúa, que el objeto de su pensamientono sea algo de menos valor que él, sino el ser más per-fecto que quepa pensar. Y así enseña, dicen ellos, ydebe enseñar según los principios de su teoría del valor,que su dios no conoce otra cosa más qup a sí mismo.Frente a esto empezaremos por hacer notar que nuestrofilósofo distingue entre lo que se conoce por sí y lo quese conoce por otro. En este último, el objeto no es elmismo que se conoce, sino aquel por el que se conoce.Así le oímos decir en el capítulo VI del libro 3.° del Almaque lo negativo no lo conocemos por sí mismo sino encierto modo por lo a él opuesto. Lo positivo es en estecaso para nosotros el objeto, su forma es la que adop-tamos en el intelecto, pero con ella llegamos tambiénal conocimiento de lo que carece de ella.

Esto debía haber merecido alguna consideraciónpor parte de los modernos intérpretes y haberles hechopreguntarse a sí mismos si, del mismo modo que nos-otros por medio de las formas positivas que tomamos,no podrá también la divinidad por medio de la purarealidad que es ella misma, conocer y pensar al mismotiempo que a si misma, también todo lo demás, por lasencilla razón de que está en conexión necesaria conella misma como causa primera, de tal modo que, sin

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contradicción, no puede pensarse la una sin la otra.Todo lo positivo secundario y junto con ello, natural-mente, lo negativo le será conocido sin que por ellotenga por objeto otra cosa que ella misma.

Y esa consideración era tanto más de esperar cuantoque Aristóteles mismo en los pasajes respectivos (1) lomismo que repetidas veces en otros pasajes de los librosdel Alma, al hablar de nuestro pensamiento se refierecomparativamente al pensamiento divino, que, por lodemás, en tantas cosas se diferencia esencialmente delnuestro. El pensamiento divino no puede como el nuestroconocer por la recepción de formas positivas, con vistaspor consiguiente a objetos positivos fuera de él, lonegativo a ellas opuesto. ¿Cómo, pues, conoce Dios lonegativo?

Aristóteles, en su respuesta, alude a que el primerprincipio de todo, y como tal en su pura actualidad, esobjeto para sí mismo. Pero los modernos intérpretesno han entendido el alcance de esa observación, que,sin embargo, a pesar de lo conciso de la expresión, esbien clara para el que tiene en cuenta el contexto, ycreen que con ella quiere negar Aristóteles que Dioslenga conocimiento de algo negativo. Pero ¿dónde es-taría esa negación? No en afirmar Aristóteles que elprimer principio se tiene a sí mismo por objeto, puessi con ello quisiera decir que Dios no tiene conocimientoalguno negativo, también estaría éste negado para nos-otros, pues como ha dicho antes nuestro filósofo, nos-

(1) De anima, III, 6 hacia el fin.

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otros tenemos siempre por objeto en nuestro conocerlo positivo. Así, pues, no han hecho en este punto másque dejarse arrastrar por prejuicios preconcebidos. Hanquerido leer lo qu.e no está escrito, y ese pasaje que bienentendido hubiera podido servir para esclarecer un errorincurrido en la interpretación de la teodicea aristotélica,ha servido para remachar de nuevo aquel error, origi-nado a su vez en una mala interpretación de otros pa-sajes. Pero quizá no satisfará a todos esa referencia ala distinción que Aristóteles establece entre «ser cono-cido » y «ser objeto de un conocimiento ». Podría deciralguno que, según los principios de la teoría aristotélicade los bienes, habría de ser contradictorio de la perfecciónde Dios no sólo el que él tenga por objeto algo que nosea lo más perfecto, sino el que conozca, de cualquiermodo que ello sea, algo que no sea el ser más perfecto.Podría ése mismo alegar también que, cuando para de-mostrar el principio de que no es indiferente lo quetiene por objeto el pensamiento más perfecto, dice queciertas cosas es mejor no verlas que verlas, está segura-mente tan convencido, como el que más de que seríamejor no tener conocimiento de algo desagradable quetenerlo, sea del modo que sea (1). Sería pues incompa-tible con su felicidad el conocimiento de lo malo, yexistiendo sin embargo lo malo además de lo bueno,habría Aristóteles negado a Dios la omnisciencia. Másaún, como lo menos bueno comparado con lo másbueno debería llamarse, más bien malo, habría aquél

(1) Véase Eth. Nic. IX, 4 p. 1166 b 13 ; IX, 11 p. 1171 b 4 I,

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negado a Dios, de conformidad con los principios de suteoría del bien, para conservar el pensamiento divinoy su beatitud en la más alta pureza y perfección, todoconocimiento de otra cosa.

Pero con esa pretendida doctrina de Aristótelesparecen estar en contradicción dos pasajes (1) en quecree haber reducido ad absurdum la teoría del conoci-miento de Empédocles, pues que según éste su « bea-tísimo dios » no tendría conocimiento de la discordia(que en Empédocles desempeña el oficio de principiomalo). Y así, ya en la Antigüedad se rompían la cabezalos comentaristas de Aristóteles para ver de conciliarunos pasajes con otros.

Empero la verdadera solución de la dificultad essin duda alguna la siguiente. Lo mismo contrariaría lasuma perfección de Dios el excluir de su saber unacualquier verdad, que el que le sea desagradable algode lo por él conocido. Y por lo tanto el dios de Empé-docles no podía ser en ningún caso del todo perfectoni sabiendo de la existencia de la disputa para él des-agradable ni ignorándola.

Ahora bien, según el modo de ver aristotélico, nohay tal principio malo opuesto al bueno, sino que noexisten más que Dios y el mundo, que como un todoordenado con sabiduría infinita, es la obra más perfectaque cabe pensar. Podrá algo que de él forme parte,aparecer censurable desglosado del todo, pero consi-derado en contexto con aquél, aparece del todo justi-

(1) Me(. B, 4 p. 1000 b 3 y De An. I, 5 p. 410 b 4·

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iicado. Ahora bien, esa es la manera de pensar el todo(la única que responde a la verdad) que tiene el que todolo sabe necesariamente. No es, pues, verdad que Dios,al ser omnisciente, tenga que conocer algo para éldesagradable, sino que es precisamente esa omniscienciala que impide que nada se le presente de otro modoque ordenado de la manera más perfecta. El decir, em-pero, que, según los principios aristotélicos, todo bienmás pequeño comparado con el mayor parece un maly que si aquél se añade a éste, el todo aparecerá peorque una de sus partes, es decir una cosa diametralmenteopuesta a lo que Aristóteles expresamente enseña. Elprincipio de que la suma de dos bienes hace un totalmejor que cada uno de ellos, por muy grande que seauno de los sumandos y pequeño el otro, debe subsistirsiempre según la persuasión muchas veces formuladay asentada en. su Tópica, en su Retórica y en otras partes,resultando que así como el mundo, y, por lo tanto,también el conocimiento del mundo, es concebido pornuestro autor como algo bueno, tampoco el conocimientoque Dios tiene de sí mismo, podrá ser el mejor posible,si como conocimiento propio de la sabiduría no encierra,e incluye todo conocimiento referible al mundo. ¿Quiénno ve que sería tener un conocimiento imperfecto dela divinidad misma el ignorar que es esencial a ésta elser primer principio de todas las cosas y darles el orden,más perfecto? De no conocer Dios esto, el conocimientoque tendría de sí mismo, sería en esto más imperfectoque el que nosotros tenemos de él. Resulta, pues, quela reflexión sobre los principios aristotélicos de la pre-

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ferencia nos lleva derechamente a lo contrario de lo quede ellos quieren inferir los modernos intérpretes. Y delmismo modo que en este punto, también en todos losdemás se muestran concordes aquellos principios conlo que decíamos sobre su teodicea, mientras que todadesviación de esto estará en contradicción con aquéllos.Así, verbigracia, sería una deficiencia no sólo la limi-tación del conocimiento de Dios a la sola divinidad sinotambién que el mundo fuese conocido por aquél comosu objeto (cosa descartada ya por otros motivos) y nomás bien conocido y comprendido en el conocimientode sí mismo que es su propio objeto. Porque sólo cono-ciendo Dios el mundo de esta manera lo conoce en sucausa, y de tal modo que lo primero en cuanto a lanaturaleza lo sea también en el orden del conocimiento.Tenía, pues, sobrada razón nuestro filósofo para insistirdel modo más enérgico en que no Dios y el mundo sinosólo Dios es el objeto del conocimiento divino, no yasólo porque estando el mundo condicionado por suconocimiento, es imposible que se le presente al mismotiempo como objeto, sino también para dar el debidorelieve a la perfección del conocimiento divino. De otromodo, su conocimiento en cuanto se refiere al mundo,se basaría en la aprehensión de un mero « qué », siendoasí que debe ser desde luego un conocimiento por causas,conocimiento que, como dice Aristóteles una vez, esen comparación del conocimiento empírico algo dignode estimar (τίμιον) (1).

(1) Met. Λ, 1 p. 981 α 31. Anal. Post. I, 31 p. 88 α 5.

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Igualmente dice del modo más terminante que todapotencia es buena y que, por tanto, su Dios no seríainfinitamente bueno si no fuera omnipotente, üa unavez su beneplácito al poeta Agathón, cuando dice ésteque sólo hay una cosa imposible hasta para Dios, y eshacer que lo sucedido no haya sucedido. No había deocurrírsele a él pensar menos dignamente que estepoeta sobre la potencia de la divinidad. Y si a algunole queda duda aún después de estas palabras, que saquela consecuencia de lo que su discípulo Teofrasto diceen el fragmento conservando de su Metafísica : «Nodebemos creer de la potencia de la divinidad menos delo que se gloría Zeus en los versos de Homero : ¡Oh,si yo quisiera, podría levantar el mar y la tierra enteradesde lo profundo! »

En la potencia entra empero la voluntad y la liber-tad. Si Aristóteles no reconociera estos atributos a suDios, habría una nueva disonancia entre sus principiosfundamentales para determinar lo bueno y lo mejor ysu doctrina de la infinita perfección de Dios.

Actividad única en Dios. Su vida puramenteteorética

En vez de rendirse a la evidencia, apelan los modernosintérpretes a algunas afirmaciones en que creen seniega a la divinidad toda clase de actividad práctica.La importancia del asunto nos obliga a tomarlas enconsideración una a una. Vamos a discutir desde luegouna de ellas.

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Dice, en efecto, Aristóteles que la divinidad no tienemás que una actividad única (1). De ahí se ha queridodeducir que, pues aquél atribuye a su dios un pensa-miento, no puede haberle atribuido, además, una vo-luntad. De lo que llevamos expuesto, se deduce que,si valiese este argumento, demostraría que al dios aris-totélico no podría atribuírsele, junto con el pensamiento,un placer, pues que, en nosotros, como enseña Aristó-teles expresamente, la alegría del pensar es una acti-vidad distinta del pensar mismo (2). Pero vimos tambiénque una unicidad que es imposible tomando los con-ceptos de pensamiento y placer en el sentido empíricopara nosotros intuíble, no es imposible en su análogotrascendente. Y en ese sentido no es tampoco imposiblela unión del querer y del pensar en una actividad estric-tamente unitaria, según sostienen decididamente Aris-tóteles y también otros grandes teístas.

Vamos ahora a los otros pasajes que se invocan.Aristóteles dice de la divinidad :

1. Que no hace vida activa [poyética], es decir,na se propone como fin obrar (3).

2. Que no hace tampoco vida práctica como el po-lítico y el que se ejercita en las virtudes de la rectitud,valentía, templanza, etc. (4).

(1) De cáelo II, 12, en que se compara en ese sentido el mo-vimiento simple del cielo más alto con la actividad de Dios.Véase también Eth. Nic. VII, 15 p. 1154 b 26.

(2) Eth. Nic. X, 5 p. 1175 b 34.(3) Eth. Nic. X, 8 p. 1178 b 20.(4) Ibidem. Véase también De cáelo II, 12 p. 292 b 5.

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3. Que ella y el universo no tienen actividad tran-seúnte (1).

4. Que su vida es más bien teorética, esto es, quetodo su bien beatificante consiste en el conocimientojunto con el placer a él anejo (2).

Esas aserciones les parecen una demostración tanconvincente de que a Dios no puede convenirle nadaparecido a nuestro libre obrar y producir hacia fuera,que no se dejan convencer por los numerosos pasajesque dicen lo contrario. Y cuando se les cita éstos,siguen sosteniendo la hipótesis de que Aristóteles dicemuchas veces lo contrario de lo que siente. Pero tam-bién, aquí hubiera desaparecido inmediatamente todadificultad con poco que se hubieran adentrado en elespíritu general de la doctrina aristotélica o con quehubieran tenido en cuenta el contexto, aunque no fueramás que el próximo.

Cuando dice, verbigracia 1. que Dios no hace vidaactiva (poyética), no niega a Dios nada que no nieguetambién a todo hombre, especialmente si vive un pocorazonablemente. Porque no está bien tampoco paranosotros el buscar nuestra felicidad en una obra queesté fuera de nosotros. No la posesión de esa obra sinonuestra propia noble actividad, aunque no sea más quela de la contemplación o de la rectitud en el sentidomás amplio de la palabra, es lo que según Aristótelespuede hacernos felices. No hace falta decir que ésa estambién la razón por la que no puede admitir tampoco

(1) Pnl. VIII, 3 p. 1325 b 29.(2) Eth. Nic. X, 8 p. 1178 b 20.

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en Dios que pueda encontrar su felicidad en una obrafuera de él. Y tanto más cuanto que no cabe pensar enuna reacción de influencia de la obra sobre el maestro.

Cuando dice 2. que Dios no tiene vida práctica,debemos ante todo formarnos idea clara de lo que con elloquiere decir. Quiere decir que su vida no se parece ala de un hombre que encuentra su felicidad en, el ejer-cicio de actos, virtuosos, éticos o políticos : la prudenciaen la resolución de las cuestiones prácticas que ocurren;la valentía en los peligros, que resplandece sobre todoen el sacrificio de la vida en aras de un ideal bello ; lacontinencia, que brilla sobre todo en la resistencia a lapoderosa atracción de un placer, por amor a lo noble;la honradez, que culmina en un pobre que pudiendoenriquecerse impunemente a costa de otro, se abstienede ello ; la generosidad, que se manifiesta en sacrificarseen cuanto a los bienes inferiores por amor de otros.Todas estas acciones y otras semejantes son actuacionesnobles, en que la vida práctica encuentra su felicidad.

Aristóteles encuentra risible querer poner la felicidadde Dios en la felicidad de una vida práctica como laque acabamos de describir. Si le atribuímos la valentía,será que para él habrá también peligros. Si la conti-nencia, será que también para él hay placeres que leimpulsan a lo malo. Si se le atribuye la justicia, luegotambién contribuirían a su felicidad las cosas exteriores,y al no poseerlas todas sentiría la tentación de traspasarlas lindes de lo justo, siendo así que no recibiendo in-fluencia retroactiva de sus obras, en ninguna de ellaspuede encontrar algo parecido a nuestra propiedad, y,

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por otra parte, siendo obra suya todo lo de fuera, esdueño absoluto e incontrastable de todo.

También sería ridículo llamarle generoso. Y da larazón de ello con una expresión enigmática, para mu-chos, por su brevedad. Dice en efecto : «¿A quién habíaél de dar?» Podría uno sentirse tentado de señalarsea sí mismo como dispuesto a recibir de él bienes máso menos altos y bajos. Y ¿no habla Aristóteles en lamisma Ética de un don de Dios (&εον δώρημα)1? Másaún, ¿no dice en la misma que estamos con Dios enobligación de gratitud por todos los bienes, altos ybajos, y hasta por la existencia misma?

Pero ese enigma queda aclarado tan pronto comoconsideramos que todo eso que recibimos de Dios, nopuede compararse con los bienes de que se trata en laliberalidad. Éstos son bienes que hasta aquí pertene-cieron al generoso y de los que se desprende al rega-lárselos a otro. Cuanto más grande es el sacrificio y lapérdida personal, tanto más hermoso es el acto de des-prendimiento. Pero a Dios, aun siendo para nosotrosla fuente de los más altos bienes, es imposible despren-derse en favor nuestro de nada que constituya su bien,tanto porque nada puede perder, cuanto porque nosotrosno somos capaces de participar de la esencia divina enla que consiste todo el bien de Dios, su pensamiento,su noble amor y su felicidad. Y lo que se dice de nos-otros, debe decirse de todo lo que existe fuera de él.No es, pues, posible en el dios aristotélico una vida comonuestra vida práctica ni una felicidad como la quenosotros experimentamos en el placer de sacrificio.

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Pero tampoco cabe en él una deliberación, pues quetocia deliberación, se refiere a lo meramente efectivo,no a lo necesario, y, como dice Aristóteles en su Física,ni aun en las cosas del arte necesita aconsejarse el quesabe todo lo que es mejor. Ahora bien, vimos no hamucho que así como al pensarse necesariamente a símismo el dios aristotélico lo piensa todo necesariamente,así también al amarse a sí mismo necesariamente loama todo necesariamente en la medida en que se parecea él mismo, y lo mejor de todo lo ama eo ipso necesaria-mente, como tal óptimo, más que ninguna otra cosa.Por consiguiente, sin deliberación alguna previa prefiereel mundo mejor a todo otro y se encuentra decididopor él desde toda la eternidad. Su actividad cognoscitivano se parece, pues, en nada a nuestra actividad delibe-rativa. Es un conocimiento acabado y tan apodíctico,empleando una expresión moderna, en todos y cadauno de sus aspectos, como lo es con respecto a su propioobjeto, esto es, al pensamiento divino mismo. Así,pues, cuando nuestro filósofo dice que la vida de Diosno hay que concebirla en analogía con nuestra vidapráctica, no está ello en contradicción con lo que dicede la voluntad divina, idéntica al pensamiento, quecomo éste se extiende a todo lo real, así aquélla seextiende a todo lo bueno y es, como voluntad omni-potente, la causa de todo lo bueno fuera de ella.

Si la objeción que acabamos de resolver, requeríauna explicación un poco larga, en cambio el pasajesacado de la Política 3. en que dice que Dios y el mundono tienen acción hacia fuera, es de comprensión más

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fácil. Para ilustrar esc punto hace, en efecto, la obser-vación de que un Estado aún sin relaciones con otrosEstados, verbigracia, cuando está completamente ais-lado en una isla, podría muy bien bastarse a sí mismo.Este Estado lo compara él con el Universo regido porDios. El Universo no está en relación con otro Universo,con el que entablara conversaciones el principe de aquél.Las acciones que aquí se niegan a Dios, son las quehubieran de salir de los límites de su reino. Esa com-paración con el príncipe de una isla aislada no sólo notiene nada de contradictorio con el hecho de que Diosrija el mundo con conciencia y voluntad, sino antesda testimonio en favor de ello (1).

Y ese testimonio se hace aún más claro e irrecu-sable con lo que sigue inmediatamente, cuando Aris-tóteles nos habla de la magnitud más convenientepara un Estado. No debe ser demasiado pequeño,dice, pero tampoco tan desmesuradamente grande queno baste a dominarlo y ordenarlo convenientemente

(1) No quiero dejar de llamar la atención sobre el hecho deque en las εξιατεοικαΐ πράξεις (acciones hacia fuera) de quehabla el pasaje citado, se trata de empresas lucrativas, de rela-ciones comerciales ventajosas, y que tales actividades no sólono convienen a Dios como príncipe del mundo en relación conotro mundo que no estuviera bajo su dominio, sino ni aun a Diosconsiderado en sí mismo en relación con su propio mundo, de talmodo que aun con esa interpretación el pasaje citado no podríacrear dificultad alguna. Aun en relación con su propio mundola actividad de Dios no es una empresa que tenga por resultadosuplir a sus propias necesidades, o conveniencias. Por eso diceDe cáelo II, 12 p. 292 b 5 : ούθευ δκΐ πράξεως (nada de acciónes necesaria).

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una fuerza humana. Si tuviéramos el poder de Dios,nada habría que oponer a la extensión de un Estadoa la tierra toda : de hecho, la potencia divina al dominarcielo y tierra ordena del mejor modo posible el reinomás extenso que pueda concebirse. Ninguna palabrapuede dar mejor testimonio sobre la actividad produc-tora de Dios que la que emplea aquí Aristóteles hablandode la ordenación divina del mundo : es «obra de unapotencia divina » (#aeg δύναμης έργον) (1).

Pero si el pasaje aducido por nuestros adversarios,teniendo en cuenta el contexto y lo que sigue a conti-nuación, no sólo deja de hablar en favor suyo sino queda testimonio en contra de ellos, hay que decir lo propiode aquel otro 4. en que nuestro filósofo dice de Diosque su vida es una vida teorética. Se quiere inferir deél que el dios aristotélico no obra nada, o por lo menosse le quiere denegar toda previsión y providencia sobrecosa que ataña al mundo (ya que lo primero chocaríademasiado con sus declaraciones terminantes aun enel libro A de su. Metafísica, en que trata más a fondode la divinidad). Sin embargo, el contexto del pasajees el siguiente : quiere demostrar la preeminencia dela vida teorética sobre la práctica, y como argumentopara ello aduce el que aquélla es la que más se parecea la vida de Dios. De ahí deduce una doble e importanteconsecuencia: 1.° Que lo que es más semejante a lomás perfecto es también lo más perfecto. 2.° Que Diosama más, indudablemente, a los que se le parecen más,

(1) Pol. VII, 4 p. 1326 α 32.

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como lo hacemos también nosotros, y que, por lo tanto,dispensará una providencia singularmente amorosa alos que hagan, una vida teorética.

Esta segunda conclusión que saca del principio deque la vida de Dios es teorética, es de naturaleza apro-piada, creo yo, para abrir los ojos a cualquiera que sesienta tentado a interpretar la doctrina de la vidateorética de la divinidad en un sentido que pueda ex-cluir la providencia de Dios. Es ésta tan poco incompa-tible con aquélla en sentir de Aristóteles, que precisa-mente argumenta en favor de ésta tomando pie deaquélla. Cierto que se ha tenido la audacia de afirmarque en esta argumentación hay que tomar en serio laspremisas, pero no la consecuencia : que ésta es sólo unacontemporización populachera con el pensar de aquéllosque no tienen la suficiente cultura para comprenderque la vida de Dios es una vida puramente teorética.Pero ¿puede haber algo más manifiesto que el hechode que Aristóteles habla en la cohclusión para aquellosmismos a los que acaba de comunicar en las premisassu, doctrina de que la vida de Dios es puramente teo-rética? Debe presuponer que conservan bien en la me-moria la tesis esta al hacerles a ellos mismos sacar laconsecuencia de que Dios cuida de un modo especialde los que hacen vida de contemplación.

A pesar de haber ya expuesto en lo que antecede,el verdadero sentido de la afirmación tan enérgica deAristóteles de que la vida de Dios es puramente teo-rética y no práctica ni poyética, quiero repetirla unavez más y explicarla más a fondo, pues que su com-

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prensión condiciona esencialmente la recta interpreta-ción de la teodicea aristotélica.

Aristóteles llama teorética, práctica o poyética unavida, según que su. más alto bien con respecto al cualtodo es deseado, lo ponga en el conocimiento, en laactuación de las virtudes éticas o en la producción deobras de artificio. Si la vida de Dios fuera poyética,su más alto bien estaría en las obras que produjera, yéstas, por lo tanto, serían mejores que la actividadmisma divina. Ahora bien, esto es para nuestro pensadorevidentemente absurdo.

Si la vida de Dios fuera práctica, su felicidad estaría,sí, en iiua cierta felicidad interna, pero tal, que habríade concebirse como una bella voluntad de sacrificiocomo la que vemos por experiencia en el caso de unanoble renunciación de un placer atrayente, de un ani-moso proceder frente a los más grandes peligros, de unaresignación y sacrificio de lo que tenemos y somos. Peroesto sería absurdo. Ningún bien de Dios es enajenable.Para él no puede haber seducciones ni peligros. Por elcontrario, si se dice que la vida de Dios es teorética yque su más alto bien es el conocimiento, se dice algoque concuerda plenamente con la propiedad de ser élmismo su más alto bien, pues es, como nos dijo antes,un conocimiento, y en él tiene la felicidad infinita. Suobjeto es él mismo y sólo él, lo que no excluye, comovimos antes, sino incluye, en virtud de la perfecciónde su conocimiento, el que nada pueda sustraerse a suconocimiento sino que todo le sea conocido, y de lamanera más perfecta, en su primer fundamento. Con

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respecto a su omnipotencia, conoce él todo lo posibley lo ama más o menos a proporción de su semejanzacon él mismo, y escoge, en consecuencia, y quiere desdetoda la eternidad el mejor mundo posible y es, por esomismo, el primero y total principio del ser de ese mundo.

Pero a pesar de ser normativa para su elección ydeseabilidad la mayor posible semejanza del efecto conél, es, sin embargo, su obrar completamente dQjintere-sado, pues nada gana con ello, da sólo sin recibir nada.La existencia del mundo no constituye una parte desu bien vital, y si bien lo mira con complacencia, esésta, como el conocimiento mismo, una complacenciaa priori. Y como el conocimiento del mundo está dadoen el conocimiento de sí mismo, así el complacerse'enel mundo está dado ya en la felicidad que siente en laconciencia de sí mismo. Así, pues, sólo es comparablela felicidad de la vida divina a la de nuestra vida teo-rética, si bien ésta es finita y limitada, mientras que ladivina es infinita e ilimitada. Y la semejanza no con-siste sólo en que su felicidad es el placer de su conoci-miento, sino también el placer de un conocimiento quese parece más a nuestro conocimiento teorético quepráctico. Porque Dios conoce como necesario, lo queconoce, y no sólo se conoce a sí mismo sino tambiéntodo lo demás, que como obra de su libre voluntad,llega a la existencia. Porque es imposible que el serinfinitamente perfecto quiera otra cosa que lo mejorposible, y por lo tanto el que conoce algo mediante élcomo último fundamento, lo conoce como necesario.Y así el conocimiento propio de Dios que lo designa

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Aristóteles con los nombres de τέχνη (arte) ni de φρΰ-Γ//<7«ς (prudencia) ni de ¿πκίτημη πραχτική (cienciaprácticf), sino de οοφΐα, que no trata de lo contingentesino de lo eternamente necesario. Hasta nuestra mismaοοφία se ocupa de lo mismo que la βοφία divina : es lafilosofía de las cosas divinas, la filosofía y la cienciaque hay que atribuir a Dios mismo (1). ¿Cómo, pues,puede todavía ponerse en duda que quien encuentrasu felicidad en las elevaciones de esa sabiduría, vivede un modo más semejante a Dios que el que encuentrasu placer supremo en la filosofía de las cosas hu.man.asy en la aplicación de ésta a la vida práctica?

No piensa Aristóteles que el hombre que vive a loteorético, deje de ejercer una influencia saludable sobrelos demás. Puede aleccionarlos convirtiéndose así ensu más grande bienhechor, y siendo igualmente la di-vinidad, a pesar de su vida puramente teorética, lafuente de toda bendición para el mundo, encontramosen ello un nuevo motivo de semejanza con el hombresabio. El más alto bien de entre los bienes que Diosnos coacede, es para nuestro pensador precisamenteesa sabiduría de que gozan los predilectos de Dios. Yasí como todo el mundo exterior existe por motivo delhombre que reina en él como un dios terrestre, así,como enseña en la Política, la sociedad entera humanadebe a su vez tener por fin la vida de la sabiduría demodo que el orden de la naturaleza inferior culmineen la vida del sabio.

(1) Véase Met. Λ, 2.

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Y con esto, aun siendo tan significativo, no estádicho, ni mucho menos, todo lo que puede demostrarque la comparación de la divinidad con el hombre devida teorética es la más justa que cabe pensar dentrode la visión aristotélica del mundo. Para acabar de veresto hace falta tomar en consideración no solo el másacá de la vida humana sino también el más allá. Estoque nos reservamos para tratarlo luego, quede aquísólo indicado. Cuando veamos entonces que no sólo elmundo inorgánico y el reino entero de los seres inferioresexiste por causa del hombre sino también que toda lavida de acá existe en orden a una vida de más allá, yque la vida de allá es una vida puramente teorética yuna participación del conocer mismo de Dios, entonceses cuando acabaremos de comprender cómo la finalidaddel Universo está enderezada a la mayor posible asi-milación con la divinidad y cómo el obrar de Dios haciafuera es realmente comparable no al de un artista o deun político, sino sólo quizá al de un maestro, que comunicaa los demás lo que él sabe. Lo que Dios hace ademásde esto, se parece a lo que hace el maestro cuando conmueve el aire con su, voz o cuando con un estilo escribesu palabra sobre una tablilla. Como queda dicho, estoparecerá todavía enigmático por ahora y sólo mástarde se hará plenamente inteligible. Pero lo ya dichoes en esencial suficiente para justificar esta y otrasexpresiones aristotélicas que se puedan quizá tacharde poco felices, únicamente por haber dado ocasión atan malas inteligencias.

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La divinidad y la pretendida imposibilidadde un querer desinteresado

Tengo, no obstante, que salir al encuentro de otraobjeción, y demostrar que toma su origen de no habertenido en cuenta en la explicación de un punto particularel conjunto doctrinal aristotélico.

Zeller cree que sentada la premisa de que el diosaristotélico no adquiere nada con la existencia delmundo, se sigue como consecuencia ineluctable, segúnlos principios aristotélicos, que Dios no puede quererlo,porque no hay motivo ninguno para tal volición, y quesegún nuestro filósofo no se puede amar ni querer des-interesadamente sino sólo y siempre porque y en cuantoque lo que se quiere, aumente la propia felicidad.

Es verdaderamente extraño leer tales palabras entan docto conocedor de Aristóteles, palabras que estánen contradicción con expresas declaraciones de éste enla Ética y, sobre todo, en sus libros sobre la amistad.Dice allí que si bien se ama uno a sí mismo más que anadie, se puede, sin embargo, amar a otros por sí mismosy procurar desinteresadamente su bien como se ve amenudo con agradable sorpresa en el amor de madre.No es un verdadero amigo, dice nuestro autor, el quesólo por su propia ventaja y no más bien con tododesinterés quiere y sirve al bien del amigo. Aunqueese amor desinteresado puede estar condicionado porsernos semejante y podérsele por ello llamar en ciertomodo nuestro segundo yo, esto no altera el hecho de

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que queremos el bien, no para nosotros sino para él.Precisamente por querer su bien como tal, del mismomodo que queremos el nuestro también como tal, espor lo que se llama con toda razón nuestro segundo yo.Que también hay en Dios una tal semejanza con lacriatura por él amada, preferida y desinteresadamentecolmada de bienes, lo hemos visto ya. Pero no es ésauna razón para no llamar sus dones completamentedesinteresados sino únicamente hace comprensible lacoherencia, más bien, la íntima unidad de ese su plenodesinterés con el amor que se tiene a si mismo.

Vimos, por lo demás, referirse expresamente Aris-tóteles a la objeción de que en Dios no puede habermotivo alguno razonable para la producción de ningunaobra, y vimos que la resolvía diciendo que tambiénpuede darse el caso de perseguir un fin desinteresada-mente. Nos remitimos, pues, a lo ya dicho.

Aporías en TeodiceaDios es infinitamente perfecto. Es la causa primera

única y universal del mundo. El mundo, por lo tanto,debe ser perfecto sin. tacha : un mundo igualmentebueno o mejor es impensable. Pero ¿cómo concuerdacon esa exigencia lo que la experiencia nos dice? Y porotra parte, algo que tiene la firmeza apodíctica delprincipio misnjo de contradicción ¿n.o excluye de an-temano la idea de un mundo que sea el mejor posible?Aristóteles tiene por algo contradictorio no sólo elnúmero infinito sino también una extensión infinita.

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Más allá de todo límite parece posible algo mayor. Y¿cómo en materia de bien un más no ha de ser un mejor?Ofreciendo ya esta consideración bastante dificultad,surgen aún otras sobre la base de hechos experimentaleso tenidos por tales por nuestro filósofo. Todo lo per-teneciente a ese mundo que es el mejor posible, era desuponer que fuese bueno en sí mismo y sumase luegobien a bien. O si algo había de tener sólo un valor deutilidad, lo bueno por sí mismo no había de serle infe-rior en cantidad. Ahora bien, parece suceder de hechotodo lo contrario. Lo bueno en sí mismo sólo se da dondehay conciencia (1) y, especialmente, allí donde ésta al-canza sus más altos grados. En una palabra, lo que enel hombre vale por sí, es según Aristóteles la alta vidaespiritual del sabio y del justo.

Pues bien, si echamos una ojeada al mundo, pareceque al lado de lo inanimado lo animado se da en can-tidad infinitamente pequeña, y todavía está más par-camente extendida la raza humana, la única capaz deelevarse a una vida más alta en punto a virtud y ciencia.Y aun dentro de ella ¡cuán pocos logran desenvolverconvenientemente sus dotes espirituales y ser felicesen la actuación, de las mismas! Si es cierto que obser-vamos en las cosas tendencias naturales, esto es, sitodas las apariencias son como si hubieran sido produ-cidas conforme a su naturaleza y ordenadas por unainteligencia a una finalidad, y se les hubiera impuestouna cierta tarea, parecen, por otra parte, cruzarse y

(1) Véase Met. Λ, 9 y Eth. Nic. X, (i y 8 p. 1178 b 19.

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embarazarse de continuo esas tendencias. Y así resaltancon tanta frecuencia en el mundo sublunar las defor-midades. Y éstas resultan aún más extrañas al encon-trarse hasta en los seres inferiores en número quedijimos son los únicos que nos muestran en sus activi-dades algo bueno en sí mismo. Si vemos acá y alláalgún hombre que se porta bien y noblemente, y soalza a la contemplación beatífica de la divinidad, ve-mos en cambio, en la mayor parte, vicio y necedad. Ya eso se añade una cantidad infinita de sufrimiento yvejación, de la que no se ven libres ni aun los mejores.¿Dónde está aquí el reino de la justicia? ¿Dónde seencuentra observado el principio de que Dios, con suprovidencia, se cuida con especial amor de los que aél más se le parecen? ¿Cómo se explica esta multitudde inconvenientes? ¿Acaso por la libertad del querer?Pero si ésta pone límites ¿cómo es soberana la divini-dad? Y si no pone límites, ¿cómo puede hablarse delibertad en general? Y entonces, ¿no es el culpable Dios,en vez del hombre?

Y si estas dificultades se dan con respecto al mundosublunar ¿encontramos mejor las cosas en el mundoceleste? Desde luego que, mirado con los ojos de Aris-tóteles, no se presentan tan frecuentes y chocantes per-turbaciones de unas tendencias por otras. De acuerdocon los más célebres astrónomos de su época, Eudoxo yCalipo, concibe él el cielo de las estrellas fijas como unasuperficie esférica que cierra el mundo total del espacioy en su rotación siempre uniforme nos da la medidadel tiempo. Y como gira regularmente en torno de sí

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misma, puede también considerársela igual que si es-tuviera tija, como un término de referencia para ladeterminación del lugar : no hay más que tener encuenta también el tiempo, y al cabo de veinticuatrohoras se repite exactamente la misma posición.

Aun el mismo movimiento en apariencia irregularde los planetas, creían aquellos astrónomos poder ex-plicarlo por una combinación de varias superficies es-féricas encajadas entre sí y cada una de las cuales giraregularmente, pero las inferiores están condicionadasen su rotación por las superiores. Todo esto lo admitióAristóteles bajo la autoridad de aquellos astrónomos,introduciendo él únicamente algunas nuevas esferasresolutivas, en. las que también se observaba el prin-cipio de que toda esfera más alta condiciona a las in-feriores, dando así mayor unidad a todo el sistemaceleste. Si el mundo celeste influencia al inferior, noasí éste a aquél.

Pero si en el cielo no aparece nada semejante a losmonstruos y otras irregularidades ¿es ya por ello sa-tisfactoria la cosa desde el punto de vista teleológico?De ninguna manera. La rotación de las esferas, que sólose diferencian en dirección y velocidad de ángulo, es,después de todo, un espectáculo bastante monótono.Y ¿va unido a todo ello alguna conciencia? Todavíaen sus diálogos había dado a las estrellas vista y oído,pero en sus tiempos más maduros se había retractadopor completo de este parecer. Y si todavía los concebíacomo animados en virtud del influjo que cada una deaquellas esferas recibe del espíritu que les da naturaleza

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y movimiento, subsana también esa afirmación en. ellibro 12.° de la Metafísica poniendo por vía de recti-ficación junto a ψυχή la expresión νους /tal ορεξις (1).Si la inteligencia motora, como incapaz de pasión, nopuede ganar nada por lo que obra en el mundo celestecorporal, en cambio éste, como inconscio, no parecetener valor en sí mismo. No quedaba, pues, para jus-tificarlo más que el influjo de la gran máquina celestesobre el mundo sublunar. Pero ya vimos cuál es lasituación en éste. Y verdaderamente, la pobreza delresultado no parece estar proporcionada a ese colosallujo de medios.

En el breve esbozo que el libro Λ de la Metafísicanos da de la teoría aristotélica de la sabiduría en ge-neral, encontramos que la mayor parte de las dificul-tades ni siquiera las toca, y las otras, sólo con cortísimasalusiones. La diferencia que acabamos de mencionarentre cielo y tierra, la explica aquí comparándola conla diferencia de los libres y los no libres, como los esclavosy animales : «Todo está ordenado a un fin único ytotal. Pero sucede en el mundo como en una casa malarreglada, en que los libres no tienden de por sí al biendel todo sino a cualquier cosa menos eso, siendo asíque la prosperidad de la casa requiere de ellos mirasaltas en sus esfuerzos, mientras que, por otra parte, los

(1) Que el libro Λ de la Metafísica fue escrito en fecha bas-tante posterior a los libros De cáelo se deduce, como ya lo nota-mos en la página 30, del hecho siguiente : en éstos se refiere sóloa la Astronomía de EUDOXO ; en aquél, además, a la de su discí-pulo Calipo.

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esclavos y los animales es poco lo que de propio impulsopueden contribuir al bien común. La naturaleza decada cosa es, en efecto, el principio de su propia ten-dencia, que existiendo en todo ser, sin embargo, obs-taculizada en gran parte, muchas veces no logra elpleno resultado de sus efectos. Siempre empero hayresultado en cierta medida, como sucede, verbigracia,cuando si lo igual no produce siempre algo completa-mente igual, jamás sucede que no resulte por lo menosalguna cosa real, siendo ésta lo que jamás sufre la ex-cepción, pues que la tendencia natural a la mismasiempre responde al mayor bien del todo (recuérdese,verbigracia, lo que se dijo en la página 74 y sig. acercade la conservación de la masa y del círculo de la indivi-duación)».

Mucho más profundiza Teofrasto en su fragmentometafísico en las aporías que afloran en esta materia;y ¿cómo habían de haberse ocultado al espíritu sutilde Aristóteles, que en su escrito De cáelo llega una vezhasta a levantar un reparo a la Teodicea, que no se leocurrió ni a Leibniz ni a su agudo contrincante Bayle? (1).

(1) Se reduce esencialmente a la pregunta de si el mundono sería tan perfecto como es, si todo en él se desenvolviera talcomo aparecería en una imagen especular del mundo. Aristóteles,naturalmente, no puede encontrar una razón decisiva para con-testar en uno u otro sentido y siente bien claramente lo pocosatisfactorios que son sus ensayos en esa dirección. Pero atribuyesu fracaso, como lo habría hecho Leibniz, únicamente a su inca-pacidad de explicarlo todo, sin sentir por eso quebrantadas susconvicciones optimistas. Nada puede ser más característico parala profunda afinidad de ambos sistemas.

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Si hubiera llegado a elaborar su Metafísica ¡quéricas explanaciones poseeríamos sobre estos puntos!Seguramente le hubiéramos oído decir con Teofrastoque, siendo tan imperfecto nuestro saber, no puede exi-gírsenos el porqué de todas y cada una de las cosas.No porque no podamos hacerlo, sufre en nada el Opti-mismo, como dice muy pertinentemente Leibniz. Si notodo, algo al menos se deja comprender en su signifi-cación teleológica. Veamos, pues, de mostrar, aprove-chando varias indicaciones ocasionales, cómo creía Aris-tóteles haberlo realmente conseguido.

La teleología del mundo celesteEn lo que respecta al mundo celeste, Aristóteles

tenía a sus esferas por incorruptibles e incapaces deningún otro cambio más que el local y esta convicciónla apoyaba en una experiencia invariable desde tiempoinmemorial. Dicho en su lenguaje, quiere esto decirque las esferas, inmateriales en cuanto a la sustancia,sólo tienen materia en cuanto al lugar. Creía, comotantas veces hemos dicho, que a cada una de ellas lees natural una cierta rotación y que reciben el impulsopara ello juntamente con su ser. Creía en su producciónab aeterno, juzgando ser esto no sólo mejor teleológica-mente sino ser también una simple consecuencia lógicade que su causa es eterna y, no faltando ninguna de lascondiciones necesarias para la producción, debía éstadarse juntamente con la causa eficiente.

Al preguntarse, empero, cuál era lo más verosímil:que la divinidad moviese las esferas inmediatamente,

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mediatamente o en parte inmediata, en parte media-tamente, se decidió por la última opinión como la másverosímil. El cielo superior, que se distinguía por tantascosas y, sobre todo, por el gran número de soles quesoportaba y por la absoluta independencia de su mo-vimiento de todo otro, debía moverlo inmediatamentela divinidad ; los otros, en cambio, debía moverlos pormediación de las sustancias secundarias, que por otraparte son también, y por la misma razón, productoseternos como son eternos productores. Son inteligen-cias completamente inmóviles como la divinidad, y coin-ciden, como en ésta, también en ellas el ser y la acti-vidad vital. Son también ellas objeto para sí mismas,y son al mismo tiempo omniscientes y, sobre todo, par-tícipes del conocer de Dios, que es su causa última ysin el que no son concebibles sin absurdo, y de su plancósmico, a cuya realización contribuyen por su influen-cia sobre las esferas respectivas. Por ese motivo lashonra Aristóteles con el nombre de «dioses» en unsentido lato y enseña que estamos obligados a gratitudno sólo con Dios sino también a los dioses por el ser,sustento y educación, porque todo esto depende tam-bién, como veremos, de los espíritus que mueven lasestrellas, dada la interdependencia unitaria de todo contodo (1).

Pero a pesar de todo, existe entre ellas y la divinidaduna potente diferencia. Si bien son omniscientes, sola-mente sin embargo en Dios la primera verdad en el

(1) Véase Eth. Nic. VIII, 14 ; I, 10 p. 1099 b 11. Tambiénla virtud es un don de los dioses.

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orden de la naturaleza lo es también en el orden delconocimiento, y no se conocen a sí mismas tal comoDios se conoce a sí mismo, como idénticas con la causaprimera de toda verdad. Si conocen y aman el plandel Universo, lo conocen como un plan inventado porDios y en el que ellas están comprendidas como partes.Y si obran de un modo eternamente creativo, peroinmediatamente, sólo en. relación con una esfera y estosólo en virtud de un ser inmóvil que reciben, de ladivinidad (1).

De ese modo subsiste incólume el carácter monár-quico del mundo, que Aristóteles exige incondickmal-mente (2), a pesar de los espíritus cooperadores de lasesferas. No tenía, por otra parte, que temer la objeciónde ser superfluas esas inteligencias, pues que teniendocada una de ellas valor en sí misma, habrán de aumentarel valor del Universo entero.

(1) Todo esto se puede fijar como doctrina indudable deAristóteles, teniendo en cuenta que él (volveremos más tardesobre ello) no tiene por imposible, aun en nuestro entendimiento,un verdadero conocimiento de Dios, y desentendiéndonos delprejuicio de que al hablar aquél de una providencia que tendríade los hombres no sólo Dios, sino también los dioses, no hacesino acomodarse a las representaciones de la Mitología griega,que no corresponden ni a lo que Aristóteles atribuye ni a lo queniega a los dioses en los pasajes alegados a poco que se escudriñen.Pues, según él, tenemos que agradecer a los dioses la existencia,el sustento y la educación, mas no un comercio amigable (Eth.Nic. VIII, 9 p. 1158 b 35), mientras que los dioses y diosas míticascomparten hasta el lecho con los mortales y se acercan familiar-mente a los hijos engendrados y protegidos.

(2) Véase, verbigracia, Phys, VIII, al fin y Met. Λ, 10, al fin,

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Podría empero preguntarse : y ¿por qué tan pocasy no más (pues que fuera de los espíritus de las esferasno puede haber más de esas inteligencias eternamenteinmutables, según el principio de que todo está orde-nado a todo)? Teofrasto contaría seguramente esta pre-gunta entre las que, según dice él, exigen, demasiado.Todo espíritu de las esferas, según los principios fun-damentales de la Ontología aristotélica, debe ser dedistinta especie por lo mismo de ser inmaterial. Podría,pues, pensarse que el número de sus posibilidades eslimitado como lo es el número de especies de cuerposgeométricos regulares donde no son posibles, sin con-tradicción, más que el tetraedro, exaedro, cubo, oc-taedro, dodecaedro, icosaedro y esfera. Pero tratándosede seres que son completamente trascendentes a nuestraintuición, esa presunción se sustrae a la limitación denuestros análisis. Aparece así realzado de un mododigno de la divinidad el mundo celeste de los espírituseternamente acabado. En cuanto a los cuerpos celestes,empero, su existencia sólo puede ser justificada por elvalor de utilidad que tengan (1). Y ¿para quién sonútiles? No ciertamente para los espíritus impasibles y

(1) Teofrasto hace la justa observación de que, pues es inmó-vil la divinidad, y una cosa es tanto más perfecta cuanto más seasemeja a Dios, una esfera movida no es de por sí más perfectaque una inmóvil. Pero no es ésta precisamente la perfección deque aquí se trata. Sólo como móvil, puede esa esfera prestar losservicios de que necesita el Universo para la obtención de lamayor suma posible de bienes absolutos. Por eso rechaza porcompleto Aristóteles el postulado de una esíera sin relación conel movimiento (Je una estrella, Véase Met. A, 8 p. 1074 a 17,

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motores de las esferas, que en el desempeño de su co-metido se parecen por completo a Dios. No podemos,pues, pensar en su utilidad sino con respecto al mundosublunar. Ahora, que en este sentido les da una ventajagrande a esos cuerpos celestes el ser incorruptibles ypor lo tanto útiles no ya sólo de una manera ocasional,como sucede tantas veces en el mundo sublunar. Y lomismo esto que la circunstancia de que ellos influyen,sí, el mundo sublunar pero no son por él influidos, lobenefician pero no reciben de él beneficio alguno, leshace asemejarse de una manera especial a la divinidad.Por eso nuestro pensador los designa como más altosque los elementos corruptibles y hasta como cuerposdivinos.

En virtud de la rotación de los cuerpos celestestienen lugar mutaciones periódicas como día y noche,verano e invierno, no teniendo, sin embargo, jamáslugar una repetición del mismo conjunto de constela-ciones. No puede llegarse, ni aun en el mundo sublunar,a un estado, mera repetición de un estado anterior,tanto por la razón ya dicha cuanto por la de que todaslas influencias anteriores se continúan en algún modode efectos ulteriores. Un « problema» que presenta lascosas así, se revela por lo mismo como un falso pro-blema y como obra de un escritor que igual que losestoicos, se había apropiado la concepción cósmica deHeráclito,

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Los elementos corruptibles y lo que ocasionael desenvolvimiento efectivo de sus fuerzas

y disposicionesEl mundo sublunar, que en tantos aspectos se pre-

senta como opuesto al cielo tal como Aristóteles loconcebía, tiene, sin embargo, como él, una existenciaeterna y por la misma razón, pues que su única primeracausa es también Dios. Donde no hace falta condiciónalguna, no puede faltar ninguna condición. Existe, pues,también desde toda la eternidad el mundo sublunar.Estando condicionado únicamente por Dios como causaprimera, no ha surgido sin embargo por creación, sinomás bien, siendo sin principio, es conservado en virtudde una acción creatoria.

En él distingue Aristóteles cuerpos elementales ycuerpos compuestos de los mismos y se mantiene comoPlatón, en los cuatro elementos de Empédocles : tierra,agua, aire y fuego. Era tan ajeno a la atomística deDemócrito como a la teoría de Anaxágoras, doblementeabsurda, de los corpúsculos infinitos en número e infi-nitamente pequeños.

Todo elemento tiene, lo mismo que el cielo y auncada esfera del cielo, su lugar natural. La región naturaldel fuego es la que está más cerca del cielo, sigue luegola del aire y en lo más bajo está la tierra. Así como elcielo es frente al mundo sublunar únicamente activoy cada esfera más alta mueve las más bajas pero no espor ellas movida, así el fuego tiene más actividad que

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el aire, y la que menos actividad tiene, es la tierra. Poreso hemos de ver en ella más que en ningún otro ele-mento, el seno materno, en el que, fecundado desdearriba, se engendran las más vanadas producciones.De las combinaciones de los elementos que son algomás que meras mezclas, resultan nuevas sustanciasuniformes, no siendo imposible la transformación deun elemento en otro. Pero también, pueden resultar delos mismos, formaciones multiformes (nmltiarticuladas)y sin embargo sustancialmente unas. Están, pues,contenidas en ellos en posibilidad las admirables es-tructuras de los más altos organismos. Plantas, animales,hombres, toda la rica ornamentación de la tierra, estáen ellos virtualmente encerrada.

Pero nada de eso podría realizarse sin influenciaceleste. Supongamos que desapareciese el cielo ; no ten-dríamos más que los cuatro cuerpos redondeados, su-perpuestos en reposo y extendiéndose uniformemente.Sólo se les podría concebir influyéndose mutuamentequizá en sus confines. Pero ese solo contacto superficialde masas uniformes tan enormes no parece que habríabastado, en sentir de Aristóteles, para provocar unamutua alteración cualitativa y sustancial. Todavía más,aun concibiéndolas divididas en las más pequeñas par-tículas y mezcladas entre sí lo más íntimamente quefuera posible, de modo que el contacto pudiera darlugar a mutuas influencias y trasformaciones, la tras-formación hubiera dado lugar, al componerse entre sípor completo las desigualdades, a una media uniforme,y la evolución toda hubiera venido a parar en una es-

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pecie de muerte por uniformidad, que podría parecersea la muerte universal por calor, tan temida de los físicoscontemporáneos. Y si de entre todo lo que ha sidoideado para presentar ese peligro como no del todo in-conjurable, nada parece plausible excepto la hipótesisde Maxwell y de Lord Kelvin, que hablan de una po-sible intervención de fuerzas que no experimentan acciónretroactiva de parte del mundo de los cuerpos, ¿no separece esto, como una castaña a otra castaña, a lo queencontramos en Aristóteles, pues, como antes nos dijo,el mundo celeste que da y mantiene el movimiento atodo el mundo sublunar, no recibe en cambio nada deéste?

Influencia ennoblecedora y vivificantede las estrellas

Si el mundo sublunar debe al influjo del cielo μηmovimiento perenne que le hace actuar sus propiasfuerzas en varia reciprocidad de acción, no es éste soloel único beneficio que de él recibe. Las estrellas ejercenuna influencia que hace al mundo inferior asemejarseen cierto modo al celeste. Oímos antes hablar de la ten-dencia de los cuerpos celestes al movimiento circular.A la comunicación de algo parecido reduce Aristótelescomo a su causa, la forma circular que toma un rayo deluz al tocar en tierra después de atravesar la espesura deun matorral. Y teniendo en cuenta la tan sorprendenteinfluencia que la diversidad de estaciones ejerce sobrela vegetación toda, cree él que a esa influencia ennoble-

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cedora y en cierto modo divinizante de las estrellas hayque atribuir, en último término, la formación de tantoselevados productos como presentan los organismos ensus actividades vitales.

Todo el mundo inferior está en algún modo prepa-rado para el nacimiento de seres vivos en virtud de unainfluencia sin comienzo ni interrupción por parte delmundo celeste, y hasta se le puede llamar por esa razónanimado en un sentido amplio, pues que por alma en-tiende nuestro pensador la realidad sustancial, la na-turaleza de un cuerpo vivo. Esa preparación emperose da en unas partes más, en otras menos. En ciertoscasos el resultado es únicamente que a un cuerpo inferioren virtud de su asemej amiento con el celeste empiezaa serle natural un movimiento que se parece más alcircular de las esferas que al rectilíneo de los elementosinferiores, y manteniéndose así y comunicándose a otrocuerpo que con él viene a estar en contacto, da lugar,a la larga, al nacimiento de un organismo vivo. Aris-tóteles llama xvtv/ia a esa sustancia y habla de uncalor suscitador de vida (ΰερμότης ζωτική) que se di-ferencia esencialmente del calor común que es propiodel fuego (1). Esa sustancia se encuentra, en cambio,en el calor radiante del sol y también en la semillagerminadora, más imperfecta y sólo remotamente pre-parada para el respectivo movimiento en las catame-nias (menstruos) y en otras partes del organismo. Sinembargo, las catarrientas puestas en contacto con lasemilla vienen a adquirir un movimiento igual al ua~

(1) Véase De Gen, An, II, 3.

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tural de la semilla. Y acentúa tan fuertemente en al-gunos pasajes la idea de que aquí se da algo parecidoal elemento de las estrellas, que algunos intérpretes sehan dejado llevar a la persuasión de querer aquí decirAristóteles, que pequeñas partículas desprendidas dela sustancia celeste han venido a parar al bajo mundopara constituir, como mi quinto elemento, la esenciade las sustancias vivas. Esto, naturalmente, es inadmi-sible dada la incorruptibilidad e inmaterialidad de lasesferas celestes.

Nuestro autor cree en la generación espontánea deciertas plantas y animales inferiores, como un hechode la experiencia diaria. Debía sentirse inclinado, porlo tanto, a dar la razón a los que querían concebir elorigen de las especies más altas, los cuadrúpedos y loshombres, como una generación espontánea en últimainstancia, a partir de los cuerpos inorgánicos. A elloapuntan ya en los libros de la generación de los animalesciertas observaciones del capítulo III del libro 2.°, yde una manera terminante se destaca ese pensamientoen el libro 3.° (1), donde no rechaza del todo, comoinfundada, la doctrina de los que hacen salir del cienooriginativa y espontáneamente aun los animales cua-drúpedos y el hombre. Y aun empieza a tratar a fondola manera más obvia en qu.e ello pueda suceder. No sele ocurre, claro es, una hipótesis de la evolución de lasespecies como la que hoy es corriente. Pero; no obs-tante, ofrece ya una cierta aproximación, pues quetambién está persuadido de que un organismo tan per-

(1) De Gen, An, III, 11,

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fecto no puede surgir del cieno sin intermediaciones,sin que le hayan preparado el camino formas inferiores:de un lado el huevo, de otro una fuerza vital inferior,tal como la ofrece la oruga frente a la mariposa y otrosinsectos, llegando a limitar primero las posibilidadesa esas dos hipótesis y luego a dar resueltamente la pre-ferencia a la segunda, a la originación mediante unamanera de vida inferior, vermiforme (1). Mantenerseen ésta, parécele lo racional.

(1) A pesar de la detallada explicación que hace de cómohan podido originarse de la tierra los primeros hombres, los intér-pretes comúnmente no quieren conceder que Aristóteles hayacreído en un comienzo de la vida humana. Invocan para ellouna serie de lugares en que Aristóteles enseña, según ellos, quelas ciencias se han elaborado ya infinitas veces y otras tantashan vuelto a caer en olvido. Pero, si bien se mira, no dice esoni uno siquiera de esos lugares, sino que lo que dicen únicamenteiodos y cada uno de ellos, es que toda ciencia puede ser indefinida-mente descubierta y perderse de nuevo, lo que basta para hacerverosímil la hipótesis de que a nuestro período ha precedido otro.Pero la diferencia es esencialísima todavía en otro punto. Puestoque, como veremos, al morir el hombre la parte intelectiva delhombre, el llamado νους, permanece inmortal y ningún νουςhumano sobreviviente se une por segunda vez con un cuerpo,de haber habido ya infinitas generaciones, habría actualmenteun número actual infinito de espíritus humanos separados, lo quees un absurdo según Aristóteles, mientras que la hipótesis deuna multiplicación indefinida no es absurda para el mismo.Concuerda también con la hipótesis de un comienzo del génerohumano, cuando Aristóteles en la Política habla de un hombreque íué el primero en inventar un Estado. Véase a este respectola detallada discusión de este punto en mi tratado, acabado desalir a luz, I.a Teoría de Aristóteles sobre el origen del espírituhumano, página 95 y siguientes, donde demuestro que en oípasaje Pol. VII, 10 p. 1329 b 20, en vez de εύρήσθαι (haber sidoinventado) debe leerse ενρίσκεαθαι (ser inventado).

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Grados de la vida. Superioridad del hombreen virtud de su naturaleza

en parte espiritualPara llegar, empero, a lo perfecto del resultado final

de la evolución, hay que dar por posible el caso de quelas disposiciones emanadas del influjo de arriba fueranmás perfectas que las observadas al sentir de Aristó-teles en las generaciones espontáneas. ¿Qué nos impideadmitir, que así como la semilla de las diversas plantasy animales (1), así también las disposiciones fueron di-ferentes en la originación primitiva y se presentarongrandes diferencias graduales de perfección? Sólo pudollegarse a las que dieron por resultado las especies ani-males más altas y los hombres, en virtud de una espe-cialísima constelación favorable en combinación conlas influencias previas. Pero bastó aquello de una vezpara siempre, pues aunque no dio por resultado algoeterno, en cambio es una generación que se repite in-definidamente (2). De los tres grados : planta, animal,hombre, todo grado más alto posee en común con losinferiores precedentes ciertas funciones vitales, aña-diendo otras nuevas. Las funciones vitales de las plantasse limitan a la nutrición, crecimiento y reproducción.A éstas se añaden en el animal las sensitivas junto conla fantasía y la memoria, y las del apetito en el queestá comprendido, en el amplio sentido que le da nuestro

(1) De Gen. An. II, 3 p. 336 b 27.(2) De Gen. et Corr. II, 10 p. 336 b 27.

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autor, el conjunto de los afectos como placer y des-placer sensible, ira, esperanza, temor, etc., y el movi-miento local a voluntad.

En el hombre, finalmente, vienen a añadirse lasfunciones del intelecto que piensa, juzga y concluyeconceptualmente, y las altas actividades emotivas quecorresponden al apetito sensible como el conocimientointelectivo a la sensación. También se cree obligadonuestro filósofo a atribuirle, para que llegue a un co-nocer efectivo, además de la capacidad de recibir pen-samientos (intelecto posible) una cierta fuerza activa,que él llama también vov>¿, no porque piense (pues elpensamiento es una especie de pasión) sino porque hacepensar, llamándose νους (pensamiento) en un sentidometafórico; como llamamos sana una medicina, porquepresta salud. Más tarde comprenderemos mejor quénecesidad pretende llenar con ese supuesto.

Todo grado ulterior se eleva sobre el anterior deun modo tal que éste parece inanimado en comparacióncon aquél. La planta, que aún no tiene conciencia, noparticipa por eso mismo de lo bueno en sí (1). Es buenala planta sólo en el sentido de lo útil. Otra cosa es yael animal, que distingue y en el cual, ni aun al placerpuede negarse del todo el carácter de algo bueno ensí, pues, desde luego, el dolor que se opone a aquél, leaparece como un mal, considerado en sí mismo. Peroaventajándose tanto en este aspecto el animal a laplanta, es aún incomparablemente mayor la distancia

(1) Véase El fragmento metafísico de Teofrasto.

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entre aquél y el hombre. El animal es, según Aristó-teles, corporal en todas sus partes como la planta ; elhombre, en. cambio, es un ser en parte corporal, enparte espiritual. Al decir «en parte corporal, en parteespiritual» doy a entender que Aristóteles tiene alhombre, no por una unión de dos sustancias realessino más bien, por una sustancia única. Así como lamultiplicidad de partes con tan profundas diferenciascomo son. la carne, los huesos, los tendones, etc., no esincompatible según nuestro autor con el pertenecertodos ellos a una sustancia real única e integral nosiendo ninguna de ellas en particular una sustanciareal, así no hay inconveniente en. creer que una dife-rencia tan grande entre lo espiritual y lo corporal esperfectamente compatible con que ambas juntas comopartes, integren una sustancia única. Uno de los ar-gumentos que Aristóteles aducía para tener por cor-poral el sujeto de las funciones sensitivas y por espi-ritual el de las intelectivas, se nos da a conocer en ellibro 1.° de los tres del Alma. Le parece contradictorioque un accidente que deja distinguir en él continuidadde partes, esté como en su sujeto, en una sustanciainextensa, y al revés, un accidente inextenso en unasustancia extensa. Ahora bien, nuestras percepcionessensibles como, verbigracia, el ver, presentan conti-nuidad de partes, pues que a cada parte de la imagenvista corresponde una parte de la visión : es pues, con-cluye, extenso el sujeto sustancial de nuestra visión.Por el contrario, cuando yo pienso un concepto generalcomo el de cosa, negación, etc., el pensamiento no está

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compuesto de partes continuas como no lo está tampocoel objeto en cuanto es así pensado. Es, por lo tanto,espiritual el sujeto de ese pensamiento nuestro.

A este argumento añade el capítulo IV del libro 3.°nuevas pruebas. Por ejemplo, si percibimos algo muysensible, en virtud de ello nos hacemos incapaces depercibir algo menos sensible, cosa que no sucede en lasimpresiones inteligibles, antes por el contrario. Estandoempero nuestras impresiones sensibles en un órgano ysiendo espirituales las intelectivas, no dejan por esode pertenecer como partes, tanto lo corporal como loespiritual, a una misma y única cosa real: de otro modono se podría hacer comparación entre lo uno y lo otro.

Acción recíproca entre el espírituy el cuerpo

El órgano corporal sensitivo y la parte espiritualdel hombre están naturalmente en mutua influencia.Pero nuestro filósofo sólo la concibe posible de unmodo tal, que la iniciativa corresponda a la parte es-piritual, influyendo desde luego ésta a la corporal. Loscuerpos del mundo sublunar, hagamos memoria de lodicho, no pueden nunca influir a las estrellas ni a susesferas : cuanto menos habían de poder alterar un es-píritu por sus propias fuerzas. El órgano corpóreo serápara ello tan insuficiente como lo es una lumbre parahacer arder a un espíritu. Pero se presenta ahora unadificultad. Las funciones intelectuales se realizan todasen una cierta dependencia de las sensitivas : de los

11. BRENTANO : Aristóteles. 228

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fantasmas que tiene la parte sensitiva, es de dondetoma el espíritu humano los conceptos allí contenidos,y sólo así uno se hace actualmente pensante, de pen-sante en potencia. No podrá, por lo tanto, ejercitar,pensando, una influencia sobre la parte sensitiva, antesde recibir de ella una primera influencia.

Esa circunstancia es la que movió a Aristóteles aatribuir al espíritu humano, además de la capacidadde pensar y querer, esa fuerza activa que antes men-cionamos. Supone él que antes de todo acto de pensa-miento, se ejerce por el espíritu una influencia sobreel órgano sensitivo donde están los fantasmas, influenciaque capacita a éstos para la retroacción. Esta y nootra es la función del del que muchoshan querido hacer un alto poder pensante del alma yalgunos una especial inteligencia única e iluminadorade todos los espíritus humanos, y aun algunos lo hacenla divinidad misma, siendo así que el νονς ποιητικόςno piensa nada, sino que su función es, mediante suactividad dirigida a la parte sensible, convertir nuestropensamiento espiritual de una mera posibilidad en unarealidad actual (1). Una vez hecho esto, el espíritu consu capacidad intelectivo-emotiva ejercita, hasta cons-cientemente, las más varias influencias sobre el cursode los fantasmas y afectos.

(1) Véase la exposición y demostración extensa que hagode este punto en mi obra : La Psicología de Aristóteles y en es-pecial su teoría del νονς ποιητικό;.

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Colaboración de la divinidad en la genera-ción del hombre

Si Aristóteles toma en consideración la dificultadofrecida por la influencia que parece ejercer lo corporalsobre lo espiritual aun dentro de la unidad sustancialreal de la que uno y otro son partes integrantes, muchomenos debía pasar en silencio la que resulta del hechode la generación del hombre : el producto de la gene-ración, que después de todo es un proceso vegetativo,es un ser no meramente corpóreo sino, en parte, tam-bién espiritual. ¿Cómo puede ese ser, aun en cuanto asu parte espiritual, originarse de las catamenias y delsemen, cosas ambas que no son sino residuos de alimentoelaborado?

En efecto, nuestro pensador tiene esto por tan im-posible como por insuficiente el recurrir a otras fuerzassecundarias y se cree más bien obligado a admitir unacolaboración inmediata de la divinidad. En el productocorporal formado por medio del semen, al que despren-dido del seno materno pasa la semilla del principioproductor del alma, hay, cuando se trata del nacimientodel hombre, una doble semilla : una corporal, otra in-corpórea. La corporal es el jugo generativo que disol-viéndose y evaporándose no está contenido en el germencomo una parte especial, sino que ha desaparecido comodesaparece el jugo del higo en la leche por medio de élcoagulada. La semilla incorpórea, en cambio, es unasemilla divina y, como en ella no cabe disolución ni

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evaporación, hay que distinguirla como una parte es-pecial, en el producto de la generación. Es ésta la parteintelectiva del alma humana, el llamado νους.

Para que esa intervención de la divinidad no apa-rezca demasiado extraña, no deja el Estagirita de llamarla atención sobre el hecho de que ya en la producciónde un ser vivo no habrían bastado en principio lasfuerzas de los elementos inferiores, de no haber inter-venido también como causa divinizante, en cierto modo,la fuerza de las sustancias celestes. Tenemos, pues,en la colaboración de Dios a la generación del hombre,algo para lo que no falta del todo la analogía en la for-mación de los seres inferiores.

Pero y ¿cómo concebir esa intervención de la divi-nidad? ¿Acaso en el sentido de que, después de haberproducido por creación desde toda la eternidad la parteespiritual del hombre (1), lo une ahora con un embrión,de tal modo que el que hasta aquí existía por sí comoespecial sustancia espiritual, deja ahora de ser un serreal en sí y se convierte, en parte de una naturalezahumana, o es sólo entonces cuando la produce creativa-

(1) Está fuera de duda, según lo dicho, que esa parte espi-ritual tiene a Dios por causa según Aristóteles, pues que según élDios es causa de todas las cosas, no menos de los espíritus de lasesferas que de los seres corruptibles. También en De An. III,5 y 7 hace referencia expresa al saber divino, eternamente actual,como a la primera causa de todo saber humano. Una alusiónsemejante a la divinidad como primer principio de las tendenciasnaturales del espíritu humano hace en el libro 7.° de la Éticade EUDEMO, cap. XIV. La cuestión es, pues, únicamente si elespíritu humano ha sido creado por Dios desde toda la eter-nidad o no.

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méate? Si Aristóteles hubiera defendido lo primero,habría también creído que un mismo espíritu es unidouna y otra vez con otros y otros embriones, pues queel género humano se mantiene, según él, engendrandocontinua e indefinidamente, y en cambio el número doespíritus que existen desde toda la eternidad sólo puedeser finito. Ahora bien, todos los intérpretes están uná-nimes en creer que Aristóteles en la época más madurade su vida rechazó la palingenesia (1). Queda, pues,excluida la primera posibilidad. Y parece estarlo tam-bién por esta otra razón, que ya Teofrasto hizo valer (2).¿Cómo puede concebirse que un cierto espíritu existenteen sí desde la eternidad se haga solidario en naturalezade lo que es producto de un desarrollo embrional? Elalma de este hombre es, dice el Estagirita, la naturalezade este hombre y la parte espiritual del alma es, por lotanto, una parte de esta naturaleza. Y así deduce luegoTeofrasto que se debe concebir el ι·οΰς no como simple-mente añadido, sino como comprendido en la formacióndel hombre. Y esto concuerda con lo que enseña expre-samente el Estagirita, cuando distinguiendo entre pre-y post-existencia, rechaza de plano la primera, encambio llama la atención como sobre algo para él evi-dente y muy importante, sobre el hecho de que noobstante la no-preexistencia, una subsistencia del almadespués de la muerte no es imposible, no cierta-

(1) Véase De Λη. I, 3 p. 407 b 21.(2) Véase el Fragmento de Teofrasto del libro IV de la

['(sica en THEMISTIO comentando el De An. III, ó fol. 91 r.

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mente de toda el alma, pero sí de su parte intelec-tiva (1).

Pero, por otra parte, a la hipótesis de que nuestroautor haga producir de nuevo por Dios el vovg de cadahombre en su. generación, se opone el que entoncestendríamos un hacerse algo de la nada, que aquél re-chaza como imposible de la manera más decidida. Ysabemos también la razón que le determinaba a enseñareso. Dado el principio eficiente y no faltando ningunade las condiciones requeridas, el efecto debe darse jun-tamente con aquél. Considerados, pues, los espíritushumanos desde este punto de vista, parece que, si sonproducidos por la divinidad, deben serlo desde la eter-nidad como los espíritus de las esferas celestes.

Sin embargo, toda la dificultad se disipa en cuantonos fijamos en que, aun cuando en la generación delhombre surja algo nuevo que respecto a una parte desu alma es espiritual, no por eso puede decirse queesta parte espiritual del alma se produzca de nuevo,ni aun que el alma se produzca de nuevo. Aristótelesdestaca, precisamente en el pasaje en que rechaza lapreexistencia de las almas en oposición a su parcialpostexistencia (y lo hace expresamente), que no se puededecir que el alma salga a la luz de la existencia, sino lacosa real cuya naturaleza es el alma. Un caballo en-gendra un caballo, no el alma de un caballo : y asítambién un hombre engendra un hombre, no el alma

(1) Véase Met. Λ, 3 y la manera como ZELLER en su Tratadosabré la eternidad del espíritu se esfuerza en quitar fuerza a estospasajes, y su refutación en mi Carta abierta a Zeller, 1883.

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de un hombre ni una parte de esta alma. Y si no por sísolo sino con intervención inmediata de la divinidad,un hombre produce un hombre, eso mismo hay que decirde la divinidad como principio eficiente. Lo que porella es producido, más bien lo que se produce bajo sucolaboración, es única y exclusivamente el hombre, noel alma de este hombre o una parte de esta alma,porque tanto ésta como aquélla rio son producidassino únicamente dadas al mismo tiempo como par-tes pertenecientes al hombre cuando éste es engen-drado.

Más bien, pues, que de un salir el νονς de la nada,ni siquiera se trata de un surgir el νους, sino más biendel surgir de un hombre en virtud de una colaboraciónde la semilla paterna y de la fuerza creadora de Dios,cuya voluntad se dirige aquí, no a una formacióncondicionada por ella sólo inmediatamente, sino a algocondicionado juntamente por la fuerza de la semilla ypor el desarrollo embrional. No puede, pues, hablarseaquí de una contravención al principio de que jamássale nada de la nada, pues que es el hombre el que aquíse origina y éste no sale de la nada. Y el principio semantiene aún cuando después de la muerte del hombrela parte espiritual de su alma sobrevive como una cosareal en sí misma, pues que entonces el alma nace parasí, es cierto, mientras que hasta entonces sólo era unaparte de la forma del hombre, pero no sale de la nadasino más bien del hombre como un resto suyo incorruptible que permanece después de la corrupción delcuerpo sin experimentar él mismo una transformación

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en su contrario (1). Se encuentran, pues, completamenteen salvo los principios generales que Aristóteles ha

(1) Comparando lo que aquí digo con lo que decía en miescrito de 1882 (« Sobre el creacionismo de Aristóteles »), hagouna rectificación esencial. Reconozco gustoso, si bien creo aunhoy, por las razones entonces alegadas, que está bien refutadoel punto de vista de ZELLER, que, en mi modo de ver, había unadeficiencia, con cuya rectificación cae por su base la única objeciónvaledera de ZELLER. Hablaba yo erróneamente de una creaciónde la parte espiritual del alma humana allí donde debía haberdicho más bien una cooperación de Dios a la formación del hom-bre vivo, espiritual-corporal. Tampoco había yo entonces enten-dido en su verdadero sentido el pasaje De Gen. An. II, 3 p. 757 α 7,en que Aristóteles dice que nuestra parte espiritual es nuestromejor yo, lo que más propiamente somos (véase Eth. Nic. X,7 p. 1178a 2). Si nuestro espíritu no tuviera principio — segúnAristóteles — tampoco lo tendríamos nosotros, y no tendríarazón al decir él en Eth. Nic., que debemos el ser a nuestrospadres, pues que a lo más habrían de ser contados entre las causasde nuestra incorporación. En boca de Platón sería imposibleaquella frase. Cuando ya entonces hacía yo valer ésta, replicabaZELLER que tampoco debían, según mi modo de ver, ser consi-derados los padres como causa del ser total del niño, sino única-mente de su cuerpo. La réplica carecía aún entonces de graníuerza, ya que en todo caso la producción del cuerpo tendríapor consecuencia la creación del espíritu según las leyes cósmicasgenerales. Pero desde luego la objeción carece de toda fuerzacon la rectificación que hago ahora, porque no es que cree Diosel espíritu y el cuerpo el padre, sino que es el hombre vivo gspiri-tual-corpóreo el que es producido por una colaboración de ambos,en cuya formación conjunta está comprendida el alma en suparte vegetativa, sensitiva e intelectiva. Tanto el padre comoDios son causas del hombre todo, bien que ni el padre ni Diossean la causa exclusiva del mismo. Del mismo modo, no es que lasemilla humana y el embrión humano sean en sus primeras etapasde desarrollo un cuerpo humano en posibilidad, sino un hombreen posibilidad y puede decirse también que tienen en posibilidadun alma intelectiva. De Gen. An. II, 3.

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fijado para la formación de las cosas. También se re-conocerá inmediatamente en relación con lo dicho, porqué no podía admitir Aristóteles que el νονς humanotuviese ya su principio en. la semilla del padre, a menosde considerar ésta desde luego como animada de unalma intelectiva, esto es, de algo partícipe de la natu-raleza del hombre y aun hombre ya. Pu.es que en esecaso el νους habría existido ya desde el principiocomo una cosa en sí misma y no ya sólo como partede otra cosa; en otras palabras, hubiera tenido lugarese salir de la nada que el Estagirita tiene por imposible.

Del mismo modo, si el νονξ según el mismo no puedeestar ya en la semilla del padre, tampoco lo puede estaren el germen desde el momento de la fecundación,porque éste, según lo prueba nuestro autor por mediode sus importantes estudios embriológicos, sólo despuésde una serie de profundas modificaciones reviste la na-turaleza humana. Primero lo hace aparecer, aun des-pués de la fecundación, como completamente inanimadoen rigor, si bien preparado para la animación; luegolo hace participar sólo de alma vegetativa y llevar unavida completamente de planta ; después, lograr la ani-mación animal ejercitando desde entonces actividadessensitivas ; y sólo considerablemente más tarde lo haceparticipar del alma intelectiva y, con ella, de la verda-dera naturaleza del hombre. En este punto es cuandoempieza a ser el producto germinal un ser espiritual-corporal bajo la predicha cooperación de la divinidad (1).

(1) ZELLER cree que según Aristóteles el η,ϋς ha estadoya antes del acoplamiento, en la semilla del padre y debe por lotanto ascribirse, lo mismo que el jugo generativo, a la semilla

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Ese momento de acabar de formarse el hombrecoincide, según Aristóteles, con el de la diferenciación

paterna, y que cuando Aristóteles lo llama 9i¡m· σπίομα (semilladivina), no quiere con ello significar el origen de la semilla, sinoque el epíteto « divino » quiere decir tanto como « espiritual ».Pero se había hecho cuestión expresa del origen de esa semilla,y de no contestarla con el 3nm, habría quedado sin respuesta.Y si el ¡leiur no quisiera decir aquí más que « espiritual », la frase :τύ utt· χι»{)Μ)τ<η· ov νώματα:, oífat; έμπίοιλαμβάΐ'έται ιό (otra lección dice

τι) tfeíov, se convertiría en una tautología que no diría nada, puessería como decir : « una parte de la semilla es espiritual, estoes, una parte de aquellos productos germinales en que está con-tenida la semilla (o una semilla) espiritual ».

Ks extraño también lo que inventa ZELLER de que los escritosaristotélicos no conozcan jamás un sentido causal cíe la pala-bra flemi. Desearía yo saber qué otro sentido puede darse a laspalabras $elu ιύτυχία en la Ética de EUDEMO, que el de una feli-cidad que se nos concede por disposición divina. Habría de con-siderarse a Aristóteles como un hombre que no estaba bastantefamiliarizado eón el griego de su época para tener por imposibleel usar nunca el Λιΐυν en sentido causal, ni aun en unión con lapalabra απίρμα (simiente) que tan aparentada es a una significa-ción causal. No puede probarse el uso del término -9c¡u; en Aris-tóteles en un sentido técnico unívoco de inmaterial, pues lo hacecambiar con frecuencia de sentido.

Una circunstancia que dificulta realmente la interpretaciónde este pasaje.es la corrupción del texto que ya la misma sintaxishace sospechar. He aquí el texto tal como se nos ha transmitido :

etcétera. Se ha querido enmendar el último anínua en ramio. Pero esuna conjetura errada. Más bien parece debe leerse: m o' l·/. της γονή:<ιυ)μ«... αχώριστοι, τυύτω τα... La explicación del texto así enmendadoestá en lo que digo en el texto. Si como ZELLER quiere, el roe; hubie-ra estado en la semilla del padre, no podría aquél haber animadoésta, porque esto lo niega una y otra vez del modo más terminante.Y ¿de qué otro modo (si no es para animarla) podría estar enella'? No como un cuerpo está en otro cuerpo, pues que el ns;

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del sexo (1) y por tanto con el momento en que tambiénPlatón hacía implantar en el embrión el alma formadapor Dios. Éste, que no creía que el espíritu humanointegrara la naturaleza del cuerpo, se había por esomismo decidido por la opinión, de que la animacióndel cuerpo mediante el espíritu humano tiene lugar enuna fase tardía del desarrollo embrionario, pu.es quesegún la cualidad del alma a una debía señalársela porlugar de habitación un organismo macho, a otra un

es incorpóreo. Sólo, por lo tanto, quizá en el sentido de que obraraalgo sobre ella o de ella sufriera o ambas cosas a la vez. Pero,y ¿cómo·*· qué podrá obrar tratándose de un mero proceso vege-tativo y empezando la actividad noética más tarde que la sensi-tiva misma? Que el incorpóreo puede sufrir algo de partede la simiente corpórea, hi que pensar en ello. Por otra parte,¿cómo el vorc, de estar desde luego en el semen del padre, podríahaber pasado juntamente con el semen a las catamenias, siendono algo que forme parte de la naturaleza del semen, sino algoque existe en sí mismo? Evidentemente, habría tenido que hacerese movimiento de traslación por sí mismo. Y ¿cómo había dehaber podido hacer ese movimiento local, cuando en la Física,al discutir los argumentos de Zenón, se dice de la manera másexpresa que sólo algo extenso puede moverse localmente? Poreso aun los espíritus de las esferas aparecen como sustanciasabsolutamente inmotas e inmóviles. Teniendo en cuenta esto,se ve evidentemente cuán insostenible es la interpretación dela frase : 9v<¡ayiv tneíailvaí (De Gen. An. II, 3 p. 736 b 28) enel sentido de un desplazamiento de fuera adentro. Nada másseguro que aquí se trata de una relación causal « de dónde ».Volvemos, pues, a repetir aquí lo que tantas veces hemos dicho,de que hay que tener en cuenta la interdependencia de un puntocon el conjunto de la doctrina (véase también mi obra reciénpublicada : Doctrina de Aristóteles sobre el origen del espírituhumano).

(1) Véase De Gen. An. II, 4.

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organismo femenino. Pero desde luego esa concordanciaes interesante como prueba de que en Aristóteles seven a cada paso huellas de la influencia de Platón.

La aparición del género humano es,por decirlo así, la plenitud de los tiempos

Si la entrada del i>o£>g en el feto es el momento desu acabada formación, también la aparición del génerohumano en la historia puede considerarse con todaverdad como la plenitud de los tiempos. El hombre,en efecto, y sobre todo su parte espiritual por la quese parece a Dios tanto más que por la parte corporal,parece ser el fin supremo a cuya consecución se dirigetodo el devenir terreno, y con éste, toda la ordenacióny movimiento de las esferas celestes. Por eso lo llamanuestro pensador el rey del mundo terrenal. Si frentea la planta el animal tiene ya algo de bueno en sí mismo,nada es esto empero comparado con lo que en el hombrese halla realizado. Y este bien del hombre no está tantoen la naturaleza humana como tal o en las partes es-pirituales que le corresponden, cuanto en su actividad.La divinidad es, según el Estagirita, no una mera po-tencia de intelección sino un pensar efectivo y una vidafeliz. Y así, por consiguiente, el hombre en tanto parti-cipa de la semejanza con Dios y de lo bueno en sí, encuanto se le concibe en completa actuación de susfacultades espirituales. Y aquí se presenta en primeralínea la Sabiduría, como lo hace destacar con el mayor

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relieve no sólo en la Metafísica sino también en la Éticay en la Política.

La sabiduría se ofrece como fin del hombre de talmodo, que la referencia a ella y a sus intereses debe darla norma para la ordenación total de la vida humana.Tanto en la Ética Nicomaquea como en la Eudemeay en la llamada Gran Ética se encarece esta idea delmodo más enérgico. En cierto sentido, se dice allí, esla Ética y la prudencia práctica por la que debe regirsetodo, y en otro cierto sentido lo es la Sabiduría. Laprudencia práctica, en el sentido de que da preceptose instrucciones ; la sabiduría, empero, en el sentido delbien a cuya consecución miran aquellos preceptos. Lasvirtudes morales deben estar en un medio entre los dosextremos viciosos. Pero si se pregunta cómo se ha dedeterminar ese medio, la contestación en último tér-mino es la siguiente : la determinación ha de ser delmodo que responda mejor al fin de la vida del hombre,que está en el conocimiento propio del sabio. Igualmentetodas las relaciones sociales en que entra el hombre,deben enderezarse en último término a ese conocimientocomo a su fin.

Necesitando el hombre del Estado para su educa-ción y dirección moral, el Estado todo debe ver su másalto cometido en el fomento de la sabiduría. La justiciaen ese amplio sentido que comprende toda clase demoralidad, la califica Aristóteles de « más bella que ellucero matutino y vespertino ». Pero vemos tambiénque para él la sabiduría es el sol que presta brillo a esosluceros.

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El más acá como preparación para un másallá beatificante y recompensador de todos

en justiciaPero ¿tenemos acaso ya en la sabiduría la cumbre

de la evolución toda? En ese caso ¿no parecería estartodavía muy lejos el mundo de ser el más perfecto quecabe pensar en eso de ser el más semejante a Dios?

Vemos que relativamente muy pocos llegan a ha-cerse partícipes de la sabiduría y que aun éstos sólo coninterrupciones viven en sus altas contemplaciones. Yaun éstas, ¡de cuántas imperfecciones no están tocadas!Dice, en efecto, el libro 2.° de la Metafísica, cualquieraque sea su autor, dentro por completo del sentir aris-totélico, que la inteligencia del hombre se parece a unbuho, que cuando más claro brilla el día, es cuandomenos ve. Sólo por razonamiento analógico tocamosalgo de la divinidad, utilizando así los coaceptos denuestra experiencia que en sí y por sí le son inadecuados,pero nos falta un conocimiento propiamente intuitivode Dios.

Aristóteles enseña que aun para este conocimientono le falta del todo capacidad a nuestro entendimientosiendo en esto comparable más bien que a un ciego,a uno dotado de potencia visual en un tiempo en queno ve realmente (1). Pero en el libro 3.° del Alma lanzala pregunta de si un. espíritu aún no liberado del cuerpoes capaz de conocer a un. ser puramente espiritual. Y

(1) Met. 0, U) p. 1052 α 2.

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si hubiera llegado a escribir aquella Metafísica a la queaquí reserva la contestación de aquella pregunta, lohubiera hecho en sentido negativo, ya que todos nues-tros conceptos están sacados de los fantasmas. Pero sino en esta vida, seguramente y en consecuencia de susprincipios, no hubiera excluido la posibilidad de intuirla divinidad en la vida de más allá. Y coa esa visiónque lo mismo que la poseída por Dios y los espíritusde las esferas, traería consigo el conocimiento del plandivino del mundo, se alcanzaría una felicidad frentea la cual sería incomparablemente inferior todo lo queofrece la vida terrena aun en sus más perfectas mani-festaciones. Allí veríamos logradas en admirable seme-janza a Dios aun las producciones del bajo mundo. Yla consideración, de ese fin descargaría de todo reprochelo que se atraviese en el camino, en punto a monstruo-sidades no sólo del mundo vegetal y animal sino tam-bién de la vida misma humana (dolores, errores, crí-menes, degeneración lo mismo de individuos que depueblos y períodos culturales enteros), pues que todosería como una especie de preparación embrionaria.

Y ese conocimiento de Dios en el más allá ¿lo ten-drán todos o sólo algunos escogidos? Y ¿sucederá esoal cabo de una ulterior evolución o inmediatamentedespués de la muerte? Aristóteles cree que se dan en latierra los casos de más extrema oposición : una virtudincontrastable o una corrupción absolutamente insa-nable (1). Pero también cree en el mérito y en el de-

(1) Véase lílh. Me. III , 7.

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mérito (1) y ve algo hermoso en una sanción de justarecompensa (2). Podría, pues, presumirse que tambiénél admite en el más allá un Tártaro con penas eternas,tanto más cuanto que Platón enseñó esto mismo. Sinembargo, un pasaje de la Metafísica (3) parece indicarotra cosa aludiendo al hecho de que muchas represen-taciones de lo divino son ficciones inventadas por loslegisladores para influir en los hombres por medio deltemor. También, es un rígido determinista (4), lo queno le impide lo mismo a él que a Leibniz, creer en lalibertad y en la responsabilidad. Ya le vimos antes, apropósito de Dios, no tener por incompatibles la másperfecta libertad y la absoluta necesidad. ¿Cómo, pues,extrañarnos de que una necesidad mediata como la quepuede darse para la naturaleza de nuestra voluntad endeterminadas circunstancias interiores y exteriores, nola tenga él por contradictoria con nuestra libertad?Nuestra voluntad se decide siempre libremente, estoes, según su inclinación, en pro o en contra de una ac-ción (5) que responde a las exigencias de la moralidad,

(1) Ibídem.(2) Véase Eth. Nic. IV, 11 p.1125 b31, p.1126 b4 ; V, 7. 8 ;

X, 9 p. 1179a 28.(3) Met. Λ, 8.(4) Aún no había yo visto esto cuando escribía mi Psicología

de Aristóteles, y me creo en el deber de rectificar expresamentelo que entonces dije. Y donde esto se ve del modo más evidentees en la Ética de NICÓMACO que debe ser considerada como suobra más madura, si bien pone buen cuidado en prevenir las fu-nestas deducciones que muchos tratan de sacar injustificada-mente de la teoría determinista.

(5) Véase Eth. Λ'/c. III, 3. 7, hacia el f in.

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estando ello por tanto siempre en su mano. Y si bien,aun no siendo innata la virtud a nadie, uno está máso menos bien dotado que otro para ella, está siempreen la mano de cualquiera, originariamente por lo menos,el adquirir, si quiere, las disposiciones para la virtud:facultad que únicamente se pierde de un modo definitivoen la otra vida, mientras que permanece siempre lafacultad de obrar bien de que antes hablamos (1>. Algoparecido nos dijo antes respecto a Dios : no porque suvoluntad esté inmutablemente dirigida al bien, le faltael poder de obrar el mal. Pero a pesar de todo, la doc-trina de una condenación ab aeterno, aneja al determi-nismo, según el cual para todo nuestro obrar y conductaes decisiva en último término una divina ευτυχία οόνΰτυχία (una especie de predestinación) (2), es algoque tiene una dureza insoportable.

¿Cómo se explica esa concepción aristotélica? Todoparece indicar que nuestro pensador hace llegar a todosen el más allá a un conocimiento de Dios y de su plancósmico y con ello a un bien con el que no tiene com-paración ningún bien de la tierra. Y todo ello inmedia-tamente en el momento de la muerte, pu.es siendo de-finitiva la separación del cuerpo y siendo imposible unrenacimiento, ya no es (3) posible un movimiento en

(1) Véase Eth. Nic. III, 7.(2) Véase EUi. Nic. 1, 10 p. 1099 b 11. La virtud es θείσδοτος

(un don de Dios).(3) Véase Met. Λ, 7 p. 1072 b 8. El movimiento local es el

primero de todos. Nuestro pensamiento no es una modificaciónde continuidad, pues tiene una anterioridad y posterioridad tem-poral sólo por estar en dependencia de los procesos corpóreos.

12. BRENTANO : Aristóteles. 228

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el alma. Aun admitiendo en el alma una cadena deefectos secundarios, deberían realizarse todos de unavez desde el primero hasta el último, según lo que nosha dicho sobre la relación temporal de causa y efecto.

Pero ¿y cómo eso? ¿No se reduce entonces a la nadala idea de una sanción recompensadora? Podría ellopensarse y esto explicaría por qué Aristóteles en suÉtica, en oposición con Platón, no alude absolutamentenada a una recompensa en la otra vida. Pero no es así.Acordémonos de la diferencia que nos hizo notar eneste punto entre los espíritus de las esferas y la divi-nidad. Igualmente ha de haber aquí diferencias en elmismo sentido. Si bien los espíritus humanos separadoscontemplan todos el plan del mundo y se ven a sí mis-mos implicados en ese plan, con su vida en la tierra,sin embargo uno se ve idéntico con el que hace aquíbuenas acciones (en lenguaje de más acá : «con el quehizo buenas acciones »), y otros c»n el que las hacemalas. Es este conocimiento al que se llega en la otravida, un juicio universal eterno, glorificante o conde-natorio, un juicio universal que se realiza eternamentecomo tal ante los ojos de todos. ¿No ha de verse en éluna sanción, y una sanción completamente proporcio-nada al verdadero mérito?

En nuestra época, Nietzsche concibió de otra manerauna sanción ultraterrena. Habiéndose llegado a con-vencer en virtud de no sé qué pretendidos testimoniosy descubrimientos de las ciencias naturales, de quetodo lo que en el mundo sucede, se ha de repetir exac-tamente igual en períodos regularmente recurrentes,

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creyó haber hallado en esa idea un motivo que podíacontrarrestar fuertemente la tentación de obrar mal.Tenía que aparecer como algo terrible el verse infamado,no una sola vez sino infinitas veres y siempre de nuevopor toda la eternidad, a consecuencia de una baja ac-ción que se comete una sola vez. Pero no se daba cuenta[de que ese argumento es un arma de dos filos] de queel que vulnera la moralidad por sustraerse a un trabajoque dura un instante, se expone, sí, en virtud de esapretendida repetición indefinida, a una infamia que seestaría renovando por siempre; pero podría decirsetambién asimismo, que teniendo que soportar untrabajo intolerable por cumplir con su deber, en virtudde esa misma repetición indefinida tendría que estarsoportando ese trabajo no sólo esta vez sino siemprey siempre de nuevo. Pero lo que en Nietzsche no resultapor esa razón, en el sistema de Aristóteles está en sulugar. El sacrificio se hace sólo una vez, pero la con-ciencia de haber resistido la tentación con noble sen-tido, nos ha de hacer felices por toda la eternidad.Quien tiene tales convicciones escatológicas, posee siem-pre en ellas un motivo más para preferir el obrar nobleal innoble.

Pero con la desaprobación de la propia conductapuede componerse la admiración del plan de Dios aunen aquellas disposiciones que conducen a aquélla. Siel criminal obra criminalmente porque pospone lo quedebe preferirse, y al revés, el plan cósmico de Dios sepresenta sin embargo como el plan del mejor mundoposible y así, por parte de Dios, siempre y en todo se da

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la preferencia a lo que lo merece sobre lo menos bueno.Todos, por abyectos que hayan sido, se convierten, pordecirlo así, en el momento de la muerte. Si antes pre-ferían lo malo a lo bueno, ahora prefieren lo mejor, entodo de completo acuerdo, lo mismo que en el conoci-miento, con la divinidad misma (1). Si en alguna con-cepción religiosa aparece la divinidad haciendo salirel sol sobre justos e injustos, es en la filosofía aristo-télica. Aun. para la misma propia personalidad (con-ciencia) habría desaparecido lo que ella haya queridode malo. Lo que ahora la llena, es el amor y el placerde lo verdaderamente bueno.

Ahora bien, con una convicción filosófica así, ¿nohabría de sentirse uno tentado de darse la muerte?Aquí puede aplicarse también a Aristóteles la frase dePlatón : « Sería criminal abandonar por iniciativa propiael puesto que nos ha sido dado por Dios. Sería una acciónque, como las otras malas acciones, nos habría de pa-recer fea por toda la eternidad ».

Ilimitado crecimiento de lo bueno en sí.Multiplicación ilimitada de la vida beatífica

en sabiduríaCrece indefinidamente el número de los espíritub

bienaventurados, cada uno de los cuales lleva una es-

(1) Véase lo que dice en Eth. Nic. VII, 5, hacia el fin, sobreel modo cómo únicamente puede llegarse a posponer lo mejor,en que hace una cierta concesión, para nuestro caso muy signi-ficativa, al punto de vista socrático de que toda preferencia con-cedida a lo malo tiene su fundamento en una ignorancia.

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pecie de vida de mónada Leibniziana como un espejodel universo desde su punto de vista, vida sin embargoque, como la de Dios, no tiene cambio. Y así desapareceel posible reparo de que el mundo no puede ser el mejormundo posible por ser finito y representar toda finitudun límite franqueable. Pues si es verdad que hay límites,también lo es que todo límite está siendo continuamentesuperado. Cierto que el mundo corporal no experimentatal crecimiento. Pero, lejos de ser esto un inconveniente,es una ventaja. El mundo corpóreo no representa algobueno en sí, sino sólo útil, y una superación de la medidasería algo superfluo que la bella organización de lanaturaleza no permite, ni aun en el campo biológico,en virtud del principio : Natura nihil facií frustra.

Ahora ¿por qué precisamente es ésta (y no otra) lamedida requerida por el mejor mundo posible? Es éstauna cuestión de aquellas que no podemos resolver desdeel punto de vista de nuestros actuales limitados cono-cimientos. Es bastante para Aristóteles el hecho de queno están en mejor situación los adversarios del opti-mismo para demostrar otro mundo como mejor o igual-mente bueno.

Necesidad teleológica indispensable del mundode los cuerpos

Pero y ¿a qué, en general, todo este aparato corpó-reo? Podría creerse que importando únicamente losespíritus bienaventurados del más allá, se habría con-seguido esencialmente lo mismo habiéndolos producido

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desde luego la divinidad en su estado final definitivo.Si a causa de lo absurdo de un número actualmenteinfinito, esto solo era posible por medio de una sucesiónde creaciones ¿por qué esa sucesiva creación no habíade hacerse directamente en vez de hacerlo por vía deuna temporal detención en el mundo terrenal, en quese encuentra tanta cosa sin valor y hasta, mirada ensí misma, fea e infame? La respuesta, empero, está en.lo ya dicho. Lo que solamente por la voluntad de Diosrecibe inmediatamente su primera existencia, eso debeser, según, el Estagirita, eterno como Dios. Por eso esimposible un salir nada de la nada. Pero si existierandesde la eternidad todas las inteligencias humanas qu,evan apareciendo sucesivamente en la historia, seríanno ya una multiplicidad que crece indefinidamente, sinouna multiplicidad actualmente infinita. Si, pues, lamultiplicación indefinida es la requerida para que elmundo de Dios sea el mejor posible, el mundo corporal,a modo de una imprescindible incubadora, aparecetambién como una exigencia teleológica indispensable.

Añádase a esto que aquí tiene aplicación lo qu.e dicenuestro autor respecto a la virtud : una más perfectaordenación parece exigir que Dios, a quien debemossiempre considerar como el dador de este buen don, noquiera concedérnosla, sino como fruto de un esfuerzopropio meritorio (1). De ese modo, esa distinción, pordecirlo así, que han de llevar los que durante su vidaen la tierra vivieron bella y noblemente, la ofrece Dios

(1) Eth. Xic. I, 10.

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como una justa recompensa que les discierne a éstoscon preferencia a otros. Podemos tambiéa aquí traer acuento la sentencia aristotélica de que elmundo nopuedeparecerse a una mala tragedia que se reduce a merosepisodios sin conexión, entre sí (1). Una buena organi-zación requiere una colaboración, de todo con todo. Asívemos que aun de los espíritus de las esferas ningunoestá sin un influjo providencial sobre el curso del mundoinferior. Los espíritus humanos, separados, no tienen yaese influjo, y, por lo tanto, de no haber estado implicadoscon. el mundo inferior en la precedente vida terrena,no tendrían esa colaboración con los demás aconteci-mientos que requiere, según la convicción de Aristóteles,la belleza artística del mundo. Sólo en virtud de esaimplicación, tiene ahora cada mónada su especial puntode vista desde el cual contempla el mundo.

Observaciones finales. La Filosofíade Aristóteles en confrontación con otras

concepciones del UniversoDespués de lo enunciado, podemos explicarnos cómo

podía existir efectivamente en el espíritu de Aristótelesla convicción de que el orden del mundo, tal como éllo concebía, es verdaderamente digno de su primeracausa ideal. Cierto que esa concepción, coa la extensiónen que la he expuesto y se la he hecho a él explicar ydefender, no he podido encontrarla en sus escritos,

(1) Met. Λ, 10 p. 107C u \ y -Y, 3 p. 1C90 b 19.

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porque desgraciadamente no llegó él mismo a realizarla proyectada exposición completa de su Metafísica.¿Habré de temer, pues, que se me objete que, comoPlatón hizo con Sócrates, he puesto yo en boca de Aris-tóteles muchas cosas en que éste ni había pensado si-quiera? No faltará quien haga esa objeción. Pero quienescrupulosamente tenga en cueuta todo lo que, de unaparte, está contenido como consecuencia en los principios.y, de otra parte, sale a luz en observaciones interesan-tísimas, y al mismo tiempo considere las notables apo-rías de Teofrasto (1), de las que no se puede decir querevelen dudas sobre las enseñanzas del maestro siendoasí que sólo se proponen abrir el camino a una másprofunda comprensión de las mismas, ése (por lo menos,abrigo esa esperanza) ha de rectificar más y más su.juicio en un sentido más favorable para mí.

La Teodicea de Aristóteles no es inferior, en modoalguno, a la de otros pensadores teísticos, ni aun a lade Leibniz. También es interesantísima la comparación,de la escatología aristotélica con la cristiana en general.A pesar de sus diferencias muy grandes tiene con ella no-

(1) Además de estas aporías hay que tener en cuenta tambiénla observación, que nos ha conservado TEMISTIO, del libro V dela Física de TEOFRASTO, que atribuye todo error a los influjosdel cuerpo, lo que demuestra su creencia de que el alma, liberadadel cuerpo no está ya sujeta a error. De los dichos de Aristótelesmismo, además de los que cito en el texto, merece mención elpasaje de Eth. Nic. X, 7 p. 1177 b 31 en que designa la vidacontemplativa del sabio como una άΟανατίζειν (un hacerse in-mortal) en cuanto es posible en vicia mortal. Esto concuerdacon la idea de que la vida que llevaremos, como inmortales, esuna vida de sabiduría de más alto rango.

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tables coincidencias (1). Evita Aristóteles felizmente lascontradicciones de los teólogos indeterministas y la durezade los que no se detienen ante una predestinación a lacondenación eterna. Tiene en cuenta la idea de sanciónremuneradora. Se encuentra, por otra parte, bien funda-mentado todo lo que he dicho para dar su verdaderosentido a la frase aristotélica de que la vida de Dios espuramente teorética.

Si establecemos un paralelo comparativo de la con-cepción cósmica de Aristóteles con la de Platón, seecha de ver un amplio parentesco y al mismo tiempouna trasformación decisiva y realizada en un sentidocoherente. En ambos el bien de la contemplación es elmás alto y nuestra verdadera salud está en el más allá.Pero en Platón la vida de más allá ha precedido a lade más acá. Fu.é allá, no aquí, donde fue formada elalma y no cabe hablar de un perfeccionamiento de lamisma en el más acá. Según Aristóteles, es aquí, dondeformamos primero los conceptos; y el alma sólo empiezaa ser, cuando se forma el hombre. Y para aumentarindefinidamente los ciudadanos del más allá, pasan lasalmas humanas, una tras otra, del más acá al más allá.Dentro del sentido de Platón, habría razón de pregun-tarse para qué sirve todo este mundo corporal que con-tiene tanto mal y horror, y que para los habitantes del

(1) También, naturalmente, con las doctrinas religiosas delJudaísmo, de las que salieron las cristianas. En relación con ellose comprenden fácilmente las expresiones de admiración por elpueblo judío que encontramos en TEOFRASTO y en las que locelebra como un pueblo filosófico.

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más allá no ha sido más que tentación para el pecado (1).En Aristóteles no hay tal prevención contra el mundo.Éste aparece admirable en su teleología como de unembrión, cuando se mira al resultado final, si bien deberenunciarse a la comprensión de todo detalle, lo quesería exigir demasiado a la capacidad humana. No seríadifícil, claro es, demostrar que el sistema en total no€S sostenible. No he dejado de hacer alguna observacióncrítica a algún punto importante, si bien no a todos.A pesar de ello, la teoría de la sabiduría del gran pen-sador antiguo, hasta aquí tan mal comprendida, podríamuy bien abrir los ojos de nuestra época tan pesimista,a la idea siguiente : que no se limitan, ni mucho menos,los recursos que ofrece la concepción optimista delmundo, a lo que hoy se entiende común y superficial-mente por optimismo.

(1) Esto según el Fedro. Según el Timeo ya no es así, perode todos modos, según él, debemos ver en el mundo de los cuerposla fuente de toda corrupción moral.